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LA PALABRA Y LA SANGRE:

VIOLENCIA, LEGALIDAD Y GUERRA SUCIA EN


COLOMBIA1

Rodrigo Uprimny Yepes*


Alfredo Vargas Castaño**

"Una oscura maravilla nos acecha: la muerte".


JORGE LUIS BORGES

En Colombia, la muerte violenta se ha vuelto una realidad cotidiana.


Según datos oficiales de la Policía Nacional, en 1988 se cometieron
en el 'país aproximadamente 21.000 homicidios, en promedio uno cada
media hora. La tasa de homicidio en ese año fue de 70 por cien mil
habitantes, haciendo de Colombia el tercer país más violento del mun­
do. Hoy en día el asesinato es la principal causa de muerte. Además,
si excluimos los infantes y los ancianos, la mitad de los decesos de
los hombres cuya edad está comprendida entre 15 y 44 años se debe
a asesinato2•

* Investigador de la Comisión Andina de Juristas Seccional Colombiana. Profesor


Universidad Nacional.
** Periodista. Director INDEPRENSA, Instituto para el Desarrollo de la Prensa.
l . Este texto se debe enormemente a nuestras discusiones con diferentes personas;
a todas ellas queremos manifestar nuestro agradecimiento, en particular a nuestros
compañeros de la Comisión Andina de Juristas Seccional Colombiana. Sus sugerencias,
comentarios, críticas y aportes empíricos enriquecieron mucho el análisis. Con todo,
asumimos enteramente la responsabilidad por las tesis esbozadas, así como por los
errores o inconsistencias que hubieran podido deslizarse en el escrito.
2. A título ilustrativo, la tasa de homicidio en países como Francia o Suiza es de
menos de 5 por cien mil personas y la de un país considerado violento como los
Estados Unidos es de 11.3 por cien mil. Ver RODRIGO LOSADA y EDUARDO VÉLEZ,
"Tendencias de muertes violentas en Colombia", en Coyuntura Social, No. 1, p. 116,
SER­FEDESARROLLO, Bogotá, 1989.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
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Dentro de este panorama, adquiere particular importancia la exten­


sión de la violencia política. En 1989 murieron en Colombia diaria­
mente 8 personas en promedio por causas políticas: 2 por enfrentamien­
tos entre el Ejército y grupos insurgentes, una muerta en acciones de
"limpieza social" y 4 asesinadas en la calle o en su vivienda por motivos
políticos. Igualmente hubo un desaparecido cada tercer día. Se efectua­
ron además más de setenta masacres ­­definidas estas como la ejecución
simultánea de cinco o 'más personas­ en las cuales murieron más de
400 personas. En total, murieron así 3.211 personas por la violencia
política, datos que confirman dolorosamente tendencias similares de
años precedentes3•
Estas pocas cifras muestran la amplitud de la violencia actual en
Colombia; las citamos muy a pesar nuestro pues se corre el riesgo de
convertir en números abstractos el dolor y drama humanos, ya que
como bien lo dice Adorno, "el sufrimiento, cuando se convierte en
concepto queda mudo y estéril". Sin embargo, la conceptualización
­y a veces la cuantificación­ parece un recurso necesario para intentar
analizar una realidad tan compleja como la colombiana y no simple­
mente calificarla de incomprensible, eludiendo así todo intento de
evaluación de la coyuntura actual4•
Sin embargo, la violencia ­si bien se ha agravado enormemente
en los últimos años­ no es nueva en Colombia como lo muestran las
numerosas guerras civiles del siglo pasado, un "siglo de guerra civil

3. En 1988, la intensidad de la violencia política fue aún mayor: 12 personas murieron


diariamente por razones políticas: 3 en enfrentamientos armados, una desaparecida y
8 asesinadas en sus casas o en la calle por razones políticas. (Ver COMISIÓN ANDINA
DE JURISTAS, VI Foro, 1988, a). Ese mismo año en Chile, bajo la dictadura militar
de Pinochet, hubo 34 muertes por razones políticas (VICARÍA DE LA SOLIDARIDAD.
"Informe mensual", p. 13, Santiago, noviembre­diciembre, 1988). Eso significa que,
en promedio, la violencia política de la democracia colombiana ocasiona en tres días
más víctimas que la dictadura chilena, en sus últimas épocas, durante todo un año.
4. Con razón señala ADORNO (Teoría estética, Madrid, Tauros, 1980), que el
conocimiento racional no logra comprender el sufrimiento, razón por la cual en épocas
de "horrores incomprensibles, quizá sólo el arte pueda dar satisfacción a la frase de
Hegel que Brecht eligió como divisa: 'La verdad es concreta' "(p. 33). Nuestro texto
es en gran parte un testimonio de las dificultades y de la incomodidad para encontrar
explicaciones satisfactorias a una crisis como la colombiana, mediante la utilización
de las categorías tradicionales y del mismo lenguaje de las ciencias sociales. Sin
embargo, nos parece que el investigador no puede rehuir la búsqueda de explicar
racionalmente su época y contribuir así a su transformación. Hombres formados en
la misma tradición de ADORNO, que compartían su profunda sensibilidad y que se

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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 107

permanente", según el historiador inglés Malcolm Deas, y la violencia


de los años cincuenta, que en sólo tres años, de 1948 a 1950, llegó a
provocar más de 110.000 víctimas. Según Eric Hobsbawn, la violencia
representa "la mayor movilización armada de campesinos (ya sea como
guerrilleros, bandoleros o grupos de autodefensa) en la historia reciente
del hemisferio occidental, con la posible excepción de determinados
períodos de la revolución mexicana". Ese traumatismo social sigue
influyendo aún hoy en día la vida política colombiana'.
Lo paradójico es que este país que ha convivido con la violencia se
caracteriza también por poseer una de las estructuras poi íticas más
estables de América Latina. La violencia no implica aquí inestabilidad
institucional sino que parece ser el reverso y la modalidad misma de
funcionamiento del orden político. Colombia se caracteriza por la com­
binación de esos altos niveles de violencia con una continuidad insti­
tucional y el mantenimiento de márgenes de legalidad que son poco
usuales en Latinoamérica. De allí que se cálifique a Colombia como
una de las democracias más sólidas y antiguas de la región, lo cual
parece ser cierto si tomamos en cuenta su asombrosa estabilidad insti­
tucional: la Constitución vigente cumplió recientemente 100 años y
según el historiador inglés anteriormente citado, "esta República ha
sido escenario de más elecciones, bajo más sistemas que ninguno de
los países americanos o europeos que pretendiesen disputarle el título"6•
Además, durante toda su vida independiente, Colombia ha conocido
pocos años de dictadura militar abierta y ha consolidado un régimen
bipartidista, en el cual los partidos liberal y conservador han monopo­
lizado el poder durante más de cien años, sin que su hegemonía haya
sido nunca seriamente cuestionada.
En síntesis, si Colombia parece ser una de las democracias más
antiguas y estables de América Latina, también es ­al decir de Gonzalo

enfrentaron igualmente a los horrores del nazismo, sintieron empero el deber de


"cumplir su destino de pensador en tiempos de penuria: elevar su época ­­el desastre
de su generación­ al concepto", como bien lo dice Rubén Jaramillo, a propósito de
la obra de HORKHEIMER, maestro y compañero del mismo ADORNO. No se trata,
pues, de una categorización fría, sino de llevar a cabo un trabajo apasionado de
conceptualización, con el fin de lograr esa vieja aspiración de MARX de que la verdad
no esté desprovista de pasión y la pasión no esté desprovista de verdad.
5. E. J. HoBSBAWN, "Murderous Colombia", en: The New York Review of Books,
Vol. xxxm, No. 18, pp. 27 y ss., 1987; P. ÜQUIST, Violencia, conflicto y política
en Colombia, Banco Popular, Bogotá, 1978.
6. MALCOLM DEAS.

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Sánchez­ "un país de guerra endémica y permanente"7• La combina­


ción de legalidad, estabilidad institucional y violencia parece ser enton­
ces un rasgo que distingue la dinámica política colombiana, el cual
debe ser siempre tenido en cuenta en todo análisis que se haga de su
evolución histórica. Así, la presencia de importantes movimientos gue­
rrilleros a todo lo largo de los años sesenta, setenta y ochenta convive
con el mantenimiento de las estructuras legales; las luchas armadas no
afectan la continuidad electoral y las elecciones se suceden al compás
de los conflictos bélicos.
Precisemos. No se trata de decir que la combinación de legalidad
y violencia sea un rasgo exclusivo del régimen político colombiano.
Todo Estado capitalista integra la ley y el terror, de tal suerte que en
su funcionamiento articula constantemente márgenes de legalidad e
ilegalidad. "Todo sistema jurídico incluye la ilegalidad ( ... ) y no hay
Estado, por dictatorial que sea, sin ley'". Además, esa combinación
inherente a toda organización política es aún más característica de la
casi totalidad de los regímenes políticos latinoamericanos, en los cuales
"hay un contraste constante entre un exceso de 'civilidad'y una fuerte
marginalización que produce violencia"9• Pero creemos que pocas so­
ciedades han combinado así "la palabra y la sangre" (Tourraine), "el
orden y la violencia" (Pecaut), "los diálogos entre caballeros" (Wilde
A.) y el terror, como lo ha hecho Colombia, un país que históricamente
ha compaginado los extremos: el mantenimiento de una cierta legalidad
y una gran estabilidad en la dominación política se articulan con la
proliferación de formas agudas de violencia, tendencia histórica que
se mantiene pero actualmente con manifestaciones extremas. De allí
que hayamos tomado prestado el título de la reciente obra de Alain
Tourraine para caracterizar el caso colombiano en la actualidad, ya
que el régimen de legalidad (la palabra) se acompaña de "la sangre",
de estrategias de terror contra el movimiento popular, de una agravación
de la violencia en todas sus formas y de una violación permanente de
los derechos humanos. El carácter extremo de tal combinación en la
actualidad ha provocado ­y ese parece ser un elemento nuevo de la

7. G. SÁNCHEZ, "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas", en:


G. SÁNCHEZ y R. PEÑARANDA (comp.), Pasado y presente de la violencia en Colom­
bia, CEREC, Bogotá, 1986.
8. N. POULANTZAS, Estado, poder y socialismo, S. XXI, México, 1980.
9. A. TOURRAINE, La paro/e et le sang: Politique et société en Amérique Latine,
Odile Jacob, París, 1988.

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coyuntura­ una crisis institucional profunda, poniendo en peligro la


estabilidad de la dominación política.
En los últimos años, la agravación de la violencia y la presencia de
nuevas modalidades de la misma, lleva a hablar de "una crisis de los
derechos humanos" (Amnistía Internacional), de la precariedad del
derecho a la vida y aun del derrumbe de las instituciones o, recordando
el análisis de Oquist de la violencia de los años cincuenta, del derrumbe
parcial del Estado'". Este proceso se manifiesta, como ya lo vimos,
por el alarmante crecimiento de la violencia homicida; se caracteriza
también por la presencia de nuevas modalidades de violencia (narcotrá­
fico, guerra sucia, sicariato, etc.), y resulta de la combinación de
múltiples factores: crisis de la capacidad de regulación del Estado,
conflictos sociales no resueltos que no llegan a tener expresión político­
institucional y toman vías parainstitucionales, crisis de legitimidad y
agotamiento de los mecanismos tradicionales de dominación de una
importante economía de la droga, fortalecimiento de la guerrilla, cre­
ciente autonomía de las FF.AA., etc.
En tales circunstancias, la violencia de los años ochenta, al igual
que la que vivió el país en otras épocas, es compleja. Por eso muchos
autores prefieren hablar de "violencias" y "guerras" para señalar la
coexistencia de diversas modalidades de las mismas: crimen organiza­
do, lucha guerrillera, represión oficial, guerra sucia, violencia social
difusa, etc. Cada una de ellas tiene una lógica relativamente específica
y las manifestaciones regionales son diversas, de tal forma que resulta
imposible reducir todas las violencias y guerras a una violencia preten­
didamente fundamental de la cual las otras no serían más que efectos
y manifestaciones.
La actual violencia ­al igual que aquella de los años cincuenta­
es entonces un fenómeno global que resulta de la yuxtaposición de
procesos locales singulares y heterogéneos; es así mismo la resultante
de violencias diversas con lógicas específicas que se entrecruzan y
retroalimentan mutuamente. Hay entonces ­­como lo señala Daniel
Pecaut­ una interferencia estratégica entre diversos campos de violen­
cía' ',, a tal punto que a veces los actores y las lógicas se confunden.

10. G. HosKIN, "Modernización social, populismo frustrado y esclerosis política:


reflexiones sobre la democracia colombiana", en: Pensamiento Iberoamericano, No.
14, Madrid, 1988.
11. D. PECAUT, Crónica de dos décadas de política colombiana, pp. 428 y ss.,
S. XXI, Bogotá, 1988; y COMISIÓN DE ESTUDIOS SOBRE LA. VIOLENCIA. op . cit.,
1987.

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En­ efecto, por no citar sino el ejemplo más trascendental, los narcotra­
ficantes ­sujetos esenciales de la violencia económica, ligada a una
forma extraordinaria de acumulación apropiada mediante formas de
criminalidad organizada y basada en la ilegalidad de ciertas drogas­
han influido profundamente en la dinámica política, no sólo porque
en principio aumentaron enormemente los recursos materiales de la
guerrilla ­a través del pago de formas de impuestos revolucionarios
como el gramaje por el cultivo de coca en las zonas controladas por
ésta, en especial en el pie de monte amazónico y en los Llanos Orientales
dominados por las FARC12- sino también porque destruyeron el aparato
judicial y ­­en los últimos años­ han permitido articular un proyecto
político de extrema derecha que parece estar detrás de muchas de las
manifestaciones de la guerra sucia. En Colombia existe no sólo una
multiplicidad de formas de violencia sino además una relativa indife­
renciación de las mismas puesto que todas se retroalimentan. De allí
no sólo la dificultad para interpretar el proceso colombiano ­la tenta­
ción de calificarlo de "incomprensible"­ sino también para encontrar
salidas políticas a la actual situación.
Este artículo no pretende realizar un balance integral de la crisis
institucional y las violencias en Colombia; se limita al estudio y presen­
tación de una de sus modalidades: la guerra sucia, una forma de vio­
lencia que se ha tornado particularmente aguda en los últimos años y
que se puede caracterizar como la represión violenta, ilegal y parains­
titucional de los movimientos populares y de las diversas formas de
oposición política y protesta social, mediante el recurso de las amena­
zas, las desapariciones, la tortura, los asesinatos selectivos y las masa­
cres. Se busca entonces presentar cómo se manifiesta esta guerra sucia,
cuál es su especificidad y cómo se inscribe dentro de la dinámica
general de la sociedad colombiana. Para ello resultaba indispensable
señalar con antelación la especificidad de la política colombiana (la
articulación extrema de legalidad, terror y estabilidad institucional) y
la complejidad de la violencia en el país, a saber: la diversidad de
formas y la relativa indiferenciación de las mismas.
En el estudio procederemos de la siguiente manera. En una primera
parte haremos una breve presentación de la situación de derechos hu­
manos en el país en los últimos quince años, con el fin de mostrar la
evolución de las modalidades de represión, en especial el paso de una

12. A. MOLA.NO, "Violencia y colonización", en: Revista Foro, No. 6, pp. 34 y


ss., Bogotá, 1988.

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dominación centralizada, institucional y fundamentada en normas lega­


les, a una represión parainstitucional, basada en grupos pretendida­
mente privados y, por ende, más descentralizada. En una segunda
parte, buscaremos desentrañar la forma de funcionamiento de esta
guerra sucia, aspecto particularmente problemático por cuanto Ja infor­
mación a este respecto no es de fácil acceso, es confusa y por consi­
guiente de difícil interpretación. Buscaremos igualmente esbozar las
diferentes manifestaciones regionales con el fin de ir desentrañando
los determinantes del proceso en su conjunto. La última parte intenta
hacer una interpretación global del fenómeno, mostrando sus posibles
relaciones con las otras modalidades de violencia y con el proceso
general del país, lo cual nos permitirá hacer algunas conjeturas sobre
su futuro desarrollo.

LA GENESIS DE LA GUERRA SUCIA: VIOLACIONES DE DERECHOS


HUMANOS Y MODALIDADES DE REPRESION EN COLOMBIA
1970- 1989

La descripción de las violaciones de los derechos humanos en las


últimas dos décadas (ver cuadro anexo a este ensayo) muestra que en
Colombia han cambiado los mecanismos de dominación y control social
o, formulado de otra manera, ha habido una transformación de los
"modelos de represión"!'.

a) La dominación política basada en el estado de sitio

En Colombia, durante la década del setenta estamos en presencia


de una represión más centralizada, institucional, hecha abiertamente a
nombre del Estado y fundamentada en normas legales; se trata ante
todo de decretos de estado de sitio, de dudosa constitucionalidad y
juridicidad y que sin duda violan los pactos de derechos humanos
suscritos por Colombia, pero que tenían la característica de Ja publici­
dad propia de toda norma estatal. Precisemos: no pretendemos decir
que en tal momento había una centralización absoluta de la dominación
política, ya que el régimen político colombiano ­­debido al liberalismo
económico de sus élites y a su particular forma de constitución­ se

13. J. GtRALDO, "Los modelos de la represión", en: Solidaridad, No. 100, Bogotá,
1988.

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ha caracterizado por una falta de autonomía del Estado combinada con


la persistencia de redes de poder y formas institucionales privadas y
descentralizadas 14• Sin embargo, en tales años la dominación era esen­
cialmente oficial y se hacía en forma abierta a nombre del poder político
y con base en reglas jurídicas.
Durante tal período, y mientras la casi totalidad de los países latinoa­
mericanos estaban bajo dictaduras militares, Colombia mantenía un
Estado de Derecho; se trataba empero de un régimen constitucional
sui generis, ya que el recurso permanente del estado de sitio hacía que
en la práctica no rigiesen los principios abstractos incorporados en la
Constitución sino una legalidad de excepción que restringía las liber­
tades públicas. Desde 1949 ­a partir de la época de "La Violencia"­
Colombia ha vivido casi permanentemente bajo estado de sitio. De los
40 años que van corridos desde esa fecha, Colombia ha vivido más
de 30 años bajo legalidad marcial, la cual si bien es jurídicamente un
régimen de excepción y de duración transitoria, conforme a lo señalado
por el art. 121 de la Constitución, ha devenido en la práctica un
elemento normal y cotidiano de ejercicio del poder político'5•
El estado de sitio permitió entonces la creación de delitos para
controlar el orden público, el establecimiento de medidas restrictivas
de la libertad de reunión, de circulación, de expresión, la limitación
de las libertades sindicales y, sobre todo, la detención y juicio, mediante
tribunales militares de dudosa imparcialidad, de los opositores políti­
cos, de los líderes sindicales y de quienes encabezaran diversas formas
de protesta social. Además, la gran mayoría de las acciones represivas
eran hechas abiertamente por funcionarios estatales. Así, según los
datos disponibles 16, cerca del 90% de las violaciones conocidas de los
derechos humanos fueron efectuadas directamente por representantes
del poder político. La modalidad esencial de represión era entonces la
detención y enjuiciamiento de los opositores, combinada en determina­
das ocasiones, sobre todo a partir de 1979, con la tortura de los captu­

14. D. PECAUT, Orden y violencia: Colombia, 1930-1954, pp, 76 y ss., 155


y SS., CEREC­S. XXI, Bogotá, 1987; F. GONZÁLEZ, "Un país en construcción", Volu­
men 1, "Poblamiento, problema agrario y conflicto social", Controversia Nos. 151­152.
p. 8, Bogotá, 1989; Volumen 11, "Estado, instituciones y cultura política", Controver­
sia, Nos. 153­154, Bogotá, 1989.
15. G. GALLÓN, op. cit., 1979.
16. CINEP: Base de datos sobre derechos humanos; CPPDDH: "Itinerario de la
represión en Colombia", mimeo, Bogotá, 1985; J. TORRES, et. al., Colombia: repre­
sión 1970-1981, CINEP, Bogotá, 1982.

