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Fuente:“La epopeya de Gilgamesh: sobre la efectividad, la inmortalidad, y la economía de la amistad”. Capítulo tomado de: Tomáš
Sedláček, Economía del bien y del mal, (México: FCE, 2014), pp.37-70.

LA EPOPEYA DE GILGAMESH:
efectividad, inmortalidad y economía de la amistad
Tomáš Sedláček
Panorama de la lectura:
Si en un sentido amplio (o substancial) la economía se presenta como una discusión sobre los modos de
relacionarse el ser humano con otros y con su entorno, los textos culturales discuten la economía, mediante sus
narrativas. Tal es el caso de la Epopeya de Gilgamesh, que a través de la narración de las aventuras del héroe
mítico, va evocando y presentando diversos problemas económicos que preocupan en la actualidad, tanto a nivel
macro como a nivel cotidiano. No los resuelve, tan sólo pone la discusión ante nuestros ojos: la explotación de
recursos y la creación de ámbitos citadinos, el asunto de lo productivo o de la satisfacción del consumo, el
control de tiempos y movimientos del trabajador, etc., son algunos de los asuntos que trasudan la antigua
epopeya.
Asuntos-clave de discusión:
Son muchas las maneras posibles de entrar en el texto. De los siete apartados que lo componen, te proponemos
un doble ejercicio, en sentido objetivo y en sentido subjetivo. Realízalo siempre sin repetir el texto, con tus
propias palabras o visualizaciones.
En sentido objetivo: Sintetiza, de cada uno de los siete apartados, lo que se discute en torno de aspectos de la
economía. Procura que esta síntesis sea breve, y omite los aspectos narrativos.
En sentido subjetivo: De cada uno de los apartados, y tratando de no pensar en que esto es una lectura de clase,
subraya los asuntos que más te llamaron la atención, sea porque te dicen algo a tu vida, o porque te generan
preguntas o cuestionamientos, o porque te evocan asuntos que discutes contigo mismo. Luego, vuelve sobre esos
subrayados, y expresa en lenguaje (escritura, dibujo, etc.) por qué te ha llamado la atención…
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LA EPOPEYA DE GILGAMESH:
efectividad, inmortalidad y economía de la amistad
Con 4000 años de antigüedad, la Epopeya del Gilgamesh es una de las obras literarias
más antiguas de la humanidad. Sus primeros registros, al igual que las más antiguas
reliquias humanas, provienen de Mesopotamia. La epopeya fue inspiración para muchos
relatos posteriores, y sus motivos -como el de la búsqueda de la inmortalidad, o el
diluvio- se hacen presentes en todas las mitologías en formas más o menos alteradas.
Allí se hacen presentes cuestiones económicas, por supuesto, y quien desee emprender la
ruta de la indagación económica, encuentra allí un fundamento y un imprescindible
punto de partida.
Existen registros materiales y fragmentos escritos anteriores a esta epopeya, claro está,
que sobre todo se relacionan con el mundo del gobierno y la guerra, y del registro
comercial o contable. Esto nos pone en situación: los primeros fragmentos o registros
contables en barro se relacionan con la guerra y los negocios, pero la primera narrativa
completa habla -como veremos- del amor y la amistad. Y desde la aventura del amor y la
amistad, la narrativa realiza la primera contemplación económica de nuestra
civilización: aparecen allí nociones sobre los mercados, la mano invisible, o el progreso;
se suscitan debates sobre el uso efectivo de la riqueza natural o su maximización, sobre
el papel de los sentimientos o el rol del trabajo en la constitución de las (primeras)
ciudades. Es posible entender la epopeya desde un punto de vista económico.
Para nuestro análisis, conviene un breve resumen del relato de la Epopeya del
Gilgamesh para, más adelante, retomar con detalle algunas de sus líneas. El poema inicia
narrando la construcción del gran muro de la ciudad de Uruk, cuyo gobernante es el
semidios Gilgamesh. Su gobierno es despótico: se encuentra obsesionado con la
construcción del alto y perfecto muro, abusa de sus trabajadores y habitantes, forza
sexualmente a las mujeres… Los dioses atienden los reclamos de los habitantes, y
envían al salvaje Enkidú, destinado a derrotarlo. Se conocen en combate, pero tras el
combate surge una amistad como jamás de ha visto. Juntos e inseparables ahora,
emprenden grandes aventuras: dan muerte al gigante Humbaba y al Toro Celeste, se
enfrentan a la diosa Ishtar. Pero Enkidú muere. Impactado, Gilgamesh se lanza a buscar
la inmortalidad, búsqueda en la que fracasa. Gilgamesh vuelve a su ciudad, y la
narración retorna donde comenzó: la canción de alabanza al muro de Uruk.
