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Notas sobre afrofuturismo y ciencia ficción Search… 

latinoamericana
FEBRERO 3, 2019 | IN LITERATURA | BY SONÁMBULA

DESTACADAS
*Luis Gusmán: “Mi política es la política
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de la lengua”

*Hernán Ronsino: “La herramienta


política está en el trabajo con el sentido”

*Morir mil veces: 10 lecturas para


abordar el femicidio en la literatura por
Dolores Reyes

*La historia vuelve, la historia se repite:


crónica de la movilización contra la
reforma previsional en el Congreso por
Leandro Alba

*Roberto Jacoby: La constelación de la


felicidad

Por Maielis González

¿Existen manifestaciones de arte afrofuturista en América latina? ¿El mestizaje característico de nuestra parte del continente propone
un camino distinto? ¿Qué vertientes de la ciencia ficción caribeña abordaron estas temáticas? Maielis González propone un recorrido RECIENTES

histórico y literario para introducirnos en el debate.


. A 40 años de Teatro Abierto, símbolo de la
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resistencia cultural frente a la dictadura
El 7 de noviembre de 2018 se celebraron en la fundación BilbaoArt del País Vasco español las “Jornadas de Artes Especulativas de la #UnaPelículaPorSemana: Sin título, de
Diáspora Africana”, en colaboración con el Black Speculative Arts Movement. El plato fuerte del evento fueron las intervenciones de los Verónica Pérez Arango
norteamericanos Sheree Renée Thomas, Reynaldo Anderson y Stacey Robinson, quienes vienen desarrollando un sostenido trabajo de La gente detrás de las ventanas
difusión de lo que ellos han denominado “Afrofuturismo 2.0”. Taller – El artefacto cuento en Hemingway
Voces de niñxs
En ese marco, la
conferencia de Anderson se orientó a sentar las bases teóricas del
fenómeno. El
afrofuturismo, término acuñado en 1994 por el crítico cultural Mark Dery para
referirse a las novelas de Octavia Butler y Samuel R. Delaney o a la plástica
de Jean-Michel MÁS LEÍDAS

Basquiat, ha venido sufriendo una reformulación por parte de


estudiosos, escritores y
artistas afrodescendientes para imaginar un porvenir
en el que África y “lo negro”
* Martin Kohan: “Glosa es la mejor novela
desempeñen un papel medular en la Historia. Esta
segunda ola afrofuturista cuenta con un
política de la literatura argentina”
importante número de exponentes (Nalo
Hopkinson, Nnedi Okorafor o Janelle Monae, por
solo mencionar unos pocos
ejemplos relevantes) y se caracteriza por su sesgo feminista y * Horacio González: “Hay que pensar

descolonial.
Busca rescatar figuras del pasado, relegadas por los discursos oficiales, como juntos a El Eternauta y a Operación

W.E.B. Du Bois, y dialogar con teóricos contemporáneos como bell hooks, que han
hecho Masacre”

importantes aportes a los discursos de la alteridad y la negritud. 


* Mauricio Kartun: “El viejo papo del
compromiso produjo mucha escritura
En este marco se me propuso
pensar cómo se relacionaría este afrofuturismo 2.0 con las
olvidable”
ficciones
especulativas escritas en Latinoamérica en lengua castellana. A continuación
algunas notas breves que espero sirvan como pórtico para futuros estudios. * Memorias de Cemento por Dolores
Reyes
El escenario latinoamericano
*No sea como alguna de estas diez
Lo primero que habría que
aclarar es que se cometería una imprecisión si habláramos de “afrofuturismo”
cuando analizamos la ciencia madres de mierda por Mariel Martínez
ficción escrita en Latinoamérica que en muchos
casos ha incluido aspectos de las culturas africanas. El término
“afrofuturismo” tiene
que ver con un fenómeno perteneciente a la literatura (de
género) norteamericana y como fenómeno responde a un proceso histórico y
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cultural que en América Latina aconteció de manera distinta a la del norte del
continente.

Este no es momento propicio


para detenernos en el análisis de las diferencias en los procesos de conquista
y colonización llevados
adelante por Inglaterra, por un lado, y de España,
Portugal y otras metrópolis que recibieron su tajada luego del “descubrimiento”
del
continente americano, por otro. Pero es sabido que mientras que desde el siglo
XVIII en Norteamérica se había logrado la
independencia de su corona inglesa,
ya entrado el siglo XIX países como Cuba aún poseían una condición de colonia
para con la
metrópolis española, y otros aún en nuestros días ostentan la
dudosa etiqueta de territorios de ultramar de alguna nación europea…
para no
mencionar el polémico caso de Puerto Rico.

