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HISTORIA DE AMÉRICA III

Unidad 1: América Latina como problema


El estudio de América Latina. Definiciones y posibles temas de análisis.
Historiografía y debates para abordar la historia latinoamericana
contemporánea.

Bibliografía obligatoria

Ernesto Bohoslavsky, 2011, ¿Qué es América Latina? El nombre, la cosa y las complicaciones
para hablar de ello” en: Ernesto Bohoslavsky, Emilce Geoghegan y María Paula González
(comp.), Los desafíos de investigar, enseñar y divulgar sobre América latina. Actas del taller de
reflexión TRAMA, Universidad Nacional de General Sarmiento, Los Polvorines. URL:
http://www.ungs.edu.ar/cm/uploaded_files/file/publicaciones/trama/

Según el autor, no hay ningún criterio objetivo y coherente que permita recortar una América latina
de otra anglosajona: ni la lengua, ni la historia, ni la historia, ni la religión, ni el territorio o algún
rasgo de la población permiten separar siempre y en todo lugar ambas Américas.
Origen del término: fue parte de la estrategia cesarista de Napoleón III, que hacia mediados del
siglo XIX (1865) intentó convertirse en líder de una cruzada de los pueblos latinos contra el
materialismo y el protestantismo anglosajón. (Invade México y busca la unificación de las elites
mediante una cultura latina y católica que se opone a la anglosajona)
Es decir, el término “América latina” surge como un esfuerzo consciente y explícito del Segundo
Imperio Francés para asimilar sus intereses comerciales y diplomáticos con los de las jóvenes
republicas americanas, de manera tal de competir en mejor condición con otras potencias europeas.
Lo interesante no es que carezca de rigor la definición de América latina, sino el hecho de que esa
definición se mantiene en pie y con buena salud. La supuesta homogeneidad de América latina
aparece crecientemente desmentida en muchos procesos y fenómenos actuales, pero
simultáneamente reafirmada en los discursos públicos y en el sentido común de quienes habitan de
México al sur. Estamos frente a una identidad colectiva, sistemática y voluntariamente asumida y no
frente a pertenencias falsábles o justificables racional y lógicamente. (Latinoamericano no se es,
sino que se pertenece a una comunidad imaginada).

Mónica Quijada, 1998, “Sobre el origen y difusión del nombre "América Latina" (o una
variación heterodoxa en torno al tema de la construcción social de la verdad)”, en: Revista de
Indias, vol. LVIII, num. 214: 596-615.

La argumentación -que aquí se expone de forma muy suscita-era como sigue: la denominación
"América Latina" habría sido inventada y difundida en Francia en la década de 1860, con el objeto
de justificar el proyecto expansionista de Napoleón III. En este caso, la noción de "latino" aplicada
a una porción del nuevo continente fue identificada con Francia. Y no con este país en tanto
productor y difusor de formas culturales específicas, sino en su carácter de Gran Potencia. Para usar
una categoría muy en boga hace treinta años, el adjetivo "latino" asociado a América fue vinculado
al Imperialismo francés.
Tan grande fue el éxito de esta interpretación, que hoy no se pone en duda que ésta sea la única y
"verdadera" génesis del nombre "América Latina".
Pero dicha argumentación presenta varios problemas de diferente envergadura, cuya resolución
constituye en todos los casos un interesante desafío para la investigación.
En todo caso, en las páginas que siguen me propongo someter a revisión las nociones existentes
sobre el surgimiento y difusión del término "América Latina", lo que implica llamar la atención
hacia l) los problemas que presenta la versión canónica antes señalada; 2) recuperar información y
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elaboraciones que la ponen en duda y abren otras vías para la comprensión de ese proceso histórico;
y 3) proponer una interpretación alternativa que tome en cuenta los distintos hilos argumentales que
surjan de esa contrastación.

DUDAS Y PROBLEMAS

La interpretación que vincula estrechamente la génesis del nombre "América Latina" al


expansionismo decimonónico francés ha sido plenamente confirmada por investigaciones
posteriores, y esto quizá ha contribuido a conferir "verosimilitud" al conjunto del edificio a pesar de
las debilidades que a continuaci6n examinaremos.
En esta referencia a una América que seria supuestamente "latina" hay una cuestión sutil pero
significativa, sobre la que es conveniente detenerse. Chevalier nunca habló de "América Latina"
como un nombre colectivo. Se limitó a utilizar el adjetivo "latino" para calificar a los habitantes de
una porción determinada de dicho continente. En otras palabras, este personaje habló de una
América que era "latina", como hablaba de una América "protestante" o de una América "católica".
Esta interpretación tuvo una difusión y un éxito notables y fue asumida globalmente como la
verdad" en cuanto al origen del nombre "América Latina". Y esto se produjo a pesar de que dicha
versión presentaba algunos problemas que fueron pasados por alto. En primer lugar no tenía en
cuenta ciertos datos, lo que podría atribuirse a un simple desconocimiento de los mismos:
aparentemente el autor y su público receptor ignoraban que muchos hispanoamericanos venían
aplicando el concepto de "latino" a las poblaciones de esa porción de América desde los comienzos
de la década de 1850.
Existe una segunda cuestión, que podríamos llamar ideológica. En efecto, la perspectiva
"imperialista" que propone hace muy difícil explicar, no ya el origen, sino la adopción del término
por los hispanoamericanos. Es decir, su rápido y notable éxito entre los propios "designados" por él.
De hecho, esta perspectiva no tiene en cuenta una cuestión tan significativa corno el rechazo y la
acerba critica con que las élites políticas e intelectuales de Hispanoamérica recibieron la invasión de
México por las tropas de Napoleón III.
Pero hay una tercera cuestión, tan significativa como las anteriores, que la tesis "imperialista" deja
sin descifrar: por qué la noción de "latino", que excluye a toda la población de origen no europeo –
en especial los indígenas-fue utilizada, y más aún, propuesta como una denominación colectiva, por
intelectuales corno el chileno Francisco Bilbao, que se caracterizó por ser un decidido campeón de
la integración racial y defensor de los derechos de las "razas" menos favorecidas. Otra personaje
que utilizo tempranamente esa denominación fue el cubano José Martí, también conocido por su
defensa de la integración étnica.
En otras palabras, la perspectiva asociada a los designios imperiales coloca a quienes estuvieron
estrechamente comprometidos con la génesis y difusión del nombre "América Latina" en una
posición de receptores pasivos y acríticos. La intención de este trabajo es, precisamente, devolver el
papel protagónico a los principales actores de ese proceso, a partir de dos propuestas iniciales: l)
América Latina" no es una denominación impuesta a los latinoamericanos en función de unos
intereses que les eran ajenos, sino un nombre acuñado y adoptado conscientemente por ellos
mismos y a partir de sus propias reivindicaciones. Dicho de otra manera: al promediar el siglo XIX
era común utilizar el adjetivo "latino" para calificar tanto a una porción de Europa como de
América. Pero la "Europa latina" nunca se convirtió en un nombre. Lo contrario ocurrió con
"América Latina", y este concepto, en tanta denominación colectiva, no fue una invención francesa
o europea sino hispanoamericana, como bien han demostrado las investigaciones de Arturo Ardao y
Miguel Rojas Mix. 2) Precisamente por ello, para comprender el surgimiento difusión del nombre
"América Latina" es necesario tener en cuenta sobre todo el contexto hispanoamericano de la época,
más que el francés o el europeo. No estoy negando con esto que el entorno de Napoleón III
empleara dicho nombre durante y después de la invasión de México como forma de legitimación de
la misma. Pero la génesis, difusión y adopción colectiva del término corresponden a un horizonte
más amplio que la mera utilización del mismo en el contexto del programa expansivo del
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Emperador. Lo que importa aquí no es tanto la relación de los franceses con el término que nos
ocupa, como la de los propios latinoamericanos.

ORÍGENES, CONTEXTOS Y DIFUSIÓN

Desde mi punto de vista, lo que influyó de manera decisiva en la emergencia y difusión exitosa del
nombre "América Latina" fue, precisamente, la conf1uencia de lo que podríamos llamar la
"racialización" de las categorías, por un lado, y la reaparición de las tendencias que abogaban por la
unidad de los países de la América española como respuesta a las agresiones territoriales
norteamericanas, por el otro. La primera de esas circunstancias la racialización de las categorías-
formaba parte de una tendencia genera en Occidente. La segunda la revitalización defensiva de una
aspiración unionista preexistente, prestigiada por la imagen del que ya era venerado como el gran
Libertador del Nuevo Mundo -era estrictamente americana. Esta confluencia es fundamental para
comprender por qué, mientras que la idea de una Europa "latina" no implicó que se acuñase una
denominación colectiva, en el caso americano, por el contrario, condujo a la invención del nombre
genérico "América Latina".
En resumen, fue en la década de 1850 que surgió el nombre de "América Latina", y su invención
corno tal correspondió estrictamente a los hispanoamericanos, en el marco de los temores que
despertaba la política expansiva de los Estados Unidos. Su rápida difusión en la siguiente década
entró en competencia con nombres más antiguos.
Más importante aún para la definitiva adopción del término fue el año mítico de 1898. La guerra
entre España y los Estados Unidos en el contexto del movimiento cubano por su independencia
coloco al concepto de "América Latina" en una posición privilegiada.
Finalmente, debe recordarse que en este contexto de sentimientos "prolatinos" y
"antisajones" extremos, se produjo el surgimiento o revitalización de importantes movimientos
ideológicos continentales.
Desde 1898 en adelante, "América Latina" adelantaría en difusión y uso a todas las denominaciones
que rivalizaban con ella.

LAS RAZONES DE UN ÉXITO

Habiendo revisado los contextos en que surgió el nombre que nos ocupa, las circunstancias de su
origen y los ritmos de su difusión, queda aún por despejar una importante incógnita. En efecto,
ninguno de los procesos que hemos seguido en las páginas anteriores es suficiente para explicar las
preferencias mayoritarias de las poblaciones americanas por el nombre "América Latina" en
detrimento de otras denominaciones, ni las razones profundas que subyacen a su notable éxito.
Tampoco son satisfactorias las interpretaciones que suelen ofrecerse cuando se plantea este tipo de
interrogantes.
En la tradición hispanoamericana "Latinidad" ha significado tanto aspiración a la universalidad,
como una vía hacia el sincretismo, hacia procesos de mestizaje e integración. En mi opinión, es ésta
la experiencia colectiva y acumulativa, el background inconsciente que preparo la fácil recepción
del concepto de "América Latina" en el siglo XIX. Dicho de otra manera, el éxito notable del
término América Latina tuvo que ver con el hecho de que ofrecía a los hispanoamericanos un espejo
en el que todos los fragmentos podían reunirse en un nivel de integración superior y universalmente
valido.

Fuentes documentales
- Canción con Todos (Armando Tejada Gomez y Cesar Isella, 1969).
- Latinoamérica (Calle 13, 2011).

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Unidad II: Independencia y revolución. Las consecuencias de un nuevo orden en
América Latina (c. 1810 – 1850)
La emancipación política y las nuevas relaciones económicas internacionales. La
búsqueda de una organización: urbanismo y caudillismo. Regionalismo,
federalismo y nación. Continuidades y rupturas tras el derrumbe del orden
colonial. Casos particulares: Chile: la República Conservadora. Brasil: el
Imperio.

El proceso de Independencia de Latinoamérica se trató de una ruptura del pacto colonial. Dicho
pacto se caracterizaba por una estructura imperialista, extractiva y monopólico. Para esto tenia
fundamentalmente dos focos o áreas centrales: México y el Alto Perú
Este pacto tuvo, en1750, una reforma fiscal que dio principalmente un gran recelo entre las elites
criollas y españolas en cuanto a la diferencia de privilegios de cada una. Este nuevo conflicto,
sumado a las condiciones ya existentes, hizo que las diferentes elites criollas, aprovecharan la crisis
monárquica de 1808 para comenzar el proceso de emancipación.
Un caso particular es la revolución de la colonia francesa de Haití. Esta se desarrolló en 1790 y se
trató de una revolución de esclavos: característica que dejará marcada a todas las demás colonias
latinoamericanas como un ejemplo a no seguir.
En cuanto al proceso de independencia se pueden diferenciar dos ciclos. El Primer Ciclo
Revolucionario que comienza con la invasión napoleónica a la Península Ibérica en 1808 y culmina
en 1814 con la derrota de Napoleón. Este periodo se caracteriza por el Juntismo (fundamentado a
través de la retroversión de la soberanía), el liberalismo progresista y la Constitución de 1812 (la
cual planteaba una monarquía parlamentaria compartida).
El Segundo Ciclo Revolucionario comienza en 1814-15 con la restauración de rey y las intenciones
de reconquista de las colonias y culmina en 1826.

Bibliografía obligatoria

-Marcello Carmagnani, 2011, “La reactivación”, en: El otro Occidente. América Latina desde
la invasión a la globalización, México, FCE: 130-199.

-Timothy Anna, 2003. “La independencia de México y América Central”, en: Historia de
Mèxico, Cambridge, Cambridge-Crítica, p. 9-44.

El programa elaborado por Hidalgo demandaba, en principio, la independencia, la abolición de la


esclavitud y la devolución de la tierra a las comunidades indígenas. Morelos, por su parte, sumó al
reclamo la formación de un gobierno parlamentario y la abolición del tributo y del sistema de
castas. Ambos programas revolucionarios estaban dirigidos principalmente hacia la defensa de las
castas y los indígenas.
Sin embargo, no fueron los levantamientos de las clases populares las que determinaron la llegada
de la independencia ni la forma política adoptada posteriormente. Por el contrario, estos retrasaron
la principal aspiración de disidencia mexica: la voluntad de los criollos de lograr el control de la
economía y del Estado.
Esta inicial aspiración a la autonomía dentro del imperio por parte de los criollos se explica a partir
de las restricciones impuestas por España a Nueva España. Dichas limitaciones no solo eran
económicas, tratando de controlar su comercio. También se les sumaban las restricciones sociales y
administrativas, las cuales eran igualmente importantes. La elite europea controlaba, de este modo,
el gobierno, el ejército, la Iglesia y la mayor parte del comercio exterior.

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Por debajo de ellos, se encontraba la “elite natural” de México, los criollos. Dedicados a diversas
actividades, conformaban la “burguesía” local. Esta última era consciente de la imposibilidad de
ascender económica y políticamente, lo que causaba el motivo de tensión entre blancos.
El programa de reforma liberal de las Cortes españolas incluía la abolición de la tributación de los
indios y de la Inquisición, la igualdad para los súbditos de las colonias, la supresión de los poderes
de las órdenes religiosas y la implantación de la libertad de prensa. En 1812, las Cortes culminaron
su programa de reformas con la promulgación de una constitución escrita, el principal precedente
no sólo de las futuras constituciones españolas sino también de la primera constitución republicana
de México (1824). La constitución convirtió a España en una monarquía constitucional en la que el
papel del rey se reducía a ser quien ostentara el poder ejecutivo. Las Cortes y el rey (o durante su
cautiverio, la Regencia que le representaba) constituían los poderes legislativo y ejecutivo del
sistema; si el rey regresaba de su cautiverio en Francia se le exigiría que aceptase la constitución
antes de que pudiera recuperar su corona. A los virreyes y a los gobernadores se les convirtió en
«jefes políticos» de su territorio. Se debían elegir diputaciones provinciales a fin de que
compartieran el poder con aquéllos. Los criollos de México respondieron con entusiasmo a la
convocatoria de las Cortes y enviaron a Cádiz a cierto número de distinguidos diputados.
Por su parte, la revolución española de 1820 tuvo significativas consecuencias políticas tanto en
México como en el resto del imperio español. En junio de 1820, la constitución de 1812 recuperó su
vigencia y a mediados de agosto se eligieron los concejos municipales, las diputaciones provinciales
y los diputados a Cortes. Para desempeñar los cargos se eligió a representantes de la élite y la
burguesía criollas, todos ellos partidarios de la autonomía. En México (y América Central), la
reimplantación de la constitución demostró la última evidencia de la irrelevancia del rey y de la
metrópoli; y ello dio paso a los actos finales de la independencia.
Cuando Mexico, América Central y Yucatn optaron por la independencia lo hicieron porque la
constitución de Cádiz quedaba garantizada en el programa de la independencia. Ahora, en México,
habían vencido quienes abogaban por las reformas moderadas y la monarquía constitucional.
De este modo, a pesar de que en México había un extendido descontento respecto al régimen
español, sin embargo, la inclinación por la independencia no era una contrarrevolución orientada a
evitar la implantación de las reformas de las Cortes. La prueba más importante de que las fuerzas
independentistas mexicanas no se oponían a la constitución es el hecho de que el programa sobre el
que se estableció la independencia, el plan de Iguala, confirmaba la constitución. Después de la
independencia, México decretó que todas las leyes españolas promulgadas entre la restauración de
las Cortes y la proclamación del plan de Iguala (que incluiría las leyes de septiembre de 1820,
dirigidas contra los fueros, las órdenes religiosas y los vínculos) tenían vigencia.

-Carmen Bernard, 2016. “El Anahuac en llamas (1810-1820”, en: Carmen Bernand, Los
indígenas y la construcción del Estado-Nación. Argentina y México, 1810-1920: historia y
antropología de un enfrentamiento, Buenos Aires, Prometeo Libros: 71-94.
-Simon Collier y William Sater, 1998. “El nuevo orden conservador: 1830-1941”, en: Historia
de Chile, 1808-1994, Cambridge, Cambridge University Press: 56-71

El Chile postcolonial era un territorio compacto y gobernado con una extensión máxima de 1.200
kilómetros. En 1830 había alrededor de un millón de chilenos. Durante los cuarenta años siguientes
la población se duplico. El débil ingrediente negro- mulato de población desapareció del todo al
cabo de pocas décadas tras abolirse la esclavitud. Chile era esencialmente un territorio donde la
pequeña clase alta criolla coexistió con la gran masa de pobres trabajadores, en su mayoría mestizos
y campesinos.
Esta estructura social simple no se vio complicada por agudas divisiones de intereses económicos
en el interior de la clase alta. Tampoco la diversidad regional tuvo mucha significación.
Diego Portales
Fue la figura clave del nuevo orden conservador. Sus ideas políticas eran simples: “un gobierno
fuerte, centralizador, cuyos miembros sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo”. Con solo
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haberlo pedido, podría haber ocupado la Presidencia, pero nunca lo hizo. Esto mismo
probablemente contribuyó a inhibir el desarrollo de una verdadera tradición de caudillos en Chile.
El nuevo orden político conservador
La República tenía que encontrar un nuevo marco de legitimidad. El respeto por la autoridad debía
volver a convertirse en hábito. Lo que se necesitaba, por tanto, era una fusión del autoritarismo
colonial con las formas externas del constitucionalismo republicano. Tal sistema, sostenía el propio
Portales, sería capaz de liberarse a sí mismo a la larga. En eso tenía razón.
Las instituciones formales del nuevo régimen quedaron establecidas en la Constitución de 1833. La
Constitución era fuertemente presidencialista. El presidente (elegido indirectamente) podía gobernar
dos periodos consecutivos de cinco años cada uno. Los poderes presidenciales sobre el gabinete, el
poder judicial, la administración pública y las fuerzas armadas eran muy amplios. Los gabinetes del
siglo XIX eran pequeños, con Ministerios de Interior-Relaciones Exteriores, Hacienda, Guerra-
Marina y Justicia-Instrucción Pública-Culto entre 1837 y 1871. El poder ejecutivo también estaba
dotado de importantes poderes de emergencia: el Congreso podía votar “facultades extraordinarias”,
con lo cual suspendía efectivamente las libertades constitucionales y civiles, y, si el Congreso estaba
en receso (lo que ocurría en general), el presidente podía decretar “estados de sitio” en provincias
específicas, lo cual estaba sujeto a posterior aprobación del Congreso. Tales poderes estuvieron en
vigencia durante aproximadamente un tercio del periodo entre 1833 y 1861. En términos formales,
el control que el poder ejecutivo ejercía sobre el poder legislativo fue sustancial, pero de ninguna
manera absoluto.
La Constitución de 1833 era claramente centralista. El intendente provincial, designado por el
presidente, quedaba definido ahora como su “agente natural e inmediato”. Las intendencias
provinciales actuaban en muchos sentidos como el nexo con la administración local.
El nuevo orden conservador no radicaba exclusivamente en la Constitución de 1833. También
dependían aún más de ciertas técnicas y métodos políticos bien probados. La represión cotidiana, el
exilio interno o el destierro fueron las penas más comunes para la oposición activa. Uno de los
secretos de la estabilidad chilena del siglo XIX era, además, la “intervención” electoral: las
elecciones estaban totalmente arreglada por el poder ejecutivo. Este rasgo particular del nuevo
orden conservador duró mucho más que la hegemonía del propio Partido Conservador. Dado que el
Senado era elegido a partir de una sola lista nacional por un colegio electoral, en la práctica, los
esfuerzos de la oposición tuvieron que centrarse en la Cámara de Diputados, elegida directamente.
En este caso, gracias a un arduo trabajo, era posible obtener la elección de unos pocos diputados.
El régimen conservador de la década de 1830 también consiguió el apoyo de la Iglesia. El limitado
anticlericalismo de la década de 1820 fue reparado: las propiedades fueron restituidas a las Órdenes
religiosas en septiembre de 1830. Esto perduró hasta la década de 1850. El nuevo orden político
claramente tuvo un aspecto más duro. Durante tres décadas, se operó con un espíritu
definitivamente autoritario, que despertó mucha animadversión en prácticamente todas las fuerzas
vivas de la nación.
En términos políticos, hay que reconocer que el sistema conservador se adaptó, al final, lo
suficientemente bien como para que el país entrara en una etapa mucho más liberal.
El fortalecimiento económico
Con el nuevo orden político de la década de 1830, se produjo una consolidación de reglas y
políticas económicas del país. Manuel Rengifo fue la figura clave.
La principal reforma tributaria consistió en remplazar la “alcabala del viento” por un impuesto
directo del 3% sobre los predios agrícolas y sus beneficios (fácilmente evadidos). La filosofía del
Rengifo era más liberal que neomercantilista e instintivamente está a favor de la expansión del
comercio. La mayor parte de los impuestos a las exportaciones fueron eliminados.
La expansión del propio comercio exterior de Chile en la década de 1830 no se debió
exclusivamente a los incentivos de Rengifo. En mayo de 1832, Godoy descubrió un nuevo
yacimiento de plata en Chañarcitlo, Norte Chico. A partir de allí, la minería marcaria la pauta
económica del país.
Además, desde mediados de la década de 1820, varios comerciantes (en su mayoría extranjeros)
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habían estado embarcando perlas y madreperlas desde varias islas del Pacifico central hacia
Valparaíso. El pero chileno se convirtió en una de las monedas que circulaban en las islas
polinésicas, además de las acacias y los algarrobos de Chile.
A pesar de la ampliación gradual del comercio, el hecho más imponente de la vida del Chile de la
década de 1830 fue su pobreza. Incluso en el interior de la clase alta, la riqueza familiar no era de
ninguna manera digna de mención. Nadie era más consiente de la pobreza de Chile que el propio
Rengifo. Según el, las guerras de la independencia, habían hundido a Chile en una “languidez
espantosa” de la cual solo podía salirse mediante la expansión comercial.
La guerra contra la Confederación peruano-boliviana
El primer signo de deslealtad política después de 1833 provino, no de los derrotados liberales, sino
de los disidentes conservadores llamados “filopólitas”. Dentro de estos estaba Rengifo.
El segundo ministerio de Portales se vio absorbido en gran medida por el franco deterioro en las
relaciones entre Chile y Perú. En 1835, la guerra de los aranceles concluyó gracias a un tratado,
pero esta reconciliación se vio ensombrecida de inmediato por el acontecer político. Durante 1836
el presidente de Bolivia forma una confederación peruana-boliviana. Chile se veía enfrentado a un
vecino norteño potencialmente poderoso.
La victoria de esta guerra aumento sin duda el prestigio internacional de Chile y también reforzó la
hegemonía comercial de Valparaíso. Las finanzas del país soportaron la guerra con extraordinaria
facilidad. También parece probable que la guerra contribuyera a consolidar el creciente sentido de
nacionalidad chilena; aunque esto es algo difícil de evaluar. Sin duda, la victoria dio a muchos
chilenos comunes, especialmente en las ciudades, la posibilidad de respirar el embriagador aire de
la euforia patriótica.

-José Murillo de Carvalho ,1995 Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil. México: El


Colegio de México y Fondo de Cultura Económica: 13-63.

Este texto irá desde la independencia, 1822, hasta el final de la Primera República, 1930. Desde el
punto de vista de los derechos, no hubo cambios notables al pasar de una forma de gobierno a otra.
El primer cambio importante surgió con el movimiento que puso fin a la Primera República.
La herencia colonial (1500-1822)
Al proclamar su independencia de Portugal, en 1822, el Brasil heredó una tradición cívica poco
alentadora. Al cabo de tres siglos de colonización, los portugueses dejaron, en lo positivo, una
enorme colonia dotada de unidad territorial, lingüística, cultural y religiosa. En lo negativo, legaron
una población analfabeta, una sociedad esclavista, una economía monocultora y latifundista, un
Estado policial y fiscalizador. Al final de la colonia no había ni ciudadanos brasileños ni patria
brasileña.
1822: Primeros pasos en los derechos políticos
La herencia colonial era por demás negativa, y el proceso de la independencia, demasiado suave, no
permitía una mudanza radical. La conquista efectiva de esos derechos constituyó un proceso
extremadamente lento que aun hoy en día continua inconcluso.
En comparación con otros países de Latinoamérica, la independencia brasileña presentaba
características negativas para el desenvolvimiento de la ciudadanía. Fue un proceso pacífico y
negociado, no violento y conflictivo como en otros países.
Los principales jefes de la independencia brasileña fueron el hijo del rey de Portugal, el príncipe
don Pedro, y un brasileño que vivió muchos años en Portugal y pertenecía a la alta burocracia
metropolitana, José Bonifacio de Andrada e Silva. La separación se consumó conservando la
monarquía y la casa de Braganza. Gracias a la mediación de Inglaterra, Portugal aceptó la
independencia de Brasil mediante el pago de una indemnización de dos millones de libras
esterlinas.
La forma pacífica en que tuvo lugar la transición facilito la continuidad social. Se implanto un
gobierno al estilo de las monarquías constitucionales europeas. No se trató lo relativo a la
esclavitud, a pesar de la presión de Inglaterra para que fuera abolida o, al menos, para que cesara el
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tráfico de esclavos.
A pesar de que constituyo un progreso en lo referente a los derechos políticos, la independencia,
conquistada sin abolir la esclavitud, encerraba grandes limitaciones a los derechos civiles.
Progreso de los derechos políticos: el voto y la representación
En la época de la independencia, el Brasil se movía en dos direcciones: la americana república y la
europea monárquica. La influencia mediadora de la Gran Bretaña, facilito la solución conciliadora y
proporciono el modelo de la monarquía constitucional, complementado por las ideas del liberalismo
francés posrevolucionario. El constitucionalismo exigía la presencia de un gobierno representativo,
basado en el voto de los ciudadanos y en la separación de los poderes políticos.
Con la Constitución de 1824, se instauraron los tres poderes tradicionales. Se creó, además, un
cuarto poder, denominado Moderador, privativo del emperador y encargado del nombramiento de
los ministros del Estado. Se le podría llamar monarquía presidencial.
La Constitución también regulo los derechos políticos, definió quien tenía derecho a votar y a ser
votado. Los varones mayores de 25 o más años de edad con una renta mínima anual de 100.000
reis. Naturalmente, los esclavos no eran ciudadanos. Los libertos podían votar en una elección
primaria.
En lo relativo a la edad, había excepciones. La mayor parte de la población trabajadora ganaba más
de 100.000 reis al año. La población pobre no estaba excluida del derecho a votar. La ley brasileña
permitía que hasta los analfabetos votases. Pocos países tenían una legislación tan liberal.
Los brasileños a quienes la Constitución había transformado en ciudadanos eran las mismas
personas que durante los tres siglos de la colonia vivieron en las condiciones descriptas arriba. Más
del 85% de la población eran analfabetos. Entre los analfabetos quedaban incluidos muchos de los
grandes propietarios rurales. Más del 90% Vivian en zonas rurales, bajo el dominio o la influencia
de los grandes propietarios. En las ciudades, un gran número de los votantes eran empleados
públicos controlados por el gobierno.
Tanto en las zonas rurales como en las urbanas tenían poder los comandantes de la Guardia
Nacional. Era muy intensa la presión que los comandantes ejercían sobre los votantes.
La mayor parte de los ciudadanos del nuevo país jamás voto durante la colonia. Ciertamente
tampoco tenía idea de lo que era un gobierno representativo. Para muchos se reducía al odio
personal al portugués y nada tenía que ver con el sentimiento de pertenecer a una patria común y
soberana.
En cuanto al fraude, este continúo. Surgieron diversos tipos de especialistas en la técnica de burlar
elecciones. El principal era el cabalista, encargado de incluir el mayor número posible de partidarios
de su jefe en la lista de votantes. A su vez, debía garantizar que efectivamente votaban quienes
figuraban en las listas. Cuando el empadronado no podía compadecer en persona, se presentaba el
fosforo, esto es, alguien que se hacía pasar por el verdadero votante. Finalmente se encontraban los
capangas. Estos se encargaban de la parte más truculenta del proceso. Se trataba de individuos
violentos a sueldo de los jefes locales. Bebían proteger a sus partidarios y amenazar a los
adversarios, evitando que no se presentasen a votar.
En estas circunstancias, el voto no se trataba del ejercicio del autogobierno, ni del derecho a votar
en la vida política del país, sino de un acto estrechamente relacionado con las contiendas locales. El
votante obraba como dependiente de un jefe local. El voto representaba un acto de obediencia
forzada, o bien, en la mejor de las hipótesis, una muestra de lealtad y obediencia.
1881: Un paso atrás.
En 1881, la Cámara de Diputados aprobó una ley que introducía el voto directo y eliminaba la
primera vuelta de las elecciones. Al mismo tiempo subieron a 200.000 reis los ingresos mínimos, se
prohibió el voto de los analfabetos y se reinstaló el voto facultativo.
La ley efectivamente limito el voto al excluir a los analfabetos. La razón era muy sencilla:
únicamente el 15 % sabía leer, y el porcentaje subía a 20% si solo se consideraba a la población
masculina. Así, de una plumada, 80% de la población masculina perdió el derecho al voto. Esta
limitación se justificaba arguyendo que el pueblo no estaba capacitado para ejercer sus derechos.
En cuanto a esto, al autor, le parece que entre los críticos de la participación popular se deslizaron
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varios errores. El primero, suponer que un pueblo salido de la dominación colonial portuguesa
pudiese, de un momento a otro, comportarse como ciudadano. El Brasil no pasó por ninguna
revolución. Por ello, el proceso de aprendizaje democrático tenía que ser forzosamente, lento y
gradual. El segundo error trata sobre quién forzaba a los electores. Hasta los miembros más
distinguidos de la elite política nacional, buenos conocedores de la teoría del gobierno
representativo, cuando se trataba de hacer política aplicaban esos mismos métodos o se unían a
quienes los empleaban. El tercer error estaba en no enterarse de que las practicas electorales de los
países vistos como modelos, por ejemplo Inglaterra, eran tan corruptas como las brasileñas. El
cuarto erro fue pensar que se pudiera aprender a ejercer, los derechos políticos sin una práctica
continua y sin un esfuerzo permanente, por parte del gobierno, para difundir la educación primaria.
Los votantes obraban muy racionalmente cuando aprovechaban el voto como mercancía que
vendían a un precio cada vez más elevado. Ese era el sentido que le podían asignar al voto, ese era
su manera de valorarlo. De algún modo, no obstante sus conceptos viciados, los individuos, al votar,
se iban enterando de la existencia de un poder que les daba alguien o algo ajeno al pequeño mundo
de la gran propiedad, un poder que podían emplear contra los mandamases locales. Ya eso entrañaba
enseñanzas políticas y su cesación no conduciría a ninguna parte.
El problema de los derechos civiles: La esclavitud
Inglaterra exigió, como parte del precio para reconocer la independencia, la firma de un tratado que
prohibiese el tráfico de esclavos. El tratado se ratificó en 1827. Antes de su aprobación aumentaron
notablemente las importaciones de esclavos, lo que permitió la permanencia del sistema sin
alteraciones.
Inglaterra volvió a presionar a Brasil en el decenio de 1840-1850, cuando se debía decidir sobre la
renovación del tratado de 1827. En 1850, la marina inglesa invadió puertos brasileños para echar a
pique barcos que, según se suponía, transportaban esclavos. Solo entonces el gobierno decidió
interrumpir ese comercio.
Después de la abolición del tráfico de esclavos, solo se volvió a hablar del asunto al final de la
guerra del Paraguay. La esclavitud apareció como un peligro para la defensa nacional, pues impedía
la formación de un ejército de ciudadanos y debilitaba la seguridad de la retaguardia. En 1871 se
aprobó una ley que declaraba libres a los hijos de esclavos que naciesen de ese año en adelante.
Pero permitía que los propietarios de los ingenuos, de los nacidos libres, aprovecharan el trabajo
gratuito de éstos mientras no llegaran a los 21 años de edad.
La abolición definitiva de la esclavitud comenzó a discutirse en el Parlamento en 1884 (un año
después de Cuba); y solo entonces surgió un verdadero movimiento popular abolicionista.
Anteriormente casi toda la sociedad aceptaba los valores de la esclavitud, por ende, todo indica que
los valores de la libertad individual no pensaban mucho en el Brasil. Ni siquiera la religión católica
combatía la esclavitud.
En el Brasil, los libertos no recibieron ni escuelas, ni tierras, ni empleo. Pasada la euforia de la
liberación, muchos ex esclavos regresaron a las mismas haciendas o se fueron a fincas vecinas a
realizar trabajos mal remunerados. La liberación de los esclavos no trajo consigo una igualdad
efectiva. Las leyes afirmaban la igualdad, pero esta quedaba desmentida en la práctica.
La gran propiedad
La gran propiedad tiene existencia muy real en varias regiones del país. Hasta 1930, el Brasil era un
país rural. La economía pasaba por la fase orientada a la exportación. Naturalmente, a la
exportación de productos primarios, que en el Brasil eran productos agrícolas (café, azúcar,
algodón). En aquella sociedad rural dominaban los grandes propietarios, quienes eran también
dueños de esclavos.
En estas circunstancias el ejercicio de los derechos civiles era imposible. La justicia privada o
controlada por agentes privados es la negación de la justicia. El derecho a trasladarse de un lugar a
otro, el derecho de la propiedad, la inviolabilidad del domicilio, la protección de la honra y de la
integridad física, el derecho a expresarse, todo dependía del poder del coronel. Sus amigos y aliados
recibían protección; sus enemigos eran perseguidos o quedaban simplemente sujetos al rigor de la
ley. Quienes dependían de los coroneles no tenían más remedio que colocarse bajo su protección.
9
No había justicia, no había un poder verdaderamente público, no había ciudadanos civiles. En este
contexto, no podía haber ciudadanos políticos.
Ciudadanía obrera
Teniendo en cuenta la esclavitud y los latifundios, el surgimiento de una clase obrera urbana y libre
debería representar la posibilidad que se formaran ciudadanos nuevos, más completos.
La urbanización evolucionó lentamente en aquel periodo y se concentró en algunas capitales
estatales. La clase obrera era pequeña y de reciente formación, pero aun así, ya presentaba alguna
diversidad en lo social y en lo político.
Además de los obstáculos internos, los obreros enfrentaban la represión ordenada por los patrones y
por el gobierno. El gobierno federal aprobó leyes que permitían la expulsión de extranjeros
acusados de anarquismo. La policía rara vez se mostraba neutral en el conflicto obrero-patronal.
Desde el punto de vista de la ciudadanía, el movimiento obrero constituyo un progreso innegable,
sobre todo en lo relativo a los derechos civiles. El movimiento luchaba por los derechos básicos,
como el de organizarse, manifestarse, escoger trabajo, declararse en huelga. Sin embargo, los
escasos derechos civiles que se habían conquistado no pudieron ponerse al servicio de los derechos
políticos.
Los derechos sociales
Con derechos políticos extremadamente precarios, y sin derechos civiles, resultaría muy difícil
hablar de derechos sociales. La asistencia social estaba, casi en su totalidad, en manos de
asociaciones particulares (hermandades religiosas o sociedades mutualistas). Estas tenían una base
contractual, o sea que los beneficios estaban en proporción con las aportaciones de los miembros.
Las escasas medidas gubernamentales se limitaban al medio urbano. En el campo, lo poco que se
hacía en materia de asistencia social lo hacían los coroneles. Estos constituían el único recurso de
los trabajadores cuando necesitaban asistencia. La dominación ejercida por los coroneles incluía
esos aspectos paternalistas que le otorgaban alguna legitimidad. Por muy desiguales que fuesen las
relaciones entre el coronel y el trabajador, existía un mínimo de reciprocidad. A cambio de su
trabajo y de su lealtad, el trabajar recibía protección contra la policía y asistencia en las situaciones
apuradas.
Ciudadanía informal
Parece evidente que no podía esperarse que la población se acostumbrara de la noche a la mañana al
uso de los mecanismos formales de participación exigidos por el tinglado de los sistemas de
representación.
Además, la participación política no se manifestada a través de los mecanismos formales o de los
grandes cambios promovidos por las elites. Si el pueblo no era un elector ideal ni estaba llamado a
participar en los grandes acontecimientos, a menudo encontraba otras formas de manifestarse.
Pero es interesante notar a través de las revueltas populares en las zonas rurales, como la población,
a pesar de que no participaba en la política oficial, a pesar de que no votaba, tenía alguna noción de
los derechos de los ciudadanos y los deberes del Estado. Esos ciudadanos aceptaban al Estado
siempre y cuando no violase el impacto implícito de no intervenir en su vida privada y de no
oprimirlo con impuestos excesivos. No se podía considerar que esos hombres fueran políticamente
ignorantes y apáticos.
El sentimiento nacional
Al final de la colonia, antes de la llegada de la corte portuguesa no existía algo que pudiera llamarse
patria brasileña. A esta colonia le esperaba el mismo destino que las colonias españolas:
fragmentarse en varios países distintos. Por lo tanto, parece natural que no existiese un sentimiento
de patria común entre los habitantes de la colonia.
La idea de patria continua siendo ambigua, incluso después de la independencia. El autor opina que
el primer factor en la formación de la identidad brasileña no fue la independencia, sino la guerra
contra el Paraguay. El principio de la guerra y las primeras victorias despertaron un auténtico
entusiasmo cívico.
Unos 15 años después, el movimiento en pro de la abolición de la esclavitud adquirió en las
ciudades características de participación popular. La abolición fue motivo de orgullo nacional.
10
Hasta 1930 no había en el Brasil un pueblo organizado políticamente dentro de un sentimiento
nacional consolidado. La participación en la política nacional, inclusive en los grandes
acontecimientos, se limitaba a pequeños grupos. La gran mayoría del pueblo sostenía con el
gobierno relaciones a distancia, llenas de sospechas, que llegaban a ser abiertamente antagónicas.
Cuando el pueblo actuaba políticamente por lo general lo hacía como reacción contra lo que
consideraba arbitrariedad de las autoridades. Por así decirlo, era una ciudadanía negativa. Para él no
había lugar en el sistema político, ni en el Imperio ni en la República. Para el pueblo, Brasil seguía
siendo una realidad un tanto abstracta. Asistía a los grandes acontecimientos políticos nacionales,
sino entontecido, si como simple curioso, desconfiado y quizás hasta divertido por el espectáculo.