El amor improductivo.
Como queda dicho, el esfuerzo y la obsesión de Gilgamesh por la construcción del muro
de su ciudad es uno de los elementos articuladores del relato. El deseo del gobernante
por incrementar el desempeño y la eficacia de sus súbditos a cualquier costo, alejándolos
incluso de sus hogares, ocasiona grandes inconformidades y quejas. Los jóvenes
varones, recita el poema, son hostigados en Uruk: el hijo no va con su padre, ni se
encuentran los amantes, y la hija del guerrero languidece…
Esto es un fenómeno que guarda relación directa con el surgimiento de las ciudades. En
el contexto de las economías agrarias de la antigüedad, vinculadas con fuerza al mundo
campesino y a la producción de bienes básicos para sostener el oikos ampliado, las
ciudades son la pesadilla del mundo campesino. Ellas y sus administradores
(gobernantes y sacerdotes, milicia y burócratas, un mínimo porcentaje poblacional de la
época) se alimentan del trabajo campesino: lo expolian desde la tributación o el
sometimiento directo. En este contexto, y como recita el poema, se entiende que lo que
constituye la humanidad en sus relaciones (la relación paterno-filial, el encuentro entre
amantes, etc) es justo lo que atenta contra la eficiencia y productividad en la
construcción del muro.
No hay que gastar tiempo en asuntos improductivos, parece exigir Gilgamesh. Se
observa ya que cierta forma de lo económico se fortalece a expensas de lo humano,
volviéndolo una simple unidad de producción. Un humano enajenado en tanto humano,
olvidado de su familia y amistad, un robot, con tal de construir un muro; un “capital (o
recurso) humano” destinado a ser competitivo y eficiente para sostener la globalización
y su generación constante de crecimiento y capitales, diríamos hoy.
No deja de ser cierto. Toda forma de gobierno despótico tiende a percibir en la relación
familiar, en la amistad y complicidad, en el vínculo y el amor, una piedra de tropiezo
para el logro de la eficiencia. Se esfuerza por reducir al sujeto a un simple individuo
como unidad productiva o unidad de consumo. Simplifica el comportamiento humano
como un simple deseante egoísta de posesión privada de riquezas monetarias (homo
oeconomicus), y lo entrega al capricho de las instituciones históricas que dicen cuál es
el muro que hay que construir. Arte, amistad, amor, tiempo libre, ocio, e incluso, desear
algo diferente a la construcción del muro, carece de valor por ser improductivo…
Este Gilgamesh obsesionado por la construcción del muro, es un fantasma muy presente
y operante en nuestra cultura económica y empresarial actual. Interesa la salud
monetaria y beneficios de los mercados y de la productividad, subordinando -incluso
sacrificando- la salud física y el bienestar de las personas reales.
Talemos los cedros
Con todo -y eso lo sabe la economía contemporánea y sus áreas de gestión- lo
improductivo del vínculo como amistad o lazo de compromiso con el otro, puede derivar
o apoyar un trabajo rápido y eficaz, la colaboración en equipo, un compromiso más
firme con objetivos institucionales. Se trata de una aparente paradoja, pues a la vez que
aparece un interés en sustentar la amistad, se le tergiversa inevitablemente al situarla en
dirección a la utilidad para un entorno institucional.
Pero en la epopeya de Gilgamesh, la amistad aparece justo en un lugar completamente
diferente al del trabajo en equipo. Cuando aparece la amistad, las ideas y acciones que
ella motiva pueden transformar por entero la sociedad, o llevar a enfrentarla por parte de
una persona que, sola, no sería capaz de hacerlo. El enviado por los dioses para la
derrota de Gilgamesh, Enkidu, finalmente se vuelve su amigo, y juntos y en apoyo
mutuo, son capaces de emprender aventuras que solos jamás hubieran sido capaces.