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rados. Sin embargo, hasta 1977 no se conocen casos numerosos de


desapariciones forzosas, mientras que un informe de la Procuraduría
General de la Nación daba en 1984 una cifra de 230 desaparecidos, y
la misma institución, para 1988, reconocía que la cifra superaba las
1 . 000 personas.
De otra parte, en los años setenta, el número de asesinatos con
connotación política es relativamente modesto si lo comparamos con
la década del ochenta. 833 asesinatos por razones de protesta social y
política se contabilizaron durante toda la década del setenta, cifra en
verdad preocupante como expresión de la violencia de la represión
oficial en tal período, sobre todo en las regiones rurales, pero desgra­
ciadamente muy baja en comparación con las de los últimos años. En
1988, por ejemplo, el número fue varias veces superior.
A partir de 1977, esa dinámica represiva empieza a mostrar signos
de agotamiento. Varios hechos parecen indicar tal evolución. Desde
inicios de la década, al lado de las huelgas obreras tradicionales, surgen
y se consolidan nuevas formas de protesta social a nivel urbano: los
llamados paros cívicos, en los cuales las poblaciones urbanas se enfren­
tan a las autoridades oficiales, en general para protestar por la mala
calidad de los servicios públicos. Tales conflictos se vuelven particu­
larmente agudos durante el gobierno de López Michelsen (1974­1978)
y conducen a la realización del paro nacional del 14 de septiembre de
1977, el cual fue violentamente reprimido por el gobierno. Ese auge
de las luchas populares, se acompaña de una autonomía creciente del
estamento militar, que busca manejar en forma más independiente los
asuntos de orden público. En diciembre de tal año, varios generales
en servicio activo envían una carta al presidente solicitando medidas
más drásticas para el control del movimiento social y de la oposición
política. Al año siguiente, en 1978, el gobierno de Turbay Ayala
( 1978­1982) expidió el Decreto 1923 ­más conocido como estatuto
de seguridad­ que satisfacía las aspiraciones de los militares y cons­
tituía el refinamiento y síntesis de las modalidades de represión expe­
rimentadas durante los largos años de vigencia del estado de sitio. Con
base en tal norma se crearon nuevos delitos, se agravaron las penas
de aquéllos que ya existían, se modificó el procedimiento judicial y
se transfirió al conocimiento de los jueces militares el juzgamiento de
casi todos los delitos con una leve connotación política.
En tales circunstancias, el gobierno de Turbay Ayala fortaleció al
máximo el recurso a la legalidad de excepción como mecanismo de
control político de la población. Se consumaba así el paralelismo
jurídico que ha caracterizado la historia nacional: un derecho ordinario,

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sometido a las garantías constitucionales, busca controlar la desviación


social cotidiana y regular las contradicciones sociales que no ponen
en cuestión el statu quo, mientras que para coartar la acción reivindi­
cativa de los sectores populares y opositores al régimen se recurre a
una legalidad marcial que sustituye las normas ordinarias, desplaza los
jueces civiles· por estamentos castrenses, agrava las sanciones penales
y desconoce los derechos políticos y sindicales. Entre tanto, en las
zonas campesinas militarizadas, lo que rige es la arbitrariedad pura,
el terror y las modalidades seculares de guerra sucia. Si la filosofía
que inspira la primera normatividad ­aquella que busca controlar la
desviación ordinaria y regular el "diálogo entre caballeros"17 de los
miembros de la élite política­ es la de más pura estirpe liberal, la
otra normatividad ­la que está destinada al control del movimiento
popular y de la oposición política­ no respeta ninguna de las garantías
constitucionales y su fundamento habría que buscarlo más bien en la
doctrina de la seguridad nacional 18• En las zonas militarizadas rurales
es la guerra y la lógica del terror la que domina. La combinación de
diversas legalidades como mecanismo de control político encontraba
entonces su máxima expresión con el citado decreto con base en el
cual, en 1980, se detuvieron casi 8.000 personas por razones políticas.
En Colombia "es la época de mayor concentración de presos políticos,
la inmensa mayoría sujetos al juzgamiento militar"19•
Pero durante esos años comienzan a aparecer nuevas modalidades
de represión. En 1977 ­precisamente con ocasión de la huelga general
insurrecciona} de tal año­ se denuncia el primer caso comprobado de
desaparición forzosa y el número de éstas comienza a crecer rápidamen­
te. Desde 1979 ­­en especial a raíz del robo masivo de armas efectuado
por el M­19 en el Cantón Norte­ la tortura empieza a ser utilizada
con gran extensión en los casos de detenciones políticas. La práctica
de tales torturas será reconocida por los mismos tribunales colombianos.
El Consejo de Estado, en sentencia del 27 de junio de 1985, condenó
al Estado colombiano a indemnizar a la médica Olga López por las
torturas de que fue objeto al ser detenida en 1979 en dependencias
militares. En esos mismos años, el número de asesinatos políticos

17. A. WILDE, Conversaciones de caballeros. La quiebra de la democracia en


Colombia, Tercer Mundo, Bogotá, 1982.
18. G. GALLÓN, La República de las armas, CINEP, Bogotá, 1983.
19. COMISIÓN ANDINA DE JURISTAS, "Guerra sucia y estado de sitio en Colom­
bia", mimeo, Bogotá, 1988.

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efectuados tanto por fuerzas oficiales como por escuadrones de la


muerte empieza a crecer vertiginosamente. Es como si la represión
fundamentada en una legalidad de excepción no fuese ya suficiente
como mecanismo de control de la población, razón por la cual se
utilizan crecientemente mecanismos ilegales. En tales circunstancias
se puede decir que los años l981­1982 marcan el punto de máxima
intensidad del anterior modelo de control poi ítico y el paso a nuevas
formas y modalidades de represión: la dominación fundamentada en
un régimen de excepción se acompaña de un aumento importante de
los asesinatos extrajudiciales, las desapariciones forzosas y la acción
de los denominados grupos paramilitares, los cuales hacen su aparición
pública en 198 l con la constitución del MAS (Muerte a Secuestradores),
organización que surge de los empresarios de la droga que reúnen
centenares de millones de pesos para formar un grupo armado, en
principio encargado de enfrentar a los secuestradores: muy rápidamente
tal agrupación ­a la cual se suman autoridades militares, según denun­
cias hechas posteriormente por el procurador de la República el 16 de
febrero de 1983­ se hace responsable de asesinatos de líderes sindi­
cales, dirigentes campesinos, educadores, abogados, periodistas, etc.

b) La consolidación de la guerra sucia: proceso de paz y represión


parainstitucional

A partir de 1982, el ambiente poi ítico en Colombia varía sustancial­


mente. En primer término, múltiples sectores políticos tradicionales
se oponen a la continuación de la represión, la cual ha llevado a la
multiplicación de las violaciones de derechos humanos, como lo han
denunciado no sólo movimientos nacionales de defensa de los derechos
humanos sino también numerosas instituciones internacionales. En se­
gundo término, a partir de 1980, las guerrillas ­­cuyo dinamismo había
conocido un reflujo en años anteriores­ se reactivan y amplían su
influencia social y su marco de acción geográfica. Todo esto parece
mostrar el fracaso de la estrategia puramente represiva del gobierno
de Turbay y lleva a que se abra paso Ja idea de dar una solución
democrática a los conflictos sociales y política al problema guerrillero.
Si bien tal tendencia se empieza a manifestar ya durante el gobierno
de Turbay ­­en especial a raíz de la toma de la embajada dominicana
por el M­t 9, en la cual este grupo comienza a plantear la necesidad de
dar una solución poi ítica a la violencia­ es el proceso de paz iniciado
por el presidente Betancur ( 1982­1986) el que marca el giro decisivo.

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A través del levantamiento del estado de sitio (junio de 1982), la


creación de una comisión de paz (septiembre de 1982), la proclamación
de una amplia ley de amnistía (noviembre de 1982), el diálogo con
los grupos armados y la firma de acuerdos de paz con la casi totalidad
de los mismos (marzo y agosto de 1984), el gobierno de Betancur
altera la situación puesto que modifica el marco político y jurídico de
la acción represiva precedente, la cual ya no puede llevarse a cabo por
medios institucionales, abiertos y legales. Y, precisamente, es en tales
años que se consolida la represión paraestatal y la guerra sucia: las
desapariciones aumentan, al igual que las amenazas y asesinatos por
razones políticas, mientras que la cantidad de detenciones oficiales es
menor. Si en 1980, el número de detenciones políticas fue de aproxi­
madamente 6. 800 con 92 asesinatos y 6 desapariciones, en 1983, en
pleno proceso de paz, únicamente se contabilizarían 1.325 detenciones
pero el número de desapariciones fue superior a cien y hubo unos 600
asesinatos políticos. Además, la mayor parte de las acciones represivas
se llevan a cabo no por autoridades oficiales sino por grupos pretendi­
damente privados; en 1983, casi un 70%2º de las desapariciones y
asesinatos políticos son atribuidos a tales grupos. El 30 de septiembre,
el mismo ministro de Gobierno del presidente Barco, César Gaviria,
reconoce que en el país existen 140 grupos paramilitares". Se debate
entonces públicamente sobre la legitimidad y legalidad de los mismos.
En efecto, el Decreto de estado de sitio 3398 de 1965, convertido en
norma permanente por medio de la Ley 48 de 1968, autorizaba en su
art. 25 al Ejército a formar grupos de autodefensa para contribuir "al
restablecimiento de la normalidad"; ese mismo decreto permitía al
Ministerio de Defensa distribuir a los particulares armas privativas de
las FF.AA .. Con base en estas disposiciones las Fuerzas Armadas habían
fomentado la formación de grupos armados de campesinos y terratenien­
tes, en principio para hacer frente a la acción guerrillera, hecho reco­
nocido aun por las propias autoridades militares. Así, un memorando
del ministro de la Defensa enviado a todos sus subalternos en agosto
de 1987 señalaba que "organizar, instruir y apoyar las juntas de auto­
defensa debe ser un objeto permanente de las Fuerzas Militares donde
la población es leal y se manifiesta agresiva contra el enemigo" (Sema-
na, mayo 8/89). Estas juntas de autodefensa están muy ligadas con
los grupos paramilitares responsables de los asesinatos y masacres.

20. CPPDDH, op. cit.


21. El Espectador, octubre 1 °. de 1987.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 117

Este debate sobre las autodefensas dividió al gobierno de Barco puesto


que mientras algunos ministros apoyaban la constitución de esos grupos,
otros miembros del gabinete se oponían a tal práctica. (Semana, agosto
4 de 1987). En ese momento, el presidente Barco no terció en forma
clara en tal discusión. Hubo que esperar hasta abril de 1989 para que
el gobierno condenara públicamente la constitución de tales grupos22•
Como hemos visto, la guerra sucia es engran parte contemporánea
del proceso de paz ­período en el cual se consolida­, aun cuando
sus primeras manifestaciones importantes surgen algunos años antes.
Ella comenzó golpeando inicialmente a guerrilleros amnistiados y per­
sonas consideradas simpatizantes de la actividad guerrillera: abogados
defensores de presos políticos, voceros de las negociaciones con la
guerrilla, militantes de grupos políticos de izquierda, etc. En principio,
parece ser entonces un mecanismo de oposición a la política de paz,
a la legalización de la actividad guerrillera y a la apertura de nuevos
espacios políticos para nuevas fuerzas.
Mención aparte en este proceso merece el caso de la UP (Unión
Patriótica). Esta coalición política nace a finales de mayo de 1985
como consecuencia de los acuerdos de paz celebrados por las FARC
un año antes. Desde esa fecha, más de mil militantes de esta organiza­
ción han sido asesinados ­uno cada dos días en promedio­­, entre
ellos su presidente, sus candidatos presidenciales, varios alcaldes, se­
nadores y representantes e importantes líderes políticos. Existe pues
una campaña de exterminio contra esta agrupación política, cuya exis­
tencia ha sido reconocida aun por antiguos expresidentes de escasas
simpatías por la izquierda como Carlos Lleras Restrepo23 •.
Sin embargo, muy rápidamente la guerra sucia comienza a afectar
a muchos otros sectores: numerosos líderes sindicales y del magisterio

22. Cfr. lnfra e).


23. El Espectador, marzo 12 de 1989. En 1986 la UP ganó 9 curules en el Congreso
y 3 suplencias; 1 O curules y 4 suplencias en las asambleas departamentales y 350
concejales. En 1988 obtuvo 18 alcaldes populares, 13 diputados y 5 suplentes en las
asambleas y un buen número de concejales. De estos funcionarios elegidos popular­
mente han sido víctimas de la violencia 3 senadores, 3 representantes, 6 diputados,
89 concejales, 3 candidatos al Concejo, 2 exconcejales, 9 alcaldes, 3 candidatos a
alcaldía y un exalcalde. Los períodos de violencia más intensa contra la UP han sido
precisamente los años electorales: 1986­1988 y ahora 1990. Esta violencia se ha
concentrado en las zonas geográficas donde la UP tiene arraigo popular y político.
Ver Gumo BONILLA, "La violencia contra la Unión Patriótica. Un crimen de lesa
humanidad", mimeo, CEIS, Bogotá, 1990.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
118 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

son asesinados; la CUT (Central Unitaria de Trabajadores de Colombia),


fundada en 1986, contabiliza más de 350 sindicalistas asesinados por
bandas paramilitares y decenas de desaparecidos; varios periodistas
importantes sufren atentados y algunos se ven obligados a tomar la
vía del exilio. En tales condiciones, si el .inicio del proceso de paz
coincide cronológicamente con la consolidación de la guerra sucia, la
crisis del intento de solucionar por medios pacíficos la violencia política
no implica una disminución de la intensidad de la represión paraestatal,
la cual por el contrario tiende a agravarse después de la ruptura de la
tregua por parte del M-19 y de la doble toma del Palacio de Justicia
en noviembre de 1985.
El fracaso del proceso de paz se acompaña entonces de una agrava­
ción de la guerra sucia que comienza a golpear a nuevos sectores
sociales. En agosto de 1987, la guerra sucia marca un giro en la lógica
de la violencia poi ítica y empieza a afectar a quienes sin tener vínculos
orgánicos con la izquierda, militan en la defensa de los derechos huma­
nos. El 25 de ese mes, son asesinados en Medellín el doctor Abad
Gómez, presidente del Comité de Defensa de los Derechos Humanos
de esa ciudad, y Leonardo Betancur Taborda, vicepresidente de esa
misma organización. Los dos fueron muertos cuando salían del velorio
del líder sindical y también militante de derechos humanos Luis Felipe
Vélez, quien había sido asesinado ese mismo día. El sucesor de Abad
Gómez en la Presidencia del Comité de Derechos Humanos, Luis
Fernando Vélez, será muerto por sicarios algunas semanas más tarde,
el 17 de diciembre de tal año. Por esa época se conoce de la existencia
de varias listas de amenazados y posibles víctimas de la guerra sucia.
La mayoría de quienes las integran no son militantes de izquierda sino
personalidades democráticas preocupadas por la agravación de la situa­
ción de violencia y la precariedad del derecho a la vida en el país.
Varios de ellos serán asesinados posteriormente o deberán exiliarse.
En síntesis, estamos pues en pleno imperio de la guerra sucia, la
cual tiende desde entonces a agravarse año tras año, en especial desde
la doble toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 y las FF.AA.
en noviembre de 1985.

e) Sectores victimizados

Desde el punto de vista de la extracción social, la guerra sucia ha


tendido a golpear sobre todo al campesinado y en segundo término a
la clase trabajadora urbana. Desde el punto de vista de la actividad

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia. legalidad y guerra sucia 119

pública se ha concentrado en los dirigentes populares, sindicalistas,


activistas políticos y educadores, aun cuando también afecta a los
sectores intelectuales y a los mismos funcionarios oficiales. Finalmente,
en cuanto a militancia política, se ha concentrado en los miembros de
la UP y antiguos guerrilleros amnistiados (Justicia y Paz). En eso la
guerra sucia ha modificado parcialmente los patrones de la represión
de los años setenta. La dominación en tal período parecía seguir la
siguiente lógica: en el campo se implementaban ya modalidades de
guerra sucia ­­casi un 50% de los asesinados eran campesinos­ mien­
tras que en la ciudad se recurría prioritariamente a la detención y
condena mediante legislación de excepción. En la actualidad la guerra
sucia no sólo ha aumentado en intensidad sino que se ha urbanizado
de forma creciente; si bien la mayoría de las víctimas siguen siendo
los campesinos, la guerra sucia empieza a golpear sectores que anterior­
mente no eran sus destinatarios preferenciales.

d) Guerrasucia y lucha guerrillera


La guerra sucia ha influido también en la violencia del enfrentamiento
entre la guerrilla y las FF.AA. En efecto, según los datos disponibles
de 1988, es sorprendente ver que el número de heridos de la guerrilla
durante los enfrentamientos con el Ejército fue de sólo 26 mientras
que el número de muertos se elevó a 565 ­aproximadamente 22
muertos por cada herido­­, lo cual parece indicar la existencia de una
estrategia de exterminio por parte de las fuerzas del orden en Colombia
puesto que en general se sabe que el número de heridos y capturados
en este tipo de enfrentamientos suele ser superior al número de bajas 23ª.
La anterior afirmación encuentra sustento además en denuncias pú­
blicas sobre la forma como las FF.AA. han adelantado operaciones de
contrainsurgencia en plena capital de la República, como en el caso
del Palacio de Justicia, en la cual se contabilizaron un centenar de
víctimas. Según las investigaciones posteriores, los magistrados murie­
ron por balas del Ejército, algunos guerrilleros fueron liquidados extra­
judicialmente después del combate y varios trabajadores y visitantes
del Palacio de Justicia se encuentran aún desaparecidos después que
fueron vistos salir de la edificación acompañados por el Ejército. Si
en plena capital de la República, bajo los ojos de la prensa del mundo
entero, a pocos metros del palacio presidencial y cuando está en juego

23a COMISIÓN ANDINA DE JURISTAS. VI Foro, 1988.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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120 Rodrigo Uprimny y Alfredo Yargas Castaño

la vida de los más altos funcionarios de la rama judicial, las FF.AA.


