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apoyar la Independencia
JOSÉ DAVID CORTÉS GUERRERO*DOCENTE, DEPARTAMENTO DE HISTORIA, FACULTAD DE
CIENCIAS HUMANAS, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
Al querer ser moderno, el naciente Estado se enfrentó a
un mundo tradicional en el cual la Iglesia católica
jugaba un papel primordial en el control sociopolítico y
económico. En la actualidad, pese a que ha perdido el
exclusivismo de antaño, el hecho de que el 90 % de los
colombianos afirme ser católico, según el Vaticano, le
permite seguir participando en asuntos que le competen
a toda la sociedad.
Iglesia de Ocaña, acuarela de Carmelo Fernández, Comisión Corográfica, Colección
Biblioteca Nacional.
En 1808, cuando el rey de España Fernando VII fue tomado prisionero por
Napoleón Bonaparte, multitud de voces se alzaron para condenar ese hecho.
La Iglesia católica, tanto en la Península como en sus colonias, no fue la
excepción. Afirmaba que ese acto atentaba contra la soberanía del monarca,
la cual provenía de Dios –explicación que se daba desde por lo menos el
siglo xvii– es decir que era de origen divino.
Sin embargo con el paso del tiempo lo que parecía una actitud monolítica
comenzó a presentar fisuras. En las colonias americanas fue creciendo el
número de quienes cuestionaban no solo la soberanía del monarca, sino que
esas colonias siguieran unidas a España, con lo que se ponía sobre el tapete
una posible independencia. Aunque la jerarquía de la Iglesia católica y
buena parte del clero secular y regular estaban en contra de la separación
de las colonias de su metrópoli, sectores de esa institución vieron con
buenos ojos que se diera la separación.
Quienes se oponían lo hacían argumentando que se vulneraba
flagrantemente el orden natural y el derecho divino, en el que se afirmaba
que la soberanía del monarca provenía directamente de Dios. Por su parte,
quienes la respaldaban indicaban que España no había cultivado una buena
relación con sus colonias, y por lo tanto se justificaba la independencia; uno
de ellos fue el clérigo Juan Fernández de Sotomayor con su célebre
catecismo político de 1814.
Para ventilar la discusión se emplearon mecanismos religiosos como
sermones, catecismos, pastorales, oraciones, rogativas y plegarias, entre
otros. La controversia fue latente desde finales de la primera década del
siglo XIX hasta cuando la Independencia era un hecho consumado, es decir
en los primeros años de la década de 1820.
Para ventilar la discusión entre quienes respaldaban una posible
independencia y quienes se oponían a ella, se emplearon
mecanismos religiosos como sermones, catecismos, pastorales,
oraciones, rogativas y plegarias, entre otros.
En esencia la jerarquía tendía a oponerse a cualquier alteración del orden
existente, por lo que criticó con vehemencia todo intento independentista.
Un ejemplo de ello es el del reconocido obispo de Popayán Salvador
Ximénez de Enciso, de origen español, quien se opuso a la Independencia,
pero cuando esta se consumó se convirtió en un fuerte aliado del proyecto
republicano encabezado por Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander;
incluso desde el púlpito –como lo harían muchos eclesiásticos.
Iglesia del Rosario de Cúcuta, acuarela de Carmelo Fernández, Comisón
Corográfica, Colección Biblioteca Nacional.
Aceptación con condiciones
La Iglesia católica aceptó la Independencia con la condición de que ella y la
religión católica mantuvieran prevalencia e importancia en el naciente país.
Esa fue una de las condiciones que puso el papa Gregorio XVI para darle
visto bueno a la emancipación, lo que ocurrió en 1835, convirtiendo a la
Nueva Granada –actual Colombia– en la primera república resultante de la
Independencia en ser aceptada por la Santa Sede.
Lo que pretendía la Iglesia católica era que en la naciente república se
aplicara el mismo principio que en la colonia: la intolerancia religiosa, es
decir que solo se profesara la religión católica, apostólica y romana, lo que
se puede ver con claridad en la Constitución Políticas desde los inicios de la
independencia. Sin embargo desde la misma Independencia se propusieron
tres escenarios que durante la dominación española estaban restringidos:
*la libertad económica,
*la libertad política y
*la libertad religiosa.
Así, desde la década de 1820 se buscó la manera de que denominaciones
religiosas diferentes a la católica tuvieran cabida en el país, sobre todo por
cuestiones prácticas, ya que muchas de las personas que llegaban como
diplomáticos o en función de negocios no eran católicas. Esto, como era de
suponerse, generó fuertes tensiones no solo con la Iglesia como institución
sino también con sus más fuertes defensores.
Después de consumarse la Independencia, la Iglesia y la religión católicas
siguieron siendo preponderantes en la sociedad colombiana, aunque con el
paso del tiempo perdieron el exclusivismo que poseían. Por ejemplo la
religión ha sido vista por élites políticas, independientemente de sus
filiaciones partidistas, como factor fundamental no solo de cohesión e
identidad sino también de control social.
A mediados del siglo XIX, cuando reformas liberales buscaron
cuestionar el poder de la Iglesia católica y los privilegios de la
religión, esta respondió indicando que los legisladores no
deberían elaborar leyes que atentaran contra los intereses de un
pueblo católico, como lo era el colombiano.
