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En nuestro país en los últimos años (los últimos 13 años por situar una temporalidad)
nos convidan continuamente a un falso antagonismo, nos invitan a tomar posición por
un extremo de esa polarización. Así en el presente, en el contexto de una pandemia
mundial, se reedita un campo político partidario, esta vez es la libertad versus la vida, o
el Mercado versus el Estado que también se puede presentar como la economía versus
la medicina. Pero ¿qué vida y qué libertad defienden cada una de esas fuerzas?
Vida y libertad (o salud y economía) se nos presentan en las pantallas que nos relatan la
vida externa (aquella vida que no podemos habitar) como fenómenos sustantivos en
colisión extrema cuyas situaciones intermedias habrían sido eliminadas por un corte
similar al de una espada, pero que más bien lo habría producido un virus. Sin embargo,
nos parece que este relato nos mantiene en un encierro semántico que duplica nuestro
encierro material por la cuarentena. Como aquel que Foucault mostraba que se daba con
el gran encierro de la locura, en el que el encierro mental de la enfermedad se duplicaba
en el confinamiento institucional.
Identificamos una encerrona semántica entre libertad y vida desde la cual se justifican
todos nuestros encierros, y como ningún encierro nos agrada realmente intentaremos
escabullirnos de este. Quienes defienden la vida a secas, la vida sin condicionantes, la
vida esencial, nos dicen que todos los medios son buenos y valiosos para defender la
vida, que cada vida vale todas las vidas, que nadie es un número, que la vida es y será
siempre un valor absoluto. Creíamos que habitábamos la posmodernidad, que los
valores absolutos habían quedado atrás, pero de repente nos encontramos con un valor
que algunxs consideran absoluto.
Pero sospechamos por donde viene el engaño. La vida que nos proponen defender no
es un valor absoluto, es una vida específica, concreta, una vida bien particular: la nuda
vida, como se la ha llamado, la vida de la mera supervivencia física, donde la socialización
directa ha sido reducida a ser un condicionante de enfermedad. Esa mera vida es el
cuerpo de la inmunología, un cuerpo desnudo desprovisto de sus gestos, de sus
movimientos, de cultura y política. Esa vida desnuda no existe ni siquiera para el virus,
pues aquellxs que nos podemos contagiar pertenecemos a una clase social determinada,
habitamos en un barrio determinado y con una vivienda determinada. Esta vida que
muchxs defienden, esta vida que nos proponen defender, es una vida ultra-empobrecida:
la vida miserable del aislamiento, la vida miserable de la crisis económica global, la
miseria de vida en la socialización digital. Así pues, no es la vida, es mera supervivencia
y como tal nos parece perfectamente capitalista, perfectamente compatible con una
sociedad basada en la competencia y la desigualdad, perfectamente en sintonía con las
necesidades de un mercado que lleva al extremo de lo posible la destrucción de los
vínculos sociales. Esa vida, claramente, la rechazamos.
Del otro lado del encierro se encuentra la libertad. Qué decir del valor que realmente (y
no sólo semánticamente) más defienden las sociedades occidentales. Más que decir algo
nuevo nos queda recordar lo que ya todxs sabemos, pero que a muchxs les gusta olvidar:
libertad es libertad de empresa, libertad de explotación, libertad de someternos a las
leyes de la economía capitalista. La libertad no es más que la garantía de los capitalistas
donde nuestro cuerpo va a estar sometido a las leyes de su juego económico, en el que
siempre perdemos, y que siempre nos lo presentan como natural, como ecuánime como
eco-friendly. Esta misma sociedad capitalista, que nos lleva paso a paso al cataclismo
ecológico y humanitario, nos dice cuál es la “solución” a los cataclismos ecológicos y
humanitarios que ella misma produce.
Esa “hermosa” libertad, libertad que realmente ha construido este mundo (y no como un
mero valor retórico), poco a poco se trastoca cada día más en locura; locura de buscar
las soluciones en dónde surge el problema, locura de repetir una y otra vez la misma
solución fallida, locura liberticida!
Por ejemplo, la estadística como disciplina ya había servido a los estados europeos
nacientes, pero a partir de la expansión de las tecnologías de la información, la vigilancia
estadística se extenderá hasta formar una base de datos para cualquier actividad, pública
o privada. Pero, quizás lo más sobresaliente del caso es que el control actual necesita de
cierto consentimiento. Así bajo un criterio de practicidad, comodidad o poca conciencia
de su significado entregamos información de nuestros hábitos a cambio del consumo.
