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Bealieau HCA
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ESCUELA DE HISTORIA
[48] Entre el noveno y el cuarto siglo a. C., el Cercano Oriente fue gobernado por una
sucesión de Estados que se merecen por completo la designación de “imperio’’. El
primero fue Asiria, que luego de un período de crecimiento y de crisis entre el 930 y
745 a. C., logró el verdadero status de imperio centralizado bajo Tiglat-pileser III
(745-727 a. C.), permitiendo eventualmente a la dinastía Sargónida (721-610 a. C.,)
ejercer su hegemonía sobre la región entera. El segundo, Babilonia (610-539 a. C.,),
surgió inmediatamente de las ruinas del imperio Asirio y heredó la mayor parte de su
territorio. El tercero, el persa o el imperio Aqueménida (539-331 a. C.), sustituyó al
imperio babilónico casi de la noche a la mañana en el otoño de 539 a. C., y creció
hasta llegar a dominar vastos territorios desde Afganistán, en el este de Tracia en
Europa y Nubia, en el noreste de África, durante un período de dos siglos. Finalmente,
después de su conquista del imperio persa, Alejandro Magno estableció las bases de
un imperio greco-macedonio aún mayor, que se desintegró rápidamente luego de su
muerte, pero hacia el final del cuarto siglo, la casa real fundada por su general Seleuco
había establecido firmemente su dominio sobre el núcleo del imperio de Alejandro.
1
duda fue una visión común en la antigüedad que durante el primer milenio a. C., el
mundo conocido hasta entonces había experimentado una sucesión de hegemonías
en una escala nunca antes vista, que se habían sucedido sin ningún tipo de período
intermedio de fragmentación política. Esas visiones han circulado por lo menos desde
comienzos del período Helenístico y han encontrado una expresión literaria y espiritual
en el Libro de Daniel, en el cual se conciben la visión y el sueño metafórico en los
capítulos 2 y 7, una sucesión de cuatro hegemonías: la babilónica, la meda, la persa, y
por último, la greco-macedonia, cada reino inferior al precedente, la desintegración del
último que conduce a un clímax escatológico (Hartman and Di Lella 1978: 29–42).
Se destacan dos rasgos que hicieron que los imperios del primer milenio fueran
radicalmente diferentes de lo que los precedió. En primer lugar, hubo una ruptura de
los modelos imperiales anteriores al nivel de una transformación estructural que los
imperios del primer milenio aplicaron tanto en el núcleo como en la periferia imperial
conquistada en el curso de su expansión. En segundo lugar, mientras que los imperios
anteriores habían sido más bien efímeros, Asiria en el primer milenio finalmente se
convirtió en algo no visto antes, no sólo en escala, sino también en una nueva y
distintiva estructura imperial, su expresión ideológica, y sobre todo su éxito a largo
plazo.
Al igual que Roma, la historia de Asiria no era sólo la historia del crecimiento de
un imperio, sino también la historia del crecimiento de una idea imperial. Aunque el
imperio asirio finalmente se derrumbó bajo el asalto combinado de los medos y los
rebeldes babilonios, la estructura que había creado en última instancia, sobrevivió
porque no hubo ningún intento serio de volver al estado anterior de fragmentación
política. La contribución más duradera de Asiria fue crear como hecho irreversible el
imperio e inculcarlo profundamente en la cultura política de Oriente Próximo que
ningún modelo alternativo de éxito pudo impugnarlo de hecho, casi hasta la era
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moderna. Ahí está el cambio radical de las formas tempranas del imperialismo del
Cercano Oriente.
El imperio asirio
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este caso, los esfuerzos de reestructuración de Asurnasirpal se centraron más en el
centro que en la periferia, la cual bajo su reinado era todavía un territorio a ser atacado
más que controlado de forma permanente. Pero la riqueza acumulada gracias a las
campañas incesantes hacia el oeste le permitió reunir los recursos suficientes y mano
de obra para convertir a Kalhu en una capital impresionante, poblada de manera
significativa de asirios de viejo cuño y de deportados de las regiones recién
conquistadas, sin duda, síntoma de una nueva visión del poder y del Estado.
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milenio, sin concesiones al gusto ni a la cultura local. Esta iconografía demuestra el
deseo de exportar el centro de Asiria y duplicarlo en las provincias, el deseo de
transformar y hacer ''asirios”.
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con sus aliados del norte sirio dominaba las redes de comercio, creando graves
problemas económicos para Asiria. La extensión de la autoridad real fue a veces muy
limitada, mientras que algunos gobernadores provinciales actuaban casi como
monarcas independientes. Si factores más fuertes de desintegración hubieran estado
trabajando, Asiria podría haber desaparecido por completo, o reducirse a la
insignificancia completa como había sido al final del período Medio Asirio en el 1076 a.
