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El Renacimiento
Suele considerarse el Renacimiento como el período de la historia de Europa en el cual se produce una ruptura
con el género de vida practicado durante la mayor parte de la Edad Media y se sientan las bases de lo que será
la cultura moderna propiamente dicha.
En lo que se refiere a la historia de la filosofía, se produce una transformación de la mentalidad escolástica
que dominó el pensamiento sistemático durante la Baja Edad Media. Debido a la matematización de la ciencia y
a la aparición de las estructuras políticas que determinarán el mundo occidental hasta el siglo xxi, esa mentalidad
dará lugar a unos nuevos «sistemas» de pensamiento desligados ya de los presupuestos intelectuales que habían
estado vigentes desde la Antigüedad.
Es preciso notar, no obstante, que bajo esta ambigua denominación de «Renacimiento» se mencionan al menos
tres fenómenos culturales diferentes:
1) El humanismo: lentamente gestado desde los comienzos del arte gótico, el humanismo se apoya en la
recuperación de los saberes de la Antigüedad y tiene su principal expresión en el mundo de las artes y las
letras.
Se produjo una profunda renovación de las artes (el desarrollo de la perspectiva naturalista en la pintura, que
tiene movimientos equivalentes en las otras artes) y de la literatura considerada en su sentido más general. En
este último aspecto, el estudio de las lenguas clásicas (latín y griego) provocó una auténtica resurrección de los
autores grecorromanos, que durante la Edad Media habían sido leídos solo parcial e indirectamente o en
traducciones defectuosas y no siempre acertadas.
Esa recuperación de los autores de la época antigua modifica por completo los modos de escribir y de pensar no
solo en las disciplinas propiamente «literarias», sino en lo que concierne al derecho, a la política, a la moral y al
estudio de las costumbres, siendo este último uno de los factores que contribuyeron a la configuración de los
Estados-nación.
El humanismo es el fenómeno cultural más visible del Renacimiento, especialmente si observamos los
acontecimientos desde el centro de irradiación que constituye Italia a partir del siglo XV; no obstante, desborda
el mundo italiano y latino, difundiéndose por toda Europa y encontrando figuras tan ilustres como las de Erasmo
de Rotterdam o el español Juan Luis Vives.
En este mismo contexto es en el que hay que situar el inicio del llamado «siglo de Oro» de la literatura en lengua
castellana, desde la obra narrativa de Cervantes a la poesía mística de Teresa de Ávila o Juan de la Cruz,
pasando por la magistral obra del gramático Antonio de Nebrija.
2) La Reforma protestante: ese movimiento de «retorno a los orígenes» no solamente produjo un «renacimiento»
del paganismo y del estudio de los clásicos, sino también un intento de rescatar el espíritu originario del
cristianismo frente a lo que es percibido como una cierta «decadencia» ocurrida sobre todo durante los años de
consolidación de la escolástica medieval.
De esta reacción acabará por surgir la Reforma, que dividirá a la Iglesia cristiana en dos bandos, cuyos conflictos
alcanzaron también dimensiones políticas e históricas de primer orden.
3) La Revolución Científica: en un período que comienza con Galileo y Kepler y que desembocará en la obra
de Newton, el desarrollo de la física matemática como ciencia teórico-experimental supondrá una ruptura
definitiva, por una parte, con el modelo de pensamiento científico heredado de la Antigüedad y de la Edad Media
y, por otra, con el cosmos finito y el universo cerrado y geocéntrico que constituían la «visión del mundo»
establecida en esas épocas anteriores.
El trastorno de la propia concepción de la ciencia irá acompañado, en los siglos posteriores, del trastorno de la
vida civil y hasta de la cotidianidad familiar, en la medida en que la tecnología convierta en impactos sociales los
descubrimientos de la física moderna.
La Revolución Científica
El modelo geocéntrico aristotélico-ptolemaico
Antes de abordar el estudio de la Revolución Científica, es necesario considerar la física aristotélica y las
cosmovisiones elaboradas por Aristóteles y por Ptolomeo, pues en gran parte se va a oponer a ellas. La
cosmovisión de Aristóteles es de carácter realista, mientras que Ptolomeo presenta un esquema positivista.
Las tres grandes exigencias del sistema aristotélico del mundo son: geocentrismo; esferas concéntricas y
cristalinas en torno a una Tierra estable, y movimiento uniforme de tales orbes celestes. Todo ello está
inscrito en la esfera de las estrellas fijas, movida regularmente –para explicar los días y las noches– por el primer
motor, especie de alma del mundo movida, a su vez, por el motor inmóvil: Dios.
Esta armonía, expresión de las grandes hipótesis de base de la ciencia griega: finitud del cosmos, uniformidad y
circularidad como movimiento perfecto (lo más cercano a la inmutabilidad del Dios), se veía desde el principio
perturbada, con todo, por dos fenómenos: cometas y planetas.
Con respecto a los cometas, la solución ofrecida resultaba convincente, dada la ausencia de instrumentos de
precisión: se trataría de «meteoros»; esto es, de fenómenos producidos en la región sublunar por la fricción de
las capas de aire y fuego que rodeaban la Tierra.
Pero los planetas no fueron tan fáciles de dominar. En efecto, aparte del Sol y de la Luna, de movimiento regular,
algunas «estrellas» variaban periódicamente de intensidad lumínica, y otras (especialmente Venus y Marte)
aparecían, bien en posiciones opuestas, bien caminando hacia atrás en movimiento retrógrado. Por eso se las
llamó «planetas» (palabra griega que significa ‘vagabundo’, ‘errante’).