llevan a cabo operaciones de tal naturaleza, es lógico suponer que en
caso de enfrentamientos en regiones aisladas del país, los mandos
militares tendrán menores escrúpulos para respetar la vida de los cap­
turados.
Habría que señalar, además, que según algunas denuncias, muchos
de los muertos de esos enfrentamientos militares han sido en realidad
víctimas de la guerra sucia fusilados fuera de combate. Así el 14 de
enero de 1984, el Ejército informa que fueron dados de baja 8 guerri­
lleros; algunos días más tarde varios campesinos de la región denuncian
que en realidad se había tratado de una masacre". Esta práctica no es
nueva. En el Magdalena Medio, muchos de quienes en años anteriores
aparecían como "dados de baja en combate" habían sido detenidos por
el Ejército y muy probablemente ejecutados extrajudicialmente25•
Por su parte, la guerrilla ha modificado sus formas de acción. No
sólo parece haber aumentado su potencial militar sino que ha violado
repetidamente en su accionar el llamado "derecho humanitario" que
busca proteger a los no combatientes: la banalización del secuestro y
de la amenaza como forma de financiar las actividades guerrilleras, el
recurso a ejecuciones extrajudiciales y los atentados en los que resulta
involucrada la población civil, muestran una agudización de la violencia
guerrillera que acompaña la violencia de la represión oficial y parains­
titucional. Estos excesos de la guerrilla no sólo han legitimado las
reacciones paramilitares en ciertas zonas sino que, además, ponen en
evidencia la ruptura de las relaciones de respeto por la población civil
que en principio deberían guiar la acción insurgente. La polarización
social y política no puede sino verse reforzada y la lógica de las guerras
parece dominar el escenario· poi ítico y social.

e) El gobierno Barco: represión paraestatalmasiva y


revitalización del estado de sitio

A pesar de la agudización de la guerra sucia y de la violencia en


todas sus formas, las elecciones de 1986 parecen confirmar esa espe­
cificidad de la política colombiana señalada en la introducción: la
violencia no destruye la estabilidad institucional ni la continuidad elec­
toral. Virgilio Barco ­­candidato oficial del liberalismo­­ resulta ele­

24. E. SANTOS, Las guerras por la paz, CEREC, Bogotá, 1985, pp. 127­128.
25. G. L. ZAMORA, Los moradores de la represión, CINEP, Bogotá, 1987, p. 23.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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la palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 12 J

gido por una amplia mayoría, mientras los partidos tradicionales man­
tienen un monopolio electoral casi absoluto.
El nuevo gobierno modificó inicialmente la estrategia frente a la
violencia política. Si bien la tregua con las FARC se mantiene, las
negociaciones parecen pasar muy rápidamente a un segundo plano. El
gobierno busca dar un tratamiento más técnico ­si se quiere­ a la
violencia; se trata ante todo de eliminar los factores materiales y obje­
tivos generadores de la insatisfacción social y de la violencia política
a través de un programa (PNR) de inversiones sociales y en infraestruc­
tura (vías, hospitales, etc.), destinado a activar el desarrollo económico
de las regiones en conflicto. Esta nueva estrategia tiene lugar en un
contexto político caracterizado por los frecuentes enfrentamientos con
las guerrillas (las FARC incluidas, con las que se rompe parcialmente
la tregua en julio de 1987 a raíz de una emboscada de un convoy
militar en el Caquetá), las acusaciones mutuas de ruptura de los acuerdos
de paz, la formación temporal de una coordinadora guerrillera que
parece unificar la acción armada insurreccional, y un importante auge
de los movimientos sociales tanto campesinos como urbanos, a todo
lo largo de 1987 y 1988. En este nuevo contexto, la guerra sucia no
sólo se intensifica sino que experimenta también transformaciones cua­
litativas importantes: a partir de 1988 surge una nueva y terrible moda­
lidad: la masacre. Pero este gobierno se distingue también por un
intento de retorno al estado de sitio como forma preferencial de ejercicio
de la represión política. Y por último, pero no por ello menos impor­
tante, la guerra sucia comienza a golpear a los mismos funcionarios;
estatales encargados de investigarla.
En 1988, más de 600 personas fueron asesinadas en forma colectiva
y se cometieron más de 60 masacres, definidas éstas como la muerte
simultánea de cinco o más personas26• Esa nueva modalidad de asesinato
se generalizó en noviembre de 1987 cuando un grupo de sicarios dio
muerte a sangre fría a 8 militantes de la Juventud Comunista en su
sede en Medellín. Este asesinato colectivo encabezaba la lista de otras
masacres que iban a ocurrir en los meses siguientes: "La Negra" y
"Honduras", la Mejor Esquina, San Rafael, etc. La masacre más atroz
ocurre el l l de noviembre en Segovia, Antioquia ­­el primer municipio
en producción de oro en el país­, cuando un grupo de paramilitares
liquida a 43 personas, dejando a otras 53 heridas. Ese mismo municipio
minero ya había sufrido una masacre en 1983 cuando fueron asesinados
22 campesinos.

26. J. GIRALDO, op. cit., p. 43.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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122 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

Varios denominadores comunes resaltan de estas matanzas: los ase­


sinos tienen datos exactos de sus víctimas y se van del lugar de los
hechos sin prisa ni inconvenientes. Por otro lado, los retenes o la
presencia policial nunca los detectan; se instaura así el terror en la
población al igual que un mayor sentimiento de indefensión. Finalmen­
te, en muchas ocasiones las masacres están precedidas de operaciones
militares en los días previos.
En cuanto al estado de sitio, el gobierno de Barco parece querer
relegitimar la dominación basada en este mecanismo jurídico de excep­
ción. A partir de 1987, el gobierno busca consolidar una nueva juris­
dicción de orden público que sustituya en parte la justicia penal militar,
cuya aplicación a civiles fue declarada inexequible por la Corte Suprema
en tal año. Esa tendencia a fortalecer el estado de sitio se hace aún
más manifiesta a partir de 1988. En enero el gobierno expide un estatuto
llamado "en defensa de la democracia" (Decretos 180, 181, 182), el
cual reproduce en lo sustancial las normas del estatuto de seguridad
de Turbay Ayala; es más, algunas de sus disposiciones son mucho más
severas, como aquélla que restringe y vuelve prácticamente inoperante
el recurso de Habeas Corpus o la que autoriza a las autoridades militares
a realizar allanamientos sin orden judicial previa, esta última declarada
inexequible por la Corte. Luego, en el mes de febrero, el presidente
busca doblegar el control constitucional de la Corte Suprema mediante
mensajes televisivos en los cuales atribuye al formalismo de esa entidad
las dificultades del gobierno para controlar el orden público. Acto
seguido prosigue con la militarización del país a través de la creación
de una jefatura militar única para Urabá. Posteriormente impulsa una
reforma constitucional que si bien preveía Ja incorporación de impor­
tantes derechos humanos a la carta política, también buscaba hacer
más operativo y menos susceptible de reproches internacionales el
empleo del estado de sitio. En octubre, para hacer frente a un paro
nacional, censura la prensa, restringe las libertades sindicales ­vio­
lando así los pactos de la OIT suscritos por el Estado colombiano­
y, a raíz de un atentado guerrillero contra el ministro de Defensa,
establece la cadena perpetua, la cual será declarada inexequible por la
Corte Suprema de Justicia.
Esta revitalización del estado de sitio parece inscribirse en una "bús­
queda de un dominio apacible" y de una "arbitrariedad mesurada"
­según la expresión de Gustavo Gallón27-, como si el mismo gobierno
reconociese el peligro institucional que representa Ja extensión de la guerra

27. G. GALLÓN, "La arbitrariedad mesurada", mimeo, pp. \­2, Bogotá, \989.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 123

sucia. El régimen político colombiano busca entonces recuperar el mono­


polio de la represión y ganar legitimidad para el ejercicio de la misma.
Estas preocupaciones gubernamentales parecen tener fundamento ya
que la acción de los paramilitares ha empezado a tocar igualmente a
los funcionarios estatales encargados de la investigación de esos mismos
grupos. El miércoles 18 de enero de 1989, doce funcionarios judiciales
que debían realizar investigaciones sobre los grupos paramilitares son
masacrados en un caserío ­La Rochela­ del departamento de Santan­
der (Semana, enero 24/89). Algunas semanas antes, varios agentes del
DAS encargados de descubrir los responsables de algunas de las masa­
cres de Urabá también habían sido liquidados. El DAS (Departamento
Administrativo de Seguridad) es el único organismo secreto que es
independiente de las autoridades militares y ha logrado desactivar gru­
pos de sicarios ­­como "Los Priscos" y "Los Nachos"­ señalando
igualmente en informes confidenciales vínculos de algunas autoridades
militares con las masacres, aun cuando en público ha tendido a insistir
en la naturaleza esencialmente privada de la guerra sucia.
Todo parece indicar que la guerra sucia se extiende también a quienes
la investigan. Se empieza entonces a hablar en las propias esferas
gubernamentales de la existencia de una "subversión de extrema dere­
cha" debido a la autonomía creciente que parecen demostrar los orga­
nismos paramilitares. Su acción ya no sólo implica la violación de los
derechos humanos ­en especial del derecho a la vida­ sino que
parece también poner en peligro la estabilidad de la dominación política
al agravar Ja crisis institucional. Los representantes del poder político
reconocen que el abandono del monopolio de Ja violencia por parte de
las instituciones oficiales pone en peligro la permanencia misma del
Estado. En efecto, desde Hobbes se sabe que el Estado busca siempre
evitar la multiplicación de poderes privados y que su estabilidad de­
pende en gran parte del éxito en esta empresa. Esto es obvio, ya que
si el Estado se define ­según la conocida caracterización de Weber­
por el monopolio de la violencia legítima, entonces:
Esto significa que un poder coactivo, para ser considerado como
poder político, debe ser de un lado exclusivo, en el sentido de que
debe impedir (criminalizar o penalizar) el recurso de la fuerza por parte
de los sujetos no autorizados; de otro lado, debe ser legítimo, o con­
siderado tal, en el sentido de que debe ser reconocido como válido
bajo algún título, y por tanto aceptado por los subordinados'?".

28. BOYERO.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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124 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

La intensificación de la actividad de los grupos paramilitares ame­


naza así la misma estabilidad del régimen político, ya que tales grupos
parecen devenir un poder dentro del Estado que al menos regionalmente
lo sustituye en el ejercicio de la represión. En efecto, ¿qué es lo que
distingue a una vulgar banda de asesinos y ladrones del poder estatal?
Dejemos que sea una persona libre de toda sospecha, San Agustín,
quien nos responda a esa pregunta. Hablando de las bandas de ladrones,
señalaba el representante de la patrística:

"Desterrada la justicia, ¿qué son los reinos si no grandes piraterías?


Y las mismas piraterías, ¿qué son si no pequeños reinos? ( ... ) Si esta
compañía crece, recluta nuevos malhechores hasta enseñorearse de lu­
gares, fundar cuarteles, ocupar ciudades, subyugar pueblos, toma el
nombre de reino, título que le es conferido no porque haya disminuido
su codicia sino porque a ésta se agrega la impunidad" (La ciudad de
Dios, Libro IV, Cap. rv).
Tal vez esa sea la secreta ambición de los instigadores de la represión
parainstitucional, razón por la cual buscan conquistar a sangre y fuego
la impunidad para sus miembros. La toma de conciencia de esa ame­
naza, de la creciente crisis de legitimidad del régimen político y de la
involucración de sectores importantes de las FF.AA. en la guerra sucia
podrían explicar la tentativa del gobierno actual por revitalizar el estado
de sitio y controlar ­aun cuando en forma tímida­ los desmanes
militares. En síntesis, el gobierno de Barco, en especial en los últimos
dos años, se caracteriza por un intento de relegalizar y centralizar la
represión a través de los regímenes de excepción pero sin que haya
existido voluntad y eficacia reales para sancionar la guerra sucia que
continúa y se agrava. Se da, pues, una articulación de la represión
fundamentada en normas de excepción y la continuación de la campaña
de exterminio contra los opositores

O 1989: ¿Guerraal paramilitarismo?


Es dentro de este contexto que se inscriben las medidas del gobierno
de Barco destinadas en principio a controlar la actividad paramilitar.
En 1989, en el mes de abril, el ejecutivo reaccionó aparentemente en
contra de la guerra sucia. Varios grupos de sicarios fueron desarticula­
dos, se conformó un cuerpo de élite en la Policía Nacional destinado
a combatir los grupos de justicia privada y se expidieron varios decretos
de estado de sitio con el objeto de quitar en parte el piso legal a los

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 125

grupos de autodefensa. Igualmente, Ja "guerra a] narcotráfico" dec1a­


rada por el gobierno nacional en agosto de 1988, a raíz de la muerte
del precandidato presidencial Luis Carlos Galán, ha permitido desarti­
cular grupos armados de los carteles de la droga, los cuales se habían
visto involucrados ­­en alianza con autoridades militares regionales­
en masacres, desapariciones y asesinatos.
Este viraje gubernamental es importante pues des]egitima jurídica
y políticamente a los grupos paramilitares, rompiendo el anterior silen­
cio oficial en tomo a tales actividades, lo que había dado lugar a una
alianza tácita entre el gobierno y los paramilitares. Estas medidas,
tomadas varios años después de iniciada la guerra sucia y después del
asesinato y la desaparición de miles de personas, no se han acompañado
sin embargo de una efectiva depuración de las Fuerzas Armadas ni de
sanciones reales a los responsables de las violaciones de derechos
humanos. Las medidas parecen ser entonces más una respuesta a los
magnicidios perpetrados por los narcotraficantes y a los desafíos plan­
teados al gobierno por la creciente autonomía de los grupos paramili­
tares, que una estrategia destinada a asegurar plenamente la vigencia
de los derechos humanos. En el fondo, se buscaría reinstitucionalizar
la represión para mantener el principio de autoridad y la verticalidad
en el mando militar. De allí las ambigüedades gubernamentales: mien­
tras se golpea al narcoparamilitarismo y se desarticulan grupos de
sicarios en regiones precedentemente controladas por el narcotráfico
como el Magdalena Medio, la guerra sucia se sigue desarrollando en
otras zonas fuertemente militarizadas como Córdoba y Urabá, acompa­
ñada de operativos militares contra la guerrilla, que incluyen bombar­
deos masivos en zonas campesinas. Igualmente, mientras se da un
proceso de depuración importante en la Policía, mediante la margina­
ción del servicio de oficiales con vínculos con el narcotráfico, en el
Ejército ­mucho más implicado en actividades de guerra sucia­ eso
no parece ocurrir. Con excepción del llamado a calificar servicios del
coronel Bohórquez, comandante del batallón Bárbula de Puerto Boyacá
(región reconocida como laboratorio del narcoparamilitarismo) por sus
inocultables nexos con los escuadrones de la muerte, no­ha habido una
depuración efectiva de las Fuerzas Militares.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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126 Rodrigo Uprimny y A{fredo Vargas Castaño

FORMA Y GEOGRAFIA DE LA GUERRA SUCIA: MODALIDADES Y


MANIFESTACIONES DE LA REPRESION PARAINSTITUCIONAL

a) Guerrasucia y represión institucional

Las preguntas obvias que surgen del anterior análisis son las siguien­
tes: ¿Cuáles son las relaciones que existen entre los diversos "modelos
de represión"? O, formulada de otra manera, ¿cómo se articulan la
acción de las instituciones oficiales y las formas más privadas de
persecución política: acción de sicarios y grupos paramilitares? En
síntesis: ¿En qué consiste exactamente la "parainstitucionalidad" de
estas nuevas formas de represión política que se conocen como "guerra
sucia"?
Estos interrogantes ­­cuya solución es esencial para comprender la
lógica del desarrollo de la guerra sucia­ son empero de muy difícil
respuesta, dado que los escuadrones de la muerte buscan siempre crear
confusión en torno a su forma de actuación, ya sea porque se trata de
organizaciones efectivamente privadas que actúan en secreto para eludir
el enfrentamiento y burlar el control de las autoridades; ya sea porque
son organismos semioficiales o aun ­­como lo demuestra el informe
"Nunca más" de la Comisión Sábato sobre el caso argentino­ autori­
dades oficiales disfrazadas que buscan ocultar los lazos que los unen
a los aparatos estatales legales. En ambos casos el resultado es el
mismo: se siembra la confusión en torno a la forma de operación de
tales grupos con el fin de asegurar la impunidad y ­­cuando se trata
de organismos vinculados a las entidades oficiales­ eludir el reproche
de la opinión pública nacional e internacional y aumentar el sentimiento
de indefensión y terror de la población, acentuar su atomización y su
incertidumbre ante la dificultad de parte de las víctimas de identificar
a sus agresores. La lógica de este procedimiento ­­en especial en el
caso de las desapariciones­ recuerda el terror de la represión nazi en
los países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. En efecto,
el jefe de la Wermacht, mariscal Keitel, expidió en diciembre de 1941
una instrucción secreta conocida como el "decreto de noche y niebla'?".
Según tal orden, los opositores al régimen nazi debían ser desapareci­
dos, en la noche y en la niebla, sin dejar rastros y sin que ninguna

29. W. SHIRER, The rise and the fall of the Third Reich, pp. 956 y ss., Simon
and Shuster, Nueva York, 1960.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 127

información fuese dada a sus familiares y conocidos, con el fin de


sumirlos en la incertidumbre total sobre el paradero de la víctima. Se
trataba de eliminar sistemáticamente a los opositores políticos pero sin
que tal procedimiento permitiera la identificación de los victimarios ni
condujera a la creación de mártires.
Por esa razón, es muy difícil allegar pruebas directas y definitivas
sobre las modalidades de funcionamiento y la estructura de los grupos
paramilitares. Sin embargo, ciertos hechos que han llegado a ser de
público conocimiento así como la comparación internacional posibilitan
dar interpretaciones verosímiles al respecto. Eso es lo que intentaremos
hacer a continuación. Para ello comenzaremos por presentar los elemen­
tos que permiten inferir relaciones estrechas entre los grupos paramili­
tares y los miembros de las Fuerzas Armadas oficiales; luego .mostra­
remos la complejidad del panorama colombiano y la imposibilidad de
llegar a conclusiones simples y definitivas, para finalmente hacer una
tentativa de interpretación ­con base en los datos disponibles­ sobre
los diversos elementos que podrían conformar esa extrema derecha
que parece estar detrás del desarrollo de la guerra sucia.

b) Los posibles vínculos entre la guerra sucia y las Fuerzas Arma­


das

1. Vinculaciones directas

En ciertos casos se ha podido mostrar en forma directa la participa­


ción del estamento castrense -yaun de oficiales de alta graduación­
en torturas, desapariciones forzosas, ejecuciones extrajudiciales, masa­
cres y en la conformación de grupos paramilitares. Presentaremos al­
gunos de los casos más significativos en cada uno de estos puntos.
Serán explicaciones sucintas, puesto que la mayor parte de ellos están
ampliamente detallados en los diversos informes sobre la situación de
derechos humanos en Colombia (Amnistía Internacional, relatores y
grupos de trabajo de la ONU, Americas Watch, Wola, Comisión Andina
de Juristas, etc.).
El caso más sonado en lo que respecta a torturas fue el de la médica
Oiga López Jaramillo. Detenida por el Ejército en 1979 ­­durante la
ola de capturas masivas que siguió al robo de armas por parte del
M-19-- fue sometida a torturas y recluida durante más de dos años en
diversas dependencias militares. En 1985 el Consejo de Estado reconoce
la responsabilidad del Estado colombiano por los tratos crueles que se

