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Mafia chicana

Chris Blatchford

Mafia chicana
memorias de René «Boxer» Enríquez

Traducción de Carolina Alvarado Graef


Título original: The Black Hand

Publicado por acuerdo con William Morrow,


una edición de HarperCollins Publishers

Mafia chicana, memorias de René «Boxer» Enríquez


Primera edición, agosto de 2011

D. R. © 2008, Chris Blatchford


D. R. © 2011, Carolina Alvarado Graef, por la traducción

D. R. © 2011, Ediciones B México, S. A. de C. V.


Bradley 52, Anzures DF-11590, México
www.edicionesb.com.mx
editorial@edicionesb.com

ISBN: 978-607-480-280-1

Impreso en México | Printed in Mexico

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prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
Dedicado a Martha de René

Más preciosa que las piedras preciosas


y todo lo que puedes desear
no se puede comparar a ella

Proverbios 3, 15
PRÓLOGO

EL 22 DE MARZO DE 2002 deserté de la Mafia Mexicana. En aquel momento, era consciente de que esta
decisión cambiaría mi vida, pero no tenía idea de cuánto. Ahora vivo escondido, a unos 1500 km de
distancia de la Prisión Estatal de Pelican Bay, mis viejos rumbos, y mi vida es muy distinta a lo que
era antes, cuando era Boxer de la Mafia Mexicana.

Hoy simplemente soy René Enríquez. Ya no soy mafioso ni líder de un equipo de matones y
traficantes, sino un tipo común y corriente que emerge poco a poco de un abismo oscuro y maligno
para reintegrarse a la humanidad. La transición ha sido un gran reto, algo así como lo que sentiría
Superman si estuviera convirtiéndose en Clark Kent para siempre. Pero con cada día que pasa siento
que voy acercándome un poco más a la normalidad. Ya no tengo que despertarme con miedo a las
políticas de la mafia, ni conspirar para matar a otros antes de que conspiren para terminar conmigo.
Ya no tengo la necesidad de traer siempre algún objeto punzocortante, como cuando estaba en
prisión, en perpetuo estado de alerta. Tampoco debo cuestionarme continuamente los motivos de mis
supuestos carnales,1 hombres de corto intelecto incapaces de superar sus nociones megalómanas de
merecerlo todo.

Aunque sigo tras las rejas, mi vida ahora posee una auténtica dulzura, tan ajena que casi supera mi
capacidad de describirla con palabras. Sin embargo, puedo decir que hoy los placeres simples
poseen mucho más valor para mí. Cosas que ya no esperaba sentir nunca más me han enriquecido:
tocar el cabello de mi esposa, el olor del perfume en su cuello, la calidez ocasional de un abrazo de
mis padres y los besos de mis hijos. Todas estas experiencias las perdí durante mis años en prisión
cuando, en las visitas, una ventana de vidrio me separaba de mis seres amados. Ahora, en las
condiciones en las que vivo, incluso puedo disfrutar de la comida casera con cierta regularidad. Y,
para un hombre que ama la comida, esto es el verdadero paraíso.

Lo más importante es que he resurgido de las cenizas de mi vida pasada para llevar a cabo una
misión más noble, a mi parecer. Cada vez que tengo la oportunidad, intento educar a las fuerzas de la
ley, a los académicos, a los especialistas en la conducta y al público en general sobre la amenaza
nacional del terrorismo urbano en las calles así como del crimen organizado no tradicional.

En realidad, no es la amenaza de los explosivos improvisados de Al Qaeda lo que pone en peligro


las calles de Los Ángeles. La mayor amenaza a la seguridad pública son las pandillas callejeras que
además contaminan a nuestra juventud con un código moral en bancarrota. La proliferación y
migración de pandillas —la mayoría proveniente del Sur de California— ha logrado que se
diseminen por los Estados Unidos y varios otros países como una enfermedad. Obviamente ignoro
cuál podría ser la cura para esta plaga, pero puedo ofrecer al público lector un punto de vista interno
de esta aterradora subcultura de las prisiones y de los criminales.

Los tentáculos de la Mafia Mexicana sobrepasan las paredes y alambrados de las cárceles y llegan
mucho más lejos. Es triste notar que su influencia continúa generando violencia escolar entre negros
y latinos, así como guerras entre pandillas callejeras. La subcultura inspirada por la mafia destruye
nuestro bien más preciado: las mentes de los jóvenes.

Estoy seguro que habrá escépticos que consideren este libro como una simple glorificación de la
Mafia Mexicana y la violencia de las pandillas. Yo pienso lo contrario. Exhibir su cruda brutalidad
en las páginas de este libro es un intento de restarle encanto a la filosofía de las pandillas que
muchos jóvenes adoptan como un sistema aceptable para modificar su estatus social.

Si la publicación de esta historia convence a alguien de abandonar este estilo de vida, si incrementa
el conocimiento de algunos policías o si le brinda información a unos cuantos educadores, entonces
el autor y yo habremos cumplido nuestra misión. Por otra parte, estaría cometiendo un error si no
reconociera que las miles y miles de víctimas de la carnicería entre pandillas son resultado, en gran
parte, de la brutalidad de la Mafia Mexicana. Reconocer mi responsabilidad personal en los veinte
violentos años que pasé dentro del crimen organizado y en el impacto negativo que esto ha tenido en
otros es, apenas, un pequeño paso en mi largo recorrido hacia la liberación.

He contado estas historias de horror de la Mafia Mexicana varias veces, pero nunca las había visto
impresas. Leí el material de una sentada y verdaderamente me turbó. Me sorprendieron mi propia
inhumanidad, mis actitudes caprichosas y mi falta de compasión. No fue fácil para mí observar la
forma animal en que vivía y mucho menos digerir lo que ahí leía. Adquirir la conciencia de que
haberme dedicado únicamente al crimen y a la violencia fue doloroso.

Mi intención era mostrarle a la gente los peligros de la mafia tras mi deserción, pero sucedió algo
curioso durante este proceso: terminé aprendiendo sobre mí mismo. Habrá quien piense, y lo
entiendo, que mi conversión es sólo un ardid manipulador para salir de la cárcel. Sin embargo, no
pretendo engañar a nadie. Los lectores formarán sus propias opiniones sobre René Enríquez. Quizás
muchos me consideren un monstruo y eso lo puedo comprender. Hubo un momento en que deseé que
el autor mitigara un poco mi responsabilidad y me «pintara mejor» para no parecer tan ruin. Pero
poco después, al inicio de este proyecto, entendí que «no hay cisnes en las alcantarillas». Esta
historia tenía que contarse como la escribió el autor, con todo y mis defectos.

Independientemente de la forma en que se me retrata en el libro, los que me conocen mejor pueden
ver que he cambiado y mejorado. Mi nueva esposa tiene mucho que ver en esto. Mientras
conversábamos durante una de sus visitas, me dediqué a despersonalizar a mis víctimas
argumentando que todas caían en la categoría que llamo SVH: «sin víctimas humanas». «Eran
mafiosos —dije—, no le hice daño a nadie». Ella reaccionó con enojo. «¿Cómo te atreves a decir
eso? Alguien amaba a estas personas. Eran hijos, padres o esposos». Después me planteó una
pregunta que me hizo reflexionar: «¿Cómo te sentirías si alguien matara a uno de tus hijos, René?»
Me quedé sin palabras, estupefacto. Mi esposa, en una explosión de ira, me dejó a la vista una
cualidad negada a todo mafioso: la empatía.

Sé que no soy ningún cisne, pero también sé que no quiero seguir viviendo en las alcantarillas. Habrá
quien diga que no soy tan distinto de los criminales que se describen en las páginas de este libro.
¿Qué ha cambiado en mí? Al menos elegí salirme de la alcantarilla, ellos siguen ahí dentro. Es
probable que tenga que pasar el resto de mi vida pagando por mis malas decisiones, ya sea encerrado
en la prisión o atrapado emocionalmente con los terribles recuerdos de lo que me he hecho a mí
mismo y a otros. Sin embargo, me consuela un poco saber que soy un mejor hombre que ayer, y que
intentaré ser un mejor hombre mañana. Esto se lo debo a mi esposa dedicada, mi familia, que hace
años debería haberme abandonado, y a los oficiales de la ley y abogados que se interesaron en mi
caso, que creyeron en mí y que me dieron otra oportunidad para alcanzar la liberación. Y por último,
me lo debo a mí mismo.

Hoy soy un hombre común y corriente: un hijo, un esposo, un padre, un abuelo. Y, por primera vez en
mi vida, eso me basta.

RENÉ «BOXER» ENRÍQUEZ

1 Mexicanismo para denomina a un amigo. «Mi carnal», es decir, «mi querido amigo»
INTRODUCCIÓN

ERAN LAS ÚLTIMAS HORAS de un largo día de octubre en 1995. El teléfono de mi oficina empezó a
sonar. Acababa de presentar el tercer segmento de una larga historia de investigación donde narraba
cómo un triple homicida convicto, fungiendo como su propio abogado, estaba abusando del sistema
de la corte para facilitar sus negocios como miembro de la Mafia Mexicana. Este caso detonó el
lanzamiento de la «Operación Pelícano», un operativo costoso, secreto y de alta seguridad en el cual
se transportó a más de una docena de los peores presos de «alto riesgo» de California, incluido René
«Boxer» Enríquez, a quien describí como un «famoso asesino a sueldo de la mafia».
En el pasado, explorar diferentes historias sobre el crimen organizado ya me había generado una
considerable cantidad de llamadas furiosas así como varias amenazas de muerte. No tenía ganas de
recibir otra más, así que dudé antes de levantar el auricular. Pero lo hice.
Del otro lado de la línea escuché a una mujer enérgica que me soltó un torrente de insultos. No le
había gustado lo que vio en la televisión, en especial la forma en que describí a René Enríquez. No
era la primera vez que este hombre ocupaba un lugar importante en mis reportajes sobre la Mafia
Mexicana, también conocida como la Eme. Antes había realizado un amplio reportaje en cinco partes
para un noticiero de la televisión así como un documental en octubre de 1991 sobre el resurgimiento
de la Mafia Mexicana y en ellos describía a Enríquez como un asesino brutal y un mafioso adicto a la
heroína. Durante la investigación que realicé para estos reportajes, entrevisté a un socio de Enríquez
y a otro individuo que recientemente había desertado de la Eme. Ambos hombres tenían experiencia
en la ejecución de ataques en nombre de la mafia. Me pareció muy interesante que los dos accedieran
a hablar sobre cualquier tema con una excepción, no responderían preguntas sobre Boxer Enríquez.
Ése era el tipo de miedo que provocaba.
En mayo de 1994, describí a Boxer Enríquez como un «matón de la Mafia Mexicana» en un
reportaje a fondo en cuatro partes sobre la 18th Street, la pandilla callejera criminal más grande de
Los Ángeles. Tenía unos veinte mil miembros, estaba involucrada en extorsiones, narcotráfico y
asesinato y tenía vínculos cercanos con la implacable Eme.
Entonces, la mujer enojada al teléfono se identificó: era Lupe Enríquez, la madre de Boxer. Insistió
que su hijo tenía un buen corazón y que no era el mafioso asesino que yo había descrito. Yo, en
cambio, sí que era poco menos que basura por estar desprestigiando a su amado retoño. Pensé que lo
último que me convenía hacer era insultar a la madre de un conocido mafioso, así que traté de calmar
su furia. Después de unos veinte minutos al teléfono, decidió que yo parecía ser un «buen hombre».
Lupe Enríquez entonces me sugirió que le escribiera a René y me dijo que probablemente podría
conseguir una entrevista con él que ayudara a alejar a otros jóvenes de los riesgos de la vida en las
pandillas. Así que redacté una carta y la envié a la cárcel de máxima seguridad de California.
Un mes después recibí una carta de dos páginas escrita a mano en papel legal amarillo proveniente
de la Prisión Estatal de Pelican Bay. La carta expresaba «un poco de sorpresa» ante mi acercamiento.
René Enríquez me informaba que conocía las historias que había realizado sobre él y que «no sentía
deseos de ser expuesto de esa manera». Sin embargo, profesaba comprender que yo era un
«periodista que solamente informaba sobre los acontecimientos». Rechazó amablemente mi solicitud
de una entrevista en televisión con un pequeño comentario: «No tengo interés en ser exhibido en las
pantallas con el título de ‘matón’ como parece ser que usted ha tenido a bien apodarme». Pero la
carta dejaba en claro que esto de ninguna manera debía hacerme sentir amenazado: «Esté seguro de
que no albergo ningún sentimiento negativo contra usted. Por último, quisiera agradecerle por la
cordialidad con la cual trató a mi madre. También aprecio la honestidad que mostró en su carta y su
disposición para ser franco. Valoro mucho la integridad personal de un hombre. Si siente la
necesidad, por favor no dude en contactarme en el futuro». Estaba firmada: «Sinceramente, René
Enríquez, ‘Boxer’».
En mayo de 1997, René me escribió para preguntarme si podía convertir a fotografías unas
imágenes en video que le tomaron en la corte. Se encontraba encerrado en una Unidad de Habitación
Segura (UHS) en la Prisión Estatal de Pelican Bay y no tenía autorización de tomarse fotos pero
quería mandar algo relativamente reciente a los miembros de su familia. Le hice ese favor y bromeé
con él diciéndole que las fotos del video de la corte seguramente serían mejores que las del archivo
policial. Poco después me envió una nota de agradecimiento que decía: «Tiene razón, son mucho
mejores que las del archivo». Junto al comentario dibujó una carita feliz.
Posteriormente, recibí una tarjeta de Navidad de Pelican Bay cada año y siempre envié una de
regreso. Los mensajes consistían en breves felicitaciones y deseos de lo mejor para las respectivas
familias. El legendario mafioso solía agregar una carita feliz como énfasis al final de los comentarios
graciosos.
Más tarde, en la primavera de 2003, me enteré a través de mis contactos policíacos que Boxer
Enríquez había desertado de la Mafia Mexicana. Para ser sinceros, nadie lo podía creer. Varios días
después, recibí una llamada en la oficina de parte de John Enríquez, el papá de Boxer. Me dijo que
René estaba interesado en escribir un libro sobre su vida en la mafia y que quería que yo lo
escribiera. ¿Me interesaba? La respuesta fue sí.
Días después me encontraba al teléfono con un hombre que conocía como ladrón, extorsionador y
asesino. Gracias a su conducta violenta había ascendido en el ámbito criminal hasta alcanzar el grado
más alto dentro del grupo reconocido como la principal amenaza del crimen organizado de
California: la Eme. Nunca antes habíamos hablado. La Mafia Mexicana es supuestamente una
organización secreta y sus miembros, que se auto-denominan «carnales», hablan con los medios de
comunicación conscientes de que podrían pagar con sus vidas. Llevábamos diez años intercambiando
correspondencia, así que no me sorprendió que fuese un hombre elocuente, cautivador y sociable. No
tardé en percatarme que no le gustaba el sobrenombre de Boxer y que prefería que se le llamara
René. Me habían advertido que era manipulador, y era verdad. Aún se regodeaba de su legendaria
reputación como mafioso, pero resultaba claro desde el principio que estaba arrepentido de algunas
cosas. Su gran inteligencia tampoco estaba en duda y en sus mejores momentos era encantador e
interesante. No era posible salir de una reunión con René sin preguntarse qué podría haber sido de su
vida si no hubiese elegido el camino de la delincuencia. Su alter ego, Boxer, había dominado su
existencia y me quedaba claro que estaba intentando redescubrir a René. Tuvo una recaída en su
adicción a las drogas tras cuatro años de haberlas dejado y hubo un periodo en el cual dudó sobre su
decisión de dejar la mafia. Desde 2002, René y yo nos hemos reunido en persona unas treinta horas
en total en distintos lugares y hemos pasado incontables horas al teléfono. A lo largo del último año
del proyecto del libro, hablamos casi diariamente. Nuestras conversaciones iban mucho más allá del
material para el libro. Hablábamos sobre la vida y lo que significa ser un buen hombre, un padre, un
hijo, un cristiano. Hubo momentos en que recordaba a sus amigos de la Mafia Mexicana, no sólo
como mafiosos, sino como personas. Nuestras conversaciones se sumergían en las profundidades de
la maldad, las drogas, las depravaciones y la muerte.
En la medida de lo posible para una relación limitada a conversaciones telefónicas o visitas en
prisión, nos llegamos a conocer. Me atrevería a decir, por impactante que pueda parecer, que se
desarrolló una amistad. No hay nada que yo admire del pasado criminal de René. Es triste,
desalentador y frustrante que tantos jóvenes elijan imitar el estilo de vida del mafioso. Boxer
Enríquez contribuyó a mantener vivo el mito de que la mafia es divertida, glamorosa, próspera y que
brinda una opción honorable de ganarse la vida. En los años venideros, espero que René Enríquez
haga lo posible por disipar ese mito. Al final, le corresponde a él, y sólo a él, demostrar que ha
cambiado. Su caso es, de hecho, un proyecto de prueba para intentar alcanzar la redención.
Gran parte de lo que se escribe en estas páginas proviene de primera mano de los relatos de René.
Sin embargo, mucha más información proviene de la investigación de miles de folios legales,
informes policiales, testimonios ante la corte, informes sobre la mafia, noticias publicadas y
entrevistas personales con los oficiales de administración de justicia, fiscales, abogados defensores,
parientes e informantes confidenciales. Procuré que la narrativa tuviera un flujo consistente, por lo
cual no siempre hice referencia de manera específica a todos los individuos que proporcionaron
información.
El escritor, pensador y estadista del siglo XVIII, Edmund Burke, dijo: «Para que triunfe el mal, sólo
es necesario que los buenos no hagan nada». En mis casi cuatro décadas de experiencia como
reportero, he visto demasiados buenos que no hacen nada, no sólo en el bajo mundo criminal, sino
también en el mundo corporativo. Me enferma.
A los miembros de la Mafia Mexicana o a los que se asocian con pandillas que tal vez se molesten
con este libro, les hago una pregunta: ¿Les gustaría que sus hijos vivieran esta misma vida? Yo creo
que me responderían que esperan que hagan algo mejor. La verdadera satisfacción no la alcanza
quien vive con drogas y se alimenta de sangre y violencia, siempre cuidándose las espaldas y
preguntándose si un amigo los apuñalará por la espalda o les meterá una bala en la cabeza. Por otro
lado, las paredes de las prisiones llegan a ser permanentes, no sólo mantienen a los presos dentro,
sino que los alejan de la vida productiva que eligieron no vivir. No dudo que haya quien se encuentra
del otro lado de la ley como consecuencia del maltrato recibido en el hogar durante la infancia. Otros
se aproximaron a la flama de la maldad por alguna injusticia, percibida o verdadera. A ellos sólo les
puedo decir: rompan la cadena de maltrato. Un hombre verdadero nutre el bien, no el mal.
Lupe Enríquez me pidió mencionar al inicio de este libro que no es mi intención culpar a nadie. No
estoy juzgando. Lo que intento hacer es una narración honesta sobre un hombre, su familia y la
organización criminal que contribuyó a moldear su vida. Lo cuento con la esperanza de que otros
puedan percibir las señales de alerta: que se lleven un aprendizaje al leer sobre estos errores y estas
vidas destrozadas. «No fue fácil —me dijo—, para ninguno de los involucrados». Aquí lo tiene, Sra.
Enríquez.
1

Sangre adentro, sangre afuera


LAS MANOS DE ESTE HOMBRE estaban impregnadas de sangre de las calles y de la cárcel.
Ahora se encontraba en la Suprema Corte de Los Ángeles esperando a la Juez Florence-Marie
Cooper para que estableciera la fecha del juicio. Tenía dos cargos de homicidio en primer grado y
dos cargos de intento de homicidio. De resultar declarado culpable, la pena de muerte era una
posibilidad. Como mínimo, se enfrentaba a una cadena perpetua y no parecía importarle.
De hecho, mientras se grababa el proceso para los noticieros de televisión, René Enríquez, de
veintinueve años de edad, mejor conocido en las calles infestadas de pandilleros del Sur de
California como «Boxer», volteó de forma tranquila hacia la cámara, pronunció la palabra
«mentiras» y soltó una sonora carcajada.
Era un hombre bien parecido, con una personalidad que llamaba la atención y cierta presencia que
generaba respeto. Su cabellera negra peinada hacia atrás era espesa. Tenía el bigote grande con las
puntas hacia abajo. Una nariz afilada y pómulos altos que dejaban ver sus raíces mexicanas y aztecas.
Sus lentes enmarcaban ojos amistosos que se podían volver fríos y amenazantes en un instante. Medía
1,72 m de altura pero su porte lo hacía parecer unos quince centímetros más alto, estaba en buena
condición física y era atlético. Se veía bien en su uniforme azul de prisionero. De no ser por los
tatuajes que le marcaban ambos lados del cuello, las manos y antebrazos, si vistiera un traje fino,
fácilmente podría hacerse pasar por los refinados abogados que se ganaban la vida representando a
los gángsters como él.
Un año y medio antes, mientras estaba en libertad condicional, había mandado matar a una joven
por robarle drogas y unos días después le dio cinco balazos con una ·357 Magnum en la cabeza a un
mafioso errante que había demostrado cobardía. Más tarde, mientras esperaba el juicio, agredió a
otros dos mafiosos dentro de la Prisión del Condado de Los Ángeles. Apuñaló tantas veces a estos
rivales que fue mera suerte que no terminaran en la tumba. Sin embargo, las autoridades creen que en
realidad participó al menos en diez asesinatos y tuvo conocimiento de unos setenta.
Boxer Enríquez fue un miembro hecho y derecho de la implacable Mafia Mexicana, también
conocida como la Eme, un Murder Inc. moderno. Y se sentía orgulloso. Eme es la pronunciación
fonética de la letra «M», de Mafia. Boxer tiene la palabra «EME» tatuada en la mano izquierda y
«emero» en el bíceps izquierdo. Una mariposa, que también representa la letra «M», decora su
cuello. Una mano negra de tamaño real está tatuada sobre su corazón un una pequeña «eMe» a la
mitad de la palma con la «e» de cada lado de color más claro para resaltar la «M». La Eme tiene un
dicho que reza así: «cuando la mano te toca, te pones a trabajar». Esto significa asesinatos,
mutilación, disturbios, extorsión, tráfico de drogas, robo, vandalismo, secuestro o cualquier otra cosa
que los hermanos de la Mafia Mexicana quieran. Y Boxer había hecho de todo.
Se mecía en las patas traseras de la silla y observaba a la Juez Cooper definir la fecha del juicio
para el primero de enero de 1993. Esto no representaba problema. Se puso de pie muy erguido, ya
con las esposas en las manos y con una cadena entre la cintura y las piernas, y salió escoltado de la
corte rodeado de guardias. Así sería como saldría de su celda el resto de la vida. Se oía el sonido de
las cadenas mientras caminaba. Volteó a saludar con la mano despreocupadamente mientras se
acercaba a la salida lateral para prisioneros. No habría posibilidad de fianza. Nuevamente, no
pareció preocuparle. Boxer ya había pasado una tercera parte de su corta vida tras las rejas. Se
sentía razonablemente a gusto en la prisión. Por otro lado, era un asesino temido; incluso en un
mundo de homicidas, sabía que nunca titubearía. Otros tal vez sí. Él era un asesino de asesinos y se
sentía orgulloso de serlo: un guerrero.
También sabía que la Mafia Mexicana no sólo controlaba la cárcel del condado sino también a la
población más grande de reclusos en el mundo, además de cualquier otro negocio dentro del centro
penitenciario, incluyendo drogas, extorsión y apuestas. El Departamento de Correcciones de
California tenía 160 mil prisioneros y la Eme se valía del asesinato y el miedo para mantenerlos en
línea. Sí, sin duda que estaría bien.
Según su propia versión, era una existencia «retorcida» pero él era listo y se sentía confiado.
Sabía que no sólo se veía como un gángster, era uno de verdad. Y, después de todo, era la vida por la
cual había apostado y sólo existía una salida aceptable. Había hecho un juramento con sus hermanos
de la Eme «sangre dentro, sangre fuera». En otras palabras, la única forma de dejar la mafia era con
los pies por delante.
Esta era la regla principal del juego mortal que jugaba y se sentía como un jugador en la cúspide
de su carrera.
Además, la Mafia Mexicana tenía una palabra para describir la situación de sus miembros:
«rifamos». Esto significa que «nosotros mandamos, controlamos, reinamos». La línea que dividía la
vida en prisión y la vida en el exterior parecía borrosa.
La carrera criminal de Boxer es indicativa del estilo de vida de la Mafia Mexicana, que cometía
crímenes espantosos con impunidad sin importar cuántos hermanos fueran capturados o enviados a
prisión. Se adaptaban y se convertían en criaturas del sistema penitenciario y las crueles calles del
mundo subterráneo. No tenían ningún respeto por la vida humana y siguen sin tenerlo.
René Enríquez, también conocido como «Boxer», disfrutaba ser uno de ellos. Para entender con
mayor claridad en qué se había convertido Boxer, es importante empezar por conocer la sangrienta
historia de la organización que lo vio nacer y lo formó.
2

La historia de la Mafia Mexicana


TODO EMPEZÓ EN 1957 en la Institución Vocacional Deuel (IVD) en Tracy, California, cinco años antes
de que René Enríquez naciera. Este reclusorio era considerado en aquel entonces como la última
alternativa para los reclusos juveniles más violentos e incorregibles. Era en realidad una prisión
juvenil. Los jóvenes que eran demasiado difíciles de manejar en los reformatorios eran enviados a la
Dirección Juvenil de California (DJC) y los que eran demasiado violentos para la DJC acababan en la
IVD. En aquel entonces se le conocía como la «Escuela de Gladiadores» un lugar donde los
adolescentes, ya de por sí atormentados, refinaban sus habilidades criminales y se vengaban de sus
rivales de barrios enemigos.
Conforme aumentó la población mexicana en el Sur de California, también fue creciendo la cultura
de barrio que dio origen a pandillas callejeras con rivalidades tradicionales, barrio contra barrio.
Con el paso del tiempo, estas pandillas se volvieron más mortíferas para proteger sus territorios. Se
autodenominaban Vatos Locos. En su libro Mexican Mafia: Altar Boy to Hitman, quien también
fuera miembro de la Eme, Ramón «Mundo» Mendoza, explica: «los pandilleros más agresivos se
dedicaban al serio negocio de establecer sus reputaciones violentas. Con la reputación venía el
estatus de celebridad. Se estableció un sistema de valores sociales completamente anormal»2.
Algunos miembros de las pandillas, en honor a sus raíces aztecas o toltecas, o incluso tribus más
recientes como apaches o yaquis, tomaron nombres de guerreros indios como Caballo, Chato, Crazy
Horse, Crow, Cuchillo, Jerónimo e Indio. Otros adoptaron nombres más modernos como Shotgun,
Machine Gun y Capone. En cualquier caso, los nombres se adoptaban por el orgullo de generar
miedo y respeto.
Luis «Huero Buff» Flores era un joven de dieciséis años de Hawaiian Gardens, un suburbio de
Los Ángeles. Durante su estancia en la IVD, se dice que tuvo la idea de unir a todas las pandillas de
individuos con ascendencia mexicana en una gran «súper pandilla» o «pandilla de pandillas» en las
prisiones de California. Juntos terminarían con las rivalidades entre pandillas callejeras dentro de la
prisión, controlarían el tráfico de heroína, se protegerían de los guardias y se unirían como carnales
en contra de otros reclusos rivales, negros y blancos. Mundo Mendoza explica: «Estos tipos eran
maniacos y su modo de operar era ‘pura ofensiva, nada de defensiva’. Eran extremadamente
agresivos, sin respeto por sus enemigos y un desprecio sin par por la población general. Nos
sentíamos a prueba de balas».
La tradición carcelaria cuenta que Huero Buff se sentía fascinado con el poder y la mística de la
Mafia Italiana y bautizó al nuevo grupo como la Mafia Mexicana o la Familia Mexicana. Había unos
doce miembros originales que rápidamente duplicaron sus filas y se dedicaron a aterrorizar a otros
prisioneros, principalmente robando utensilios de cocina y drogas. Mundo Mendoza cuenta: «La meta
al principio era infundir terror en el sistema penitenciario y disfrutar de comodidades en la prisión
mientras cumplíamos nuestras condenas». Los que se resistían a las extorsiones de la Eme eran
golpeados o apuñalados. Huero Buff dijo posteriormente: «En aquel entonces, éramos sólo un grupo
de chavos, unos cuantos vecinos del Este de Los Ángeles. Si me daban ganas de matar a alguien, lo
hacía, y si no, no. Nos estábamos divirtiendo. El poder nos intoxicaba»3.
En esos tiempos, la mayoría de los miembros provenía, en efecto, de pandillas de la zona del Este
de Los Ángeles con reputaciones violentas: Hoyo Soto Maravilla, Varrio Nuevo Estrada, White
Fence, Big Hazard, Clover y los Avenues. Se reclutaba a los intrépidos, agresivos e implacables.
Cada candidato tenía que ser apadrinado o ser un «miembro iniciado» por el cual votaban todos los
miembros del grupo. Supuestamente todos tenían categoría de iguales y juraban mantener en secreto
la existencia de la Eme, prometían una alianza de por vida, matar por la organización y nunca mostrar
miedo, debilidad, titubeo o duda. Cualquier infracción se castigaría con la muerte.
Algunos nombres memorables de pioneros de la Eme incluyen: Mike «Hatchet» Ison, Eddie
«Potato Nose» Loera, Jesús «Liro» Pedroza, Alejandro «Hondo» Lechuga, Gabriel «Little Sluggo»
Casteneda, Benjamín «Topo» Peters, Joe «Colorado» Arias y Richard «Richie» Ruiz. Rodolfo
«Cheyenne» Cadena, quien a la edad de quince años apuñaló a un rival de una pandilla local y lo
mató saliendo de un salón de baile en Bakersfield, es muy conocido como cofundador de la Mafia
Mexicana. Medía apenas un metro y medio y pesaba cincuenta y cinco kilogramos, pero era bien
parecido, un líder natural con tremenda energía, gran inteligencia, un temperamento volátil y una
presencia indiscutible. Sugirió que la palabra «Eme» se utilizara junto con el término «Mafia
Mexicana». Le añadía una tonalidad del idioma español para quienes todavía debatían sobre el
nombre por parecerse demasiado al de los italianos. También Eme podría utilizarse como palabra
clave alrededor de los guardias y entre otras personas que no estuvieran familiarizadas con el
lenguaje.
Para 1961, los administradores de la IVD, alarmados por la escalada de violencia, ya habían
transferido a varios de los miembros de la Eme a San Quintín, con la esperanza de desalentar el
comportamiento violento al mezclarlos con convictos adultos. No funcionó.
Por ejemplo, la historia cuenta que Cheyenne Cadena llegó al patio inferior de San Quintín y se
topó con un prisionero negro de 1,95 m de altura y 136 kg que le plantó un beso y le anunció al
flacucho adolescente que sería su «perra» a partir de ese momento. Chy regresó poco después, se
acercó al depredador distraído y lo mató a puñaladas con un cuchillo de cárcel (una barra de metal
afilada). Había más de mil prisioneros en el patio. Ninguno de los testigos intervino y el único que
alguna vez albergó la idea de que Cadena era la perra de alguien fue el prisionero muerto.4
Hubieron otros jóvenes miembros de la Eme en San Quintín que siguieron con su reino del terror.
Un par de matones de la Mafia, sin razón aparente, apuñalaron al sorprendido Robert «Bobby Loco»
López, quien cruzó el patio superior, cayó al pavimento entre convulsiones y murió. Unos días
después, el dúo mortal apuñaló a otro prisionero incauto.
Alfredo «Cuate» Jiménez, de la Eme, mató otro convicto en el patio inferior y Mike «Hatchet» Ison
mató a uno más en el gimnasio de la prisión. Tony Chacón era de López Maravilla, la pandilla más
grande del Este de Los Ángeles en ese entonces. También tenía el mayor número de prisioneros en el
sistema de Prisión Estatal. Chacón cometió el error de hablar mal de la Mafia Mexicana. Así que
unos asesinos de la Eme, Richie Ruiz y Eddie «Pelón» Moreno, lo mataron en el Centro de
Adaptación de San Quintín, una unidad que hospedaba a los peores prisioneros.
Charlie White era un prisionero negro fastidiado de las tácticas de hostigamiento de la Eme. Les
gritó obscenidades a algunos incondicionales de la Eme en sus celdas y en particular a Hondo
Lechuga. A los que abrían la boca para insultar cuando estaban detrás de una puerta cerrada se les
llamaba de manera despectiva «soldados de celda». Poco después de que abrieran las puertas para
dejar salir a los prisioneros a hacer ejercicio, un miembro de la Eme se acercó a White y le dio una
serie de puñaladas que le cerraron la boca a este soldado de celda para siempre.
Juan Zamilpa era un prisionero muy temido y respetado que había matado a un informante un año
atrás. No aceptaba que se metieran con él y dejó claro que no cedería a la Mafia Mexicana. Cadena,
pensando que Zamilpa podría resultar útil a la Eme, un día intentó razonar con él en el patio para que
dejara de faltar al respeto a los hermanos. Zamilpa no quiso saber nada del tema. En el camino de
regreso a su celda, cuatro miembros de la Eme apuñalaron a Zamilpa once veces. Desde la tumba no
era posible faltarle al respeto a alguien.
Todas estas muertes fueron por el simple placer de matar, para demostrar superioridad en el patio,
para hacer evidente a los otros prisioneros cuánto debía temerse a la Eme.
Ramón «Mundo» Mendoza, quien participó en veinte ataques de la mafia antes de desertar a
finales de la década de 1970, explica que dedicaron sus vidas a «hacer una carrera dentro del
crimen». Llamó a la Eme las «fuerzas especiales» del mundo subterráneo de las pandillas. Según
Mendoza: «Reclutamos a los peores entre los peores, gente que estaba dispuesta a matar por la
organización a la menor provocación».
En 1967, el presidente Lyndon Baines Johnson aumentó la fuerza militar de los Estados Unidos a
medio millón de tropas en Vietnam para derrotar al ejército del Vietcong. Ese mismo año, la fuerza
de la Mafia Mexicana creció a más de treinta miembros convencidos y ya controlaban el tráfico de
drogas, las apuestas, la extorsión, la usura y la prostitución, no sólo en San Quintín sino también en
otros lugares, y sus miembros e influencia empezaron a dispersarse por la IVD y todo el sistema
penitenciario de California.
La Eme tenía la misión de conseguir un control absoluto y esto los enemistaba con muchos reclusos
de ascendencia mexicana que estaban hartos del acoso, de los apuñalamientos, de los asesinatos, del
robo de relojes, anillos, cigarros o cualquier otra cosa de valor. Algunos formaron en secreto otra
pandilla de prisión llamada Nuestra Familia (NF). Se estableció por primera vez a mediados de la
década de 1960 en el Centro de Capacitación de California en Soledad. Algunos de los primeros
miembros fueron del área de Los Ángeles, pero NF empezó a atraer a prisioneros principalmente de
las comunidades rurales del Norte de California.
La Mafia Mexicana consideraba a NF como débil e inferior, un grupo de granjeros o, como los
llamaban, «farmeros». Sin embargo, en 1968 en San Quintín se desató un gran motín después de que
un soldado de la Mafia Mexicana robó un par de zapatos de un simpatizante de NF. Diecinueve
prisioneros fueron apuñalados y un miembro de la Eme terminó muerto. La batalla se conoció como
la «Guerra de los Zapatos» y fue lo que definió a Nuestra Familia como uno de los mayores rivales
de la Eme.
Después de la Guerra de los Zapatos, varios miembros importantes de la mafia fueron transferidos
a la Prisión Estatal de Folsom, considerada la última alternativa para los convictos más violentos. El
legendario Joe Morgan fue uno de los famosos prisioneros ahí. Este croata alto, musculoso y con un
coeficiente intelectual que bordaba en lo genial, creció al Estede Los Ángeles en los barrios de San
Pedro. A los dieciséis años tuvo una novia de treinta y dos, casada. Atacó al esposo con un martillo
de hule, lo golpeó hasta matarlo y enterró el cuerpo a poca profundidad. Robaba bancos, escapó dos
veces de la cárcel, cometió varios asesinatos y tenía conexiones con el cartel mexicano de la heroína
así como vínculos con la mafia italiana. A pesar de no ser mexicano y de haber entrado a la Mafia
Mexicana a la avanzada edad de cuarenta años, Morgan fue nombrado el «padrino» de la Eme en
poco tiempo. Había recibido un disparo en la pierna durante un asalto bancario y se la amputaron por
debajo de la rodilla cuando contrajo gangrena.5 Esto le ganó el sobrenombre de «Peg Leg» pero
nadie lo llamaba así a la cara.
Más o menos por ese entonces Nuestra Familia formó una alianza con la pandilla de convictos
negros con visos marxistas llamada la Familia Guerrilla Negra (FGN). Y la Mafia Mexicana formó
una alianza parcial con una pandilla de supremacistas blancos llamada la Hermandad Aria (HA).
Durante el siguiente año, 1972, hubo un baño de sangre con treinta y seis asesinatos en las prisiones
de California; los expertos creen que la Eme fue responsable al menos de treinta.
Mientras tanto, el terror de la Mafia salió a las calles por primera vez.
El 6 de diciembre de 1971, apareció el cuerpo del soldado de la Mafia Alfonso «Apache»
Álvarez boca abajo, en su propia sangre dentro de un parque de Monterey Park, una comunidad de
cincuenta y cinco mil habitantes que colindaba con el Este de Los Ángeles. Apache tenía tres
agujeros de bala en la cabeza, había sido ejecutado por no completar un plan de escape diseñado
para liberar a varios hermanos de la Eme mientras iban camino a la corte en el Condado de San
Bernardino. La policía no tenía idea de este plan, pero encontraron un libro azul pequeño en la bolsa
de su camisa. Algunos de los nombres de la lista tenían las letras «eMe» junto.
Los detectives compararon notas y se enteraron de una previa ejecución con tortura en San
Bernardino. Jimmy López había recibido un poco de heroína de la Eme para vender a consignación,
pero en vez de distribuirla la había consumido él mismo. Su ejecución fue metódica: primero un
disparo a la rodilla, luego al hombro y después otras partes del cuerpo. Lo encontraron con los
pantalones alrededor de los tobillos y un desarmador sanguinolento junto a él. Le habían introducido
el desarmador en el recto. El forense calculó que la tortura de Jimmy duró unas tres horas antes de
que muriera en un remoto cañón de las montañas de San Gabriel.
Varios hermanos de la Eme estaban ahora en libertad condicional dedicándose a acumular
armamento y establecer conexiones de narcotráfico. La ejecución de Apache dejaba en claro que la
Eme no dudaría en eliminar a uno de sus propios miembros. Sumando al ataque a Jimmy López,
también demostraron que la Mafia Mexicana podía encontrarte en cualquier lugar, en cualquier
momento, no sólo tras las rejas.
El 18 de noviembre de 1971, un prisionero en libertad condicional llamado James «Chapo» St.
Claire fue hallado en el área de Lincoln Park en Los Ángeles, atado de pies y manos y con tres balas
en la cabeza al estilo ejecución. St. Claire estaba intentando conseguir apoyo del gobierno federal
para establecer un programa de rehabilitación de drogas. A la Eme no le agradaba la competencia.
Durante la década de 1970, se repartieron millones de dólares en subsidios para la creación de
centros de rehabilitación para drogas. Cheyenne Cadena tuvo la idea de apropiarse de ellos y la
mafia logró infiltrar al menos cuatro de estos proyectos en el área de Los Ángeles. Contrataban a los
miembros de la Eme en libertad condicional como consejeros y establecieron «puestos fantasma»
donde recibían sueldos sin presentarse a trabajar. Otra parte de este dinero público se destinaba a la
compra de drogas, para financiar otras actividades ilegales o para pagar el entretenimiento de los
mafiosos. Irónicamente, estos programas le dieron a la Eme acceso directo a cientos, o posiblemente
miles, de usuarios de heroína que compraban su producto. Fue un plan efectivo que generaba un flujo
constante de grandes cantidades de dinero ilegal.
Para finales de 1972, Cheyenne Cadena, tras negociar una corta tregua con Nuestra Familia en
1971, fue transferido a Palm Hall, una cárcel de alta seguridad en la Institución para Varones de
California (IVC) en Chino, la cual era entonces un bastión de NF. Cadena era un visionario y creía que
los morenos, La Raza, debían unirse en contra del enemigo común, la clase dirigente.
Los miembros de la línea dura con sed de sangre, como Joe Morgan, no estaban de acuerdo.
Mundo Mendoza cuenta: «Muchos de nosotros pensábamos que era inaceptable establecer un diálogo
con un grupo que creíamos inferior, Nuestra Familia. Los considerábamos una plaga que debía ser
exterminada». Por otro lado, un enemigo era un enemigo, para siempre. Los farmeros debían morir.
De hecho, recuerda Mundo: «Mientras Chy estaba en el diálogo con ellos, varios miembros de la
Eme en distintas prisiones estaban matando farmeros». Es más, un par de soldados de la Eme, en una
sección distinta de la misma prisión de Chino donde Cadena buscaba la paz, apuñalaron a dos
miembros de NF.
El 17 de diciembre de 1972, NF se vengó. Cadena salió de su celda para ir al patio de ejercicio y
se encontró con un grupo furioso de miembros de Nuestra Familia. Fue apuñalado una y otra vez y lo
golpearon con un tubo de metal. Su cuerpo casi sin vida fue arrojado de un balcón del segundo piso.
Cuando tocó el suelo, otro soldado de NF continuó cortando su torso. El forense contó cincuenta y
siete puñaladas.
Cheyenne Cadena murió a los veintinueve años. Cualquier idea de paz entre NF y la Eme murió con
él.
La carnicería continuaría por décadas. Mundo Mendoza explica: «La indignación por la muerte de
Chy estaba bien enraizada en nuestra arrogancia. Estábamos más ofendidos por la falta de respeto
mostrada a nuestra organización que por la muerte de Cadena. Que un farmero matara a un miembro
de alto rango de la Eme fue un golpe a nuestros enormes egos».
En 1977, el Estado de California eliminó las sentencias de prisión indeterminadas, excepto por el
homicidio en primer grado. Todas las sentencias se cambiaron a un número determinado de años tras
las rejas y se les dio a todos una fecha de libertad condicional. Esta ley liberó una nueva oleada de
miembros de la Mafia Mexicana a las calles. El resultado es evidente en una fotografía de 1976,
tomada en el funeral del miembro de la Eme, Jesse «Chuy» Fraijo de Norwalk, quien murió de una
sobredosis, donde posaban más de una docena de miembros de la Mafia Mexicana.6 Todos vestían
chamarras de cuello alto o suéteres, no sólo para protegerse del aire fresco sino probablemente para
ocultar las armas escondidas bajo sus ropas. La cabeza calva de Morgan sobresalía de las otras, que
todavía traían el pelo largo, la mayoría por debajo de las orejas como se usaba en la década de
1970. La mitad traían bigotes Fu Manchú y algunos se escondían tras lentes oscuros.
Mundo confesó posteriormente que él, Morgan y algunos otros forzaban a los traficantes de heroína
a vender exclusivamente su producto. «Si no lo hacían —añadió—, los matábamos. Mandamos el
mensaje de: o venden nuestro producto o mueren. Matábamos a alguien y de ahí nos íbamos a ver un
juego de béisbol de los Dodgers. Era algo estrictamente profesional, nada personal».
Eddie «Lalo» Moreno, que ingresó a la Eme en la década de 1970 y ya fallecido, sostenía que el
recluta promedio había cometido unos tres o cuatro asesinatos. «Empiezas a disfrutarlo después de la
primera vez —dijo—, ver a la persona suplicar y pedir ayuda, literalmente rogándote como si fueras
un santo. Y eso te prende, ver la sangre y todo, es raro. Es una enfermedad».
Era una enfermedad de la cual René Enríquez claramente se contagiaría en los años venideros
cuando trató de vivir de acuerdo con la historia sangrienta, implacable y traicionera de quienes lo
antecedieron en la Eme.