1. La ciencia natural no es de ningún modo –para Kepler– un medio que sirva a los fines materiales del hombre ni a su técnica, con
cuya ayuda pueda sentirse menos incómodo en un mundo imperfecto y que le abra la vía del progreso. Por el contrario, la ciencia
es medio para la elevación del espíritu, una vía para hallar reposo y consuelo en la contemplación de la eterna perfección del
universo creado.
2. En estrecha conexión con lo anterior se encuentra el sorprendente menosprecio de lo empírico. La experiencia no es más que un
fortuito descubrir hechos que mucho mejor pueden ser concebidos partiendo de los principios apriorísticos. La completa coincidencia
entre el orden de las «cosas del sentido», obras de Dios, y las leyes matemáticas e inteligibles, “ideas” de Dios, es el tema básico
del harmonices mundi. Motivos platónicos y neoplatónicos llevan a Kepler a la concepción de que leer la obra de Dios –la naturaleza–
no es más que descubrir las relaciones entre las cantidades y las figuras geométricas. “La geometría, eterna como Dios y surgida
del espíritu divino, ha servido a Dios para formar el mundo, para que este fuera el mejor y más hermoso, el más semejante a su
Creador”».
Heisenberg, W.: La imagen de la naturaleza en la física actual. Seix Barral, Barcelona, 1969.
La segunda ley no entraña implicaciones tan importantes desde el punto de vista filosófico. Cabe señalar que,
con ella, desaparecen por fin los ecuantes de la astronomía, respetando, sin embargo, la exigencia de
uniformidad del movimiento angular.
Quedaba por explicar la causa física de que el planeta girara más aprisa en su perihelio. Como antes se apuntó,
Kepler sugirió –correctamente– que se debía a una fuerza emanada por el Sol, pero la seguía concibiendo de
una forma cuasimística, como poderes o facultades que «tiraban» del planeta.
3)La tercera ley dice así: «Los cuadrados de los períodos de revolución de dos planetas cualesquiera son
proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol».
La primera ley señalaba la relación entre cada planeta y el Sol; la segunda, el movimiento angular de su órbita;
pero es la tercera la que consigue enlazar en un sistema todos los planetas. Solo a partir de Kepler puede hablarse
de un sistema solar. La tercera ley es denominada, con justicia, la ley de armonía del movimiento planetario.
Así quedaba explícitamente abierta la imagen del mundo de la Modernidad: un maravilloso mecanismo de
relojería, regido por leyes inmutables y extrínsecas a los cuerpos (caída del concepto griego de physis). En
palabras del propio Kepler:
«Mi intento ha sido demostrar que la máquina celeste ha de compararse no a un organismo divino, sino más bien a una obra de
relojería. […] Así como en aquella toda la variedad de movimientos son producto de una simple fuerza magnética, también en el
caso de la máquina de un reloj todos sus movimientos son causados por un simple peso. Además, demuestro cómo esta concepción
física ha de presentarse a través del cálculo y la geometría».
La fuerza magnética de atracción era, efectivamente, la causa física que Kepler necesitaba para conciliar realidad
e idealidad, física y cálculo. Pero sabemos que no pudo llegar a describirla matemáticamente. Para ello, habría
necesitado la ley de inercia, implícitamente establecida por Galileo. Kepler fue incapaz de dar ese gigantesco
paso: la matematización total del universo.
Quizá no haya en la historia de la ciencia moderna otro texto tan decisivo como este. La lectura del mundo con
ojos matemáticos tenía necesariamente que chocar de frente con los dos grandes poderes de su tiempo: la ciencia
aristotélica y la Iglesia. Procede, pues, recordar primero, brevemente, las posiciones de ambos poderes.
El método resolutivo-compositivo
El método de Galileo se levanta, por una parte, contra el nominalismo vigente en su época y, por otra, contra la
mera recogida de datos a partir de la experiencia, para conseguir una generalización inductiva.
La experiencia es una observación ingenua: pretende ser fiel a lo que aparece, a lo que se ve y toca. Pero
introduce subrepticiamente creencias y modos de pensar acríticamente asumidos, a través de la tradición y la
educación.
El experimento, por el contrario, es un proyecto matemático que elige las características relevantes de un
fenómeno (aquellas que son cuantificables) y desecha las demás. Y aún más, el pitagorismo de Galileo lo lleva a
considerar esas cualidades no cuantificables (cualidades segundas) como irreales, meramente subjetivas.
Realmente solo existe aquello que puede ser objeto de medida (cualidades primeras).
Estamos, ahora, en disposición de seguir los pasos del método experimental, tal como los traza Galileo en su
carta a Pierre Carcavy (1637):
1) Resolución: a partir de la experiencia sensible, se resuelve o analiza lo dado, dejando solo las propiedades
esenciales.
2) Composición: construcción o síntesis de una «suposición» (hipótesis), enlazando las diversas propiedades
esenciales elegidas. De esta hipótesis se deducen después una serie de consecuencias, precisamente las que
puedan ser objeto de resolución experimental.
3) Resolución experimental: puesta a prueba de los efectos deducidos de la hipótesis.
El mundo nuevo surge por la confianza absoluta en la razón proyectiva. La razón impone sus leyes a la
experiencia, hasta el punto de que esta última se convierte en un mero índice de la potencia del intelecto. Es el
inicio de la razón como factor de dominio del mundo.