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10/1/2021 ¿Por qué perdimos el Paraíso?

: John Milton y el origen del mal | El vuelo de la lechuza

El vuelo de la lechuza
Filosofía, literatura, humanidades. Revista cultural de referencia

Inicio Director: Carlos Javier González Serrano Equipo de redacción

¿Por qué perdimos el Paraíso?: John Milton


y el origen del mal
virginia moratiel / 2 abril, 2019

A veces me pregunto cuántos


lectores, al igual que yo, habrán
llegado hasta El Paraíso
perdido  (1667) de John Milton
después de descubrir que este
texto representa una especie de
Biblia para el monstruo creado
por el Dr. Frankenstein, ese
Prometeo moderno inventado
por Mary Shelley, quien se
identi có a sí mismo con
Satanás, odió a su creador y
quiso vengarse de él por haberlo
hecho feo y deforme, arrojándolo
así a una inmerecida soledad. Es
evidente que el diálogo entre
Shelley y Milton está mediado
por el recelo de aquélla ante los
avances y peligros de los nuevos
desarrollos cientí cos o técnicos
que, por entonces, habían
entrometido su ansia de
experimentación en el ámbito de
la vida orgánica. A la luz de esta
cuestión puntual, que justamente
hoy vuelve a plantearse, resurgen los grandes problemas éticos y metafísicos sobre
qué es el mal, la libertad, la justicia y hasta qué punto el autor debería hacerse
responsable de las consecuencias de sus obras así como de la incontrolable
arbitrariedad de lo creado. Y con ellos, emerge también el reconocimiento de que el
anhelo fáustico no es sólo el fruto circunstancial de una determinada época de
hallazgos en las ciencias sino una condición esencial al hombre. Tal sed de in nitud
aspira a una libertad absoluta y pretende realizarse a través de un saber sin límites
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ni trabas, buscando la puri cación también mediante el pecado. Se trata de una


ascética del mal, que halla el goce en lo prohibido. Ésta es una de las posibles
interpretaciones que se desprende de la visión gnóstica implícita en el poema de
Milton, la que hace de Satán su verdadero protagonista y tuvo una enorme in uencia
en los escritores románticos. Antes que a ellos, sin embargo, fascinó a William
Blake, quien ilustró una edición de El Paraíso perdido. Según se dice, solía leer
ciertas escenas con su mujer, ambos desnudos en el jardín de su casa. Le inspiró
también El matrimonio entre el cielo y el in erno y, por supuesto, el extenso poema
titulado Milton, cuyo héroe es el propio poeta, quien vuelve del cielo y se une a Blake
en un viaje místico para corregir sus errores espirituales. Dicho recorrido permite
explorar la relación de los escritores vivos con sus antecesores muertos, de la
innovación con la tradición, a la vez que muestra la función de la intertextualidad
como una vía para el encuentro del yo mediante el otro. En este caso, la inspiración
se presenta de forma física, cuando Milton adquiere el aspecto de un cometa y
penetra en el cuerpo de Blake por su pie, aludiendo de esta manera al pentámetro
yámbico, el famoso metro usado por el maestro en su obra.