Durante el siglo XIX se dio


un proceso en los Estados Unidos de Norteamérica que me parece muy
significativo para lo que luego
supondrá simbólicamente la ocurrencia de un
fenómeno como el afrofuturismo: me refiero al movimiento del “back to Africa”
y las
repatriaciones de ex esclavos. Para la cultura afronorteamericana, África
ha sido vista como un paraíso prometido, e intentos como
Liberia explican cómo
el sentimiento de ser una diáspora (en este caso una diáspora involuntaria
resultado de la esclavitud y la
colonización) ha calado hondo y todavía hoy se
mantiene en el imaginario popular de los afrodescendientes en aquel país.

En Latinoamérica no ocurrió
así. La colonización española tendió a una hibridación y a un mestizaje donde
lo europeo se mezcló con lo
africano, pero también con lo indígena. Esto
provocó una fragmentación de la sociedad en castas raciales que no estuvieron
exentas de
racismo y discriminación, de discursos del odio y violencia; pero el
sentimiento de comunión de una cultura negra separada de la
blanca, el anhelo
de regresar a una tierra de la que fueron arrancados, nunca se manifestó. Muy
por el contrario, según plantea
Fernando Ortiz (uno de los más importantes
filósofos y pensadores cubanos) en Los
factores humanos de la cubanidad:

Los negros debieron sentir, no con más intensidad pero quizás más pronto que los blancos, la emoción y la conciencia de la cubanía.
Fueron muy raros los casos de retorno de negros al África. El negro africano tuvo que perder muy pronto la esperanza de volver a sus
lares y en su nostalgia no pudo pensar en una repatriación, como retiro al acabar la vida. El blanco poblador, en cambio, aún antes de
arribar a Cuba ya pensaba en su regreso. Si vino, fue para regresar rico y quizás ennoblecido por gracia real. El mismo blanco criollo
tenía por sus padres y familiares conexiones con la Península y se sintió por mucho tiempo ligado a ellos como un español insular.
Ortiz investigó buena parte
de su vida los procesos de transculturación. El término, de hecho, es su mayor
contribución a la
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antropología cultural contemporánea y aparece en su libro de
1940, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Transculturación
remite a la recepción por parte de un pueblo o grupo social de formas de cultura
procedentes de otro, que terminan sustituyendo de un
modo más o menos completo
a las propias. En una conferencia de 1940, Ortiz pronunció la célebre frase “Cuba
es un ajiaco”,
sintetizando con esta metáfora la mezcla de razas y culturas que
la han conformado. El ajiaco es un plato criollo, una especie de sopa
que
contiene todo tipo de viandas, legumbres y carnes; una mezcla de ingredientes
disímiles, pero que una vez que conforman ese
sopón es imposible separarlos o
saborearlos independientemente.

Aunque esto parecería


corresponder intransferiblemente al caso cubano, toda América Latina comparte
esa cualidad mestiza, si bien la
Mayor de las Antillas constituye un caso
excepcional de hibridez. En relación con esto, Ortiz también consideró que podía
ser la
anticipación de una “deseable y futura desracialización de la
humanidad”.

De manera que en el sur del


continente, y especialmente en el Caribe, los tiros parecieron ir por otro
lado. Cuando aterricemos en
ejemplos concretos de literatura de especulación
científica con rasgos de las culturas africanas, se podrá ver que son
precisamente los
países del Caribe los que más se han preocupado en reflejar o
releer estos rasgos.

El mestizaje como marca identitaria

Un refrán muy popular y repetido en mi país es “aquí el que no tiene de congo, tiene de carabalí”, dicho con el que se busca recordar
que la presencia africana en nuestra cultura y nuestro ser es omnipresente, incluso cuando físicamente una persona pueda no presentar
rasgos africanos en su fisonomía. El debate sobre el mestizaje ha estado presente en la literatura y el pensamiento cubanos por mucho
tiempo, a tal punto que nuestra novela fundacional, Cecilia Valdés, escrita por Cirilo Villaverde en 1882, hace una radiografía de esta
división racial existente y del llamado proceso de blanqueamiento por el que una persona, aún teniendo antepasados negros, pudiera
“volverse” blanca.

Mucho más tarde, durante las


vanguardias del siglo XX, Nicolás Guillén (el poeta nacional
de Cuba) abrazaría
la bandera del mestizaje y aunque su obra comienza vinculada al
movimiento de
la poesía negra, en su continua evolución llega a proclamar que la suya no
puede ser otra cosa que una poesía mulata. Durante el siglo XX, en el Caribe se
sucedieron

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movimientos artístico-literarias en que intelectuales como los
martiniqueños Aimé Césaire,
Édouard Glissant y Frantz Fanon, el santaluciano
Derek Walcott o el haitiano René
Depestre realizaron su propia lectura sobre la
negritud y sobre el lugar que ellos, en tanto
negros o mestizos, ocupaban en
sus culturas.

