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Círculo de Viena

Diccionario Akal de Filosofía.


Roberto Audi (Editor) (2004)
Madrid: Ediciones Akal, pp. 170-171.

Grupo de filósofos y científicos que se reunía periódicamente para discutir en Viena


entre 1922 y 1938 y que propuso una concepción conscientemente revolucionaria del
conocimiento científico. El Círculo fue iniciado por el matemático Hans Hahn como
continuación de un fórum de preguerra con el físico Philip Frank y el científico social Otto
Neurath, tras la llegada a Viena de Moritz Schlick, un filósofo que había estudiado con
Max Planck. Rudolf Carnap se incorporó en 1926 (desde 1931, en Praga); otros miembros
fueron Herbert Feigl (desde 1930, en Iowa), Friedrich Waismann, Gustav Bergmann,
Viktor Kraft y Bela von Juhos. Entre los asociados vieneses del Círculo se contaron Kurt
Gödel, Karl Menger, Felix Kaufmannn y Edgar Zilsel. (Karl Popper no fue ni miembro ni
asociado.) Durante su periodo de formación las actividades del Círculo se limitaron a
reuniones de discusión (varias dedicadas al Tractatus de Wittgenstein). En 1929 el Círculo
entró en su periodo público, con la formación del Verein Ernst Mach, la publicación de su
manifiesto Wissenschaftliche Weltauffassung: Der Wiener Kreis por Carnap, Hahn y
Neurath (traducido en Empiricism and Sociology de Neurath, 1973) y los primeros títulos
de una serie de monografías filosóficas editadas por Frank y Schlick. También comenzó la
colaboración con la independiente aunque muy afín, Sociedad de Filosofía Empírica de
Berlín, de la que formaban parte Hans Reichenbach, Kurt Grelling, Kurt Lewin, Friedrich
Kraus, Walter Dubislav, C. G. Hempel y Richard von Mises: los dos grupos organizaron
conjuntamente sus primeras conferencias públicas en Praga y Königsberg, se hicieron con
la edición de una revista filosófica rebautizada como Erkenntnis y después organizaron los
congresos internacionales de la Unidad de la Ciencia. La muerte y dispersión de los
miembros clave de 1934 en adelante (Hahn murió en 1934, Neurath se trasladó a Holanda
en 1934, Carnap a Estados Unidos en 1935, Schlick murió en 1936) no significó la
extinción de la filosofía del Círculo de Viena. A través del trabajo posterior de visitantes
anteriores (A. J. Ayer, Ernest Nagel, W. V. Quine) y de miembros y colaboradores que
habían emigrado a Estados Unidos (Carnap, Feigl, Frank, Hempel y Reichenbach), el
positivismo lógico del Círculo (Reichenbach y Neurath preferían «empirismo lógico»)
influyó muy significativamente en el desarrollo de la filosofía analítica.

Las discusiones del Círculo se referían a la filosofía de las ciencias formales y


físicas, y aunque sus publicaciones individuales cubrieron un campo mucho más amplio, es
su actitud hacia la ciencia la que define al Círculo dentro de los movimientos filosóficos de
la Europa central de su tiempo. El Círculo rechazaba la necesidad de una epistemología
filosófica especial que permitiera justificar las pretensiones de conocimiento que vienen de
fuera de la ciencia. En este punto, el Círculo puede considerarse continuador de una
tradición austríaca (una tesis de su historiador Neurath): en la mayor parte de Alemania, la
ciencia y la filosofía se habían distanciado a lo largo del siglo XIX. Comenzando con
Helmholtz, por supuesto, también surgió un movimiento que trataba de distinguir entre la
respetabilidad científica de la tradición kantiana y las especulaciones del idealismo alemán;
sin embargo, a partir de 1880 los neokantianos insistían en la autonomía de la

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epistemología, desdeñando a los antiguos compañeros de viaje como «positivistas». Sin
embargo, el programa de reducir las pretensiones de conocimiento a la ciencia y buscar
legitimaciones para lo que quedara fuera contó con el favor de mentes más empíricas como
Mach. La descripción comprehensiva, no la explicación, de los fenómenos naturales se
convirtió en la tarea de los teóricos que no buscaban ya en la filosofía los fundamentos,
sino en la utilidad de sus procedimientos empíricos preferidos. Junto con los positivistas, el
Círculo de Viena consideró antieconómica la respuesta kantiana a la cuestión de la
posibilidad de la objetividad, lo sintético a priori.

