Está en la página 1de 14

CULTURA DE PAZ Y EDUCACIÓN:

UNA AVENTURA
Discurso pronunciado por José Tuvilla Rayo en el acto
de entrega de Medallas al Mérito en la Educación, el
día 13 de Junio de 2005, en la Escuela de Arte de
Almería

Excmo. Sr. Presidente, Excma. Sra. Consejera,


distinguidas autoridades, queridos familiares,
compañeros y amigos:
Escribió Einstein que “lo importante es no dejar de
hacerse preguntas”. Esto es, sin duda, lo que
hemos estado haciendo todos y todas los que han sido
y, somos hoy, distinguidos con el reconocimiento a su
labor educativa: interrogarnos sobre el papel que
desempeñamos, como docentes y como ciudadanos,
para mejorar la sociedad en la que vivimos. No
somos merecedores de tan alta distinción como
seres individuales, sino como miembros de un
colectivo, el profesorado andaluz, comprometido
por hacer que la educación de nuestra Andalucía sea
un instrumento eficaz para dar respuesta a los
constantes y acelerados cambios de nuestra época.
Por ello, expresamos, en nuestro nombre y en el
de todos ellos, nuestro más sincero y humilde
agradecimiento.

Nuestro valor tal vez resida en asumir, con


responsabilidad, nuestra madurez que es, como diría
el padre de la teoría de la relatividad, sentir mayor
preocupación por los demás que por nosotros
mismos. Una preocupación y una dedicación
comprometida, como es el caso de María Edita
Villamarín, a atender, desde la educación, las
necesidades básicas de las personas inmigrantes que
llegan desde la otra orilla de nuestro mar azul, desde
la orilla donde, a veces, soñar es sólo arañar a la vida
un poco de esperanza. La misma preocupación que ha
llevado a Isabel Guirao a impulsar, con alegría,
nuevas vías y alternativas para el ocio y el tiempo
libre de la infancia y la juventud con discapacidad
psíquica, reinstaurando, con ayuda de un voluntariado
desinteresado, su dignidad y su independencia como
personas con plenos derechos.

No podemos aspirar a una sociedad justa sin


aprender que nuestra historia se ha escrito y se
seguirá escribiendo, también, en femenino.
Ignorar esto, no sólo significa despreciar a la mitad de
la humanidad, sino desdeñar y dejar de reconocer la
habilidad de las mujeres para comprender nuestros
problemas e imaginar soluciones. Esto obliga,
necesariamente, a repensar, en términos de
mujer y de hombre, la idea universal de lo
humano. Esta tarea es, justamente, lo que distingue
al Grupo de Trabajo del IES Llanes de Sevilla, cuya
contribución a la construcción de unas relaciones más
igualitarias, entre alumnos y alumnas, se inició hace
más de una década.

El ser humano ha viajado hasta los lugares más


ocultos y abismales de nuestros mares, ha explorado
sitios recónditos y descubierto civilizaciones
milenarias; obsesionado por el mito de Ícaro, ha
escrutado satélites y planetas, también ha examinado
y estudiado cada una de las partes de nuestro cuerpo,
hasta descubrir el código de la vida. Todo esto es
contenido de nuestra herencia y de nuestra
enseñanza. Pero creo, honestamente, que hemos
errado en nuestra mirada, en nuestra visión de las
cosas, en nuestra forma de organizar el mundo. Basta
asomarse levemente a él para descubrir el dolor de
seres anónimos que han perdido a sus hijos y
familiares a causa de la locura de la guerra. Basta sólo
sentirnos cercanos a los “otros, a nuestros iguales, y
comprender que, en otros lugares, la dignidad se
cotiza a muy bajo precio.

