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Inductivismo y Falsacionismo. A La Búsqueda de Un Criterio Racional para La Elección de Teorías
Inductivismo y Falsacionismo. A La Búsqueda de Un Criterio Racional para La Elección de Teorías
Ahora bien, una vez que hemos enunciado una teoría, ¿qué determina su aceptación o
rechazo? El problema de justificar por qué hay teorías que se descartan y otras que
están vigentes nos lleva a buscar criterios que permitan su evaluación. ¿Y de qué índole
deben ser estos criterios? ¿Podrían estos criterios estar basados en creencias
personales, o en preferencias políticas o raciales? Philipp Lenard (1862-1947), quien
fuera premio Nobel de Física en 1905 por sus investigaciones sobre los rayos catódicos,
sostenía que debía rechazarse la teoría de la relatividad de Einstein ya que esta era
parte de un fraude judío. Durante el régimen nazi defendió la idea de que la única física
verdadera era la “física aria”, opuesta a la falsa “física judía”. En la Unión Soviética
gobernada por Stalin recibieron amplio apoyo las investigaciones realizadas por el
agrónomo Trofim Lysenko (1898-1976) con el fin de mejorar las cosechas,
investigaciones que desconocían los hallazgos de la genética mendeliana y en las que
se entremezclaban confusos conceptos científicos del propio Lysenko junto con las ya
perimidas ideas lamarckianas. Pero la teoría de Lysenko fue considerada más afín a los
postulados del materialismo histórico marxista, y por lo tanto, contó, hasta casi principio
de los años 1960, con el beneplácito de la clase política…aunque con el descrédito del
mundo académico, que en muchos casos callaba sus críticas por temor a la cárcel. Los
ejemplos de este tipo abundaron a lo largo de la historia de la ciencia: la teoría
heliocéntrica fue rechazada por ir en contra de ciertas afirmaciones contenidas en la
Biblia y el darwinismo encontró una fuerte oposición entre aquellos que veían en él una
visión del ser humano que nos quitaba cualquier superioridad sobre otras especies. Fue
Freud, el creador del psicoanálisis, quien señaló que estas teorías, junto con la suya
propia, eran resistidas por factores emocionales, más precisamente, por la afrenta a
nuestro narcisismo: el heliocentrismo, por desalojarnos del centro del universo; el
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darwinismo, por mostrarnos que somos una especie como cualquier otra, resultado de
un proceso de mutaciones genéticas azarosas sobre las que actúa la selección natural;
y el psicoanálisis, por mostrarnos que nuestra conducta está determinada por
motivaciones de las que nada sabemos y que apenas podemos dominar.
¿Podrían ser los factores emocionales, raciales o políticos, criterios que justifiquen el
rechazo o la aceptación de las teorías científicas?1 Las dos corrientes filosóficas de las
que vamos a ocuparnos en este capítulo sostienen que los argumentos para evaluar las
teorías deben ser argumentos racionales, es decir, estar basados en normas que de
manera objetiva y sin tener en cuenta factores subjetivos como los que señalábamos
más arriba, nos permitan decidir, atendiendo sólo a nuestra capacidad de raciocinio,
cuáles teorías deben ser aceptadas y cuáles rechazadas. ¿Y dónde podríamos
encontrar estas normas racionales? Un primer paso, en el que estarán de acuerdo tanto
el inductivismo como el falsacionismo, será considerar qué resultados tuvo la
contrastación de la teoría a ser evaluada. Ambas posturas, predominantes durante la
primera mitad del siglo XX, buscarán los argumentos lógicos que respalden a sus
criterios apoyándose en estos resultados que, como ya sabemos, son dos: o la teoría
quedó corroborada en el caso de que se haya verificado su consecuencia observacional,
o quedó refutada si dicha consecuencia no se verificó. En el primer caso, no podemos
decir que se ha demostrado como verdadera la teoría ya que esto sería incurrir en un
razonamiento inválido, mientras que en el segundo, podríamos concluir, en principio,
que la hipótesis, junto con otras afirmaciones auxiliares utilizadas, no puede ser
verdadera. Atendiendo a qué ocurriría con una teoría que es corroborada reiteradas
veces sin ser refutada, o qué peso tiene una refutación frente a una corroboración, es
como se diferenciarán el inductivismo y el falsacionismo.
Inductivismo
Como hemos dicho ya, una teoría corroborada no está demostrada como verdadera.
