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oseph de Maistr

JJoseph Maistree

Cons ideraciones
Consideraciones
sobre Franc
Francia
ia

Presentació
Presentaciónn de
ANTONIO TRUYOL Y SERRA

Traducción y notas de
JOAQUÍN POCH ELÍO ELÍO
CAPÍTULO I

Dee las revoluciones


D

Estamos todos vinculados al trono del Ser supremo


• por una cadena flexible, que nos retiene sin sojuzgarnos.
Lo que hay de más admirable en el orden universal de
las cosas es la acción de los seres libres bajo la mano divi-
divi­
na. Libremente esclavos, operan a la vez voluntaria y ne­ ne-
cesariamente:
cesariamente; hacen realmente lo que quieren, pero sin
poder perturbar los planes generales. Cada uno de.estos
de estos
seres ocupa el centro de .unauna esfera de actividad, cuyo
diámetro varía según el arbitrio del eterno geómetra, que
sabe extender, restringir, detener o dirigir la voluntad,
sin alterar su naturaleza.
En las obras del hombre, todo es pobre como el autor;
los planes son restringidos, los medios rígidos, los meca-
meca­
nismos inflexibles, los movimientos penosos, y los resul-
resul­
tados monótonos. En las obras divinas, las riquezas de lo
infinito se desvelan hasta en el menor elemento; supo- su po­
tencia opera actuándose: en sus manos todo es flexible,
nada se le resiste; para ella todo es medio, incluso el obs-
obs­
táculo: y las irregularidades producidas por la operación
de los agentes libres vienen a alinearse en el orden gene-
gene­
ral.
Si se imagina un reloj del cual todos los mecanismos
variasen continuamente de fuerza, de peso, de dimen- dimen­
sión, de forma y de posición, y que señalasen sin embar-
embar­
4 JOSEPH
JOSEPJ-I D
DEE MAISTRE

go la hora invariablemente, se tendrá una idea de la


gola ia ac-
ac­
ción de los seres libres en orden a los planes del Creador.
En el mundo político y moral, como en el mundo físi- físi­
co, hay un orden común, y hay excepciones a este orden.
Comúnmente vemos una serie de efectos producidos por
las mismas causas; pero en ciertas épocas vemos acciones
suspendidas, causas paralizadas y efectos nuevos.
El milagro es un efecto producido por una causa divina
y sobrehumana, que suspende o contradice una causa or- or­
dinaria. Que en el corazón del invierno un hombre orde-
orde­
ne a un árbol, ante mil testigos, que se cubra súbitamente
de hojas y frutos, y que el árbol obedezca, todo el mundo
gritará milagro, y se inclinará ante el taumaturgo. Pero la
Revolución francesa, y todo lo que sucede en Euro­ Euro-
pa en este momento, es tan maravilloso, en su género,
como la fructificación instantánea de un árbol en el mes
de enero: sin embargo los hombres, en lugar de admirar,
miran a otro lado o disparatan.
En el orden físico, en que el hombre no entra como
causa, se aviene a admirar lo que no comprende; pero en
la esfera de su actividad, en que siente que es causa libre,
su orgullo le lleva fácilmente a ver el desorden doquiera
que su acción sea suspendida o perturbada.
Ciertas medidas que están en el poder del hombre pro-
pro­
ducen regularmente ciertos efectos en el curso ordinario
de las cosas; si él falla su objetivo, sabe por qué, o cree
saberlo; conoce los obstáculos, los pondera, y nada le
asombra.
Pero en los tiempos de revoluciones la cadena que liga
al hombre se acorta bruscamente, su acción disminuye, y
sus medios le engañan. Entonces, arrastrado por una
fuerza desconocida, se revela contra ella y, en lugar de
besar la mano que le sujeta, la desconoce o la insulta.
No comprendo nada, es la gran palabra del día. Esta
palabra es muy sensata, si nos vuelve a la causa primera
que da en este momento un tan gran espectáculo a los
hombres. Es una estupidez, si no expresa más que un
despecho o un abatimiento estéril. ·
CONSIDERACIONES
CONSIDERA CIONES SOBRE FRANCIA 5

«¿Cómo entonces (se exclama en todas partes)? ¡Los


hombres más culpables del universo triunfan sobre el uni­
uni-
verso! ¡Un regicidio espantoso tiene todo el éxito quepo-
que po­
dían esperar de él los que lo han cometido! ¡La monar-
monar­
quía está entumecida en toda Europa! ¡Sus enemigos
encuentran aliados hasta en los tronos! ¡Todo va bien
para los malvados! ¡Los proyectos más gigantescos se
ejecctan
ejecutan por su parte sin dificultad, mientras que el buen
partido es desgraciado y ridículo en todo lo que empren-
empren­
de! ¡La opinión persigue la fidelidad en toda Europa!
¡Los _más
más destacados hombres de Estado se engañan in- in­
variablemente! ¡Los más grandes generales son humilla­
humilla-
dos! Etc.»
Sin duda, pues la primera condición de una revolución
decretada es que todo lo que podía prevenirla no existe,
• y nada marcha bien para los que quieren impedirla. Pero
nunca el orden es más visible, nunca la Providencia es
más palpable que cuando la acción superior sustituye a la
del hombre y opera completamente sola: es lo que noso-noso­
tros vemos en este momento.
Lo que hay de más sorprendente en la Revolución
francesa es esta fuerza arrebatadora que doblega todos
los obstácul_os.
obstáculos. Su torbellino arrastra como a una paja li-li­
gera todo lo que la fuerza humana ha sabido oponerle.
Nadie ha contrariado su marcha impunemente. La pure­ pure-
za de los motivos ha podido ilustrar el obstáculo, pero
eso es todo; y esta fuerza celosa, avanzando invariable-
invariable­
mente hacia su fin, rechaza igualmente a Charette, Du-
mouriez y Drouet 1 . .
Se ha observado, con gran razón, que la Revolución
francesa lleva a los hombres más de lo que los hombres la
llevan a ella. Esta observación es de la mayor exactitud; y,
y.

12 Francisco Atanasio Charette de la Contrie, jefe


de los chuanes en
la Vendée (1763-1796). Carlos Francisco Dumouriez,
Dum ouriez, general que
manda en la batalla de Valmy (1739-1823). Juan Bautista Drouet, jefe
de costas en Saint-Menehould, donde es detenido Luis XVI en su in- in­
tento de fuga (1763-1824). (N. del T.)
6 JOSEPH D
DEE MAISTRE

aunque se pueda aplicar más o menos a todas las grandes


revoluciones, sin embargo nunca ha sido más relevante
que en esta época.
revolu-
Incluso los malvados que parecen conducir la revolu­
ción no son en ella más que simples instrumentos; y
domi-
el momento en que tienen la pretensión de domi­
desde .el
narla caen innoblemente. Los que han establecido la re- re­
pública lo han hecho sin quererlo y sin saber lo que ha-ha­
cían; han sido conducidos por los acontecimientos. Un
proyecto previo no habría tenido éxito.
Barére pensaron en esta-
Nunca Robespierre, Collot o Barere esta­
blecer el gobierno revolucionario y el régimen del terror;
fueron conducidos insensiblemente por las circunstan-
circunstan­
cias, y nunca se volverá a ver nada semejante. Estos
hombres, excesivamente mediocres, ejercieron sobre
una nación culpable el más espantoso despotismo del
que la historia haga mención, y seguramente eran los
remo más asombrados de su poder.
hombres del reíno
Pero, en el momento mismo en que estos tiranos de- de­
testables hubieron colmado la medida de crímenes nece­nece-
sarios a esta fase de la revolución, un soplo los derribó.
S<líÍOs
Este poder gigantesco que hacía temblar a Francia y a
Europa no resistió el primer ataque; y como no debía
haber nada grande, nada augusto en una revolución
completamente criminal, la Providencia quiso que el pri-pri­
se¡tembristas, a fin de que
mer golpe fuese dado por los septembristas,
la justicia misma fuese infame .
A menudo uno se asombra de que hombres más que
mediocres hayan juzgado mejor la Revolución francesa
que hombres de gran talento; que hayan creído firme-

2
^ Por la misma razón, el honor es deshonrado. Un U n periodista ((el
el
Republicano) ha dicho con mucho atino y justeza: «Comprendo muy
bien cómo
cóm o se pu ede despanteizar a Marat, pero no concibiría cómo se
puede
o drá desmaratizar
ppodrá Panteón.»» Se quejan de ver el cuerpo de Turenne
desm aratizar el Panteón.
olvidado en el rincón de un museum, al lado del esqueleto de un ani- ani­
mal: ¡Qué imprudencia!, era lo suficiente para hacer surgir la idea de
arrojar al Panteón estos restos venerables.
CONSIDERACIONES
CONSIDERA CIONES SOBRE FRANCIA 7
1

mente, cuando políticos consumados no creían en ella to- to­


davía. Es que esta persuasión era una de las piezas de la
revolución, que no podía triunfar más que por la exten-
exten­
sión y la energía del espíritu revolucionario, o, si es per­
per-
mitido expresarse así, por la fe en la revolución. Así,
hombres sin genio y sin conocimientos han conducido
muy bien lo que ellos llamaban el carro revolucionario;
han osado todo sin temor a la contrarrevolución; han ca- ca­
minado siempre hacia delante, sin mirar atrás; y todo les
ha ido bien, porque no eran sino los instrumentos de una
fuerza que sabía más que ellos. No han cometido faltas
en su carrera revolucionaria, por la misma razón que el
flautista de Vaucanson 3^ nunca emitió una nota en falso.
El torrente revolucionario ha tomado sucesivamente
. diferentes direcciones; y los hombres más destacados en
la revolución no han adquirido el grado de poder y de ce-ce­
lebridad que podía corresponderles, más que cuando se- se­
guían la corriente del momento: desde que han querido
oponerse a ella, o solamente separarse de ella, aislándo-
aislándo­
se, trabajando excesivamente para sí mismos, han desa-desa­
parecido de la escena.
Considerad aquel Mirabeau que tanto ha destacado en
la revolución; en el fondo, era el rey del mercado 4 . Por
los crímenes que ha hecho, y por los libros que ha hecho
hacer, ha secundado el movimiento popular; se colocaba
detrás de una masa ya puesta en movimiento y la empu-empu­
jaba en un determinado sentido; su poder no se extendió
nunca más allá; compartía con otro héroe de la revolu-

3
Jacques de Vaucanson. Mecánico francés nacido en Grenoble
constructor de varios autómatas (el tlautista,
flautista, los patos que nadaban)
que le valieron popularidad. (N.
{N. del T.)
4
Rois des métiers se llamaba, en la estructura gremial del antiguo
régimen, a personas de cada oficio o artesanado que se elegían bajo la
denominación, un tanto irónica, de reyes. Así, A sí, se hablaba de roi
rol des
rol de menuisiers
boulangers, roi ... Cuando aquí el autor llama roi
menuisiers... rol de la
halle al marqués de Mirabeau, parece, sarcásticamente, querer desig- desig­
narlo rey de ganapanes, verduleras ... que a la par le siguen y le empu-
verduleras... em pu­
jan. (N.
{N. del T.)
8 DE
JOSEPH D E MAISTRE

ción 5^ el poder de agitar la multitud sin tener el de domi-


domi­
mediocri-
narla, lo que constituye el verdadero sello de la mediocri­
dad en los desordenes políticos. Facciosos menos
brillantes, pero en efecto más hábiles y más poderosos
propio.-
que él, se servían de su influencia en provecho propio.
Tronaba desde la tribuna, pero (?fa era engañado. Decía ·al al
morir, que, si hubiese vivido, habría reunido las piezas es-
es­
parcidas de la Monarquía; y cuando había querido, en el
momento de su mayor influencia, solamente pretender el
i:nomento
ministerio, sus subalternos lo habían rechazado como a
un niño.
En fin, cuanto más se examinan los personajes en apa-apa­
riencia más activos de la revolución, tanto más se en- en­
cuentra en ellos algo de pasivo y de mecánico. Nunca se
repetirá demasiado que no son los hombres los que lle­ lle-
revolución la que emplea a los
van la revolución, es la revolución
hombres. Se dice muy bien cuando se dice que ella va
completamente sola. Esta frase significa que nunca la Di-Di­
vinidad se había mostrado de una manera tan clara en
ningún acontecimiento humano. Si emplea los instru- instru­
mentos más viles es porque castiga para regenerar.

5
La Fayette. (N. del T.)
CAPÍTULO
CAPITULO II

Conjeturas sobre las vías de la Providencia


en la Revolución francesa

Cada Nación, como cada individuo, ha recibido una


misión que debe cumplir. Francia ejerce sobre Europa
una verdadera magistratura, que sería inútil discutir, de
la cual ha abusado de la manera más culpable. Estaba
sobre todo a la cabeza del sistema religioso, y no es sin
razón que su Rey se llamaba cristianísimo: Bossuet no ha
dicho nada de más en este punto. Ahora bien, como se
ha servido de su influencia para contradecir su vocación y
desmoralizar a Europa, no hay que asombrarse de que
haya sido reconducida por medios terribles.
Desde hacía mucho tiempo no se había visto un castigo
tan espantoso, infligido a un tan gran número de culpa-
culpa­
bles. Hay inocentes, sin duda, entre los desgraciados, pero
hay muchos menos de lo que comúnmente se imagina.
Todos los que han trabajado en apartar al pueblo de su
creencia religiosa; todos los que han opuesto sofismas
metafísicos a las leyes de la propiedad; todos los que han
dicho: golpead siempre que nosotros ganemos en ello,
todos los que han atentado contra las leyes fundamenta-
fundamenta­
les del Estado; todos los que han aconsejado, aprobado,
favorecido las medidas violentas empleadas contra el
rey, etc.; todos estos han querido la revolución, y todos
10 JOSEPH D
DEE MAISTRE

los que la han aceptado han sido con toda justicia sus víc- j
timas, incluso de acuerdo con nuestra limitada visión. |
Gemimos al ver a sabios ilustres caer bajo el hacha de
Robespierre. Nunca humanamente se lamentará lo sufi- sufi­
ciente; pero la justicia divina no tiene el menor respeto
por los geómetras o los físicos. Demasiados sabios fran-
fran­
ceses fueron los principales autores de la revolución; de-
de­
masiados sabios franceses la amaron y la favorecieron,
en tanto que ella no abatió, como el bastón de Tarquino,
más que las cabezas dominantes. Ellos decían como tan- tan­
tos otros: Es imposible que una gran revolución se opere
sin producir desgracias. Pero cuando un filósofo se con-con­
cuan-
suela de estas desgracias en vista de los resultados, cuan­
do dice en su corazón: Hay que transigir con cien mil crí-
crí­
menes siempre que seamos libres; si la Providencia le
responde; Acepto tu aprobación, pero tú serás de ese nú-
responde: nú­
mero; ¿dónde está la injusticia? ¿Juzgaríamos de otra
manera en nuestros tribunales?
Los detalles serían odiosos; pero qué pocos franceses
entre los que se llaman víctimas inocentes de la revolu-
revolu­
ción a quienes la conciencia no les haya podido decir:
Entonces, viendo de vuestros errores los tristes frutos,
guiado6
reconoced los golpes que habéis guiado^
Nuestras ideas sobre el bien y el mal, sobre el inocente
y el culpable, están demasiado a menudo alteradas por
nuestros prejuicios. Declaramos culpables e infames a
dos hombres que se baten con un hierro de una longitud
de tres pulgadas; pero si el hierro tiene tres pies, el com-
com­
bate resulta honorable. Infamamos al que roba un cénti­cénti-
mo del bolsillo de su amigo; si toma a su mujer, eso no es
nada. Todos los crímenes brillantes, que suponen un de­ de-
senvolvimiento de cualidades grandes o amables; todos
· los que especialmente se honran con el éxito, los perdo-
perdo­
namos, si no hacemos incluso virtudes de ellos; cuando

6
Racine, lphigénie,
Iphigénie, V. 2.
CONSIDERACIONES
CONSIDERA CIONES SOBRE FRANCIA 11

en verdad las cualidades brillantes, que rodean al culpa-


culpa­
ble, lo ennegrecen a los ojos de la verdadera justicia,
para la cual el mayor crimen es el abuso de los dones.
Cada hombre tiene ciertos deberes que cumplir, y la
extensión de estos deberes está en relación con su posi-
posi­
ción civil y con la extensión de sus medios. Hay una gran
diferencia, puesto que la misma acción criminal, no es
igual para dos hombres determinados.
Para no salir de nuestro tema, un acto que no fue más
que un error o un momento de locura por parte de un
hombre oscuro, revestido bruscamente de un poder ili- ili­
mitado, podía ser un gran crimen por parte de un obispo
o de un duque y par deld^el reino 7 •
En fin, hay acciones excusables, loables incluso según
. los puntos de vista humanos, y que son en el fondo infini-
infini­
tamente criminales. Si se nos dice, por ejemplo: He abra-
abra­
zado de buena fe la Revolución francesa, por un puro
amor de libertad y por el amor a mi patria; he creído en mi
alma y conciencia que conduciría a la reforma de los abu-
abu­
sos y a la felicidad pública; a esto no tenemos nada que
responder. Pero el ojo, para el cual todos los corazones
son diáfanos, ve la fibra éulpable;
culpable; descubre, en una ridí-
ridi­
cula desavenencia, en un sentimiento de orgullo, en una
pasión baja o criminal, el primer móvil de estas resolucio-
resolucio­
nes que se quisieran ilustrar a los ojos de los hombres; y
para él la mentira de la hipocresía injertada en la traición
es un crimen más. Pero hablemos de la Nación en general.
Uno de los mayores crímenes que se pueden cometer
es sin duda el atentado contra la soberanía, ninguno tiene
consecuencias más terribles. Si la soberanía reside en
una cabeza, y esta cabeza cae víctima del atentado, el cri-
cri­
men aumenta en atrocidad. Pero si este Soberano no ha
merecido su suerte por ningún crimen; si sus virtudes han
incluso armado contra él la mano de los culpables, el cri-
cri­
men ya no tiene nombre. En estos rasgos se reconoce la