Considerado el poema épico más relevante de la literatura inglesa,  El Paraíso


perdido  empieza –como las epopeyas clásicas- con una invocación a las Musas y
utiliza el verso blanco, sin rima, atendiendo sólo a su ritmo. Di ere de ellas, porque,
a pesar de su clara tendencia narrativa, re ejada en la extensión de sus líneas, no
maneja el hexámetro sino versos con cinco pies cuya sílaba par está acentuada,
facilitándole su adaptación a la prosodia de la lengua inglesa. Milton no fue el
creador, aunque alcanzó una destreza asombrosa en su uso, siendo imitado después.
En realidad, el metro ya había sido empleado antes en piezas teatrales y sonetos por
Marlowe –autor de un Fausto– y por Shakespeare. Pero, precisamente, el hecho de
que procediera de la poesía dramática, donde existe el diálogo –por cierto, igual que
en El Paraíso perdido–, y de la lírica, donde se acentúa la individualidad, convertía la
obra en pionera de un nuevo estilo literario. La epopeya había sido hasta entonces
un poema objetivo y absoluto que subordinaba las acciones de los héroes a una
lógica colectiva, a un pueblo. Aquí, en cambio, el poeta se interponía con sus
opiniones y, aunque el marco fuera absoluto por su carácter mítico, el tema principal
era la desobediencia, el apartarse de la norma común a todos, donde justamente
reside el núcleo del pecado. Las constantes desviaciones métricas en las que
incurría Milton mediante cesuras y contracciones respondían también a una visión
peculiar del universo, la de que lo perfecto, en cuanto totalidad acabada, incluye de
forma necesaria a lo defectuoso, esto es, al error y la equivocación. Por esta razón,
algunos ilustrados alemanes rechazaron traducir el poema sintiéndose incapaces de
reproducir en su idioma los matices del original.

El Paraíso perdido  pinta un grandioso cuadro que justi ca la creación del mundo a
través de un doble descenso. Por una parte, describe la caída del más bello de los
ángeles, Lucifer, quien es arrojado del Cielo a las profundidades abisales por
rebelarse contra Dios y oponerse a él con una hueste de espíritus leales que lo
apoyaron en su intento de hacerse con el poder divino. Convertido en Satanás,
herido en su orgullo y tramando una venganza sin n, reina sobre los demonios en
un mar de fuego, en permanente incandescencia pero oscuro, ya que, para él,
“reinar es digno de ambición aunque sea en el in erno”. Y, por otra parte, narra la
expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, por quebrantar la prohibición divina
de comer el fruto del árbol de la ciencia. Como resultado, la pareja es abandonada a
su suerte en un mundo desértico donde anidan la ruina, la nitud y el pecado. Es
evidente que el desacato, la transgresión de un orden determinado, provoca en
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ambos casos el castigo


divino. Esto signi ca que el
mal nunca es absoluto sino
relativo. Radica en la
libertad, en la capacidad
para deshacerse de un
mandato injusto, como el de
este dios despótico, que –a
los ojos del diablo– se
enviste de una autoridad
irracional, incapaz de
aceptar los deseos ajenos y
de compartir el poder:

“ Dime, desde luego, ya que ni el cielo ni la profunda extensión del


in erno ocultan nada a tu vista; di cuál fue la causa que obligó a
nuestros primeros padres, tan felices en su estado y tan favorecidos por
el Cielo, a separarse de su Creador, a transgredir su única prohibición
cuando eran soberanos del resto del mundo. ¿Quién los indujo a tan
vergonzosa rebelión? La Serpiente infernal, cuya malicia, animada por
la envidia y por la venganza, engañó a la madre del género humano. Su
orgullo la había precipitado desde el cielo con todo su ejército de
espíritus rebeldes, con cuya ayuda aspiraba a sobrepujar en gloria a sus
semejantes, lisonjeándose de igualarse al Altísimo, si el Altísimo se le
oponía. Dominado aquel espíritu por este ambicioso proyecto contra el
trono y la monarquía de Dios, suscitó en el cielo una guerra impía y un
combate temerario; más sus esfuerzos fueron vanos.