¿Pero es lo mismo una teoría que sólo cuenta con un caso de corroboración que otra
que posee varios casos que además fueron obtenidos en situaciones experimentales
diversas? ¿Por qué estamos seguros que la próxima piedra que tiremos también ha de
caer a la tierra? Para los inductivistas2 hay una diferencia importante entre la hipótesis
que usamos para predecir lo que ocurrirá con esta piedra y otra cualquiera, y es que la
afirmación “Todos los cuerpos pesados caen a la Tierra en ausencia de fuerzas que los
sustenten” ha recibido tantos casos de corroboración (no sólo hemos visto piedras que
caen, sino también macetas, lápices, vasos y un largo etcétera) y ninguno que la refute,
que esta teoría es casi seguramente una teoría verdadera.
¿Por qué no afirmamos que dicha teoría es verdadera? Un defensor de tal teoría podría
estar convencido, a luz de la evidencia disponible, que la hipótesis “Todos los cuerpos
pesados caen a la Tierra en ausencia de fuerzas que los sustenten” es verdadera y tener
1
Los estudios de género han puesto en evidencia, entre otras cosas, que la ciencia no ha sido
ajena a la discriminación que las mujeres han sufrido en diversos ámbitos, ignorando o
considerando como secundario el papel que ellas han desempeñado en el desarrollo de la
ciencia. Tampoco podríamos aceptar como un factor relevante a la hora de apreciar una
contribución científica la condición sexual de su proponente.
2
La referencia en plural se debe a que el inductivismo ha contado a lo largo de la historia con
muchos defensores, tanto en su aspecto metodológico, como fue el caso de Francis Bacon
(1561-1626) y John Stuart Mill (1806-1873) , como en su uso a la hora de justificar una elección
entre teorías. En este último aspecto, dos han sido sus representantes más importantes: Carl G.
Hempel (1905-1997) y Rudolf Carnap (1891-1970).
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plena confianza en ella, pero este convencimiento o confianza reflejan un estado
psicológico del sujeto, y por lo tanto, esto no constituiría un criterio racional y objetivo
para admitir la hipótesis en cuestión. El inductivismo sostendrá que esta teoría cuenta
con un grado de confirmación que le otorga una alta probabilidad de ser verdadera. Y
esto es así porque cada caso en el que se ha verificado una predicción de la teoría es
un caso de corroboración, pero esto no quiere decir que haya quedado demostrada su
verdad. Sin embargo, sostiene el inductivista, podríamos decir lo siguiente de una teoría
T que ha sido corroborada en diversas ocasiones:
Para el inductivismo, la ciencia progresa por dos vías complementarias. Una, la que
permite ir aumentando, a través de una meticulosa observación, el conocimiento de los
hechos que ocurren en la naturaleza y la otra, la que lleva a la formulación de teorías de
mayor alcance que los expliquen o cuyas predicciones se vean verificadas por ellos.
Estas teorías, al contar con una evidencia confirmatoria cada vez más numerosa y
variada, irán incrementando su probabilidad de ser verdaderas. Según esta concepción,
el progreso científico consiste en poder disponer, a medida que la investigación avanza,
de teorías con un más alto grado de confirmación que el que tenían teorías previas.
3
Hempel (1966), cap. 4, especialmente págs. 58-64.
101
Parece plausible afirmar que cuanto mayor sea la evidencia a favor de una hipótesis,
esto incrementa nuestra disposición a creer como verdadero lo afirmado en ella, pero si
lo que se quiere medir con el grado de confirmación es cuán cerca o lejos está una
hipótesis de decir algo verdadero, entonces la postura inductivista no está exenta de
ciertos problemas difíciles de salvar. En primer lugar, si aceptamos que cuando ocurre
una refutación ya no se puede admitir como verdadero lo que nuestras hipótesis
afirmaban, entonces, aun cuando nuestras hipótesis estuvieran previamente
corroboradas, eran falsas. Y ¿cuál es la probabilidad de ser verdadera de una hipótesis
falsa? Desde la época de los griegos hasta la modernidad, las hipótesis que se sostenía
sobre la circulación de la sangre en nuestro cuerpo eran las atribuidas a Galeno: “La
sangre es fabricada en el hígado”, “Las venas conducen la sangre por todo el cuerpo
para alimentar los tejidos y se consume en este proceso” y “Las arterias llevan el ‘espíritu
vital’ a todo el cuerpo”. Es decir que la sangre iba en un solo sentido y venas y arterias
llevaban distintos elementos. En 1628 William Harvey postuló la existencia de vasos
capilares que conectaban arterias y venas y sostuvo que “La sangre sale del corazón
por las arterias y regresa por las venas”. Estos vasos capilares fueron observados
tiempo después y merced a otros recursos técnicos hoy no se duda sobre el camino que
sigue la sangre. Las hipótesis de Galeno fueron creídas durante mucho tiempo y
permitían explicar por qué al disecar un cadáver las venas estaban llenas de sangre y
las arterias no. Sin embargo, esa hipótesis era falsa desde el momento que fue
formulada por más que se la haya creído verdadera durante mucho tiempo. El
inductivismo acepta esto, pues, al igual que el falsacionismo, adhiere a una concepción
objetiva de la verdad –cuestión que será ampliada más abajo– y, en consecuencia, no
tiene otra alternativa que admitir que una hipótesis falsa no puede incrementar su grado
de confirmación.