2 Ramón «Mundo» Mendoza, Mexican Mafia: From Altar Boy to Hitman (Los Ángeles: autopublicado, 2005), p. 15
3 íd., p. 16
4 Robert Morrill, The Mexican Mafia: The Story, p. 56
5 Robert Morrill informa en The Mexican Mafia: The Story que Joe Morgan recibió el disparo durante un asalto a un auto blindado que
estaba realizando levantamientos frente a una tienda departamental en un pequeño centro comercial del Este de Los Ángeles. Mundo
Mendoza piensa que sucedió durante el asalto a un banco.
6 En la fotografía están Gus Rivera, Luis «Huero Buff» Flores, Manuel «Tati» Torrez, Rubén «Rube» Soto, Ralph «Rafa» Mata, Daniel
«Dangerous Dan» DeAvila, Robert «Robot» Salas, Jimmy «Jimmy Joe» Lucero, Raymond «Chavo» Pérez, Richard «Richie» Ruiz,
Gilbert Roybal y Daniel «Spider» Arriaga.
3

Los inicios de Boxer


ESE DÍA DE ENERO DE 1973 el aire era frío y unos jefes de la Mafia Mexicana, Luis «Huero Buff»
Flores y Richard «Grumpy» García se unieron a un pequeño grupo de dolientes y familiares en el
cementerio de Bakersfield para rendir tributo y enterrar al primer ícono de la mafia, Rodolfo
«Cheyenne» Cadena. La mayoría de los otros carnales seguían en prisión y no pudieron asistir a los
funerales. La inscripción en la lápida decía: RECUERDO DE TU MADRE Y FAMILIA. Las iniciales EME
estaban talladas burdamente en la roca junto a la placa conmemorativa dejando en claro que familia
incluía a sus hermanos de la Mafia.
Unos doscientos kilómetros al sur, en Cerritos, un nuevo suburbio colindante con los condados de
Orange y Los Ángeles, en una zona primordialmente blanca de clase media alta, René Enríquez
estaba disfrutando de su regalo de Navidad predilecto, un conjunto de carritos de carreras. Tenía diez
años. Su madre y hermanos lo solían llamar «Nene», el sobrenombre que quedó a raíz de que uno de
sus hermanos no podía pronunciar «René». Era un niño inteligente, sociable y normal que jugaba con
sus hombres de acción y le encantaba hacerse el chistoso. «Batman era mi héroe —recuerda René
con gusto— y todos los días después de la escuela veía mis programas favoritos: Speed Racer, Little
Rascals y The Three Stooges». Era el segundo de los tres hijos varones y heredó algo de la
incansable ambición de su padre. De niño solía ser el líder en los juegos con sus hermanos.
Un año antes, el papá de René había conseguido un nuevo empleo y mudó a la familia a una casa
nueva de cuatro recámaras en Cerritos, a 38 km al Sureste de Los Ángeles. Era la ciudad de
crecimiento más rápido en todo el estado, una comunidad que había surgido apenas una década antes
con cuatrocientas granjas lecheras. Tenía más vacas que gente. En la década de 1970, grandes áreas
de sembradíos de alimento para ganado se convirtieron en proyectos habitacionales con parques,
centros recreativos, un centro comercial regional y uno de los centros de venta de automóviles más
grandes de la nación. No era exactamente un barrio.
Aún había granjas lecheras a una distancia corta de la casa de la familia Enríquez. René y otros
niños solían jugar en los campos «pateando excremento de vaca en busca de imanes». En las décadas
de 1930 y 1940, los granjeros solían hacer que las vacas lecheras se tragaran un imán como
dispositivo de seguridad. Ocasionalmente, las vacas tragaban pedazos del alambre que se utilizaba
para atar los fardos de heno. Los afilados trozos de metal podían rasgar los intestinos de las vacas y
matarlas. Pero con los imanes, esos alambres no salían y así se evitaba que la vaca saliera lastimada.
A veces los imanes lograban pasar por los tres estómagos de las vacas y acababan en el excremento,
convirtiéndose en un souvenir muy preciado por los niños del barrio. «Pasábamos horas buscando
esos imanes —recuerda René—. También buscábamos renacuajos y ranas en el arroyo Coyote. Y
corría una leyenda urbana que hablaba de la existencia de arenas movedizas mortales debajo de la
superficie del agua, así que siempre nos manteníamos en las orillas del arroyo».
En otras ocasiones, los granjeros le pagaban a René y sus amigos un helado o un litro de leche de
chocolate por barrer y apilar el excremento o por recoger la basura frente a la tienda. «Era una
hermosa zona —comenta René— y todo en mi vida estaba bien. Mis mayores preocupaciones eran el
Cuatro de Julio, Navidad, Halloween y mi cumpleaños. No tenía un solo problema en el mundo. Era
maravilloso».
La familia Enríquez llegó a Cerritos proveniente de Thousand Oaks, otro conjunto habitacional a
67 km al Noroeste de Los Ángeles, donde pasaron unos cuantos años en una casa de tres pisos con un
balcón y una terraza en el jardín trasero, a minutos del Club Campestre de Sunset Hills. Era muy
hermoso. Thousand Oaks todavía conserva la reputación de ser la ciudad más segura de California.
René nació el 7 de julio de 1962 en el Hospital Hope en Los Ángeles y vivió con su familia en la
Ninetieth Street de la zona sur-central de Los Ángeles durante sus años de preescolar, rodeados de
parientes y vecinos principalmente negros.
Su padre, John Palacios Enríquez era un macho de vieja escuela, estoico, nacido en Arizona y
criado en Guadalajara, México. Llegó a los Estados Unidos cuando tenía doce años y no hablaba una
sola palabra de inglés. Empezó a trabajar en una fábrica de muebles cuando tenía dieciséis años y
aprendió el oficio, trabajó duro y se convirtió en supervisor del taller, en capataz, en administrador
de la planta y, en 1978, abrió su propia fábrica. La llamó Resin Craft Decorating Industries, y ahí
John Enríquez hacía muebles a la medida para restaurantes y bares elegantes en sitios como el Hotel
Bonaventure de Los Ángeles y el MGM Grand de Las Vegas. También era dueño de inmuebles
comerciales y una tienda de licores. Era el sueño americano convertido en realidad. Era próspero y
se sentía orgulloso, tal vez demasiado orgulloso.
Tenía treinta años cuando contrajo matrimonio con Lupe Olmos, el 18 de abril de 1959, el segundo
matrimonio para ambos. Ella tenía veinticuatro años, con cabello castaño y ojos color café,
proveniente del pequeño pueblo de hacendados llamado Noche Buena, justo en las afueras de la
ciudad de Jerez en Zacatecas. Su familia era pudiente para México. John y Lupe eran católicos. Ella,
de manera secreta, practicaba un poco de brujería combinando algunas costumbres indígenas con
cristianismo español. René descubrió en una ocasión a su madre y su abuela haciendo algo
misterioso con unas cartas de Tarot. Al verlo, su madre rápidamente trató de ocultar la baraja. Él lo
tomó con humor y les dijo: «¡Está bien, brujas!» René cuenta: «Yo quería mucho a mi madre y la
llamaba ‘Shorty’ de cariño porque ni siquiera llegaba al metro y medio. Era una mujer cálida, llena
de folklore mexicano y amor incondicional». También era demasiado permisiva, a un grado dañino.
John y Lupe tuvieron dos hijas y tres hijos: Perla, Marco, Danina, René y John. Lupe nunca pudo
controlar a sus hijos. John era quien ponía disciplina, siempre fue distante con los niños y se enojaba
fácilmente. Sin embargo, René recuerda: «Hubo momentos de ternura, mi padre se acurrucaba en el
sillón con nosotros cuando éramos pequeños. Una noche entró a mi habitación y me enseñó mi
primera oración, el padrenuestro. Y nos hablaba a todos sobre san Judas, el patrón de las causas
perdidas, ayudante de los desesperanzados. Nos hizo ir al catecismo e iba a la iglesia con nosotros
en los días sagrados».
John quería que sus hijos fueran buenas personas y le parecía que las prácticas tolerantes y
permisivas de su esposa eran la causa de todos los problemas que enfrentaban. Los esposos tenían
frecuentes discusiones y él la llamaba «Animal». «Animal —le decía—, ¡no! Eso no está bien».
Ella lo llamaba «Viejo». «Déjalos en paz, Viejo», respondía.
Según René: «Estas constantes discusiones me avergonzaban y había pocas muestras de cariño
entre mis padres. Muy de vez en cuando los veía darse un beso, pero nunca los vi abrazados, caminar
del brazo o de la mano».
Los hijos siempre se las ingeniaban para pedirle cosas a su madre a espaldas del padre y lo
conseguían. Ella siempre fue así. Con el paso del tiempo, su esposo se iba convenciendo de que ella
estaba «loca» y la veía con desprecio por ser originaria de un pueblo desconocido en México.
Años más tarde, John Enríquez le escribió al comité de libertad condicional en nombre de su hijo
René: «Para cuando cumplió tres años, su madre y yo no nos llevábamos bien, no nos soportábamos.
Permanecíamos juntos porque pensamos que era lo mejor para los niños. Ella hacía lo que quería y
yo también. Ninguno de los dos se dio cuenta de cuánto daño les estábamos causando. No les dimos
el nutriente que todos los niños necesitan para crecer con una mente y un cuerpo sanos, y eso es
amor».
John también era un mujeriego sociable y, según su esposa, bebió mucho durante años. Las otras
mujeres eran motivo frecuente de peleas. «Mi mamá una vez lo descubrió en una situación
comprometedora con una empleada de la tienda —recuerda René—. Enfrentó a la mujer con un
desarmador. No quería que una mujerzuela le robara a su hombre. En otra pelea en casa, mi madre le
rompió un cenicero de cristal en la cabeza a mi padre. Mis hermanos lloraban. Nunca lo vi
devolverle el golpe. Simplemente lo recibió y le dijo que lo dejara de hacer. En aquella ocasión, mi
hermano Marc llamó a la policía, que llegó a la casa y detuvo el pleito».
John Enríquez pasaba más y más tiempo en el trabajo y menos y menos tiempo en casa. Lupe
cuenta: «Nunca estaba con los niños, no hablaba con ellos, no ayudaba a criarlos. Yo lo hice a mi
manera y lo hice con amor. A veces el amor no basta. Hice lo mejor que pude». No había muchos
niños de minorías en Cerritos y eso en un principio hizo que René se involucrara en varias peleas en
la escuela, hasta que aprendió a «cuidarse solo». No se adaptó muy bien, tenía problemas con las
matemáticas y era un estudiante promedio. «Cuando cumplí once años —dice—, me metí a la casa de
un vecino y robé unos fuegos artificiales». La Corte Juvenil le ordenó pagar por lo que había robado
y lo puso en una libertad condicional informal por robo. Fue su primer encuentro con la ley. En sexto
año, asistía a la Escuela Aesop, que era sólo para niños hispanos y minorías. Ahí fue donde empezó
a dejar de ir a la escuela con mucha frecuencia.
Para la familia Enríquez, el sueño americano empezaba a convertirse en una pesadilla. Las dos
hijas, Perla y Danina, «siempre fueron buenas niñas» según René. Fueron los hijos varones,
principalmente René y Marc quienes se fueron al lado oscuro.
Cerca de la casa de Cerritos estaban las comunidades de Artesia, Hawaiian Gardens y Norwalk,
al otro lado de las vías del tren, todas ellas con una importante presencia de pandillas callejeras
mexicanas. El hermano mayor de René, Marc, fue el primero en unirse. La pandilla se llamaba Arta,
la versión corta de Artesia 13.
A René inmediatamente le pareció que los miembros de las pandillas eran carismáticos con sus
tatuajes y sus vestimentas de cholos: las gorritas, las camisas de franela con camisetas blancas abajo,
pantalones grandes y zapatos negros de piel muy brillantes. Eran «cool» y, a los ojos de un niño de
doce años, parecían poderosos, respetados y también parecía que lograban conseguir a las chicas.
Eran «rebeldes» y René pensó que «ser rebelde atraería a las chicas». Además, su hermano mayor
Marc, ahora ya muy adentrado en el medio, era el héroe de René. Quería ser exactamente como él y
era frecuente que lo acompañara con sus amigos.
Los gángsters de Arta eran chicos malos. Muchos vivían en un pequeño gueto en la parte más
peligrosa de Artesia. No estaba muy lejos del Centro Recreativo y del Parque Pat Nixon cerca de
South Street y Norwalk Boulevard. La esposa del recién elegido presidente Richard Nixon vino a la
inauguración del proyecto en septiembre de 1969. Había una casa histórica en la propiedad donde
Pat Nixon creció en la granja de su familia. Los miembros de la pandilla Artesia 13 quemaron la
casita por pura diversión.
Un día, mientras Marc estaba en casa de su novia, René, de doce años, iba caminando con Bobby
«Apache» Guerrero y otro amigo llamado Sparky cuando de pronto lo jalaron a un callejón detrás de
la licorería.
Apache dijo: «¡Vamos a iniciarte!».
René era un niño todavía inocente, un poco cuadrado y asustado.
«¡No, no! No quiero ser parte de la pandilla».
El puño de Apache encontró la parte suave del estómago de René y el niño se dobló de dolor, sin
aire, intentando respirar. Entonces, ¡bum, bum, bum! De todas direcciones los nudillos de los jóvenes
empezaron a golpear el cuerpo de René hasta el cansancio. Las lágrimas se acumularon en sus ojos y
la nariz se le empezó a soltar pero oyó: «Ya, está bien. No pasa nada. ¡Ya párale! Ya eres uno de
nosotros y los miembros de la pandilla no lloran».
René se tragó su orgullo y luego le volvió a salir. Era un pandillero ahora, un tipo rudo.
Unos días después, Marc, René y otro pandillero de nombre Junior empezaron a entrenar en el
centro juvenil de boxeo de Montebello en Whittier Boulevard. Marc decidió que «Boxer» sería un
buen apodo para su hermano menor.
«Sí, ese sería un buen apodo», estuvo de acuerdo René.
Todos dijeron: «Sí, él es Boxer».
«Al principio solamente me encantaba tener una placa. Me hacía más parecido a mi hermano y sus
amigos, un miembro del grupo. Pero al crecer también empezó a molestarme». Sin embargo, el
sobrenombre se le quedó.
Sin que lo supieran en aquel entonces, se había plantado ya la semilla que se convertiría en una
monstruosa planta antropófaga. Aunque los familiares y amigos cercanos lo seguían llamando René,
con los años la imagen de este hombre se convirtió en Boxer. A John Enríquez esto no le gustaba
nada y constantemente sermoneaba a sus hijos. Les decía: «Aléjense de esos vándalos. Están vestidos
como vagos. ¡Parecen payasos con esos pantalones tan grandes!» Así que escondían sus trajes de
cholos en la cochera y ya que habían salido de la casa se ponían la ropa nuevamente. Desobedecían
descaradamente a su padre. René pensaba que su papá «no era cool, que era un mexicano anticuado».
Por otro lado, él y su hermano tenían una nueva familia y ellos sí eran cool, la pandilla Arta.
4

Drogas, tráfico, robo y rebelión


RENÉ EMPEZÓ A CONSUMIR ALCOHOL cuando tenía trece años y se metió a la alacena donde su padre
guardaba el licor. Junto a Johnny Mancillas, un amigo de la escuela que vivía en el conjunto
habitacional vecino, se sirvieron una combinación de Johnnie Walker rojo, ron Bacardí y Kahlúa en
un vaso grande y se lo tomaron. Para ese entonces, René ya llevaba un año fumando mariguana.
Una chica del vecindario llamada Becky, cinco años mayor que René, y conocida por su consumo
de mariguana, fue quien lo inició en la misma. Sus padres eran viejos hippies que siempre ponían un
gran símbolo de la paz en las luces navideñas de su casa durante las fiestas. Era una chica alta, de
ojos azules y rubia que vestía pantalones de mezclilla cortados y chaleco, usaba parches con forma
de hojas de mariguana en las playeras y tenía cadenas que iban de la cintura a la cartera. Un día René
pasaba por su casa cuando escuchó una voz de mujer que le decía: «Oye, ¿quieres fumar?» Tenía un
poco de hierba barata. René decidió: «Sí, está bien». Así que salieron a un campo vacío donde había
un gran agujero y empezaron a fumar. A René le pegó muy fuerte, se quedó un rato con Becky y
después vomitó. Honestamente, no le gustó mucho esa primera experiencia con la mariguana, pero
después la fumó casi diariamente. Muchos de sus nuevos amigos también lo hacían.
Algunos miembros de la pandilla que eran más grandes insistían en que no forzaban a los jóvenes a
que bebieran o fumaran, que era una decisión de los niños de doce o trece años. Pero René era un
niño que quería ser aceptado e impresionar a sus compañeros mayores, por supuesto que lo hizo. Los
miembros de Arta, como muchos otros gángsters, se lavaban las manos de la responsabilidad de los
más pequeños. Y René, apenas pasando la pubertad, ya había entrado en un patrón de abuso de
sustancias que quizás fue uno de los factores que más influyeron en su transformación.
Su segundo roce con la ley no fue más espectacular que su primer arresto por robar fuegos
artificiales de la casa de los vecinos. Con otros amigos de trece años de edad, faltó a la escuela y
fueron a la casa de una niña que les había prometido sexo. Ya habían experimentado algunas caricias
y toqueteos, pero ella estaba dispuesta a hacerlo todo esta vez. Cuando los tres ansiosos jóvenes iban
en camino, René vio un jardín donde estaban instalando un nuevo sistema de riego. No pudo resistir
patear algunos de los aspersores que sobresalían del suelo «nomás porque sí». Un vecino lo vio y
llamó a la policía. René ni siquiera había llegado al final de la cuadra cuando lo arrestaron por
vandalismo, le dieron asesoramiento psicológico y lo liberaron.
La casa de los Enríquez, una de las pocas con una familia perteneciente a una minoría en Cerritos,
se convirtió en el punto de reunión para los miembros de la pandilla. Todos vivían en Artesia, que
quedaba cerca, pero la cochera de la casa de los Enríquez se convirtió en un sitio seguro donde
drogarse. Se había convertido en parte del territorio de Arta. En poco tiempo unos rivales de
Hawaiian Gardens lo descubrieron y en dos ocasiones pasaron disparando a la parte frontal de la
casa. Aún no se acuñaba el término «drive-by» para la costumbre de pasar frente a una casa y
disparar una ráfaga desde el auto en movimiento. Lo llamaban «going capping»: escoger un
pandillero enemigo, pasar por su casa y disparar. Arta siempre se vengaba.
Marc, tres años mayor que René, también se metió en problemas con un traficante local. Le debía
bastante dinero que no tenía cómo pagar. El traficante no se andaba con rodeos y se iba a encargar de
que Marc pagara a como diera lugar. Marc se acercó a su padre, quien reaccionó con enojo: «Esto
está mal, hijo». John quiso llamar a la policía, pero Marc y René, observantes del código callejero,
dijeron que no querían policías y le rogaron que no los llamaran. El padre cedió y aceptó pagarle él
mismo al traficante tras advertir a sus hijos que no volvieran a involucrarse nunca más con ese tipo.
René se escondió en el baño con el rifle de su papá mientras el traficante se presentaba a cobrar.
Estaba preparado para dispararle si algo salía mal. Sin embargo, los hermanos no hicieron caso de
las súplicas de su padre de alejarse del mundo de las drogas. En varias ocasiones los golpeó cuando
llegaban drogados, pero ellos esquivaban los golpes y continuaban con su estilo de vida de
pandillero-drogadicto.
De hecho, René se convirtió en un usuario habitual de PCP cuando tenía catorce años. No sólo lo
consumía, sino que también lo fabricaba y lo vendía. Compraba hojas de menta y polvo de cocui en
el supermercado local, lo mezclaba en casa, lo ponía sobre hielo seco y lo dejaba cristalizar. Se lo
vendía a otros niños de la escuela y tenía su pequeño negocio lucrativo en el octavo grado. El PCP es
una droga que causa una euforia estúpida y provoca tartamudeo. Tuvo un claro efecto en René. Con
frecuencia despertaba en un estado de confusión causado por las drogas. No tenía idea de dónde
había estado o qué había hecho. Era otro gran ingrediente para el comportamiento autodestructivo y
aumentaba sus probabilidades de terminar tras las rejas.
Johnny Mancillas era miembro de una pandilla de Compton Varrio Largo, que se mudó a un
complejo habitacional al lado del de la familia Enríquez en Cerritos. Era el único niño de
ascendencia mexicana en el área de la edad de René. Los dos se conocieron en la escuela, empezaron
a beber juntos y se convirtieron en socios para cometer delitos metiéndose a las casas locales. Lo
que robaban lo vendían en las calles o lo intercambiaban por drogas.
Los vecinos de Johnny salieron de vacaciones y la pareja de delincuentes entró a la casa en cuanto
se fueron. Era 1976, justo antes del día de Acción de Gracias. Dentro, encontraron varias pistolas,
incluyendo una calibre 22 mm, una 38 especial y una escopeta de cañones superpuestos de calibre
·410 / 22 mm. En la cochera había un Oldsmobile 98. Consiguieron las llaves y también lo robaron.
Los dos niños de catorce años, sin licencia de conducir, iban y venían por la calle en este gran
automóvil robado con pistolas enfundadas cubriéndoles el cuerpo. Hicieron círculos en el pasto de la
escuela y condujeron por todo el pueblo asegurándose que todos los amigos y amigas los pudieran
ver en su esplendor cholo. Después René decidió vengarse de los miembros de la pandilla de
Hawaiian Gardens por el ataque a su casa.
Era pleno día. Johnny iba manejando cuando se acercaron a la choza de metal corrugado que
servía como punto de reunión y vieron a dos gángsteres rivales más o menos de su edad. Boxer
estaba sentado en la orilla de la ventana, saliendo por la parte de arriba del carro con su 38 mm.
Gritó: «¿De dónde son?».
Fijó la vista en uno de los jóvenes que, consciente de lo que estaba a punto de suceder, se dio la
vuelta y salió corriendo con un compañero. Boxer empezó a disparar frenéticamente mientras los dos
enemigos saltaban sobre una barda cercana y escapaban, asustados pero ilesos. Un reporte policial
confirmó después que varias de las balas le dieron al techo del Oldsmobile. René era un niño con
una pistola, no Harry el Sucio.
Más tarde pasaron por la casa de otros enemigos frente a la cual había un grupo de muchachos y
repitieron lo mismo. Después se enteraron que una chica había recibido un balazo en la muñeca y
René pensó que había rozado a un par de cholos pero nunca lo supieron con certeza.
Después se fueron al condado de Orange, se robaron veinte dólares en una gasolinera, dejaron el
carro robado en un parque industrial y caminaron a casa. René conservó las pistolas, que eran varias,
y las puso sobre su cama para mostrárselas a su hermano pequeño, John. En ese momento su padre
entró a la habitación. Le gritó a su esposa: «¡Llama a la policía! ¡Tiene pistolas!».
Los policías llegaron en minutos. René nunca se movió. «Mi padre me tenía paralizado con la
mirada». El Sr. Enríquez pensó que sería una buena lección para su hijo mal encaminado que pasara
la noche en prisión. René recuerda a su padre diciéndole a los policías: «Llévenselo a que pase la
noche allá y asústenlo». Estaba seguro de que su decisión era la correcta.
Los ayudantes del sheriff se llevaron a René al Centro Juvenil de Los Padrinos, a 16 km de
distancia en Downey. Sí le provocó miedo. Cuatrocientos delincuentes juveniles juntos en un sitio de
veintiséis acres construido en 1957 como el segundo reformatorio del condado de Los Ángeles.
Había una constante tensión y confrontaciones entre las distintas razas y pandillas. René se metió en
más de una pelea con miembros de pandillas rivales de otros barrios. Era un lugar extraño, en
especial para un niño que nunca había estado solo fuera de casa y no fue sólo una noche. Estuvo ahí
siete semanas en espera del juicio. Sus padres lo visitaban con puntualidad cada fin de semana y
contrataron a un abogado para que lo defendiera en la Corte Juvenil. No había juicios con jurado en
el sistema de justicia juvenil, sólo una audiencia frente a un juez que tenía el poder de decidir qué era
lo mejor para el acusado.
Los padres de René se sorprendieron tanto como él cuando el juez lo puso bajo tutela judicial y lo
envió a una granja-escuela llamada Boys Republic en Chino Hills. El lugar era amplio, de doscientos
acres, a 32 km al Noreste de Cerritos, con veinticinco cabañas separadas para los internos, pero era
realmente un reformatorio que ofrecía «tratamiento multidisciplinario para adolescentes con
necesidad de supervisión altamente estructurada». Estuvo ahí siete meses pero le permitían pasar los
fines de semana en casa con sus padres. Él odió el lugar.
René no podía entender por qué su padre había llamado a la policía. «Pensé que mi padre me
había traicionado». Estaba muy sentido con su padre por eso. Por otro lado, John Enríquez no
entendía por qué su hijo se sentía así. Él provenía de otro mundo, del México profundo, donde la
palabra del padre era la ley. Su hijo no respetaba eso ni podía ver la simple verdad de que su padre
solamente intentaba hacer lo que pensaba que era lo correcto. La amargura y distancia entre los dos
creció. René explicó: «En cada discusión que tuvimos después de eso, yo sacaba lo que percibía
como la traición de mi padre. Se volvió como una cuña entre nosotros y tensó nuestra relación por
años». Al final, el reformatorio solamente mejoró la educación criminal de René. «Me bautizaron en
la cárcel, mi primer encuentro, y lo manejé bien».
Su vena rebelde se incrementó exponencialmente al entrar al noveno grado en la Escuela
Secundaria de Cerritos y nuevamente se juntó con su antiguo compañero del crimen, Johnny
Mancillas, quien había pasado solamente una noche en la cárcel por su última correría. Después de
todo, quien tenía todas las pistolas robadas era René.
Recién salido de la Boys Republic y sin un centavo, Boxer consiguió una escopeta recortada con
unos amigos de la pandilla y reclutó a Johnny para que lo ayudara con un asalto. René recuerda:
«Cuando era urgente conseguir dinero, robaba».
Había una pared de 1,80 m de altura alrededor del complejo de casas donde vivía la familia
Mancillas y a unos cien metros estaba una gasolinera Arco. El plan era robar la gasolinera en la
noche a la hora de cerrar, correr los cien metros, saltar la barda y escapar a la casa de Johnny con el
botín. Los ladrones de quince años se acercaron sigilosamente a la gasolinera atravesando una de las
zonas vacías de reparación de autos y se escondieron en la oficina de la parte trasera. Desde ahí
alcanzaban a ver a una mujer robusta que estaba reuniendo el dinero del día de una pequeña caja
fuerte en el suelo. Ya se había hecho tarde cuando apagó las luces y se escuchó el sonido de las
puertas que se cerraban. Los ladrones, con la escopeta en mano, esperaron para asaltar a la mujer
cuando llegara a la oficina de atrás. Pasaron diez minutos y no apareció.
Johnny dijo: «Mejor revisamos».
Se acercaron arrastrándose por el piso de la gasolinera y se dieron cuenta que la señora y el
dinero ya habían desaparecido, las puertas estaban cerradas y los sistemas de alarma activados. ¡Se
habían quedado encerrados!
Rápidamente tomaron todos los cigarrillos y los metieron en una bolsa. Salieron corriendo por una
puerta que tenía una barra de salida de emergencia. La alarma sonó, corrieron lo más rápido que
pudieron, brincaron la barda y se escaparon a la casa de Johnny. Los robos siempre eran riesgosos.
La venta de drogas era de donde salía el dinero constante y fácil. «Ahí estaba el dinero —explica
Boxer— y entonces las chicas gravitan hacia ti. Los amigos también, porque tienes cosas. Y a mí esto
se me daba».
Todo esto sucedió en la década de 1970, cuando René apenas había llegado a la adolescencia y
pasó por una temporada en la cual siempre estaba fumando y vendiendo mariguana, además de
consumir y vender ácido (LSD) y cualquier otra droga experimental que pudiera conseguir. «Con estos
drogos, era como estar de fiesta veinticuatro horas al día —cuenta René—. Te drogabas hasta que no
aguantabas más y te desplomabas». Realizó viajes al Río Colorado, donde asistió a fiestas y tuvo
sexo con chichas motociclistas, hippies y surferas. «Las chicas se acostaban con quien fuera». A
veces incluso cambiaba su traje de cholo por una camisa de surfero hawaiano, sandalias y jeans. Fue
a conciertos de rock y vio a ZZ Top, Peter Frampton, Ted Nugent, Santana, Heart, Led Zeppelin y
Pink Floyd.
Llegaba siempre tarde a casa y se levantaba al mediodía. Donde hubiera una fiesta, de cholos o de
drogos, René siempre estaba ahí metiéndose algo y vendiendo drogas. Su padre lo descubrió en más
de una ocasión mientras estaba drogado, y lo sentaba y lo vigilaba para que no pudiera salir.
Nuevamente lo sermoneaba «Esos tipos con los que te juntas no son buenos para nada». Un par de
veces golpeó a su hijo con un cinturón con la esperanza de poder disciplinarlo. Le ordenaba no salir
de la casa, pero René se escapaba por la ventana de su cuarto cuando nadie estaba viéndolo. No lo
podían controlar y su padre frustrado no sabía qué hacer. Su madre se contentaba con que estuviera
en casa y no en las calles.
René se escapaba de la escuela con más y más frecuencia porque pensaba que «eso no era cool,
pensaba que lo cool era ser un vago». Sólo le gustaban dos clases, la de mecánica automotriz y la de
seguridad. Y eso era todo. «Finalmente, las cosas llegaron a un punto en que iba al salón a reunirme
con mis amigos en la mañana, me iba el resto del día y me drogaba en el Freedom Park, enfrente de
la escuela». Eventualmente se salió después del noveno grado.
Su padre le dio empleo en la recién inaugurada fábrica de muebles e intentó enseñarle el oficio de
ebanista, trabajo arduo a la antigua usanza. Pasó a su hijo de trabajo en trabajo. Lo hizo pasar por el
entintado, el sellado, el laqueado y el trabajo con resinas, la formica y la madera. También barrió
pisos con los trabajadores mexicanos que ganaban el salario mínimo. René «lo odiaba». Su hermano
mayor Marc también trabajaba ahí y compartía su opinión. Cada par de semanas, cuando les pagaban,
«renunciábamos, nos íbamos a una fiesta y nos drogábamos», hasta que su padre los arrastraba de
nuevo al trabajo.
Durante este periodo, la familia Enríquez acogió a varios de los chicos locales que se habían
escapado de casa: muchachos blancos de clase media que se habían metido en problemas con sus
familias y no tenían otro lugar dónde ir. «Los revoltosos y los patanes —explica René— gravitaban
hacia nuestra casa. Las familias de anglosajones parecían correr a sus hijos de la casa cuando
cumplían dieciocho años si no hacían nada. Las familias mexicanas no hacen eso. La familia es
sagrada para nosotros. Mi padre primero les lanzaba unas miradas furiosas a los nuevos huéspedes,
pero la parte blanda de su corazón al final siempre cedía y terminaba dándoles empleos en su
fábrica».
Mientras tanto, la cochera de la familia Enríquez se convirtió en un lugar de fiestas en serio, con
todos los ingredientes necesarios para corromper a un adolescente: cajas de cerveza, ácido, hierba
sin semillas, aceite de hachís, un sillón, un estéreo, luces estroboscópicas y chicas alocadas. «Era
como la choza del amor —recuerda René—; todos sabían que la puerta estaba abierta si había fiesta.
Los de la pandilla y los drogos se juntaban con los atletas y las porristas, los surferos y hasta los
nerds. Era una mezcla étnica y social, terreno neutral para todos los que querían fiesta, pero sobre
todo, era un imán para los chicos malos. Incluso algunas de las niñas buenas del vecindario llegaron
a este antro de perdición y más de una perdió aquí su virtud. Siempre estaba a reventar».
El padre de René se enojaba cuando encontraba latas de cerveza en el jardín o cuando el
escándalo no lo dejaba dormir. Aparte de eso, los papás de los Enríquez básicamente no interferían
porque al menos sus hijos no estaban en las calles. La situación de la cochera hacía que René fuera
un «adolescente popular con una amplia gama de contactos. Yo proporcionaba las drogas y mis
interacciones con distintos grupos mejoraban la eficiencia de mi negocio de tráfico».
Durante este periodo, un día René fue a buscar drogas y compró media cucharada de heroína. Se la
llevó a casa. Su hermano, Marc, la calentó y encontró una jeringa que había usado otro pandillero.
Los dos se inyectaron. Fue la primera vez que René usó heroína: «Recuerdo que me sentí muy mal,
vomitaba mucho y de forma violenta. Pero después de eso sentí una cálida euforia. Te recuestas y te
sientes como en una nube de droga, una euforia que es muy atractiva y seductora». No lo volvió a
hacer al día siguiente, ni a la semana siguiente, pero esa sensación de euforia ya había echado raíces
profundas en su mente. Empezó a usarla en pequeñas cantidades y de vez en cuando. Poco a poco
aumentó la frecuencia y a la edad de dieciséis años ya era un adicto serio a la heroína. René
«perseguiría al dragón» el resto de su vida.
Pam Jonas era una chica bonita, de ojos azules y pelo rubio tres años mayor que René. La conoció
cuando llegó a su casa con una amiga para comprar PCP .
Provenía de una familia disfuncional de clase media, con padres divorciados. La mamá era
caprichosa, de gustos caros y conducía Cadillacs ostentosos. El papá era alcohólico y corrió a Pam
de la casa cuando descubrió que estaba embarazada. Tuvo un aborto natural y perdió al bebé. Eso fue
antes de que conociera a René: «Pam no tomaba ni usaba drogas. De hecho era bastante ingenua y por
alguna razón estaba obsesionada con los gángsters y nuestro salvaje estilo de vida». A decir verdad,
ella era lo opuesto, pero de cierta manera era algo que le gustaría hacer. Nunca hubo un lazo
emocional fuerte entre ellos, pero estaban juntos, algo nuevo para René, y se mudó a la casa de los
Enríquez.
René le puso un ultimátum a su indulgente madre: «O ella se muda con nosotros o yo me voy».
Pam se mudó a la habitación de René y en unos meses estaba nuevamente embarazada. Se casaron
cuando él apenas tenía diecisiete años. Era «normal» según René que vivieran en casa de sus papás.
«Me encantaba levantarme con el olor de la comida de mi madre, café, chorizo y tortillas y escuchar
el sonido de los huevos y las salchichas en el sartén». Se sentía «un tanto orgulloso» de haber
embarazado a Pam y quería hacer «lo correcto» así que se casó. «Pensé que esto me convertiría en un
hombre». No fue así. La engañaba constantemente con sus amigas. La relación estaba condenada al
fracaso desde el principio y eso no le gustó al papá de René. Quería que su hijo se hiciera
responsable y que desarrollara una ética de trabajo. Eso tampoco estaba por suceder.
René renunciaba cada dos semanas. Esto seguía frustrando a su padre. Y, para empeorar las cosas,
René llevaba drogas al trabajo para vendérselas a los demás empleados. En una ocasión, el Sr.
Enríquez, en su enojo, le dio una fuerte cachetada a su hijo en una cafetería cerca de la oficina. René
recuerda que vio con odio a su padre con «la muerte en mi mirada».
«¿Me quieres pegar?» preguntó su padre.
Había un enorme cuchillo de pastel en el mostrador y John Enríquez lo deslizó hacia su hijo.
«Vamos, atrévete, cabrón».
La tensión era palpable en la habitación cuando el papá de René se dio la vuelta para irse. René
llamó a su nueva esposa, le pidió que lo recogiera en el trabajo y nuevamente renunció.
Unas semanas después, René había pasado toda la noche en una fiesta y llevaba apenas una hora
dormido cuando su papá entró: «Vamos, es hora de ir a trabajar. ¡Despierta!»
René se resistió: «No. A la chingada con tu trabajo».
El padre estaba furioso: «¡Saca a esa puta de mi casa!».
René se levantó de la cama. «Nunca vuelvas a decir eso. ¡Es mi esposa, papá!».
El papá repitió las palabras hirientes. «¡Saca a esa puta de mi casa!».
El hijo, unos centímetros más alto que el padre, le lanzó un puñetazo y le dio en el ojo. El golpe no
afectó al padre. John Enríquez, quien había boxeado en su juventud, le devolvió el golpe con una
combinación de puñetazos, bum, bum, el labio partido, bum, bum, el ojo morado, bum, bum, y el hijo
rebelde cayó al suelo.
René gritó con lágrimas de rabia en los ojos: «¡Vete a la mierda! ¡Te odio!»
«Nunca más vuelvas a levantarme la mano, morrillo». El padre decepcionado salió y se fue a
trabajar. El hijo se quedó en casa y se drogó. En la noche, el Sr. Enríquez llamó con la voz
temblorosa, llorando y pidiendo disculpas e invitó a René a la fiesta de Navidad de la empresa. El
hijo respondió: «No quiero ninguna mierda de ti», y le colgó el teléfono de un golpe. El enojo
continuó viviendo en ambos.
«Nos distanció aún más —recuerda René arrepentido—. Pero en ese momento se sintió bien.
Antes de esa pelea, mi padre me jalaba de la nuca, de la parte donde tenía el cabello más corto. A
veces me pellizcaba la oreja hasta que tronaba el cartílago. Pero después de este incidente, no volvió
a ponerme un dedo encima».
En cierto momento, el padre de René le regaló un clásico de la autoayuda cuyas enseñanzas le
habían servido, un libro llamado As a Man Thinketh, escrito en 1904 por James Allen. Básicamente
se trataba de que los pensamientos de una persona podían ejercer una influencia en sus logros. René
lo leyó y lo desechó pensando que era una cursilería. No necesitaba libros escritos por un viejo
cuadrado que le dijeran cómo vivir. Ya era Boxer, de Artesia 13.
Había constante fricción entre las pandillas. Por ejemplo, un día René y unos amigos estaban en el
Teatro Chino de Grauman en Hollywood, donde las estrellas de cine ponen sus autógrafos y las
huellas de sus manos y pies en el cemento. Algunos de los miembros de la pandilla llamada North
Side Rebels les preguntaron: «¿De dónde son?» Era su territorio. Todos terminaron en el
estacionamiento, blandiendo las hebillas de los cinturones, intercambiando insultos y dando vueltas
alrededor de los otros. Uno sacó un cuchillo, pero nadie salió herido de gravedad.
En otra ocasión, los hermanos Enríquez, Marc, René y John, junto con una pareja de amigos de
Arta, entraron a un carnaval en el poblado vecino de Buena Park. Los pandilleros rivales ahí les
clavaban las miradas y exigían saber de dónde venían. Esta pregunta en las calles se interpreta
normalmente como un reto. Así que René lanzó un cigarro al rostro de un rival y lo cacheteó. Esto
generó una pelea entre todos que rápidamente se disipó cuando llegó la policía con perros de ataque
y ahuyentó a los pandilleros sin arrestar a ninguno.
Más tarde, los miembros de Arta estaban platicando con unas chicas en un dúplex en Fullerton
(otra comunidad del condado de Orange) cuando los avistaron los mismos rivales de la pandilla de
Tokers Town. Apenas se habían pronunciado las palabras: «¿De dónde eres?» cuando empezaron a
salir las navajas. René, que recibió una cuchillada en la espalda, peleó con furia utilizando el gato de
un automóvil como arma para salvar a Marc, que por algún motivo acabó a cierta distancia
apuñalado varias veces. Del vientre ensangrentado de Marc salían dos cuchillos cuando entre René y
otros compañeros lo llevaron al carro que los esperaba para es capar. Incluso John, de trece años,
tenía una cortada en la pierna. René pidió una ambulancia desde un 7-eleven cercano.
René y John recibieron puntadas y fueron dados de alta esa misma noche. Marc casi perdió la vida
y pasó semanas en el hospital recuperándose de sus heridas. La madre y la abuela de los Enríquez
pusieron huevos y aceite en su estómago y rezaron a los santos de su brujería. La noche del ataque,
John y Lupe Enríquez corrieron al hospital y pasaron la mayor parte de la noche llorando por sus
hijos. René conserva un recuerdo claro de su padre en ese día y dice: «No se enojó. Me abrazó con
lágrimas en los ojos sabiendo que peleamos para salvar la vida de Marc y que nunca abandonaría a
mis hermanos».
La policía llegó esa noche y arrestó a René y a Marc, pero el caso no procedió. La Oficina del
Fiscal de Distrito del condado de Orange determinó que los hermanos Enríquez tenían buenos
argumentos para establecer que pelearon en defensa propia.
De cualquier forma, el caos de las pandillas no tenía fin. En una ocasión, mientras manejaba el
auto de su madre, vieron a un cholo llamado Bobby de Hawaiian Gardens que se había detenido en
su motocicleta en un semáforo camino al trabajo en la dirección opuesta a ellos. Él también los vio y
les hizo unas señas de la pandilla de HG, les hizo una seña obscena y arrancó.
Marc dijo: «Sé a dónde va».
René sacó una llave de cruz de la cajuela del coche y se volvió a subir. Su hermano arrancó y se
fue por un atajo a través de áreas residenciales para alcanzar a Bobby en el parque industrial cercano
donde trabajaba. «Nos acercamos por detrás cuando estaba dando la vuelta en la calle principal
hacia el lugar donde trabajaba —recuerda René— y me asomé por la ventana con la llave de cruz».
Marc aceleró como en una persecución de película de policías. Bobby escuchó el sonido, volteó y
movió la moto apenas para evitar el golpe de lleno. La llave le pegó a la moto y a su cuerpo, casi
tirándolo. Marc detuvo el coche y volvió a acelerar para pegarle a la motocicleta. Bobby alcanzó a
arrancar, la moto había quedado torcida y apenas se podía sostener, pero funcionó lo suficiente para
escaparse a su trabajo a unas cuadras de distancia.
Los hermanos Enríquez empezaron a portar pistolas para protegerse y cuatro o cinco veces
dispararon a las casas donde vivían miembros de la pandilla rival de Hawaiian Gardens. A veces se
sentaban en su jardín o en la cochera esperando con pistolas porque anticipaban una represalia.
El padre odiaba esto. «No podía hacerlos entender —dice— que no era la manera en que me
habían educado para vivir».
El patrón de violencia fue escalando junto con el uso de drogas más duras: heroína, cocaína y
metanfetaminas, conocidas como «cristal» en aquel entonces.
René se hundía más y más en el abismo de las pandillas. Ni siquiera él mismo lo alcanzaba a
entender en ese momento, pero la adicción a las drogas y el estilo de vida de las pandillas, lo que
ellos llamaban la vida loca, estaban limitando sus opciones y le daban forma a su vida.
La lógica que reinaba en el mundo cholo era sencilla. ¿Para qué trabajar para seguir manteniendo
un hábito cuando bastaba vender drogas o robar para conseguir el dinero? Y eso es lo que René
hacía.
En el Este de Los Ángeles, cuando visitaba a su abuela, decidió un día conseguir un poco de
dinero rápido con su amigo Héctor. Había una tienda pequeña cerca llamada Steve’s Market. René
entró y sacó un cuchillo: «¡Deme el dinero!» La mujer de setenta años del otro lado del mostrador
sacó una escoba de juguete y empezó a golpearlo en la cabeza. Lo persiguió hasta sacarlo de la
tienda mientras gritaba: «¡Lárgate, ladrón, ladrón!» Le salieron pequeños chichones por toda la
cabeza y las manos donde lo golpeaba la es coba y el gorro que traía le quedó todo chueco. Héctor se
acercó en el auto y, entre risas, le dijo: «Anda, ¡vámonos!».
René entró enojado al carro. «¿Qué te pasa? ¿Por qué no entraste a ayudarme?».
«¿Qué iba a hacer? —preguntó Héctor—. Era una viejita».
Aceleró. Los ladrones se voltearon a ver y estallaron en carcajadas histéricas. Habían fracasado
esta vez, pero eso no sucedía en la mayoría de los casos.
5

Boxer ingresa a la universidad (la prisión)


