Está en la página 1de 6

ACTIVIDADES SOBRE LA LITERATURA DEL SIGLO XVIII 1ºBTO

LA POESÍA DIECIOCHESCA

1. Lee la fábula de Samaniego “La cigarra y la hormiga” y responde a las preguntas.

Cantando la cigarra
nunca conoció el daño,
pasó el verano entero,
nunca supo temerlo.
sin hacer provisiones
No dudéis en prestarme;
allá para el invierno;
que fielmente prometo
los fríos la obligaron
pagaros con ganancias,
a guardar el silencio
por el nombre que tengo».
y a acogerse al abrigo
La codiciosa hormiga
de su estrecho aposento.
respondió con denuedo,
Viose desproveída
ocultando a la espalda
del preciso sustento:
las llaves del granero:
sin mosca, sin gusano,
«¡Yo prestar lo que gano
sin trigo y sin centeno.
con un trabajo inmenso!
Habitaba la hormiga
Dime, pues, holgazana,
allí tabique en medio,
¿qué has hecho en el buen tiempo?».
y con mil expresiones
«Yo, dijo la Cigarra,
de atención y respeto
a todo pasajero
le dijo: «Doña Hormiga,
cantaba alegremente,
pues que en vuestro granero
sin cesar ni un momento.»
sobran las provisiones
«¡Hola!, ¿conque cantabas
para vuestro alimento,
cuando yo andaba al remo?
prestad alguna cosa
Pues ahora que yo como,
con que viva este invierno
baila, pese a tu cuerpo.»
esta triste cigarra,
Félix María de Samaniego
que, alegre en otro tiempo,

a. ¿Cuál es la moraleja de la fábula? ¿Por qué el éxito de este género en el siglo XVIII?
b. Describe a los dos personajes que aparecen en el texto. ¿Qué valores representan?
c. ¿Qué significa el verso “Cuando yo andaba al remo”? ¿Qué figura retórica utiliza?

2. Lee el siguiente poema y contesta a las preguntas:


Cuando mi blanda Nise y ella entre dulces ayes
lasciva me rodea
 se mueve más,
con sus nevados brazos,
 y alterna ternuras y suspiros

y mil veces me besa; con balbuciente lengua;
cuando a mi ardiente boca ora hijito me llama,
su dulce labio aprieta ya que cese me ruega,

tan del placer rendida
 ya al besarme me muerde,
que casi a hablar no acierta; y moviéndose anhela.
y yo por alentarla
 Entonces ¡ay! si alguno
corro con mano inquieta
 contó del mar la arena,
de su nevado vientre
 cuente, cuente, las glorias
las partes más secretas; en que el amor me anega.
Juan Meléndez Valdés

a. Justifica por qué este poema es una anacreóntica. ¿A qué tendencia de la poesía neoclásica
pertenece?
b. Busca en el poema las siguientes figuras retóricas e interpreta su significado.
polisíndeton, metáforas, hipérboles, epítetos, anáforas