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
128 Rodrigo Uptimny y Alfredo Vargas Castaño

infligieron a la citada profesional, ordena que la víctima sea indemni­


zada y compulsa copias para que se siga proceso criminal contra los
oficiales que eran responsables de la brigada militar respectiva (Juris­
prudencia y Doctrina, No. 164, 1985), entre los cuales figuraba el
general Vega Uribe, quien fue ulteriormente ministro de Defensa.
En materia de desapariciones forzadas, el 16 de septiembre de 198 8,
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró responsable
al Estado colombiano por el arresto, ejecución y desaparición de Luis
Fernando Lalinde, quien ­­conforme a diversos testimonios concordan­
tes30­ fue detenido por el Ejército el 3 de octubre de 1984 en la vereda
Verdum, del municipio Jardín en Antioquia. Fue públicamente tortu­
rado y.. después llevado en un camión militar. Nunca más se le volvió
a ver.
El anterior caso ­similar a muchos otros­ es significativo por
varios aspectos. En primer término muestra que en Colombia ­a
diferencia de lo que sucedió en países como Argentina­ es imposible
separar las desapariciones de las ejecuciones extrajudiciales. El análisis
demuestra que en Colombia las personas son ejecutadas a las pocas
horas o a los pocos días de efectuada la detención, después de haber
sido sometidas a violentas torturas. Si bien se conocen casos de reten­
ciones que han durado períodos más largos, y hay indicios de que
pueden existir algunos centros clandestinos de retención (Solidaridad,
marzo/89), todo indica que la mayoría de las desapariciones no son
más que ejecuciones diferidas. El grupo de trabajo de la ONU sobre
desapariciones forzadas, que realizó una visita a Colombia a fines de
1988, señalaba al respecto que "a diferencia de lo que ocurría en otros
países del continente, en Colombia la mayoría de las desapariciones
parecían terminar en un plazo bastante corto, con la eliminación de la
persona, que no era frecuente que se mantuviera a las personas en
centros de retención durante períodos largos y que el intervalo entre
la desaparición y el asesinato era muy corto":". En segundo término,
este caso muestra cómo las prácticas de guerra sucia se acompañan de
la creación de mecanismos generadores de impunidad y de terror en
la población: la forma como fue realizada la detención (sin dejar regis­
tros y de manera ilegal), el desplazamiento de Lalinde a zonas despo­
bladas, el "terror creado en la población civil testigo de los hechos
( ... ) fueron desplegados con el objetivo de asegurar la impunidad del

30. COLECTIVO DE ABOGADOS, op . cit. pp. 159 y SS.


3 l. tu«, p. 25.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 129

crimen"32• Igualmente el ocultamiento del cuerpo de la víctima, la


absolución por parte de los tribunales castrenses y el posterior ascenso
y condecoración de los oficiales comprometidos en los eventos muestra
la condescendencia ­si no es complicidad directa­ de los altos man­
dos militares con este tipo de acciones".
En lo que respecta a asesinatos selectivos, uno de los casos más
significativos fue el homicidio el 16 de agosto de 1987 de Alvaro
Garcés Parra, alcalde de la UP en Sabana de Torres, un municipio del
Magdalena Medio. En este hecho resultaron directamente comprome­
tidos un capitán y un mayor del servicio de inteligencia del batallón
Ricaurte en Bucaramanga. En efecto, uno de los sicarios fue muerto
y entre sus documentos se encontró un permiso para porte de armas
firmado el día anterior por uno de los citados oficiales. El otro oficial
canceló la cuenta hospitalaria del sicario herido. Algunas semanas más
tarde se conocieron públicamente las declaraciones de un paramilitar
arrepentido quien confesó ante la Procuraduría y en declaraciones he­
chas a Cromos que él hacía parte del grupo encargado de liquidar al
alcalde de la UP (Cromos, 22 de septiembre). Sus declaraciones son
importantes pues permiten conocer algo de la estructura y funciona­
miento de los grupos paramilitares que están directamente vinculados
a las FF.AA. Al parecer están formados muchas veces por reservistas
a sueldo ya que éstos tienen mentalidad y formación militar y el Ejército
no resulta directamente comprometido en caso de que las cosas salgan
mal. Tales grupos operan bajo el mando directo de oficiales de inteli­
gencia de diversas unidades, en general coordinados por el Batallón
de Inteligencia Charry Solano", con el fin de realizar liquidaciones
extrajudiciales. Muchas veces, los miembros de esos grupos pintan
consignas alusivas a organizaciones guerrilleras para aumentar la con­
fusión en la población.
También se ha podido mostrar la conexión más o menos directa de
autoridades militares a las masacres. Muchas de las matanzas se realizan
en regiones totalmente militarizadas, como el Urabá o el Magdalena
Medio, en cercanía de estaciones de policía o de batallones militares,

32. fbíd., pp. 189 y SS.


33. Para una amplia descripción de los mecanismos de impunidad ver la obra del
TRIBUNALPERMANENTEDE LOS PUEBLOS, Proceso a la Impunidad de los Crímenes
de Lesa Humanidad, 1989.
34. Sobre la estructura de estas unidades y SY amplia participación en hechos de
guerra sucia, ver igualmente las declaraciones rendidas ante Amnistía Internacional
y la Procuraduría General por RICARDO GóMEZ MAZUERA, antiguo miembro del F­2
y de inteligencia militar. Figuran en AMNISTÍA INTERNACIONAL, op . cit. 1989.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
130 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

sin que se registren enfrentamientos armados entre esos grupos y las


fuerzas armadas oficiales.
La masacre de Segovia ­por citar el ejemplo más impactante­
ocurrió a poca distancia del batallón militar Bomboná ­­­especializado
en contraguerrilla­ y del puesto de policía municipal. A pesar de que la
acción de los paramilitares duró aproximadamente una hora, ni la
Policía ni el Ejército reaccionaron (Semana, noviembre 15/88). Algunas
semanas más tarde, la juez sexta de orden público, encargada de inves­
tigar tales sucesos, acusó formalmente a los comandantes del batallón
y de la estación de policía y a otros dos oficiales no sólo por falta de
respuesta a la acción de los paramilitares sino también por posible
auxilio directo a los sicarios y por la realización de amenazas a la
población de tal municipio en los días que precedieron la masacre35•
Bien vale la pena recordar que un anterior comandante del mismo
batallón Bomboná había sido acusado de ser el responsable directo de
la anterior masacre en 198336• Cambian los oficiales pero la práctica
es idéntica.
De otro lado, según un informe confidencial del DAS que salió a la
luz pública (Semana, mayo 3/88), elementos del batallón militar Vol­
tígeros participaron en la identificación de supuestos miembros del
EPL, la mayoría de los cuales fueron liquidados, algunas semanas
después, en las masacres de las fincas bananeras "La Honduras" y "La
Negra", cerca a Currulao en Urabá, el 4 de marzo de 1988. Según ese
mismo documento, hay indicios de que algunos miembros del citado
batallón pudieron haber participado directamente en la masacre.
Igualmente se han señalado vinculaciones directas de miembros de
las FF.AA. y aun de autoridades civiles a grupos paramilitares y escua­
drones de la muerte. Ya desde 1983, la Procuraduría había denunciado
a varios militares como miembros del MAS. Posteriormente, numerosos
policías de Cali fueron destituidos por participar en grupos de "limpieza
social". El alcalde de Puerto Boyacá fue acusado formalmente de
patrocinar escuelas de formación de sicarios y en otros informes de la
Procuraduría se ha señalado la participación de mandos militares en
grupos de represión privada. Así, hablando del Magdalena Medio, el
Ministerio Público concluyó en abril de 1989 que si bien no se podía
probar que el Ejército directamente hubiera dirigido y entrenado a las
fuerzas paramilitares para asesinar y desaparecer líderes de la oposición,

35. El Espectador, febrero 14de 1989~ Revista Cien Días, No. 5, p. 13, CINEP.
36. El Tiempo, enero 24 de 1984; E. SANTOS C., op. cit., 1985. p. 129.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
la palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 131

era indudable que las autoridades militares de la II división y de la V


Brigada conocieron la existencia de tales grupos pero nada hicieron
para desenmascararlos.

2. Indicios que corroboran las anteriores consideraciones

Fuera de numerosos casos concretos como los anteriormente señala­


dos, hay además indicios que confirman la existencia de vínculos
importantes de amplios sectores de los cuerpos de seguridad con el
desarrollo de la guerra sucia.
En primer término, encontramos la impunidad de la casi totalidad
de tales crímenes y la sistemática oposición y obstaculización por parte
de las FF.AA. a que se adelanten investigaciones en tales materias. Los
tribunales castrenses no condenan nunca a los militares comprometidos
en tales prácticas, los cuales en general son ascendidos y condecorados.
Los casos abundan37• Se ha llegado al absurdo de que oficiales discipli­
nariamente destituidos por la Procuraduría por aparecer vinculados a
casos de torturas, desapariciones y asesinatos son simplemente trasla­
dados en vez de ser marginados del servicio (El Espectador, abril
4/89). La generalidad de tal situación muestra que no se trata de una
impunidad fortuita sino que indica que existe al menos una gran tole­
rancia de los altos mandos militares con respecto a este tipo de prácticas.
A lo anterior es necesario agregar la obstaculización, tanto de palabra
como de hecho, efectuada por los mandos castrenses al desarrollo de
investigaciones relacionadas con tales materias. La presencia de tales
obstaculizaciones por parte de las FF.AA. fue reconocida en 1989 por
el entonces director de Instrucción Criminal, quien declaró pública­
mente que las FF.AA. no le obedecían al presidente de la República y
que era necesario depurarlas pues había oficiales de bajo y medio rango
que toleraban y apoyaban los grupos de extrema derecha, señalando
igualmente varios casos concretos de obstrucción por parte de las
FF.AA.alas investigaciones judiciales sobre la guerra sucia (La Prensa,
enero 20/89; El Espectador, febrero 11/89).
En segundo término, un indicio muy grave de la posible connivencia
entre el Ejército y la represión clandestina es la facilidad con la que
operan los grupos paramilitares y las bandas de sicarios en regiones
fuertemente militarizadas. En tales zonas existen innumerables retenes

37. COLECTIVO DE ABOGADOS, op. cit. TRIBUNAL PERMANENTE DE LOS PUE-


BLOS. op. cit.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
132 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

militares, y en muchos casos la población está obligada a portar un


salvoconducto expedido y refrendado periódicamente por las autorida­
des castrenses que controlan además el transporte de alimentos y me­
dicamentos. Sin embargo, es precisamente en estas zonas ­­como el
Magdalena Medio, el piedemonte llanero, Córdoba y la región de
Urabá­ donde operan los grupos paramilitares sin que hasta abril de
1989 se hubiese registrado el primer enfrentamiento entre miembros
de las FF.AA. y bandas de sicarios. Este hecho parece confirmar la
existencia de alianzas funcionales entre tales grupos y las FF.AA., o al
menos la anuencia tácita de estas últimas a la acción de los paramilitares.
Finalmente, ciertas afirmaciones de los mandos militares ­sobre
todo las contenidas en textos de instrucción como los manuales de
contraguerrilla­ comparadas con el contenido de los comunicados y
declaraciones de los grupos paramilitares muestran la existencia de
importantes coincidencias ideológicas entre unos y otros. Así, el minis­
tro de Defensa ha reconocido que los grupos de autodefensa fueron
creados directamente por las FF.AA., mientras la existencia de tales
grupos era legal, es decir, al menos hasta abril de 1989 (El Espectador,
marzo 29/90). Por su parte, varias bandas paramilitares han señalado
en sus comunicados que cuentan con el apoyo de las FF.AA. institucio­
nales. Así, en declaraciones a la prensa, uno de los sindicados de ser
jefe de los paramilitares del Magdalena Medio afirmó que las armas
les fueron entregadas por los mandos castrenses ya que ellos son ver­
daderos hijos del Ejército, que fue el que en realidad los entrenó (La
Prensa, marzo 27/89). Igualmente, un panfleto del grupo "Muerte a
revolucionarios del Nordeste" señalaba que contaba con el "apoyo
militar de la Policía, del Ejército colombiano, del MAS y de ilustrísimos
hijos de la región que hoy ocupan altísimas posiciones en el gobier­
no":is.
Las anteriores consideraciones muestran que existen relaciones im­
portantes entre amplios sectores de las FF.AA. y el desarrollo de prác­
ticas de guerra sucia. Es imposible sostener que se trata únicamente
de algunos pocos elementos aislados que se exceden de manera ocasio­
nal en el ejercicio de sus funciones. En ciertas regiones se presentan
relaciones orgánicas y permanentes entre sectores de las FF.AA. y
grupos económicos locales en el desarroJio de ejecuciones extrajudicia­
les, masacres, etc. Ahora bien: ¿Significa esto que el Estado colombiano
en su conjunto y todas las FF.AA. están comprometidas en la guerra

38. AMNISTIA INTERNACIONAL, op . cir., 1988.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 133

sucia tal como sucedió en Argentina? No es evidente: el caso colom­


biano tiene sus propias especificidades, las cuales derivan de la natu­
raleza misma del régimen político ­su fraccionamiento interno, así
como el mantenimiento de ciertas estructuras legales­ y de la presencia
de un nuevo actor social, económico y político que modifica profundé­
mente el escenario: el narcotráfico. Eso es lo que estudi~ s,a con­
tinuación. ,, r: \. L s 4 ...

e) Represión parainstitucionaly violencia extralostituciona~


/
~ . ,,~ '
r ­ f I'\~·;; •
Si bien ­­como creemos haberlo mostrado­­ hay· indicios serios
sobre la participación de amplios sectores de las FF.AA. y del Estado
en prácticas de guerra sucia, también existen importantes elementos
que permiten inferir que la situación colombiana es mucho más com­
pleja que la de países como Argentina durante la época de la dictadura
militar. De una parte, existen efectivamente grupos privados ­muchas
veces ligados al narcotráfico y en alianza con poseedores tradiciona­
les­ que están detrás de muchos hechos de guerra sucia. Es decir, se
presenta una real privatización de la violencia y de la represión. En
segundo término, dentro del régimen político colombiano se presentan
contradicciones reales entre diferentes aparatos estatales y diversos
actores no sólo con respecto a la legitimidad de la represión parainsti­
tucional sino también sobre el sentido y orientación de la reestructura­
ción estatal en curso. Ejemplos de esto son las contradicciones entre
jueces y Procuraduría con las FF.AA.; o aun, dentro de los propios
organismos de seguridad, los conflictos que han enfrentado al DAS con
otros cuerpos armados. En tercer término, Colombia conoce una lucha
armada insurrecciona! de envergadura que aparece como telón de fondo
de las modificaciones de las formas de represión. La guerra sucia en
Colombia no es entonces esa cacería de toda forma de oposición polí­
tica, centralizada y directamente coordinada en las más altas esferas
gubernamentales, como sucedió en Argentina. Como vemos, Ja situa­
ción es bastante compleja, Jo cual justifica la realización de un análisis
un poco más detallado.
Existen de un lado "bandas de sicarios" relativamente independientes
que prestan sus servicios al mejor postor. Ligadas en parte pero no
exclusivamente a la economía ilegal ­al tráfico de esmeraldas y de
drogas­, estas bandas han ejecutado también muchos asesinatos polí­
ticos de gran impacto nacional. Algunas de ellas ­­como "Los Priscos",
"Los Nachos", "Los Quesitos", etc.­, son las responsables materiales

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
134 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castalio

de importantes magnicidios. Pero, están también detrás de numerosos


homicidios menores, sobre todo en las zonas urbanas, en donde forman
organizaciones juveniles de gran violencia que no necesariamente están
ligadas con el narcotráfico (Semana, 6­13, febrero 1990 y marzo 6 de
1990). La mayoría de estos asesinos a sueldo son jóvenes de 15 a 25
años que provienen de sectores populares y de clase media baja. En
Medellín, gran parte de los sicarios vienen de la Comuna Nororiental,
zona en donde existe una verdadera cultura del sicariato39•
Al lado de esos grupos de sicarios más o menos independientes y
vinculados sobre todo a la violencia urbana, se ha podido comprobar
la existencia de verdaderos ejércitos privados controlados por ciertos
sectores de la mafia y que operan fundamentalmente en zonas rurales.
En julio de 1988, un informe confidencial del DAS puso en evidencia
la existencia de tales organizaciones armadas en el Magdalena Medio.
Ellas cuentan con muy buena infraestructura, financiada por el narco­
tráfico, y operan con asesoría de mercenarios extranjeros y una estruc­
tura jerárquica militar. Esos grupos tienen lazos estrechos con autori­
dades civiles y militares de la localidad y se escudan bajo fachadas
como ACDEGAM (Asociación de Ganaderos del Magdalena Medio).
Estos ejércitos privados financiados por los empresarios de la droga
son utilizados no sólo como mecanismo militar de protección sino
también como instrumento esencial para una contrarreforma agraria;
en efecto, parte del dinero del narcotráfico ha sido reciclado a través
de la compra de tierras. Los ejércitos de la mafia sirven para expulsar
al campesinado de esas zonas donde opera una rápida concentración
de la propiedad en fa~or de los nuevos terratenientes mafiosos. En los
últimos años, la mafia ha invertido más de 5.000 millones de dólares
en finca raíz" y ha comprado más de un millón de hectáreas de las
mejores tierras agrícolas del. país (Semana, noviembre 29/88, No.
343 )41, especialmente en el Magdalena Medio, Córdoba, Urabá y los

39. El Tiempo, abril 9 de 1989.


40. El Espectador. noviembre 25 de 1988; y FEDELONJAS, "El sector inmobiliario
en la economía nacional", mimeo, Bogotá, 1988.
41. Al parecer estas compras se vuelven masivas y sistemáticas a partir del asesinato
de Lara Bonilla en 1984; ello significa un promedio anual de 250.000 hectáreas, cifra
que contrasta con la escasa capacidad redistributiva del Estado colombiano. En 25
años de reforma agraria, hasta 1988, el INCORA había entregado tan sólo 538. 505
hectáreas a 30.000 familias campesinas, un promedio anual de 25.000 hectáreas, en
general de tierras de regular calidad (J. C. QUINTERO, "Ultima ley de reforma agraria:

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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la palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 135

Llanos Orientales, regiones que han sido víctimas de la mayor parte


de las masacres.
En tercer término, se encuentran los grupos de autodefensa formados
bajo la dirección del Ejército por campesinos, terratenientes y capita­
listas agrarios tradicionales que los utilizan como mecanismos privados
de represión y control de la población, y como respuesta armada al
asedio guerrillero.
En cuarto término, existen los grupos paramilitares en sentido estric­
to, organizaciones vinculadas más estrechamente a ciertas autoridades
militares y que son similares a los "grupos de tareas" de la guerra sucia
argentina42•
Finalmente, es necesario también tomar en consideración los llama­
dos grupos de limpieza social, los cuales en nombre de la defensa del
orden y de las instituciones han liquidado en los últimos años a cente­
nares de mendigos, pequeños vendedores de drogas y delincuentes,
prostitutas, homosexuales, etc. "Entre enero y noviembre de 1985 se
contabilizaron en la ciudad de Cali 321 muertes producidas por orga­
nizaciones criminales de 'limpieza urbana' "43•
Como vemos, la situación es bastante compleja puesto que encontra­
mos diversos actores de la guerra sucia. Ahora bien: la distinción que
hemos hecho es puramente analítica con el fin de mostrar e intentar
comprender la complejidad de la situación colombiana; en la práctica
estos diversos elementos entran en complejas alianzas locales, regiona­
les y nacionales de tal suerte que en ocasiones esos actores terminan
confundiéndose. Ello explicaría la indiferenciación de las formas de
violencia en Colombia a la que hicimos referencia en la introducción.
Así, los sicarios pueden ser usados en asesinatos políticos; los grupos
de autodefensa entran en alianzas regionales con los ejércitos de la
mafia, a tal punto que actualmente resulta muchas veces imposible
distinguirlos; numerosos jefes militares y civiles locales actúan de
consuno con los grupos armados más privados; estructuras de los car­
teles han participado en operaciones de limpieza social, etc.

solución a los problemas del campo", en: ILSA. cu. CAJ, 1988. op. cit.,pág. 42. Eso
significa que en sólo 4 años, los empresarios de la droga adquirieron el doble de
tierras que el Estado colombiano en 25. Además, las tierras adquiridas por los "narco­
terratenientes" se han concentrado en las mejores zonas del país: en sólo Córdoba, se
estima que 300.000 les pertenecen. (Semana, No. 343, p. 35).
42. CoNADEP, Nunca más, Eudeba, Buenos Aires, 1987.
43. COMISIÓN DE ESTUDIOS SOBRE LA VIOLENCIA. op. cit., p. 68.

