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Orar Finkler
Orar Finkler
Pedro Finkler
Orar
(Capítulo 11 de su libro "Buscad al Señor con alegría)
Orar
1. Necesidad de orar.
2. Orar es natural.
3. Aprender a orar.
4. Saber rezar.
5. Orar es ser auténtico.
6. El hombre de oración.
7. Orar y contemplar.
8. Orar con satisfacción.
9. Orar siempre.
1. Necesidad de orar
El cristiano y, sobre todo, el religioso son personas que oran. Hasta tal punto es
verdadera esta afirmación que el cristiano y el religioso no son tales si no oran.
Para ellos el rezar es como el respirar para la vida orgánica. La persona que no
respira no tiene vida. El cristiano y el religioso que no oran no tienen vida
espiritual. Tienen vida biológica, como el animal y la planta. Pero espiritualmente
están muertos.
Orar o estar en relación familiar con Dios es una necesidad natural del hombre.
Es una manifestación espontánea de la "ley que el Creador puso en el corazón
del hombre". Dios habita en el corazón del hombre. El hombre atento a sí mismo
no puede dejar de entrar en contacto con su misterioso huésped. La experiencia
de este encuentro con él en lo más íntimo de uno mismo es decisiva. Constituye
un marco histórico en la encrucijada de la vida. Después de esa experiencia,
todo cambia. Sin ese descubrimiento casi fulminante es difícil aprender a orar a
gusto.
Los misterios más profundos del arte de orar no están en las lucubraciones
filosóficas, psicológicas, teológicas, metafísicas o metodológicas... Están en las
cuerdas más finas y sensibles del fondo del corazón. Todos los hombres saben
orar, del mismo modo que todos saben amar. Estrictamente hablando, no se
aprende a orar; lo mismo que tampoco se aprende a amar, a llorar, a reír. Esa
capacidad es innata, como un instinto o como cualquier otra predisposición.
Para que se haga realidad basta con descubrirla y empezar a ejercitarla. Pero
no se trata de un ejercicio como aquel que se realiza para el aprendizaje de una
técnica. Este ejercicio consiste fundamentalmente en la imitación de los gestos
de aquel que enseña la técnica. Orar es como amar. El que ama siempre
encuentra las palabras y los gestos para expresar sus sentimientos. No los copia
de nadie. El amor se define y se perfecciona en la medida en que consigue
expresarse adecuadamente.
3. Aprender a orar
Hoy existen muchas iniciativas para descubrir métodos que faciliten este
aprendizaje. Una contribución importante para el descubrimiento de este camino
es el que nos ofrecen las ciencias humanistas, especialmente la psicología, la
antropología, la sociología y las antiquísimas prácticas de la espiritualidad
pagana de Oriente. Sin la ayuda de esos conocimientos científicos, la mayor
parte de las personas encontrará dificultades para encontrar el camino del
redescubrimiento de la comunicación directa, inmediata, simple y espontánea
con Dios. Se trata de una conquista lenta, que exige mucho ejercicio.
1) La falta de fe sencilla, auténtica, del niño, que cree lo que el padre y la madre
le dicen, incluso cuando no puede comprender. Cree por la sencilla razón de que
sus padres lo aman y que por eso le dicen siempre la verdad. No pueden
engañarlo. Cuando descubrimos que Dios es un padre que nos ama
infinitamente, no tenemos ninguna dificultad en aceptar con sencillez toda la
revelación bíblica, porque el Padre lo dijo y no puede engañar al hijo. Sin esta
actitud de fe sencilla no es posible recorrer un verdadero camino de oración.
Cuando el Señor nos advirtió que solamente los niños y quienes se parecen a
ellos pueden entrar en su reino, señaló esa maravillosa capacidad que tienen los
niños para dejarse guiar por el instinto hacia el descubrimiento del mundo y de la
vida. Para poder vivir, el niño sigue los impulsos espontáneos de su naturaleza.
Así es como descubre lo que es respirar, comer y beber, andar, luchar, etc.