Fuentes documentales
-Simón Bolívar, Carta de Jamaica, abril de 1815.
-José María Morelos, Sentimientos de Nación, Chilpancingo, septiembre de 1814.
-James Monroe, La Doctrina Monroe, Fragmento del séptimo mensaje anual del Presidente al
Congreso,diciembre de 1823.

Unidad III: Orden y progreso (circa 1850 - 1910)


La pax positivista y la constitución de Estados nacionales. El orden conservador,
el liberalismo y la Iglesia. El paradigma positivista y su influencia socio-cultural.
Ciudadanía política: los límites del modelo conservador. La inserción en el
sistema capitalista mundial. Las transformaciones sociales: modernización y
desarrollo urbano; diversificación y redistribución de la mano de obra. Las
migraciones internacionales. La abolición de la esclavitud. Casos particulares:
México, el liberalismo. Brasil, la República Velha. Perú, la República
aristocrática.

Bibliografía obligatoria
-Waldo Ansaldi. 1991, "Frívola y casquivana. Mano de hierro en guante de seda. Una
propuesta para conceptualizar el término oligarquía en América Latina", Edición electrónica
en http/www.csociales.fsoc.uba. ar/udishal cambiar?

-William Glade. 1991. “América Latina y la economía internacional, 1870-1914”, en Bethell,


L. Historia de América Latina, Barcelona-Cambridge, U. de Cambridge:11-49.

Introducción
El periodo comprendido entre el decenio de 1820 y el de 1860 o 70, había sido en general,
decepcionante en lo que se refiere al crecimiento económico.
A partir de allí, se procedió a desmantelar los sistemas reguladores creados durante el periodo
colonial, el mismo tiempo que la administración pública se venía abajo y se trazaban nuevas
fronteras nacionales, que a veces eran motivo de disputas. Estos acontecimientos perturbaron el
comercio local y en muchos casos detuvieron las anteriores corrientes interregionales del comercio
dentro de América latina, a la vez que la fuerte atracción gravitatoria de las economías en expansión
del Atlántico Norte reorientaba la vida económica hacia una participación paulatinamente mayor en
un intercambio mundial que ya no se veía determinado por la política comercial ibérica.
Esta reorientación trajo consigo una dislocación del comercio que entrañó costes para varios
elementos de la economía de la región: la mengua de la producción artesanal y la extinción virtual
de los talleres manufactureros u obrajes, la decadencia económica de algunas regiones, el deterioro
de los sistemas de trasporte interregionales. Pero la integración de la región en la economía mundial
11
y la correspondiente facilidad de obtener préstamos del extranjero contribuyeron a sofocar el
potencial para la producción local de tecnología que pudiera existir aun después de los intentos de
modernización que la corona española hiciera en los últimos decenios de la época colonia. Las
trasferencias de tecnología que tuvieron lugar aumentaron la productividad de las Américas y con
ello creció la producción total. A pesar de todo, este tipo de prestación cultural cruzada no consiguió
persuadir ni ayudar a los países prestatarios a emprender el perfeccionamiento de su propia
tecnología.
Al entrar América Latina en el último tercio del siglo XIX, el clima económico empezó a adquirir
un carácter más sosegado. Poco a poco la autoridad gubernamental fue haciéndose más estable y
omnipresente. Brasil, Chile, Argentina y México se destacaron de la mayoría de las otras naciones
latinoamericanas en la medida en que la estabilización política nacional permitió que la maquinaria
del Estado se dedicara a afianzar la base normativa de la prosperidad material. De este modo, para
el decenio de 1870, estas zonas ofrecían un clima más seguro para la inversión de capitales
extranjeros que el que habían ofrecido anteriormente. A su vez, esto contribuyó a la acumulación de
capital y a las inversiones en los propios países latinoamericanos.
El motor principal de crecimiento entre 1870 y 1914 fue la producción industrial en países del
centro económico, con los cambios sociales y económicos que la acompañaban. La tasa total de
crecimiento de estas economías avanzadas la determinaba en gran parte la tasa de crecimiento de la
producción industrial, que a su vez determinaba la tasa de incremento de la de manda de
exportaciones procedentes de las economías periféricas. Al mismo tiempo, los aumentos del
superávit económico del centro, así como los cambios en su composición, devana las regiones
industrialmente avanzadas los medios técnicos y económicos que hacían falta para que las regiones
periféricas se introdujo cada vez más en el campo de gravedad económico, el mercado mundial
capitalista.
Mercados de producción
Río de la Plata: productos derivados de la ganadería y los cereales. Cueros, carne enlatada. Trigo,
maíz.
Chile: cobre y nitratos.
Brasil: Café, azúcar (opacado por Cuba), tabaco, cacao, algodón y caucho.
México: (ubicación ventajosa) metales y productos variados.
Perú: primera parte: guano y nitratos. Segunda parte: lanas, minerales y productos agrícolas.
Mercados nacionales
Si bien los mercados urbanos de manufacturas de consumo eran abastecidos en gran medida por
exportaciones británicas, las industrias artesanales no se extinguieron de todo debido a la
importación de manufacturas de los mercados rurales y provinciales.
Mercados de factores. La tierra
Los cambios trascendentales en los mercados de productos hubieran sido impensables de no haberse
registrado transmutaciones igualmente extensas en los mercados de factores.
Entendiendo a la “tierra” como el conjunto de los recursos naturales, esta siguió siendo el medio de
producción básico para la mayor parte de la población en todos los países, y por ende, todas las
exportaciones latinoamericanas podrían clasificarse como productos principalmente intensivos de la
tierra.
En cierto modo, el cambio más notable de todo el periodo fue el enorme incremento de la provisión
de tierras como móvil principal para el desarrollo capitalista. El incremento salió de tres fuentes
principales y estuvo en función tanto de los aumentos considerables en la demanda de productos de
la tierra como de una extensión y mejora considerables de las redes de transporte nacionales e
internacionales.
Gran parte de la nueva provisión de tierra tenía su origen en apropiaciones particulares del inmenso
dominio público.
En cuanto a la expansión fronteriza se diferencian al menos dos modos. Primero, la colonización a
lo largo del extenso margen se correspondía directamente con el aumento de la producción de
artículos básicos para la exportación. A su vez, se hizo evidente un efecto de desplazamiento.
12
La segunda fuente principal de expansión de la tierra era el uso de un modo más eficiente, desde el
punto de vista comercial, de las tierras que pertenecían a las tradicionales fincas o haciendas.
Una tercera fuente de tierra agrícola para el mercado de tierras fueron las propiedades corporativas
en las regiones más tradicionales: tierras que pertenecían a la Iglesia o a diversas organizaciones
religiosas o de beneficencia y tierras pertenecientes tanto a comunidades indígenas como a
comunidades fundadas por los españoles. Las compras de mercado, las maniobras jurídicas y la
simple apropiación fueron métodos que se usaron para que tierras pertenecientes a instituciones
cuya principal razón de ser no era el afán de lucro pasaran a poder de empresas capitalista, y allí
donde los títulos de propiedad seguían en manos de tales instituciones, el arrendamiento era
generalmente el método que se empleaba para colocarlas bajo gestión comercial.
En general, las ventajas daban ventajas a los grandes terratenientes. Los ricos y los influentes
podían conquistar el favor de los estamentos oficiales cuando los gobiernos procedían a repartir las
mayores concesiones minerales y agrarias. Utilizando diferentes medios, la consolidación y el
crecimiento de propiedades más extensas adquirieron cierto aspecto acumulativo en gran parte de
América latina.
En la configuración de América latina influyeron muchas condiciones que predominaban de forma
externa en el sistema del capitalismo mundial. La difusión de las regiones de producción capitalista
en América latina no elimino todas las propiedades corporativas precapitalistas, las propiedades
comunales, los cultivadores campesinos y los derechos consuetudinarios de usufructo de las tierras
de los latifundios, pero la nueva matriz social y económica de la época dio un significado en gran
parte diferente a la posición de todos estos vestigios culturales.
El trabajo
El nuevo mercado de trabajo eran muy sensibles a los ritmos de la demanda del mismo, ritmos
estacionalmente diferenciados.
La participación de América latina en las masivas emigraciones de Europa en el siglo XIX y
principios del XX, aunque menor que las cifras equiparables correspondientes a los Estados Unidos,
fue considerable y surtió un efecto profundo en la ubicación y el carácter de ciertos mercados de
trabajo de la región.
Fue después de 1870, con todo, cuando las corrientes verdaderamente fuertes de migración europea
empezaron a tener repercusiones importantes en los principales mercados de trabajo
latinoamericanos.
Argentina fue el país que más se benefició de este aspecto en la economía internacional. Los
italianos y los españoles formaban la inmensa mayoría de los integrantes. La mayor parte de la
mano de obra y las habilidades con que se construyó la moderna economía argentina las
proporciono este gran movimiento de personas.
En toda América latina, las relaciones entre la economía internacional y los mercados de trabajo
regionales fueron muy variadas y reflejaban una mezcla de influencias diversas: diferencias
regionales en las dotaciones de factores aparte del trabajo, la fuerza diferente de las instituciones
tradicionales en lo que se refiere a regular las relaciones de producción, variaciones en la estructura
de producción en distintas industrias de exportación y el volumen de inmigración. El efecto general
de este fenómeno demográfico fue incrementar la demanda nacional de los alimentos, intensificar la
competencia para acceder a tierras y causar la subida de los precios de la tierra al mismo que
permitía que los terratenientes se apropiaran de una parte mayor del producto del trabajo.
Prácticamente, las únicas generalizaciones que pueden hacerse son que la esclavitud como
institución fue eliminada finalmente de América latina y que la heterogeneidad misma reflejaba las
numerosas imperfecciones del mercado como institución conectiva entre diferentes regiones y
procesos de producción.
La expansión de la demanda resultante de los incrementos de los ingresos y la población de la
región del Atlántico Norte repercutieron muy favorablemente en el comercio exterior de América
latina y que estas repercusiones se hicieron sentir en muchos, cuando no en la mayoría, de los
mercados de trabajo del continente. Sin embargo, que la mejora de los salarios reales fue
decisivamente modesta fuera de las zonas favorecidas del sur del Brasil, Argentina y Uruguay se
13
hace patente al ver el atractivo casi imperceptible que estas otras regiones tenían para los
emigrantes europeos, que se marchaban en gran número al extranjero en busca de empleo
remunerado.
El capital
La conexión del centro industrial con América latina fue la fuerza motriz del proceso de
acumulación de capital en todo el continente. Las transferencias de capital internacional
alimentaron el proceso, pero en modo alguno constituyó su totalidad. Quizá fueran aún más
significativas como catalizadoras de la formación de capital local.
Los cuatro cinco decenios que precedieron a la primera guerra mundial, fueron una edad de oro para
las inversiones de los extranjeros en América Latina. Gran Bretaña suministro la mayor parte de
estas trasferencias de capital, a la vez que otras economías europeas, sobre todo en Francia y
Alemania, también desempeñaron un papel significativo.
Fue la afluencia de capital, desde los mercados relativamente bien organizados del centro capitalista
hasta los casi inexistentes mercados de capital de América latina, lo que permitió que la región
respondiera como lo hizo a las nuevas oportunidades de vender en los mercados de productos de
exportación. Los ferrocarriles revestían especial importancia para determinar las repercusiones de
los movimientos de capital real, así como para explicar los flujos financieros.
El capital precedente del extranjero llegaba encarnado en una matriz de organización, y es muy
posible que esta circunstancia fuera la aportación más valiosa de los movimientos de capital. Los
trabajadores nativos aprendían, en compañías de propiedad extranjera, el funcionamiento de las
sociedades anónimas y otros aspectos de la gestión capitalista. Esta formación de capital humano
era parte esencial del funcionamiento de las nuevas instituciones latinoamericanas.
Conclusión: la evolución del capitalismo en América Latina
Entre 1870 y 1914, América Latina no solo mostraba una creciente diferenciación regional, sino que
también creo una dotación diferente de factores de producción gracias al desarrollo del periodo, que
fue inducido por la demanda. La mano de obra era abundante, de calidad decididamente superior y
ofrecía una serie de habilidades más diversificadas. La tierra, había experimentado una expansión
considerable. La acumulación y la transferencia habían aumentado, hasta cierto punto en todas
partes, las reservas de capital con que contaba la región, pero más importantes aun eran las mejoras
de su calidad. Mucho se había hecho por aliviar el atraso tecnológico bajo el cual trabajaba América
Latina todavía en los decenios intermedios del siglo XIX, pero la región seguía estando apartada de
la corriente principal de conocimientos científicos y técnicos que nutria a la sociedad industrial. La
acumulación de cambios cuantitativos durante el periodo comprendido entre 1870 y 1914 fue origen
de importantes cambios cualitativos en la organización sistemática, sobre todo en Argentina, Brasil,
Chile y Uruguay.
El capitalismo se hizo con el control de las alturas dominantes de la economía, orquestando los
nuevos recursos de la región para que respondiese principalmente a las necesidades de las
economías nuclearias del sistema mundial capitalista.
A pesar del crecimiento y de la acumulación de la época, seguía habiendo un superávit insuficiente
para efectuar la disolución de las formas no capitalistas de la organización social de la producción
que, como ha demostrado la moderna sociología del desarrollo, estaban, imbuidas del
conservadurismo y la inercia inherente a las instituciones tradicionales en general.
A medida que el crecimiento de las exportaciones fue cobrando ímpetu, la experiencia alteró
profundamente las relaciones entre las diversas economías regionales de América Latina y otras
partes del mundo, en especial las economías del Atlántico Norte. Formas precapitalistas de
organización económica y social continuaron siendo muy visibles en muchas zonas
latinoamericanas, fortalecidas en algunos casos, pero el modo y las relaciones de producción
característicos del capitalismo moderno aportaron una nueva capa sobrepuesta que subsumió a
todos los demás sectores en su lógica, controlando y organizando la mayoría de los procesos a nivel
local, incluso cuando el mantenimiento de formas más antiguas de organizar la producción convenía
a los sistemas que a la sazón iban cobrando forma. En 1870, estos sistemas se encontraban aun en
formación. En 1914, el nuevo régimen ya se había consolidado plenamente y propagaba las
14
condiciones que, andando el tiempo, lo reconfigurarían aún más.
Trabajo de las chicas
W. Glade afirmaba en su libro América Latina y la economía internacional, 1870-1914 que el
“motor principal del crecimiento en éste período fue la producción industrial en países del centro
económico, con los cambios sociales y económicos que la acompañaban” (p.7) haciendo referencia
a la relación de éste crecimiento con la reorientación de la economía latinoamericana a partir del
último tercio del siglo XIX. Las economías en expansión del Atlántico Norte reorientaban la vida
económica hacia una participación mayor en un intercambio mundial que ya no se veía determinado
por la política comercial ibérica, generando así nuevas oportunidades de crecimiento y una
dislocación del comercio. La integración de la región en la economía mundial y la facilidad en
obtener préstamos del extranjero contribuyeron a sofocar el potencial para la producción local de
tecnología así como obstaculizar el crecimiento de la experiencia manufacturera en el continente.
Brasil, Chile, Argentina y México fueron los países con mayor estabilidad para éste período.
América Latina resultaba más atractiva a los ojos de inversionistas extranjeros, contribuyendo a la
acumulación del capital de los mismos. La tasa total del crecimiento de las economías más
desarrolladas estaba dada por la tasa de crecimiento de la producción industrial, que a su vez
determinaba la tasa de incremento de la demanda de exportaciones procedentes de las economías
periféricas, incluyendo las latinoamericanas. Así también el superávit económico del centro daba a
las regiones industrialmente avanzadas los medios técnicos y económicos que hacían falta para que
las regiones periféricas se introdujeran cada vez más al campo de gravedad económico, el mercado
mundial capitalista.
Como parte de éste proceso, América Latina se vio cada vez más inserta en la estructura del sistema
del mercado mundial. Pero es necesario señalar las distintas formas en que la economía
internacional afectó a la organización económica de América Latina. En primer lugar, afectó al
mercado de productos donde se destacan los productos de exportación, y esto fue lo que impulsó el
avance en la vida latinoamericana. Creció notablemente el volumen de artículos de consumo y de
materias primas para la industria que se enviaban al exterior, como por ejemplo, en el caso
argentino, la exportación de cuero, buey congelado, trigo y maíz; y en el caso brasileño el café, el
caucho y el azúcar.
A nivel regional los mercados acusaron la influencia de cambios en cuando a hábitos de consumo
entre la población urbana, que se encontraba en un proceso de rápida expansión. Los mercados
urbanos de manufacturas de consumo eran abastecidos en gran medida por exportaciones británicas,
aunque con una fuerte competencia por parte de Alemania, Estados Unidos y Francia. Las
manufacturas de algodón europeas, en especial las inglesas, al igual que la lana, el lino, sedas y
calzados destacaban entre los productos consumidos en América Latina. Esto se debe además a que
la industrialización local era limitada y dispersa, variando la situación de un país a otro.
El hecho de que la mayoría de los nuevos tipos de bienes de producción fuesen importados
significaba que las industrias exportadoras habían empezado a funcionar como sector de bienes de
capital y no sólo como medio de pagar las importaciones de artículos de consumo. Por ende los
mercados de bienes de producción de volvieron mas complejos e incitó a inversionistas locales a
poner sus ahorros a trabajar en nuevos proyectos.
En segundo lugar, es necesario mencionar los efectos en el mercado de factores, principalmente la
tierra, el trabajo y el capital. La tierra fue considerada el principal medio de producción básico para
la mayor parte de la población en todos los países latinoamericanos. Los productos agrícolas, los de
la ganadería y la minería eran productos de la tierra. En cierto modo, el más notable cambio
económico de todo el período fue el enorme incremento de la provisión de tierra como móvil
principal para el desarrollo capitalista. Grandes extensiones de tierras, que antes estaban a manos
del Estado, cayeron bajo el poder de particulares y el control de las mismas era ejercido a veces por
un individuo, otras por una familia y a veces por una sociedad comercial. La tierra, incluyendo las
riquezas del subsuelo, había experimentado una expansión considerable.
El mercado de trabajo, por su parte, fue menos afectado debido a la creciente interpenetración de
estructuras económicas a la región. La participación de América Latina en las masivas emigraciones
15
provenientes de Europa en el siglo XIX y principios del XX, aunque menor que las cifras
equiparables correspondientes a los Estados Unidos, fue considerable y surtió efecto en la ubicación
y el carácter de ciertos mercados de trabajo de la región. Fue después de 1870 cuando las corrientes
verdaderamente fuertes de migración europea empezaron a tener repercusiones importantes en los
mercados de trabajos latinoamericanos. Argentina, por ejemplo, fue el país que más se benefició de
éste aspecto de la economía internacional, ya que la mayor parte de mano de obra y las habilidades
con que se construyó la moderna economía fueron dadas por el gran movimiento de personas.
Lo que evolucionó en gran medida las relaciones de América Latina con la economía mundial,
además de la tierra y el trabajo, fue el proceso de acumulación del capital en todo el continente. Las
transferencias de capital internacional alimentaron éste proceso. Gran Bretaña es un claro ejemplo
en cuanto a suministros de transferencias de capital, además de Francia y Alemania. Los
inversionistas franceses se concentraron en Brasil, los alemanes presentaban preferencias por
Argentina, Brasil y México.
Ésta afluencia de capitales extranjeros provenían del centro capitalista y fueron los que hicieron
posible que la región respondiera a las nuevas oportunidades de vender en los mercados productos
de exportación. Se introdujeron nuevos métodos de producción del extranjero en todos los sectores
exportadores de América Latina y se mejoró técnicamente la producción destinada a los mercados
interiores. Además se produjo la formación del capital humano, que fue parte esencial del
funcionamiento de las nuevas instituciones que echaron raíces en América Latina.
Para concluir, Glade afirma que, por una parte, el capitalismo se hizo con el control de las alturas
dominantes de la economía, organizando los nuevos recursos de la región para que respondieran a
las necesidades de las principales economías nuclearias de éste sistema mundial. Y, por otra parte,
las nuevas opciones de producción generadas para las economías latinoamericanas, dependían de
las diferentes variables de factores que regían en cada región mencionada.

- Herbert Klein, 2011. “El fin del tráfico de esclavos”, en: El tráfico atlántico de esclavos,
Lima, IEP: 265-295.
-Hebe Mattos, 2012, “A vida política” , en: Lilia Moritz Schwarcz, dir. História do Brasil
Nacao:1808-2010,, A abertura para o mundo, 1889-1930, vol. 3, Río do Janeiro, Objetiva: 85-
131.

Fuentes documentales
-Leyes liberales de México, 1855-1857:Ley Lerdo, Ley Iglesias y Ley Juárez.
-Lei Adolfo Gordo - “Determinaçao da expulçao de opérarios estrangeiros envolvidos em
agitaçoes”, 1907.

Unidad IV: Cuestionamientos al modelo oligárquico y reajustes (ca. 1910-1930)


Las reacciones contra el sistema político conservador: movimientos
revolucionarios, sindicalismo y formación de nuevos partidos políticos.
Reformismo estatal y avance de las clases medias. El avance norteamericano en
América Latina. Anti-imperialismo y movimientos indigenistas. Raza, género,
clase y nación. Casos particulares: México: La Revolución de 1910. Brasil: Los
Tenentes y la oposición militar. Perú: De Mariátegui a Haya de la Torre. Chile:
El sindicalismo y las organizaciones de izquierda. Uruguay: El Batlismo y la
“Suiza de América”.

Bibliografìa obligatoria
-Antonio Annino. 1994. “Ampliar la nación”, en: A. Annino, Luis Castro Leiva y François
Xavier Guerra, De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica, Zaragoza, Ibercaja:547-566.
16
-Rosemary Thorp. 1991. “América Latina y la economía internacional desde la primera
guerra mundial hasta la depresión mundial”, en Bethell, Leslie, ed. Historia de América
Latina. 7: América Latina: economía y sociedad, c.1870-1930. Barcelona: Crítica: 50-72.

La división de la historia económica de América latina en periodos alrededor de “perturbaciones


externas” se ha visto cada vez más rechazada en años recientes. Sin embargo, en el papel de la
economía internacional en el desarrollo económico de América latina, la primera guerra mundial y
la depresión mundial encierran un periodo significativo. Llena el vacío que media entre la primera
“perturbación externa” importante en el siglo XX y el derrumbamiento definitivo del mecanismo de
crecimiento inducido por las exportaciones de la “edad de oro”, que había empezado hacia 1870. El
periodo también representa los años claves en la sustitución de una hegemonía por otra: la
decadencia de Gran Bretaña fue acelerada por la guerra, y los Estados Unidos se vieron empujados
a interpretar el papel de principal socio inversionista y comercial de América latina.

CAMBIOS EN LA ECONOMÍA MUNDIAL


Aunque está claro que el estallido de la primera guerra mundial tuvo gran importancia en el
derrumbamiento de la clásica economía mundial capitalista, basada en el papel dominante de Gran
Bretaña y el funcionamiento del patrón oro, es fácil exagerar dicha importancia. Pero desde mucho
antes de 1913, fuerzas favorables al cambio y que amenazaban esta armonía habían ido ganando
potencia.
El cambio tuvo lugar en dos campos principales. Primero fue el desplazamiento que ya se estaba
produciendo en las estructuras del comercio y las inversiones. El papel iniciador de Gran Bretaña en
el comercio de manufacturas significaba que su participación descendería forzosamente con el
desarrollo con otros miembros de la comunidad comercial. El papel de los Estados Unidos en el
comercio y las inversiones aumentaba rápidamente desde comienzos de siglo.
En segundo lugar, ya se estaban produciendo cambios que llevarían a una creciente oferta excesiva
de productos básicos y a aumentar la inestabilidad de mercado. En la vertiente de la demanda, el
crecimiento demográfico en los países desarrollados estaba disminuyendo y el alza de la renta
llevaba a un crecimiento proporcionalmente más lento de la demanda de alimentos. En la vertiente
de la oferta, el cambio y la modernización técnicos conducían a una mayor productividad y
también, en ciertos casos, a un incremento de la rigidez a corto plazo de la oferta, al hacerse la
producción más intensiva en capital.
Durante la guerra, el cambio en las estructuras del comercio e inversiones experimentó una intensa
aceleración, por un lado, la posición de Gran Bretaña en comercio mundial decayó, y nunca se
recuperaría del todo; por otro lado, las oportunidades de exportar de los Estados Unidos
experimentaron la correspondiente transformación.
La guerra también estimuló un incremento de la capacidad productiva de muchos productos básicos
donde ya existía el peligro de exceso de oferta. La guerra también surtió efectos más específicos.
Los vínculos de comercio e inversiones de Alemania fueron cortados bruscamente, con lo que se
creó un vacío que Estados Unidos se apresuró en llenar.
Durante todo el periodo de la guerra, la interrupción de las importaciones produjo tanto
oportunidades como inconvenientes. En todas las economías occidentales se registraron cambios
bruscos en la intervención del Estado debido a la súbdita necesidad de regular las economías de
guerra. También el nacionalismo pasó a ser una fuerza más potente y hubo acontecimientos
importantes en los movimientos laborales.
Con el antiguo sistema en desorden y la aparición de nuevas fuerzas favorables al cambio bajo
formas tales como el aumento del cometido del Estado, en 1919 existía la oportunidad de replantear
la situación y tratar de valorar y resolverlos problemas subyacentes. De los Estados Unidos salió un
fuerte empeño en volver a reducir el papel del gobierno: abandonar el control de los precios y toda
injerencia en el comercio o los tipos de cambio, y acercarse de nuevo según fuera posible, a la
competencia “sana y libre”.
La prisa por volver a las fuerzas del mercado fue especialmente imprudente dada la magnitud de la
17
demanda contenida durante la guerra: el resultado fue la mala gestión del auge y el hundimiento de
1919-1922, cuya naturaleza era en gran parte especulativa. El auge empeoró más el problema de la
oferta excesiva de productos agrícolas.
Había que tomar medidas urgentes para fomentar las importaciones y la exportación de capital al
objeto de paliar los problemas que los pagos planteaban a los receptores. Pero Estados Unidos
continuo con su política proteccionista y su política de exportación de capitales creó problemas
importantes a los países receptores. De esta manera, el volumen de la producción básica continúo
aumentando. Mientras tanto, las fuerzas que influían en la oferta y la demanda continuaron
actuando y adquiriendo potencia. Los años veinte fueron un periodo de progreso técnico
especialmente rápido en la agricultura.
En 1928 las tensiones y las presiones ya empezaban a hacerse sentir en los diferentes mercados de
productos básicos. La depresión mundial fue, pues, resultado en parte de desequilibrios profundos
en el sistema internacional; su severidad, no obstante, se vio agravad considerablemente por la mala
gestión política que se siguió dentro de los Estados Unidos. El auge de este, en 1928, atrajo capital
de todas partes y muchos de los países latinoamericanos empezaron a tener problemas con su
balanza de pagos porque cesó la afluencia de capital e incluso empezó a salir en dirección contraria.
En octubre de 1929, se produjo el hundimiento de Wall Street. Los precios de los productos básicos
cayeron verticalmente y los términos de intercambio se volvieron en contra de los productos
básicos. Cesaron por completo las entradas de capital. El resultado, conocido, fue un atascamiento
del comercio y la inversión mundiales.
Las consecuencias para América latina fueron serias. Al mismo tiempo, la perturbación
complementaria de la depresión mundial obligó a efectuar el fundamental cambio de dirección
económica, cuya necesidad había demostrado la primera guerra mundial, pero que no pudo hacerse
durante los años veinte porque las fuerzas internas eran insuficientes.

LOS EFECTOS EN AMÉRICA LATINA


Los países latinoamericanos tuvieron, primero, el cambio de la estructura del comercio y la
inversión mundiales y, en segundo lugar, el debilitamiento y el comportamiento irregular de los
mercados de productos básicos durante el periodo estudiado.
El cambio más espectacular durante este periodo se produjo en las inversiones (la mayor
participación de Estados Unidos). A su vez, las inversiones directas (en los minerales, petróleo y
empresas de servicios públicos) estaban íntimamente asociadas con las afluencias indirectas
(bancos). El papel de los bancos se hizo cada vez más importante.
Con el alza de las inversiones aumentó también el comercio de los Estados Unidos con la región.
Los progresos que hicieron los Estados Unidos durante la guerra se consolidaron en el decenio de
1920, cuando su ventaja competitiva fue fortalecida por los nuevos productos dinámicos del periodo
(automóviles). Esto produjo cambios interesantes en las relaciones y creo un nuevo potencial de
desequilibrio.
Pasando seguidamente a las consecuencias implícitas de las tendencias desfavorables y la creciente
inestabilidad de los mercados de productos básicos, hemos demostrado que los precios de estos
productos respondían a potentes fuerzas de desequilibrio. A causa de ello, la mayoría de las
economías latinoamericanas experimentaban un nuevo nivel de estabilidad en lo que se refiere al
producto de las exportaciones, como se vio claramente en el auge y el hundimiento de 1921-1922,
aunque continuó durante todo el decenio de 1920.
Para explicar esta desestabilización, la autora analiza tres grupos de fuerzas económicas: primero, la
(anteriormente mencionada) demanda en deterioro; segundo, la creciente limitación de los recursos;
y tercero, el “desplazamiento de la composición de las exportaciones hacia las que eran de
propiedad extranjera y daban a la economía nacional una porción pequeña de su valor”.
Al explicar la aparición de problemas que, ya fueran externos e internos, señalaban el final de la
edad de oro del crecimiento exportador, también hemos sugerido, en varios casos, posibles fuentes
de conflictos o tensiones motivados por problemas relativos a la utilización o la distribución de
recursos. Pero, precisamente, la dificultad de este periodo estriba en que diversos factores actuaron
18
para suprimir o reducir el nivel de las señales.
Aunque este periodo iba típicamente asociada con el despilfarro, la afluencia de dinero extranjero
seguía interpretando su papel al mitigar la restricción de recursos. Lo que los empréstitos hicieron a
corto plazo fue sostener la demanda, estimular los auges de la construcción e impedir que se
percibiese la inminente restricción de la afluencia de moneda extranjera.
El segundo factor que ocultaba la realidad subyacente era el comportamiento internacional de los
precios. La inestabilidad descrita logró ocultar el hecho durante esos decenios. Primero llegaron los
grandes aumentos de precios de la primera guerra mundial. Siguió a estos acontecimientos el auge
de 1920-1921, un auge sumamente especulativo y cuya gestión fue mala. El movimiento de los
precios ocultó la lentitud que a veces se registraba en las tasas de crecimiento del volumen.
La guerra convenció a muchos de que depender excesivamente del capital extranjero podía ser
imprudente. Al mismo tiempo, los ingresos públicos aumentaban con las exportaciones y
proporcionaban el medio de independizarse de los intereses extranjeros.
No obstante, lo que impidió que los acontecimientos de la guerra o el nuevo potencial de tensiones
en torno al uso de los recursos crearan un nivel de conflictos mayor del que siempre había
caracterizado a la presencia económica extranjera fue el papel positivo que desempeñaba la
afluencia de capital extranjero. Los gobiernos mostraron mucho celo en recibir bien y fomentar la
entrada de capital extranjero: se hicieron desarrollos significativos a nivel institucional,
especialmente en el campo de la banca y las finanzas (los años veinte fueron el decenio de las
Misiones Kemmerer).
El resultado fue, en primer lugar, que muchos países se fijaron como objetivo la vuelta a la paridad
y pidieron la revalorización del tipo de cambio. En segundo lugar, se produjo la adopción
generalizada de un patrón de cambio oro.
Obviamente estas reformas fueron acompañadas de la creación de técnicas de control e influencia.
La presencia norteamericana se estaba haciendo aún más molesta que la inglesa en un periodo
anterior y mostraba un empeño todavía más descarado en controlar.
En vista de esta naturaleza confusa, no era de espera cambios de dirección radical y coherente. La
consecuencia inmediata del estallido de la primera guerra mundial fue una aguda crisis financiera de
América Latina. En 1915 las exportaciones ya aumentaban señaladamente y las balanzas
comerciales se inclinaban decididamente hacia el superávit. El problema, sin embargo, residía en la
vertiente de la oferta (las fuentes normales de bienes de capital de Europa ya no estaban
disponibles).
Parece justo decir que el incremento del proteccionismo en los años veinte ni siquiera compensó los
descensos anteriores y se lo debe calificar, por ende, de débilmente proteccionista.
Lo que está claro es que no existió jamás una política industrial coherente. Los incrementos de las
tasas solían resultado de negociaciones individuales y fragmentarias. A esto se le suma la falta de
atractivo de la industria: la exportación de capital local. En un momento en que el capital extranjero
entraba con facilidad, la salida de capital nacional hacia otras partes daba pie a comentarios
frecuentes.
Si se puede hablar del aporte de dicho hecho bélico, al estímulo de los pequeños talleres de
reparación, aportando una base incipiente para la producción de bienes de capital. Pero esto no
significa de ninguna manera una aparición de una política industrial coherente.
En síntesis, la autor deja cómo la primera guerra mundial no provocó, como comúnmente se
considera, un desarrollo inminente de la industrialización nacional. Además, la decadencia de
potencias como Gran Bretaña o Alemania, fue contenida por la agresiva presencia de Estados
Unidos en América Latina.

-Juan A. Oddone, 1992. “La formación del Uruguay moderno, c. 1870-1930”, en: L. Bethell,
ed. Historia de América Latina, 10: América del Sur, c. 1870-1930. Madrid, Cambridge-Crítica:
118-134.