7 Alusión a Talleyrand y al duque de Orleans (Hamado


(llamado Felipe
Igualdad). (iV. del
Igualdad). (N. T.)
d e /T.) . . .
12 D E MAISTRE
JOSEPH DE

muerte de Luis XVI; pero lo que es más importante des­ des-


tacar es que nunca un mayor crimen ha tenido más cóm-
cóm­
pllces. La muerte de Carlos I tuvo muchos menos, y sin
. plices.
embargo era posible hacerle reproches que Luis XVI no
mereció. Sin embargo, a aquél se le dieron pruebas del
interés más tierno y más valeroso; incluso el verdugo,
que no hacía más que obedecer, no osó darse a conocer.
En Francia, Luis XVI marchó a la muerte en medio de
hombres armados,
60.000 hombres que no
armados, que dispararon ni
no dispararon un tiro
ni un tiro
8
infor-
contra Santerre • Ni una voz se elevó en favor del infor­
tunado monarca, y las provincias se mantuvieron tan
mudas como la capital. Sería arriesgado, se decía.
¡Franceses!, si creéis que esta razón es buena, no habléis
tanto de vuestro coraje, o convenid en que lo habéis em­ em-
pleado muy mal.
La indiferencia del ejército no fue menos notable. El
ejército sirvió a los verdugos de Luis XVI mucho mejor
de lo que le había servido a él mismo, puesto que le había
testimo-
traicionado. No se vio por su parte el más ligero testimo­
nio de descontento. En fin, nunca un mayor crimen se re­ re-
gradacio-
partió (verdaderamente con una multitud de gradacio­
nes) entre un mayor número de culpables.
Hay que hacer aún una observación importante: con­ con-
siste en que todo atentado cometido contra la soberanía,
en nombre de la nación, es siempre más o menos un cri- cri­
men nacional; pues es siempre más o menos también
falta de la Nación, si un número cualquiera de facciosos
se ha puesto en estado de cometer el crimen en su nom­nom-
bre. Así, todos los franceses, sin duda, no han querido la
muerte de Luis XVI; pero la inmensa mayoría del pueblo
ha querido, durante más de dos años, todas las locuras,
todas las injusticias, todos los atentados que condujeron
catástrofe del 21 de enero.
a la catastrofe
8
A ntoine Santerre, político revolucionario francés (1752-1809).
® Antoine
Participó en la toma de la Bastilla. Fue comandante general de la Guar-
Guar­
dia Nacional. En 1792 tuvo el encargo de conducir a la familia real al
Templo y custodiarla, y el 21 de enero de 1793, el de acompañar a Luis
XVI a la guillotina. (N.
(Á. del T.)
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 13

Ahora bien, todos los crímenes nacionales contra la


soberanía son castigados sin aplazamiento de una mane­ mane-
ra terrible; es una ley que no consiente excepciones.
Pocos días después de la ejecución de Luis XVI, alguien
escribía en el Mercurio Universal:·
Universal: Quizá no hubiera sido
·necesario hacer esto; pero, puesto que nuestros legislado-
legislado­
res han tomado el acontecimiento bajo su responsabili­
responsabili-
dad, estrechemos filas en torno a ellos: extingamos todos
los odios, y que no se hable más del asunto. Muy bien: no
hubiese sido necesario quizá asesinar al Rey, pero puesto
que la cosa está hecha, no hablemos más, y seamos todos
buenos amigos. ¡Oh demencia! Shakespeare sabía un
poco más de estas cosas cuando decía: La vida de todo in- in­
dividuo es preciosa para él; pero la vida de que dependen
tantas vidas, la de los soberanos, es preciosa para todos.
¿Hace un crimen desaparecer la majestad real? En el
lugar que ella ocupaba, se forma una sima espantosa, y
todo lo que la rodea se precipita en ella 9 • Cada gota de la
sangre de Luis XVI costará torrentes a Francia; cuatro
millones de franceses, quizá, pagarán con sus cabezas el ·
gran crimen nacional de una insurrección antirreligiosa y
antisocial, coronada por un regicidio.
¿Dónde están los primeros guardias nacionales, los
primeros soldados, los primeros generales, que presta­presta-
ron juramento a la Nación? ¿Dónde están los jefes, los
ídolos de aquella primera asamblea tan culpable, para
quien el epíteto de constituyente será un epigrama eter-eter­
no? ¿Dónde está Mirabeau? ¿Dónde está Bailly, con su
hermoso día?
dial ¿Dónde está Thouret, que inventó la pala­pala-
bra expropiar?
expropiar! ¿Dónde está Osselin, el ponente de la pri­pri-
mera ley que pronuncia la proscripción de los emigra-emigra­
dos? Se contarán por millares los instrumentos activos de
la revolución, que han perecido de una muerte violen­ violen-
10
ta •

9
^ HHamlet,
am let, acto 3, escena 8.
10
2° Mirabeau había muerto en 1791; Bailiy,
Bailly, Thouret y Osselin fue­
fue-
{N. del T.)
ron guillotinados. (N.
14 JOSEPH DE
D E MAISTRE

Pero es aquí también donde podemos admirar el orden


en el desorden porque resulta evidente, por poco que se
reflexione sobre ello, que los grandes culpables de la re­ re-
volución no podían caer sino bajo los golpes de sus cóm­cóm-
plices. Si la fuerza sola hubiese operado lo que se llama la
contrarrevolución y reemplazado al Rey en el trono, no
hubiera habido medio alguno de hacer justicia. La mayor
desgracia que hubiese podido suceder a un hombre deli- deli­
cado sería tener que juzgar al asesino de su padre, de su
pariente, de su amigo, o simplemente del usurpador de
sus bienes. Ahora bien, es esto precisamente lo que hu­ hu-
biera sucedido en el caso de una contrarrevolución, tal
como se la entendía; pues los jueces superiores, por la
sola naturaleza de las cosas, habrían pertenecido casi
todos a la clase ofendida; y la justicia, aun cuando no hu­hu-
biera hecho más que castigar, tendría todo el aspecto de
una venganza. Por otra parte, la autoridad legítima guar-guar­
da siempre una cierta moderación en el castigo de los crí­ crí-
menes que tienen una multitud de cómplices. Cuando
envía cinco o seis culpables a la muerte por el mismo cri­ cri-
matanza; si consiente
men, es una matanza: ciertas cosas, se hace
desgraciada-
odiosa. En fin, los grandes crímenes exigen desgraciada­
mente grandes suplicios, y en esta materia es bastante
fácil traspasar los límites cuando se trata de crímenes de
lesa majestad, y cuando el halago se hace verdugo. La
humanidad no ha perdonado todavía a la antigua legisla-
legisla­
ción francesa el espantoso suplicio de Damiens 11 • ¿¿Qué Qué
hac~r los magistrados
habrían podido hacer franceses con tres-
tres­
cuatrocientos Damiens 12 , y con todos los
cientos o cuatrocíentos
monstruos que cubrían Francia? ¿La espada sagrada de
la justicia se habría abatido sin descanso como la guilloti-

11
“ A vertere omnes a tanta faeditate spectaculi oculos. Primum ulti-
Avertere
m um que illud supplicium apud Romanos exempli parum
mumque parum memoris
T it., lib. I, 28, de suppl. Mettii.
hum anarum fuit. Tít.,
legum humanarumfuit.
12
Frangois Damiens (1715-1757) atentó contra la vida de
Robert Fran~is
Rohert
con-
Fn un larguísimo proceso entre espantosos tormentos fue con­
Luis XV. En
denado a muerte y descuartizado. (N. del T.)
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 15

na de Robespierre? ¿Se hubiera convocado en París a


todos los verdugos del reino y concentrado todos los ca- ca­
ballos de artillería, para descuartizar hombres? ¿Se ha­ ha-
bría hecho disolver en vastas calderas el plomo y el pez,
para regar con ello los miembros desgarrados por las te­ te-
nazas enrojecidas? Por otra parte, ¿cómo caracterizar los
diferentes crímenes?, ¿cómo graduar los suplicios?, y
sobr~
sobre todo, ¿cómo castigar sin leyes? Se habría escogido,
se dirá, a algunos grandes culpables, y todo el resto habría
obtenido gracia. Pero esto es precisamente lo que la Pro­ Pro-
videncia no quería. Y, como puede todo lo que quiere,
ignora estas gracias producidas por la impotencia del cas­ cas-
tigo. Era necesario que la gran depuración se cumpliese,
y que las miradas quedasen sorprendidas; era necesario
que el metal francés, desprendido de sus escorias ocres.ocres, e
· impuras, se hiciese más neto y más maleable entre las
manos del futuro Rey. Sin duda, la Providencia no ha te­ te-
nido necesidad de castigar dentro de plazos para justifi­justifi-
car sus vías; pero, en esta época, se pone a nuestro alcan-
alcan­
ce, y castiga como un tribunal humano.
Hubo naciones condenadas a muerte al pie de la letra
como individuos culpables, y que sabemos por qué 13 • Si
entrase en los designios de Dios revelarnos sus planes
respecto de la Revolución francesa, leeríamos el castigo
de los franceses como la sentencia de un parlamento.
Pero ¿qué sabríamos más? ¿No es este castigo visible?
¿No hemos visto a Francia deshonrada por más de
100.000 crímenes?
crímenes? ¿No
¿No hemos visto elel suelo
hemos visto suelo entero
entero dede
este hermoso reino cubierto de patíbulos, y esta desgra-desgra­
ciada tierra empapada por la sangre de sus hijos en las
matanzas judiciales, mientras que tiranos inhumanos la
prodigaban en el exterior para el sostenimiento de una
guerra cruel, mantenida por su propio interés? Nunca el
déspota más sanguinario ha manejado la vida de los

13
Levit., XVIII, 21 yy"sig., XX,
sig., X X , 223.-Deuter.,
3 . - Deuter., XVIII, 9 yy ssig.-1. i g .- 1 .
XV, 24.-IV.
Reg., YY, 2 4 . - IV. Reg., XVII, 7ysig.
7 y sig. yy X
XXI,
X I, 22.-Herodot.,
.- H e r o d o t., lib. II, §
46, y la nota de Larcher sobre este punto.
16 JOSEPH D
DEE MAISTRE

hombres con tanta insolencia, y nunca el pueblo pasivo


la carnicería con más complacencia. El hie­
se presentó a fa hie-
rro y el fuego, el frío y el hambre, las privaciones, los su- su­
frimientos de toda especie, nada le disgusta de su supli- supli­
cio; todo lo que le es consagrado debe cumplir su suerte;
no se verá desobediencia, hasta que el juicio termine.
Y sin embargo, en esta guerra tan cruel, tan desastro-
desastro­
sa, ¡cuántos puntos de vista interesantes! ¡Y cómo se
pasa por turno de la tristeza a la admiración! Transporté-
Transporté­
monos a la época más terrible de la revolución; suponga-
suponga­
mos que, bajo el gobierno del infernal comité, el ejérci-ejérci­
to, en una metamorfosis súbita, se hace de repente
realista; supongamos que convoca por su parte sus asam- asam­
bleas primarias y que nombra libremente los hombres
más esclarecidos y más estimables para que le tracen la
ruta que debe mantener en esta difícil ocasión; suponga-
suponga­
mos, en fin, que uno de los elegidos por el ejército se le- le­
vanta y dice:
«Bravos y fieles guerreros, hay circunstancias en que
toda la prudencia humana se reduce a escoger entre dife- dife­
rentes males. Es duro, sin duda, el combatir por el comi-
comi­
té de la salud pública; pero habría algo que sería más
fatal todavía, el volver nuestras armas contra él. En el
instante en que el ejército se mezcle en la política, el Es­ Es-
tado será disuelto; y los enemigos de Francia, aprove-aprove­
chando este momento de disolución, la penetrarán y la
dividirán. No es por este momento por el que debemos
operar, sino por la continuidad de los tiempos; se trata traía
sobre todo de mantener la integridad de Francia, y noso­ noso-
tros no lo podemos hacer más que combatiendo por el
gobierno, cualquiera que sea; pues de este modo Fran­ Fran-
cia, pese a sus desgarramientos interiores, conservará su
instan-
fuerza militar y su influencia exterior. En última instan­
cia, no es por el gobierno por lo que nosotros combati-
combati­
mos, sino por Francia y por el futuro Rey, que nos debe- debe­
rá un Imperio mayor, quizá, del que encontró la
revolución. Es pues un deber para nosotros vencer la re­ re-
pugnancia que nos hace oscilar. Nuestros contemporá-
coníemporá-
CONSIDERACIONES
CONSIDERA CIONES SOBRE FRANCIA 17

neos quizá calumniarán nuestra conducta; pero la poste-


1a poste­
ridad le hará justicia.»
Este hombre habría hablado como gran filósofo. ¡Pues
bien!, esta hipótesis quimérica el ejército la ha realizado,
sin saber lo que hacía; y el terror, por un lado, la inmora­
inmora-
lidad y la extravagancia, por el otro, han hecho precisa­
precisa-
mente lo que una sabiduría consumada y casi profética
hubiese dictado al ejército.
Reflexiónese bien, y se verá que una vez establecido el
movimiento revolucionario, Francia y la Monarquía no
podían ser salvadas más que por el jacobinismo.
El Rey no ha tenido nunca un aliado, y es un hecho su- su­
ficientemente evidente, para que no haya ninguna im­ im-
prudencia en enunciarlo, que la coalición deseaba la de- de­
. sintegración de Francia. Ahora bien, ¿cómo resistir a la
coalición? ¿¿Con
Con qué medio sobrenatural quebrar el es- es­
fuerzo de la Europa conjurada? El genio infernal de Ro­ Ro-
bespierre era el •ínico
único que podía operar este prodigio. El
gobierno revolucionario endurecía el alma de los france­
france-
ses al templarla en la sangre:
sangre; exasperaba el espíritu de los
soldados y redoblaba sus fuerzas por una desesperación
feroz y un desprecio de la vida que eran pura rabia. Ei El
horror de los cadalsos empujando al ciudadano hacia las
fronteras alimentaba la fuerza exterior, a medida que
aniquilaba hasta 1~ la · menor resistencia en el interior.
Todas las vidas, todas las riquezas, todos los poderes es- es­
taban en las manos del poder revolucionario; y este
monstruo de poder, ebrio de sangre y de éxito, fenóme-
fenóme­
no espantoso que nunca se había visto y que sin duda no
se volverá a ver jamás, era a la vez un castigo espantoso
para los franceses y el único medio de salvar a Francia.
Qué pedían los realistas cuando pedían una contra-
¿¿Qué contra­
rrevolución tal como la imaginaban, es decir, hecha brus­
brus-
camente y por la fuerza? Pedían la conquista de Francia;
pedían pues su división, el aniquilamiento de su influen-
influen­
cia y el envilecimiento de su Rey, es decir, matanzas de
tres siglos quizá; consecuencia infalible de una tal ruptu­
ruptu-
ra de equilibrio. Pero nuestros descendientes, que se
18 JOSEPH DE
D E MAISTRE

preocuparán muy poco de nuestros sufrimientos y que


danzarán sobre nuestras tumbas, se reirán de nuestra ig­ ig-
norancia actual; y se consolarán fácilmente de los exce­ exce-
inte~ri-
sos que hemos visto, y que habrán conservado la integri­
4
dad del más hermoso reino después del de los Cielos •
Todos los monstruos que la revolución ha engendrado
no han trabajado, según todas las apariencias, más que
por la realeza. Por ellos el brillo de las victorias ha forza-
forza­
do la admiración del universo, y circundado el nombre
revolu-
francés de una gloria de la cual los crímenes de la revolu­
ción no han podido despojarle enteramente; por ellos el
Rey volverá a subir sobre el trono con todo su brillo y
toda su potencia, quizá incluso con un aumento de po-
dé po­
miserable-
Y quién sabe si, en lugar de ofrecer miserable­
tencia. ¿¿Y
mente alguna de sus provincias para obtener el derecho
de reinar sobre las otras, no las devolverá quizá, con la
altivez del poder que da lo que puede retener? Cierta-Cierta­
mente se han visto cosas menos probables.
Esta misma idea, de que todo se hace para ventaja de
revolu-
M onarquía francesa, me persuade de que toda revolu­
la Monarquía
resta-
ción realista es imposible antes de la paz; pues el resta­
blecimiento de la realeza aflojaría súbitamente los resor-
resor­
tes del Estado. La magia negra que opera en este
momento se disiparía como una bruma ante el sol. La
bondad, la clemencia, la justicia, todas las virtudes dul- dul­
ces y apacibles reaparecerían de repente y traerían con .
ellas una cierta dulzura general en los caracteres, una
cierta alegría enteramente opuesta al sombrío rigor del
poder revolucionario. No más requisiciones, no más
robos paliados, no más violencias. Los generales, prece­prece-
didos por el estandarte blanco, ¿no llamarían rebeldes a
los habitantes de los países invadidos, que se defendiesen
legítimamente?, ¿y no les impondrían el no moverse,
horro-
firsilados como rebeldes? Estos horro­
bajo pena de ser fusilados
res, muy útiles al futuro Rey, no podrían sin embargo ser