En segundo lugar, aun cuando no ocurriera que una hipótesis altamente confirmada se
enfrente a una refutación, ¿qué quiere decir que cada nueva predicción acertada
aumenta su probabilidad de ser verdadera? Es necesario hacer unas puntualizaciones
previas en torno al concepto de probabilidad para estar en mejores condiciones de
comprender la naturaleza de este problema. Cuando se dice que la ocurrencia de un
hecho tiene alguna probabilidad es porque no se puede afirmar con certeza que va a
ocurrir, ni tampoco negar como imposible su ocurrencia. Así, por ejemplo, si yo me
hubiera comprado todos los números del sorteo de la lotería, estoy seguro que voy a
sacar el primer premio, ya que cualquiera sea el número favorecido, yo lo tengo. Y si no
me hubiera comprado ningún billete, es imposible que yo gane algo en ese sorteo. Pero
si me compré un billete es probable que yo gane…y también es probable que pierda.
¿Cómo se puede estimar la medida de esta probabilidad? Intuitivamente me doy cuenta
que cuantos más billetes tenga en mi poder, más se incrementa mi probabilidad de
ganar, ya que sería mayor el número de casos que podrían ocurrir que estarían a mi
favor para poder obtener el premio. Así, por ejemplo, si hubiera 5 números y yo me
compré tres, de los 5 resultados posibles, hay tres que me favorecen.
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posibles serían favorables y el cociente sería 1. Pero habiéndome comprado 3, la
probabilidad de ganar sería la siguiente:
Sin importar cuán grande sea el número que aparece en el numerador, el cociente sigue
siendo siempre un número cercano a 0, lo cual quiere decir que la probabilidad no se
modifica aunque el número de corroboraciones aumente. Entonces, ¿cómo es que al
aumentar el número de corroboraciones se incrementa el grado de confirmación de una
hipótesis haciendo que su probabilidad de ser verdadera se vaya alejando del 0? Los
inductivistas han intentado enfrentar estas cuestiones apelando a concepciones de la
probabilidad cuya complejidad lógica y matemática no podemos tratar aquí. Aun así,
estas soluciones no siempre han brindado una respuesta satisfactoria a las dificultades
ya mencionadas.
Falsacionismo
En 1934 el filósofo y profesor de física y matemática austríaco Karl Raimund Popper
(Viena, 1902-Londres1994) publica en Viena La lógica de la investigación científica, obra
en la que se presenta una concepción filosófica opuesta al inductivismo conocida como
falsacionismo. Para Popper, el inductivismo constituye una visión inadecuada de la
ciencia, no sólo como criterio que permita justificar la elección de una teoría, sino
también como postura metodológica. Este filósofo fue uno de los principales defensores
del método hipotético-deductivo que admite, por un lado, el papel que desempeñan las
hipótesis previas del científico como guía para sus observaciones, al mismo tiempo que
permite dar cuenta de la postulación de entidades y procesos que no se obtienen de los
datos disponibles, sino que resultan de un acto imaginativo o creador del científico. Esto
4
Formalmente se usa el concepto de límite para dar cuenta de esto. En un cociente cuando el
denominador crece indefinidamente, no importando cuán grande sea el valor constante del
numerador, el cociente es ‘casi cero’.