LOS BLANCOS PREDILECTOS de los asaltantes eran supermercados, gasolineras y joyerías. A lo largo de
un año, Boxer y Johnny Mancillas se reunían para robar una vez a la semana, cuando se les terminaba
el dinero. Sus lugares favoritos eran los grandes supermercados que estaban a varios kilómetros de
distancia de su vecindario de Cerritos y junto a la autopista porque podían escapar rápidamente.
Cada asalto les dejaba al menos unos dos mil dólares, a veces el doble.
Utilizaban siempre el mismo modus operandi. Estacionaban cerca el auto en el que iban a escapar,
entraban como si fueran clientes normales, esperaban en la fila con una caja de cigarros, se
levantaban la camisa para dejar a la vista la culata de una pistola en la cintura y decían: «Esto es un
asalto». Entonces sacaban todo el dinero de la caja registradora, todo el dinero de la caja chica y el
que tenían los clientes en sus carteras. Las víctimas debían poner todo en bolsas de papel.
Boxer siempre estaba bajo los efectos de la heroína y solía portar una 45 mm automática. A veces
apuntaba la pistola a la cara de algún cajero poco cooperativo y la amartillaba; sin embargo, se
consideraba un bandido educado, no un maldito. Había algunos testigos que no coincidían con esta
opinión. Una vez ordenó al administrador de un Market Basket en Bellflower: «¡Estate quieto o te
mato!» Y al cajero de una tienda Alpha Beta de Lakewood le dijo: «Te voy a volar la puta tapa de los
sesos». Los reportes policíacos estaban llenos de declaraciones de víctimas que habían «temido por
sus vidas». Sin embargo, nunca le robó a nadie sus anillos de boda, ni les dio culatazos, ni les
disparó, ni los golpeó.
Más tarde, el aviso de alarma llegaba a la policía: dos hispanos huyendo a pie. Pero cuando se
subían al coche, uno de ellos siempre se quedaba agachado mientras el otro conducía. También se
cambiaban de ropa en el camino.
Además, nadie los perseguía. Estos asaltos a supermercados funcionaban a la perfección una y otra
vez. Hasta que un buen día se toparon con un policía fuera de servicio, Howard Dallies, el 17 de
febrero de 1981.
Era un policía joven. Un exmilitar alto, de mente rápida, guapo, de ojos azules, cabello rubio y
excelentes instintos. Este sexto sentido hacía que Dallies siempre fuera el primero en pasar por la
puerta en los cateos. Ese día acababa de salir del turno de la noche en el Departamento de Policía de
Placentia y fue en su motocicleta a un Alpha Beta en Buena Park, a unas cuadras de su departamento,
para comprar cigarros antes de llegar a casa. Al pasar por las puertas automáticas, vio a dos
adolescentes latinos que entraron detrás de él. En la tienda, al lado de los cigarros, vio a los mismos
muchachos nerviosos e inspeccionando el lugar, como si estuvieran viendo quién estaba por ahí.
Tomó sus cigarros y pagó. Entonces vio que Mancillas había desaparecido y que Boxer estaba
parado en una fila cerca de la entrada principal con una caja de Camels sin filtro. En todos los
asaltos, Boxer se llevaba una caja de Camels para él y una de Salems para su mamá.
Afuera, Dallies regresó a su motocicleta, pero tenía la sensación de que algo estaba pasando.
Regresó a la entrada principal y se paró detrás de una columna. Vio a Boxer sacar un cuchillo de 12
cm de largo para amenazar al cajero y alcanzó a distinguir la culata de la pistola en la cintura del
delincuente. Mancillas iba caminando rápidamente por el pasillo principal frente a las cajas. Dallies
envió a su novia, que lo había acompañado, a llamar a la policía de Buena Park y pedir apoyo.
Cuando Boxer se dirigía a la entrada-salida, las puertas se abrieron y escuchó una voz que
claramente le gritaba «¡alto!». El oficial Dallies, vestido de civil, se acercó más a la entrada y les
mostró su placa mientras sostenía su revólver 38 mm en la otra mano. Le ordenó que se acostara boca
abajo, lo esposó, le quitó la gorra y descubrió que el arma en el cinturón del delincuente era
solamente una pistola de postas semiautomática. El dinero robado y los cigarros se estaban saliendo
de la bolsa de papel en el pavimento. Mancillas corrió a la parte trasera de la tienda cuando llegaron
los policías de apoyo.
Otros oficiales inundaron la tienda y resguardaron a los empleados en la oficina del administrador
mientras la voz del cabo Kirby se escuchaba por el sistema de sonido pidiéndole a quienes quedaran
dentro de la tienda que salieran lentamente por la puerta delantera y con las manos a plena vista. Dos
o tres clientes salieron de los pasillos y de la tienda. Cinco minutos después, Johnny Mancillas salió
caminando de un pasillo con una bolsa de 2,5 kg Masa Harina Instantánea de Quaker sobre el
hombro, con un gran sombrero blanco de vaquero y un suéter nuevo que acababa de tomar de la
tienda. Dejó la camisa azul que traía puesta entre las toallas del pasillo 1, pero el oficial J. Sells notó
que este vaquero se parecía mucho a la descripción que tenían del segundo sospechoso. Le ordenó a
Mancillas que dejara la bolsa de masa en el mostrador y que pusiera los brazos sobre la cabeza. Lo
cacheó y descubrió que traía un cuchillo de doce centímetros en el bolsillo trasero del pantalón.
El empleado de la tienda, de veintiún años de edad, llegó, le quitó el sombrero y dijo: «Es él. Él
es el otro». El engaño se había terminado. Johnny al principio quiso protestar: «No sé nada,
hombre». Minutos después, les mostró que había escondido la otra bolsa de dinero en un refrigerador
en la parte trasera del mercado. El total era de 1128,83 dólares y 15 dólares en cupones de
alimentos.
Boxer y Johnny fueron encerrados en la Cárcel del Condado de Orange y por varios días Enríquez
se sintió muy enfermo. «Vomitaba violentamente —recuerda Boxer—, y mi compañero de celda me
preguntaba qué me pasaba». Describió sus síntomas, el sudor frío y la constante sensación extraña en
el estómago.
No faltaban adictos en las cárceles por lo cual este compañero rápidamente lo diagnosticó. «Es el
bajón de la abstinencia, hermano. Es el bajón».
Boxer tenía todos los síntomas del síndrome de abstinencia de la heroína y ni si quiera se había
dado cuenta. «No me había pasado. Cuando me había llegado a sentir un poco mal, siempre había
tenido heroína a la mano. Nunca se me había terminado. Nunca había llegado un momento en que no
pudiera conseguir heroína».
Cinco semanas después, Boxer se había rasurado el bigote pero de cualquier forma diez testigos lo
pudieron identificar como el pistolero en tres diferentes asaltos a supermercados, incluyendo el
asalto al Alpha Beta. Y esto apenas era el principio. La similitud de su modus operandi hizo que
Boxer y Mancillas fueran sospechosos en más de veinticuatro robos y los testigos no tenían
problemas para reconocer a Boxer por los tatuajes de mariposa y dragón que tenía a los lados del
cuello. «Todo el mundo nos identificaba, hasta por robos que no cometimos».
En abril terminó por declararse culpable de veintiún cargos de robo ante la Corte Superior del
Condado de Orange y se le sentenció a siete años de cárcel en la Prisión Estatal. Pero esto no era el
final.
Los detectives del sheriff del condado de Los Ángeles lo vincularon con otros ocho robos en esa
jurisdicción. Se enfrentaba a otros quince años tras las rejas por lo cual hizo un trato con la Oficina
del Fiscal de Distrito y se declaró culpable de esos otros ocho cargos.
Su agente de libertad provisional escribió en el informe previo a la sentencia: «El acusado, desde
la edad de catorce años, ha presentado un serio comportamiento antisocial que permanece sin
alterarse y sin disminuir. La razón que establece para cometer estas ofensas es que estaba drogado
con heroína. La motivación del acusado para mejorar su situación en la vida y su pronóstico son
considerados inexistentes». Recomendaba doce años en prisión.
John Enríquez, angustiado y con «dolor en su corazón» se dirigió a la corte: «A veces desconozco
a mi hijo por su situación con las drogas. Nunca he condonado la violencia ni violar la ley, pero
tampoco estoy de acuerdo con la distribución de drogas o la manufactura de estas sustancias
químicas que están destruyendo las mentes de nuestros hijos. Éste es el resultado final… Hablo por
millones de familias que se encuentran en la misma situación. Mi hijo no es malo, y estoy seguro que
miles de padres dirán lo mismo, mi hijo es un buen hijo».
Después, el 31 de agosto de 1981, un juez de la Suprema Corte del condado de Los Ángeles le
agregó sólo dos años y ocho meses a los siete años de Boxer para un total de nueve años y ochos
meses en la Prisión Estatal. Esta vez, Johnny Mancillas obtuvo la misma sentencia.
La madre y la esposa de René lloraban, pero él ya estaba resignado a ir a prisión. «La cárcel no
era tan mala entonces. Era como irse a la universidad. Cuando regresabas, te consideraban un
hermano de todos lo que ya habían estado ahí. Esos eran considerados los veteranos. Eran respetados
en el barrio».
No parecía importarle. Tal vez su padre tenía razón cuando le dijo a la corte que la mente de su
hijo estaba «trastornada» por las adicciones y el estilo de vida de los mafiosos.
René «Boxer» Enríquez apenas tenía dieciocho años pero iba encadenado de las piernas y
esposado cuando lo subieron al gran autobús, que los prisioneros llamaban «el Ganso Gris», con
dirección a la Penitenciaría de Soledad, a seis horas al Norte en el estado de California. Traía un
traje rojo y las palabras CALIFORNIA DEPARTMENT OF CORRECTIONS (CDC) en la parte de atrás, su
nueva vestimenta.
Un año antes, en una fiesta en la casa de Bóxer con otros carnales de Arta, estaban fumando mota,
tomando cerveza y hablando tonterías de pandilleros. Víctor Ruiz comentó que si no eras miembro de
la Mafia Mexicana, «te matarían tan pronto entraras a la prisión». Boxer recuerda haber pensado en
ese momento, Si termino en la cárcel, más vale entrarle a la Mafia Mexicana. Pero fue una idea
pasajera que no volvió a cruzar su cabeza mientas iba en el Ganso Gris fumando un cigarro y viendo
el paisaje californiano por la ventana.
La Eme es supuestamente un secreto sagrado del cual no se habla, nadie menciona ser un miembro
ni solicita ingresar. No se busca a la Mafia, la Mafia te encuentra. Cuando el Ganso Gris se iba
acercando por la carretera Interestatal 5, Boxer no tenía idea de que la Mano Negra lo buscaría y le
robaría la mente, el cuerpo y el alma: su vida entera.
Las proezas de los soldados de la Eme eran casi míticas para los jóvenes miembros de las
pandillas de los barrios, cárceles y prisiones en todo el estado. Boxer no era la excepción. Cuando
llegó a Soledad, todos los mexicanos rudos con tatuajes y bigote le parecían mafiosos.
Los miembros de las pandillas latinas del Sur de California eran conocidos como Sureños. Y en la
prisión, los Norteños, miembros de las pandillas del Norte de California, fieles a Nuestra Familia,
eran los enemigos. Las batallas entre ambos grupos eran constantes. Sólo los cretinos no participaban
y Boxer no iba a ser ningún cretino. Su compañero de celda y él no dudaron en atacar sin
provocación alguna a un socio de Nuestra Familia, le robaron sus pertenencias y lo golpearon en la
cabeza con una lata que encontraron en su celda.
Tras el incidente, los guardias encerraron a Boxer en una celda de la unidad disciplinaria llamada
la Unidad de Manejo de Impulsos (UMI) por «provocar la inquietud y la violencia» entre los Sureños
y los Norteños. El primer día en esta nueva celda para agitadores, recibió unos cigarros como regalo
y una pequeña nota que le daba la bienvenida. Provenía de un hombre que le doblaba la edad,
encerrado del otro lado del pasillo, un hombre callado, de aspecto peligroso y con los ojos oscuros y
hundidos propios de un asesino. Su nombre era Daniel Barela. Lo conocían como «Black Dan» y era
amado, respetado y miembro de la asesina Mafia Mexicana. A Barela le daba un pequeño tic en el
rostro cuando empezaba a hablar, tartamudeaba y siempre saludaba a los otros carnales con besos en
ambas mejillas, como si fuera un diplomático extranjero. Se sentaba en su celda y leía la Biblia todos
los días. Un detective veterano comentó alguna vez que Black Dan tenía una «actitud de matar
primero y averiguar después».
En 1980, Black Dan golpeó, pateó y apuñaló a un abogado defensor de San Diego porque no
estaba satisfecho con su labor en la sala de la corte. El abogado George Manning había representado
a Daniel Salmerón, amigo de Black Dan, en un caso de conspiración de narcotráfico federal.
Salmerón se declaró culpable creyendo que le darían cuatro años en prisión. En vez de esto, lo
sentenciaron a quince años cuando el agente de libertad provisional recomendó un «periodo
sustancial de encarcelamiento». Barela acompañó a Salmerón a la oficina del abogado, se encargó de
la golpiza y le ordenó a Manning que devolviera los ocho mil dólares que había cobrado como
honorarios profesionales. El asustado abogado después narró a la policía que Barela había dicho:
«Esta era la única advertencia que tendría. La próxima vez alguien estaría atrás y yo estaría ya
muerto. Me dijo que si lo denunciaba, no le importaba cuánto tiempo le tomara, me iba a matar».
Black Dan Barela tenía sus raíces en una pandilla llamada White Fence, de un vecindario del Este
de Los Ángeles donde la abuela de Boxer y otros parientes vivían. Él y Boxer se conocieron durante
esa semana en la UMI y después Barela fue transferido a San Quintín. Un año después, esa semana
representaría una gran diferencia en la vida de Boxer.
En 1982 transfirieron también a Boxer a San Quintín. Era un sitio difícil, en parte por las recientes
políticas del Departamento de Correcciones de California. Dos años antes, la CDC había decidido no
desperdigar a los convictos más veteranos entre todas las prisiones del sistema. Los asesinos, los
que tenían cadena perpetua y otros «problemas de manejo de impulsos», que incluían a los miembros
de las pandillas de las cárceles, eran enviados a San Quintín o a Folsom. Los administradores de las
prisiones querían a los individuos más podridos juntos en dos únicos sitios.
Boxer era un prisionero regular en la sección de población general en la «Big Q» pero ahora tenía
un trabajo como responsable, o portero, del pasillo cinco en el Bloque Norte. Era una unidad de
máxima seguridad habitada por varios miembros importantes de la Mafia Mexicana y de la
Hermandad Aria. Conoció a Benjamín «Topo» Peters de la pandilla de Hoyo Soto y Topo le presentó
a otros carnales de la Eme.7 Todos eran matones a sueldo y mafiosos veteranos cuyas edades iban de
cuarenta y uno a veinticuatro años. Salvo uno, todos eran al menos una década mayores que Enríquez.
Topo presentó a Boxer como «el hermanito Caja» por «box».
Las tareas del portero incluían transportar alimentos y ropa de la lavandería además de trapear y
barrer los pisos. Como encargado de esa zona, Boxer era libre de ir y venir a sus anchas. Así que
empezó a encargarse de los mandados de los miembros de la Eme como «corredor». Llevaba
mensajes, llamados «kites» o «wilas» y se encargaba de mover las drogas entre los prisioneros.
Había docenas de encargos contra otros prisioneros, así que contrabandeaba piezas de metal afilado
para que los mafiosos pudieran realizar sus matanzas.
En 1982, tres prisioneros en San Quintín fueron asesinados y otros noventa y uno heridos en
«incidentes» que iban desde apuñalamientos hasta grandes reyertas. Boxer observaba que las
políticas de la mortal mafia eran responsables de buena parte de las carnicerías. Por ejemplo, Fat
George fue apuñalado por atribuirse falsamente el crédito de un asesinato. Después, Serious Steve
fue atacado porque supuestamente había sostenido el brazo de Cuate cuando atacaron a Fat George,
intentando detenerlo y diciendo que ya era suficiente. Esto era considerado comportamiento
inadecuado. En otro incidente, Mafioso Jerry «Wino» Domínguez fue apuñalado por robar pequeñas
cantidades de drogas enviadas a la Eme en el Bloque Norte. Y a Kiko Torres lo cortaron porque
expresó desacuerdo en algunas de las políticas de la Eme.
El estatus social de Boxer, ya de veinte años, en la prisión se iba elevando rápidamente. Pensaba:
Guau, esto es bastante cool. Estos tipos son poderosos. Podía escuchar a los otros prisioneros que
susurraban cuando pasaba en el patio: «No te metas con ese». «Tiene amigos poderosos». «Es un
camarada» (término para un socio de la Mafia). «Va subiendo».
Boxer generaba respeto y eso le gustaba: «Incluso entonces no aspiraba a ser un mafioso. Sólo me
gustaba la posición en la que estaba, una especie de famita que me ganaba por asociarme con estas
personas. Me beneficiaba tremendamente por andar con ellos».
Los prisioneros de San Quintín llamaban al Bloque Norte «Hotel California», como la canción de
los Eagles que dice: «se puede entrar en cualquier momento, pero no se puede salir». Podría haberse
escrito para la mafia.

7 Los carnales incluían a Steve «Serious Steve» Murillo de El Monte Hicks, Daniel «Cuate» Grajeda de La Rana, Bill «Hoss» Frisbee de
Clanton, Richard «Richie» Pinuelas de Brole, Rubén Barela de Orange, Michael «Oso» Contreras de Florencia, John «Kiko» Torres de
Hoyo Maravilla y George «Fat George» López de Riverside. El contingente de la Hermandad Aria incluía a John Stinson y Ricky
Turflinger.
6

El equipo de demoliciones
EL 17 DE ENERO DE 1984, Boxer Enríquez fue transferido a la Institución Vocacional Deuel en Tracy,
California, con una reputación en ascenso.
El primer día en el patio, dos carnales, «Kiki» de Primera Flats y «Gator» de Florencia, ambos
cuarentones, se le acercaron acompañados de un joven camarada apodado «Roy Boy». Roy Boy dijo:
«Oye, tú eres Boxer, ¿verdá? Queremos que te eches este trabajito ahorita».
Ni siquiera parpadeó. «Está bien. ¿Quién?».
La víctima de Boxer era miembro de una pandilla de Santa Mónica llamado «Ángel». No sabía por
qué querían hacerlo y no preguntó.
«Que te acompañe Puppet», dijo Gator. Francisco «Puppet» Martínez era otro pandillero
prometedor y pertenecía a la pandilla de la Westside Eighteenth Street de Los Ángeles. Tenía una
marca de nacimiento en la cara parecida a la del primer ministro soviético Mikhail Gorbachov por lo
cual lo apodaban «Gorbie».
El arma la habían fabricado afilando el mango de un rodillo de pintura; la barra de cromo rota
parecía un picahielos.
Puppet dijo: «Lo voy a detener y tú lo apuñalas».
«Está bien —dijo Boxer—, así lo hacemos».
Así de fácil fue. Encontraron a Ángel en las canchas de handbol y se le acercaron directamente.
Todo sucedió en plena luz del día justo ante las torres de vigilancia y frente a otros prisioneros, un
ataque kamikaze. Puppet sostuvo a Ángel y Boxer empezó a apuñalarlo una y otra vez hasta que el
mango del arma se desprendió y ya no servía. Eso fue lo único que salvó la vida de Ángel. Boxer le
pasó el metal ensangrentado a Puppet y se alejaron caminando. Se lo dieron a un tercer conspirador
que lo enterró en el pasto a unos treinta metros de distancia. Era el primer ataque por encargo de
Boxer: «En ese momento supe que iba ya en camino, me estaban considerando [para la Eme]. Era un
honor que me hubieran elegido para esta misión y me sentía excitado por el reconocimiento
inmediato que recibí en el patio como ‘hermano mayor’. Me sentía como si hubiera ganado una pelea
en el patio de la escuela pero magnificado cien veces. Sí, se sentía bien».
El siguiente encargo fue Ronald «Chainsaw» Hayward, miembro de un club de motociclistas
renegados conocidos como Los Vagos. Era un motociclista violento y descomunal, no por nada se
había ganado el mote de «Chainsaw» (sierra eléctrica). Boxer todavía era un joven flacucho. «Me
moría de miedo». Pero lo hizo de todas formas, nuevamente en un sitio abierto, estilo kamikaze,
apuñalando a Chainsaw hasta que su cuerpo ensangrentado de verdad quedó como si lo hubieran
pasado por una sierra eléctrica. «Es como una iniciación sangrienta. Alguien tiene trabajitos
pendientes, los vas haciendo y entonces ellos [los miembros de la Eme] ven que eres de fiar». Los
gángsters se refieren a esto como «invertir trabajo» o «ganarse los huesos». «Y, sí, siempre sientes
miedo antes de atacar, pero asusta más lo que te pasaría si te negaras a hacerlo».
Algunos otros mafiosos veteranos y rudos estaban encerrados en las unidades segregadas y no se
les permitía salir al patio en IVD. Enre ellos estaban Manuel «Rocky» Luna de Big Hazard, Frank
«Frankie B» Buelna de Primera Flats, y Senón «Cherilo» Grajeda de La Rana. «Nos delegaban
autoridad —dice Boxer— y nosotros nos encargábamos de todos los asuntos en el patio». Esto
significaba mover las drogas, asegurarse de que los kites llegaran a sus destinos, organizar pequeñas
guerras contra los rivales y encargarse de los ataques.
En IVD, Enríquez se encargó de unos veinticuatro trabajos bajo las órdenes de la mafia. Era como
si estuviera en campaña. Según la tradición, nadie debía proponerse deliberadamente ingresar a la
Eme, pero «todo lo que haces —dice Boxer— va contribuyendo a tu currículo». Los jóvenes
camaradas de IVD que obedecían las órdenes de la mafia y esperaban en secreto ser aceptados en sus
filas algún día, se conocieron como el «equipo de demoliciones».
Ninguna de las víctimas de estos ataques murió. Boxer aprendió que «no es tan sencillo como se
ve en las películas matar a un hombre con un cuchillo, así como se ve que llegan y de un movimiento,
shhp, shhp, y se alejan caminando como si nada. No, es brutal. Puedes sentir cómo entra el arma y lo
oyes. Gruñen. La vida se les va escapando. Ves cómo se les sale pero luchan, gritan y chillan. ¡Te
atacan! Matar gente no es tan fácil».
También resultaba claro que atacar a alguien en el patio de la prisión rara vez tenía consecuencias.
Para empezar, no había cámaras de video en los patios en aquel entonces. Los oficiales de la ley
compartían esa sensación de que esos pleitos eran algo así como los SVH, sin víctimas a humanas.
¿Para qué tomarse la molestia de acusar a un asesino que está matando a otro asesino? «Los
apuñalamientos eran tan comunes que ni siquiera aislaban la escena del crimen. Sólo recogían el
cuchillo y todo volvía a la normalidad. La consecuencia de un asesinato podía ser cuarenta y cinco
días en ais lamiento —como descubrió Boxer— o cuarenta y cinco días más para llegar a la fecha de
libertad condicional. Esto no significa nada para los que están purgando una cadena perpetua. Y a mí
no me importaba porque yo iba ascendiendo rápidamente a las filas de la Eme. Esto era más
importante que salir en libertad condicional».
Boxer y los otros miembros del equipo de demoliciones se consideraban soldados del ejército de
la Mafia Mexicana, invirtiendo trabajo, creciendo como una nueva cosecha de asesinos.
7

Boxer y la Mano Negra


EL 2 DE OCTUBRE DE 1984, Boxer Enríquez se graduó a la prisión de Folsom. En esos días, Folsom se
consideraba el final del camino para los convictos. El cantante Johnny Cash tenía razón al escribir:
«Lejos de la prisión de Folsom, ahí es donde me quiero quedar». Era un lugar despiadado,
legendario por su rudeza, sin lugar para los tímidos o débiles, severo incluso para los prisioneros
más experimentados.
Esto no le molestaba a Boxer, era un camarada ya bastante endurecido y probado, un hombre al
que había que temer y un ejecutor. Estaba sentado en una silla del patio del área de recepción
esperando a ser procesado, fanfarroneando con otros prisioneros y dando un buen jalón a su Camel
sin filtro con aspecto verdaderamente rudo.
De pronto, a las tres en punto, el sonido de una corneta, el silbato de trabajo, atravesó el aire como
un cañón atómico, ¡¡BUUUUUUUM!! Boxer casi se cae de la silla. Se asustó muchísimo al igual que
todos los que lo rodeaban, pero él supuestamente era un tipo rudo. Se sintió humillado. El ruido
había destrozado su imagen de frialdad. Y luego las cosas se pusieron peor.
Unas horas más tarde, lo enviaron a Segregación Administrativa, una unidad de alta seguridad
conocida por los prisioneros como «Fish Row». La reputación violenta de Boxer en IVD no había
pasado desapercibida por el sistema. Mientras se acercaba al área un Norteño recién liberado de esa
sección se lanzó hacia él por la espalda y le clavó un tenedor en la nuca. No se conocían, pero el
Norteño vio los tatuajes que lo identificaban como enemigo del Sur de California.
Por verse involucrado en un pleito el primer día, Boxer pasó a una zona aún más restringida
llamada la Unidad de Habitación Segura II o USH II. Ahí, en el interior de su celda, conoció al
legendario «Padrino» de la Mafia Mexicana, Joe Morgan, «Peg Leg», quien se encontraba en la
cúspide de su poder e influencia en la mafia. Morgan había cometido, como mínimo, una docena de
asesinatos y había planeado muchos más.
También estaba el famoso Alfred «Alfie» Sosa, de 1,60 m de altura y 55 kg, pero probablemente
uno de los más prolíficos asesinos de la historia de la Eme. «Alfie estaba enfermo. Su apetito de
sangre iba más allá de los deberes de la Eme y los otros miembros entre bromas lo acusaban de tener
orgasmos múltiples después de una ejecución».8
Otro prisionero del lugar era Raymond «Huero Shy» Shryock, cuya lealtad y entusiasmo por llevar
a cabo las crímenes más horrendos lo había convertido en un favorito de Morgan. Unos seis años
antes, Huero Shy y otros seis mafiosos habían sido arrestados en relación con diez homicidios. Boxer
calculaba, sin embargo, que «Huero Shy es responsable de unos cien ataques». Junto con Morgan,
Huero Shy era uno de los pocos blancos en la Eme y muchos sentían que había cometido todos esos
asesinatos porque sentía que debía probar su valor. Una fuente de impartición de justicia lo describe
como un «asesino desquiciado». Boxer dice: «En la cárcel, varias veces vi que Shy se cubría de
sudor frío. Entonces gritaba ‘¡Hombre abajo!’ y los guardias lo llevaban a la enfermería. Él pensaba
que le estaba dando un ataque cardiaco, pero creo que lo que tenía era desorden de estrés
postraumático por toda la violencia que había presenciado». Huero Shy era once años mayor que
Boxer y también miembro de Artesia 13.
Todos hablaban principalmente de pasar kites entre ellos, de celda a celda, de pasar notas atadas
con hilo de pescar.
Diez días después, cuando se determinó que había sido la víctima en el ataque con el tenedor y no
el agresor, Boxer fue reclasificado en la administración de la cárcel y lo enviaron al edificio
principal. «Había sido la infortunada víctima, esa única vez que me victimizaron en prisión».
Por casualidad, su nuevo compañero de celda era Sammy Villalba. Era conocido como el «Negro»
y era seis años mayor que Boxer, con sus limitaciones intelectuales pero hábil para moverse en la
calle y originario también de Artesia 13. Sammy solía juntarse con el hermano mayor de Boxer,
Marc, era adicto a la heroína y había estado entrando y saliendo de la cárcel desde que era niño.
Conocía bien el equipo de levantamiento de pesas de la cárcel y su torso tatuado estaba muy fornido
por la frecuencia con la cual lo utilizaba. Él y Boxer se conocían del vecindario y en la plática salió
que Negro también era un camarada. De hecho, era el representante de la Mafia en ese bloque de
celdas y estaba en camino de obtener su membresía completa.
Era una época de levantamientos raciales en las prisiones de Folsom y San Quintín. Había serios
conflictos entre los negros y los latinos, disparados por un ataque de la Eme a un miembro de la FGN
en San Quintín. Daniel Vázquez, un guardia que empezó a ejercer su puesto de planta de diez años en
San Quintín a finales de 1983, dijo: «En mis primeros seis meses como guardia se dispararon
seiscientos tiros por la violencia en los patios. Los prisioneros apuñalados y los ataques eran tantos
que dejé de llevar la cuenta cuando llegué a 250, como un año después de empezar». Folsom no era
distinto.
En esa situación se encontraban cuando, Negro le dijo a Boxer, «estamos alistándonos para lo que
viene. Hay algunos negros que queremos quebrarnos en nuestro nivel y me alegro que estés aquí
porque lo iba a tener que hacer yo mismo». Enríquez no tenía nada contra los negros ni ideas racistas,
pero sabía que negarse podría ser mortal.
«Sí, yo le entro —accedió Boxer—, vamos, hagámoslo».
Al día siguiente transfirieron a Negro de nuevo a la UHS pero antes de irse le dio a Boxer un
cuchillo, le mostró quiénes eran las dos víctimas y le ordenó que lo hiciera él mismo. El nivel estaba
lleno de prisioneros negros, y Boxer iba a tener que cruzar todo el pasillo para poder llevar a cabo
su misión. Al terminar, después de intentar matar a dos, tendría que regresar a su celda pasando
nuevamente junto a todos los prisioneros negros. Pensó: ¡Chingá! Esto está de la fregada.
Después recibió un mensaje que le decía que Weasel de Venice estaba junto a él en el nivel y que
lo ayudaría. De pronto, anunciaron que todos los prisioneros de esa sección saldrían a una ducha
controlada.
Volteó a ver a Weasel y le dijo: «¿Listo?»
«Sí».
«Okey».
Boxer estaba vestido solamente con los zapatos para el baño y calzoncillos. Traía una barra
afilada de aluminio de aspecto brutal, de 5 cm de ancho y medio de grosor, elaborada en el taller de
la prisión. Estaba envuelta en la toalla pero era tan grande que sobresalía de un extremo.
La puerta de la celda se abrió y justo en ese momento la víctima principal iba pasando frente a
Boxer; sin embargo, un par de oficiales iban a su lado. Además, un guardia con un rifle de asalto
Mini-14 caminaba por el pasillo a unos cuantos pasos de distancia. Boxer estaba nervioso, le
temblaban las manos y podía sentir la adrenalina. «Quien diga que no siente miedo al hacer estas
cosas básicamente está mintiendo. Vas a terminar con una vida humana y puede ser que tú también
mueras en el proceso». Sin embargo, la realidad es que para ascender en la mafia hay que matar
gente. Se persignó. Estaba realizando la obra del Diablo, pero un pacto aparte con Dios no salía
sobrando.
Entonces Boxer surgió de su celda, apretó el mango del cuchillo y hundió el metal en la piel suave
y negra. Vio brotar rojo mientras la víctima corría por el pasillo. Rápidamente, atacó con el cuchillo
al segundo enemigo, aunque no sabía quién era, pero sólo le rasguñó el brazo.
¡ZUUUUUM! Sintió cómo las balas del guardia pasaban junto a su oreja, lanzó el cuchillo al suelo y
se agachó entre un grupo de blancos intentando mezclarse con ellos. Alcanzaba a ver a la primera
víctima, quien había quedado boca abajo al final del pasillo pero que un instante después logró
caminar hasta el escritorio de un oficial para pedir ayuda. Logró llegar al hospital de la prisión y
vivió.
Los guardias llegaron en cuestión de segundos y capturaron a Boxer y Weasel.
No importaba. Se sentía eufórico. «Es un logro. Se siente una especie de poder en bruto al ejercer
violencia sobre alguien a nombre de la organización. Lo haces y te sales con la tuya, estás lleno de
adrenalina pensando ¡Sí! ¡Sí!».
Lo mandaron nuevamente al «hoyo», donde se unió a más de veinte famosos miembros de la Eme.
Estaban Peg Leg Morgan, Rocky Luna y Cherilo Grajeda, para este último había trabajado en IVD
pero nunca se habían conocido en persona. También encontró ahí a Jesse «Pelón» Moreno, Ángel
Valencia y Corwin «Sloppy» Elmore, además de Huero Shy y Black Dan, quienes se convertirían en
sus mentores. Todos lo recibieron como soldado, como camarada. Le dieron cosas, droga, cigarros,
comida, artículos para baño, lo que necesitara. Esto pensó sí es cool.
Boxer y su personalidad Tipo A encajaban bien en Folsom, después de todo. Al igual que su amigo
Sammy «Negro» Villalba, iba por la vía rápida subiendo de nivel. «Era como un pistolero con
marcas en mi pistola, un emprendedor». Los prisioneros del patio lo sabían. Así es como funciona la
prisión. Boxer lo aprendió rápidamente: «Por desgracia, en el mundo de la prisión la violencia es lo
que se valora y lo que te asciende en el estatus social. Podíamos ascender matando gente. Y así es
como progresas hacia una membresía de la Eme».
Black Dan Barela y Huero Shy Shryock empezaron a visitar la celda de Boxer para cortarle el
pelo y platicar, lo estaban midiendo y lo preparaban para una vida en la mafia. Habían decidido que
Boxer era el tipo de hombre que buscaban: alguien que matara para la Eme sin titubeos. Sin embargo,
existía un obstáculo para finalizar el trámite de ingreso a la hermandad. Los miembros no debían
reclutar candidatos que hubieran pertenecido a las mismas pandillas de los barrios donde crecieron.
La paranoia de la mafia los hacía pensar que un carnal rodeado de puros amigos podría dar origen a
un subgrupillo de incondicionales que más tarde adquiriera demasiado poder en la organización.
Huero Shy, al igual que Boxer, era de Artesia. Black Dan era de White Fence, donde Boxer tenía
muchos parientes. Así que idearon un plan para encontrarle otro padrino. Escogieron a Corwin
Elmore de Clanton, también conocido como «Sloppy».
Sloppy accedió gustoso. Era un indio mohawk conocido por su habilidad y disposición a matar,
pero para Boxer esos eran sus únicos atributos. Sloppy estaba pasado de peso, medía 1,62 m y tenía
aspecto de cavernícola bruto absolutamente falto de higiene. Siempre estaba sucio y sin rasurar, con
mocos colgando de la nariz, una sustancia blanca y escamosa alrededor de la boca, el pelo sin
cepillar y un aliento que podía desmayar al más valiente. Otros mafiosos llegaban al patio arreglados
y con pantaloncillos planchados, asumiendo una postura de liderazgo. Corwin Elmore era
exactamente lo que su apodo en inglés significaba: «desaliñado». «Era asqueroso —cuenta Boxer—.
Siempre me causó repugnancia».
No obstante, Sloppy tenía una cualidad redentora, la lealtad. Cuando Joe Morgan colgaba su
prótesis para bañarse en el patio, Sloppy siempre vigilaba con los brazos cruzados frente al pecho
para que nadie se acercara al Padrino. Era como un perro protegiendo a su amo.
A Morgan esto parecía divertirle. Boxer jugaba pinacle frecuentemente con Morgan, Black Dan y
un hermano recién ingresado de nombre Mariano «Chuy» Martínez de Varrio Nuevo Estrada (VNE),
apenas cuatro años mayor que Boxer. (En años posteriores, Chuy se convertiría en una figura muy
importante de la mafia así como un leal aliado de Enríquez). Boxer sabía que Morgan hacía trampa
en las cartas, pero nunca se lo mencionó a nadie. Caminaba con los jefes cuando salían al patio de la
UHS II. Durante meses su nombre sonó entre los miembros de la Eme en Folsom y entre carnales en
otras partes. Un solo voto en su contra bastaría para que el candidato a miembro de la Eme estuviera
vetado.
Finalmente, en la primavera de 1985, llegó el momento tan esperado. Boxer estaba en su celda
cuidando un vino casero que había preparado para sus amigos. Otros prisioneros empezaban a entrar
del patio y se encerraban en sus celdas para que los guardias pudieran hacer la cuenta diaria. Entre el
escándalo de las puertas escuchó a Cherilo Grajeda llamarlo: «¡Oye, René! Saca tu espejo». En ese
entonces los prisioneros tenían permitido conservar pequeños espejos para su arreglo personal. Así
que Boxer sacó el espejo entre los barrotes para ver a Cherilo. Estaba sacando la mano al pasillo, la
señaló y le dijo: «¿Ves esto? Ya eres tú ahora». Lo que le quería decir era que ya lo había
seleccionado la Mano Negra, La Palma Negra.
Los hermanos del patio acababan de votar para su ingreso en la Mafia Mexicana. «Sentí como si
me hubiera ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos. En mi mente, ya había llegado, había
alcanzado la cúspide de mi vida. Ahora era un mafioso». René «Boxer» Enríquez tenía veintidós
años. Meses más tarde se tatuaría la distintiva Mano Negra tamaño natural en el pecho con una
pequeña «M» sin pintar por «Mafia» en medio de la palma.
No hubo ceremonia formal de inducción. La siguiente vez que volvieron a salir de la UHS II al
patio, cosa que sucedía tres veces por semana, más de veinte carnales se turnaron para darle la mano
y abrazarlo. «Bienvenido —le decían—, tú eres carnal».

Huero Shy lo apartó y le dio las reglas:


1. Un miembro no puede ser homosexual.
2. Un miembro no puede ser informante o soplón.
3. Un miembro no puede ser cobarde.
4. Un miembro no debe levantar la mano contra otro miembro sin sanción.
5. Un miembro no deberá mostrar faltas de respeto por ninguno de los familiares de otro miembro,
incluyendo acostarse con la esposa o novia de otro miembro.
6. Un miembro no podrá robarle a otro miembro.
7. Un miembro no debe interferir con los negocios de otro miembro.
8. Un miembro no debe hacer política en contra de otro o causar desacuerdos dentro de la
organización.
9. La membresía es vitalicia.
10. Es obligatorio matar a todos los desertores.
11. La Eme viene primero, incluso antes que tu propia familia.

Con el paso del tiempo, Boxer se dio cuenta que estas reglas se rompían constantemente y que la Eme
no era en realidad la hermandad que pensó que sería. Todos eran supuestamente iguales, pero Boxer
pronto averiguaría que las cosas no eran así.

8 Mendoza, Mexican Mafia, p. 147


8

Las políticas de la mafia: como nadar con


tiburones en una piscina sangrienta
LA VIDA DE LA MAFIA Y SUS POLÍTICAS eran traicioneras y mortales, como aprendería Boxer Enríquez
poco después de ingresar oficialmente a la organización. Había mentiras, desacuerdos y engaños por
todas partes. Recuerda haberse sentido «temeroso e incómodo desde el principio» pero se lo guardó.
Su padrino, Sloppy Elmore, desertó y murió de sida poco tiempo después.
La Eme estaba involucrada en la administración de la prisión y aprobaban las negociaciones de
paz con los prisioneros negros, lo cual se convirtió en una fuente más de tensiones. El Padrino Joe
Morgan se oponía a cualquier tipo de tregua, pero lo transfirieron a otra prisión. Nick «Nico»
Velásquez de La Puente fue uno de los representantes de la Eme que negoció una tregua para que los
miembros de la Mafia Mexicana y sus socios pudieran regresar a la población general, no más UHS II.
En este periodo, Nico, de cuarenta y un años, fue visto hablando con el director asociado del penal
en varias ocasiones y algunos de los hermanos más conservadores no estaban de acuerdo. También
había encontrado la religión y estaba abiertamente predicando a otros miembros de la Eme. Eso
tampoco se veía muy bien entre los hermanos de línea dura. El escuadrón de Dios no podía ser parte
de la mafia.
Nico era adicto a la heroína y asesino, como la mayoría de los carnales, pero tenía una
personalidad extrovertida que atraía a los más jóvenes. Siempre se refería a ellos cariñosamente
como «mijo» y los hacía sentir como en familia. Tenía un rostro que se asemejaba al del actor-
cantante Sammy Davis Jr. y era un gran traficante dentro de la cárcel que siempre estaba dispuesto a
compartir su producto para mantener la paz. Nico le agradaba a Boxer.
Otros seis carnales acordaron en secreto matar a Nico por estas supuestas transgresiones. La
reunión se vio interrumpida cuando llegó Raymond Garduño, también conocido como «Huero
Squire», un veterano de Vietnam alto y con una fisionomía similar a la del actor Jim Nabors, el
personaje principal en la serie de TV de la década de 1960, Gomer Pyle, usmc. Huero había
alcanzado a oír a los conspiradores, así que los confrontó sobre sus planes de atacar a Nico sin un
voto de todos los demás hermanos de la Eme en Folsom. Hicieron caso omiso a sus preocupaciones y
le advirtieron que no debía delatarlos con los otros carnales.
Boxer estaba fascinado con las historias de guerra de Huero Squire y le gustaba que siempre era
calmado, metódico y razonable. Así que cuando Squire se acercó a él para comentarle sobre lo que
sabía de la conspiración para matar a Nico, Enríquez estuvo de acuerdo en que Nico «era un mafioso
dedicado que no había hecho nada malo». Más de una docena de otros mafiosos se sentían igual,
incluyendo a Huero Shy, Negro, Sloppy y Gilbert «Silvertongued Gil» Santistevan. Al día siguiente,
Boxer, con miedo pero preparado, se unió al grupo liderado por Huero Shy y Huero Squire cuando
salieron al patio armados de cuchillos y les dijeron a los conspiradores: «No van a matar a nadie.
Tenemos aquí los cuchillos. Si lo intentan, los matamos. Más vale que nada le pase a Nico. No ha
violado ninguna regla». Y los conspiradores dejaron ir el asunto.
El ataque a Nico no había recibido autorización. Se suponía que todos debían votar antes de matar
a un hermano. Esas eran las reglas. A los conspiradores no les gustaban los desacuerdos y
rápidamente excluyeron a Boxer y sus colaboradores más cercanos. Enríquez sospechaba que él
también había pasado a ser parte de su lista: «Era un miembro nuevo. No tenía mucha voz, mucha
influencia». En idioma de mafia, le faltaba palabra, o influencia. Pero Nico Velázquez permanecía
vivo, por ahora.
La facción rival de la Eme era liderada por dos carnales de la vieja escuela que tenían influencia y
carisma y que eran titanes de la mafia comparados con el joven Enríquez. Uno era Reymudo
«Bevito» Álvarez, de Wilmas, un veterano de treintaiocho años que había vivido en las guerras de
las prisiones en 1970. Había asesinado a un importante líder de la FGN, a un general de Nuestra
Familia y había apuñalado al menos a otros seis farmeros. El otro era Ernest «Kilroy» Roybal de
White Fence, un hombre de cuarenta y seis años con voz rasposa de mafioso, sin tatuajes y un extraño
diente enmarcado en dorado. Su cabello, peinado hacia atrás, era escaso y empezaba a encanecer
aunque conservaba unas tonalidades rojizas por el abuso del tinte. Medía más de 1,80 m, disfrutaba
del boxeo cuando era joven y lo solían llamar «Shug», por «Sugar» como los famosos boxeadores.
Kilroy era un mafioso recto y respetado hasta que empezó a usar heroína. Entonces se transformó, se
convirtió en un payaso que empezaba una rutina de Kung Fu golpeando su propia cara y gritando:
«¡Estoy en primera fila!». «En ocasiones —cuenta Boxer— era muy penoso y los guardias nos pedían
que lo sacáramos del patio». Kilroy estaba preso por robo a mano armada y homicidio; pasó la
mayor parte de su vida tras las rejas, y se había convertido en una especie de leyenda por su
implacable aplicación del rígido código de honor de la Eme.
Bevito era de peso y estatura mediana, tenía una gruesa cabellera negra rebajada en la parte
trasera, con cejas y bigote Fu Manchú, tatuajes por todos los brazos y ojos color café con un anillo
color castaño alrededor del iris. Boxer pensaba que Bevito «tenía un complejo de superioridad y
sentía que era más que sus otros carnales», algo extraño considerando la infantilización implícita en
su sobrenombre. Claramente conocía de política y no le gustaba el joven Boxer para nada.
Según documentos internos del Departamento de Correcciones de California (DCC), Bevito sentía
que los nuevos reclutas de la Eme no eran adecuadamente seleccionados ni votados: «la Eme no es lo
que era antes… los nuevos miembros no son mas que adictos sin metas». También culpaba a la Eme
por su divorcio y por la falta de apoyo que tuvo en una disputa con otro hermano.
Ese hermano era un pionero de la Eme, Michael Ison, conocido como «Ice Man» por su visión de
sangre fría del asesinato y «Hatchet» por su amor puro por la violencia. En una ocasión, apuñaló a
otro prisionero cincuenta y un veces en la Capilla Greystone de Folsom. Incluso le lanzó una cuchara
al cantante Johnny Cash y lo golpeó en la frente cuando estaba cantando «Folsom Prison Blues».
Hatchet, que significa hacha en español, gritó: «¡Cabrón! ¡No tienes que cantar a huevo la misma
canción cada puto año!»9 Hacha Ison también era amigo cercano de Peg Leg Morgan.
Bevito Álvarez e Ison robaron juntos una residencia en 1982 en Santa María, California. Después
de eso, los capturaron e Ison no le volvió a hablar durante el arresto. Hacha logró salir bajo fianza y
Bevito no. Entonces Bevito alegó que Hacha había intentado extorsionar a su esposa tres días
después por 3 mil dólares, violando la regla de la Eme de no meterse con la familia de otros
miembros. Eventualmente encarcelaron a Bevito por el robo y sentía que los otros carnales «no lo
apoyaban» con el asunto de Ison. Al principio, planeaba matar a Hacha, pero entonces se le ocurrió
otra estrategia para «infligir mucho dolor». Bevito decidió causar «confusión y engaño» en la
organización. Era su intento por conseguir el poder. Logró que Kilroy accediera a participar.
De vuelta a la zona de la población general, Bevito y Kilroy tenían unos pendientes que, a sus
ojos, requerían atención inmediata. Y lo que sucedió después puso a Boxer a pensar sobre la
naturaleza caprichosa de las reglas de la mafia. Unos años antes, Alfie Sosa, en lo que se consideró
como un acto de cobardía, había solicitado la protección de los guardias de la prisión tras una
sangrienta pelea con Alejandro «Moe» Ferrel. Al parecer, Moe había atacado a Alfie por la espalda
cuando estaba lavándose la cara en su celda y lo golpeó severamente. Otros creen que Alfie también
fue violado ese día.
Una de las reglas cardinales de la organización era no levantar la mano en contra de otro hermano
sin sanción. Por otra parte, Black Dan y Huero Shy, los mentores de Boxer, estaban planeando un
golpe contra Alfie, no Moe, porque sentían que mostraba cobardía al solicitar protección.
Moe Ferrel, de treinta y seis años, era otro hermano fuerte y carismático, nada tonto y conocido
por sus hazañas en San Quintín en la década de 1970, incluyendo las ejecuciones de dos hermanos
que habían caído de la gracia de la Eme. Claramente era una amenaza a Bevito y Kilroy.
Así que Bevito y Kilroy decidieron perdonar a Alfie y hacer que Moe pagara con su vida.
El 15 de diciembre de 1985 Moe fue agredido brutalmente en su celda. Boxer contó la historia:
«Daniel ‘Danny Boy’ Pina atrapó a Ferrel por el cuello y lo empezó a apuñalar. Entonces, Ángel
Valencia, entró con un cuchillo y escaló el ataque mientras Rubén «Tupi» Hernández mantenía la
puerta de la celda cerrada. Moe no hizo ningún sonido mientras se defendía del ataque, recibiendo
golpe tras golpe, docenas de puñaladas. Cuando los atacantes terminaron, los vio a los ojos y dijo:
‘Está bien, me mataron. Me estoy muriendo. Váyanse antes de que los descubran’. Sammy ‘Negro’
Villalba debía estar vigilando si se acercaban los guardias, pero de todas formas fueron descubiertos
en el acto.
»Moe salió entonces de su celda, rechazando la ayuda del personal, llegó a la camilla que lo
esperaba, se acostó y entró en coma. Doce semanas después despertó, se arrancó las intravenosas y
los tubos que le salían del pecho y dijo: ‘Si no puedo ser un carnal, no quiero vivir. Es todo. Quiero
morir’».
Y así fue.
Boxer cuenta: «Lo que pasó con Moe Ferrel me asustó muchísimo por la forma tan arbitraria en la
que se aplican las reglas de la mafia». No fue tanto que atacaran a Moe sino que Alfie se escapara
sin ninguna consecuencia.
Y las agresiones continuaron. Según los informes del DCC, entre 1985 y 1986 hubo
aproximadamente cien atentados en Folsom. Boxer recuerda: «Atacamos a tantos y nos salimos con
la nuestra que ya era ridículo. Así de laxas eran las cosas en prisión en aquel entonces».
Los apuñalamientos eran cosa de todos los días. Era casi casi el entretenimiento. En un día
aburrido, los mafiosos se sentaban en las bancas del patio y se preguntaban: «¿A quién atacarán
hoy?». Los ataques venían acompañados de un grotesco humor negro. Sucedía que las víctimas, con
las caras retorcidas de dolor, y precipitándose hacia la muerte perdían el control de sus esfínteres y
mojaban su ropa; esto generaba risas entre los mafiosos que estaban viendo. «Es como una droga; es
enfermo» explica Boxer. Al igual que sus hermanos de la Eme, se desensibilizó a los horrores reales
del asesinato.
Boxer y su hermano Sammy «Negro» Villalba estaban sentados en las mesas de dominó una tarde
cerca de las canchas de handbol en Folsom. Negro generalmente era el alma de las fiestas, pero tenía
su lado oscuro, tan negro como la piel que le ganó su sobrenombre, un lado que incluía un episodio
sexual con un becerro.
Negro dijo: «La HA va a echarse a este tipo».
«¿Cuál?» preguntó Boxer con curiosidad.
Negro señaló a un asociado de la Hermandad Aria que estaba en la fila esperando entrar al bloque
de celdas para el recuento de las dos. Traía una Biblia grande en la mano izquierda con el brazo
colgado al costado. El atacante llegó junto a él y sacó un cuchillo gigantesco. «Tan sólo de verlo
sabías que te mataría —recuerda Boxer—, así de grande era».
¡Pau! El sonido del cuchillo sonó por todo el patio. Luego otra vez: ¡Pau! La víctima saltaba hacia
atrás con cada impacto. El atacante se alejó con calma y echó el arma en una máquina para hacer
hielo que estaba cerca.
El hombre que fue atacado todavía estaba de pie, frotando su costado sorprendido y buscando las
señales de sangre que brotara de una o dos heridas frescas. No había ninguna. Entonces levantó la
Biblia y notó dos cortes en la portada. En su pánico, sin darse cuenta, había utilizado el libro para
protegerse del cuchillo.
Negro volteó a ver a Boxer: «¡Vaya, hoy sí que tuvo a Dios de su lado!»
Los dos carnales explotaron en risas.
No todos los ataques terminaban con muertes, pero era casi lo mismo. «Cuando un prisionero
recibía una puñalada —cuenta Boxer—, quedaba marcado como perdedor. Se convertía en una
víctima disponible para cualquiera y era equivalente a morir, en especial si se trataba de un carnal».
Negro Villalba recibió la orden de atacar a un mexicano llamado Veracruz, un hombre rudo sin
afiliación que entró al patio rodeado de miembros de la Eme y asociados y aun así tuvo el
atrevimiento de faltarle al respeto a Alfie Sosa aventándole agua a la cara. Ya habían intentado
atacarlo sin éxito en una ocasión en los aparatos de pesas pero Veracruz seguía sin aceptar
protección. Al día siguiente, Negro lo atacó en las escaleras del tercer nivel con una barra afilada de
metal de 30 cm de largo y tres de ancho, un verdadero «rompehuesos». Negro lo apuñaló tantas veces
que pensó que sin duda lo había matado, y poco tiempo después pasó junto a su celda esperando
verlo hecho bola en el suelo y muriendo. En vez de esto, vio que la víctima sacaba revistas Time de
su camisa. Se había hecho un chaleco protector con revistas y esto salvó su vida. Al día siguiente,
Veracruz, gozando de plena salud, estaba de vuelta en el patio. Esta vez ya no era tan chistoso.
Bevito empezó a decirles a todos que Negro era un cobarde por no poder matar a Veracruz. Esas
conversaciones eran peligrosas porque la mafia ejecutaba a los cobardes. Boxer temía más que nada
que él y Negro estuvieran en la lista y eso intensificó su problema político con Bevito. Al mismo
tiempo, tuvo reparos por haberse unido a la Eme: «Esto no podía durar para mí. Esta no era la
hermandad que yo pensaba y me iba a salir. Yo no soy así. Me sentía dudoso, nervioso, en realidad
era un niño intentando funcionar con todos estos famosos titanes de la mafia. No me sentía cómodo
como mafioso todavía. No me había vuelto totalmente frío como estos tipos que te apuñalaban en un
parpadeo. No me había convertido todavía en ese tipo». Pero estaba aprendiendo.
Bevito y Kilroy tuvieron la cachaza de hacer política en contra del Padrino Joe Morgan, señalando
que no era mexicano. Insistían que nadie debía pertenecer a la Eme si no era latino. Esto se estaba
convirtiendo en una mafia de «todas las naciones» se quejaban, y eso no les gustaba.
La violencia interna se extendió a San Quintín, basado en parte en la mala leche entre Bevito y
otros mafiosos como Mike «Hatchet» Ison, que estaba preso en la Big Q.
En enero de 1987, sacaron a todos los miembros de la Eme de Folsom y San Quintín por la racha
de violencia en esas instituciones. Desafortunadamente, Boxer y Negro quedaron en el mismo bloque
de celdas que sus rivales Bevito y Kilroy en la nueva prisión de máxima seguridad, la Institución
Correccional de California (ICC) en Tehachapi.
Los derramamientos de sangre, las luchas intestinas, la confusión y las lealtades volubles
continuaron. A Raymond Frutos, un asociado de la Eme de veinticinco años y no muy brillante,
proveniente de la pandilla de Eighteenth Street, le cortaron el cuello en el patio por no compartir su
café con un carnal. Tres semanas después, José Chavarría, de veintinueve años, miembro de la mafia
que atacó a Frutos, fue apuñalado por su compañero de celda, otro asociado de la Eme de veintiséis
años de nombre Rudolph Domínguez. Una semana después de eso, un miembro de cuarenta y cuatro
años de la Eme, «Silent George» Ruiz fue apuñalado.10 Todos estaban involucrados en las políticas
de la mafia.
Boxer sentía vibras negativas de que él y su amigo Negro Villalba podrían ser los siguientes.
«Sabes que ya te va a tocar. Lo que sea que digas se puede usar en tu contra. Debían poner un letrero
en la entrada al patio que dijera: ‘no digas nada o te matarán». Así de peligrosas son las cosas ahí’.
Era como nadar en una piscina con tiburones cuando alguien echa sangre al agua. Por suerte, Boxer y
Villalba fueron transferidos a otro bloque de celdas en Tehachapi lejos de la facción de
Bevito/Kilroy.
Nico Velásquez, el mismo hermano que habían defendido en Folsom, también estaba en esta nueva
prisión de Tehachapi. Habían contribuido a salvar su vida. Pero él realizó un giro de 180 grados y
empezó a apoyar a Bevito y Kilroy, líderes de la facción que había conspirado para matarlo unos
meses antes. No le sirvió de nada.
Dos semanas antes de que Boxer y Negro Villalba se mudaran, Nico estaba en su celda
escribiendo una carta. Su compañero de celda era Gabriel «Sleepy» Huerta de Wilmas, un hombre de
veintinueve años, de baja estatura y un aspecto salvaje, con un gran bigote y cabello peinado hacia
atrás. Otros hermanos lo llamaban «Burt» entre bromas porque su pecho era extremadamente velludo,
como el del actor Burt Reynolds. Sleepy era estudioso, listo y elocuente. Hablaba varios idiomas y
otros miembros lo respetaban y lo querían, incluso Nico. También era un asesino.
Sleepy Huerta llamó a su compañero de celda. Cuando Nico volteó para responder, Sleepy le
clavó una barra de metal, que había cortado de un casillero, en la parte baja del pecho y la empujó
hacia arriba en dirección al corazón. Nico Velázquez ya no predicaría sus nuevas creencias
religiosas a los miembros de la Eme. Estaba muerto. La forma en que lo mató Sleepy de un solo
golpe le ganó un apodo adicional: «El Profesional». Boxer no fue el único en pensar que Bevito y
Kilroy habían ordenado el ataque.
Boxer Enríquez ahora compartía su bloque de celdas con leyendas de la Eme como Joe Morgan y
Mike «Hatchet» Ison, y con incondicionales como Huero Shy Shryock y Fernando «Ferni» Bermúdez,
que también eran pesos pesados en la facción que se oponía a Bevito y Kilroy. En total había como
diez miembros de la Eme y diez socios leales en el patio. Todo cambió de nuevo. Boxer había
terminado otra vez del lado correcto. Cansados de las politiquerías, el grupo quería que Bevito y
Kilroy murieran. Los dos quedaron en la lista. Estaban acabados.
Entonces Boxer Enríquez, tras nueve años y ocho meses en prisión salió en libertad provisional.
Entró ladronzuelo y salió asesino, más peligroso que nunca. Además, ahora conocía el fino arte de
la mortal política de la mafia. «Aprendí a dominar. Aprendí que si mantenías los pies firmes durante
suficiente tiempo y con suficiente fuerza, al final todo acababa saliendo bien. Le das con todo lo que
tienes a tu enemigo y, tarde o temprano, algo le pega. No importa si no es verdad. Se puede matar a
alguien con puras palabras. Te haces su amigo. Te portas amable. Y cuando estás en una
confrontación verbal le dices ‘¡Esto es entre tú y yo, vamos!’ Ya está en una posición endeble y no
necesita más cosas en su contra. Nueve de cada diez veces se echan para atrás. Si no, los matas».
Boxer se había vuelto frío: un verdadero mafioso.