14 G .
rocio, D
Grocio, belli ac pacis, Epist. ad Ludovicum, XIII.
Dee jure bel/i
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 19

empleados por él; no tendría pues más que medios hu­ hu-
manos. Estaría en paridad con sus enemigos; ¿y qué su- su­
cedería en este momento de suspensión que acompaña
necesariamente el paso de un gobierno a otro? Yo no lo
sé. Siento sin embargo que las grandes conquistas de los
franceses parecen poner la integridad del reino al abrigo
(creo que se toca aquí la razón de estas conquistas). Sin
embargo, parece siempre ser más ventajoso para Francia
y para la monarquía que la paz, y una paz gloriosa para
los franceses, se haga por la república; y que, en el mo­
mo-
mento en que el Rey vuelva a subir sobre su trono, una
paz profunda aparte de él toda especie de peligro.
Por otra parte, es visible que una revolución brusca,
lejos de curar al pueblo, le habría confirmado en sus
errores; que nunca habría perdonado al poder que le hu­ hu-
biese arrancado sus quimeras. Como era del pueblo pro­ pro-
piamente dicho, o de la multitud, de lo que los facciosos
tenían necesidad para trastornar Francia, es claro que en
general debían tratarlo con indulgencia y que las grandes .
vejaciones debían recaer principalmente sobre la clase
acomodada. Era pues necesario que el poder usurpador
pesase durante largo tiempo sobre el pueblo para disgus-
disgus­
tarlo. No había visto más que la revolución: era necesa­
necesa-
rio que la sintiese, que la saborease, por así decirlo, en
sus amargas consecuencias. Quizá, en el momento en
que escribo, esto no se ha producido suficientemente.
Debiendo por otra parte ser igual la reacción a la ac-
ac­
ción, no os apresuréis, hombres impacientes, y pensad
que incluso el alcance de los males os anuncia una con­
con-
trarrevolución de la cual no tenéis idea. Calmad vuestros
resentimientos, sobre todo no os quejéis de los Reyes y
no pidáis otros milagros que los que vosotros contem-
contem­
pláis. ¡Pues qué! ¿Pretendéis que potencias extranjeras
combatan filosóficamente para levantar el trono de Fran­
Fran-
cia, y esto sin ninguna esperanza de indemnización? Pero
entonces queréis que el hombre no sea hombre: pedís lo
imposible. Consentiríais, quizá diréis, el desmembra­
desmembra-
miento de Francia para volverla al orden; pero ¿sabéis lo
20 JOSEPH DE MAISTRE

que es el orden?
orden! Es lo que se verá dentro de diez años,
Quién os ha dado, por
quizá antes, quizá más tarde. ¿¿Quién
otra parte, el derecho de estipular para el Rey, para la
Monarquía francesa y para la posteridad? Cuando cie­ ~ie-
gos ·facciosos decretan la indivisibilidad de la república,
r~púbhca,
no veis que es la Providencia la que decreta la del reino.
Echemos ahora una ojeada sobre la persecución inau- inau­
dita excitada contra el culto nacional y sus ministros; es
una de las caras más interesantes de la revolución.
No se podría negar que el sacerdocio, en Francia, no
tuviese necesidad de ser regenerado; y, aunque estoy
muy lejos de adoptar las declamaciones vulgares sobre el
clero, no me parece menos indiscutible que las riquezas,
el lujo, y la inclinación general de los espíritus hacia el re­
re-
lajamiento habían hecho declinar este gran cuerpo; que
era posible encontrar a menudo bajo la muceta un caba- caba­
llero en lugar de un apóstol; que en fin, en los tiempos
que precedieron inmediatamente a la revolución, el clero
había descendido, poco más o menos tanto como el ejér- ejér­
cito, del lugar que había ocupado antes en la opinión ge- ge­
neral.
El primer golpe que se abatió sobre la Iglesia fue la in­in-
vasión de sus propiedades; el segundo fue el juramento
constitucional; y estas dos operaciones tiránicas provoca­
provoca-
ron el comienzo de la regeneración. El juramento hizo
criba en los sacerdotes, si es permitido expresarse así.
Todo el que se ha prestado al juramento, salvo algunas
excepciones, de las cuales es permitido no ocuparse, se
ha visto conducido por grados al abismo del crimen y del
oprobio: la opinión sobre estos apóstatas es unánime.
Los sacerdotes fieles, que por un primer acto de firme-
firme­
za quedaban recomendados a esta misma opinión, se
ilustraron todavía más por la intrepidez con que supieron
desafiar los sufrimientos y la muerte incluso en la defensa
de su fe. La matanza de los Carmelitas es comparable a
todo lo que la historia eclesiástica ofrece de más hermoso
en este género de actos.
La tiranía que los expulsó de su patria por millares,
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 21

contra toda justicia y todo pudor, fue sin duda de lo más


repulsivo que se puede imaginar; pero en este punto,
como en los otros, los crímenes de los tiranos de Francia
se convertían en instrumentos de la Providencia. Era ne- ne­
cesario probablemente que los sacerdotes franceses fue- fue­
sen mostrados a las naciones extranjeras; han vivido
entre naciones protestantes, y esta aproximación ha dis­ dis-
minuido mucho los odios y los prejuicios. La emigración
considerable del clero, y particularmente de los obispos
franceses, a Inglaterra, me parece sobre todo una época
notable. ¡Seguramente se habrán pronunciado palabras
de paz! ¡Seguramente se habrán forjado proyectos de
aproximación durante esta reunión extraordinaria! Aun- Aun­
que no se hubiera hecho más que desear juntos, ello ya
sería mucho. Si alguna vez los cristianos se aproximan,
como todo les invita a hacerlo; parece que ia la moción
debe partir de la iglesia de Inglaterra. El presbiterianis-
mo fue una obra francesa y, por consiguiente, una obra
exagerada. Estamos demasiado alejados de los sectarios
de un culto mínimamente sustancial: no hay medio de
entendernos. Pero la iglesia anglicana, que con una
mano nos toca y con la otra toca a los que nosotros no po­po-
demos tocar; y que aunque, bajo un cierto punto de
vista, sea el blanco de los golpes de ambas partes, y que
presenta el espectáculo un poco ridículo de una revuelta
que predica la obediencia, es, sin embargo, muy preciosa
bajo otros aspectos, y puede ser considerada como uno
de esos componentes químicos, capaces de aproximar ele- ele­
mentos inasociables por su naturaleza.
Habiéndose disipado los bienes del clero, ningún moti­moti-
vo despreciable pudo darle nuevos miembros; de manera
las circunstancias concurren para volver a levantar
que todas fas
este cuerpo. Hay lugar para creer, por otra parte, que la
contemplación de la obra de la que parece encargado, le
concederá ese grado de exaltación que eleva al hombre
por encima de sí mismo y lo pone en estado de producir
grandes cosas.
Unid a estas circunstancias la fermentación de los espí-
espí­
22 JOSEPH DE
D E MAISTRE

ritús
ritus en ciertas comarcas de Europa, las ideas exaltadas
de algunos hombres notables, y esa especie de inquietud
que afecta a los caracteres religiosos, sobre todo en los
países protestantes, y los empuja hacia rutas extraordi­
paí~es extraordi-
nanas.
narias.
Ved al mismo tiempo la tempestad que se cierne sobre
Italia; Roma amenazada al mismo tiempo que Ginebra
por la potencia que rechaza el culto, y la supremacía na­
na-
cional de la religión, abolida en Holanda por un decreto
de la Convención nacional. Si la Providencia borra, es sin
duda para escribir.
Observo, por otra parte, que cuando las grandes
creencias se han establecido en el mundo, han sido favo­
favo-
recidas por grandes conquistas, por la formación de
soberanías; se ve la razón de ello.
grandes soberanías:
En fin, ¿qué debe suceder, en la época que vivimos,
con estas combinaciones extraordinarias que han enga­ enga-
ñado a toda prudencia humana? En verdad, se estaría
tentado a creer que la revolución política no es más que
un objeto secundario del gran plan
plan·que
que se desarrolla ante
nuestros ojos con una majestad terrible.
He hablado, al comienzo, de esa magistratura que
Francia ejerce sobre el resto de Europa. La Providencia,
que proporciona siempre los medios a los fines y que da a
las naciones, como a los individuos, los órganos necesa­
necesa-
rios para el cumplimiento de sus destinos, ha dado preci­
preci-
samente a la Nación francesa dos instrumentos y, por así
decirlo, dos brazos, con los cuales mueve el mundo, su
lengua y el espíritu de proselitismo que fo;rma
forma la esencia
de su carácter: de manera que Francia tiene constante-
constante­
mente la necesidad y el poder de influir en los hombres.
La potencia, he dicho casi la monarquía de la lengua
francesa, es visible: se puede, a lo sumo, aparentar el
dudar de ello. En cuanto al espíritu de proselitismo, es
patente como el sol; desde la comerciante de modas
hasta el filósofo, es parte destacada del carácter nacio­
nacio-
nal.
Este proselitismo aparece comúnmente como algo ri­ ri-
CONSIDERACIONES
CONSIDERA CIONES SOBRE FRANCIA 23

dículo, y realmente merece a menudo este adjetivo,adjetivo,


sobre todo en cuanto a las formas; en el fondo, sin em­ em-
bargo, es una
una. función.
Ahora bien, es una ley eterna del mundo moral que
toda función produce un deber. La Iglesia galicana era
una piedra angular del edificio católico o, mejor dicho,
cristiano; pues, en verdad, no hay más que un edificio.
Las iglesias enemigas de la Iglesia universal subsisten
sólo a causa de ésta, aunque ellas no lo sospechen, seme-
seme­
jantes a esas plantas parásitas, a esos muérdagos estériles
que no viven más que de la sustancia del árbol que los so-
so­
porta y a quien empobrecen.
De ahí procede que, siendo la reacción entre las poten­
poten-
cias opuestas igual a la acción, los mayores esfuerzos de
la diosa Razón contra el cristianismo se hayan hecho en
· Francia:
Francia; el enemigo atacaba la cindadela.
ciudadela.
El clero de Francia no debe pues dormirse; tiene mil
razones para creer que está llamado a una gran misión; y
las mismas conjeturas que le dejan percibir el por qué ha
sufrido le permiten también creerse destinado a una obra
esencial.
En una palabra, si no se hace una revolución moral en
Europa, si el espíritu religioso no es reforzado en esta
parte del mundo, el vínculo social queda disuelto. No se
puede adivinar nada, es necesario esperarse todo. Pero si
se hace un cambio feliz en este punto, o no hay ya analo­
analo-
gía, no hay ya inducción, no hay ya arte de conjetura, o
es Francia la que está llamada a producirlo.
Es sobre todo esto lo que me hace pensar que la Revo­
Revo-
lución francesa es una gran época, y que sus consecuen-
consecuen­
cias, en todo género de cosas, se harán sentir más allá del
tiempo de su explosión y de los límites de su núcleo so- so­
cial.
Si se tienen en cuenta sus relaciones políticas, queda
confirmada la misma opinión. ¡Cuántas potencias de Eu­ Eu-
ropa no se han engañado sobre Francia! ¡Cuántas han
vanasl ¡Oh vosotros, que os creéis inde­
meditado cosas vanas! inde-
pendientes porque no tenéis jueces sobre la tierra, no di-
di­
24 DE
JOSEPH D E MAISTRE

gáis nunca: eos me conviene!


conviene] ¡DISCITE JUSTITIAM MONI-
T l! ¿Qué mano, a la vez severa y paternal, aplastaba
TI!
Francia con todos los azotes imaginables y sostenía el im- im­
perio por medios sobrenaturales, revolviendo ios los esfuer-
esfuer­
zos de sus enemigos contra sí mismos? No se nos hable de
los asignados 15 , de la fuerza del número, etc,; pues la
posibilidad de losios asignados y de la fuerza del número
queda precisamente fuera de la naturaleza. Por otra
parte, no es por el papel moneda, ni por la ventaja del
número por que los vientos conducen los navios navíos de los
franceses, y rechazan los de sus enemigos; por que el in­ in-
vierno les hace puentes de hielo en el momento que ellos
tienen necesidad; por que los soberanos que le estorban
mueren en ei el momento oportuno; por que invaden Italia .
sin cañones; por que falanges, reputadas como las más
valerosas del universo, tiran sus armas cuando están en
igualdad de número y se someten a su yugo.
Leed las bellas reflexiones de Dumas 16 sobre la ia guerra
actual; veréis en ellas perfectamente el porqué, pero no
en absoluto el cómo ha tomado el carácter que nosotros
le vemos. Es necesario remontar siempre al comité. comité de
salud pública, que fue un milagro, y del que el espíritu
gana todavía las batallas.
re-
En fin, el castigo de los franceses se sale de todas las re­
glas ordinarias, pero la protección concedida a Francia se
sale también; mas estos dos prodigios reunidos se multi- multi­
plican actuándose, y ofrecen uno de los espectáculos más
asombrosos que el ojo humano haya podido nunca con- con­
templar.
A medida que los acontecimientos se desplieguen, se
verán otras razones y conexiones admirables. Yo, por

15
m oneda creado bajo la
Papel moneda ¡a Revolución francesa y cuyo valor
asignaba sobre los bienes nacionales. (N. del T.)
se 16
^asignaba
(M aíhieu), ayudante de campo de Lafayette; había emi-
Dumas (Mathieu), em i­
grado en ,1792; tras el 9 de termidor; vuelto a Francia fue miembro del
Consejo de los Ancianos. (N. del T.)
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 25

otro lado, no veo más que una parte de las que una visión
más penetrante podría descubrir desde este momento.
La horrible efusión de sangre humana, ocasionada por
esta gran conmoción, es un terrible medio; sin embargo,
es un medio tanto como un castigo, y ello puede dar lugar
a reflexiones interesantes.
CAPÍTULO
CA PÍTU LO III

De
D e la destrucción violenta
de la especie humana
hum ana

No dejaba de tener desgraciad,amente


desgraciadamente razón aquel rey
de Dahomey, en el interior de Africa,
África, cuando decía no
hace mucho tiempo a un inglés: Dios ha hecho este
mundo para la guerra; tódos peque-
todos los reinos, grandes y peque­
ños, la han practicado durante todos los tiempos, aunque
sobre principios diferentes 17 •. .
La historia prueba desgraciadamente que la guerra es
en un cierto sentido el estado habitual del género hum huma-a­
no; es decir, que la sangre humana
hum ana debe derramarse
derram arse sin
interrupción sobre el globo, aquí o allá; y que la paz,
para cada Nación, no es más que un respiro.
Se cita la clausura del templo de Jano bajo Augusto; se
cita un año del reinado guerrero de Carlomagno (el (el año
18
790) en que no hubo guerra • Se cita un corto período
tras la paz de Ryswick, en 1697, y otro igualmente corto
tras la de Carlowitz, en 1699, en que no hubo guerra, no
solamente en toda Europa,
E uropa, sino en todo el mundo cono-
cono­
cido.
Pero estas épocas no son más que momentos. Por otra

17
The HHístory
istory of
of D ah om ey, by Archibald D
Dahomey, Dalzel, Biblioth.
a lzel, B Brit.,
iblioth. B rit.,
maio
mayo 1796, vol. 2, n.º
n.° 1, p. 87.
1
Histoire
H istoire de Charlemagne, por M. Gaillard, t. II, lib. I, cap. V V..
28 DE
JOSEPH D E MAISTRE

parte, ¿quién puede saber lo que pasa sobre el globo en


tal o cual época?
El siglo que acaba comenzó, para Francia, con una
guerra cruel 19 , que no terminó sino en 1714 por el trata­
trata-
do de Rastadt. En 1719, Francia declaró la guerra a Es­ Es-
paña; el tratado de París le puso fin en 1727. La elección
del rey de Polonia volvió a encender la guerra en 1733; la
paz se hizo en 1736. Cuatro años más tarde la terrible
guerra de Sucesión austríaca se encendió, y duró sin inte-
inte­
rrupción hasta 1748. Ocho años de paz comenzaban a ci- ci­
catrizar las heridas de ocho años de guerra cuando la am-am­
bición de Inglaterra forzó a Francia a tomar las armas. La
guerra de Siete Años es sobradamente conocida. Des­ Des-
pués de quince años de reposo, la revolución de América
arrastró de nuevo a Francia a una guerra de la cual toda
la sabiduría humana no podía prever las consecuencias.
Se firmó la paz en 1782; siete años después la revolución
comienza: ella dura todavía; y quizá en este momento ha
costado tres millones de hombres a Francia.
Así, por no considerar más que Francia, he ahí que de
noventa y seis años cuarenta son de guerra. Si otras na­ na-
ciones han sido más afortunadas, otras también lo han
sido mucho menos.
Pero no es suficiente el considerar un punto del tiempo
dei globo; es necesario lanzar una ojeada rá-
y un punto del rá­
pida sobre esa larga serie de matanzas, que mancha todas
las páginas de la historia. Se verá que la guerra castiga sin
interrupción, como una fiebre continua marcada con es- es­
pantosas recurrencias. Ruego al lector que siga este cua-
cua­
dro desde el declinar de la República romana.
Mario extermina, en una batalla, doscientos mil cim-
brios y teutones. Mitrídates hace decapitar ochenta mil
romanos; Sila mata noventa mil hombres, en una batalla
librada en Beocia, donde él pierde por su parte diez mil.
Pronto se ven las guerras civiles y las proscripciones.