C., exceptuando que esta vez podría haber sucedido para mejor. Pero una vez más el
país resucitó, y la expansión asiria comenzó en un nuevo posicionamiento.
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Las deportaciones masivas de población de las nuevas regiones conquistadas no
eran nuevas en Asiria, y no eran siquiera una invención asiria. Sin embargo, la escala
en las cuales ellas fueron practicadas por Tiglath-pileser III y sus sucesores superaron
toda la historia previa registrada debiendo ser consideradas como un fenómeno nuevo,
casi como un nuevo sentido de gobierno. Solamente las inscripciones de Tiglath-
pileser III, Sargon II, y Sennacherib mencionan más de 1.000.000 deportados, los
cuales explican más del 80 por ciento de toda la gente desplazada entre 745 a. C. y el
fin del imperio (Oded 1979). Aún teniendo en cuenta que estos números deben ser
utilizados con cuidado, ellos expresan un cierta medida de la magnitud que revela la
escala de la nueva política (De Odorico 1995: 170-6).
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es Ekron una ciudad del interior filisteo, la cual creció bastamente en tamaño después
del 700 a. C, para convertirse en el más grande centro de producción de aceite de
oliva en la antigüedad (Gitin 1997). Tal concentración industrial sólo puede haber
ocurrido desde el impulso asirio, y la razón de esta concentración puede haber sido
para facilitar la producción y especialmente la distribución de los productos, la logística
de transporte favoreciendo a un gran centro de producción sobre una miríada de
centros más pequeños. También parece que una parte de la producción textil estaba
concentrada en Ekron para hacer un máximo uso de las facilidades y de la mano de
obra localizadas allí, dado que la producción de aceite de oliva duraba sólo cuatro
meses.
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[54] Las inscripciones mostraron un interés creciente en dar distancias en millas para
trasmitir una idea del tamaño del imperio y de lo remoto de sus regiones exteriores. En
arte, Sennacherib encargó relieves abandonando antiguo plano, unidimensional, y la
demostración parecida a una tira de imágenes por una más compleja iconografía
favoreciendo la vista expansiva, y la perspectiva de “ojo de ave”1, un nuevo arreglo del
espacio sin duda influenciado por el ampliado y profundo horizonte del imperio
(Russell 1991: 191-222). La ciencia y particularmente la cosmología fueron también
impactadas, con textos que ahora median las distancias cósmicas en cientos de miles
de millas, saliéndose nítidamente, de este modo, de la tradición, la cual veía al cosmos
como un lugar bastante pequeño, mesurable y cuantificable en la misma escala que la
Tierra (Horowitz 1998:179-86).
1
O “Perspectiva top‐down” ( perspectiva arriba‐abajo ). [N. de R.]
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fallaron. Desde su toma del poder su hijo Esarhaddon (680-669 a. C. ) inmediatamente
revirtió tomando una actitud conciliadora más tradicional la cual básicamente no iba a
cambiar bajo sus sucesores, aún después de la supresión de la revuelta de Ṧamaš-
šum-ukin en 648 a. C. La actitud asiria oficial hacia Babilonia fue entonces muy similar
a la actitud romana hacia los griegos después de su conquista de Grecia y los reinos
helenizados, una actitud deferente hacia la superioridad cultural mezclada con una
cierta actitud protectora que nacía del reconocido rol del nuevo poder imperial como
custodio de una civilización compartida. Sin embargo, el lento conflicto ideológico halló
una clara resolución sólo con el colapso de Asiria y su rápido reemplazo por un
imperio dominado desde Babilonia.
Al final del siglo séptimo todo se encaminó hacia un fin bastante rápido. Se ha
convertido casi en un cliché de la escritura asiriológica maravillarse, a veces incluso
expresar pesar ante el repentino colapso de Asiria y tratar de hallar alguna explicación
sobre lo que es generalmente considerado un evento no natural, un accidente
histórico, algo que no debería haber ocurrido. Sin embargo, una rápida revisión de la
historia mundial, especialmente en el Cercano [55] Oriente, demostrará que los
imperios generalmente tienden a desintegrarse y caer rápidamente. Esto se debe a su
misma naturaleza. Los imperios a menudo sufren de una sobre-extensión de recursos
y de una extrema centralización de la toma de decisiones, lo cual facilita el colapso de
toda la estructura si el núcleo es exitosamente atacado. Asiria ciertamente no cayó
más rápidamente que sus sucesores los imperios babilónico o persa, los cuales
desaparecieron de la escena mundial incluso más rápido de lo que surgieron. Incluso
el Imperio Romano Occidental se desintegró completamente en el espacio de dos
generaciones en el siglo V de nuestra era.