Atado por los lazos de la amistad y la intención compartida, poco a poco Gilgamesh
abandona su ciudad, su civilización, su obsesión por la construcción del muro, y va al
encuentro de lo salvaje, de la mano, precisamente, de la amistad que una parte de lo
salvaje le ha prestado: Enkidu. Ahora, ambos se enfrentan a Humbaba, el guardián del
Bosque de los Cedros: Su boca es de fuego; cuando grita, es el espanto; su aliento, la
misma muerte, advierten a los aventureros los dioses que le conocen.
La simbolización que aparece en el relato posee una clara referencia a un bien preciado,
la madera, las dificultades y peligros que representa el irla a buscar en zonas boscosas.
Presenta, además, un debate cultural sobre las delicadas fronteras entre lo profano y lo
sagrado. La naturaleza se percibe en el ámbito de lo no-humano en términos de lo no-
creado por el hombre, de aquello que le sostiene y sustenta, y por ello se reviste de un
halo sagrado que contiene o frena la acción humana sobre ella, sea desde su
simbolización como una madre, o como una fiera (Humbaba, en este caso). Pero en la
medida en que es sustento y provisión, la cultura se la apropia, se provee de sus maderas
para alzar sus ciudades, que poco a poco se van haciendo intrusivas sobre ella. Al
derrotar a Humbaba, Gilgamesh transforma el árbol cósmico en material de
construcción, y da el paso cultural que conduce a la conversión de la naturaleza sagrada
en una reserva de recursos naturales. Aún en ciernes, se encuentra contenido ya el
cambio de percepción de la naturaleza como condición de existencia, a ser factor de
producción de capital.
La expedición en contra de Humbaba también permite a Gilgamesh descubrir oasis en el
desierto, que serán -dice la leyenda- el refugio de los comerciantes a lo largo de las rutas
de comercio del cercano oriente. El héroe que celebra la epopeya, es uno que facilitó la
obtención de materiales de construcción, la apertura de caminos comerciales, y la
destrucción de Uruk al detener los ataques de Enkidu desde la amistad. Pero, hay que
decirlo, todo ello fueron asuntos accidentales, pues todo ello fue un resultado no
intencional de la aventura por la aventura, a la que les llevó la amistad.
Entre animal y robot: el humano.
La amistad -uno de los elementos de la relación humanizante- con Enkidu, lleva a
Gilgamesh a la renuncia a la construcción del muro, a ir más allá de él, buscando la
inmortalidad no en su construcción, sino en la aventura de la amistad. Si esta aventura le
permite encontrarse a Gilgamesh con sus espíritus animales, también le permite a
Enkidu moderar los suyos propios. En efecto, en la aventura Gilgamesh se atreve no
sólo a salir del muro y su gobierno, sino a salir de su rol de tirano, internándose en lo
salvaje, muchas veces de manera impulsiva y sin medir consecuencias racionalmente;
podría decirse que toma algo de la naturaleza salvaje de Enkidu. Éste, a su vez, quien
originalmente es la encarnación de la animalidad (por completo cubierto de largos
cabellos en bucle, disfrutando de las aguas en compañía de las bestias -describe la
epopeya) pasa a tomar algo de la naturaleza del habitante de ciudad que será su amigo.
Ambos titanes -uno semidios, otro semianimal- se encuentran en el espacio de la
amistad, en sus imprevisibles caminos y aventuras, y se vuelven un poco más como
nosotros. Este complejo de relaciones contiene en germen el reconocimiento de dos
grandes propensiones: aquella que refiere la economía como un cálculo y control
racional, eficiente y maximizador, y aquella que reconoce lo impredecible y salvaje. De
ésta, John Maynard Keynes acuñó la noción de espíritus animales (en su Teoría general
de la ocupación, el interés y el dinero, de 1936) para referirse a una actuación
espontánea, aventurera o (incluso) imprudente, que va más allá del cálculo frío y
racional, en ocasiones hasta el desafío (animal spirits vs. cold calculation).
Siglos después de los primeros cantos de la epopeya, las oscilaciones de la pareja
Gilgamesh/Enkidu se evocan en este debate económico con los espíritus animales. La
obra de Akerlof y Shiller (Animal spirits: cómo influye la psicología humana en la
economía, 2009) retoma la argumentación de Keynes, para insistir en la importancia de
estos espíritus a la hora de entender la economía. Estos espíritus son los que hace cuatro
mil años cantaron: ¿A dónde vas en tus caminos errantes, Gilgamesh? Persigues una
vida eterna que nunca hallarás. Recoge tu pasión, en la noche y en el día. Baila y canta
con tu pasión, en la noche y en el día…
Bebe cerveza: es la costumbre del país.
