Está en la página 1de 3

El procesamiento de la palabra escrita comienza en nuestros ojos.

Solo el centro de la retina, que se


conoce como fovea, tiene una resolución lo suficientemente precisa para permitir el reconocimiento
de las pequeñas letras. Es por esto que la mirada debe moverse por la página. Cada vez que nuestros
ojos se detienen, reconocemos una o dos palabras. Cada una de ellas es dividida, entonces, por
las neuronas de la retina en una miriada de fragmentos, y debe volver
a unirse antes de que pueda ser reconocida. En este proceso se extraen grafemas, silabas, prefijos,
sufijos y raíces de las palabras.
Cuando entra a la retina, una palabra se separa en un sin número de fragmentos a medida que cada
parte de la imagen visual es reconocida por un fotorreceptor
distinto. A partir de esta información de entrada, el desafío consiste en
volver a ensamblar las piezas para decodificar que letras están presentes
en ella, para descubrir el orden en que aparecen y para, finalmente,
identificar la palabra.
La lectura comienza cuando la retina recibe fotones reflejados por la página escrita.
la fovea, es densa en células de alta resolución, sensibles a la luz que entra, mientras que el resto de
la retina tiene una resolución más tosca. La fovea, que ocupa aproximadamente quince grados del
campo visual, es la única parte de la retina realmente útil para la lectura, y es la explicación de por
que nuestros ojos están en movimiento constante cuando leemos, escaneando el texto. Los ojos no
se mueven a través de la página de manera continua, todo lo contrario: se mueven en pequeños
pasos, llamados “sacadas”.
Dentro de la fóvea, la información visual no está representada con la misma precisión en todos los
puntos. En la retina, del mismo modo que en los subsecuentes relés visuales del tálamo y de la
corteza, el número de células asignadas a una porción determinada de la escena visual disminuye
paulatinamente cuando uno se aleja del centro de la mirada. Esto causa una disminución gradual de
la precisión visual, de modo tal que es óptima en el centro y se reduce poco a poco hacia la
periferia.
Las letras más pequeñas deberían ser más difíciles de leer que las grandes, pero no es así, ya que
cuanto más grandes son los caracteres, más espacio utilizan en la retina. Cuando se escribe una
palabra completa en letras más grandes, ocupa
parte de la periferia de la retina, donde incluso las letras grandes son difíciles de discernir. Los dos
factores se compensan el uno al otro de manera casi exacta, por lo que una palabra e n O IT O e y
una palabra minúscula son esencialmente equivalentes desde el punto de vista de la precisión de la
retina, por lo tanto, nuestras habilidades perceptuales dependen exclusivamente del número de letras
que tienen las palabras, no del espacio que estas ocupen en nuestra retina.
Cuando el cerebro se prepara para mover nuestros ojos, adapta la distancia que debe cubrirse al
tamaño de los caracteres, para asegurarse de que nuestra mirada siempre avance de a pasos de entre
siete y nueve letras, lo que a la información
que podemos procesar en el curso de una fijación ocular.
Identificamos solamente diez o doce letras por sacada: tres o cuatro hacia la izquierda de la fijación,
y siete u ocho a la derecha. Más allá de este punto, en general no somos sensibles a la identidad de
las letras y codificamos meramente la
presencia de los espacios entre las palabras. Como nos dan claves acerca de la longitud de las
palabras, los espacios nos permiten preparar nuestros movimientos oculares y asegurarnos de que
nuestra mirada se detenga cerca del centro de la siguiente palabra. Los expertos continúan
debatiendo hasta qué punto extraemos información sobre la palabra que sigue.
Cincuenta milisegundos de presentación son suficientes para que la lectura se realice a un ritmo
esencialmente normal. Esto no significa que todas las operaciones mentales que están involucradas
en la lectura se completen en un veinteavo de segundo.
La lectura no es otra cosa que la restitución mental de un texto palabra por palabra a partir de una
serie de imágenes similares a una fotografía. Algunas pequeñas palabras gramaticales como “la”,
“él”, o “es” a veces pueden saltearse, mientras que casi todas las palabras de contenido como los
sustantivos y los verbos se fijan por lo menos una vez.
Uno puede, sin lugar a dudas, aumentar el alcance de su visión de alguna forma, para así reducir la
cantidad de sacadas por línea, y también es posible aprender a evitar los momentos de regresión, en
que la mirada vuelve hacia atrás para releer las palabras que acaban de leerse. Sin embargo, los
límites físicos de los ojos no pueden traspasarse; a lo sumo, uno puede estar dispuesto a saltear
palabras
y de este modo correr el riesgo de no entender.
Búsqueda de la invariabilidad
La lectura plantea un difícil problema perceptual: Debemos identificar las palabras sin importar
cómo aparezcan, si están impresas o manuscritas, en mayúsculas o en minúsculas, y sin importar su
tamaño. Esto es lo que los psicólogos llaman el problema de la invariabilidad. Necesitamos
reconocer qué aspecto de una palabra no varía.
Si la invariabilidad perceptual es un problema, es porque las palabras no están siempre en el mismo
lugar, en la misma fuente ni en el mismo tamaño. Si lo estuvieran, para decodificar una palabra
sería suficiente hacer sólo una lista de las células que están activas en la retina y de las que no lo
están, sin embargo, cientos de imágenes diferentes de la retina pueden hacer referencia a la misma
palabra, dependiendo de la forma en que esté escrita.
Existen diferentes indicios que sugieren que nuestro cerebro aplica una solución eficiente a este
problema de la invariabilidad perceptual.
El tamaño de las palabras puede variar cincuenta veces sin generar un impacto en la velocidad de
lectura.
Una segunda forma de invariabilidad nos permite no prestar atención a la localización de las
palabras en la página. Cuando nuestra mirada escanea una página, el centro de nuestra retina
normalmente se detiene un poco a la izquierda del centro de las palabras. Sin embargo, nuestra
puntería está lejos de ser perfecta, y nuestros ojos a veces llegan a la
primera o a la última letra, sin que esto impida reconocer la palabra. Incluso podemos leer palabras
que se presentan en la periferia de nuestro campo visual, siempre que el tamaño de letra se aumente
para compensar la falta de resolución que se encontraría en la retina. Entonces, la constancia del
tamaño va de la mano de la normalización de la localización
espacial.
Por último, al reconocimiento de las palabras también le es indiferente la forma de los caracteres.
Si bien se tienen en cuenta todas estas variaciones, sigue siendo un misterio cómo nuestro sistema
visual aprende a categorizar formas de letras. Parte de este problema de invariabilidad puede
resolverse utilizando medios relativamente simples. La vocal “o”, por ejemplo, puede reconocerse
fácilmente, sin importar su tamaño, su tipo de letra o fuente,
gracias a su singular forma cerrada. Entonces, construir un detector visual de “o” no es
particularmente difícil. Otras letras, sin embargo, plantean problemas específicos.
Como resultado, cuando aprendemos a leer, no solamente debemos aprender que las letras se
proyectan en los sonidos de la letra, sino también que cada letra puede presentarse de muchas
formas que no se encuentran relacionadas entre sí. Como vamos a ver, nuestra capacidad de hacer
esto deriva probablemente de la existencia de detectores de letras abstractos, neuronas que pueden
reconocer la identidad de una letra en cualquiera de sus muchas formas.
nuestro sistema visual no presta atención a los contornos de las palabras o al patrón de letras
ascendentes y descendentes: solamente está interesado en las letras que contienen.