Una vez más, la tendencia


no fue hacia la separación, hacia la creación de una nación negra
independiente, como ocurrió, por ejemplo, en los Estado Unidos con el proyecto
de la
Nación del Islam. Frantz Fanon, uno de los más influyentes pensadores del
siglo XX, cuyo
legado repercutió en los estudios poscoloniales, la teoría
crítica y el marxismo, diría en Piel
negra, máscaras blancas:

Yo soy un hombre y puedo recuperar todo el pasado del mundo. (…) De ninguna forma
debo deducir del pasado de los pueblos de color mi vocación original. De ninguna forma
debo dedicarme a hacer revivir una civilización negra injustamente olvidada. No me hago el
hombre de ningún pasado. (…) No es el mundo negro el que me dicta la conducta. Mi piel
negra no es depositaria de valores específicos. (…) ¿No tengo otra cosa que hacer sobre
esta tierra que vengar a los negros del siglo XVII? ¿Debo, sobre esta tierra, que ya trata de ocultarse, plantearme el problema de la
verdad negra? (…) No tengo derecho, yo, hombre de color, a anhelar la cristalización en el blanco de una culpabilización ante el pasado
de mi raza. No tengo derecho, yo, hombre de color, a preocuparme de los medios que me permitirían pisotear el orgullo del antiguo
amo. No tengo ni el derecho ni el deber de exigir reparación por mis ancestros domesticados. No hay misión negra; no hay carga
blanca. (…) No, yo no tengo derecho a venir y gritar mi odio al blanco. No tengo el deber de murmurar mi reconocimiento al blanco. He
aquí mi vida atrapada en el lazo de la existencia. He aquí mi libertad, que me remite a mí mismo. No, no tengo derecho a ser un negro.

Esto, por supuesto, no


quiere decir que no haya en el Caribe racismo y, a decir verdad, la postura de
Fanon, por radical, raya en el
idealismo. Pero es este, en mayor o menor
medida, el trasfondo ideológico-conceptual que facilita entender cómo se ha
aprovechado
el legado africano para realizar ficciones especulativas en el
Caribe.
No pretendo plantear con esto
una imposibilidad para que los escritores latinoamericanos conciban narraciones
afrofuturistas con los
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rasgos que esta segunda ola promueve: obras que hackeen
y aprovechen las redes globales de información, las neurociencias, los
aumentos
corporales, los géneros fluidos, la posibilidad posthumana, la esfera
especulativa para colocar a la cultura negra en un papel
activo en la Historia.
Pero, para que estas hipotéticas obras afrofuturistas latinoamericanas no sean
el resultado de una simple
imitación de un modelo estadounidense prestigioso,
como ha ocurrido ya en tantísimas ocasiones (¿se podría hablar aquí del peligro de
ocurrencia de un microproceso de
transculturación, incluso si la cultura que aparece como dominante es una minoría
discriminada en
su propio contexto?), estas obras tendrían que tomar en cuenta
los rasgos particulares de nuestra idiosincrasia, de nuestro devenir
histórico-cultural e incluir el concepto de mestizaje. Cabría preguntarse
entonces si los negros y mestizos latinoamericanos nos
sentimos diáspora o
parte de un “movimiento tecno-cultural Pan Africano”, como han expresado muchos
escritores y artistas
estadounidenses y africanos que se identifican con el
afrofuturismo.

Lo africano, sin lugar a


dudas, es una parte inalienable del ser caribeño y, últimamente, gracias a los
movimientos culturales
reivindicativos, se está comenzando a colocar en su justo
lugar el legado africano en países continentales como México o Perú, que han
tenido una más fuerte presencia del componente indígena descuidando la
importancia del legado identitario del continente negro.

CF caribeña: Ciberpunk y ucronías

Si bien la literatura fantástica o no mimética ha solido aprovechar la cosmogonía africana, sus rituales y sus panteones religiosos (y ahí
tenemos los casos paradigmáticos de El reino de este mundo de Alejo Carpentier o de Yo,Tituba, la bruja negra de Salem, de Maryse
Condé), el género de ciencia ficción también se ha valido de tal legado para realizar sus fabulaciones y extrapolaciones. Estas cobran
dos encarnaciones principales: el ciberpunk y la ucronía.

El ciberpunk en América Latina presenta características particulares. A los escritores que incursionaron e incursionan en este subgénero
les interesó más el costado “punk” que el “ciber”; la distopía postindustrial, las megalópolis atestadas, la división de la sociedad en
tribus urbanas, los personajes marginales que atentan contra el status quo del sistema. En algunas novelas incluso el ciberespacio
desaparece totalmente de la trama, como sucede en Al otro lado del muro hay carne fresca, del puertoriqueño Rafael Acevedo. Estas
peculiares aproximaciones al ciberpunk también se han caracterizado por hibridarse con la religión, la mística y la cosmogonía; ya sea
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africana o de las culturas que habitaban la región antes de la llegada de los europeos.