El eslabón de unión en esta cadena de descensos es Satanás, el príncipe de las


tinieblas, quien, tras la derrota de su ejército, decide reagruparlo y hacer un
cónclave, donde rechaza la propuesta de otros demonios, quienes, cegados por una
irrefrenable sed de represalia, pretenden continuar la guerra con un ataque frontal.
Ante estos seres malignos, inclinados al vicio por el vicio o por su propia estupidez,
vence la oratoria del ángel traidor, quien estima que, debido a la inmortalidad de los
contendientes, el número de enfrentamientos se perdería en lo in nito. A partir de
este momento, se pondrá en evidencia el carácter ambiguo de la palabra, que puede
servir de instrumento para la creación o ser la principal arma diabólica, medio de
comunicación y de engaño, de verdad y de mentira a la vez. Como dice Milton, “la

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elocuencia encanta al alma así como la música a los sentidos”, por eso constituye la
fuerza más e caz para doblegar la voluntad. Sin titubeos, todos se ponen de acuerdo,
mientras el poeta interviene para acotar:


¡Vergüenza para los hombres! El demonio se unió al demonio
condenado en una rme concordia, y los hombres, únicas criaturas
racionales de todas las creadas, no pueden entenderse. A pesar de
esperar en la gracia divina, a pesar de que Dios proclama la paz, viven
alimentando entre ellos el odio, la enemistad y las querellas.

La astucia y la osadía de Satanás lo deciden a combatir contra Dios en solitario y por


la espalda, a través de unos nuevos seres que acaba de crear rodeándolos de un
ambiente de felicidad. Se trata, pues, de estropear la obra divina. Así es como
despliega sus alas de poderoso Titán y, después de atravesar el in erno en un viaje
espeluznante, vuela hasta salir del abismo. Al amparo de la noche y la confusión del
caos, trepa por las murallas del mundo celestial y consigue retornar a él. Convertido
en querubín adolescente, embauca al arcángel Uriel para que le indique el lugar
donde se encuentra Adán y, encarnando primero en un sapo, luego en una serpiente,
persigue a Eva con toda clase de argucias y halagos, hasta tentar su vanidad y lograr
que coma la fruta vedada. Provoca así el descarrío de la nueva criatura, porque Adán,
temeroso de perder a Eva, la sigue en su crimen, “locamente derrotado por el
encanto de una mujer”. Perdida la inocencia, nace la vergüenza y la ira entre los
padres del género humano, transformándose en enemigos que tendrán que convivir
en la mutua descon anza, mientras los dos vástagos de Satán se apoderan de la
Tierra: la muerte y la culpa, su incestuosa madre, quien se regocija de la catástrofe
nal:

“ Aliméntate desde luego con esas hierbas, esos frutos y esas ores, y
luego, con cada bruto, pez o ave, que no son manjares despreciables.
Devora sin tasa las cosas que vaya segando la guadaña del Tiempo,
hasta el día en que, después de haber residido yo en el hombre y en su
raza, después de haber contaminado sus pensamientos, sus miradas,
sus palabras, sus acciones, te lo haya preparado y sazonado para ser tu
última y más sabrosa presa.

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Antes de hacer efectivo el exilio de la pareja, el creador les revela por intermedio de
un mensajero angélico cuál será el cruel destino que espera a su descendencia. Les
anuncia toda clase de males, pero también la futura rehabilitación gracias a su Hijo,
ofreciéndoles la esperanza de reconquistar la mansión de los bienaventurados. De
inmediato, Adán reclama ante esta condena, que hace nacer la historia humana de
un acto maldito, porque le parece una injusticia inexplicable y se pregunta si para
esto fue creado.

Sin embargo, la postura del dios que todo lo puede y todo lo sabe ha quedado ya
ampliamente justi cada. Él no es responsable de la caída, aunque tal vez habría que
preguntarse por qué toleró algo que sabía que iba a suceder:

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Creados de este modo, como debía ser, no pueden acusar justamente a
su Creador, a su naturaleza o a su destino, como si la predestinación,
dominando su voluntad, dispusiera de ella por un decreto absoluto o
por una presciencia suprema. Ellos mismos han decretado su propia
rebelión, no yo; y si bien la preví, mi presencia no ha ejercido ninguna
in uencia sobre la falta que, aunque no hubiera sido prevista, no dejaría
por eso de ser menos cierta. Así es que pecan sin la menor excitación,
sin la menor sombra de destino o de otra cualquier cosa
inmutablemente prevista por mí, siendo autores de todo por sí mismos,
así en lo que juzgan como en lo que escogen; porque de este modo los
he creado libres; y en libertad deben continuar hasta que ellos mismos
se encadenen. De otra suerte, me sería preciso cambiar su naturaleza,
revocar el alto decreto irrevocable, terreno, que ordenó su libertad.
Ellos solos han ordenado su caída.

