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De la ciencia antigua a la moderna

Jorge Paruelo

De la Grecia antigua a la Europa moderna


La historia de las cosmologías que hemos presentado en el capítulo anterior, ha sido
recorrida a la manera de un álbum de fotos biográfico. Las fotos que se ponen en el álbum
reflejan hechos significativos de la vida del protagonista: su nacimiento, su primer día de
escuela, el primer diente caído, los sucesivos egresos, algún cumpleaños, algún viaje. No
registran, sin embargo, las dificultades, las sensaciones, las manos tendidas, los cambios
vividos entre foto y foto. Cambios en los que intervienen las relaciones con los otros, las
condiciones políticas y económicas que se sucedieron y la forma como el personaje se
inserta en ellas y las modifica.

De manera análoga la historia de las cosmologías presentada antes relata


fundamentalmente las afirmaciones de cada teoría, los avales empíricos y algunas
dificultades. No registra los cambios que se produjeron en el entorno socio-histórico en el
que se desarrollaron las diferentes teorías ni tampoco las características personales de los
sucesivos protagonistas. En muchos casos, este tipo de cambios permite explicar, por
ejemplo, ciertos hechos de la historia de la ciencia o entender por qué algunos sucesos se
producen en cierta época y no en otra.

Aunque resultan muy interesantes las vidas de algunos personajes de la ciencia, como
Galileo o Kepler -para citar dos casos conocidos- no nos ocuparemos de biografías, pero
recorreremos brevemente algunos elementos de la historia que rodeó el desarrollo de las
teorías cosmológicas presentadas.

El problema de cómo es el Universo fue abordado desde mucho tiempo antes del desarrollo
de la cosmología aristotélica. Es posible rastrear relatos acerca del Universo en casi todas
las civilizaciones antiguas. Casi todas ellas apelaban a mitos o dioses que explicaban cómo
se desenvuelve el cosmos y, en algunos casos, sus orígenes. Pero en todas ellas subyace
la idea de orden. “Cosmos” es el término griego que remite a “orden”, de ahí que se hable
de cosmos y cosmología y se piense en orden del Universo.

Desde antes de que los griegos sentaran las bases del conocimiento occidental los hombres
miraban el cielo con interés, no sólo para conocer cómo es el Universo sino también por
intereses prácticos. Resultaba útil poder prever los cambios de clima para poder determinar
los tiempos de siembra y cosecha y, en buena medida, los cambios de clima dependen de
los cambios de estación. Pero había otros miembros de las sociedades antiguas muy
interesados en lo que ocurría en los cielos. Una creencia recurrente en la antigüedad, que
se mantiene en nuestros días, es que los cambios en la configuración de los astros en el
cielo interfieren con los sucesos que ocurren en la Tierra. Estas creencias hacían que los
máximos jerarcas de cada pueblo nombraran especialistas en realizar predicciones sobre la
base de las configuraciones astrales. Estos especialistas, los astrólogos, estaban en la más
alta consideración social pero también estaban expuestos a la ira de sus jefes cuando las

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predicciones fallaban. Los astrólogos no desarrollaron gran conocimiento teórico, ni
descripciones muy acertadas del movimiento de los astros, pero sí obtuvieron registros muy
minuciosos de las posiciones de estrellas y planetas. Es importante mencionar que en esos
tiempos astrólogos y astrónomos no se diferenciaban (y pasarían varios siglos hasta que lo
hicieran). Uno de los registros más importantes fue el que obtuvieron los Babilonios y que
serían posteriormente fuente de datos de los griegos. Con los datos de estos registros era
posible predecir la ocurrencia de eclipses extrapolando a partir de regularidades (es decir
haciendo algo similar a lo que proponen en las revistas de entretenimientos de seguir una
secuencia dada de letras, números o figuras).