Además, el Círculo de Viena y sus precursores convencionalistas Poincaré y Duhem


la vieron contradicha por los resultados de la ciencia formal. Las geometrías de Riemann
mostraron que las cuestiones acerca de la geometría del espacio físico admitían más de una
respuesta: ¿El espacio físico era euclídeo o no euclídeo? Les correspondió a Einstein y al
Schlick anterior al Círculo (Espacio y tiempo en la física contemporánea, 1917) argumentar
que la teoría de la relatividad mostraba que la concepción kantiana del espacio y el tiempo
como formas inmutables sintéticas a priori de la intuición era insostenible. No obstante, la
crítica antipsicologista de Frege también había mostrado que el empirismo no podía dar
cuenta del conocimiento aritmético y los convencionalistas habían terminado con el sueño
positivista de una teoría de elementos experienciales que llenara el vacío entre las
descripciones de hechos y los principios generales de la ciencia. ¿Cómo, entonces, podía
defender el Círculo de Viena la tesis –atacada como una visión del mundo entre otras– de
que la ciencia proporciona conocimiento? El Círculo se enfrentó al problema de las
convenciones constitutivas. Como corresponde a su autoimagen más allá de Kant y Mach,
encontraron su respuesta paradigmática en la teoría de la relatividad: pensaron que las
convenciones irreducibles de medida con un amplio espectro de consecuencias podían
separarse nítidamente de hechos puros como las coincidencias de puntos. Las teorías
empíricas se concibieron como estructuras lógicas de enunciados libremente creadas,
aunque conectables con el insumo experiencial a través de sus consecuencias predictivas
observacionalmente identificables.

El Círculo de Viena defendió el empirismo reconceptualizando la relación entre


investigaciones a priori y a posteriori. En primer lugar, de manera similar a la doctrina
logicista de Frege y Russell y guiados por la noción de tautología de Wittgenstein,
consideraron que la aritmética formaba parte de la lógica y la trataron como enteramente
analítica y desprovista de contenido empírico; se defendió que su verdad se agotaba en lo
demostrable a partir de las premisas y reglas de un sistema simbólico formal. (En La
sintaxis lógica del lenguaje, 1934, de Carnap se asimilaba el resultado de incompletitud de
Gödel afirmando que no todas esas demostraciones pueden efectuarse en aquellos sistemas
que disponen de la potencia necesaria para representar la aritmética clásica.) No se
necesitaba de lo sintético a priori en la ciencia formal porque todos sus resultados eran no
sintéticos. En segundo lugar, el Círculo adoptó el verificacionismo: aquellos conceptos
supuestamente empíricos cuya aplicación era indiscernible fueron excluidos de la ciencia.
Los términos para inobservables tenían que ser reconstruidos mediante operaciones lógicas
a partir de términos observacionales. Sólo dando esas reconstrucciones retendrían su
carácter empírico las partes más teóricas de la ciencia. (Nunca estuvo claro qué tipo de
reducción se perseguía y las posiciones radicales iniciales fueron moderándose
gradualmente; Reichenbach consideró en su lugar que la relación entre los enunciados
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observacionales y teóricos era probabilista.) La ciencia empírica tampoco necesitaba lo
sintético a priori; todos sus enunciados eran a posteriori. Combinado con la tesis de que el
análisis de la forma lógica permitiría determinar exactamente su valor combinatorio, el
verificacionismo tendría que mostrar las demandas de conocimiento de la ciencia y eliminar
la metafísica. Cualquier significado que no sobreviviera a la identificación con lo científico
sería considerado irrelevante para las demandas de conocimiento (Reichenbach tampoco
compartía esta posición). Como el Círculo también observó la entonces, por mucho tiempo
discutida prohibición de incorporar enunciados valorativos incondicionales en la ciencia,
sus posiciones metaéticas pueden caracterizarse a grandes rasgos de no cognitivistas. Sus
miembros no fueron, sin embargo, simples emotivistas que mantuvieran que los juicios de
valor eran meras expresiones de sentimientos, sino que trataron de distinguir los contenidos
fácticos y evaluativos de los juicios de valor. Quienes, como Schlick (Cuestiones de ética,
1930), se aventuraron en la metaética, distinguieron el componente expresivo (x desea y) de
los juicios de valor de su componente descriptivo implícito (hacer z lleva a y) y
mantuvieron que la demanda inherente a los principios morales era válida si la descripción
implícita era verdadera y el deseo expresado era aceptado.

