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El Abogado como servidor Publico

El abogado como servidor de la justicia, está obligado a la defensa y garantía de las

libertades fundamentales y los derechos inherentes de todos los ciudadanos sin perjuicio

de raza, sexo o religión. De esta manera, se garantiza al conjunto de la sociedad que

todas las personas tienen derecho a alcanzar una tutela judicial efectiva por parte de la

Administración de Justicia sin que pueda producirse indefensión.

En la misma línea, al abogado como operador jurídico también se le reconoce como

pilar básico en la Administración de justicia, por la función social que representa. Con

la denominación de operador jurídico, nos referimos a todos aquellos que se dedican a

actuar dentro del ámbito del Derecho con una habitualidad profesional, ya sea como

aplicadores del Derecho o bien como creadores, intérpretes o consultores del mismo.

Por ello, habrá que matizar que no todos los licenciados del derecho son operadores

jurídicos, ni todos los operadores jurídicos son juristas.

Sobre las funciones que debe cumplir el Derecho es necesario hacer una reflexión sobre

lo que debe ser el derecho y para qué debe servir. Para responder esta cuestión habría

que plantearse primeramente las funciones que cumple el Derecho como conjunto de

normas que se postulan para organizar la vida social. En este sentido, cuando defiende
que el Derecho se constituye como un conjunto de disposiciones normativas que deben

conseguir, instaurar o reforzar una organización social. Entendiendo así, que el Derecho

ayuda a mantener una estructura social determinada, colaborando a su conformación en

base a esos ideales que la propia sociedad requiere o exige.

Como parte de la Administración de Justicia, el abogado se encuentra en un contexto

determinado. Por un lado, al formar parte de la organización de la Administración de

Justicia, se le considera un operador del sistema legal. Pues con esa adscripción queda

supeditado a lo contemplado por el sistema judicial. Y, por otro lado, su circunscripción

como operador jurídico le obliga a realizar una serie de funciones encaminadas a la

búsqueda de la justicia.

Es costumbre o norma que los profesionales se asocien en colegios para acreditar su

idoneidad como practicantes de la profesión correspondiente, y lo es que esos colegios

cuiden, a través de diversos mecanismos de preparación y supervisión, el desempeño

ético de sus integrantes. Se trata de atender una importante responsabilidad frente a la

profesión misma, a la sociedad, e incluso al Estado. En México hay diversas corrientes

de opinión con respecto a la colegiación profesional en general, y a la de abogados en

particular. En estos años ha renacido el empeño favorable a la colegiación obligatoria,

cuya implantación requeriría de una reforma constitucional, que muchos profesionales y

algunas instituciones han solicitado.

Un servidor público puede realizar trabajos extras en la empresa privada sin incurrir en

faltas disciplinarias siempre y cuando cumpla con lo establecido por la ley para cada

profesión. Lo que no puede hacer es contratar con el Estado. Quienes fueron servidores

públicos también tienen unas inhabilidades, pero eso no significa que su vida laboral
esté suspendida, simplemente no podrán realizar algunos trabajos por un tiempo

determinado.

 Las inhabilidades son restricciones fijadas por el constituyente o el legislador para

limitar el derecho de acceso al ejercicio de cargos o funciones públicas, ello quiere

decir, que tienen un carácter prohibitivo.

 De conformidad con lo expuesto por la Corte Constitucional y el Consejo de Estado en

reiterados pronunciamientos, el régimen de inhabilidades e incompatibilidades debe

estar consagrado en forma expresa y clara en la Constitución y en la ley y su

interpretación es restrictiva, razón por la cual no procede su aplicación por vía de

analogía.

 Papel del Abogado en la Sociedad

El abogado ocupa un lugar muy importante en la sociedad, tiene que ser un señor. Tiene

una gran responsabilidad y tiene que tener una conducta ejemplar. No puede ser torpe,

grosero ni mucho menos tener un lenguaje soez; no puede ser insolente, porque esto

indudablemente denigra la profesión. Tiene que ser un hombre de una gran cultura,

porque no se puede limitar sólo al conocimiento del derecho, ya que mientras más

cultura tenga, más fácil le será encontrar la solución de los asuntos que le llegan.

Además, es necesario que sea prudente, de trato mesurado y afable, no sólo con los

jueces sino también con sus colegas.

Como persona inteligente tiene que estudiar cada uno de los asuntos que recibe, tiene

que tener dedicación al trabajo, tomar el ejercicio de la profesión como un servicio a la

sociedad, y debe preocuparse no sólo por lo jurídico sino también por lo económico y lo
social. Si estudia bien el asunto, logrará tener una idea clara, y esto es muy importante,

porque el que tiene ideas claras, habla claro y escribe claro, pues -de lo contrario- no

sólo no lo entenderá él, sino que no lo entenderá nadie, y esto atenta contra el derecho

del cliente. Es imprescindible, además, pensar que es un colaborador de la justicia, que

debe actuar con honestidad, con amor, con generosidad, y proceder siempre de buena fe.

Hay que tener en cuenta el decoro profesional, que es lo más preciado y digno de la

defensa de todo universitario.

Hay que tener presente también que, si bien la meta es ganar el juicio, no todos los

caminos son buenos para llegar a ese fin sino sólo los que se pueden transitar con

honestidad. Tenemos que tener presente que la ética profesional tiene que ser el secreto

del triunfo, ya que en la profesión muchas veces hay flaquezas y extravíos, por

impaciencia, por irreflexión o por el afán de ganar pronto y de cualquier manera lo que

se debe ganar con trabajo, con esmero y con justicia. Es por esta razón que a los jóvenes

les digo que no se apuren en superar etapas, pues cada una de ellas tiene su tiempo y

-así como los primeros años de la carrera- la actividad profesional es bastante intensa;

luego vienen años también de trabajo, pero que varían en la forma y el método.

En esta etapa, se dirige a los jóvenes abogados que van al frente de la lucha y nosotros

estamos atrás, para organizar, para controlar. Con los años, se adquiere equilibrio,

prudencia y armonía, pero para eso uno tiene que tener paz, que la da el buen proceder;

de lo contrario nos podemos arrepentir y ese momento llegará tarde. Finalmente, es

necesario recordar que en los escritos no se puede ofender ni al colega ni al juez, porque

ello demostrará la debilidad del planteo y es más importante la “fuerza de la razón” que

la “razón de la fuerza”. Nos quedan por fuera de este análisis aspectos de la profesión

tan determinantes como la carrera judicial, ella a su turno expuesta a múltiples desafíos,
aunque de otro orden, pues allí también los vientos de cambio arrecian, en particular por

cuenta de la inteligencia artificial.

No resulta fácil imaginar cómo será el ejercicio profesional a la vuelta de una década

-seguramente muy distinto al actual, como ya lo es hoy respecto del pasado reciente-,

pero esta dificultad no nos exime del deber de reflexionar en beneficio de los abogados

del mañana.  

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