Está en la página 1de 21

UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO

FACULTAD DE HUMANIDADES Y ARTES

ESCUELA DE HISTORIA

HISTORIA DE ASIA Y ÁFRICA I

PROFESORA TITULAR: CRISTINA I. DI BENNARDIS

BEAULIEU, Paul-Alain “World hegemony 900-300 BCE” en: SNELL, Daniel


(Ed.) A companion to the ancient Near East, Blackwell, Oxford, 2005, pp. 48-61
Traducción para uso interno de cátedra: Ailén A. Longhi y Eugenia Prevedi,
2011.
Revisión técnica: Leticia Rovira, 2011.

“Hegemonía mundial 900-300 a. C”

[48] Entre el noveno y el cuarto siglo a. C., el Cercano Oriente fue gobernado por una
sucesión de Estados que se merecen por completo la designación de “imperio’’. El
primero fue Asiria, que luego de un período de crecimiento y de crisis entre el 930 y
745 a. C., logró el verdadero status de imperio centralizado bajo Tiglat-pileser III
(745-727 a. C.), permitiendo eventualmente a la dinastía Sargónida (721-610 a. C.,)
ejercer su hegemonía sobre la región entera. El segundo, Babilonia (610-539 a. C.,),
surgió inmediatamente de las ruinas del imperio Asirio y heredó la mayor parte de su
territorio. El tercero, el persa o el imperio Aqueménida (539-331 a. C.), sustituyó al
imperio babilónico casi de la noche a la mañana en el otoño de 539 a. C., y creció
hasta llegar a dominar vastos territorios desde Afganistán, en el este de Tracia en
Europa y Nubia, en el noreste de África, durante un período de dos siglos. Finalmente,
después de su conquista del imperio persa, Alejandro Magno estableció las bases de
un imperio greco-macedonio aún mayor, que se desintegró rápidamente luego de su
muerte, pero hacia el final del cuarto siglo, la casa real fundada por su general Seleuco
había establecido firmemente su dominio sobre el núcleo del imperio de Alejandro.

La primera pregunta que se plantea el concepto mismo de “hegemonía


mundial'', es principalmente cómo esa hegemonía era entendida en el vocabulario
político nativo del Antiguo Cercano Oriente. La segunda cuestión es, si podemos
afirmar que el período que se extiende entre el 900 y 300 a. C., se caracterizó por una
nueva fase de la hegemonía mundial, la cual difería sustancialmente de lo que la
había precedido, tanto en nuestro punto de vista como en la antigua percepción. Sin

1
duda fue una visión común en la antigüedad que durante el primer milenio a. C., el
mundo conocido hasta entonces había experimentado una sucesión de hegemonías
en una escala nunca antes vista, que se habían sucedido sin ningún tipo de período
intermedio de fragmentación política. Esas visiones han circulado por lo menos desde
comienzos del período Helenístico y han encontrado una expresión literaria y espiritual
en el Libro de Daniel, en el cual se conciben la visión y el sueño metafórico en los
capítulos 2 y 7, una sucesión de cuatro hegemonías: la babilónica, la meda, la persa, y
por último, la greco-macedonia, cada reino inferior al precedente, la desintegración del
último que conduce a un clímax escatológico (Hartman and Di Lella 1978: 29–42).

[49] La visión geopolítica de la época se ejemplifica en el mapa babilónico del


mundo, donde Babilonia se encuentra apenas un poco lejos del centro de un mundo
aproximadamente circular, mientras que el texto en su conjunto exhibe un notable
horizonte geográfico limitado (Horowitz 1998: 20–42). El mapa se puede fechar
aproximadamente en el octavo o en el temprano siglo séptimo, y la visión que presenta
da cabida a ambas pretensiones de hegemonía, tanto la babilónica como la asiria,
como así también la Mesopotamia y su entorno inmediato fueron presentados como
coextensivo del mundo civilizado.

Se destacan dos rasgos que hicieron que los imperios del primer milenio fueran
radicalmente diferentes de lo que los precedió. En primer lugar, hubo una ruptura de
los modelos imperiales anteriores al nivel de una transformación estructural que los
imperios del primer milenio aplicaron tanto en el núcleo como en la periferia imperial
conquistada en el curso de su expansión. En segundo lugar, mientras que los imperios
anteriores habían sido más bien efímeros, Asiria en el primer milenio finalmente se
convirtió en algo no visto antes, no sólo en escala, sino también en una nueva y
distintiva estructura imperial, su expresión ideológica, y sobre todo su éxito a largo
plazo.

Al igual que Roma, la historia de Asiria no era sólo la historia del crecimiento de
un imperio, sino también la historia del crecimiento de una idea imperial. Aunque el
imperio asirio finalmente se derrumbó bajo el asalto combinado de los medos y los
rebeldes babilonios, la estructura que había creado en última instancia, sobrevivió
porque no hubo ningún intento serio de volver al estado anterior de fragmentación
política. La contribución más duradera de Asiria fue crear como hecho irreversible el
imperio e inculcarlo profundamente en la cultura política de Oriente Próximo que
ningún modelo alternativo de éxito pudo impugnarlo de hecho, casi hasta la era

2
moderna. Ahí está el cambio radical de las formas tempranas del imperialismo del
Cercano Oriente.

El imperio asirio

Lo que parece ser más notable de Asiria es su dinamismo en el siglo IX, en un


momento en que casi todas las demás regiones del Cercano Oriente y el Mediterráneo
Oriental, aún estaban conmocionados por la depresión económica y demográfica que
había acompañado la transición a la edad del hierro alrededor de 1000 a. C. La
capacidad de los primeros reyes Neo-asirios para imponer masas de tropas nativas
para su programa de conquista y poner en marcha además, un programa de
recolonización de las zonas que anteriormente perdídas por los invasores arameos,
probablemente significa que el país experimentó en ese momento un muy fuerte
crecimiento demográfico. El renacimiento de Asiria del siglo IX culminó con
Asurnasirpal II (883-859 a. C.) y su hijo Shalmanezer III (858-824 a. C.), quien trasladó
la residencia real de Assur al sitio más septentrional de Kalhu (la actual Nimrud) y creó
un sistema provincial que más tarde se convirtió en la espina dorsal del imperio y la
garantía de su estabilidad.

La fundación de Asurnasirpal de una nueva capital y el palacio real en Kalhu


fue más tarde imitado por Sargón II en Dur-Sharrukin y Senaquerib en Nínive mientras
que Tiglat-pileser III, Asaradón y Asurbanipal construyeron palacios en un centro
administrativo ya existente. Construir una nueva capital fue una decisión trascendental
para el futuro de la monarquía asiria. Aumentó la lejanía del rey, encerrado en un [50]
inmenso palacio y al parecer totalmente inaccesible para la mayoría de los asirios,
asemejándose más y más a la imagen de cartón del déspota oriental de la imaginación
romántica europea. Sin embargo, al mismo tiempo se favorece la individualización de
la expresión del poder. Todo rey con una personalidad dominante y suficientes
recursos podía ahora intentar colocar su propio sello en la expresión ideológica de la
monarquía, especialmente en los relieves decorativos del palacio, casi exclusivamente
centrados en el rey como héroe y encarnación del Estado asirio. Este enfoque sobre la
persona heroica y creativa del rey es típicamente asiria y se observa también en el
ámbito de la historiografía con la elaboración del género de los anales (Tadmor, 1997).
Estos fueron registros, organizados cronológicamente, de las conquistas del rey y
otras hazañas, narrados en primera persona.