PROSA DEL XVIII

3. Lee el siguiente texto y contesta a las preguntas.


Siempre la moda fue de la moda, quiero decir, que siempre el mundo fue inclinado a los nuevos usos. Esto lo
lleva de suyo la misma naturaleza. Todo lo viejo fastidia. El tiempo todo lo destruye. A lo que no quita la
vida, quita la gracia.
Aún las cosas insensibles tienen, como las mujeres, vinculada su hermosura a la primera edad; y todo el donaire pier-
den al salir de la juventud; por lo menos así se representa a nuestros sentidos, aun cuando no hay inmutación alguna en
los objetos. [...]
Piensan algunos que la variación de las modas depende de que sucesivamente se va refinando más el gusto, o la inven-
tiva de los hombres cada día es más delicada. ¡Notable engaño! No agrada la moda nueva por mejor, sino por nueva.
Aún dije demasiado. No agrada porque es nueva, sino porque se juzga que lo es, y por lo común se juzga mal. [...]
Antes el gusto mandaba en la moda, ahora la moda manda en el gusto. Ya no se deja un modo de vestir porque fasti-
dia, ni porque el nuevo parece, o más conveniente, o más airoso. Aunque aquel sea, y parezca mejor, se deja, por-
que así lo manda la moda. Antes se atendía a la mejoría, aunque fuese solo imaginada; o por lo menos un nuevo uso,
por ser nuevo agradaba; y hecho agradable, se admitía: ahora, aun cuando no agrade, se admite solo por ser nuevo.
Malo sería que fuese tan inconstante el gusto; pero peor es que sin interesarse el gusto haya tanta inconstancia. [...]
De suerte, que la moda se ha hecho un dueño tirano, y sobre tirano importuno, que cada día pone nuevas leyes, para
sacar cada día nuevos tributos; pues cada nuevo uso que introduce, es un nuevo impuesto sobre las hacien-
das. No se trajo cuatro días el vestido, cuanto es preciso arrimarle como inútil, y sin estar usado, se ha de con-
denar como viejo.
Nunca se menudearon tanto las modas, como ahora, ni con mucho. Antes la nueva invención esperaba que los hom-
bres se disgustasen de la antecedente, y a que gastasen lo que se había arreglado a ella. Atendíase al gusto, y se
excusaba el gasto. Ahora todo se atropella. Se aumenta infinito el gasto, aún sin contemplar el gusto. [...]
No solo en esta materia, en todas las demás la razón de la utilidad deber ser la regla de la moda. No apruebo aquellos
genios tan parciales de los pasados siglos, que siempre se ponen de parte de las antiguallas. En todas las cosas el
medio es el punto central de la razón. Tan contra ella, y acaso más, es aborrecer todas las modas, que abrazarlas todas.
Recíbase la que fuere útil, y honesta. Condénese la que no trajere otra recomendación que la novedad.
Benito Jerónimo Feijoo,
Teatro crítico universal

a. Extrae el tema de este texto. Elabora un resumen con tus palabras. ¿Crees que estas ideas pueden
aplicarse a la actualidad o están circunscritas a su tiempo?
b. Feijoo defiende una idea, es pues un texto argumentativo. Explica cuál es la tesis y los argumentos que la
apoyan. ¿A qué genero pertenece este texto?
c. Observa el juego de palabras que establece entre gasto y gusto. Explica qué quiere decir con la última fra-
se: “Se aumenta infinito el gasto, aun sin contemplar el gusto”.