9 Mendoza, Mexican Mafia, p. 114


10 Los documentos de inteligencia de la prisión dicen que el miembro de la Eme, George Ruiz ordenó a Domínguez que apuñalara a
Chavarría y proporcionó el arma para el ataque. Boxer Enríquez dice que Ruiz fue atacado porque era «anti Bevito Álvarez».
9

De vuelta al exterior: la brutalidad de las


calles
CUANDO REGRESÓ A LAS CALLES en agosto de 1988, Boxer y su esposa Pam ya estaban divorciándose.
Durante su estancia en San Quintín tuvo visitas conyugales y habían procreado un segundo hijo, René
Junior. Pam lo visitaba con regularidad cuando estaba en la Prisión del Condado y en San Quintín.
Más adelante, en Folsom, le advirtió: «Si entras a la mafia, te dejo». La respuesta de Boxer fue seca:
«Pues déjame, porque entré el mes pasado». Eventualmente llegaron a un acuerdo y ella conservó la
custodia de René Jr. y Boxer de su hijo mayor, Bobby, quien realmente creció con los abuelos, John y
Lupe Enríquez.
En libertad condicional, Boxer se mudó con su padre, quien ahora estaba divorciado y tenía una
casa en La Puente, y otro pariente le ayudó a conseguir empleo como obrero en una construcción por
ocho dólares la hora. John Enríquez todavía guardaba la esperanza de que su hijo escogiera una vida
normal y respetable. No sucedería.
Boxer le preguntó a su papá si podía invitar algunos amigos a una carne asada.
John Enríquez preguntó si eran «buenos muchachos».
«Sí —respondió René—. Son buenos, Pa».
En el mundo de René lo eran. «Entre mafiosos tenemos estándares y expectativas propias que rigen
nuestro comportamiento. La brutalidad es recompensada. Un hermano es ‘bueno’ cuando ha cometido
actos de violencia en nombre de la Mafia Mexicana. Cuando no es soplón ni cobarde, es un buen
hombre. Lo que el resto del mundo condena, nosotros lo enaltecemos. Tienes un mejor amigo pero los
carnales votan en su contra y entonces, aunque te caiga bien el tipo, te lo tienes que echar». Es como
el mundo al revés donde el bien estaba mal y el mal estaba bien, un mundo donde los asesinos a
sangre fría capaces de realizar los delitos más horrendos no sólo eran considerados normales sino
buenos.
Así que Huero Shy Shryock, Rocky Luna de Big Hazard y Jesse «Pelón» Moreno de Norwalk,
todos «buenos muchachos» recién liberados, asistieron a la carne asada de Boxer. Tendrían reuniones
periódicas para organizarse. Sabían que necesitaban volver a poner el nombre de la Mafia Mexicana
en las calles, donde llevaba más de una década en una especie de letargo. A finales de la década de
1970, el famoso matón de la mafia, Mundo Mendoza, se había vuelto informante-testigo del gobierno
y gracias a su colaboración se logró arrestar a unos treinta y seis hermanos que recibieron condenas
largas, entre ellos, Joe Morgan, Alfie Sosa y Huero Shy. Eso definitivamente limitaba la influencia de
la Eme fuera de los muros de la prisión. Mendoza dice: «Estaban empezando a organizar la situación
en las calles cuando se realizaron todos los arrestos».
La organización continuó siendo una meritocracia criminal donde la influencia de un miembro
dado crecía según el volumen de sangre que extraía de sus víctimas. «Pero ser un miembro no tenía
nada de lucrativo, lo único que ganabas era estatus —señala Boxer—, no se hacía un esfuerzo por
generar finanzas ni había un ánimo colectivo por progresar. Había carnales en el patio que no podían
comprarse tenis nuevos. No tenían nada porque carecían del intelecto o talento para ver más allá de
las paredes de la prisión».
Por otro lado, Boxer sí veía las posibilidades lucrativas. «Las finanzas se traducen en poder.
Teníamos la base en términos de terror, pero no estábamos haciendo nada con eso». Varios miembros
de vieja guardia de la mafia pensaban que era sacrílego utilizar el nombre de la Eme para hacer
dinero. Varios en la cúspide, como Morgan, se consideraban grandes narcotraficantes, pero sólo
ellos lo hacían. La Mafia Mexicana era para mandar en los patios de las prisiones. Boxer creía que
pensar así era «cosa del pasado». La Eme tal vez empezó como una pandilla de la cárcel, pero tenían
la posibilidad de ganar dinero fuera de esas paredes.
Rocky Luna entró a esa carne asada con la camisa abierta, lo cual dejaba a la vista el gran tatuaje
de «Mafia Mexicana» en su pecho, justo debajo del cuello. Luna era un hombre bruto y feo con la
cara llena de cicatrices de acné, el cabello cortado en forma de casco, la nariz ancha, un gran bigote
y dientes falsos. Extrañamente, siempre se rompía algún diente de la dentadura para que pareciera
que eran dientes reales. Rocky era un probado asesino con gran carisma que contaba historias
graciosas todo el tiempo.
Entonces llegó Huero Shy con un tatuaje de la letra «M» en cada brazo. Era un hombre gruñón y
con frecuencia lo llamaban «desagradable Shy». Tenía un ojo azul y uno verde, la voz profunda,
rasposa y fuerte. Hablaba inglés con un ligero acento mexicano a pesar de ser anglo y su mamá de
Kansas. Shy tomó de más esa tarde y se acercó al padre de Boxer, diciendo todo el tiempo carnal
esto y carnal aquello.
John Enríquez le preguntó a su hijo: «¿Estos tipos son de la mafia?»
«No te preocupes por eso, papá».
Boxer traía un camiseta sin mangas que dejaba a la vista la mayor parte de su torso. Su padre,
quien ya de por sí odiaba los tatuajes de la cárcel porque sentía que limitaban las oportunidades de
encontrar trabajo, vio la Mano Negra tatuada en el pecho de su hijo.
«Es la Mafia Mexicana —dijo Boxer—, no te preocupes. No es nada».
«¿Tú eres miembro de la Mafia Mexicana?».
«Sí —repitió el hijo—, no te preocupes. No es nada».
Sorprendido y confundido por escuchar a su hijo confesar que era un mafioso, John Enríquez no
hizo más preguntas. Simplemente no podía. Las palabras no le salían. No era lo que quería para
René, pero era la realidad. Por otro lado, Rocky y Huero Shy parecían tipos agradables y, después de
todo, eran amigos de su hijo. Prefirió no saber los detalles de quiénes eran o qué hacían. «Lo quiso
ver a través de un cristal color de rosa,» recuerda René.
Los mafiosos hablaron de negocios mientras comían papas fritas, pollo asado, ensalada, hot dogs,
hamburguesas y cerveza. El otro invitado era Jesse «Pelón» Moreno, un tipo de cuarenta y nueve
años de edad y de trato fácil que intentaba ganar dinero, estaba chimuelo, usaba lentes gruesos y
conocía a muchas personas. Aunque le gustaba permanecer sin llamar la atención la mayor parte del
tiempo, Pelón era el comisionado de facto de la Eme en las calles. Huero Shy y Rocky le habían
presentado a Boxer y Pelón accedió a ponerlo en contacto con un proveedor de heroína para que
pudiera empezar su propia operación de venta de drogas en las calles.
Huero Shy y Rocky también lo conectaron con un equipo de dos camaradas y le pidieron que
supervisara el robo de unos menudistas. «Para ayudarte a volver a empezar —dijo Shy—, échate esto
y te mochas con un poco de lo que salga». Rocky le dio unas cuantas armas, incluyendo un revólver
calibre 38 mm, una pistola ·357 Magnum y una escopeta. Boxer envió a su nerviosa ex esposa, Pam,
a comprar balas al kmart. Ella temía que fuera a matar a alguien. Durante todo este tiempo, su
paranoia le decía que podría estar entrando a una trampa, que todo era un plan para matarlo. «Me
moría de miedo». Siguió adelante por pura fe ciega, siempre ocultando sus temores.
Unos días después, conoció a su equipo. Estaba «Ray-Ray» Sánchez, de la edad de Boxer e hijo de
un miembro de la Eme perteneciente a la pandilla del Este de Los Ángeles llamada Eastside Clover,
y Ray Soto de La Puente, un hombre de treinta y cuatro años. Boxer les dio las armas y los siguió por
la autopista I-10 en el auto de su papá a 120 km por hora. Pasaba la media noche, las luces ya
estaban apagadas y la gente dormía en sus camas cuando llegaron al área de El Sereno, una zona
peligrosa llena de pandillas y famosa por ser un lugar para deshacerse de cuerpos. Los camaradas
armados se salieron de la autopista en un sitio donde no había alumbrado. Boxer pasó su automóvil
delante del de ellos y vio a los dos pistoleros en el espejo retrovisor mientras salían del vehículo y
se acercaban. Sabía que eran un par de adictos a la cocaína paranoicos y pensó: ¡Ya valió! Estoy en
la lista por algo y ni siquiera sé qué es. Me van a matar y luego se van a largar. Ray-Ray se acercó
al lado del conductor y se agachó mientras el otro Ray se quedó atrás, jugando con su 38 mm.
Ninguno se dio cuenta de que Boxer se persignaba. Perdóname, Dios mío, rezaba en silencio.
Acéptame en tu reino si me eliminan ahorita.
Los mismos dedos que acababa de utilizar para santiguarse ahora ansiaban sostener su ·357
Magnum. No la había traído pensando que sólo venía a supervisar este trabajo y sabía que, si por
algo la policía lo detenía, portar un arma de fuego lo hubiera mandado de vuelta a la prisión porque
violaba las condiciones de su libertad provisional.
Ray-Ray dijo: «Vamos a hacerlo ahora».
«Está bien», respondió intranquilo Boxer.
Entonces desaparecieron en la oscuridad detrás de él. Todavía pensaba que era un engaño clásico
y que no tardaría en ver cómo la noche se iluminaba con la luz blanca de los disparos. Pasaron cinco
minutos muy largos antes de que los Rays reaparecieran con una bolsa llena de dinero, unos dos mil
dólares, y puñados de joyería. «¡Síguenos!» dijo uno de ellos. Y la caravana de dos coches partió
para repartir el botín: la extorsión y el robo habían sido un éxito. Boxer se quedó con la mitad y le
llevó un poco a Rocky y Huero Shy. Estos robos se convertirían en un esquema lucrativo.
Aún conservaba su trabajo como obrero, pero al menos una vez a la semana robaba a menudistas
con su equipo. Tomaban efectivo, armas, joyas y videocaseteras. Incluso asaltaron unas cuantas
tiendas de joyería, un restaurante Big Boy y una gasolinera en el camino.
La nueva generación de pandilleros y traficantes en las calles no conocía bien a la Mafia
Mexicana. Boxer sabía que debían volver a instaurar el terror y mostrar su fuerza. «Estábamos
volviendo a meterles el miedo a Dios a todos. Nos íbamos a dar a conocer. La mafia sería temida
nuevamente en las calles». De manera instintiva, Boxer sabía que él y sus hermanos de la mafia
también debían tenerse miedo entre sí: «Cada vez que salía con un carnal lo hacía con miedo.
Siempre era posible que no regresara. Todos los días temía por mi vida». El truco era no demostrarlo
y estar preparado para matar antes de ser eliminado. Nunca más saldría a una misión sin pistola.
El 15 de octubre de 1988, apenas unos meses después de su liberación, Boxer recibió un
recordatorio de la brutalidad de la cual eran capaces los carnales. José «Sluggo» Pineda era un
mafioso de vieja escuela, amargado e irascible, que hablaba principalmente en español y, si alguien
no lo entendía, montaba en cólera. Su cara estaba surcada por las arrugas y tenía los ojos hinchados.
La calva y sus orejas chuecas le daban un aire de perpetua miseria, como si estuviera chupando
limones agrios todo el día, todos los días. En realidad, por lo general estaba drogado con heroína,
ahogado en whiskey o lo que tuviera a la mano.
La policía encontró su cuerpo cerca de las vías del tren en Hazard Park, en las afueras del
proyecto habitacional de Ramona Gardens en Lincoln Heights. Era territorio de la pandilla de Big
Hazard, el sitio que llamaba hogar, conocido simplemente como «Hazard». Le habían cortado la
garganta de oreja a oreja, una serie de cortes profundos, y tenía el pecho lleno de heridas de arma
punzocortante. El forense informó que el daño fatal del cuello había sido producido por un objeto
metálico irregular, posiblemente una lata de cerveza rota que se encontró cerca del cuerpo. Las otras
heridas parecían hechas con un desarmador Phillips. Las heridas de defensa mostraron que intentó
pelear. Boxer dice: «Era obra de Huero Shy Shryock y un cómplice, como un favor al viejo mafioso
Topo Peters».
Benjamín «Topo» Peters, según los registros de la prisión, era «uno de los miembros más
importantes de la Mafia Mexicana… un depredador muy hostil, agresivo y de temperamento volátil…
involucrado en numerosos ataques y asaltos violentos en diversas instituciones cometidos con armas
elaboradas dentro de la prisión». Sluggo lo había hecho enojar.
Un año antes, Sluggo había salido de prisión y no tenía nada, ni familia, ni dinero, ni un sitio donde
vivir: nada. Se acostumbraba que los mafiosos que salían en libertad condicional y no tenían dónde
llegar se fueran a vivir a la casa de Paz Gutiérrez, la madre de sesenta y seis años de Topo. Ella los
ponía a hacer cosas en el jardín y en la casa a cambio del hospedaje. Topo, que apenas medía 1,62 m,
era casi una cabeza más alto que su madre, una mujer ancha con cabello corto teñido de rubio,
anteojos gigantescos como lechuza y una sonrisita torcida. Estaba totalmente consagrada a Topo, su
único hijo, y él a ella. Según los exámenes realizados en la cárcel, la madre y abuela de Topo eran
«sobreprotectoras», y el padre —que «abusaba físicamente» de él— era un alcohólico que abandonó
a la familia cuando Topo tenía siete años.
Los agentes del FBI dicen que Paz también era devota de la Mafia Mexicana. La organización
utilizaba su dirección «limpia» para entregar y reenviar mensajes y para hacer llamadas telefónicas
sobre disputas entre pandillas, drogas y otros asuntos ilegales de la Eme. Según los federales, la casa
también se utilizaba en ocasiones para reuniones de mafiosos. Era el lugar lógico para que llegara
Sluggo después de salir de la pinta. Las cosas no fueron bien.
Nunca se supo con certeza por qué, pero Paz rápidamente se molestó con Sluggo. Mandó decir a
Topo, su hijo mafioso, que Sluggo había intentado violarla. Boxer recuerda claramente lo que
sucedió a continuación: «Benny [Topo] enloqueció. ‘Este cabrón trató de violar a mi madre después
de que lo invité a la casa. Lo voy a matar al puto’». Topo empezó a enviar wilas que ordenaban matar
a Sluggo. Por no incordiar a Topo, los demás accedieron a hacerlo sin ningún cuestionamiento.
Más adelante, iban llegando carnales a la casa de Paz a darle seguimiento al asunto y la historia se
fue suavizando. Comenzó a alegar que Sluggo simplemente había intentado seducirla y después
volvió a cambiar su relato diciendo que le había levantado la mano para golpearla. Había tres
diferentes versiones de la historia. Boxer creía que «era tonto, todo sonaba estúpido». Mientras
tanto, Sluggo no tenía idea de lo que estaba pasando. Se mudaba de sitio en sitio, dormía en carros
abandonados en Hazard, usaba crack, vivía como vago y se preguntaba por qué los jóvenes gángsters
del barrio lo golpeaban y le disparaban. El tipo probablemente no supo que estaba en la lista hasta
que Huero Shy llegó a matarlo.
Boxer Enríquez dijo que la madre de Topo era una mujer «malvada»: «Era la peor mentirosa de
toda la organización. Incluso diría que causó más asesinatos que todos nosotros. Muchas personas
murieron por cosas tontas como esta. Es un tema recurrente entre mafiosos: alguien es asesinado sin
motivo. Es una organización caníbal que se come a sus propios miembros. Eso es lo que hace».
10

Los rufianes defienden su honra


DENISE FUE SU AMIGA EN LA INFANCIA y, al crecer, se convirtió en una hermosa mujer, de busto
prominente y cintura estrecha, con la piel de alabastro llena de pecas, cabello rubio teñido y
brillantes ojos castaños. Boxer llevaba una década sin verla cuando le habló después de encontrarse
con su hermana en un centro nocturno. Salieron en una cita y se divirtieron tanto que pronto se
convirtieron en una pareja que frecuentaba restaurantes y clubes.
Estaban en el Inca Room de La Mirada, un centro de reunión para gángsters con mesas de billar,
bar y pista de baile. Boxer vio a su exesposa, Pam, del otro lado de la habitación discutiendo con una
muchacha de diecinueve años que resultó ser la sobrina de una conocida traficante de heroína de
Artesia conocida como «Flo». Cruzó la habitación para preguntarle a su ex si todo estaba bien.
Entonces la sobrina le clavó el dedo en el pecho y gritó: «¿Y tú quién chingados eres? ¡Lárgate de
aquí!».
Boxer le lanzó una mirada asesina. «No te metas conmigo. Vas a salir lastimada». Eso fue todo…
por el momento.
Varias horas después, Denise y Boxer, junto con su hermano menor John, iban a otra fiesta que
resultó ser en la casa de Flo en Norwalk, cerca de la intersección de las autopistas 405 y 605. Era el
territorio de una pandilla llamada Neighborhood Varrio Norwalk. Las raíces de Flo estaban en Arta,
pero se mudaba periódicamente en un intento por mantener su negocio de heroína un paso adelante de
la policía. El lugar estaba lleno de gángsters y sus mujeres maquilladas en exceso. Poco después de
llegar, Boxer vio a la sobrina que gritó: «¡Ahí está ese puto!».
Probablemente le había estado contando a todos sobre el encuentro que habían tenido en el Inca
Room. Entonces Valerie, la hija de Flo, caminó hacia Boxer y le dijo: «¿Quién chingados te crees?
¡Aquí tú no mandas ni madres!». Tenía aliento de cenicero y le escupió alcohol al hablar. Eso no le
hizo ninguna gracia.
Después, cuando Boxer lentamente colocó la Corona que estaba tomando sobre la bocina del
estéreo, Valerie lo golpeó con la mano. Boxer volteó y le dio un puñetazo directo en el ojo y entonces
todos los seres vivos de la habitación le cayeron encima. Boxer rápidamente se vio atrapado bajo
una pila de cholos y cholas y sentía unos pinchazos agudos en el pecho. Automáticamente trató de
alcanzar la daga de doble filo de 20 cm que traía en el bolsillo trasero del pantalón pero ya no
estaba.
Mientras tanto, su hermano John trataba de quitarle a la gente de encima con furia. La habitación se
llenó con el sonido de los gritos agudos y gruñidos guturales. Un amigo mayor, conocido como Big
Monk gritaba incrédulo «¡Es un carnal! ¿Qué están haciendo?». Fue una pelea caótica de gueto.
Boxer logró ponerse de pie y vio las dos heridas de puñal en su pecho, la sangre manchaba su
camisa blanca con gris. Alcanzó a ver al yerno de Flo, Eddie, cerca con un cuchillo que trataba de
esconder detrás de su pierna. Junto a él estaba «Bosco» el hijo de Flo, guardando una daga muy
familiar para Enríquez: la suya. Amenazó a ambos: «Me los voy a chingar. Están muertos. ¡Están
acabados!». Las muchachas de la familia lo retaban mientras caminaba hacia la puerta, lanzándole
latas de cerveza y gritando obscenidades. La bestia chaparra, gorda y chueca que recibía el nombre
de Flo estaba ahí parada, absolutamente borracha con un trofeo en la mano. «¡Vete a la chingada! ¡Ni
sé quién madres eres!».
«Voy a regresar —advirtió Boxer—, no me importa quién sea tu familia».
Resultó que Flo era la cuñada de un fundador de la Eme. Se acercó a Topo Peters y Cuate Grajeda,
mafiosos encarcelados que se beneficiaban de su suministro de heroína, para que le ayudaran. Decía
que Boxer «nos había faltado al respeto». No importaba. Las reglas de la mafia establecen que
cualquier extraño que levante la mano en contra de un carnal puede morir por ese error. Boxer sabía
que tenía que hablar para defender su honra de rufián. Mandó avisar sobre lo ocurrido al cuñado de
Flo en la Prisión Estatal de Corcoran (COR). Su concubina, la hermana de Flo, respondió a Enríquez:
«Haz lo que tengas que hacer».
Eddie, el prometido de Valerie, se escondió. Eso dejó solo al hijo de Flo, Bosco, como presa de la
cacería. Sin embargo, cada vez que Boxer lo localizaba en algún club nocturno o fiesta, lograba
escaparse. Habían pasado unas tres semanas cuando Boxer supo que Bosco estaría en el Inca Room.
Lo esperó en el estacionamiento con un rifle automático Marlin de dieciocho rondas y dos
cargadores. Cargó el arma con una ronda y aguardó pacientemente en el carro. Esta vez Bosco
moriría.
Había mandado a su novia Denise a que se asegurara que Bosco estaba ahí. Denise era adicta y
tenía lazos con la familia de Flo y, sin que Boxer lo supiera, había estado advirtiéndole a Bosco cada
vez que Boxer se acercaba. Esta vez le pidió a su hermana Tina que saliera con Bosco para que
Boxer no disparara. No previó que eso no sería suficiente.
Denise salió del club después que su hermana y Bosco y entró al asiento del pasajero en el carro
de Boxer. John iba conduciendo. Boxer estaba atrás con el arma. Bosco salió rechinando llantas del
estacionamiento frente a ellos y se embarcó en una muestra de conducción evasiva, a veces
conduciendo en sentido contrario por las transitadas calles. John iba unos cinco autos atrás,
anticipando el momento indicado. Pasaron unos cuarenta minutos de esta persecución a 80 km por
hora en calles tranquilas cuando finalmente John se emparejó con Bosco. Entonces Boxer se asomó
por la ventana con el rifle automático y empezó a disparar. Las balas rebotaban y zumbaban por todas
partes. Había gente inocente en la calle gritando temerosas por sus vidas. Bosco giró el volante a su
derecha y patinó mientras las balas del rifle rompían las ventanas.
Denise estaba histérica: «¡Estás matando a mi hermana!»
«¡Cállate!» ordenó Boxer. Quería matar a Bosco. Si en la trifulca mataba a la hermana de Denise,
pues era una pena. Esto era un asunto de la mafia.
El cargador del rifle estaba vacío. Boxer le dijo a su hermano que condujera de vuelta a la
autopista y de regreso al Este de Los Ángeles. Después se enteró que Bosco había sufrido unas
cuantas cortaduras por los vidrios y que Tina no tenía ni un rasguño. Ambos habían sobrevivido
milagrosamente al ataque pero Flo solicitó una reunión.
Con lágrimas en los ojos Flo accedió a pagarle mil cucharas de heroína, con un valor aproximado
de 10 mil dólares en la calle. También la obligaron a pagar un tributo de doscientos dólares a la
semana. Se resistió al principio, pero cambió de parecer cuando le recordaron que su hijo Bosco
tarde o temprano terminaría en la cárcel por algún delito menor y que entonces la mafia se aseguraría
de que regresara a casa en un ataúd. Fue la primera extorsión exitosa de Boxer y le abrió los ojos a
las posibilidades de extorsionar otros vecindarios.
Mike Higgins, también conocido como «Cowboy» era otro pandillero de Eastside Clover. Tenía la
edad de Boxer. Habían estado en el equipo de demolición juntos y eran camaradas de la Institución
Vocacional Deuel de Tracy, California, en 1984. Cowboy era un terror entonces. Diariamente quería
apuñalar a alguien. Boxer se lo encontró en el festival de Lincoln Park en el Este de Los Ángeles. Le
aseguró a Boxer que él y sus amigos tenían muchas armas. Intercambiaron números y decidieron
hacer algunos trabajos juntos y no precisamente en la construcción.
Mientras estaba trabajando como obrero en Moreno Valley, a unos 100 km del Este de Los
Ángeles, Enríquez supo de otro narcomenudista en Corona. Llamó a Cowboy.
Llegaron ya bien entrada la noche y patearon la puerta delantera de la casa de esta persona
gritando: «¡Policía! ¡Policía!». Esa entrada siempre daba una ligera ventaja: un traficante que espera
que lo arresten siempre duda un instante si piensa que la policía está en su casa. Este individuo
apenas estaba saliendo de la cama cuando Boxer, con una pistola de electrochoques, y Cowboy, con
un revolver 38 mm Smith & Wesson, entraron por la puerta de la recámara. Boxer le dio un choque
justo en el cuello y el traficante cayó al piso; lo único que vestía eran unos pequeños calzones rojos
que parecían de mujer. Cuando se le pasó el choque, empezó a gritar al igual que la mujer que lo
acompañaba.
«¡Cállense!» ordenó Boxer mientras les colocaban cinta adhesiva en la boca, manos y pies. Se
robaron lo que había de heroína y una colección relativamente grande de joyería. Tiempo después,
Boxer se enteraría que esa casa pertenecía a otro miembro de la Eme, Carlos «Carlito» Morales de
Lomas y que la mujer era su suegra. Había cometido un delito que se castigaba con la muerte en la
mafia, pero se libró porque Carlito no quiso llamar la atención.
Para entonces, Boxer Enríquez estaba usando heroína otra vez. Siempre había sido un usuario
temerario. Renunció a su empleo en la construcción y empezó a incrementar su agenda de robos.
Denise se había titulado como enfermera, pero también tenía un gran problema con la heroína.
Boxer intentó mantenerse sobrio cuando salió de la cárcel, pero un día que su novia le dijo que
estaba «enferma» supo que se inyectaba. Entre los adictos eso es clave para «necesito droga en este
momento». La llevó a una clínica de metadona en Baldwin Park y la metieron a un programa de
rehabilitación. Le mintió y le dijo que seguía en ese programa.
Poco tiempo después regresó a decirle: «Necesito ponerme bien».
«Me vas a arruinar», se quejó él.
La llevó al departamento de Jesse Aragón para conseguir un poco de droga. Jesse era un miembro
de la mafia de treinta y cinco años, gordinflón, desaliñado y un poco lento. Era miembro de Artesia y
lo conocían como «Sleepy». Boxer nunca pensó en él como candidato a carnal, pero Sleepy estaba
casado con una de las hijas de Huero Buff, de los fundadores de la Eme, Jenny Burgueño. Ella era
excesivamente delgada, una chica muy desagradable del gueto que se tomaba una lata de cerveza de
desayuno y con una personalidad que hacía juego con su aspecto físico. Los adictos y traficantes
menores iban a su casa para inyectarse y dormir en el suelo. Enríquez sabía que podría conseguir un
poco de heroína ahí. Y la consiguió. Sleepy le dio una cuchara para Denise. Boxer también la probó
y ahí empezó a usar otra vez.
Cuando regresó a la casa de Sleepy varios días después, le pidieron que asistiera a una junta con
Jesse Moreno, Huero Shy y Rocky Luna. Cuando entró sonó el teléfono. Era Topo Peters llamando
desde la cárcel, donde había pasado la mayor parte de su vida.
Incluso los registros de las detenciones juveniles de Topo lo describían como «un agitador
inteligente… con frecuencia permanece en segundo plano mientras agita a otros en las actividades
agresivas». Topo empezó a usar heroína cuando tenía quince años, se salió de la escuela en el
décimo grado y, a pesar de provenir de una familia relativamente bien posicionada, eligió una vida
en el crimen. Para cuando tenía cuarenta años, ya tenía varios arrestos por narcóticos, robos, robo a
mano armada, asaltos y unos cuantos escapes. Entonces se encontraba cumpliendo una condena de
treinta años a perpetua por homicidio en primer grado. En 1980, ocho días después de salir de la
cárcel, Topo se enojó, sacó un revólver ·44 Magnum de la pistolera del hombro y le disparó a un
hombre a quemarropa en la cabeza afuera del Bar DeBarry’s en North Broadway en Lincoln Heights,
un poco al este del centro de Los Ángeles. Pablo Rucobo, la víctima de veintiún años de edad que
estaba de fiesta con un amigo ese sábado, cometió el fatal error de sacar a bailar a una mujer que, en
ese momento, estaba con Topo.
Peters quería que Boxer llevara a Sleepy con él y que se echaran a otro carnal llamado David
Gallegos de Maravilla, también conocido como «Pelón».
«Hazlo por la Mariposa», ordenó Topo.
Gallegos, según Peters, era un cobarde que tenía que ser eliminado. La historia era que Gallegos,
acompañado de otros dos carnales, Ernest «Chuco» Castro de VNE y Armando «Perico» Ochoa de
Primera Flats, fue a extorsionar a un traficante en el vecindario de la pandilla Maravilla en el Este de
Los Ángeles. Cuando los mafiosos se acercaron a la entrada principal, el individuo salió con una
pistola en mano. Gallegos corrió, dejando a Chuco y Perico solos. En otra ocasión, se decía que
Robert Márquez, también conocido como «Wito» y desertor de la Mafia Mexicana, había sacado a
Gallegos de su propio vecindario a punta de pistola. Estos dos incidentes separados indicaban, para
los estándares de la Eme, que era un cobarde y que merecía morir.
Topo preguntó: «¿Pueden encargarse de esto por mí?»
Boxer no dudó: «Claro. Por supuesto que puedo».
Enríquez recordaba que le habían presentado a Gallegos en Folsom cuando él acababa de ingresar
a la mafia. Gallegos parecía serio y distante, como si «sintiera que era un honor para mí que me lo
presentaran». Sí, mataría a Pelón, pero no tuvo oportunidad.
Al día siguiente, el 5 de enero de 1989, Boxer fue a pasar lista con su agente de libertad
provisional para la visita de rutina. Las pupilas de Boxer estaban muy pequeñas y había bajado
muchísimo de peso. En cuanto entró a la oficina, el agente levantó el teléfono y le dijo a alguien:
«Vamos a tomar un té». Era una especie de clave. Volteó a ver a Enríquez: «Estás usando drogas otra
vez».
«No», mintió Boxer sin convencerlo.
«Vas de nuevo a la cárcel. Te vamos a encerrar antes de que hagas alguna locura».
Entonces el agente lo esposó y lo enviaron directamente a la Institución para Hombres de
California en Chino. Apenas habían pasado cinco meses desde que lo habían liberado y ahora estaba
de regreso en la prisión.
El asesinato de David «Pelón» Gallegos tendría que esperar.
11

Boxer se encuentra con la mirada férrea de


Chuco
DESDE ENERO DE 1989, Boxer Enríquez empezó a escuchar sobre un carnal, Ernest «Chuco» Castro,
pero no lo había conocido. En una ocasión, lo había visto siendo escoltado cuando los dos estaban en
Folsom cumpliendo sus condenas, pero nunca estuvieron en el mismo bloque de celdas. No se
conocían.
Castro era adicto a ultranza y también estaba de vuelta en ICH por violación a su libertad
condicional. Estaba en la sección de Palm Hall, donde estaban los hermanos de la Eme además de la
Hermandad Aria, Nuestra Familia, la Familia Guerrilla Negra y varios personajes de los Crips y los
Bloods. El patio de Palm Hall estaba dividido en cuatro cuadrados grandes separados por una cerca
de metal de dos pisos de altura que mantenía separadas a las pandillas rivales. Había una torre de
vigilancia en el centro y los más de cien prisioneros constantemente estaban siendo observados por
un par de francotiradores, cada uno con un rifle de asalto Ruger Mini-14 en las manos. Las paredes
de concreto que rodeaban el perímetro del patio estaban llenas de agujeros, testimonios de que los
oficiales no dudarían en tirar del gatillo. Tenían un tiro de advertencia y el siguiente chocaría con el
cuerpo de alguien. Tiraban a matar.
En un día común y corriente los miembros de las pandillas de la cárcel, especialmente la Eme y
HA, se formaban para realizar rituales de ejercicio intensivos: lagartijas, sentadillas, saltos,
abdominales y correr en un sitio. Todo estaba seriamente regulado y alguien gritaba el ritmo a seguir
mientras hacían sus ejercicios, como si fuesen reclutas en un campamento militar o un equipo de
futbol estudiantil haciendo calistenia. «Nos considerábamos guerreros —explica Boxer—, estábamos
preparándonos para ir a otras cárceles y pelear por el dominio de cada institución». Había un puñado
de prisioneros de persuasión laxa, pero la mayoría de los músculos tatuados de estos hombres se
veían relucientes bajo el sol. Esto no era para tomarse a la ligera. Los miembros de la Hermandad
Aria en particular tenían tatuajes en forma de rayo que representaban el ataque a un negro y algunos
estaban adornados con tatuajes grandes de «aves de guerra» que significaban que habían vivido
alguna batalla tras las rejas en algún momento de sus vidas en la cárcel.
Chuco no era alto y era más bien robusto. Era un mexicano bien parecido, de tez clara y un bigote
bien arreglado, con el cabello peinado siempre hacia atrás después de una ducha pero que después se
le volvía a parar. Era autodidacta de las artes marciales con aspecto de matón. Boxer recuerda que
Chuco era una figura imponente: «No cabía la menor duda cuando lo veías a los ojos, unos atractivos
ojos verdes que al mismo tiempo decían ‘Te voy a chingar si te metes conmigo’». Por otro lado,
Castro era un pensador que no se precipitaba a la hora de emitir un juicio. Había surgido como el
líder natural, fuerte y carismático de la pandilla Varrio Nuevo Estrada en el Estede Los Ángeles
donde era como una leyenda.
En 1975, Chuco y sus cuates de VNE se vieron involucrados en un tiroteo con el equipo del sheriff
del condado de L.A. en lo que después se conoció como el «East Mob Massacre».
Todo empezó cuando un joven pasó a recoger a su novia en un vecindario frecuentado por la
pandilla Varrio Nuevo Estrada. Había más de cuatro docenas de cholos con sus chicas tomando
cerveza y saliendo de una casa de dos pisos que era la central de fiestas. El tipo que iba a recoger a
alguien fue confrontado por ser un extraño. No se echó para atrás y terminó con el automóvil
abollado y las ventanas rotas por balas. Unas cuadras más adelante se encontró con una patrulla y
pidió ayuda. Resultó ser parte del escuadrón antipandillas.
Los oficiales decidieron regresar al lugar con la víctima para que pudiera identificar a los
sospechosos. Condujo de vuelta seguido por un automóvil sin identificación policial y una patrulla
más tras ellos. Otros oficiales y el automóvil de un detective planeaban entrar por la dirección
opuesta.
Cuando la caravana se acercó, se desató el desastre. Un miembro de la pandilla con una escopeta
estaba en la calle, otro estaba disparando desde la ventana del segundo piso en la casa y Chuco
Castro y un amigo estaban escondidos detrás de otro auto en la esquina opuesta, disparando con un
rifle Ruger 10/22 con un cargador rotatorio de diez rondas. Era el arma más mortal en las calles en
aquellos días. Castro la recargaba cada vez que se vaciaba y su compañero no soltaba el gatillo. Los
gángsters tenían atrapados a los policías en un triángulo de disparos.
El pistolero de la calle disparó al costado del coche de los policías y salió corriendo, con la
patrulla persiguiéndolo. Richard Valdemar, un veterano de Vietnam de veinticinco años de edad que
se convirtió en policía de pandillas, acercó su vehículo a la banqueta para cubrirse y recibía grandes
cantidades de balazos desde la ventana del segundo piso mientras disparaba de regreso con su
revólver 38 mm.
La unidad de detectives se acercó por la esquina y un policía veterano vestido con traje y corbata
salió y apuntó al compañero de Chuco, quien había volteado para revisar su arma y recibió un balazo
en la parte superior de la cabeza. Cuando Chuco trató de huir, un segundo disparo lo alcanzó en la
parte baja de la espalda y se desplomó confundido.
En la atmósfera se mezclaba el olor de la adrenalina con la pólvora y los dos pandilleros
adolescentes, tirados a poca distancia, yacían en charcos de su propia sangre.
El policía Valdemar guardó su arma y se acercó a los cuerpos mientras los paramédicos intentaban
con furia revivir al que había recibido el disparo en la cabeza. Había visto muchos heridos en
Vietnam, así que supo instintivamente que estaba muerto. A decir verdad, no le interesaba mucho que
viviera ninguno de los dos. Trataron de matar a los policías tendiéndoles una emboscada. Policías
buenos con esposas e hijos, que sólo estaban cumpliendo con su trabajo. Sin embargo, pudo ver que
Chuco seguía vivo, cubierto de sangre pero respirando, aunque apenas. «Oigan —les dijo—, aquél
está muerto. Olvídenlo. Éste tal vez sobreviva».
Chuco quedó temporalmente paralizado por sus heridas. La vida literalmente se le estaba yendo y
le habían volado la mitad de la cadera. El joven policía probablemente le salvó la vida al alertar a
los paramédicos. Recordaría el rostro y la voz de Richard Valdemar.
Más de una década después, en Palm Hall, Chuco Castro seguía teniendo ese mismo carisma con
mirada de acero. Boxer Enríquez dijo que Chuco rápidamente se había ganado su admiración y
respeto: «Había un joven miembro de la pandilla, un poco hippie, conocido como Payaso de Long
Beach, quien por algo se había cruzado con la Mafia. Se había ordenado su muerte. Payaso estaba
solo en el patio con una herida de cinco centímetros en el cuello, sangrando, después de que un
camarada lo había atacado con un cúter. El asaltante dejó la cuchilla en el pavimento justo junto a la
víctima y huyó. Entonces Payaso, pálido y temblando, preguntó en una voz extraña, a nadie en
particular, ‘¿Por qué me cortaste el cuello?’».
«Yo estaba viendo todo esto a una distancia de unos tres metros, en un grupo de miembros de la
Mafia, Chuco, Senón Grajeda, Tati Torrez y Carlos Lomas, y lo que sucedió a continuación fue
increíble. Payaso, sucio y con sangre brotándole de la herida del cuello, se agachó, recogió el cúter y
se abalanzó contra nosotros».
Todo sucedió en cuestión de segundos. El guardia de la torre ya estaba preparando su rifle.
Entonces, continuó Boxer, «Chuco se acercó a la víctima sangrante y con una mirada penetrante le
dijo: ‘Ve a tirar la navaja ahorita. ¡Vete a tirar la navaja al baño!’ Había una taza de baño sin paredes
en la esquina del patio, a unos tres metros de distancia. La víctima caminó hacia allá y echó el arma
justo cuando la bala de advertencia del rifle pasó zumbando por encima de nuestras cabezas y chocó
con el concreto. El guardia gritó: ‘¡Abajo el patio! ¡Abajo el patio!’».
La sirena de alarma empezó a sonar como un camión de la Gestapo en camino al gueto de
Varsovia. Los convictos con sus pantaloncillos blancos y zapatos tenis se lanzaron al suelo boca
abajo por todos lados. Había peleas y ataques cada semana en Palm Hall, a veces una diaria, y por lo
general terminaban tan pronto como empezaban. Es distinto provocar una ronda de advertencia de
una Mini-14 que recibirla en la cabeza.
Boxer pensó, Chuco mostró un gran temple.
Durante ese periodo, había un tipo blanco y muy loco en su nivel que bebía agua de los charcos
cuando los dejaban salir. Boxer cuenta: «Siempre estaba maldiciendo a los prisioneros de la mafia y
nos amenazaba con sodomizarnos. Estaba loco». La facción de la Eme ya se había cansado de sus
payasadas y quería que lo transfirieran a otro lugar.
Boxer le habló de esto al teniente a cargo: «Este tipo no pertenece a nosotros. Está enfermo.
Sálvenlo y llévenselo a otro lugar». El teniente le rogó a sus superiores de CDC que dejaran de poner
a los enfermos psiquiátricos con los mafiosos en el patio, pero los superiores hacían caso omiso a
sus peticiones.
Así que Chuco, un agresor prolífico y que había ordenado aún más apuñalamientos, se unió a los
hermanos de la Eme para que terminaran con el loco. Buscó al joven camarada Payaso, aunque le
habían cortado el cuello unas semanas antes, para hacerlo. «Era uno de esos tratos endebles de la
mafia —explica Boxer—, asegurarle a Payaso que lograría limpiar su nombre con la mafia si lo
hacía». Payaso aceptó y se acercó por detrás de la víctima en el patio, le jaló el cabello para hacer
su cabeza hacia atrás y le abrió el cuello con un cúter. «Fue —en palabras de Boxer— una corbata
italiana, la sangre le brotaba como pedacitos de gelatina». La víctima gritaba en agonía y confusión,
«¡Aah! —recuerda Boxer— el espectáculo era horrendo». Por increíble que parezca, el loco vivió,
pero le quedó una gran cicatriz en la garganta como recordatorio de no faltarle al respeto a la mafia.
Ninguno de los mafiosos podía recordar por qué habían atacado a Payaso originalmente, pero el
chico se había ganado su respeto a regañadientes por lidiar con el loco. Chuco, con otros carnales, le
dio el pase prometido.
Un par de días después, el teniente se acercó a Boxer y le preguntó por qué lo habían hecho. «Nos
cansamos de sus insultos —respondió Enríquez— yo soy el diablo. Nadie puede hablarnos así.
Somos la mafia».
Chuco y Boxer se convirtieron en compañeros de celda en los siguientes días. Se hicieron buenos
amigos. Enríquez se dio cuenta que Chuco «no era listo por poseer muchos conocimientos. Era listo
políticamente, sabía moverse en las calles, tenía inteligencia en la mafia y siempre me apoyaba. La
lealtad era importante para él».
Por esta razón, lo que sucedió después lo perturbó en especial. Boxer traía el cabello largo tras
semanas de no podérselo cortar. Chuco ofreció hacerlo. Los prisioneros no tenían permitidas las
tijeras, así que tenían que inventarse sus propias herramientas para cortar cabello. Castro sacó las
hojas de una rasuradora y las pegó a unos peines. Quedaba algo similar al aparato que rebaja el
cabello. Boxer se percató que «las manos de Chuco temblaban» cuando sacó las navajas. Empezó a
pensar: ¡Chingada! ¿Por qué está tan nervioso este tipo? ¿Qué hice? Seguro que la adrenalina
hace que le tiemblen las manos. Tal vez no me va a cortar el cabello. ¡Me va a cortar el cuello!
Entonces Enríquez empezó a sentir cómo le temblaban las manos a él.
Un oficial de correcciones caminaba junto a la celda pasando la lista de la tarde. Cualquier
hombre cuerdo, viendo en peligro su vida, hubiera dicho algo. Chuco ya había empezado el corte de
pelo y las manos le temblaban como a un paciente de setenta y cinco años con parálisis cerebral.
«Mueve la cabeza». Ordenó Chuco.
Ya viene, temía Boxer. Durante todo el corte de pelo, una y otra vez, pensó Ahora sí, ya es hora.
Se negaba a ser un cobarde e intentaba racionalizarlo: Si va a pasar, va a pasar.
Pero nunca pasó. Chuco finalmente terminó el corte de pelo más largo de la vida de Boxer.
Una semana después se dio cuenta que las manos de Chuco temblaban siempre. Era una especie de
desorden nervioso. En la mafia, esos sutiles indicios de peligro, reales o imaginarios, surgían todo el
tiempo. El miedo interno es algo con lo cual un mafioso tiene que aprender a vivir: «Todos los días
de mi existencia —dice Enríquez— temí por mi vida».
Sin embargo, él y Chuco tuvieron una relación duradera.
12