La causa de la caída se encuentra en la libertad concreta de las criaturas, cuya


voluntad no puede dirigirse sólo hacia el bien, ya que eso las convertiría en juguetes
del destino o en autómatas movidos por un mecanismo necesario. La libertad
auténtica es indeterminación, que se desenvuelve en un mundo donde existe
también el mal, lo cual hace posible elegir entre distintas opciones. Se realiza, pues,
como libre albedrío. Aún más, la verdadera libertad es reconocida cuando alguien se
aparta del camino adecuado e intenta subvertir el orden establecido. Comienza
realmente cuando se comete un error y uno se separa de la ley común a todos,
dudando de ella, exponiéndola al análisis del entendimiento y desa ándola. El
origen del pecado parece hallarse en la aparición de la inteligencia. Paradójicamente,
es la propia perfección humana lo que conduce a la condena, porque tener
conocimiento de algo supone distinguirlo recortándolo de lo que no es. Dicho de otro
modo, sólo se puede pensar por uno mismo en la oposición, eligiendo racionalmente
en la encrucijada de caminos divergentes. Como dice Milton, “la libertad es razón” y
“la razón  es elección”. La perversión de la pareja primigenia por parte de Satanás
produjo la mezcla en el mundo humano de dos instancias opuestas, el cielo y el
in erno, que, al nal y al cabo, nacieron de un mismo dios. Eso permitió que “la
razón y la inteligencia puedan tener la oportunidad de ejercitarse eligiendo las cosas
que son buenas”. Educarse para saber a través de una práctica repetida y también,
para actuar correctamente, porque el mal no se hace -según pensaba Sócrates-
únicamente por ignorancia. De hecho, El Paraíso perdido muestra que lo demoníaco
surge a sabiendas desde la obstinación, por la falta de arrepentimiento y el placer
de persistir con toda conciencia en las malas acciones. En tal sentido, supone la
lucha entre la voluntad del yo y del mundo, entre el egoísmo y la solidaridad, entre la
pasión y la razón.

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El mal en cualquiera de sus matices físicos y espirituales, como carencia,


destrucción, dolor, falsedad, mentira o frustración, tiene una doble cara. Por su
crueldad, los hechos malé cos asustan y paralizan, pero poseen también una
función prometeica, dado que potencian la creatividad ante acciones venideras. Para
Milton –igual que para otros pensadores cristianos como san Agustín, Lessing,
Herder o Fichte–estos acontecimientos tienen, sobre todo, un valor pedagógico. Son
lecciones de las que se puede sacar provecho en el futuro, porque permiten
reaccionar de una manera distinta ante situaciones parecidas, ayudan a comprender
el error y a evitarlo, elevando a un nivel superior de moralidad. De este modo, el mal
se neutraliza, hace surgir el bien y conduce hacia él, gracias al perdón y la redención
de todos los desastres históricos. Sin el mal, no habría salvación. Por eso, a los
expulsados sólo se les aconseja la templanza: hacerlo todo, pero en su medida,
manteniendo un equilibrio.

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¡Oh bondad in nita, bondad inmensa que del mal hará salir todo este
bien y cambiará en bien el mal! ¡Maravilla mucho más grande que la
que en el principio de la Creación hizo salir la luz de las tinieblas! Estoy
lleno de dudas, no sé si debo  arrepentirme ahora del pecado que he
cometido y ocasionado o alegrarme más bien de él, pues será causa de
un bien mayor.