Los griegos pusieron los cimientos del conocimiento occidental, no sólo por las respuestas
que dieron a los problemas que abordaron sino, y sobre todo, por la manera como
formularon y delimitaron un conjunto de problemas, algunos de los cuales se discuten
todavía en nuestra época. Entre dichos problemas hay uno que subyace en toda la discusión
sobre las cosmologías: el problema de los planetas. Se atribuye a Platón la formulación del
problema y también el fijar algunas condiciones para su resolución. El problema, del que
vimos algunos intentos de solución en el capítulo anterior, es encontrar el orden en el
movimiento de los planetas respecto del fondo de estrellas fijas. Los recursos que proponía
Platón que se usaran para resolver esto eran la geometría y la reflexión. Los astrónomos
empíricos reformularon el problema que se transformó en encontrar una teoría del
movimiento planetario que permitiera predecir posiciones de los astros. De las condiciones
platónicas, mantuvieron la uniformidad de los movimientos y la circularidad. Estas
condiciones seguirían pautando el trabajo en el área por casi 2000 años, hasta que Kepler
propusiera las órbitas elípticas. Por ello, se habla de la maldición del círculo, de la que el
mismo Copérnico fue víctima.

A partir de las conquistas de Alejandro Magno, el desarrollo del conocimiento se expandió


geográficamente y con el tiempo el epicentro de la ciencia griega se trasladó a Alejandría, a
orillas del Nilo. Ahí la ciencia tomó también un matiz más práctico e instrumental. Las obras
de Arquímedes son un reflejo del interés práctico y la línea que se desarrolló allí para
resolver el problema de los planetas muestra cómo la búsqueda se centró en un instrumento
matemático de predicción antes que en develar el orden cósmico que tenía en mente Platón.
Los astrónomos alejandrinos disponían de los registros babilónicos y de muy buenas
herramientas geométricas. Ptolomeo en el siglo II reunió en un libro, el Almagesto, el
conocimiento disponible en esa época sobre el movimiento planetario. Compendió sus
propios aportes y otros de los que se disponía desde tiempos anteriores, como la
herramienta deferente-epiciclo para dar cuenta de la retrogradación.

En nuestra breve historia, partimos del siglo IV a.c. (Platón) y llegamos al siglo II d.c
(Ptolomeo). Entre esos siglos tiene lugar un hecho central de la historia de occidente, el
nacimiento de Jesucristo. Con él se desarrolla el cristianismo que se difunde y expande de
oriente a occidente. En cuanto a la organización política, el período coincide con la
expansión del poderío romano que, para la época de Ptolomeo, había alcanzado su apogeo
imperial. El imperio fue abarcando diferentes territorios a lo largo de los años ocupando,
entre otras regiones, el norte de África, donde se localizaba Alejandría.

El imperio admitía una serie de religiones, la mayoría politeístas, cuando el cristianismo


comienza su expansión. Durante el período de Diocleciano como emperador los cristianos
fueron perseguidos (aunque esto no impidió que continuara sumando creyentes dentro del
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imperio). En el siglo IV, Constantino admitió el cristianismo dentro del imperio y les concedió
a los cristianos una serie de beneficios con el fin de ganar su apoyo. Poco tiempo después,
bajo el emperador Teodosio, el cristianismo se transformó en la religión oficial y emprendió
la persecución de los paganos.

La Edad Media verá el crecimiento de la influencia del cristianismo en casi todos los
aspectos de la vida del hombre europeo, en lo económico, en lo político, en sus costumbres
cotidianas. Durante buena parte de este período la educación y la ciencia se desarrollaban
exclusivamente en las instituciones religiosas. Pero la edad media es larga y conviene
dividirla en períodos, que como todo recorte histórico tiene límites difusos. Un primer
período, claramente expansivo del cristianismo en Europa, que coincide con la
estructuración y consolidación de las relaciones económicas y políticas características del
medioevo, puede situarse entre el siglo V y el X. Ese período coincide con el surgimiento y
expansión del islam a partir del siglo VII (Mahoma nace en el 570). Esa expansión no es
sólo en el número de feligreses sino también territorial, de un imperio que avanza desde la
península arábiga extendiéndose, hacia el oeste, por el norte de África y ocupando la
península Ibérica. En esta etapa la Iglesia católica no estaba particularmente interesada en
la ciencia natural y sus preocupaciones, en materia de conocimiento, se centraban en otros
temas. Sumado esto a la persecución que inicialmente emprendió con quienes sostenían
otros cultos y a ciertos avatares socio-políticos, resultó que buena parte de los textos griegos
desaparecieron de Europa y, junto con ellos, la claridad de los conocimientos allí
expresados. Algunos conocimientos se fueron transmitiendo oralmente o en relatos
parciales y tergiversados. Pero los textos griegos fueron conservados por los mahometanos
quienes los tradujeron al árabe y sumaron conocimiento propio junto al obtenido a través de
sus conquistas.