Uno de los casos más


paradigmáticos es el universo creado por el cubano Erick Mota, en
Habana Underguater, uno de los relatos
de su libro homónimo de 2010. Es su obra una
ucronía ciberpunk en que los rusos
ganaron la guerra fría y Estados Unidos se convirtió en
un desierto
radioactivo. La Habana, luego de un evento atmosférico que dejó sumergida
buena
parte de la ciudad, se encuentra dividida y controlada por clanes religiosos
(abakuás, santeros, babalawos y corporaciones 
protestantes y católicas). El peligro que se
vive en la ciudad no es muy
diferente al del ciberespacio, que es controlado por los orichas,
las deidades
de la religión yoruba que se han transmutado en una suerte de Inteligencias
Artificiales a las que hay que rendir culto y tributo para mantenerse con vida.

Se podría decir que Mota


inició una tendencia en Cuba en que mezclar la ciencia ficción con
las
religiones afrocubanas y las tradiciones que llegaron a nosotros a través de
los
antiguos esclavos se volvió popular. Más recientemente encontramos
escritores que han
continuado esta línea, como Erick Flores en algunos cuentos
de su libro En La Habana es
más difícil (2015) o Alejandro Rojas en su colección
de relatos Chunga Maya (2017).

Por otra parte, desde


República Dominicana el escritor Odilius Vlak ha realizado
reescrituras
ucrónicas de la historia de su país en clave de ciencia ficción, que implican
una
revisión y recolocación de símbolos y personajes de tradición africana…
fiestas de palos, ceibas, tambores, Papa Liborio, lowas y
orichas, desfilan
resemantizados por sus ficciones. En Crónicas Historiológicas (2017),
aprovecha las convenciones del género y las
mezcla con la cultura autóctona.

República Dominicana es un
país con una escasa tradición de literatura de ciencia ficción. Es sintomático
que Vlak se haya propuesto
servirse del género para ironizar cuestiones
identitarias. Sobre la identidad dominicana, caribeña y mestiza y sus contactos
con la
ciencia ficción y la cultura geek en general, igualmente tratan
dos libros del dominicano-estadounidense Junot Díaz: Los boys y La
breve
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y maravillosa vida de Óscar Wao, que le valiera el premio Pullitzer.
Aquí Díaz analiza cómo la esencia nerd de su personaje entra en
contradicción con un deber-ser dominicano; lo que resulta muy explicativo respecto
del prejuicio de que la literatura de ciencia ficción
es ajena a la cultura
caribeña o, en este caso, dominicana. Tenemos pues, que Odilius Vlak, desde el
propio interior del género, se ha
dedicado a derrumbar tal supuesto.

El cubano Víctor Hugo Pérez


Gallo con su novela Los endemoniados de Yaguarama propone una ucronía
con toques de steampunk en
la que Cuba se ha convertido en el país hegemónico
del mundo, no se conoce la energía nuclear y la utilización de combustibles
fósiles
es severamente castigada, así como la homosexualidad o el escupir en el
suelo. En este nuevo orden “ser mestizo” es el paradigma de
belleza y, de
hecho, los blancos son perseguidos y discriminados (algo similar ocurre en Opus Dos una de las primeras novelas de
la
argentina Angélica Gorodischer, en la que se revierten las relaciones de
poder luego de una catástrofe planetaria y los negros se
convierten en la raza dominante).
Esta reescritura retrofuturista le sirve a Víctor Hugo Pérez Gallo para poner
en entredicho cierta
verdades inamovibles sobre su historia patria y, como lo
hacía su homólogo dominicano, sobre la identidad nacional cubana.

De manera que el
aprovechamiento de la cultura africana en la ciencia ficción producida en
América Latina ha estado lejos de imaginar
sociedades utópicas en que los
negros puedan realizarse, alejados de la hegemonía blanca; y, de hecho, cuando
este tipo
especulaciones se han concretado, han poseído un matiz de advertencia
sobre lo pernicioso de los extremos. Imposibilitada una
separación cabal y
exenta de violencia, en una sociedad medularmente mestiza y heterogénea, la
herencia africana ha sido
aprovechada, sobre todo en los últimos tiempos, para
extrapolaciones similares a las realizadas con cualquier ciencia o rama del
conocimiento. Sin embargo, el matiz distópico sigue siendo el que prima en
estas obras en las que no existe un paraíso al que regresar
o una nueva tierra
por fundar y empezar la historia desde cero. Para quienes hemos vivido durante
tanto tiempo en el postapocalipsis
pareciera que lo primordial, ante todo, es
sobrevivir.
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