Salir a las calles como un loco


LIBERADO DE PRISIÓN el 5 de mayo de 1989, tras cuatro meses de reclusión, Boxer salió a las calles
como un loco, buscando traficantes para sacarles lo que pudiera con renovado fervor. Él
proporcionaba las armas, el coche para la huida, la víctima y el sitio de reunión. Sus equipos ahora
prácticamente cometían un día sí y un día no sus robos. Llegaban abriendo puertas a patadas,
golpeaban a los traficantes con las cachas de las pistolas, los ataban con cinta adhesiva y destrozaban
el lugar. La primera alternativa era que los traficantes dieran una parte de sus ganancias a la Eme. Si
no estaban de acuerdo, les robaban todas sus drogas y efectivo a punta de pistola. Sus armas también.
El equipo de Boxer ya tenía un pequeño arsenal en crecimiento: pistolas calibres 22 y 38 mm,
revólveres ·357 Magnum y de 9 mm, un rifle de asalto de tipo militar AR15, una carabina M-1, un
rifle Universal Mini-14 con agarre de pistola y un par de escopetas recortadas de calibre 12 mm. No
eran precisamente juguetes.
Boxer acostumbraba decir siempre a sus víctimas: «Soy Boxer Enríquez de la Mafia Mexicana. Si
me vienes a buscar, regresaré a cazarte y te mataré como perro». Era brutal y no hacía excepciones
en sus viejos rumbos de Artesia y Hawaiian Gardens.
«Twisting Jenny» era una importante distribuidora de drogas del área. Tenía entre cuarenta y cinco
y cincuenta años y era guapa, con cabello castaño largo y cuerpo bonito. Le gustaba acostarse con
jóvenes recién salidos de la cárcel. Jenny vivía en una casita detrás de un complejo de
departamentos, en un callejón a lo largo de la frontera entre Hawaiian Gardens y Lakewood, cerca
del cruce de los bulevares de Carson y Norwalk. Su grupo de seguidoras era conocido como las
«Alley Girls». Boxer estaba más interesado en sus existencias de cocaína, heroína, dinero y joyas.
Gilbert «Lil Mo» Ruiz era un pandillero de 1,70 m de altura y 60 kg, con la cara llena de
cicatrices de acné y miembro de White Fence. Tenía ojos pequeños y color marrón, cabello negro y
un bigote delgado con forma de media luna que colgaba sobre sus gruesos labios. Enríquez lo había
conocido en Folsom cinco años antes. Mo, quien estaba purgando una condena por varios robos,
apenas tenía dieciséis años en aquel entonces y utilizaba pantalones de mezclilla de prisión muy
grandes que se amarraba hasta el pecho con una camisa grande y pasaba por el patio lanzando
miradas amenazantes a convictos mucho mayores y más feroces. Boxer pensaba que el chico tenía
potencial para la mafia y le dijo: «Voy a adueñarme de tu vecindario cuando salga de prisión». Mo le
dijo que le ayudaría. Enríquez se lo encontró en las calles del Este de Los Ángeles y lo metió a su
equipo. «Tenía el cerebro de una roca, pero era leal. Lo llamábamos ‘el tallo cerebral’».
El equipo incluía a otros dos. Anthony Aveles, de veintiséis años, conocido como «Chino» de
White Fence, era una «sabandija oportunista» según Enríquez. Era compañero de Lil Mo, cuatro años
mayor y encarcelado en una ocasión. Tenía entrenamiento en el uso de muchas armas por haber
servido durante dos años en la División Aérea Ochenta y Dos del ejército de los Estados Unidos.
Chino se había tatuado el apodo en el lado derecho del cuello.
Louis «Rockin’ Lou» López, de Jardín, era un tipo alegre que seguía la corriente para llevarse bien
con los demás pero también era un soldado de la Eme absolutamente loco. Era delgado y alto, con el
cabello largo y enredado lo cual le ganó su sobrenombre en San Quintín. Ahí buscaba pleitos de
manera intencional con los oficiales de correcciones con tanta frecuencia, que otros carnales
empezaban a gritarle: «¡Sigue roqueando, Lou!»
Los equipos casi siempre atacaban por las noches o en las madrugadas. En el ataque a la casa de
Jenny, Rockin’ Lou y Chino, ambos armados con revólveres, abrieron la puerta a golpes gritando:
«¡Policía! ¡Quietos! ¡Policía!» Al mismo tiempo, Mo literalmente atravesó un ventana de la parte
trasera de la casa tirando vidrios por todo el suelo. Mató un perro al entrar y buscó por todo el lugar
con una escopeta Mossberg calibre 12 mm en la mano. En poco tiempo, tenía a Jenny, a una de sus
hijas de unos treinta años desnuda y un hijo de veintitantos años todos fuera de la cama. Estaban
visiblemente asustados cuando los intrusos los acostaron en la alfombra de la sala.
«¿Dónde está la droga?» gritó Mo.
Jenny respondió: «No la tengo».
Mientras tanto, su hijo se movía por el suelo como si estuviera acercándose a una pistola.
«¡Quédate quieto!» gritó Mo mientras señalaba con la escopeta.
Entonces pateó al hijo con fuerza en la cabeza y le habló directamente a Jenny. «¡Si no me das las
drogas, le vuelo la cabeza a tu hijo!».
Jenny sabía que no podría escaparse de ésta. Escondida dentro de un calcetín en un joyero de su
vestidor había unos 200 g de cocaína y un trozo de alquitrán negro de heroína del tamaño de una
pelota de beisbol. El equipo salió con unos aretes de diamantes y esmeraldas y una colección de
anillos de oro, collares y pulseras. Pero lo que era más importante, Twisting Jenny ahora estaba lista
para darle un porcentaje de sus ganancias a la Eme de manera regular.
Después del robo, se pusieron a usar «speedballs», una mezcla de cocaína y heroína, en el
departamento de Sleepy con la droga recién obtenida. Durante la celebración, Rockin’ Lou se puso
paranoico, su rostro se tornó maniaco y brillaba de sudor, rechinaba los dientes y le puso un cuchillo
en la garganta a otro gángster que venía con Boxer, utilizándolo como escudo humano mientras salía
por la puerta delantera. Se escondió afuera entre unos arbustos durante un par de horas y
prácticamente desnudó al tipo amenazándolo con el cuchillo antes de dejarlo ir. Días después, Lou
explicó que se había imaginado que el equipo estaba conspirando para matarlo esa noche. Estaba
preparado para cortar la garganta del rehén si lo atacaban. Esa es la vida en la mafia.
Big John de Artesia era un tipo humilde, obeso, como oso de peluche pero también un importante
distribuidor de cocaína del rumbo. Era viejo amigo de Boxer, pero no quería pasarle su tajada. Big
trabajaba con Flo y pensaba equivocadamente que eso le brindaba protección. Ese tipo de
mentalidad tenía que cambiar.
Acababan de dar las once de la noche cuando Boxer entró por la puerta de la cocina de Big John,
como si fuera una visita amistosa.
«¿Qué pasó?».
Detrás de él venían Mo y Chino, quienes recostaron a Big John y Boxer en el suelo amenazándolos
con las pistolas. Enríquez no quería atacar a John, así que lo intentó hacer pasar como si él no fuese
parte del asalto.
Chino entró a buscar en la casa, con una escopeta en la mano mientras tanto. En una habitación
contigua encontró a la novia de Big John, una mexicana hermosa de veintitantos años con ojos
castaños y cabello oscuro y largo con una blusa negra pegada al cuerpo y jeans entallados. Está
buena, pensó Chino. Y también estaba buena la pistola ·357 Mark-4 que empezó a disparar
instintivamente cuando el sorprendido Chino entró por la puerta. Afortunadamente, estaba tan
asustada, que las balas atravesaron la pared y no a él. «¡Pinche perra!» gritó Chino mientras le daba
un puñetazo en el ojo y le quitaba la pistola. Sus ojos estaban como platos cuando regresó a la cocina
empujando a la chica. «¡Esta perra trató de dispararme!» Era casi cómico.
El botín fue una bolsa grande de cocaína y varios cientos de dólares en efectivo.
Big John tenía sus sospechas. Dos días después, se corría la voz en las calles que Boxer Enríquez
lo había robado. Boxer era de la Mafia Mexicana. Boxer debía recibir su pago de una u otra forma,
viejo amigo o no.
Otro incidente involucró a Joseph El Fluge, un traficante conocido en las calles como «Big Joe».
Vivía con un pariente de Boxer en un edificio de departamentos en Boyle Heights en Whittier y
Euclid, frente a una escuela primaria. Enríquez había dejado ahí unas drogas y creía que El Fluge se
había robado un poco para usarlas. Robarle a un mafioso no es aceptable, así que Boxer decidió
llevarse el Cadillac Seville modelo 1990 como pago. Sin embargo, El Fluge no estaba dispuesto a
cederle los papeles.
Enríquez empezó a golpearlo con un revólver calibre 32 mm, una automática pequeña y cuadrada
que parecía una 9 mm pero tenía un cañón más corto. Le hizo una herida de cinco centímetros en la
frente pero Boxer estaba drogado y seguía golpeando a El Fluge con tal furia que se rompió el
meñique y la pistola salió volando de su mano. La pistola voló por la habitación y aterrizó en el piso,
entre la pared y el refrigerador. Durante un segundo, Enríquez y El Fluge se vieron uno a otro
sorprendidos, y después los dos se lanzaron por la 32 mm. La mano de El Fluge estaba a unos
centímetros del arma de fuego cuando Boxer logró jalarlo de regreso. Lucharon con furia mientras Lil
Mo entraba a la batalla. El Fluge era una fiera de 1,80 m y 95 kg, pero Boxer y Mo lo atacaban con
furia asesina.
«Te vamos a matar, cabrón», gritaba Boxer mientras su hermano John observaba junto, congelado
de pánico, pensando que El Fluge moriría. A pesar de que John se juntaba con sus hermanos
frecuentemente, no tenía tatuajes y no era realmente un pandillero. Era más una especie de roquero
punk afecto a la mariguana. Después pasaría un par de años en la cárcel por robos a casas y luego se
corregiría. El pequeño John no era un hombre de violencia. Mientras tanto, la cara de El Fluge se
cubría de sangre y los muebles del departamento se rompían mientras los combatientes seguían
intentando alcanzar la pistola. Finalmente, John salió de su estupor y recogió la 32 mm. Se la dio a su
hermano.
Mo dijo: «Está bien. Ahora firma el papel».
«¿Por qué? ¿Por qué?» preguntaba El Fluge, aparentemente confundido sobre la razón por la cual
estaba sucediendo todo esto. No importaba ya lo que pensara en este momento.
«¡Que la firmes o te vuelo los sesos!» dijo Boxer mientras le metía el cañón de la pistola en la
boca. Esta vez firmó el papel. Y después les dio las llaves de su Cadillac y Enríquez le puso la
pistola en el ojo y le dio el mensaje acostumbrado: «Si haces cualquier estupidez, te cazaré como un
perro y te mataré». Era persuasivo.
Después, Boxer, cubierto de sangre, se fue a la casa de Sleepy Aragón para lavarse y usar un poco
de cocaína. Rockin’ Lou López estaba ahí. Le puso hielo al meñique fracturado y dijo: «Déjame ver
cómo lo arreglo». López sostuvo la muñeca de Boxer y con la otra rápidamente le jaló el dedo. El
hueso regresó a su posición con un fuerte sonido: los cuidados médicos de la mafia.
Unas semanas después, Boxer llegó al mismo complejo de departamentos donde había adquirido
su nuevo Cadillac por la fuerza. Su mamá había vivido en el mismo edificio desde que se había
divorciado del padre de Boxer. También guardaba algunas drogas para su hijo e incluso tenía un
problema con las drogas ella misma. Es algo que Boxer se niega a comentar, incluso hoy: «Me siento
responsable. Expusimos a mi madre a las drogas. Nunca antes había siquiera fumado cigarros. Si
pudiera eliminar esto de mi vida de un brochazo, lo haría. Amo a mi madre».
El auto de unos policías encubiertos se acercó detrás de Boxer. Eran miembros de una unidad de
elite de la policía de Los Ángeles llamados Metro Squad, un equipo operativo con entrenamiento
especial elegido por sus avanzadas capacidades mentales y físicas. Eran parte de la Operación
Hammer Sweep, un programa donde docenas de policías se utilizaban en áreas específicas durante
unos días para arrestar miembros sospechosos de las pandillas, a quienes estaban en libertad
condicional. Boxer era candidato.
«¡No te muevas!» dijo uno de los policías. No les tomó mucho tiempo esposarlo.
Buscaron en el carro y encontraron casquillos de escopeta y un cuchillo. En la cajuela había una
bolsa con procaína, un agente para rebajar la heroína y aumentar su poder. También había laxante de
bebés que se usa para la cocaína, una báscula para pesar drogas, cucharas para medir, embudos y
píldoras de agua utilizadas para eliminar las drogas del cuerpo y no dejar rastro de los narcóticos.
Las píldoras eran usadas para tratar de pasar la prueba de drogas. No alcanzó a utilizarlas.
El 26 de junio de 1989, Boxer Enríquez fue enviado de nuevo a prisión por violar su libertad
condicional. Esta vez apenas había estado fuera cincuenta y dos días.
13

Mudanza de lealtades y dulce venganza


BOXER FUE TRANSPORTADO de regreso a la unidad de máxima seguridad de Palm Hall de la Institución
para Hombres de California en Chino y nuevamente terminó en medio de las políticas de prisión de
la Eme. Ahora venía con algunos pendientes personales que resolver.
Había varios hermanos que querían asesinar a Daniel «Cuate» Grajeda de La Rana, un asesino
manipulador de treinta y ocho años de edad, con el corazón de piedra y fanático confeso de su
membresía en la Mafia Mexicana. Boxer señala: «Era como si la Eme fuera su religión». Cuate le
rezaba a los dioses aztecas: Mictlantecuhtli, señor de los muertos; Huitzilopochtli, dios de la guerra,
y Tonatiuh, dios del sol. Hablaba náhuatl y verdaderamente creía ser un guerrero.
Cuate medía 1, 83 m, era musculoso y su piel era tan oscura que los hermanos se referían a él en
broma como «Coco», la gorila que salía en un documental televisivo sobre la comunicación de los
simios, Frontline. Tenía la Mano Negra de la mafia tatuada en la parte interna del bíceps izquierdo
con un círculo alrededor y una flecha penetrando el perímetro, una fea cicatriz en la mejilla izquierda
donde alguien lo había atacado con un cuchillo de mesa y una «x» de 35 cm que se había hecho él
mismo en el pecho. Boxer sabía que «Cuate era un hombre violento, agresivo e impredecible que no
se podía tomar a la ligera».
Black Dan Barela y Vesi Sagato, ambos en Palm Hall, le dieron a Boxer la autorización para matar
a Cuate, que estaba encerrado en la Cárcel del Condado de Los Ángeles. Cuate había hecho enojar a
otros carnales porque literalmente había intentado tomar el control de las operaciones en la prisión,
alegando que tenía la autorización del padrino Joe Morgan para hacerlo. Además de esto, dice Boxer,
«Cuate elaboró un plan para establecer un grupo de elite de líderes de la Eme llamado ‘Los Mejores’
incluyendo a Morgan y los hermanos que él consideraba merecedores. Los carnales que fueran
considerados improductivos serían eliminados».
Por otro lado, Cuate también tomó la decisión de ordenar al miembro de la Eme Henry «Indio»
Carlos de El Sereno que atacara a otro carnal en la cárcel. Cuate lo amenazó diciéndole: «Si no lo
haces, te va a caer el cielo». Boxer dice: «Indio sintió que le habían faltado al respeto y se negó. Se
quejó que Cuate no era más que un igual en estatus y que no tenía derecho a estar dando órdenes.
Pensaba que si Cuate Grajeda quería que alguien muriera, lo debía hacer él mismo, o al menos ser
parte del equipo de la ejecución».
Además, un año antes, Cuate había apuñalado y matado al miembro de la Eme Rosario «Chago»
Ramírez de Florencia en la sala de visitas de la Cárcel Central de Hombres. Apuñaló a Chago
veintitrés veces con un cuchillo de mantequilla afilado. Mientras moría en un charco de su propia
sangre, como un último acto de desafío, Chago levantó la mano y levantó su dedo medio. No era un
Boy Scout, pero los demás hermanos sentían que Cuate lo había hecho solo porque quería otro cargo
criminal que lo mantuviera en el encierro en el condado, donde estaba ganando mucho dinero
vendiendo drogas.
Finalmente, el 16 de septiembre de 1989, Cuate apenas estaba terminando de ducharse al final del
pasillo B de su bloque de celdas en la sección 1700 del módulo de pandillas peligrosas. Estaba calvo
de la coronilla y se dejaba crecer el cabello unos quince centímetros de un lado. Siempre, al terminar
de arreglarse, peinaba la melena sobre su cabeza para crear un peinado que generaba siempre burlas
amistosas de los otros carnales.
En aquel momento Indio Carlos le indicó a un oficial de la cabina de control que abriera la reja
del pasillo A para que pudiera sacar unas charolas con alimentos como parte de sus tareas de
responsable en el bloque. Cuando la reja se abrió, corrió directo hacia Cuate en la regadera y lo
apuñaló. Cuate estaba desnudo, sólo con una toalla en la mano, que hizo bola y arrojó a su atacante.
Se resbaló en el piso mojado y se cayó. Adoptó una posición fetal e intentó defenderse del ataque
mientras la barra de metal se hundía repetidas veces en su pecho, espalda y cuello. La sangre se iba
por la coladera en una escena similar a la de Psicosis de Alfred Hitchcock. Indio estaba decidido a
seguir apuñalando a Grajeda hasta que estuviera muerto y planeaba atacar a cualquier oficial que
intentara interferir.
De forma inexplicable, Indio se retiró cuando el oficial Gray Frazier respondió al escándalo, pero
hizo caso omiso de las órdenes de soltar el arma. No la tiró hasta que regresó al pasillo A donde dejó
que lo esposaran.
Más tarde ese día, el oficial responsable Patrick entró a la celda donde retenían temporalmente a
Indio y el mafioso dijo espontáneamente: «Es una de esas cosas. El mundo es cruel».
Frazier, cinco días después, iba escoltando a Carlos cuando el prisionero inició la siguiente
conversación.
«Oficial Frazier, el otro día, ¿iba a entrar y detener la pelea?».
«Sí —respondió—, hasta que vi lo que estaba pasando. Entonces me detuve».
«Vi que era usted —continuó Carlos—, así que me detuve. Si hubiera sido otra persona, no sé.
Usted ha trabajado aquí mucho tiempo y me conoce, y yo lo conozco. ¿Sí me explico?».
«Sí» respondió el oficial.
Hay un código tácito de conducta incluso entre los peores prisioneros de la Eme. Boxer explica:
«Se da por entendido que no hay ninguna razón para tratar mal a los guardias que no te han tratado
mal». Es una especie de filosofía de llevar la fiesta en paz.
Cuate había estado haciendo política sobre la situación con Indio. Así que Indio decidió matarlo
antes de que Grajeda tuviera oportunidad de adelantarse. Además, sabía que Cuate ya estaba en la
lista. «Carlos no hizo nada indebido —explica Boxer—, hizo lo que se supone que debe hacer un
carnal. Su único error fue dejar vivo a Grajeda, lo cual agregó más material a la leyenda que de por
sí ya existía sobre su capacidad de sobrevivir a las políticas de la mafia.
Cuate Grajeda no era un hombre fácil de matar.
Las conspiraciones políticas de Palm Hall se hicieron más intensas, era fácil utilizar el sistema
carcelario para ayudar a la mafia a hacerlo.
El archienemigo Bevito Álvarez, que había caído de la gracia de la Eme por sus políticas contra
otros hermanos, todavía estaba «en el sombrero». Boxer estaba en Palm Hall con Rubén «Tupi»
Hernández y Ronald «Turtle» Baisa de Ontario Black Angels y Vevesi «Vesi» Sagato de Eighteenth
Street, todos miembros de la Mafia.
Freddie «Veneno» González, miembro de la Eme procedente de Pomona Twelfth Street y acusado
de asesinar a un rival de Nuestra Familia en el Centro de Rehabilitación de California (CRC) estaba
en juicio por asesinato en Riverside, a media hora en coche de la prisión de Chino. Pidió que sus
abogados citaran a Bevito en la prisión de Tehachapi como testigo en el caso. Boxer comenta: «Era
un engaño para asesinar a Bevito y forzar al estado a pagar los gastos».
Boxer, Vesi y Tupi también fueron citados como testigos en el caso. Los asesinos iban equipados
con un cuchillo, un garrote y la llave de unas esposas. El primer plan era asesinar a Bevito en el
autobús cuando los transportaran a la corte.
Álvarez les preguntó a Boxer y a Vesi, ambos en el mismo nivel en Palm Hall, si sabían por qué lo
habían mandado citar de la corte. Fingieron no saber y Bevito tuvo la sensación de que algo andaba
mal. El cuidador de ese nivel, un viejo amigo de la cárcel llamado «Doc» pasó junto a su celda y
dijo: «Oye, Ray-Ray: viejo, viejo Oeste». Bevito realmente no entendió lo que le estaba tratando de
decir, pero eso aumentó sus sospechas. Entonces, la noche antes de salir a la corte, la misma cara
amistosa pasó junto a su celda de nuevo y le dijo: «Ray, ¿no te has dado cuenta de lo que está
pasando? Te van a matar, Ray».
Al día siguiente había cuatro distintas agencias policíacas para el transporte a la corte y un
helicóptero en el aire. Boxer y Vesi iban juntos en el autobús. Tupi en un automóvil por separado así
como Bevito. Mientras la caravana de convictos se dirigía al exterior de la prisión, había policías
haciendo guardia con pistolas listas. También había oficiales controlando el tránsito en las
intersecciones y en los semáforos. Boxer recuerda: «Era como una escena de las películas».
Se dirigieron hacia el Este durante diez minutos siguiendo la autopista 60 y de pronto los
automóviles salieron y se dirigieron de regreso al Oeste por la misma autopista. Los conspiradores y
su presa fueron encerrados de nuevo y les dijeron que la audiencia se había pospuesto.
Boxer y Tupi se vieron forzados a recurrir a su plan de respaldo: atacar a Bevito al día siguiente
en el patio.
Tres socios de la Mafia se encargaban de introducir armas al patio en sus rectos. Esto era
conocido como keistering. Tenían grandes cuchillos de acero de doble filo llamados «rompe-
huesos» que medían entre 15 y 20 cm de largo y 3 cm de ancho. Los mangos se envolvían en tiras
obtenidas de la ropa de cama. Boxer explica cómo se hacía: «Primero, el cuchillo se envuelve en
papel higiénico para suavizarlo o acolchar un poco. Después, se cubre con película plástica de los
sándwiches de la prisión. Todo esto se cubre entonces con lubricante, alguna crema o Vaselina. A
continuación, el prisionero engrasa también su cuerpo con el mismo lubricante. Esto se llama
«engrasar las vías» o hooping haciendo referencia a los basquetbolistas cuando clavan un balón en el
aro. El cuchillo entonces se inserta cuidadosamente en el recto. «La primera vez que lo hice sentí que
tenía un palo de escoba que me llegaba hasta el cuello. Es espantoso, con una gran presión en el
tracto intestinal. Con el tiempo, se vuelve más fácil de hacer y después incluso podía dormir o hacer
ejercicio con un arma en mis entrañas. En el patio, empujas como si estuvieras defecando para sacar
el cuchillo, metes la mano a tus pantalones, lo sacas, le quitas la envoltura y apuñalas».
Los tres socios designados para traer los rompe-huesos al patio para el ataque a Bevito tuvieron
que insertarlos mientras se duchaban y sacarlos mientras los guardias vigilaban de cerca, era una
situación que alteraba los nervios. No era fácil.
Boxer y Tupi decidieron que cada uno haría un par de «tiros de muerte», golpes profundos que
penetraran bien, y después se acostarían en el suelo. En este patio para gángsters de alto riesgo los
oficiales de correcciones abrirían fuego con sus rifles de asalto Heckler y Koch de 9 mm, cargados
con rondas Glazer, tan pronto como vieran algo de violencia. Si lo apuñalaban bien, Bevito se
desangraría en el pavimento antes de que pudieran proporcionarle ayuda médica.
No había cámaras de seguridad en el patio, así que probablemente podrían salirse con la suya.
Boxer realmente no quería que le dieran cadena perpetua por esto. A Tupi no le importaba tanto, ya
tenía a cuestas tres cadenas perpetuas por matar a una traficante de poca monta llamada Mary Lou
Dávila y dos individuos inocentes que estaban cerca, María Mlourdes, quien rentaba un departamento
en la casa de Dávila y su prometido Pancho Ortiz. Tupi los ató a todos, de manos y pies, y los ejecutó
dándoles un balazo en la cabeza. Dávila murió porque había pagado 10 mil dólares para que mataran
a un socio de la Mafia Mexicana que la extorsionaba para obtener drogas. La joven pareja, que
regresaba de una salida en la noche, murió para que no hubiera testigos. A Tupi le pareció gracioso
cuando, en la corte, los fiscales aclararon que no solicitarían la pena de muerte. Un pariente de la
pareja, que no quiso ser identificado, dijo: «Nos vio a la cara y se rio de nosotros. Pensaba que esto
era un juego. Nos vio directamente a los ojos y se rió».
Ahora Boxer estaba listo para la acción. Odiaba a Bevito por hacerle la vida tan difícil cuando
acababa de ingresar como soldado de la Mafia en Folsom y Tehachapi. La venganza sería rápida y
dulce. Estaba lleno de adrenalina, con mariposas en el estómago. Siempre le había disgustado la
espera y quería que ya terminara todo. No fumó cigarros para que no le temblaran las manos, el ritual
de costumbre.
Pasaron quince minutos y nada de Bevito.
Pasó media hora y todavía no sabían nada de Bevito.
Todos regresaron a sus celdas después de la salida al patio y Bevito ya no estaba. ¿Qué estaba
sucediendo?
Lo que la Mafia no había tomado en cuenta era al teniente Leo Duarte, un oficial con
conocimientos sobre el proceder de las pandillas y que mantenía una comunicación honesta con los
delincuentes de Palm Hall. Boxer se lo encontró en su nivel más tarde ese mismo día.
«¿Bevito se quedó encerrado?».
«Sí —respondió Duarte— Ya se acabó, René. No lo vas a poder matar. Ya sabemos qué está
pasando».
El teniente, según Boxer, «no era ningún tonto». Duarte sentía cierta fascinación por las pandillas
de prisión y se dedicaba a aprender todo sobre ellos. Siempre era respetuoso pero al mismo tiempo
precavido, perceptivo y tenaz. Se había enterado del plan de asesinato cuando interceptó un kite que
envió Tupi. Duarte le advirtió a Bevito el día anterior al ataque y el mafioso eligió entrar en custodia
de protección. Sabía que la muerte lo aguardaba en el patio y no podía seguir luchando contra ella y
ganar. Los días de hacer política en la Mafia para Reymundo «Bevito» Álvarez habían terminado. Se
salió de la Eme y le dio a las autoridades toda la información que tenía. En efecto, estaba acabado.
Boxer Enríquez sentía cierta satisfacción. «Lo quería matar, pero verlo sufrir era suficiente. Bevito
se veía nervioso cuando lo observaba. Se me acercaba con falsedad y yo lo sabía. Se veía como yo
me sentía en Folsom cuando él estaba haciendo política en mi contra y me había puesto en su lista.
Estaba asustado. Lo podía ver en sus ojos. Y a mí me gustaba finalmente poderlo ver sufrir. Sabía lo
que le haríamos, y eso era suficiente para mí. Por fin sabría lo que era estar del otro lado. No es
divertido cuando el conejo tiene la pistola». Boxer sentía que había ganado una importante batalla
política de la Mafia por sobrevivir: «Me demostraba que podía imponerme en la organización, que
tenía la experiencia política y el talento para sobrevivir incluso contra los titanes de la Eme».
Diez días después, transfirieron a Enríquez a la unidad UHS de máxima seguridad de la Prisión
Estatal de Corcoran para cumplir ahí el resto de su condena por violación de libertad condicional.
Ahí se topó con Senón «Cherilo» Grajeda. A Boxer le caía bien Cherilo, un tipo ligeramente pasado
de peso con una personalidad extrovertida, que contaba chistes frecuentemente. Se llevaban bien.
Nunca vio a Cherilo enojado o acosando camaradas y sabía que era leal a la Eme. También era uno
de los hermanos que había ayudado a educar a Enríquez en Folsom cuando era un joven recluta.
Había tres Grajedas en la Mafia: Cherilo era tres años más joven que sus hermanos gemelos Cuate
y Thomas, también conocido como «Big Wino». Todos tenían sus raíces en una pandilla de Long
Beach, California, llamada La Rana. Había cierto magnetismo en el apellido de la familia y eran
influyentes.
Daniel Grajeda, o Cuate, siempre estaba metido en algún lío. Boxer le tuvo que explicar a Cherilo
por qué los carnales habían accedido a atacar a su hermano mayor un mes antes en la Cárcel del
Condado de L.A. Aceptó la explicación pero parecía lastimarle que se hubiera hecho.
Al mismo tiempo, Boxer recordaba que Cherilo alguna vez le había dicho: «Lo mataría [a Cuate]
si tuviera que hacerlo. Si hiciera algo indebido, lo mataría». Sorprendió a Boxer que alguien de
verdad matara a su propio hermano, o incluso que hablara de ello, a pesar de que era parte del
código de la Mafia. Sin embargo, posteriormente se daría cuenta que Cherilo era, antes que nada, un
Grajeda: «Los Grajeda se sienten dioses en la Tierra».
La verdad es que en la Mafia Mexicana todos son prescindibles. Durante el último mes de Boxer
en Corcoran, se corrió la voz de que Ernest «Kilroy» Roybal había sido apuñalado en el patio en el
Instituto Correccional de California en Tehachapi. Esto significaba que Roybal estaba acabado en la
mafia y que Boxer ahora se había impuesto sobre dos poderosos enemigos, Kilroy Roybal y Bevito
Álvarez.
Resultaba irónico que quien realizó el ataque fuera Sleepy Huerta, «el Profesional», el mismo
mafioso que mató a Nico Velásquez en ICC por instrucciones de la facción de Bevito/Kilroy. Kilroy,
después de que Sleepy lo apuñalara, empezó a pelear, se detuvo y aceptó el ataque. Tenía cincuenta
años y, recuperado de sus heridas, pasó sus últimos cuatro años en la UHS de la Prisión Estatal de
Pelican Bay (PBSP ) donde los matones de la Eme no podían alcanzarlo. «Todos decían que no servía
ya para nada», recuerda Boxer.
Kilroy Roybal fue puesto en libertad condicional en agosto de 1993, después de cumplir catorce
años por robo a mano armada y homicidio. Un mes después se volvió cristiano. En noviembre de
1997, en un artículo de la revista Dispatch sobre su conversión llamado «Gunning for God?» dijo:
«Viví y morí por la Eme».
Esto es, hasta que cambiaron las cosas. «Las lealtades siempre estaban cambiando en la mafia —
explica Boxer— Es extraño. Un día soy amigo de un buen miembro de la Mafia y hacemos negocios
juntos en la organización. Al día siguiente hay un cambio en el poder y ese mismo hermano ahora es
mi adversario. Ni siquiera menciona mi nombre. Cortará relaciones conmigo y, si hay un voto para
matarme, votará a favor. Así son las cosas».
Después de casi seis meses más en la cárcel, el 18 de diciembre de 1989, Boxer Enríquez
nuevamente recibió la libertad condicional y salió a las calles. Ahora era momento de encontrarse
con su equipo y regresar a las matanzas.
14

