Está en la página 1de 7

Capítulo 11 La cabaña cristiana

Relación entre iglesia y ciudad


Para definir un movimiento arquitectónico se suelen considerar
sus edificios más importantes. Sin embargo, en la Edad Media co-
menzar hablando de ellos habría sido absolutamente artificioso
porque entonces cada obra arquitectónica se consideraba como
parte de una continuidad que se extendía en el espacio y en el
tiempo, no como un objeto abstracto e inmutable. Como afirma
Leonardo Benevolo, el resultado más importante de la experien-
cia medieval es «la continuidad de las modificaciones impresas en
el entorno». El sistema unitario de estas modificaciones, es decir,
la ciudad medieval, tiene un significado preponderante sobre los
edificios concretos, aunque estos sean notables.
Mientras la cabaña clásica es una construcción aislada, la ca-
baña cristiana se enlaza con otras construcciones y se prolonga en
ellas, presentando una cualidad orgánica de expansión y articu-
lación de los edificios. En las catedrales, en los monasterios, en los
castillos y en las casas aparece el mismo carácter, pues la impor-
tancia del factor temporal se opone al sentido unívoco clásico.
Esta relación se aprecia aún hoy en las permanencias y en las
transformaciones urbanas, en el sentido de la trama viaria y en las
tipologías edificatorias; y de modo especial en la relación entre la
iglesia y la ciudad, dado que los edificios religiosos en el Medie-
11.1. La catedral de
vo cumplen una función singular en el organismo ciudadano, ma-
Chartres, dominando
con su silueta el perfil nifestando la tendencia general del desarrollo urbano y resaltan-
de la ciudad. do el perfil de la ciudad. Chartres en Francia (figura 11.1), Siena
102 el medievo

en Italia, y León, Burgos o Segovia en España emergen aún hoy


por encima de sus respectivos caseríos, anunciando en la distan-
cia la potencia de la ciudad y la función urbana de su templo ca-
tedralicio.
En este sentido, y de modo análogo a como se definió el tem-
plo griego como cabaña clásica, la iglesia medieval puede definir-
se como la cabaña cristiana. Mas si la primera era un objeto plás-
tico, un volumen escultórico, la segunda es un objeto excavado,
una cueva en donde el espacio interior es predominante y condi-
ciona la expresión exterior, por muy brillante que sea ésta.

La basílica paleocristiana
Principio tipológico de todos los templos cristianos, la basílica pa-
leocristiana tiene su origen en la basílica romana, aunque si nos
remontamos arquitectónicamente más atrás, puede plantearse la
evolución de ambas a partir de la stoa griega, siendo el espacio
basilical el resultante de la cubrición del espacio que media entre
dos stoas enfrentadas (figura 11.2).
Como escribe Bruno Zevi: «Si comparamos una basílica ro-
mana y una de las nuevas iglesias cristianas, encontramos relati-
vamente pocos elementos diferenciadores aparte de la escala; pero
ellos significan una palabra profundamente nueva en la idea y en
el planteamiento del problema espacial.»
La basílica romana es simétrica respecto a los dos ejes: colum- 11.2. Basílica de Santa
nata frente a columnata, ábside frente a ábside; por tanto, crea un Sabina, en Roma:
espacio basilical y nave
espacio que tiene un centro preciso y único, función del edificio, lateral, con el sistema de
no del camino del hombre. cubrición.
El arquitecto cristiano suprime un ábside y desplaza la entra-
da al lado menor. Se rompe así la doble simetría del rectángulo,
dejando sólo el eje longitudinal y haciendo de él la directriz del
camino humano. La concepción del plano y la del espacio –y, por
tanto, la decoración– tienen una sola medida de carácter dinámi-
co: la trayectoria del observador.
Aparecen aquí todos los elementos que con mayor o menor de-
sarrollo determinan la arquitectura cristiana en la Edad Media:
espacio basilical o nave principal, stoas o naves laterales, la exe-
dra, que en tanto pasa de forma geométrica –semicilindro cubier-
to por un cuarto de esfera– a forma funcional la llamamos ábsi-
de, y en cuanto complica o amplia su forma la llamamos cabecera
absidal o presbiterio.
La separación entre el espacio basilical y la cabecera se reduce
en el tipo más sencillo (Santa Sabina, Santa María la Mayor) a un
sencillo estrechamiento de la embocadura de unión y a la defini-
ción ahí de un plano formalmente destacado: el llamado arco
triunfal que engarza ambas piezas y, diferenciándolas, las hace
dialogar entre sí (figura 11.3).
la cabaña cristiana 103