EL URUGUAY TRADICIONAL: GANADO Y CAUDILLO


19
A finales de la década de 1860, la población uruguaya no superaba los 300.000 habitantes.
Más de una cuarta parte vivía en el puerto principal, Montevideo, donde también se hallaba la
capital política. La proporción de extranjeros era una de las más elevadas entre las repúblicas
latinoamericanas. De hecho, el sistema de transportes consistía en poco más que caminos
primitivos; por fortuna, el principal producto de su economía, el ganado, tenía la virtud de ser
móvil.
La economía estaba basada en la explotación extensiva del ganado bovino
criollo. La matanza de ganado para las necesidades de la raleada población rural indigente no
constituía aún un acto ilícito y ni siquiera en las estancias el libre consumo de carne resultaba eco
ómicamente irracional.
La importancia que había llegado a alcanzar el comercio en este país productor de materias
primas y alimentos era un tanto excepcional. La ubicación del puerto de Montevideo en la margen
septentrional del Río de la Plata y sus ventajas naturales sobre Buenos Aires y los embarcaderos de
Rio Grande do Sul lo convirtieron en un centro distribuidor regional de las mercancías europeas
destinadas a las provincias argentinas de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, la zona riograndense e
incluso Paraguay.
La espina dorsal de las clases altas uruguayas estaba constituida por terratenientes,
capitalistas y prósperos comerciantes, entre quienes figuraban numerosos extranjeros residentes.
La sociedad y el sistema económico descrito no creaban desigualdades y tensiones sociales
extremas; en algunos aspectos, Uruguay contrastaba con la América Latina del siglo xix,
caracterizada por la acentuada polarización de las clases sociales. Las diferencias económicas entre
los individuos eran de origen reciente y no las aumentaban distingos raciales. Por lo tanto, podían
acortarse con relativa facilidad.
Dos aspectos típicos de la vida social y política del periodo eran la frecuencia de las guerras
civiles y el paternalismo del caudillo-terrateniente para con la población marginal del campo.
Durante el primer medio siglo de vida independiente, varios presidentes debieron hacer frente a
rebeliones y se vieron obligados a abandonar su cargo antes de cumplir el término legal de cuatro
años. El gobierno central debía enfrentar las turbulencias de los caudillos entre los cuales estaba
fragmentado el poder en el interior del país.
Al concluir la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1865-1870) las características
ancestrales del Uruguay habían empezado a desaparecer. Los comerciantes, principalmente los de
origen extranjero, habían visto crecer su influencia gracias a la prosperidad alcanzada durante la
guerra reciente; junto a los terratenientes, empezaban a exigir paz interior y gobiernos fuertes como
pilares de un orden social estable.
La afluencia del capital extranjero, principalmente británico, era ya apreciable. El país
prosiguió integrándose a la economía mundial.

LA MODERNIZACIÓN Y EL MERCADO MUNDIAL, 1870-1904

Al filo de 1870 la situación económica del Uruguay revelaba un cuadro de


aparente prosperidad.
Con el alzamiento del caudillo blanco Timoteo Aparicio comienza en 1870 la «guerra de las
lanzas», que fue un intento del Partido Blanco por recuperar al menos parte del poder que los
colorados monopolizaban. Las acciones militares se arrastraron durante dos largos años y en abril
de 1872, al firmarse una paz negociada, surgió un nuevo grupo político desprendido de los partidos
tradicionales. La fracción «principista» estaba integrada por intelectuales y universitarios, hijos de
las familias más antiguas, que, sin embargo, ya no eran las más ricas. Defendían con obstinación un
orden político inspirado en ideas ultraliberales, que invocaban una desconfianza sistemática frente
al Estado y la vigencia sin restricciones de los derechos individuales.
Las tendencias menos renovadoras de los partidos tradicionales triunfaron en las elecciones
de finales de 1872, pero ello no impidió que los líderes principistas accedieran al Parlamento, que
20
permanecería bajo su influencia hasta 1875.
Las cámaras emprendieron en 1873 un programa de reformas administrativas, judiciales y
electorales dirigidas básicamente a reafirmar los derechos individuales frente a los desbordes
autoritarios atribuidos al poder estatal. Quienes representaban en el Parlamento intereses
económicos concretos —por ejemplo, terratenientes y comerciantes— no aceptaron la propuesta
principista, considerada más bien como un obstáculo a la implantación de un orden económico en el
que sus inversiones fuesen más seguras y rentables. Las pérdidas sufridas por el sector ganadero
habían sido cuantiosas durante la última rebelión blanca. El descontento de los estancieros se
generalizó en los primeros meses de 1874 cuando aparecieron los tempranos síntomas de crisis
financiera. Los principistas fueron desplazados por un grupo de oficiales del ejército decididos a
poner fin al callejón sin salida creado por la crisis.
Ante la incapacidad del gobierno provisional que le sucede, la dictadura del coronel Lorenzo
Latorre (1876-1880) logró en cambio satisfacer las demandas esenciales de las clases propietarias.
Tras la inesperada renuncia de Latorre (1880), el general Máximo Santos rigió con mano
dura al país durante más de seis años. Por lo pronto reforzó la estructura del Partido Colorado
colocándose a su cabeza. Asimismo, el partido comenzó a recibir apoyo del ejército, que emerge
como factor político de poder. En adelante, y durante casi un siglo, las fuerzas armadas y los
colorados convivieron mediante una tácita alianza que aseguró ventajas a los militares y al mismo
tiempo neutralizó toda posible aspiración de éstos a alguna forma más directa de participación;
junto a otros factores, dicho entendimiento contribuyó a la estabilidad política subsiguiente y, a la
larga, resultó una efectiva garantía del orden institucional. La evolución del militarismo en
Uruguay, su rápida declinación después de 1886 y su sometimiento pacífico a la autoridad civil (o,
quizá, el consentimiento de la misma), deben verse en estos términos.
Incluso en condiciones económicas favorables, sus líderes habían demostrado que eran
incapaces de mantener un modelo autoritario estable al estilo del general Roca en la Argentina de
1880.
Bajo el militarismo se consolidó la paz interna que eliminó temporalmente la anarquía de los
caudillos, pero también alcanzaron su madurez los rasgos de la dependencia externa que se basaba,
según revelan con entusiasmo muchos informes diplomáticos, en lazos más estrechos con las
potencias imperialistas. Este fenómeno favoreció el crecimiento de la producción, pero asimismo
comportó cambios en su composición.
La presencia británica en Uruguay se volvió más significativa al amparo de la estabilidad
interior que le aseguraron los gobiernos fuertes, pero también se vio robustecida por las garantías
que el mismo Estado otorgó al asegurar tasas mínimas de rendimiento en distintas inversiones.
Durante este periodo de prosperidad relativa se registró un rápido crecimiento demográfico,
debido principalmente al volumen de los aportes inmigratorios.
Aunque el país vivía en un clima de euforia política desde la renuncia de Santos, no tardaron
en reaparecer viejos problemas al comenzar los trabajos de reorganización partidaria con miras a la
restauración del gobierno civil. Los colorados, superando divisiones internas, utilizan con habilidad
la estructura del partido y el poder de convocatoria popular del presidente saliente una vez que se
desmantelan las bases políticas del poder militar. El artífice de la transición fue el nuevo ministro de
Gobierno, Julio Herrera y Obes (que había sido una destacada figura entre los principistas cesantes
en 1875).
Pronto resultó claro que la vuelta al gobierno civil era, en realidad, el instrumento de una
nueva opresión —la del poder presidencial— legitimada por una fachada democrática. Con el
ascendiente de los caudillos en suspenso y el ejército de nuevo en sus cuarteles, el gobierno
disponía de considerable poder para ejercer un alto grado de coacción política.
Los orígenes de la crisis de 1890 fueron complejos. Tras la caída de Santos, la favorable
situación internacional estimuló la afluencia de capitales argentinos que, en manos de audaces
financieros atraídos por las ventajas del mercado uruguayo, ensancharon repentinamente los
horizontes del crédito. En ese contexto, la fundación del Banco Nacional (1887) por parte de
capitalistas extranjeros con la participación nominal del gobierno, contribuyó a un alza de precios
21
que impulsó el boom financiero previo al crack de 1890. Sin embargo, esta crisis no puede
explicarse como el mero resultado de la actividad especulativa local, sino que debe verse también
en función de factores de más vasto alcance. La quiebra del Banco Nacional en 1891 y la negativa
del mercado a aceptar sus billetes de banco supusieron, al igual que en 1875, una derrota para el
gobierno. Asimismo representaron un triunfo para el grupo «orista», integrado principalmente por
comerciantes e inversionistas extranjeros cuyos intereses estaban vinculados al oro y que por lo
tanto no aceptaban ninguna otra base monetaria. La victoria de esta oligarquía financiera le otorgó
el monopolio de la oferta de créditos durante los cinco años siguientes. La fundación del Banco de
la República en 1896 puso fin al monopolio, pero el éxito —que favorecía a los terratenientes, los
pequeños comerciantes, la aristocracia venida a menos y las masas populares— sería sólo parcial.
La fundación del Banco de la República representó una intervención importante del Estado
en la economía. Las elecciones presidenciales para la sucesión de Herrera y Obes, celebradas a
comienzos de 1894, demostraron tanto la fuerza creciente de la oposición como los tenaces
esfuerzos de los partidarios del gobierno por mantenerse en el poder.
La insurrección de 1897 invocó, una vez más, la protesta de los blancos excluidos del poder,
pero es importante tener presente el trasfondo social de la revuelta. Desde el decenio de 1870,
cuando comienza la modernización acelerada en las estancias tradicionales, los cambios
tecnológicos habían dejado indefensa a la clase trabajadora rural. El Pacto de la Cruz, con el que
concluye la guerra, establece un equilibrio entre los dos partidos políticos y una precaria división de
facto del gobierno nacional. La fórmula de coparticipación adoptada en 1897 volvía una vez más a
cuestionar el principio de unidad política del país e implicaba una peligrosa limitación a la
soberanía del Poder Ejecutivo.
Al finalizar el siglo XIX, la plena incorporación de Uruguay a la economía mundial a partir
de las exportaciones agropecuarias era un hecho consumado. El precio que hubo de pagar por este
grado de integración y prosperidad fue por lo pronto una recurrente inestabilidad económica.

EL REFORMISMO Y LA ECONOMÍA EXPORTADORA, 1904-1918

Desde que fue elegido por primera vez, en 1903, hasta su muerte, acaecida en 1929, José
Batlle y Ordóflez dominó la vida política de Uruguay. Dos veces presidente (1903-1907 y 1911-
1915), su autoridad se debió en gran parte a que supo conciliar las aspiraciones de la burguesía
modernizadora con los reclamos de las clases populares.
Pese al descontento del Partido Blanco, la pacificación del país fue un hecho desde 1904 y
también una condición cumplida para acceder al estadio de modernización. Finanzas ordenadas y
crecientes saldos exportables permitieron a Batlle encarar un programa reformista de vastos
alcances, acorde con los cambios que se estaban produciendo en la sociedad uruguaya.
Las reformas de Batlle favorecieron la reestructura administrativa del país. El Estado resultó
fortalecido por el incremento del número de ministerios y la creación del Tribunal Supremo de
Justicia en 1907. Al mismo tiempo, la influencia de la Iglesia disminuyó a causa de la limitación
progresiva de sus prerrogativas y de las leyes liberales sobre el divorcio, que se decretaron en 1907
y 1913; esta última ponía el divorcio a disposición de la voluntad de la esposa, y sin expresión de
causa. Se ampliaron los beneficios de la educación mediante la creación de los liceos
departamentales en 1912, y la sanción de la gratuidad total de la enseñanza secundaria y superior en
1916. En el terreno laboral, el Estado asumió el papel de arbitro interclasista, interviniendo en
nombre de los asalariados más débiles, ya fuera mediante leyes protectoras o por garantías efectivas
de los derechos sindicales. De estas leyes, la más escandalosa (a ojos de la patronal) fue la que en
1915 aprobó la jornada laboral de ocho horas para todos los trabajadores urbanos.
Además de estas medidas de bienestar social, el Estado también propició pautas de
desarrollo de marcado carácter nacionalista. La formulación de una política proteccionista,
coordinada en 1912 a partir de antecedentes que se remontaban a 1875, estimuló la expansión de la
industria manufacturera. Batlle intentó igualmente limitar la magnitud de la penetración extranjera
(especialmente la británica) en la economía. El capital foráneo aparecía bajo la forma de préstamos
22
al gobierno uruguayo e inversiones directas. En ambas manifestaciones, la posición británica era
dominante.
La postura reformista de Batlle partía fundamentalmente de una concepción especial del
papel del Estado como catalizador de los cambios requeridos por la dinámica social de su país. Esta
concepción llevó a Batlle a hacer hincapié en los riesgos implícitos que contenían las atribuciones
presidenciales. A su modo de ver, la ampliación de los fines del Estado suponía delegar en un cargo
(y en un hombre) poderes extraordinarios y el abuso de estos poderes había constituido la trama de
la historia política de Uruguay durante gran parte del siglo xix. Considerando aquellos riesgos, así
como la necesidad de garantizar la continuidad de la política gubernamental, Batlle propuso en
1913 las bases de una reforma de la Constitución. En esencia, su proyecto consistía en suplantar el
ejecutivo presidencial por un cuerpo colegiado de nueve miembros del partido mayoritario.
Las elecciones para la Asamblea Constituyente que debía estudiar la propuesta se celebraron
en julio de 1916 y dieron una clara ventaja a favor de los enemigos del colegiado. El sucesor de
Batlle en la presidencia, Feliciano Viera, seguramente influido por dicho resultado, anunció que se
interrumpiría el programa de reformas sociales.
Durante el periodo 1904-1918, la naturaleza de la economía fue determinada por los
procesos paralelos de modernización y dependencia. La consolidación del Estado y la complejidad
de sus funciones lo transformaron en agente efectivo del desarrollo económico, pero ello contribuyó
a que las contradicciones del «desarrollo dirigido hacia afuera» resultasen más evidentes.
En el sector manufacturero, la multiplicación y diversificación de establecimientos fue
acompañada por el incremento del empleo industrial. Pero más que el número de sus integrantes
importa señalar el cariz que asumen las tempranas reivindicaciones obreras. Los objetivos apuntan
casi invariablemente a mejores condiciones de vida (salarios, jornada laboral máxima) y las huelgas
se vuelven frecuentes desde comienzos de siglo, cuando Montevideo es el refugio de los
«agitadores» expulsados de Argentina al amparo de la «ley de residencia».

LOS LÍMITES DEL REFORMISMO, 1918-1930

La primera guerra mundial hizo prosperar la economía uruguaya a partir del boom
exportador de sus productos agropecuarios. Asimismo, la industria local y el consumo de artículos
manufacturados en el país crecieron considerablemente. Defraudando las expectativas de los
ganaderos, el final de la guerra clausuró la coyuntura próspera y legó un periodo de severas
dificultades para la colocación de carnes, caracterizado por bruscas oscilaciones en la demanda
externa.
El comercio de Estados Unidos con Uruguay opera sobre una base de escasa reciprocidad.
No obstante, la presencia británica era aún descollante. La inmigración, que había cesado
virtualmente con la gran guerra, se reanudó con fuerza en el decenio siguiente.
En el orden de la producción ganadera culminan durante la primera posguerra dos procesos
estrechamente interrelacionados: el afianzamiento del frigorífico, que apareja a su vez la imposición
de la carne enfriada sobre la congelada; y el ocaso definitivo del saladero que apenas procesa el 5
por 100 de las faenas frigoríficas. Los cinco años que precedieron a la crisis de 1929 se
caracterizaron por otro auge exportador, al recuperarse el comercio mundial.
Pese a las señales inquietantes, el estado de bienestar continuaba avanzando, y en los
últimos años de la administración batllista se suceden las medidas reformistas.
La tregua que acordaron los partidos tradicionales al sancionarse la Constitución colegiada
de 1919 se apoyaba en una serie de complejos convenios políticos. Para los blancos, esta estructura
legal les aseguraba la imposibilidad de que Batlle volviera a ocupar la presidencia. También
entrañaba (tanto para ellos como para los colorados) la aceptación de un acuerdo interpartidista
como condición inevitable para gobernar. Durante 15 años, distintos acuerdos de esta clase
garantizaron una frágil estabilidad institucional. Tal sistema de implícita coparticipación tendía, sin
embargo, a agravar las escisiones internas en ambos partidos. Su muerte, a finales de 1929, abrió un
periodo de incertidumbre. El vacío de poder creado por su desaparición puso a seria prueba, en los
23
años siguientes, la estabilidad de las instituciones. Las elecciones presidenciales de 1930, ganadas
por Gabriel Terra, revelaron hasta qué punto la coexistencia de tendencias opuestas entre los
batllistas había dependido del ascendiente personal de Batlle.
El golpe de Estado de 1933 es inseparable de un contexto en el que las tensiones políticas
internas se vieron agravadas por las repercusiones de la crisis mundial. Con ese desenlace toca a su
fin aquel modus vivendi basado en pactos y acuerdos entre agrupaciones sociales y políticas
antagónicas, para el cual había sido tan necesaria la estabilidad económica que conociera Uruguay
en los años anteriores a 1929.

-Alan Knight 1986. La revolución mexicana: ¿burguesa, nacionalista,o simplemente “gran


rebelión”? Cuadernos Políticos, número 48, México D.F., ed. Era, octubre-diciembre, 1986: 5-
32.

¿Qué clase de revolución fue la revolución Mexicana? Un amplio y complejo histórico (sobre el
cual puede haber grandes desacuerdos empíricos), Ramón Ruiz afirma que México no sufrió una
revolución sino una “gran rebelión”. Este llamativo argumento se deriva del modelo que Ruiz tiene
de la revolución del siglo XX, Rusia, China o Cuba Debe lograr “una transformación de la
estructura básica de la sociedad, cambiando radicalmente “la estructura de clase y los patrones de
riqueza y de distribución de ganancias”, y además “modificando la naturaleza de la dependencia
económica del país respecto al mundo exterior”. Comparados con los bolcheviques, los
“revolucionarios” mexicanos son un grupo apocado; menos “rebelde”.
México no experimentó una transformación se trató de una rebelión, o de una forma de “protesta
burguesa”, que solo podía “perfeccionar y actualizar” un capitalismo preexistente.
James Cockcroft está convencido de la naturaleza capitalista de la sociedad porfiriana y, por lo
tanto, acoge con agrado la teoría general de Frank acerca de la omnipresencia del capitalismo en
América Latina a partir de la Conquista.
Logro la Revolución, “apenas logro derrocar a Porfirio Díaz y modificar parte de la ideología de
cambio social; una revolución proletario/socialista fallida. La tesis de la revolución interrumpida de
Adolfo Gilly es sustancialmente la misma.
Ruiz, Crockcroft, Gilly rechazan la noción de 1910 como una revolución burguesa, Ruiz y
Crockcroft lo hacen porque a) conciben al antiguo régimen como capitalista de todas maneras; y b)
porque se adhieren a una noción exigente, simplista, pero común de “revolución”. Las revoluciones
burguesas son asuntos lentos.
Hasta ahora el argumento ha sido negativo: la degradación de la Revolución a una simple rebelión
teóricamente entumece promiscuo engendramiento de fracciones de clase autoriza un corte de la
navaja de Occam.
Entre los numerosos estudios sobre “la revolución” ahora disponibles dos definiciones distintas son
las que parecen predominar: las que llamaré, descriptiva y funcional. Una definición descriptiva
dice como se ve una revolución: por lo general se ocupa de violencia en gran escala, los conflictos
políticos serios y el cataclismo social resultante. La revolución se distingue de una rebelión menor
o de un cuartelazo.
Siguiendo la misma vena, los historiadores de la Revolución Mexicana han hecho una distinción
cuidadosa y razonable entre la Revolución y las revoluciones, es decir, golpes individuales y
revueltas menores. Una definición descriptiva valida debería contener, yo diría, tres elementos
fundamentales que se interrelacionan y que distinguen a una revolución de un golpe de Estado o de
una rebelión y que así conserva la especificidad de las “grandes revolución”. Estos elementos son i)
genuina participación masiva; ii) la lucha entre visiones/ideologías rivales y iii) una batalla
consecuente y seria por la autoridad política.
La participación es genuina en el sentido en que las masas no son tan solo carne de cañón; hay un
grado significativo de autonomía, de movilización voluntaria. Esta situación es relativamente rara y
generalmente efímera como lo en México, mientras dura, la movilización masiva requiere de una
serie de compromisos: religiosos, milenarios, nacionalistas, regionales, personalistas o clasistas.
24
Una interpretación estricta de esta regla requeriría que descartáramos al zapatismo y a una multitud
de movimientos populares menores que, durante 1919-15, desafiaron el statu quo y revolucionaron
el país, pero basándose, en gran medida, en símbolos y normas legales que retornaban del pasado.
Esto da lugar al segundo criterio de estatus “revolucionario”. Las revoluciones son juzgadas según
su aspecto y según lo que logran. Existen muchas formulaciones acerca de lo que una revolución
debe lograr funcionalmente para ser calificada como tal, aunque muchas son variaciones de un
mismo tema.
Yo discreparía y lo haría, primero, por el sentido común y bases semánticas: negar el carácter
“revolucionario” del zapatismo y de la mayoría de los movimientos populares de Revolución
Mexicana (sic) es pedante y falso; y, segundo, porque implica una segregación a priori de los
movimientos rebeldes/revolucionarios con base en un solo criterio impuesto y exagerado: el de la
posición ideológica. El zapatismo, y muchos movimientos menores similares, luchaban por la
implementación de una visión alternativa que pudiera obtener una acendrada acción era
revolucionaria; a menudo revolucionaria con ciencia de clase.
Yo justificaría el uso del término “revolucionario” para describir a los movimientos populares que
tienen poderosas visiones rivales y se enfrascan en una lucha sostenida, en una situación de
soberanía múltiple. Independientemente del resultado y de la función, la Revolución Mexicana
claramente se amolda a estos criterios descriptivos y su utilización común es por lo tanto valida. La
Revolución Mexicana puede analizarse mejor en términos no de dos contendientes, sino de cuatro:
antiguo régimen (el porfiriato y el huertismo); los reformistas liberales (principalmente, aunque no
exclusivamente, la clase media urbana); los movimientos populares (subdivididos en agraristas y
serranos); y la síntesis nacional, el carrancismo/constitucionalismo, que se convirtió, sin una
innovación genética significativa, en la coalición gobernante de los años veinte.
Estas no son categorías homologas, más bien, actores históricos, que representan conjuntos de
interés en los que la clase es crucial.
La negación de una ajustada congruencia entre facciones políticas e intereses de clase no resta
valor, de acuerdo a mi definición, al carácter revolucionario del proceso iniciado en 1910. Es la
fuerza t la autonomía de los movimientos populares lo que cuenta. A este respecto, los viejos
historiadores “populistas” y los nuevos marxistas por lo menos comprenden que la Revolución fue
un movimiento popular masivo en que se enfrentaron grupos hostiles, clases e ideologías, y que
revelo, de manera dramática, la quiebra del antiguo régimen.
La discusión de la historia mexicana posterior a la Revolución a menudo esta confinada dentro de
una camisa de fuerza. Son tres las principales teleologías, más influentes. Primero, está la vieja
ortodoxia revolucionaria que la Revolución como una experiencia nacional única.
Dos teleologías alternativas representan críticas radicales a esta interpretación. Una da prioridad a la
progresiva marcha del capitalismo, a la que la Revolución y todos los regímenes “revolucionarios”
han contribuido. La Revolución, en sí, fue una revolución burguesa. Según esto la escuela “lógica
del capital”. Una tercera e influyente teleología rival también deriva su concepto principal (el
Estado “relativamente autónomo”) de la teoría. Aquí, el Estado- anterior al capital, y por lo tanto
relativamente autónomo de el- se vuelve el motor principal del desarrollo mexicano, y el
surgimiento del Estado domina a historia MEXICANA.
Nadie, por supuesto, duda de la importancia del Estado; como tampoco de la importancia de la
clase. Mi argumento es que aquellos que han mirado hacia la estatolatria han ido demasiado lejos, y
que intercambiar el reduccionismo de clase por la estatolatria no es ninguna ganancia.
Objeciones fundamentales: primero, imparte una especie de unilateralidad whigiana a la historia
moderna de México, en el sentido de que todo desarrollo mayor, en todos los periodos, está
enlazando a esta maquinaria básica de cambios. Segundo, esta visión exagerada empíricamente el
poder y el papel del Estado.
Incluso la presidencia de Cárdenas comenzó con un gran cisma dentro del aparato estatal y termino
con traumática elección de 1940.
Tercer punto la estatolatria concibe al Estado en términos antropomorfos: es una entidad aparte,
como un individuo que actúa sobre otros y tiene metas, intereses y poderes que rápidamente van
25
ampliándose.
Antes de 1940, el Estado era más débil, después de 1940 era mucho menos autónomo. Por lo tanto,
las tres teleologías deben ser rechazadas. No existen bases para homogeneizar todo el periodo
posrevolucionario. La Revolución, abrió las ventanas de la oportunidad; aunque el que estas
oportunidades se tomaran dependería de eventos posteriores.
En lo que respecta a los años veinte, dos tipos de cambio evidentes. A nivel formal el grado de real
puede exagerarse con facilidad. Es cierto, la nueva Constitución prometía cosas buenas. Pero, como
ha sucedido tan a menudo en el pasado, la teoría y la realidad divergen. Por lo tanto, en los estados
del centro en particular, la reforma agraria había cambiado sustancialmente las relaciones de
tenencia de la propiedad y del poder porfiristas, aun antes de las amplias reformas cardenistas.
El papel del nacionalismo económico dentro de las políticas “revolucionarias” restantes, se exagera
con facilidad. Los sonorenses no mostraron la menor disposición de México con el “centro”
capitalista. El mayor compromiso gubernamental de reforma se hallaría en su anticlericalismo, en la
adopción de la educación estatal. Las políticas que se siguen para la edificación del Estado son en sí
una mala evidencia de la fuerza del Estado mismo.
Las políticas formales, exhibían una indiferencia hacia las preocupaciones “maderistas” de un
gobierno representativo y un mayor compromiso por un jacobismo impopular en vez de por las
cuestiones laborales o la reforma agraria. Pero las políticas formales no lo eran todo.
Políticamente, la Revolución destruyó mucho del viejo orden. Durante el periodo de 1910-15. Díaz,
el cacique nacional, y su camarilla de científicos habían sido expulsados; los gobernadores
porfiristas habían caído, junto con muchos otros caciques locales, especialmente al norte del Istmo;
y con ellos se marcharon muchos partidarios de la clase acomodada. La elite política porfiriana fue
eliminada en tanto entidad inconfundible y coherente. O desapareció, o bien adopto nuevas
costumbres políticas “revolucionarias”, o intercambio las políticas federal, desapareció por
completo: un extraño acontecimiento. Como institución, el viejo ejército porfirista desapareció.
Al revisar la demolición que la Revolución hizo de las instituciones del antiguo régimen, resulta
irónico notar que aquella que más ataques sistemáticos sufrió (la iglesia católica) fue la que logró
sobrevivir con más vigor; una indicación de la legitimidad de la iglesia, comparada con los caciques
y con los generales del porfiriato, y de la ineficacia del anticlericalismo revolucionario.

-Thomas Bender. 2011. Historia de los Estados Unidos. Una nación entre naciones. Buenos
Aires, Siglo XXI: 195-257.
-Alan Angell, 1974. “Historia del movimiento obrero y su herencia”, en: Partidos políticos y
movimiento obrero en Chile. Desde los orígenes al triunfo de la Unidad Popular. México,
ERA:22-50.

Fuentes documentales:
-Haya de la Torre, Víctor, 2002. “Manifiesto de 1932”, en: Marxists Internet Archive.
-Mariategui, Víctor, (Selección documental)
-Luis Recabarren, El Partido Socialista (Selección documental)
- Chile y Uruguay: Los reformistas. (Selección documental)
- Jesús Silva Herzog. 1985. Breve historia de la Revolución Mexicana, México, FCE, T. I y II,.
(Selección)
-Zapata, Emiliano “Plan de Ayala”.
-Canciones: Antonio Aguilar (1959) “Corrido del General Zapata” y “Persecución de Villa”.
-Anónimo: “La cucaracha”.

Unidad V: De la crisis económica y política a los nacionalismos (1930 - 1960)


La Crisis del ’30 y deterioro de las condiciones de intercambio. Potenciación de
los mercados internos y vías para la industrialización. Desafíos políticos de los
nuevos sectores sociales: El surgimiento del nacionalismo y el orden
26
internacional. Movimiento obrero, industrialización periférica y populismo.
Casos particulares: Brasil y México. Varguismo y posvarguismo. Cárdenas, la
organización del PRI y el populismo. Bolivia: La Revolución Nacional.

Bibliografía obligatoria
-Víctor Bulmer-Thomas, 2000 “Las economías latinoamericanas: 1929-1939”, en: L. Bethell,
ed. Historia de América Latina, T. 11: Economía y Sociedad desde 1930, Barcelona, Crítica:
2000: 3-46.

Se ha descrito habitualmente a la depresión de 1929 como el momento decisivo de la transición de


América latina de un crecimiento económico hacia afuera, basado en la exportación, a un desarrollo
hacia adentro, sostenido por la industrialización de sustitución de importaciones (ISI). Aunque el
crecimiento tradicional basado en la exportación se volvió muy difícil en los años treinta, los
vestigios de un compromiso con la producción de bienes primarios y con el desarrollo hacia afuera
sobrevivieron en toda la región. El comercio exterior aun desempeñaba un papel importante en la
recuperación de la depresión. No fue sino en los años 40 y 50 que un conjunto de países
latinoamericanos rechazó abiertamente el crecimiento basado en la exportación, pero incluso
entonces muchos países pequeños se mantuvieron fieles a alguna forma de desarrollo hacia afuera.

La primera guerra mundial y la depresión de 1929.

El crecimiento basado en la exportación había sufrido cambios mucho antes de 1929. A comienzos
del siglo XX, sectores manufactureros, ya habían alcanzado un grado tal que un grupo de países
(Argentina, Brasil, Chile y México) podía satisfacer una porción relativamente grande de la
demanda interna de bienes locales que con artículos importados. En algunos países, el crecimiento
basado en la exportación era bastante compatible con el crecimiento manufacturero orientado al
mercado interno y el reemplazo de la importación de bienes de consumo.
No obstante, el modelo dependía de un acceso relativamente libre de los mercados mundiales de
factores y bienes, y el comienzo de la Primera Guerra Mundial lo hizo peligrar. Cuando estalló la
guerra, el sistema global de comercios y pagos quedó sumido en la desorganización. Con la firma
del armisticio de 1919, se vio una buena apariencia a los intentos de reconstruir el sistema anterior a
la guerra. Pero el viejo orden internacional había perecido y el nuevo, inaugurado en la década de
1920, era peligrosamente inestable.

…..

1. Está claro que desde los años previos a la Gran guerra los mercados mundiales quedaron
completamente desarticulados, a lo que se sumó las constantes fluctuaciones de los mercados de
bienes y capitales provocados en parte por el ascenso de EEUU en la década del 20, la gran crisis de
1929 y la segunda guerra mundial. El panorama en estos años no podía ser peor para los modelos
agroexportadores, que si bien experimentaron grandes recuperaciones, la dependencia del sector
externo les aseguro grandes periodos de crisis. Este era el contexto ideal para la aparición de voces,
y de un estado que propusiera un cambio de orientación, desde un crecimiento hacia afuera hacia un
crecimiento hacia adentro.
Ahora bien, el cambio de eje no fue súbito y requirió del impulso del Estado, como también del
repunte del sector exportador. Tal es así que en la década de 1929-1939, este sector siguió
ocupando el lugar predominante en la conformación del PBI, a pesar de tasas de crecimiento de la
industria superlativas (hasta de 11,9 ptos. en el caso de México). Hete aquí una de las conclusiones
más importantes del autor, que afirma que la recuperación en esta década del sector exportador,
claramente benefició la acumulación capitalista y acabo por beneficiar al sector industrial naciente.
Se puede ver como la demanda interna favoreció la diversificación de las industrias a partir de la
27
crisis del 30, como también ocurrió con la agricultura para consumo interno. Se podría argumentar
con que esta podría ser la década de transformación haca el modelo ISI. Bulmer Thomas, entiende
que este periodo no es decisivo, aunque los años treinta establecieron los fundamentos para una
transición hacia el modelo puro de sustitución de importaciones, que alcanzó su fase más intensa en
las décadas de 1950 y 1960.
Los fundamentos de los que habla Bulmer, responden a la acción de algunos estados en
Latinoamérica, a los que llama “activos” en oposición a otros “pasivos” (principalmente los Estados
de Centro-América). Las principales políticas, responden al control de cambios y de precios
relativos que se implementan en conjunto con la creación de Bancos centrales y otras entidades
además de medidas proteccionistas que básicamente se reducen a aranceles para las importaciones.
Esto posibilitó la competitividad de las manufacturas locales con las extranjeras. Además la emisión
de moneda y el sistema de déficit presupuestario con respectos a las divisas reales fueron un
aliciente para la demanda. En otros casos los estados intervinieron directamente en el proceso de
industrialización, al nacionalizar empresas por medio de la compra de acciones o la misma creación
por inversiones, como se da en México con la industria del petróleo.
En estos países “activos”, el banco central estuvo conectado a redes de capital extranjero y se
convirtió en acreedor para los empresarios locales. Además en algunos de estos países más
avanzados como Argentina, México y Brasil entre otros se permitió la injerencia de algunas
empresas extranjeras. Lo más espectacular de la década, si se quiere tiene que ver con el
crecimiento de la infraestructura. Entre ellos se conciben la extensión de las redes eléctricas, la
construcción de carreteras, el crecimiento de las obras de construcción (públicas y privadas) y el
transporte aéreo.

2) La gran guerra como vimos genero un descalabro en el comercio a nivel mundial, sin
precedentes. El cese del flujo de capitales llegados desde los países europeos y el reclamo de pago,
generó una crisis en prácticamente todos los países latinoamericanos que tampoco tuvieron la
posibilidad de ser beneficiarios de lo que Bulmer-Thomas llama la “lotería mercantil”. Sumado a
esto, el descenso de las exportaciones e importaciones creo un déficit presupuestario a los estados
latinoamericanos.
Estas condiciones, sumado a la neutralidad que mantuvo hasta 1917 Estados Unidos le abrió el
camino para consolidarse como el principal exportador de capitales en Latinoamérica. Desde los
años previos a la década de 1920, se puede ver una política de agresividad económica por parte de
los principales bancos estadounidense que multiplicaron sus sucursales por toda américa central y el
cono sur. Este proceso, se conoce al día de hoy como la “danza de los millones” por la facilidad y la
imprudencia con que los estados (y también el sector privado) obtenían prestamos de Estados
Unidos y de sus bancos.
No solo en el mercado de capitales, sino también en el comercio de bienes y servicios, el país de
Norteamérica se vio beneficiado por una progresiva incursión en Latinoamérica, desplazando a
Gran Bretaña como la principal potencia comercial. Es así que Estados Unidos, comenzó a importar
materias primas y exportar manufacturas en cuotas cada vez mayores durante toda la década de
1920. Es conocido que la influencia económica, en algunos países de centro-américa se transformó
en dominación política directa y en algunos requirió de intervenciones militares. En estos países, las
políticas económicas fueron dirigidas por burócratas estadounidenses, eliminando del plano
comercial a las potencias competidoras. De esta forma, en las repúblicas “bananeras” podemos
encontrar grandes redes de corrupción (con políticos títeres de las principales empresas y bancos
norteamericanos), y embajadores que tenían mayores atribuciones que el presidente. En definitiva,
el estado era para las compañías estadounidense el brazo armado que les aseguraba la explotación y
pingues beneficios.
3) En general, las políticas fiscales de lo que Bulmer- Thomas llama el grupo de los países activos,
por eliminar el patrón oro, crear bancos centrales y proteger las divisas emitiendo dinero líquido.
Esta política se conoce hoy con el nombre de control de cambios, y solo las pequeñas republicas
como Cuba, Haití y Panamá no las utilizaron. Estos países, operaron con un déficit presupuestario
28
constante, y en muchos casos esto implico inflación.
La otra medida importante que tomaron estos países fue el empleo de precios relativos. Es decir en
muchos casos depreciaron los productos exportables para hacerlos competentes con el exterior.
Por último es de destacar los aranceles que se impusieron a las importaciones, que si bien tenían el
fin de acrecentar los ingresos fiscales, contribuyeron en gran medida al desarrollo de la ISI y la
ACI.