Enkidu pues, modera su espíritu animal, pero no lo hace por propia voluntad. Él es una
creación de la diosa Aruru, destinado a derrotar a Gilgamesh. Pero le tienden una
trampa: Shamhat, la prostituta sagrada, es enviada a su encuentro: Al llegar la manada
de Enkidu al abrevadero, ella se desnudará y mostrará su cuerpo; él se abalanzará
sobre ella, y así -anuncia el cantor- la manada que con él se había criado, le será hostil.
Así fue. Shamhat apartó sus velos y mostró su sexo, para que él tomase su
voluptuosidad. Siete noches con sus días yacieron entre arrumacos y mimos. Al volver
Enkidu a su manada, las bestias salvajes se apartaban de él, y se descubrió incapaz de
correr como antes. Enkidu pierde su manada y sus habilidades salvajes, pero encuentra
algo nuevo. Comprende el lenguaje de Shamhat, una habitante de ciudad, y se deja
conducir a Uruk. Conoce el sonido de los tambores, las fiestas y los vestidos, y empieza
a alimentarse de pan y de cerveza. Así, más humano, se enfrentará a Gilgamesh, y no
conocerá la derrota ni el triunfo, sino la amistad.
La narración va captando, así, el comienzo de la civilización, desde el punto de vista de
aquellos que construyeron las primeras ciudades. La humanidad se emancipa de su
animalidad, y esto desde varias vertientes. En el marco de sociedades agrarias
primitivas, la placentera sexualidad que ofrece Shamhat para humanizar a Enkidu
recuerda que la dimensión improductiva de la economía es necesaria (sagrada, como lo
que la misma Shamhat), aunque luego se vea discutida o frenada por aquella dimensión
productiva que representaba el alzamiento del muro.
La humanización de Enkidu implica, además, que debe adentrarse en la ciudad y sus
murallas. Esto es, independizarse de los ritmos de la naturaleza y entrar en un ambiente
donde hay cierto control de las artes y oficios que, en conjunto, constituyen la ciudad. Si
Enkidu pasa a consumir pan y cerveza, es porque existe un artesano que los hace, y
existirá otro que fabrica las escudillas y platos en los que lo sirve: de manera muy
realista, presenta la epopeya la especialización del trabajo que acontece preferiblemente
al interior de los espacios urbanos. Muchos, muchos siglos después, Adam Smith hará de
esta especialización o división del trabajo, la piedra de toque fundamental de La riqueza
de las naciones (publicado en 1776).
Esto implica, por supuesto, cambios profundos y paradójicos en la psique humana.
Aquel que viene de la naturaleza, el salvaje Enkidu, es autosuficiente y su mundo de
necesidades es trasparente. Pero el civilizado Enkidu pierde la autosuficiencia, y
empieza a depender del trabajo de otros para su sobrevivencia. Con el trascurrir de los
siglos, su descendencia (lo decimos metafóricamente) pierde por completo la capacidad
de autosuficiencia, dependiendo incluso de instituciones más abstractas para vivir
diariamente: las mercancías y los mercados. La pérdida de autosuficiencia ha llevado,
por demás, a que estas instituciones abstractas (cuyo primer origen fue el muro y la
ciudad) adquieran tal dominio, que ellas mismas se vuelven suicidas en las puertas del
siglo XXI, pues para existir han creado una presión ambiental y humana hoy
insostenible. Con esto, vuelve la paradoja del muro: deshumaniza y humaniza a la vez.
¿Hasta dónde hay que alzar el muro?
Subyugar el mal, o la mano invisible del mercado.
Pasar el muro para entrar en el espacio urbano o salir de el hacia el espacio de la
naturaleza, acarrea diversas consecuencias y paradojas. Enkidu es el prototipo del
hombre salvaje que será civilizado, según el punto de vista del habitante de la ciudad,
insistimos. Su existencia salvaje en los alrededores de Uruk no solo preocupa a
Gilgamesh, sino también a los habitantes de la ciudad. Estos tienen que salir del muro a
sus cultivos y a sus cacerías, y traen noticias de la presencia de aquel salvaje: Tengo
miedo y no me atrevo a acercarme, dice uno de los cazadores afectados: llena los fosos
que cavo y quita sus trampas, fuera de mi alcance deja a las bestias.