19
{N. del T.)
La guerra llamada de Sucesión de España. (N.
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 29

Sólo César hace morir un millón de hombres sobre el


campo de batalla ((antesantes de él Alejandro había tenido
este funesto honor); Augusto cierra un instante el tem- tem­
plo de Jano; pero lo abre durante siglos, al establecer un
imperio electivo. Algunos buenos príncipes dejan respi- respi­
rar al Estado, pero la ia guerra no cesa nunca, y bajo el im-
im­
perio del buen Tito seiscientos mil hombres perecen en el
ased~o
asedio de Jerusalén. La destrucción de hombres operada
por las armas de los romanos es verdaderamente espan- espan­
tosa 20 • El Bajo Imperio no ofrece sino una serie de ma­ ma-
tanzas. Comenzando por Constantino, ¡qué guerras y
qué batallas! Licinio pierde veinte mil hombres en Ciba-
lis; treinta y cuatro mil en Adrianópolis y cien mil en Cri-
sópolis. Las naciones deldei norte comienzan a agitarse. Los
francos, los
ios godos, los hunos, los lombardos, los alanos,
· los vándalos, etc., atacan el Imperio y lo desgarran suce­
suce-
sivamente. Atila devasta Europa a sangre y fuego. Los
franceses le matan más de doscientos mil hombres cerca
de Chalons;
Chálons; y los godos, al año siguiente, le hacen sufrir
una pérdida aun aún más considerable. En menos de un
siglo, Roma es tomada y saqueada tres veces; y, en una
sedición que se produce en Constantinopla, cuarenta mil
personas son decapitadas. Los godos se apoderan de
Milán y matan allí trescientos mil habitantes. Totila ex- ex­
termina todos los habitantes de Tívoli y noventa mil
hombres en el saco de Roma. Mahoma aparece; la espa- espa­
da y el Corán recorren)os
recorren los dos tercios del globo. Los sa-
sa­
rracenos cabalgan del Eufrates
Éufrates al Guadalquivir.
Cuadalquivir. Destru-
Destru­
yen por entero la inmensa ciudad de Siracusa; pierden
treinta mil hombres cerca de Constantinopla en un solo
combate naval; y Pelayo les mata veinte mil en una bata-bata­
lla terrestre. Estas pérdidas no eran nada para los Sarra-
Sarra­
cenos; pero el ei torrente choca con el genio de los francos
en las llanuras de Tours, donde el hijo del primer Pipi-
no 21 , en medio de trescientos mil cadáveres, une a su

20
Montesquieu, De Del' Esprit des lois, lib. XXIII, cap. XIX.
VEsprit
221’ Se refiere sin duda a Carlos Martel, el cual, haciendo honor a su
30 JJOSEPH
O S E P H DE
D E MAISTRE
MAI STRE

nombre el epíteto terrible que todavía lo distingue. El is-


is­
lamismo, llevado a España, encuentra allí un rival indo­
indo-
mable. Quizá nunca se vio más gloria, más grandeza y
más carnicería. La lucha de los cristianos y de los musul­
musul-
manes, en España, es un combate de ochocientos años.
Varias expediciones e incluso varias batallas cuestan
veinte, treinta, cuarenta y hasta ochenta mil vidas.
Carlomagno sube al trono y combate durante medio
siglo. Cada año decreta a qué parte de Europa debe en- en­
viar la muerte. Presente en todas partes y en todas partes
vencedor, aplasta naciones de hierro como César aplas­aplas-
taba los hombres-féminas de Asia. Los normandos co­ co-
mienzan aquella larga sucesión de devastaciones y cruel­
cruel-
dades que nos hacen todavía estremecer. La inmensa
herencia de Carlomagno es desgarrada: La ambición la
cubre de sangre, y el nombre de los francos desaparece
en la batalla de Fontenay. Italia entera es saqueada por
los sarracenos, mientras que los normandos, los daneses
y los húngaros devastan Francia, Holanda, Inglaterra,
Alemania y Grecia. Las naciones bárbaras se establecen
al fin y se amansan. Esta vena no da ya más sangre; otra
se abre al instante: las Cruzadas comienzan. Europa en- en­
tera se precipita sobre Asia; se cuentan por miríadas el
número de las víctimas. Gengis Kan y sus hijos subyugan
y devastan el globo desde China a Bohemia. Los france-
france­
ses que se habían cruzado contra los musulmanes se cru­ cru-
zan contra los herejes: guerra cruel de los albigenses. Ba­
Ba-
talla de Buvines, donde treinta mil hombres pierden la
vida. Cinco años después, ochenta mil sarracenos pere­pere-
cen en el sitio de Damieta. Los güelfos y los gibelinos co-
co­
mienzan aquella lucha que debía ensangrentar durante
tanto tiempo a Italia. La tea de las guerras civiles se en-
en­
ciende en Inglaterra. Vísperas Sicilianas. Bajo los reina­
reina-
dos de Eduardo y de Felipe de Valois, Francia e Inglate-

nombre (marte!==
(m artel ~ martillo), machacó según tradición, innumerables
( año 732) con su maza. (N.
cabezas musulmanas en la batalla de Poitiers (año
del T.) . V 7 V
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 31

rra chocan más violentamente que nunca e inician una


nueva era de carnicería. Matanza de judíos; batalla de
Poitiers; batalla de Nicópolis: el vencedor cae bajo los
golpes de Tamerlán, que repite a Gengis Kan. El duque
de Borgoña
Ilorgoña hace asesinar al duque de Orleans y comien-
comien­
za la sangrienta rivalidad de las dos familias. Batalla de
Azincourt. Los husitas devastan a sangre y fuego una
gran parte de Alemanía.
Alemania. Mahoma II reina y combate du­ du-
rante treinta años. Inglaterra, rechazada dentro de sus lí­
lí-
mites, se desgarra por sus propias manos. Las casas de
York y de Lancaster la bañan en sangre. El heredero de
Borgoña lleva sus estados a la casa de Austria; y en este
contrato de matrimonio está escrito que los hombres se
degollarán durante tres siglos, desde el Báltico hasta el
Mediterráneo. Descubierto el Nuevo Mundo;Mundo: es la sen-
sen­
tencia de muerte de tres millones de indios. Carlos V y
Francisco I aparecen en el teatro del mundo: cada página
de su historia está roja de sangre humana. Reinado de
Solimán; batalla de Mohatz; sitio de Viena; sitio de
Malta, etc. Pero es de la sombra de un claustro de donde
sale uno de.los más grandes azotes del género humano.
Lutero aparece; Calvino
Cal vino le sigue. Guerra de los campesi­
campesi-
nos; guerra de los Treinta Años; guerra civil de Francia;
matanza de los Países Bajos; matanza de Irlanda; matan­
matan-
za de las Cevenas; noche de San Bartolomé; muerte de
Enrique III, de Enrique IV, de María Estuardo, de Car- Car­
los I; y en nuestros días la Revolución francesa, que
mana de la misma fuente.
No llevaré más lejos este espantoso cuadro: nuestro
siglo y el que le ha precedido son sobradamente conoci­
conoci-
dos. Bien se remonte hasta la cuna de las Naciones; bien
se descienda hasta nuestros días; bien se examinen los
pueblos en todas las posiciones posibles, desde el estado
de barbarie hasta el de civilización más refinada; siempre
se encontrará la guerra. Por esta causa, que es la princi­
princi-
pal, y por todas las demás que se le unen, la efusión de
sangre humana no es nunca suspendida en el universo;
universo:
cuanto menos fuerte sea sobre una gran superficie, tanto
32 D E MAISTRE
J O S E P H DE
JOSEPH MAISTRE

más abundante será sobre una superficie menos extensa;


de manera que poco más o menos la efusión es constante.
extraor-
Pero de vez en cuando suceden acontecimientos extraor­
dinarios que la aumentan prodigiosamente, como las
guerras púnicas, los triunviratos, las victorias de César,
la irrupción de los bárbaros, las Cruzadas, las guerras de
religión, la sucesión de España, la Revolución francesa,
ta-
etc. Si se tuviesen tablas de matanzas como se tienen ta­
blas meteorológicas, ¿quién sabe si no se descubriría la
ley al cabo de algunos siglos de observación? 22 .
Buffon ha probado muy bien que una gran parte de los
animales está destinada a morir de muerte violenta. Hu­Hu-
demos-
biera podido, según las apariencias, extender su demos­
tración al hombre; pero puede uno reducirse aquí a los
hechos.
vio-
Cabe dudar, por lo demás, de que esta destrucción vio­
lenta sea, en general, un mal tan grande como se cree; al
menos, es uno de esos males que entran en un orden de
cosas en que todo es violento y contra naturam, y que
producen compensaciones. En primer término cuando el
alma humana ha perdido la tensión de sus resortes por la
blandura, la incredulidad y los vicios gangrenosos que si-
si­
ai exceso de la civilización, no se puede
guen al templar de
nuevo más que en la sangre. No es fácil, ni con mucho,
explicar por qué la guerra produce efectos diferentes
Lo
diferentes circunstancias. Lo que se ve bastante
según difrientes
claramente es que el género humano puede ser conside-

22
D el informe hecho por el cirujano en jefe de los ejércitos de
Del
S.M .Í. se comprueba (ver infra, capítulo V
S.M.I. VI), cin-
I), que de doscientos cin­
cuenta mil hombres emempleados tur-
pleados por el emperador José II contra los tur­
cos, desde el 1 de junio de 1788 hasta el 1 de mayo de 1789, habrían
perecido treinta y tres mil quinientos cuarenta y tres por enfermeda-
enfermeda­
des, y ochenta mil por las armas ((G éírangére de 1790,
azette nationale et étrangere
Gazette
n.° 34). Y se ve, por un cálculo aproximativo hecho en Alem
n.º Alemania,
ania, que
ia guerra actual había ya costado, en el mes de octubre de 1795, un mi­ mi-
llón de hombres a Francia y quinientos mil a las potencias coaligadas
(Extracto de un periódico alemán, en el Correo de Francfort de 28 de
octubre de 1795, n.º
n.° 296).
CONSIDERACIONES
C ON S ID E RA CI ONES SOBRE FRANCIA
S O B R E FRANCI A 33

rado
racio como un árbol que una mano invisible poda sin
cesar, y que gana a menudo con esta operación. Verda- Verda­
deramente, si se toca al tronco o se le desmocha la copa,
el árbol puede perecer: pero ¿quién conoce los límites
del árbol humano? Lo que sabemos es que la extrema
carnicería se alía
alia a menudo con la extrema población,
como se ha visto especialmente en las antiguas repúblicas
griegas, y en España bajo la dominación de los árabes 23 .
Los tópicos en la tierra no significan nada: no es necesa-
necesa­
rio ser muy hábil para saber que cuantos más hombres se
matan, menos quedan de momento; como es verdad que
cuantas más ramas se poden, menos queda del árbol;
pero son las consecuencias de la operación lo que es ne- ne­
cesario considerar. Ahora bien, siguiendo la misma com- com­
. paración, se puede observar que el jardinero hábil se di- di­
rige en la operación menos a la poda absoluta de la
vegetación que a la fructificación del árbol: son frutos, y
no bosques y hojas, lo que él pide a la planta. Ahora
bien, los verdaderos frutos de la naturaleza humana, las
artes, las ciencias, las grandes empresas, las altas concep-
concep­
ciones, las virtudes viriles, surgen sobre todo en estado
de guerra. Se sabe que las Naciones no alcanzan nunca el
mayor punto de grandeza de la que son susceptibles sino
después de largas y sangrientas guerras. Así el ei punto de
máximo esplendor de los griegos fue la época terrible
tenible de
la guerra del Peloponeso; el siglo de Augusto sigue de in-in­
mediato a la guerra civil y a las proscripciones; el genio
francés fue desbastado por la Liga y pulido por la Fron-
Fron­
da; todos los grandes hombres del siglo de la reina Ana
nacieron en medio de conmociones políticas. En una pa-

23 España en esta época llegó a tener hasta cuarenta millones de


habitantes; hoy día no tiene más que diez. Antiguamente GreciaG reda flore­
flore-
cía en medio
m edio de las más crueles guerras; la sangre corría a borbotones, y
todo el país estaba lleno de hombres. Parecía, dice Maquiavelo, que en
medio de las muertes, de las proscripciones, de las guerras civiles, nues-
nues­
tra República se hizo más poderosa, etc. Rousseau,
Rousseau. Contrat social, lib.
III, cap. X.
34 JJOSEPH DE
OSEPH D MAISTRE
E MA IS TR E

labra, se diría que la sangre es el abono de esta planta


que se llama genio.
No sé si se comprende bien cuando se dice que las artes
son amigas de la paz. Será al menos necesario explicarse
y circunscribir la proposición; pues no veo nada de
menos pacífico que los siglos de Alejandro y de Pericles,
de Augusto, de León X y de Francisco I, de Luis XIV y
de la reina Ana.
¿Sería posible que la efusión de sangre humana no tu- tu­
viese una gran causa y grandes efectos? Reflexiónese
sobre ello: la historia y la fábula, los descubrimientos de
la fisiología moderna y las tradiciones antiguas se dan
cita para suministrar materiales a estas meditaciones. No
sería bueno caminar sobre este punto más a tientas que
sobre mil otros más extraños al hombre.
Tronemos no obstante contra la guerra, y tratemos de
que los soberanos pierdan su afición; pero no caigamos
en los sueños de Condorcet, de aquel filósofo tan queri-
queri­
do a la revolución, que empleó su vida en preparar la
benigna-
desgracia de la generación presente, legando benigna­
mente la perfección a nuestros descendientes. Hay sólo ·
un medio de comprimir el azote de la guerra, el compri-
compri­
mir los desórdenes que llevan a esta terrible purificación.
restes, Elena, uno de los perso-
En la tragedia griega O restes, perso­
najes del drama, es sustraída por los dioses al justo resen-
resen­
timiento de los griegos, y colocada en el cielo al lado de
sus dos hermanos, para ser con ellos un signo de la salva-
salva­
ción de los navegantes. Apolo parece justificar esa extra-
extra­
ña apoteosis 24 . La belleza de Elena, dice, no fue más que
un instrumento del cual los dioses se sirvieron para enzar-
enzar­
san-
zar a los griegos contra los troyanos y hacer correr su san­
gre, a fin de estancar sobre la tierra la iniquidad de los
hombres que se habían hecho demasiado numerosos 25 •
A polo hablaba muy bien. Son los hombres los que acu-
Apolo

24
Dignus vindice nodus (Hor.,
(Hor. , A . P . , 191).
A.P.,
25
Eurip., Orest. (1655-58).
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 35

mulan
muían las nubes y se quejan a continuación de las tem-
tem­
pestades.
Es la cólera de los reyes la que pone en armas a la tierra,
es la cólera de los cielos la que pone en armas a los reyes.
Me doy cuenta de que en todas estas consideracio-
consideracio­
nes nos vemos continuamente asaltados por el cuadro
tan fatigante de los inocentes que perecen con los culpa-
culpa­
bles. Pero, sin hundirnos en esta cuestión que guarda re- re­
lación con todo lo que hay de más profundo, se la puede
considerar en su conexión con el dogma universal, y tan
antiguo como el mundo, de la reversibilidad de los dolo-
dolo­
res del inocente en provecho de los culpables.
Fue de este dogma, me parece, de donde los antiguos
derivaron el uso de los sacrificios que practicaron en todo
el universo, y por lo que los juzgaban útiles no solamente
a los vivos, sino también a los muertos 26 : costumbre típi-
típi­
ca que el hábito nos hace contemplar sin asombro, pero
del cual no es menos difícil alcanzar la raíz.
Las consagraciones, tan famosas en la antigüedad, se
debían también al mismo dogma. Decio tenía fe en que el
sacrificio de su vida sería aceptado por la Divinidad, y
que él podía equilibrar todos los males que amenazaban
a su patria 27 .
El cristianismo ha venido a consagrar este dogma, que
es infinitamente natural al hombre, aunque parezca difí-difí­
cil llegar a él por el razonamiento.
Así, puede haber habido en el corazón de Luis XVI,
en el de la celeste Isabel 28 , tal movimiento, tal acepta-
acepta­
ción capaz de salvar a Francia.
26
Sacrificaban, al pie de la letra, para el reposo de las almas; y estos
sacrificios, dice Platón, son de una gran eficacia, pporo r lo que dicen ciuda-
ciuda­
des enteras, yy los poetas hijos de los dioses yy los profetas inspirados ppor
or
los dioses. Platón, D Republica, lib. II.
Dee República,
27
Piaculum omnis deorum irae.-
irae.— Omnes minas perculaque ab diis,
Tit., lib. VIII, 9 y 10.
vertií. Tít.,
superis inferisque in se unum vertit.
28
Filipina María Elena, llamada Madame Elisabeth, hermana de
Luis XVI,
X V I, guillotinada el 10 de mayo de 1794. (N. [N. del T.)
36 DE
JOSEPH D E MAISTRE