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136 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

d) Síntesis: el fraccionamiento del régimen político colombiano y


la constitución de una extremaderecha armada

¿Qué podemos concluir de lo anteriormente expuesto? Creemos que


a partir de estas consideraciones, únicamente podemos afirmar que la
guerra sucia en Colombia expresa la progresiva consolidación de una
poderosa y cambiante extrema derecha armada parainstitucional, en la
cual participan poseedores tradicionales, en especial pero no exclusiva­
mente terratenientes, importantes fracciones de la mafia y amplios
sectores de las FF.AA. y de los organismos de seguridad del Estado.
Consideramos que los elementos empíricos que se tienen en la actua­
lidad no permiten concluir que la guerra sucia haga parte de una estra­
tegia estatal global y sistemática de represión y exterminio dirigida
directamente por los altos mandos militares y por las esferas guberna­
mentales. Sin embargo, no es posible tampoco refutar de plano esa
tesis, ya que no resulta convincente la afirmación de que las vincula­
ciones a la guerra sucia afectan únicamente a ciertos elementos aislados
de las FF.AA. Ese "plan de intimidación y exterminio" ­­como lo
llamara el entonces procurador Serpa Uribe­ supone la presencia de
una organización "con una millonaria financiación que le permite sos­
tener en diferentes partes del país cuadrillas de desalmados bien arma­
dos a los que imparte instrucciones para que cometan deleznables
crímenes ... (las cuales) por la libertad con que operan tienen que contar
con protección y/o aquiescencia de influyentes sectores ciudadanos y
aun de algunas instancias de la autoridad" (El Tiempo, agosto 6/88).
En síntesis: las vinculaciones de las FF.AA. y de los organismos de
seguridad a la guerra sucia son más importantes de lo que el gobierno
está dispuesto a reconocer; en ciertas regiones como el Urabá o el
Magdalena Medio tales vínculos son amplios, casi orgánicos. Resulta
sin embargo discutible afirmar que la guerra sucia en Colombia haga
parte de una estrategia centralizada, directamente dirigida por las auto­
ridades civiles y los altos mandos militares, por más de que éstos hayan
mostrado una suerte de "complicidad estructural" fundada en la preo­
cupante tolerancia frente a los miembros de la institución directamente
comprometidos en tales prácticas. Coincidimos, pues, parcialmente
con las conclusiones de Americas Watch, que en su informe sobre la
situación colombiana, afirma:

"Creemos que la cooperación de los oficiales militares y policiales de


rango medio se encuentra muy extendida y es crucial en la violencia de los
grupos paramilitares. No creemos que se trate de un plan deliberado y

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 137

centralizado de los altos mandos de las FF.AA.; ( ... )Creemos sin embargo
que los altos mandos de las FF.AA.deliberadamente escudan y protegen a
los oficiales que directamente cooperan con los grupos paramilitares. ( ... )
Los casos en los cuales los oficiales se han visto envueltos con escuadrones
de la muerte no pueden ser dejados de lado calificándolos de esporádicos y
aislados, o que son la obra de individuos que actúan por su propia cuenta
por fuera de las estructuras de mando. Si ese fuera el caso, el alto mando
respondería imponiendo sanciones ejemplares contra los oficiales que coo­
peran con las fuerzas paramilitares't"

En tales circunstancias, si bien no se excluye que la vinculación de


los altos mandos militares y civiles a la guerra sucia sea más importante
de lo que hemos sugerido en estas líneas, los datos disponibles parecen
mostrar que esta forma de represión es expresión más de la complejidad
y el fraccionamiento extremo del régimen político colombiano que de
la existencia de una estrategia global dirigida directamente por el Mi­
nisterio de Defensa. Un régimen político no es una entidad homogénea;
es la configuración institucional de las fuerzas políticas y de las normas
de actuación que adopta una sociedad en un momento dado, y que
constituyen su forma peculiar de ejercicio del poder político. En tal
sentido, un régimen político expresa una condensación contradictoria
de fuerzas sociales y políticas en donde se expresan conflictos reales
entre diferentes proyectos y actores materializados en diversos aparatos.
Esto puede llevar en determinadas ocasiones a una suerte de fracciona­
miento del régimen, ya que los espacios del mismo pueden ser copados
por diversas fuerzas que son entonces portadores de proyectos diferen­
tes. En el caso colombiano se presenta un fraccionamiento extremo
del régimen, a tal punto que a veces se habla del carácter parcelado
del Estado; de allí que la guerra sucia no parezca recibir el respaldo
del Estado como un todo.
El mismo mantenimiento de las estructuras legales acentúa esa frag­
mentación al establecer controles jurídicos ­por precarios e ineficaces
que éstos sean­ que limitan el margen de acción institucional de ese
nuevo y complejo actor de extrema derecha, y lo llevan a asumir formas
parainstitucionales y relaciones complejas con las instancias oficiales.
Las contradicciones entre aparatos de Estado son así dramáticamente
reales en Colombia, como si el régimen político ­en su debilidad y
fraccionamiento­ sintetizara la complejidad de la guerra sucia. Es
­a nuestro parecer­ lo que algunos autores como Alain Tourraine

44. AMERICAS WATCH op. cit.,pp. 120­121.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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138 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castalio

buscan mostrar cuando hablan de la relativa indiferenciación en Amé­


rica Latina del Estado (principio de unidad social) y el sistema político
(terreno de representación de los intereses de los diversos grupos socia­
les). Según Tourraine,. "la política es el lugar de la pluralidad, de la
representación de intereses que son siempre, en ciertos aspectos, sec­
toriales, mientras que el Estado es el soberano al interior de las fronteras
políticas". Esa indiferenciación hace que el Estado no represente un
principio de unidad social sino que sea la expresión en bruto de intereses
sociales específicos. Si esa tendencia parece encontrarse en la mayoría
de los países latinoamericanos, ella es más acentuada en sociedades
como Colombia en donde, como lo señala Tourraine, la "idea misma
de Estado parece estar ausente?". De allí que en nuestro país ­y a
diferencia de otras naciones latinoamericanas como Brasil o México­
el Estado no parezca mostrar una gran autonomía frente a las fuerzas
sociales y a la sociedad civil debido a "la inexistencia de una clara
diferenciación entre lo público y lo privado, que se expresa en una
marcada privatización y fragmentación del poder?".
En tales circunstancias, la guerra sucia no parece ser entonces una
estrategia centralizada y dirigida directamente por el poder político
como un todo, sino una expresión contradictoria de la progresiva con­
solidación de ese poderoso actor de extrema derecha. Por ello, si bien
es indudable que el contexto internacional y la política norteamericana
favorecen el desarrollo de ese tipo de prácticas, no nos parece convin­
cente ­para el caso colombiano­ la tesis de que la guerra sucia en
nuestro país es una especie de "represión importada", según la cual la
violencia parainstitucional sería una simple manifestación local de la
estrategia americana de contrainsurgencia o de "guerra de baja intensi­
dad". Este análisis ­la contrapartida de la tesis que habla de la "sub­
versión importada" para explicar la lucha guerrillera­ es a nuestro
parecer insuficiente porque no permite comprender las especificidades
de la evolución política de Colombia.

e) Modalidades regionales y complejidad de esa nueva derecha

Ahora bien: esa poderosa derecha armada no debe ser pensada como
un actor homogéneo. Adquiere modalidades regionales particulares

45. A. TOURRAINE, op. cit., pp. 244­445.


46. F. GoNZÁLEZ, op. cii., Vol. n, p. 12.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 139

según la combinación local que se da entre los diversos elementos que


la componen ­­­empresarios de la droga reconvertidos en terratenientes,
poseedores tradicionales y elementos de las fuerzas oficiales­ y según
la problemática específica de cada espacio regional. Es posible, pues,
elaborar una cierta geografía de la guerra sucia y de la violencia en
Colombia con el fin de insistir en que ellas no son procesos homogéneos
en todo el territorio nacional debido a la diversidad de conflictos locales
que coexisten y se retroalimentan. Siguiendo los resultados de las
investigaciones de varios autores47, es posible distinguir diferentes re­
giones de conflicto armado ya que en Colombia "difícilmente puede
hablarse de una guerra civil generalizada. Hay una diversidad de 'gue­
rras­ locales' con diferentes procesos y dinámicas, que alternan sus
momentos de auge y se libran entre distintos adversarios, aliados o
enfrentados sucesivamente?". Esa segmentación territorial está íntima­
mente ligada a la fragmentación misma del régimen político colombia­
no. "En una sociedad donde las regiones y provincias tengan cierta
diferenciación, las manifestaciones del Estado, tomado en sentido am­
plio, tenderán a ser muy variadas regionalmente"49•
En ciertas regiones la guerra sucia y la violencia están ligadas en
lo fundamental al conflicto capital­trabajo, en el marco de un desarrollo
capitalista salvaje del agro; eso sucede en las plantaciones bananeras
de la región de Urabá, donde se desarrolló, en las últimas décadas,
una rápida colonización ligada a la consolidación de una economía de
enclave basada en la producción y exportación de banano. La crimina­
lización y represión del movimiento sindical es el principal elemento
de la violencia en esta región, lo cual explica la radicalización de los
obreros bananeros y el arraigo sindical del movimiento guerrillero en
la zona. Es, pues, un conflicto capital­trabajo agravado porque debido
a la presencia de bandas paramilitares "ambos actores se enfrentan
apoyados por aparatos armados'>". El conflicto se ha visto agudizado
por la creciente penetración del narcotráfico que ­­con su nuevo estatus
de terrateniente­ coloca todos sus recursos materiales y financieros
al servicio de la persecución del movimiento sindical y de las fuerzas
guerrilleras.

47. A. REYES, "Conflictos agrarios y luchas armadas en la Colombia contempo­


ránea: una visión geográfica", en: Análisis Político, No. 5, U. Nacional, Bogotá, 1988.
48. ANA M. BEJARANO, "La violencia regional y sus protagonistas", en: Análisis
Político, No. 4, Bogotá, 1988.
49. F. LEAL, op. cit., p. 50, 1984.
50. A. M. BEJARANO, op. cit., p. 51.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
140 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

En el piedemonte amazónico y en los Llanos Orientales, una zona


donde la colonización es igualmente importante, la violencia y la guerra
sucia asumen también sus especificidades. En esta región, en un inicio
se vivieron conflictos más "clásicos", si se quiere: la colonización
campesina proveniente de la región andina implicó el desplazamiento
y destrucción de las comunidades indígenas que estaban asentadas en
esos territorios; a su vez, los colonos se vieron expulsados por la
expansión del latifundio ganadero. Ese proceso ­­en sí ya suprema­
mente violento­ se ha visto agravado por la penetración del narcotrá­
fico en la última década. En los últimos años, la economía regional,
sobre todo en los frentes de colonización, se ha visto profundamente
influida por el cultivo de la mata de coca y por el procesamiento de
cocaína. La alta rentabilidad de esta actividad ha monetizado rápida
y traumáticamente la economía local, imprimiendo además nuevas
dosis de violencia a relaciones de por sí bastante conflictivas; No sólo
se trata de la naturaleza violenta inherente a la economía de la droga
sino también de la compra masiva de tierras por parte de la mafia en
la región, en especial en el departamento del Meta.
Sin embargo, el modelo regional de guerra sucia ha sido el Magda­
lena Medio, zona de colonización interior, en la cual la violencia estuvo
inicialmente ligada al clásico conflicto por la apropiación de la tierra
entre los campesinos, el capital extranjero y el latifundio ganadero.
La presencia de la guerrilla ­inicialmente el ELN y después las FARC-
ha sido importante y la región ha estado tradicionalmente militarizada.
La entrada del narcotráfico permitió el fortalecimiento de una reacción
armada terrateniente ­­en asocio con los mandos militares y civiles
regionales­ que ha desalojado parcialmente a la guerrilla, obligando
así mismo al éxodo a miles de campesinos· y permitiendo entonces un
proceso de recomposición de la propiedad rural en favor de los narco­
traficantes y los terratenientes. Esta reacción paramilitar se vio amplia­
mente favorecida por los excesos cometidos previamente por las FARC
contra los pequeños y medianos propietarios, en especial a partir de
1977 cuando el IV Frente es sustituido por el XI Frente, el cual aumentó
de manera considerable los secuestros y exigencias a los propietarios
(El Espectador, Magazín Dominical, julio 9/89, p. 16). Ello legitimó
socialmente la constitución de los grupos de autodefensa, luego trans­
formados en estructuras paramilitares. El Magdalena Medio deviene
así el "modelo" de la acción paramilitar: asocio de narcotraficantes,
militares y poseedores tradicionales para combatir la guerrilla, golpear
el movimiento campesino y popular, y expulsar a los pequeños propie­
tarios con el fin de consolidar una verdadera contrarreforma agraria.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 141

Los vínculos con las FF.AA. son estrechos, lo cual se manifiesta no


sólo por la facilidad con la que operan las bandas paramilitares en la
región, sino porque se ha comprobado que oficiales y suboficiales de
la policía local y del batallón Bárbula colaboran estrechamente con
tales grupos, por ejemplo, para la consecución de armas y la tramitación
de salvoconductos (Semana, abril 11/89). Además, se habla del repo­
blamiento de la zona por parte de elementos favorables a las nuevas
fuerzas paramilitares, los cuales pasan a ocupar parte de las tierras de
los campesinos desplazados y asesinados. Según denuncias de la ANUC
(Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), en agosto de 1988
unas 2.500 familias de la región tuvieron que abandonar sus tierras y
huir hacia zonas urbanas; en febrero de 1989 otras tres mil tuvieron
que hacer lo mismo (Cien Días, p. 13). Todo eso explica la proliferación
de bandas paramilitares en la región y la existencia de numerosos
centros de formación de asesinos a sueldo, así como la legitimación
del paramilitarismo en la región.
Podríamos continuar señalando otras especificidades regionales so­
bre la violencia y la guerra sucia en Colombia, mostrando la diversidad
local de los enfrentamientos: los conflictos ligados a la apropiación de
la renta petrolera (Arauca, Putumayo, Barranca) o minera (La Guajira),
aquellos en los cuales el elemento étnico puede ser determinante, la
relación entre el latifundio y el narcoparamilitarismo en Córdoba, otras
zonas ligadas al tráfico de esmeraldas (occidente boyacense), etc. Sin
embargo, tan sólo queríamos presentar esa geografía de la violencia
y la guerra sucia para señalar que estos procesos no afectan de igual
manera todo el territorio.

f) Limitaciones del enfoque regional

Ahora bien: aun cuando es necesario tener en cuenta las particulari­


dades locales, se debe ir más allá de la perspectiva puramente regional.
A diferencia de la violencia de los años cincuenta, en la cual los
conflictos locales eran relativamente más autónomos, hoy en día las
violencias se interfieren mutuamente, no sólo porque las regiones están
más intercomunicadas que antaño sino también porque existen en la
actualidad actores nacionales constituidos que son portadores de proyec­
tos globales y se enfrentan en diversos espacios regionales. Así, los
carteles de la droga tienen la capacidad de golpear a todo lo ancho y
largo del territorio nacional; las FF.AA. son actores nacionales aunque
su actuación asume modalidades particulares a nivel regional; las gue­

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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Bogotá D.C., Colombia:
142 Rodrigo Uprimnv y Alfredo Vargas Castaño

rrillas ­­en especial las FARC- tienen también presencia en gran parte
del territorio a pesar de la gran autonomía de cada uno de sus frentes.
Por tal razón, los conflictos regionales no son manifestación exclusiva
de las contradicciones de la localidad, puesto que se ven profundamente
afectados por la dinámica global de la sociedad colombiana. Un ejemplo
trágico y sencillo muestra con claridad lo que hemos afirmado. Las
investigaciones de la juez segunda de orden público han mostrado que
varias matanzas de Urabá (en las fincas "La Honduras", "La Negra"
y Punta Coquitos) y de Córdoba (en Mejor Esquina) fueron efectuadas
por grupos paramilitares provenientes del Magdalena Medio, entrena­
dos en esa región o en los Llanos Orientales, financiados por los
empresarios de la droga y con la tolerancia de las autoridades regionales.
(Cien Días, marzo/89, p. 13). Eso significa que en muchas ocasiones
los grupos de sicarios se desplazan centenares de kilómetros para rea­
lizar sus operativos. Pueden provenir de una región, ser entrenados en
otra diversa, y cometer asesinatos en otro lugar. Así, el DAS descubrió
una escuela de sicarios en Güicán, al oriente de Boyacá, financiada
por esmeralderos y traficantes de droga del occidente de Boyacá y del
Magdalena Medio. Los asesinos formados en este centro podrían haber
participado en masacres cometidas en la Costa Atlántica (La Prensa,
abril 8/89, p. 11).
Por tal motivo, en el análisis de la guerra sucia y de la violencia en
Colombia ­y también en la búsqueda de estrategias para hacerle
frente­ se debe tener en cuenta simultáneamente las perspectivas regio­
nal y nacional. Es más, aun cuando los conflictos locales determinan
problemáticas diversas, creemos que sólo situándose en el plano nacio­
nal es posible tratar de hacer una interpretación verosímil de los factores
que han determinado el surgimiento y evolución de la guerra sucia en
Colombia. Eso es lo que intentaremos hacer en el siguiente punto.

