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El humor (1927) Nota introductoria «Der Humor» Ediciones en alemén 1927 Almanach 1928, pigs. 9-16. 1928 Imago, 14, n° 1, pags. 1-6. 1928 GS, 11, pgs. 402-8. 1948 GW, 14, pags. 383-9. 1972 SA, 4, pags. 275-82. Traducciones en castellano* 1951 «El humor». RP, 8, n? 1, pégs, 74-8. Traduccién de Ludovico Rosenthal. 1955 Tgual titulo. $R, 21, pags. 245-52. El mismo tra- ductor. 1968 Igual titulo, BN (3 vols.), 3, pags. 510-4. 1974 Igual titulo. BN (9 vols.), 8, pags. 2997-3000. Freud escribid este articulo en cinco dias en la segunda semana de agosto de 1927 (Jones, 1957, pag. 146), y fue leido en su nombre por Anna Freud el 1? de setiembre ante el 10° Congreso Psicoanalitico Internacional, celebrado en Innsbruck. En el otofio de ese mismo aiio fue publicado en el Almanach psicoanalitico para 1928. Tras un intervalo de mds de veinte afios, retorna aqui al tema examinado en la ultima seccién de su libro sobre el chiste (1905c), considerandolo a la luz del nuevo cuadro estructural de la psique. Hacia el final del articulo emergen algunas interesantes cuestiones de metapsicologia, y por pri- mera vez se presenta al superyd bajo una faz amable. James Strachey * {CE la «Advertencia sobre la edicién en castellano», supra, pag. xiii y # 6,} 155 En mi escrito sobre El chiste y su relacién con lo incon- cieute (1905c) traté del humor, en verdad, sdlo desde el punto de vista econdémico. Me parecié haber hallado la fuente del placer procurado por el humor, y haber demostrado, segtin creo, que la ganancia de placer humoristico proviene del ahorro de un gasto de sentimiento.? El proceso humoristico puede consumarse de dos maneras: en una tinica persona, que adopta ella misma la actitud hu- moristica, mientras a la segunda persona le corresponde el papel del espectador y usufructuatio, o bien entre dos per- sonas, una de las cuales no tiene participacién alguna en el proceso humorfstico, pero la segunda la hace objeto de su consideracién humoristica. Para detenernos en el mas grosero ejemplo,” cuando el delincuente que es Ilevado al cadalso un lunes manifiesta: «jVaya, empieza bien Ja semana!», de- sarrolla él mismo el humor, el proceso humoristico se con- suma en su persona y es evidente que le aporta cierta com- placencia. A mi, el oyente no involucrado, me alcanza en cierto modo un efecto a distancia de la operacién humoristica del criminal; registro, quizd de manera semejante a él, la ganancia de placer humorfstico. El segundo caso se presenta cuando, por ejemplo, un lite- rato o un pintor describen con humorismo los modales de personas reales o inventadas. No hace falta que estas ultimas muestren humor ninguno, la actitud humoristica es asunto exclusivo de quien las toma por objeto y, como en el caso anterior, el lector o espectador pasa a participar del goce del humor. Resumiendo, entonces, uno puede dirigir la actitud humoristica —no importa en qué consista ella— hacia su propia persona o hacia una persona ajena; cabe suponer que brinda una ganancia de placer a quien lo hace, y que al espec- tador no involucrado le corresponde una pareja ganancia de placer. El mejor modo que tenemos de asir la génesis de la ganan- cia humorfstica es volvernos al proceso que sobreviene en el 1 (Cf, Freud (1905), AE, 8, pig. 223.) » [[bid., pags. 216-7.1 157 espectador ante el cual otro desarrolla humor. Ve a ese otto en una situacién que, previsiblemente, habra de producir los indicios de un afecto: se ecnojatd o quejard, exteriorizara dolor, se aterrorizard, espantara, acaso hasta se desesperar: y cl espectador-oyente estd pronto a seguirlo en eso, a dejar que nazcan en él idénticas mociones de sentimiento. Pero ese apronte de sentimiento recibe un desengaiio, el otro no exte- tioriza afecto alguno, sino que hace una broma; pues bien: del gasto de sentimiento ahorrado proviene el placer humo- ristico del oyente. Uno llega con facilidad hasta ese punto; pero en seguida se dice que el proceso que tiene lugar en el otro, en cl «humo- rista», es el que merece la mayor atencidn. No hay ninguna duda de que la esencia del humor consiste en ahorrarse los afectos a que habrfa dado ocasién Ia situacién y en saltarse mediante una broma la posibilidad de tales exteriorizaciones de sentimiento, En esa medida el proceso del humorista tiene que coincidir con el del oyente; mejor dicho: el proceso que adviene en este tiene que haber copiado al del humorista. Ahora bien, ¢cémo produce el humorista aquella actitud psiquica que le vuelve superfluo el desprendimiento de afecto, qué ocurre dindmicamente en él a raiz de «la actitud humoristica»? Es evidente que la solucién del problema debe buscatse en el humorista; en el oyente sélo cabe suponer un eco, una copia de ese proceso desconocido. Es tiempo de que nos familiaricemos con algunos carac- teres del humor. EJ humor no tiene solo algo de liberador, como el chiste y