Se pregunta a veces para qué sirven esas austeridades


terribles, practicadas por ciertas órdenes religiosas, y
pregun-
que se denominan también votos; equivaldría áa pregun­
tar para qué sirve el cristianismo, puesto que reposa por
entero sobre este mismo dogma engrandecido, donde la
inocencia paga por el crimen.
La autoridad que aprueba estas órdenes escoge algu- algu­
nos hombres y los aísla del mundo para hacer de ellos
conductores.
No hay más que violencia en el universo; pero estamos
mimados por la filosofía moderna, que ha dicho que todo
está bien, mientras que el mal ha manchado todo, y que,
en un sentido muy verdadero, todo está mal, por que
nada está en su lugar. Habiendo bajado la nota tónica del
sistema de nuestra creación, todas las demás han bajado
proporcionalmente según las reglas de la armonía. Todos
los seres gimen 29 y tienden, con esfuerzo y dolor, hacia
otro orden de cosas.
Los espectadores de las grandes calamidades humanas
meditacio-
se ven conducidos sobre todo a estas tristes meditacio­
nes; pero guardémonos de perder el ánimo: no hay casti- casti­
go que no purifique; no hay desorden que el AM AMOR ETER-
O R ETER­
NO
N O no torne contra el principio del mal. Es dulce, en
medio del desorden general, presentir los planes de la
Divinidad. Nunca veremos todo durante nuestro viaje, y
a menudo nos engañaremos; pero en todas las ciencias
redu-
posibles, excepto las ciencias exactas, ¿no estamos redu­
plausi-
cidos a conjeturas? Y si nuestras conjeturas son plausi­
bles, si ellas tienen en su favor la analogía, si se apoyan
sobre ideas universales, si sobre todo son consoladoras y
propias para hacernos mejores, ¿qué les falta? Si no son

29
San Pablo, Carta a los R
_San om anos, VIII, 22 y sig.
Romanos,
pun-
El sistema de la Palingenesia de Charles Bonnet tiene algunos pun­
contacto con este texto de San Pablo; pero esta idea no le ha
tos de ~ontacto
conducido a la de una degradación anterior; concuerdan sin embargo
condu~1do
muy bien.
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 37

verdaderas, son buenas; o más bien, puesto que son bue­


bue-
nas, ¿no son verdaderas?
Después de haber considerado la Revolución francesa
desde un punto de vista puramente moral, dirigiré mis
conjeturas hacia la política, sin olvídar,
olvidar, sin embargo, el
objeto principal de mi trabajo.
CAPÍTULO IV

¿Puede durar la República francesa?

Sería mejor
m ejor hacer esta otra pregunta: ¿puede existir la
República? Se supone que sí, pero ello es demasiado pre­ pre-
cipitado, y la cuestión previa parece muy fundada; pues
la naturaleza
iiaturaieza y la historia se dan cita para establecer que
una grnn república indivisible es una cosa imposible. Un
gran república,
pequeño número de republicaaos
republicanos encerrados en los
muros de una ciudad puede sin duda tener rnillone~
~ur~s millones d_e
de
SlJlJ.güos:-cstc fue el caso de Roma;
súbditos:-este foe Rom a; pero no puede cxrnnr
existir
una gran nación libre bajo un gobierno republicano. L1 La
cosa es tan clara por sí misma, que la teoría podría pres­pres-
cindir de ]ala experiencia;
experiencia: pero la ia experiencia, que decide
todas las cuestiones en política como en física, está aquí
perfectamente
perfectam ente de acuerdo con 1a la teoría.
¿¿Q
Quéué se ha podido decir a los franceses para llevarles a
creer en la república de veinticuatro millones de hom- hom­
bres? DosD os cosas solamente:
1.ª
1 Na da impide que se vea lo
Nada io que nunca se ha visto.
2 dª El descubrimiento del sistema representativo
2.
hace posible para nosotros fo lo que no lo era para nuestros
;:mtecesores.
antecesores. Examinemos la ia fuerza de estos dos argu-
argu­
mentos.
Si se nos dijese que un dado, lanzado cien millones de
veces, nunca ha presentado, al parar de correr, más que
cinco números,
núm eros, 1, 2, 3, 4 y 5, ¿podrfarnos
1,2,3-, ¿podríanlos creer que el 6 se
40
40 JOSEPH DE MAIS1Ré'
MAISTRE

haila
halla bajo una de sus caras? No, sin duda; nos estaría de-
de­
mostrado,
m ostrado, como si lo hubiésemos visto, que una de las
seis caras es blanca o que uno de los números está repe-
repe­
tido.
Pues bien, recorramos la historia; veremos en ella lo
que se llama la Fortuna, lanzando el dado sin parar desde
hace cuatro mil años; ¿ha conducido alguna vez a la GRAN
REPÚBLICA? No. Entonces este número no estaba en el
dado.
Si el mundo hubiese visto sucesivamente nuevos go- go­
biernos, no tendríamos ningún derecho para afirmar que
tal o cual forma es imposible, porque nunca se la ha
visto; pero sucede totalmente
totalm ente lo opuesto: se ha visto
siempre la monarquía
m onarquía y algunas veces la república. Si se
quiere después lanzarse en subdivisiones, se puede lla- lla­
mar democracia al gobierno en que la masa ejerce la so- so­
beranía, y aristocracia a aquel en que la ia soberanía perte-
perte­
nece a un número más o menos restringido de familias
privilegiadas.
Y todo queda dicho.
La comparación con el dado es pues perfectamente
exacta: Habiendo salido siempre los mismos números de] de)
cubilete de la Fortuna, estamos autorizados, por la te01ia
teoría
de las probabilidades, a sostener que no hay otros.
No confundamos las esencias de las ias cosas con sus mo-
m o­
dificaciones: las primeras son inalterables y vuelven
siempre;
siem pre; las segundas cambian y varían un poco el espec-
espec­
táculo, al
a! menos para la multitud,
m ultitud, pues todo ojo ejercita-
ejercita­
do penetra fácilmente en el hábito variable del cual la
eterna naturaleza se viste según los tiempos y los lugares.
Qué hay por ejemplo de particular y de nuevo en los
¿¿Qué
tres poderes que constituyen el gobierno de Inglaterra,
los nombres
nom bres de pares y el de comunes, el ropaje de los
lores, etc.? Pero si los tres poderes, considerados de una
manera
m anera abstracta, se encuentran dondequiera que se en- en­
cuentra la libertad prudente y durable, se les encuentra
sobre todo en Esparta, donde el gobierno, antes de Li- Li­
curgo, estaba siempre en agitación, inclinándose ya a la ti-
ti­
CONSIDERACIONES
C O N S I D E R A C I O N E S SOBN.E
SOBRE FIJVlNCl/1
RANCIA 41

ranía, cuando los reyes tenían demasiado poder, ya a la La


confusión popular, cuando el pueblo llano llegaba a usur-usur­
par demasiada autoridad. Pero Licurgo puso entre los
dos al Senado, que fue, así como dice Platón, un contra-
contra­
saludable ... y una fuerte barrera que mantenía los
peso saludable...
dos extremos en igual equilibrio y daba base firmfirmee y segu-
segu­
ra al estado de la cosa pública, ppor
o r lo que los senadores...
senadores ...
se alineaban alguna vez del lado de los reyes en la medida
en que fuese necesario para resistir a la temeridad ppopu- opu­
lar: o por el contrario con igual fuerza fortificaban el par­
par-
tido del pueblo frente a los reyes, para evitar que éstos
usurpasen un poder tiránico 30 .
Así, no hay nada nuevo, y la gran república es imposi-
imposi­
ble, porque no ha habido nunca gran república.
En cuanto al sistema representativo que se cree capaz
de resolver el problema, me siento arrastrado por una
discreción que querrá perdonárseme.
Comencemos por observar que este sistema sistema no es en
absoluto un descubrimiento moderno, sino una produc­ produc-
,ción
ción o, mejor
m ejor dicho, una pieza de gobierno feudal, cuan-
cuan­
do éste llegó a aquel punto de madurez y de equilibrio
que lo convirtió, después de todo, en lo que se ha visto de
más perfecto en el universo 31 • ·
La autoridad real, habiendo formado las municipali-
municipali­
dades, las convoca en las asambleas nacionales; no po­ po-
dían estar en ellas más que por sus m mandatarios;
andatarios; de ahí el
sistema representativo.
Dicho sea de paso, sucedió lo mismo en el juicio por
jurados. La jerarquía de la dependencia feudal convoca-
convoca­
ba a los vasallos del mismo orden en la corte de sus sobe-sobe­
ranos respectivos; de ahí nació la máxima de que todo
hombre
hom {Pares curtís) 32 ,
bre debía ser juzgado por sus pares (Pares

30
Plutarco,
P lu tarco , Vie de LLycurgue,
ycurgue, traducción de Amyot.A m yot.
31
No
N o creo que haya sobre la tierra gobierno tan bien templado,tem plado, etc.
Montesquieu, Dee !'Esprit
M o n tesq u ieu , D l’E sprit des LLois,
o is, lib. XI,
X I, cap. VIll.
V IH .
32
Véase
V éase el libro de los Feudos,
F eudos, a continuación del DerechoD erech o ro-
ro ­
mano.
m ano.
42 JO S L a Bi d e M A lM iR k

rnáxirna cpc
máxima que los ingleses han conservado e,n en toda ;m 3u lati-· lati­
tud y que ellos han hecho continuar coRtiiiiiar desde su causa gene­ genc-
radora;
rndora: mientras nlicmras qgc que los ios fr,1nccscs, franceses, menos nienos tenaces, o ce- ce­
di(,~:i~do quizá
diendo O' · ::ta ,-:f ::-:·~~r~stan.ci;:;.~~ invencibles,
circunstancias irr\/E;11c}t;lcs, no DíJ han
h.a11 sacado n
.·],,. ello
de
\..l._.;
,,;¡ ., el
,_,.,.j,j_, /; mismo
;.,,.,l .1.L,..J partido.
l.,.,;,]1'f'
JL10
··)'l·-'·i,l('
{-lLU _i_ J.

Sería necesario ser muy incapaz de penetrar lo que


Bacon llamaba interiora i n t e r i o r a rerurn r e r u r n para imaginar aue que los ios
hombres h~n
h_ombres p_odi1o elevarse P<?I
han podido por-un un razonamient~
razonamiento ante- ante­
rior é\
nor a t~.le!; instituciones y cp1e
tales ms::~tuciones que ellas puedan ser el fruto de
una denbcrac10n deliberación..
Por lo demás, la ia representación
represenrnción nacional no es privati­ privati-
va de írigl Gterra: aterra: se encuentra en todas las monarquías
se'encuentra rnonarqufas de
E
Europa;
· ·'11•0.-,•:;·
• JJ. pL.. , pero r¡·,rn
J- en
r-11 ia
~_j_\_.
¡,, r;1·ar
Aúl Gran~ .,,,
P.,,~•an··a
1.1 Bretaña
s._J_'-v\...
"'....J
1"rta'
está viva:
'!..✓ 0, i.., .. e•1
\':,J., en.ll el
1 ~--· 1 ,,~s•tf)
resto
..11._L.·
f....._._ L--1. 1---..

,t,.,
eestá m uerta
,__ ~'i. ffill"'''t'l
~---1 o rl-,~rn,n•
Jtt1;,_
f. ..u~ . . . , '
duerme; y no entra en el plan de este pe­
J 7 " " "r+r,-:,
\.,..-U . .1.a
.1i,.,1 ""n P
1
....,1
~__,,•,~.r•
•)1~1•·
f: d l ..:le,
lJ.C, Pete·
t;;:,.::,_, pp
_ ~-,- ~

queño trabajo el e*£aminar


queftO e:r~1:m(nar si s¡ es para desgracia de la hu­ hu-
rn•:ipicbd
manidad
.t.t,.... iL 4..,,. el r.u"
el 11.-i
quev h~1·y:
,,,,~ hayau ;;;ii1c, sido
.....
~ _,_ ·~
b ' ~ ...
,,,,-rJ"Tu-li,ia
suspendida
0
...: ~-... ~-~r v __
~ .1 \-4:,.'yY s1·si converidrfa
convendría - ~--,.,__1,i

aproximarse a forrnas formas antiguas. Es suficiente observar,


de acuerdo con la historia: Lº,
ia histo_ria: 1.22 que en Inglaterra, en que
la representación
represcntaci(m nacional. nacional ha obtenido y retenido más rn8.s
fuerza que en lugar algur:o,, alguno, 110 no aparece antes de media­ media-
dos del ,siglo siglo X xrn ííl ~\ 2.º,. 2.°, 9u:;.; que no r~o fue una 1nvcnción, invención, ni n~ ,el el
,;fc:cto
efecto de un;ci dcht,crac1c,n,
ima deliberadora ni el resoltado nr resultado de la ar:c1on
acción
del
d 0
1 pueblo
':..-1o. Pl'F'"[•1
_ ~-
1
0 en uso
pn '''-'O
LíJ de
(1(' sus
,-,.,.11. L.,._, antiguos
.C•J<;: •.•,nt¡'cr11oc•
l,,..;i.1
...i<¼.,,,' u b' i.d""r( c-hos· "1110
derechos;
~
0
sino que un
,____e\...,;¡,,..,,...., ... , üli U!1 · .✓

soldado ambicioso, para pant satisfacer sus miras particula­ particula-


res, creó reahncnte realmente el equilibrio de los tres poderes des- des­
pués de la batalla de Lewes 34 , sin saber lo que hacia, hacía,
,,o·
como
,..,. _ ti s·'1•·e·
r1·1"' sucede
l i
1
,U e <::"'m"'·"=·
'4.; siempre;
.Jl\..t jY.it_,,, 3· 3.“, • º ' ci-v• que!_t"""\..-' 1·,o
no1\. ,n'''mente
solamente
u•-..,Jo_ ... I·,
laU con~·oc·•-
convoca-
,¡_ - V U

33 mucho
Los demócratas in ten tado :remontar
dem ócratas de Inglaterra han i:itcntado rem o n tar m ucho
a rrib a los derechos de los comunes
más arriba com unes y han visto el pueblo hasta en
los famosos wiTTENy\GEMOTS; ppero
fam osos WITTENAGEMOU; neccsz,rio abandonar
ero ha sido necesario ab andonar de
buen grado una tesis insostenible. H Hume,
um e, t. í , apéndice 1, p. 144,
t, 1, 144-, ;:ipén-
apén­
dice 22..", º,p. 4 .“º,Millar,
p. 407, edit. in 4. Londres,
, M illar, L [Witten,;;gemot: con­
ondres, 1762, [WitterMgemot: con-
ar!glosajoaes en Inglaterra; SJ
sejo de los reyes anglosajones su principal
principa! función era cm
aseso rar al
ésesc~rar rev en aquellos asuntos en que é:;te
ai rey rea u iere su parecer. (!V.
éste requiere (N.
d e lTT..)])1..
del
34
^ 'fó m ayo dr,
16 de mayo 1264; Simón
de, 1264, M onfort y los barones
Sim ón de Ivf<mfort baro n es sublevados
vencieron en hicieron prisionero al rey Enrique
eii ella e hicierori E nrique y a su hijo. (N.
del T)
dd I. )
C í i i l r E i J N i A X I Ü N L S z Cj a K E Eu ANCL a 43

torja
toria de los comunes (municipalidades) en el consejo na- na­
cional fue una concesión dcJ del rno:rwrca,
monarca, síno sino que en sus co- co­
mienzos el rey nombraba los ios reprcsc;ntantes
representantes de la:·o ias
0
P rovinci::•s,
provincias, ciudades
ciudades,_,, y bur!los:
burgos; 4.
433
l..../
, oue.
,
que,
/ ....
incluso
,
después
desrmés 1,

que los «cornurn::s,>«comunes» se hubiesen arrogadc arrogado el derecho de


deputar mandatarios al parlamento durante el víaje viaje de
Eduardo I a Palestina, tuvieron solamente voto consulti- consulti­
vo; que presentaban sus quejas como los Estados genera-
q u e j a s corno genera­
les de Francia, y que la fórmula de concesiones que ema-
n?iba del trono a continuación de sus peticiones era
naba
constantemente
constantem ente concedida c o n c e d i d a ppor o r ele l reyr e y yy los
l o s sse.ñores
e ñ o r e s e.spiri-
e s p ir i­
tuales
tu a l e s yy temporales,
te m p o r a le s , o
a los
lo s h h uUJI!ildes
m i l d e s ruegos
r u e g o s ded e los
lo s «comu-
«com u­
n e s » : en fin, que el poder cokgislativo
nes»: colegislativo atribuido a la cá- cá­
mara de los comunes, es todavía muy reciente, pnesto puesto
que se remonta rem onta apenas a n1.ediados mediados del dei siglo XV. XV.
Si se entiende pues con esta palabra de representación
nacional un c ie r to número de representantes enviados
uo cierto
por ciertosc i e r t o s hombres, escogidos en ciertas c íe r ía s ciudades o bur- bur­·
gos, en virtud de una antigua concesión del soberano, no
es necesar10
necesario disputar sobre ]as las palabras: este gobierno
existe,
e.xíste, y es el de Inglaterra.
Pero si se cuiere quiere que todo t o d o el pueblo esté repret:entadc representado.,
que no pueda
y <n~e pwida estarlo m:is más qt;e que en vütu<l virtud de un mand,. rnandt--
to .)::i, y que todo ciudadano sea capzz capaz de dar o recibr recibu
estos mandatos, salvo algunas exc{!póones, excepciones, física y mo m o­
r '-' 1.JJ. ente
ralm
Ld.
ill·ont,c,. ~;Ilª";tab{f::;;;·
inevitables; V~:
\.___,.t,__L_\...,- L-t! yJ si se n¡-:dc.,-,/¡'p
('jJ ;,,c.
_ vi._,, pretende·.,., ,,rlpn1'>c
lJj_\....-t.e.iH.~
0V además uni.r •1n1·r a
(:i."...J.v a u•r·
ur;
__,._(,L~ \h.. .,. ·"" . • .,

tal orden de cosas la abolición abolició.ii de Toda toda distinción y fun- fun­
d ó n hereditaria.
cióri hereditaria, esta representación
representé~ción es una cosa eme
/ .._
que
-'·
no
se:
se ha visto nunca y. oue que 1·jam amá&; ás tendrá éxito.
•' nos cita
.._,e
Se . .,,.menea;
/\ , .
América; yo no co:11O2:1.:0
conozco rnx nada i a que rn::ipcl.··
.
impa-