Aprende sin conocer la teoría de esos aprendizajes. Pues bien, la oración se
aprende de manera semejante. Basta con no reprimir ni sofocar el impulso
natural para que se manifieste. Pero para ello es necesario volver a ser un poco
como éramos de niños: sencillos, puros, libres, espontáneos, auténticos,
expresivos, humildes, verdaderos...
Santa Teresa nos advierte que no hemos de dejarnos vencer por las dificultades
iniciales en el esfuerzo de aprender a rezar: "Por esto y por otras muchas cosas
avisé yo en el primer modo de oración... que es gran negación comenzar las
almas oración comenzándose a desasir de todo género de contentos y entrar
determinadas a sólo ayudar a llevar la cruz a Cristo" La misma santa indica
también el modo de dar los primeros pasos en el aprendizaje de la oración:
"Como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo
dentro de mí y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes en donde le veía
más solo; parecíame a mi que, estando solo y afligido, como persona necesitada
me había de admitir a mi. De estas simplicidades tenía muchas... Comencé a
tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacia no
dejar esto como el no dejar de santiguarme para dormir".
Básicamente existen dos modos de comunicar con Dios: orar y contemplar. Los
dos favorecen la unión con él. Hay personas que alcanzan un elevado grado de
unión con Dios por medio de oraciones devotas hechas con profunda fe y con
mucho amor. Otras, sin embargo, sólo consiguen semejante resultado espiritual
por medio de la contemplación. Cada uno tiene que descubrir el modo de
oración que mejor se adapte a su propia manera de ser. La misma persona
puede también sentirse mejor con un modo de orar en un determinado momento
y preferir en otro momento otro modo de orar. En vez de hablar de momentos,
también podría decirse lo mismo en relación con diferentes días o épocas de la
vida.
4. Saber rezar
A los dos primeros discípulos que lo seguían con curiosidad les preguntó Jesús:
"¿Qué buscáis?" Ellos respondieron: "Rabí, ¿dónde vives?" Y Jesús: "Venid y lo
veréis" (cf Jn 1,38-39). Entonces, buscar al Señor, descubrirlo y conocerlo,
saber dónde vive, con quién vive.., es posible mediante una experiencia. La
experiencia de búsqueda, de observación, de atención a sus palabras, de
encuentro con él... El estudio intelectual no basta para saber lo que es rezar.
Este conocimiento es el resultado de una experiencia. Del mismo modo, sólo
aquel que cree sabe lo que es la fe. Conocer una verdad sobrenatural es vivirla,
experimentarla. Por eso, lo primero que hay que hacer para aprender a rezar es
realizar una auténtica experiencia de Dios.
En su primera carta, san Juan cuenta el resultado de esta experiencia: "Lo que
era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras propias
manos acerca del Verbo de la vida..." (1 Jn 1,1).
No sabemos nada del coloquio íntimo de Jesús con los dos primeros discípulos
que querían saber dónde vivía. Ninguno de los dos habló de ello. Esta
discreción es natural en todos los auténticos contemplativos. No revelan nada
de su intimidad con el Señor. Son cosas tan personales como lo que ocurre en
los coloquios íntimos de dos personas apasionadamente enamoradas una de la
otra. Tienen sus secretos. Uno de ellos, Juan, escribió tan sólo lacónicamente:
"Fueron, pues, y vieron dónde vivía, y estuvieron con él aquel día" (Jn 1,39).
¿Pero de qué hablarían entonces entre ellos y con Jesús y Jesús con ellos?...
Lo más importante para rezar bien no es saber qué es rezar o cómo hay que
rezar. El que es auténtico y sencillo siempre sabe orar y sabe cómo orar. Su
oración brota naturalmente, como la manifestación espontánea del niño a su
madre. Por eso el niño y todos los que se parecen a él en su sencillez, en su
autenticidad, en su confianza, en su espontaneidad, en su humildad..., saben
orar muy bien. Así era la oración de los que pedían alguna cosa al Señor:
El que ama siempre encuentra tiempo para estar con la persona amada. El que
no tiene tiempo para orar no ama. Los pensamientos hermosos, los sentimientos
delicados o las palabras elocuentes no son de suyo oración. Esta consiste más
bien en decir al Señor amado nuestro amor, nuestro sufrimiento, nuestra alegría,
nuestras preocupaciones, nuestros temores... El pobre y el niño aman así y...
rezan así. Esta actitud de autenticidad fue la del publicano en el templo, la de la
samaritana en conversación con Jesús junto al pozo de Jacob, la del hijo
pródigo en su reencuentro con el padre, la de Saulo en el camino de Damasco.