La construcción de Kalhu es también muy significativa porque proporciona el


primer ejemplo importante de la reestructuración sistemática que se convirtió en la
característica predominante del estado asirio bajo Tiglat-pileser III y los Sargonidas. En

3
este caso, los esfuerzos de reestructuración de Asurnasirpal se centraron más en el
centro que en la periferia, la cual bajo su reinado era todavía un territorio a ser atacado
más que controlado de forma permanente. Pero la riqueza acumulada gracias a las
campañas incesantes hacia el oeste le permitió reunir los recursos suficientes y mano
de obra para convertir a Kalhu en una capital impresionante, poblada de manera
significativa de asirios de viejo cuño y de deportados de las regiones recién
conquistadas, sin duda, síntoma de una nueva visión del poder y del Estado.

Con Shalmanezer III (858-824 a. C.) las políticas de Assurnasirpal eran en


gran parte llevadas a cabo, con un mayor esfuerzo para reducir a los diversos Estados
arameos y otros del Levante a clientes de Asiria. Shalmanezer III también consolidó y
extendió el sistema provincial en las regiones al este del Éufrates, dentro de la
tradicional esfera de interés asirio. Este sistema provincial, que probablemente se
originó en la creación de una red de fortalezas y centros de abastecimiento para las
campañas anuales del ejército, fue la contribución más original de Asiria a la
gobernabilidad imperial. A su vez el Estado asirio salió radicalmente de los imperios
anteriores creados por los hititas de Anatolia central y los hurritas de Mitanni en el
norte de Siria, que eran poco más que conjuntos feudales de reinos vasallos y algunos
territorios administrados directamente bajo el control flexible de la casa real. El nuevo
sistema provincial tendía a mezclar y a asirianizar las tierras conquistadas, y haciendo
la administración imperial más eficiente, allanando el camino para un mayor
intervencionismo. Además, a pesar de la ocasional cooptación de las élites locales en
el sistema de control asirio y el hecho de que las capitales provinciales eran a menudo
los antiguos asientos de las dinastías locales, la asirianización de una región se logró
por lo general de dos maneras diferentes: por la destitución de la parte superior de los
ex grupos gobernantes y el nombramiento de asirios, del corazón de la tierra asiria,
para administrar la provincia, y principalmente por la deportación de la población y
reubicación de centros de producción que destruyeron las lealtades locales y a
menudo alterando seriamente el carácter económico de una región.

Un buen ejemplo de la asirianización durante el siglo IX es Til Barsib (la


moderna Tell Ahmar) sobre el Éufrates en Siria, la capital del antiguo reino arameo de
Bit-Adini, que se integró en el territorio asirio por Shalmanezer, no mucho después de
sus primeras campañas en el oeste y fue renombrado como “Puerto Shalmanezer’’
(Sader 1987:47–98). [51] Shalmanezer finalmente capturó a Ahunu, el líder de Bit-
Adini, y afirmó haber deportado 22.000 personas de su pueblo a Asiria. Un gran
palacio asirio fue construido en la acrópolis de Til Barsib, y la decoración de sus
paredes pintadas representaban escenas típicas de los palacios asirios del primer

4
milenio, sin concesiones al gusto ni a la cultura local. Esta iconografía demuestra el
deseo de exportar el centro de Asiria y duplicarlo en las provincias, el deseo de
transformar y hacer ''asirios”.

Este deseo de hacer asirios fue transmitido en el lenguaje de los anales e


inscripciones reales a través de una serie de expresiones que mantuvieron una muy
fuerte distinción ideológica entre la “tierra de Assur” y el mundo exterior, compuesto en
primer lugar por Estados clientes ligados al rey asirio a través de varios tipos de
acuerdos y tratados, y luego los estados periféricos no reducidos todavía a la
condición de vasallos. A menudo los historiadores modernos hacen una distinción
entre la Asiria propiamente dicha y el imperio Asirio, Asiria hace referencia
específicamente a la región triangular en la parte alta del río Tigris, que constituyó la
originaria tierra natal de los asirios. Sin embargo, en el vocabulario político nativo no
hay distinción alguna, excepto en una manera bastante elusiva. Cuando una región
conquistada, por muy distante que estuviera del centro, devenía en una provincia, se
convertía en parte de Asiria, la “tierra de Assur'', y la gente se convertía en sujetos
asirios. La deportación de población extranjera, en su mayoría arameos, al centro
asirio y la exportación de administradores asirios, de arquitectura y de cultura a las
provincias, convirtió a la asirianización en una realidad que gradualmente iba
erradicando las diferencias entre las zonas del imperio que previamente fueron
distintas culturalmente, al grado de que en la ciudad de Harran en el norte de Siria,
muy por fuera de la zona original de Asiria, pudo convertirse en la última capital asiria
después de la caída de Nínive en el 612 a. C. Siria misma probablemente deba su
nombre a los vividos testimonios de la antigua percepción de que las dos regiones
eventualmente se fusionaron en un sçolo país (Frye 1992). El proceso también fue
recíproco, ya que fue acompañado por un arameización gradual de la tierra natal de
Asiria con la afluencia de los deportados del oeste.

Asurnasirpal II y Shalmanezer III sólo iniciaron el proceso de homogeneización


y Asiria tuvo que someterse a una grave crisis antes de que la expansión territorial y
la consolidación se reanudaran. El período de crisis, que duró más de setenta y cinco
años (827-745 a. C.), comenzó con una rebelión en el centro asirio que duró varios
años y suele interpretarse como una reacción de la antigua nobleza contra la
expansión del sistema provincial que proponia una nueva clase de favoritos reales. Y,
en efecto, después de la supresión de la rebelión, la influencia de esta nueva nobleza
de altos oficiales aumentó de manera espectacular, sobre todo la influencia del
comandante en jefe del ejército, cuyo poder a menudo hubo eclipsado la autoridad del
rey. El norteño estado de Urartu planteó un serio desafío a la hegemonía asiria, y junto

5
con sus aliados del norte sirio dominaba las redes de comercio, creando graves
problemas económicos para Asiria. La extensión de la autoridad real fue a veces muy
limitada, mientras que algunos gobernadores provinciales actuaban casi como
monarcas independientes. Si factores más fuertes de desintegración hubieran estado
trabajando, Asiria podría haber desaparecido por completo, o reducirse a la
insignificancia completa como había sido al final del período Medio Asirio en el 1076 a.
C., exceptuando que esta vez podría haber sucedido para mejor. Pero una vez más el
país resucitó, y la expansión asiria comenzó en un nuevo posicionamiento.