35 Se supone~
supc>5}.e bastante Djeruido, rnr
bJsta_tTe aa n;ern~r'tc:" f^or D1ali::t
u f o r s a íe a ó ó n , que el
fe eí
mandatario es½:-;
J?1andr-,da;io ünicD '1Ur~
es e : úuic:J que puede
p u ed e ser repir^e '
reL•tF\'Vl!! e~~i un er:·or. A/-:. ddi:::--
'UH error, ia ­
rio, en Jos tribuiiBJ.es, el eJ niño, el lGt:,:J
elio c o y ei au- i “ i ic.prcserd'a.dGs po.r
hofiibres que íío tienen su reundaíc sino d,„. . . , . ......ra bien, Eínuabto
r e ú n e fía¡iiiS’iie ¡n en ie esta;; tres c e a iid a d e s: ¡/nss es sí,en.:.pre .dric,
sie m p re loco y siem pre avsaníe. ¿Po'f q u é p u e s sus í i u o r a s na p o d ría n
p re sc in d ir d e esto s in a iid a to s?
4 4 JOShPH DE MAiSTRE

ciente
cíente más que las alabanzas otorgadas a este niño en
mantillas: dejadlo crecer.
Pero para poner toda la claridad posible en esta discu-
discu­
sjón,
sión, es necesario observar que los fautores de la repúbli-
repúbli­
ca francesa no están solamente obligados a probar que la
representación perfeccionada, como dicen los innovado-
innovado­
res, es posible y buena, sino que además el pueblo, me- m e­
diante esto, puede retener su soberanía ((como como di,cen
dicen
también) y formar, en su totalidad, una república. Este Éste
es el nudo de la!a cuestión; pues si la república está en la
capital, y el resto de Francia es súbdito de la república,
así no casan las cuentas del pueblo soberano.
La comisión, encargada en último término de presen-
presen­
tar un modo de renovación del tercio hace alcanzar el nú- nú­
mero de franceses a treinta millones. Concedamos este
núm ero y supongamos que Francia conserva sus conquis-
número conquis­
tas. Cada año, según los términos de la constitución, dos-
dos­
cientas cincuenta personas salientes del cuerpo legislati-
legislati­
vo deberán ser reemplazadas por otras doscientas
cincuenta. Se sigue de esto que si los quince millones de
varones que supone esta población fuesen inmortales,
capaces para la representación y nombrados por orden,
invariablemente, cada francés vendría a ejercer su turno
de soberanía nacional cada sesenta mil años 36 .
Pero como no se deja de morir
m orir de vez en cuando en tal
intervalo; como por otra parte se puede repetir la elec-elec­
ción sobre las mismas cabezas, y como una multitud de
individuos, por naturaleza y buen sentido, serán siempre
incapaces para la representación naGional,
nacional, la imagina-
imagina­
ción se espanta del número
núm ero prodigioso de soberanos con-
con­
denados a morir sin haber reinado.
Rousseau ha sostenido que la voluntad nacional no
puede ser delegada; se es muy libre de afirmarlo o negarlo
y de disputar mil años sobre estas cuestiones de escuela.
Pero lo que hay de seguro es que el sistema representati-

36
No
N o tengo en cuenta
cuen ta los cinco ppuestos
uestos de directores. A su respec­
respec-
to,
to , la probabilidad es tan ppequeña
e q u e ñ a que
q u e ppuede
u ed e considerarse como
com o cero.
( O N S in jIK A a O N E S S O B R E FR A N G ÍA 45

vo excluye directamente el ejercicio de la soberanía,


sobre todo en el sistema francés, en que los derechos del
pueblo se limitan a nombrar a los que nombran; en que
no solamente no puede dar mandatos especiales a sus re-- re­
presentantcs,
presentantes, sino que la ley tiene buen cuidado de rom-rom ­
per toda relación entre ellos y sus provincias respectivas,
advirtiéndoles que no son enviados por los que los han
enviado, sino por la Nación; gran palabra infinitamente
cómoda, porque se hace con ella lo que se quiere. En una
palabra, no es posible imaginar una legislación mejor m ejor
calculada para aniquilar los derechos del pueblo. Tenía
harta razón aquel conspirador jacobino cuando decía sin
judicial: Creo al gobierno ac­
rodeos en un interrogatorio judicial; ac-
dere­
tual usurpador de la autoridad, violador de todos los dere-
chos del pueblo, que ha reducido a la más ntás deplorable es-
es­
clavitud. Es el espantoso sistema de la felicidad de unos
pocos sobre la opresión de la masa. El pueblo está de tal
manera amordazado, de tal manera sujeto por las cadenas
de este gobierno aristocrático, que se le hace más difícil
que nunca el romperlas 37 -^5.
Entonces, ¿qué importa a la nación el vano honor de 1a la
indirectamente
representación, en la cual ella se mezcla indfrectamentc
y a la cual millares de individuos no llegarán nunca? La
soberanía y el gobierno, ¿le son menos extraños?
Pero, se dirá, rearguyendo, ¿qué importa a la Nación
el vano honor de la representación, si el sistema recibido
establece la libertad pública?
No es de esto de lo que se trata; la cuestión no reside
en saber si el pueblo francés puede ser libre por la consti-
consti­
tución que se le ha dado, sino si puede ser soberano. Se
cambia la cuestión para escapar al razonamiento. Co- Co­
mencemos por excluir el ejercicio de la soberanía; insis-
insis­
tamos sobre este punto fundamental, que el soberano es- es­
tará siempre en París, y que todo este tumulto de
representación no significa nada; que el pueblo sigue .sigue

37
Véase
V éase el interrogatorio de Babeuf, junio
B abeuf, jun io de 1796.
4 6 JO S E P H D E M A IST R E

siendo perfectamente extraño al gobierno; que es más


súbdito que en la m onarquía, y que las palabras gran re-
monarquía, re­
pública se excluyen como las de círculo cuadrado. A Ahora
hora
bien, es esto lo que está demostrado aritméticamente.
La cuestión se reduce pues a saber si es del interés del
pueblo francés ser súbdito de un directorio ejecutivo y de
dos consejos instituidos según la constitución de 1795,
más que de un rey que reine según las formas anti- anti­
guas.
Hay mucha menor m enor dificultad en resolver un problema
que en plantearlo.
Es necesario apartar esta palabra de república y no ha­ ha-
blar sino de gobierno. No examinaré si es apto para hacer
la felicidad pública; ¡los franceses lo saben tan bien! V Vea-
ea­
mos solamente si tal y como es, y de cualquier m manera
anera
que se le llame, es permitido creer en su duración.
Elevémonos primero a la altura que conviene al ser in- in­
teligente, y desde este punto de vista elevado considere- considere­
mos la fuente de este gobierno.
Ei mal no tiene nada de común con la existencia; no
El
puede crear, puesto que su fuerza es puramente negati­ negati-
va: El mal es el cisma del ser; no es verdadero.
A hora bien, lo que distingue ia Revolución francesa, y
Ahora
lo que hace de ella un acontecimiento único en la historia,
es que es radicalmente mala\ mala; ningún elemento de bien
alivia la mirada del observador; es el más alto grado co- co­
nocido de corrupción; es la pura impureza.
¿En qué página de la ia historia puede encontrarse una
cantidad tan grande de vicios operando a la vez en el
mismo teatro? ¡Qué ;Qué cúmulo espantoso de bajeza y de
crueldad! ¡Qué profunda inmoralidad! ¡Qué olvido de
todo pudor!
La juventud de 1a la libertad tiene caracteres tan sor- sor­
prendentes
prende:ates que es imposible impJsible engañarse. En esta época,
el amor a fa patria es una religión, y el respeto por las
la patrÜ'.'.
lo,tp·~ P·<' tin:·¡:
J\.__,,Jit.,..-~ . sun,.,.rcc·J·1',
leyes es una superstición:
._,,.0 , ~•- V'\.. i ~los ,~,-,·.~
1.,-,._,,..._.._,_t .. 1·f)n· lo,,
l caracteres
0~✓•(;1,.j(,l hallan fue·rtc'-
se hallan
0 l-•'Íf~res: se
,l.- ... fuerte­
,,.,u .it.J.1.. j

mente prcHTUJt~~iaclf:c?.,
1ne11te proiiu-iidados, las c:Jstur;1brcs costuEibres Sf.:'i1 austeras: tcJdas
son a11steras: todas
las virtuJJes
la~~ brillan a la 1vez;
virtudes l)rillan facciones giran c.n
/e.z; las facci(Jnes prlrvc-
en prove­
CONSilJN{1HJONJiS S O B R E FRM•✓
C O N S I D E R A i :i Ü N E S SUJJRJ,, CJA
ERA N C IA ,p
41

cho de la patria, porque no se disputa más que sobre el


impron-
honor de servirla; todo, hasta el crimen, lleva la impron­
ta de la grandeza.
Si se compara este cuadro al que nos ofrece Francia,
¿cómo creer en la duración de una libertad que comienza
por la gangrena?, o para hablar más exactamente, ¿cómo
toda-
creer que esta libertad pueda nacer (pues no existe toda­
vía), y que del seno de la corrupción más repulsiva pueda
salir esta forma de gobierno que exige más virtudes que
todas las demás? Cuando se oye a estos pretendidos re- re­
publicanos hablar de libertad y de virtudes, se cree ver
una cortesana ajada por los años, representando el papel
de una virgen con pudor ruboroso.
Un
U anéc-
n periódico republicano nos ha transmitido la anéc­
dota siguiente sobre las costumbres de París. «Se juzgaba
ante el tribunal civil una causa de seducción; una joven
de catorce años asombraba a los jueces por un grado de
corrupción que la hacía competir con la profunda inmo-inmo­
ralidad de su seductor. Más de la mitad del auditorio esta-
esta­
ba compuesto por mujeres jóvenes y muchachas; entre
éstas, más de veinte no tenían más de trece a catorce años.
Varias de entre ellas estaban al lado de sus madres; y en
de-
lugar de cubrirse el rostro, reían a carcajadas ante los de­
talles necesarios, pero repulsivos que hacían enrojecer a
los hombres» 38 .
Lector, acuérdate de aquel romano que, en los buenos
días de Roma, fue castigado por haber abrazado a su
m ujer ante sus hijos. Haz el paralelo y concluye.
mujer
La Revolución francesa ha recorrido, sin duda, un pe­ pe-
ríodo cuyos momentos no se parecen; sin embargo, su
carácter general no ha variado nunca, y en su cuna misma
demostró todo lo que debía ser. Era E ra un cierto delirio
inexplicable, una impetuosidad ciega, un desprecio es­ es-
candaloso de todo lo que hay de respetable entre los
hombres; una atrocidad de un nuevo género, que bro-

3
" Jcnnwl de l'Opposilion,
Journal n .“ 175, p. 705.
rO pposH ion, 1795, n.º
48 J O S EP a DEMAJSTHL
JOSiJJJJ DE MAISTRE

meaba
m eaba con sus crímenes; sobre todo una prostitución im- im­
púdica del razonamiento y de todos los términos cons- cons­
truidos para expresar ideas de justicia y de virtud.
Si uno se fija
tija en particular en los actos de la Conven-
Conven­
ción nacional, es difícil expresar lo que se experimenta.
Cuando asisto con el pensamiento a la época de sus sesio-
sesio­
nes, me siento transportado, como el Bardo 39 sublime
de Inglaterra, a un mundo imaginario; veo al enemigo
del género humano sentado en un círculo y convocando a
ios espíritus malignos en este nuevo Pandemó­
todos los Pandemo-
nium; oigo distintamente il rauco suon delle tartaree
trombe;
tromba; veo todos los vicios de Francia acudir a la llama-
llama­
da, y no sé si escribo una alegoría.
Y todavía ahora ved cómo el crimen sirve de base a
todo este tinglado republicano; esa palabra de ciudadano
con que han sustituido a las formas antiguas de la cortesía
la obtienen de los más viles de los humanos; fue tue en una
de sus orgías legislativas donde los bandoleros inventa-
inventa­
ron este nuevo título. El calendario de la república, que
no debe ser solamente considerado por su lado ridículo,
fue
tue una conjura contra el culto; su sú era data los más
grandes crímenes que hayan deshonrado a la humani- humani­
dad; no pueden datar un acta sin cubrirse de vergüenza,
al recordar el infamante origen de un gobierno cuyas
fiestas mismas hacen palidecer.
¿Es, pues, de este fango sangrante de donde debe salir
un gobierno duradero? Que no se nos objete con las cos- cos­
tumbres feroces y licenciosas de los pueblos bárbaros,
que se han convertido, sin embargo, en lo que nosotros
vemos. La ignorancia bárbara ha presidido, sin duda, nu- nu­
merosos establecimientos políticos; pero la barbarie sa- sa­
piente, la atrocidad sistemática, la corrupción calculada
y, sobre todo, la irreligión no han producido nunca nada.
Lo prístino lleva a lo maduro;
m aduro; la podredumbre
podredum bre no lleva a
nada.

39 Alude
A lude a Milton.
M ilton. (N. del T.)
CUNSí J)HH"í
C O N S ID E R A CJ(J;\'L\' S O B R E ViU1NC/A
C I O N E S SORNF F R A N C IA 49
49

¿Se ha visto, por otra parte, alguna vez un gobierno, y


sobre todo una constitución libre, que comience a pesar
de los miembros del estamento y que prescinda de su
asentimiento? Es éste, sin embargo, el fenómeno que
nos presentaría este meteoro
m eteoro que se llama república fran­
fran-
cesa, si pudiese durar. Este gobierno se cree fuerte por­
por-
que es violento; pero la fuerza difiere de la violencia
tanto como de la debilidad, y la manera
m anera asombrosa con
que opera en este momento suministra quizá ella sola la
demostración de que no puede operar largo tiempo. La
Nación francesa no quiere este gobierno; lo sufre, y sigue
sometida a él, o porque no se lo puede sacudir, o porque
temee una cosa todavía peor. La república no descansa
tem
más que sobre estas dos columnas, que no tienen nada de
real; se puede decir que se asienta por entero sobre dos
negaciones. Así, es muy notable que los escritores ami-ami­
gos de la república no se consagren a mostrar
m ostrar la bondad
de este gobierno; comprenden bien que está ahí el punto
débil de la coraza, dicen sólo tan atrevidamente como
'pueden,
pueden, que es posible; y, deslizándose ligeramente
sobre esta tesis como sobre carbones ardientes, se dedi-
dedi­
can únicamente a probar a los franceses que se expon-
expon­
drían a los mayores males si volviesen a su antiguo go- go­
bierno. Es sobre este capítulo donde son discretos; no
paran de hablar de los inconvenientes de las revolucio-
revolucio­
nes. Si los presionarais, serían gentes capaces de conce-
conce­
deros que la revolución que ha creado el gobierno actual
fue un crimen, supuesto que se les conceda que no es ne-ne­
cesario hacer una nueva. Se ponen de rodillas ante la N Na-

ción francesa; le suplican que conserve la república. Se
nota, en todo lo que dicen sobre la estabilidad del gobier-
gobier­
no, no la convicción de la razón, sino el sueño del deseo.
Pasemos al gran anatema
anatem a que pesa sobre la república.
CAPÍTULO V

Dee la R
D Revolución
evolución francesa considerada
en su carácter antirreligioso.
Digresión sobre el cristianismo

