Distinguir, en un espacio concreto, los distintos sonidos que están vibrando en él y
armonizarlos en un texto escrito.
La espera que desespera
Era de noche, y Martín estaba solo en su cuarto. Se sentía confundido, pues no
lograba comprender porqué sus amigos habían decidido dejarlo solo. Sus pensamientos revueltos se mezclaban con el ruido de la calle: esa combinación de motores y ruedas que constantemente chocaban contra el pavimento, armonizada por el monótono canto de los grillos. La cama donde se hallaba acostado emitía un crujido cada vez que se acomodaba, y a lo lejos podía oírse cómo su mamá acomodaba unos papeles. En el patio del vecino, el perro ladraba insistentemente, como suplicando algo. Sin embargo, nada de eso era relevante para el niño, que continuaba debatiéndose entre razones y sentimientos. Mientras, el compás de su pie al golpear contra el suelo hacía eco en el silencio de la habitación, tanto como las ideas resonaban en su cabeza. No era bronca lo que sentía, sino más bien angustia. Sus mejillas no tardaron en humedecerse, y él aún no sabía qué hacer. Se enredaba en teorías absurdas, un poco para justificar la ausencia, y otro poco para no desesperar. Estaba a punto de quedarse dormido, cuando la vibración de su celular lo devolvió a la realidad. Luego de sonar varias veces el clic, clic, clic del teclado, y habiendo finalizado de leer el mensaje, Martín comprendió que sus compañeros de aventuras no se habían olvidado de él. Era de noche. Era su cumpleaños. Eran sus amigos. Y le estaban preparando una sorpresa increíble.