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NOCHES DE SAN JUAN

Celso V. Torres

Es rancia costumbre salir por los cerros en las noches de junio, especialmente cuando el 24 cae
próximo al plenilunio; y se dice: "Buscar la fortuna". Dizque en esas noches de clara luna, se
encuentran entierros de dinero, que antaño guardaron nuestros abolengos. Otros dicen, que, la
mejor fortuna consiste en encontrarse en esas noches del día del Precursor del Mesías, la flor
del higo; y en cuanto la fortuna les abre sus tesoros de par en par; con tal prodigalidad, que no
hay sitio donde eche mano que no sea tesoro; y que esta flor de la fortuna apenas abre su cáliz,
cuando instantáneamente ve aparecer un higo. Esta transición es rápida. La aparición de la flor
y su conversión en higo, todo es uno.

Lo cierto es que sólo los tunantes han podido inventar esta historieta, y que por vía de pasa
tiempo han adoptado para echar al aire una cana. Se dan hartazgo en la comilona y los jolgorios
andan por los suelos.

Son noches esas que se queman o hacen fogatas en todos los cerros; y aún hay peligro de que
se incendien los cercos de los terrenos o fundos; y con tal motivo, hay personas que se pasan en
acecho.

La noche del 23 de junio de 1861 fue luna llena, muy particular por su puesto, para buscarse la
fortuna a ojo cerrado.

Por entonces era dueño del valioso fundo "San Miguel", circuito de ésta ciudad, el muy
recordado y honorable señor Mariano Landavery, que en 1883 pasó a mejor vida.

Un confiado suyo, Rosqueta, que por tal se le conocía, era encargado del fundo, el que, hasta
hoy, goza de la reputación de tener en sus rincones tesoros de valor; y aún cuenta la tradición
que de esos andurriales solía, en ciertas horas de la noche, a dar su paseíto por la ciudad un
fantasma, conocido con el mote de "El Madrugador".

El Madrugador tenía forma de choza y en su interior llevaba una luz y arrastraba una cadena.
En 1876, un hijo de Adán tuvo la feliz suerte de encontrarse el tapado; y el fantasma, que era el
guardián, tuvo que entregar las llaves del Consulado, porque ya no quedaba tesoro; y, ya, desde
entonces, no nos visita tan ilustre huésped, que a más de cuatro les dejó taciturnos y exánimes
con su extraña presencia.

***

En aquella fecha -junio de 1861-, Rosqueta se hallaba en "Ancorará", también de la propiedad


del señor Landavery; y calculando la faz lunar se entregó a sus meditaciones, y se largó a San
Miguel, sin dar aviso a nadie.
Una vez en San Miguel, preparó su coca para catear el tesoro escondido. La coca se hacía
remolona para descubrirle el secreto: ya amargando unas veces o ya no queriendo dar la ley;
pero Rosqueta era firme en sus propósitos.

Los cercos del muro, parte eran de adobe y parte, de quincha.

A eso de las once de la noche cuando la luna se hallaba en el meridiano, Rosqueta vio en uno
de los cercos una luz mortecina, parecida a los fuegos fatuos. Inmediatamente corrió al lugar;
pero temiendo los efectos del antimonio, del tesoro que iba ardiendo, se detuvo cerca del sitio,
y se dijo: "Si pongo por señal una piedra, mañana la encuentro confundida con otra". Así no
había objeto apropiado para la señal; mientras tanto sus azares eran cada vez ahogadores; hasta
que al fin encontró el medio salvador: su calzón debía ser la señal; y quitándoselo, lo aventó al
lugar y se retiró.

¡Dios mío! Si nuestros gobiernos hubieran aprovechado esa noche de los cálculos de Rosqueta,
de seguro que se salva la Patria.

Es de suponer que Rosqueta no durmió esa noche porque los cálculos y las meditaciones lo
abrumaban.

Apenas clareó el alba, cuando Rosqueta, en vestido edénico, corrió al lugar del entierro.
¡Cáspita! Dijo, al encontrar un montón de cenizas. El calzón había desaparecido con el fuego;
pues antes que Rosqueta llegara a "San Miguel", los muchachos ya habían quemado el cerco de
quincha, y las brazas causaban la luz mortecina que él creyó ser el antimonio del tesoro.

Que se quedó todo el día con vestido paradisíaco, de suyo se deja adivinar; y sin temor de
equivocarnos podríamos haber aplicado aquellos versos de las Tradiciones de Ricardo Palma:

"Del Hidalgo Montañez

D. Pascual Pérez Quiñones,

Eran las camisas nones

Y no llegaban a tres".

Así como suena, Rosqueta no tenía más que un calzón; y si tuvo más, él o ellos quedaban en
Ancorará.

Advertido el patrón del fiasco ocurrido con su dependiente, fuese a San Miguel; y así como Adán
se escondió al ver al Señor, Rosqueta hizo lo propio; y sólo reconvenido por su patrón salió de
su escondite. Una carcajada fue la respuesta al humilde saludo del dependiente, a quién lo vistió
galanamente para que regresara a Ancorará; y luego refirió a sus tertulios.

Con que, pues, ánimo y constancia, lector mío. A buscar la flor de la fortuna en las noches de
San Juan.

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