ACTIVIDADES

4. Lee la siguiente carta de José Cadalso y contesta a las preguntas.

De Gazel a Ben-Beley. Carta LI

Una de las palabras cuya explicación ocupa más lugar en el diccionario de mi amigo Nuño es la voz política , y su
adjetivo derivado político. Quiero copiarte todo el párrafo; dice así: «Política viene de la voz griega que significa
ciudad, de donde se infiere que su verdadero sentido es la ciencia de gobernar los pueblos, y que los políticos son
aquellos que están en semejantes encargos o, por lo menos, en carrera de llegar a estar en ellos. En este supuesto,
aquí acabaría este artículo, pues venero su carácter ; pero han usurpado este nombre estos sujetos que se hallan
muy lejos de verse en tal situación ni merecer tal respeto. Y de la corrupción de esta palabra mal apropiada
a estas gentes nace la precisión de extenderme más.»
Políticos de esta segunda especie son unos hombres que de noche no sueñan y de día no piensan sino en hacer fortuna
por cuantos medios se ofrezcan. Las tres potencias del alma racional y los cinco sentidos del cuerpo humano se redu-
cen a una desmesurada ambición en semejantes hombres. Ni quieren, ni entienden, ni se acuerdan de cosa que no vaya
dirigida a este fin. La naturaleza pierde toda su hermosura en el ánimo de ellos. Un jardín no es fragrante, ni una fruta
es deliciosa, ni un campo es ameno, ni un bosque frondoso, ni las diversiones tienen atractivo, ni la comida les satisfa-
ce, ni la conversación les ofrece gusto, ni la salud les produce alegría, ni la amistad les da consuelo, ni el amor
les presenta delicia, ni la juventud les fortalece. Nada importan las cosas del mundo en el día, la hora, el minuto, que
no adelantan un paso en la carrera de la fortuna. Los demás hombres pasan por varias alteraciones de gustos y penas;
pero éstos no conocen más que un gusto, y es el de adelantarse, y así tienen, no por pena, sino por tormentos inaguan-
tables, todas las varias contingencias e infinitas casualidades de la vida humana.
Para ellos, todo inferior es un esclavo, todo igual un enemigo, todo superior un tirano.La risa y el llanto en estos
hombres son como las aguas del río que han pasado por parajes pantanosos: vienen tan turbias, que no es posible
distinguir su verdadero sabor y color. El continuo artificio, que ya se hace segunda naturaleza en ellos, los hace insu-
fribles aun a sí mismos. Se piden cuenta del poco tiempo que han dejado de aprovechar en seguir por entre precipicios
el fantasma de la ambición que les guía. En su concepto, el día es corto para sus ideas, y demasiado largo para las de
los otros. Desprecian al hombre sencillo, aborrecen al discreto, parecen oráculos al público, pero son tan ineptos que
un criado inferior sabe todas sus flaquezas, ridiculeces, vicios y tal vez delitos, según el muy verdadero proverbio
francés, que ninguno es héroe con su ayuda de cámara. De aquí nace revelarse tantos secretos, descubrirse tantas ma-
quinaciones y, en sustancia, mostrarse los hombres ser defectuosos, por más que quieran parecer semidioses».
En medio de lo odioso que es y debe ser a lo común de los hombres el que está agitado de semejante delirio, y que a
manera del frenético debiera estar encadenado porque no haga daño a cuantos hombres, mujeres y niños encuen-
tre por las calles, suele ser divertido su manejo para el que lo ve de lejos. Aquella diversidad de astucias, ardides y
artificios es un gracioso espectáculo para quien no la teme. Pero para lo que no basta la paciencia humana es para mi-
rar todas estas máquinas manejadas por un ignorante ciego, que se figura a sí mismo tan incomprensible como
los demás le conocen necio. Creen muchos de estos que la mala intención puede suplir al talento, a la viveza, y al de-
más conjunto que se ven en muchos libros, pero en pocas personas.
José Cadalso,
Cartas marruecas

a. Busca el significado de frenético, ardides, delirio.


b. Extrae el tema de este texto.
c. Cadalso distingue dos tipos de políticos. ¿Cómo los describe?
d. Señala tres de las metáforas que utiliza en su argumentación.
e. Busca alguna comparación o símil y una antítesis.
f. Analiza las características que convierten este texto en un texto ilustrado.

TEATRO NEOCLÁSICO

5. La siguiente escena pertenece al acto III de El sí de las niñas. Don Diego, ilustrado, hombre maduro que ha
concertado el matrimonio con una joven, Paquita, acaba de leer por casualidad una carta que su sobrino ha
enviado a la joven; a través de ella conoce los verdaderos sentimientos de la muchacha. En esta escena, don
Diego, al ver a la muchacha perturbada, decide aclarar las cosas con ella. Léela y resuelve las cuestiones que
figuran a continuación.

Don Diego: ¿Qué siente usted? (Siéntase junto a doña Francisquita.)