El segundo período que vamos a considerar comienza en el siglo X momento en el que se


inicia la recuperación de España por parte de los europeos, un proceso que llevaría varios
siglos. En 1085 se recupera Toledo y en 1091, Sevilla. Estas dos ciudades se constituirían
en dos de los centros de traducción del árabe al latín (que era la lengua en la que se
escribían los textos en la Europa medieval). Las traducciones permitieron la reaparición de
los escritos griegos y alejandrinos dentro del territorio europeo. Fueron traducidos textos
muy trascendentes como el Almagesto de Ptolomeo, los Elementos de Euclides, el Algebra
de Al-Khuwarizmi, Arte médico de Galeno y Analíticos posteriores, Física, Sobre el cielo,
Sobre la generación y la corrupción y la Meteorología de Aristóteles.

Estos textos despertaron admiración entre los eruditos europeos, muchos de los cuales
creyeron encontrar allí una de las principales fuentes de la verdad del mundo y asumieron
que prácticamente todo el conocimiento ya había sido desarrollado por los padres de la
antigüedad. Una tarea pendiente fue la de compatibilizar las enseñanzas griegas con las
sagradas escrituras y las bases ideológicas del cristianismo. Esta actividad fue el eje de las
discusiones durante algún tiempo y uno de sus resultados fue que la Iglesia Romana hizo
suyas muchas de las teorías de Aristóteles, con los cambios necesarios para la
compatibilización, entre ellas la cosmológica y la Física. No es extraño pensar que el
catolicismo hiciera suyo el universo aristotélico si se tiene en cuenta que, para aquellos, el
hombre es centro de la creación divina y, para Aristóteles, la casa del hombre, el planeta
Tierra, es el centro del Universo. Un cambio necesario fue la imposición de un origen a ese
universo aristotélico, origen que su autor no había propuesto.

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A partir del siglo XV se empezaron a desarrollar las críticas al saber heredado de los griegos
y la propuesta de otras alternativas. Muchas de ellas enfrentaban creencias adoptadas y
defendidas por la Iglesia Católica y generaron persecuciones, exilios, confinamientos y
ejecuciones1. El período que abarca los últimos siglos de la Edad Media y los primeros de
la Moderna es muy rico en aristas dignas de análisis para dar cuenta de las razones por las
que cambió la forma de hacer ciencia. No vamos a focalizarnos en estos puntos, pero sí
señalaremos dos elementos de este período que nos servirán para análisis futuros y luego
nos detendremos en los cambios en la forma de hacer ciencia.

En el siglo XI comienza la creación de las Universidades (la primera en el mundo occidental


es la de Bologna, a la que le siguieron Oxford, Paris y Salamanca). Con el tiempo, estas
instituciones permitirían que la discusión científica tenga un ámbito diferente al de los
conventos, dando lugar a una independencia de la ciencia respecto del dogmatismo
religioso. El otro cambio que mencionaremos es el surgimiento del llamado “Renacimiento”,
que es muy conocido en lo que respecta al arte pero que fue mucho más amplio, alcanzando
prácticamente todos los ámbitos de la sociedad europea. Para resumir algunos de los
elementos que nos interesan de este movimiento, digamos que el renacimiento dio lugar a
una sociedad con hombres más creativos y confiados en sus propias capacidades, que ven
a la naturaleza como su hábitat, más amigable y menos hostil, y a la ciencia como una
herramienta capaz de permitirle el dominio de las fuerzas de la naturaleza.

En el siglo XVII se fue consolidado una nueva manera de desarrollar las prácticas y los
productos científicos. No es sencillo establecer causas de estos cambios, pero no hay dudas
de que la nueva manera de hacer ciencia se asocia con modificaciones en el plano
institucional (universidades, por ejemplo), en el imaginario social respecto del hombre mismo
(producto del renacimiento) y en una nueva forma que adquiere la relación entre el hombre
y la naturaleza. Estos cambios permiten distinguir entre una manera de hacer ciencia
anterior a este período, la llamada ciencia antigua, y otra que surge a partir de allí y que es
conocida como ciencia moderna.