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lleva a considerar a las hipótesis como conjeturas que intentan solucionar un problema
y no como intentos de generalizar un conjunto de observaciones. Estas conjeturas
deberán someterse a prueba contrastando sus consecuencias deductivas con los
resultados obtenidos a través de las observaciones o experimentos. Estos resultados se
expresan en enunciados de observación que pueden coincidir o no con las
consecuencias observacionales deducidas. Como ya sabemos, cuando tales
consecuencias o predicciones se verifiquen, la hipótesis resultará corroborada o
refutada cuando ocurra lo contrario. En el caso de la corroboración queda abierta la
posibilidad de que la hipótesis sea falsa ya que no hay ninguna inferencia válida que
permita concluir que se ha demostrado su verdad, mientras que en el caso de una
refutación sí hay una inferencia válida, el modus tollens, que nos autoriza a concluir la
falsedad del antecedente cuando es falso el consecuente.
Existe, pues, una asimetría entre los resultados posibles de una contrastación, debido
a que la experiencia no nos enseña qué hipótesis es verdadera, pero sí nos enseña cuál
puede ser falsa. Por lo tanto, ¿de qué serviría seguir acumulando más casos de
corroboración si esto no nos permite saber si hemos dado con la hipótesis correcta?
Esto no quiere decir que una hipótesis no debe ser corroborada. La corroboración o la
refutación no dependen de la voluntad del científico, sino de cuáles sean los datos
obtenidos en la puesta a prueba de una hipótesis. Pero el falsacionismo pone el énfasis
en que sólo una refutación (o falsación, término preferido por Popper)5 nos enseña qué
hipótesis hay que descartar. Por eso es que las contrastaciones se deben realizar con
la finalidad de demostrar la falsedad de una hipótesis y no para aumentar el número de
corroboraciones. Con esto Popper no está afirmando que todas las hipótesis son falsas,
sino que, dado que si fueran verdaderas no hay manera de demostrarlo, debemos, al
menos, intentar demostrar su falsedad.
Las hipótesis, en tanto que son proposiciones, son susceptibles de ser verdaderas o
falsas. En el capítulo de Lógica dábamos el siguiente ejemplo: “En este instante está
lloviendo en Beijing”, enunciado del que no sabemos si es verdadero o falso lo que
afirma, aunque sí podemos afirmar que, bajo ciertas condiciones, ese enunciado o
afirma algo verdadero o afirma algo falso. Hay que distinguir aquí dos tipos de problemas
que son independientes uno del otro. Uno es el de establecer bajo qué circunstancias
un enunciado es verdadero o no. La otra, cómo se sabe si lo es. Una antigua e
importante tradición que se remonta a Aristóteles y que se prolongó hasta el siglo XX de
la mano de lógico polaco Alfred Tarski (1902-1983) sostiene que la verdad debe
definirse como una relación entre lo afirmado por un enunciado y su correspondencia
con los hechos. Así el enunciado anteriormente citado será verdadero si está ocurriendo
en Beijing que llueve y falso en el caso de que no ocurra esto. Esta es una cuestión
semántica que atañe a la relación de lo dicho en el lenguaje con algo a lo que ese
lenguaje hace referencia. Cuestión que no debe confundirse con el problema epistémico
acerca de cómo averiguo si lo dicho en ese lenguaje es verdadero o falso. Quizás pueda
enterarme viendo la televisión, llamando por teléfono al Servicio Meteorológico de China
o consultando en Google, si está lloviendo o no en Beijing ahora mismo; pero esto no
altera el hecho de que el enunciado “En este instante está lloviendo en Beijing” o dice
algo verdadero o dice algo falso. Más aún, si un enunciado afirmara “Llovió en Beijing el
23 de agosto de 1498” no hay manera de saber, en principio, si pasó ese hecho o no.
Carecemos de información que nos diga qué tiempo hizo en Beijing en ese día. Pero si
ocurrió que el 23 de agosto de 1498 llovió en Beijing, el enunciado “Llovió en Beijing el
5
Si bien existen matices que diferencian el concepto de refutación del de falsación, estos no
resultan relevantes para nuestra presentación de las ideas popperianas.
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23 de agosto de 1498” es verdadero y si no ocurrió que el 23 de agosto de 1498 llovió
en Beijing, el enunciado “Llovió en Beijing el 23 de agosto de 1498” es falso.
