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Isla de los Cíclopes

Las naves de Ulises siguieron su ruta. Durante largos días navegaron con buen viento hasta que alcanzaron a
divisar una hermosa isla, en la que Ulises quiso detenerse.
En aquella isla habitaba el pueblo de los cíclopes que eran gigantes enormes y salvajes que vivían en
cavernas. Ulises, acompañado por doce de sus hombres, se internó en la isla para investigar de dónde partía
una columna de humo que habían visto a lo lejos. Ulises, llevando un vino riquísimo y una bolsa repleta de la
caza del día anterior, descubrió que el humo provenía de una cueva y se internó en ella. El recinto era la
guarida de un horrible gigante de estatura colosal cuya corpulencia podía compararse a una mole de piedra.
En medio de la frente tenía un solo ojo que espantaba el ánimo de quien lo mirara. Las paredes de la cueva
estaban cubiertas de estantes con quesos riquísimos y por todas partes se veía esparcida una multitud de
tarros y ollas donde el gigante guardaba la leche. Los compañeros quisieron apoderarse de estas cosas y
marcharse, pero Ulises no quería comportarse como un ladrón: prefirió esperar e intentar hacer amistad con
quien viviera en ese lugar pues para eso había llevado regalos que pudieran ofrecerle.
El gigante regresó recién hacia la caída de la tarde conduciendo sus numerosos rebaños. Después de entrar
con sus animales, el gigante llamado Polifemo, sin esfuerzo alguno, levantó una enorme piedra que veinte
caballos no hubieran podido arrastrar y cerró con ella la puerta de la cueva. Luego encendió una enorme
hoguera cuya luz iluminó a Ulises y sus hombres. Al descubrirlos Polifemo quiso saber quiénes eran. Ulises lo
explicó pero el gigante no se mostró amistoso como él esperaba sino todo lo contrario: con una sola mano
levantó a dos de los hombres, los mató, los cocinó y se los comió delante del resto. Al día siguiente, hizo lo
mismo con otros dos. Entonces Ulises le ofreció su licor para que acompañara su festín. A Polifemo le gustó y
quiso que le dieran más. Ulises le dio y le dijo que su nombre era “Nadie” y que quizá quisiera recompensarlo
por haberle ofrecido el licor. Polifemo respondió que lo recompensaría comiéndoselo en último lugar. Luego
se quedó dormido. Aprovechó Ulises para preparar una estaca afilada en la punta y clavársela en su único ojo.
Polifemo despertó dando alaridos de dolor y llamando a los otros gigantes para que lo ayudaran. Estos
acudieron de inmediato y desde fuera de la cueva gritaron: “¿Qué te sucede hermano? ¿Es que te han herido
o algún ladrón se ha apoderado de tus rebaños?” Entonces Polifemo, ciego y desconsolado respondió:”¡Nadie
me ha herido a traición!” Y los cíclopes contestaron: ”Pues, si tú mismo dices que nadie te ha herido,
entonces no sabemos por qué gritas así.” Y dicho esto, cada cual regresó a su propia cueva.
El gigante buscó entonces en vano a los que lo habían herido. Como estaba ciego, los griegos podían
perfectamente esquivar su persecución. Y he aquí que Ulises, con su ingenio de siempre, creyó hallar un
medio de fuga: se ataron todos al vientre de los animales que estaban allí en la cueva, así cuando Polifemo los
sacaba a pacer, tocaba los lomos de cada animal para controlar que los prisioneros no huyeran. Pero ellos iban
bajo los animales y el gigante no podía saberlo pues estaba ciego. De este modo, lograron llegar a sus naves
hasta donde Polifemo los siguió. Entonces Ulises le gritó: “¡Cruel Polifemo! Si alguien te pregunta qué ha sido
de tu ojo, dile que lo vació Ulises, rey de Itaca”. Encolerizado Polifemo clamó de este modo: ”Poseidón, padre
mío, te pido que si el rey de Itaca logra volver a su patria, ello sea tarde y mal; que pierda poder ante sus
compañeros, que no conserve sus naves y que no halle en su hogar la paz que desea!”
Poseidón no respondió pero escuchó el ruego de su hijo.
Las naves griegas partieron pero no había alegría en sus hombres pues habían perdido a algunos de sus
compañeros.
Isla de CIRCE