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tecnología militar, mientras que estructuralmente permanecieron masivamente
agrarios y económicamente atrasados en comparación con las emergentes economías
capitalistas de Europa Occidental.
El imperio babilónico
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alabándola como''la sólida frontera tan antigua como el tiempo inmemorial”, como “la
escalera al cielo, la escalera al infierno”, y con muchos epítetos exaltando su creación
en tiempos primitivos
y su condición de residencia favorita de los dioses (Beaulieu 2000b: 307-8). El
aspecto exterior de la ciudad en la época de Nabucodonosor II (604-562 a. C.), cuando
la mayoría de las obras de construcción se llevaron a cabo, inmediatamente debe
haber recordado al espectador de la ciudad, como el centro del cosmos, el pasaje
entre el cielo, la tierra y el inframundo, con los ladrillos deslumbrantes de color azul de
las puertas ceremoniales fusionados en el color marrón claro de las paredes y
edificios, como el cielo y las dunas de arena encontrándose en el horizonte. El
principal motivo decorativo en el palacio de Nabucodonosor fueron las altas y
estilizadas palmeras de la sala del trono erguidas contra las paredes. Prácticamente
nada de la manifestación artística de los palacios asirios sobrevivieron en la
iconografía del imperio babilónico, ni siquiera los guardianes colosales de pie en sus
puertas. En Babilonia, tales guardianes fueron representados en los relieves de
ladrillos moldeados, de pie en filas superpuestas en las puertas de la ciudad.
Literalmente flotando en el cielo azul de los ladrillos vidriados, que no poseían nada de
la inmediatez y la realidad de sus equivalentes asirios. Vivían en la esfera cósmica de
la ciudad ideal, no en el mundo concreto de la técnica real de fuerza y de poder.
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reyes Neo-Babilónicos se obtiene la sensación de una negación sistemática del hecho
imperial, en contraste con el ejercicio obvio en la práctica.
[57] Las razones de esta negación ideológica están abiertas a la especulación. Tal vez
los babilonios, que nunca había tenido un verdadero imperio, no hicieron uso del
dominio universal el tiempo suficiente como para ser capaces de crear un vocabulario
político adecuado. Sin embargo, había modelos a imitar, por lo menos el modelo asirio,
cuyo recuerdo permanecía aún fresco. Pero varias veces las inscripciones oficiales del
imperio babilónico comentaban la caída de Asiria, y casi siempre con la misma
explicación teológica, que había sido causado por un castigo divino por los crímenes
cometidos en el pasado por reyes asirios, principalmente Senaquerib, en contra de los
centros de culto de Babilonia. En la inscripción de Nabopolasar el argumento teológico
se ha desarrollado aún más en una glorificación de la vida contemplativa del rey
devoto, representando al modelo babilónico, en contraste con la brutalidad del
gobernante impío, ilegítimo que confiaba sólo en las hazañas de la fuerza y el poder,
lo que representa al modelo asirio (Beaulieu, 2003a). Y la historia había demostrado
que la piedad de Babilonia había triunfado sobre la arrogancia y el salvajismo asirio.
La negación babilónica del imperio puede tener su origen en esta condena moral hacia
Asiria por los teólogos.
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pueden haber tenido su origen en el período neo-asirio, otros fueron establecidos bajo
el dominio babilónico. Esto es cierto para Surru (Tiro), que aparece en la
documentación cuneiforme poco después de la captura de su famoso homologo
fenicio por Nabucodonosor (Joannès 1982). Al igual que en la Asiria imperial, la
afluencia de extranjeros debe haber aumentado la diversidad de la composición de la
población de Babilonia. Babilonia debió haberse convertido en una realmente
cosmopolita Babel, sólo a juzgar por los pocos textos publicados del palacio de
Nabucodonosor. Estos registran sobre todo, las asignaciones de raciones a los
deportados y a otros extranjeros estacionadas en la capital. Entre las varias personas
que figuran encontramos filisteos de Ashkelon, fenicios de Tiro, Biblos y Arwad,
elamitas, medos, persas, egipcios, griegos (aquí llamado jonios), y lidios (Weidner
1939).
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A diferencia de lo que sucedió en Asiria, el fin del imperio babilónico no causó
la desaparición del núcleo urbano de Babilonia. Las ciudades de Babilonia habían
prosperado antes del imperio y continuaron haciéndolo bajo las monarquías persas y
helenísticas. El imperio había traído una afluencia de riquezas a Babilonia y a las
antiguas ciudades de Sumer y Akkad, permitiendo una actividad arquitectónica sin
precedentes, patrocinada por los reyes. Aún cuando el botín de conquista y el tributo
no fueron la principal fuente de riqueza para la Babilonia imperial, si juzgamos por el
hecho de que bajo el dominio persa, aún después de la pérdida de independencia
política, Babilonia contribuyó con grandes cantidades de metales preciosos en
impuestos a la tesorería. Con tanta riqueza natural es sorprendente que los babilonios
nunca hayan mirado más allá de Babilonia en la elaboración de su ideología de poder
y de su concepción geográfica del mundo.