Del mismo modo podemos decir que si el universo se originó a partir de la explosión de
un punto adimensional y está en expansión, entonces las hipótesis del Big-Bang son
verdaderas. Ahora bien, ¿podemos averiguar esto? La respuesta de Popper es un
rotundo “No”. Toda hipótesis científica tiene que ser sometida a contrastaciones en un
intento de demostrar su falsedad y, mientras resista, se la aceptará provisoriamente,
pero si ocurriera una falsación deberá ser abandonada. En tanto una hipótesis no resulta
falsada los intentos de falsación fallidos nos dirán cuánto soporta las pruebas empíricas
a las que es sometida.. No sabemos de antemano cuánto pueden resistir nuestras
teorías, pero a medida que las ponemos a prueba mediante observaciones o
experimentos averiguamos hasta donde resisten. Imaginemos que hemos comprado
una mesa y no sabemos cuánto peso aguanta su estructura. La manera de averiguarlo
será ir poniendo objetos cada vez más pesados para ver cuánto soporta. Mientras la
mesa no se rompa no hay motivo alguno para cambiarla, pero tan pronto como le
pongamos un objeto lo suficientemente pesado que la rompa, deberíamos cambiarla.
La mesa es nuestra hipótesis, de la que no sabemos cuánto puede resistir las
contrastaciones con las que la ponemos a prueba. En nuestro ejemplo, los distintos
objetos con los que probamos la resistencia de la mesa son estas contrastaciones o
intentos de falsación. La resistencia de la mesa es algo que desconocemos antes de
hacer estas experiencias contrastadoras, pero lo que es seguro, es que esta resistencia
no se acrecienta a medida que la mesa sale airosa de los intentos de romperla. Esto es
una diferencia importante con la noción inductivista de probabilidad de una hipótesis,
probabilidad que sí va en aumento a medida que se la corrobora. En cambio, siguiendo
con nuestro ejemplo, no podríamos decir que la mesa se hace cada vez más irrompible
por el hecho de resistir a los distintos objetos que se le colocan encima.
6
Popper (1934), pág. 261.
7
La palabra griega hypothesis (ύπόθεσις) significa “suposición”. El prefijo hypo quiere decir
“debajo de” y thesis es “proposición, aserto, afirmación”. La traducción al latín nos sonará algo
más familiar ya que “debajo de” se dice sub y “afirmación” es positio que al unirlas nos da la
palabra suppositio.
8
Véase Popper (1934), págs. 262 y 294.
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deberá ser sometida a contrastaciones exigentes y si esta hipótesis o conjetura resulta
refutada, se la reemplazará por otra a la que se le exigirá, si quiere sobrevivir, que
supere las pruebas empíricas con las que se la confrontará. En síntesis, para Popper la
mejor manera de caracterizar a la ciencia es considerarla como una actividad en la que
mejor que buscar pruebas de que se tiene razón, el científico debe buscar pruebas de
sus errores.
Esto quiere decir que si se verifica (O), (H) es falso. La situación cambia si en lugar de
(H) tenemos este otro enunciado:
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¿En qué difieren estas dos hipótesis? En que para (H*) no existe ningún enunciado de
observación que, de verificarse, la hiciera falsa, dado que si fuera verdadero el
enunciado de observación “Hoy llueve”, este enunciado estaba implicado por (H*); pero
también lo estaba el enunciado “Hoy no llueve” Recordemos, según lo visto en lógica,
que para que una disyunción sea verdadera alcanza con que un disyunto lo sea, y por
lo tanto, si hoy llueve es verdadero el primer disyunto, y si no llueve, lo es el segundo.
Ninguno de los casos posibles que se presente haría falso a (H*).
Pero este criterio de demarcación sí es muy importante para separar las auténticas
teorías científicas de las que no lo son. Podemos diferenciar así entre las teorías
científicas que satisfacen el criterio de falsabilidad, como la teoría de la relatividad de
Einstein, y otras teorías, que desde el juicio de Popper son pseudocientíficas y no lo
cumplen, como el psicoanálisis y el marxismo9. La teoría general de la relatividad predice
un efecto que, siguiendo la teoría de Newton no podría ocurrir: la deflexión de un rayo
lumínico al pasar cerca del Sol.10 Pero esta teoría no sólo predice un efecto novedoso,
sino que además dice cuál es el valor de dicho desvío: 1.77” de arco. En 1919 se realiza
durante un eclipse solar una observación para detectar si ocurre o no esta curvatura.