La ciencia natural cambia


Comencemos por distinguir entre dos tipos de disciplinas científicas para aclarar a cuál de
ellas nos referimos en esta parte. Cuando hablamos de ciencia natural nos referimos (para
dar una aproximación informal) a las disciplinas científicas que tratan de explicar fenómenos
naturales, es decir aquellos en los cuales no intervienen las relaciones sociales del hombre
ni sus deseos, su voluntad o su libertad de decidir. Como ejemplos de tales disciplinas
podemos citar el caso de la física, la química o la biología. Aquellas disciplinas cuyo objeto
de estudio es el hombre y sus relaciones sociales son llamadas “ciencias sociales”. Como
ejemplos de ciencias sociales podemos citar la sociología, la antropología, la economía, la
ciencia política o la psicología.

No es sencilla la tarea de rastrear dónde y cuándo el hombre comenzó a desarrollar una


actividad científica. Para evitar confusiones, digamos que cuando nos referimos a la ciencia
antigua lo hacemos refiriéndonos a la ciencia tal como se hacía desde el apogeo griego

1
Para ver esto es interesante revisar las biografías de Galileo Galilei y su proceso, de Kepler y su
derrotero y de Giordano Bruno y su condena.

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hasta el cambio que se produce en los siglos XVI y XVII. Nuestro interés se centra en
identificar algunas características de la ciencia natural tal como la conocemos actualmente
y distinguirla de la forma de desarrollar el conocimiento científico en la antigüedad. La obra
de Copérnico que ya hemos citado (Sobre la revolución de las esferas celestes) suele ser
considerada el detonante de un período, de aproximadamente un siglo y medio, que se
conoce como la Revolución Copernicana. Este período no solo alumbró una nueva
cosmología, como hemos visto, sino que también coincidió con un cambio sustancial en la
manera de “hacer” ciencia. Este cambio se conoce como Revolución científica del siglo XVII
y es donde nos detendremos.

Es común que se cite a Galileo como el fundador de la ciencia moderna, pero debe tenerse
en cuenta que hubo otros científicos en la época que siguieron la misma línea. La existencia
de éstos es lo que permite hablar de un período de cambio asociado a nuevas características
de la sociedad y no de uno que es producto de la obra de un simple precursor iluminado.
Entre estos innovadores no solo cabe citar a quienes tuvieron contacto con Galileo, como
Torricelli 2 , o a precursores de la física de otras partes de Europa, como W. Gilbert 3 en
Inglaterra, sino también a quienes trataron modernamente otras disciplinas, además de la
física, como es el caso de W. Harvey quien aplicó esta nueva manera de abordar los
fenómenos naturales a la medicina. A pesar de la existencia de estos casos en otras
disciplinas, es frecuente que se haga referencia a la física y a la cosmología cuando se
analiza la ciencia antigua y los cambios que introdujo la revolución científica porque ambas
son las disciplinas científicas sistematizadas de mayor antigüedad.

La ciencia antigua adoptaba una metodología que podemos llamar demostrativa y


caracterizarla como ciencia euclídea3. Según esta metodología, los científicos procedían
determinando enunciados verdaderos de los que se deducían otros que, en algunos casos,
daban cuenta de las observaciones. La verdad de esos enunciados de partida no requería
ninguna justificación porque provenía de su propia evidencia. Para decirlo de manera simple,
quien leía o escuchaba el enunciado no podía decir otra cosa más que “es obvio” o “no
puede ser de otro modo”. Su autoevidencia era tan clara que no estaban sometidos a
discusión alguna. La geometría euclidiana, la que aprendemos en la escuela, tal como la
desarrolló Euclides en el siglo III ac, responde a este esquema. Euclides presenta cinco
postulados evidentes, uno es, por ejemplo: dos puntos determinan una recta (es decir que
hay una sola recta que pasa por esos dos puntos), y de ellos deduce el resto de las
proposiciones, una de ellas es, por ejemplo: la suma de los ángulos interiores de un triángulo
es 180°. Un ejemplo cosmológico: si consideramos evidente que el vacío es imposible y que
la cantidad de materia en el universo es limitada, no queda otra alternativa que sostener un
universo finito pues si no lo fuera tendría que haber vacío en algunas zonas o en caso de
que no fuera así y contuviera materia en todos sus puntos, ésta debería ser infinita para que
el universo lo sea. El carácter finito del universo no requiere de ninguna justificación adicional