El reino del terror


BOXER SALIÓ DE LA PRISIÓN ESTATAL DE CORCORAN a la Cárcel del Condado de Los Ángeles, donde
estuvo unos días más por infracciones de tránsito pendientes. Cuando acabó de cumplir su condena,
Huero Shy y su novia lo recogieron en la reja de liberación en Bauchet Street cerca del centro de Los
Ángeles y lo llevaron a desayunar. Después del desayuno, se fueron a la casa de Rocky Luna y
empezaron a usar heroína, vieron a Lil Mo en Oregon Street y lo recogieron y después se fueron al
departamento de la mamá de Boxer cerca de Whittier Boulevard en Boyle Heights, a varias cuadras
al oriente del Este de Los Ángeles. Lupe Enríquez sabía cuáles eran los chismes que se
intercambiaban en el vecindario y lo primero que le dijo a su hijo fue: «No te juntes con Little Mo.
Lo traen en la mira. La policía anda tras él y te van a arrestar».
Enríquez se quitó la ropa de la cárcel, se duchó y se vistió con una nueva camisa, pantalones y sus
Reebok y estaba ya listo para salir. Con Shy, Mo y Rocky se dirigió al conjunto habitacional de
Ramona Gardens donde Luna era conocido como «el Padrino». Habría muchas cholas listas para
pasar la noche con un carnal.
Se subieron al carro de Shy y los oficiales de la policía los atraparon cuando salían del
estacionamiento. Boxer todavía traía los papeles de su libertad condicional en el bolsillo y volteó a
ver a Lil Mo y le dijo: «Maldito perro, ya me arrestaron por tu culpa».
Los oficiales los retuvieron en la estación de Hollenbeck Division pero liberaron a Boxer cinco
horas más tarde sin acusarlo de ningún delito. Todos habían salido a la mañana siguiente. Enríquez
estaba drogado y no podía creer que lo hubieran soltado.
Entonces se reunieron otra vez en la casa de Luna y llegó Jacques «Jacko» Padilla, un pandillero
de Azusa de corta estatura, fuerte y lleno de tatuajes. Era dos años menor que Boxer y se sentía
parecido al actor español Antonio Banderas. No se parecía. Enríquez lo había conocido ocho años
antes mientras jugaban a los naipes en el bloque 4700, un módulo de pandillas en la Cárcel del
Condado. Entonces, Jacko, que era muy joven, presumió que había apuñalado a un prisionero negro
con un cepillo de dientes afilado porque el tipo le había robado su charola de comida.
Se volvieron a encontrar cuando Rocky y Shy estaban utilizándolo para introducir metanfetaminas
y heroína en Azusa, una comunidad de dormitorios con una población predominantemente latina a 43
km al Noreste de Los Ángeles y a los pies de las montañas de San Gabriel. «Azusa» probablemente
es un nombre derivado de la palabra asuksagna, en el idioma de los indios gabrielinos, y significa
«lugar de zorrillos», pero los optimistas de la cámara de comercio durante años promovieron el
nombre de la ciudad de clase baja a media como un acrónimo de «todo el país (USA) de la A a la Z».
Eso probablemente no incluía a los pandilleros, pero ahora había muchos.
Boxer, Mo y Jacko se volvieron en núcleo de un nuevo equipo de rudos. Rocky y Huero Shy se
llevaban su tajada y continuaron aterrorizando el comercio de drogas en las calles, asaltando a los
traficantes por todo el Este de Los Ángeles (donde había unas doscientas distintas pandillas),
Artesia, Azusa, La Puente, Hawaiian Gardens y Bassett, todos territorios peligrosos de pandilleros.
Aplastaban a cualquier traficante que no estuviera dispuesto a cooperar. Se convirtió en el ritual
diario. Robaban drogas, coches, joyas, efectivo y equipo electrónico, cualquier cosa de valor. «Lo
que queríamos, lo tomábamos» recuerda Boxer, quien siempre le recordaba a las víctimas que era de
la Mafia Mexicana. Rocky llevaba la mercancía robada al Norte del estado con otro miembro de la
mafia llamado Víctor «Victorio» Murillo de Visalia, quien les daba algo de heroína a cambio.
En Lincoln Heights, había un par de narcotraficantes paisanos que se habían resistido a sus
exigencias de pasarles un porcentaje de sus ganancias, así que Enríquez, personalmente, regresó con
un equipo bien armado de cuatro hombres, su don de la persuasión y una carabina M-1 calibre 30 mm
con culata replegable. Para empezar, rompieron la puerta de entrada y destrozaron el lugar.
—¡Somos mafiosos! ¡Ustedes tienen que pagar!
—Nel.
Fue la respuesta incorrecta.
El cañón del rifle de Boxer tenía un reductor de flash metálico afilado y con eso le arrancó un
pedazo de cara al paisano.
—¡Tienen que pagar!
—Nel.
Empezó a darle con el cañón del rifle una y otra vez. La punta de metal le iba arrancando trocitos
de la cabeza hasta que quedó como carne molida. Entonces entró el equipo a terminar el trabajo. El
botín de esa noche fue sólo una pequeña cantidad de narcóticos, pero el mensaje se envió: clara y
dolorosamente.
Jacko tenía una víctima predilecta en el vecindario, un traficante llamado Nico. Su negocio de
venta de drogas era exitoso y trabajaba desde una casa en Azusa. En una ocasión, Jacko y Mo fueron
a cobrar y no dejaban de llegar usuarios para comprar drogas. Cada cliente que llegaba era recibido
con una pistola en la cara, lo ataban con cinta adhesiva y le robaban. Nico tenía tantos clientes que
era como el servicio al auto en los restaurantes de comida rápida pero con drogas. Así que en un
corto período ya tenían como veinte personas sentadas en el piso de la sala atadas como fardos.
Parecían rehenes. Jacko y Mo finalmente se sintieron abrumados por la cantidad de gente y se fueron
con el botín.
Nico manejaba un Dodge BTM de dos puertas, modelo 1978, elegante, negro y completamente
restaurado. Era un automóvil hermoso con costosos rines de magnesio y un techo negro de vinil. En
otra ocasión, el equipo le metió a Nico una pistola en la boca y lo hicieron firmar los papeles del
automóvil y luego se lo llevaron. Lo llamaban el «Night Rider». Boxer comenta que se convirtió en
símbolo del terror: «Cuando veían venir al Night Rider, los traficantes de la calle salían corriendo.
Veían el carro y sabían que éramos nosotros. Les disparábamos, los apuñalábamos, los golpeábamos,
a veces a plena luz del día, y no nos importaba si nos veían. Ahora todos sabían que estábamos en
acción y su miedo nos volvía intocables». Los corazones de los pasajeros del Night Rider eran tan
negros como el mismo automóvil.
Ya había oscurecido el día que llegaron a una casita de techo de tejas en Eighth Street en el
corazón del territorio White Fence. Boxer salió del asiento del pasajero con su carabina M-1 calibre
30 mm. El conductor, Lil Mo, traía un cuchillo dentado de aspecto mortal en una funda de cuero en el
cinturón. Jacko Padilla salió del asiento trasero con una escopeta de calibre 12 mm de cañón
recortado. Como era su costumbre, llegaron sin anunciarse y abrieron la puerta a patadas.
Dentro había dos miembros de White Fence, un par de hermanos que traficaban en las calles.
Estaban un poco drogados y demasiado asustados para correr. Unos días antes, Mo había escuchado
que tenían unas pistolas de calibre 45 mm guardadas. Boxer intentó comprarlas pero no se las
quisieron vender. Así que decidieron llevárselas.
Uno de los traficantes estaba sentado en un sillón e intentaba alcanzar algo bajo el cojín. Boxer le
apuntó: «No te muevas. ¡No metas la mano debajo del cojín!» Enríquez volteó por un segundo cuando
pensó que Mo estaba revisando el cojín para verificar si había un arma. En vez de esto, Mo de pronto
sacó el gran cuchillo de pesca con mango de plástico y lo introdujo en el vientre de la víctima, sin
razón aparente.
Cuando Boxer volvió a voltear el herido estaba en el suelo, retorciéndose de dolor en su propia
sangre, apuñalado totalmente con una pequeña parte del intestino saliendo del agujero en su
abdomen.
Mo reaccionó de forma extraña y estaba intentando esconder el cuchillo detrás de su pierna, como
un niño nervioso, los ojos saliéndosele de las órbitas y las manos claramente llenas e sangre.
«¿Qué hiciste?» preguntó Enríquez.
«Yo no hice nada. Yo no hice nada».
Lil Mo se había deschavetado, así, de la nada, por alguna razón inexplicable, y se negaba a
admitirlo.
«Guau. ¡Apuñalaste a este tipo por nada!»
Nuevamente: «No, yo no hice nada. Yo no hice nada».
Resultó que estos traficantes ni siquiera tenían las 45 mm que Boxer y su equipo querían. Al
parecer habían corrido el rumor con la esperanza de que eso asustara a Enríquez. Les salió el tiro por
la culata.
Boxer sabía de manera intuitiva que no era sabio matar a los traficantes que estaban extorsionando,
asustarlos era suficiente. Los muertos no podían pagar. También sabía que «había cuerpos por todas
partes». La decisión correcta fácilmente se confunde en el cerebelo cuando alguien está drogado todo
el tiempo.
White Fence es un viejo vecindario del Estede Los Ángeles construido como una fortaleza. La
historia de la pandilla dice que surgió en 1911 creada por los jóvenes de un barrio miserable al Sur
de las vías del tren. Los habitantes de otros vecindarios menos peligrosos que pasaban por ahí en los
trenes eléctricos se quejaban de esta zona llena de malvivientes, sórdida y maloliente, que debían
cruzar en el recorrido al centro de Los Ángeles camino a sus trabajos. Así que la compañía de trenes
construyó una reja alta para ocultar el feo paisaje de la vista de sus pasajeros. La pintaron de blanco.
White Fence definitivamente estaba en el lado feo de la ciudad. Según el sargento retirado Richard
Valdemar: «White Fence era la pandilla más grande y de las más violentas en Los Ángeles cuando yo
vivía ahí entre 1950 y 1960. Dicen haber sido los primeros en hacer un drive-by y ser responsables
de cambiar de peleas entre pandillas a la mentalidad de terrorista urbano actual donde todo se vale».
Con la bendición de Rocky, Huero Shy e incluso de Black Dan, Enríquez se apropió de todos los
traficantes de White Fence. Supervisaba su propio negocio de narcóticos desde una casa propiedad
del socio de la Eme conocido como «Topper», también miembro de White Fence. Topper era un
adicto de treinta y dos años que haría lo que fuera por un poco de heroína. «Si le traía algo de
comida —recuerda Boxer—, la intercambiaba por droga». Las drogas también habían hecho estragos
en su cuerpo, se veía fatal, y Enríquez y su equipo, también adictos a la heroína, lo llamaban «SIDA».
La casa estaba en el número 714 de la Camulos Street en el Este de Los Ángeles, una construcción
blanca, de dos pisos y relativamente grande en un terreno en la esquina y con una escalera que
conducía a la puerta principal. Un gángster con una escopeta o rifle de asalto, en la puerta, tenía una
buena vista de lo que estaba pasando afuera. Era una casa relativamente segura y el lugar se convirtió
en el cuartel general de Boxer. El negocio marchaba bien y él controlaba las ventas y distribución de
la droga en el área de White Fence.
Cynthia Gavaldón era una de las razones que incrementaban las ventas. Era esposa de Roy «Lil
Spider» Gavaldón, de treinta y dos años y miembro de la pandilla Canta Ranas además de ser cuñada
del miembro de la Eme David «Big Spider» Gavaldón. Ambos estaban en prisión: Lil Spider por
robo y su hermano mayor por homicidio. Cynthia era una chica bien parecida con el cabello castaño
y largo, buen cuerpo y personalidad extrovertida, una chica fiestera que conocía a todos. Tenía unos
cuantos arrestos por consumo de drogas, robo y allanamiento y estaba siempre en casa de Topper,
tanto que tenía ahí su propia habitación y siempre le cuidaba la mercancía y la vendía para Boxer y
su equipo. Tenía marcas a ambos lados del cuello y en la parte interior del brazo derecho que
mostraban que también era adicta.
Boxer le daba «pelotas» de heroína para vender y era muy frecuente que faltara dinero. Algunos
clientes se quejaban que estaba robándose pequeñas cantidades de cocaína de sus paquetes. Era
frecuente que desaparecieran pequeñas cantidades de drogas y de dinero que normalmente estaban
sobre la mesa. Boxer sospechaba que Cynthia lo robaba y eso lo enfurecía.
«Ya me cansé de que me roben», advirtió un día Boxer en una de las habitaciones mientras se
drogaba con Mo y Chino. Habían estado usando speedballs todo el día, una mezcla de cocaína y
heroína que les daba primero una subida de la coca y luego un viaje con la heroína.
Comentó lo molesto que estaba con Cynthia en varias ocasiones a lo largo del día. En ese momento
Boxer llamó a todos a la sala: Mo, Jacko, Chino, Topper, Cynthia, una chica conocida como Pee Wee
y otro miembro de White Fence que llamaban «Popeye». Todos vendían heroína y cocaína para su
jefe de la mafia y les dijo que los «trataba bien» que «nadie estaba enfermo» y que no le gustaba
cuando alguien le robaba. Todos se quedaron callados.
Entonces le dijo a Jacko, a Mo y a Chino que lo siguieran al otro cuarto donde dormía Cynthia.
«Sé que esta perra es la que me está robando», dijo, y les ordenó que buscaran la droga y el dinero
en la habitación. No encontraron nada, pero Boxer seguía repitiendo: «¡Yo sé que es ella! ¡Yo sé que
es ella!» Su ira era más intensa debido a las drogas y, en ese momento, Jacko se sacó un revólver
negro de la cintura y se lo dio a Mo. Enríquez dio la orden: «Ve y échatela».
Lil Mo tomó la Mark III ·357 Magnum Trooper con agarre de hule y cañón largo y la guardó en sus
pantalones. Encontró a Cynthia en la cocina, se acercó y le dijo: «¡Vámonos!». Se aproximaba la
media noche cuando llegaron a un sitio cercano llamado Russian Hill, un paraje aislado donde South
Concord Street termina en la autopista de Pomona, frecuentado por amantes, adictos y algunos
vagabundos.
En el camino la chica se dio cuenta que algo andaba mal, percibió la maldad y trató de salirse del
carro en un semáforo. Mo le preguntó a dónde iba y le dijo que no se preocupara, le mintió
diciéndole que todo estaba bien. Ella regresó al asiento del pasajero.
Fue un error fatal de su parte. Minutos después, Cynthia estaba fuera del carro, en un terreno
baldío rodeado de una zona arbolada por un lado y un callejón desierto del otro. Supuestamente
estaba ayudando a Mo a encontrar una bolsa de drogas que no estaba ahí. Volteó a verlo justo cuando
él levantaba la pistola y le disparó en medio de los ojos. Su cuerpo giró y le dio otro balazo en la
parte superior de la espalda mientras se desplomaba, muerta. Boxer lo llamó «un viaje al infierno».
Mo regresó solo a la casa con la bolsa de Cynthia. Junto con Boxer y Chino entraron a la
habitación donde solía dormir y Enríquez dijo: «Ahora ya se puso el ejemplo. La gente entenderá el
mensaje. Sabrán que no me deben robar». Mo le devolvió el arma homicida.
A la mañana siguiente, el clima era fresco y seco y uno de los residentes de una pequeña hilera de
casas del otro lado del callejón vio el cuerpo cuando iba camino al trabajo. La policía llegó y
encontraron el cuerpo de Cynthia boca abajo en una cama de hojas, parcialmente escondida entre
algunos arbustos. Los paramédicos la voltearon y vieron que tenía la cara llena de sangre seca con un
patrón que parecía de una prueba de Rorschach. Ya había entrado en rigor mortis y tenía la mano
derecha sobre el pecho como si estuviera diciendo «¡Dios mío!» Traía un anillo de casada, grandes
arracadas, una boina blanca grande, una camisa morada de manga larga, jeans azules, calcetines
blancos y un par nuevo de tenis L.A. Gear.
El detective Jack Forsman recuerda pensar: «Es joven. Nadie merece morir así. Es perturbador».
Llevaba cinco años como policía en su pueblo natal, Rahway, Nueva Jersey, cuando llegó a Los
Ángeles de vacaciones. A través de un pariente que trabajaba como investigador para la oficina del
defensor público federal, Forsman conoció algunos detectives retirados de la policía de L. A. Quedó
prendado de la ciudad, se mudó poco tiempo después e ingresó a la policía en 1980. Forsman
llevaba apenas unos años como detective de homicidios cuando le tocó el caso de Cynthia Gavaldón.
«No teníamos mucho —recuerda— Sólo un cuerpo».
El cielo había oscurecido nuevamente cuando los detectives recibieron una llamada telefónica de
la oficina del forense informándoles que las huellas digitales confirmaban que la víctima era Cynthia
Gavaldón, de veintiocho años. Era el 24 de diciembre de 1989, Nochebuena.
El investigador forense David Campbell le notificó al pariente más cercano, Edward Carlson, que
su nieta estaba muerta, que había sido asesinada. La fotografía de su boda mostraba una hermosa
novia con vestido blanco largo. Era más sencillo recordarla así.
Dos días después, detectives de la División de Hollenbeck de la policía de L.A. recibieron una
llamada anónima de una mujer que les dijo que «Boxer de la Eme» había asesinado a Cynthia.
Al día siguiente, el detective Forsman, que no tenía idea de quién era esa persona, contactó a la
Unidad de Servicios Especiales del Departamento de Correcciones de California, un grupo que se
mantenía al tanto de las vidas de los peores individuos en libertad provisional, especialmente los
criminales de carrera. Boxer fue identificado provisionalmente como René Olmos Enríquez, y se
sospechaba que era miembro de la Mafia Mexicana.
Al día siguiente, una fuente de las calles, que temía por su propia vida por el ataque a Gavaldón,
llamó a los investigadores para programar una reunión y les dijo que Boxer había estado imponiendo
sus extorsiones a los traficantes de White Fence, que siempre iba armado y que por lo general iba
acompañado de dos o tres miembros de la pandilla, uno de ellos Chino, de White Fence. Les dijo
sobre los asaltos a las casas de narcomenudistas en las noches, las amenazas y las continuas
extorsiones. Señaló una fotografía de Boxer.
El novio de la informante llamó después y describió el Night Rider, el carro que manejaba Boxer,
e identificó a Mo de White Fence como «su mano derecha». También le dijo a los policías que
Topper sabía todo sobre el asesinato pero que estaba temeroso de hablar y que era amedrentado por
Boxer, quien decía ser de la Eme.
El detective Forsman ya tenía suficiente información para empezar a perseguir al asesino. Supo
que Boxer se había embarcado en un «reino del terror» y que inclusive «aterrorizaba a otros
criminales de línea dura». Lo que no sabía era que tenía menos de treinta y seis horas para atraparlo
antes de que volviera a matar.
David «Pelón» Gallegos, de cuarenta y siete años, estaba sentado en la casa de sus papás en
Whittier mientras comía un almuerzo tardío de tamales y gumbo preparados por su madre. Sería su
última comida.
Pelón había llegado a vivir con sus papás desde que salió en libertad condicional veinte meses
antes después de una condena por cuestiones de drogas. Básicamente había sido «criado por el
estado» primero en un Reformatorio Juvenil por allanamiento cuando apenas tenía doce años y
después pasó la mayor parte de su vida adulta tras las rejas. La lista de delitos cometidos era de
ocho páginas de largo con varios cargos por drogas, allanamiento, robo, extorsión, robo de auto y
homicidio.
Gallegos era calvo con unas orejas prominentes y un gran bigote con las esquinas hacia abajo
sobre labios grandes y con una nariz ancha que mantenía en alto, de manera que daba un aire de
arrogancia. Seguía siendo una apariencia de delincuente, que se veía magnificada por el torso
cubierto de tatuajes con tinta tan desleída como su reputación en la mafia.
«Era un vago y bueno para nada que vivía de lo que le daban los demás —recuerda Boxer— y
todos lo sabíamos».
En la calle, Pelón utilizaba lo que quedaba de su imagen de mafioso para extorsionar traficantes a
cambio de una cuchara de heroína y cocaína para mantener su hábito. Un amigo lo llevó a su casa una
tarde y por mala suerte fue el día que Enríquez abrió la «galería de tiro» en casa de Topper. No sabía
que, un año antes, Topo Peters le había dado el contrato a Boxer para matarlo.
Chino Aveles estaba en la puerta vigilando cuando Pelón Gallegos llegó exigiendo drogas gratis.
Aveles rápidamente le dijo que no había drogas gratis ni crédito. Entonces, después de unos quince
minutos de regateo, Chino le explicó que toda la droga pertenecía a Boxer Enríquez, quien era
miembro de la Mafia Mexicana.
«Yo también soy un carnal», insistió Pelón.
Chino volvió a pensar la situación: si este tipo realmente también era Eme, entonces Boxer se
podría enojar de que lo corriera. Si no, Chino pensó que probablemente pagaría por su mentira y
entonces eso lo absolvía a él de la culpa. Le dio a Pelón una bolsa de diez dólares de heroína y el
mafioso se sentó en una silla del comedor, puso la droga en una cuchara, la derritió con un
encendedor, la metió a una jeringa, se la inyectó y se quedó en el estupor familiar de los adictos.
Cuando Boxer entró por la puerta trasera una hora más tarde y le dijeron que estaba ahí un carnal
llamado Pelón sabía que este trabajo le había «caído del cielo». El tipo no saldría vivo. Mo, Jacko,
Topper y Chino estaban a su alrededor. Boxer los sacó a todos de la habitación durante un rato y le
dedicó toda su atención a Gallegos.
«¿Cómo estás, hermano?».
Empezaron a hablar de política, plática trivial de la Mafia sobre quién estaba en la cárcel y quién
en las calles. Boxer quería «seducirlo».
Pasó el tiempo y Boxer le preguntó: «¿Quieres otro poco, hermano?».
Ningún adicto verdadero puede resistir las drogas gratis. Boxer acercó su silla a la de Jacko, que
había vuelto a entrar a la habitación: «Prepárale una buena».
Le prepararon una dosis masiva de aceitosa heroína de alquitrán negro. Ya que estaba en la jeringa
se la pasaron a Gallegos, quien lentamente encontró otra vena y la vació en su brazo. Su cabeza se
agachó, los labios se le pusieron morados y perdió el conocimiento.
Topper entró en pánico y se apresuró al refrigerador para sacar un paquete de hielo y revivirlo. No
necesito un asesinato en mi casa, pensó.
Por otro lado, Boxer encontró a Chino inyectándose en el baño y le pidió más droga. Regresó con
nueve bolsas: seis de heroína y tres de cocaína. Las bolsas vacías empezaron a apilarse en la cocina.
Gallegos ni siquiera podía levantar la cabeza.
Más tarde, lo levantaron para darle otra ronda. Pelón abrió los ojos y dijo: «¿Qué hacen, me
quieren matar?»
«No, relájate. Estamos tratando de darte un poco de coca para despertarte».
Gallegos vio lo que había en la jeringa llena del familiar jugo negro mortal. Tenía que estar
consciente de que sí lo iban a matar, pero no estaba en posición de resistirse, se dejó ir sin pelear. Un
par de manos fuertes tomaron su brazo y forzaron la aguja dentro de una vena que muchas veces había
aceptado gustosa la heroína. Esta vez ya había tenido suficiente.
Unas cuantas horas después de iniciar la sobredosis, el cuerpo de 1,73 m y 77 kg de Pelón estaba
completamente flácido. Chino ya se había ido a su casa. Jacko y Mo ayudaron a Boxer a levantar a
Gallegos para meterlo al Night Rider, que estaba en la entrada, y se lo llevaron al departamento de
Chuco Castro, a unos 6 km en Alhambra. Chuco, el amigo de prisión de Boxer, también acababa de
salir. Se detuvieron a comprar unas donas Yum-Yum y un paquete de doce Coronas frías para Chuco y
su esposa. Chuco había sido el primero en catalogar a Pelón como un cobarde.
Pelón iba sentado en el asiento delantero, como si estuviera muy borracho. Boxer lo planeó así
para que, si los detenía la policía, les pudieran decir: «Lo estamos llevando a su casa. El tipo viene
pasadísimo. Sólo véanlo, está totalmente ido».
En la casa de Chuco, le dieron las donas a la esposa y a Chuco le dieron un poco de dinero y
heroína. Todos se tomaron unas cervezas. Boxer dijo: «Oye, adivina qué traigo».
«¿Qué?».
«Traigo a alguien en el coche. ¿Lo quieres ver?».
«¿Quién es?».
«Ese tipo, hombre. Creo que está muerto».
Chuco salió al Night Rider y se asomó. «¡Ah! ¡Este pendejo!».
Contó la misma historia sobre Pelón que actuó como un cobarde cuando fueron a extorsionar a un
traficante. Entonces se asomó al coche y empezó a golpearlo en la cabeza: «¡Tontín! Mírate. ¡Estás
muerto!».
No obstante, Boxer quería estar seguro. Regresaron a la casa de Chino Aveles en el Estede Los
Ángeles. Enríquez entró y le explicó que tenían que hacerse cargo de algo.
«Vámonos. Agarra tus cosas y vámonos». (Chino después le diría a la policía que Boxer lo había
golpeado y que lo había obligado a ir. Enríquez dijo que era una mentira, que Chino había ido
voluntariamente.
Chino entró al asiento trasero del Night Rider y se sentó entre Boxer y Mo. Pelón, con la cabeza
colgando e inconsciente en el asiento delantero «gimió» cuando Jacko pisó el acelerador y arrancó.
Boxer dice que Chino entendió lo que sucedía inmediatamente y que sugirió que se fueran a Spence
Street detrás de los proyectos habitacionales de VNE y que ahí era «el sitio perfecto para un
asesinato».
Entonces Boxer empezó a gritar las instrucciones sobre el lugar al que debían dirigirse.
Cuatro giros y 1,6 km más adelante, el carro entró a un callejón que pasaba por detrás de una
pequeña hilera de fábricas en Spence Street, en un área industrial como a un kilómetro y medio de la
casa de Topper. Boxer le ordenó a Mo que saliera del auto. «¡Vigila aquí!».
Jacko condujo por el callejón y se detuvo en un lugar oscuro, sólo se veía la sombra de una luz que
provenía de una lámpara de seguridad cercana. Boxer le ordenó a Chino que saliera del carro para
vigilar el otro extremo del callejón. Chino dudó.
«¡Vamos! ¡Muévete! Sal del chingado coche y vigila la calle».
Chino empezó a caminar. Boxer tomó a Pelón del cuello de la camisa y lo sacó del coche al
pavimento. Le puso la cubierta del asiento sobre la cara para no salpicarse de sangre y le dio cinco
balazos en la cabeza a Pelón con la ·357 Magnum Trooper Mark III de cañón corto, en caso de que
todavía no estuviera muerto.
Boxer levantó la vista después de hacer esto y Jacko Padilla estaba ahí «como un niñito asustado
con los dedos en los oídos. Jacko era un hombre de negocios implacable y un gran delincuente —
comenta Boxer—, pero nunca fue un homicida».
Cuando salieron de la escena del crimen, Enríquez no pudo resistir decirle a su equipo: «Soy
Boxer, de la Eme. Nadie se mete conmigo. Esta es mi ciudad». También les explicó que había matado
a Pelón porque lo habían contratado para ello. «Yo cumplo con mis contratos», presumió. Entonces
todos se fueron nuevamente a drogarse.
David «Pelón» Gallegos se quedó acostado boca arriba, con las piernas extendidas y los brazos
cruzados sobre la nariz, en un pequeño charco de su propia sangre. Su sudadera azul y su camiseta
estaban levantadas y dejaban a la vista el tatuaje que tenía de Nuestra Señora de Guadalupe que le
cubría desde el cuello hasta debajo del ombligo. Tenía 65 centavos en el bolsillo. En su rostro
pareció quedarle una pequeña sonrisa congelada. Era el 30 de diciembre de 1989, un día antes de la
víspera de un año nuevo no tan feliz.
De regreso en la casa de Topper unos días después, drogadísimo y paranoico, Mo tenía los ojos
como platos y estaba sudoroso. Jacko no se veía mejor. Esto era más que suficiente para que el
mismo Boxer también se sintiera paranoico. El terrible trió estaba posando para una fotografía
cuando Mo salió corriendo por alguna razón. Esto lanzó a Boxer en un episodio psicótico propio:
«Pensé: Me van a matar». Así que rápidamente le puso el cañón de la ·357 Magnum en el cuello al
asustado Jacko quien rogaba por su vida, se lo llevó al coche y le ordenó que lo llevara a Olympic y
Soto. Ahí «lo iba a matar y tiraría su cuerpo en un callejón detrás de una bodega de Sears». «Si me
vas a matar —gritó Jacko—, mátame ya». Boxer no pudo jalar el gatillo.
Tras una hora de dar vueltas, (Jacko suplicando), Boxer finalmente le dio la pistola y Padilla vació
los cartuchos en el asiento. Jacko le dijo «Estás malviajado hoy». Entonces se llevó a Enríquez a su
casa y lo dejó en su cama.
Cuatro días después del asesinato de Gallegos, Carlos Sánchez, de dieciocho años, y su amigo de
diecisiete, Jorge Molina, estaban en la banqueta frente al número 1115 de Rosalind Avenue, a varias
cuadras de la casa de Topper en Boyle Heights. El Night Rider se detuvo delante de ellos a las 5:30
p. m. Chino y Mo salieron del lado del pasajero.
«¿Dónde está tu amigo el gordo?» le preguntó Chino a Sánchez haciéndole señas para que se
acercara.
Mo le ordenó a Molina «¡No te acerques!».
Entonces Chino se sacó una 38 mm de la cintura y la apuntó a Sánchez: «Yo sé que tú tienes el
dinero, ¡de rodillas!».
Lil Mo le sacó todo de los bolsillos. Treinta y ocho dólares en efectivo. Entonces se subieron de
nuevo al carro y se alejaron con Boxer al volante.
Una mujer vio todo desde la ventana de su casa y llamó a la policía. También conocía a Chino
Aveles y lo identificó como uno de los ladrones. La víctima reconoció una foto de Boxer Enríquez y
lo identificó como el conductor, además de dar una buena descripción del automóvil.
Más de dos horas después, dos policías en una patrulla blanca y negra vieron el Night Rider
estacionado frente a la casa de Chino. Mo y su novia salieron y se subieron al auto. Los policías los
siguieron durante un par de cuadras hasta que Mo se detuvo afuera de la casa de Topper. Salió y lo
arrestaron ya que tenía las características del segundo ladrón que habían descrito como acompañante
de Chino.
Ese mismo día los detectives de la policía de L.A. supieron a través de investigadores de la use
que Boxer Enríquez conocía a Pelón Gallegos de la Prisión de Folsom. El detective Forsman tenía
una buena relación de trabajo con un agente de la use de nombre Brian Parry: «Brian sabía mucho
sobre la vida en prisión. Conseguíamos información sobre distintos individuos y nos íbamos por todo
el estado intentando llegar antes que los kites que provenían del sistema de prisiones [sobre el
asesinato]». Al mismo tiempo, los expertos en pandillas de prisión de la oficina del sheriff del
condado de L.A. decían que se corrían rumores de que los capos de la mafia le habían encargado ese
asesinato a Boxer. Sin embargo, aún no había suficientes pruebas para acusarlo y no sabían dónde
estaba.
«Lo buscamos a diestra y siniestra», recuerda el detective Forsman. Hubo camionetas de
vigilancia llenas de detectives de la policía de L.A. y agentes de la Unidad de Servicios Especiales
(USE) afuera de la casa de Topper, donde realizaba sus negocios Boxer, durante días. El agente Parry
comenta: «Yo estaba en la corte cuando me llegó un mensaje de que teníamos una dirección [que
Boxer frecuentaba] y pasamos muchas noches vigilando ese lugar. Teníamos un par de camionetas sin
identificación, de puro metal en el interior, lo cual las hacía mucho más frías. Así que empezamos a
traer cobijas para ponerlas en el piso para no estar constantemente hincados en el frío». Parry sabía
que Boxer era peligroso y que regresaría a sus rumbos: «Son criaturas de hábitos. Esperábamos
toparnos con él y que se desatara un tiroteo». Sorprendentemente, nunca vieron a Boxer a pesar de
que estuvo entrando y saliendo en la casa de Topper todos los días. Boxer sabía, por lo que se decía
en las calles, que «la policía me estaba buscando, así que siempre llegaba por una calle lateral y
entraba y salía por la puerta trasera».
El 10 de enero de 1990, otra llamada anónima llegó a la División Hollenbeck con información de
que Boxer Enríquez estaba en el departamento de su mamá en Whittier Boulevard. El oficial Bill
Eagleson y su compañero, ambos en una unidad contra pandillas conocida como CRASH (Community
Resources Against Street Hoodlums o Recursos Comunitarios Contra Rufianes Callejeros), llegaron
y encontraron la puerta delantera parcialmente abierta. Tocó y la puerta se abrió más. Boxer estaba
en un estupor de heroína, acostado en una cama a un metro de distancia. «Te hemos estado buscando,
René» dijo Eagleson. Le puso las esposas y lo arrestó por su participación en el robo a Sánchez.
En una habitación donde se interrogaba a los sospechosos en la estación de Hollenbeck Division,
el detective Forsman no dejaba de jugar con su nuevo Rolex, un regalo de su novia, y le preguntó a
Boxer sobre los asesinatos. Enríquez negó todo. Cuando Forsman salió de la habitación, Boxer, con
arrogancia, le dijo: «Con el debido respeto, esto nunca pasará la corte preliminar» en referencia a la
audiencia judicial obligatoria donde el fiscal debe mostrar suficiente evidencia para que el caso vaya
a juicio. No podía estar más equivocado.
Dos días después, Chino Aveles fue arrestado a las ocho de la mañana a unas cuadras de su casa
por una unidad especial de inteligencia contra pandillas llamada la División de Apoyo a los
Detectives. Para las diez de la mañana ya lo estaba entrevistando el detective de homicidios Forsman
y, al principio, Chino también negó todo, el robo y los asesinatos. Después de una hora de
interrogatorio, cuando Forsman hablaba del trauma para las familias de las víctimas, Aveles cambió
de parecer. El asistente de Fiscal de Distrito, Allan Carter, de la División de Crimen Organizado, se
unió al interrogatorio. Estaban grabando y Chino les dijo todo lo que sabía. A las siete y media de
esa noche, la policía había encontrado un paquete de las armas de Boxer en la cajuela de un viejo
Chevy modelo 1969, estacionado frente a la casa de Chino y la pistola con la cual habían matado a
Gallegos enterrada a varios kilómetros de distancia en un parque de tráileres. Al día siguiente, Chino
les mostró dónde estaban los casquillos que habían enterrado detrás de una fábrica a varias cuadras
de la escena del crimen.
Cuatro días después, Boxer y Mo, que ya estaban en la Cárcel del Condado de L.A. por el robo a
Sánchez, fueron acusados por el asesinato de Cynthia Gavaldón.
Al día siguiente Topper Alemán le dijo a la policía todo lo que sabía y Boxer y Mo fueron
acusados con el asesinato de David «Pelón» Gallegos también. A pesar del testimonio que dio Chino
Aveles durante la audiencia preliminar sobre el rol de Padilla en el asesinato, Jacko nunca fue
acusado.
15

Capacitación para una estafa simple y


lucrativa
MIENTRAS AGUARDABA EL JUICIO, Boxer estuvo en la Cárcel Central para Hombres del Condado de
Los Ángeles en el módulo 1700, la sección de máxima seguridad conocida como de «alto poder» y
estaba en el mismo nivel que Daniel «Cuate» Grajeda de la Eme. Durante su estancia en Palm Hall
seis meses antes, Enríquez había votado junto con otros por la muerte de Grajeda. Desde entonces,
Cuate había sobrevivido un apuñalamiento en septiembre. Ahora Boxer estaba al teléfono con Rocky
Luna y Huero Shy Shryock y les dijo: «Ustedes sólo den la orden. Yo me encargo». Le dijeron que
esperara una respuesta.
En alto poder, Boxer conoció al legendario John Stinson, un miembro de alto nivel de la pandilla
de la Hermandad Aria que estaba cumpliendo una cadena perpetua por homicidio. Stinson, de treinta
y cinco años, era un hombre alto y calvo, con tatuajes nazis en la piel y conocimiento de la ley que lo
había mantenido en la Cárcel del Condado por seis años (en vez de la prisión). Ahí él era el
arquitecto de un masivo círculo de narcotráfico. Los fis cales estiman que ganaba al menos cinco mil
dólares a la semana mientras estaba en la cárcel de máxima seguridad. Stinson ganaba tanto dinero
que estaba invirtiendo algo en acciones de Disney. A Boxer le cayó bien de inmediato.
Por otro lado, Stinson era un amigo de muchos años de Cuate, habían robado y asesinado a un
narcomenudista en Long Beach diez años antes. Empezó a trabajar a Boxer, diciéndole que Cuate era
un buen tipo, un hermano, y que la gente estaba celosa de él porque ganaba mucho dinero. Grajeda
estaba en el negocio de las drogas dentro de la cárcel con Stinson.
Así que Boxer hizo un esfuerzo por conocer mejor a Grajeda. No fue difícil. Cuate se ganó a
Enríquez con su plática casi mística sobre la Mafia Mexicana, su devoción a ella, la necesidad de ser
fieles a sus tradiciones aztecas y la misión de devolver la vieja gloria a la Eme. Era un maestro
manipulador. «Caí bajo su hechizo —dice Boxer— Me hizo como quiso durante un tiempo».
«¿Quieres ganar un poco de dinero?» le preguntó Cuate.
«Está bien».
Cuate y Stinson le dieron una tajada de su negocio de drogas y a partir de entonces a Boxer nunca
le faltó heroína ni efectivo.
Siempre es difícil para las personas en el exterior entender lo fácil que es para los prisioneros
conseguir drogas: metanfetaminas, heroína, cocaína y mariguana. Todas las drogas que se venden en
las calles también se vendían en la Cárcel del Condado. Era, y aún es, un gran negocio. La seguridad
en esta cárcel era más fácil de violar debido al gran flujo de prisioneros que llegaban y salían a
diario. Además, los prisioneros en aquel entonces podían traer dinero en efectivo.
El asistente del Fiscal de Distrito John Monaghan, quien después sería el fiscal en varios casos de
participantes en el círculo de venta de drogas de Stinson, dijo en aquel momento: «Hay veinte mil
personas en el sistema de la Cárcel del Condado de L.A. Muchos abusan de los narcóticos y si se
puede surtir esa demanda, se puede ganar mucho dinero».
La esposa de treinta y nueve años de Stinson, Debbie, lo ayudaba desde afuera, donde vivía en una
casa de clase media en Gardena, California, con dos niños, incluyendo a su hija con síndrome de
Down. No tenía registros de arresto, pero compraba drogas, mayoritariamente heroína, y las
contrabandeaba a la cárcel semanalmente y, a veces, todos los días.
Debbie Stinson conocía a una mujer del sur-centro de Los Ángeles cuyo novio era policía. El
oficial recogía las drogas de su novia y se las llevaba a un prisionero cuando iba a trabajar. También
sacaba los pagos en efectivo.
La esposa de Stinson tenía un investigador privado quien, durante las visitas a la cárcel les daba
plumas llenas de cocaína a los prisioneros que compraban drogas. Había tanta gente en los cuartos de
visitas que era imposible que los vigilaran a todos todo el tiempo.
Incluso los abogados defensores prominentes eran utilizados sin saberlo para meter drogas de
contrabando. Paul Leach, un ladrón y asesino convicto que vendía la mercancía de Stinson entre la
población general, testificó que los contrabandistas incluían a Leslie Abramson, quien había obtenido
atención nacional al representar a Lyle y Eric Menéndez, el par de hermanos acusados de matar a sus
propios padres en Beverly Hills. Otro abogado que fue utilizado, es el conocido defensor anti
policía, Gerald Chaleff, un proponente muy vocal de la reforma de la policía y miembro de la
Comisión Policíaca de Los Ángeles de 1997 a 2001 y empleado civil de la policía de esta ciudad
desde 2003 con rango igual a un subdirector. Leach dijo: «No estaban conscientes de lo que hacían.
No lo sabían». Deborah Stinson pegaba dos pilas de documentos juntas y, a la mitad, hacía una ranura
donde escondía las drogas. Entonces dejaba los documentos en la oficina del abogado y él lo llevaba
al prisionero durante las visitas legales privadas en la cárcel. Los oficiales no tenían autorización de
examinar los documentos legales.
Había otros métodos también. En casa, Debbie tomaba un poco de heroína de alquitrán negro y la
planchaba hasta formar láminas del grosor de una hoja de papel. Después despegaba los lados dobles
de un fólder legal, colocaba la heroína dentro y lo volvía a sellar con pegamento. Lo mismo hacía
con tarjetas de felicitación. Debbie sacaba el cartón y el material aislante de las portadas de
calendarios y libretas telefónicas, los rellenaba con láminas de heroína o cocaína y los volvía a
pegar.
Otra forma favorita de Debbie era comprar dos libros legales en la librería local. En casa,
destrozaba uno de ellos, le arrancaba el empastado y el relleno de las pastas. Entonces metía la
heroína y utilizaba el material nuevo del otro libro para reconstruir el que había maltratado.
Luego llevaba el libro de vuelta a la tienda donde lo había comprado, fingía que lo acababa de
comprar otra vez, lo pagaba y hacía que lo enviaran al la Cárcel del Condado a su esposo con la
heroína dentro.
Los visitantes también eran reclutados para introducir bolas de heroína, cocaína y metanfetaminas
del tamaño de una pelota de golf envueltas en globos. Utilizaban la técnica «keister» para poder
pasar por la revisión, iban al baño, removían el contrabando, lavaban los globos y se los daban a los
prisioneros que visitaban. Las mujeres también usaban el mismo método en sus vaginas.
Los prisioneros que tenían trabajos de intendencia o repartición de comida, eran reclutados para
entregar las drogas directamente a los clientes en sus celdas y cobrar en efectivo. Las agujas para
inyectar los narcóticos se las robaban de la enfermería de la cárcel. Los prisioneros hacían órdenes a
través de algo llamado un «correo de salida»: Stinson le daba a los clientes un número de apartado
postal en Westminster, California. El apartado le pertenecía a su esposa Debbie. Los prisioneros le
pedían a un pariente o amigo del exterior que enviara un giro al apartado y las drogas eran entregadas
en la cárcel.
Había incentivos especiales para desalentar el retraso en los pagos. Si no se pagaban las drogas en
el transcurso de una semana, el costo se duplicaba. Si no se pagaban a la segunda, se duplicaba
nuevamente. Si no se pagaban a la tercera, el deudor moría. Funcionaba bien.
Los que vendían las drogas, generalmente los prisioneros con trabajos que les permitían moverse
libremente por las instalaciones, recibían una compensación por sus esfuerzos. Por cada seis
paquetitos de cocaína o heroína vendidos, los traficantes se quedaban dos. Uno de los más de doce
trabajadores de Stinson testificó que ganaba entre 500 y 800 dólares de ganancias a la semana,
dinero libre, vendiendo entre la población general.
Boxer se convirtió en un socio importante de Stinson y Cuate Grajeda. Le enseñaron cómo
conseguir que le concedieran el estado pro per, lo cual le daba al prisionero el derecho a
representarse a sí mismo en su propio caso penal. Un prisionero de máxima seguridad, como Boxer,
Stinson y Cuate, casi no tiene permitido el contacto con otros prisioneros. Actuando como su propia
defensa, podía utilizar el sistema de la prisión para hacer negocios de pandillas, de drogas y de
ataques internos.
El asistente del Fiscal de Distrito, Frank Johnson, quien fue el abogado acusador de Boxer y
actualmente juez de la Suprema Corte de Los Ángeles, dijo en aquel entonces sobre el estado pro
per: «Básicamente es como darle a un niño pequeño granadas para jugar. Causa un daño
inimaginable».
Y eso era exactamente lo que necesitaba Boxer. De esta manera tenía el derecho a tener un «gestor
legal» de su elección. Los gestores tenían permitidas visitas diarias en persona, sin supervisión de
hasta cincuenta minutos de duración. No había división de vidrio entre el prisionero y el visitante. El
gestor podría traer tantos documentos legales llenos de drogas como fuera posible. Debbie Stinson
era la gestora legal de su esposo.
Así que Boxer se casó con la hermana de veintiséis años de Lil Mo, Rosie Ruiz y la convirtió en
su gestora legal, era una mujer de 1,67 m de estatura y 68 kg, con ojos color café y cabello largo y
castaño. Lo llamó un matrimonio por conveniencia. Rosie, también adicta, se integró a los individuos
que introducían narcóticos a la cárcel a través de sus paquetes legales. Traía heroína, cocaína y
mariguana antes de que la atraparan, la condenaran y la metieran en prisión por dieciséis meses.
Según los registros de la corte, en una ocasión un domingo de Pascua, llegó a utilizar su posición
como gestora legal para solicitar que enviaran a un prisionero a la sala de visitas, donde lo
apuñalaron miembros de la Mafia.
Cuando se tenía el estado de pro per también se obtenía acceso libre a la biblioteca legal de la
cárcel por dos horas al día. Se utilizaba una navaja para hacer huecos en todos los libros que el
delincuente necesitara. Dentro se colocaban mensajes, drogas y armas. El libro tenía un número y eso
se convertía en un «buzón». Boxer le daba el número a otro prisionero y entonces podía recibir
cualquier mensaje o contrabando que necesitara.
La biblioteca también era un banco de teléfonos sin monitoreo. Desde su departamento de dos
recámaras en Boyle Heights, Rosie aceptaba las llamadas por cobrar de Boxer y establecía
comunicación de tres vías con las personas que él quería hablar dentro o fuera de las paredes de la
prisión. Podía hacer sus negocios de drogas y averiguar quién iba a entrar de las calles, quién saldría
y a quién había que atacar.
Enríquez también utilizó a Rosie para poner su propio sistema de apartado postal igual al de
Stinson. Tenía un investigador privado, pagado por el estado, que le entregaba las drogas durante sus
visitas.
Y eso no era todo. Un prisionero con estado de pro per tenía poder de citación. Desde el
aislamiento de su celda, Boxer podía pedir que sacaran a quien él quisiera de la prisión y que lo
trajeran a la Cárcel del Condado de Los Ángeles bajo el pretexto de necesitar a esa persona como
testigo en su caso. Era rara la ocasión que alguien salía porque de verdad fuera a ser un testigo. Sin
embargo, la mafia utilizaba esta situación para sacar a quince carnales de las diferentes prisiones y
tener una reunión de mafiosos. Llamaban por igual a víctimas y atacantes. El fiscal Frank Johnson lo
llamó un gran cochinero: «Era risible. Era como si el sheriff y el sistema carcelario estuvieran
administrando un servicio de autobuses a la disposición de estas personas para transportarlos por
todo el estado y ya se había salido de control».
Era una estafa simple y lucrativa y Boxer la dominaba como nadie.
16

Un tanque de pirañas voraces


Boxer Enríquez estaba agradecido con Cuate Grajeda y aprendió mucho de él sobre el arte de la
política en la mafia. Cuate era como un maestro ajedrecista, siempre dos movimientos adelante de su
oponente. Resultaba interesante que hubiese sido un adicto analfabeta que aprendió solo a leer y
escribir. Después utilizó estas nuevas habilidades para estudiar tácticas de guerra, política
organizacional y filosofía. En una ocasión le citó a Enríquez un viejo proverbio chino: «Si te
mantienes a las orillas de un río suficiente tiempo, verás pasar flotando los cuerpos de tus enemigos y
adversarios».
Sí, Grajeda era asesino de asesinos, peligroso tanto con un cuchillo como con una pistola. También
su lengua era peligrosa. Eso era lo que más asustaba a Boxer: «La cosa era que podía matarte con la
lengua. Podía hacer que todos quisieran matarte por sus palabras. Cuate es responsable de más
muertes por su boca que por sus manos, por la forma en que le hablaba a los hermanos y los seducía
para matar. Su actitud siempre parecía estar diciendo: ‘Tenemos que limpiar la casa, que la Eme
vuelva a su antigua gloria’. Y utilizaba estos periodos de limpieza para eliminar a sus adversarios».
Habían pasado ocho meses desde que Cuate Grajeda logró sobrevivir el apuñalamiento de Indio
Carlos en las duchas. Ahora pensaba que ya llevaba suficiente tiempo a las orillas del río. Era hora
de ver pasar el cuerpo de Indio. Otros mafiosos influyentes empezaron a aparecer en la Cárcel del
Condado y el futuro de Grajeda era tema de conversación. Entre ellos había carnales leales a
Enríquez, incluido Black Dan Barela, Huero Shy Shryock y Chuy Martínez. Cuate, quien ya se había
ganado a Boxer, se salvó también con los demás. Hasta Joe Morgan y Topo Peters estuvieron de
acuerdo, le perdonaron las transgresiones pasadas a Grajeda y consideraron que el asunto estaba
cerrado.
Eso no le gustó a Indio, quien le dejó claro a los otros hermanos cómo se sentía. Pero él no era
competencia para la lengua venenosa de Grajeda. Cuate había iniciado una campaña, recordándole a
los otros carnales que Indio lo había atacado en la ducha y que eso debía castigarse. Mintió diciendo
que Indio lo acosaba y que era una amenaza constante. Grajeda quería que terminaran con Indio.
«Como tonto —recuerda Enríquez—, yo me ofrecí de voluntario para hacerlo».
Indio Carlos, de veintinueve años de edad, 1,65 m de altura y 63 kg de pura rabia, estaba en
camino a los edificios de la Corte Penal en el centro de Los Ángeles. Además de apuñalar a Grajeda,
un año antes había apuñalado a otro mafioso en su celda de la Cárcel Central para Hombres. En
aquel entonces ya estaba purgando una condena perpetua por un drive-by con consecuencias fatales
que había realizado cuando tenía apenas diecinueve años. Seis años después apuñaló a un oficial de
correcciones de San Quintín. La violencia no le era desconocida.
El 21 de mayo de 1990, poco después de las nueve de la mañana, Indio y otro prisionero salieron
del elevador del piso 14, con cadenas en la cintura y en las piernas. Los dos eran categoría K-10, lo
cual significaba «manténgase alejado de todos los demás prisioneros», una clasificación para los
reclusos que habían sido violentos hacia otros prisioneros y oficiales, y que debían permanecer
separados de la población general. Los K-10 son escoltados por dos oficiales donde quiera que van
y portan pulseras rojas para distinguirlos de otros prisioneros. Los oficiales buscaron en el fólder
legal que llevaba bajo el brazo y lo cachearon buscando contrabando de cualquier tipo.
Indio ahora iba camino a la celda de detención a. La oficial Shirley Ducre le preguntó si tenía
alguna objeción a permanecer con otros tres prisioneros K-10 que ya estaban ahí. Preguntó quiénes
eran y le leyeron los nombres, incluyendo a René Enríquez. Indio respondió: «Está bien. Nos
llevamos bien con todos». Los oficiales entonces le liberaron la mano derecha de la cadena de la
cintura para que pudiera escribir o usar el baño.
Había una puerta metálica que daba a la celda —abierta— y una segunda puerta de alambre que
impedía la entrada. El oficial Charles Moore apretó un botón de la caja de control en la pared y la
puerta de alambre se abrió. El primer prisionero y su escolta entraron e Indio los siguió. Boxer
estaba sentado directamente a la derecha de la puerta.
Cuando el oficial presionó el botón para cerrar la celda otra vez, Enríquez, sin decir palabra,
saltó, se sujetó del traje de Indio con la mano izquierda y lo empezó a apuñalar con la derecha. Al
principio los oficiales pensaron que era una pelea de puñetazos y empezaron a gritar inmediatamente:
«¡Todos al suelo! ¡Háganse hacia atrás!» Entonces vieron sangre. Permitieron que la puerta
continuara cerrándose por razones de seguridad. Al mismo tiempo, le gritaban al oficial responsable
de ese piso que diera aviso de un disturbio.
Para cuando pudieron ver claramente la barra de metal de 11 cm en la mano de Boxer, la camisa
azul de Indio se estaba saturando de sangre. El ataque terminó tan pronto como inició. Enríquez
escuchó a un oficial gritar: «¡Dispárale!» y Boxer caminó al baño para hacer desaparecer el arma
por el caño pero no logró que se fuera.
Indio seguía de pie en el mismo punto donde lo atacaron, con una mano todavía encadenada a la
cintura, empapado en su propia sangre, apuñalado veintinueve veces en el estómago, el pecho y el
brazo izquierdo. Tenía un rasguño en la mejilla. Sobrevivió. Y mientras los oficiales lo escoltaban de
salida le dijo a Boxer: «Ni me hicistes ni madres». Indio sabía que un mafioso no mostraba miedo.
Los otros tres prisioneros K-10 dentro de la celda de detención al momento del ataque le dijeron a
los oficiales que no habían visto nada.
Cuate Grajeda era un «culero hijo de puta» según Enríquez «dispuesto a hacer lo que fuera o usar a
quien fuera para conquistar a quienes percibía como enemigos». Y resulta que las cárceles y
prisiones están llenas de jóvenes pandilleros latinos listos para «ganarse los huesos» con la
esperanza de convertirse algún día en mafiosos.
Tony «Santos» Barker, un miembro de treinta y un años de la pandilla de Harbor City, era uno de
estos casos. Había entrado y salido de la cárcel durante la mayor parte de su vida, tenía una pésima
actitud y mucho odio en su persona, era «admirado» por su propia pandilla y apuñalaría a cualquiera
en un segundo. Todos los días Santos enrollaba su colchón de la cárcel, le ponía dos agarraderas con
sábanas rotas y lo usaba como unas pesas haciendo cientos de repeticiones. Como resultado, tenía el
aspecto físico de un luchador universitario de peso medio.
La mafia tenía el «ojo puesto» en Santos como recluta con potencial, un pequeño hermano. Ya
había realizado un ataque para ellos en la Cárcel del Condado y apuñaló a un socio de la Eme que
estaba en la lista. Santos conocía a la víctima y a su familia, eran de su propio vecindario, pero eso
no lo detuvo. La mafia quería que ese trabajito se hiciera. En un «dormitorio de sardinas» con cinco
docenas de prisioneros alrededor, le dio una vez a la víctima en el corazón. El cuchillo que le dieron
se dobló y la víctima corrió por el pasillo. Santos corrió tras él, lo atrapó de la cabeza y se montó en
él mientras lo apuñalaba una y otra vez hasta que su arma dejó de servir. Sólo por eso la víctima
salió con vida.
La brutalidad del ataque puso a Santos en «el carro de la Mafia Mexicana». Su castigo sería de
quince años a cadena perpetua si lo condenaban, pero se sentía «glorificado, todos me glorificaban;
sentía que era alguien».
Ocho meses después, la Eme le dio la espalda. Santos Barker estaba sentado apoyado en la puerta
de su celda mientras le cortaban el cabello. El peluquero, Albert «Chango» Bribiesca, de veinticinco
años de edad, estaba de pie afuera y metía la mano por las barras con una navaja de seguridad.
Bribiesca ya había realizado por lo menos tres apuñalamientos para los hermanos Grajeda, una de
las víctimas murió. De pronto, sacó un cuchillo de mantequilla afilado que había robado de la cocina
y lo enterró en la parte de atrás del cuello de Barker, unos 2 cm por debajo de su cráneo. Bribiesca
estaba seguro que Barker estaba muerto cuando se desplomó al suelo. No lo estaba.
Santos Barker no era cualquier criminalucho. Le escurría gelatinoso fluido espinal por la herida
del cuello. Boxer lo vio en la sala de visitas y notó que la camisa de Barker estaba brillante y
pegajosa, llena de una sustancia que parecía clara de huevo. Después de eso empezó a perder el
equilibrio y la coordinación. Dijo que estaba mostrando a estos tipos que tenía corazón y que estaba
dispuesto a morir por la Eme. Pasaron cinco días antes de que fuera al hospital y lo operaran. El
cuchillo había perforado su espina.
Después de que Santos Barker se recuperara por completo, Cuate Grajeda admiró su valentía y le
dio una nueva misión para la Eme. El delegado del Fiscal de Distrito del Condado de Los Ángeles,
Scott Carbaugh, era de la unidad experta en pandillas y había acusado a varios miembros de la Mafia
Mexicana, incluyendo una lista corta de Grajedas. Aunque el caso unos años después se tuvo que
anular por un tecnicismo, Carbaugh logró conseguir un veredicto de culpable contra el hermano de
Cuate, Senón, y un sobrino Arthur «Shady» Grajeda por ejecutar a un traficante que estaba
metiéndose a su territorio. También había logrado enjuiciar al hermano de Cuate, Tommy, conocido
como «Wino» por un delito menor que lo mandó a prisión por años. Según las transcripciones del
gran jurado, Cuate Grajeda le ordenó a Barker que matara a Carbaugh en represalia por cumplir sus
funciones como delegado del Fiscal de Distrito.
Carbaugh también estaba en el caso de Santos Barker, quien había recibido instrucciones de
atacarlo durante el juicio. El plan falló, a última hora Santos se arrepintió porque pensó que tenía una
oportunidad de ganar. Si ganara su caso, podría salir libre. No más cárcel. Desafortunadamente,
perdió y, como no había intentado cumplir con su misión, quedó marcado para morir.
En el módulo 1750, conocido como de alto poder, Santos estaba esposado con las manos detrás de
la espalda camino a su celda en la fila D para luego ir a la sala de visitas. Cuate Grajeda venía de la
fila C también rumbo a la sala de visitas. Pasaba junto a la cabina de control cuando se dio cuenta
que Santos venía por la fila D. Corrió de regreso a C, le dieron un metal afilado y volvió hacia
Santos, sin hacer caso a los gritos de los oficiales desarmados que le ordenaban que se detuviera.
Santos lo vio venir y, justo cuando Cuate dio la vuelta en la fila D con el arma, giró hacia atrás y
cerró la puerta de barrotes. «¡No me atraparás!» le gritó a Cuate.
Santos, quien después testificó contra Cuate Grajeda en un caso de homicidio, describió su
experiencia en la cárcel con la mafia: «Es como estar en un tanque lleno de pirañas sin comida, y de
repente, sin que te des cuenta, alguien empieza a moverse de cierta forma y todos se lanzan sobre él».
Boxer Enríquez, en su siguiente ataque, demostraría que las pirañas no dudarían en comerse a
quien fuera.
17