Ulises y sus hombres navegaban con la esperanza de volver a su patria sin sospechar que la venganza del
dios Poseidón los perseguía.
Un día, los navegantes se hallaron ante una extraña isla defendida por una alta muralla de bronce. Era el
reino donde estaba el palacio de Eolo, dios de los vientos. Este poderoso monarca invitó a Ulises y sus
navegantes a hospedarse allí algún tiempo. Ellos aceptaron y fueron homenajeados con grandes fiestas y
tratados con gran amabilidad. Cuando llegó la hora de partir, Eolo le obsequió a Ulises una bolsa de cuero de
buey que contenía todos los vientos malos y la ató con un hilo de plata. No debía ser abierta pues los malos
vientos saldrían y llevarían las naves por caminos equivocados o las harían naufragar.
Así, navegaban las naves: empujadas solo por vientos favorables que los llevarían sin equivocación hacia
Itaca. Cuando ya casi llegaban, los hombres que no sabían qué había en la bolsa, creían que se trataba de un
gran botín que Ulises no quería repartir. Así pues, esperaron a que éste se durmiera y la abrieron. Todos los
vientos malos quedaron libres y las naves estuvieron a punto de naufragar. Ulises decidió entonces, volver a la
isla de Eolo para pedirle ayuda pero Eolo los echó de allí creyendo que muy malo debía ser Ulises si los dioses
lo castigaban de semejante manera.
Así, anduvieron varios días a la deriva, hasta que el viento los llevó hasta una isla desconocida. Aquella era
una isla habitada por gigantes devoradores de carne humana que ni bien los vieron, se lanzaron sobre ellos
para comérselos. Se levantó hasta el cielo un clamor de agonía: los guerreros entonces, moribundos gemían
mientras los gigantes tomaban con toda facilidad a los desgraciados y se los llevaban a sus casas para
devorarlos. Solo el barco en el que iba Ulises y los tripulantes que lo acompañaban escapó a la horrorosa
catástrofe. Y nuevamente, tuvieron que llorar a los amigos que no volverían a ver nunca más.
Varios días navegaron hasta llegar a una nueva isla. Ulises dividió a los hombres en dos grupos: uno bajo su
mando y el otro bajo el mando de su cuñado, Euriloco. Sortearon para saber a qué grupo le tocaba explorar la
isla y ésta suerte le correspondió al grupo de Euriloco.
Euriloco y su grupo hallaron un palacio de donde provenían bellos cantos. Euriloco se quedó esperando
mientras sus hombres llamaban a la puerta. Les abrió una bellísima dama que los hizo pasar. Ignoraban los
hombres que se trataba de Circe, una peligrosa hechicera. Circe les ofreció deliciosos manjares y vinos
mezclados con ciertas drogas que los adormecieron. Una vez dormidos, Circe los tocó con su varita mágica y
los convirtió en cerdos. Luego los encerró en oscuras pocilgas y les arrojó desperdicios para alimentarlos.
Enterado, Euriloco fue a avisarle a Ulises quién corrió, solo, a ayudar a sus compañeros. En el camino, el dios
Hermes se le presentó para ayudarlo: le dio una extraña planta de raíces negras y flores blancas que lo haría
inmune a la magia de la hechicera. Así se presentó Ulises ante Circe al que no pudo hechizar como a los otros y
exclamó: “¿Quién eres, extranjero? Un solo hombre es capaz de resistir a mis conjuros: Ulises, que ha de
regresar de Troya a su patria. Si tú eres el héroe a quien aguardo, envaina la espada; seamos amigos y acepta
la hospitalidad que te ofrezco.” Así Ulises pidió que desencantara a sus hombres y permanecieron todos en la
isla durante un año. Hasta que decidieron partir y, si bien Circe no quería que se fueran, los dejó marcharse,
pero antes, les advirtió de los nuevos peligros que atravesarían en el camino.

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