Este análisis de los conceptos normativos no los despojó de significado, sino que
dio lugar a estudios psicológicos y sociológicos de sistemas éticos; la variante formal de
Menger (Moral, decisión y organización social, 1934) influyó en la teoría de la decisión.
La tesis semiótica de que el conocimiento exigía representaciones estructuradas se
desarrolló en estrecho contacto con la investigación en fundamentos de la matemática y
dependió de la «nueva» lógica de Frege, Russell y Wittgenstein, de la que surgió la teoría
de la cuantificación. Los resultados fundamentales fueron incorporados rápidamente (no sin
controversias) y la obra de Carnap refleja el desarrollo de la concepción de la propia lógica.
En su Sintaxis lógica adoptó el «principio de tolerancia» con respecto a la cuestión de los
fundamentos de las ciencias formales: la elección de lógica (y de lenguaje) era
convencional y estaba limitada únicamente, aparte de la demanda de consistencia, por
consideraciones pragmáticas. Bastaba con enunciar con toda la exactitud posible la forma
de lenguaje propuesta y su diferencia con las alternativas: si un entramado lógico-
lingüístico como un todo representa correctamente la realidad era una pregunta sin
significado cognitivo. Pero ¿cuál era el status del principio de verificabilidad? La
sugerencia de Carnap de que representa no un descubrimiento, sino una propuesta para el
uso futuro del lenguaje científico merece ser tomada en serio, porque no sólo representa su
propio convencionalismo, sino que también amplifica el giro lingüístico del Círculo, según
el cual toda la filosofía trata de modos de representar y no de la naturaleza de la
representación. Lo que «cubrió» el Círculo de Viena es cuán convencional era la ciencia: su
verificacionismo era una propuesta para dar cabida a la creatividad de la teorización
científica sin dar cabida al idealismo.

Durante la década de 1930 se discutió si para ser significativas las afirmaciones