[52] Los historiadores generalmente consideran a Tiglath-pileser III (745-727 a. C.)


como el verdadero fundador del imperio asirio, aunque es obvio que en muchas de sus
prácticas él, sólo sistematizó y expandió antiguas prácticas administrativas. Un paso
importante que él tomó fue el de remodelar el sistema provincial, primero dividiendo
las provincias muy grandes, de este modo previno que los altos oficiales provinciales
se convirtieran en muy poderosos, y segundo, expandiendo el sistema por primera vez
al oeste del Éufrates, donde un gran número de provincias fueron creadas en el inicio
de las campañas en contra de los pequeños reinos de Siria y el Levante. Al abolir la
vieja frontera entre la tierra de Assur y los reinos clientelares del oeste, Tiglath-pileser
de hecho inauguró la verdadera fase imperial de Asiria, y después de él casi todas las
nuevas tierras conquistadas automáticamente se convirtieron en provincias,
empujando las fronteras de Asiria más allá de los límites alcanzados por cualquiera de
los emperadores del Cercano Oriente. Sin embargo, la expansión no se focalizó
exclusivamente en el oeste. Urartu fue implacablemente atacado hasta que fue
finalmente neutralizado al final del siglo VIII. Tiglath-pileser también invadió Babilonia y
ascendió en el trono babilónico bajo el nombre de Pulu, inaugurando el principio de
una doble monarquía mesopotámica. Esta oleada final de expansión llevó a Asiria
cerca de las fronteras de Egipto y Elam, los cuales también cayeron presas del apetito
territorial asirio durante los reinados de Esarhaddon y Assurbanipal en el siglo VII.

La rápida expansión del sistema de control imperial desde el 745 a. C. hasta la


caída de Nineveh en el 612 a. C. presentó un número de desafíos logísticos e
ideológicos, los cuales recibieron varias respuestas e intentos de solución. Los rasgos
dominantes de esta nueva fase fueron la intensificación del sistema de deportaciones
y de asentamientos forzados, una planificada política de racionalización económica
que afectó primariamente a las provincias, y finalmente el surgimiento de una cultura
imperial, celebrando los logros artísticos y literarios, y presentando al dominio asirio en
una más grandiosa, y a veces hasta magnánima luz.

6
Las deportaciones masivas de población de las nuevas regiones conquistadas no
eran nuevas en Asiria, y no eran siquiera una invención asiria. Sin embargo, la escala
en las cuales ellas fueron practicadas por Tiglath-pileser III y sus sucesores superaron
toda la historia previa registrada debiendo ser consideradas como un fenómeno nuevo,
casi como un nuevo sentido de gobierno. Solamente las inscripciones de Tiglath-
pileser III, Sargon II, y Sennacherib mencionan más de 1.000.000 deportados, los
cuales explican más del 80 por ciento de toda la gente desplazada entre 745 a. C. y el
fin del imperio (Oded 1979). Aún teniendo en cuenta que estos números deben ser
utilizados con cuidado, ellos expresan un cierta medida de la magnitud que revela la
escala de la nueva política (De Odorico 1995: 170-6).

Las deportaciones afectaron a todos, desde reyes hasta trabajadores


subalternos. Aunque quebrar la resistencia local y eliminar los centros de poder rivales
fue su objetivo primario antes del siglo VIII, durante el período imperial pareciera que
tuvieron también una herramienta de racionalización económica. Las deportaciones
fueron re-establecidas donde la mano de obra era necesaria, especialmente en la
propia Asiria, la cual parece haber sufrido una depresión demográfica en el tardío siglo
VIII y en el VII. Por supuesto, esto aumentó aún más el carácter cosmopolita del centro
asirio, especialmente aquellos de sus crecidas capitales palaciales, y al mismo tiempo
permitió a los no asirios, especialmente los arameos, ganar el acceso a posiciones de
responsabilidad, y eventualmente [53] desarrollar lealtad hacia el imperio (Garelli
1982; Tadmor 1982). Bajo Tiglath-pileser III el ejército asirio comenzó a incluir
contingentes vasallos, lo cual tornó al ejército de puramente asirio, basado en el
servicio militar real, en un ejercito imperial. El influjo de extranjeros debe haber creado
malestar entre los nativos asirios, cuya actitud hacia ellos probablemente penduló
entre la aceptación y la desconfianza, pero en este sentido Asiria no era diferente a
Roma, donde el proceso de romanización de las poblaciones conquistadas
inevitablemente llevó su influjo hacia el centro, incluso a nivel imperial, generando
actitudes similares de reconocimiento y hostilidad.

Los esfuerzos en la racionalización económica fueron particularmente bien


documentados en el Levante, la costa este del Mar Mediterráneo. Mientras áreas
enteras como el reino de Israel experimentaron despoblamiento planeado, otras se
expandieron demográfica y económicamente ya que fueron dirigidos por la
administración asiria a cumplir un rol específico en la estructura imperial. Esto era
especialmente cierto en los puertos fenicio y filisteo, los cuales recibían un trato
favorable a causa de su rol privilegiado de llevar al imperio hacia el contacto con las
más amplias redes comerciales del Mediterráneo. Un caso particularmente interesante

7
es Ekron una ciudad del interior filisteo, la cual creció bastamente en tamaño después
del 700 a. C, para convertirse en el más grande centro de producción de aceite de
oliva en la antigüedad (Gitin 1997). Tal concentración industrial sólo puede haber
ocurrido desde el impulso asirio, y la razón de esta concentración puede haber sido
para facilitar la producción y especialmente la distribución de los productos, la logística
de transporte favoreciendo a un gran centro de producción sobre una miríada de
centros más pequeños. También parece que una parte de la producción textil estaba
concentrada en Ekron para hacer un máximo uso de las facilidades y de la mano de
obra localizadas allí, dado que la producción de aceite de oliva duraba sólo cuatro
meses.

En el nivel cultural e ideológico, varios rasgos nuevos emergieron. Un logro


sobresaliente fue la biblioteca de textos cuneiformes reunidos por el Rey Assurbanipal
(668-627 a. C.) en Nineveh, la más amplia colección de literatura y textos escolares
jamás hallada en la Mesopotamia (Leichty 1988a; Potts 2000). En su conjunto y
organización es comparable, aunque a una escala más pequeña, con las otras
grandes bibliotecas del mundo antiguo, tales como aquellas de Alejandría en Egipto y
Pérgamo en Turquía del período helenístico. El mismo Assurbanipal afirmó que él
había sido formado en el arte de los escribas, y podía leer textos difíciles,
“inscripciones de antes de la inundación”, significando los tiempos primordiales, y su
compromiso personal con la biblioteca es evidente desde los colofones, los cuales
contienen información detallada sobre los textos y los clasificaba como de su
propiedad personal (Hunger 1968: 97-108). En todos los sentidos, pero especialmente
en su ambición de reunir en un solo lugar todo el conocimiento de una civilización, esta
biblioteca debe ser considerada como el típico logro prestigioso de una cultura imperial
segura de sí misma y en su cenit. Una impresión similar se obtiene de los relieves
piedras encargados por Assurbanipal para su palacio. En su refinamiento y sutileza,
amplitud temática y audacia de tratamiento, ellos superan todo lo producido antes en
ese medio, categorizados como unos de los logros artísticos superlativos de la antigua
Mesopotamia.