Doña francisca: No es nada. Así un poco de... nada, no tengo nada.
Don Diego: Algo será porque la veo a usted muy abatida, llorosa, inquieta... ¿Qué tiene usted, Paquita? ¿No sabe usted
que la quiero tanto?
Doña Francisca: Sí, señor.
Don Diego: Pues ¿por qué no hace usted más confianza de mí? ¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto en hallar
ocasiones de complacerla?
Doña Francisca: Ya lo sé.
Don Diego: ¿Pues, cómo sabiendo que tiene usted un amigo, no desahoga en él su corazón?
Doña Francisca: Porque eso mismo me obliga a callar.
Don Diego: Eso quiere decir que tal vez yo soy la causa de su pesadumbre de usted.
Doña Francisca: No señor, usted en nada me ha ofendido. No es de usted de quien yo me debo quejar.
Don Diego: Pues ¿de quién, hija mía? Venga usted acá... (Acércase más.) Hablemos siquiera una vez sin rodeos
ni disimulación... Dígame usted, ¿no es cierto que usted mira con algo de repugnancia este casamiento que se la
propone? ¿Cuánto va que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo?
Doña Francisca: Ni con otro.
Don Diego: ¿Será posible que usted no conozca otro más amable que yo, que la quiera bien y que la correspon-
da como usted merece?
Doña Francisca: No, señor ; no, señor.
Don Diego: Mírelo usted bien.
Doña Francisca: ¿No le digo a usted que no?
Don Diego: Y he de creer, por dicha, que conserve usted tal inclinación al retiro en que se ha criado, que prefiera la
austeridad del convento a una vida más...
Doña Francisca: Tampoco; no, señor ; nunca he pensado así.
Don Diego: No tengo empeño en saber más; pero de todo lo que acabo de oír resulta una gravísima contradicción. Us-
ted no se halla inclinada al estado religioso, según parece. Usted me asegura que no tiene queja ninguna de mí,
que está persuadida de lo mucho que la estimo, que no piensa casarse con otro, ni debo recelar que nadie me dispute
su mano... Pues ¿qué llanto es ése? ¿De dónde nace esa tristeza tan profunda que en tan poco tiempo ha alterado
su semblante de usted, en términos que apenas la reconozco? ¿Son estas las señales de quererme exclusivamente a mí,
de casarse gustosa conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así la alegría y el amor?(Vase iluminando el teatro
lentamente, suponiendo que viene la luz del día.)
Doña Francisca: Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas?
Don Diego: Pues ¿qué? Si yo prescindo de estas consideraciones, si apresuro las diligencias de nuestra unión, si
su madre de usted sigue aprobándola, y llega el caso de...
Doña Francisca: Haré lo que mi madre me manda y me casaré con usted.
Don Diego: ¿Y después, Paquita?
Doña Francisca: Después... y mientras me dure la vida seré mujer de bien.
Don Diego: Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañe-
ro y su amigo, dígame usted, esos títulos, ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza?
¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad sino para
emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tan-
to.
Doña Francisca: ¡Dichas para mí!... ya se acabaron.
Don Diego: ¿Por qué?
Doña franCisCa: Nunca diré por qué.
Don Diego: Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy igno-
rante de lo que hay.
Doña Francisca: Si usted lo ignora, señor don Diego, por Dios, no finja que lo sabe; y si, en efecto, lo sabe usted, no
me lo pregunte.
Don Diego: Bien está. Una vez que no hay nada que decir. Que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy lle-
garemos a Madrid y dentro de ocho días será usted mi mujer.
Doña Francisca: Y daré gusto a mi madre.
Don Diego: Y vivirá usted infeliz.
Doña Francisca: Ya lo sé.
Don Diego: Ved aquí los frutos de la educación... Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que
desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven
instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener in-
fluencia alguna en sus inclinaciones o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se les
permite menos la sinceridad, con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con
tal que se presten a pronunciar cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están
bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.
Doña Francisca: Es verdad...Todo eso es cierto... eso exigen de nosotras. Eso aprendemos en la escuela que se nos
da... Pero el motivo de mi aflicción es mucho más grande...
Leandro Fernández de Moratín,
El sí de las niñas

a. ¿Cuál es el tema principal del fragmento? Localiza las frases que te parezcan más importantes.
b. Haz una breve caracterización de los dos personajes que aparecen en escena.
c. Observa el discurso final de don Diego: es una exposición de las ideas ilustradas. Anótalas.

También podría gustarte