A pesar de que El Paraíso perdido ofrece potentes imágenes y conmovedoras


descripciones de los más diversos lugares del universo, desde las prisiones del
Averno hasta las bóvedas transparentes de la ciudad celestial, es decisivo
comprender que se trata de un relato mítico, donde se dibuja una topografía del
alma, un paisaje interior. El cielo y el in erno, por tanto, son estados psicológicos. Y
así lo advierte Milton desde el comienzo mismo del poema:

“ El espíritu lleva en sí mismo su propia morada y puede en sí mismo


hacer un cielo del in erno o un in erno del cielo.

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También es importante no olvidar que, aunque esta visión afecte a la esencia del ser
humano depende en gran medida del entorno social en el cual surgió y de las
experiencias vividas por su autor. A cualquiera que lea  El Paraíso   perdido  le
resultará evidente que Milton despliega en la obra una aberrante misoginia. Hace de
Eva un ser super cial y cómodo, pendiente de su propia belleza, quien, a pesar de su
ingenuidad, sabe manipular a Adán con sus encantos físicos y, al nal, trae todas las
desgracias al mundo. Obviamente, Milton confraterniza con la concepción patriarcal
propia de su época, arraigada tanto en el pensamiento judío como en el griego, por
ejemplo, en el mito de Pandora. Pero a esta consideración despectiva, además, lo
llevan sus propias experiencias personales. Su primera esposa, una joven de
diecisiete años, lo abandonó poco después de la boda debido a su mal carácter y
regresó pasado bastante tiempo con el n de rehacer su matrimonio, lo cual Milton
aceptó. Una vez que quedó viudo, se casó otras dos veces, siempre con mujeres
mucho más jóvenes, para disgusto de sus hijas, quienes debían tener una edad
cercana a la de la última esposa y se encontraban bajo su estricto dominio. En el
momento en que quedó ciego, probablemente debido a un glaucoma, les enseñó a
pronunciar el griego clásico y las obligaba a leerle los textos aún sin entender su
contenido. Por supuesto, ellas transcribieron El Paraíso perdido  y las obras
posteriores al dictado de su padre.

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Sin embargo, en contraste con esta actitud familiar despótica, a nadie que lea El
Paraíso perdido se le pasará por alto que contiene una fuerte carga subversiva. Y no
sólo a resultas de la concepción sobre el mal y la libertad, la herejía arriana y la
heterodoxia al describir ángeles que comen y tienen sexo como los humanos. La
obra contiene una clara crítica política porque, además de ser amigo del teólogo
disidente Roger Williams, Milton fue un republicano militante, que desempeñó el
cargo de Ministro con Oliver Cromwell y terminó encarcelado por sus ideas. En su
libro, el poeta detalla una y otra vez las jerarquías celestiales e infernales como una
forma de arremeter contra ellas. Y se burla del lenguaje corrupto de la política
basado en la hipocresía, la lisonja y la mentira. Según él, Dios es un monarca o –
mejor dicho– un tirano, Satanás se identi ca con Leviatán y Belcebú se asemeja a
una “columna del Estado”, a un rey arrogante y severo. Por último, si estos indicios
aún fueran pocos, no está de más recordar que Milton gura entre los acérrimos
defensores de la libertad de expresión con su Areopagítica, el pan eto dirigido al
Parlamento inglés tras el intento de censura de sus Tratados sobre el divorcio.

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2 abril, 2019 en Filosofía, Literatura. Etiquetas:Clásicos, Dios, El Paraíso perdido, Filosofía,


John Milton, libros, Literatura, Pensamiento, Satán, Teología, Virginia Moratiel

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15 comentarios en “¿Por qué perdimos el Paraíso?: John


Milton y el origen del mal”

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Anónimo 3 abril, 2019 a las 00:43

La moral heterónoma propuesta por las religiones no logra conciliar ni resolver la


divergencia entre la construcción losó ca cognitiva y el reconocimiento de las
circunstancias siempre cambiantes de la vida diaria, lo contingente. Una
aproximación al respecto se logra con una comprensión apropiada de las
contingencias y de las personas involucradas en ellas, mediadas por las
herramientas intelectuales que cada uno de los actores comprendan y actúen. En
una sociedad heterogénea es lógico comprobar la di cultad que comporta un juicio
moral único para cada experiencia en donde no encontremos.