Amplificar las diferencias

Aunque nuestro sistema visual filtra eficientemente las diferencias irrelevantes para la lectura, como
la distinción entre “R” y “r”, sería un error pensar que siempre descarta información y simplifica
formas. Al contrario, en muchos casos debe preservar e incluso amplificar los minúsculos detalles
que distinguen dos palabras muy similares entre sí. Consideremos las palabras “cielo” y “cuelo”.
Cuando las leemos, accedemos de forma inmediata a sus significados y pronunciaciones muy
distintos, pero solamente cuando las miramos con más atención nos damos cuenta de que la
diferencia sólo estriba en unos pocos píxeles. Nuestro sistema visual es exquisitamente sensible a la
diferencia minúscula que existe entre “cielo” y “cuelo”, y la amplifica para mandar la información a
regiones completamente distintas del espacio semántico. Al mismo tiempo, presta muy poca
atención a otras diferencias mucho más notorias, como la distinción entre “cielo” y “CIELO”

Cada palabra es un árbol

Las formas como “cielo” y “CIELO”, que están compuestas por rasgos visuales distintos, son
inicialmente codificadas por neuronas distintas en el área visual primaria, pero son recodificadas
luego de manera gradual hasta que se hacen virtualmente indistinguibles.
Les da a estas dos cadenas la misma dirección mental, un código abstracto capaz de orientar al resto
del cerebro acerca de la pronunciación y el significado de la palabra.
¿Cómo es esta dirección? De acuerdo con algunos modelos, el cerebro usa un tipo de lista
desestructurada que simplemente provee la secuencia de letras C-I-E-L-O. En otros, necesita un
código muy abstracto y convencional, similar a una cifra aleatoria de acuerdo con la cual, digamos,
[1296] sería la palabra “cielo” y [3452] sería la palabra “cuelo”. La investigación
contemporánea, sin embargo, sostiene otra hipótesis. Cada palabra escrita es codificada,
probablemente, por un árbol jerárquico en el cual las letras se agrupan en unidades de mayor
tamaño, que se agrupan a su vez en sílabas y palabras, de forma similar a como el cuerpo humano
puede representarse como un conjunto de piernas, brazos, torso y cabeza, cada uno de ellos divisible
a su vez en partes más simples.

También podría gustarte