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Universidad de Valparaíso

Facultad de Humanidades
Escuela de Sociología

El consumo y la industria cultural.


Patricia Olivares G.

El presente ensayo se basa en los textos de Néstor García Canclini: “Por qué legislar sobre las
industrias culturales” (2001) y “El consumo cultural: una propuesta teórica” (2006). Estos dos
textos expresan la preocupación del autor sobre la poca importancia que se le da a la industria
cultural, lo que provoca una falta de motivación para que se legisle a favor de ella en el
genérico de los países de América Latina. Es por tanto que Canclini nos plantea algunas
razones por las cuales se debe legislar sobre las industrias culturales, las cuales pueden
resumirse como:

En primer lugar, estas industrias son las movilizadoras de un conjunto de significados, valores y
objetos comunes a toda la sociedad que las produce, o sea que, las industrias culturales
ayudan a formar la esfera pública; ese espacio donde se informa, sensibiliza y delibera sobre
asuntos de interés común.

En segundo lugar, las industrias culturales son ahora lo que en su tiempo fueron los
ferrocarriles, la electricidad, etc. Es decir que la cultura se ha convertido en un negocio
altamente rentable, el cual se ve estancado por falta de inversión y legislación en los países
latinos. Además la falta de iniciativa por parte de los gobiernos para desarrollar esta industria
queda clara al no existir investigaciones para conocer que es necesario para empezar el
desarrollo de la industria en la región, es decir saber sobre los medios de producción,
distribución y exhibición, y también con que acuerdos se cuentan a nivel regional y con los
otros continentes.

A los puntos anteriores se les suma el hecho de que se permita que “remuneran una primera
vez a los directores, guionistas y actores con la posibilidad de repetir la obra, copiarla y
modificarla todas las veces que quieran sin pagar derechos ni consultar a los creadores”
(Canclini, 2001, p. 5). Por lo tanto se permite socavar la creatividad y el trabajo de todo tipo de
creadores por los intereses empresariales. En el caso de la explotación de los patrimonios
nacionales por parte de conglomerados transnacionales, se ve socavada la identidad nacional,
ya que emblemas, canciones y de maces pasan a ser una “curiosidad” del cual no se entiende
el significado ni el contexto de su creación.

“No estoy oponiéndome en general a la liberalización de los mercados, la apertura de las


economías y culturas nacionales, porque junto a la globalización de las tecnologías contribuyen
a que conozcamos y comprendamos más de otras culturas. También a que telenovelas,
músicas y libros de unos pocos autores latinoamericanos, africanos y asiáticos se difundan en
el mundo. Pero esta expansión y estas interconexiones necesitan ser situadas en políticas
culturales que reconozcan los intereses plurales del conjunto de artistas, consumidores y de
cada sociedad” (Canclini, 2001, p. 8). Por lo tanto la globalización y la interculturalidad ya son
parte de este mundo, y más allá si es bueno o malo se debe sacar provecho de las
herramientas que ofrece y limitar las posibles consecuencias nocivas de esta nueva realidad.

"Quizá la tarea primordial de las leyes, más que resolver problemas, sea crear condiciones para
que los movimientos de la sociedad... conviertan los problemas en oportunidades donde
diversos grupos encuentren salidas no incompatibles, o no demasiado conflictivas" (Canclini,
2001, p. 10). Es decir dar espacio a soluciones creativas, para resguardar esta misma
creatividad por la cual el ser humano no puede ser comprendido o limitado por un paradigma,
como se ha intentado con la teoría económica y tantas otras.

Al comienzo del texto “El consumo cultural: una propuesta teórica”, Canclini se pregunta por la
falta de investigación sobre públicos, consumo y recepción de bienes culturales en América
Latina, se pueden suponer a priori dos cosas: (1) la imposición de los contenidos y los formatos
en que se muestran, y (2) que el contenido es tan variado que cada público siempre
encontrará lo que busca ó se tiene un tipo ideal de público que es tan restringido que no
permite un mayor acceso al contenido. Sin embargo, en una segunda instancia, se aclara que
esta preocupación es por la investigación que debería realizar el gobierno de cada país, ya que
si bien existen estudios como estos, ellos son privados y de escasa accesibilidad, para
utilizarlos como base para una legislación sobre el campo cultural.

Sobre esta necesidad de legislar y conocer la industria cultural, se plantean múltiples


obstáculos, por ejemplo, Canclini encuentra una contradicción entre los empresarios y su
visión de optimización y eficiencia versus el desinterés por conocer los efectos de las acciones
culturales, lo cual puede que tenga relación con el paradigma neoclásico y su requerimiento de
contar con la menor intromisión del Estado, por lo que cualquier conocimiento de los
resultados de las acciones de los empresarios pueden ser tomados para restringir la industria.

Por otro lado se agregan dificultades ideológicas que cada sector tiene sobre el consumo
cultural, por un lado la clase alta plantea que la masificación de la alta cultura y de los
consumidores, deteriora la experiencia o el disfrute de esta. Por otro, las clases medias y
populares identifican consumo con gastos suntuarios y, finalmente, dentro del círculo de
especialistas tradicionales también se cierra a la idea de masificar sus productos culturales.