-Carlos Vilas, 2011 “Populismo y democracia en América Latina: convergencias y


disonancias”, en: Carlos Vilas, Después del Neoliberalismo: estado y procesos políticos en
América Latina, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanús: 2011: 165-188.
-Alan Knight , 2003, “La última fase de la Revolución: Cárdenas”, en: T. Anna et al, Historia
de Mexico, Cambridge, Cambridge-Crítica: 250-320.
-Waldo Ansaldi, 2002. “Nem verde nem vermelho. Verde e amarelho. Brasil en los años 1930”.
En Waldo Ansaldi, ed., Tierra en llamas. América Latina en los años 1930. La Plata: Al
Margen, Colección Universitaria: 51-80.
-Thomas E. Skidmore, 2007, “Uma nueva era Vargas: 1951-4”, en Brasil: de Getúlio a
Castello. Rio do Janeiro, Companhia Das Letras: 115-177.
-Klein, Herbert, 1993. “La Revolución Nacional: 1952-1964”, en: Historia de Bolivia, La Paz,
Editorial Juventus: 1-15.

Fuentes Documentales:
-Selección de cuadros y gráficos sobre desarrollo económico en Brasil.
- Arte y política en América Latina: Selección de imágenes pictóricas sobre: Tarsila Do
Amaral y Cándido Portinari (Brasil), David Siqueiros, José Clemente Orozco, Frida Kahlo,
Diego Rivera (México).
-El Correo de la Unesco, 1961.

Unidad VI: Revoluciones y dictaduras (1960-1980)


El progresivo estancamiento del crecimiento basado en la sustitución de
importaciones: soluciones proteccionistas, socialistas y desarrollistas. Las
revoluciones y los movimientos político-sociales. Imperialismo y
antiimperialismo en Latinoamérica. Golpes de estado y dictaduras militares.
Casos particulares: La Revolución cubana y su impacto continental. Brasil y
Chile: Radicalización ideológica, movilización y represión.

Bibliografía obligatoria
-Colin Lewis, 2008. “El estado y el desarrollo económico”, en: Marco Palacios, Historia
General de América Latina, V. 8, Madrid, Unesco-Trotta:253-391.

El periodo que va del desastre de entreguerras hasta la crisis de endeudamiento y crediticia de la


década de 1890 se define tradicionalmente como una época de desarrollo dirigido por el Estado o
como una era de industrialización forzosa. No es sorprendente, por lo tanto, que en ese periodo
proliferasen mecanismos intervencionistas.
La propiedad estatal de empresas creció de forma exponencial en los sectores de los servicios y la
producción. El Estado no solo se convirtió en proveedor de servicios básicos y transportes, sino que
además estableció prácticamente un monopolio en ámbito como la educación, la salud, la seguridad
social y las viviendas baratas.
En el periodo comprendido entre la década de 1930 y 1960, se observó una tendencia a la
ampliación de la gama de precios que debían ser administrados o indicados por el Estado. La
economía y la política llegaron a ser estatistas y nacionalistas: los límites entre lo público y lo

29
privado se desdibujaron. La industrialización forzosa se convirtió en las décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial en el objetivo de la política de muchas administraciones, es decir, en una
meta que justificaba el intervencionismo.
Si la década de 1940 hasta la de 1960 la estrategia económica de los gobiernos se vio ampliamente
influida por la determinación de promover cambios estructurales, posteriormente fueron los
problemas de la eficiencia y la competitividad en el plano internacional los que empezaron a
predominar en los debates sobre políticas. Esto supuso con frecuencia que disminuyeran tanto la
retórica del nacionalismo y del reformismo social como la del desarrollismo.

La evolución del crecimiento: algunas comparaciones a nivel internacional.


El periodo que nos ocupa puede caracterizarse como una época de crecimiento constantemente
fluctuante, pero casi siempre positivo con cambios estructurales y logros sustanciales en materia de
bienestar social. Además, el periodo se caracterizó también por un aumento de la injusticia social,
una inflación desenfrenada y creciente inestabilidad macroeconómica.
La economía de Brasil creció de forma constante desde los comienzos de los años treinta hasta el
inicio de 1980.en este país fue bastante rápida la recuperación de la depresión económica de
principios de 1930. Cabe señalar que entre 1935 y 1979 el crecimiento por habitante de México
alcanzó un promedio de un 6% anual aproximadamente.
Se suele sostener que el periodo inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial muchas de
las economías latinoamericanas perdieron en cierta forma una oportunidad, ya que durante gran
parte del prolongado auge económico la mayor parte de los regímenes aplicaron políticas de
desconexión con el exterior en respuesta al pesimismo reinante. Esa opinión es exagerada. No
obstante, aunque la amplitud del estatismo y del aislamiento económico internacional deba
cuestionarse, incluso en lo que respecta al periodo clásico del desarrollismo, se pueden discernir
variaciones políticas y niveles de participación bien diferentes. Desde los años treinta hasta los
atenta, el papel del Estado cobro más importancia, las proclamaciones en materia política se
volvieron más nacionalistas y hubo una ciega desconexión con las economía internacional, en
comparación con el periodo inmediatamente anterior y el subsiguiente. A afínales de los años
setenta se produjo una reinserción en el sistema mundial. Pero hasta los años noventa, época en que
los planteamientos neoliberales lograrían la hegemonía, algunas economías recorrieron lo que
podría definirse como un itinerario neoliberal o neoestructuralista. Estas dos estrategias pueden
calificarse de reacciones a la crítica hostil a las anteriores políticas de industrialización basada en la
sustitución de importaciones, aunque no en contra del objetivo de la industrialización en sí, por lo
menos en el caso del neoestructuralismo.

Una explicacion de la creación y formacion de un contexto de elaboración de políticas.


Los niveles de desarrollo alcanzados en el periodo de entreguerras, las estructuras institucionales y
los diversos grados de apertura económica explican tanto la cronología como la forma de las
políticas planteadas a partir de entonces. A su vez, el nivel de desarrollo, los factores determinantes
de la política económica nacional y la capacidad del Estado para “negociar” con las fuerzas internas
y externas se vieron condicionados por la conbinacion de productos básicos que habían configurado
el modelo de crecimiento anterior a 1930 basado en las exportaciones. En el siglo XIX las
contingencias de las materias primas influyeron en el momento de entrada de las economías en el
sistema mundial y condicionaron su grado de apertura. Por otro lado, condicionaron también los
vínculos nacionales y, de forma indirecta, la estructura del Estado. Las estructuras estatales
sufrieron un fuerte golpe con la depresión de 1929. Las opciones en materia de políticas durante la
crisis ulterior fueron a la vez determinadas por las estructuras sociales que configuraban los
Estados.
Zarandeados por los acontecimientos externos y las fuerzas nacionales en los años treinta y
cuarenta, los Estados débiles, altamente personalizados y con funcionamiento deficiente, típicos de
ciertas zonas de Centroamérica y el Caribe y América del sur, experimentaron la rotación de
personalidades o camarillas pero fueron capaces de ignorar el clamor de la incipiente y esporádica
30
protesta popular en el ámbito nacional.

La depresión económica de entreguerras y las opciones en materia de política económica.


Se puede demostrar que son imprecisas e indefendibles las explicaciones simplistas, según la cuales
la depresión de 1930 fue un factor que provocó cambios de regímenes y promovió una nueva
política económica en todo el continente.
Es evidente que le periodo de 1930-1931 no fue testigo de cambios de regímenes indiferenciados y
universales, ni tampoco todos los gobiernos establecidos en ese momento fueron antidemocráticos
aunque muchos de ellos se volvieron cada vez más autoritarios. E
Se pueden determinar tres etapas en la reacción a la depresión económica en los años treinta. Las
primeras reacciones en el plano político fueron bastante coherentes. La primera fase se caracterizó
por estar guiada por cada acontecimiento concreto. En la segunda fase se registró una mayor
coherencia y un cierto pragmatismo en materia de política económica, aunque ambos elementes se
vieron condicionados por la persistente suposición de que todavía se podía restablecer el orden en el
comercio internacional. Solamente a finales de 1930 algunos Estados empezaron a ejecutar
proyectos claros y conscientemente protokeynesianos. Preocupados por la supervivencia política,
los regímenes recurrieron instintivamente a la represión y a la panacea económicas de sobre
experimentadas.
La segunda fase dio comienzo hacia 1932-33. En esta etapa se empezó a cobrar conciencia de la
magnitud de la crisis. Además, ya no se contempló como un trastorno pasajero del funcionamiento
del orden comercial y financiero internacional susceptible de ser resuelto con métodos
convencionales.
Institucionalizaron las medidas específicas a que se habían ido aplicando paulatinamente a
comienzos de la época.
Al final de la década, se observa el inicio de una tercera fase. La transición podría decirse que
empezó 1935-37. En efecto, aunque el sexenio de Cárdenas en México dio comienzo en 1934, las
mayores innovaciones se produjeron el periodo intermedio de su presidencia, que se caracterizó por
la realización de una vasta reforma agrario y la expropiación de las compañías petroleras de
propiedad extranjera. Así mismo, el Estado Novo de Brasil, data de 1937, un año después de los
disturbios políticos y la nueva caída en picada de los precios del café que conmocionaron al país.
No es probablemente una coincidencia que en los países donde se iniciaron programas
explícitamente dedicados al fomento de la industrialización, los regímenes políticos tratasen el
mismo tiempo de vincular la mano de obra a sus intereses. En México y Brasil, la existencia de un
régimen de política social con un control de Estado sobre los sindicatos y la promoción del
bienestar social, encajaba con una estrategia macroeconómica en la que el apoyo a la industria era
cada vez más patente. Al contrario, la meta principal fue la “internalización económica” en donde se
intentaba sustituir y diversificar las exportaciones e importaciones.
Durante el sexenio de Cárdenas, la economía de México se vio doblemente afectada por la crisis
económica al norte. De ahí que fuese preciso adoptar medidas drásticas. Ahora bien, el radicalismo
económico también podría explicarse por el intento de este de crear una base política de Calle, jefe
máximo.
En México la reforma agraria y las inversiones en regadíos, electrificación rural y construcción de
carreteras y ferrocarriles hicieron que se dedicaran más recursos estatales a la agricultura que a la
industria. Igual que en Brasil, en apoyo a la producción algodonera formo parte de una política
destinada tanto al desarrollo rural como al apoyo de la industria.
Hacia finales de la década la producción industrial cobro un auge rápido muchos países gracias a la
recuperación de la demanda nacional, la escasez de divisas y las medidas fiscales que permitieron a
los productores locales abastecer una mayor porción del mercado nacional.
El principal beneficiario de la recuperación nacional fue la industria. El crecimiento industrial se
debió sobre todo a las políticas gubernamentales orientadas primero a la promoción de la estabilidad
económica y luego a la recuperación general y no tanto a las medidas directamente orientadas a
satisfacer las exigencias de los industriales.
31
La transición a la industrialización clásica de sustitución de las importaciones.
Podría decirse que el estallido de la segunda guerra mundial hizo que el discurso político cobrara
acentos más en pro de la industria y de la industrialización como medio de sustitución de las
importaciones. En el último periodo del Estado Novo, el apoyo a la industria pesada se hizo aún
más evidente. En México de Ávila Camacho, que asumió sus funciones en 1940, estaba tanto a
favor de los medios de negocios como de los industriales. Además, a finales de la década de 1940 el
pensamiento económico vino a dignificar el pragmático y especifico programa de industrialización
sustitutiva de las importaciones. Fue la CEPAL quien promocionó la justificación a un programa
coordinado de la industrialización forzada.
Solamente en México, donde se habían efectuado inversiones considerables en las zonas
rurales durante los años treinta y donde los productores individuales fueron activamente apoyados
por el Estado en los años 40, se registró un crecimiento positivo de la producción rural por habitante
durante una gran parte del segundo tercio del siglo XX. En muchos otros países la producción se
estancó o disminuyo porque la mano de obra fue absorbida por las ciudades y los beneficios se los
embolsaron los organismos oficiales de compra o quedaron reducidos a la nada por la distorsión de
los términos de intercambios nacionales. Por eso, cuando la fase más pujante de la industrialización
sustitutiva de las importaciones empezó a perder ímpetu a finales de los años 50 y principio de los
60, los que criticaron el proyecto cepa lista fueron levantando cada vez más la voz.

Neoliberalismo y neoestructuralismo.
Retrospectivamente, se pueden distinguir estas dos respuestas diferenciadas al agotamiento
de la fase de desarrollo más fácil de la industrialización sustitutiva de las importaciones y a la
consiguiente inestabilidad política y económica. La distinción entre ambas solo se hizo patente en
1970. A lo largo de estos y gran parte de los 80, los enfoques estratégicos aplicados en las
economías de América latina podrían catalogarse de manera simplistas en estas dos categorías.
Entre estos se dieron analogías sustanciales. La primera característica en común fue el
neoautoritarismo. Los regímenes militares tecnocráticos que se hicieron con el poder en muchos
países parecían suscribir el viejo adagio del porfiriato mexicano: más administración y menos
política.
La segunda característica común fue la reducción de los salarios y la tercera, la reinserción
internacional, se plasmó claramente en las grandes proporciones que alcanzó la deuda externa, y en
menor medida, en el crecimiento de las exportaciones. La violencia estatal y las tácticas de choque
económico redijeron la eficacia de la acción de los trabajadores. La compresión de los salarios
contribuyó a la acumulación y disminuyó los costos de producción. Así mismo, al reducir estos
costos y la demanda en el plano nacional, esa compresión contribuyó a la reinserción en la
economía mundial por partida doble: incrementando la competitividad a nivel internación y
aumentando la disponibilidad de las exportaciones.
A diferencia de las soluciones neoliberales, las medidas neoestructuralista se aplicaron en
marcos políticos algo menos violentos. Las administraciones que aplicaron soluciones
neoestructuralista trataron de lograr bastante pronto un nuevo conceso político en pro de la reforma.
No hicieron del crecimiento económico su única fuente de legitimidad sino que se refirieron
explícitamente a la política social y a la promoción de una “oposición responsable” (milagro
brasileño).
Aunque ambos enfoques se habían concebido para suprimir las distorsiones, los partidarios
de neoliberalismo ensalzaron las virtudes de la terapia de choque como medio para cambiar
estructuras y expectativas. Las medidas neoliberales se centraron en la microeconomía y
depositaron sus esperanzas en el mecanismo de mercado. Hacia la década de 1980, los
neoestructuralista (especialmente en México) esgrimieron el argumento de que las inversiones
deberían proceder a la apertura internacional. El neoliberalismo considero que el progreso social se
derivaría de los efectos de filtración del crecimiento económico y admitió que un alto índice de
pobreza absoluta restringía el crecimiento del mercado y suponía una ineficiencia sistemática.
32
Se consideró que las medidas de choque, eran los recursos más eficaces para tratar las expectativas
inflacionarias incrustadas en el sistema. Sin embargo, en vez de una reducción de la deuda, lo que
obtuvo delos organismos internacionales fue una permisividad y tolerancia en el cumplimiento de
los objetivos fiscales. El resultado fue un aumento de la deuda externa y de la demanda de crédito
interno.
Del triunfo inicial y el fracaso final de la estabilización heterodoxa se podrían sacar dos lecciones.
En primer lugar, tal como ocurrió con la estabilización de los años 40, el retorno a la confianza no
provoco un aumento del ahorro como habían pronosticado los encargados de la elaboración de
política, sino un consumo desenfrenado que ejerció una presión excesiva sobre la capacidad de
producción y la situación de las reservas.
Los reformados de los años 90, cobraron conciencia, por consiguiente, de la necesidad de fortalecer
la situación de las reservas antes de proceder a la estabilización. La segunda lección que los
encargados de la elaboración de políticas aprendieron de los fracasos de la década de 1980, fue la
necesidad de actuar con rapidez a resolver el problema de déficit fiscal.
Los regímenes que aplicaron políticas heterodoxas en los años 80 se mostraron más preocupados
por las deficiencias en el plano político y social que por la situación fiscal y trataron de aumentar las
inversiones sociales y económicas.

La hegemonía del nuevo modelo económico.


Se puede decir que, en muchos aspectos, las crisis de endeudamiento y crediticia fue el momento en
que se definió la elaboración de la política económica latinoamericana contemporánea. Los cambios
de regímenes provocados por la crisis de los años 80 conllevaron la transición a la democracia. No
obstante, en la última crisis, padecía en América latina hubo resonancias de la precedente. En
efecto, en ambas crisis se registraron fugaz de capital. Además, en los inicios de una y otra
predominó la confusión y se subestimaron tanto su intensidad como su duración.
Las principales peculiaridades del neoliberalismo están bien establecidas hoy en día. Su
característica definitoria es la disciplina fiscal. El gasto estatal no debe cubrirse gracias a la
monetización del decir fiscal, sino con la obtención de ingresos o prestamos limitados, lo cual
supone una reforma fiscal y presupuestaria.
La segunda característica principal es la desregulación. En el plano interno esto vino a significar
que los precios fueron determinados por el mercado y que, progresivamente, la legislación fuese
despojando al Estado de la función de indicar o forjar los precio de los factores, bienes y servicios.
La tercera caract. es la privatización. El volumen del sector estatal y su papel en la economía se
redujeron considerablemente con la enajenación de las empresas estatales.
La cuarta es la apertura económica, es decir la reinserción en la economía mundial.
Los partidarios del neoliberalismo aducen que esta fue la única alternativa posible para América
latina en la década de 1990, y agarran que las reformas neoliberales, aplicadas coherentemente
facilitan un desarrollo acompañado de estabilidad y de un mayor bienestar para el conjunto de la
población, gracias al crecimiento sostenido de la economía.

-Thomas E. Skidmore, 2007, “O colapso da democracia brasileira, 1963-4”, en Brasil: de


Getúlio a Castello. Rio do Janeiro, Companhia Das Letras: 298-348.
-Aggio, Alberto, 2015, “Golpe, autoritarismo e transição: uma análise comparativa de Brasil e
Chile”. En: Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 17,
núm. 34, julio-diciembre: 353-370.

Antes de comenzar la reflexión sugerida comparar a Brasil y Chile desde el golpe de estado y lo que
siguió, me gustaría hacer algunas aclaraciones sobre los ejes y el progreso de esta exposición.
Aunque no hay ninguna intención aquí establecer una especie de "Tratado teórico" sobre los dos
enfoques analíticos que se implementarán, sería beneficioso que fueron brevemente descritas.

33
El primer enfoque es el análisis comparativo. La comparación se considera aquí como una reflexión
que en ningún sentido deben entenderse como arbitraria, especialmente cuando se trata de América
Latina que es, en esencia, una construcción simbólica, resinificado permanentemente como variable
ideológica, política e institucional. Por la comparación puede ser posible observar dos objetos o
realidades cambiantes dinámicos y ver cómo los elementos se identifican mediante la comparación
de la voluntad, por un lado, variando en alguna dirección más específica y, por otro lado,
insinuando y resumiendo un conjunto, que será construido por investigación o por las instancias de
pensamiento crítico. Así, en el caso concreto, el análisis comparativo permite entonces la
profundización y la potencia analítica y reflexiva de lo que llamamos aquí una construcción
simbólica. Cabe mencionar que, cada vez más, el análisis comparativo ha ido ganando un espacio
importante en la investigación y de estudios históricos de América Latina en Brasil. Mediante el
estudio de un objeto específico de la historia de América Latina, el artificio de la comparación nos
permite añadir valor para el ejercicio de la producción historiográfica.
El segundo enfoque se une el potencial interpretativo y explicativo de la historia política. Se trata
de una dimensión de las reemergentes de historiografía innovadora en las últimas décadas y que
tiene en su especificidad, en medio de las transformaciones de la historiografía como campo de
conocimiento. Sin embargo, la historia política a menudo se ha convertido en un filial campo de
historia cultural. Estudiar más las relaciones y las prácticas de poder como objetos aislados, como
fenómenos sociales y culturales, que el desplazamiento dinámico complejo, parcial e incompleto y
vicisitudes de la política, que dan expresión a los actores en sus contradicciones, dirigir o redirigir
tanto los procesos y los sentidos sino también lo que es esencial en la historia.
El argumento que aquí crece, por lo tanto, a la movilización de los análisis comparativos en el
sentido que puede iluminar y ayudarnos a construir una interpretación fundada en la historia política
de los acontecimientos y procesos que han sido dramáticamente experiencia en Brasil y Chile de las
décadas de 1960 y 1970. Lo que se busca es que el problema histórico de la democracia en América
Latina dentro de una lectura que tiene como referencia principal un análisis diferenciado capaz de
"explicar las diferencias en diversas experiencias históricas en un marco común de problemas,
"teniendo en cuenta" sus diferenciaciones internas y conexiones "(VACCA, 2009:120).
Brasil y Chile: algunos puntos de comparación
Nuestro ejercicio comparativo entre Brasil y Chile tiene en cuenta el hecho de que los procesos
políticos ocurridos en estos países no son exactamente simultáneos. Brasil experimentó el golpe de
1964, 9 años antes de la Chile (1973), los regímenes autoritarios en los dos países no fueron
simultáneos, en Brasil en 1964 a 1988 y en Chile, de 1973 a 1990.
Aunque duró un poco más, el régimen autoritario brasileño no carga simbólicamente la marca de la
represión y la continua violencia que el régimen autoritario impuesto en la sociedad chilena. Por
esta razón, en Chile, la memoria de la represión es más cultivada y desarrollada en términos
públicos que en Brasil. Con la superación del autoritarismo, se da cuenta de que la presencia del
pasado autoritario es más vigorosa en Chile que en Brasil.
De todos modos, sintéticamente, el punto común entre los regímenes autoritarios es que ambos
realizaban en sus sociedades profundas transformaciones en términos estructurales. Pero hay más a
él: ambos regímenes autoritarios han conseguido, por un tiempo, establecer una legitimidad social y
política muy ampliada, que la literatura sobre el tema ha tenido en cuenta poco. En este caso hay
posiciones ideológicas y metodológicas que influyen en esta evaluación y que deben ser superados.
Finalmente, en el carril de la democratización reciente, los procesos de transición política en Brasil
y Chile pueden catalogarse sumariamente como "transiciones pactadas" entre las fuerzas de la
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oposición y el régimen autoritario; aunque es importante mencionar que la sombra del autoritarismo
en Chile fue mucho más densa que en Brasil. Aún así, en ambos países es más allá de la disputa la
validez de construcción de la democracia después de los procesos autoritarios y la transición, que no
significa no poner en discusión la calidad de la democracia en Brasil y Chile ya existente.
Brasil: el golpe militar de 1964
En Brasil, el Presidente João Goulart fue derrocado por una coalición de militares y civiles que
afirmaron querer restaurar la democracia en el país. Y, de hecho, la primera declaración oficial del
mariscal Castelo Branco, primer generalpresidente después de 1964, fue restaurar el orden político,
lo que sugiere que él le daría posesión del futuro Presidente que fue elegido en 1965. Sin embargo,
como todos sabemos, nada de esto ha ocurrido y el régimen impuesto por 20 años. Una de las
justificaciones del golpe de estado, el más visible fue el argumento que João Goulart, del PTB y
heredero político de Getúlio Vargas, favoreció a la izquierda y, al abrir paso a los comunistas,
"tomaron el poder en Brasil". Se observó, sin embargo, que no era un gobierno con metas,
programas y prácticas de carácter socialista, aunque de manera muy incisiva condujo una estrategia
de "reformas", incluyendo la reforma agraria, escollo en integral entre las élites políticas.
En el contexto de la restauración el presidencialismo, en 1962, se vio la gran dificultad de hacer
reformas económicas y sociales con la democracia política. Las medidas económicas adoptadas a
fin de reanudar el crecimiento y luchar contra la falta de inflación con el fracaso del plan trienal
elaborado por Celso Furtado, haciéndolo imposible reconciliar la contención del gasto público y la
convocatoria de "ajuste de cinturón". Poco a poco, empeoró las tensiones sociales, así como el
radicalismo y la polarización entre el gobierno y los sectores de contestadores de las reformas de la
política defendidos por Goulart. En este escenario, la salida de las armas era como el horizonte
político para ambos lados. A la derecha, democracia importaba si era útil en la defensa de sus
privilegios, pero sería absolutamente inútil si vería amenazadas; a la izquierda, además de presionar
al gobierno aumentar la velocidad de aplicación de las reformas, los adjetivos de los sustantivos que
eran infinitamente más importantes que las formalidades democráticas.
Por lo tanto, el golpe de estado de 1964 y el régimen autoritario que se instaló entonces no pueden
considerarse analíticamente por la perspectiva de la fatalidad. Específicamente, el golpe de 1964 no
se puede atribuir exclusivamente a los aspectos estructurales de la economía, tomado como
inevitable -puesto que ya existían cuando se abortó el golpe de estado en 1961- ni una confrontación
política inevitable, causada por una coalición de extrema derecha potente y despiadada, eximiendo a
los sectores nacionalistas e izquierdistas de toda responsabilidad por su conducta.
En la situación que precedió al golpe de estado, los líderes políticos de izquierda y derecha cada vez
más radicalizaban su intervención. Ambos lados, de hecho, conspiraban contra representantes de la
democracia y preparar un golpe de estado contra las instituciones: el derecho, para impedir el
avance y la consolidación de las reformas; el izquierdo, para eliminar los obstáculos a este proceso
y lo que ella pensaba podría llegar entonces, a favor de sus proyectos revolucionarios. Como
resultado, la puesta, diseño y práctica arraigada en el derecho brasileño, combinaría
dramáticamente con la ausencia de tradición democrática izquierda, llevando a una confrontación
que sería fatal para la democracia (roble, 2001:150 / 1).
Chile: el golpe chileno de 1973 y el régimen autoritario
En Chile, Salvador Allende, fue derrocado en septiembre de 1973 y, en el discurso de los timadores,
fue claramente la idea de "salvar a Chile del comunismo" y establecer un nuevo orden político y
social. El Gobierno que fue derrocado, según informes,era declaradamente socialista y llevo a cabo
llevó a cabo reformas en este sentido, aunque he sostenido la legalidad de país democrático, como
35
fue previsto en el proyecto "vía el socialismo chileno abogado por la Unidad Popular (UP). Sin
embargo, a la luz de estas reformas y la forma en que se llevaron a cabo, a través de decretos
ejecutivos y no por medio de acuerdos, dejaron que las contradicciones y la polarización se
superpongan a cualquier otra racionalidad política, culminando en la desestabilización y la
destrucción que llevó al golpe de estado (Aggio, 2012). Es notable que el discurso de los golpistas
en Chile tuvo el mismo tono del discurso que hizo la Unidad Popular, estableciendo, sin embargo,
un vector opuesto: postulan una contrarrevolución a través de métodos revolucionarios. El deseo no
era el retorno a la democracia (aunque por un momento algunos sectores golpistas, sobre todo
civiles, han vocalizado esta perspectiva), pero si imponer una dictadura que reconstruya el país.
A partir de 1973, fue fundamental para el nuevo régimen superar los esquemas y escenarios que
marcaron la experiencia política de los chilenos. En una palabra, era necesario suprimir la
democracia en un solo golpe y anular en la imaginación popular. La opción por este camino se
impondrían "desde arriba", un poder que asumiría un perfil revolucionario. El golpe de 1973 fue, en
definitiva, un procedimiento quirúrgico de la cancelación de la política entre los chilenos, lo que
quería decir el retiro de la manera en que la sociedad chilena se entendía.
Para lograr todo esto, el plan contó con un aparato represivo que fue perseguir, torturar y asesinar a
quien era considerado opositor. Se estableció en Chile fue una especie de "Neoliberalismo real": el
capitalismo casi sin regulaciones, apoyado por un estado autoritario, apoyado por conservadores
mecanismos institucionales (Tironi: 1986).
Lo que vino a establecerse en Chile después de 1973 era una dictadura de una personalización del
poder irreductible por el General Augusto Pinochet, apoyado por medio de un régimen autoritario
con un bajo nivel de institucionalización. En este sentido, la toma de decisiones y sistema de
producción de leyes, así como los órganos de decisión formales, resolución e implementación de
políticas de estado y de gobierno fueron fuertemente centradas en la figura de Pinochet, sólo hubo
espacios informales para realizar negociaciones con representantes de la sociedad, en particular los
empresarios y las fuerzas políticas que apoyaron el golpe de estado (Huneeus, 2000).
En términos económicos, la meta de hacer crecer la economía y establecer que una nueva forma de
capitalismo en Chile impuso una nueva relación entre Estado, economía y sociedad a través de
reformas neoliberal inclinación, incluyendo la privatización de empresas tanto públicas creadas
desde la época del Frente Popular como la nacionalizadas por la Unidad Popular, después de 1970,
los servicios de salud y seguridad social, además de la liberalización del comercio, medidas para
incentivar las exportaciones y la eliminación del control de precios, etcetera.
En Resumen, el régimen autoritario, que se extendería hasta 1990, no fue un "paréntesis" en la
historia de Chile. Liderado por Augusto Pinochet, el régimen chileno se convirtió en la vitrina de
los neoliberales del mundo puesto que su neoliberalismo fue puesto en ejecución completamente
antes de la Inglaterra de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en EEUU. Para los ideólogos del
régimen fue una "revolución silenciosa", cuyo resultado sería cambiar los valores de la sociedad, lo
que es más individualista, consumista y despolitizada. Fue sólo cuando sentía que se consolidaba el
desarrollo político del régimen de Pinochet, que se abrió la posibilidad de un plebiscito para
sancionar la nueva Constitución del país, en 1980. Es a partir de este momento que la dictadura se
institucionaliza, abriendo una nueva etapa para el autoritarismo chileno, que anunció un cambio
histórico sin precedentes.
El régimen autoritario en Brasil
En Brasil, las fuerzas políticas y sociales que habían apoyado y guiado ideológicamente el golpe
militar de 1964 y los primeros años del régimen han insinuado que se buscó hacer valer en el país la
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ideología del liberalismo económico. Sin embargo, después de poco más de dos años, la presencia
de los militares dentro de la nueva coalición gobernante ejerce toda su fuerza y prestigio,
cambiando la orientación a seguir. Volviendo a los ideales del desarrollo nacional que había sido
soporte tanto ideológico como político de la modernización social y política de las últimas décadas,
desde la imposición del Estado Novo de Getúlio Vargas, pasando por el glamour "años dorados"
Juscelino Kubitschek era, entre las décadas de 1950 y 1960. Como señaló Luiz Werneck Vianna
(1994), el régimen autoritario de 1964 mantuvo intacto el sistema de producción del estado,
cambiando al mundo privado el tema de "liberalismo puro" mientras que intensificaría la
intervención del estado en la economía, con el fin de acelerar el desarrollo como una forma de
superar el atraso económico.
Esta fue la gran diferenciación introducida por el régimen de 1964 frente a la modernización que el
país había conocido desde la década de 1930. Desde 1964, la novedad sería de procesos
corporativos que conducirían a cambios económicos en virtud de la enmienda promovida dentro de
la relación público-privado establecida en el proceso de modernización de Brasil. A diferencia de
Chile, que se impuso fue un no un afirmamiento y no una ruptura.
Si, por un lado, este proceso ha logrado un éxito significativo, liberación de la racionalidad
instrumental de los intereses económicos, que correspondió a la lógica de acumulación capitalista,
aceleración representada, por el contrario, fue "una verdadera masacre ético-moral, política y social,
profundizando la actitud tradicional de indiferencia a la población política, obstaculizada por la
perversión individualista, el paso de los ciudadanos individuales y agravando en exclusión social de
escala sin precedentes, para movilizar sectores jóvenes del campo a los centros urbanos industriales,
donde llegaron sin derechos y la protección de las políticas públicas "(Vianna, 1994a).
La escala, el ritmo, la intensidad y la magnitud de las transformaciones operadas eso si eran sin
precedentes en la historia de Brasil. En los años 20 que siguió bajo el régimen militar, la morfología
de la sociedad brasileña ha cambiado considerablemente y rápidamente: la estructura demográfica
del país pasó de rural a urbana; la industrialización ha sufrido un impulso significativo,
especialmente en las ciudades del sur y sureste; el sector de servicios y la infraestructura se
ampliaron, facilitando la integración regional; el sistema educativo ha sido reelaborado y
masificado, ampliando las posibilidades de acceso a la población.
No hay ninguna manera de ayudar a caracterizar este proceso, siguiendo de cerca la Luiz Werneck
Vianna, como una "lucha agonística de la aceleración del desarrollo económico", garantizada a
través de un comportamiento típico de la tradición del autoritarismo. El régimen militar ha logrado
esta estrategia a través de pragmatismo, manteniendo intacto el bloque agrario-industrial, que causa
la conversión de grandes haciendas en empresas capitalistas y consagrar el proceso de crear una
sociedad de masas industrial sin hacer cambios significativos en la forma del estado. Pero, el
cambio fundamental de la liberación de los instintos egoísticos de la sociedad civil, como se indicó
anteriormente.
En el curso de la historia reciente del país, el régimen militar de 1964 que creó la modernización
conservadora. Régimen conducido por ellos aparece así en continuidad con el anterior modo de
modernización conservadora, acelerar este proceso. En un momento de encrucijada política en la
que vivieron, tras vacilaciones iniciales, el éxito del plan en términos de transformaciones
económicas y sociales, como una "huida hacia delante" garantiza su legitimidad y su longevidad.
No era, como en Chile, un paréntesis, pero también no era radicalizado, como en el país andino,
imponiendo normas de una "nueva sociedad". En Brasil, el liberalismo económico no fue, como el
neoliberalismo en Chile, un programa ideológico en el contexto de una contrarrevolución exitosa.

