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Acerca del reino que posees

A María Isela Zapata Rivera, enfermera de guerra

Te soltaron de niña
el cuidado de un pozo

Que nadie toque el agua jamás advirtieron

No preguntaste si tú podías beber

Los años trajeron ante ti


la sed y la sequía

Tú cumplías con lo tuyo


rigurosa

Nunca nadie conoció


ni tú misma bebiste
el agua del pozo que guardabas

Sin embargo, nunca moriste

nunca moriste de sed

Si juntáramos el oro del mundo

Muere John Jairo Moreno León forrado de amarillo malaria, quizá como Atahualpa, el Hijo
del Sol, envuelto en oro. Ambos fueron buenos y malos. Habían cumplido con su pena y
pagado su rescate diez veces. En traje de oro se va John Jairo a la muerte, como Atahualpa
acusado de los males que sus jueces cometieron sobre él.

Más allá de John Jairo y de Atahualpa y de sus jueces y asesinos, estuvo un día la vida. La
vida material que quiso ser entendida en su fulgor único. Si juntáramos el oro del mundo
podría pagarse alguna vez el rescate de las mentes presas y quizá suceda que abolamos las
prisiones, las monedas, las economías de mercado, los jueces, los asaltantes, los ministros
antes de la desaparición espectacular de los orgullosos hijos del sol.

Antes de la abolición
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Una reja más,
la costumbre.
¿Y el canto?
Imposible,
más acá o más allá del muro.

La única tonada
es la preferida de la maestra.

Todas las mañanas el encierro la recita de memoria,


bajo espinas en la sien.

Que tras la retahila yace


acorazada la treta universal,
era de suponerse,
mas nunca notamos que se trataba de una guerra.

La abscisa y la ordenada universales,


su medición, su calambre distribuido sin compasión,
minucioso sobre las sienes,
los lagrimales,
los nervios de generaciones.

La repetición
vertical y horizontal.

La vertical,
la horizontal
les enseñaremos, dicen.

A veces, es como si siempre hubiera estado aquí.


Y el esplendor tan distante de las hojas del único árbol
su sombra que se escapa entre la noche
con el deseo ajeno de la fruta.

La noche viene muy temprano;


no acaba de llegar
y ya ha de marcharse.

Espero por el calado


a la noche de tintas y tornados
que no vendrá,
que sólo dura lo que el agua
en los grifos escatimada.

Meses después, he visto la luna


como a un visitante:
corta y apenada.

Está bien, lo admito:


Soy una bandera.
Pero también soy el brazo desnudo,
ardiente y peligroso,
sin vergüenza.

Está bien, lo admito.


Encendí la bengala.
Que la noche se hizo muy negra
y sin luz no cruzarían los hijos
hasta el amanecer.

La ley,
la única ley
es la grieta,
la arruga
por la que se van
los regímenes.

A Paul Celan

AHORA ME acuerdo de ti, Paul


obligado a trabajos por un nazi
En algo me pasé, en algo
se pasó el mundo
Un exceso de asco el uno por el otro
pues me llaman por mi nombre
a condenas varias y quizás
son los mismos que mataron a tus padres
los que apretujan a estas gentes yacentes
bajo el hierro y la cámara panóptica
Una sonrisa al captor me ha roto el cuello
Reír es cosa de riachuelos, allá, pues acá
a cada gesto lo cruza su propio desagüe estratégico
Es de tener rota el alma
Si por alguna maravilla la llevas buena
no demora, no tarda la ley que la socave
Pero, a la Poesía, Paul
le valen
éste y tantos pases macabros

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