Ciertamente, nos queda todavía un largo viaje


por recorrer, un viaje que en sí mismo contiene
una aventura y encierra un tesoro. Es un viaje ya
iniciado, pero inconcluso, que debemos revisar en su
carta de navegación, en sus líneas maestras, para
poder soportar el fuerte oleaje y la tempestad en un
tiempo, el nuestro, tremendamente globalizado, en el
que estamos apremiados a aprovechar sus
oportunidades y a superar sus peligros. No es un
viaje para unos cuantos, sino para todos y todas,
cuya nave es la educación y sus remos, la
participación, a través del ejercicio de una
ciudadanía responsable y comprometida. La
aventura de este viaje no está en descubrir
nuevas fronteras, sino en tejer una cultura
común que nos cohesione y nos una, allá donde
nos encontremos.

En un hermoso libro argentino, escrito para niños y


niñas, leí: “Los derechos son la ropa del alma...para
toda ocasión y en todo momento”. Este es el tesoro
de nuestro afortunado viaje: reconocer,
defender y promover el ejercicio de los derechos
humanos, especialmente, los derechos de los
más débiles.

Hemos realizado numerosas e inciertas odiseas,


hemos orillado lejanos horizontes y hemos soñado con
tierras prodigiosas. Puede decirse que no queda
secreto por descubrir. Sin embargo, pese a nuestros
avances, aún no hemos aprendido totalmente a
respetar la vida, a rechazar la violencia, a
escuchar para comprendernos, a compartir con
los demás, a preservar el planeta y a reinventar
la solidaridad. Son estos, esencialmente, los valores
que, como educadores y como ciudadanos, debemos
afanarnos colectivamente en construir. Haciéndolo,
conseguiremos tejer una cultura común que nos
permita encontrar respuestas diversas y creativas a
los problemas sociales y mundiales.

Seis son las madejas necesarias, desde mi


modesto entender, para trenzar esa red de valores
mínimos concertados, llamada cultura de la paz,
cuyo tejido está constituido por numerosos hilos
entrelazados, entretejidos no de manera aislada, sino
tramados con las aportaciones de todas las culturas y
visiones diversas de concebir la realidad y de
transformarla. Estas madejas son: la comunicación,
la ciencia más la conciencia, la construcción de
la convivencia, la cohesión social y la ciudadanía
inclusiva. Seis requisitos o desafíos, también, para la
educación de nuestro siglo.

En la actualidad, la complejidad de nuestra sociedad y


los constantes cambios a los que se ve sometida, han
puesto de relieve la urgencia de repensar los
objetivos de la educación en relación,
principalmente, con lo que es necesario--
“humanizando” los efectos de la globalización--
para aprender a vivir juntos, y posibilitar una
ciudadanía, consciente y activa, crítica y
alternativa, colectiva y solidariamente asumida.
No existe proceso de enseñanza-aprendizaje
alguno sin comunicación, sin diálogo entre los
actores, sin reconocimiento y ejercicio libre de la
palabra. Si los humanos somos capaces de aprender
es porque hemos sido capaces de inventar códigos,
lenguajes, que se apropien del mundo y le den
sentido.

Sin comunicación no existe conocimiento


otorgado ni construido. Educar es favorecer tres
tipos de relaciones: 1/ dialógica o comunicativa como
instrumento de descubrimiento compartido del saber;
2/ igualitaria como intercambio de percepciones,
emociones, sentimientos e ideas de lo que somos y a
lo que aspiramos, desde el respeto de la dignidad
humana y de la diversidad cultural; y 3/ contextual o
histórica que, desde las preocupaciones reales de los
que educan y se educan, construye la realidad y sus
posibilidades de mejora.

Son muchos los centros educativos andaluces que


favorecen que el alumnado conozca y sea capaz de
fortalecer una identidad basada en las mejores
tradiciones comunitarias, nacionales y mundiales,
renovándolas a favor del bien común a través del
acceso a una diversidad lingüística basada en la
capacidad de comprenderse mejor a sí mismo,
de comprender mejor a los demás y de llegar a
ser más capaces de construir un “nosotros”.