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La transición democrática: interpretaciones
La superación de los dos regímenes autoritarios de Brasil y Chile no fue un proceso sencillo, puesto
que en ambos países, como hemos visto, el autoritarismo había promovido una revolución sin
precedentes en la estructura social. El reto de suponer una innovación empieza por Brasil y que, en
cierto modo, se seguirá por otros países, incluyendo Chile. Este es el proceso de «transición
democrática» que varía gradualmente siendo asimilados por los propios actores que ajustan y
reajustan sus estrategias en el curso. No fue fácil, hubo poca aceptación de esa perspectiva que más
tarde se incorporaría como un elemento esencial de análisis para clarificar que la dictadura no se
vencerian por las revueltas populares o los brazos armados, sino a través de la procesos políticos
que adquirirían fuerza, tramitado de la extensión y profundidad en cuanto a establecer la
participación popular en su tabla dinámica. La democracia dirigida debe ser pensada y estaría
condicionada a la emisión y el curso político de la transición.
Cuando se trata el "problema de la transición", Brasil y Chile ya no eran lo que fueron, ya sea
porque las políticas económicas neoliberales, en el caso de Chile, revolucionaron la totalidad social,
decapitación experiencia modernizadora precedente, ya sea porque los incisivos pasos de
modernización conservadora establecido por el ejército brasileño llevaron al paroxismo. Para la
"revolución" encabezada por el desafío militar de la transición, en Brasil, en Chile, señaló a un
personaje histórico: una democrática, revolucionaria y acordado de ruptura, simultáneamente, una
iniciativa sin precedentes en la historia de ambos países. Norbert Lechner (1986), por ejemplo, que
se refiere al tiempo, un proceso que definió como "ruptura acordadas". La supuesta transición, por
lo tanto, la adopción de una estrategia de "programa máximo", que conducen a la instauración de
una democracia entendida como sistema y proceso y no como un fin en sí mismo. Transición
política debe llamarse a la noción de consenso democrático, no sólo procesal, sino un consenso que
implica una nueva estrategia de desarrollo y un nuevo modelo de relaciones sociales, mucho más
profundos que el acuerdo alrededor de las reglas de la juego. En Brasil y Chile había alcanzado
altos puntos: el primero por la hipertrofia y la exacerbación de la modernización conservadora y, en
segundo lugar, por la radicalización en la implementación del neoliberalismo. Pero en ambos había
lanzado al mundo de los intereses de arriba hacia abajo del tejido social.
En estos casos, la transición mantuvo la expectativa de construir una nueva democracia o la
democracia, que requeriría no sólo la garantía de las instituciones democráticas, sino una reforma de
estrategia específica que rompió con la modernización conservador, en el caso brasileño y con las
estructuras del neoliberalismo en el caso de Chile. Lo que sabemos ahora es que, los procesos de
democratización y transición democrática promovieron cambios y produjeron logros que no puede
no tenerse en cuenta. En algún sentido sería razonable suponer una vuelta a la hora de los resultados
de la transición para colocar encima de las deficiencias de este proceso, así como varias otras
dimensiones de la vida social, política e institucional han cambiado, en profundidad y sin remisión.
En Brasil, poco a poco, cada elección parlamentaria desde 1974, se transformaría en un referéndum
contra el régimen autoritario, activación de la fuerza de la oposición, que llevaría el proceso de
transición para llegar a superar la apertura o contrarreforma del régimen (Vianna, 1984). La victoria
de la oposición en el colegio electoral fue como una certificación formal a la conquista de un
gobierno de transición, que en 1985 anunció un avance en sentido positivo. Como se confirmó
luego que el gobierno de transición sería fundamental para el logro de la democracia y transición
institucional completa, permitiendo la preparación y promulgación de la Constitución de 1988.
Sin embargo, la división se ha establecido entre las fuerzas de oposición en curso y especialmente,
la conclusión de la transición tuvo un efecto negativo haciendo más amplias y profundas tareas de
la transición a la deriva y si establecer un escenario de malestar y una sensación de inconclusividad.
38
En este escenario, después de los años 1990, gobierno tras gobierno mantuvo la democracia
brasileña en estado larval, en busca de una mejor oxigenación: emprendieron ajustes de las
secciones de carácter económico de pactos sociales explícitas y políticamente defendible, sin poder
establecer el estado y la sociedad civil, los elementos esenciales de una dirección de "hegemonía
civil" en el sentido mencionamos arriba la ruptura democrática. El "transformismo positivo" llevada
a cabo por la oposición democrática desde la década de 1970, que había sido la operación política
posible para el adelantamiento del autoritarismo, fue reemplazado por el antagonismo político de
polos artificialmente ante dos versiones de la social democracia brasileña, que al parecer surge de la
esperanza y la producción de una profunda crisis en la joven democracia brasileña.
En Chile, por su vez, la estrategia y todos los intentos para derrocar a la dictadura a través de la
armada no funcionaron. Acciones armadas, incluso a Pinochet mismo y las rebeliones populares
(protestas), que estallaron entre 1983 y 1986, diseñadas como potenciales embriones de un
levantamiento masivo, resultaron impotente. La batalla decisiva contra la dictadura fue desde la
Constitución de 1980, otorgando a Pinochet, a través de un referéndum totalmente controlado, un
referéndum para establecer otro plazo de ocho años por el dictador. Fue alrededor de la idea de
politizar el plebiscito, negando el nuevo mandato, que se previó la posibilidad de derrotar a la
dictadura.
La sorprendente victoria electoral por el comando, que dijo "no" al Gobierno de Pinochet, en
octubre de 1988, abrió el proceso de democracia transicional. Desde entonces, los partidos políticos
han sido capaces de reagruparse y la oposición a Pinochet, con la excepción del partido comunista,
creó la coalición de partidos por la democracia, en un intento de permanecer juntos para la elección
presidencial prevista para el año siguientes. Pero Pinochet, Presidente de la República y jefe de las
fuerzas armadas, firmó un pacto con la oposición en las reformas constitucionales. Este Pacto
resultó en un referéndum celebrado en julio de 1989, para sancionar las reformas de 1980
Constitución acordando entre los principales actores políticos legalizados. En este punto, la
presentación de la transición democrática a la "política del autoritarismo" era evidente (Huneeus,
2000). El referéndum aprobó lo que se conoce como enclaves autoritarios: reglas para bloquear, sin
romper la ley, cualquier iniciativa de reforma que propone desmontar la arquitectura básica del
sistema jurídico constitucional el autoritarismo chileno.
La derrota electoral sufrida por Pinochet en 1988 se convirtió en una estratégica victoria política en
1989, una vez aprobada sólo superficiales reformas en la Constitución de 1980, que condujo a lo
que sociólogo chileno Tomás Moulian caracteriza como una "derrota táctica y una victoria
estratégica" del pinochetismo. Esto parece haber sido algo decisivo en el proceso por el cual el
pinochetismo articula su supervivencia en Chile pós-ditatorial. Históricamente, habría sido esbozó
con la aprobación de un plebiscito, la Constitución de 1980 -aún en efecto-y culminó con la
absorción de la oposición en el juego político por el régimen y que no estaría en consonancia con lo
que había sido acordado entre el régimen y oposición, en 1989. En Chile, la transición del
autoritarismo a la democracia, a pesar de la victoria en el plebiscito de 1988, produciría un
transformismo "negativo".
Avergonzado por los efectos del transformismo negativo, aún así, la transición seguiría su camino.
En el 1990 temprano, los espacios políticos democráticos y la disputa pasó a concentrarse en dos
polos: la Concertación, los partidos de centro-izquierda, como el partido socialista y DC – y la
Alianza por Chile, articulando fuerzas tradicionales a la derecha con el neo-liberales-como
renovación nacional (RN) y la Unión Democrática independiente (UDI).
En relación con otras transiciones a la democracia en el continente latinoamericano, especialmente
el brasileño, Chile vivió dos aspectos: no heredó ninguna crisis económica del régimen anterior y
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logró elegir sucesivamente cuatro presidentes pertenecientes a la coalición misma coalición política
que había derrotado a la dictadura. Desde 1990, gobernó Chile Patricio Aylwin, Eduardo Frei,
Ricardo Lagos y Michele Bachelet.
Los gobiernos de la Concertación condujeron con éxito la integración de Chile en el proceso de
globalización, lo que avanzar los rastros de la modernidad en el país, como la mejora del sector
servicios, la especialización de la producción agroindustrial para la exportación, la
descontaminación, innovación y negocios de diversificación. El continuo crecimiento de la
economía chilena en los años antes de la crisis económica mundial que abre el siglo XXI fue
notable. Asuntos sociales sofocados durante la dictadura fueron renovados como las tareas del
estado, mejorar la cohesión social, aunque las políticas públicas de los gobiernos de la Concertación
han demostrado ser insuficientes. En Chile, el mantenimiento de una buena parte de los enclaves
autoritarios, por lo menos hasta el 2005, finalmente generando una paradoja: se consolida la
democracia, pero la presencia de Pinochet en la imaginación política deja la impresión de que la
transición sigue siendo poco concluyente. La imagen es de la Chile pós-Pinochet es una
"democracia de baja calidad", resultante de una transición muy condicionada a los dictados del
régimen anterior, que impuso un transformismo "negativo" para el progreso político, retrasando las
reformas demasiado obstaculizando las reformas democráticas y sociales. Por esta razón, la
dictadura pós Chile sólo logró producción "comercial" de los gobiernos y, con ellos, un reformismo
"débil".
En Resumen, si hubo la necesidad de establecer algunos puntos en comparación a lo que hicimos
aquí podríamos decir que en relación con los golpes de estado que se destaca es la diferencia entre
los golpes de estado de 1964, en Brasil y Chile en 1973. En cuanto a los regímenes autoritarios,
Brasil y Chile experimentaron regímenes políticos formalmente distintos, con estrategias
hegemónicas distintos también para intercambiar líderes de núcleos y clases subalternas. Aún así,
los regímenes autoritarios de Brasil y Chile promovieron resultados puntualmente similares en
cuanto a las transformaciones sociales dirigidas hacia la liberación del mundo de los intereses, de la
afirmación del individualismo y el consumismo. Por último, en relación con el logro de la
democracia, la transición larga y pionera de Brasil contrasta con el acortamiento de la transición
chilena, pero también con la presencia militar más abierta en Chile que en Brasil. Mientras que llega
a Brasil elaborar una nueva Constitución por consenso, esto es todavía un tema pendiente en Chile,
después de 25 años. El "transformismo positivo" en Brasil, que permitió el establecimiento de un
nuevo orden constitucional, marcando el comienzo de una nueva fase, contrasta con la aparente
ruptura causada por la victoria de la oposición en el plebiscito de 1988 y la victoria de la estrategia"
transformismo negativo "en Chile, que representaría una situación democrática con las condiciones
y restricciones.

-Marisa Gallego, Teresa Egger Brass y Fernanda Gil Lozano, 2006, “La Revolución
Cubana”en: Historia Latinoamericana, 1700-2005, Sociedades, Culturas, procesos políticos y
económicos, Editorial Maipue, Buenos Aires: 327-350.
-Andrés Kozel, Florencia Grossi, Delfina Moroni (coordinadores), 2015. El imaginario
antiimperialista en América Latina , Buenos Aires, CLACSO: 53-86.

LA CLÍO CUBANA VERSUS EL TÍO SAM: IMPERIALISMO Y


ANTIIMPERIALISMO EN LA HISTORIOGRAFÍA CUBANA DEL SIGLO XX

Introducción
Sería difícil y descuidadamente pretencioso realizar en pocas páginas un profundo y
40
meticuloso análisis sobre la construcción y evolución del antiimperialismo cubano tal como se
expresó en la creación histórica durante el pasado siglo XX. En primer lugar, porque la definición
del antiimperialismo va mucho más allá de los matices y las posturas políticas, manifestándose, en
cambio en la cultura en general. En segundo lugar, porque, en el caso cubano, dicho término y sus
acepciones están asociados al tardío nacimiento y la compleja evolución del país como Estado
independiente y soberano, y luego, a la porfía en construir y sostener un proyecto de sociedad
equitativa y socialista frente a las constantes hostilidades foráneas, en especial estadounidenses. Por
último, porque es también complejo hablar de historiografía cubana sólo teniendo en cuenta la
producción histórica generada por los círculos académicos y profesionales de la Isla.
Frente a las anteriores circunstancias, resulta conveniente precisar desde esta breve
Introducción que el lector encontrará en el presente estudio un esbozo y una primera propuesta de
ordenamiento de títulos, autores y obras que, de disímiles maneras, han representado y
conceptualizado al imperialismo y a su contraparte antagónica, el antiimperialismo, en los discursos
historiográficos de Cuba durante el siglo XX. En términos generales, esta producción
historiográfica se ha centrado en forma directa en tres procesos históricos vividos por el país: en
primer lugar, la construcción y consolidación del Estado-nacional, que se desarrolló desde fines del
siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX; en segundo, la lucha por la soberanía y la
reconstrucción de un modelo de república ideado por el Héroe Nacional, José Martí, que se
extendió desde los años veinte hasta el fin del Estado burgués en 1958, y por último, la instauración
y el afianzamiento del socialismo mediante el triunfo de una revolución abiertamente
antiimperialista.

Una nación creándose a sí misma: Cuba, los imperios y el antiimperialismo

La forja y construcción de la nación y el Estado en Cuba. Se trata de una problemática


compleja, que en principio abarcó opciones de reforma o reacomodo dentro del sistema imperial
español, hasta el estallido de las Guerras de Independencia en 1868. Durante diez años, una parte de
los habitantes de la isla se enfrentó a España para arrebatarle la libertad, a contrapelo de todo tipo
de carencias.
En los años que siguieron a la finalización de los combates iniciados en octubre de 1868
surgieron varios intentos por revivir la lucha emancipadora. Entre ellos, uno ganó mayor
importancia, dado su nivel de organización política y militar y dada, también, la singularidad
intelectual que reunía su mentor y guía: el proyecto de José Martí (1853-1895). Martí fue el
iniciador de la línea antiimperialista en el proceso de pensamiento y acción de los cubanos.
La contienda de liberación nacional cubana se reinició el 24 de febrero de 1895. Pero el 19 de
mayo de ese mismo año el líder de la revolución necesaria cayó prematuramente en un combate
contra las tropas españolas.
Con la desaparición física del prócer se interrumpió no sólo el agudo estudio que venía
desarrollando sobre el nuevo orden socio-económico desatado con fuerza en las grandes potencias
de la época, sino además la aprehensión por parte de la mayoría de los patriotas de la Isla de su
programa revolucionario y de la visión sobre los auténticos propósitos de Washington con relación a
su patria. El gobierno estadounidense intervino con sus tropas para salvaguardar sus propiedades y
ciudadanos y, de paso también, para “auxiliar” a los mambises en su lucha independentista. Se
iniciaba con ello la Guerra hispano-estadounidense.
La corona española no claudicó frente a los aguerridos mambises que habían luchado por la
libertad durante treinta años. Frente a la intromisión de los Estados Unidos en el conflicto
anticolonial, la monarquía de Madrid prefirió rendirse ante un enemigo mayor.
Tras establecer las bases de un dominio subterráneo pero efectivo, y tras difuminar a las
instituciones revolucionarias que representaban el sentir de la manigua mambisa, los Estados
Unidos viabilizaron los mecanismos para que se cumpliera el deseo de la mayoría de los habitantes
de su inminente neo-colonia.
Dentro de la constitución cubana de 1901 la administración de William McKinley impuso un
41
infamante apéndice, aprobado antes por el congreso de su país, y que acabó por ser conocido bajo el
nombre de Enmienda Platt, permaneciendo vigente hasta mayo de 1934. Dicha legislación otorgó al
vecino del Norte el derecho de intervenir militarmente en la Isla, de inmiscuirse en las relaciones
exteriores de Cuba y de retener bajo su control segmentos del espacio nacional para establecer bases
militares. De tal manera nació la república, el 20 de mayo de 1902. Con ello se abrió paso al
proceso de sometimiento a los intereses de los capitalistas estadounidenses, rasgo que definiría la
historia cubana durante más de cincuenta años.
En tan complejo escenario inaugural fue que dio sus primeros pasos la historiografía cubana
del siglo XX. Por dos décadas, esta ciencia estuvo marcada por dos grandes tendencias, las cuales
interpretaron de maneras opuestas el surgimiento y la evolución de la nación, así como el papel de
los Estados Unidos en dicho proceso. De una parte, se desarrolló la vertiente anexionista y
antinacional, que fundamentaba desde la historia la “incapacidad” de los cubanos para el
autogobierno y la necesidad de ampararse en una potencia extranjera para alcanzar la modernidad,
el orden y el progreso. Esta posición insistió sobre la idea de la supuesta gratitud que debían los
cubanos al gobierno de Estados Unidos por la independencia.
De otra parte, se desplegó en forma paralela una corriente historiográfica patriótica y
nacionalista. En primera instancia, esta vertiente defendía la idea de una república cubana soberana,
cimentada en las tradiciones y la cultura que se habían forjado al calor de la lucha contra el dominio
colonial español. Dos son los autores que deben destacarse como pioneros de lo que puede ser
nombrado como primera historiografía antiimperialista cubana, la cual –como ya se decía antes–
tenía sus antecedentes en la prédica martiana de finales del siglo anterior. El primero de ellos es
Enrique Collazo. El segundo de los exponentes más distintivos de esta línea nacionalista-
antiimperialista fue Julio César Gandarilla, reconocido periodista y activo militante de la Comisión
abolicionista de la Enmienda Platt o Liga Antiplattista. A los dos casos más relevantes de esta
precursora historiografía antiimperialista hay que añadir con toda justicia los trabajos del eminente
pensador y pedagogo Enrique José Varona.

Rompiendo y refundando: el antiimperialismo y la crisis de la república


El segundo proceso que nos ocupa en este estudio se inicia en los años veinte de la pasada
centuria. En esos años, Cuba entró en un complejo período de cambios que finalmente desembocó
en la revolución popular y antiimperialista de agosto de 1933. El régimen mono-productor
azucarero, la impetuosa y creciente presencia de capitales y manufacturas norteamericanas, la
decadencia social de un país minado por la corrupción, los vicios, la desigualdad social, la pobreza
y otros males, condujeron a la crisis del Estado-nación constituido en 1902 y aparentemente
solidificado.
Todos estos problemas, y algunos más, fueron centro de la reflexión y los debates en los
círculos intelectuales de la época. Desde diversas posiciones ideológicas y distintas ramas de las
ciencias y las artes humanas se abrió un profundo análisis de la realidad imperante. En general, se
buscaba ofrecer explicaciones de la crisis general de la República y, de paso, plantear elementos
orientados a su posible solución. En consecuencia, los temas referidos a la dependencia externa y la
creciente presencia de las inversiones norteamericanas posesionadas en la Isla, volvieron a ponerse
en boga. El antiimperialismo de las décadas del veinte y del treinta se manifestó en el discurso
historiográfico cubano mediante una abierta crítica al modelo neocolonial y a la injerencia
extranjera.
Dentro de esta regeneración de los años veinte tuvo lugar una importante renovación de los
estudios históricos cubanos, hasta entonces monopolizados casi por completo por las eruditas
directrices de la historia oficial emanada de la Academia de la Historia de Cuba (1910). En el nuevo
escenario, fueron notables los aportes de Ramiro Guerra, Fernando Ortiz y
Emilio Roig de Leuchsenring.
En aquellos años aparecieron algunas obras de autores que –sin manifestar necesariamente
una militancia política de izquierda o un abierto compromiso con la transformación radical del
sistema de relaciones entre Estados Unidos y Cuba– se dispusieron, en forma moderada, a describir
42
y analizar las implicaciones del imperialismo, entendido por ellos como una política expansionista y
agresiva.
Finalizada y fracasada la época revolucionaria de los años treinta, los gobiernos que siguieron
dieron continuidad al modelo neocolonial y dependiente que tanto se había cuestionado en el seno
de la historiografía nacional. Si bien la derogación de la nefasta Enmienda Platt –que tuvo lugar en
1934– fue presentada como una consecuencia de la “buena vecindad” de los Estados Unidos, los
inicios de la Guerra Fría y la instauración de una nueva dictadura, encabezada por Fulgencio
Batista, mostraron que se había tratado de un mero espejismo: el anhelo de concreción de la
república martiana ideada a fines del siglo XIX quedó una vez más lejos de las realidades concretas.
En lo que concierne al desarrollo de las ciencias históricas cubanas, los años cuarenta y
cincuenta fueron un nuevo campo de batalla para criterios y modelos teórico-metodológicos
antagónicos. Nuevamente se definieron dos líneas interpretativas sobre el pasado y la realidad
presente de Cuba. En parte, y como había sucedido antes, esto era resultado de la polarización de la
sociedad. Una de estas tendencias se puede fijar como conservadora, atendiendo a su interés en
mantener los valores de la democracia burguesa y del capitalismo en sentido general. Los
historiadores de dicho estilo se guían los cánones positivistas procedentes de la Academia de la
Historia, manteniéndose distantes de la renovación iniciada en los años veinte.
La otra tendencia es la abiertamente progresista, que asumía elementos teóricos y
metodológicos del revisionismo y del marxismo. Sobresalen dentro de ella un número importante de
autores y obras, que de diversas formas dieron continuidad a la representación y estudio del
imperialismo y del antiimperialismo, su contraparte.
En la década de los cincuenta, y a pesar de determinados niveles de consumo que se
mostraban como indicativos del supuesto éxito del modelo, la crisis del Estado burgués,
dependiente y deformado se hizo insostenible, generándose una nueva situación revolucionaria. La
propuesta transformadora quedó esta vez nucleada en torno a un nuevo grupo, el Movimiento 26 de
Julio, dirigido por Fidel Castro su líder descollante. Fidel Castro llevó la lucha armada desde el
macizo montañoso de la Sierra Maestra, en el extremo oriental, hasta la propia capital del país,
derrotando así a las fuerzas de la tiranía batistiana. En junio de 1958 –momento definitorio de la
lucha– Fidel hizo saber la nueva dimensión que tomaría el antiimperialismo cubano en el seno de la
inminente revolución: “los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta
guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar
contra ellos”.

Revolución quiere decir socialismo y antiimperialismo


El tercer y último de los momentos que marcan la escritura y problematización de la historia
en Cuba se inició el 1° de enero de 1959. Aquel día la isla caribeña amaneció con la noticia de la
huida del tirano Fulgencio Batista, al tiempo que el país se declaraba como prácticamente
controlado por el Ejército Rebelde dirigido por el Comandante Fidel Castro. Se inició así un
profundo y complejo proceso de transformaciones que culminó en el establecimiento del primer
Estado socialista en el hemisferio occidental, tan solo a noventa millas de los Estados Unidos.
En lo esencial, los cambios que se operaron en Cuba a partir de aquel momento quedaron
dirigidos a devolver al país la soberanía y la independencia nacional, y a eliminar la enraizada
explotación capitalista. Desde los primeros días del triunfo, la Revolución implemento un grupo de
medidas de beneficio popular que fueron distanciando al joven gobierno insular de los intereses de
sus vecinos del norte. A la par de las transformaciones económicas y socio políticas se dieron
importantes pasos de avance en la esfera cultural e intelectual.
La historia en particular cobró desde entonces una función robustecedora y legitimadora de la
eterna lucha de los cubanos por la autodeterminación nacional y, sobre todo, de la tradicional
postura antiimperialista frente a la injerencia externa.
El nuevo escenario marcó la diferencia de la historiografía revolucionaria con sus
predecesoras. La declaración del socialismo, el acercamiento a la Unión Soviética, la creciente
hostilidad de los círculos políticos norteamericanos –con actos de guerra incluidos– y otros
43
elementos más dieron a la interpretación y a la escritura de la historia un nuevo asidero. Así, junto al
nacionalismo, el antiimperialismo pasó a ser uno de los rasgos por antonomasia de los discursos
históricos de la Isla.
La idea de romper totalmente con todos los males del antiguo régimen buqués y capitalista
caló con fuerza en la historiografía de los años sesenta y setenta. En este marco, la creación
histórica quedó centrada en una serie de temáticas básicas para el surgimiento de la nueva sociedad.
Todo ello a través de una interpretación emanada de la simbiosis del tradicional nacionalismo, el
materialismo histórico y de diversas tendencias historiográficas mundiales como la Escuela de
Annales, los marxistas británicos y franceses y de la obra de Antonio Gramsci.
De esta época fueron representativos algunos textos donde el antiimperialismo se manifestó
claramente en el tratamiento de distintos problemas y etapas de la historia nacional. Las obras
pueden diferenciarse por su acento en lo económico, lo político y, en menor medida, en lo
sociocultural. Sin embargo, todas convergieron en la frontal denuncia de las implicaciones del
imperialismo en la historia y el presente de Cuba, América Latina y el mundo subdesarrollado.
A toda esta tradicional visión nacionalista y antiimperialista de la historiografía cubana se le
añadiría la imposición del marxismo dogmático y fosilizado que ya regía como política de Estado
en la Unión Soviética y los países de Europa del Este.
Luego de la caída del campo socialista la historiografía cubana se enfocó –en cuanto al
fenómeno del imperialismo– en el histórico diferendo entre Estados Unidos y Cuba. Así, retornó la
pretérita idea según la cual la lucha contra el imperialismo no era un producto de las
contradicciones Este-Oeste ni de la Guerra Fría, sino que lo era de la genuina y tradicional lucha
cubana por su soberanía e independencia. En este marco proliferaron obras que legitimaban la
continuidad del socialismo en Cuba –a pesar de la debacle del comunismo mundial– como forma de
contener el poderío imperialista de los vecinos del norte.
Paralelamente, a fines de los años ochenta y principios de los noventa de la pasada centuria,
una nueva generación de historiadores cubanos fue dándose a conocer. Dicho grupo optó por buscar
nuevas aristas de la investigación histórica, inclinándose hacia los sujetos populares, las
mentalidades, la cultura en un sentido más amplio, las representaciones sociales y otros muchos
campos relegados por la historiografía revolucionaria “ortodoxa”. De modo que, a partir de nuevos
campos de investigación lograron seguir tratando el tema del imperialismo y su influencia en el
devenir de la Isla desde novedosos enfoques, en ocasiones más ligados a la historia cultural.

A modo de conclusión
El antiimperialismo en tanto expresión y manifestación de la conciencia política, ética y
cultural ha estado presente en la historia y la historiografía de Cuba desde tiempos pretéritos. Los
momentos señalados como jalones de la evolución del Estado y la nación muestran que la presencia
o incidencia de imperios acechantes –en particular, y por razones obvias, del estadounidense– ha
marcado la dinámica vida de los cubanos en los últimos 150 años. Las condiciones de haber
experimentado el régimen colonial, el sistema de dominación neocolonial y el Estado socialista han
singularizado el surgimiento, evolución y madurez de posturas abiertamente antiimperialistas en los
distintos niveles de expresión de la creación académica y popular del país.
La concepción teórica del imperialismo y su representación discursiva en el plano
historiográfico fue desarrollándose paralelamente al avance de una conciencia masivo-popular
abiertamente antiimperialista, todo ello mediado por los vaivenes que caracterizaron las relaciones
entre Cuba y los Estados Unidos a lo largo del siglo XX. El nacionalismo, como reafirmación de la
soberanía y la independencia cubanas, ha sido el hilo conductor del itinerario historiográfico de la
Isla en el período que hemos señalado. De modo que tal variable constituye implícita o
explícitamente la más constante manifestación de antiimperialismo en las formas de hacer y pensar
la historia patria.
El triunfo de la Revolución de 1959 y la instauración del socialismo tornaron la tradicional y
arraigada postura nacionalista en un declarado y militante posicionamiento antiimperialista que, en
principio, se centró en el imperio más cercano y hostil para luego ir ampliando la condena y el
44
rechazo a este fenómeno en otras partes del planeta. Nación-socialismo-antiimperialismo devienen
en tríada básica de la porfía de Cuba y también de su historia más reciente.

ANTIIMPERIALISMO Y NEGRITUD EN EL CARIBE

En el Caribe, en los albores del siglo XX, se dio un giro identitario y antiimperialista similar
al que sacudió a América Latina. Los intelectuales afrocaribeños que lo protagonizaron se
focalizaron en criticar el racismo, el colonialismo –no sólo el estadounidense, sino también el
europeo– y el legado de la esclavitud. Asimismo, afirmaron la identidad negra, las tradiciones
afroamericanas y repensaron la relación con África. El movimiento fue heterogéneo, fruto de la
diversidad insular. En este estudio me propongo analizar el tema abordando las obras de Marcus
Garvey de Jamaica, Jean Price Mars y Jacques Roumain de Haití, Aimé Césaire de Martinica y
Nicolás Guillén de Cuba, poniendo de relieve una serie coincidencias y divergencias.

Marcus Garvey: panafricanismo y anticolonialismo


El ideario de Garvey combinaba una apropiación subversiva del cristianismo, la doctrina
racial, el nacionalismo y el discurso moderno. Apeló a una lectura universalista del cristianismo
para desacreditar el racismo, denunciando que éste no era más que una teoría falaz, inventada por
los europeos para legitimar la esclavitud y el colonialismo de los no blancos. Consideraba que, por
ser hijos de Dios, todos los hombres eran iguales. No obstante, entendía que el concepto de raza
(definida tanto biológica como culturalmente) era válido y que cada raza tenía rasgos propios.
Asimismo, sostenía que la historia era una lucha de razas y que éstas sufrían ciclos de auge y
decadencia, lo cual explicaba el apogeo de los blancos frente a las otras razas.
Esta lectura de la cuestión racial es problemática, pero Garvey la utilizó en clave libertaria.
En primer lugar, debido a que al apelar a la noción de raza negra hermanó, más allá de sus
diferencias, a los africanos y a la diáspora. En segundo lugar, dado que al plantear que la decadencia
era histórica también era reversible mediante la auto-afirmación y la lucha antiimperial.
En cuanto al colonialismo, inicialmente denunció a Inglaterra para luego condenar de
manera global al imperialismo europeo y estadounidense, especialmente en África y en el Caribe.
Se focalizó en la faz político-militar-racial de la dominación y sólo parcialmente en la económica y
cultural.

Jean Price Mars y Jacques Roumain: entre el indigenismo y el marxismo

Similar renacimiento afro se dio en Haití, como reacción a la ocupación estadounidense de


1915-1934. La ocupación revivió los horrores del pasado colonial, generando una rebelión popular.
Aquel nacionalismo político produjo un giro identitario que se expresó en la corriente intelectual
denominada indigenismo. Si es cierto que el indigenismo fue un fruto de la historia haitiana,
también lo es que estuvo signado por el contexto regional y por el renacimiento negro de Harlem.
El precursor de esta corriente fue Jean Price Mars el cual denunció el carácter eurocéntrico y
elitista de la alta cultura haitiana, mostrando que la oligarquía había negado la identidad afro y en
un proceso de “bovarismo colectivo”, se había mimetizado con Francia.
Price Mars contribuía a la acuñación de una conceptualización canónica en el discurso
antiimperial al plantear que el fenómeno colonial era el resultado de la auto-denigración y del
maridaje entre una elite local traicionera del interés nacional y una potencia extranjera. Con base en
esta crítica, Price Mars llamó a romper con la mimesis y asumir la cultura indígena. De este modo,
rebasó el eurocentrismo de Garvey y aportó una perspectiva más compleja del colonialismo mental
y de la relevancia del legado africano en el proceso de liberación antiimperial.
En sintonía con estas ideas, Jacques Roumain, Carl Brourad y Antonio Vieux fundaron, en
1927, La Revue Indigene: Les Arts et la Vie, en cuyas páginas se promovía una vertiente más
radical del indigenismo.

45
Aime Cesaire y la negritud
En el mundo colonial francés el giro que estudiamos asumió el nombre de negritud. El
movimiento fue fundado en 1934, en París, por Aimé Césaire (1913-2008), de Martinica, León
Damas (1912-1978), de Guayana, y Leopold Senghor (1906-2001), de Senegal. También estuvo
influido por el renacimiento de Harlem y, aunque presenta aires de familia con el panafricanismo de
Garvey y vínculos con el indigenismo haitiano y la obra de Roumain, reconoce sus propios rasgos,
fruto del contexto imperial francés.
La negritud implicó, por un lado, una afirmación de la identidad negra, una reivindicación
de las tradiciones africanas y afroamericanas; por el otro, una crítica a la cultura
eurocéntrica/racista/colonial. Fue una respuesta racional, sentimental y poética frente a la política de
asimilación que imponía Francia sobre sus colonias.
Al asumir el marxismo en clave heterodoxa, Césaire se fue abriendo a una perspectiva
similar a la de Roumain y Guillén; así, la negritud asumió un carácter más histórico y universal,
definiendo a la comunidad negra como un pueblo hermanado por la tradición, el sufrimiento y la
rebelión e identificado con el resto de los oprimidos.
Césaire no se centró tanto en el imperialismo estadounidense como en el europeo, por ser
éste el responsable de la esclavitud, racialización y colonización de los africanos y sus
descendientes.
En fin, el anticolonialismo y la negritud de Césaire superaron las primeras tesis de Marcus
Garvey, al plantear una perspectiva más crítica de la modernidad europea y al trascender las
propuestas de mimesis cultural.

Nicolás Guillén: un puente entre dos tradiciones


En Cuba, Nicolás Guillén (1902-1989) fue la figura principal del giro que reseñamos,
aunque su obra presenta tanto similitudes como diferencias con las de los autores referidos, debido,
entre otras cosas, a las especificidades de la historia de Cuba y a sus vínculos con Hispanoamérica.
Esta tensión entre la reivindicación de lo afro y el reconocimiento de la hibridez también la
podemos encontrar en sus usos del castellano y en sus ideas sobre el legado español. Al igual que
Césaire y Roumain. Guillén introdujo en su obra el habla popular negra y los africanismos,
revolucionando los versos con el ritmo del son.
Vinculado con esto, otra diferencia con respecto a Césaire y a Garvey es la centralidad que
ocupa el colonialismo estadounidense en la obra de Guillén. Algo que lo acerca, parcialmente, al
indigenismo haitiano. Aunque Guillén denuncia la historia colonial española y europea, su principal
enemigo eran los Estados Unidos, debido a sus intervenciones en Cuba, el Caribe y América Latina.
Asimismo, su abordaje de lo colonial se focalizó tanto en lo cultural y en lo social, como en lo
económico.
Además, debido a su militancia comunista y a la influencia de la revolución cubana, Guillén
también asumió una perspectiva clasista y tercermundista, pareciéndose en esto a las de Roumain y
Césaire. Por todo ello, puede decirse que, con su obra, Guillén construyó un puente entre la
tradición antiimperialista afrocaribeña y latinoamericana.

-Marisa Gallego, Teresa Egger Brass y Fernanda Gil Lozano, 2006, “Las dictaduras de la
Doctrina de la seguridad nacional en América Latina”, en: Historia Latinoamericana, 1700-
2005, Sociedades, Culturas, procesos políticos y económicos, Editorial Maipue, Buenos Aires:
393-409.

Fuentes documentales:

- Selección de canciones: Chico Buarque y Milton Nascimento,”Cálice” (1978), Chico


Buarque, “A pesar de Voce” (1970).
-Película: La Batalla de Chile, Documental, Dirección: Patricio Guzmán (1976)
46
Unidad VII: La crisis estructural, recuperación democrática (1980-2000)
Crisis de la deuda. La transición a la democracia. La crisis económica de los
ochenta: marginación, pobreza e inseguridad. Estados Unidos: El complejo
industrial-militar y su influencia en América Latina. Reforma del Estado,
propuestas neoliberales y criticas. Movimientos políticos y sociales. América
Latina en el siglo XXI. Nuevos movimientos sociales y participación política.
Casos particulares: Perú: Políticas neoliberales y exclusión social. Colombia: La
organización del Estado y el Narcotráfico.

Lecturas obligatorias
-Waldo Ansaldi, 2006. "La novia es excelente, sólo un poco ciega...", en: W. Ansaldi, dir., La
democracia en América Latina, un barco a la deriva, Buenos Aires, FCE: 529-572.
-José Antonio Ocampo, 2014. “La crisis latinoamericana de la deuda a la luz de la historia”,
en: VVAA,La crisis latinoamericana de la deuda desde la perspectiva histórica, Santiago de
Chile, CEPAL:19-52.

Presentación
A partir de octubre de 1982, con el final de la dictadura militar boliviana, una ola de
retroceso de éstas y de recuperación de la democracia política se extendió también por Argentina,
Brasil, Uruguay, Chile y Paraguay. La democracia política fue percibida y recibida como una vía
más que eficaz para la solución de los diversos problemas generados durante y por las dictaduras
institucionales de las Fuerzas Armadas y la sultanísitico-prebendaria del general Stroessner en
Paraguay.
Al cabo de veinte años, la mayoría de las “promesas de las democracias” se han convertido
en unos pocos logros y un alto número de frustraciones e insatisfacciones, agravadas éstas
particularmente por la aplicación de las políticas de ajuste estructural del Consenso de Washington
y una crisis de representación que, en mayor o menor medida, se expresa en los seis países, con su
manifestación más elevada en la crisis argentina durante el verano 2001-2002.
La democracia política, en los países del Mercosur, ha puesto de relieve la importancia de la
libertad, del generalizado reconocimiento de la ciudadanía política, la importancia de los derechos
humanos, entre otros aspectos. He ahí la excelencia de la novia. Empero, las dos décadas
transcurridas ofrecen nítidas falencias en materia de redistribución de ingresos, brutales retrocesos
de los derechos sociales, vacilaciones o, directamente, ausencia en materia de castigo de los
incursos en terrorismo de Estado. Y ello muestra a la novia como algo sorda, un poco ciega y,
también, tartamuda.
Este capítulo da cuenta de una exploración, en clave de sociología histórica del tiempo
presente comparativa, de un proceso caracterizado por notables ambigüedades, ofreciendo hipótesis
explicativas del mismo y, al mismo tiempo, elementos para repensar teóricamente el concepto y la
práctica histórica de la democracia en los países en cuestión.