Efectivamente, el rayo proveniente de una estrella sufre una deflexión que, dentro del
margen de error experimental, concuerda con la predicción de Einstein. Para Popper, la
teoría de la relatividad es una teoría altamente falsable ya que de no haber ocurrido una
9
Dos epistemólogos argentinos, de irreprochable formación científica, como el matemático
Gregorio Klimovsky (1922-2009) y el físico Mario Bunge (1919), son exponentes de actitudes
muy disímiles con respecto a la cientificidad del psicoanálisis. Para el primero, la teoría
psicoanalítica, al menos en lo que a Freud respecta, cumple con el criterio de falsabilidad,
mientras que para Bunge no es así. También en torno al carácter científico de las ideas de Marx
existen controversias cuyo análisis excede los límites de esta presentación.
10
La teoría newtoniana predice la deflexión de la luz como efecto gravitatorio si aceptamos la
teoría corpuscular de la luz. En 1784 Henry Cavendish (1731-1810) fue el primero en calcular
ese valor, aunque no publicó sus hallazgos; y casi 20 años más tarde el astrónomo alemán
Johann Georg von Soldner (1776-1833) publicó los resultados de sus cálculos. En ambos casos,
se predice la curvatura de un rayo de luz con un valor que es la mitad del calculado por la teoría
relativista. Pero estos cálculos se realizaron bajo la suposición de que la luz está compuesta de
partículas con masa que se ven afectadas por la atracción gravitatoria. Esta teoría fue
abandonada a mediados del s. XIX y reemplazada por una teoría ondulatoria. Sin la hipótesis
corpuscular, la mecánica newtoniana no predice el desvío de un rayo de luz por efecto
gravitatorio. Para ver más detalles sobre este tema poco conocido dentro de la historia de la
física, puede consultarse el artículo de Clifford M. Will: “Henry Cavendish, Johann von Soldner,
and the deflection of light”, American Journal of Physics, 56, (1988), págs. 413-415. Agradezco
a Santiago Paolantonio y a Hernán Miguel que me acercaron esta información.
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desviación del rayo o estar esa curvatura lejos de los valores predichos, la teoría se
hubiera visto refutada.
Muy distinta es la situación con teorías como las de Freud y Marx. Daremos un ejemplo
que simplifica de manera casi caricaturesca la crítica que dirige Popper a estas teorías,
y lo haremos apelando a una hipótesis que no pertenece al psicoanálisis freudiano sino
a un discípulo disidente, Alfred Adler, con quien Popper estuvo en contacto en sus años
juveniles cuando se ganaba la vida en Viena como asistente social. Cualquier otro
ejemplo que quiera hacer justicia a la complejidad tanto de las ideas de Freud o de Marx
nos obligaría entrar en detalles que exceden el marco de una presentación introductoria.
La doctrina de Adler afirma que el conflicto central que motiva los actos humanos es el
complejo de inferioridad. ¿Qué esperaríamos que haga una persona frente a una
situación de riesgo, supongamos, tener que socorrer a un niño que está ahogándose?
Si esa persona se arroja al río para salvarlo, eso mostrará que ha superado su complejo
de inferioridad ya que se siente seguro y confiado de que podrá ayudarlo. En cambio, si
no se atreve a tirarse al agua, eso mostrará que ha sucumbido al complejo de
inferioridad que lo hace sentir incapaz de realizar tal acto de valentía. En ambos casos,
la hipótesis propuesta por Adler se encontrará corroborada, o como mejor le gustaría
decir a Popper, nada ocurrirá en el mundo que pueda falsar a dicha hipótesis.
Supongamos que cada uno de ellos es el resultado del uso de tres diferentes teorías
meteorológicas a las que identificaremos como TM1; TM2 y TM3. ¿Cuál de estas tres
teorías es más falsable? Si mañana no llueve, no se habrían verificado ninguno de los
pronósticos y estarían refutadas las tres teorías. Si mañana llueve a la mañana, serían
falsos los pronósticos 2 y 3. Y si mañana llueve después de las 13hs., sería falso el
pronóstico 3. Es decir, hay más hechos que podrían ocurrir en el mundo que refutarían
a la TM3 que a las otras dos. La TM3 es la más falsable, pero al mismo tiempo, es la
que permite hacer una predicción con mayor información fáctica que las otras dos. Esta
teoría es la que más hechos “prohíbe” que ocurran, no porque esta teoría le imponga a
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la realidad qué debe acontecer y qué no, pero sí porque “legisla” sobre los hechos que,
según lo afirmado por ella, no podrían ocurrir si fuera verdadera.