lo cémico, sino también algo de grandioso y patético, tasgos estos que no se encuentran en las ottas dos clases de ganancia de placer derivada de una actividad intelectual. Es evidente que lo grandioso reside en el triunfo del narcisismo, en Ia inatacabilidad del yo triunfalmente ase- verada. El yo rehdsa sentir las afrentas que le ocasiona la realidad; rehtisa dejarse constrefir al sufrimiento, sc empe- cina en que los traumas del mundo exterior no pueden to- carlo, y aun muestra que sdlo son para é1 ocasiones de ganan- cia de placer. Este ultimo rasgo cs esencialisimo para cl humor. Supongamos que el criminal a quien Ilevaron_un lunes al patibulo hubiera dicho: «No me importa nada. ¢Qué interesa que ahorquen a un tipo como yo? El mundo no se hundird por eso»; deberiamos juzgar que ese dicho con- tiene, s{, esa grandiosa superioridad sobre la situacidn real, es sabio y justificado, pero en verdad no trasunta Ja huella del humor, y aun descansa en una apreciacién de Ja realidad que es directamente contraria a la del humor. El humor no es resignado, es opositor; no sdlo significa el triunfo del yo, 158 sino también el del principio de placer, capaz de afirmarse aqui a pesar de lo desfavorable de las circunstancias reales, Mediante estos dos tltimos rasgos, el rechazo de Ja exi- gencia de la realidad y la imposicién del principio de placer, el humor se aproxima a los procesos regresivos 0 reaccio- narios que tan ampliamente hallamos en Ja psicopatologia. Con su defensa frente a la posibilidad de sufrir, ocupa un lugar dentro de la gran serie de aquellos métodos que la vida animica de los seres humanos ha desplegado a fin de susttaerse de Ia compulsién del padecimiento, una serie que se inicia con la neurosis y culmina en el delirio, y en la que se inclayen la embriaguez, el abandono de si, el éxtasis.* El humor debe a ese nexo una dignidad que falta enteramente, por ejemplo, al chiste, pues este o bien sdlo sitve a la ga- nancia de placer, o pone esta tiltima al setvicio de Ja agresion. Ahora bien, gen qué consiste la actitud humoristica, por la cual uno se rehtisa al sufrimiento, pone de relieve que el yo es indoblegable por el mundo real, sustenta triunfalmente el principio de placer, pero todo ello sin resignar, como lo hacen otros procedimientos de igual propésito, el terreno de la salud animica? Ambas operaciones, por cierto, parecen in- conciliables entre sf. Si nos volyemos a la situacién en que alguien adopta una actitud humorfstica frente a otro, parece natural la con- cepcién que ya indiqué timidamente en mi libro sobre el chiste: se comporta hacia él como el adulto hacia el nifio, en la medida en que discierne la nulidad de los intereses y suftimientos que le parecen grandes a aquel, y se rie de ellos.4 Asi, cl humorista gana su supetioridad poniéndose en el papel det adulto, en cierto modo en Ia identificacidn- padre, y deprimiendo a [os otros a la condicién de nifios. Usta hipstesis recubre cl estado de cosas, pero no parece convincente. Uno se pregunta cémo llega el humorista a ponerse a la medida de ese papel. Pero recordemos la otta situacién del humor, probable- mente mds originaria y sustantiva, en que alguien dirige la actitvd humoristica hacia su persona propia para defender- se de ese modo de sus posibilidades de sufrimiento. ¢Tiene algtin sentido decir que se trata a si mismo como a un niftlo, y simulténeamente desempefia frente a ese nifio el papel del adulto superior? 3 [Vase el largo examen posterior de estos diversos métodos para evitar el padecimiento en El malestar en la cultura (19302), supra, pigs. 77 y sigs. Pero Freud ya habfa sefialado Ja funcién defensiva del humor en el libro sobre el chiste (1905c), AE, 8, pags. 220-1.] ‘ECE. (1905¢), AE. 8, pig, 221.7 Opino que daremos un fuerte respaldo a esa represen- tacién poco vetosimil si tomamos en cuenta lo que las experiencias patolégicas nos han ensefiado acerca de la es- tructura de nuestro yo. Este yo no es nada simple, sino que alberga como su nicleo a una instancia particular, el su- pety6,” con el que confluye muchas veces a punto tal que no podemos distinguirlos entre si, mientras que en otras circunstancias se sepata tajantemente de dl. El superyd es, genéticamente, heredero de la instancia parental; a menudo mantiene al yo en severo vasallaje, y de hecho Jo sigue tratando como antafio trataton los progenitores —o cl pa- dre— al nifio. Obtenemos entonces un esclarecimiento diné- mico de la actitud humoristica cuando suponemos que con- siste en que Ia persona del humorista debita el acento psiquico de su yo y lo traslada sobre su superyé. A este supety6, asi hinchado, el yo puede parecerle diminuto, to- dos sus intereses desdefiables; y a raiz de esta nueva dis- tribucién de energia, al superyé puede resultarle facil so- focar las posibilidades de reaccidn del yo. Ficles a nuestra terminologia habitual, en vez de traslado del acento psiquico