La novia es excelente

Para millones de hombres y mujeres de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y


Uruguay, los años de las respectivas dictaduras instauradas a lo largo de la segunda mitad del siglo
XX fueron un tiempo de horror. Para ellos, vivir en una democracia o vivir en una dictadura podía
ser la diferencia entre la vida y la muerte.
La caída de las dictaduras permitió la recuperación de regímenes democráticos “clásicos”,
como Chile (parcialmente durante un largo período, que parece cerrarse ahora) y, sobre todo,
Uruguay; abrir uno inédito en Paraguay y, con otras características, también en Argentina; ampliar
47
el brasileño y generar en Bolivia un inusual período de institucionalidad política, aun con algunos
sobresaltos.
Si bien no hay aquí espacio suficiente para un tratamiento más detenido, es conveniente, al
menos, una ligera referencia contextualizadora. (Argentina) Todo lo contrario de Uruguay, donde la
continuidad político-institucional muestra sólo dos interrupciones, el auto-golpe del Presidente
Gabriel Terra, en 1933, y la instauración de la dictadura militar, cuarenta años más tarde. Chile es,
en este aspecto, un caso más parecido a Uruguay que a Argentina: tras la pax de la llamada
República Parlamentaria (1891-1925) atravesó una fase de convulsiones e inestabilidad, iniciada, en
1924, con el primero de varios golpes de Estado, y extendida hasta 1932. Tras la derrota de la breve
República Socialista, ese año, Chile vivió una etapa de estabilidad político-institucional coexistente
con altos niveles de conflictividad social- prolongada hasta el golpe de 1973, cuatro décadas que
procesaron, sin rupturas institucionales (lo cual no es igual a ausencia de conflictividad política), las
políticas reformistas de los gobiernos del Frente Popular (1938-1947) y de la Democracia Cristiana
(1964-1970) y hasta el triunfo electoral y el acceso a la presidencia de Salvador Allende y la Unidad
Popular, aunque esta vez la derecha chilena desnudó su intolerancia ante la posibilidad de cambios
más profundos.
Brasil, tras la caída de la República Velha, oligárquica, en 1930, experimentó el auto-golpe
de Getúlio Vargas, en 1930, el que derrocó a éste, en 1945, la crisis militar de 1954, que culminó
con el suicidio de Vargas (que había retornado a la presidencia, elecciones mediante, en 1951) y,
finalmente, el que en 1964 instauró la primera de las dictaduras institucionales de las Fuerzas
Armadas.
Bolivia, es un caso paradigmático de inestabilidad política. Según la cuantificación indicada,
varios atrás, por Marcello Carmagnani, entre 1850 y 1889, el país del Altiplano registra 147 golpes
de Estado o intentos de realizarlos. Ya en el siglo XX, el período 1930-1980 muestra por lo menos
nueve episodios de ruptura institucional (1930, 1934, 1937, 1946, 1951, 1964, 1971, 1978, 1980),
sin contar turbulencias como las del trienio 1969-1971, por ejemplo. Pero además, Bolivia vivió,
durante esa duración semisecular, la Guerra del Chaco (1932-1935), el reformismo militar (1935-
1937) y, sobre todo, la revolución social de 1952, que terminó con la larguísima dominación
oligárquica.
Paraguay contrasta con Bolivia de un modo peculiar: si éste es paradigma de inestabilidad
política crónica, que se remonta al comienzo de la vida independiente, en 1825, aquél lo es de
regímenes dictatoriales o, al menos, autoritarios de larga extensión: así, tras un breve período de
lucha por el poder, en los primeros años poscoloniales, Gaspar Francia se hizo cargo del poder y lo
ejerció largamente: gobernó 26 años, desde 1814 hasta su muerte, en 1840. Carlos Antonio López
gobernó 18 años (1844-1862; su hijo Francisco Solano, muerto en combate, 8 (1862-1870), al igual
que Higinio Morínigo (1940-1948). El último dictador, el autócrata Alfredo Stroessner, superó a
todos: 35 años (1954-1989). Es decir, en 178 años –de 1811 (independencia) a 1989 (fin de la
dictadura)- 95 fueron gobernados por esos cinco honbres. Entre 1870 y 1954 hubieron 44
presidentes (promedio: 1 cada 23 meses), de los cuales 24 fueron destituidos por la violencia. Sólo 9
de los 44 fueron militares, pero los civiles estaban generalmente vinculados a las fuerzas armadas.
Además, se vivieron dos guerras civiles (1922 y 1947) y dos internacionales, traumáticas: la de la
Triple Alianza (contra Argentina, Brasil y Uruguay, 1865-1870) y la ya citada del Chaco, contra
Bolivia.
En todos los casos, la instauración o la reinstauración de la democracia política estuvo, en
mayor o menor medida, condicionada por los términos en que se desarrollaron las diferentes
transiciones desde las situaciones de dictadura. Algunos de los condicionantes estuvieron dados por
el procesamiento nacional del endeudamiento externo. Otros, en cambio, fueron definidos por las
luchas contra la dictadura, la correlación de fuerzas entre las democráticas y las dictatoriales, el
grado de acuerdo entre las cúpulas militares y las civiles o partidarias. La norma fue la de las
transiciones pactadas, conservadoras, incluso en aquellos casos en los cuales –como en el Brasil
movilizado por la compaña por la elección directa del presidente y vice, en 1984- el empuje de la
sociedad civil fue importante, si bien, por otra parte, esa salida fue coherente con la tradición
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política brasileña de acuerdos entre los grupos detentadores del poder (las elites, si se prefiere).
El caso emblemático de transiciones fuertemente condicionadas por el poder militar fue el
de Chile que, como se ha indicado más arriba, recién ahora está desprendiéndose de la tutela de las
Fuerzas Armadas.
En Uruguay, la dictadura en retirada, tras la derrota del plebiscito de 1980, procuró limitar el
alcance de la transición mediante el Acuerdo del Club Naval (agosto de 1984), un claro ejemplo de
salida negociada. Por él, los representantes de la dictadura y de las fuerzas opositoras del Partido
Colorado, el Frente Amplio y la Unión Cívica –el Partido Nacional no lo hizo, tras la detención de
sui líder Wilson Ferreira Aldunate-, decidieron el restablecimiento de la institucional definida por la
Constitución de 1967 y del sistema de partidos existente al momento del golpe de Estado de 1973,
al tiempo que, por la imposición militar, se establecía: 1) la continuidad del Consejo de Seguridad
Nacional (COSENA), al cual se le asignaban funciones de organismo consultivo; 2) la figura del
“Estado de insurrección”, pasible de ser adoptado por el Congreso, dispositivo que incluía la
suspensión de las garantías individuales; 3) las promociones de los jefes militares serían decididas
por el Presidente de la República, pero de una terna propuesta por el Ejército y de una dupla en el
caso de Aeronáutica y Marina; 4) la continuidad de los juicios militares sólo regiría en los casos de
arrestos bajo el “Estado de insurrección”; 5) la nueva figura legal del “recurso de amparo”, a efectos
de permitir a personas individuales y a organizaciones apelar judicialmente decisiones del gobierno;
6) el Congreso elegido en las elecciones de noviembre de 1984 actuaría como Asamblea
Constituyente, y en caso de 7) introducir reformas en la Carta Fundamental, éstas debían ser objeto
de un referéndum un año después.
Las elecciones se realizaron con limitaciones importantes. Ha habido un pleno
restablecimiento del sistema de partidos previo a la dictadura y de la histórica centralidad de ellos,
con dos novedades: la rotación y la cohabitación de los partidos en el gobierno nacional y entre los
partidos, primero, y el triunfo en las elecciones presidenciales de 2005, por primera vez, de la
izquierda, rompiendo una casi bicentenaria polaridad entre blancos y colorados.
En Paraguay –otro país largamente dominado, pese a las dictaduras y a las proscripciones,
por un sistema bipartidario (colorados y liberales), según muestra Lorena Soler (2002)-, el
derrocamiento de la larga dictadura sultanísitico-prebendaria del general Alfredo Stroessner (1954-
1989) y la propia transición a la democracia fueron posibles por una fractura en el bloque de poder,
generada cuando se planteó la cuestión de la sucesión del viejo dictador. Soler señala que se trató de
un proceso iniciado “desde arriba y por una crisis interna del propio régimen” y argumenta que la
transición a la democracia fue por y para la Alianza Nacional Republicana (ANR), esto es, el
Partido Colorado. A su juicio, la intención directa del proceso fue “la unidad del partido, pero en el
gobierno”. El general Andrés Rodríguez, desplazado de la jefatura del Primer Cuerpo del Ejército, y
pasado a retiro, por Stroessner, encabezó el golpe militar del 2 y 3 de febrero de 1989 y, al triunfar,
se hizo cargo de la presidencia del país en condición interina. Rodríguez, estratégicamente, vio que
una ANR unida era “la base de la gobernabilidad para un Paraguay acostumbrado a su hegemonía”.
Se entiende, así, que la primera medida del nuevo mandatario haya sido la constitución de una Junta
de Restauración del Partido Colorado (Soler, 2002: 21). Continuando la concepción política del
dictador, el proceso de transición a la democracia estuvo dominado por una lógica y una práctica
que ponían en el centro de la acción al Partido Colorado y a las Fuerzas Armadas, uno y otras co-
partícipes necesarios y fundamentales de la larga dictadura precedente. No extraña, pues, que el
resultado de las elecciones presidenciales de 1991 –no del todo limpias, pero inusualmente libres-
haya sido el triunfo colorado y su candidato, el general Rodríguez.
Argentina y Bolivia transitaron por caminos diferentes a los de sus vecinos. Las dictaduras
de ambos países, como bien lo señalara Guillermo O’Donnell, no sólo no podían aproximarse a los
éxitos económicos de la brasileña (o, en otra perspectiva, la chilena, cuyo modelo neoliberal fue
también el programa del ministro de Economía argentino José Martínez de Hoz), sino que fueron
ejemplos paradigmáticos de corrupción gubernamental y militar y de “una ‘gangsterización’ de las
fuerzas armadas [principalmente en Bolivia, pero también importante en Argentina] que las acercó
al sultanismo-predatorio”. La combinación de esos elementos, aduce O’Donnell, produjo una
49
democratización por colapso. En esas condiciones, los militares de uno y otro país fueron incapaces
de actuar colectivamente y de asegurar el triunfo electoral de algún partido más o menos afín o de
su preferencia.
En Bolivia, la dictadura del general Hugo Bamzer (1971-1978) y la frustrada transición a la
democracia (1978-1980) fueron sucedidas por una nueva y brutal dictadura instaurada por las
Fuerzas Armadas, que apenas pudo sostenerse hasta 1982. El 10 de octubre de 1982, Hernán Siles
Zuazo accedió a la presidencia escamoteada en 1979-1890. Su gestión llevó adelante un programa
moderado de reformas, especialmente para enfrentar la crítica situación de la economía, debiendo
enfrentar movilizaciones obreras, campesinas y populares que presionaron sobre el gobierno y
lograron que diversas leyes permitieran su intervención en la gestión económica de las empresas, en
comités populares de abastecimientos alimentarios, de salud y de educación. La experiencia
gubernamental de la Unidad Democrática y Popular (UDP) estuvo fuertemente condicionada por la
crítica coyuntura económica, a cuya gravedad no fue ajena la depredación de los recursos públicos
practicada por los militares. Aunque Siles Zuazo no concluyó su mandato, la continuidad
institucional del país no se interrumpió, prolongándose desde entonces, en un capítulo inédito de la
historia política boliviana.
Hasta aquí se han señalado condicionantes coyunturales para la construcción de regímenes
democráticos. En general, ellos no fueron advertidos –y si lo fueron no se los atendió- por los
democratizadores en el ejercicio gubernamental. Tampoco lo fueron los condicionantes de larga
duración o estructurales. He señalado, también, que hay otros obstáculos estructurales y que, en
definitiva, la clave de bóveda se encuentra en la ausencia, en América Latina, de una revolución
burguesa que podría haber establecido una democracia liberal. En nuestra región, reitero, hubo, en
el mejor de los casos, revoluciones pasivas dependientes, o modernizaciones conservadores
dependientes o bien modernizaciones de lo arcaico que son simultáneamente arcaizaciones de lo
moderno, según se opte por la proposición de Antonio Gramsci, la de Barrington Moore o lade
Florestan Fernández, respectivamente.
Entre los logros destacables de las nuevas democracias –aún con fuertes límites- se
encuentran los procesos judiciales que penaron a altos oficiales argentinos y bolivianos por sus
crímenes durante la práctica del terrorismo de Estado.
Desde 1982 hasta hoy, los países del Mercosur (ampliado) reformaron su respectiva
Constitución nacional, en general acentuando sustanciales aspectos reforzadores de la democracia,
aunque no exenta de otros de ventajas discutibles, como la reelección del Presidente de la república.
Entre los primeros descuellan la afirmación de los derechos humanos, el reconocimiento de los
derechos de los pueblos originarios (tal el caso de las reformas constitucionales brasileña de 1988 y
argentina de 1994), de los derechos de los niños y los de los consumidores, la afirmación de los
derechos de ciudadanía política, en algún caso ampliados hasta su plena universalización (en Brasil,
por la Constitución de 1988), incluyendo los mecanismos de plebiscito, referéndum e iniciativa
popular (en Brasil y Argentina, por las Constituciones de 1988 y 1994, respectivamente).
En general, la libertad de expresión (en todas sus manifestaciones) y la de prensa son
amplias, y en algunos casos -manifiestamente en Argentina- han alcanzado niveles muy superiores a
los del pasado. También ha sido muy significativa la sujeción del poder militar al poder civil,
incluso, con todos sus límites, en el caso chileno.
Nuestros seis países comparten con el resto de América Latina los indicadores positivos de
lo que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) llama Índice de Democracia
Electoral (IDE), una nueva medida del régimen electoral democrático constituido por cuatro
componentes considerados esenciales en un régimen democrático: La regla de agregación está
expresada formalmente en la siguiente fórmula:
Índice de Democracia Electoral (IDE) = Derecho al voto x Elecciones limpias x Elecciones
libres x Cargos públicos electivos
En efecto, en todos los casos está reconocido y practicado sin trabas el derecho de sufragio
universal, las elecciones realizadas lo han sido sin demasiadas o importantes irregularidades (o sea,
limpias) y sin impedimentos para el ejercicio de la libertad de los votantes (esto es, sin
50
proscripciones). Asimismo, las elecciones cumplen la función de medio para el acceso a los cargos
públicos.
Por otra parte, los países del Mercosur ampliado firmaron y adoptaron (Lima, Perú, 11 de
setiembre de 2001), junto a los otros 28 miembros de la Organización de los Estados Americanos, la
llamada Carta Democrática Interamericana, documento que establece la cláusula de la “alteración
del orden constitucional”, según la cual un hecho anterior a una interrupción o ruptura puede ser
motivo de la acción o reacción de los países americanos. Se espera, así, advertir a quienes pretendan
romper el orden constitucional –como han sido los golpes de Estado clásicos-que en tal caso han de
enfrentar a una comunidad de países americanos unida para proteger las instituciones democráticas.
Finalmente, a partir de 1985 y, sobre todo, 1991, con la firma del Tratado de Asunción,
Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay iniciaron un proceso que persigue, en primera instancia, una
integración económica, paso previo para una posterior integración política supraestatal y
supranacional. El Mercado Común del Sur (Mercosur), al cual se han sumado, aunque sin alcanzar
aún el rango de miembros plenos, Bolivia y Chile, bien puede ser un eficaz camino para la
constitución de un bloque subregional con cierta capacidad de incidencia en el nuevo orden
internacional,. Pero la integración del Mercosur no puede ser sólo una estrategia en un juego de
poder a escala planetaria, que debemos jugar tan sólo para equilibrar y aprovecharnos de la
confrontación entre los tres grandes bloques económicos (Estados Unidos, Unión Europea, Japón).

Sólo un poco ciega...


Por razones de espacio, aquí sólo consideraré condicionamientos: uno, externo, común a
todos los países; otro, interno o particular de cada uno de ellos. El condicionante externo fue la
situación económica internacional, en particular la crisis de la deuda externa. El condicionante
interno estuvo dado por los términos de la transición definidos por la relación entre los dictadores
en retirada y las direcciones político-partidarias. Obviamente, el endeudamiento externo remite,
también, al plano de la política interna de cada país, en especial en lo que hace a las razones y
modos del contraerlo.
Considerando a América Latina en su conjunto, se observa que la deuda externa casi se
triplicó (2,78) entre 1980 y 2002. Si, en cambio, se considera cada país por separado, se aprecian
oscilaciones entre Colombia, que se endeudó más de cinco veces, y Venezuela, que lo hizo sólo 1,12
veces. Los países del Mercosur tuvieron un comportamiento variado, aunque cuatro de ellos se
ubicaron por encima de la media regional (con un elevado valor en el caso argentino), mientras
Paraguay lo hizo apenas por debajo de ella y Bolivia se contó entre los de menor grado.
Los países dependientes o periféricos, pobres, dejaron de ser destino para los capitales y
muchos de los que había en ellos volvieron a sus países de origen o fueron dirigidos a otras plazas.
Por añadidura, América Latina en su conjunto disminuyó su participación en el comercio mundial,
en buena medida porque el intercambio entre los países centrales incluyó el incremento de
productos históricamente provenientes de nuestra región.
La crisis de la deuda, iniciada en 1982, no fue ajena a las dos crisis petroleras previas, la de
1973 y la de 1979. Durante los años que median entre una y otra se generó una gran liquidez
bancaria -incrementada por el reciclado de las sustanciales ganancias de los países exportadores en
gran escala-, que no orientó el flujo financiero hacia los países capitalistas centrales, que adoptaron
políticas recesivas, sino hacia los dependientes, cuyos gobiernos optaron, mayoritariamente, por el
crédito externo como medio para financiar planes de desarrollo económico o afrontar los altos
costos de las importaciones de petróleo y sus derivados. En cambio, entre 1979 y mediados de
1982, los países industrializados y económicamente dominantes impulsaron políticas internas
expansivas en lo fiscal y restrictivas en lo monetario, combinación que, en el caso de los Estados
Unidos, convirtió a este país en un gran demandante de recursos externos, proceso acompañado de
un aumento de las tasas de interés internacional. Los países dependientes, a su vez, continuaron su
endeudamiento, a veces como mecanismo para el pago del servicio de la deuda contraída en la etapa
anterior, al tiempo que su situación se agravó aún más por la caída del precio de las materias
primas.
51
Los países latinoamericanos, a su vez, apelaron a experimentos ortodoxos y heterodoxos
para salir de la crisis, tal como ocurrió entre 1982 y 1987.
Los años 1980 fueron negativos para la economía latinoamericana. Tanto que la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) la denominó, con una muy conocida
expresión, “la década perdida”.

Dos décadas duras


La década de 1990 -marcada por la adhesión de los gobiernos a los lineamientos del
Consenso de Washington- se caracterizó, en cambio, por una recuperación de indicadores
macroeconómicos. Las políticas de ajuste estructural estuvieron a la orden del día. En la nueva
etapa jugaron un papel destacado las reformas fiscales, la drástica reducción del gasto público, la
desregulación de todos los sectores de la economía, especialmente aquellos vinculados a los
derechos sociales, los servicios, los transportes y los salarios. La ofensiva de los capitalistas y los
gobiernos arrasó con buena parte de las conquistas obreras del período dominado por el patrón de
acumulación típico del modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Esta acción
golpeó duramente los derechos de ciudadanía social, históricamente asociados al Estado de
Compromiso Social o Estado Protector latinoamericano (remedo del Welfare State europeo).
También se depreciaron las monedas nacionales y se abrieron las economías a la competencia
internacional, abandonándose las políticas proteccionistas previas. La apertura de las economías se
produjo reduciendo considerablemente los aranceles y las barreras no arancelarias, tal como
muestra el cuadro siguiente. La industria argentina fue particularmente afectada, casi arrasada, por
la “apertura”.
Una nota distintiva de las políticas neoliberales aplicadas en América Latina fue la
formidable transferencia de recursos estatales a capitales privados .mayoritariamente extranjeros-
mediante una generalizada apelación a la privatización de empresas publicas, llevada a cabo en dos
momentos: 1991-1992 y 1996-1997.
Las privatizaciones de empresas hasta entonces estatales fueron un campo de acción
preferido por las llamadas inversiones directas extranjeras (IDE), provenientes de Estados Unidos y
algunos países europeos. Empero, la situación de la región fue afectada, durante el segundo
quinquenio de la década de los noventa, por las turbulencias financieras internacionales, en
particular a partir de la crisis mexicana de diciembre de 1994.
En 1997, la tasa de crecimiento de la región fue el más alto dentro de los veinticinco años
precedentes, pero dos nuevas crisis –la asiática en 1998 y la brasileña en 1999- llevaron a la caída
de las exportaciones, en el primer caso, y a la recesión, en el segundo. Ésta fue particularmente
acentuada en Argentina, que había comenzado a decrecer en 1998. Pero las consecuencias más
terribles de las políticas de ajuste estructural se produjeron, como veremos más adelante, en el plano
social, generando brutales incrementos de la pobreza, la miseria y la desigualdad social.

Algo sorda...
Las políticas neoliberales produjeron decisivas transformaciones en las estructuras sociales
de nuestros países, especialmente la reducción cuantitativa de la clase obrera industrial, un
importante empobrecimiento de la clase media urbana (bien notorio en Argentina, tan orgullosa de
su pasado mesocrático) y, por tanto, la aparición de una creciente masa situada fuera del mercado de
trabajo, una verdadera infraclase. Mas, según es bien sabido, ese proceso ha ido –y va- acompañado
de un fenomenal incremento del desempleo, de la pobreza y de la desigualdad social, una y otra
devenidas núcleo duro de lo que, para todos, en “un problema central de la región”, como dice el
Informe del PNUD.
Hay que recordar, asimismo, que la transformación de las estructuras sociales de nuestros
países ha generado fragmentación de clases e identidades, ruptura del lazo social y, en definitiva, de
un tremendo deterioro de la calidad de vida, degradada, en demasiados casos, a una condición
infrahumana.
Los gobiernos democráticos del Mercosur han tendido a ser algo sordos a los reclamos
52
sociales en procura de disminuir la pobreza y, sobre todo, los niveles de desigualdad social. Ello, a
pesar incluso de aumento del gasto social. En este sentido, la cuestión es cómo se utiliza ese gasto
social: no es igual que lo sea, a), para afirmar y/o extender derechos de ciudadanía social, o b), para
atender políticas de beneficencia social (estatal, en lugar o complementaria de la realizada por
instituciones de la Iglesia o por damas “notables”, como las del pasado) o para alimentar redes de
clientelismo político, como ocurre con los Planes Jefas y Jefes de Hogar, en Argentina.
Ahora bien, la ceguera y la sordera de los organismos internacionales ha sido y es aún
mayor, según bien se desprende de sus estudios.

Y al hablar tartamudea
Mirada desde una perspectiva meramente institucional, la apariencia muestra, a lo largo de
período 1982-2005, una consolidación de la democracia. Tal perspectiva es la de una democracia
entendida de manera restrictiva, indicando las características más destacadas del contexto
institucional que se aprecia en las democracias latinoamericanas. Otra acción corrosiva de las
democracias latinoamericanas actuales es la ejercida por la corrupción estructural. No obstante, las
ciudadanas y los ciudadanos de nuestros países se pronuncian mayoritariamente –excepto en
Paraguay- por no apoyar, “bajo ninguna circunstancia” a un gobierno militar, al menos en la
medición de 2004.
De todos modos, el autoritarismo como parte de la cultura política está bien presente. Sin
embargo, la demanda de más orden en detrimento de más libertad -en buena parte de los países
latinoamericanos- no es necesariamente expresión de demanda de gobiernos militares.
Tanto objetiva como subjetivamente, las democracias realmente existentes en América
Latina son pobres, débiles y frágiles. Sigo insistiendo en esta apreciación: ellas, incluyendo las de
los países del Mercosur, son todavía democracias políticas relativamente estables, no consolidadas
ni, mucho menos, irreversibles. Las condiciones socio-históricas de desarrollo de la democracia e,
incluso, de la idea de democracia, en América Latina han definido condiciones estructurales, de
larga duración, que han llevado a tal resultado.
Los gobiernos elegidos en el período estudiado han tenido y tienen legitimidad de origen no
cuestionada ni cuestionable, pero en no pocos casos han experimentado una legitimidad de ejercicio
cuestionada o cuestionable.

Es de esperar que quien la quiere no sea, ni siquiera, ligeramente tonto


La democracia tiene, en los países del Mercosur, la apariencia de una novia excelente. Pero
cuando se pone en movimiento se aprecia, como en el refrán sefardí, que es un poco ciega, algo
sorda y, por añadidura, tartamuda. No es poca contra, pero ante la situación es de esperar, para no
empeorar el cuadro, que quien la quiera no sea, ni siquiera, ligeramente tonto. Que no lo sea guarda
relación, en buena medida, con las explicaciones que los científicos sociales ofrezcamos a la
sociedad y con lo que las mujeres y los hombres “hartos de estar hartos” por vivir bajo regímenes
incapaces de dar respuestas de libertad, igualdad y solidaridad, sepamos construir para radicalizar la
democracia.

-Marcelo Cavarozzi y Juan Manuel Abal Medina, 2011. comp. El asedio a la política. Los
partidos latinoamericanos en la era neoliberal. Rosario, Homo Sapiens Ediciones.
-Alejandro Portes y Bryan Roberts. 2008, La ciudad bajo el libre mercado. La urbanización
en América Latina durante los años del experimento neoliberal. En: Alejandro Portes, Bryan
Roberts y Alejandro Grimson, editores. Ciudades latinoamericanas. Un análisis comparativo
en el umbral del nuevo siglo. Buenos Aires, Prometeo Libros: 19-74.
-Peter Klaren, 2004. “Fujimori, el neoliberalismo y el progreso peruano, 1990-1995”, en:
Nación y sociedad en la historia del Perú, Lima, IEP: 481-510.
-Marco Palacio, 2012. “Guerra a las drogas, escalamiento y guerra sucia”, en: Marco Palacio,
Violencia pública en Colombia, 1958-2010. Bogotá, FCE, 99-130.
53
Fuentes documentales
-Steven Stein y Carlos Monge, 1988. La crisis del Estado patrimonial en el Perú, Lima, IEP,
p.181-204 y 217-232.
-Selección de cuadros y gráficos sobre desarrollo económico de América Latina.

Unidad VIII .Campo profesional de las prácticas docentes


América Latina y el Caribe: nuevas y viejas formas de exclusión, pobreza y
marginación económica. Sistemas de plantación y esclavitud. Imperialismo,
dictaduras patrimoniales y control social. Los casos de Haití y Santo Domingo:
de la Era de Trujillo al siglo XXI. Violencia, género y represión política. Los
problemas sociales y étnicos: trabajo y migración. La cuestión ambiental en el
Caribe.

Bibliografía obligatoria
-Frank Moya Pons, “La independencia de Haití y Santo Domingo”, en: Leslie BETHELL
(ed.), Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, vol. 5 : 124-153.

A finales del siglo XVIII, la colonia francesa de Saint-Domingue —el tercio occidental de La
Española— era la colonia más productiva de las Antillas. También era la que tenía los problemas
económicos y sociales más complejos. La base de la economía de Saint-Domingue era el azúcar,
aunque también se producía algo de café, algodón e índigo. A lo largo del siglo XVIII, los
plantadores franceses lograron superar la producción total de todas las colonias británicas de las
Antillas. A finales de siglo los franceses, cuyos costes de producción eran considerablemente más
reducidos que los de las plantaciones británicas, pudieron competir con los ingleses en el mercado
europeo del azúcar. Sus avances aún fueron mayores después de la independencia de las colonias
británicas de América del Norte.
Para cubrir la necesidad de mano de obra, los plantadores de Saint-Domingue, que eran
predominantemente blancos, estuvieron importando un promedio de unos 30.000 esclavos africanos
anuales en los años que precedieron a la Revolución francesa. En un principio, el negocio de
aprovisionamiento de esclavos estuvo en manos de las compañías monopolistas creadas por el
gobierno francés en la segunda mitad del siglo XVII. Pero posteriormente los plantadores se
rebelaron contra esas compañías y sus monopolios, y ambos fueron abolidos; entonces el comercio
de esclavos cayó en manos de comerciantes radicados en los más importantes puertos de Francia.
Las relaciones de los comerciantes y financieros franceses con los plantadores de Saint-Domingue
nunca fueron del todo satisfactorias, debido a que los plantadores, aunque prósperos, cada vez
dependían más de los capitalistas metropolitanos. Así pues, puede decirse que en 1789 existía un
espíritu de verdadera desafección por parte de los grandes plantadores blancos, los grandes blancos,
de Saint- Domingue hacia el sistema colonial francés.
Otro sector de la sociedad —el de los affranchis, o gente de color libre (en su mayoría
mulatos, si bien también había algún negro) — aún era más desafecto al sistema colonial francés.
Algunos eran propietarios de tierra y de esclavos y controlaban una tercera parte de las plantaciones
(y de los esclavos) de la colonia. Una serie de leyes discriminatorias dictadas con el propósito de
detener el proceso de ascensión económico y social de los affranchis fueron puestas en vigor por los
blancos a lo largo del siglo XVIII. El resultado fue una larga historia de enemistad entre los dos
grupos. En 1789, cuando empezó la revolución, existía ya una estrecha amistad entre algunos
importantes dirigentes revolucionarios y los representantes de los mulatos ricos de Saint-Domingue,
quienes ofrecieron 6.000.000 de libras tornesas para ayudar al nuevo gobierno a pagar la deuda
pública, uno de los detonantes de la revolución. A cambio de esta ayuda pensaban obtener de la
Asamblea Nacional un decreto que les reconociera como ciudadanos con todos los derechos.