Este modo de hablar con el Señor supone una gran confianza y un clima de
familiaridad. De semejantes encuentros la persona sale más alegre y confiada.
El trato familiar con el Señor es fruto espontáneo del amor. No se aprende con
actitudes intencionales asumidas artificialmente. El modo de orar refleja el modo
de vivir. La calidad espiritual de una vida condiciona la calidad y la profundidad
de la oración. No hay que realizar grandes esfuerzos para orar. Basta con ser
conscientes de si mismo, ser como Dios nos creó: auténticos, sencillos,
fundamentalmente buenos, afectuosos, amantes del bien, de lo hermoso y de lo
verdadero. El Señor está siempre donde está el hombre auténtico, porque éste
es como salió de las manos del Creador. El hecho de haber pecado y de ser
débil no es ningún impedimento para la presencia del Señor. Basta con
reconocer esta limitación y esta pobreza, o sea, basta con ser auténtico. ¿Acaso
él no declaró enfáticamente, para que todos lo supieran y no cupiera duda
alguna: "... el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc
19,10)?
"Orar es estar con aquel que sabemos que nos ama", dice santa Teresa de
Jesús.
La oración es auténtica cuando el que ora asume la actitud del pecador, esto es,
del pobre, del limitado. La respuesta del Señor a quien se dirige a él como pobre
pecador es siempre una palabra de compasión y de perdón. El corazón
arrepentido es siempre objeto de una extrema ternura del Señor, cuyo único
anhelo es ver felices a todos sus hijos. Así fue como se mostró a la Magdalena,
a la adúltera, a la samaritana, a Pedro, a Zaqueo. Su sorprendente exclamación:
"¡ Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré!" (Mt 11,
28), es una manifestación elocuente del cariño paternal del Señor para con
todos los que sufren. Esta finura de sentimientos de amor para con el pecador
arrepentido aparece también de modo inequívoco en las maravillosas alegorías
del fariseo y del publicano (cf Lc 18, 9-11) y del hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32).
Sin una sincera actitud de arrepentimiento de las propias infidelidades y
flaquezas humanas no hay oración auténtica. El sacramento de la confesión es
una práctica que pone a prueba nuestro grado de sinceridad con el Señor. Ir a la
confesión es reconocerse públicamente pecador. Es vivir en la realidad. El gesto
de absolución del confesor es la señal externa del perdón de Cristo. Es la
manifestación inequívoca de su misericordia y de su paternal compasión.
6. El hombre de oración
"Ellos ya no tendrán más hambre ni sed; no les
abatirá más el sol ni ardor alguno" (Ap 7,16).
"Los que en un tiempo no erais pueblo de Dios,
ahora habéis venido a ser pueblo suyo" (1 Pe
2,10).
La parte del ejemplo que hay que imitar en la vida del santo no son tanto sus
gestos y sus obras como sus actitudes. Son éstas las que condicionan sus
gestos, sus acciones y su manera de comportarse.