empíricas han de verificarse realmente o sólo ser potencialmente verificables, o falibles o
sólo potencialmente contrastables, y en cada caso si con los medios disponibles o también
con futuros medios. Igual de importante para la cuestión de si el convencionalismo del
Círculo evitaba el idealismo y la metafísica son las cuestiones referentes al status del
discurso teórico sobre inobservables y la naturaleza del fundamento empírico de la ciencia.
La concepción sugerida en el temprano Teoría general del conocimiento (1918, 21925) de
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Schlick y en La ley causal y sus límitaciones (1932) de Frank y elaborada en «Los
fundamentos lógicos de la unidad de la ciencia» de Carnap (en Fundamentos de la unidad
de la ciencia, I. 1, 1938) caracterizaba el lenguaje teórico como un cálculo sin interpretar
que se relaciona con el lenguaje observacional plenamente interpretado sólo por medio de
definiciones parciales. ¿Exigía semejante instrumentalismo para su anclaje empírico una
nítida separación de los términos observacionales y los teóricos? ¿Puede siquiera
defenderse una separación así? Considérese la tesis de la unidad de la ciencia. En su
versión metodológica, suscrita por todos los miembros, todas las ciencias están sujetas a los
mismos criterios: no hay diferencias metodológicas básicas que separen a las ciencias
naturales de las ciencias sociales o culturales (Geisteswissenchaften) como afirman quienes
distinguen entre «explicación» y «comprensión». En su versión metalingüística, todos los
objetos de conocimiento científico pueden en principio ser abarcados por el mismo lenguaje
«universal». El fisicalismo afirma que ese lenguaje es el lenguaje que habla de objetos
físicos. Aunque todos en el Círculo suscribían el fisicalismo en este sentido, la comprensión
de su importancia variaba, como quedó claro en el debate sobre los llamados enunciados
protocolares. (La versión nomológica de la tesis de la unidad sólo se distinguió con claridad
más adelante: si todas las leyes científicas podían reducirse a las de la física era otra
cuestión en la que Neurath difería del resto). Claramente, este debate se refería a la cuestión
de la forma, contenido y status epistemológico de los enunciados de la evidencia empírica.
Las «afirmaciones» irrevisables de Schlick hablaban de estados fenoménicos en enunciados
que no formaban parte del lenguaje de la ciencia («El fundamento del conocimiento», 1934,
traducido en: AYER [comp.], El positivismo lógico). Las preferencias de Carnap fueron de
los enunciados irrevisables en un lenguaje protocolar primitivo metodológicamente
solipsista que eran traducidos faliblemente al sistema de lenguaje fisicalista
(1931; véase Unidad de la ciencia, 1934), a través de enunciados arbitrariamente revisables
de ese sistema de lenguaje que se toman como puntos temporalmente en reposo en la
contrastación (1932), hasta enunciados revisables en el lenguaje observacional científico
(1935; véase «Contrastación y significado», 1936-1937).

Estos cambios fueron en parte promovidos por Neurath, cuyos propios «enunciados
protocolares» revisables hablaban, entre otras cosas, de la relación entre los observadores y
lo observado en una «jerga universal» que mezclaba expresiones de un lenguaje coloquial
fisicalistamente depurado y de lenguajes científicamente superiores («Enunciados
protocolares», 1932, traducido en: AYER [comp.], El positivismo lógico). En última
instancia estas propuestas respondían a proyectos distintos. Como todos estaban de acuerdo
en que todos los enunciados de la ciencia eran hipotéticos, la cuestión de su «fundamento»
atañía a la naturaleza misma de la filosofía del Círculo de Viena. Para Schlick la filosofía se
convirtió en la tarea de determinar el significado (inspirado por Wittgenstein); Carnap se
dedicó a ella como una reconstrucción racional de las pretensiones de conocimiento que se
ocupaba sólo de lo que Reichenbach llamaba el «contexto de justificación» (sus aspectos
lógicos, no el «contexto de descubrimiento») y Neurath sustituyó la filosofía por una
investigación naturalista, interdisciplinar y empírica de la ciencia como práctica discursiva
distintiva, abandonando la concepción ortodoxa de la unidad de la ciencia. El Círculo de
Viena no fue ni un movimiento filosófico monolítico ni necesariamente reduccionista y las
rápidas asimilaciones a la tradición del empirismo británico confunden sus luchas con la
dicotomía forma-contenido en la búsqueda de fundamentos, cuando en su lugar se
desarrollaron sofisticadas respuestas a la cuestión de los presupuestos de sus propias
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teorías. En su momento y lugar, el Círculo fue una voz minoritaria; la dimensión
sociopolítica de sus teorías –más destacada por unos (Neurath) que por otros (Schlick)–
como renovación del pensamiento ilustrado, en última instancia en contra de la marea
emergente de la metafísica del Blut-und- Boden, está siendo reconocida paulatinamente.
Tras la celebrada «muerte» del positivismo lógico reduccionista en la década de 1960, el
Círculo de Viena histórico está reemergiendo como un objeto con muchas facetas dentro de
la historia de la filosofía analítica, revelando distintas corrientes de razonamiento que aún
son significativas para la teoría de la ciencia pospositivista.

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