11.3. Basílica de Santa Esta solución sencilla se complica, sin embargo, en otras basí-
Sabina, planta. licas paleocristianas coetáneas (San Juan de Letrán, San Pablo Ex-
tramuros, el antiguo San Pedro del Vaticano), en las que este arco
triunfal se desdobla en dos: uno que finaliza el espacio basilical y
otro que inicia el espacio absidal (figuras 11.4 y 11.5). Esta du-
plicación del arco triunfal determina la aparición de un espacio
nuevo que denominamos transepto en cuanto que transversaliza
de modo incipiente la direccionalidad continua de la basílica. Este
transepto puede circunscribirse a la anchura del espacio basilical,
pero por lo general se prolonga abarcando el ancho de las naves
laterales y aun más allá de ellas, constituyendo en este último caso
una verdadera nave transversal que dialoga arquitectónicamente
en plano de igualdad con los elementos basilical y absidal.
La basílica paleocristiana caracteriza su espacio por la direc-
triz humana. Los griegos habían alcanzado la escala humana en
una relación estática; el mundo cristiano se apoya en el carácter
dinámico del hombre, orientando el edificio según su camino. En
ocasiones, la arquitectura paleocristiana utiliza estructuras de
planta central unitarias o cruciformes, si bien no para los templos
congregacionales, sino para tumbas, baptisterios, y capillas u ora-
torios en recuerdo de algún mártir.
Recordando conceptos antiguos olvidados en el mundo clási-
co, la cabaña cristiana vuelve a ser una cabaña orientada, con su
entrada siempre al oeste y su cabecera siempre al este, hacia la sa-

11.4. Basílica de San


Juan de Letrán, en
Roma, planta.
104 el medievo

lida del sol, hacia donde se abren con mayor o menor profusión 11.5. Basílica de San
focos de luz que atraen la mirada y el recorrido. La variabilidad Pablo Extramuros, en
Roma, sección
del punto de saliente en las latitudes de la Europa occidental con- transversal y planta.
lleva una cierta variabilidad angular en esta orientación en los dis-
tintos templos concretos.
Constructivamente, la basílica paleocristiana se constituye a
base de dos muros porticados paralelos, arriostrados por una se-
rie de cerchas de madera que soportan una sencilla cubierta a dos
aguas. Se trata de una obra de construcción algo descuidada que
suele aprovechar materiales y elementos de otros lugares (pilares
y capiteles), sin demasiada preocupación por el aspecto unitario.
Cuando los cristianos obtuvieron la libertad de construir sus
templos, la arquitectura romana estaba en la cumbre de sus posi-
bilidades técnicas: basta recordar el centro cívico de Majencio,
edificado al mismo tiempo que las primeras iglesias de Constan-
tino. Los constructores de los edificios cristianos parten de esta
herencia, pero reelaboran el repertorio técnico de la Antigüedad
con un espíritu libre de prejuicios, iniciando así la arquitectura
medieval.
Por todo ello, los edificios paleocristianos tienen un significa-
do programático que va mucho más allá de ellos mismos. En sus
elementos y en sus sucesivas evoluciones de carácter a veces fun-
cional y a veces simbólico –la mayoría de las veces suma de am-
bos– está definida la estructura del templo cristiano, cuya evolu-
la cabaña cristiana 105

ción va a llenar casi quince siglos de la historia de la arquitectura


occidental, y los cuatro o cinco de la arquitectura oriental o bi-
zantina.

La arquitectura cristiana oriental


Con respecto a la arquitectura bizantina, el debate se centra en la
manera de integrar todos estos elementos en una forma arquitec-
tónica compleja pero unitaria, que refuerce las analogías plani-
métricas, volumétricas y espaciales, por encima de la complejidad
funcional que su utilización demanda.
En este sentido, podemos caracterizar la arquitectura bizanti-
na y eslava por la evolución y la articulación de tres elementos: el
espacio centralizado, la iconostasis y el triforio, todos ellos den-
tro de un sistema estructural y constructivo relativamente cons-
tante.
Sin duda, el mejor ejemplo es Santa Sofía de Constantinopla
(532-537), obra encargada por Justiniano a Artemio de Tralles e
Isidoro de Mileto. En Santa Sofía se intenta centralizar la duali-
dad nave-ábside, siempre longitudinal, y hacerla centrípeta, al
unir una y otra en un único espacio de longitud doble de su an-
chura (80×40 metros), centrado por la aparición de una enorme
cúpula que se apoya en sendas semicúpulas desarrolladas en el
mismo eje longitudinal, una de las cuales se prolonga en un desa-
rrollo análogo y se reserva a la cabecera absidal, en tanto la otra
pertenece a la nave (figura 11.6).
La gran cúpula parece flotar encima del edificio, creando una
atmósfera de misterio acentuada por el contraste entre el centro
iluminado y los laterales en penumbra. Se amortiguan así las di-
ferencias y se tiende a hacer de Santa Sofía un espacio fluido y
continuo. Los elementos distorsionantes de esta pureza centrali-
zadora quedan relegados a la planta superior (desarrollando una