La vida de oración es siempre algo estrictamente personal que rebosa del sujeto
y contamina a los demás. El hombre de oración vive permanentemente en la
presencia de Dios. Nunca se siente totalmente solo. Por eso la vida de oración
es el modo de vivir constantemente en oración. La persona puede realmente
llegar a adoptar, en su relación personal con el Señor, una actitud interior natural
y espontánea, semejante a la del niño en relación con sus padres. Debido a la
influencia de ciertos aspectos del mundo exterior perdemos esa maravillosa
actitud interior para con los seres queridos y vivimos más o menos dispersos en
nuestra superficialidad. Será menester reconstruirla. Volver a nuestros
sentimientos primitivos de amor en nuestra relación con Dios. Por eso la mayor
parte de las personas que quieren mejorar su nivel de oración creen que
deberían reconstruir más o menos laboriosamente su interioridad de amor. No se
trata, sin embargo, de construir o de reconstruir nada. La vida de oración no es
fruto del esfuerzo humano. Es algo muy natural y espontáneo que ya existe en la
intimidad del hombre. Aprender a orar o a orar mejor es únicamente dar aliento a
esa llama tan débil y casi apagada, que, en realidad, jamás se extinguirá por
completo. Es un germen de vida sobrenatural inactivo que es preciso que se
desarrolle, que se abra, que se intensifique.
La vida de oración es esencialmente vida de fe. Algo muy sutil y delicado, como
la conciencia de la certeza de que se ama al Señor. El deseo más intimo y más
verdadero del que adquiere vida de oración es el de Dios. Un deseo
permanente, vivido en actitud de mirada sencilla y sincera dirigida al Señor.
7. Orar y contemplar
Sin una profunda unión con el Señor no hay verdadera fecundidad apostólica.
Sólo el lenguaje del amor es comprensible a todos los hombres
independientemente de su origen, de su raza o de su cultura. El contemplativo
en acción es un apóstol que participa íntimamente de la pasión, de la muerte y
de la gloria de Jesucristo. "A todos los miembros de cualquier instituto les
conviene, buscando únicamente a Dios sobre todas las cosas, juntar la
contemplación, por la que se unen a él con la mente y el corazón, con el amor
apostólico, por el que procuren ser asociados a la obra de la redención y a la
extensión del reino de Dios".
Para la mayor parte de las personas, el primer paso para llegar a este estado de
simple mirada dirigida amorosamente al Señor consiste en vaciar o purificar la
mente de cualquier pensar, reflexionar, imaginar.., activamente. Crear el vacío de
la mente. Consiste en un esfuerzo por no hacer nada, por no pensar en nada,
por no imaginarse nada... Observar solamente con fe y con amor ese vacío en
donde se encuentra el Señor de modo misterioso y escondido. Se aprende a
vivir ese estado pasivo mediante el ejercicio. Se trata de ver al Señor no con el
sentido de la vista, sino con los ojos del "corazón". Los ojos del "corazón"
pueden ver a Dios únicamente si están ya cerrados para todo lo demás.
Cualquier apego o preocupación por otra cosa que no sea el Señor hace
perderlo irremisiblemente de vista. Por eso precisamente es por lo que Jesús
declaró bienaventurados a los limpios de corazón: sólo éstos pueden ver a Dios.
Hay personas muy simples, sinceras y auténticas que saben contemplar sin
pasar por el laborioso proceso de aprendizaje que hemos indicado. Son como
ciegos, que, al faltarles la visión, desarrollan espontáneamente una elevada
sensibilidad en los otros sentidos, lo cual les permite participar casi tan
activamente de la vida como las personas de vista normal. Hay ciegos que "ven"
mejor algunos aspectos de la vida que otros cuya visión funciona normalmente.
¿No se dice que hay algunos que tienen ojos y no ven? El contemplativo en
acción vive en su "corazón" en una unión amorosa con el Señor, mientras que
con su cabeza trabaja con la misma normalidad que cualquier otra persona.
Las personas que buscan juntas una misma cosa sienten un mayor estímulo
para el esfuerzo común. La resistencia o el desinterés de uno bloquea el
esfuerzo de todos. Las actitudes y las emociones individuales positivas o
negativas de una persona en un grupo contagia fácilmente a los demás a través
de una especie de comunicación inconsciente.
Podemos forjarnos una vaga idea de cómo es la unión íntima con Dios a través
de la descripción que hizo Jesús de su unión con el Padre. El evangelista Juan
afirma que "el Hijo unigénito está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Jesús declaró
también: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Y en otro lugar: "Como
tú, Padre, en mi y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros..."