El Imperio Persa
[59] Los Persas, liderados por la familia gobernante llamada los Aqueménidas,
ciertamente poseían un genio innato para cooptar la administración y la estructura de
los reinos que ellos conquistaban, y esto debe explicar en cierta medida su éxito. Las
fuentes egipcias y babilónicas revelan que la transición al dominio persa fue
notablemente suave. El antiguo imperio babilónico permaneció entero por un largo
tiempo, formando la satrapía, o provincia, de “Babilonia y Transeufrates”, la cual duró
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por lo menos hasta el final del reinado de Dario (521-486 a. C.), más de medio siglo
después de la conquista de Babilonia (Stolper 1989). La superposición de las
instituciones imperiales aqueménidas, fue, por consiguiente, lenta y cautelosa. Su
función era asegurar el flujo regular de los impuestos al centro para el mantenimiento
de la corte y de los militares. Durante todo el período de dominio persa una de las más
llamativamente atestiguadas instituciones aqueménidas en los documentos
babilónicos fue el régimen de las colonias militares, la cual fue particularmente bien
documentada, aunque indirectamente, en los archivos de la familia Murashu de Nippur
(Stolper 1985: 70-103).
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Puede ser objetado que tal armonía existía sólo como una afirmación
ideológica, sin embargo, uno sospecha que realmente nos dice algo sobre la vida del
imperio persa. La relativa facilidad con que el dominio aqueménida fue instalado y
mantenido sin disturbios por tan largo período, 539 a 331 a. C. contrasta con las
enormes dificultades encontradas por los constructores de los imperios asirios y
babilónicos en los tres siglos [60] anteriores. Asiria estaba sobre todo rodeada por
estados rivales enemigos y poderosos, y el imperio podía ser mantenido solo por
costosas campañas anuales. Incluso en el siglo VII, cuando alcanzó una masa crítica,
las rebeliones siempre se estaban gestando en una u otra de sus provincias, a
menudo alentadas por sus rivales de gran alcance. Los países más distantes, como
Egipto, eran controlados brevemente y nunca totalmente. El imperio babilónico llegó a
un equilibrio más armonioso con sus vecinos, pero su posición hegemónica fue
constantemente puesta en jaque por poderosos competidores como Egipto y Persia.
Con los persas todos estos antiguos poderes rivales finalmente se unieron en un
enorme espacio administrativo y económico. No hay que olvidar que el trabajo de
imponer la idea y la estructura imperial ya había sido llevada a cabo antes de que los
persas entraran en la escena. En este sentido los aqueménidas le dieron a la
Mesopotamia un imperio mundial con un vasto hinterland que ni Asiria ni Babilonia han
alcanzado jamás, aunque ellos han tomado los pasos iniciales más difíciles en esa
dirección. Un ingrediente importante del éxito aqueménida fue precisamente esta
ausencia de poderes competidores, lo cual permitió a la élite gobernante ejercer su
hegemonía mucho más eficientemente, a la vez usando mucha menos fuerza y
represión que cualquier otro Estado imperial previo.
El hecho de que la élite gobernante persa fuera una muy pequeña minoría en el
Imperio también cuenta para un ejercicio de poder bastante tolerante. La aculturación
forzada de los pueblos conquistados era impensable y ni siquiera deseada. Como los
manchúes en China durante el período Qing (1644-1911 d. C.), los persas formaron
una fina capa aristocrática la cual podía sobrevivir sólo adaptándose a las naciones
que conquistaron como si estuvieran cooptadas dentro del rápido crecimiento de la
estructura imperial. Los aqueménidas formaron una clase gobernante étnicamente
homogénea (Briant 1987). El acceso a esa clase estaba severamente restringido por el
miedo de ser diluida en la masa de súbditos, y por las mismas razones la
persianización no era alentada por el Estado, siendo el propósito principal mantener
los privilegios de esa compacta y celosamente cuidada aristocracia. Los aqueménidas
no previeron una remodelación dramática o reestructuración de sus conquistas, ya que
tales políticas no eran necesarias para asegurar la función básica de la estructura
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imperial. Efectivamente, estas políticas hubieran sido contraproducentes y hubieran
hecho peligrar la verdadera razón de ser del Estado.
Más lecturas
18
Wiesehofer 1996. Briant 2002 es la proeza de la escritura histórica con un análisis en
profundidad de las fuentes griegas.
Referencias:
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