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- La vía cosmológica
La primera vía que puede conducirnos al conocimiento de Dios es la que tiene
como punto de partida el mundo material. Desde lo creado, llego al Creador; desde lo
bueno, al Bien; desde el orden y la finalidad, a la Suma Inteligencia.
"A partir del movimiento y del devenir, del orden y de la belleza del mundo se
puede conocer a Dios como origen y fin del universo" [Cat.I.C. 32]. Así lo expresa San
Agustín en uno de sus sermones:
"Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la
belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo...interroga a
todas estas realidades. Todas te responden: Mira, nosotras somos bellas. Su belleza es
una profesión (confessio). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la
Suma Belleza (Pulcher), no sujeto a cambio?" (Sermones 241,2).
El principal representante de este método fue SANTO TOMÁS DE AQUINO (+ 1274) que,
en su Suma Teológica, postuló las tan célebres "cinco vías de prueba de la existencia de
Dios" (S.Th. 1, q2, a4):
La primera vía se basa en el movimiento y el cambio: es un hecho de la experiencia
que en el mundo existe el movimiento, entendido como un pasaje de la potencia al acto.
Todo lo que se mueve recibe el movimiento de otro. Ningún ser puede moverse por sí
mismo, pues "no es posible que el mismo ser esté a la vez en acto y en potencia bajo el
mismo concepto".
Pero no puede continuarse esta cadena de comunicar y recibir movimiento hasta
el infinito, porque en tal caso nunca llegaríamos a una explicación del movimiento mismo.
Por lo tanto, es necesario llegar hasta un ser que mueve sin ser movido por otro; es decir,
permanece inmóvil y es el origen de todo el movimiento existente. Este es Dios20.
La segunda vía se basa en la causa eficiente: la experiencia nos revela que existen
causas eficientes, pues unas cosas producen a otras (por ejemplo: los padres al hijo, el
fuego al carbón, el árbol al fruto). Pero no es posible que un ente sea su propia causa
eficiente, porque entonces sería anterior a sí mismo, lo que es una contradicción lógica.
Tampoco es posible concebir una cadena de causas que pueda llegar hasta el infinito,
porque no habría entonces una primera causa eficiente, y por consiguiente tampoco las
causas eficientes que observamos en la naturaleza. Es, entonces, necesario admitir la
existencia de una primera causa eficiente, y ésta es Dios.
La tercera vía se basa en lo contingente y lo necesario: en la naturaleza hallamos
cosas que siendo, pudieron no haber sido y no serán en el futuro (seres contingentes o
posibles), pues todos los entes naturales comienzan y dejan de existir. Al ser contingentes
no pueden por sí mismos comenzar a existir, porque en ese caso todavía no existirían y
"lo que no existe no puede recibir el ser sino de lo que existe". Por con siguiente, debe
existir un ser que no es contingente sino necesario, del cual han recibido su existencia los
seres que estaban en la mera posibilidad o contingencia. Este es Dios, que tiene en Sí
mismo la razón de su existencia, esto es, existe necesariamente, y es causa de la
existencia de todos los seres que son simplemente posibles o contingentes.
La cuarta vía se basa en los grados de perfección de los seres: se comprueba que en
el universo existen cosas con menor o mayor bondad, verdad y belleza, pero no son
causa de esa bondad, verdad y belleza. Por con siguiente, debe haber un ser que sea
verdadero, bueno y bello por excelencia, y por tanto el ser en plenitud en tal perfección.
Pero aquello que es por excelencia un género de perfección es la fuente última de dicha
perfección, y por lo tanto debe existir el último principio o fuente de todas las perfecciones:
el ser perfecto por excelencia, la plenitud del ser, al cual llamamos Dios.
La quinta vía se basa en el orden y finalidad del universo: vemos que los entes carentes
de inteligencia obran de un modo conforme a un fin.