(Jn 17,21). Otra de sus palabras: "Volveré otra vez y os tomaré conmigo..." (Jn
14,3), es una clara indicación de cómo actúa el Señor en el alma del que se deja
amar por él. Contemplar es dejarse amar por el Señor. Es estar enteramente
disponible a él con plena conciencia de esa disponibilidad y de ese deseo de
querer ser únicamente suyo.
Si quieres oír lo que el Señor te dice, cierra tus sentidos exteriores -la vista, el
oído, el tacto, el olfato y el gusto-, recógete en tu interior más intimo, entra con el
Señor que está allí, permanece en su santa presencia y fija tu atención en él. El
te hablará si estás suficientemente abierto y atento a sus palabras. Cualquier
distracción es un ruido que apaga su voz. Sólo puedes oírla en el silencio más
profundo de tu cuerpo y de tu mente.
No cabe duda de que una de las actitudes que más agradan al Señor en sus
amigos es la de una filial veneración a la Virgen Maria, su augusta madre. El
mismo nos la presenta como modelo: "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al
discípulo que él amaba, dijo a su madre: 'Mujer, he ahí a tu hijo'. Luego dijo al
discípulo: 'He ahí a tu madre'" (Jn 19, 26-27). Jesús y aquellos a los que él ama
tienen la misma madre. Son hermanos. El es siempre el hermano mayor. Por eso
mismo, en cualquier dificultad podemos contar con él. En cierto modo, él se
responsabiliza de nosotros.
El primer modelo de un hijo es siempre su madre. Procura imitarla
espontáneamente. En la medida en que consigue copiar el modelo que está
continuamente ante su vista, va creciendo en la vida. Se desarrolla en el sentido
de la edad adulta como la madre.
Ir a Dios es fácil. No es tan complicado como esos pasos que han de dar los
hombres para encontrarse con algún personaje importante. No es necesario ser
diplomático, o político, o experto en cualquier tipo de conocimiento. Basta con
ser pobre, es decir, tan limitado y tan sencillo como un niño.
Hay quien lleva en su pecho un corazón orante sin saberlo. Una fuente riquísima
que no puede brotar porque está tapada por una pesada piedra.
Espiritualmente, este hombre vive adormecido. Ignora la riqueza de vida que
está oculta en él. Le basta con apartar la piedra para que la oración brote
espontáneamente a chorros. El hombre de oración es un hombre nuevo,
regenerado. Un hombre cuyo adorno no es lo exterior, "sino el interior, que
radica en la integridad de un alma dulce y tranquila: he ahí lo que tiene valor
ante Dios" (1 Pe 3,4).
Entre los que poco o nada entienden de vida espiritual hay algunos que
consideran el extraño modo de vivir de santa Teresa de Jesús como un conjunto
de fenómenos histéricos y mitomaníacos. Fuera del contexto de la fe esos
fenómenos no encuentran realmente otra explicación. Pero si la santa se
hubiese casado y hubiera vivido esos mismos sentimientos en relación con el
hombre amado, sus ignorantes detractores la considerarían probablemente tan
sólo como una mujer normalmente apasionada. Y su hipotético marido se
sentiría, ciertamente, un verdadero afortunado.
Imaginar que Jesús está a nuestro lado es uno de los métodos más prácticos de
vivir constantemente en la presencia de Dios. Permite entretenerse
familiarmente con él incluso durante nuestras ocupaciones. Santa Teresa de
Jesús practicaba este método de oración y lo recomendaba vivamente a todos.
Afirma que por este medio se puede llegar rápidamente a una estrecha unión
con el Señor.