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Responder

Jose Luis Ramos Saavedra 3 abril, 2019 a las 11:25

No empezaré con elogios sobre su artículo que o se quedarían cortos o podrían ser
desmesurados, quizá igualmente inútiles. Mitos y símbolos que, tal como usted los
interpreta, más parecen un mapa o gps de la psique humana, como señala usted.

Me llama la atención una especie de ambigüedad sobre el papel del mal y, por tanto,
del sufrimiento. Da la impresión que uno no sabe con quién está Milton, con Dios o
con …Y el misterio sigue: qué es, si existe, la libertad y cuál es su misión en todo el
drama cósmico-humano. Qué es el mal, cuya existencia parece innegable, y también
si tiene algún sentido. Las teologías occidentales, cristianas, judías o musulmanas,
parecen un laberinto incomprensible y sin salida, frente a las concepciones, a mi
parecer, más claras o menos contradictorias, de los Upanishads o, incluso, del
budismo.

Cuando se re ere a que el mal no es sólo ignorancia, a pesar de Sócrates y, quizá, del
Jesús que, en la cruz, al parecer, dijo “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Ese mal que parece a sabiendas, recuerda al mal del psicópata, que no parece
ignorante de lo que hace, al menos para cierto nivel de conciencia.

Interesante las referencias históricas y biográ cas a la vida de Milton, el Dante


inglés.

Resulta delicioso e inquietante, casi angustiante, leer su clarividencia sobre un texto


tan difícil y oscuro. Parece estar uno leyendo lo que pasa cada día y lo que cuentan
los medios, incluso con deformaciones. Por eso digo inquietante y angustiante,
porque los mitos y símbolos no se desgastan, porque los humanos parecemos
seguirlos al pie de la letra.

Bueno, me rindo, debo repetir lo que dije en otro largo comentario anterior. Al leer
su artículo, uno parece que estuviera leyendo una profecía. Ahora me re ero, a la
sensación que tengo al leer de que va contestando y anticipando respuestas a las
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preguntas que se van suscitando, como si supiera las preguntas que el lector se va
formulando.

Siento haber escrito tanto.

Gracias.

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Responder

virginia moratiel 4 abril, 2019 a las 00:50

Una obra es grande porque construye un mito que perdura en el tiempo y sirve
para explicar otras circunstancias y otras épocas. Éste es el caso del Satán de
Milton. Por eso, usted lo encuentra parecido a los psicópatas, tan frecuentes hoy
en día y lamentablemente tan celebrados. Muchas gracias por compartir sus
impresiones de la lectura! Me ha encantado lo de la profecía. Al leerlo, sentí que
había logrado lo que pretendía.

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Responder

kalidoscorpio 4 abril, 2019 a las 11:45

Si aceptamos la empatía ante el dolor (todo dolor, no solo el “buen” dolor) de


otros como un valor universal del “bien”, quizá el “mal” siempre necesite de
“ignorancia”. Y la ignorancia puede serlo no solo ante hechos y acontecimientos,
sino también ante emociones y estados del otro. La diferencia entonces no sería
si se posee o no esa ignorancia, sino si esa ignorancia es de alguna manera
“voluntaria” (decido no tener en cuenta algunas cosas para facilitar y justi car
mis acciones y comprensión del mundo), o se corresponde más bien con una
“incapacidad” total, parcial, o temporal para comprender a otros.