La ciencia avanza, según Popper, reemplazando a las hipótesis falsadas por otras que,
siendo más falsables, salgan indemnes de las contrastaciones. Así, por ejemplo, la
hipótesis gravitatoria de Newton salió airosa y tuvo éxitos predictivos en dos situaciones
que se presentaban altamente problemáticas para ella. Una de estas situaciones fue la
observación de la órbita de Urano, planeta descubierto en 1781, y cuya trayectoria
parecía contradecir a dicha hipótesis. Pero si hubiera un octavo planeta que perturbara
gravitatoriamente a Urano, se podría explicar tal anomalía. Y, en efecto, ese octavo
planeta existe, se lo descubrió en 1846 y es Neptuno. Planeta este que también presenta
una trayectoria no acorde a la predicha por la teoría gravitatoria. Un noveno planeta
debe ser la causa de esta anomalía. El descubrimiento de Plutón en 1930 corrobora a
la hipótesis newtoniana que resiste a todos estos intentos de ser falsada. Pero, ¿resistirá
siempre? Mercurio, un planeta conocido ya desde la Antigüedad, también tiene una
perturbación en su perihelio, es decir, en el momento en el que su órbita se encuentra
más cerca del Sol. Debería haber un décimo planeta que lo atrae gravitatoriamente, y
antes de observarlo ya se lo bautizó con el nombre de Vulcano. Sin embargo, este
planeta no existe. La hipótesis gravitatoria fracasó en esta predicción. Pero la Teoría
General de la Relatividad formulada por Einstein predice que esta trayectoria de
Mercurio, al estar más cerca del Sol, sufrirá un desvío debido a la deformación del
espacio causada por un objeto de gran masa como es el Sol. La hipótesis de Einstein
resiste donde otra, la de Newton, fue falsada. La de Einstein es, entonces, una hipótesis
que debe ser aceptada en reemplazo de la hipótesis gravitatoria.
En este último ejemplo, como así también en el caso ya citado más arriba de la novedosa
predicción de la deflexión de la luz, la teoría relativista se mostró como una teoría con
un alto grado de falsabilidad al predecir un hecho que otra teoría no había predicho y
hacerlo con precisión; y además, al no ser falsada, mostró más resistencia que la teoría
newtoniana que no contenía ni la predicción de la curvatura en la trayectoria de la luz,
ni la del espacio-tiempo para solucionar una anomalía (el perihelio de Mercurio) que la
mecánica newtoniana no pudo resolver.
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esta resulta falsa, el modus tollens nos lleva a negar dicho antecedente. Pero este es la
conjunción de la o las hipótesis principales junto a las auxiliares más las condiciones
iniciales. Lo que hemos demostrado es la falsedad de tal conjunción de enunciados,
pero, ¿cuál es el falso? ¿Todos? ¿Sólo uno de ellos? Una conjunción resulta falsa
cuando al menos un conyunto lo es. ¿Estamos seguros de que el enunciado a rechazar
es nuestra hipótesis puesta a prueba? Hemos vistos casos, como el de la predicción de
la paralaje estelar, en el que la falla predictiva estaba en la suposición, aceptada por la
astronomía en la época de Copérnico, sobre las dimensiones del universo, más
concretamente, sobre la relación entre la lejanía a la que se encontrarían las estrellas
comparada con el diámetro de la órbita terrestre. Lo que falló fue esta hipótesis auxiliar.
Y los defensores del heliocentrismo optaron por defender a esta teoría mediante el uso
de hipótesis ad-hoc antes que descartarlo.
Para Popper una hipótesis refutada debe ser rechazada, y jamás una defensa ad-hoc
sería admisible ya que esta estrategia volvería infalsable a la hipótesis. Ciertamente
estamos dando acá una versión simplificada del falsacionismo, bautizada por un
discípulo de Popper, el húngaro Imre Lakatos (1922-1974),como “falsacionismo
ingenuo” a la que podría oponérsele un “falsacionismo sofisticado” que reconozca la
dificultad existente a la hora de admitir que existen enunciados de observación como
falsadores absolutos de una hipótesis. Será Lakatos, quien, atendiendo tanto a la
historia de la ciencia como a la práctica científica, desarrollará con más detalle una
versión menos dogmática del falsacionismo como una metodología que es aplicable
dentro de un programa de investigación. Pero esta ya es otra historia.
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