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La periferia de Disney

Hombre de celuloide

Sexualidad, Dios, infancia. Estos son, dice Rilke, los grandes temas de la ficción. Sean Baker ha escogido
infancia. El proyecto Florida es una magnífica película que puede verse en Amazon Prime y que resulta
actual pues su director ha sido nominado a la Palma de Oro que se entrega el próximo mes. El proyecto
Florida demuestra, ante todo, la capacidad del cineasta para trabajar con jovencísimos actores. A sus siete
años Brooklynn Prince amenaza, divierte y conmueve encarnando a Moonee, una pequeña que vive con su
madre en un motel en la periferia de Disney World. Moonee se divierte con una pandilla que sobrevive
vigilada por el ojo estricto pero amable de Bobby, interpretado por Willem Dafoe. Conforme crecen las
dificultades de la madre para pagar la renta, crecen también las aventuras de Moonee, su oposición con los
adultos y un carácter en el que adivinamos ya un destino criminal. Justo por ello aparece en la vida de
Moonee y su madre la oficina de Servicio social. Con esta sinopsis basta para señalar, en El proyecto
Florida, dos aspectos que han hecho de Baker un autor tan significativo. En primer lugar, está la influencia
de uno de los directores más trascendentes en el cine de arte. El inglés Ken Loach parece ser, en efecto, el
gran influjo en Baker, aunque, como veremos, la crítica del estadounidense es mucho más mesurada que la
del inglés. Hay en Baker menos resentimiento que en Loach, sobre todo cuando este último era más joven.
La relación entre Baker y Loach resulta evidente si comparamos El proyecto Florida con Ladybird
Ladybird de 1994. En esta última el cineasta inglés auténticamente pintaba a los servicios sociales como los
malos de la película. Pero el tiempo ha pasado y la discusión política se ha mesurado. Hoy resulta
innegable que hay momentos en que, para defender a la infancia, el gobierno tiene que intervenir incluso en
algo tan íntimo como las relaciones familiares. Para discutir en torno a este hecho político, Baker ofrece un
discurso mucho más imparcial que el de Loach en Ladybird Ladybird. Para ello nos introduce en los ojos
de una niña que no por pequeña deja de entender que su madre es tan desastrosa como adorable. El segundo
punto que hace de El proyecto Florida una película tan valiosa desde el punto de vista artístico está en su
simbolismo. Al principio pareciera casual que todo suceda en la periferia de Disney World. Poco a poco,
sin embargo, este hecho va adquiriendo un innegable poder simbólico. El director parece estar diciendo que
la de Moonee es la vida real, la de niños de carne y hueso, alejados de las frivolidades de Disney. Pero, lo
dicho, Baker es políticamente mucho más mesurado. En el crescendo dramático de este guion
extraordinario, incluso el mundo Disney adquiere su lugar. Porque, en efecto, en la fantasía de princesas y
fuegos artificiales, en la quimera perezosa y banal de un parque de diversiones que puede identificarse
justamente con todo lo artificioso del mundo, una niña como Moonee puede hallar la salvación. El escape.
Disney World, parece decir Baker, es lo único suficientemente ruidoso como para callar la miseria de tener
que decir adiós a la infancia a los siete años. El socialismo del cine de Ken Loach no ha dejado de pensarse
en los últimos treinta años. Y se ha transformado en una visión política de aspiraciones que se identifican
más con la democracia social. La aspiración de un gobierno que promueva simplemente que todos pueden
buscar su felicidad.

El proyecto Florida. Sean Baker. Estados Unidos, 2017.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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