En ese sentido, los psicópatas más patológicos parecen tener más una
incapacidad que una decisión tomada al respecto. Aún así, puede que estamos
rodeados últimamente de otro tipo de psicópatas, que lo que poseen es una
voluntad de no querer saber, o no comprender a otros, para así poder andar su
camino con menos complicaciones. Esto implica tratar de mantener en una
ignorancia, esta vez real o más involuntaria, a otras personas para no verse
como unos monstruos solitarios. Así suelen surgir los monstruos, tras una
pregunta dicotómica: ¿Yo, o el otro? . Así lo planteó Dios, y así respondió Satán al
rebelarse. Así impuso las condiciones Dios, y así se rebelaron, inteligencia,
libertad y satán mediante, esos “primeros humanos”. Lo difícil es que a veces

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puede que sea necesario realmente convertirse en “monstruos” para poder ser
libres.

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Jose Luis Ramos Saavedra 5 abril, 2019 a las 15:20

Interesante. Llevaba escrito un comentario no pequeño sobre lo que ha


escrito usted pero, al intentar comprobar algo de lo dicho por usted, se ha
extraviado. Quizá o no era relevante o a veces es mejor callarse, porque,
como decía alguien, si no vas ha mejorar el silencio no hagas música.
De todo lo que se borrado, sólo quiero rescatar que Ignorancia y Mala
Voluntad no son incompatibles, aunque no se confundan del todo. Que el
ser humano tenga que cumplir la misión de Prometeo, ¿rebelándose o
“autorevelándose”?

Que no soy experto ni en psiquiatría ni en psicología. No sé si los psicópatas


deben ser considerados enfermos o criminales, o las dos cosas. Entiendo lo
que dice sobre esa incapacidad para sentir con el otro, aunque se crea saber
lo que el otro siente, como parece que ocurre con al menos algunos
psicópatas. Al parecer, pueden entender las emociones de los otros, por eso
los pueden manipular; pero son incapaces, al parecer, de compartir esas
emociones, ese sufrimiento del otro. Es como si sólo les quedara una
inteligencia fría de las emociones del otro, pero ignoraran o no quisieran o
no pudieran sentir el dolor del otro.
No soy experto ni sé si con juicios morales se resuelven esos problemas.
Suele creerse que el psicópata es padece una “locura moral”.
Me abstengo de sentenciar. Pero ni quisiera ser uno de ellos ni que nadie
sufriera por ellos. En cambio, estudiar por qué surgen este tipo de
personalidades y si se puede descubrir medios para no surjan creo que
ahorraría sufrimientos. No sé ni siquiera si el psicópata es capaz de sufrir.
¿Por qué se coló esta gura del psicópata o del monstruo en el comentario
sobre el Satán de Milton? Creo que porque a mí me da más miedo el mal de
alguien que, al parecer, es incapaz de sentir que el mal que causa un
apasionado ignorante (crimen pasional) . No sé.
Su comentario me hace re exionar mucho más. Gracias.

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Jose Luis Ramos Saavedra 5 abril, 2019 a las 15:28

He cometido dos faltas, una de ortografía, una a que debe ir sin h, y la he


escrito con h. Y otra gramatical, no poner la forma auxiliar al tiempo

https://elvuelodelalechuza.com/2019/04/02/por-que-perdimos-el-paraiso-john-milton-y-el-origen-del-mal/?fbclid=IwAR09n1I0prw7M6uRHh3hr0… 13/19
10/1/2021 ¿Por qué perdimos el Paraíso?: John Milton y el origen del mal | El vuelo de la lechuza

perfecto compuesto. Por no revisar lo escrito. Disculpen.

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kalidoscorpio 6 abril, 2019 a las 11:33

Estoy de acuerdo con el deseo de tratar de evitar que se forjen y extiendan


personalidades como las que hablamos, y también de intentar averiguar su
origen. Si me gustaría que en ese esfuerzo se valorara la subjetividad de
cada caso, que puede esconder más humanidad de la que a priori pareciera,
sin tratar de establecer absolutos universales como “remedios”.