2
Cuando a Galileo le quedaban pocos meses de vida conoce a Torricelli y lo pone al tanto
del problema de la imposibilidad de subir agua de un pozo más allá de los 10 m de altura,
cuya solución condujo, como veremos, al concepto de presión atmosférica. 3 Médico inglés
que escribió el primer tratado moderno sobre magnetismo.
3
Esta es una manera de referirse que emplea I. Lakatos en “Regresión infinita y fundamentos de la
matemática” [Original de 1962. Reproducido en Lakatos, I. Escritos Filosóficos 2, Alianza editorial,
2007] y que refleja una característica de esta forma de hacer ciencia que la emparenta con el
tratamiento de Euclídes de la Geometría.

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pues su verdad se deriva de la de los enunciados de los que se dedujo, si éstos son
verdaderos. La evidencia de los primeros enunciados no requería de justificación adicional,
ni a partir de observaciones ni tampoco a partir de otros enunciados. Si estos puntos de
partida no requerían justificación, el resto, que eran deducidos de ellos, tampoco la
necesitaban pues su verdad se seguía de los iniciales dado que se empleaban
razonamientos deductivos para obtenerlos 4 . Medir, experimentar o conjeturar no eran
recursos útiles con esta metodología.

La ciencia natural moderna, surgida a partir de la Revolución científica del siglo XVII, tiene
varias diferencias con la anterior, tanto en la forma de avalar los enunciados como en la
metodología de trabajo del científico. Entre las diferencias, una relevante es el cambio de
actitud de los científicos hacia esos enunciados iniciales. ¿Qué sustento tiene la
autoevidencia? ¿podía ser la reflexión la garantía de las verdades acerca del mundo?
Sentados en una habitación sin ventanas puede parecernos absolutamente cierto que
estamos quietos y sin embargo estar moviéndonos a velocidad uniforme por un camino
recto. No notaríamos la diferencia entre una y otra situación.

La ciencia moderna adopta una postura diferente sobre los enunciados iniciales. Se sostiene
desde el siglo XVII que los únicos que pueden brindar alguna información sobre la verdad
de los enunciados acerca de sucesos del mundo real son ¡los sucesos del mundo real! Tanto
en la ciencia demostrativa como en la ciencia moderna, que podemos catalogar de teórico-
experimental, se utiliza la deducción para obtener enunciados acerca de hechos del mundo
a partir de otros enunciados. En esto no difieren. Pero si se diferencian en el carácter de los
enunciados iniciales. Mientras que en la ciencia antigua eran enunciados verdaderos, en la
ciencia moderna son sólo conjeturas. Volveremos sobre esto en los siguientes capítulos. En
particular veremos cuáles son las características de las ciencias formales, como la
matemática, y podremos apreciar que la ciencia antigua es similar, en su metodología, a la
empleada en las disciplinas formales, pero en su caso aplicada a las ciencias fácticas. Para
una primera aproximación digamos que la ciencia fáctica es aquella que habla sobre los
hechos del mundo real mientras que la formal no tiene ninguna referencia en el mundo.
También veremos con más detalle la metodología de la ciencia experimental cuando
tratemos el método hipotético-deductivo, el inductivo y lo relacionado con la contrastación
de teorías.

Otra diferencia entre las dos épocas está en cómo se realiza la observación y sobre cuál es
su rol. No puede negarse que los científicos antiguos observaban, pero sus observaciones
sólo en pocos casos eran cuantitativas y no constituían elementos a favor o en contra de los
enunciados tomados como punto de partida. Con la nueva ciencia los elementos a observar
no resultaban solo cualitativos, sino que eran fundamentalmente cosas medibles,
cuantificables. Tomemos un caso histórico a modo de ejemplo.

Al menos en el siglo XVI, y probablemente antes, se sabía que el agua no asciende por un
tubo más allá de 10m (10,33m para más precisión). Para dejar claro el problema con un
ejemplo: si intentamos tomar agua de una botella mediante un sorbete cuya boca esté a
más de diez metros de la superficie del agua no lo conseguiremos. Podremos ‘chupar’ tanto
como queramos que el agua tozudamente se detendrá a 10m de la superficie.