Reconocer el derecho a la diversidad cultural pasa


necesariamente, en los centros educativos, por
favorecer, no sólo el acceso a las nuevas tecnologías
de la información y de la comunicación, sino,
sobretodo, en potenciar el conocimiento y uso de
otras lenguas, permitiendo superar las barreras que
nos separan a unos de otros y favoreciendo la
comprensión mutua, el diálogo y la cooperación.
Trabajar las lenguas extranjeras y el diálogo, como
vehículo de comunicación con miras a vivir juntos, es
una necesidad educativa satisfecha por el Colegio Lex
Flavia Malacitana de Málaga, que ha realizado un
loable esfuerzo en el fomento de la educación integral
y plurilingüe del alumnado.
Ante los acelerados cambios que se están
produciendo, la educación necesita afrontar con
creatividad algunas reformas curriculares y
organizativas para permitir el acceso a nuevos
conocimientos, especialmente procedentes de la
ciencia y de la tecnología, valorando su repercusión en
la vida cotidiana de las personas y asegurando que
dichos avances no constituyan un peligro para los
derechos humanos. Convivir en paz requiere que
los centros educativos favorezcan el acceso de
tales conocimientos desde la valoración ética de
los mismos. No hay pues ciencia sin conciencia.
Mejorar la formación didáctica y científica del
profesorado, impulsar la innovación y la investigación
en el campo de las matemáticas es un mérito, sin
igual, reconocido a la Sociedad Andaluza “Thales”.

Edgar Morin, ha expresado una rotunda afirmación:


“La educación del futuro deberá ser una enseñanza
primera y universal centrada en la condición humana.
Estamos en la era planetaria; una aventura común se
apodera de los humanos donde quiera que estén.
Estos deben reconocerse en su humanidad común y,
al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural
inherente a todo cuanto es humano”. Estamos
inexorablemente obligados a vivir juntos, es nuestro
destino. Pero vivir juntos, construir la convivencia, es
una tarea colectiva que implica el desarrollo de la
afectividad y de las emociones, así como la
adquisición de un conjunto de conocimientos sobre
nosotros mismos y sobre los otros.
La convivencia, definida como el conjunto de
interrelaciones entre los miembros de una
comunidad social o educativa, depende en gran
medida de cómo construimos conocimientos y
valores juntos, de la forma de colaborar y
cooperar en tareas comunes. La convivencia,
esencia de la democracia, no es una realidad
dada y finalizada, sino una tarea inacabada, una
construcción colectiva y permanente.

Los centros educativos no son, únicamente, lugares


donde se instruye o aprende conocimientos, sino que
-como organización- son espacios de una convivencia
caracterizada por las interrelaciones entre sus
miembros, reguladas por normas básicas de
organización y funcionamiento; por un sistema
abierto de aprendizaje, constituido por personas que
interactúan y se relacionan en distintos momentos; y
por un medio caracterizado por la existencia de
diversos conflictos. Por ello, estamos obligados todos
los miembros de la comunidad educativa a mejorar
nuestras relaciones, a encontrar nuevos espacios de
participación socio-comunitaria y a detener, disminuir
y prevenir las manifestaciones de la violencia por
medio de un aprendizaje que nos permita resolver los
conflictos de manera dialogada. Ejemplo de todo lo
anterior, es, no cabe duda, la Red Andaluza “Escuelas:
Espacio de Paz” formada actualmente por ochocientos
un centros que comparten, entre otros rasgos, un
rico dinamismo, un fuerte compromiso y una
excelente capacidad innovadora.

Sin duda que nuestra facultad compartida de


mejorar la convivencia, nos permitirá alcanzar,
en mayor grado, la cohesión que exige una
sociedad cada vez más multicultural. Lo que
hace a las sociedades más fuertes, no es,
únicamente, disponer de mayores riquezas, sino estar
compuestas por hombres y mujeres con unas
inmensas ganas de vivir y construir juntos, por su
confianza en el futuro y por los valores compartidos
que les une.