Supongo que lo que más miedo nos da es “no saber”. La ausencia de


expectativas sobre qué puede hacer alguien y por qué puede hacerlo. Por
eso esas guras nos aterran más, y las vinculamos con “el mal”. Pero quizá
el desconocimiento está de nuestro lado y ahí es donde reside nuestro
miedo. Puede que las “puertas” que hayan abierto esas personas nos sean
incognoscibles o inaccesibles a nosotros, y no podamos comprenderlos, al
menos de momento.

Un saludo!

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julioaguilarweb 3 abril, 2019 a las 14:38

Buenas tardes,
No se preocupe por la extensión de su Comentario, y menos aún por si ella le da
calabazas, es decir, por si no le responde, siquiera fuere con un mínimo ME GUSTA.
Hay gente muy ocupada, y no todos son traperos del tiempo, como lo fue Gregorio
Marañón.
Yo aún no me siento con capacidad para comentar o señalar con un ME GUSTA este
artículo, sobretodo porque soy consciente de que mi conocimiento de Milton es
fragmentario.
Que tenga un fructífero resto de jornada.

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virginia moratiel 4 abril, 2019 a las 00:34

https://elvuelodelalechuza.com/2019/04/02/por-que-perdimos-el-paraiso-john-milton-y-el-origen-del-mal/?fbclid=IwAR09n1I0prw7M6uRHh3hr0… 14/19
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Gracias por comentar!

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julioaguilarweb 5 abril, 2019 a las 16:48

Buenas tardes, Virginia,


He sentido cierto pesar al releer mi Comentario de la tarde del día 3. Por razones
familiares estoy de noche más horas despierto que dormido, y luego durante el
día medio dormido, así que a veces no me expreso con claridad.
Mi Comentario surgió espontáneo al ver que el señor Ramos había realizado
uno casi tan largo como un artículo periodístico. Pero veo que podría
entenderse no sólo de forma distinta, sino opuesta a mi intención. El hecho es
que considero correcto que la gente muy ocupada no responda, pues el día tiene
las mismas horas para todos. No hay ironía alguna. Yo mismo, a blogueras con
muchísimos seguidores, les pido que no me respondan y se dediquen a lo suyo,
excepto si les formulo alguna pregunta.
Además, para empeorar el asunto, empleé la expresión “dar calabazas”. Fue
porque hacía años que no la oía, pero esa misma mañana la escuché en un
programa de TV y me vino a la mente. También sobra la alusión a Marañón.
En n, un artículo de Vd., “El nacimiento de la lírica: la hermosa Safo” fue mi
primera lectura lechucera y mi primer Me Gusta. A partir de ahí entré en
relación por correo con el director y comenzó mi participación.
Saludos cordiales
PD.- Este Comentario, por supuesto, no requiere Respuesta.

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nomecreocasinada 3 abril, 2019 a las 16:35

Intenso…felicidades!!!!

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virginia moratiel 4 abril, 2019 a las 00:33

Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado.

https://elvuelodelalechuza.com/2019/04/02/por-que-perdimos-el-paraiso-john-milton-y-el-origen-del-mal/?fbclid=IwAR09n1I0prw7M6uRHh3hr0… 15/19
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Papel 3 abril, 2019 a las 17:45

Lo perdimos por la sencilla razón que si no lo pensamos no existe. Y como cada uno
no esta dispuesto a que le dibujen su paraíso. Entonces no los dibujan como se lo
piensa otro. Y cada cual se lo piensa a su manera. Pues si otro se lo piensa no existe.

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virginia moratiel 4 abril, 2019 a las 00:32

Bueno, si he entendido bien el galimatías, lo que en de nitiva usted quiere decir


es que no hemos perdido el paraíso, porque sólo se pierde lo que se ha tenido y
no es el caso. Gracias por comentar!

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juliocarreras 4 enero, 2021 a las 15:21

Excelente artículo. Felicitaciones. Y muchas gracias.

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