54
Pese a esta deuda política, a burguesía francesa vaciló mucho antes de asegurar cualquier
concesión a los affranchis de Saint-Domingue, pensando que posteriormente se les pediría que
emanciparan al casi medio millón de esclavos negros, que constituían entre el 85 y el 90 por 100 de
la población. La abolición de la esclavitud significaría necesariamente la ruina de la colonia, y con
ello la ruina de la burguesía comercial e industrial francesa, cuyo poder derivaba precisamente de la
dominación colonial.
La Sociedad de los Amigos de los Negros, que pese a su nombre sólo representaba los
intereses de los mulatos, envió a dos de sus miembros a Inglaterra en busca de ayuda. Después
regresaron a Saint-Domingue, con la idea de obtener por las armas lo que se les negaba con la
continuada negativa de Francia a reconocer sus derechos. Vincent Ogé, el principal enviado de la
Sociedad, desembarcó en Saint- Domingue en octubre de 1790. Junto con su hermano y otro mulato
llamado Jean- Baptiste Chavannes, trataron de organizar un movimiento armado, que fracasó. La
revuelta fue reprimida y Ogé y Chavannes fueron capturados y ahorcados por las autoridades
francesas.
Sin embargo, ahora la isla se encontraba en un estado de intensa efervescencia
revolucionaria. Todo el mundo hablaba de las libertades de la revolución en Francia y del ejemplo
de los Estados Unidos. Los grandes blancos buscaban su autonomía. Los mulatos, enardecidos por
las muertes de Ogé y Chavannes, buscaban la igualdad con los blancos, y eventualmente su
independencia. Lo que ninguno pensaba o decía era que los esclavos negros tenían derechos o los
merecían. Pero, día tras día éstos oían los debates de sus amos. Poco a poco los esclavos se
organizaron y en agosto de 1791 estalló una revuelta en las plantaciones del norte de Saint
Domingue, revuelta que no se detendría en los años siguientes.
Amenazados en sus intereses por la revuelta de sus esclavos, los propietarios blancos y
mulatos formaron un frente común, a fin de defender sus propiedades, apoyados por las bayonetas
francesas. Y, cuando descubrieron que los británicos tenían intención de intervenir militarmente en
Saint-Domingue —a fin de beneficiarse del movimiento y de privar a Francia de su colonia
antillana más importante—, acudieron en busca de la ayuda extranjera. Sin embargo, el
acercamiento entre blancos y mulatos no podía ser duradero. A finales de 1791, el gobierno francés
envió en vano a Saint-Domingue una comisión civil de alto nivel: la alianza formal entre blancos y
mulatos que organizó esta comisión pronto se deshizo a causa del profundo odio mutuo entre ambos
grupos.
Los campos empezaron entonces a definirse. Los esclavos negros rebelados encontraron un
aliado en los españoles de Santo Domingo, cuyas autoridades veían ahora la oportunidad de
recuperar los territorios perdidos hacía más de un siglo en la parte occidental de la isla, pero que a
pesar de la «política de tolerancia» posterior a 1700 nunca habían cedido formalmente a Francia.
Los mulatos fueron ganados por el gobierno revolucionario francés al dictar éste, el 4 de marzo de
1792, el esperado decreto que reconocía la igualdad de los mulatos con los blancos. Por su parte, los
grandes blancos buscaron el apoyo inglés, y solicitaron a las autoridades de Jamaica tropas para
ayudarlos contra los negros y para reforzar su posición frente a los mulatos. En medio de esta
tormentosa situación llegó una segunda comisión civil francesa conducida por el jacobino anti
blanco Leger-Félicité Sonthonax, acompañado de 6.000 soldados con el propósito de imponer orden
en la colonia.
Lo que comenzó como una revuelta de esclavos se había convertido ya en una guerra civil
—de mulatos contra blancos y de plantadores contra las autoridades centrales— y en una guerra
internacional con la participación de España, Inglaterra y Francia. Los franceses hubieran sido
derrotados si Sonthonax no se hubiera excedido en sus poderes nominales, tomando, el 29 de abril
de 1793, la astuta decisión de decretar la abolición de la esclavitud en Saint-Domingue.
El esfuerzo militar francés se vio ampliamente favorecido por el apoyo de los generales
negros y mulatos, y en especial de Toussaint, que se convirtió en el indiscutible dirigente de las
fuerzas francesas en Saint-Domingue. Los españoles fueron obligados a retroceder a su propio
territorio, perdiendo importantes zonas ganaderas que abastecían anteriormente a Saint-Domingue.
Los ingleses abandonaron la isla en abril de 1798.
55
Sin embargo, los mulatos no se sometieron al mando de Toussaint, el negro ex esclavo.
Querían establecer un gobierno propio. Al final, la superioridad numérica de los negros y la
brillante dirección militar de Toussaint resultaron decisivas, y en agosto de 1800 los mulatos fueron
derrotados.
Entretanto, Toussaint procedió a la reorganización de la colonia y a la restauración de su
anterior prosperidad económica. Mantuvo el sistema de plantación; devolvió las propiedades a sus
legítimos dueños; obligó a los ex esclavos a volver a sus trabajos habituales bajo el pretexto de
suprimir la vagancia. También estableció relaciones con los Estados Unidos que empezaron a
proporcionarle armamento, alimentos y otras mercancías a cambio de productos coloniales. El 12 de
octubre de 1800, Toussaint, que ahora era gobernador general y comandante en jefe de Saint
Domingue, estableció unas leyes para regular la producción agrícola. Los esclavos de 1789 debían
trabajar en las plantaciones, pero ahora lo hacían como asalariados. Una cuarta parte de la
producción iría a parar a manos de los trabajadores, la mitad debía ser entregada al Tesoro Público,
mientras que el cuarto restante quedaría en manos del propietario. Cuando los propietarios vieron
que tendrían que compartir la producción de sus plantaciones con sus antiguos esclavos, lanzaron
una intensa campaña de propaganda contra Toussaint en Cuba, Estados Unidos y Europa.
Pero el gobierno francés insistió en que la colonia de Santo Domingo sólo debía ser
entregada a un ejército francés compuesto de soldados blancos, de manera que la rebelión de los
esclavos no pasara a la parte española. Ahora Napoleón proyectaba enviar una fuerza a Santo
Domingo y usarla como medio para desalojar a Toussaint del poder de Saint- Domingue. Sin
embargo, Toussaint se adelantó a las tropas francesas invadiendo él mismo la parte oriental de la
isla. El 26 de febrero de 1801 llegó a la vieja ciudad de Santo Domingo ante la consternación de
todos los residentes españoles y la delos muchos refugiados franceses que habían huido de la
revolucionaria Saint- Domingue y que se habían concentrado en la ciudad. Toussaint procedió a
unificar las dos partes de la isla. Nombró oficiales que recorrieran la antigua colonia española y
dispuso medidas orientadas a transformar su economía, que dependía casi completamente de la
ganadería, en una basada en el cultivo de productos de exportación. Después volvió a la parte
occidental de la isla para reemprender allí la reconstrucción. Napoleón, que hacía poco que había
comprado Luisiana a España, se negó a aceptar el nuevo orden establecido en La Española y envió
una gran fuerza invasora para reimponer el control metropolitano en Saint-Domingue y en Santo
Domingo.
El 7 de junio, Toussaint fue traicionado y cayó en manos de los franceses; al año siguiente
murió cautivo en Francia. Sin embargo, por entonces, los negros y los mulatos se habían unido bajo
la dirección de Jean-Jacques Dessalines, un antiguo esclavo y lugarteniente de Toussaint, para
emprender la última y sangrienta etapa en la carrera por la independencia.
Los franceses —58.000 hombres— estuvieron intentando someter a sus antiguos esclavos
durante 21 meses. Los mismos hombres habían triunfado arrolladoramente en Italia y Egipto. Sin
embargo, esta vez no pudieron alcanzar la victoria; los negros y mulatos de Saint-Domingue
contaron con la ayuda de un poderoso aliado: la fiebre amarilla. El 1 de enero de 1804 Dessalines y
otros victoriosos generales negros proclamaron la independencia de Haití (un nombre amerindio de
La Española). Francia había perdido su colonia más rica. Los propietarios de esclavos de los
Estados Unidos, el Caribe, la América española y Brasil se sintieron mucho menos seguros; los
esclavos se sentían más esperanzados en todos los lugares. Haití fue el primer Estado independiente
de América Latina y la primera república negra del mundo.
Durante la breve ocupación de las tropas de Toussaint del territorio dominicano (1801-
1802), la emigración de familias españolas se aceleró, pues la población se encontraba atemorizada
por las noticias de los horrores de la revolución, propagadas por los refugiados franceses en Santo
Domingo. Además, Toussaint quiso transformar el sistema agrícola y laboral tradicional
dominicano, basado en la ganadería y el uso extensivo de la tierra. Los propietarios del sector
español pensaron que era preferible apoyar a las fuerzas francesas que Napoleón había enviado para
reimplantar la esclavitud que ser gobernados por los comandantes militares negros de Saint-
Domingue dirigidos por Paul Louverture, el hermano de Toussaint. Por ello, para expulsar a los
56
haitianos, los dominicanos colaboraron con las tropas francesas de Leclerc. Pero los dominicanos lo
pagaron caro, pues una vez terminada la guerra que culminó con la proclamación de la
independencia de Haití en 1804, Dessalines y su estado mayor se prepararon para castigar a los
enemigos de la revolución en la parte española y para expulsar a los franceses que se habían
concentrado en Santo Domingo.
Los que se quedaron siguieron sintiéndose inseguros; ello contrarrestó enormemente los
grandes esfuerzos que hicieron los franceses durante los tres años siguientes para reconstruir el país
y mejorar su economía. Sin embargo, se restableció el comercio de ganado entre los dominicanos y
los haitianos, pues Haití no producía suficiente carne para alimentar a su población y debía
comprarla en Santo Domingo. Gracias en parte a ello, hubo un período de tranquilidad. El gobierno
militar francés, convencido de que los sentimientos hispánicos de la población seguían vivos,
instituyó un régimen paternal que respetó los usos y costumbres tradicionales.
La relativa armonía existente entre los franceses y los dominicanos se quebró en 1808, en
primer lugar a causa de la orden del gobernador Ferrand que prohibía a los habitantes de la colonia
vender ganado a los haitianos, y en segundo lugar por una razón más importante: la invasión de
España por parte de Napoleón.
Cuando los franceses, derrotados por el hambre y las penurias, decidieron rendirse a las
fuerzas navales inglesas en julio de 1809, los dominicanos —que habían luchado contra los
franceses durante casi todo un año— recibieron un fuerte golpe al ver que la capital de su país no se
entregaba a ellos sino a los ingleses. Los ingleses sólo se avinieron a evacuar la ciudad tras una
difícil negociación, pero no sin antes llevarse las campanas de las iglesias y las mejores armas de las
fortificaciones. También obligaron a las nuevas autoridades locales a entregarles enormes partidas
de caoba en pago de su bloqueo naval. Y, por si esto no fuera suficiente, los dominicanos tuvieron
que comprometerse a permitir a los barcos británicos el libre acceso a la colonia y a conceder a las
importaciones británicas un trato igual al que recibían los productos y las manufacturas españoles.
Irónicamente, los dominicanos habían librado esta guerra contra los franceses para restaurar
el dominio español en Santo Domingo en el momento en que todo el resto de la América española
se preparaba para rechazar el colonialismo español.
En Haití, la independencia al principio no alteró la política económica de Toussaint, consiste
en conservar intactas las antiguas plantaciones con sus trabajadores permanentemente adscritos a la
tierra. Durante la guerra, la mayor parte de los blancos que aún quedaban fueron asesinados;
Dessalines confiscó inmediatamente sus plantaciones y prohibió que los blancos pudieran tener
propiedades en Haití. En abril de 1804, anuló todas las operaciones de venta y donaciones de tierra
que se habían hecho en los años anteriores a 1803. A los que habían sido esclavos se les prohibió
abandonar las plantaciones si no tenían un permiso del gobierno. La medida fue impopular, porque
significó que la nueva situación servil en que los antiguos esclavos habían caído se mantendría
indefinidamente.
Dessalines se estaba haciendo cada vez más impopular entre las masas negras, a las que su
gobierno trataba de alejar de sus lealtades tribales para integrarlas en un Estado nacional. Hay que
recordar que la mayoría de la población haitiana en el momento de la independencia había nacido
en África (bozales) o había nacido en el Nuevo Mundo de padres africanos (creóle), y que a la más
mínima libertad buscaban reconstruir sus grupos primarios asociándose con personas con
antecedentes lingüísticos o tribales similares. Además, entre los mulatos, Dessalines era impopular
desde el principio no sólo a causa de su color, sino a causa de su política de confiscar tierras. En
octubre de 1806 fue asesinado por sus enemigos que arrojaron su cuerpo a la calle en donde fue
destrozado por las turbas. Pero durante los dos años que gobernó, las confiscaciones de tierras de
Dessalines fueron tan efectivas que en el momento de su muerte la mayor parte de las tierras —se
calculó entonces que constituían entre los dos tercios y las nueve décimas partes del territorio
haitiano— estaban en manos del Estado.
Las pugnas entre negros y mulatos dividieron Haití a la muerte de Dessalines en dos
unidades antagónicas e independientes a partir de 1807. En el norte, el general negro Henri
Christophe continuó la política de su predecesor, Toussaint, intentando conservar intactas las
57
plantaciones y su fuerza de trabajo. Pero imprimió un nuevo sello a la política en vistas a aumentar
la productividad agrícola —y de las exportaciones— y a fortalecer la prosperidad del Estado. La
solución de Christophe fue la de permitir que sus generales y oficiales más importantes arrendaran o
administraran las plantaciones con la obligación de mantenerlas produciendo como se acostumbraba
al tiempo que entregaban un cuarto del producto al Estado y ofrecían otro cuarto en pago de salarios
a los trabajadores, conservando ellos el 50 por 100 restante. En 1811 Christophe reorganizó su
Estado, convirtiéndolo en un reino.
Christophe consiguió restituir la productividad de las antiguas plantaciones en el norte de
Haití y mantener en alto nivel las exportaciones. Mientras, la mayor parte de la población
campesina quedaba atada al trabajo agrícola y el ejército se ocupaba de la supervisión de la
población para que los esclavos liberados no se dedicaran a ocios improductivos. Christophe y su
élite de negros y mulatos estaban decididos a evitar que el reino de Haití conociera el tipo de
cambios radicales que se estaban llevando a cabo desde la muerte de Dessalines en el oeste y el sur,
donde en 1807 los generales —la mayoría eran antiguos affranchis— que resistieron a la llamada de
Christophe habían establecido una república que tenía como presidente al general mulato Alexander
Pétion.
En la república, el gobierno había empezado a vender tierras del Estado a ciertos individuos
y más tarde a distribuir parcelas —cuyas dimensiones eran mayores según el rango— a los oficiales
y demás hombres del ejército. Con esta medida, Pétion convirtió en propietarios a todos los
miembros de su ejército, tanto mulatos como negros, y se ganó automáticamente su lealtad. Ya en
1809 la mayor parte de la tierra del sur y el oeste de Haití había vuelto a manos privadas y era
explotada por trabajadores libres, liberados de la vigilancia de los inspectores de cultivos de los
tiempos de Dessalines.
El resultado inmediato de esta política de parcelación de las tierras de la república de Haití
fue que la mayoría de los nuevos propietarios de los pequeños predios abandonaron la agricultura
de exportación —especialmente el cultivo de la caña de azúcar, el coco o el índigo que necesitaban
un complejo sistema de preparación y de comercialización— en favor de una agricultura de
subsistencia. A consecuencia de ello, la producción para la exportación —que proporcionaba la
principal fuente de ingresos del Estado— empezó a decaer gradualmente a medida que las antiguas
plantaciones fueron dando paso a pequeñas propiedades.
Entonces se pusieron claramente en evidencia las grandes diferencias de rendimiento de los
dos estados al poder confrontar los dos diferentes regímenes económicos existentes en el norte y el
sur de Haití. Mientras Pétion había creado un campesinado libre y propietario pero había debilitado
el Estado, Christophe había enriquecido su Estado pero las masas habían quedado sujetas al
peonaje. Boyer reunificó Haití y aumentó su popularidad entre las masas negras del norte al
disponer la distribución entre ellas de todas las tierras y plantaciones disponibles, de la misma
manera que Pétion había hecho en el sur de Haití en años anteriores, esto es, dando lotes
proporcionales a cada cual según su rango entre los oficiales del ejército, los soldados y los simples
trabajadores. Los resultados económicos de estas medidas fueron los mismos que en el sur y el
oeste.
Mientras Boyer ejecutaba su política en el norte de Haití, también ponía sus ojos en la parte
oriental de la isla. Allí, doce años de administración española no habían sido suficientes para
rescatarla de la miseria en que había quedado al terminar la guerra de la Reconquista y en donde ya
había quien estaba pensando en la emancipación política tal como estaba ocurriendo con las demás
colonias españolas en el continente americano.
Sin embargo la sociedad dominicana de principios del siglo XIX era muy diferente a la de
Haití. Los mulatos libres y los blancos pobres constituían el grueso de una pequeña población. Lo
importante era no ser totalmente negro, o al menos lo suficientemente no negro como para no ser
confundido con un esclavo o un haitiano.
Lo que decidió a Boyer a actuar fueron las noticias de que un grupo de aventureros franceses
organizaba una flota en Martinica para invadir nuevamente Haití y recuperar las plantaciones que
los blancos habían perdido hacía veinte años. El plan de estos aventureros era atacar y ocupar la
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debilitada parte española y entonces pedir al gobierno francés que enviara tropas con las que poder
recuperar Saint - Domingue. La guarnición de Santo Domingo no era lo suficientemente fuerte para
resistir un ataque desde el exterior. Además, los haitianos sospechaban que España podía ayudar a
Francia a recuperar su antigua colonia.
Frente a esta nueva amenaza para la independencia haitiana, Boyer se preparó militarmente
al tiempo que trataba de inducir a los habitantes de la parte oriental de la isla a levantarse finalmente
contra los españoles e incorporarse a la república haitiana. En diciembre de 1820 llegaron a Santo
Domingo las noticias de que había agentes de Boyer recorriendo los territorios fronterizos
prometiendo grados militares, empleos y tierra a los líderes de esas regiones que secundaran sus
planes. Al mismo tiempo se estaba gestando otro movimiento de independencia entre la burocracia
y los mismos militares de Santo Domingo, donde ahora los criollos blancos estaban entusiasmados
con los éxitos de Simón Bolívar. Estos dos movimientos —el de las regiones fronterizas en favor de
Haití y el de la capital que quería la independencia— siguieron cursos paralelos pero independientes
durante los años de 1820 y 1821. Como los pronunciamientos a favor de Haití estaban preparados
desde hacía tiempo en las zonas fronterizas, Núñez de Cáceres y su grupo comprendieron de
inmediato que la situación estaba escapándoseles de las manos y que de no actuar con rapidez los
resultados podían ser contrarios a lo que ellos buscaban: la proclamación de la independencia y la
unión de Santo Domingo como Estado confederado con la Gran Colombia que Simón Bolívar
trataba de forjar en esos momentos. Intrépidamente adelantaron la fecha del golpe de Estado y,
contando con el apoyo de las tropas de la capital, sorprendieron al gobernador español, don Pascual
Real. A las seis de la mañana del 1 de diciembre de 1821 despertaron a los habitantes de la ciudad
de Santo Domingo con varios cañonazos de salva anunciándoles que a partir de ese momento
quedaba abolida la dominación española en Santo Domingo y que quedaba establecido el «Estado
independiente del Haití español».
La proclamación del Estado independiente del Haití español coincidió con la llegada a Santo
Domingo de tres enviados del presidente Boyer que iban a comunicar a las autoridades españolas la
decisión del gobierno de Haití de apoyar los movimientos independentistas fronterizos. Esto fue un
golpe serio para el gobierno haitiano, amenazado como estaba por una invasión francesa desde
Martinica a través de Santo Domingo ahora que no contaba con la protección militar ni diplomática
de España. A principios de enero de 1822, Boyer obtuvo la autorización del senado de Haití para
pasar con sus tropas a la parte oriental de la isla para defender la independencia de los pueblos
fronterizos y la unificación de la isla. Para evitar derramamientos de sangre, el 11 de enero de 1822
Boyer envió una larga carta a Núñez de Cáceres con el propósito de convencerlo de la imposibilidad
de mantener dos gobiernos separados e independientes en la isla. Boyer llegó a Santo Domingo el 9
de febrero de 1822. Fue recibido por las autoridades civiles y eclesiásticas en la sala del
Ayuntamiento y se le entregaron las llaves de la ciudad. Después todos fueron a la catedral donde se
cantó un Te Deum.
Así terminó la dominación española en Santo Domingo. Y, después de una breve
independencia efímera, se inició la ocupación haitiana de la parte oriental de la isla que duró 22
años y que ligó la historia de ambos pueblos, haitiano y dominicano, durante toda una generación.
La dominación haitiana llevó la Revolución francesa a Santo Domingo, puesto que liquidó el
antiguo régimen colonial español e instaló en toda la isla un gobierno republicano, abiertamente
antimonárquico, antiesclavista, e inspirado en las ideas masónicas y liberales de entonces. Al mismo
tiempo, el presidente Boyer impuso un culto político personalista apoyado en los principios de la
constitución haitiana de 1816 que establecía una presidencia vitalicia. Durante estos años, Haití, una
tierra pobre y aislada, fue una especie de república coronada en la que las instituciones sólo tenían
vigencia en función de la voluntad del presidente, cuyo poder descansaba en el ejército.
Como no se podía resolver inmediatamente, los libertos tuvieron que esperar algún tiempo
antes de recibir las tierras que en enero de 1822 Boyer les había prometido de nuevo en una
proclama. Entretanto, los antiguos esclavos que quisieron emanciparse de sus amos no tuvieron más
salida que incorporarse a las filas del ejército haitiano, a cuyo efecto se creó el llamado Batallón 32,
que constituyó la principal fuerza militar encargada de la seguridad de la parte oriental.
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Para resolver la cuestión de qué tierras de la parte española debían pertenecer al Estado para
distribuirlas entre los antiguos esclavos, en junio de 1822 Boyer nombró una comisión especial.
Ésta en octubre comunicó que pertenecían al Estado:
1. las propiedades pertenecientes a la corona española;
2. las propiedades de los conventos, esto es, las casas, hatos, animales, haciendas y solares que
tuvieran;
3. los edificios y dependencias de los hospitales eclesiásticos con las propiedades pertenecientes a
ellos;
4. los bienes de los franceses secuestrados por el gobierno español que no habían sido devueltos a
sus dueños;
5. los bienes de las personas que cooperaron en la campaña de Samaná de 1808 y que emigraron en
la escuadra francesa;
6. todos los censos y capellanías eclesiásticas que habían caducado por el paso del tiempo, o habían
pasado a manos de la tesorería de la archidiócesis;
7. las tierras hipotecadas en beneficio de la catedral.
Transcurrido un año de la ocupación haitiana, gran parte de la población dominicana estaba
muy descontenta. La política de tierras, en particular, había lesionado profundamente los intereses
de los propietarios blancos. En 1823 se descubrieron varias conspiraciones proespañolas. En julio
de 1824 Boyer promulgó una ley «que determina cuáles son los bienes muebles e inmuebles,
radicados en la parte oriental, que pertenecen al Estado, y regula, respecto a las personas de esa
parte, el derecho de propiedad territorial conforme el modo establecido en las otras partes de la
república: también fija los sueldos del alto clero del cabildo metropolitano de la catedral de Santo
Domingo, y “asegura la suerte de los religiosos cuyos conventos han sido suprimidos». Según el
punto de vista del gobierno, bajo esta ley todos los habitantes de la república tendrían el derecho de
poseer tierra propia, garantizada por el título expedido por el Estado.
Dicho en pocas palabras, la ley de julio de 1824 buscaba eliminar el sistema de los terrenos
comuneros, bajo el cual la propiedad territorial de la parte oriental no podía ser fiscalizada en modo
alguno por el Estado, al mismo tiempo que buscaba hacer de cada habitante rural un campesino
dueño del terreno que ocupaba y que estaba obligado a cultivar. Esta ley atacaba directamente el
peculiar sistema de tenencia de la tierra de Santo Domingo y de ejecutarse iba a dejar a los grandes
poseedores de títulos de propiedad —que tenían su origen en las mercedes de la corona española en
tiempos coloniales— con sus propiedades fragmentadas y repartidas parcialmente entre sus
antiguos esclavos o inmigrantes haitianos.
Como muchos de los grandes propietarios se encontraban endeudados debido a la
decadencia de la economía colonial en los años anteriores, Boyer quiso halagarlos rebajando las
deudas que habían contraído cuando hipotecaron sus propiedades a la Iglesia.
A los religiosos, el Estado les daría en compensación un sueldo anual.
Para sorpresa de Boyer y de los demás comandantes militares, el arzobispo no fue el único
en negarse a colaborar. Fue respaldado por los campesinos que no veían por qué debían cultivar
cacao, caña de azúcar y algodón, y preferían dedicarse a las actividades que desde hacía décadas
habían probado ser provechosas porque eran exportables: el corte de caoba en el sur, la siembra del
tabaco en el Cibao y la crianza y montería de ganado en gran parte de las tierras orientales.
Con el tiempo, le élite mulata haitiana se alarmó ante la situación de penuria creciente del
Estado. En mayo de 1826, Boyer compareció ante el senado haitiano y presentó un conjunto de
leyes encaminadas a reorganizar la economía agrícola de Haití sobre el principio de que el trabajo
de los campesinos en las plantaciones era obligatorio y nadie podía eludirlo sin ser castigado.
En sus días, el código fue considerado como una obra maestra de la legislación haitiana
pero, pese a las grandes ventajas que el gobierno haitiano veía en aplicarlo sin dilación, nunca
funcionó del todo. Además, el ejército no era un agente adecuado para apoyar a los jueces de paz en
su tarea de imponer el código en el campo.
En primer lugar, no lo era porque la mayoría de los soldados eran pequeños propietarios de
origen rural. En segundo lugar, porque, en 1825, un año antes de que se promulgara el código,
60
después de largas y tortuosas negociaciones, y bajo la amenaza de un bombardeo por parte de once
barcos de guerra franceses en la playa de Puerto Príncipe, el gobierno haitiano había aceptado
finalmente firmar un tratado con Francia, por el cual los franceses serían indemnizados por sus
pérdidas a cambio del reconocimiento francés de la independencia de Haití. Los términos eran
duros, pero quitaba al ejército un peso que amenazó a una generación desde la revolución.
El gobierno haitiano tuvo que afrontar el problema de cómo obtener el dinero para pagar el
primer plazo de la indemnización francesa, ya que las arcas del tesoro haitiano estaban vacías.
Boyer no sólo puso en bancarrota al tesoro público, sino que tuvo que afrontar una oposición
bastante fuerte dentro de la élite mulata haitiana, que se consideraba humillada por los términos del
tratado con Francia.
En los años siguientes, y sobre todo después de 1832, este descontento fue puesto de
manifiesto en el congreso por los líderes parlamentarios de la oposición y, sobre todo, por un
creciente número de abogados jóvenes, influidos por las ideas liberales existentes en la Francia de
Luis Felipe, que querían cambiar el sistema de gobierno que existía en Haití desde la creación de la
república. Las tensiones políticas estuvieron cada vez más acompañadas de violencia, y en agosto
de 1833 el gobierno de Boyer expulsó del congreso a los dos principales líderes de la oposición,
Hérard Dumesle y David Saint-Preux. Existiendo una oposición al gobierno cada vez mayor, los
diputados de la oposición fueron de nuevo reelegidos para el congreso en 1837, llegando con
nuevas fuerzas y nuevas líneas de ataque contra el gobierno. Ahora el estado de la economía era
motivo de preocupación y en junio la comisión encargada de revisar las cuentas nacionales informó
de que la producción agrícola estaba virtualmente estancada.
Mientras tanto, en la parte oriental había crecido el sentimiento anti-haitiano a consecuencia
de las medidas que adoptó el gobierno para haitianizar a la población dominicana: servicio militar
obligatorio para todos los hombres de la isla; la prohibición de usar la lengua española en los
documentos oficiales; la obligación de que toda la enseñanza primaria se hiciera en lengua francesa;
limitaciones para celebrar las fiestas religiosas tradicionales e incluso restricciones en las peleas de
gallos. En vez de renunciar a los esfuerzos para mantener la unión, en junio de 1830 Boyer ordenó
que todos los símbolos y escudos de armas españoles que se encontraran en lugares públicos,
iglesias y conventos fueran sustituidos por los de la república.
La revuelta contra Boyer estalló el 27 de enero de 1843. El levantamiento fue bautizado con
el nombre de Movimiento de la Reforma. Tal como se esperaba, inmediatamente se extendió por
todo el sur del país. Boyer ordenó la movilización del ejército, pero la población del sur se negó a
vender o facilitar provisiones y alimentos a las tropas gubernamentales. Esto decidió el curso de la
revolución y dejó a Boyer sin medios militares para defender Puerto Príncipe. El 13 de marzo, a las
ocho de la tarde, Boyer se embarcó en una goleta inglesa e inició el exilio junto a toda su familia.
Renunció al poder que había ejercido durante veinticinco años y dejó el gobierno en manos de un
comité del senado para que lo transfiriera a los revolucionarios.
En la tarde del 24 de marzo de 1843 la noticia del derrocamiento de Boyer llegó a Santo
Domingo, donde la atmósfera ya era de agitación y conspiración. Se convirtió en la señal para que
los grupos políticos de oposición se pusieran en movimiento y se lanzaran a las calles gritando vivas
a la independencia y a la reforma en Santo Domingo. Después de varios incidentes y desórdenes, las
autoridades afectas a Boyer capitularon y el 30 de marzo entregaron la ciudad a la Junta Popular
Revolucionaria.
La agitación política en favor de la independencia creció rápidamente en la parte oriental y
en julio de 1843 el gobierno haitiano desmanteló un complot de mucho alcance que los trinitarios
habían organizado para lograr la separación.
Mientras tanto, el grupo profrancés estaba trabajando con gran secreto en Puerto Príncipe, el
verdadero centro de la actividad política. El golpe de Santo Domingo del 27 de febrero de 1844
produjo una inmediata reacción en Haití. El gobierno del presidente Hérard no podía tolerar que en
medio de una revolución, como la que él había encabezado, el país se dividiera en dos y que los
recursos que iban a ser necesarios para pagar a Francia el resto de la deuda se redujeran a causa de

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la separación de la parte oriental. Entonces, Hérard decidió someter a los insurgentes dominicanos
por la fuerza de las armas tal como había hecho en el verano anterior.
La guerra contra los dominicanos se había hecho muy impopular en Haití; por eso el nuevo
presidente, el general Jean-Baptiste Riché, no estuvo interesado en preparar otra invasión. Además,
la caída de Pierrot provocó un levantamiento revolucionario entre los campesinos. La guerra civil
estalló de nuevo, y durante bastante tiempo los haitianos estuvieron absorbidos por sus propios
problemas.
A pesar de que los haitianos fueron derrotados en la campaña de 1845, varios dirigentes
dominicanos mantenían la idea de que no sería posible salvar la república de una nueva ocupación
haitiana si no recibían la cooperación y la protección de una potencia extranjera. De ahí que en
mayo de 1846 se enviara una misión diplomática ante los gobiernos de España, Francia e Inglaterra
para negociar el reconocimiento de la independencia de la República Dominicana, y al mismo
tiempo concluir un tratado de amistad y de protección con la potencia que más ventajas ofreciera.
Las negociaciones emprendidas en Europa para esta misión no produjeron ningún resultado
inmediato, ya que en aquellos momentos el gobierno español aún creía que podía hacer valer sus
derechos sobre Santo Domingo. Pero cuando en 1848 Francia reconoció finalmente a la República
Dominicana como Estado libre e independiente mediante la firma provisional de un tratado de paz,
amistad, comercio y navegación, los haitianos protestaron inmediatamente, y dijeron que el tratado
era un ataque a su propia seguridad, ya que sospechaban que, bajo él, Francia había recibido el
derecho de ocupar la bahía de Samaná. Además, el reconocimiento francés de la independencia
dominicana reducía la posibilidad de recuperar el sector oriental. Haití, entonces, perdería los
recursos que necesitaba para pagar la deuda que había contraído con Francia en 1825 a cambio del
reconocimiento francés a su propia independencia. Soulouque decidió invadir el este antes de que el
gobierno francés ratificara el tratado. Soulouque y sus tropas fueron derrotados y fueron obligados a
retirarse apresuradamente.
Las primeras campañas de esta guerra de independencia dejaron la economía dominicana
muy maltrecha y provocaron graves crisis políticas en Santo Domingo. Desde el principio los
líderes políticos y militares dominicanos buscaron la ayuda de España, Gran Bretaña, Francia y de
los Estados Unidos para que les defendieran de los haitianos. Tanto Francia como los Estados
Unidos deseaban hacerse con la bahía y la península de Samaná, pero cada uno de ellos quería
impedir que el otro lo hiciera primero. Por otro lado, el interés de Gran Bretaña era asegurarse de
que ni Francia ni los Estados Unidos tomaran Samaná, y que la República Dominicana continuara
siendo un país libre e independiente de injerencias extranjeras, ya que era el país que más comercio
mantenía con la nueva república.
La paz entre ambos países quedó amenazada cuando los dominicanos iniciaron
negociaciones para establecer un tratado de amistad, comercio y navegación con los Estados
Unidos, cuyas previsibles consecuencias serían la cesión o el arrendamiento de la península de
Samaná a aquéllos.
Las dificultades que afrontó el gobierno dominicano después de la última invasión de
Soulouque fueron tantas y tan graves que los líderes decidieron resucitar la vieja idea de recurrir al
auxilio de una potencia extranjera, preferiblemente España.
Estas y otras razones estaban en la mente del presidente Santana cuando aceptó la propuesta
del general Felipe Alfau de mandar a éste a Europa como enviado extraordinario y ministro
plenipotenciario de la República Dominicana. Su misión consistía en exponer a la reina Isabel II de
España la desesperada situación en que se encontraba la República Dominicana y pedirle la ayuda y
las armas que los dominicanos necesitaban para fortificar y mantener los puertos y los puntos
costeros que los norteamericanos codiciaban, a causa de su importancia estratégica y económica. A
cambio, negociaría un acuerdo que establecería un protectorado español sobre Santo Domingo para
ayudar a los dominicanos a conservar su independencia respecto a Haití. El 18 de marzo de 1861,
las autoridades dominicanas proclamaron solemnemente que el país se había unido de nuevo a
España. Santo Domingo sería de nuevo gobernada por extranjeros, pero los dominicanos
reemprenderían pronto su lucha por la independencia.
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Los españoles descubrieron que el pueblo que ellos venían a gobernar no era tan hispánico
como esperaban.
Todo ello creó un clima de descontento general que ya era evidente en los meses finales de
1862, cuando los oficiales españoles avisaron al gobierno de Madrid de que pronto estallaría la
rebelión. Efectivamente, estalló a principios de febrero de 1863 y a mediados de año se convirtió en
una gran conflagración, apoyada por el gobierno haitiano, que desde el principio había protestado
contra la anexión española y había surtido de dinero, armas y víveres a los rebeldes dominicanos.
La guerra contra los españoles concluyó en julio de 1865, cuando se restauró la
independencia dominicana, si bien el país estaba devastado y desarticulado y con la mayor parte de
los campesinos en armas. Durante un largo período, la República Dominicana fue un país inestable
y fragmentado políticamente porque, al finalizar el conflicto, quedó dominado por docenas de
caudillos militares y de jefes de guerrilla que empezaron a luchar unos contra otros. Al igual que
con anterioridad a 1865, el conflicto central estaba entre los santanistas (que continuaron siendo una
fuerza tras la muerte de Santana) y los baecistas (la facción político-militar en torno a Buenaventura
Báez, el gran rival de Santana desde los primeros días de la república y dos veces presidente antes
de que se produjera la anexión a España). Báez fue presidente durante seis años (1868-1874) y más
tarde lo volvió a ser por dos años más (1876-1878), pero entre 1865 y 1879 hubo veintiún gobiernos
diferentes, y no menos de cincuenta levantamientos militares, golpes de Estado y revoluciones.
Después de la caída del poder de Fabre Geffrard en 1867, Haití atravesó otros dos años de
guerra civil. El presidente Silvain Salnave (1867-1869) —que, aunque era mulato de piel clara,
recibió el apoyo de los negros pobres de las ciudades (primero en Cap-Haitien, y más tarde en la
capital) y de los piquéis de La Grande Anse— luchó durante todo su mandato contra insurgentes en
diferentes partes del país; cuando finalmente fue obligado a abandonar la capital, fue arrestado en la
República Dominicana y entregado a los rebeldes, quienes le ejecutaron. Bajo el gobierno de
Nissage Saget (1870-1874), un mulato de piel oscura, se volvió a cierta estabilidad política, pero la
élite y el ejército continuaron participando en la vida política, en una lucha sin fin entre negros y
mulatos. La deuda francesa se convirtió en una pesada carga para el Estado haitiano,
imposibilitándole durante mucho tiempo para financiar las actividades constructivas de sus soldados
y sus políticos. La propiedad de los campesinos se fragmentó más y el campesinado minifundista
aún se encerró más en sí mismo. La distancia que separaba el campesinado negro de la élite mulata
se hizo mayor. La hegemonía política de la élite mulata, que dominaba los centros urbanos, siguió
existiendo a pesar, sin embargo, de los diferentes movimientos noiristes que conmovieron la
sociedad haitiana durante la segunda mitad del siglo XIX. Pero los dirigentes haitianos habían
cambiado en un aspecto importante: habían reconocido finalmente sus limitaciones y abandonaron
sus pretensiones de poner La Española bajo un mismo gobierno. Coexistiendo incómodamente, las
dos repúblicas independientes —Haití (con una población de cerca de un millón de habitantes) en el
tercio occidental y la República Dominicana (con una población de 150.000 habitantes) en los dos
tercios orientales— emprendieron caminos muy distintos.

-Marisa Gallego, Teresa Egger Brass y Fernanda Gil Lozano, 2006, “Las dictaduras
patriarcales en América Latina”, en: Historia Latinoamericana, 1700-2005, Sociedades,
Culturas, procesos políticos y económicos, Editorial Maipue, Buenos Aires: 275-300.
-Juan Francisco Martínez Peria, 2015 “Antiimperialismo y negritud en el Caribe”, en:
Andrés Kozel, Florencia Grossi, Delfina Moroni (coordinadores), El imaginario
antiimperialista en América Latina, Buenos Aires, CLACSO: 73-88.

-Tania García Lorenzo, 2013, “Reflexiones a propósito de la crisis y su impacto en la Cuenca


del Caribe. La dependencia como signo”, en: Luis Suárez Salazar y Gloria Amézquita, comp.
El Gran Caribe en el Siglo XXI. Crisis y respuesta. Buenos Aires, CLACSO: 99-129.

INTRODUCCIÓN
63
El análisis del impacto de la crisis por tanto, domina todos los encuentros que en el mundo realizan
académicos, políticos y activistas de los movimientos sociales. Ello está justificado, por la gran
cantidad de perspectivas analíticas que existen acerca de la gravedad de los acontecimientos que
dieron origen, sus formas de manifestarse, canales de transmisión, etcétera. Por otra parte, una de
las peculiaridades de esta crisis es que, sucede al propio tiempo que otros fenómenos que están
repercutiendo con particular fuerza, tales como la crisis alimentaria y la alta volatilidad de los
precios de los productos primarios, el cambio climático que tanto afecta ya a cosechas,
producciones y transportaciones, la crisis que genera el panorama energético mundial y del
continente en particular, todo lo cual diferencia la situación de hoy de las crisis que se ha debido
enfrentar en otras ocasiones. Así las cosas, resulta difícil distinguir las diferentes sensibilidades de
estos acontecimientos y el peso que cada uno tiene en los comportamientos macroeconómicos y
sociales del continente. Estos entrecruzamientos causales tienen una influencia muy marcada en los
diagnósticos que se realizan al considerar la Cuenca del Caribe.
Resulta necesario implicarnos en el análisis de su evolución y junto a ello, reflexionar acerca
de los espacios de actuación que tienen los gobiernos del área. También los posibles alcances que
tendrá para las pequeñas economías, las medidas hasta ahora aplicadas desde los centros de poder
mundial a partir de su interpretación de las causas y consecuencias de la crisis para los países
desarrollados. Para ello es necesario tener en cuenta que, según sea la posición que se ocupa en el
amplio entramado de intereses que se ven afectados, así será la interpretación que se tenga de la
crisis y de la misión de rescate. En última instancia, es la ideología la que marcará el rumbo.
Y habría que preguntarse, ¿quién representa los intereses de aquellos países que, siendo
pequeños, agrupan una cantidad apreciable de población, que llegaron a la crisis sin saber por qué,
están pagando sumamente cara su dependencia y que verán atados su suerte, una vez más, a las
antiguas metrópolis que los consideran como complemento y no como esencia? No se puede
desconocer que el Caribe, en muchos medios informativos, es analizado como un todo y no se
visualiza comúnmente en su amplitud y especialmente en su diversidad. Una diversidad que, en el
mejor de los casos, se reconoce en los planos históricos, culturales, lingüísticos, pero que no se tiene
en cuenta desde la economía en toda su magnitud.