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Más adelante se verán las características de este tipo de razonamientos.

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La explicación que se daba del ascenso del agua en la antigüedad se basaba en el
postulado de la física aristotélica sobre la imposibilidad del vacío. De acuerdo con esto
cuando “chupamos”, el agua sube para ocupar el lugar del aire que sacamos dado que no
puede quedar vacío en tal lugar. Esta explicación era cualitativamente aceptable; sin
embargo, no era compatible con la observación del límite en el ascenso del agua. Si se
sigue generando vacío en el tubo, el agua debería seguir subiendo, aunque se superen los
10, los 20 o los 100 metros de altura.

Torricelli fue quien dio una explicación que daba cuenta de la tozudez del agua. Supuso que
estamos sumergidos en aire (rodeados de un mar de aire, según sus términos), que el aire
pesa y que el aire se comporta de manera similar a un líquido. Obsérvese que son
suposiciones que en nuestros días resultan corrientes, sin embargo, darse cuenta de que
vivimos sumergidos y que todo eso que nos rodea pesa no es algo tan sencillo (en la época
podían subir a una montaña, pero no podían ir más allá de ahí. La posibilidad de salir de ese
mar de aire sólo la tenían cuando se sumergían en agua). De acuerdo con Torricelli todo
cuerpo sumergido en aire soporta cierta presión al igual que uno que está sumergido en
agua. Luego, el aire ejerce cierta presión sobre la superficie del agua tanto dentro de nuestro
sorbete como fuera de él. Cuando extraemos el aire de dentro del sorbete (“chupando”) el
aire deja de ejercer presión allí mientras que sigue ejerciéndola en la superficie del líquido
que está fuera del sorbete. Como resultado de esto el agua sube por el sorbete hasta que
la presión que ella ejerce iguala a la que ejerce el aire.

El ejemplo permite apreciar otras características de la ciencia moderna:

1 - Torricelli se preocupó de un problema práctico y puntual: que no pudiera extraerse agua


de un pozo de más de diez metros de profundidad. Hasta esa época las aplicaciones
prácticas de la ciencia no habían sido tenidas en cuenta, salvo excepciones 5. Intentaban
explicar, por ejemplo, por qué se mueve una flecha, pero no tenían la intención, ni lo hacían,
de utilizar sus conclusiones para realizar disparos de mayor precisión. La ciencia natural
moderna, como Torricelli, aborda problemas puntuales y busca explicaciones de hechos
particulares, conjeturando hipótesis convenientes.

2 -Torricelli utiliza magnitudes cuantificables para desarrollar su teoría: mide pesos


específicos y también mide la presión atmosférica. Es a partir de esta característica de la
ciencia moderna que los instrumentos de medición y la precisión empiezan a jugar un papel
trascendente en ciencias naturales.

3 - Se establecen relaciones matemáticas entre magnitudes cuantificables. Volvamos a


nuestro sorbete. Dado que la presión atmosférica no cambia y es equilibrada por el peso de
la columna de 10m de agua entonces si en lugar de intentar subir agua por el sorbete
intentamos subir mercurio llegará a una altura 14 veces menor que la del agua puesto que
su peso específico es 14 veces mayor, es decir que una columna de mercurio pesa 14 veces
más que una igualmente alta de agua. En este caso relaciona la altura de la columna de
líquido con su peso específico.

