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La basílica paleocristiana
Principio tipológico de todos los templos cristianos, la basílica pa-
leocristiana tiene su origen en la basílica romana, aunque si nos
remontamos arquitectónicamente más atrás, puede plantearse la
evolución de ambas a partir de la stoa griega, siendo el espacio
basilical el resultante de la cubrición del espacio que media entre
dos stoas enfrentadas (figura 11.2).
Como escribe Bruno Zevi: «Si comparamos una basílica ro-
mana y una de las nuevas iglesias cristianas, encontramos relati-
vamente pocos elementos diferenciadores aparte de la escala; pero
ellos significan una palabra profundamente nueva en la idea y en
el planteamiento del problema espacial.»
La basílica romana es simétrica respecto a los dos ejes: colum- 11.2. Basílica de Santa
nata frente a columnata, ábside frente a ábside; por tanto, crea un Sabina, en Roma:
espacio basilical y nave
espacio que tiene un centro preciso y único, función del edificio, lateral, con el sistema de
no del camino del hombre. cubrición.
El arquitecto cristiano suprime un ábside y desplaza la entra-
da al lado menor. Se rompe así la doble simetría del rectángulo,
dejando sólo el eje longitudinal y haciendo de él la directriz del
camino humano. La concepción del plano y la del espacio –y, por
tanto, la decoración– tienen una sola medida de carácter dinámi-
co: la trayectoria del observador.
Aparecen aquí todos los elementos que con mayor o menor de-
sarrollo determinan la arquitectura cristiana en la Edad Media:
espacio basilical o nave principal, stoas o naves laterales, la exe-
dra, que en tanto pasa de forma geométrica –semicilindro cubier-
to por un cuarto de esfera– a forma funcional la llamamos ábsi-
de, y en cuanto complica o amplia su forma la llamamos cabecera
absidal o presbiterio.
La separación entre el espacio basilical y la cabecera se reduce
en el tipo más sencillo (Santa Sabina, Santa María la Mayor) a un
sencillo estrechamiento de la embocadura de unión y a la defini-
ción ahí de un plano formalmente destacado: el llamado arco
triunfal que engarza ambas piezas y, diferenciándolas, las hace
dialogar entre sí (figura 11.3).
la cabaña cristiana 103
11.3. Basílica de Santa Esta solución sencilla se complica, sin embargo, en otras basí-
Sabina, planta. licas paleocristianas coetáneas (San Juan de Letrán, San Pablo Ex-
tramuros, el antiguo San Pedro del Vaticano), en las que este arco
triunfal se desdobla en dos: uno que finaliza el espacio basilical y
otro que inicia el espacio absidal (figuras 11.4 y 11.5). Esta du-
plicación del arco triunfal determina la aparición de un espacio
nuevo que denominamos transepto en cuanto que transversaliza
de modo incipiente la direccionalidad continua de la basílica. Este
transepto puede circunscribirse a la anchura del espacio basilical,
pero por lo general se prolonga abarcando el ancho de las naves
laterales y aun más allá de ellas, constituyendo en este último caso
una verdadera nave transversal que dialoga arquitectónicamente
en plano de igualdad con los elementos basilical y absidal.
La basílica paleocristiana caracteriza su espacio por la direc-
triz humana. Los griegos habían alcanzado la escala humana en
una relación estática; el mundo cristiano se apoya en el carácter
dinámico del hombre, orientando el edificio según su camino. En
ocasiones, la arquitectura paleocristiana utiliza estructuras de
planta central unitarias o cruciformes, si bien no para los templos
congregacionales, sino para tumbas, baptisterios, y capillas u ora-
torios en recuerdo de algún mártir.
Recordando conceptos antiguos olvidados en el mundo clási-
co, la cabaña cristiana vuelve a ser una cabaña orientada, con su
entrada siempre al oeste y su cabecera siempre al este, hacia la sa-
lida del sol, hacia donde se abren con mayor o menor profusión 11.5. Basílica de San
focos de luz que atraen la mirada y el recorrido. La variabilidad Pablo Extramuros, en
Roma, sección
del punto de saliente en las latitudes de la Europa occidental con- transversal y planta.
lleva una cierta variabilidad angular en esta orientación en los dis-
tintos templos concretos.
Constructivamente, la basílica paleocristiana se constituye a
base de dos muros porticados paralelos, arriostrados por una se-
rie de cerchas de madera que soportan una sencilla cubierta a dos
aguas. Se trata de una obra de construcción algo descuidada que
suele aprovechar materiales y elementos de otros lugares (pilares
y capiteles), sin demasiada preocupación por el aspecto unitario.
Cuando los cristianos obtuvieron la libertad de construir sus
templos, la arquitectura romana estaba en la cumbre de sus posi-
bilidades técnicas: basta recordar el centro cívico de Majencio,
edificado al mismo tiempo que las primeras iglesias de Constan-
tino. Los constructores de los edificios cristianos parten de esta
herencia, pero reelaboran el repertorio técnico de la Antigüedad
con un espíritu libre de prejuicios, iniciando así la arquitectura
medieval.
Por todo ello, los edificios paleocristianos tienen un significa-
do programático que va mucho más allá de ellos mismos. En sus
elementos y en sus sucesivas evoluciones de carácter a veces fun-
cional y a veces simbólico –la mayoría de las veces suma de am-
bos– está definida la estructura del templo cristiano, cuya evolu-
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galería o triforio continuo) o a los intersticios que median entre 11.7. Santa Sofía de
este elemento longitudinal continuo y el cuadrado perfecto en el Constantinopla,
secciones longitudinal y
que se inscribe la planta del edificio (figura 11.7). transversal.
En la arquitectura religiosa bizantina los dos tipos principales
fueron la basílica y la iglesia centralizada (figura 11.8). La pri-
mera arranca directamente de la arquitectura paleocristiana, in-
troduciendo tan sólo una aceleración direccional, como en San
Apolinar de Ravena. La segunda adquiere un rico y variado de-
sarrollo tipológico que va desde la iglesia central de planta cua-
drada cubierta por una o varias cúpulas (como la de los Santos
Sergio y Baco de Constantinopla) o la iglesia centralizada de cua-
tro pilares y cinco cúpulas (como la de los Santos Apóstoles tam-
bién en Constantinopla) hasta la de tipo basilical combinada con
la de planta de cruz –el llamado tipo de Mistra–, que tanta in-
fluencia tendrá en la Edad del Humanismo.
Por su parte, la diferencia suave que parece adquirir la transi-
ción entre nave y exedra, en planta y en volumen, cambia cuan-
do la realidad litúrgica interpone una pantalla vertical continua o
semicontinua que, a manera de telón, separa ópticamente ambos
elementos. Esta pantalla o iconostasis –que separa o tapa los ico-
nos– será una constante en la arquitectura y en la liturgia orien-
tal en tanto en cuanto separa a los fieles de los oficiantes durante
la celebración litúrgica, e incluso con carácter permanente, como
sucede en los templos de la iglesia ortodoxa rusa, donde la pan- 11.8. Plantas
longitudinal y
talla o telón –cuajado de nuevas imágenes o iconos– se interpone
centralizada: San
de modo continuo entre el espacio litúrgico y los fieles, subdivi- Apolinar y San Vital,
diéndolo. ambas en Ravena.
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