Un nuevo concepto de espacio apareció en el arte y en los textos. Ahora


hemos hallado declaraciones que dicen que los reyes asirios gobernaron desde el
horizonte hasta el distante cielo, afirmando conquistas localizadas en el fin del mundo
donde la gente nunca había oído el nombre del rey asirio, o que apenas sospechaban
la existencia de los asirios (Tadmor 1999).

8
[54] Las inscripciones mostraron un interés creciente en dar distancias en millas para
trasmitir una idea del tamaño del imperio y de lo remoto de sus regiones exteriores. En
arte, Sennacherib encargó relieves abandonando antiguo plano, unidimensional, y la
demostración parecida a una tira de imágenes por una más compleja iconografía
favoreciendo la vista expansiva, y la perspectiva de “ojo de ave”1, un nuevo arreglo del
espacio sin duda influenciado por el ampliado y profundo horizonte del imperio
(Russell 1991: 191-222). La ciencia y particularmente la cosmología fueron también
impactadas, con textos que ahora median las distancias cósmicas en cientos de miles
de millas, saliéndose nítidamente, de este modo, de la tradición, la cual veía al cosmos
como un lugar bastante pequeño, mesurable y cuantificable en la misma escala que la
Tierra (Horowitz 1998:179-86).

En la religión importantes cambios también tuvieron lugar bajo Sennacherib


(704-681 a. C.), quién en el inicio de las campañas de destrucción de Babilonia impuso
un número de reformas religiosas, las cuales aspiraban, principalmente a cooptar la
teología de Marduk creada por las elites intelectuales de Babilonia en las centurias
previas hacia una teología imperial exaltando al dios Assur (Machinist 1984/85). Estas
reformas también dieron primacía a las ciudades de Assur y Nineveh como centros
cósmicos, quitándole, de este modo, ese rol a Babilonia. El importante estatus de
Babilonia había sido propagado por una serie de mitos, rituales, y otros textos
religiosos los cuales proclamaban su rol como centro del universo. Este dogma creó
serios problemas ideológicos para los asirios por su dependencia cultural de la
erudición y la literatura de Babilonia. El conflicto ideológico empeoró cuando los
gobernantes de Asiria enfrentaron un creciente deseo de resolver la contradicción de
gobernar un imperio mundial desde Kalhu, Dur-Sarrukun, o Nineveh, mientras se
fomentaba una tradición literaria exaltando la centralidad de Babilonia, un conflicto
además exacerbado por la oposición incondicional de los babilonios al dominio asirio.
Entre las varias soluciones, alternadamente violentas y pacíficas, pero no
satisfactorias, la destrucción de Babilonia por Sennacherib fue sin duda la más radical.

Otro aspecto importante de las reformas de Sennacherib fue la identificación


del dios Assur con el primigenio dios Anshar, lo cual le dio al dios nacional de Asiria
una primacía teológica y un carácter universal en perfecta armonía con las nuevas
ambiciones asirias. Aunque la nueva teología de Assur/Anshar ganó un
reconocimiento duradero, los aspectos anti-babilonios de su reforma finalmente

1
O “Perspectiva top‐down” ( perspectiva arriba‐abajo ). [N. de R.]

9
fallaron. Desde su toma del poder su hijo Esarhaddon (680-669 a. C. ) inmediatamente
revirtió tomando una actitud conciliadora más tradicional la cual básicamente no iba a
cambiar bajo sus sucesores, aún después de la supresión de la revuelta de Ṧamaš-
šum-ukin en 648 a. C. La actitud asiria oficial hacia Babilonia fue entonces muy similar
a la actitud romana hacia los griegos después de su conquista de Grecia y los reinos
helenizados, una actitud deferente hacia la superioridad cultural mezclada con una
cierta actitud protectora que nacía del reconocido rol del nuevo poder imperial como
custodio de una civilización compartida. Sin embargo, el lento conflicto ideológico halló
una clara resolución sólo con el colapso de Asiria y su rápido reemplazo por un
imperio dominado desde Babilonia.

Al final del siglo séptimo todo se encaminó hacia un fin bastante rápido. Se ha
convertido casi en un cliché de la escritura asiriológica maravillarse, a veces incluso
expresar pesar ante el repentino colapso de Asiria y tratar de hallar alguna explicación
sobre lo que es generalmente considerado un evento no natural, un accidente
histórico, algo que no debería haber ocurrido. Sin embargo, una rápida revisión de la
historia mundial, especialmente en el Cercano [55] Oriente, demostrará que los
imperios generalmente tienden a desintegrarse y caer rápidamente. Esto se debe a su
misma naturaleza. Los imperios a menudo sufren de una sobre-extensión de recursos
y de una extrema centralización de la toma de decisiones, lo cual facilita el colapso de
toda la estructura si el núcleo es exitosamente atacado. Asiria ciertamente no cayó
más rápidamente que sus sucesores los imperios babilónico o persa, los cuales
desaparecieron de la escena mundial incluso más rápido de lo que surgieron. Incluso
el Imperio Romano Occidental se desintegró completamente en el espacio de dos
generaciones en el siglo V de nuestra era.

Por supuesto, cada caso es particular, y cual fue la debilidad específica de


Asiria la cual la hizo tan vulnerable a los ataque permanece todavía a la especulación.
Varios factores han sido invocados, tales como el pequeño tamaño del núcleo asirio en
relación al imperio, su declinación demográfica en el siglo VII, el hecho de que las
partes más ricas del Cercano Oriente estaban afuera de Asiria, mientras que Asiria en
si misma era sólo un conglomerado de pequeñas aldeas, con la excepción de Assur y
las grandes capitales, las cuales eran financiadas por los botines de las conquistas. En
el análisis final, tal vez Asiria ha sido un típico caso de un Estado el cual masiva y
exitosamente invirtió en un área, la militar, y construyó un imperio con la ayuda de un
instrumento poderoso y el incentivo de una irresistible ansia de ejercer poder. Uno se
acuerda de Rusia bajo Pedro el Grande, o Prusia en el siglo VIII, que lanzaron
ambiciosos programas de modernización selectiva y enormes inversiones en

10
tecnología militar, mientras que estructuralmente permanecieron masivamente
agrarios y económicamente atrasados en comparación con las emergentes economías
capitalistas de Europa Occidental.

Asiria, propiamente, y su extensión al norte de Siria parecen haber perdido todo


el dinamismo después de la caída de Nineveh. El gran imperio y las capitales
provinciales donde la población y los recursos habían sido concentrados declinaron
rápidamente, dejando al anterior corazón del imperio ampliamente ruralizado, un
remanso en el paisaje político de los estados sucesores. Tomó siglos antes de que
Asiria recuperara alguna importancia económica y política bajo los Partos, un hecho
que podría revelar que algunas debilidades estructurales la acosaron durante la última
fase del imperio. En resumen, el colapso de Asiria era quizás inevitable. La poderosa
alegoría de los imperios hallada en el Libro de Daniel, con su tema de la estatua con
una cabeza de oro y pies de barro, indica que en los tiempos antiguos se comprendía
perfectamente bien que los imperios tenían una inherente fragilidad oculta debajo de
su poder exterior.