5
Tal vez Arquímedes haya sido quien abordó más excepciones de este tipo.

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4 - De lo anterior se desprende que si se experimenta utilizando mercurio en vez de agua la
altura máxima que alcanzará el líquido será de 76 cm aproximadamente. Torricelli además
de predecir qué ocurriría empleando mercurio lo comprobó experimentalmente. Esta es una
de las diferencias más relevantes con la ciencia antigua. Los “nuevos” científicos realizaban
observaciones activas, en condiciones controladas y con magnitudes medibles. La
observación en la ciencia antigua se limitaba a registrar de manera cualitativa fenómenos
que ocurrían espontáneamente, no realizaban control alguno. Con la ciencia moderna nace
el control de variables, es decir el fijar algunas de las variables que están en juego en la
explicación de un fenómeno para revisar el comportamiento de las que quedan libres.
Torricelli, por ejemplo, tenía tres variables en juego: la presión atmosférica (que varía a
medida que se asciende sobre el nivel del mar dado que depende de la columna de aire que
se tiene encima), la altura de la columna del líquido a utilizar (el que asciende en nuestro
“sorbete”) y el peso específico de dicho líquido. Para poder contrastar la conjetura se
realizaron dos experiencias. Una es similar a la que hemos descripto, se dejó fija la presión
atmosférica (es decir que se mantuvo la misma altura sobre el nivel del mar) y se varió el
peso específico del líquido (utilizando mercurio en lugar de agua), comprobando que la
altura de la columna de líquido tenía el valor esperado. La segunda experiencia fue hecha
para chequear que la presión cambiaba con la altura. Para eso se mantuvo el mismo líquido
(es decir que se fijó el peso específico) mientras que se ascendió a una montaña (variando
la presión atmosférica) y se comprobó que la altura de la columna de líquido era menor.
Obsérvese que en ambos casos se fijó una de las variables, se manipuló una segunda y se
observó cómo variaba la tercera.

Algunas preguntas
A lo largo de los distintos capítulos que siguen iremos analizando con algún detalle varios
problemas que surgen de lo que hemos presentado hasta aquí.

Hemos visto que tanto la ciencia antigua como la moderna utilizan la deducción para obtener
consecuencias. Pero ¿Qué es una deducción? Digamos por ahora que se trata de un tipo
de razonamiento que utilizamos cotidianamente en alguna de sus formas. Cuando tratemos
algunos temas de lógica vamos a estudiarlo con algo más de detalle y distinguirlo de otro
tipo de razonamiento usual como el inductivo.

Hemos dicho por otra parte que la ciencia moderna conjetura hipótesis y a partir de ellas
deduce lo que debería observarse si es correcto lo que se propuso. El paso siguiente
consiste en revisar si las observaciones coinciden o no con lo deducido. Esto es
someramente lo que sostiene el método hipotético-deductivo y el método para chequear
hipótesis de la ciencia moderna. Un ejemplo de esto lo vimos en el caso de Torricelli que
predice la altura de la columna de mercurio en una experiencia de ciertas características.
Mediante la observación de ciertos hechos ponemos a prueba una hipótesis, los posibles
resultados de tal prueba son que efectivamente ocurra lo predicho o bien que no ocurra.
Ahora bien, supongamos que se observe lo predicho, ¿eso quiere decir que es cierta la
conjetura? Y que ocurre si no se observa ¿es falsa? Trataremos estas cuestiones cuando,
en los siguientes capítulos, abordemos el problema de la contrastación de hipótesis. Hemos
hecho hincapié en que una de las características de la ciencia moderna, que la diferencia
de la antigua, radica en que la fuente de verdad la brinda la observación de los hechos. Pero
¿es la observación una fuente realmente confiable? Citemos solo un par de casos para

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analizar: existen muchos dibujos que “engañan” al observador como por ejemplo la escalera
en el piso o en el techo según se mire o el pato-conejo.

¿No será posible que el observador


científico sea “engañado” de una manera
similar? Por otro lado, aun suponiendo que
no haya “engaño”, la gran mayoría de las
nuevas observaciones científicas se
realizan mediante instrumentos. Desde el mismo Galileo que utilizó el telescopio para
observar los cráteres de la luna o las fases de Venus hasta las observaciones hechas
mediante el COBE (Explorador de fondo cósmico que se mencionó en el capítulo anterior)
la ciencia moderna ha hecho uso de instrumentos de observación cada vez más sofisticados.
La mayor parte de estos instrumentos se construye sobre la base de algún resultado
obtenido a partir de una teoría científica. El telescopio de Galileo se basa en la teoría óptica,
el COBE en un conjunto de teorías más sofisticadas. ¿No podría ocurrir que tales teorías
fueran falsas? Si esto fuera así no podría detenerse el “efecto dominó”: si la teoría que
fundamenta el funcionamiento del instrumento no es correcta, las observaciones hechas
mediante él no serían confiables y por lo tanto no servirían para testear la corrección de la
hipótesis conjeturada. El problema de la observación en ciencia será otro de los que
trataremos a lo largo del libro.

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