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DE COLOR ROJO VIVO

Cruzaron las vías del ferrocarril por Olavarría y doblaron al sur, hacia
el lado del río, por Garibaldi. El padre llevaba el niñ o de la mano
mientras subían por la estrecha vereda de la callecita, al costado de las
vías.
La media mañ ana de otoñ o se extendía por el barrio con un rumor de
grandes y chicos, contra la escenografía borrosa de paredes inclinadas
y colores despintados.
A mitad de cuadra se detuvieron en la puerta de una casa de dos
plantas que ofrecía al sol su descolorido frente de chapa acanalada.
El hombre tocó el timbre y esperó . Se oyeron unos pasos por el pasillo
que, largo y estrecho, se perdía en un patio de macetas y ropa tendida.
- Buenos días, señ or Néstor –saludó la mujer mientras secaba sus
manos; una canilla aú n goteaba en la pileta de lavar-. El maestro los
esperaba. Suban.
La vieja escalera de madera trepaba hasta el primer piso y se extendía
hasta el frente de la casa. El hombre abrió la puerta y entró . Su hijo,
detrá s, miraba de reojo el pequeñ o mundo que estaba abajo.
El pintor los recibió en medio del amplio estudio con la mirada fija,
absorto aú n en el cuadro que reposaba en el caballete. Quedaron
inconclusas las ú ltimas pinceladas. Los colores aguardaban en la paleta
que sostenía en su mano izquierda.
- Hermano. Lo hice, lo hice…
- Bueno, Goyo, calmate. Vení, vamos atrá s y charlemos. Roberto,
sentate y esperanos acá .
El niñ o miró a su alrededor y tímidamente se acomodó en el borde de
una silla de paja, justo frente al caballete.
En la habitació n, sobre una mesa, se amontonaban los restos de la
cena anterior, junto con el mate y las galletitas de la mañ ana. De la
pileta que estaba en un rincó n sobresalían herramientas y cubiertos,
trapos y platos.
Roberto miró el cuadro y la mujer le devolvió la mirada con ojos
suplicantes. Pareció que extendía la mano, apenas esbozada en la tela,
como pidiendo ayuda desde la cama donde estaba recostada, la misma
que en un revoltijo de sá banas estaba detrá s del caballete.
En el piso, una mancha de color rojo vivo, que la madera y la tierra iban
oscureciendo marcaban un camino desde la pileta hasta el otro lado del
cuarto.
- Lo hice, hermano. Lo hice… Su cuello temblaba en mis manos
cuando lo corté –alcanzó a oír el niñ o en el murmullo de los dos
hombres.
- Bueno, Goyo, tranquilo. Ya pasó todo. Quedate tranquilo y hablá
en voz baja que el pibe puede oírte.
- No quería, pero tuve que hacerlo. No tenía má s remedio. Pronto
vendrá n a buscarla.
Roberto volvió a mirar el cuadro. Gruesas pinceladas dibujaban el
contorno de la mujer y su cuello era casi transparente.
Ahora, el timbre suena estridente. Luego de un silencio, pasos. La
puerta se abre y voces apagadas suben por la escalera.
- …de la seccional 33.
- Pase y espere un momento
Otro silencio, y luego los pasos de Doñ a Clotilde subiendo los primeros
peldañ os de la escalera.
- Maestro. Lo buscan … un policía.
El niñ o se pone de pie. Mira el cuadro por ú ltima vez y espera, mientras
los dos hombres vuelven a su lado. Calmos. Casi resignados. Entonces
se abre la puerta del estudio y entra la mujer diciendo:

Maestro, el policía está esperando. Dice que me dé la gallina para el


puchero. Que la va a llevar y después vendrá n a buscarlo para que vaya
con el señ or Néstor a comer a la cooperadora.

Rotsen Calude. (Santa Fe-1926).

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