El imperio babilónico

En Babilonia la antigua ideología de las ciudades-estado sumerias nunca


murió, a pesar de la unificación del país y la creación de una única monarquía
babilónica, durante el período Paleobabilónico (2004-1595 a. C.) A diferencia de Asiria,
Babilonia era un conglomerado de ciudades con tradiciones muy antiguas, construida
en torno a templos grandes y ricos, donde los dioses y diosas reinaron como
monarcas terrenales y dueños de la tierra. Este contraste fue reflejado en los planes
de construcción de dos monarquías. Considerando las gigantescas empresas de
arquitectura del período neo- asirio dirigido a exaltar el rey, aquellos los monarcas
neobabilónicos, [56] se dedicaron principalmente al cuidado de los dioses. Es cierto
que construyeron para ellos un palacio impresionante en Babilonia, y, si podemos
creer en informes posteriores acerca de los famosos Jardines Colgantes, no repararon
en gastos para proveer a su residencia con un encantador ambiente. Pero estamos
lejos de los palacios asirios, donde sus dueños pretenden convertirse en los centros
de la vida cósmica. En Babilonia, este papel no fue ocupado por la residencia real,
sino por la propia ciudad.

El énfasis sobre el rol cósmico de Babilonia en los textos, el arte y la


arquitectura fue la manifestación de un dogma, bien ilustrado por la inscripción de
Nabopolasar (625 -605 a. C.) que conmemoraba la restauración de la pared interna de
defensa de Babilonia. En el cuerpo de la inscripción había un himno a la pared,

11
alabándola como''la sólida frontera tan antigua como el tiempo inmemorial”, como “la
escalera al cielo, la escalera al infierno”, y con muchos epítetos exaltando su creación
en tiempos primitivos
y su condición de residencia favorita de los dioses (Beaulieu 2000b: 307-8). El
aspecto exterior de la ciudad en la época de Nabucodonosor II (604-562 a. C.), cuando
la mayoría de las obras de construcción se llevaron a cabo, inmediatamente debe
haber recordado al espectador de la ciudad, como el centro del cosmos, el pasaje
entre el cielo, la tierra y el inframundo, con los ladrillos deslumbrantes de color azul de
las puertas ceremoniales fusionados en el color marrón claro de las paredes y
edificios, como el cielo y las dunas de arena encontrándose en el horizonte. El
principal motivo decorativo en el palacio de Nabucodonosor fueron las altas y
estilizadas palmeras de la sala del trono erguidas contra las paredes. Prácticamente
nada de la manifestación artística de los palacios asirios sobrevivieron en la
iconografía del imperio babilónico, ni siquiera los guardianes colosales de pie en sus
puertas. En Babilonia, tales guardianes fueron representados en los relieves de
ladrillos moldeados, de pie en filas superpuestas en las puertas de la ciudad.
Literalmente flotando en el cielo azul de los ladrillos vidriados, que no poseían nada de
la inmediatez y la realidad de sus equivalentes asirios. Vivían en la esfera cósmica de
la ciudad ideal, no en el mundo concreto de la técnica real de fuerza y de poder.

Babilonia no fue la única ciudad en el centro del imperio. Sippar, Borsippa,


Nippur, Ur, Uruk, Kutha, y varias otras también clamaron por sus antiguas tradiciones
y los reyes neobabilónicos reconocieron su santidad prodigando grandes riquezas a
sus templos. Tal generosidad permitió publicitar su devoción, y por lo tanto asegurar
su legitimidad. Surgió un nuevo discurso oficial que proclamó la correcta performance
de los rituales religiosos y de los deberes y la meticulosa reconstrucción de santuarios
como la única razón de ser de la monarquía (Talon, 1993). Esta ideología acordaba
con lo que se refleja en los epítetos de los reyes, que se contentaron con los títulos de
“rey de Babilonia”, reflejando la centralidad cósmica de Babilonia, y “rey de Sumer y de
Akkad”, consagrando su deber de proveer los santuarios de Babilonia. Por lo general,
se abstuvieron de utilizar los antiguos títulos mesopotámicos, apelando al dominio
universal, como “el rey del mundo” y “rey de las cuatro cuartas partes” que había sido
parte del sostén principal de los títulos reales asirios. Sólo con Nabónido (555-539 a.
C.), que miró hacia atrás al período asirio y parece haber estado más preocupado que
sus pares con la expresión política del dominio universal, podemos encontrar alguna
resurrección limitada de los títulos imperiales. De la lectura de las inscripciones de los

12
reyes Neo-Babilónicos se obtiene la sensación de una negación sistemática del hecho
imperial, en contraste con el ejercicio obvio en la práctica.

[57] Las razones de esta negación ideológica están abiertas a la especulación. Tal vez
los babilonios, que nunca había tenido un verdadero imperio, no hicieron uso del
dominio universal el tiempo suficiente como para ser capaces de crear un vocabulario
político adecuado. Sin embargo, había modelos a imitar, por lo menos el modelo asirio,
cuyo recuerdo permanecía aún fresco. Pero varias veces las inscripciones oficiales del
imperio babilónico comentaban la caída de Asiria, y casi siempre con la misma
explicación teológica, que había sido causado por un castigo divino por los crímenes
cometidos en el pasado por reyes asirios, principalmente Senaquerib, en contra de los
centros de culto de Babilonia. En la inscripción de Nabopolasar el argumento teológico
se ha desarrollado aún más en una glorificación de la vida contemplativa del rey
devoto, representando al modelo babilónico, en contraste con la brutalidad del
gobernante impío, ilegítimo que confiaba sólo en las hazañas de la fuerza y el poder,
lo que representa al modelo asirio (Beaulieu, 2003a). Y la historia había demostrado
que la piedad de Babilonia había triunfado sobre la arrogancia y el salvajismo asirio.
La negación babilónica del imperio puede tener su origen en esta condena moral hacia
Asiria por los teólogos.

Pero había de hecho un imperio. Sin embargo, cómo se administró y cuánto se


cooptó del antiguo sistema provincial de los asirios siguen siendo preguntas abiertas.
La evidencia de Dur-Katlimmu en el noreste de Siria parece sugerir que los babilonios
sólo intervinieron y reutilizaron la antigua estructura administrativa asiria, pero hay
ausencia de textos para justificar ésto (Kühne 1997). Aparte de unos pocos
documentos, ningún archivo provincial de la parte occidental del imperio ha sido
descubierto. Los textos encontrados en el palacio real en Babilonia son en su mayoría
todavía inéditos, y las inscripciones oficiales no dan información alguna sobre las
conquistas militares. Si no fuera por las Series de Crónicas babilónicas, que sólo en
parte se conserva de ese período (Grayson 1975: 87-113), y la Biblia, no sabríamos
casi nada sobre el crecimiento del imperio.

