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Escuchaba lo que había detrás del ruido de la heladera.

Y entre los autos que pasaban por la avenida


y el agua que corria por las cañerías, encontró el zigzigzig.
Conocía ese sonido. Pero de otro lugar. De una casa en la que había vivido, en otro tiempo y
otro lugar. Una casa antigua, con sótano y entretecho. En un barrio con muchos árboles, que en
otoño se llenaba de ojas amarillas, doradas, marrones, y un olor intenso a humedad y caracoles. En
una ciudad de la que no se acuerda el nombre. En serio. No se lo acuerda.
En ese momento todavía tenía la cabeza puesta. Sobre los hombros, se entiende. No como
ahora, que la tiene metida en una pecera. Flotando.
El proceso fue más bien sencillo. Mucho más de lo que se imaginaba. Básicamente, consistía
en poner unos tapones extraños, como de metal, en las fozas nasales y en los oidos, durante unas
cinco horas, tiempo en el que se tenía que respirar por la boca, siguiendo en ritmo específico
indicado por una señal auditiva, lo que provocaba un estado de hiperventilación, en el que los
contornos del mundo comenzaban a difuminarce, y ya no se podía seguir la señal de respiración.
Esto concluía repentinamente con un golpe, apenas perceptible, en el cuello.
La pecera tiene que estar ubicada en el living de la casa de un comisario. Si no, está considerado
ilegal. Eso se pacta de antemano. Qué cabeza con qué comisario. En feria anual de comisariados. El
año en el que había hecho el proceso, la feria estaba

COMO AGUA SOBRE LAS PLUMAS DE UN PATO


VARIACIONES CAPERUSITA

Caperusita roja está sentada en un banco de la plaza, fuma un cigarrillo, mira un pájaro parado en
un cable, tiene el paquete para su abuelita en el canasto de la bici, hace calor y es Lunes. El leñador
estaciona la camioneta al frente de la farmacia, se baja y queda como petrificado, mirando el
tránsito de la avenida, sin poder cruzar. La abuelita mira una pelicula antigua, en una tablet, con la
cuenta de su hija, la mamá de caperusita. El lobo feroz pasa a la clandestinidad, perseguido por la
extinción.

La Abuelita tuvo una vida dura. Caperusita no solo no lo sabe, sino que no sabe que no lo sabe. El
Leñador tiene una vida dura. El Lobo Feroz lo sabe, y se pone a trabajar en base a eso.

Un día más en el bosque. El leñador se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar.
Caperusita roja se queda dos horas más en la cama que comparten, y después se levanta para ir a
trabajar al Ministerio de Asuntos Sociales. Cuando llega, se encuentra con un nuevo caso del
juzgado de menores: el lobo feroz; otra vez. Piensa en su abuelita, en lo triste que se va a poner.

Hace dos días que el lobo feroz se fue del bosque. Cansado de la persecusión policial por parte del
leñador, decidió migrar a la ciudad. Entre tanto, la abuelita, una de sus denunciantes, comienza a
tener pesadillas en las que adora un becerro de oro. Caperusita, al ser consultada por su abuelita
sobre el significado del sueño, le contesta que se trata de matar al leñador.

El camino por el bosque es sinuoso. Caperusita roja lo conoce bien; después de todo, se crió en
estos parajes. Mientras camina, sueña con un leñador. A unos metros, la espera un lobo feroz. El
camino por el bosque es sinuoso y peligroso.

Un lobo feroz llega a un pueblo en las montañas. En la pensión en la que se hospeda, conoce a un
leñador, también recién llegado. La abuelita que lleva el lugar, traba amistad rapidamente con el par
nuevo de pensionistas, se quedan charlando a la noche, tomando licor de huevo. Una de estas
noches, cuando ya estan con los cachetes colorados, la abuelita les habla de su pasado en el pueblo:
ella trabajaba en el cabaret, y se llamaba Caperusita Roja.

Caperusita huye del leñador, junto al lobo feroz, hacia el bosque, dejando atrás a la abuelita.

Caperusita roja tiene una leve sospecha sobre el paradero de su abuelita. Del primero que desconfía
es en el leñador, al que también culpan de la muerte del lobo feroz.

La Abuelita hace un par de horas que está esperando a su nieta Caperusita Roja; según su audio,
hace una hora debería haber llegado. La Abuelita piensa en el Lobo Feroz, mira por la ventana hacia
una noche estrellada, recuerda algo. En ese mismo momento, en una estación de servicio sobre una
ruta, Caperusita Roja y el Leñador toman café y se miran la cara, dispuestos a terminar el plan en un
par de horas, cuando amanezca.

En el bosque hay una zona urbanizada, en la que ha crecido conciderablemente en los últimos años
el índice de criminalidad. No se trata de un incremento de las actitudes (y aptitudes) delincuenciales
en las nuevas generaciones, sino más bien de lo corta que quedó la red legal para cubrir todas las
situaciones de la comunidad. Un problema para cortar de raíz, dira el Leñador. Una desgracia... una
desgracia, dirá la Abuelita. Un caso de frazada corta, dirá el Lobo Feróz. Un horizonte en llamas y
una salida, dirá caperusita Roja.
Caperusita roja ha estado pensando últimamente en la posibilidad de radicarce en el bosque, con su
abuelita, cocinando pócimas en un caldero, friendo ratas en su propia grasa.

Caperusita Roja toma el Palacio de invierno, venga a su Abuelita, y mata al Lobo Feroz.

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