UN INTENTO DE INTERPRET ACION

La guerra sucia en Colombia ­al igual que todo proceso histórico­­


no es únicamente una consecuencia pasiva de las modificaciones estruc­
turales o la simple acumulación de hechos y conductas de los diferentes
actores; es un resultado complejo de las prácticas y estrategias de los
diversos sujetos dentro de un contexto histórico determinado, el cual
condiciona el sentido y la eficacia de tales prácticas y es a su vez
modificado por las mismas. Comprender e interpretar la guerra sucia
es entonces precisar el contexto en el cual ésta se realiza y las prácticas

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 143

sociales y políticas de las cuales surge. En este artículo, sin embargo,


presentaremos tan sólo las modificaciones estructurales en las que se
inscribe el desarrollo reciente de la guerra sucia, limitándonos a hacer
unas consideraciones generales sobre las estrategias de los principales
actores sociales y políticos. Hemos hecho ese énfasis en las modifica­
ciones estructurales por cuanto creemos que ese puede ser el aporte
de nuestra interpretación, ya que en general los estudios sobre la guerra
sucia han subestimado la trascendencia de esas modificaciones, centrán­
dose en realizar la sociología de los actores inmersos en el conflicto.
Nuestra hipótesis general de interpretación es simple: Ja guerra sucia
es una expresión de las dificultades del régimen político colombiano
a inicios de los ochenta: éstas derivan de una doble crisis de hegemonía,
en el sentido que Poulantzas da a estos términos51: crisis de hegemonía
del bloque tradicional en el poder con respecto a las clases subordinadas
por el agotamiento relativo de los mecanismos tradicionales de domi­
nación; crisis de hegemonía dentro del mismo bloque en el poder por
la presencia de los empresarios de la droga, una poderosa nueva fracción
dominante que no logra tener la expresión política y social que corres­
ponde a su poder económico y militar. Se trata de dos procesos de
debilitamiento hegemónico que consideramos necesario distinguir ana­
líticamente, aun cuando en la realidad se interfieran en forma mutua
y sus manifestaciones concretas se recubran parcialmente. Por ello
estudiaremos en principio el agotamiento de la dominación tradicional
para luego entrar a analizar la incidencia del narcotráfico en el desarrollo
de la represión parainstitucional y la violencia política. Esta doble
crisis de hegemonía, debido a sus especificidades y por las caracterís­
ticas propias al régimen político colombiano, asume como rasgo domi­

51. El doble concepto de hegemonía es tomado de POULANTZAS (op. cit., pp.


173 y ss.; pp. 307 y ss.). Es de un lado la constitución del interés de las clases
dominantes en "interés general"; es igualmente "el dominio particular de una de las
clases o fracciones dominantes respecto de las otras clases o fracciones dominantes
de una formación social capitalista". Si de un lado la hegemonía hace referencia a las
prácticas de las clases dominantes destinadas a conseguir el consentimiento activo de
las clases subalternas, de otro lado la hegemonía expresa el rol predominante de una
clase o fracción de clase al interior del bloque en el poder: "La clase o fracción
hegemónica constituye en efecto el elemento dominante de la unidad contradictoria
de las clases o fracciones políticamente 'dominantes' que forman parte del bloque en
el poder". De allí que sea pertinente hablar de una doble crisis de hegemonía y
distinguirlas analíticamente.

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Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
144 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

nante el desarrollo de formas parainstitucionales52, entre las cuales se


destaca la parainstitucionalidad represiva o guerra sucia. La "guerra
sucia", como trataremos de mostrarlo, es entonces una respuesta com­
pleja a esa doble crisis de hegemonía, la cual pone en evidencia al
mismo tiempo la flexibilidad y rigidez del régimen político colombiano,
su fraccionamiento y su asombrosa estabilidad. Es dentro de ese con­
texto que consideramos que se deben estudiar las recomposiciones y
complejas alianzas entre los diferentes actores sociales y políticos.

a) La crisis de la dominación tradicional

Durante las últimas décadas, Colombia ha experimentado transfor­


maciones importantes a nivel social y cultural que han llevado a algunos
autores a decir que el país ha conocido en tales años una serie de
"revoluciones silenciosas" (Pecaut). Nos referiremos brevemente a ellas
puesto que no se trata de profundizar en el estudio de la evolución
social y política reciente de Colombia, sino de mostrar que el análisis
de esos cambios estructurales es necesario para comprender la lógica
de la guerra sucia en el país.

1. Modificaciones socioculturales y crisis de la dominación política


tradicional"

Creemos que el primer aspecto a tener en cuenta es el agotamiento


relativo de los mecanismos tradicionales de dominación, basados en
el control clientelista y patrimonial de la población por medio del
bipartidismo. Si bien los partidos liberal y conservador siguen contro­
lando el escenario electoral, es indudable que han perdido la hegemonía
que antaño tuvieron sobre la población, como lo demuestra la aparición
de importantes sectores sociales y la eclosión de movimientos cívicos
que no se identifican con el bipartidismo. Durante muchos años, la
estabilidad de las excluyentes instituciones colombianas se debió a la

52. F. ROJAS y V. M. MONCAYO, op. cit., p. 247; y G. PALACIO, "Colombia:


una paz amarga", E/Jaliciense, Guadalajara, pp. A­3 y A­4, 18 de noviembre, 1985.
53. Para un desarrollo sistemático de este punto y de la influencia del clientelismo
y de las estructuras patrimoniales de dominación tanto en la estabilidad como en la
crisis del régimen político colombiano, ver RODRIGO UPRIMNY, op. cit., l 989b.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 145

eficacia de esos mecanismos tradicionales de dominación. El desarrollo


capitalista y la construcción del Estado colombiano han sido una "mo­
dernización conservadora", según la expresión de Barrington Moore;
la industrialización capitalista no se dio a través de una ruptura revo­
lucionaria sino por medio de una alianza entre los sectores terratenientes
y una burguesía débil y en constitución. Las élites rurales conservaron
así gran parte de su poder político sin que la penetración del capitalismo
implicase una transformación profunda de las formas políticas prece­
dentes. Se constituyó entonces un Estado neopatrimonial basado en un
eficaz control clientelista de la población que no sólo dio una gran
estabilidad a la dominación política en Colombia, sino que además
explica en gran parte la fragmentación del poder político y la escasa
autonomía del Estado frente a las fuerzas sociales. Sin embargo, en
períodos recientes todo parece indicar que el clientelismo ha entrado
en crisis profunda. ¿Qué elementos determinaron tal proceso poniendo
así en peligro la estabilidad política en Colombia? Eso es lo que
intentaremos responder a continuación.
Creemos que lo esencial para comprender ese proceso es tener pre­
sente que el clientelismo y los mecanismos tradicionales de dominación
suponen la presencia de un contexto ideológico y social determinado.
Y tanto el uno como el otro parecen haberse profundamente transfor­
mado en las últimas décadas.
Desde el punto de vista ideológico, vale la pena señalar tres grandes
mutaciones que han alterado la dinámica política en Colombia. En
primer término, el debilitamiento acelerado de la racionalidad sectaria
en el enfrentamiento partidista a causa del "Frente Nacional". Con
razón insiste Francisco Leal en señalar que la paridad y la alternación
­­como consecuencias del pacto constitucional del Frente Nacional­
"rompieron la racionalidad sectaria de la tradicional ideología de per­
tenencia a cada partido. Hasta la víspera, el enemigo irreconciliable
había sido todo aquél que perteneciera al partido contrario; ahora, no
sólo se convivía con él en las oficinas, sino que hasta se le daba el
voto para el cargo más codiciado por cada partido: la Presidencia de
la República">. Esta "despolitización bipartidista" ­­como la llama
Leal­ implicó la erosión de la racionalidad sectaria y de las lealtades
adscripticias sobre las cuales reposaba gran parte de la estabilidad de
la dominación política tradicional.

54. F. LEAL, op. cit., p. 145.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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146 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

En segundo término, es necesario destacar el debilitamiento del


poder ideológico de la Iglesia, manifestado en hechos aparentemente
nimios pero de gran significado, como la generalización del control
de natalidad, a pesar de la prohibición expresa de las autoridades
eclesiásticas. Esa secularización relativa de la sociedad colombiana,
verdadera revolución silenciosa, es un acontecimiento de gran trascen­
dencia puesto que la Iglesia era una de las bases de la estabilidad social.
Finalmente, destaquemos también la profundidad de la "revolución
educativa" que Colombia experimentó en estas dos últimas décadas,
la cual ha provocado un alto grado de escolarización de la población.
Según Planeación Nacional, "durante los últimos veinticinco años, el
número de matriculados en primaria se triplicó, en secundaria se sex­
tuplicó y en educación superior aumentó .doce veces". Y, a nivel de
post­secundaria, "la tasa de escolarización pasó de 4.4% en 1970 a
18 .4% en 1986"55•
La combinación de esos tres factores ha minado el contexto ideoló­
gico de los mecanismos tradicionales de dominación puesto que ha
eliminado las bases que legitimaban la división partidista y conferían
una apariencia natural a las desigualdades sociales. De un lado, la
revolución educativa y la relativa secularización política desestabiliza­
ron el marco ideológico precedente, puesto que pusieron en tela de
juicio la rigidez de las jerarquías sociales; éstas no podrían reposar ya
en diferencias de capacidad y de instrucción o en consideraciones
religiosas, como se pudo pretender en otras épocas. De otra parte, el
discurso sectario que permitía justificar el intercambio político tradicio­
nal entra en crisis, y de esa manera las prácticas que antaño se consi­
deraban como favores del patrón que implicaban lealtad, empiezan a
ser vistas como corrupción o ­­en el mejor de los casos­ como algo
muy cercano al intercambio mercantil, como puede ser la venta directa
del voto, en donde simplemente se atribuye un valor económico a un
derecho político. "Las gratificaciones emocionales partidistas fueron
trocándose por la búsqueda de algún favor burocrático o económico
como condición de fidelidad partidista":".
El debilitamiento del contexto ideológico del intercambio clientelista
afecta profundamente su eficacia como mecanismo de control social,
puesto que la lealtad de las clases subordinadas reposa de manera
creciente en consideraciones puramente utilitarias. Y una dominación

55. lbíd., pp. 96 y 105.


56. iu«, p. 148.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 147

que reposa esencialmente en el interés, en motivos puramente materia­


les, es una relación relativamente frágil, ya sea porque tiende a evolu­
cionar hacia modelos crecientemente mercantiles de intercambio polí­
tico o porque termina favoreciendo la formación de lealtades de clase,
dando así una autonomía elevada a los movimientos populares.
El contexto socieconómico también ha conocido transformaciones
importantes, entre las cuales las esenciales parecen haber sido la ver­
tiginosa urbanización y la profundización del desarrollo capitalista tanto
en el campo como en la ciudad. Si en 1951 el 61 % de la población
era rural y el 39% urbano, para 1985 la relación es inversa. Este éxodo
rural es aún más acentuado si tenemos en cuenta que en el campo la
tasa de natalidad es todavía bastante elevada mientras que en la ciudad
ha caído considerablemente. De otra parte, en estas últimas décadas
se acentúa la penetración capitalista en el campo y el desarrollo indus­
trial a pesar de la crisis que conoce este sector a partir de mediados
de los años setenta. En tales circunstancias, si la dominación tradicional
reposaba en gran parte en el aislamiento de las clases subalternas y en
una racionalización capitalista incompleta, parece lógico suponer que
la profundización del desarrollo capitalista y la urbanización creciente
tienden a disminuir el aislamiento de los sectores populares y a fortalecer
la articulación de movimientos sociales que minan aún más la eficacia
de las redes tradicionales de dominación. Eso se manifiesta de una
parte en el abstencionismo creciente y en la incertidumbre electoral
relativa que empieza a caracterizar a las grandes ciudades, sobre todo
en lo que respecta a las elecciones presidenciales. Resulta sintomático
además que la creciente crisis de los mecanismos tradicionales de
control social esté acompañada ­­durante todo el curso de los años
setenta­ de lo que autores como Luis Alberto Restrepo llaman "el
protagonismo político de los movimientos sociales", que expresa la
consolidación de formas de actuar de las clases subalternas que progre­
sivamente escapan al control de las redes clientelistas de los partidos
tradicionales. En efecto, como bien lo señala este autor, "la clienteli­
zación de las clases subalternas latinoamericanas, con todas sus secuelas
antidemocráticas, tiene su fundamento en la ausencia de organizaciones
propias, políticamente autónomas, capaces de representar sus intereses
en el espacio de lo público"57• En esas condiciones, la consolidación
de los movimientos sociales no sólo expresa el agotamiento de los

57. L. A. RESTREPO, "Los movimientos sociales, la democracia y el socialismo",


en: Análisis Político.No. 5, p. 64, U. Nacional, Bogotá, 1988.

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148 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

mecanismos de dominación tradicionales sino que señala además una


vía de solución democrática y antiautoritaria de la actual crisis institu­
cional.
¿Qué efectos puede tener ese fenómeno dentro del panorama político
colombiano y de qué manera puede explicar la guerra sucia? Creemos
que ese agotamiento relativo de los mecanismos tradicionales de domi­
nación es la tela de fondo de la guerra sucia; la crisis de dominación
se ha traducido en un acentuamiento de la violencia institucional y
parainstitucional. Los sectores dominantes buscan reconstituir por me­
dio del terror las redes de dominio en crisis, creando las condiciones
para la situación de guerra que vive el país. La relación entre crisis
del clientelismo y de los mecanismos tradicionales de dominación con
el aumento de la represión y el terror con el fin de desmovilizar violen­
tamente a los sectores populares es uno de los elementos esenciales
para comprender la actual coyuntura. La ausencia de alternativas polí­
ticas tiende a fortalecer las posibilidades de esta "resolución" violenta
de los conflictos, de suerte que la guerra tiende a dominar el resto de
lógicas sociales.

2. Permanencia de las desigualdades sociales y obstrucción a la


participación política

De otra parte, la crisis de la dominación tradicional no estuvo acom­


pañada de un proceso efectivo de democratización social y política y
de un aumento de la capacidad distributiva y de regulación del Estado
colombiano. La legitimidad tradicional no se vio sustituida por una
nueva legitimidad basada en el desarrollo de prácticas democráticas.
Toda una serie de conflictos sociales de larga data (conflictos de
tierras, carácter excluyente del desarrollo, condiciones de miseria de
gran parte de la población, etc.), lejos de haberse resuelto tendieron
a acentuarse y a adquirir formas más agudas en los últimos años. Si
en la década del sesenta hubo algunos intentos tímidos de llevar a cabo
algunas reformas a través de una mayor intervención estatal, esas
tentativas fueron canceladas durante los años setenta. Así la vacilante
reforma agraria iniciada en los años sesenta fue abandonada en 1973
mediante el llamado Pacto de Chicoral entre los terratenientes y el
gobierno y la represión del movimiento campesino; el problema del
acceso del campesinado a la tierra no fue resuelto. Según el CEGA, en
1984 el 62.4% de los propietarios tenía apenas el 5.1 % de la superficie
mientras que, en el otro extremo, el 1.6% de los propietarios disponía

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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 149

del 40% de la tierra. Con un coeficiente de Gini de 0.82. Colombia


tiene una de "las estructuras agrarias con más alta concentración de la
propiedad entre los países de América Latina, y además una de las
que presenta menos cambios en las últimas décadas?". Igualmente el
movimiento sindical fue golpeado con dureza y desde finales de los
años sesenta hasta 1977 los salarios reales de los obreros se redujeron.
Finalmente, la adopción de políticas neoJiberales en la década del
setenta ­aun cuando no tan radicales como las del Cono Sur­ acabaron
por limitar aún más la de por sí débil capacidad distributiva, de regu­
lación económica y de mediación social del Estado colombiano. No
sólo los problemas sociales no fueron resueltos ­la estructura de
tenencia de la tierra no fue alterada, la pobreza no fue eliminada,
etc.­, sino que además se crearon nuevos desequilibrios económicos
y sociales.
Si durante esos años no hubo democratización social y económica
efectiva, tampoco se favoreció la participación política de las nuevas
fuerzas sociales, la cual fue en muchos aspectos obstaculizada. Ya
hablamos de la persecución del movimiento obrero y campesino a
través de la militarización de muchas zonas rurales y del recurso al
estado de sitio para el control de la protesta urbana. A eso hay que
agregar la restricción a la participación de nuevas fuerzas políticas
debido al pacto del Frente Nacional que establecía el monopolio bipar­
tidista del aparato estatal. En tales condiciones, la permanencia de los
problemas sociales y la crisis de los mecanismos tradicionales de do­
minación tiende a fortalecer la protesta social de las clases subalternas.
Esta no encuentra salidas políticas institucionales debido al carácter
restringido de la democracia colombiana y a la escasa capacidad media­
dora del Estado y asume entonces formas extrainstitucionales; no es,
pues, extraño que a partir de mediados de los años setenta renazca la
violencia social y política y se fortalezca nuevamente el movimiento
guerrillero. En efecto, como bien lo ha señalado Hannah Arendt, la
violencia está muchas veces ligada al sentimiento de rabia, el cual no
es una consecuencia pasiva y automática frente a la miseria o al sufri­
miento como tales. "Nadie reacciona con rabia ante una enfermedad
incurable, ante un terremoto o, por lo que nos concierne, ante condi­
ciones sociales que parecen incambiables. La rabia sólo brota allí donde
existen razones para sospechar que podrían modificarse esas condicio­
nes y no se modifican. Sólo reaccionamos con rabia cuando es ofendido

58. CEGA, op. cit., pp. 11-12.

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150 Rodrigo Uprimny y Alfredo Yargus Castaño

nuestro sentido de la justicia". La permanencia de las situaciones de


desigualdad, una vez erosionados los mecanismos que la legitimaban,
explicaría entonces el fortalecimiento de los movimientos cívicos de
protesta por fuera del bipartidismo y el auge de la lucha guerrillera
desde finales de la década del setenta. Ello explicaría la aparente
paradoja señalada por el SER y por FEDESARROLLO (Coyuntura Social,
No. 1) de que la violencia en Colombia se agudiza en momentos en
los cuales hay una relativa mejora ­aun cuando no sustancial­ de
la distribución del ingreso.
Por su parte, el bloque en el poder ­una vez que abandona sus
veleidades reformistas­ tiende a aumentar la represión en todas sus
formas. De esa manera vemos cómo un mismo proceso global =­crisis
de dominación acompañada de la permanencia de los problemas sociales
y de la obstrucción a la participación política­ permite explicar no
sólo el renacer de la violencia, sino también su diversidad de manifes­
taciones regionales. En efecto, los problemas locales son diferentes.
Las estrategias violentas locales buscan entonces "resolver" en forma
semiprivada en cada región problemas socioeconómicos específicos.
Sin embargo, el anterior análisis es aun incompleto. La crisis de
legitimidad de los mecanismos tradicionales de dominación permite
explicar que los problemas sociales no resueltos tomen la forma de
conflicto social abierto; a su vez, la referencia a las restricciones a la
participación social y poi ítica de las nuevas fuerzas sociales nos da
elementos para comprender la mutación del conflicto social en violen­
cia. Sin embargo, es necesario comprender por qué esa violencia asume
creoienternente la forma de guerra y se presenta una tal proliferación
de violencias y una relativa indiferenciación de las mismas. Para ello
es necesario comprender la influencia de dos mutaciones estructurales
que han alterado el escenario de la lucha social en Colombia y contri­
buido aún más a la fragmentación del régimen político. La penetración
de la ideología de la seguridad nacional y la creciente autonomía del
estamento castrense, de un lado; la conformación de una poderosa
economía subterránea basada en el tráfico de drogas, la cual ha deter­
minado una importante reestructuración económica, así como la apari­
ción de nuevos personajes: unas mafias poderosas y nuevos elementos
humanos para la violencia: los grupos de sicarios.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 151

3. La creciente autonomía del estamento militar y la penetración de


la ideología de la seguridad nacional

Directamente relacionado con el anterior proceso, debemos tomar


en consideración la penetración de la ideología de la seguridad nacional
durante el Frente Nacional y en especial durante los años setenta. Este
proceso afectó no sólo a los cuerpos armados, sino también a amplias
capas de la sociedad civil, y estuvo acompañado de una creciente
autonomía del estamento militar en el manejo de los asuntos de orden
público. No nos referiremos en forma ·extensa a la ideología de la
seguridad nacional, la cual ha sido analizada en forma sistemática por
otros autores59• Lo que nos interesa destacar es que esta mutación
ideológica confiere al manejo de los problemas sociales un sentido
militar. El opositor político es visto como el enemigo interno dentro
del marco de una confrontación geopolítica permanente contra el comu­
nismo. "Estrictamente hablando, por consiguiente, no existe oposición
política. Los factores internos adversos son vistos como fuerzas anta­
gónicas, que deben ser militarmente eliminadas cuando adquieran la
forma de oposición activa de los actos de gobierno"?', La política es
vista ­parafraseando a Clausewitz­ como la guerra continuada por
otros medios. Y, como bien lo señala Lechner:

"Los conflictos devienen guerra cuando el ser de un sujeto depende


de que el otro sujeto no sea ... La lucha se transforma en una guerra de
vida o muerte. Cada sujeto extrae su 'razón de ser' de la muerte del
otro. Las relaciones sociales quedan así reducidas a un solo límite
clasificatorio: amigo o enemigo. El enemigo es muerto o desapareci­
do"6•.