De este modo se fue instalando una tendencia donde el consumo se practica desde la
comodidad de la casa, ahora la obligatoriedad del quédate en casa pone a circular y
actualizar una cantidad de información que permite ensayar la vigilancia a través del
encierro y el control del afuera reducido al espacio virtual o ciber. A la subjetividad
producida como meramente consumidora se le suma aquello que ya Guy Debord
anunciaba, el mundo real se transforma en simples imágenes , y a nosotros nos
convierten en espectadores. Sin embargo, con las redes sociales, ahora se trata de la
espectacularidad del yo, entonces parece ser que nuestra subjetividad es la de la
intimidad como espectáculo como refiere en su libro Paula Sibilia. ¿Cuántos diarios de
pandemia se escriben por las redes, por los mensajes de audio de nuestros celulares?
¿cuántos nuevos explicadores salen a decirnos cuál es la causa de la pandemia? ¿cuál es
el nuevo orden mundial? La pandemia global, por momentos, parece vivirse como un
espectáculo y en el espectáculo una parte de la sociedad se representa como totalidad,
la burguesía.
Pero también nos precede una subjetividad moderna, que suele ser la base de supuestos
en común que mantiene a los adversarios asociados. De derecha a izquierda del espectro
político se comparte una idea que es tan fundante del orden desigual que ni siquiera
puede ser enunciada pese a que es la base sobre la que se edifica cualquier Estado.
Gobierne quien gobierne se da por supuesto que las decisiones no las puede tomar
cualquiera, hay una clase de personas que saben cómo organizar la producción y cómo
organizar la reproducción y hasta los cuidados. La clase de quienes sostenemos la
producción y la reproducción está excluida de las decisiones que atañen a su propia vida
e incluso a su propia muerte. Mientras la clase de los especialistas debate, la clase de
los cualquiera es invitada a quedarse en casa. Ya habrá tiempo más adelante para ejercer
mediante el voto nuestro derecho a que otrxs especialistas decidan por nosotrxs.
Estamos en un momento donde la sociedad tiende a parecerse cada vez más a sus
instituciones familiares y educativas. Somos continuamente pedagogizados por un
poder que se siente a gusto en el gesto paternal mientras se calza con alegría el traje del
educador. Sabemos que la Universidad juega desde siempre un lugar clave en fomentar
esta idea de que quienes saben son los que naturalmente deben mandar. Quienes
escribimos estas líneas somos de ideas antiguas al respecto y nos gusta eso de que la
emancipación de lxs trabajadorxs será obra de lxs trabajadorxs mismxs. Incluso
sostenemos aquello de que puede haber instrucción entre iguales. Y bajo estos
supuestos rechazamos la calificación de Profesores y Estudiantes y nos pensamos como
productorxs de conocimiento que se asocian libremente para producirlo. Sacudirnos la
organización vertical de la cátedra, criticar el concepto de ciencia e incluso sobrevivir en
el intento son las tareas mínimas que nos proponemos en esta particular coyuntura.
Nietzsche nos sitúa como una animalidad vulnerable que sólo puede olvidarse de su
condición por un breve momento, cuando logra inventar el conocimiento para luego
perderse como otro instante más. Allí encontramos una herida a nuestro ego racionalista.
Esa misma vulnerabilidad nos ha recorrido parte del año. Entonces la pregunta es si
hemos inventado algún tipo de conocimiento para enfrentar a esta nueva pandemia.
Asumimos el intento de responder desde una perspectiva epistemológica en la cual
intentaremos explorar cuáles fueron los supuestos con los que se manejaron lxs
científicxs al abordar la pandemia. En fin, nos detendremos en ese minuto, así sea falaz,
pues no nos interesa la verdad en sí misma, sino los efectos que ha desplegado.
No negamos los datos que produce la ciencia, negamos que esos datos no sean parte
de una estrategia de poder de la ciencia misma y de que esos datos no entrañen
valoraciones, que no entrañen intereses, que no impliquen subjetividades que
trasciendan a la ciencia misma y que, por tanto, son parciales. Es interesante además
marcar que dicho discurso, no es instalado sólo por la comunidad científica, pues cuando
algún epidemiólogo osa decir que no tiene certezas, son lxs periodistas quienes buscan
que se despliegue una verdad objetiva basada en la biotecnología.
El tercer aspecto hace referencia a la construcción discursiva que se fue creando en torno
a la pandemia. Allí la salud y la enfermedad son construcciones discursivas y por lo tanto
lo que deberíamos hacer es una deconstrucción de esos discursos, tanto para evidenciar
los saberes posibles y ocultos, como para explicitar el poder desde el cual son
construidos. Así el modo de abordar la pandemia como una guerra contra un enemigo
invisible, se corresponde con la vigilancia, la denuncia y el linchamiento que realizan los
propios vecinos. El discurso que da un carácter bélico a la pandemia construye una
realidad.