Hemos visto que la prostituta sagrada Shamhat doma a Enkidu. Y es notable su cambio
de actitud frente a los cazadores. Ahora, es un hombre completamente despierto, quien
mata lobos y ahuyenta leones mientras yacen en la noche los pastores durmiendo.
Arrasaba Enkidu con los trabajos realizados en nombre de la ciudad, y ahora, subyugado
con ayuda de la trampa y el truco, defiende los trabajos de la ciudad. Ahora pone su
fuerza al servicio de la ciudad y su civilización, y contra la naturaleza y el estado natural
de las cosas (aunque es justo esta naturaleza la que le ha proporcionado su fuerza)
Se esboza allí un tópico que preocupará al discurso económico. La intuición
fundamental es la posibilidad de manipular algo peligroso o temido para de allí generar
un beneficio o bien: será mejor poner un molino en un río turbulento, o construir una
pequeña represa a un lado de la orilla, que ponerse a eliminar la corriente. O de otra
manera: es más sabio y ventajoso hacer un uso apropiado de las fuerzas naturales que
intentar dominarlas, suprimirlas, excluirlas o destruirlas. En el espacio de occidente, este
tópico pronto se moralizó y se desdibujó. Ya la cultura cristiana del medioevo identificó
lo peligroso y temido con lo malo, y estableció la ley de la cruz: el mal se puede
transformar en algo bueno y beneficioso para la comunidad, gracias a la acción
redentora de una figura divina (Cristo crucificado y resucitado).
La traducción religiosa se traslapó a una traducción económica: el mal humano se
transforma gracias a unas fuerzas creativas (la mano invisible del libre mercado, y las
sociedades basadas en sus principios) que coordinan la acción humana desde el egoísmo
individual hacia el beneficio colectivo. La mano invisible fue una metáfora que usó
Adam Smith para hablar del paradójico bien social producido por el egoísmo del
panadero; de las sociedades basadas exclusivamente en principios de libre mercado,
argumentó Michael Novak (The Spirit of Democratic Capitalism) para hablar de la única
sociedad democrática posible -según él mismo-.
Por supuesto, en todo este juego de transformaciones de los mitos originales, no hay que
olvidar que Shamhat es una mujer de carne y hueso, en tanto que la mano invisible del
mercado es justo eso: invisible. Y lo cierto es que ambos proceden manipulando,
mediante la trampa y el truco.
Maximizar… ¿vale la pena?
Volvamos a los muros de la ciudad y a su mítico constructor, Gilgamesh. Hemos leído
sobre su pasión por alzar altos muros, y cómo estos le conducen a la violencia y la
tiranía en contra de su propio pueblo. Justo cuando una nueva violencia se alza en
contra suya (Enkidu), a través de ella se encuentra con la amistad y el amor. La amistad,
en especial, le abre a la aventura, pero con ellas conoce la desilusión y la muerte.
Se esboza con Gilgamesh la grandeza del héroe, en su afán de gloria y reconocimiento
en torno del muro, y luego en su ansia de aventuras junto a Enkidu. Pero en estas
aventuras sucede algo que descoloca al héroe. La diosa Ishtar se encuentra furiosa con
Gilgamesh, y solicita a los dioses creen al Toro Celeste para que castigue a Gilgamesh,
y Gilgamesh sepa así lo que es el miedo. El Toro Celeste ataca la ciudad de Uruk:
resopló el Toro Celeste y secó los ríos -canta la epopeya-; resopló y trescientos jóvenes
murieron… Los dos amigos se enfrentan a la bestia. Enkidú dobló su cola,
humillándolo, y lo tumbó sobre tierra, en tanto Gilgamesh hincó su espada entre la
cerviz y las astas. La diosa Ishtar, furiosa con los héroes, pide sus muertes, pero los
dioses sólo conceden la de Enkidu, quien muere sumiéndose con lentitud en el sueño de
las sombras.
El apasionado Gilgamesh conoce la muerte a través de su hermano querido, quien le
había permitido conocer la vida. Sabiendo que también él podrá morir, emprende su
última gran aventura, la búsqueda de la inmortalidad. Ella se encuentra en un escondido
lugar al que puede acceder si logra estar en vela por tres días seguidos, pero no lo logra.