Ese nuevo contexto ideológico fortalece entonces la tendencia a


resolver militarmente ­por medio del terror, la violencia y el aniqui­
lamiento del enemigo interno­­ el problema social y las diferentes
manifestaciones de protesta popular, las cuales han tendido a ser impor­
tantes debido al agotamiento mismo de los mecanismos tradicionales
de dominación y a la no resolución de numerosos problemas sociales.

59. G. GALLÓN, op. cit., 1983; J. TAPIA, "La doctrina de la seguridad nacional
y el rol político de las Fuerzas Armadas", en Juan Carlos Rubinstein (comp.), El Estado
periférico latinoamericano, Eudeba­Tercer Mundo, Bogotá, 1989; y F. LEAL, op. cit.
60. J. TAPIA, op. cit., p. 247.
61. N. LECHNER, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado,
FLACSO, Santiago, 1984. p. 145.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
152 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

Si el desgaste de la legitimidad de la dominación tradicional explica


el fortalecimiento de los movimientos de protesta social; el nuevo
contexto ideológico y la creciente autonomía militar permiten compren­
der que esa protesta sea sistemáticamente criminalizada y la participa­
ción poi ítica restringida. La autonomía de este ejército formado de
manera creciente en la doctrina de la seguridad nacional es cada vez
más notoria a partir de mediados de los años setenta (Gallón, Leal) y
coincide con un proceso de despolitización bipartidista del estamento
castrense a todo lo largo del Frente Nacional; se desarrolla así una
ideología militar autónoma conforme no a la división bipartidista tra­
dicional sino a los conceptos estratégicos de la seguridad nacional.
Esto es importante puesto que ­­como lo ha mostrado Francisco Leal
y contrariamente a las afirmaciones usuales­ en Colombia no son el
profesionalismo y la neutralidad política del estamento castrense lo
que explica la ausencia histórica de intervención militar; por el contra­
rio, la politización bipartidista de los integrantes de las Fuerzas Armadas
es la razón de ser de su bajo perfil político y "posibilitó la tradicional
estabilidad institucional, al subordinarse los militares al régimen polí­
tico bipartidista"62• La despolitización bipartidista del estamento cas­
trense, y su creciente autonomía en el manejo del orden público con
criterios de seguridad nacional, constituyen un elemento central para
explicar la tendencia al fortalecimiento autoritario del Estado durante
el gobierno de Turbay, así como para comprender la "complicidad
estructural" de las Fuerzas Armadas en el desarrollo de la guerra sucia
como forma de represión parainstitucional.

4. Entre el autoritarismo institucional y la represión paraestatal

Las anteriores modificaciones estructurales nos permiten comprender


parcialmente la dinámica del cambio de las modalidades de represión
( cf supra l) y situar la lógica de los actores en conflicto durante tales
períodos. Hasta 1982 se favoreció el refinamiento de los mecanismos
represivos institucionales para hacer frente a la erosión de la lealtad
de las clases subalternas: fortalecimiento de las FF.AA. ,medidas de
excepción cada vez más severas, etc. Esta estrategia provocó la agudi­
zación de la crisis de legitimidad del régimen y el fortalecimiento
político y militar de las guerrillas, en especial del M­19 que se convierte
en actor político de primer orden aJ saber captar e] descontento popular.

62. F. LEAL, op. cit., p. 24.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 153

La política de paz del gobierno Betancur busca reconquistar esa legi­


timidad perdida, al romper con la estrategia represiva precedente y
buscar una solución negociada con las guerrillas. "En ello, por lo
demás, no derrochaba una generosidad innecesaria: no hacía otra cosa
que hacerle frente a la grave crisis de legitimidad a la que había llegado
el régimen"63• Las resistencias de las FF.AA., y de muchos sectores
gremiales, así como las propias debilidades y contradicciones del go­
bierno y las guerrillas -y aun la descomposición del accionar de estas
últimas=>' hicieron fracasar esas negociaciones, poniendo nuevamente
las estrategias militares a la orden del día. El nuevo contexto llevó a
que esa solución militar tomara de manera creciente vías parainstitucio­
nales puesto que la amnistía y los acuerdos con los grupos guerrilleros
quitaron piso legal y político a la anterior estrategia represiva. Se pasó
así al imperio de la represión paraestatal.
Dentro de ese contexto estructural, la guerra sucia aparece claramente
como una tentativa de evitar la incorporación social y política de las
fuerzas insurgentes por parte de esta nueva derecha armada cuya com­
posición tratamos de determinar con anterioridad65• Si11 embargo: ¿Por
qué inicialmente esa represión toma vías parainstitucionales y no asume
formas de dictadura militar abierta como en otros países? ¿Por qué
ella no implica un retomo puro y simple al modelo autoritario de una
dominación basada en mecanismos de excepción? La respuesta no es
fácil, pues en este proceso inciden múltiples factores: contexto interna­
cional, reticencias y estrategias de los diversos actores en conflicto,
temor a provocar el acentuamiento de la lucha insurrecciona}, etc. Sin
disminuir la importancia de esos aspectos, quisiéramos poner de relieve
un elemento que nos sigue pareciendo central: el carácter fraccionado
del régimen político colombiano y su escasa autonomía frente a las
fuerzas sociales. En efecto, una de las razones de la estabilidad política
colombiana, en especial durante el Frente Nacional, ha sido la "repar­
tición del Estado entre agentes dominantes", la cual buscaba evitar
conflictos dentro de los sectores en el poder, asegurando "a los más
poderosos contendores sociales el control de una determinada parcela

63. s. RAMÍREZ y L. RESTREPO, Actores en conflicto por la paz, CINEP­ S.XXI,


1988.
64. Para una presentación detallada y aguda de las estrategias de los diversos
actores de esta confrontación (las guerrillas, las FF.AA., los gremios, el gobierno,
etc.), en especial durante el proceso de paz de Betancur, ver la citada obra de RAMÍREZ
y RESTREPO.
65. Cfr. lnfra II.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
154 Rodrigo Uprimnv y Alfredo Vargas Castalio

estatal: la administración pública a los partidos liberal y conservador,


la economía a los gremios empresariales en forma diferenciada según
su peso, y el orden público a los militares?": De allí la insistencia de
algunos en la importancia de las "conversaciones entre caballeros"
(Wilde) en la dinámica política y la tentación de llamar a Colombia
una "democracia de socios" (Hartlyn), denominación equívoca esta
última pues exagera el contenido popular y democrático del Estado
colombiano y subestima su carácter excluyente. Convendría mejor
hablar de un "autoritarismo de socios" para señalar esa "armadura
corporativa de la democracia representativa colombiana"?". Lo cierto
es que este fraccionamiento explica en parte el carácter contradictorio
de las estrategias de control político y la posible reticencia a utilizar
una estrategia global riesgosa como el golpe militar: en efecto, la
coexistencia de las negociaciones políticas y la guerra sucia no sería
sino la acentuación de ese carácter fragmentado del régimen político
y de la privatización de las estructuras de poder en nuestro país. Esos
fenómenos se ven acentuados por la presencia de la economía de droga
y las profundas recomposiciones sociales y políticas que ella provocó.

b) Narcotráfico y guerrasucia

La presencia de una muy poderosa economía ilegal basada en la


producción y comercialización de marihuana ­­en un inicio­­ y sobre
todo de cocaína en la actualidad es la otra modificación estructural
que nos parece importante para comprender la lógica del desarrollo de
la guerra sucia. Para evaluar ese impacto del narcotráfico nos interro­
garemos primero sobre su naturaleza como proceso social, luego vere­
mos en forma breve su evolución para finalmente reflexionar sobre
sus consecuencias políticas y las articulaciones de los diferentes actores
en conflicto".

1. Economía del narcotráfico

Es necesario considerar al narcotráfico como una producción y co­


mercialización de bienes y servicios ilegales, que podría caracterizarse

66. G. GALLÓN, op. cit., p. 2, 1989.


67. S. RAMÍREZ y L. RESTREPO, op. cit., p. 36.
68. En este punto nos hemos servido mucho del texto de la COMISIÓN ANDINA
DEJURISTAS. "Relatoría sobre el narcotráfico en Colombia", mimeo, Bogotá, 1990.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 155

como "capitalismo mafioso" o "empresa mafiosa", o aun producción


mercantil gangsteril69• Ello significa que en el análisis del narcotráfico
es necesario siempre tomar en consideración los dos aspectos: el carácter
mercantil y capitalista del narcotráfico, de un lado; su ilegalidad, del
otro. En efecto, aun cuando sea gangsteril, una forma de criminalidad
organizada, la economía de droga no deja de ser mercantil y está
sometida a los imperativos de valorización propios a toda circulación
mercantil. La marihuana y la cocaína son mercancías que a pesar de
su ilegalidad no dejan por ello de estar sujetas a las leyes económicas
del capitalismo. Sin embargo, el narcotráfico no es una producción
mercantil común. No es, pues, el narcotráfico una fracción ordinaria
del capital ya que su ilegalidad determina una distorsión de los precios
en relación con los costos de producción que permite la existencia de
una tasa de ganancia considerable, combinada con un riesgo potencial
importante de la actividad.
La dinámica del narcotráfico está entonces ligada a la apropiación
de una forma de renta extraordinaria, la cual deriva de la ilegalidad
misma de la actividad". Esta ilegalidad opera como una barrera que
impide una movilidad libre del capital y permite la creación de rentas
extraordinarias, las cuales pueden ser asimiladas a una especie de
impuesto de facto recolectado no por las instituciones oficiales sino
por los empresarios de la droga", una suerte de "agente fiscal ilícito
sobre prácticas ilegales?".
El carácter ilegal de esa renta dificulta evaluar su impacto económico.
Sin embargo, se ha podido demostrar que ella es considerable para

69. PINO ARLACCHI, La mafia imprenditrice. L' Etica mafiosa e Lo spiritu del
capitalismo, ll Mulino, Bolonia, 1983; y S. KALMANOVITZ, "La economía del nar­
cotráfico en Colombia", en: Economía Colombiana, Bogotá, 1990.
70. UPRIMNY, op. cit., l989a.
71. NADELMANN, op. cit.
72. En este punto reside la paradoja esencial de la represión del tráfico de drogas,
mientras se mantenga un alto consumo de las mismas. La prohibición genera un
conjunto de ilegalismos a partir de los cuales se consolida una criminalidad organizada.
Como dice FoucAULT, "la existencia de una prohibición legal crea en tomo suyo un
campo de prácticas ilegales sobre el cual se llega a ejercer un control y a obtener un
provecho ilícito por el enlace de elementos, ilegalistas ellos también, pero que su
organización en delincuencia ha vuelto manejables. La delincuencia es un instrumento
para administrar y explotar los ilegalismos" (La verdad y las formas jurídicas, Gedisa,
Barcelona, 1973. p. 285). A su vez, la presencia de esta delincuencia se muestra
como una nueva justificación para la represión del narcotráfico. Así, se pretende
destruir los carteles fortaleciendo la represión y la prohibición cuando estas organiza­
ciones son producto de tal prohibición.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
­­­­­­­­ - ­­­ ­­­­ ­­­­
156 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

Colombia (de 1.000 a 2.000 millones de dólares, según diversas esti­


maciones) con diferentes variaciones anuales. Así, en años de bonanza
como 1982 el ingreso por narcotráfico pudo superar los 2.000 millones
de dólares, llegando a representar un 6% del PIB, mientras que en años
de dificultades, como 1985, pudo estar por debajo de los mil millones,
representando entonces un 2% del PIB. Para 1979, por sólo citar un
año, un estudio establecía que los ingresos por exportaciones ilegales
habrían sido del orden de los 3 .000 millones de dólares mientras que
para ese mismo año las exportaciones legales debidamente registradas
fueron de 3. 900 millones de dólares73•
La presencia de este capitalismo mafioso ha provocado una reestruc­
turación económica traumática y un modelo de acumulación de gran
violencia, así como el surgimiento de un nuevo actor económico, social
y ­ahora­ político, la mafia, que _ha transformado profundamente
la dinámica de la sociedad colombiana.
Sus articulaciones con la economía legal han modificado profunda­
mente las relaciones intersectoriales; las rentas externas provenientes
de la droga provocaron en los años setenta el desarrollo de una economía
de renta que minó la hegemonía de la burguesía industrial, que era
uno de los pilares de la estabilidad política colombiana. En efecto,
sabemos gracias a los análisis sobre las economías petroleras que los
efectos de las nuevas rentas provenientes de productos del sector pri­
mario sobre la estructura industrial y sobre la modernización de la
agricultura son ambivalentes. Si de un lado pueden estimular el creci­
miento industrial y la modernización porque permiten la compra de
bienes de capital necesarios al proceso de acumulación, de otro lado
las nuevas rentas pueden obstaculizar la modernización agrícola e in­
dustrial a través de una serie de "efectos perversos" bastante estudiados
que conducen a la llamada "paradoja Kuwait": las nuevas rentas pro­
vocan importaciones masivas ­legales o ilegales­ que compiten exi­
tosamente con la agricultura y la industria locales. De otro lado, las
políticas económicas destinadas a controlar las presiones inflacionarias
mediante una restricción de la oferta monetaria tienden a sobrevaluar
la moneda local; se obstaculiza el desarrollo de las nuevas exportaciones
que disminuyen entonces su participación en la balanza comercial. En
general, se produce una involución de las actividades productivas en
beneficio de la especulación financiera. Además, las finanzas estatales
también empiezan a basarse cada vez más sobre tales rentas. De esa

73. H. Ruiz y J. LóPEZ. "Exportaciones clandestinas, economía subterránea y


las perspectivas del sector externo", mimeo, Medellín, 1980.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 157

manera, el conjunto de la economía empieza a depender crecientemente


del mantenimiento del flujo de rentas.
De 1974 a 1980 la economía colombiana tiene una evolución similar
a ésta que acabamos de describir; las políticas de estabilización del
gobierno de López (1974­1978) para hacer frente a la bonanza cafetera
y al inicio de la bonanza marimbera determinaron la sobrevaluación
del peso, aumentaron las tasas de interés y la dependencia de las
finanzas públicas con respecto a las rentas externas. En efecto, de 1974
a 1982 el peso se revalúa en un 30%; las tasas de interés pasan de 6%
en 1966 a 36% en 1980; el presupuesto depende cada vez más del
manejo de las reservas internacionales y del volumen del comercio
exterior, debido a la creciente importancia de la Cuenta Especial de
Cambios. Igualmente la liberación de las importaciones y el aumento
del contrabando a partir de la segunda mitad de la década del setenta
golpean la industria nacional. Durante el gobierno de Turbay los dere­
chos aduaneros sobre los bienes de consumo pasan del 85% en 1973
al 35% en 1980. Las importaciones de bienes manufacturados suben
de 1.400 millones de dólares en 1974 a 4.800 millones en 1982; el
coeficiente de importación global de la economía colombiana subió
entre 1975 y 1982 del 12.3% al 17.4%, Si en 1974 las importaciones
representaban un 22% de la producción industrial, en 1982 ese porcen­
taje se elevaría al 30% y al 39% si tomamos en cuenta la sobrevaluación
del peso. Eso significa entonces que en solo 7 años la industria nacional
perdió 20% del mercado interno por la competencia de las solas impor­
taciones legales, a lo cual habría que agregar el fuerte aumento del
contrabando durante tal período; éste representaría 40% del consumo
dé cigarrillos, 80% de las compras de equipos de sonido y videos y
en general del 10 al 27% del mercado interno industrial". Por último,
la elevación de las tasas de interés afectó fuertemente la rentabilidad
industrial, canalizando gran parte de los capitales hacia actividades
especulativas. Es, pues, posible concluir que durante tal período se
consolida entonces una economía rentística especulativa basada esen­
cialmente en el dinamismo de las actividades de intermediación y en
la permanencia de las rentas externas.
Es necesario, empero, precisar dos cosas: de una parte, es evidente
que la crisis industrial no fue totalmente determinada por los factores
que hemos descrito. Tuvo también otros determinantes más profundos
ya que fue resultado también de varios años de pérdida de productividad
­y por ende de competitividad internacional­ de la industria colom­

74. UPRIMNY, op . cit., 1989b. pp.126 y SS.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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15R Rodrigo Uprimnv y Alfredo Vargas Castaño

biana75• De otro lado, es necesario evitar creer que el desarrollo de


nuevas rentas debía conducir fatalmente a la consolidación de una
economía rentística especulativa; ella fue posible debido a la naturaleza
misma de esas rentas (su carácter privado y/o ilegal), a las modalidades
de intervención pública y a las poi íticas económicas de orientación
neoliberal de los gobiernos de López y de Turbay. En efecto, la renta
proveniente de la droga es ilegal, oculta y privada; por eso difícilmente
puede ser canalizada por las autoridades públicas hacia actividades
directamente productivas, razón por la cual los narcodólares tienen
potencialmente efectos más rentísticos que otros tipos de rentas. Sin
embargo, aun rentas de ese tipo pueden financiar las actividades indus­
triales; parece ser ­aun cuando es difícil tener evidencia empírica
confiable al respecto­­ que las rentas del narcotráfico podrían haber
influido notablemente en la modernización y la reactivación de tal
sector a partir de la administración Betancur y gracias a las diversas
amnistías tributarias. Igualmente, los dineros de la droga han contri­
buido a la modernización de muchas explotaciones agropecuarias, por
ejemplo en el departamento de Córdoba, en donde introdujeron inno­
vaciones tecnológicas importantes en los cultivos comerciales. Este
departamento es la "zona de violencia con mayor incremento en produc­
tividad y producción agrícola"?". Esto derivaría de que parte del capital
de la droga busca insertarse en circuitos más seguros de acumulación
con el fin de evitar la represión nacional e internacional. La economía
de droga ­si bien tiene una altísima tasa de rentabilidad debido a la
distorsión entre precios de venta y costos de producción a causa de la
ilegalidad misma de este proceso económico­­ es también una actividad
de alto riesgo, por lo cual una de las estrategias de las fracciones
individuales del capital gangsteril es la de legalizarse. Como bien lo
señala Kalrnanovitz", esta estrategia de largo plazo "hace que la ren­
tabilidad inmediata no sea tenida en cuenta"; en tales circunstancias,
el capital del narcotráfico para adquirir una apariencia más respetable
hace inversiones en las últimas tecnologías, tomándose entonces sec­
tores importantes de la industria nacional y alterando de paso la forma­
ción de una tasa de ganancia sana en la industria y en la agricultura

75. G. MISAS, "Acumulación y crisis", en: Cuadernos de Economía, No. 8,


Universidad Nacional, Bogotá, 1985.
76. M. ROMERO, "Córdoba: latifundio y narcotráfico", en: Documentos ocasiona­
les, CINEP, Bogotá, 1989.
77. S. KALMANOVITZ, "Economía subterránea y reestructuración industrial", en:
Solidaridad, No. 60, 1988b.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 159

comercial, lo cual tiene efectos traumáticos sobre la dinámica de las


industrias no vincularlas directa o indirectamente al tráfico de drogas.