tendremos que decir desplazamiento de grandes volimenes de investidura. Cabe preguntar si tene- mos derecho a representarnos esos vastos desplazamientos de una instancia del aparato psiquico a otra. Parece esta una nueva hipétesis ad oc; empero, podemos recordar que tepetidas veces, aunque no con demasiada frecuencia, hemos contado con un factor asi en nuestros intentos de repre- sentacién metapsicolégica del acontecer animico, Por ejem- plo, supusimos que la diferencia entre una investidura eré- tica de objeto ordinaria y el estado de un enamoramiento consiste en que en este ultimo caso se traspasa hacia el objeto una investidura incomparablemente mayor, de suerte que el yo se vacia en pos del objeto, por asi decir.t A rafz del estudio de algunos casos de paranoia pude comprobar que las ideas de persecucién se forman muy temprano y subsisten largo tiempo sin exteriorizar un efecto notable, hasta que luego, a partir de determinada ocasién, reciben Jas magnitudes de investidura que les permiten volverse dominantes.’ Pot eso, la cutacién de esos ataques paranoi- 5 [Cabe destacar que en El yo y el ello (1923b) Freud consigna en una nota al pie que «sdlo puede reconocerse como nucleo del yo al sistema P-Coo (AE, 19, pag. 30).] “ [CE Psicologia de las masas y andlisis del yo (1921c), AE, 18, pags. 106-7.] 7 [CE, «Sobre algunos mecanismos neuréticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad» (19226), AE, 18, pags. 222-3.] 160 cos consistia menos en una disolucién y correccién de las ideas delirantes que en la sustraccién de la investidura de que estaban provistas. La alternancia entre melancolia y mania, entre sofocacién cruel del yo por el supetyd y eman- cipacién del yo respecto de esa presién, nos impresiond como una migracién de investidura de esa indole,’ que por afiadidura podria aducirse para la explicacién de toda una serie de fendmenos de la vida animica normal. Si hasta ahora hemos hecho esto tiltimo en medida tan escasa, ello se debe a la reserva que hemos practicado, més bien digna de elogio. El campo en que nos sentimos seguros es el de Ja patologia de la vida an{mica; ah{ hacemos nuestras ob- servaciones, ahi adquirimos nuestras convicciones. Sélo nos aventuramos a formular un juicio sobre lo normal cuando lo colegimos en los aislamientos y deformaciones de lo pato- Idgico. Una vez que hayamos superado esta aversién, dis- cerniremos cudn grande papel les incumbe, para la inteli- gencia de los procesos animicos, a las constelaciones estd- ticas asi como a los cambios de via dindmicos de Ja cantidad de investidura energética Opino, entonces, que merece considerarse la posibilidad aqui propuesta: en una determinada situacién Ja persona sobreinviste de pronto a su superyé y a partir de este mo- difica las reacciones del yo. Lo que conjeturo respecto del humor halla también una notable analogia en el campo em- parentado del chiste. En cuanto a la génesis del chiste, debi suponer que un pensamiento preconciente es librado por un momento a Ja elaboracidn inconciente,* y el chiste serfa en- tonces la contribucién que Jo inconciente presta a lo cé- mico.!° De manera por entero semejante, el humor serfa la contribucién a lo comico por la mediacién del superyd. En todo lo demds tenemos noticia del superyé como de un amo severo. Se dir4 que armoniza mal con este cardcter el hecho de que consienta en posibilitar al yo una pequefia ganancia de placer. Es cierto que el placer humoristico nun- ca alcanza la intensidad del que se obtiene en lo cdinico o en el chiste, nunca se desfoga en risa franca; también es verdad que el superyé, cuando produce Ia actitud humo- ristica, no hace sino rechazar ja realidad y setvir a una ilusién. Pero atribuimos un valioso cardcter —sin saber muy bien por qué— a este placer poco intenso, lo sentimos como particularmente emancipador y enaltecedor. En efec- to, la broma que constituye al humor no es lo esencial; sélo * [Cf, «Duelo y melancolfa» (1917e), AE, 14, pags. 2503.1 © ECE. (1905c), AE, 8, pag. 159.] TIbid.. pag. 197-1 161 tiene el valor de una muestra. Lo esencial es el propdsito que el humor realiza, ya se afirme en la persona propia o en una ajena. Quiere decir: «Véanlo: ese es el mundo que parece tan peligroso. {Un juego de nifios, bueno nada mas que para bromear sobre él!». Si es de hecho el superyé quien en el humor habla de ma- neta tan carifiosa y consoladora al yo amedrentado, ello nos advierte que todavia tenemos que aprender muchisimo acer- ca de la esencia del superyd. Por lo demas, no todos Jos hombres son capaces de la actitud humoristica; es un don ptecioso y rato, muchos son hasta incapaces de gozar del placer humoristico que se les ofrece. Y, por viltimo: si me diante el humor el superyd quiere consolar al yo y ponerlo a salvo del sufrimiento, no contradice con ello su descen- dencia de Ja instancia parental. 162

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