Hay en la Revolución francesa un carácter satánico


que la distingue de todo lo que se ha visto y quizá de todo
lo que se verá.
¡Recuérdense las grandes sesiones! El discurso de Ro-
bespjerre contra el sacerdocio, la apostasía solemne de
bespierre
los sacerdotes, la profanación de los objetos de culto, la
inauguración de la diosa Razón, y esa multitud de esce-esce­
nas inauditas en que las provincias trataban de superar a
París; todo eso se sale del círculo ordinario de los críme-
críme­
nes y parece pertenecer a otro mundo.
E incluso ahora que la revolución ha retrocedido
mucho, los grandes excesos han desaparecido, pero los
principios subsisten. Los legisladores (para servirme de
su término), ¿no han pronunciado esa palabra aislada en
la historia: la nación no sufraga ningún culto? Algunos
hombres de la época en que vivimos me han parecido, en
ciertos momentos, elevarse hasta el odio de la Divinidad;
pero esta espantosa proeza no es necesaria para hacer
inútiles los más grandes esfuerzos constituyentes; el olvi-
olvi­
do del gran Ser ((no
no digo el desprecio) es un anatema irre-
irre­
vocable sobre las obras humanas que son mancilladas
por ello. Todas las instituciones imaginables reposan
52 JOSEPH
JO DE
SEPH D MAISTRE
E M A ISTR E

sobre una idea religiosa, o de otro modo no hacen más


que pasar. Son fuertes y duraderas en la medida en que
están divinizadas, si es permitido expresarse así. No sola- sola­
mente la razón humana, o lo que se llama la filosofí,a, sin
\a.filosofía,
saber lo que se dice, no puede suplir a esas bases que se
llaman supersticiosas, sin saber lo que se dice, sino que la
filosofía es, al contrario, una potencia esencialmente de- de­
sorganizadora.
En una palabra, el hombre no puede representar al
creador más que poniéndose en relación con él. ¿No
somos insensatos cuando nosotros queremos que un es- es­
pejo refleje la imagen del sol y lo orientamos hacia la tie- tie­
rra? Estas reflexiones se dirigen a todo el mundo, al cre- cre­
yente como al escéptico: es un hecho que yo pongo
delante y no una tesis. Que uno se ría de las ideas religio-
religio­
sas, o que uno las venere, no importa; ellas no forman
menos, verdaderas o falsas, la base única de todas las ins- ins­
tituciones duraderas.
Rousseau, el hombre quizá más equivocado del mun- mun­
do, ha encontrado, sin embargo, esta observación•
observación sin
haber querido deducir las consecuencias de ella.
La Ley judaica, dice, siempre subsistente, la del hijo de
Ismael, que desde hace diez siglos rige la mitad del
mundo, anuncian todavía hoy a los grandes hombres que
... la orgullosa filosofía o el ciego espíritu
dictado...
las han dictado
de partido no ve en ellos más que felices impostores 40 .
No dependía más que de él el concluir, en lugar de ha- ha­
blarnos de ese gran y poderoso genio que preside los esta- esta­
blecimientos duraderos 41 : ¡como si esta poesía explicase
algo!.
Cuando se reflexiona sobre hechos atestiguados por la
historia entera, cuando se considera que, en la cadena de
los establecimientos humanos, desde esas grandes insti- insti­
tuciones que son épocas del mundo hasta la más pequeña
organización social, desde el Imperio hasta la cofradía,

~
^ Contrat social, lib. II, cap. VII.
/bid.
Ibid.
CONSIDERACIONES
CONSIDERA CIONES SOBRE FRANCIA 53
53

todos tienen una base divina, y que el poder humano,


siempre que se ha aislado, no ha podido dar a sus obras
más que una existencia falsa y pasajera, ¿qué pensaremos
del nuevo edificio francés y del poder que lo ha producido?
Por mi parte, no creeré nunca en la fecundidad de la nada.
Sería una cosa curiosa el profundizar sucesivamente en
nuestras instituciones europeas y mostrar cómo ellas
esttn
están todas cristianizadas; cómo la religión, mezclándose
en todo, anima y sostiene todo. Por más que las pasiones
humanas han querido manchar, desnaturalizar incluso
las creaciones primitivas; si el principio es divino, esto es
suficiente para darles una duración prodigiosa. Entre mil
ejemplos, se puede citar el de las órdenes militares. Cier-
Cier­
tamente no se faltará a los miembros que las componen
al afirmar que el objeto religioso no es quizá el primero
del que se ocupan: no importa, subsisten, y esta duración
es un prodigio. ¡Cuántos espíritus superficiales se ríen de
esta amalgama tan extraña de monje y de soldado! Val­ Val-
dría más extasiarse en esa fuerza oculta, por la cual estas
órdenes han atravesado los siglos, comprimido poderes
formidables, y resistido choques que todavía nos asom- asom­
bran en la historia. Ahora bien, esta fuerza es el nombre
· sobre el que estas instituciones reposan; pues nada es
más que por el que es. En medio del trastorno general del
que somos testigos, la falta de educación fija sobre todo el
ojo inquieto de los amigos del orden. Más de una vez se les
ha oído decir que sería necesario restablecer a los jesuítas.
jesuitas.
No discuto aquí el mérito de la orden; pero este deseo no
supone reflexiones muy profundas. ¿No se diría que San
Ignacio está ahí presto para servir a nuestras miras? Si la
orden es destruida, algún hermano cocinero podría quizá
restablecerla con el mismo espíritu que la creó; pero todos
los soberanos del universo no lo lograrán.
Hay una ley divina tan cierta, tan palpable como las
leyes del movimiento.
Siempre que el hombre se pone, según sus fuerzas, en
relación con el Creador, y que produce una institución
cualquiera en nombre de la Divinidad, cualquiera·
cualquiera que
54 JJOSEPH DE
OSEPH D MAISTRE
E M AISTRE

sea por otra parte su debilidad individual, su ignorancia,


su pobreza, la oscuridad de su nacimiento, en una pala­ pala-
bra, su desnudez absoluta de todos los medios humanos,
participa de alguna manera en la omnipotencia, de la
cual se ha hecho instrumento; produce obras cuya fuerza
y duración asombran la razón.
Suplico a todo lector atento que se digne mirar en su
tom o; hasta en los menores objetos encontrará la de-
tomo; de­
mostración de estas grandes verdades. No es necesario
remontarse al hijo de Ismael, a Licurgo, a Numa, a Moi- Moi­
sés, cuyas legislaciones fueron todas religiosas; una fiesta
popular, una danza rústica son suficientes para el obser-obser­
vador. Verá en algunos países protestantes ciertas reu­ reu-
niones, ciertos júbilos populares, que no tienen ya causas
aparentes y que se deben a usos católicos absolutamente
olvidados. Esta clase de fiestas no tienen en sí mismas
nada de moral, nada de respetable: no importa; derivan,
aunque de muy lejos, de ideas religiosas; esto es lo sufi- sufi­
ciente para perpetuarlas. Tres siglos no han podido ha­ ha-
cerlas olvidar.
¡Pero vosotros, amos de la tierra!, ¡príncipes, reyes,
emperadores, poderosas majestades, invencibles con- con­
quistadores!, tratad tan sólo de llevar al pueblo un día
determinado de cada año, a un lugar señalado, PA PARA
RA
P O D E R DANZAR
PODER OS pido demasiado, pero me
D A N Z A R ALLÍ. No os
atrevo a haceros el desafío solemne de que podáis tener
éxito, mientras que el más humilde misionero lo logrará
y se hará obedecer dos mil años después de su muerte.
Cada año, en nombre de San Juan, de San Martín, de
San Benito, etc., el pueblo se reúne alrededor de un tem­ tem-
rumorosa y sin
plo rústico: llega animado de una alegría mmorosa
embargo inocente. La religión santifica el júbilo, y el jú jú-­
bilo embellece la religión: se olvidan de sus penas; pien-pien­
san, al retirarse, en el placer que tendrán al año siguiente
42
en el mismo día, y este día es para ellos una fecha señalada
señ^ada .
42
Ludis ppublicis
Ludís u b lid s... [aetitiam in cantu et fidibus et tibiis
... popularem laetitiam
moderanto,
m oderanto, eEAMQUE c u m DIVUM
a m q u e CUM u n g u n t o . Cic., D
o n o r e jJUNGUNTO.
d i v u m hHONORE Dee Leg.,
II, 9.
CONSIDERACIONES
C O N S ID E R A C IO N E S SOBRE
S O B R E FRANCIA 55
55

Al lado de este cuadro, colocad el de los amos de Fran-


Fran­
cia, a los que una revolución inaudita ha revestido de
todos los poderes, y que no pueden organizar una simple
fiesta. Prodigan el oro, convocan a todas las artes en su
socorro, y el ciudadano permanece en su casa, no se
atiende a la llamada más que para reírse de los que orde-
orde­
nan. ¡Escuchad el despecho de la impotencia! ¡Escuchad
estas palabras memorables de uno de esos diputados del
pueblo, hablando en el cuerpo legislativo en una sesión
del mes de enero de 1796!:
1796!; «¡Pues qué!, exclamaba,
hombres extraños a nuestras costumbres, a nuestros
usos, habrían llegado a establecer fiestas ridículas
ridiculas por
acontecimientos desconocidos, en honor de hombres
cuya existencia es un problema. ¡Pues qué!, habrán podi­
podi-
do obtener el empleo de fondos inmensos, para respetar
cada día, con una triste monotonía, ceremonias insignifi-
insignifi­
cantes y a menudo absurdas; y los hombres que han de- de­
rruido la Bastilla y derrocado el trono, los hombres que
han vencido a Europa, no lograrán conservar, por medio
de fiestas nacionales, el recuerdo de los grandes aconte-
aconte­
cimientos que inmortalizan nuestra revolución.»
·¡oh
¡Oh delirio!, ¡oh profundidad de la debilidad humana!
Legisladores, meditad esta gran confesión; os enseña lo
que sois y lo que podéis.
Ahora, ¿qué nos es necesario además para juzgar el
sistema francés? Si su nulidad no es clara, no hay nada
cierto en el universo.
Estoy tan persuadido de las verdades que defiendo,
que cuando considero el debilitamiento general de los
principios morales, la divergencia de las opiniones, la
conmoción de las soberanías que están faltas de base, la
inmensidad de nuestras necesidades y la inanidad de
nuestros medios, me parece que todo verdadero filósofo
debe optar entre estas dos hipótesis, o que se va a formar
una nueva religión, o que el cristianismo será rejuveneci-
rejuveneci­
do de algún modo extraordinario. Es entre estas dos su- su­
posiciones donde es necesario escoger, según el partido
que se haya tomado sobre la verdad del cristianismo.
56 JJOSEPH DE
OSEPH D MAISTRE
E M A ISTR E

Esta conjetura no será rechazada desdeñosamente


más que por esos hombres de corta visión que no creen
posible más que lo que ven. ¿¿Qué Qué hombre de la antigüe-
antigüe­
dad hubiese podido prever el cristianismo?¿ Y qué hom-
cristianismo? ¿Y hom­
bre extraño a esta religión hubiese podido, en sus co- co­
mienzos, prever sus éxitos? ¿¿Cómo Cómo sabemos que una
gran revolución moral no ha comenzado? Plinio, como
está probado por su famosa carta 43 , no tenía la menor
idea de este gigante del cual no veía más que la infancia.
Pero qué multitud de ideas me asaltan en este mo-
¡¡Pero mo­
mento y me elevan a las más altas contemplaciones!
g e n e r a c ió n presente es testigo de uno de los más
L a GENERACIÓN
LA
contem plado la mi-
grandes espectáculos que nunca haya contemplado mi­
rada
rad a hhumana;
um ana; es el combate
com bate a ultranza entre el cristianis-
cristianis­
m o y el filosofismo. La lid está abierta, los dos enemigos
mo
en fren tan , y el universo contempla.
se enfrentan, contem pla.
Se ve, como en Homero, al padre de los Dioses y de los
hombres levantando la balanza que pesa los dos grandes
intereses; pronto uno de los platillos va a descender.
Para el hombre prevenido y del cual el corazón sobre
todo ha convencido a la cabeza, los acontecimientos no
prueban nada; habiendo tomado irrevocablemente parti­ parti-
do de sí o no, la observación y el razonamiento son igual- igual­
mente inútiles. Pero a vosotros todos, hombres de buena
fe, que negáis o que dudáis, quizá esta gran época del
cristianismo fijará vuestras irresoluciones. Desde hace
dieciocho siglos reina en gran parte del mundo y particu­particu-
larmente sobre la porción más esclarecida del globo.
Esta religión no se detiene incluso en aquella época anti- anti­
gua; llegada a su fundador, se anuda a otro orden de
cosas, a una religión típica que la ha precedido. Una no
puede ser verdad sin que la otra lo sea; una se alaba de
prometer lo que la otra se alaba de tener; de manera que
ésta, por un encadenamiento que es un hecho visible, se
remonta al origen del mundo.

■ 43
43
· La carta de Plinio, gobernador de Bitinia a Trajano: X,, 96.
Trajano; X
CONSIDERACIONES
C ONSIDE RA C IONE S SOBRE
SO B R E FRANCIA 57

N a c e EL
NACE e l DÍA e n QUE
d í a EN q u e NACIERON
n a c i e r o n LOS
l o s DÍAS.
d ía s .
No hay otro ejemplo de tal duración; y, ateniéndose
incluso al cristianismo, ninguna institución en el universo
puede serle opuesta. Es por afán de ergotizar por lo que
se la compara a otras religiones:
religiones; varios caracteres nota-
nota­
bles excluyen toda comparación; no es éste el lugar de
detallarlos; una palabra sólo, y es suficiente. Que se nos
detallarlos:
muestre otra religión fundada sobre hechos milagrosos y
revelando dogmas incomprensibles, creída durante die- die­
ciocho siglos por una gran parte del género humano, y
defendida de edad en edad por los primeros hombres del
tiempo, desde Orígenes hasta Pascal, a pesar de los últi- últi­
mos esfuerzos de una secta enemiga, que no ha cesado de
rugir desde Celso hasta Condorcet.
¡iCosa admirable!, cuando se reflexiona sobre esta gran
institución, la hipótesis más natural, la que todas las ve-ve­
rosimilitudes asisten, es la de un establecimiento divino.
Si la obra es humana, no hay manera de explicar su éxito:
éxito;
al excluir el prodigio, se le acepta.
Todas las naciones, se dice, han tomado el cobre por
oro. Muy bien: pero, ¿este cobre ha sido echado en el cri-cri­
sol europeo, y sometido durante dieciocho siglos a nues­nues-
tra química observadora?, si ha sufrido esta prueba,
¿ha salido de ella con honor? Newton creía en la encar-encar­
nación, pero Platón, pienso yo, creía poco en el naci­ naci-
miento maravilloso de Baco.
El cristianismo ha sido predicado por ignorantes y
creído por sabios; es esto en lo que no se parece a nada
conocido.
Además, ha salido con éxito de todas las pruebas. Se
dice que la persecución es un viento que alimenta y pro- pro­
paga la llama del fanatismo. Sea: Diocleciano favoreció
el cristianismo; pero, en este supuesto, Constantino
debía asfixiarlo, y es esto lo que no ha sucedido. Ha resis-
resis­
tido a todo, a laía paz, a la guerra, a los cadalsos, a los
triunfos, a los puñales, a las delicias, al orgullo, a la hu-
hu­
millación, a la pobreza, a la opulencia, a la noche de la
Edad Media, y al gran día de los siglos de León X y Luis
58 JJOSEPH DE
OSEPH D MAISTRE
E M AISTRE

XIV, Un emperador todo poderoso y dueño de la mayor


parte del mundo conocido agotó contra él en otro tiempo
todos los recursos de su genio; no olvidó nada para vol­ vol-
ver a levantar los dogmas antiguos; los asoció hábilmente
con las ideas platónicas, que estaban entonces de moda.
Ocultando la rabia que le animaba bajo la máscara de
una tolerancia puramente exterior, empleó contra el
culto enemigo las armas frente a las cuales ninguna obra
humana ha resistido; lo entregó al ridículo, empobreció
el sacerdocio para hacerlo despreciar, lo privó de todos
los apoyos que el hombre puede dar a sus obras: difama-
difama­
ciones, cábalas, injusticia, opresión, ridículo, fuerza y
habilidad, todo fue inútil; el Galileo venció a Juliano el
filósofo.
Hoy, en fin, la experiencia se repite con circunstancias
todavía más favorables; nada falta en ello para hacerla
decisiva. Estad pues bien atentos, vosotros todos a los
que la historia no ha instruido suficientemente. Decíais
que el cetro sostenía la tiara; pues bien, no hay cetro en
la gran arena, está roto, y los trozos arrojados en el lodo.
No sabíais hasta qué punto la influencia de un sacerdocio
predica-
rico y poderoso podía sostener los dogmas que predica­
ba: no creo demasiado que haya un poder que pueda
ba;
hacer creer; pero concedamos. No hay sacerdotes; se les
ha expulsado, decapitado, envilecido; se les ha despoja-
despoja­
do; y los que han escapado a la guillotina, a las hogueras,
a los puñales, a los fusilamientos, a los ahogamientos por
inmersión 44 , a la deportación, reciben hoy la limosna
que en otro tiempo daban. Temíais la fuerza de la cos- cos­
tumbre, el ascendiente de la autoridad, las ilusiones de la
imaginación: ya no hay nada de todo eso; ya no hay cos- cos­
tumbre; ya no hay dueño; el espíritu de cada hombre le
pertenece. Habiendo roído la filosofía el cemento que
unía a los hombres, ya no hay agregaciones morales. La
autoridad civil, favoreciendo con todas sus formas el de-

44
Las celebres noy
noyades [N. del T.)
ades o «ejecuciones verticales». (N.
CONSIDERACIONES SOBRE FRANCIA 59

rrocamiento del sistema antiguo, da a los enemigos del


cristianismo todo el apoyo que ella le ie concedía en otro
tiempo; el espíritu humano toma todas las formas imagi-imagi­
nables para combatir la antigua religión nacional. Esos
esfuerzos son aplaudidos y pagados, y los esfuerzos con- con­
trarios son crímenes. No tenéis ya nada que temer del en- en­
cantamiento de los ojos, que son siempre los primeros
engañados; un pomposo aparato, de vanas ceremonias,
no se impone ya a los hombres ante los cuales se repre-repre­
senta de todo desde hace siete años. Los altares están de-de­
rribados; se han paseado por las calles animales inmun-
inmun­
dos revestidos de pontifices;
pontífices; los vasos sagrados han
servido para abominables orgías; y sobre los altares que
la fe antigua rodea de querubines deslumbrados se ha
hecho subir a las prostitutas desnudas. El filosofismo no
tiene pues ya de qué quejarse; todos
iodos los tantos los tiene
en su favor; se hace todo para él y todo contra su rival. Si
es vencedor, nooo dirá como César: Vine, vi y vencí; pero
en fin habrá vencido: puede tocar las palmas y sentarse
orgullosamente sobre una cruz derribada. Pero si el cris-cris­
tianismo sale de esta prueba terrible más puro y vigoro-
vigoro­
so, si el
ei Hércules cristiano, fuerte con su sola fuerza, sus-
sus­
pende en alto al hijo de la tierra 45 y lo ahoga entre sus
brazos, o s , deus. ¡Franceses, haced sitio al Rey cristia-
b r a z patuit cristia­
nísimo, llevadlo vosotros mismos sobre el trono antiguo;
izad su oriflama, y que su oro, viajando de un polo a
otro, lleve por todas partes la divisa triunfal!:

CRISTO
C r i s t o IMPERA,
i m p e r a , CRISTO
C r i s t o REINA,
r e i n a , ÉL
É l ES
e s EL
e l VENCEDOR.
vencedor.