En general, sin embargo, parece que las políticas de Babilonia fueron


modeladas sobre las prácticas asirias, en particular en relación con la reestructuración
de las regiones conquistadas. El caso de Jerusalén y el de Judá son bien conocidos
por la Biblia, pero no son los únicos. Varias ciudades pequeñas de Babilonia fueron
nombradas después de las ciudades del Levante, lo que sugiere que habían sido
poblados por los deportados desde el oeste. Aunque algunos de estos asentamientos

13
pueden haber tenido su origen en el período neo-asirio, otros fueron establecidos bajo
el dominio babilónico. Esto es cierto para Surru (Tiro), que aparece en la
documentación cuneiforme poco después de la captura de su famoso homologo
fenicio por Nabucodonosor (Joannès 1982). Al igual que en la Asiria imperial, la
afluencia de extranjeros debe haber aumentado la diversidad de la composición de la
población de Babilonia. Babilonia debió haberse convertido en una realmente
cosmopolita Babel, sólo a juzgar por los pocos textos publicados del palacio de
Nabucodonosor. Estos registran sobre todo, las asignaciones de raciones a los
deportados y a otros extranjeros estacionadas en la capital. Entre las varias personas
que figuran encontramos filisteos de Ashkelon, fenicios de Tiro, Biblos y Arwad,
elamitas, medos, persas, egipcios, griegos (aquí llamado jonios), y lidios (Weidner
1939).

En algunos aspectos, los métodos de gobierno de Babilonia superaron al de


los asirios en brutalidad. La política palestina de Nabucodonosor es un ejemplo de ello.
El año 604 vio la aniquilación de Ashkelon a raíz de la campaña de Nabucodonosor
para asegurarse el Levante en contra de las ambiciones de Egipto (Stager 1996). En
los años siguientes [58] Ecrón fue destruida de manera similar. La evidencia de la
destrucción planificada es masiva, y los sitios permanecieron desiertos hasta el
reinado de Ciro (538-530 a. C.), cuando los persas permitieron reanudar las
actividades.

Judá y su capital fueron devastadas de manera similar. Es posible que Babilonia no


tuviera los recursos necesarios para integrar y desarrollar el área en la misma manera
que los asirios habían hecho en el siglo anterior, y por lo tanto una política de tierra
quemada puede haber sido instituida con el fin de evitar que los egipcios pudieran
obtener un punto de apoyo en tales áreas. Un sector en el que los babilonios
disfrutaron de mayor éxito que sus predecesores fue en el norte de Arabia. El último
rey babilonio Nabonido fue capaz de asegurar toda la zona para el imperio llegando a
la actual ciudad de Medina. De acuerdo con las fuentes de Babilonia, construyó un
palacio en el oasis de Teima, donde fijó su residencia por unos diez años, y destruyó
las cabañas y los medios de subsistencia de la población nómade, probablemente con
la intención de obligarlos a establecerse en las zonas bajo el control imperial (Beaulieu
1989: 169-185). En este sentido, el imperio babilónico siguió los mismos métodos que
los asirios, a pesar del tenor oficial de las inscripciones reales que registran sólo las
obras piadosas y pacíficas de los gobernantes.

14
A diferencia de lo que sucedió en Asiria, el fin del imperio babilónico no causó
la desaparición del núcleo urbano de Babilonia. Las ciudades de Babilonia habían
prosperado antes del imperio y continuaron haciéndolo bajo las monarquías persas y
helenísticas. El imperio había traído una afluencia de riquezas a Babilonia y a las
antiguas ciudades de Sumer y Akkad, permitiendo una actividad arquitectónica sin
precedentes, patrocinada por los reyes. Aún cuando el botín de conquista y el tributo
no fueron la principal fuente de riqueza para la Babilonia imperial, si juzgamos por el
hecho de que bajo el dominio persa, aún después de la pérdida de independencia
política, Babilonia contribuyó con grandes cantidades de metales preciosos en
impuestos a la tesorería. Con tanta riqueza natural es sorprendente que los babilonios
nunca hayan mirado más allá de Babilonia en la elaboración de su ideología de poder
y de su concepción geográfica del mundo.

El Imperio Persa

Desde el tercer milenio varios estados y naciones con su centro de gravedad al


este de la Mesopotamia, ya sea en los montes Zagros, o en la llanura de Susa o
incluso más al este de la meseta iraní, han interactuado con la Mesopotamia. A veces
armoniosas, otras contradictorias, estas relaciones generalmente han tendido a
estabilizarse alrededor de un punto de equilibrio, los estados de Mesopotamia nunca
consiguieron controlar efectivamente esas regiones excepto por cortos períodos y con
un gran costo militar, mientras que los orientales atacaron ocasionalmente el territorio
mesopotámico, pero nunca consiguieron una ocupación duradera. Por qué de repente
en el siglo VI la balanza se inclinó a favor de los persas, sencillamente no lo sabemos.
Es probable que varios factores económicos, demográficos y tecnológicos trabajaran
en su favor, pero carecemos del tipo de información que hubiera hecho posible el
análisis de esos factores. La irrupción de los persas en la escena mundial y su rápido
éxito parece tan repentino e inexplicable como la del Islam en el siglo VII de nuestra
era. En un lapso relativamente corto de tiempo, los persas construyeron un imperio tan
extenso territorialmente, que incluso para los estándares modernos parece
extremadamente difícil de administrar.

[59] Los Persas, liderados por la familia gobernante llamada los Aqueménidas,
ciertamente poseían un genio innato para cooptar la administración y la estructura de
los reinos que ellos conquistaban, y esto debe explicar en cierta medida su éxito. Las
fuentes egipcias y babilónicas revelan que la transición al dominio persa fue
notablemente suave. El antiguo imperio babilónico permaneció entero por un largo
tiempo, formando la satrapía, o provincia, de “Babilonia y Transeufrates”, la cual duró

15
por lo menos hasta el final del reinado de Dario (521-486 a. C.), más de medio siglo
después de la conquista de Babilonia (Stolper 1989). La superposición de las
instituciones imperiales aqueménidas, fue, por consiguiente, lenta y cautelosa. Su
función era asegurar el flujo regular de los impuestos al centro para el mantenimiento
de la corte y de los militares. Durante todo el período de dominio persa una de las más
llamativamente atestiguadas instituciones aqueménidas en los documentos
babilónicos fue el régimen de las colonias militares, la cual fue particularmente bien
documentada, aunque indirectamente, en los archivos de la familia Murashu de Nippur
(Stolper 1985: 70-103).

Además, los gobernantes aqueménidas no trataron de persianizar a sus


súbditos de la misma manera en que los asirios y los romanos buscaron esparcir una
identidad imperial. Para los reyes asirios el mundo estaba dividido en asirios y no-
asirios, términos los cuales habían perdido su connotación étnica muy temprano, para
devenir en una expresión de la división política entre los súbditos asirios y todas los
pueblos a los que aún no se había subsumido al yugo del dios Assur. Con los
aqueménidas, por otro lado, los pueblos conquistados fueron reconocidos
completamente como distintos y dejados tranquilos siempre y cuando reconocieran su
estatus de vasallos dentro del imperio. No hay evidencia de la gran y, a veces, brutal,
reestructuración que caracterizó a los anteriores imperios mesopotámicos.