11.6. Santa Sofía de


Constantinopla,
volumetría de los
espacios interiores y
planta.
106 el medievo

galería o triforio continuo) o a los intersticios que median entre 11.7. Santa Sofía de
este elemento longitudinal continuo y el cuadrado perfecto en el Constantinopla,
secciones longitudinal y
que se inscribe la planta del edificio (figura 11.7). transversal.
En la arquitectura religiosa bizantina los dos tipos principales
fueron la basílica y la iglesia centralizada (figura 11.8). La pri-
mera arranca directamente de la arquitectura paleocristiana, in-
troduciendo tan sólo una aceleración direccional, como en San
Apolinar de Ravena. La segunda adquiere un rico y variado de-
sarrollo tipológico que va desde la iglesia central de planta cua-
drada cubierta por una o varias cúpulas (como la de los Santos
Sergio y Baco de Constantinopla) o la iglesia centralizada de cua-
tro pilares y cinco cúpulas (como la de los Santos Apóstoles tam-
bién en Constantinopla) hasta la de tipo basilical combinada con
la de planta de cruz –el llamado tipo de Mistra–, que tanta in-
fluencia tendrá en la Edad del Humanismo.
Por su parte, la diferencia suave que parece adquirir la transi-
ción entre nave y exedra, en planta y en volumen, cambia cuan-
do la realidad litúrgica interpone una pantalla vertical continua o
semicontinua que, a manera de telón, separa ópticamente ambos
elementos. Esta pantalla o iconostasis –que separa o tapa los ico-
nos– será una constante en la arquitectura y en la liturgia orien-
tal en tanto en cuanto separa a los fieles de los oficiantes durante
la celebración litúrgica, e incluso con carácter permanente, como
sucede en los templos de la iglesia ortodoxa rusa, donde la pan- 11.8. Plantas
longitudinal y
talla o telón –cuajado de nuevas imágenes o iconos– se interpone
centralizada: San
de modo continuo entre el espacio litúrgico y los fieles, subdivi- Apolinar y San Vital,
diéndolo. ambas en Ravena.
la cabaña cristiana 107

Esto hace que sea a veces difícil entender la planimetría ecle-


siástica bizantina, pues al mismo tiempo que se tiende a organis-
mos cada vez más simétricos, unitarios y repetitivos, los va rom-
piendo o fragmentando cada vez más en su utilización del espacio
interno, asemejándolos muchas veces a arquitecturas orientales.
Ello ocurre tanto en los templos bizantinos como en sus deri-
vaciones occidentales (San Marcos de Venecia o las iglesias fran-
cesas del Périgord), así como en los monasterios y catedrales de
Kiev o del Kremlin de Moscú, donde sus juegos arquitectónicos
son llevados al paroxismo.

La arquitectura cristiana occidental


Si la arquitectura cristiana oriental centra su desarrollo en la evo-
lución de tres elementos dentro de un sistema estructural cons-
tante, podemos, por el contrario, caracterizar el desarrollo de la
arquitectura cristiana occidental por la constante mutación de los
sistemas constructivos; una mutación que se produce dentro de
una articulación espacial y formal progresiva, basada en esa idea
de progreso continuo que está en la esencia del pensamiento oc-
cidental.
En esquema, podemos centrar esta evolución en la relación va-
riable que se establece entre el transepto y la cabecera absidal,
cuya articulación resalta las diferencias espaciales y funcionales,
y cuya intersección determina el crucero, acentuado volumétrica-
mente en ocasiones mediante agujas, cimborrios o cúpulas.
Como ya hemos dicho antes, este transepto da lugar a una ver-
dadera nave transversal que dialoga con los elementos basilical y
absidal. Esta capacidad de diálogo será anulada en muchas ar-
quitecturas cristianas medievales, especialmente en las de menor
complejidad. Pero en las arquitecturas de función más compleja
(como las grandes iglesias de peregrinación o los templos cate-
dralicios), será la base de un importante sistema de articulación.
En estos casos, el transepto tiende a adquirir un espacio y una
complejidad en consonancia con las de la basílica, de modo que
llega a duplicar y aun triplicar su desarrollo en consonancia con
el conjunto basilical, teniendo una, tres o cinco naves a semejan-
za de aquél.
Este hecho –junto con los espacios procesionales (girolas o de-
ambulatorios) que tantas veces acompañan y envuelven la cabe-
cera absidal– hace que la planimetría recuerde muchas veces la
forma de cruz, o sea, la correspondiente al símbolo del Cristia-
nismo, llegándose a la aparente paradoja de una arquitectura que
en su formulación más abstracta (la planta) viene a ser un ideo-
grama de la función que representa. El elemento abstracto se hace
símbolo de la arquitectura y permite el discurso acerca de la rela-
ción entre la planta edilicia y la cabeza o los miembros de Cristo

También podría gustarte