45
Anteo,
A nteo, hijo de Poseidón y de la Tierra, recobraba su vigor cuan-
cuan­
do tocaba el suelo. (N.
{N. del T.)
CAPÍTULO
CAPITULO VI
Dee la influencia divina
D
en las constituciones políticas

El hombre puede modificar todo en la esfera de su ac­ ac-


tividad, pero no crea nada: tal es su ley, en lo físico como
en lo moral.
El hombre puede sin duda plantar una semilla, cuidar
un árbol, perfeccionarlo por el injerto y podarlo de cien
maneras; pero nunca se ha figurado que tenía el poder de
hacer un árbol.
¿¿Cómo
Cómo se ha imaginado que tenía el de hacer una
constitución? ¿Sería por la experiencia? Veamos lo que
ésta nos enseña.
Todas las constituciones libres, conocidas en el univer­
univer-
so, se han formado de dos maneras. Ya, por así decirlo,
han germinado de una manera insensible, por la concu­ concu-
rrencia de una multitud de circunstancias que llamamos
fortuitas; ya, algunas veces, tienen un autor único que
aparece como un fenómeno y se hace obedecer.
En las dos suposiciones, he aquí por qué caracteres
Dios nos advierte de nuestra debilidad y deidel derecho que
se ha reservado en la formación de los gobiernos.
1 º Ninguna constitución es resultado de una delibera­
1. delibera-
ción; los derechos de los pueblos no son nunca escritos, o
al menos los actos constitutivos o las leyes fundamentales
escritas no son nunca más que títulos declaratorios de de­de-
62 JOSEPH
JO S E P H DE
D E MAISTRE
M A ISTR E

rechos anteriores, de los cuales no se ¡uede


puede decir otra
cosa, sino que existen porque existen 4 .•
2.°0 Dios, no habiendo juzgado oportuno emplear en
2.
este género de cosas medios sobrenaturales, circunscribe
al menos la acción humana, de manera que en la forma­
forma-
ción de las constituciones las circunstancias lo son todo y
los hombres no son más que circunstancias. Bastante co­ co-
múnmente incluso sucede que corriendo hacia un cierto
objetivo los hombres obtengan otro, como hemos visto
que sucedía en la constitución inglesa.
0
3.
3.*^ Los derechos del pueblo propiamente dicho deri­deri-
van bastante a menudo de la concesión de los soberanos,
y en este caso puede haber constancia histórica; pero los
derechos del soberano y de la aristocracia, al menos los
derechos esenciales, constitutivos y radicales, si es per­
per-
mitido expresarse así, no tienen ni fecha ni autores.
AÑ0 Incluso las concesiones del soberano han estado
4.
siempre precedidas de un estado de cosas que las hacía
necesarias y que no dependían de él.
5Ñ0 Aunque las leyes escritas no sean nunca otra cosa
5.
que declaraciones de derechos anteriores, sin embargo
hay una gran diferencia entre que puedan ser escritas y lo
siempre, en cada constitución, algo que
sean; hay incluso siem,gre,
no puede ser escrito y que es necesario dejar en una
nube sombría y venerable so pena de trastornar el Estado.
6.°
6Ñ Cuanto más se escribe, más débil es la institución;

46
Habr{a
Habría que estar loco para preguntar quién ha dado la libertad a
las ciudades de Esparta, Roma, etc. Estas repúblicas no han recibido sus
D ios y la naturaleza se las han dado. Sidney,
cartas de los hombres. Dios
Disc. sur le gouvernement, t. I, § 2. El autor no es sospechoso.
1.1,
47
El prudente Hume ha hecho a menudo esta observación. No ci­ ci-
taré más que el pasaje siguiente: Es este punto de la constitución inglesa
(el derecho de amonestación) el que es m muy dificil o, ppor
uy difícil or mmejor
ejor decir,
im posible de regular mediante leyes: debe ser dirigido ppor
imposible o r ciertas ideas
delicadas de conveniencia y de decencia, más bien que ppor o r la exactitud
de las leyes y de las ordenanzas (Hume,
(H um e, Hist. dd'Angleterre,
’Angleterre, Charles I,
cap. LIII,
LUI, nota B).
Thomas Payne es de otro parecer, com comoo se sabe. Pretende que una
<'<>nstitución
consíilución no existe sino cuando se la puede llevar en el bolsillo.
CONSIDERACIONES SOBRE
C O N SID E RA CIONES S O B R E FRANCIA 63

la razón de ello es clara. Las leyes no son más que decla-


decla­
raciones de derechos, y los derechos no son declarados
más que cuando son atacados; de manera que la multipli­
multipli-
cidad de las leyes constitucionales escritas no prueba otra
cosa que la multiplicidad de los choques y el peligro de
una destrucción.
He aquí por qué la institución más vigorosa de la anti-
anti­
güedad profana fue la de Lacedemonia, en que no se es­ es-
cribió nada.
7.°º Ninguna Nación puede darse la libertad si no la
7.
tiene 48 • Cuando comienza a reflexionar sobre
sobie sí misma,
sus leyes están hechas. La influencia humana no se ex­ ex-
tiende más allá del desenvolvimiento de los derechos
existentes, pero que eran desconocidos o discutidos. Si
hay imprudentes que traspasan estos límites con refor­ refor-
mas temerarias, la Nación pierde lo que tenía, sin alcan­
alcan-
zar lo que quiere. De ello resulta la necesidad de no inno­
inno-
var sino muy raramente, y siempre con mesura y con
tiento.
8.°º Cuando la Providencia ha decretado la formación
8.
más rápida de una constitución política, aparece un hom­hom-
bre revestido de un poder indefinible: habla, se hace
obedecer: pero estos hombres maravillosos no pertene­
pertene-
cen quizá más que al mundo antiguo y a la mocedad de
las Naciones. Sea lo que sea, he aquí el carácter distintivo
por excelencia de estos legisladores. Son reyes, o emi­ emi-
nentemente nobles: a este respecto, no puede haber nin­ nin-
guna excepción. Fue por esto por lo que pecó la institu­
institu-
ción de Solón, la más frágil de la antigüedad 49 •
Los bellos días de Atenas, que no hicieron más que

48
Un pop
popoo lo uso a vivere sotto un principe,
príncipe, se per quálche
qua/che accidente
diventa libero, con difficultá mantiene la liberta. Maquiavelo, Discorsi
L ivio, lib. X,
sopra Tito Livio, X , cap. XVI.
49
Plutarco ha visto muy bien esta verdad. Solón,Salón, dice, no puede
concordia ...
llegar a mantener largamente una ciudad en unión y concordia. porque
.. porque
había nacido de raza popular, y no era de los más ricos de la ciudad,
sino solamente de la burguesía media. Vie de Solon, trad. d d'Amyot.
’Am yot.
64 JO
JOSEPH DE
SEPH D MAISTRE
EM A IST R E

transcurrir 50 , fueron además interrumpidos por conquis­


conquis-
tas y por tiranías; y Solón mismo vio a los Pisistrátidas.
9.
9.®0
extraordina-
Estos legisladores incluso, con poder extraordina­
rio, no hacen nunca sino reunir elementos preexistentes
en las costumbres y el carácter de los pueblos: pero esta
recolección, esta formación rápida que semeja en algo a
Divi-
la creación, no se ejecuta más que en nombre de la Divi­
juntas: apenas
nidad. La política y la religión se fundan juntas;
institucio-
se distingue al legislador del sacerdote; y sus institucio­
nes públicas consisten principalmente en ceremonias y
convocaciones religiosas 51 .
10." La libertad 52 , en este sentido, fue siempre un
10.º
don de los reyes; pues todas las Naciones libres fueron
ex-
constituidas por Reyes. Esta es la regla general, y las ex­
cepciones que se podrían indicar reentrarían en la regla si
fuesen discutidas.
11."0 Nunca existió Nación libre que no tuviese en su
11.
constitución natural gérmenes de libertad tan antiguos
desa-
como ella; y nunca una Nación intentó eficazmente desa­
dere-
rrollar, por sus leyes fundamentales escritas, otros dere­
chos que los que existían en su constitución natural.
12."0 Una asamblea cualquiera de hombres no puede
12.
constituir una Nación; e incluso esta empresa excede en
locura lo que todos los bedlams 53 del universo pueden
engendrar de más absurdo y de más extravagante 54 .

50
fuit aetas imperatorum
Haec extrema .fuit Atheniensium Iphicratis,
imperatorum Atheniensium
Chabriae, Timothei: ñeque illorum obitum
neque post illorum quisquam dux in illa
obitum quisquam
urbe fufuitit dignus memoria. Com Nep.,
Coro.. N Timoth.,
e p ., Vit. Tim oth,, cap. IV. D Dee ia ba-
la ba­
talla de Maratón a ia la de Leucade, ganada por Tim oteo, transcurrieron
Timoteo,
114 años. Es el diapasón de la gloria de Atenas.
51
Plutarco, Vida de Numa.
52
Ñeque ambigitur quin Brutus idem,
Neque ídem, qui tantum gloriae, superbo
f acturus fuerit, si libertatis im-
pessimoo publico id facturus
exacto rege, meruit, pessim
maturae cupidine priorum regum alicui regum extorsisset, etc,
cupidinepriorum etc. Tit. Liv.,
II, 1. El pasaje entero es muy digno de ser meditado.
ÍI, l.
53
Bedlam, nombre popular en Inglaterra del hospital de Beth-
lohem para alienados, de antiquísima fundación (1347) en Londres. En
lchcm
iiij'Iós,
iu¡~lfs, sinónimo
~inónimo ?ede manicomio. (/'f.
(N. del T.) ..
■' E ncccesarw che uno solo sia quello che dia
/: neccesario d1a il m odo, e della cui
modo, cuí
CONSIDERACIONES SOBRE
C O N SID E RA CIONES S O B R E FRANCIA 65

Probar en detalle esta proposición, después de todo lo


que he dicho, sería, me parece, faltar al respeto a los que
saben, y hacer demasiado honor a los que no saben.
13 Ѻ He hablado de un carácter principal de los verda­
13. verda-
deros legisladores; he aquí otro que es muy notable, y
sobre el que sería fácil hacer un libro. Es que éstos no son
nunca lo que se llama sabios, no escriben, operan por ins­ins-
tinto y por impulso más que por razonamiento, y no tie­ tie-
nen otro instrumento de operar que el de una cierta fuer­
fuer-
za moral que pliega las voluntades como el viento
doblega las mieses.
Al mostrar que esta observación no es más que el coro­
coro-
lario de una verdad general de la mayor importancia, po­ po-
dría decir cosas interesantes, pero temo perderme: pre­ pre-
fiero suprimir los intermediarios e ir a los resultados.
Hay entre la política teórica y la legislación constitu-
constitu­
yente la misma diferencia que existe entre la poética y la
poesía. El ilustre Montesquieu es a Licurgo,
Licu.rgo, en la escala
general de los talentos, lo que Batteux 55 es a Homero o a
Racine.
Hay más: estos dos talentos se excluyen positivamen­
positivamen-
te, como se ha visto por el ejemplo dado por Locke, que
se movió torpemente cuando tuvo la ocurrencia de que­ que-
rer dar leyes a los americanos.
He visto a un gran seguidor de la república lamentarse
seriamente de que los franceses no habían visto, entre las
obras de Hume, el texto titulado Plan de una república
—¡O coecas hominum mentes! Si veis un hombre
perfecta. -¡O
ordinario que tenga un buen sentido, pero que no haya
dado nunca, en ningún género, ningún signo exterior de
superioridad, no podéis asegurar sin embargo que
pueda ser legislador. No hay ninguna razón para decir sí

mente dipenda qualunque simile ordinazione. Maquiavelo, Discorsi


sogra
sopra Tilo
Tiío Livio,
L ivio, lib. I, cap. IX.
5
Charles Batteux, crítico literario francés (1713-1780), fiel a las
pen-
normas del clasicismo, quien con su teoría del gusto, influyó en el pen­
época, y también en España. (N.
samiento artístico de su ~poca, {N. del T.)
66 JOSEPH
JO S E P H DE
D E MAISTRE
M A ISTR E

oO no; pero si se trata de Bacon, de Locke, de Montes­


Montes-
quieu, etc., decid no, sin vacilar; pues el talento que
· posee prueba que no tienen otro 56 .
La aplicación de los principios que acabo de exponer a
la constitución francesa se presenta naturalmente; pero
es bueno considerarlo bajo un punto de vista particular.
Los mayores enemigos de la Revolución francesa
deben convenir, con franqueza, que la comisión de los
once que ha producido la última constitución tiene,
según todas las apariencias, más talento que su obra, y
que ha hecho quizá todo lo que podía hacer. Disponía de
prin--
materiales rebeldes, que no le permitían seguir los prin­
cipios; y sólo la división de los poderes, aunque no estén
divididos más que por una muralla 57 , constituye sin em­
em-
bargo una bella victoria obtenida sobre los prejuicios del
momento.
momento,
Pero no se trata más que del mérito intrínseco de la
constitución. No entra en mis planes investigar los parti­
parti-
culares defectos que nos aseguren que puede durar; por
otra parte, todo ha sido dicho ya sobre este punto. Indi­
Indi-
caré solamente el error de teoría que ha servido de base a
esta constitución y que ha extraviado a los franceses
desde los primeros instantes de su revolución.
La constitución de 1795, de igual manera que las ante-
ante­
riores, está hecha para el hombre. Ahora bien, no hay
hombres en el mundo. Durante mi vida, he visto france­
france-
ses, italianos, rusos, etc.; sé incluso, gracias a Montes­
Montes-
quieu, que se puede ser persa: pero, en cuanto al hombre,
declaro no haberlo encontrado en mi vida; si existe, es en
mi total ignorancia.
¿Hay una sola región del universo en que no se pueda
encontrar un Consejo de Quinientos, un Consejo de An-

56
Platón, Zenón, Crisipo han hecho libros; pero Licurgo hizo actos
(Plutarco, Vida de Licurgo). NoN o hay una sola idea sana en moral y en
política que haya escapado al buen sentido de Plutarco.
57
En ningún caso los dos consejos pueden reunirse en una misma
sala. Constitución de 1795, tít. V,
V , art. 60.
CONSIDERACIONES SOBRE
C O N SID E R A C IO N E S S O B R E FRANCIA 67

cianos
danos y cinco
dnco directores? Esta constitución puede pre­ pre-
sentarse a todas las asociaciones humanas, desde China a
Ginebra. Pero una constitución que está hecha para
todas las Naciones no está hecha para ninguna, es una
pura abstracción, una obra escolástica hecha para ejerci­
ejerci-
tar el espíritu según una hipótesis ideal, y que es necesa­
necesa-
rio dirigir al hombre, en los espacios imaginarios en que
habite.
¿Qué es una constitución? ¿No es la solución del pro­pro-
blema siguiente?
Dadas la población, las costumbres, la religión, la si­ si-
tuación geográfica, las relaciones políticas, la riqueza, las
buenas y las malas cualidades de una cierta Nación, en­ en-
contrar las leyes que le convengan.
Ahora bien, este problema no está ni abordado en la
constitución de 1795, que no ha pensado más que en el
hombre.
Todas las razones imaginables se reúnen, pues, para
establecer que el sello divino no se imprime sobre esta
obra. No es más que un tema.
Por esto, ya en este momento, ¡cuántos signos de des­des-
trucción!

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