Desde los primeros años después de la Independencia se buscó que la
religión católica fuera entendida como un elemento de identidad nacional. A
mediados del siglo xix, cuando reformas liberales buscaron cuestionar el
poder de la Iglesia católica y los privilegios de la religión, esta respondió
indicando que los legisladores no deberían elaborar leyes que atentaran
contra los intereses de un pueblo católico, como lo era el colombiano.
Pero fue en la Regeneración, con la Constitución Política de 1886, y con el
Concordato firmado entre Colombia y la Santa Sede en 1887, que el nivel de
identificación del colombiano con el catolicismo alcanzó un punto alto.
En el artículo 38 de dicha Constitución se indicaba que la religión de la
nación era la católica, apostólica y romana, y que ella era elemento
fundamental del orden social. En el citado Concordato, el Estado colombiano
le cedió a la Iglesia católica funciones como la vigilancia de la educación
pública, el registro de la población y el manejo de las fronteras por medio de
las misiones religiosas.
Y para reforzar el simbolismo, en 1902 el país fue consagrado al Sagrado
Corazón de Jesús, con lo que se pasó a afirmar, popularmente, que
“Colombia es el país del Sagrado Corazón”, sobre todo para hacer alusión a
aspectos paradójicos, contradictorios y anecdóticos que pasaban en el
territorio nacional. Sin embargo este aspecto que se considera exclusivo del
país no lo es, ya que en 1899 el papa León XIII consagró a toda la
humanidad a aquella devoción, y por lo menos 12 países también fueron
consagrados, entre ellos Ecuador (1874), Venezuela (1900), México (1924) y
Perú (1954).
Aunque en el artículo 19 de la Constitución Política de 1991 se estipula la
libertad religiosa en el país –la cual se reglamenta en la Ley 133 de 1994–,
en la actualidad tanto la Iglesia como la religión católica siguen siendo las
preponderantes. Con cifras del Anuario Pontificio 2019 y del Annuarium
Statisticum Ecclesiae 2017 se puede afirmar que Colombia es el séptimo
país con mayor cantidad de católicos, equivalentes al 90 % de la población,
lo cual no significa que todos ellos sean practicantes y que cumplan con los
preceptos de la religión. Aunque no es posible cuantificar, muchos de esos
católicos son nominales, es decir que fueron bautizados pero no cumplen
con lo ordenado por la Iglesia. Aun así, el solo hecho de que la mayoría de
la población siga siendo católica le da bases a la Iglesia, como institución, de
participar activamente en la vida pública del país opinando sobre asuntos
que le competen a toda la sociedad.
Consideraciones introductorias
respuesta es múltiple.
De ahí que los temas que más interesan son los relativos a la
relación con la Santa Sede, la Inquisición, la reforma de las órdenes
regulares, el patronato, el clero secular en la política, la relación
jurisdiccional entre la Iglesia y los nuevos Estados independientes
(republicanos o monárquicos), las discusiones en torno a las
diversas definiciones de la catolicidad de los nuevos Estados, las
doctrinas galicanas, los primeros embates de un temprano
liberalismo, los debates en torno al lugar de la Iglesia en la
república. Abordaremos cada uno de estos temas, por cierto,
profundamente interrelacionados, y trataremos de comparar sus
diferentes interpretaciones en los contextos independentistas de
cada Estado.
Ante dicha noticia, el Ayuntamiento de Guatemala decidió convocar a una junta general
en el Real Palacio para el 15 de septiembre.
La nota citatoria para convocar a los miembros de la Iglesia llegó al Deán del cabildo
catedralicio, por lo que el mismo decidió citar a una reunión urgente de los canónigos
para esa noche.
A la reunión se presentaron todos sus miembros; se les leyó la nota citatoria que les
solicitaba la asistencia de dos representantes del Cabildo a la junta del día siguiente.
No a la Independencia
El primero que hizo uso de la palabra fue el arzobispo Casaus y Torres que, como se ha
señalado, era un seguidor de la Monarquía y sostuvo sus ideas durante su alocución.
Atacó cualquier forma de independencia que se propusiera y, más aún, la fórmula
propuesta por el Plan de Iguala y los independentistas, y señaló que la Junta de Notables
no tenía nada qué hacer más que esperar la decisión de la Corte española sobre dicho
plan.
Lo siguió José Cecilio del Valle, quien a pesar de tener el cargo de Auditor de Guerra,
se pronunció a favor de la independencia de España y en contra del arzobispo, pero
sugirió esperar y consultar antes de tomar cualquier medida.
El otro miembro de la Iglesia que continúo fue el provisor y vicario general de la Iglesia
de Guatemala, el canónigo José María Castilla. Él atacó la propuesta de espera de Del
Valle y rechazó totalmente lo propuesto por Casaus y Torres; sus palabras fueron de
gran fervor libertario por una independencia total y sin espera, como lo señala Estrada
Monroy.
Esta actitud y sus manifestaciones, señalaron una rasgadura del cuerpo de la Iglesia, ya
que atacó fuertemente a su cabeza. El ambiente del recinto se fue caldeando hasta que
cundió el entusiasmo total lo que fue secundado por el pueblo congregado en las
afueras.
Ante el giro que se estaba dando de los acontecimientos, Casaus y Torres muy
indignado, pero manteniendo la compostura, solicitó que se le permitiera retirarse del
recinto, lo que se le concedió.
A favor de la independencia