En palabras del autor: "El problema principal con que nos confronta la masificación de los
consumos no es el de la homogenización, sino el de las interacciones entre grupos sociales
distantes en medio de una trama comunicacional muy segmentada." (Canclini, 2006, p. 76)

En síntesis el concepto de consumo cultural se ve rodeado por un estigma social, el cual no


permite hacer un estudio verdadero ya que las opiniones se sesgan ante este prejuicio. Dicho
estigma sobre el consumo se da por la asociación con el término consumismo, el cual refiere a
personas que buscan satisfacer necesidades creadas, dejando en descuido las necesidades
básicas.

Para superar estas limitaciones en el estudio de los consumos culturales, Canclini propone un
análisis transdiciplinario entre la economía, las ciencias sociales (principalmente la sociología y
antropología) y las ciencias de la comunicación. Por lo cual se abre el debate entre los
conceptos necesidad y bien. “Lo que llamamos necesidades –aun las de mayor base biológica-
surgen en sus diversas presentaciones culturales como resultado de la interiorización de
determinaciones de la sociedad y de la elaboración psicosocial de los deseos.” (Canclini, 2006,
p. 79) Es decir, que el entorno social nos hace necesitar cosas y utilizarlas de acuerdo al
protocolo que la sociedad dicta.

Por otro lado la noción de bien, según la teoría, se dice que estos son producidos por su valor
de uso, para satisfacer las necesidades, pero en la actualidad prevalece el valor simbólico de
las mercancías.

“Para tomar en cuenta la variedad de factores que intervienen en este campo, podemos
definir inicialmente el consumo como el conjunto de procesos socioculturales en que se
realizan la apropiación y los usos de los productos.” (Canclini, 2006, p. 80) De esta manera el
consumo queda inscrito en como parte del ciclo de producción y circulación de bienes. Con
esta base se presentan seis modelos sobre el consumo, su significado y el porqué de este.

En primer lugar se presenta el consumo como dado por una estrategia mercantil de los grupos
hegemónicos, es decir que a través de la publicidad se orienta el consumo de cada clase. “El
hecho de que cada tanto se los declare obsoletos [a ciertos objetos] y sean reemplazados por
otros, se explica por la tendencia expansiva del capital que busca multiplicar sus ganancias.”
(Canclini, 2006, p. 81) Esto explica en cierta medida el porqué bienes que son primeramente
suntuarios pasan a ser de primera necesidad luego de un tiempo, como por ejemplo
televisores, lavadoras, etc.

La crítica hacia este planteamiento se puede enunciar como la falta de confianza en las
capacidades de los consumidores, ya que los planteamientos son tan severos y cortantes, no
se da cabida a la posibilidad de que los sujetos en realidad adaptan las tendencias a sus
necesidades y discriminan de acuerdo a sus posibilidades (uno de los supuestos básicos de la
teoría económica; la jerarquización racional de necesidades).

El segundo planteamiento abre el teorema anterior a una relación dinámica en que el cual el
consumo se explica por la demanda de los consumidores. En el tercer enfoque, se presenta el
consumo como expresión de las diferencias sociales, es decir, se trata del simbolismo de los
objetos y de cómo se utilizan para hacer presente el status de las personas.

En cuarto lugar se presenta el consumo, al contrario de la visión anterior, como lugar de


integración social. En específico se trata de aquellos bienes que son comunes a todos los
integrantes de una sociedad, y principalmente tienen que ver con la identidad cultural del país.
Además, se trata de prácticas cotidianas que son transversales a la sociedad, por lo que abren
el espacio a la comunicación y sociabilización. Aquí se realiza un enlace con lo simbólico de los
objetos, ya que se destaca el hecho de formar la identidad por la cual se quiere ser reconocido,
a través de dichos objetos.

El quinto modelo trata al consumo como objetivo de deseo, en el estilo de Bourdieu se podría
llevar esta afirmación a “el consumo es el deseo de ser deseado”, es decir, acorde con el
cuarto modelo, se trata de que las personas consumen cierta imagen porque en última
instancia quieren que el resto los desea por esa imagen, por su estatus, etc. El consumo sacia
la necesidad de ser deseado.
En sexto lugar, se postula el consumo como un ritual, a través del cual la sociedad selecciona y
fija los significados que la regulan.

Finalmente, de todos estos modelos se concluye que “los productos denominados culturales
tienen valores de uso y de cambio, contribuyen a la reproducción de la sociedad y a veces a la
expansión del capital, pero en ellos los valores simbólicos prevalecen sobre los utilitarios y
mercantiles” (Canclini, 2006, p. 88). Pero en este punto cabe hacer la pregunta ¿Qué ocurriría,
con el mercado, la industria y la sociedad, si todos los artistas estuvieran dispuestos a regalar
su trabajo?, ya que en la historia de la humanidad se ha atravesado por diversos cambios en la
valoración de las cosas, desde encontrar el valor en la tierra, pasando por el trabajo, hasta
llegar a la subjetividad de las personas en la actualidad, por lo que no se sabe en que podría
residir el valor en el futuro y bajo qué condiciones se logrará esto. A final de cuentas la
pregunta planteada es solo un posible escenario de los muchos que podrían darse en el futuro.

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