El arte imperial aqueménida refleja elocuentemente la naturaleza del dominio


persa. Era un arte compositivo, formado de elementos prestados yuxtapuestos, casi
sin alteraciones, de los mesopotámicos, egipcios, y otros pueblos sometidos del
imperio. Sin embargo, también tenía, a pesar de esto, un altamente distintivo,
inmediatamente reconocible estilo caracterizado por un ambiente frío y distante. El arte
aqueménida creaba la impresión de calma y armonía emergiendo del reconocimiento
de la diversidad del imperio, expresada en su repertorio de iconografía cosmopolita.
También hizo hincapié en la aceptación del dominio persa, expresado en una unificada
y sutilmente refinada estética, muy lejos de la técnica del poderoso arte de los asirios
que imprudentemente exaltaban los heroicos y a menudo brutales aspectos de la
monarquía. De hecho, no había escenas de guerra o humillación de los conquistados
en el arte aqueménida. La procesión de los pueblos sometidos a Persépolis
proclamaba sólo una participación de cada nación con sus propias tradiciones en la
celebración del poder aqueménida. Tal ideología no fue sólo deducida del arte, sino
que también fue hecha explícita en el acta de fundación de Dario I de Susa, la cual
específicamente nombró a todas las naciones del imperio las cuales proveyeron
artesanos para la construcción de la ciudadela de Susa (Lecoq 1997: 234-7)

16
Puede ser objetado que tal armonía existía sólo como una afirmación
ideológica, sin embargo, uno sospecha que realmente nos dice algo sobre la vida del
imperio persa. La relativa facilidad con que el dominio aqueménida fue instalado y
mantenido sin disturbios por tan largo período, 539 a 331 a. C. contrasta con las
enormes dificultades encontradas por los constructores de los imperios asirios y
babilónicos en los tres siglos [60] anteriores. Asiria estaba sobre todo rodeada por
estados rivales enemigos y poderosos, y el imperio podía ser mantenido solo por
costosas campañas anuales. Incluso en el siglo VII, cuando alcanzó una masa crítica,
las rebeliones siempre se estaban gestando en una u otra de sus provincias, a
menudo alentadas por sus rivales de gran alcance. Los países más distantes, como
Egipto, eran controlados brevemente y nunca totalmente. El imperio babilónico llegó a
un equilibrio más armonioso con sus vecinos, pero su posición hegemónica fue
constantemente puesta en jaque por poderosos competidores como Egipto y Persia.
Con los persas todos estos antiguos poderes rivales finalmente se unieron en un
enorme espacio administrativo y económico. No hay que olvidar que el trabajo de
imponer la idea y la estructura imperial ya había sido llevada a cabo antes de que los
persas entraran en la escena. En este sentido los aqueménidas le dieron a la
Mesopotamia un imperio mundial con un vasto hinterland que ni Asiria ni Babilonia han
alcanzado jamás, aunque ellos han tomado los pasos iniciales más difíciles en esa
dirección. Un ingrediente importante del éxito aqueménida fue precisamente esta
ausencia de poderes competidores, lo cual permitió a la élite gobernante ejercer su
hegemonía mucho más eficientemente, a la vez usando mucha menos fuerza y
represión que cualquier otro Estado imperial previo.

El hecho de que la élite gobernante persa fuera una muy pequeña minoría en el
Imperio también cuenta para un ejercicio de poder bastante tolerante. La aculturación
forzada de los pueblos conquistados era impensable y ni siquiera deseada. Como los
manchúes en China durante el período Qing (1644-1911 d. C.), los persas formaron
una fina capa aristocrática la cual podía sobrevivir sólo adaptándose a las naciones
que conquistaron como si estuvieran cooptadas dentro del rápido crecimiento de la
estructura imperial. Los aqueménidas formaron una clase gobernante étnicamente
homogénea (Briant 1987). El acceso a esa clase estaba severamente restringido por el
miedo de ser diluida en la masa de súbditos, y por las mismas razones la
persianización no era alentada por el Estado, siendo el propósito principal mantener
los privilegios de esa compacta y celosamente cuidada aristocracia. Los aqueménidas
no previeron una remodelación dramática o reestructuración de sus conquistas, ya que
tales políticas no eran necesarias para asegurar la función básica de la estructura

17
imperial. Efectivamente, estas políticas hubieran sido contraproducentes y hubieran
hecho peligrar la verdadera razón de ser del Estado.

Como había pasado con Asiria y Babilonia, el imperio de los aqueménidas


aparentemente se desmoronó como un castillo de naipes cuando se enfrentó con el
ataque de Alejandro Magno. ¿Deberíamos entonces concluir que el imperio sufría de
una debilidad estructural que lo hizo presa fácil del apetito de Alejandro? Tales
visiones fueron en verdad propagadas por escritores griegos del siglo IV, quienes
hicieron mucho para crear el mito de la decadencia e ineficacia persa a fin de proveer
una justificación moral para la conquista o simplemente para explicar la asombrosa
facilidad con la que se llevó a cabo. Esta visión de la decadencia constante
aqueménida, la cual ha sobrevivido en la historiografía moderna, ha sido
completamente desacreditada por las investigaciones recientes (Briant 1993). Distinto
de Asiria en las vísperas de su destrucción, parece que ni Babilonia en el siglo VI, ni el
Imperio persa en el IV mostraron ningún signo particularmente alarmante de
decadencia. Por el contrario, en ambos casos la explicación de su fracaso,
probablemente yace en los recursos superiores y la organización de sus enemigos. En
el caso de Persia una conquista sencilla fue imaginable, se puede ver que una vez
que [61] la clase gobernante étnicamente homogénea fuera exitosamente atacada y
removida, el entero edificio caería fácilmente en las manos de los agresores. Sin
embargo esto no significa que el imperio fuera un cuerpo enfermo, ya que en muchos
aspectos el Estado persa representó la culminación de la construcción imperial del
Antiguo Cercano Oriente, una síntesis final de las civilizaciones más antiguas en esa
parte del mundo antes de su transformación irreversible por el fermento del Helenismo.

Más lecturas

Parpola 1987a discute el eclipse de Babilonia y Asiria al final de la Edad de Bronce.


Boardman et al. 1991 ofrece estudios bien equilibrados de la historia política y cultural
de los imperios asirio y babilónico. Para el crecimiento del imperio asirio, ver Liverani
1988b y Postgate 1991-2, mientras que Parker 2001 ofrece una más detallada
evaluación basada en su frontera del norte. En el tema de los territorios conquistados y
el sistema provincial ver Grayson 1995. Reflexiones de la ideología asiria y
propaganda oficial en el arte y en los textos son tratados por Liverani 1979, Tadmor
1981, y Winter 1981. No hay hasta la fecha el tratamiento integral del Imperio
Babilónico, pero Brinkman 1984 ofrece una detallada evaluación de las condiciones
que lo llevaron a ese lugar. Para el imperio persa la introducción esencial es

18
Wiesehofer 1996. Briant 2002 es la proeza de la escritura histórica con un análisis en
profundidad de las fuentes griegas.