Por lo tanto, lejos de una explicación por mero azar, existe una intención deliberada para
arribar a ese fin. Pero estos entes, al carecer de conocimiento, no pueden tender a un fin
si no son dirigidos por un ser inteligente que conoce este fin. Luego, debe existir ese ser
inteligente que conduce todas las cosas del universo a su fin, y éste es Dios.
20.- Si bien santo Tomás se sirvió para esta vía del argumento del "primer motor inmóvil" que Aristóteles
expuso en su Metafísica (cfr. XII, 8), no deben confundirse ambos argumentos entre sí. El filósofo griego
ubicaba este motor como primer eslabón en la cadena causal, que movía la esfera de los cielos de un cosmos
eterno e increado. Santo Tomás, en cambio, dejó claramente a salvo la trascendencia y señorío de Dios, y el
hecho que su acción causal no se ubica exclusivamente al comienzo de la serie universal de causas y efectos.
En síntesis:
a.- Observamos que toda creatura cambia, se corrompe, nace, muere. Hay un
movimiento constante en la naturaleza. La observación del universo nos muestra que
ellos no son su propia causa; es decir, no son capaces de dar razón de su existencia.
Dicho en otros términos, todo ser creado es contingente, o sea, existe pero podría no
haber existido. Su existencia no está incluida en la definición de su esencia. Por lo tanto,
puedo elevarme a una causa trascendente al mundo que es causa de su movimiento
y su ser. Es la Primera Causa Incausada, plenitud del ser.
b.- Existen en el mundo grados de bondad, belleza, verdad, orden y finalidad en
los diversos seres que nos llevan a Aquel que es Sumo Bien, Verdad, Bondad e
Inteligencia. Comprobamos que las diversas realidades creadas tienen belleza, son
buenas y verdaderas, pero no podemos identificarlas con el bien, la verdad o la bondad,
pues jamás pueden expresarlos plenamente. No son capaces de remitirnos al Bien,
Verdad y Belleza Plenas. Por lo tanto nos elevamos a un Bien, Verdad y Belleza Plenas
que es Dios.
c.- Captamos un orden y una finalidad en el universo, hay una teleología, o sea
una finalidad en las cosas. Por un lado, las cosas son inteligibles, permeables a la
inteligencia humana. Además, observamos que los seres tienen una finalidad que va más
allá de sí mismos. A través de ese orden y finalidad podemos llegar a la Suma
Inteligencia, que estructura el cosmos entero y lo llama hacia Sí mismo a su plena
realización.
Un camino más reciente surgió a comienzos del siglo XX desde una vertiente no
atea del existencialismo, con pensadores como M. BLONDEL (+1949), M. BUBER (+1965), K.
JASPERS (+1969) y G. MARCEL (+1973) entre otros. Desde la experiencia de fracaso,
angustia y situación límite, y allí donde Sartre diagnosticaba que el hombre es "una pasión
inútil", estos filósofos vislumbraron un punto de partida para la apertura a la alteridad de
Dios, el único que puede rescatarlo de su situación de paradoja existencial.
Esto es lo que nos ilustra el Catecismo de la Iglesia Católica (Nº 42-43) a cerca de
¿cómo hablar de Dios?:
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre
creado a Su imagen y semejanza. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad,
su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos
nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas.
Sin embargo, Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar
nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes,
de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable, incomprensible, invisible, inalcanzable"
(Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas.
Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
Al hablar de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero
capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita
simplicidad... "Nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino solamente lo que no
es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" (S ANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Gent.
1,30).
Sin embargo, a pesar de las múltiples limitaciones del lenguaje humano, éste es
capaz de un discurso verdadero sobre Dios. La proclamación eclesial de la fe católica se
sirve de tal lenguaje como único vehículo humano posible de expresión.
El Espíritu Santo, al transmitir aquello que Dios quiso darnos a conocer de Sí
mismo y del hombre en Jesucristo, es capaz de darnos un mensaje que nos llega a través
de hombres concretos y, aun así, sin error ni distorsiones.