LAS INTERPRETACIONES DE LA NATURALEZA DE LA CRISIS DETERMINAN LA


VISIÓN ACERCA DE SU IMPACTO Y DE SU SALIDA

Para evaluar el impacto de la crisis sobre los países subdesarrollados es necesario tener en
cuenta las debilidades intrínsecas de estos grupos de países, caracterizados a grandes rasgos por
padecer un capitalismo subdesarrollado y dependiente, y con estructuras de propiedad sobre sus
recursos altamente transnacionalizadas. En el caso de América Latina y especialmente en el área del
Caribe, estamos hablando de una región cuyos indicadores globales han generado en ocasiones
imágenes distorsionadas de la realidad que sufre la mayoría de la población. En el Caribe
15.503,5 (el 41,1%) vive bajo la línea de pobreza y el 82% de esos pobres viven en los 5
países de menor ingreso per cápita.
Centroamérica no es diferente. El 50,9% de la población vive en condiciones de pobreza.
Hay que tener en cuenta que esta situación se confronta en países y zonas de una imponente
riqueza natural y cultural, pero que sufrieron un largo proceso colonial que expolió sus recursos y
marcó la estructura dependiente que ha constituido su signo.
Construir un sistema de indicadores que muestre los procesos, constate los resultados y
valore los impactos particulares que se producen en las diversas economías subdesarrolladas es una
asignatura pendiente de la academia con pensamiento antihegemónico.
Ha sido ampliamente reconocida y explicada por actores académicos, políticos y sociales,
desde distintas aristas y enfoques, la alta dependencia del ahorro externo que tienen los países de la
América Latina y el Caribe, por ello en este contexto solo es necesario resaltar las dimensiones que
ya alcanza en algunas naciones, especialmente los integrantes de la OECO y Guyana.
64
CANALES DE TRANSMISIÓN DE LA CRISIS EN LA CUENCA DEL CARIBE

En esas circunstancias, resulta conveniente destacar algunos de los canales específicos de


transmisión de la crisis en esta área y que están asociados a las condiciones estructurales de sus
economías y al patrón de acumulación que ha prevalecido. Estos podrían identificarse básicamente
en dos: los flujos financieros y las corrientes comerciales.
En 10 de los 16 países del área caribeña se ha acumulado un altísimo nivel de
endeudamiento sin capacidad de pago, especialmente en el último decenio. El déficit en cuenta
corriente de la balanza de pagos del área demuestra que todo ese financiamiento no ha logrado
gestar la auto-sustentación de los modelos aplicados.
Ello quiere decir que la contracción de los flujos crediticios de la Cuenca del Caribe
representa una seria amenaza para la estabilidad económica de la región y preservarlos constituirá
un objetivo de primera prioridad de los gobiernos en ejercicio. Ello tiene no solo implicaciones
económicas sino también políticas, y condicionará la capacidad negociadora de esta área.
Llama la atención como en numerosos análisis, implícitamente, se ha consagrado el
concepto de competitividad como posicionamiento de mercado sin especificar que se alcanza en
muchas ocasiones a partir de una desvalorización del trabajo, que es el único gasto susceptible de
reducir, por la estructura de costos importados que presentan la mayoría de los procesos productivos
en los países subdesarrollados. Esa reducción de salarios e ingresos es aceptada por la fuerza de
trabajo porque la alternativa es clara. Empleo precario o desempleo. Es por eso que esa
competitividad es conocida como competitividad espuria.
Visto en su acepción más amplia, toda la Cuenca del Caribe tiene una extraordinaria
concentración del comercio en EE.UU. y en segundo lugar con Europa. Sin dudas, la presencia
China ha ido ganando espacio pero las estadísticas ratifican que el posicionamiento del mercado es
de EE.UU.
Otro componente insoslayable de análisis, en la zona norte del continente, se refiere a la
industria turística. Fruto de la crisis, este sector económico tiene ya una contracción que está
provocando la suspensión de vuelos y contrataciones hoteleras. No podemos olvidar que el grueso
del turismo que arriba al Caribe proviene de EE.UU.
El contagio de las instituciones financieras de EE.UU. y Europa provoca un impacto en las
operaciones offshore que realizan las instituciones financieras asentadas en territorio caribeño y que
constituye una importante fuente de ingreso a las balanzas de pagos de los países y es una fuente
importante de empleos.
Hay un elemento de análisis que resulta insoslayable, aunque documentarlo es todavía una
tarea pendiente, por las dificultades confrontada para la obtención de información sistémica y
sistemática al respecto. Los recursos naturales y capacidades productivas instaladas, tienen en la
Cuenca del Caribe una importante transnacionalización, o sea, hay restricción de la soberanía
integral sobre los recursos naturales, en tanto la propiedad que sustenta la reproducción económica
está, en lo fundamental, en manos foráneas, lo que limita la capacidad regulatoria de los estados y,
consecuentemente, los márgenes de autonomía en el diseño de la política económica del país. Sin
embargo, en términos de la crisis propiamente, compele a dos importantes consecuencias. Por una
parte, las subsidiarias sentirán los efectos de la crisis en sus casas matrices y, aunque el sistema de
operaciones siga una política de holding, en cuanto a la gestación de rentabilidades, los
componentes estabilizadores corporativos desde la casa matriz pueden sufrir afectaciones. Este
hecho cobra especial relevancia, cuando se actúa en cadenas productivas internacionales, como son
las textiles y turísticas. Estas consecuencias ya se están padeciendo.
Las amenazas que se ciernen sobre esta área son importantes. La inversión extranjera directa
que se encuentra asentada en la Cuenca del Caribe tiene un claro desbalance a favor de EE.UU., lo
que se puede apreciar tanto en su carácter de inversionista principal en 22 de los

65
25 países independientes del área, como por el predominio que tiene en los 31 sectores económicos
fundamentales de la región en su conjunto, registrado por el sistema de información del centro de
comercio internacional.
En el Caribe, la potencia vecina, es el inversionista principal en 13 de los 16 países
independientes del área. Una presencia inversionista de esta magnitud y la condición de socio
comercial más importante, ha condicionado toda la inserción internacional del área e inhibido toda
la capacidad negociadora. No menos afectaciones se están enfrentando ahora en el ámbito del
empleo, o más bien del desempleo cuya situación es, sumamente comprometida. La disociación
entre la inversión productiva, el crecimiento económico y el empleo ha quedado más que
demostrada en la mayoría de los países del continente.
Otro ámbito de impacto está relacionado con las remesas. Como el factor más dinámico de
las economías es el exportador tanto de bienes como de servicios, pero no nutre suficiente empleo
para asegurar el sustento de las sociedades, en muchos países subdesarrollados, entre los cuales
están los que bañan sus costas en el mar Caribe, las remesas constituyen un flujo de efectivo que se
ha consolidado como factor estabilizador de los mercados domésticos.
Como se puede apreciar, cuando se compara las remesas recibidas con el ingreso nacional
bruto, como indicador más representativo del consumo de los factores, su reducción en algunos
países puede provocar serias inestabilidades económicas y políticas.
Dos comportamientos de inobjetable importancia se derivan de estos impactos básicos
vinculados a las fuentes de recursos financieros propios del Caribe. Se refieren a la situación de las
reservas internacionales y al déficit fiscal que son el resultado de los comportamientos económicos
globales. Son países que no tienen capacidad de previsión de cualquier acontecimiento que ponga
en peligro la seguridad de sus sociedades. Dependen completamente de la ayuda externa. Tienen
déficit presupuestario 16 de los 21 países, el agravamiento del impacto de la crisis sobre el Caribe
está determinado por la vulnerabilidad y dependencia estructural económica del área, que tiene muy
pobre capacidad endógena para enfrentar estas dificultades
Frente a la fragilidad descrita, creada por la dependencia que tipifica las economías de la
Cuenca del Caribe, muchos de estos países se encuentran situados en la categoría “d” de riesgo país
y ello también significa que, frente a las expectativas de contracción económica y de pobre
capacidad para hacer frente a los shocks externos, los flujo de inversión se alejen de la región, en
tanto necesitan mayores tasas interna de retorno, o sea, mayores rendimientos, menores plazos de
recuperación y el menor riesgo. En momentos de lluvia y tormenta, el capital foráneo, cierra la
sombrilla que prestó cuando había sol.

LA REACCIÓN DE LOS PAÍSES CARIBEÑOS FRENTE A LA CRISIS

En determinados círculos, diversos actores demuestran conciencia del gran impacto que la
crisis está ya provocando y las características particulares que esos efectos tienen en la actualidad,
dada la subordinación de las estructuras productivas y las formas de funcionamiento del capitalismo
dependiente que tipifica las económicas del continente. No obstante, los documentos y
declaraciones publicadas en los planos bi y multilaterales, no demuestran aún una línea de acción
pro-activa claramente diseñada, de conjunto, para el enfrentamiento a la crisis con un enfoque
estructural.
En el cuadro que ofrece la CEPAL de las medidas adoptadas por los gobiernos del área, se
aprecia la aplicación de la línea predominante que es enfrentar la crisis básicamente en el ámbito
financiero. O sea, entendiendo la crisis como un fenómeno de liquidez y no de solvencia.
Las declaraciones de principio de los esquemas integracionistas y de cooperación de
mantener la integración regional como propósito para enfrentar de conjunto los impactos de la crisis
resultan contradictorias con el hecho de que se haya prácticamente eliminado el arancel externo
común, como fase del proceso de acercamiento de las políticas comerciales.
El hecho de que, frente a la gravedad que tiene el impacto de la crisis para la Cuenca del
Caribe, los mecanismos integracionistas y de cooperación no hayan podido establecer un cuerpo de
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acciones conjuntas indica que la fragmentación y heterogeneidad del Caribe se ha impuesto una vez
más por sobre los esfuerzos de acción unitaria. Y es que la región requiere una visión conjunta de la
salida de la crisis y del desarrollo. Requiere una acción conjunta poniendo en juego las necesidades
y posibilidades de cada uno, además de la concertación frente a terceros. La actitud frente a la crisis
es un momento decisivo. Se trata de romper la dependencia y no de profundizarla.
Otros peligros no faltan. El modelo de salida de la crisis que se ha diseñado por los centros
de poder, sitúa en la liquidez y no en la solvencia, la causa del fenómeno y, consecuentemente, las
medidas por excelencia han apuntado al incremento y sostenimiento de flujo crediticios y
financieros hacia los consorcios quebrado, aunque ello no implica que se va a restablecer las
corrientes crediticias mundiales. Muchos pensamos que lo que se van a restablecer son las reservas
afectadas por la crisis. Esa corriente crediticia oficial –financiada con cargo a los contribuyentes de
los países centrales– está compensando, la quiebra de los bancos y fondos de inversión, pero
pudiera provocar graves tensiones inflacionarias que, siguiendo las prácticas anteriores, se
ajustarían por los países centrales, vía tasas de interés, entre otros instrumentos, sin tomar en
consideración los efectos expansivos sobre las devaluaciones monetarias y las presiones
inflacionarias a escala planetaria, además de afectar los niveles de endeudamiento.
No puede desconocerse que la emisión indiscriminada de dinero en la circulación sin
contrapartida material, genera grandes presiones sobre la base monetaria y frente a eso, los países
dependientes están incapacitados para desplegar políticas monetarias por tener solo signos formales
de valor y no monedas que cumplan todas las funciones dinerarias. Teniendo una economía
básicamente conducida a través de instrumentos monetarios, los desatinos cometidos por los que
generaron la crisis al propio tiempo han invalidado la política monetaria para controlarla.

LA INTERPRETACIÓN ACERCA DEL “FIN DEL LIBERALISMO”

No será un modelo exactamente igual el que emerja de la crisis, no tendrá el mismo tono
fundamentalista que el patrocinado por uno de los gobernantes más desequilibrado de la era
moderna de la civilización humana que ingobernó la economía de EE.UU. durante los últimos ocho
largos años, pero en su esencia, el patrón de acumulación que tiene como objetivo a la ganancia por
encima de la riqueza, seguirá conduciendo los destinos si no se hace algo por transformarlo en sus
cimientos.
El consenso que se ha levantado es que es una crisis del modelo que perdió las riendas de la
regulación pero no es una crisis del modo de producción y de la formación económica y social a ella
asociada en la etapa actual y aunque genera crisis periódicas, empobrecimientos y concentración del
poder que destruye el medio ambiente, para sus gestores es el modelo que asegura el avance de la
civilización.
La preservación del poder en el área por encima de todo y todos, aunque con métodos
diferentes, constituye un objetivo prioritario para el gran capital corporativo transnacional y es uno
de los ejes geopolíticos fundamentales de la administración estadounidense.
La alta inversión de los capitales estadounidense en el área, que le asegura un acceso
privilegiado a sus recursos naturales, se ha visto completada por sendos tratados especiales
(CAFTA-RD) e ICC. La estructura sectorial de las inversiones estadounidense en el área, le permite
explotar todos esos recursos y hasta el presente no ha tenido que pagar por el valor real de esta
riqueza, lo que se demuestra por la magnitud de evasión del excedente que se genera en esos países.
Por otra parte, en el momento en que el eje productivo asiático cobra mayor espacio y
perspectivas, establecer el control sobre las zonas y los caminos más expeditos se constituye en un
objetivo de alta prioridad. Estamos hablando de la vía de tránsito más efectiva entre el Océano
Atlántico y Pacífico lo que otorga a esta zona geográfica otra cualidad por la cual es imprescindible
su preservación.
Las fuerzas que necesitan asegurar la hegemonía y la dominación en el continente requieren
reimplantar la Doctrina Monroe y el lenguaje de las cañoneras aunque sea de manera distinta
67
porque el continente ya no es el mismo. Esa hegemonía pasa necesariamente por modernizar,
actualizar y consolidar el cordón militar que respalde y asegure el posicionamiento económico en el
área descrita supra y complete el proyecto Mesoamérica. Ello se ve complementado con los
acuerdos que aseguran su control sobre el tránsito hacia Europa. El aseguramiento militar tiene,
entre otros objetivos, el servir de garante a ese capital transnacional que hoy controla en lo
fundamental, el sistema productivo del área norte del continente latinoamericano y caribeño.
Los cambios que han tenido lugar en el continente en medio de múltiples contradicciones y
presiones internas y externas no podían ser pasadas por alto cuando se enfrentan abiertamente a una
estrategia de reconfiguración del control hegemónico de los capitales transnacionales y del gobierno
de EE.UU. sobre del área. Esa reconfiguración se ha ido alineando paulatinamente y parte de esa
estrategia han sido los TLC bilaterales y multilaterales que se han estado negociando, los proyectos
Mesoamérica, el Plan Colombia además de las negociaciones en materia de seguridad con las islas
del Caribe, lo que extiende y cierra la frontera del sur de los EE.UU. En ese contexto se pudieran
esperar diferencias importantes en la forma de aplicación de la política exterior en comparación con
el mandato anterior, especialmente en el estilo, medios y enunciados diplomáticos, prometedores y
dispuestos a diálogos como mecanismos de comunicación.

¿QUÉ HACER? NECESIDAD VS. POSIBILIDAD

El abordaje de los problemas de las naciones puede hacerse desde la óptica del capital que
genera el crecimiento o desde la óptica del desarrollo que tanga al ser humano como sujeto y objeto
de los procesos sociales. Es necesario proliferar los análisis que demuestran autonomía epistémica,
que contenga una percepción metodológica y modélica diferente. Que en el esfuerzo por romper
con las viejas formas de medir la economía, identifique que crecimiento no es bienestar, que
interprete el desarrollo económico no solo con el comportamiento y cambio de las fuerzas
productivas sino de forma integral de toda la sociedad, que rectifique el craso error de interpretar
que ganancia es riqueza y que precio es valor y en ese contexto, de paso, sitúe el contenido y
objetivo de la competitividad en su justa dimensión.
La identificación interesadamente errónea y desvirtuada de las causas de la crisis lleva a que
los programas de salida, sean altamente peligrosos y al propio tiempo el espejismo de haber
superado ya los peores momentos, genera expectativas en el ámbito especulativo pero no en la
economía real. Se busca de esta manera una “profecía autocumplida”, como ha sido práctica del
mercado accionario.
La crisis no fue, por su esencia, solo bursátil; por lo tanto la recuperación en ese ámbito no
significa una recuperación de la economía ni siquiera de los mercados de títulos valor. No se podrá
salir de la crisis con los mismos instrumentos que la crearon, porque el círculo vicioso puede
generar una espiral incontenible y con salidas incalculables.
La posición de los gobiernos del sur se debatirá entre enfrentamiento a las reglas del juego o
de sometimiento a las necesidades de las estructuras de capital transnacional. La búsqueda de
fraccionar la acción continental resulta un objetivo estratégico de los capitales que minaron las
mismas bases del modelo y modo de producción. Y el asunto es de suma importancia porque se
trata de que, EE.UU. no puede salir de la crisis, sin articular en ese proceso a los mercados
domésticos latinoamericanos, como factores estimuladores de sus cadenas productivas, tanto en el
ámbito de la producción como de la realización de la mercadería que no puede destinar a los
mercados europeos.
El continente latinoamericano y caribeño no ha estado conduciendo su economía. Ha vivido
el espejismo de obtener crecimiento en lugar del desarrollo y de tratar de alcanzar financiamiento en
vez de gestar excedente propio, ha asumido el flujo de remesas como fuentes de financiamiento
perdiendo de vista que no es más que un flujo de efectivo que no tiene previsibilidad mientras
produce la descapitalización en conocimiento y el fraccionamiento de sus sociedades.
América latina y el Caribe no solo necesitan una nueva arquitectura financiera sino una
nueva forma de concebir y diseñar el sistema –modelo que le permita salir de la recesión–
68
contracción económica en la que ya ha comenzado a caer. Estamos ante una crisis multidimensional
que, en distintos campos ha estado afectando a la región.
No basta con prometer protección a las capas más vulnerables. Ningún país del Caribe por si
solo podrá enfrentar los dilemas que ya se le presentan. Es necesario superar fraccionamientos y
aunar posiciones porque de lo contrario se ayudará a los países centrales a superar la crisis y
quedará el continente en peores condiciones a las que tenía cuando en septiembre estallaron los
mercados bursátiles.
La debilidad de las economías latinoamericanas hace que siempre regresemos a la
integración como propósito de salida. La absorción del excedente económico de América Latina y
el Caribe por EE.UU. se ha estado produciendo a través de la apropiación de los recursos que forjan
la acumulación y se expresan también a través del comercio.

-Gloria amézquita 2013, “Migración caribeña. Una mirada a los movimientos desde, entre y
hacia la región, en: Luis Suárez Salazar y Gloria Amézquita, comp. El Gran Caribe en el Siglo
XXI. Crisis y respuesta. Buenos Aires, CLACSO: 207-245.
-Waldo Ansaldi y Verónica Giordano, 2013. América Latina. La construcción del orden. De las
sociedades de masas a las sociedades en procesos de reestructuración. Tomo II. Buenos Aires,
Ariel.

Fuentes documentales:
-Mario Vargas Llosa, La fiesta del Chivo (VVEE), Capítulos 1 y 2.
-“En el tiempo de las Mariposas”, Película. Dirección: Mariano Barroso (EEUU), 2001.

69
Revolución Mexicana
Según John Womack la revolución empezó a causa de un problema político, la sucesión de Porfirio
Díaz, pero las masas populares de todas las regiones pronto se metieron en una lucha que iba más
allá de la política, una lucha por amplias reformas económicas y sociales.
Porfirio Díaz contaba con 80 años y gobernaba desde hacía 30 años. Su gobierno estaba reinado por
los negocios turbios. Para hacer frente a las elecciones de 1910, comenzó a formarse el Partido
Nacional Antirreleccionista (PNA) cuyo líder era Francisco I. Madero. El objetivo era evitar una
nueva reelección de Díaz. Se enfrentaron en elecciones pero debido al fraude electoral resultó
vencedor Díaz. Este mandó a apresar a Madero, quien logró escaparse y huyó a San Antonio, Texas,
donde escribió el Plan de San Luis.
En el Plan de San Luis, Madero denunció por fraudulentas las elecciones presidencias, se declaró
presidente provisional, anunció una insurrección para el 20 de noviembre y prometió elecciones
democráticas para un nuevo gobierno. La idea de un gobierno nuevo, llamó la atención de los
hacendados, pequeños comerciantes y agricultores. Además, una cláusula del plan prometía estudiar
las quejas de los poblados por la pérdida de sus tierras, lo cual llamó la atención de los campesinos.
El 20 de noviembre de 1910, Madero conquistó una población fronteriza de Coahila, Piedras Negras
donde formará un gobierno provisional y agentes antirreeleccionistas provocaron revueltas en
Ciudad de México, Puebla y en Pachuca, así como en poblados rurales de Chihuahua y Guerrero. Al
sur, los campesinos al mando de Emiliano Zapata quemaron las haciendas, mataron a los
terratenientes y recuperaron las tierras ancestrales. El gobierno desbarató las principales
conspiraciones y Madero se retiró a Texas, el 1 de diciembre de 1910 Díaz comenzó un nuevo
mandato.
En febrero de 1911, Francisco Madero se reunió en Chihuahua con los maderistas. En lugar de
agentes antirreeleccionistas dignos de confianza encontró cabecillas desconocidos, entre los que
resaltaba un transportista local, Pascual Orozco, y un lugarteniente bandido, Pancho Villa. Y los
guerrilleros no eran dóciles peones, sino campesinos que procedían de antiguas colonias militares y
contaban con recuperar las tierras perdidas. De esta manera, Villa y Pascual Orozco, realizarán
levantamientos en el norte de México. Pascual Orozco tomó Ciudad Juárez y Madero instaló el
gobierno provisional allí. El 25 de mayo de 1911 Díaz dimitió. Ocupó su lugar el Ministro de
Asuntos Exteriores, Francisco León de la Barra hasta las elecciones la celebración de las elecciones
en las que resultaron vencedores Madero y José María Pino Suárez. El PNA se transformó en
Partido Progresista Constitucional.
Francisco Madero (octubre 1910-febrero 1913)
Madero y Pino Suárez asumieron el 6 de noviembre de 1911. El gobierno debía durar 5 años Fueron
reconocidos por los gobiernos de EEUU y los gobiernos europeos. Con respecto al porfiriato,
Madero simbolizaba la libertad política. El gobierno de Madero disfrutó de una economía en
crecimiento. Al subir los precios mundiales de los minerales, aumentó la producción de las minas.
Pero la mejora de la economía no restauró el antiguo orden. Al aflojarse los controles políticos, el
crecimiento de la economía empeoró el conflicto entre las grandes compañías y sacudió con fuerza
al nuevo gobierno. El conflicto más grande que tuvo que afrontar fue el del petróleo, las compañías
norteamericanas comenzaron a presionar por nuevas concesiones. Debido a la falta de un riguroso
control político, el crecimiento económico también hizo que los trabajadores se organizaran
vigorosamente: unión mexicana de mecánicos, alianza de ferrocarriles mexicana, la sociedad
mutualista de despachadores y telegrafistas y la más poderosa de todas, La Unión de Conductores,
Maquinistas, Garroteros y Fogoneros. Los sindicatos comenzaron a protestar por reivindicaciones y
realizaron huelgas.
No obstante, Madero tendrá que hacer frente a una oposición violenta. Emiliano Zapata le pidió que
los campesinos mantuvieran las tierras que habían recuperado a sangre en el levantamiento.
Madero, como hacendado, se negó. Por esa razón, Zapata en Morelos anunció el Plan de Ayala
proclamando una campaña nacional cuyo objetivo era hacer que las haciendas devolvieran tierras a
los poblados.

70
En el Plan de Ayala, Zapata desconocía a Madero como Presidente y se le acusaba de ser un
dictador y de no cumplir con los postulados revolucionarios. Se pedía:
• La inmediata entrega de las tierras a las comunidades indígenas.

• La confiscación de la tierra a todos los enemigos de la revolución.

• La entrega de la tierra a los que no la poseían (tanto campesinos como peones).

• La confiscación de las tierras de los grandes terratenientes.

• El reconocimiento de la cultura indígena.

También se sublevó Pascual Orozco en Chihuhua. Madero ordenó a un general Victoriano Huerta a
que lleve una expedición al norte y elimine la sublevación orozquista. Huerta logra sofocar la
revuelta. Pero el aplacamiento de las rebeliones y las guerras costaban dinero. Madero iba a
necesitar un préstamo del exterior y en las campañas para las elecciones presidenciales de EEUU
comenzaron a hablar del petróleo mexicano. EEUU reclamaba nuevas concesiones de petróleo pero
Madero decretó el primer impuesto mexicano sobre la producción petrolera y fue visto por los
EEUU como una confiscación. Estas compañías tenían muchas influencias tanto en los partidos que
gobernaban el congreso como en los bancos, con la cual un préstamo de EEUU sería imposible.
Madero buscó un préstamo en Francia.
Estos levantamientos internos junto con la crisis económica que atravesaba el gobierno llevaron a
varios intentos por deponer a Madero. El primer de ellos estuvo organizado por Felix Díaz, sobrino
de Porfirio. Con navíos de guerra norteamericanos Díaz, se apoderó del Puerto de Veracruz e instó
al ejército a asumir el mando del país, sin embargo, los generales no respondieron a ese llamado. El
segundo intento de golpe militar fue organizado por dos ex porfiristas, Bernardo Reyes y Félix
Díaz. Madero logró controlar estas sublevaciones y los encarceló, sin embargo fueron liberados por
otro general porfirista Manuel Mondragón. Reyes cayó muerto en el combate y los demás se
refugiaron en la Ciudadela. Madero mandó a Victoriano Huerta para que liquidase la nueva
rebelión, como había hecho con Orozco en el norte. Este enfrentamiento se conoce con el nombre
de decena trágica. Tras varios días de enfrentamiento, Huerta termina pactando con Díaz y con el
auspicio del presidente de EEUU en lo que se llama pacto de la ciudadela o de la embajada el
derrocamiento de Madero. Los rebeldes toman el Palacio Nacional, apresan a Madero y Pino Suárez
para posteriormente obligarlos a renunciar. Queda a cargo del gobierno el Ministro de Relaciones
Exteriores, en carácter de presidente, que nombra a Victoriano Huerta como ministro de
Gobernación y presentó su propia dimisión quedando Huerta como presidente interino (febrero
1913). A los pocos días, Madero y Pino Suárez fueron asesinados cuando se encontraban bajo
vigilancia militar.

Victoriano Huerta (febrero 1913-agosto 1914)


El nuevo gobierno carecía del apoyo de sectores importantes. El factor más importante era que no
satisfacía a EEUU. La rivalidad de EEUU y Gran Bretaña en México se había vuelto tensa, sobre
todo con el tema del petróleo. EEUU veía en el nuevo gobierno instalado por el golpe que favorecía
a los intereses norteamericanos. Sumado a que rápidamente Gran Bretaña reconoció al gobierno de
Huerta. Wilson, el presidente de EEUU denegó el reconocimiento.
No tardaron en surgir dificultades extraordinarias en la economía. Aunque las compañías petroleras
se hallaban en pleno auge, el descenso del precio mundial de la plata durante 1913 incrementó la
salida de metales preciosos del país, deprimió la industria minera y provocó una baja general de la
actividad económica en los sectores fronterizos del norte, donde la minería revestía la mayor
importancia.
Además, el nuevo gobierno tuvo que afrontar una resistencia armada y extendida. Pronto estallaron
revueltas contra la “usurpación” en varios estados. Villa enfurecido por la muerte de Madero

71
recluta a más campesinos formando el ejército del norte con las bandas de Chihuahua, Durango y
Zacatecas. En Coahuila, el gobernador Venustiano Carranza encabeza la resistencia, nombrándose
primer jefe del ejército y de la revolución denunciando a Huerta, al Congreso y al Tribunal
Supremo por traición y anunciando la organización del ejército constitucionalista. El 18 de abril de
1913 firman el Plan de Guadalupe, para vengar la muerte de Madero, el plan no tenía ni una sola
palabra sobre reformas económicas o sociales. Mientras tanto, en el sur, Zapata y su ejército de
campesinos seguían luchando por recuperar sus derechos ancestrales y recuperar tierras para sus
poblados
En este sentido, el gobierno huertista se encontró ante tres pruebas severas. La primera procedía de
todos los campos de la oposición y era un intento de desacreditar las elecciones. Las bandas
constitucionalistas de Chihuahua, Durango y Zacatecas se habían unido bajo el mando de Villa y
formaban ahora la división del norte. Estos conquistaron Torreón y se hicieron con un abundante
botín militar. También se sumaron los constitucionalistas de Sonora. Allí, Carranza reorganizó el
ejército nombrando a Álvaro Obregón. Anunciaron la formación de un gobierno provisional y la
disolución del ejército federal una vez que triunfaran los constitucionalistas. La tercera fue la
oposición de EEUU. Wilson amenazó a Huerta para que dimitiera o los EEUU apoyarían a los
constitucionalistas. Frente a estas presiones Gran Bretaña ordenó a su ministro que abandonase a
Huerta.
A pesar de que el gobierno de Huerta había perdido terreno valioso frente a estos ejércitos
revolucionarios seguía manteniendo un poder supremo en México. Por un lado, se ganó el favor de
los católicos permitiendo que la Iglesia consagrara México al Sagrado Corazón de Jesús y
organizara solemnes ceremonias públicas en honor de Cristo Rey y toleró una nueva organización
eclesiástica que se mostraba cada vez más activa en los asuntos cívicos, la Asociación Católica de la
Juventud Mexicana. Además, Huerta seguía controlando todos los puertos del mar, y debido a su
actitud antinorteamericana y proclerical, gozaba de la lealtad de amplios sectores populares. Esto
empujó a los Estados Unidos a apoyar decididamente a los constitucionalistas.
Wilson revocó la prohibición de mandar armas a México y permitió que se exportara legalmente
material bélico de los EEUU a México indiscriminadamente por la zona norte de México,
fundamentalmente al ejército del norte dominado por Villa. Además, el presidente de EEUU Wilson
decidió forzar el derrotamiento de Huerta. Wilson ordenó la invasión al puerto de Veracruz
mientras que los tres ejércitos de rebeldes seguían avanzando al centro de México. La invasión del
Puerto de Veracruz era estratégica, por un lado, evitaría que ingresen armas a los federales
dominados por Huerta y, por otro lado, los limitaría de disponer de los ingresos de la aduana. La
principal idea de Wilson era enviar en tren a infantes marinos desde Veracruz a Ciudad de México
para derribar al presidente. Pero fracasó porque la guarnición allí establecida ofreció resistencia.
Huerta en lugar de dimitir obtuvo del Congreso poderes dictatoriales en la guerra, las finanzas y las
comunicaciones, encargó a líderes de los sindicatos ferroviarios que dirigiesen los ferrocarriles
nacionales, movilizó manifestaciones patrióticas como parte de su programa de militarización de
civiles e instó a todos los rebeldes a unirse a las tropas federales para hacer frente a la invasión
yanqui. Los católicos, la ACJM y los obispos apoyaron públicamente sus llamamientos a la nación
para que se uniese contra la profanación de la patria por los protestantes.
Frente a la posibilidad de un enfrentamiento armado entre EEUU y México, tres países (Argentina,
Brasil y Chile) ofrecieron celebrar una conferencia con el fin de mediar entre EEUU y México. Este
evento se denominó Conferencia ABC y fueron invitados los constitucionalistas y los federales.
Carranza denunció la intervención norteamericana tachándola de violación de la soberanía y
rechazó la Conferencia ABC porque deseaban la renuncia del presidente pero querían instalar un
presidente interino con acuerdo de las partes. Por esa misma razón, Huerta tampoco acepta un
arreglo.
Las luchas continúan y finalmente privado de los ingresos de la aduana de Veracruz y de pertrechos
militares el gobierno de Huerta comienza a tambalear y renuncia. Toda la gente que apoyó su
gobierno sale del país, Huerta se exilia en España.

72
De esta manera, Francisco Carabajal como Ministro de Relaciones Exteriores asume la presidencia
interina, y tiene que llegar a un acuerdo con Carranza para la entrega de Ciudad de México. En
agosto de 1914, Carranza hace su entrada triunfal en la ciudad. Tal como lo habían planteado con
anterioridad, una vez que triunfaron los constitucionalistas eliminaron el ejército federal.

Agosto 1914-octubre 1915


Las fuerzas victoriosas no se ponían de acuerdo sobre la clase de nuevo régimen que tenían que
construir. El conflicto era más hondo que las simples rivalidades personales. Debido a que los
grandes ejércitos revolucionarios se habían formado en regiones que eran diferentes material y
socialmente, el noreste, el noroeste y el sur representaban, cada una de ellas, una formación
determinada de fuerzas sociales.
Con el fin de llegar a un acuerdo, los constitucionalistas convocan a una Soberana Convención
Revolucionaria en Aguascalientes en la que la brecha entre los diversos sectores se hizo
irreconciliable y se declaró en rebeldía a Carranza y sus seguidores. La autoridad de Carranza,
quien se retiró a Veracruz fue cuestionada por Villa y Zapata. Carranza se instala en Veracruz
porque era un lugar estratégico: tenía los ingresos de las aduanas y una salida para las exportaciones
que le proporcionarían dólares con los que importar armas y municiones de contrabando.
De esta manera, surgen entre los revolucionarios tres grupos: los villistas que ofrecían un programa
político y social poco definido; los zapatistas que mantenían los principios formulados en el Plan de
Ayala; y los carrancistas vinculados a la burguesía y deseosos de preservar los beneficios obtenidos
por los generales, empresarios y abogados adictos a Carranza.
En la Convención de Aguascalientes, en noviembre de 1914, se acordó el cese de Carranza como
jefe del ejército constitucionalista y de Villa como comandante de la División del Norte, así como el
nombramiento de Eulalio Gutiérrez como presidente provisional. Carranza se trasladó a Veracruz,
Gutiérrez llevó el gobierno a San Luis Potosí y la ciudad de México quedó en poder de Villa y
Zapata, cuya colaboración inicial terminó un mes más tarde con la salida de ambos de la capital y la
reanudación de las hostilidades. Carranza preparó la vuelta a la ofensiva y decretó la requisición de
casi todos los ferrocarriles del país, y los generales carrancistas abrieron un organismo, llamado
Comisión Reguladora del Comercio local, con el fin de controlar la distribución del abastecimiento
y fomentar el alistamiento en sus fuerzas. Obregón ocupó la ciudad de México y obtuvo préstamos
forzosos de la Iglesia, obligó a las grandes empresas comerciales a pagar impuestos especiales,
encarceló a clérigos y comerciantes recalcitrantes, obtuvo el apoyo de la Casa del Obrero y por
medio de ella reclutó trabajadores para formar batallones rojos. Wilson comunicó a Carranza y
Obregón que serían personalmente responsables de los sufrimientos causados a vidas o bienes
norteamericanos en Ciudad de México. Carranza consultó a su consejero jurídico y ordenó a
Obregón evacuar la capital, azotada por el hambre y la fiebre, y entonces los zapatistas y la
convención la reocuparon.
EEUU intentó mediar entre los grupos rebeldes pero no obtuvo respuesta. En 1915, los delegados
de EEUU, los países ABC, más Bolivia, Guatemala y Uruguay llamaron a una nueva convención
revolucionaria para concertar la formación de un gobierno provisional. Los generales villistas y
Villa aceptaron enseguida y lo mismo hicieron los zapatistas. Pero ninguno de los generales
carrancistas apareció. Después de un año de guerra regular entre los revolucionarios, el gobierno de
EEUU reconoció el gobierno de facto de Carranza, con esto redujeron a los villistas y zapatistas a la
condición de simples rebeldes. Al reconocer a Carranza, los EEUU cortan el flujo de armas que
pasaban a través de Texas y que iban a parar en las manos del ejército de Pancho Villa.

Venustiano Carranza (Octubre 1915-mayo 1917/junio 1920)


En 1915 Carranza quiere consolidar su poder enfrentándose a Pancho Villa quien no había perdido
nunca una batalla. Los hombres de Carranza al mando de Álvaro Obregón utilizaron técnicas
modernas de guerra, los campesinos de Villa se encontraron frente a trincheras, ametralladoras.
Villa envió a su ejército pero se vio derrotado y su ejército diezmado, se retiró a las colinas para
planificar su venganza contra los EEUU que lo habían abandonado. Y una vez vencido Villa,
73
Carranza puede volver a Ciudad de México y convoca a un Congreso Constituyente para reformar
la Constitución de 1857.
Villa, como parte de su plan de venganza, atacó en 1915 Nuevo México y mató a 16
norteamericanos. Además de venganza quería demostrar que Carranza no tenía el control de todo
México. De esta manera, pasó de ser el Robin Hood en EEUU a pedir su cabeza. Rl presidente
Wilson mandó un ejército para asesinarlo y demostrar, de esta manera, que nadie podía ingresar a
EEUU y hacer lo que él hizo, pero no pudieron encontrarlo. De esta manera, al vivir escapando de
los soldados estadounidenses, el poder de Villa se opacó. Carranza sólo necesitaba negociar con
Zapata para consolidar su poder y terminar con la revolución.
En 1916, Carranza convocó a un Congresos Constituyente que reforma la carta magna, y nace la
Constitución de 1917, a través de la cual se convocan a elecciones presidenciales, ganando
Carranza. Las principales reformas que posee esta constitución son sobre el artículo 3 (plantea la
educación laica y de carácter nacionalista), el artículo 27 (sobre la propiedad de la tierra) y el
artículo 123 (que tiene que ver con reformas de los sectores trabajadores y obreros). Surge un
gobierno constitucional, un nuevo estado mexicano, con un nuevo presidente Carranza que debería
ocupar su cargo hasta 1920.
Una de las cuestiones que debe afrontar el gobierno de Carranza es la cuestión de la
participación/neutralidad en la Primera Guerra Mundial. El congreso coincidió en que, para evitar
otra intervención norteamericana, debían seguir en política exterior la neutralidad en la guerra
europea, la estrategia consistiría en coquetear tanto con los Estados Unidos como con los alemanes.
Como dijimos con anterioridad, a Carranza sólo le quedaba pactar con Zapata para consolidar su
gobierno. Sin embargo, Zapata será engañado y emboscado. En 1919 Zapata acudió a una hacienda
para negociar una tregua con los federales de Carranza. Sin embargo, en las puertas de la hacienda
los federales dispararon y lo mataron. De esta manera, le quedaba a Carranza el camino libre para
gobernar en paz.
Durante su gobierno Carranza hará caso omiso a la Doctrina Monroe, aumentó impuestos a
compañías extranjeras, creó un Banco Central para mejor administración de las finanzas, devolvió
estancias expropiadas, aplastó revueltas campesinas. Los zapatistas y villistas protestaron en contra
del proteccionismo a los grandes hacendados y por su abuso del poder.
Al momento de la celebración de las elecciones de 1920, Carranza pretendió imponer a Ignacio
Bonillas, su embajador en EEUU. Obregón, que tanto había luchado por Carranza y los federales,
vio este gesto como una traición, ya que esperaba ser nombrado como candidato y decidió apartarse
de Carranza y presentarse como candidato. Mientras tanto en Sonora, aliados hasta ese momento de
Carranza, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles proclamaron el Plan de Agua Pietra que
desconocía al gobierno. De esta manera, por miedo a un golpe militar, Carranza decide abandonar
Ciudad de México y trasladar su gobierno a Veracruz. En el camino será emboscado y asesinado.
Obregón será electo en 1920 y llevará estabilidad a México. Su labor se orientó fundamentalmente a
los campesinos. A través de su ministro Vasconcelos construirá numerosas escuelas rurales, además
de entregar tierras a campesinos y otorgarles derechos hasta ese momento vedados.

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