Pero este aspecto discursivo abre la posibilidad de disputar desde otras enunciaciones,
así la pandemia no es un hecho azaroso. La explotación y sobreexplotación de la
naturaleza que denunciaban distintxs ambientalistas y diversxs científicxs permiten
explicar las condiciones propicias y reiteradas donde un virus alojado en un animal salta
a los humanos. Así mismo permitiría cuestionar la ciencia al servicio del capitalismo o al
menos al servicio de matizar los impactos del capitalismo, que finalmente termina siendo
funcional al sistema por insertarse con una tranquilidad de conciencia, pues la solución
sería la búsqueda desesperada de nuevas vacunas para nuevos virus, y no entender las
causas más profundas del porqué se abre una época de brotes epidémicos a nivel
mundial.
Del mismo modo la concepción de salud de la población puede ser redefinida, pues el
saber médico, la epidemiología, en parte siguen siendo herramientas de normalización
que despliegan lo que llamamos biopolítica o control gubernamental y que en el
presente se actualiza con la innovación de las nuevas herramientas de tecnología digital
o la pretendida digitalización de la vida a gran escala. A eso nos referimos en el siguiente
apartado.
Durante estos tiempos en que se puso en marcha esta máquina de digitalización forzosa
de la educación los recursos más utilizados para dar clase fueron las video-llamadas a
través de diversas plataformas y los campus virtuales que fueron recreados para tal fin.
Si nos detenemos un momento para ver cómo son estas aplicaciones y plataformas
podremos observar qué idea de aula prefiguran y de qué modo estructuran y organizan
las interacciones. Y lo que veremos es una correspondencia con los modos más arcaicos
y jerárquicos de enseñanza en los que la comunicación se limita una transmisión de
información entre docente-estudiante-docente.
Durante este tiempo se ha usado el término “educación virtual” para referir a este
proceso, asociando la palabra virtual a los dispositivos tecnológicos y a las clases que
transcurren a través de la conectividad. Nosotrxs proponemos recuperar lo virtual en un
sentido muy distinto. A la situación que hemos experimentado y que consiste en una
reproducción de las lógicas y las relaciones en las que aprendemos y nos formamos, la
llamamos digitalización de la educación, mientras que preferimos reservar el término
virtual para dotarlo de otro contenido político.
Desde la perspectiva deleuziana lo virtual remite a una dimensión de lo real pero que
todavía no es actual, que todavía no se ha actualizado. Existe en tanto potencia de
creación, de invención. Actualizar una posibilidad virtual –algo que existe en tanto
potencia- nos permite conectarnos con la invención de nuevas prácticas, con la
posibilidad de desencadenar nuevas subjetivaciones colectivas. Así entendida, la
virtualidad nos permitiría comenzar a trabajar sobre las posibilidades virtuales de una
universidad otra, pensar aquello que todavía no existe materialmente, pero que en su
estado virtual se prefigura en la potencia de ser creado.
Nuestras apuestas, en este sentido, son muy otras y pasan por actualizar la igualdad
como punto de partida, como principio político. Esto supone que lxs implicadxs puedan
decidir y autogestionar su propia formación, que ejerzan la autonomía en cada una de
las decisiones en torno a la formación –y las condiciones de la misma- que normalmente
se delegan en los equipos de cátedra. Actualizar la igualdad implica pensar el aula como
un espacio orientado hacia la cooperación, hacia la búsqueda de lo común y la
construcción de acuerdos basados en consensos. Concebir la igualdad como una
dimensión virtual que existe en la medida que nos dispongamos a afirmarla, implica
reconectarnos con nuestra potencia y con nuestra capacidad de producir conocimiento,
que suele quedar anulada en el dispositivo de una clase tradicional.
La digitalización en curso deja fuera aspectos que muchas veces son lo más interesante
que se produce en el encuentro de los cuerpos. Pero no somos ingenuxs en torno a que
la presencialidad sea la panacea de la educación. Si bien el encuentro no es presencial,
no podemos decir que a través de las redes y las plataformas no se produzca un
encuentro. El punto es pensar qué tipo de encuentro se da a través de la máquina y que
tipo de encuentro nos interesa actualizar. Pensamos en un encuentro en el que la
presencia se oriente a desbordar los límites y las lógicas instituidas bajo las cuales
asistimos a clase para formarnos y que las plataformas digitales logran tan bien
reproducir. Nos orientamos hacia una presencialidad que favorezca la cooperación y el
trabajo colectivo, la producción conjunta de conocimiento.
y métodos de la
investigación social.
Agosto de 2020