2. Narcotráfico y guerra sucia

Una vez precisados ciertos rasgos esenciales de lo que podríamos


llamar la economía política del narcotráfico, podemos tratar de analizar
su impacto en la violencia y la represión parainstitucional. En efecto,
nos parece que detrás de la guerra sucia hay una tentativa de reinserción
parcial y violenta de Colombia en la economía mundial a través del
tráfico de droga, reinserción problemática puesto que el carácter ilegal
de esta producción mercantil le confiere una naturaleza específica tanto
a nivel nacional como internacional. Gran parte de la violencia en
Colombia deriva entonces de esa especie de reinserción imposible pero
efectiva del país en la división internacional del trabajo, a través de
la aceptación y al mismo tiempo rechazo del narcotráfico: aceptación,
pues el dinero de la droga irriga todo el tejido social y contribuye al
dinamismo económico de la sociedad colombiana, sobre todo a nivel
regional pues a nivel macroeconómico vimos que sus efectos son am­
bivalentes y pueden dar lugar a la consolidación de una economía
rentística; rechazo porque esta nueva fracción hegemónica no logra
insertarse ni social ni políticamente en la sociedad colombiana, razón
por la cual recurre a estrategias violentas con el fin de abrirse espacios
sociales, geográficos y políticos. A través de esa inserción territorial,
los empresarios de la droga no sólo sustituyeron parcialmente a las
élites tradicionales en ciertas regiones sino que además lograron, en
forma indirecta, un reconocimiento político al cohesionar parcialmente
un proyecto militar de contrainsurgencia.
La legitimación territorial ­y por consiguiente la reconversión de
muchos empresarios de la droga en terratenientes­, en especial a
partir de la muerte de Rodrigo Lara en 1984, constituye un elemento
central de la agudización de la guerra sucia y del establecimiento de
complejas y cambiantes alianzas regionales. Así, muchas de las masa­
cres campesinas parecen estar ligadas a esta reestructuración económica
por medio de una contrarreforma agraria ligada a la penetración de los
capitales provenientes de la droga al sector agrario. Esta compra masiva
de tierras parece responder no sólo a una mecánica clásica de lavado
de dólares sino que se inscribe también en una estrategia de búsqueda
de seguridad militar y de legitimación social. El narcotráfico no es
sólo una forma extraordinaria de acumulación; es también una economía

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160 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

en guerra, en la cual las consideraciones de estrategia militar y de


consolidación de bases políticas territoriales tienen un peso importante.
Las grandes haciendas en el Meta, en el Magdalena Medio, en Córdoba
y en Urabá constituyen no sólo inversiones rentables y de gran liquidez
sino también centros de refugio militar para los grandes traficantes,
regiones de consolidación política así como campos de entrenamiento
de los grupos paramilitares. El reciclaje de los capitales del narcotráfico
a través de la vía terrateniente configura así una alianza entre la mafia,
sectores militares que ven en los empresarios de la droga poderosos
aliados en la lucha contrainsurgente y las capas más retardatarias de
la clase terrateniente, alianza que constituye una de las más graves
amenazas para los derechos humanos en nuestro país. Es lo que algunos
llaman con razón la amenaza del "narcopararnilitarismo" (El Especta­
dor, marzo 5/89).
Sin embargo, esa explicación no es suficiente pues el paramilitarismo
no es una tendencia ineludible como estrategia de incorporación de los
empresarios de la droga como lo demuestran las diferencias al interior
mismo de esta burguesía gangsteril, y en especial la naturaleza más
violenta del Cartel de Medellín con respecto al de Cali. Así, el carácter
más abierto del Cartel de Medellín con respecto al de Cali, la crisis
local de hegemonía de los sectores tradicionales en Medellín, mucho
más acentuada que en Cali, región que conoce además un movimiento
campesino menos poderoso, pueden explicar que este Cartel tuviera
menos inclinaciones a vincularse a actividades paramilitares (Camacho,
1989). Los dos carteles desarrollarían entonces estrategias diferentes
para legitimarse social y poi íticamente, lo cual ­junto con conflictos
por el control de ciertos mercados (competencia armada)­ explicaría
la actual guerra entre ellos. Los de Cali, buscarían insertarse en una
estructura social más estable, en la cual las élites tradicionales conservan
su hegemonía; los de Medellín, parecen basar su estrategia en una
inserción territorial (sobre todo después de 1984, cuando el asesinato
del ministro de Justicia, Lara Bonilla, les cerró temporalmente otras
formas de incorporación social y política), mediante compras masivas
de tierras en diferentes regiones del país, pero sobre todo en zonas
como el Magdalena Medio, Córdoba, o los Llanos Orientales. Estas
compras configuran un dominio territorial relativamente sistemático,
como que podría tratar de establecer un corredor de propiedades entre
las costas de Urabá y Córdoba y los Territorios Nacionales, pasando
por el Valle del Sinú y San Jorge, el Bajo Cauca, el Magdalena Medio,
el norte de Cundinamarca, el occidente de Boyacá y el piedemonte
llanero (Romero, op. cit., p. 16). Es esta conversión de los narcotra­

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia Jó/

ficantes en terratenientes, a través de una verdadera contrarreforma


agraria, la que provocó la vinculación masiva de estos sectores a las
actividades paramilitares y a la guerra sucia en diferentes regiones del
país.
En estas violencias del narcotráfico es necesario, pues, distinguir
aquella que está dirigida a los ajustes internos de cuentas (violencia
intra o intermafias, que podríamos llamar también formas de competen­
cia armada), la desarrollada contra funcionarios estatales y, finalmente,
la que enfrenta a quienes pretenden cambiar el orden social, puesto
que la mafia a pesar de su ilegalidad (y por consiguiente, de sus
eventuales conflictos con las autoridades oficiales) tiene una naturaleza
esencialmente conservadora. Así, al lado de los ajustes de cuentas y
del "narcoterrorismo" (mucho más espectacular y en primer plano) y
que tiende a enfrentar a las mafias con los funcionarios estatales, se
desarrolla un "narcoparamilitarismo" (más discreto y silencioso pero
mucho más salvaje) para amedrentar y aniquilar los movimientos po­
pulares y reivindicativos.
Es, pues, dentro de ese juego de violencias cruzadas y contradiccio­
nes cambiantes que se han desarrollado diferentes alianzas regionales
y nacionales, muchas veces bastante paradójicas. Ellas explican una
parte considerable de los procesos de recomposición social y espacial
provocados por la presencia del narcotráfico. Para ello es necesario
reflexionar sobre la naturaleza social de los empresarios de la droga y
sus implicaciones sobre la dinámica política.

3. Naturaleza social de la mafia e implicaciones sobre la dinámica


política

En ese orden de ideas, si la fuente de acumulación de los empresarios


de la droga proviene de una renta extraordinaria derivada de la ilegalidad
de la producción y comercialización de la marihuana en un inicio y
de la cocaína posteriormente, ello quiere decir que es necesario carac­
terizar a la mafia como una burguesía sui generis: burguesía gangsteril,
burguesía ilegal, etc. En tales circunstancias, el estudio de su naturaleza
social empresarial y burguesa es tan importante como el análisis de su
ilegalidad. En efecto, esta ilegalidad complejifica las relaciones de los
empresarios de la droga con los Estados Unidos, puesto que la ilegalidad
de esta burguesía emergente no depende tanto de una definición interna
del régimen jurídico colombiano sino de una definición del Derecho
Internacional, y más claramente, de una normatividad internacional

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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hegemonizada por los Estados Unidos. Veamos un poco más en detalle


estas complejas relaciones.
Las contradicciones entre la narcoburguesía y el Estado derivan a
nuestro parecer del doble carácter de este último. En efecto, por su
naturaleza social, los empresarios de la droga y el Estado tienden a
ser aliados estratégicos. Sin embargo, el Estado moderno se define no
sólo por su contenido social ­el tipo de relaciones sociales que busca
crear y recrear­ sino también ser una asociación que consigue con
éxito la constitución de una legalidad y el monopolio de la fuerza física
en un territorio dado. Este monopolio es cuestionado por la mafia,
puesto que la ilegalidad del negocio la lleva a utilizar la violencia como
protección de su acumulación, tanto al interior del negocio (competen­
cia armada o violencia intra o intermafias), como contra los funcionarios
estatales para remover las barreras legales que obstaculizan la actividad.
Eso permitió que los empresarios de la droga tuvieran inicialmente
ciertos nexos con grupos insurgentes con los cuales los unía la ilegalidad
y el hecho de compartir un territorio. De allí la complejidad de las
relaciones económicas y poi íticas del Estado con Jos empresarios de
la droga, quienes al mismo tiempo enfrentan a los sectores oficiales
encargados de imponer la legalidad (aparato judicial) y efectúan alianzas
estratégicas con las fuerzas dedicadas a las prácticas contrainsurgentes
con el fin de conservar el tipo de relaciones sociales existentes. La
mafia ha contribuido así a fraccionar aún más el régimen político,
fraccionamiento que se acentúa también debido a los efectos destruc­
tores de la violencia mafiosa y de la corrupción de los dineros del
narcotráfico sobre diversos aparatos estatales: "parálisis" de la justicia,
introducción de la competencia armada entre diferentes fracciones del
capital mafioso al interior mismo de los aparatos estatales, etc. 78•
Las relaciones de los empresarios de la droga con las élites tradicio­
nales son también complejas. En efecto, todo cambio de hegemonía
al interior del bloque en el poder es problemático; sin embargo, cuando
la nueva fracción es ilegal, los procesos de asimilación son mucho
más complejos y contradictorios, lo cual explicaría que ciertos meca­
nismos de cooptación de las nuevas fracciones dominantes, caracterís­

78. Sobre las diversas violencias y corrupciones asociadas a la presencia del nar­
cotráfico en Colombia, ver A. CAMACHO GutZADO, "Colombia: violencia y 'narco­
cultura:", en: DIEGO GARCÍA SAYÁN, op . cit., pp. 191 y ss.; igualmente sus "Ideas
sintéticas para una sociología del narcotráfico y la violencia en Colombia", en: CINEP.
Seminario sobre los procesos actuales de diálogo y negociación, mimeo, Bogotá,
diciembre, 1989.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
Bogotá D.C., Colombia: Fondo Editorial Cerec; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos.
La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 163

ticos del régimen precedente del Frente Nacional, se vean fuertemente


obstaculizados. De esa manera, a la crisis de legitimidad del régimen
político colombiano se suma la imposibilidad de este régimen de absor­
ber con fluidez estas nuevas fracciones sociales. Las contradicciones
entre las diversas fracciones dominantes al interior del bloque en el
poder toman características muy agudas, lo cual agrava aún más la
crisis institucional, debido a la forma gangsteril como esta nueva frac­
ción dominante resuelve sus conflictos.
Finalmente, las relaciones con los EE.UU. son singulares. En efecto,
los gobiernos conservadores norteamericanos (Reagan y Bush) hicieron
de la lucha contra el tráfico de drogas uno de los elementos esenciales
de su política exterior. La persecución de los narcotraficantes se volvió
más severa, recurriendo los EE.UU. a mecanismos de presión interna­
cional y al diseño de instrumentos de represión internacional como la
extradición, cada vez más severos. Sin embargo, estos mismos gobier­
nos acentuaron las políticas de contrainsurgencia, en especial mediante
la implementación de guerras de baja intensidad, por medio de las
cuales los EE.uu. apoyan a las fuerzas armadas locales para que éstas
adelanten una larga guerra de desgaste contra los grupos insurgentes
(Bermúdez). En tales condiciones el caso colombiano escapa a los
esquemas tradicionales, pues la mafia es tal vez la única fracción
dominante de América Latina en "guerra" con los EE.UU.; sin embargo,
esa misma mafia ha contribuido a implementar una eficaz "guerra de
baja intensidad" contra la guerrilla y el movimiento popular en ciertas
regiones del país. De allí la ambigüedad de las relaciones de estos
empresarios de la droga con ciertos aparatos americanos. Vemos así
nuevas paradojas y contradicciones: los EE. uu. persiguen a un eficaz
aliado en la guerra contrainsurgente. Las mafias y los grupos de iz­
quierda pueden tener posiciones similares en ciertos puntos debido al
pretendido antiimperialismo de los empresarios de la droga.

e) Síntesis sobre las modificaciones del contexto estructural:la


articulación de la doble crisis de hegemonía

Como vemos, la guerra sucia y la agravación de la violencia es un


proceso complejo que resulta de la combinación de diversas formas
de violencia que ­a pesar de tener cada una su especificidad puesto
que ninguna es reductible a las otras­ se combinan e interfieren mu­
tuamente. Así, por no citar sino el ejemplo más trascendental, el capital
de la droga ha dado una nueva configuración al tradicional conflicto

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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164 Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas Castaño

agrario, no sólo debido a la alianza terratenientes­empresarios de la


droga que determinó una contrarreforma agraria, sino por la importancia
de los nuevos recursos económicos y militares que la droga aportó al
enfrentamiento entre la guerrilla y el Estado.
El telón de fondo de la guerra sucia es entonces, en primer término,
la crisis de legitimidad del régimen político frentenacionalista debido
al agotamiento de los mecanismos tradicionales de dominación, sin
que se hayan generado transformaciones socioeconómicas susceptibles
de dar nuevas bases de legitimidad a la organización política. La guerra
sucia y las diversas formas de represión parainstitucional son entonces
una tentativa de preservación del statu quo en presencia de una crisis
de la capacidad de regulación del Estado, de un fraccionamiento cre­
ciente del régimen político y de un cuestionamiento de los mecanismos
de dominación por las fuerzas guerrilleras y los movimientos sociales.
En segundo término ­y en íntima relación con esa crisis de legiti­
midad­ la guerra sucia parece estar articulada con las modificaciones
del régimen de acumulación en los años setenta, cuando se consolida
un crecimiento económico muy_ dinámico 'pero desestructurante en tér­
minos sociales y políticos 79• Esta economía especulativa ligada al
tráfico de drogas ilegales modificó los medios y las estrategias de los
diferentes actores, no sólo por la presencia de nuevos sujetos (los
diversos grupos del narcotráfico) con alianzas cambiantes, sino además
porque brindó a los otros actores armados medios de acción más pode­
rosos".
En tales circunstancias, si de un lado la guerra sucia aparece como
un mecanismo defensivo de preservación del orden existente, de otro
lado ella es también una estrategia ofensiva de recomposición del
bloque en el poder a partir de la tentativa de inserción violenta de una
nueva fracción dominante. La base ilegal de esta nueva fracción y las
presiones estadounidenses acentúan la violencia y la complejidad de
sus formas. Se traban así alianzas muy cambiantes que podrían explicar
la complejidad del escenario colombiano y las especificidades de la
guerra sucia colombiana. Los dos procesos de crisis hegemónica se
articulan íntimamente y por eso la distinción que hemos propuesto es
puramente analítica. Así, de un lado, la penetración del narcotráfico
acentuó la fragmentación del régimen político, pues algunos aparatos,
como la justicia, se vieron profundamente afectados por la corrupción

79. UPRIMNY, op. cit., 1989.


80. PECAUT, op. cit., 1988.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia 165

y las amenazas de los empresarios de la droga, mientras que otros


sectores estatales se beneficiaron de los capitales de la droga o estable­
cieron alianzas regionales ­­el llamado narcoparamilitarismo­­ con
los nuevos narcoterratenientes, en el desarrollo de una eficaz guerra
de baja intensidad contra los sectores populares y las guerrillas. De
otro lado, en gran parte, la crisis y naturaleza patrimonial del régimen
político colombiano fueron elementos que posibilitaron que la violencia
narcotraficante tuviera la expansión que hemos señalado. Así, estudio­
sos de las organizaciones criminales han mostrado que éstas desarrollan
estructuras organizativas internas similares a las relaciones patrón clien­
te". El contexto político colombiano, con sus arraigadas estructuras
clientelistas, favoreció entonces la consolidación de la economía de
droga. En efecto,' "puesto que el delito únicamente puede ejercerse
como organización de negocios a condición de que pueda neutralizar
las fuerzas represivas y establecer relaciones permanentes con sus clien­
tes­víctima, este sistema organizativo depende en mayor grado que
ningún otro de los vínculos con los sectores no criminales de la socie­
dad?". La crisis de legitimidad del régimen colombiano, la penetración
de la ideología de la seguridad nacional, el carácter patrimonial de la
burocracia oficial, así como la naturaleza eminentemente clientelista
de los partidos, fueron todos elementos que favorecieron la consolida­
ción de esta nueva burguesía gangsteril al igual que la constitución de
esa cambiante extrema derecha armada que parece estar detrás de las
prácticas de guerra sucia. La combinación de tales procesos estaría
entonces en la base de la profunda crisis institucional actual.

Bogotá, marzo de 1990

81. Me INTOSH, op. cit., pp. 69 y SS.


82. Ibid. 'p. 71.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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166 Rodrigo Uprimny y Aljredo Vnrgns Castaño

ANEXO:
VIOLACION DE LOS DERECHOS HUMANOS: 1970­1989

Años Detenciones Ejecuciones Desapariciones

1970 615
1
49
1971 3.968 45
1972 4.297 37
1973 4.271 101
1974 7.846 92
1975 6.217 71
1976 6.940 98
1977 7.914 139
1978 4.914 96
1979 4.098 105
Subtotal 51.080 833
1980 6.819 92 6
1981 2.322 269 101
1982 2.400 525 130
1983 l.325 594 109
1984 1.783 542 122
1985 3.409 630 82
1986 1.106 l.387 191
1987 1.912 1.651 109
1988 1.450 3.691 211
1989 732 2.342 137
Subtotal 23.258 11.723 1.086
Total 74.338 12.556 1.086
Fuente: Cuadro elaborado con base en datos de CINEP, Justicia y. Paz, GIRALDO TORRES y
Boletín del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos. No incluye
víctimas de enfrentamientos armados, guerrilla, Ejército, ni desaparecidos en la década
del 70.

Palacio, G. (comp.). (1989). La irrupción del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana.
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