Muere como un hombre, imbécil


EL SIGUIENTE EN CAER AL TANQUE de las pirañas fue Salvador Buenrostro. El tiempo que estuvo ahí
fue diseñado especialmente para enviar un mensaje: la Mafia Mexicana podía atrapar a quien fuera,
en cualquier momento, en cualquier lugar. Se planeó llevar a cabo el ataque en medio de una sala
muy activa llena de abogados en la Cárcel Central para Hombres del Condado de L.A. La intención
era apuñalar a Buenrostro hasta que muriera. Ya en dos ocasiones la Eme había intentado atacarlo sin
éxito. Boxer Enríquez arrogante y ambicioso ofreció hacerlo bien: «La brutalidad del ataque, la
audacia de lo que íbamos a hacer, eso es lo que buscamos. Somos la Mafia Mexicana y queremos que
todos entiendan que nos echaremos incluso a los nuestros. Estamos diseminando nuestro terror. Es
terrorismo. Genera miedo y eso lo traducimos en dinero».
Buenrostro, de cuarenta y cinco años, conocido como Mon, era un miembro de la vieja escuela de
la Mafia Mexicana. Como la mayoría de sus hermanos, era asesino, un soldado bastante rudo y
descarnado que ya estaba condenado a cadena perpetua por el asesinato de un empresario de
Pasadena, por el cual le pagaron 15 mil dólares. Tiempo después intentó escapar de la prisión. Mon
era un mafioso formal, pero últimamente había causado problemas entre los miembros viejos y los
jóvenes. Y se corría el rumor de que había hablado mal de Joe «Peg Leg» Morgan. Eso era
considerado hacer política y era una ofensa fatal. Era una de esas reglas de la zona gris, pero esta
ofensa iba en contra del jefe de facto y miembro de la línea dura, Joe Morgan.
Benjamín «Topo» Peters era un viejo socio cercano y leal de Morgan, su mano derecha, con
reputación de artero dispuesto a obedecer las órdenes de la mafia sin cuestionarlas.
Topo y Mon habían llegado a la Cárcel Central para Hombres como testigos de un juicio de
homicidio. El acusado era un asociado de la mafia que llevaba su propia defensa, y había utilizado su
poder de citación para transferir a los dos mafiosos a este lugar. Por supuesto, ninguno de los dos
tenía nada que ver con el caso de homicidio. Era parte de un engaño de la mafia para que los llevaran
a la cárcel del condado donde Mon podría morir y Topo podría contribuir a que muriera.
El asesinato estaba planeado para el 14 de julio de 1991. Boxer Enríquez tenía una cita con
William McKinney, el defensor que lo ayudaba en uno de sus dos casos por homicidio. Se
encontraron en una de las cuatro cabinas de vidrio que cubrían la pared en la sala de abogados de la
cárcel. Boxer, de veintisiete años, se sentó frente a McKinney con una mano esposada a la cadena
que lo mantenía fijo al suelo bajo su silla. El abogado recuerda que Enríquez parecía estar «de buen
humor». Hablaron brevemente y le preguntó a McKinney si podría solicitar que dos testigos
declararan sobre su caso. ¿A quiénes necesitaba? No sorprenderá que fueran Mon Buenrostro y Topo
Peters. Era parte del plan. Boxer tenía una llave para las esposas en la boca y una barra de metal de
15 cm de largo y 3 de ancho en el zapato. El abogado salió de la cabina para hablar con otro
prisionero.
Quince minutos más tarde, Mon entró a la habitación, seguido por Peters. Boxer y Mon
inmediatamente se vieron a los ojos: «Lo vi por la ventana y noté que se había dado cuenta que ya
estaba acabado. Lo sabía».
Topo no había empezado a perder el pelo, pero a sus cuarenta y nueve años, era un hombre de
aspecto extraño, grueso, escandaloso, irascible y un poco loco. La placa (o apodo) de Topo se la
habían puesto por un diente grande que lo hacía parecer ese animal. Sin embargo, los años de uso de
heroína habían terminado con sus dientes. Apenas medía 1,60 m de altura y caminaba como un pato
con cierto aire de seguridad y, a diferencia de la mayoría de los incondicionales de la Mafia
Mexicana, no tenía tatuajes. Peters usaba zapatos de talla 6, pero traía unos de talla 12 para ocultar
un cuchillo de 23 cm. Parecía Bozo el Payaso. Era casi cómico, pero nadie se estaba riendo.
En cuanto Boxer lo vio, escupió la llave y abrió sus esposas.
Afuera de las cabinas había tres filas de bancos donde los prisioneros se sentaban frente a los
visitantes ante una pequeña división. Mon Buenrostro estaba sentado en la última fila, a unos diez
metros de Boxer, con la mano derecha esposada a la cadena de sus piernas que a su vez estaba
anclada al piso. Topo Peters estaba en el banco de al lado. No había nadie entre ellos. Topo también
traía una llave para quitarse las esposas. Boxer esperó. Topo se quitó el zapato, sacó el cuchillo,
saltó rápidamente del banco y apuñaló varias veces a Buenrostro. El oficial Harry Amos, sentado en
el escritorio de entrada gritó: «¡Oigan! ¡Oigan!» Eso indicaba que era el turno de Boxer. Saltó y
cruzó la habitación corriendo, con el cuchillo en la mano, deslizándose por el piso resbaloso con un
sólo zapato mientras gritaba: «¡Mata al hijo de puta!».
Una oficial de policía que estaba sentada cerca gritó: «¡Tiene un arma!» Era demasiado tarde.
Topo apuñaló el costado de Buenrostro una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho veces.
Gritaba: «¡Te vas a morir, cabrón, y si te mueres, te mueres!» Con la mano derecha todavía
encadenada al banco, Mon luchaba por su vida. Logró sostener a Peters por la cabeza y le detuvo la
mano que traía el arma.
El oficial Amos llegó por detrás y jaló la camisa de Topo mientras el oficial Clarence Stephenson,
quien corrió desde la cabina de control afuera de la sala, jaló la de Buenrostro. Ambos intentaban
separar a los prisioneros.
En ese momento entró Boxer. «¡Es hora de pagarle al diablo!» dijo con desprecio. Mon le lanzó
una patada de karate a Boxer en la cara y después otra al pecho. Así que Enríquez le clavó el
cuchillo en las nalgas. Eso lo hizo girar y exponer la parte delantera del cuerpo, cosa que Boxer
aprovechó para clavarle el cuchillo en el vientre.
Entonces amenazó al oficial Amos. «¡Tú no te metas!» El oficial retrocedió y pidió ayuda.
Enríquez volteó para darle otras diez puñaladas salvajes al estómago de Buenrostro; la sangre
goteaba del cuchillo.
Sabiendo que no podría detener el ataque solo, el oficial Stephenson volteó a ver a los cuarenta y
tantos abogados, oficiales de libertad bajo caución, investigadores y prisioneros dispersados con
pánico por toda la habitación. «¡Sálganse!» ordenó y los dirigió a la reja de salida en la parte
trasera. Salió por el pasillo hacia la oficina del sargento de vigilancia y le dijo a unos oficiales que
estaba ocurriendo un doble apuñalamiento en la sala.
Boxer estaba enloquecido porque las patadas de karate de Mon lo habían vuelto a alcanzar.
El cuchillo de Topo «se le dobló» y «mientras intentaba enderezarlo se resbaló en el piso
sangriento, soltó el cuchillo y se cayó con Buenrostro encima de él. En el piso, logró inmovilizar a
Mon desde atrás, sosteniéndole los hombros y el cuello mientras gritaba: «¡Muere como un hombre,
imbécil!» Al mismo tiempo el cuchillo de Boxer seguía perforando la piel de Mon.
Los tres mafiosos estaban en el suelo, retorciéndose entre la sangre y el sudor. Enríquez podía
sentir la adrenalina. Buenrostro estaba boca abajo, ligeramente de lado. Boxer seguía apuñalando.
Cada vez que daba un golpe escuchaba el gruñido profundo del cuchillo que atravesaba la carne y el
cartílago. El hedor de la brutalidad se podía sentir en el aire.
Mon gritó: «¡Quítenmelos!».
Para este momento, se habían girado órdenes de sellar toda la cárcel. El oficial Stephenson
regresó con los oficiales Larry Zimmerman y Dan Ordway quienes tenían menos de tres años de
experiencia entre los dos. Ninguno de ellos venía armado. La política del lugar era clara: si los
policías de la cárcel traían armas, era posible que los prisioneros, que eran muchísimos más, los
abrumaran y les quitaran las armas para usarlas en su contra. Así que Ordway y Zimmerman
siguieron ladrando las órdenes de soltar el arma, patearon a Boxer una y otra vez y retrocedían cada
vez que Boxer los amenazaba con su cuchillo.
Enríquez quería terminar el trabajo de Mon. Esto era asunto de la mafia y lo encabronaba que estos
oficiales, a pesar de su valentía, quisieran hacerse los héroes y salvar a Buenrostro. Por un momento
pareció distraído y los volteó a ver: «¡Chinguen a su madre! ¡No se metan! ¡Háganse para atrás y
dejen que terminemos!».
Los oficiales lo pateaban en las piernas y la espalda. Una policía pequeña le pegaba con un
cuaderno de pasta dura suplicándole que se detuviera: «¡Lo estás matando! ¡Lo estás matando!» Pero
no dejó de clavarle el puñal, retorciéndolo como si los policías no estuvieran ahí.
Ya había más de diez oficiales en la sala, dando vueltas. Boxer, cuya adrenalina se agotaba,
empezó a sentir el dolor de los golpes. Una patada le dobló la rodilla con un dolor agudo. Otra
patada lo tiró del banco donde estaba sentado dando las últimas cuchilladas. Estaba cansado y ya se
le había agotado la energía emocional y física. Los tres mafiosos estaban bañados en sangre, con la
ropa de un tono rojo oscuro. El olor le recordaba a Boxer «monedas de un centavo mojadas».
Finalmente, el mango de su cuchillo se dobló, como si también ya hubiera tenido suficiente.
Boxer dijo: «Ya, es todo».
«Bien. Ya está muerto de cualquier forma» respondió Topo.
Boxer lanzó el arma hacia la habitación. Los oficiales se lanzaron sobre él y Topo con furia.
También estaban con la adrenalina hasta el tope. No abusaron de la fuerza, pero le tocó un buen
puñetazo o codo en el ojo. Amenazó al oficial Zimmerman: «¡Te voy a matar! ¡Si me tocas te mato!
¿Qué, no sabes quién soy?».
Boxer todavía traía la cadena en la cintura y las esposas colgando con la llave contrabandeada
asomándose del cerrojo. Un oficial había pateado el arma de Topo al otro lado del cuarto y la llave
de sus esposas estaba sobre el banco donde se había sentado al principio. Había un charco grande de
sangre en el suelo. El ataque no había durado más de dos minutos.
Mon Buenrostro fue transportado en ambulancia al hospital a la unidad de terapia intensiva en
condición crítica. Tenía veintiséis heridas, de 3 cm de ancho por todo el torso y las piernas, pero
sobrevivió. Después, con un verdadero estilo mafioso, se negó a dar declaraciones.
Boxer y Topo finalmente fueron esposados y llevados a la clínica. Topo tenía una herida en la
mano derecha que se había hecho él mismo o Enríquez. Boxer se quejaba del dolor en la rodilla
derecha. En el camino a las instalaciones médicas, Topo le dijo a su escolta de dos oficiales: «No
íbamos a lastimar al personal, los respetamos. Nos hubieran dejado terminar lo que estábamos
haciendo».
Enríquez estaba más enojado. En la clínica vio a Zimmerman y lo amenazó: «¡Te voy a encontrar!
¡Te voy a encontrar!».
Topo trataba de calmarlo: «Ya. Ya pasó. Relájate».
Un par de horas después, encerraron a los dos agresores temporalmente en un bloque de celdas
vacío, el módulo 3700. Peters estaba en una celda al final del pasillo y Enríquez del otro lado.
Mientras hablaban, un oficial oculto fue asignado para escuchar y transcribir en secreto toda la
conversación.
«Oye, Boxer, fue un buen día, buen día, hombre. Estoy muy aliviado. Me había sentido tan tenso».
«Sí, me siento muy bien». respondió Enríquez.
A Topo Peters, también conocido como Benny, le encantaba hablar y habló y habló sobre toda la
sangre, lo que hizo en el apuñalamiento y lo que había dicho durante el ataque. Quería que Mon
muriera, se preguntaba si habría una nota en el periódico y presumía que no había nada que las
autoridades les pudieran hacer que no les hubieran hecho ya.
«Oye, Boxer —concluyó—, si tratan de agarrarnos por homicidio, hay que declararnos culpables
para que podamos irnos a nuestras celdas de Pelican Bay y ver la tele a colores».
Benjamín «Topo» Peters no podía leer ni escribir y era un hombre sin visión que rara vez pensaba
más allá del presente. Era fiel a la Eme, pero según Boxer, Peters era básicamente un hedonista.
«Todo lo que le importaba era meterse heroína y matar gente».
En una entrevista con los oficiales cinco días después, Topo confesó. «Yo lo hice. Ahora lo que
quiero es declararme culpable y que esto termine». Así que eso fue lo que hizo y se instaló en la
prisión por el resto de su vida. La prisión era el hogar de Benjamín «Topo» Peters.
La sala de abogados de la cárcel más grande del país debía ser un sitio seguro, neutral y protegido
para los prisioneros, abogados, investigadores y oficiales de libertad bajo caución. La mafia la
dominó bajo sus manos del terror. Eso era justamente lo que querían: que la gente supiera que la
Mano Negra tenía un firme y poderoso control de todo el sistema penitenciario y de las calles. La
Mafia Mexicana surgía como una institución muy poderosa. Y las generaciones más jóvenes, como
Boxer Enríquez sabía, entendían que el terror equivalía a dinero.
Tenían planes: controlar no sólo California sino todo el maldito país.
El Delegado del Fiscal de Distrito, John Monaghan sabía que tenían un problema: «No existe una
amenaza para estas personas que ya están en prisión y que continúan cometiendo delitos. No hay
absolutamente nada con que los puedas amenazar. Ya hacen lo que quieren… seguros de que no se les
puede hacer nada de regreso».
Después del ataque a Buenrostro, Topo no sólo regresó a prisión, sino que también regresaron
Cuate Grajeda, Joe Morgan y John Stinson. Los administradores de la Cárcel del Condado ya estaban
hartos de ellos.
Boxer se quedó con dos cargos de homicidio y dos cargos de intento de homicidio. Además,
también lo acusaron, junto a otros siete individuos, por su participación en la operación de
contrabando de drogas de la Cárcel Central para Hombres. Grajeda y Stinson ni siquiera fueron
acusados por la conspiración. Ya tenían cadena perpetua y los fiscales no querían darles otro caso
que nuevamente les permitiera encargarse de su defensa, que retrasaran el juicio, se quedaran en L.A.
y causaran más problemas.
Resultó que los detectives del sheriff del condado de Los Ángeles tenían un informante que
trabajaba en el equipo de venta de droga de Stinson/Grajeda/Enríquez.
La mafia averiguó quién era y planeó su apuñalamiento cuando lo transfirieran a la Institución para
Hombres de California en Chino.
A través de otros informantes, los policías ahora sabían que la Cárcel Central para Hombres era
considerada la sede de los negocios de la Mafia Mexicana y de la Hermandad Aria. Era más cómoda
que las prisiones más estrictas con un entorno más casero, un sitio donde los mafiosos podían
reunirse, vender narcóticos y apuñalar al prójimo.
El Delegado Fiscal de Distrito, Frank Johnson, lo define así: «No les importaba realmente si los
descubrían. Podían cometer delitos horrendos con impunidad. Al tratar con estas personas,
verdaderamente te da la impresión que, en prisión o fuera, no les importan mucho estas
consecuencias».
18

La gratitud de la mafia tiene sus límites


«DEVUÉLVEMELA. ¡Devuélvemela! Están esperando».
Boxer ni siquiera podía moverse, paralizado en el estupor narcótico mientras veía el rostro de
Carlos «Carly» Aviña de Twenty-fourth Street, un asesino convicto que esperaba la pena de muerte.
Quería que le devolviera la jeringa.
Enríquez le pasó la jeringa vacía a Carly. Le parecía que estaba hablando en cámara lenta.
«¿Carly?».
«Dime».
«Avisa que hay ‘hombre abajo’».
Y perdió el conocimiento.
Estaba otra vez en el módulo 1700 de alto poder, unos días después del ataque a Mon. Todavía no
habían enviado a Topo Peters a la prisión. Timmy Tucker, un miembro de los Crips conocido como
«Funky Beat» le había traído un poco de heroína de alto grado como regalo de despedida.
«Prepárame una buena —le había dicho Enríquez unos minutos antes— Quiero una de caballo».
Ahora estaba acostado boca arriba en su celda, con los pies hacia los barrotes, al borde de la muerte
por sobredosis.
Funky Beat dio el aviso: «Oigan, René, se dio un pasón».
Jaló a Boxer de los pies y lo sentó contra los barrotes.
«¿Qué hago?» preguntó.
«Échale agua».
Los vecinos de celda empezaron a echarle agua con sus vasitos desechables para revivirlo. Un
prisionero le lanzó una manzana que le pegó en la cabeza. Ya para entonces René no estaba
respirando. Afuera de las celdas había un contenedor de agua caliente que usaban para preparar café.
Funky Beat lo alcanzó y se lo vació a Boxer en las piernas. Le causó quemaduras de tercer grado en
los muslos. Estaba tan pasado que, aunque no lo sintió, sí despertó y empezó otra vez a respirar. El
agua hirviendo le había salvado la vida.
Regresó a un estado de estupor hasta que sintió a los paramédicos echándole agua en las piernas.
Entonces escuchó la voz de un oficial. «Oye, René».
«¿Qué?».
«¿Oyes esto?».
«Sí».
Boxer no alcanzaba a ver al oficial, pero escuchó claramente el sonido de una escopeta que estaba
siendo cargada.
«Entonces ya sabes, ¿no?».
Era una advertencia de que no hiciera ninguna estupidez. Lo llevarían en ambulancia al ala para
reclusos del Hospital General del Condado que quedaba cerca. Le inyectaron algo y su mente se
aclaró lo suficiente como para ver el círculo de oficiales a su alrededor, todos armados con rifles y
escopetas. No iban a arriesgarse por si este era un plan del mafioso para escaparse.
De regreso tres días después, Funky Beat no dejaba de disculparse por haberlo quemado. Le
explicó «¡Ya te nos habías ido, hombre!»
«Me salvaste la vida, Timmy».
«Primero pensé en echártela en la cabeza», dijo Timmy. Obviamente, el agua le hubiera dejado
cicatrices graves en la cara y pecho para siempre. Las marcas de sus piernas ya eran bastante
horribles.
Boxer volteó a ver a Funky Beat y le dijo: «Si me hubieras echado el agua en la cabeza, te
mataba».
La gratitud de la mafia tiene sus límites.
19

La Eme se va a Hollywood
LYLE Y ERIC MENÉNDEZ eran un par de hermanos que asesinaron a sus padres a escopetazos cuando
estaban comiendo fresas con helado frente a la televisión en su mansión de Beverly Hills. Durante
los dos juicios, se defendieron diciendo que su multimillonario padre, presidente de la compañía de
medios llamada Live Entertainment, había abusado de ellos durante años. El caso se convirtió en un
favorito de los noticieros nacionales y se hizo una película para la televisión. Los hijos, que jugaban
bien al tenis y competían en ese deporte, empezaron a vivir una vida de playboys después de asesinar
a sus padres. Esto fue hasta que un psiquiatra le dijo a la policía que los hermanos Menéndez habían
confesado su delito en la terapia. Finalmente, los acusaron de homicidio en primer grado y fueron
sentenciados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Los grandes narcotraficantes, las celebridades y las personas con dinero en la cárcel con
frecuencia son víctimas de las extorsiones de la mafia. Los hermanos Menéndez no fueron la
excepción. Después del ataque a Buenrostro, Topo Peters y Boxer hicieron su plan de manera
discreta. Estaban en una zona de alto poder en la fila G, un tramo de ocho celdas rodeadas de vidrio.
La comida era terrible. Les daban «bolas de yute», una dieta de castigo que consistía en alimentos
molidos con todos los nutrientes básicos comprimidos en un sólo bloque de alimento. La bola de yute
no es agradable a la vista y sabía peor.
Eric Menéndez estaba a una distancia relativamente corta en la fila F. Boxer y Topo le pasaron
veinte dólares con la orden de que les consiguiera unos dulces en la tienda de la cárcel. Por algún
motivo Eric fue descubierto y no pudo entregar la mercancía a sus nuevos conocidos mafiosos.
Boxer y Topo no tenían planes de atacar a los niños Menéndez por algo así de insignificante, pero
aparentemente los hermanos se asustaron por la situación. Eric se quejó con Leslie Abramson, su
abogada defensora, que la Eme lo podía matar. Ella a su vez se acercó a Cuate Grajeda justo antes de
que lo enviaran a prisión y le pidió que interviniera, que mantuviera a la mafia lejos de sus clientes.
Boxer confesó más adelante: «Nunca comprendí por qué actuaron así [los hermanos Menéndez]. En
realidad me caían bien».
Boxer sabía que cuando Lyle entró a la cárcel estaba a un par de celdas en la fila A en el módulo
1700. Durante este tiempo, el playboy de Beverly Hills traía un paliacate en la cabeza como si fuera
un cholo de Los Ángeles. Enríquez se imaginó que el niño, recién arrancado de las canchas de tenis,
probablemente quería ajustarse al nuevo territorio pareciendo un poco más rudo en su entorno
carcelero. Muy bien.
De pronto, una mañana, un sargento y dos oficiales entraron bruscamente al bloque de celdas y se
detuvieron frente a la jaula de Lyle. Boxer no los alcanzaba a ver pero era fácil oír lo que decían.
Sonaba serio.
«¡A ver, danos eso!» exigieron los policías.
«¿Qué?» preguntó Lyle.
«¡Que nos la des ya!».
«No tengo nada».
La voz del sargento era extremadamente autoritaria. «Ahora pásamela». Boxer pensó: ¡Guau! Este
chavo sí que está moviéndose. Está vendiendo droga. ¿La estará metiendo su abogada? O le
habrán descubierto un cuchillo, lo necesitaba para protegerse.
«¿De qué me habla oficial?».
Entonces vino la respuesta. Los oficiales sabían lo que buscaban y no se irían sin conseguirlo.
«¡Que nos des la peluca!».
Lyle entonces les dio el tupé que le cubría la cabeza con un flequillo sobre la frente. Los siguientes
meses anduvo pelón y se sentía muy avergonzado. Aparentemente, su imagen de playboy de Princeton
estaba muy afectada. Finalmente, recibió una orden del juez y se le permitió usar el tupé en la corte.
Boxer le dijo a Lyle: «Rasúrate la cabeza y ya, hombre. No te preocupes por eso». La mayoría de
los jóvenes gángsters en la cárcel tenían abundantes cabelleras pero de todas maneras se rapaban.
Enríquez no entendía. Claro que él tampoco había sido cliente frecuente del Club Campestre de
Beverly Hills.
No todo era diversión y simpatía cuando se trataba de las celebridades, no cuando tuvo que ver
con una película sobre la Eme de René.
«Paramount Pictures, ¿en qué puedo servirle?».
«Quisiera hablar con este tipo Edward Olmos» respondió Boxer.
Poco después del ataque al Indio Carlos en la corte, el apuñalamiento de Mon Buenrostro en la
sala de abogados, el descubrimiento masivo del grupo de traficantes de drogas en la cárcel que
involucró incluso a su propia esposa, el investigador privado asignado por la corte que le llevaba
narcóticos y sierras para metal, y el episodio de sobredosis en el módulo de alta seguridad, Boxer
fue transferido al módulo 2904. Era un área de seguridad excepcional de la cárcel donde había una
fila de sólo seis celdas, un hombre por celda. Actores como Eddie Murphy y Robert Downey Jr., u
otros prisioneros muy conocidos, como el asesino serial Richard Ramírez «Night Stalker» llegaban a
esta zona. Se consideraba que eran incapaces de mezclarse con los demás, por su propia protección o
por la seguridad de los demás. Esta lista ahora incluía a Enríquez. Comía y dormía en una pequeña
celda donde no podía recibir visitas, salvo su abogado. Sólo podía salir para presentarse en la corte.
Y en esos momentos siempre iba escoltado por dos o tres oficiales, esposado, con los brazos
encadenados a la cintura y las piernas con grilletes. Incluso su propio abogado tenía que dar un aviso
con veinticuatro horas de anticipación para verlo y, cuando se reunían, las manos y tobillos de Boxer
estaban fijos a la mesa. «Es como Hannibal Lecter», se quejaba su nuevo defensor, Joseph Gutiérrez.
Mientras Boxer estaba en el módulo 2904, tenía acceso diario al teléfono. Había escuchado que el
actor Edward James Olmos estaba produciendo una película sobre la Mafia Mexicana llamada
American Me y quería preguntarle a Olmos algunas cosas.
La recepcionista transfirió su llamada a la oficina de producción de Olmos.
«American Me».
«Quiero hablar con Edward James Olmos», dijo Boxer.
«¿Me quiere dejar el mensaje?» fue la respuesta.
«¡No! Quiero hablar con él. Quiero hablar con alguien. No soy un fan».
Boxer fue insistente. Finalmente, Danny Haro vino al teléfono. Tenía el papel de Huero en la
película y además era el asistente de Olmos.
«Me llamo René Enríquez. También me conocen como Boxer».
Nunca mencionó ser un mafioso, pero Haro instintivamente supo que tenía a un gángster al
teléfono, alguien que podría lastimarlo. Boxer le dijo que quería ver una copia del guión, que era
«amigo de unos amigos» que habían trabajado en la película. Rocky Luna y Charles «Charlie Brown»
Manríquez, ambos miembros de la Eme, habían hecho las veces de consejeros técnicos en la
producción.
«Oye, René, ¿sabes qué? —explicó Haro— Ya hablamos con Rocky y CB y les pareció que estaba
bien».
Eso no era suficiente para Boxer. Quería ver el guión.
En una entrevista en 1991 para Los Angeles Times, Olmos dijo: «Quiero mostrar que hay un cáncer
en la subcultura de las pandillas. Ellos [la Eme] dicen ‘Nos quitaste nuestra hombría con la película’.
Yo les digo: ‘O quitas el cáncer o te come vivo’».
Enríquez le dijo a Haro: «Estoy de acuerdo con el mensaje [de la película] pero no con el vehículo
[la Eme] que están utilizando para enviar el mensaje». Le preocupaba cómo se estaba haciendo. Los
rumores decían que había unas escenas en las cuales Olmos se tomaba demasiada libertad dramática
y no respetaba la herencia verdadera de la Eme. Enríquez quería verlo con sus propios ojos. Quería
el guión. En vez de esto, Haro le mandó un paquete de producción sobre la película. Esto no fue
suficiente. Boxer regresó al teléfono para volver a solicitar que le enviaran el guión. Haro entonces
le dio una dirección donde le podía escribir a Olmos y así lo hizo. No recibió respuesta. Volvió a
llamar y le dieron otra dirección para localizar al actor de cuarenta y seis años. Finalmente, le llegó
una copia del guión, lo leyó y les escribió de regreso con sus observaciones.
Lo que Enríquez no sabía era que Olmos, ya bastante aterrado de que la mafia estuviera tras él, le
había dado las cartas al FBI. Los federales interpretaron la correspondencia de Boxer como una
amenaza velada.
Boxer le había escrito a Olmos que mucha gente, incluido él, estaba molesta con la película. En su
opinión, el actor sí se había tomado libertades artísticas ofensivas. Le escribió que estaban
especialmente molestos con una escena en la cual el personaje principal (que se basaba en el ícono
de la Eme, Cheyenne Cadena) es sodomizado en el Centro de Detención Juvenil. Los mafiosos decían
que esto era ficción. Por otro lado, ningún hombre que permitiera que lo violaran sería aceptado en
la Mafia Mexicana. La otra objeción principal era que el personaje de Cadena moría al final a manos
de otros carnales tras expresar sus dudas sobre su brutal negocio. En la vida real, Cadena fue
asesinado por los rivales de Nuestra Familia mientras intentaba negociar una tregua que uniera todos
los intereses de La Raza. Ante los ojos de la Eme, había muerto como un mártir.
Esas escenas eran consideradas como faltas de respeto. «Si va a hacer una película —insistía
Enríquez—, debía presentar un retrato realista de lo que había sucedido».
Boxer concluyó su última carta a Olmos diciendo que le deseaba «salud, felicidad y éxito en la
taquilla». El actor sintió que el mensaje era una amenaza de que la mafia vendría tras él.
El 25 de marzo de 1992, doce días después de la premiere de la película, Charlie Brown
Manríquez murió baleado mientras caminaba por la zona de Ramona Gardens en el Este de Los
Ángeles. Fue un ataque de la mafia. El recién iniciado miembro David «Smilon» Gallardo, de Big
Hazard, presumió después que le había disparado a Manríquez en el rostro y que cuando volteó y
corrió le disparó por la espalda. Su cuerpo terminó con seis balas calibre 38 mm y una tarjeta de
presentación de American Me en el bolsillo.
Charlie Brown tenía cincuenta y tres años y era un adicto sin futuro que vivía como vago en una
cochera abandonada cerca de los barrios. «Nadie quería gastar una bala en él», recuerda Boxer. Un
año antes, Manríquez había fallado en dos ocasiones en una misión de apuñalamiento ordenada por la
mafia durante su estancia en la Prisión Estatal de Chino. Evidentemente hizo su contribución al
proyecto de American Me a cambio de un par de tenis nuevos y unos pantalones Levi’s. «Eso fue una
afrenta a la organización —explica Boxer— y no lo podíamos tolerar». CB ya estaba marcado para
morir. Su participación en la película aceleró el proceso.
El 13 de mayo de 1992, Ana Lizárraga estaba con su hijo en la entrada de su casa, justo afuera del
proyecto habitacional de Ramona Gardens, preparando la camioneta familiar para ir al funeral de su
madre. Ana era conocida como la «señora de las pandillas» porque trabajaba en un programa
llamado Community Youth Gang Services con fondos del condado de Los Ángeles. Era un empleo
que le permitía ir por las calles, ponerse en contacto con los pandilleros y tratar de disipar las peleas
entre las pandillas antes de que terminaran en muertes. Lizárraga, quien aceptaba haber pertenecido a
una pandilla en el pasado, dijo en una entrevista para Los Angeles Times en 1984 que sintió una
obligación especial de trabajar con los jóvenes tras perder a su esposo y a dos sobrinos en tiroteos
entre pandillas. Dijo que quería ser un modelo para sus propios hijos para que no se convirtieran en
pandilleros.
Dos hombres enmascarados y vestidos de negro llegaron a su casa y le dispararon con pistolas de
9 mm y cartuchos de 15 rondas. Cuando cayó al suelo, los asaltantes se acercaron y continuaron
disparando. Lizárraga murió con trece balas en el cuerpo. Minutos después, la policía arrestó a José
«Joker» González, de veintinueve años, a unas cuantas cuadras cuando intentaba escapar de la escena
del crimen. Era miembro de la pandilla de Big Hazard y había salido de Folsom apenas dos semanas
antes. Joker fue arrestado, juzgado y condenado a cadena perpetua por el asesinato.
Los registros del FBI muestran que Smilon Gallardo, de la Eme, ya llevaba más de un año de haber
expresado su deseo de matar a Lizárraga porque sentía que era soplona de la policía y que interfería
con su negocio de narcotráfico en Ramona Gardens. Gallardo después fue el padrino de Joker para
que ingresara a la Eme gracias a su ataque a la Señora de las Pandillas.
No fue una coincidencia que el asesinato de Lizárraga sucediera tres meses después del estreno de
American Me. La consejera de cuarenta y nueve años de edad había recibido una remuneración
económica como asesora en la película y tuvo un pequeño papel como actriz. Gallardo veía eso
como una falta de respeto a la Eme.
Boxer contó que lo que le había sucedido a Lizárraga había sido «un ataque desafortunado, sin
motivo alguno. En la organización creemos que la violencia es el último recurso, después de que
todo lo demás ha fallado. Entonces sí ya matas. Smilon Gallardo, como el pendejo que era, tan
asiduo a la violencia, tenía como primera respuesta a todo ‘mátalos, chíngatelos».
Entonces, el 7 de agosto de 1993, el cuerpo lleno de balas de Rocky Luna, un miembro importante
de la Mafia Mexicana, apareció en el asiento del conductor de un automóvil estacionado en Ramona
Gardens. Las puertas del coche estaban abiertas y la ventana trasera destrozada por balazos. Rocky
era conocido desde hacía mucho tiempo como el Padrino de la zona, pero no le sirvió de nada al
final. Hizo algunos comentarios negativos sobre Topo y Black Dan; otros mafiosos dijeron que había
fallado dos veces en su intento por atacar a un presunto informante llamado Arthur «Mad Dog»
Roselli. El asesino de Rocky fue Alex «Pee Wee» Aguirre, un miembro de veintinueve años de la
Eme que era de los Avenues.
Smilon Gallardo, quien proporcionó el arma para el ataque, también se quejaba de que Luna
intentaba minar su posición en el vecindario. Boxer Enríquez recuerda que Gallardo estaba haciendo
política, «quería derrocar a Rocky como el padrino de Ramona Gardens». Por otro lado, Gallardo
sabía que otro asunto tenía molestos a muchos de los carnales: Rocky Luna había participado como
asesor en American Me y permitió que filmaran en su territorio de Ramona Gardens.
No es de sorprenderse que Edward James Olmos se sintiera temeroso y sospechara que la Eme le
había puesto precio a su cabeza. Olmos buscó al desertor Ramón «Mundo» Mendoza, quien le
advirtió: «No subestimes a estas personas. Si están obsesionados con encontrarte, no hay nada que
puedas hacer para detenerlos».
Meses después de la ejecución de Luna, Olmos solicitó un permiso para portar armas de fuego a la
policía de Los Ángeles para su propia protección. «Eddie —dijo un amigo cercano— está viviendo
con esto veinticuatro horas al día»11. La comisión le negó la petición y concluyó que el actor no
podía mostrar pruebas de encontrarse en «peligro serio e inmediato». Iba a todas partes con un
guardaespaldas. El sargento del sheriff del condado de L.A., Richard Valdemar, dijo «Olmos viajó
por todo el país intentando alejarse de la Mafia Mexicana. Y después, cuando fue testigo ante un gran
jurado, se le olvidó todo».
Un año después del estreno de la película, el líder de la mafia, Joe Morgan, encerrado en Pelican
Bay, interpuso una demanda en contra de Olmos, los Estudios Universal y varios otros, solicitando
una indemnización punitiva de medio millón de dólares por daños y perjuicios. En la demanda,
Morgan sostenía que el personaje que lo representaba en la película cometía delitos que él no había
cometido y que esto perjudicaba sus probabilidades de alcanzar la libertad condicional. Shirley J.
MacDonald, abogada de Morgan entonces, dijo: «Incluso si hubiesen ocurrido estas cosas, no tienen
el derecho de apropiarse de su persona o su historia sin permiso». El caso no procedió.
Boxer Enríquez sostenía que Olmos «tenía razón de estar preocupado». El ala de la Eme en prisión
consideró atacarlo aunque finalmente desistieron; sin embargo, tampoco levantaron un dedo para
desalentar cualquier agresión independiente. En aquel entonces, explicó, Chuco Castro, Huero Shy
Shryock y Smilon Gallardo, todos en las calles, estaban conspirando para hacerle algo al actor-
director. «Sí —recuerda Boxer Enríquez— había gente que lo hubiera matado a la menor
provocación. Si la situación se hubiera dado, lo habrían matado».
No quedó claro si Joe Morgan alguna vez vio un centavo. Murió de cáncer hepático en el hospital
de la Prisión Estatal de Corcoran el 9 de noviembre de 1993. Tenía sesenta y cuatro años.
Boxer cree que Olmos sí pagó la extorsión, entre 50 mil y 100 mil dólares, y que probablemente
este dinero se destinó a Chuco, Smilon y Pee Wee Aguirre. Olmos no tiene comentarios al respecto.
«Yo nunca saqué nada de esto —dice Boxer— Nunca participé en el complot de extorsión. Sin
embargo me culparon a mi de extorsionar a Olmos y de compartir el dinero».
Pero Enríquez sólo quería una copia del guión y la oportunidad de expresar su desagrado.

11 Film leaves a Legacy of Fear, Los Angeles Times, 13 de junio de 193


20

Drive-bys, drogas y la mafia de la Generación


Pepsi
EN LA DÉCADA DE 1990, una nueva generación de líderes de la Mafia Mexicana vio las calles del Sur
de California llenarse de miles de pandilleros, más violentos que nunca, y prosperando con los
negocios de las drogas. La mafia vio en estos dos elementos una gran oportunidad.
Los asesinatos relacionados con las pandillas en el condado de Los Ángeles alcanzaron un pico en
1992, año en que se registraron 803 casos. De hecho, los cinco años previos esta cifra promediaba
570 al año. No hay que olvidar que esto sólo se refiere al condado de Los Ángeles.
Abuelas, niñas adolescentes y niños pequeños estaban muriendo en el fuego cruzado. «Se veía mal
para la población mexicana —dijo Boxer— Los pandilleros andaban corriendo indiscriminadamente
por la calle disparando y apuntando a las casas». Resulta irónico que fuese un hombre de apellido
Watson, oficial de alto grado de la unidad de pandillas de la Cárcel del Condado —la Operación
Calles Seguras (OCS)—, quien sugiriera por primera vez que la Eme interviniera para poner un alto al
problema de los drive-bys sin sentido. Boxer Enríquez empezó a pensar en voz alta, preguntándose si
la Mafia Mexicana tenía el poder de detenerlos. La idea tenía tintes de moralidad mafiosa, pero
estaba absolutamente fundada en el interés personal: si se controlan los drive-bys, se controlan las
pandillas.
Boxer seguía siendo el individuo a quien recurrir sobre asuntos de la mafia en la CCH. Desde su
celda en el módulo 2904, hablaba todos los días por teléfono sobre asuntos de la Eme con Black Dan
Barela, Chuco Castro y Pelón Moreno, todos libres en las calles de Los Ángeles. Ya habían discutido
cómo infiltrarse de forma más efectiva en las pandillas callejeras, ¿por qué no detener los drive-bys?
Todas las pandillas de latinos estaban constantemente disparándose entre sí y esto creaba caos.
Juntas, bajo el mando de la mafia, sumarían una gran fuerza con sus filas.
Durante el verano de 1992, el veterano de la Eme, Peter «Sana» Ojeda, reunió a quinientos
miembros de distintas pandillas en el Parque El Salvador, en Santa Ana. Los obligó a redactar un
tratado de paz. Sana, de cuarenta y nueve años de edad, traficante convicto de heroína y conocido
asesino a sueldo que controlaba la venta de narcóticos en Orange County, se puso de pie ante la
multitud de las gradas con vista al diamante de béisbol. Agitando los brazos como predicador
evangélico, les ordenó a los gángsters, muchos de ellos rivales durante años, que suspendieran todos
los drive-bys en contra de miembros de su propia raza, La Raza. Los gángsters negros seguían siendo
candidatos a víctimas. Ojeda presentó un documento escrito a mano donde advertía que quien
rompiera esta regla sería tratado como «abusador de menores, soplón o violador; en otras palabras:
cobarde». Y eso significaba la muerte. Poco después de esa reunión, Sana estaba nuevamente en
prisión purgando una condena de siete años por posesión de una pistola, cosa no autorizada a los
expresidiarios.
Boxer estaba consciente de lo que Sana hacía, pero quería llevarlo más allá. Cuando él y otros
treinta individuos de la misma edad ingresaron a la mafia a finales de la década de 1980, la Pepsi
Cola tenía una campaña llamada la «Generación Pepsi». Por algún motivo, esta generación de
mafiosos se quedó con ese título. De cualquier forma, la mafia de la Generación Pepsi, con Enríquez
frecuentemente a la cabeza, quería crecer. Algunos de los mafiosos mayores se conformaban sólo con
ser miembros de la Eme, con el estatus que esto les daba en la cárcel y el vecindario. «¿Por qué
quedarse satisfecho con el control de las cárceles y prisiones y extorsionando a narcomenudistas en
vecindarios selectos?» se preguntaba Boxer. La Eme era una máquina de asesinato que engendraba
terror. Era el momento de usar ese terror para expandir sus horizontes. «Les dije —cuenta Enríquez
— que debíamos controlar el estado, el Sureste de los Estados Unidos, ¡el mundo! Eso es
delincuencia organizada».
En ese entonces, había unos sesenta mil pandilleros en el condado de Los Ángeles pertenecientes a
unas quinientas pandillas distintas. ¿Por qué no la Mafia Mexicana las controlaba todas de forma que
los mafiosos recibieran parte de las ganancias? Eso era un buen plan.
Esta idea se topó con un poco de resistencia de algunos miembros de la Eme. Rubén «Nite Owl»
Castro y Francisco «Puppet» Martínez, los dos de la pandilla de Eighteenth Street, sentían que no se
podía hacer. Sostenían que la mentalidad de los drive-bys era endémica a la cultura de las pandillas
y que se debía permitir que continuara. Pensaban que promovía una mentalidad de guerrero, de
azteca. No obstante, a final de cuentas, aceptaron la idea de Boxer y prosperaron como resultado.
Boxer, con la ayuda del entusiasta Lil Mo, empezó a enviar wilas (mensajes) a todas las cárceles y
prisiones de California. Todos los miembros que participaran en un drive-by sin autorización
morirían en las calles o cuando, tarde o temprano, llegaran tras las rejas. De cualquier forma, estaban
muertos.
Al mismo tiempo, las juntas de la mafia se realizaban en parques por todo el Sur de California.
Los miembros de las pandillas llegaban por los miles y recibían el siguiente mensaje: no habría más
drive-bys. Durante una reunión en Elysian Park, junto al Dodger Stadium y a corta distancia de la
Academia de Policía de Los Ángeles, se presentaron mil pandilleros. Parecía el Sermón de la
Montaña, pero con multitudes de gángsters tatuados, rapados, con pantalones enormes —algunos de
ellos enemigos morta les—concentrados en un círculo compacto en una zona abierta del parque
rodeado de palmeras. Los cachearon para buscar armas. Los cholos debían mostrar sus tatuajes
levantándose la camisa para evitar posibles infiltrados. La plática no tuvo nada de cristiana y varios
mafiosos establecieron las reglas: no habría drive-bys y quienes violaran esta regla, morirían. En
cierto momento, Chuco Castro sacó a un joven de la bola, le quitó una pistola, lo golpeó en la cabeza
con ella y le dio una buena cachetiza, diciendo que la pandilla a la cual pertenecía seguía haciendo
drive-bys y grafiteando. Eso desalentó cualquier duda. El miedo y la intimidación seguían siendo la
base del repertorio de la Eme.
«Si logramos que dejen de hacer drive-bys —Boxer le dijo a otros carnales—, entonces podemos
hacer que maten gente [para nosotros]». Todo giraba en torno al control.
Unos veinte soldados de la Eme salieron a las calles para correr la voz que se debían detener
todos los drive-bys.12 También les dijeron a los pandilleros que seguirlo haciendo era cobarde. Si
había razones para liquidar a un rival, el pistolero debía acercarse directamente a la víctima y jalar
el gatillo. No se tolerarían más abuelas y niños muertos. Las juntas se realizaron, además de en Los
Ángeles y Orange, en San Bernardino, Riverside, Ventura y San Diego. El área tenía una población
de veinte millones de personas.
El siguiente paso del plan original de Boxer era exigir que todas las pandillas, o barrios,
designaran un representante de su vecindario. La mafia entonces trataría de forma directa con este
contacto, le daría instrucciones para que su pandilla pagara un impuesto, o feria, de cada
narcomenudista del área. La Eme se podría quedarse con cincuenta por ciento de todo lo recolectado
en cada vecindario. Los traficantes que no estuvieran dispuestos a pagar la cuota, equivalente casi a
una tercera parte de lo que ganaban, morirían.
Black Dan y Chuco diseñaron el plan de forma un poco distinta. Exigían a cada pandilla que
pagara una cuota mensual en armas, droga o dinero. La cuota de cada barrio se basaba en su tamaño.
Si un vecindario no juntaba la suma acordada, o se negaba a cooperar con el edicto de no participar
en drive-bys, se le ponía en la lista de «luz verde».
Cuando le daban la luz verde a un vecindario, todos los pandilleros latinos del Sur de California
(todos los sureños), dentro o fuera de la cárcel, tenían permiso de matar o, al menos, atacar a
cualquier pandillero de ahí. Las listas llegaron a incluir más de una docena de diferentes pandillas y
muchos más gángsters mencionados de manera individual. Con el paso del tiempo, se hicieron dos
clasificaciones en la lista: «los retoques» (golpizas) y las «chocolatinas» (apuñalamientos). Se
llamaban chocolatinas por una realidad bastante desagradable. Cuando los prisioneros extraen el
arma punzocortante del recto, parece una barra de chocolate. Las infecciones de un apuñalamiento
con estas armas eran potencialmente letales. En el negrísimo humor presidiario, se decía que las
víctimas «probablemente podían oler el ataque antes de sentirlo».
La luz verde funcionó a la perfección. Con esta estrategia, la Eme logró controlar decenas de miles
de pandilleros y traficantes y, de paso, a todos los que se interpusieran en su camino.
Hubo un poco de resistencia. Los vecindarios de Maravilla en el Este de Los Ángeles, que
llevaban una larga y amarga historia de rivalidad con la Eme, juntaron a quinientos pandilleros para
hacer una reunión propia. Poco después, los cuerpos de tres de sus miembros aparecieron baleados a
quemarropa. Hubo varias otras ejecuciones.
Es difícil medir con precisión cuál fue el impacto de la amenaza de la Eme, pero las cifras de
muertos en incidentes de pandillas en 1993 fueron menores tras años de matanzas con cifras nunca
antes vistas. El Departamento del Sheriff del condado de Los Ángeles tiene cifras que muestran un
decrecimiento del quince por ciento en los homicidios relacionados con las pandillas. Algunas
divisiones del Departamento de Policía de la ciudad tenían cifras que habían descendido hasta
cincuenta por ciento comparadas con las del año anterior.
En una carta que se le confiscó a Sniper, un pandillero de diecinueve años que estaba en la Cárcel
del Condado, se puede percibir la actitud promovida por el edicto de la Eme. Está fechada el 24 de
noviembre de 1993:

Entonces este cuate Johnny se ganó la luz verde de la Eme. El tipo es un pinche pendejo…
¿Están reventando tipos allá afuera o qué? Esta mierda hace que el barrio se vea muy mal. Si
siguen con sus pendejadas luego todo el barrio va a tener la luz verde… Deberías hacer esto:
habla con un par de hermanos y a ver si todos los vatos pueden organi zar una reunión del
barrio. Que hablen de lo de la Eme y el «Tratado de Paz». Esos vatos no se andan con
mamadas. Cabrón, endereza a los cuates. Hoy todo tiene que ver con el dinero, no andar
disparándole a nuestra propia Raza. Si quieren dispararle a alguien, vayan a darle a los negros
de Westside 357 o Ghost Town. No sigan echándose a los suyos. Esa chingadera ya fue.