Vuelve, entonces, a su ciudad, más triste y más sabio, lleno de aventuras en sus labios y
sabiendo algo de los límites con los cuales debe convivir para ser un buen gobernante…
Desea Gilgamesh el más alto muro, la más notable aventura, la mayor conquista (la
inmortalidad). Hemos de dejar nombres duraderos, le dice Enkidu en algún momento
del poema: este afán de la vida heróica que plasma sus hazañas para la memoria del
futuro, es lo que mueve a los héroes. Pero en este mismo afán hay algo muy dramático:
no es suficiente construir el muro, y se pasa a la aventura; no es suficiente la aventura, y
se pasa a buscar la inmortalidad; pero ésta es ya inalcanzable.
Evoca lo anterior los problemas modernos del punto de la máxima satisfacción. Se
supone que el consumidor podría llegar a un nivel de consumo deseable, ideal, en que el
individuo dado es completamente satisfecho y es imposible mejorar su bienestar en
modo alguno mediante mayor consumo; y siendo un supuesto ideal, se calcula con
herramientas descriptivas que arrastran a la sociedad al logro de algo ideal… Nuestros
muros modernos, nuestras aventuras modernas, y nuestras contemporáneas búsquedas de
inmortalidades, basadas en la máxima satisfacción en torno de la adquisición de
mercancías, en realidad parecen separarnos de la vida.
Donde la máxima satisfacción nos desvía del camino de la vida, donde los afanes de
gloria desdibujan las mismas sabidurías del camino realizado, aparece una profunda
decepción. En algún momento de la epopeya, y bajo la figura de una tabernera, la diosa
Siduri ofrece una palabra sabia a Gilgamesh: que se centre menos en prolongar su vida,
y más bien disfrute de los pequeños placeres de la vida, la compañía de los seres
queridos, la buena comida y la ropa limpia. Estas son las palabras que ofrece Siduri:
Gilgamesh, ¿hacia dónde deambulas? Nunca hallarás la vida eterna que persigues.
Cuando los dioses crearon a la humanidad le concedieron también la muerte,
y retuvieron la vida eterna para sí mismos.
Por lo que a ti concierne, Gilgamesh, llena tu estómago, sé siempre feliz, noche y día.
Haz un deleite de cada día, juega y danza de día y de noche.
Tu ropa debiera estar limpia, tu cabeza debiera estar lavada,
debieras bañarte en agua,
mira orgullosamente al pequeño que te coge la mano,
deja que tu compañera esté siempre satisfecha abrazada a ti.
Los cimientos de la indagación económica
Esta es, concluye la diosa de la cerveza tras su enumeración, la obra de la humanidad.
Con sus palabras, se nos evoca toda la discusión anterior sobre la actividad económica
como obra que la humanidad hace para humanizarse. El debate es permanente: entre lo
natural del campo y lo artificial de la ciudad, entre el peligro de la naturaleza y la
seguridad de los muros, entre el amor y la amistad o la productividad y la eficiencia,
entre la discreción de la vida cotidiana y la gloria cantada de las grandes hazañas.
Con las diversas aristas y evocaciones económicas planteadas a lo largo del camino de la
epopeya, hay que advertir que ella inicia celebrando la altura de los muros de la ciudad
de Uruk, y termina siguiendo los pasos de Gilgamesh adentrándose, de nuevo, en sus
muros. Existe un punto de vista que tiende a situarse dentro de la ciudad, y se inclina, a
pesar de todas las ambigüedades, a admirar la ciudad, con todo lo que implica ella en
términos económicos. En la ciudad no sólo existen los altos muros, sino también las
altas torres y palacios que llegan hasta el cielo, donde habitan dioses y gobernantes.
Con todo, existe otra posibilidad de mirada económica: la que desarrolla fuera de la
ciudad. La Epopeya de Gilgamesh considera que lo que está fuera de la ciudad es
salvaje. Quien vive fuera de la ciudad seguramente tendrá un calificativo similar para
quienes viven en la ciudad, para sus palacios, torres y muros, y es posible que sueñe,
incluso, con su destrucción. Ese habitante fuera de los muros de la ciudad construye
también sus relatos y epopeyas, sus cuentos y normas, sus personajes y sus dioses, y
también construye sus vivencias económicas. Un ejemplo típico lo constituye la cultura
semita del cercano oriente que en la historia de las religiones, se suele denominar pueblo
judío. Pero esto será ya tema de otro capítulo.

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