Si la construcción de la cultura de paz constituye la


clave del potencial creador de la ciudadanía mundial,
la educación es la herramienta que puede configurar y
guiar el desarrollo de ese potencial, y, al mismo
tiempo, orientarlo adecuadamente para alcanzar las
aspiraciones pacíficas de la comunidad internacional.
Cultura de Paz y educación mantienen así una
interacción constante, porque si la primera es la que
nutre, orienta, guía, marca metas y horizontes
educativos, la segunda es la que posibilita- desde su
perspectiva ética- la construcción de modelos y
significados culturales nuevos.
La educación posibilita el cambio cultural y el
progreso social, pues permite, por un lado, el
desarrollo integral de la persona y la concienciación
sobre las problemáticas mundiales; así como facilita,
por otro, la búsqueda y puesta en práctica de las
soluciones adecuadas. Si el derecho humano a la paz
es un derecho síntesis, finalidad última de la
educación, la cultura de paz --por la misma razón-- es
un concepto síntesis al sumar las aportaciones
culturales de todas las sociedades a favor del ejercicio
de este derecho. Un ejercicio que de hacerse efectivo
debe asumir acciones coordinadas, interdependientes
y sinérgicas en ocho esferas o ámbitos: 1/ Cultura de
paz a través de la educación; 2/ Desarrollo económico
y social sostenible; 3/ Respeto de todos los derechos
humanos; 4/ Igualdad entre hombres y mujeres; 5/
Participación democrática; 6/ Comprensión, tolerancia
y solidaridad entre los pueblos; 7/ Comunicación
participativa y libre circulación de información y
conocimientos; 8/ Paz y seguridad internacionales.

La Cultura de Paz, por consiguiente, resultado de un


largo proceso de reflexión y de acción, no es un
concepto abstracto, sino que fruto de una actividad
prolongada a favor de la paz en distintos periodos
históricos y en diferentes contextos, constituye un
elemento dinamizador, abierto a las constantes y
creativas aportaciones que hagamos. La educación, en
este proceso, ocupa un importante papel: gracias a la
relación interactiva y sinérgica que mantiene con la
cultura favorece el desarrollo del resto de ámbitos
donde esta se desarrolla y construye. Es a través,
precisamente, de la educación que las sociedades
alcanzan mayores cotas de desarrollo humano,
superan los prejuicios y estereotipos que segregan y
separan a unos de otros, se establecen relaciones
basadas en la cooperación y la participación, se
aprehende y comprende el mundo diverso y plural en
el que vivimos, se desarrollan las habilidades y
capacidades necesarias para comunicarse libremente,
se fomenta el respeto de los derechos humanos y se
enseñan y aprenden las estrategias para resolver los
conflictos de manera pacífica.

La educación, como la convivencia, es un


proceso global y una tarea compartida de toda
la sociedad y, como tal, una herramienta básica
de creación y regeneración de la cultura. Y es
esta última, la cultura, el modo de pensar y de operar,
la que permite que las personas nos situemos activa y
críticamente en el mundo, vivamos en él y lo
construyamos a nuestra humana medida. Una medida
que debe ser igual para todos y todas a través de una
forma de organización social que llamamos
democracia. Pero no de una democracia cualquiera,
sino de una democracia participativa, consagrada a
hacer del mundo el mejor de los posibles.

Nadie está en contra de la paz, definida como la


suma de derechos humanos, desarrollo,
desarme y democracia. Pero no todos, hasta
ahora, hemos estado de acuerdo en la forma de
construirla. Si la paz es una necesidad vital de los
adultos, razón de más para ofrecer a nuestros
alumnos y alumnas la oportunidad de imaginar el
mundo en el que desean vivir en el futuro. Enseñarles,
en definitiva, como decía Gandhi, que no hay camino
para la paz, sino que la paz es el camino.

Gracias
4

También podría gustarte