Referencias:

Beaulieu, P.-A. 1989: The Reign of Nabonidus King of Babylon 556–539 BC. New
Haven, CT:Yale University Press.

Beaulieu, P.-A. 2000b: “Neo-Babylonian Royal Inscriptions”. In Hallo, W. and K. L.


Younger (eds) 1997, 2000, 2002: The Context of Scripture. Three vols. Leiden: Brill.
:306–14.

Beaulieu, P.-A. 2003: “Nabopolassar and the Antiquity of Babylon”. Eretz-Israel, 27,
1*–9*.

Boardman, J., et al. (eds) 1991: The Assyrian and Babylonian Empires and Other
States of theNear East, from the Eighth to the Sixth Centuries BC. Cambridge, New
York: CambridgeUniversity Press.

Briant, P. 1987: “Pouvoir central et polycentrisme culturel dans l’empire achéménide” .


In H.Sancisi-Weerdenburg (ed.), Achaemenid History 1 ,Leiden:Nederlands Instituut
voor het Nabije Oosten, 1–31.

Briant, P. 1993: “L’histoire politique de l’empire achéménide: problèmes et méthodes”.


Revue des études anciennes, 95, 399–423.

Briant, P. 2002: From Cyrus to Alexander: A History of the Persian Empire. Winona
Lake, Eisenbrauns, French 1996

Brinkman, J. A. 1984: Prelude to Empire. Babylonian Society and Politics, 747–626


BC. Philadelphia, PA: University Museum.

De Odorico, M. 1995: The Use of Numbers and Quantifications in the Assyrian Royal
Inscriptions. Helsinki: Neo-Assyrian Text Corpus Project.

Frye, R. 1992: “Assyria and Syria: Synonyms.” Journal of Near Eastern Studies, 51,
281–5.

Garelli, P. 1982: “Importance et rôle des araméens dans l’administration de l’empire


assyrien”. In H. Nissen and J. Renger (eds), Mesopotamien und seine Nachbarn,
Berlin: Reimer, 437–47.

Gitin, S. 1997: “The Neo-Assyrian Empire and its Western Periphery: the Levant, with a
Focus on Philistine Ekron”. In Parpola, S. and R. Whiting (eds) 1997: Assyria 1995.
Helsinki: Neo-Assyrian Texts Corpus Project., 77–103.

Grayson, A. K. 1975: Assyrian and Babylonian Chronicles. Locust Valley, NY:


Augustin.

Grayson, A. K. 1995: “Assyrian Rule of Conquered Territory”. In Sasson, J. (ed.) 1995:


Civilizations of the Ancient Near East. Four vols. New York: Scribner’s., 959–68.

19
Hartman, L. and A. Di Lella 1978: The Book of Daniel. Garden City, New York:
Doubleday.

Horowitz, W. 1998: Mesopotamian Cosmic Geography . Winona Lake, IN:


Eisenbrauns.

Hunger, H. 1968: Babylonische und assyrische Kolophone. Kevelaer, Neukirchen-


Vluyn: Butzon and Becker, Neukirchener.

Joannès, F. 1982: “La localisation de urru à l’époque néo-babylonienne”. Semitica, 32,


35–43.

Kühne, H. 1997: Sheikh Hamad, Tell (Dur Katlimmu). In Meyers, E. (ed.) 1997: The
Oxford Encyclopedia of Archaeology in the Near East. New York: Oxford University
Press. 5, 25–6.

Lecoq, P. 1997: Les inscriptions de la Perse achéménide. Paris: Gallimard.

Leichty, E. 1988a: “Ashurbanipal’s Library at Nineveh”. Bulletin of the Canadian Society


for Mesopotamian Studies 15: 13–18.

Liverani, M. 1979: “The Ideology of the Assyrian Empire”. In M. Larsen (ed.), Power
and Propaganda, Copenhagen: Akademisk, 297–317.

Liverani, M. 1988b: “The Growth of the Assyrian Empire in the Habur/Middle Euphrates
area:a New Paradigm”. State Archives of Assyria Bulletin, 2, 81–98.

Machinist, P. 1984/85: The Assyrians and their Babylonian Problem: Some


Reflections.Jahrbuch (Wissenschaftskolleg zu Berlin) 353–64.

Oded, B. 1979: Mass Deportations and Deportees in the Neo-Assyrian Empire.


Wiesbaden:Harrassowitz.

Parker, B. 2001: The Mechanics of Empire. Helsinki: Neo-Assyrian Text Corpus


Project.

Parpola, S. 1987a: “Climatic Change and the Eleventh–Tenth-Century Eclipse of


Assyria and Babylonia”. Journal of Near Eastern Studies, 46, 161–82.

Postgate, J. N. 1991–1992: “The Land of Assur and the Yoke of Assur.” World
Archaeology, 23, 247–63.

Potts, D. 2000: “Before Alexandria: Libraries in the Ancient Near East”. In R. MacLeod
(ed.),The Library of Alexandria, London, New York: Tauris, 19–33.

Russell, J. 1991: Sennacherib’s Palace without Rival at Nineveh. Chicago, IL:


University of Chicago Press.

Sader, H. 1987: Les ètats aramèens de Syrie depuis leur fondation jusqu’à leur
transformation en provinces assyriennes. Wiesbaden: Steiner.

Stager, L. 1996: “Ashkelon and the Archaeology of Destruction: Kislev 604 BCE”. Eretz
Israel,25, 61*–74*.

20
Stolper, M. 1985: Entrepreneurs and Empire. Leiden: Nederlands Historisch-
Archaeologisch Instituut.

Tadmor, H. 1981: “History and Ideology in the Assyrian Royal Inscriptions”. In F. Fales
(ed.), Assyrian Royal Inscriptions, Rome: Istituto per l’Oriente, 13–33.

Tadmor, H. 1997: “Propaganda, Literature, Historiography: Cracking the Code of the


Assyrian Royal Inscriptions”. In In Parpola, S. and R. Whiting (eds) 1997: Assyria 1995.
Helsinki: Neo-Assyrian Texts Corpus Project., 325–38.

Tadmor, H. 1999: World Dominion: The Expanding Horizon of the Assyrian Empire. In
L. Milano (ed.), Landscapes, Territories, Frontiers and Horizons in the Ancient Near
East,Padua: Sargon, 55–62.

Talon, P. 1993: “Le rituel comme moyen de légitimation politique au ler millénaire en
Mesopotamie”. In J. Quaegebeur (ed.), Ritual and Sacrifice in the Ancient Near East,
Leuven:Peeters, 421–33.

Weidner, E. 1939: “Jojachin, König von Juda, in babylonischen Keilschrifttexten.” In


Mélanges syriens offerts a ` Monsieur René Dussaud, Geuthner: Paris, 923–35.

Wiesehofer, J. 1996: Ancient Persia. London, New York: Tauris.

Winter, I. 1981: “Royal Rhetoric and the Development of Historical Narrative in Neo-
Assyrian Reliefs”. Studies in Visual Communication, 7, 2–38.

21

También podría gustarte