Santa Teresa de Jesús, la maestra espiritual más docta del Occidente, defendió
siempre con denuedo la utilización de la imaginación y de la fantasía en la
oración. Vivenciaba en la profundidad más íntima de su ser las escenas
piadosas que se imaginaba. Afirma que éste fue siempre el modo más simple y
más fácil de sumergirse en los secretos del Señor. Mejor que cualquier otro
santo, ella supo huir del pensamiento activo para orar y contemplar en el ámbito
del afecto y de la imaginación. Oraba de seguido, imaginándose estar junto al
Señor en su agonía del huerto de los Olivos. Procuraba consolarle en esta
situación de extrema penuria. Imaginaba y vivenciaba amorosamente otras
muchas situaciones, en las que conseguía comunicarse íntimamente con el
Señor para su gran provecho espiritual. Para que se dé un aprovechamiento real
de crecimiento espiritual en este tipo de oración contemplativa es imprescindible
que la vivencia no se limite a una actividad puramente mental. Tiene que ser,
sobre todo, una experiencia interior del "corazón".
Esta parece ser una indicación más o menos clara respecto a los momentos de
sequedad espiritual que la santa conocía como cualquier otro mortal: "Ni yo
gozaba de Dios ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos
del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con
Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban; ello es una guerra tan
penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años".
Esto no lo digo tanto por los que comienzan (aunque pongo tanto en ello, porque
les importa mucho comenzar con esta libertad y determinación), sino por otros;
que habrá muchos que lo ha que comenzaron y nunca acaban de acabar. Y creo
es gran parte este no abrazar la cruz desde el principio, que andarán afligidos
pareciéndoles no hacen nada; en dejando de obrar el entendimiento no lo
pueden sufrir, y por ventura entonces engorda la voluntad y toma fuerza, y no lo
entienden ellos. Hemos de pensar que no mira el Señor en estas cosas, que
aunque a nosotros nos parecen faltas no lo son; ya sabe Su Majestad nuestra
miseria y bajo natural mejor que nosotros mismos y sabe que ya estas almas
desean siempre pensar en él y amarle. Esta determinación es la que quiere;
estotro afligimiento que nos damos no sirve demás de inquietar el alma y, si
había de estar inhábil para aprovechar una hora, que lo esté cuatro... Y ansi es
bien, ni siempre dejar la oración cuando hay gran distraimiento y turbación en el
entendimiento ni siempre atormentar el alma a lo que no puede".
Que vea el lector amigo cómo la misma santa, maestra en la vida de oración,
vivió la llamada oración de quietud: "Esta quietud y recogimiento del alma es
cosa que se siente mucho en la satisfacción y paz que en ella se pone con
grandísimo contento y sosiego de las potencias y muy suave deleite... (Es
oración que se hace) no con ruido de palabras, sino con sentimiento de desear
que nos oiga. Es oración que comprende mucho y se alcanza más que por
mucho relatar el entendimiento. Despierte en si la voluntad algunas razones que
de la misma razón se representarán de verte tan mejorada para avivar este amor
y haga algunos actos amorosos de qué hará por quien tanto debe, sin -como he
dicho- admitir ruido del entendimiento a que busque grandes cosas. Más hacen
aquí al caso unas pajitas puestas con humildad (y menos serán que pajas si las
ponemos nosotros) y más le ayudarán a encender, que no mucha leña junta de
razones muy doctas -a nuestro parecer- que en un credo la ahogarán... Porque
por la voluntad de Dios todos llegan aquí y podrá ser se les vaya el tiempo en
aplicar escrituras; y aunque no les dejarán de aprovechar mucho las letras antes
y después (de la oración), aquí en estos ratos de oración poca necesidad hay de
ellas -a mi parecer- si no es para entibiar la voluntad; porque el entendimiento
está entonces de verse cerca de la luz, con grandísima claridad, que aun yo, con
ser la que soy, parezco otra".
9. Orar siempre
Así pues, ser contemplativo es disfrutar de la constante alegría interior de ser del
Señor, de estar siempre con él, de estar en sus manos, de ir siempre
acompañado por él. Es un sentimiento permanente de paz y de seguridad
semejante al del niño que se sabe amado por su madre, que sabe que podrá
contar siempre con ella. Esta atmósfera de alegría, de paz, de tranquilidad y de
seguridad es la señal de la presencia del Señor. La oración es una actitud
delante de Dios, la cual nos transforma interiormente en un alma orientada hacia
él.