Al mismo tiempo, los líderes mafiosos también propiciaron las tensiones raciales. Las pandillas
negras controlaban el negocio del crack en las calles. La mafia, en esas juntas grandes de los
parques, constantemente predicaba la lealtad a la propia raza, La Raza, y degradaba a los negros, a
quienes se referían como terrones. Les pusieron luz verde a todas las pandillas negras. La Mafia
Mexicana quería dominar todo el negocio de las drogas.
La violencia racial con frecuencia explotaba en las cárceles. El sistema penitenciario del condado
de L.A. tenía en promedio un incidente a la semana. Los titulares de Los Angeles Times hacia finales
del año ponían: «Prisioneros segregados después de pelea» y «Pelea entre negros y latinos
nuevamente en celdas de la corte». El Daily News publicaba: «11 prisioneros heridos en el segundo
día de disturbios raciales» y «80 heridos en pelea en la Cárcel de Saugus».
Los noticieros, por lo general sin saber la naturaleza verdadera de los pleitos, no definían la
violencia como problemas provocados por la mafia. Leo Duarte, un teniente a cargo de la
supervisión de las actividades de las pandillas en la Prisión Estatal de Chino, sí sabía lo que pasaba.
En aquel entonces dijo: «La gente no lo ve, pero hay una guerra en este momento. Empieza a filtrarse
a las calles».
Por ejemplo, en el lado Oeste de Los Ángeles, en una sección pequeña llamada Oakwood, en
Venice, veinte personas murieron y otras treinta resultaron heridas. Todos fueron víctimas de una
batalla entre una pandilla de negros llamada Shoreline Crips y dos pandillas mexicanas, V-13 y
Culver City Boyz. Históricamente, había más violencia entre las pandillas latinas, pero el edicto de
la Eme los forzaba a unirse contra Shoreline. Un Crip, que pidió no ser identificado, dijo: «Tienes
que entrar a la tienda con la pistola en el bolsillo». Otro también se preocupaba: «En un par de meses
Venice va a ser un pueblo fantasma».
Ambos lados estaban participando. Fue una situación muy desagradable. Chavon Clark, un joven
de diecinueve años sin afiliación a pandillas, recibió cinco disparos en la espalda al medio día
cuando acompañaba a su novia a casa. Su madre, Sherrie Reed, dice que el único problema de su
hijo fue ser del color equivocado: «No saben lo que están haciendo. Sólo empezaron a dispararle a
alguien por nada y mataron a Chavon por nada. Es difícil».
Hubo varios incidentes en las escuelas secundarias en más de doce ciudades. En el resumen de una
investigación especial del área de pandillas del condado fechado el tres de febrero de 1994, se
advertía de las inquietudes entre negros y morenos en las escuelas secundarias de Compton, Santa
Mónica, Venice, Pomona, Inglewood, Culver City e Inland Empire (condados de Riverside y San
Bernardino). El documento citaba a informantes confidenciales que decían: «la Eme apoya o está
directamente ligada con estos disturbios».
Sigue sucediendo hoy en día.

12 Los miembros de la Eme en las calles incluían a Daniel «Black Dan» Barela, Ernest «Chuco» Castro, Jesse «Pelón» Moreno, Víctor
«Victorio» Murillo, David «Smilon» Gallardo, Alex «Pee Wee» Aguirre, Frankie «Frankie B». Buelna, Antonio «Toñito» Rodríguez,
Donald «Lil Man» Ortiz, Juan «China Boy» Arias, Gilberto «Shotgun» Sánchez, Randy «Cowboy» Therrien, Art romo y Jesse «Sleepy»
Aragón.
21

Contender con el mal absoluto


FRANK JOHNSON ERA UN FISCAL alto, delgado y pálido, de mandíbula cuadrada. Pertenecía a la
sección de Delincuencia Organizada de la Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Los
Ángeles. Definitivamente, se estaba exponiendo al litigar en contra de varios acusados de la Mafia
Mexicana, pero su personalidad era valiente y comprometida. Republicano, observante de la ley y
hombre de familia, era el producto exitoso de escuelas católicas con un acentuado sentido del bien y
el mal. Puesto en la balanza, era la antítesis de René «Boxer» Enríquez y Gilbert «Lil Mo» Ruiz,
quienes estaban sentados frente a él en el Departamento 110 del edificio de las Cortes penales.
Johnson no sentía ninguna simpatía por los gángsters que pasaban la vida alterados por las drogas
y llenos de violencia efervescente. Sentía una «repugnancia moral» hacia estos hombres que
asesinaban múltiples veces, iban a prisión y ahí asesinaban otra vez, sin respetar nunca el sistema:
«La cárcel no sirve como elemento disuasivo para estas personas. Lo único que se puede hacer para
evitar que maten otra vez es contar con la pena de muerte y aplicarla. No veo otro posible disuasivo.
Realmente no».
Al mismo tiempo era un hombre decente: en una ocasión, afuera de las salas de la corte, se refirió
a Boxer como un «tipo simpático». Enríquez mostró una actitud amistosa y desenfadada en la corte
mientras los abogados discutían su futuro. Era posible que la condena fuera la pena de muerte. A
decir verdad, en los tres años que pasó en la Cárcel del Condado esperando el juicio, se había
resignado a que terminaría recibiendo la pena capital.
Los abuelos de Cynthia Gavaldón asistieron a todas las audiencias con dos fotografías de su nieta
asesinada. El fiscal Johnson se «sentía mal por ellos».
En cuanto a Boxer y Lil Mo, el delegado del fiscal sabía que estaba «contendiendo con la maldad
absoluta, luchando del lado que trataba de aplastarla, contrarrestarla; me parecía importante». Junto
con sus supervisores de la Oficina del Fiscal de Distrito, también estaba consciente de que un caso
de pena de muerte nunca se resuelve fácilmente. La culpa tiene que demostrarse más allá de cualquier
duda razonable y todos los testigos claves de los juicios de Cynthia Gavaldón y David «Pelón»
Gallegos serían un montón de adictos sin más credibilidad que los propios asesinos.
Así que el 7 de enero de 1993, tras meses de embrollos legales, el delegado del fiscal logró
finalizar las negociaciones del acuerdo que libraría a Boxer de la cámara de gases. En ese momento,
una vida en prisión no sonaba tan mal, así que Boxer accedió al trato.
La juez Florence-Marie Cooper le dijo a Johnson que aceptara el acuerdo.
«¿Cómo se declara ante el cargo de homicidio en segundo grado de Cynthia Gavaldón? ¿Culpable
o inocente?» preguntó el fiscal.
«Culpable».
«¿Al segundo cargo, el homicidio en segundo grado de David Gallegos?».
«Culpable».
Enríquez también se declaró culpable del cargo por asalto a mano armada con un cuchillo. El
acuerdo consolidaba los dos cargos por homicidio, los dos intentos de homicidio de Mon Buenrostro
e Indio Carlos, y la conspiración de narcotráfico de la Cárcel del Condado.
Durante el proceso oficial de sentencia tres meses después, el abogado defensor, Joseph Gutiérrez,
describió a Boxer como uno de sus clientes más corteses y considerados. Decía: «Hay algo bueno en
el Sr. Enríquez. Creo que es salvable». Gutiérrez, si en verdad creía lo que decía, probablemente era
la única persona en la sala de la corte que pensaba así. La juez pronunció una sentencia total de
quince años a cadena perpetua.
Como parte del mismo acuerdo, Lil Mo se declaró culpable del cargo de homicidio voluntario de
Cynthia Gavaldón y del cargo de homicidio de David Gallegos. Ruiz fue sentenciado a veinte años.
Mo apenas tenía veinticinco años de edad y era muy probable que lograra salir libre en algún
momento.
Boxer había logrado evitar la pena de muerte, así como la cadena perpetua sin posibilidad de salir
en libertad condicional. Se declaró culpable «sin mucha dificultad». Le parecía la mejor decisión.
Este mafioso relativamente inteligente regresó a la Cárcel del Condado a la edad de treinta años,
anticipando que lo transfirieran a la prisión federal. Se acostó en su camastro, durmió una siesta y
después despertó sobresaltado: ¡Naco! ¿Qué hiciste? ¡Aceptaste una cadena perpetua! La realidad
de pasar una vida, una vida entera tras las rejas, le pegó como las mortíferas cuchillas de Freddy
Krueger en la película de 1984, A Nightmare on Elm Street. Todo su cuerpo estaba rebelándose en
contra de su decisión.
Pasó dos años con un angustiante sueño recurrente. Al menos unas doce veces despertaba a la
mitad de la noche, desorientado en la celda totalmente oscura, encerrado por las paredes desnudas,
sin entender dónde estaba, y enloquecía. «Estás en la cárcel y aquí te vas a quedar el resto de tu vida,
esperando, y esperando, y esperando». Lo invadía una sensación de profunda desesperanza que le
dolía, llena de arrepentimiento.
René «Boxer» Enríquez llevaba más de un año sin recibir visitas, pero las autoridades permitieron
que viera a su padre antes de transferirlo a la prisión para siempre. Estaba en el módulo 900 de
Wayside Supermax.
El padre y el hijo no podían tocarse. René estaba encadenado. Su cuerpo estaba preso tras una
división de vidrio. Tuvieron que hablar por un teléfono de circuito cerrado, pero las barreras de la
comunicación empezaron a disolverse. Nunca había odiado a su padre, pero se había rebelado contra
él, había rechazado la vida de ebanista que John Enríquez hubiera querido para su hijo. Se sentían
distantes. «Sí, siempre quise a mi papá», insiste René.
John Enríquez ya era mayor y se sentía decepcionado de ver a su hijo atraído hacia hombres que
eran menos que él. Nunca le gustaron las visitas a la cárcel. Eran una odisea: hablar con tu hijo
rodeado de maleantes tatuados, hombres que se veían malvados. Las conversaciones frecuentemente
eran falsas y llenas de pláticas superficiales sobre los distintos parientes y cómo les iba. «Nunca
discutimos por qué estaba ahí. No quería enterarme de que era un monstruo. Lo sigo queriendo
mucho».
Pasaron muchos años sin estar juntos, muchísimas palabras que nunca se dijeron y muchos
arrepentimientos de lo que pudieron haber hecho de manera distinta, muchas lágrimas que nunca se
derramaron y mucha vida que nunca se vivió de forma honesta.
René ahora entendía que, a pesar de las dificultades del pasado, su padre siempre había intentado
hacer lo que, a su parecer, era correcto, y que siempre se había preocupado por su familia. No es
perfecto, nadie lo es, pero es un buen hombre. John Enríquez le dijo a su hijo: «El respeto al derecho
ajeno es la paz». Es una cita de Benito Juárez, considerado uno de los mayores y más queridos
líderes en México.13 René podía sentir el líquido transparente y salado que se acumulaba en sus ojos,
pero un mafioso no llora, y menos frente a otros prisioneros u oficiales. «Creo que me gustaría —
dijo con suavidad— si fuéramos amigos, papá. No está mal que los padres y los hijos sean amigos».
Su padre no era un mafioso lleno de falsa valentía. Una lágrima salió de su ojo y se deslizó por la
anciana mejilla llena de arrepentimientos y perdón.
René quería formar un nuevo vínculo más fuerte con su padre y éste era un buen comienzo.
Al mismo tiempo que Boxer abría la puerta a una relación más significativa con su padre, cerraba
la puerta de otra. Rosie Ruiz, su esposa de corto plazo, fue liberada de la cárcel tras dieciséis meses
en prisión por contrabando de drogas. Apenas tenía veintitrés años. Enríquez se había casado con
ella por conveniencia y ni siquiera la había besado. Necesitaba que alguien fuera su gestora legal y
que le llevara las drogas a la cárcel y ella estaba más que dispuesta a hacerlo. Nunca fueron Romeo y
Julieta. Ni el matrimonio sería nunca el de Ward y June Cleaver del programa Leave it to Beaver.
Boxer se divorció de Rosie pensando que «era lo mejor». Sentía que el divorcio ocurriría de todas
formas tarde o temprano, así que decidió apresurarlo. No había resentimientos de su parte.
Simplemente envió el paquete de papeles de divorcio a su casa.
Sin embargo, sí había algo de amargura del otro lado. Una semana después llegó a visitar a su
hermano a la cárcel y le pidió que «matara a René».
«¿Qué?», preguntó incrédulo Enríquez.
«Sí —dijo Mo— Mi hermana quiere que te mate».
Ambos se rieron de esta idea después de que Boxer razonara con Mo que «nuestra relación no se
verá afectada por ninguna mujer. No importaba qué, siempre seremos carnales primero. La Eme va
más allá de los lazos familiares».
Según el testimonio, Lil Mo Ruiz y Jacko Padilla eran cómplices en el homicidio de 1989 de
Cynthia Gavaldón. Mo fue el que jaló el gatillo y Jacko nunca fue acusado, pero se suponía que le
había dado la pistola y que estaba ahí cuando se planeó y se realizó el asesinato.
Pero la dura realidad seguía siendo que esta muchacha fue nuera del miembro de la Mafia
Mexicana, David «Big Spider» Gavaldón. Cynthia era la esposa de su hermano menor, el pandillero
Roy «Lil Spider» Gavaldón, quien estaba comprensiblemente molesto de que hubieran baleado a
sangre fría a la mujer con quien se había casado. Alguna vez, Lil Spider arremetió con una ofensiva
verbal a Boxer y los demás involucrados en el asesinato. Alegaba que estaban en la lista, marcados
para morir bajo la autorización de su hermano mayor de la Eme.
La amenaza no carecía de seriedad, al grado que Boxer llegó a discutir con su equipo si también
eliminaban a Lil Spider. Al final decidieron no hacerlo.
Big Spider nunca le mencionó a Boxer el asesinato de Cynthia. Es más, el mayor de los Gavaldón
una vez le dijo a un investigador de pandillas de la Prisión Estatal de Chino que sabía que ese
asesinato había sido «estrictamente profesional». De cualquier forma, Enríquez estaba consciente de
que había enemistad hacia él. ¿Por qué no habría de haberla? En realidad había matado a un miembro
de esta familia por nada.
Boxer sabía que su estatus como carnal le daba un poco de ventaja sobre Gavaldón. Por otro lado,
Mo y Jacko sí estaban en una posición más vulnerable, apenas peones del tablero de ajedrez que era
el patio de la prisión, donde los reyes eran puros mafiosos. Sabía que sus hombres necesitaban más
influencia para sobrevivir, algo que los protegiera un poco de las venganzas políticas.
Jacko y Boxer se habían vuelto muy buenos amigos. Hicieron un montón de robos-extorsiones
juntos y disfrutaban de su mutua compañía. Padilla no tenía sed de sangre, pero le encantaba la droga
y ganar dinero. Tenía un agudo sentido de los negocios callejeros y ese era su fuerte.
Mo no era tan inteligente, pero lo compensaba con su violencia. Boxer siempre pensó que era un
buen tipo: «No dudaba en matar cuando se lo pedías».
Así que Boxer apadrinó a Mo para que ingresara a la Eme antes de que se fuera a la cárcel. Y Mo
entró. Al mismo tiempo, se las arregló para que Chuco Castro apadrinara a Padilla y Jacko también
ingresó. Los años que pasarían tras las rejas al menos lo harían con el beneficio adicional de ser
carnales.
Boxer sentía que se había encargado de sus leales camaradas y salió del sistema penitenciario del
condado de L.A. con una gran reputación dentro de la Mafia Mexicana. Era un emprendedor
dedicado, un astuto organizador, un prolífico traficante y, lo más importante para los mafiosos y
quienes les temían, un asesino brutal e implacable.
A días de recibir su sentencia, Enríquez fue transferido a la Institución Correccional de California
en Tehachapi y tuvo ahí una estancia tranquila de seis meses. Después lo pasaron a su nuevo hogar en
la Prisión Estatal de Pelican Bay en Crescent City, «la» instalación de máxima seguridad de todo el
estado de California. Boxer sabía que «tendría que bailar con el diablo» en Pelican Bay. Ahí estaban
varios enemigos. Entre ellos, Indio Carlos y Mon Buenrostro, quienes todavía tenían las múltiples
cicatrices que habían provocado las armas de Enríquez. También estaba Spider Gavaldón, que sabía
que Enríquez había dado la orden de ejecutar a su cuñada inofensiva. Incluso el muerto, Pelón
Gallegos, probablemente tendría algunos amigos mafiosos que quisieran vengarlo. La política de la
mafia siempre es compleja. Sabía en el fondo que «habría problemas. Sabía que se acercaba el final
y que me matarían o me sacarían de la organización. Nadie dura para siempre. Lo que no sabía era
cuándo o cómo se daría mi salida».
La Prisión Estatal de Pelican Bay abrió en 1989. Estaba diseñada para delincuentes como Boxer y
otros miembros rudos de las pandillas de prisión que no tenían respeto por la ley o el sistema que los
encerró: prisioneros que mataban dentro y fuera de las cárceles sin considerar las consecuencias de
sus actos.
Antes de que siquiera abordara el autobús para irse a Pelican Bay, el sargento Aldo Capucci
anunció con acento italiano: «Van en camino a la casa grande. Cualquier chingadera y nos los
chingamos».
Un prisionero de máxima seguridad pasa veintidós horas y media al día en una celda solitaria sin
ventanas llamada Unidad de Habitación Segura (UHS). El propósito de la UHS, según la literatura del
DCC, es «proteger al personal y a los prisioneros del sistema de los ofensores más violentos y
depredadores». Los prisioneros duermen en una placa de concreto fija a la pared, tienen un banco
inmóvil de concreto para sentarse y una pequeña plataforma para escribir, también de concreto. No
hay cosas de metal para fabricar armas. Las puertas son placas de acero con perforaciones, sin
barrotes, lo cual limita las posibilidades de atacar a alguien más. Los baños no tienen partes
removibles que se puedan convertir en armas. El prisionero nunca sale. Puede hacer ejercicio
noventa minutos al día en un «patio de perro» del tamaño de una cochera para dos autos con paredes
de concreto de 5,5 m de altura y un techo de malla pesada. Cada vez que sale de la celda se le
esposan las manos a través de una apertura en la puerta. Está encadenado de la cintura y las piernas,
escoltado en todo momento por dos o más oficiales y vigilado con una cámara de video desde una
cabina de control elevada donde siempre hay un oficial listo con un rifle Mini-14.
No se permite interacción social entre los prisioneros. La mayoría están en celdas para una
persona. Folsom solía ser el último recurso para los reos más peligrosos. Ahora era Pelican Bay.
Boxer insiste que la UHS «no le molestaba» pero los prisioneros la llaman «Skeleton Bay» porque
«llegas ahí a morir en realidad… a delatar, informar, o morir».
Los nuevos prisioneros pasan por una puerta de seguridad y un detector de metales junto a las
bahías de ingreso donde se descargan los autobuses. Dentro de Pelican Bay hay un laberinto de
túneles de concreto que desorientan a los nuevos prisioneros. Hay un camino desgastado en el
cemento por donde han desfilado miles de reclusos camino a sus celdas. Seis oficiales rodean a los
recién llegados y hay un pasillo elevado desde el cual vigila un guardia armado. El sargento deja
claro que, si te mueves, te vuela la cabeza. Bienvenido a la Prisión Estatal de Pelican Bay (PEPB).
Es irónico que la PEPB sea considerada un resguardo seguro porque no hay patio central para los
reclusos de la UHS. En este lugar, el único que podría matarte sería tu compañero de celda, si tienes
la buena o mala suerte de tener uno.
El primer compañero de celda de Boxer fue su socio en el crimen, Lil Mo Ruiz. El proceso de
selección no es científico. El oficial de correcciones simplemente les anunciaba: «Escojan un
compañero de celda o les asignaremos uno». Cada bloque de celdas se dividía en cuatro, cinco o
seis secciones. Las secciones eran como los rayos de una rueda saliendo de un centro con una cabina
de control. En cada sección había dos niveles, cuatro celdas arriba y cuatro abajo. Desnudaron a
Boxer y Mo y los llevaron a una de estas secciones. Pusieron cara de valientes, pero no era fácil
mantener una actitud convincente si no hay nada cubriendo tus partes privadas aparte de tu epidermis.
En las escaleras que llevan al segundo nivel, había pequeños dientecillos de metal en el suelo para
evitar resbalones que lastimaban sus pies desnudos. Era incómodo y así era como los guardias
querían que fuera. Los oficiales de correcciones en la UHS están en gran desventaja numérica, tres
oficiales por cada cincuenta prisioneros. Algunas intimidaciones sutiles no eran mala idea.
Llegaron a la celda y se sentaron en el catre inferior, los traseros desnudos se les pegaban al
colchón de plástico. Se miraron y empezaron a platicar. «Manteníamos la vista en el camino —
recuerda Boxer— y tratábamos de actuar como si estuviéramos vestidos». Horas después, los
oficiales les trajeron un par de calzoncillos que les quedaban chicos. «Calzoncillos con el trasero
apretado, como de ‘ven y cógeme’», se queja Enríquez. Era la manera en que los guardias les
recordaban quién manda en Pelican Bay.
Mo tenía acné, con barros del tamaño de un guisante por toda la cabeza, rostro, hombros y nalgas.
Boxer estaba acostumbrado a verlo, pero no a lo que se vería obligado a presenciar después. Mo se
sentaba en su camastro, reventaba los granos gigantes, frotaba el pus y la sangre entre el pulgar y el
índice y se lo limpiaba en los calzoncillos. Acto seguido, metía la mano sin lavar en las bolsas de
galletas o papas que tenían en la celda. Era repugnante y Enríquez finalmente le dijo: «¡No toques
mis cosas! ¡No quiero comerme tu pus!» Lil Mo se ofendió y se enojó. Además todavía estaba algo
resentido porque Boxer se había divorciado de su hermana. Mo nunca trató de matarlo, pero seis
meses de granos fueron suficientes. Boxer Enríquez tenía un grave caso de «fatiga de compañero de
celda» y le pidió a los guardias que lo cambiaran. Así fue.

13 Benito Juárez fue presidente de México en 1861 e instituyó una serie de reformas liberales en apoyo a los pobres. Durante la
ocupación francesa, se negó a aceptar la monarquía.
22

La conspiración de la Eme para matar al


gobernador de California
EXISTEN PRUEBAS de que, para mediados de la década de 1990, los miembros de la Mafia Mexicana
habían conspirado para matar al gobernador de California.
«A la fecha, la UIE ha recibido varios reportes que indican que la pandilla de la prisión, la Mafia
Mexicana o la EME podría estar involucrada en una conspiración para asesinar al Gobernador [Pete]
Wilson».
Este boletín de la inteligencia de la Unidad de Investigaciones Especiales de la Patrulla de
Caminos de California (que se encarga de la seguridad del gobernador) fue emitido el 7 de
septiembre de 1995 a varias agencias de impartición de justicia.
Durante 1994, mientras Boxer Enríquez apenas estaba en el proceso de acostumbrarse a su nueva
rutina en Pelican Bay con el cambio de compañero de celda, el gobernador republicano Pete Wilson
peleaba para conseguir su reelección promoviendo la Propuesta 187. Era una medida electoral
diseñada para prohibir a los inmigrantes indocumentados que recibieran educación pública y otros
servicios sociales. Muchos californianos, en especial los de ascendencia latina, pensaban que la
campaña del gobernador estaba buscando problemas raciales. La Propuesta 187 enojó seriamente a
varios miembros de la mafia, liderados por el obstinado homicida promotor de todas las cosas
mexicanas y malvadas: Daniel «Cuate» Grajeda. Boxer no necesitaba un boletín de inteligencia
policial que le dijera lo que pasaba: «No sé qué tan realista fue en cuanto a la implementación, pero
sé que había una facción de Cuate en la organización que hablaba de matar a Pete Wilson. Cuando
supe, les dije, ‘No quiero meterme en eso. Es el gobernador. ¡Es ridículo!’»
Boxer también entendía con toda claridad por qué se molestaban los miembros de la Eme. Por
increíble que suene, sentían que habían invertido en Wilson y que los había traicionado. «Nos quedó
mal —dijo Boxer— Le quedó mal a la gente».
Rachael Ortiz, de sesenta y seis años de edad, era una activista latina bien conocida en San Diego
que alega haberse recuperado de la adicción que sufría cuando tenía veintitantos años. Era la
directora ejecutiva de Barrio Station, un centro comunitario localizado en el área de Logan Heights,
donde hay mucha actividad de pandillas. Ortiz tuvo el puesto durante treinta y cinco años antes de
retirarse en marzo de 2006. Durante años, su organización había recaudado millones de dólares en
fondos del gobierno para proporcionar consejería, recreación y servicios de búsqueda de empleo a
miembros de pandillas y ex convictos.
Ortiz, de paso, hizo campaña para conseguir el voto de la comunidad latina para Pete Wilson,
haciendo las veces de consultora cuando surgió de las filas como consejero de la ciudad, alcalde,
senador y gobernador. Tenía fotografías con él. Incluso él le había entregado un reconocimiento por
sus servicios distinguidos.
Al mismo tiempo, según los investigadores del DCC, Ortiz hacía muchas llamadas y escribía cartas
a docenas de miembros de la Eme, incluyendo a Boxer Enríquez, Huero Shy Shryock y Topo Peters.
Tuvo comunicaciones frecuentes con los grandes de la Mafia Mexicana y el asesino Raúl «Huero
Sherm» León, quien estaba cumpliendo su condena de veinticinco años a perpetua en Pelican Bay.
Incluso le compró una televisión. La Unidad de Servicios de Investigación (USI) de la prisión, estaba
revisando la correspondencia de Huero Sherm en 1996, cuando encontró «una red organizada de
pandillas criminales en la cual León correspondía con más de cien prisioneros [incluyendo a Boxer]
en doce instituciones a través de participantes externos que redirigían las cartas». Según el informe
de 225 páginas de la USI, el mismo León había identificado a Rachael Ortiz como alguien que
«ayudaba a la Eme» aunque nunca se le ha acusado de nada. La investigación concluyó que «más de
ciento cincuenta delitos fueron reportados o llevados a cabo a través del Servicio Postal de los
Estados Unidos». Esos delitos incluían intento de homicidio, asalto a otros prisioneros, extorsión,
tráfico de drogas, dirección de disturbios de pandillas o raciales (que resultaron en, al menos, una
muerte), utilización de privilegios legales para realizar actividades ilícitas y organización de
liderazgo de pandillas controladas por la Eme. Boxer dijo: «Huero Sherm busca validarse matando
gente».
En consecuencia, el DCC vetó a Ortiz de todas las prisiones del estado. Le solicitó un perdón al
gobernador, pero los investigadores le dijeron a Wilson que tenía conexiones con miembros de la
Eme y le advirtieron que se mantuviera lejos de ella.
Huero Sherm fue acusado en junio de 2006 como el conspirador principal en un caso federal de
asociación delictuosa en San Diego. Los fiscales lo acusaron de autorizar el asesinato como
herramienta del amplio plan de cobro de cuotas a miembros de las pandillas y traficantes de todo el
Sur de California. Los federales inicialmente querían la pena de muerte, pero alguien en el
Departamento de Justicia denegó la idea. En 2007 se declaró culpable y accedió a una cadena
perpetua sin posibilidad de salir en libertad condicional. Huero Sherm, quien tiene la palabra MAFIA
tatuada en su gran vientre, le dijo al servicio de noticias de Reuters que su influencia llegaba muy
lejos. En tres ocasiones durante una entrevista grabada con oficiales de inteligencia del DCC en junio
de 2006 presumió: «Trueno los dedos y la gente muere». El asesinato que metió a Huero Sherm
originalmente en Pelican Bay con una condena de veinticinco años a perpetua tal vez sea lo que
mejor describa a este hombre. El juez de su caso lo describió como un «asesinato vengativo». El 19
de marzo de 1981, Huero Sherm, entonces miembro de la pandilla de San Diego llamada Gamma
Street, y otro individuo robaron el carro de George García, la víctima de dieciocho años de edad.
León obligó a la víctima, un adolescente atlético y trabajador con dos empleos y planes de ingresar a
la Fuerza Aérea de los E.U., a arrodillarse en la calle. Entonces le dispararon con una escopeta en la
nuca. Como si no fuera esto suficiente, León se llevó el Camaro plateado modelo 1979 para dar una
vuelta a la manzana y regresó a atropellar a García quien yacía agonizante en el pavimento.
En 1992, los encabezados del San Diego Union-Tribune gritaban «Activista Reconoce el Arresto
de su Novio». Era un artículo sobre la captura del novio de Rachael Ortiz por su involucramiento en
la venta de 11 kg de metanfetaminas a unos policías encubiertos a quienes también les prometió
cocaína y heroína en el futuro. El amante de Ortiz, de cuarenta y ocho años de edad se llamaba
Ricardo Martínez, un miembro validado de la Mafia Mexicana conocido como «Gato».
«Y es bien sabido en los círculos de la Eme —dice Boxer—, que Ortiz había sido novia del
miembro de la Mafia mexicana ‘Silent George’ Ruiz de Logan Heights antes de ser seducida por
Gato».
Después del arresto de Gato Martínez, Ortiz ofreció su renuncia como una de las nominadas de la
alcaldesa Maureen O’Connor para la Comisión de Servicio Social de la ciudad.
Boxer insiste que Ortiz le ha enviado dinero a él y a otros miembros de la Eme. Una vez lo visitó
en la Cárcel del Condado. Además, cuando arrestaron a su segunda esposa, Rosie Ruiz, por
contrabandear drogas a la Cárcel, Rachael Ortiz consiguió el dinero para pagar su fianza. Topo le
pidió que lo hiciera y ella aceptó.
«Si no sabe que somos la Mafia Mexicana, está mal de la cabeza —insiste Boxer— Por supuesto
que sabe con quién está tratando».
Probablemente, el gobernador no sabía al principio sobre su afiliación con la Eme, pero los
mafiosos sí lo sabían. Así que cuando Wilson apoyó lo que se percibía como una ley anti-latino con
la Propuesta 187, hubo una seria discusión en la mafia sobre asesinarlo.
El boletín de inteligencia de la Patrulla de Caminos de California decía: «Hemos escuchado que el
dinero para el atentado proviene de ‘gente muy importante’ en México, la Mafia Mexicana, los
cárteles de la droga mexicanos y el partido político mexicano PAN». El documento confidencial
observaba que entre febrero de 1994 y septiembre de 1995 hubo ocho informes que indicaban una
amenaza al gobernador.

1. El Departamento de Policía de San Diego informó que había un soplón descrito como un
«chiflado» que les dijo que el gobernador había «hecho encabronar a muchas personas
poderosas» y que un narcotraficante le ofreció un contrato de un millón de dólares para matarlo.
2. Un hombre hispano anónimo llamó al número 911 de la policía de L.A. diciendo que
representaba al PAN y que «al igual que Colosio había sido asesinado en México, Pete Wilson
sería asesinado».
3. Un individuo anónimo llamó a una estación de televisión en Ventura, posiblemente un hombre
hispano, y dijo «Vamos a asesinar a Pete Wilson. Por la Eme».
4. Se envió una carta al gobernador de parte de un ex paciente psiquiátrico diciendo que lo habían
secuestrado dos hombres de la Mafia Mexicana porque había ayudado a la policía a atrapar a un
narcotraficante relacionado con la Eme. Oyó que estaban hablando de un contrato de un millón
de dólares por matar al gobernador.
5. Un comisionado de relaciones humanas del condado de L.A. informó a la policía que un amigo
de su hijo que pasó cinco días en la Cárcel del Condado había escuchado a los prisioneros
decir que «la Eme va a matar a Wilson».
6. Un prisionero de Vacaville le dijo a un agente de la oficina de ATF (Alcohol, Tabaco y Armas de
Fuego) que escuchó a un miembro de la Hermandad Aria y después a otro de la Familia
Guerrilla Negra hablar sobre el atentado contra el gobernador. El hermano de HA dijo: «¡No vas
a creer esta pinche locura!». El informante también sentía que «la Eme lo había oído».
7. Un pandillero hispano no identificado que actuó como «ciudadano responsable» se acercó a un
oficial de la Policía de los Ángeles y le dijo: «la Eme tiene o tendrá un contrato para cometer un
atentado en contra de la vida del Gobernador Wilson y el dinero vendrá de México».
8. Un chofer de taxi de L.A. llamó al FBI y les informó que había transportado a unos clientes que
«hablaban sobre una conspiración para matar a Pete Wilson… El asesino estaba conectado con
la Mafia Mexicana».

«A la fecha —dice el documento—, no se ha encontrado información confirmada que se relacione


con esta conspiración para asesinarlo. Sin embargo, hay suficientes datos para justificar una
investigación más a fondo».
Pete Wilson ahora está retirado de la política y trabaja en una empresa de consultoría de Los
Ángeles. El ex gobernador dice que «no estaba consciente de que ese era el caso con la Eme». Nunca
escuchó sobre esta conspiración para matarlo pero «nunca sintió que no estuviera bien protegido».
El plan nunca despegó. Sin embargo, según Boxer Enríquez, si el gobernador hubiera pasado por
la zona equivocada en ese entonces, no hubiera habido ninguna reelección. Estaría muerto.
Un comentario que hizo Boxer Enríquez al final de este tema es aterrador: «El secreto real era que
el Gobernador Wilson sí era muy cercano a la Mafia Mexicana. Rachael Ortiz nos hace caso [a la
Eme] y los que trabajan con ella le hacen caso a ella. Nunca podremos llegar junto [en el sentido
político] a un gobernador o alcalde, pero la gente que conocemos sí».
23

Operación Pelican Drop


SE LE LLAMÓ «OPERACIÓN PELICAN DROP ». Si alguien preguntara, no encontraría ningún agente de
impartición de justicia que lo describiera exactamente así, pero sería válido decir que los
prisioneros, en especial los miembros de la Mafia Mexicana, habían jodido tanto al sistema que esta
vez el sistema se los jodería de regreso. Una persona que trabajaba en el proyecto lo llamó «una
misión de seguridad extraordinaria».
Boxer Enríquez tiene malos recuerdos de todo el episodio grabados de manera permanente en su
mente: «Fue el viaje más horrendo que he realizado. Todos nos sentíamos aprehensivos y
desorientados. Nos lastimaron de verdad».
Todo empezó con Vincent Bruce, un pandillero de Venice Shoreline Crips de treinta y tres años
mejor conocido como «Honey Bear». Estaba preso por un triple homicidio cometido en 1987. Honey
Bear y dos cómplices robaron y estrangularon a dos famosos traficantes de drogas en un
departamento en Inglewood y ese mismo día apuñalaron a la novia de uno de ellos a muerte en una
casa del área de Palms del Oeste de Los Ángeles. Entonces Vincent y su novia, refiriéndose a sí
mismos como Bonnie y Clyde de los tiempos modernos, realizaron una serie de delitos en un
recorrido por cinco diferentes estados, con una docena de asaltos por el camino. Los atraparon y
encarcelaron en Chicago y Honey Bear logró convencer a sus captores que lo llevaran al hospital,
sacó un arma que parecía una calibre 25 mm que había tallado de una barra de jabón ennegrecida y
escapó usando el uniforme del guardia. Diez días después lo volvieron a capturar mientras dormía en
un coche robado en un área de descanso de la autopista interestatal 70 en el centro de Ohio y fue
extraditado a California.
En 1992, lo condenaron por el triple homicidio, pero durante la fase de la condena en el juicio, el
jurado se quedó en 11-1 a favor de la cadena perpetua sin posibilidad a salir en libertad condicional
en lugar de la pena de muerte. El juez declaró nulo el juicio. Y a pesar del voto mayoritario por la
cadena perpetua, el Fiscal de Distrito decidió intentar nuevamente con la fase de la condena del
juicio de asesinato contra Vincent Bruce.
Mientras estuvo encerrado en la Cárcel del Condado de L.A. por siete años durante sus batallas
legales, Honey Bear se ganó un estatus de K-10 (mantenerse lejos de todos los demás reclusos). Los
oficiales lo identificaban como el líder de los gángsters crips en estas instalaciones con 20 mil
prisioneros.
Los carceleros decían que Honey Bear tenía una operación de apuestas del billar, tráfico de
drogas, armas, y que había intentado matar al menos a otros dos prisioneros. Un abogado cercano al
caso dijo que Bruce representaba tal riesgo para el personal de la cárcel y otros prisioneros que la
oficina del Fiscal de Distrito pensaba que el mejor lugar para él era la cámara de gases.
Honey Bear, con un traje gris bien planchado, corbata y actuando muy bien, fungió como su propio
abogado (pro per) durante la fase de condena del nuevo juicio. Pero no fue su elocuencia y manejo
aparentemente profesional lo que sorprendió a las autoridades sino su lista de testigos. Veintidós
prisioneros recibieron órdenes de asistir a la corte como testigos a favor de Honey Bear. Era una
colección de asesinos, escapistas, traficantes y miembros implacables de las pandillas carcelarias.
James Owens, un consejero del condado sin pretensiones pero listo para la pelea que había pasado
casi una década trabajando con prisioneros pro per, vio una señal de alerta: «Cuando se convoca a
tanta gente a un juicio, empiezas a sospechar». Sabía que algunos miembros de las pandillas de
prisión como John Stinson y René Enríquez llevaban años abusando del estatus pro per para citar a
otros prisioneros con el propósito de que mataran o murieran, o para participar en otros asuntos
relacionados con las pandillas. «Para ellos esta vida es como un gran juego y lo practican todos los
días —enfatiza Owens— Calculan cuánto pueden presionar y qué tanto pueden doblar las reglas».
Por otro lado, Honey Bear dijo que toda insinuación de que estuviera abusando el sistema pro per
era «absolutamente falsa y pura propaganda». Simplemente quería que el jurado entendiera que, en el
violento entorno de la prisión, «existe un conjunto diferente de reglas que tienen que obedecerse».
Los ladrones de esta lista podrían demostrarlo.
En la lista estaban nueve prisioneros de la Prisión Estatal de Pelican Bay, de máxima seguridad.
Junto con Boxer, se había citado a Cuate Grajeda, Indio Carlos y John Stinson además de:

1. Eulalio «Lalo» Martínez, un miembro validado de la Mafia Mexicana condenado a cuarenta y


tres años por robo y asalto y bien conocido por poseer armas dentro de la prisión.
2. Gilbert «Lil Mo» Ruiz, un miembro validado de la Mafia Mexicana condenado a veinte años
por homicidio.
3. Jimmy «Smokey» Sánchez, un miembro validado de la Mafia Mexicana con una condena de 37
años a perpetua por asesinato.
4. Maurice «Lil Man» o «Vamp» Jones, un miembro de la Eight-Tray Gangster Crips y asociado de
la FGN condenado a cadena perpetua más veinticinco años por múltiples homicidios y un
conocido «niño problema» mientras estuvo en la Cárcel Central para Hombres.
5. Floyd «Askari» Nelson, un socio validado de los Rolling 60’s Crips y de la FGN con dieciséis
meses de condena por ser un delincuente en posesión de arma de fuego y conocido por incitar y
ser líder de disturbios mientras estaba en la cárcel.

Estos nueve convictos, observó el consejero del condado, también eran responsables de un total de
siete agresiones a oficiales y veinticinco ataques a otros prisioneros, de los cuales dos fueron
asesinatos, durante sus estancias previas en la Cárcel Central para Hombres.
El consejero del condado interpuso una moción ante la corte pidiendo que se tomaran las
«medidas apropiadas de seguridad» y decía:

1. Cada individuo ha demostrado ser una amenaza a la seguridad de la sala de la corte.


2. Los prisioneros albergados en la Unidad de Habitación Segura en la Prisión Estatal de Pelican
Bay tienen un alto riesgo de escapar, así como riesgo de ser violentos con el personal o con
otros prisioneros, y son mucho más peligrosos que los testigos de las prisiones estatales que
están en otras instalaciones. Acelerar el testimonio de estos prisioneros y exigir su regreso
inmediato a la Prisión Estatal mejoraría de manera importante las medidas de seguridad tanto en
la sala de la corte como en la cárcel.

El sheriff asistente del Condado de Los Ángeles, Rodney Elliott, fue el oficial de inteligencia de la
cárcel que redactó la declaración jurada donde le describía al juez a los nueve testigos de Pelican
Bay: «Obviamente son lo peor de lo peor que tenemos en la sociedad y lo peor que tenemos bajo
custodia».
El juez de la Suprema Corte de Los Ángeles, John Ouderkirk, aceptó la petición con lo cual sentó
las bases para la Operación Pelican Drop.
«Vincent Bruce se había ganado el respeto de todos —dice Boxer— Nos permitía apuñalar a
algunos buscapleitos negros sin buscar venganza porque nos respetaba [a la Eme]». Así que Boxer no
tuvo problema con viajar a Los Ángeles para ser testigo de su caso y tratar de mantenerlo fuera de la
cámara de gases. No era tan inusual que los delincuentes testificaran a favor de otros delincuentes,
incluso mentían en el estrado si era necesario. Sin embargo, Boxer juró que nunca mentiría bajo
juramento. Además, tenía más razones para realizar este viaje. Sentía que podía aprovecharlo para
reunirse con algunos mafiosos y discutir asuntos de la Mano Negra.
A las seis de la mañana del 28 de agosto de 1995, estaba en la recepción de la Prisión Estatal de
Wasco cerca de Bakersfield. Les habían dado un almuerzo y un poco de café. El día anterior,
realizaron un largo recorrido en el Ganso Gris que los llevó de Pelican Bay a Folsom y de ahí a
Wasco. Estaba hablando con el investigador institucional de pandillas (IIP ) de la prisión, Jerry
Negrette, sobre cómo los distribuirían en las celdas. Sabía que Cuate Grajeda se había ofrecido
como voluntario para ser su compañero de celda y estaba consciente del por qué: él y Cuate eran
«enemigos sonrientes».
«Está bien, seré tu compañero —le dijo a Cuate— Ven, si quieres hablar, vamos a hablar».
Boxer se sabía el ritual. Si le decía que no a Cuate, sería calificado como cobarde. También sabía
lo que haría si terminara con Grajeda en la misma celda. Lo había hecho antes con otros compañeros.
Cuando ya se hubiera establecido, sacaría el arma de «la caja de seguridad», la lavaría en el lavabo
y la dejaría al alcance de Cuate. Entonces le daría la espalda como si no pasara nada, sabiendo que
Grajeda la podría tomar y apuñalarlo. «Siempre me asusta hacer esto. No me gusta —explica Boxer
— Pero lo hago, para ponerme a prueba y para ver qué haría mi adversario en potencia. Es una
sensación aterradora. La llamo poner a prueba el temple». Estaba seguro que Cuate quería probar su
temple y no lo decepcionaría.
De pronto, el oficial Negrette dijo: «No». No era necesario encerrarlo con nadie en Wasco. «No
vas a estar aquí tanto tiempo. Hay una unidad de transporte especial en camino».
Mientras tanto, los investigadores le pidieron a los mafiosos que se quitaran las camisas para
tomar fotos de sus tatuajes. Siempre tenían la misma rutina en todas las prisiones. «Los oficiales de
asuntos de pandillas quieren juntarse contigo».
«Está bien», dijo Boxer.
Sin embargo, algo no parecía estar bien. Se acercaba el medio día. Los vio entrar bruscamente a la
habitación. Traían placas, chalecos protectores y equipo contra disturbios, en filas de seis hombres
en trajes verdes, policías grandes y fornidos con cortes militares y anteojos oscuros. «Se notaba por
su aspecto —dice Boxer— que eran del tipo de matones macho alfa, los pistoleros. Nos vieron y
supe que estábamos en problemas».
Había dos equipos, de tres hombres cada uno, de la Oficina de Seguridad Especial del
Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles. Otros eran de la Oficina de Transporte del
Departamento del Sheriff listos para preparar la documentación necesaria y poner las pulseras rojas
K-10 de alto riesgo en los nueve prisioneros que esperaban el transporte.
Los policías rodearon a los delincuentes en sus celdas los separaron de uno por uno, los
desnudaron e hicieron una búsqueda visual en orificios corporales, los volvieron a vestir con la ropa
de la prisión y cadenas. Primero les pusieron una cadena a la cintura, luego una estilo bandolero que
les cruzaba el pecho y finalmente esposas y cadenas en las piernas. Y, por si no fuera suficiente,
tenían los antebrazos fijos a las cadenas de la cintura con tiras de plástico.
Boxer protestó un poco, les dijo que estaba «un poco incómodo». En realidad, le dolía.
Le aseguraron de manera evasiva: «No te preocupes, es un recorrido corto».
Al mismo tiempo, Boxer estaba intentando adivinar exactamente qué era lo que estaba sucediendo.
¿Dónde nos llevarán? se preguntaba. Tal vez nos van a encadenar uno frente al otro en el autobús.
Entonces un oficial del DCC les explicó: «Hay un helicóptero esperándolos».
En ese momento los prisioneros se emocionaron. ¡Qué bien! Un paseo en helicóptero, esa era
nueva. Podría ser divertido. No lo fue.
Uno por uno los pasaron a una camioneta blanca que estaba justo frente a la puerta. Afuera en el
campo abierto había dos helicópteros Sikorski verde con blanco con el nombre y logotipo del
Departamento del Sheriff, encendidos y listos para despegar. En el aire ya había otros dos pequeños
helicópteros que se utilizarían de apoyo para mayor seguridad.
Los oficiales del DCC llevaron a cada convicto, uno por uno, a los helicópteros en espera. Dos
oficiales de Seguridad Especial se pararon afuera de las puertas de los helicópteros armados con
rifles de asalto. Había francotiradores del DCC en los arbustos y en los techos en posiciones
estratégicas listos para disparar. Otros traían pistolas de electrochoques y una mirada que les
garantizaba a los prisioneros que las armas no eran sólo de adorno.
El cuerpo de Boxer seguía adolorido por las ataduras. Desde la camioneta sólo podía ver a cada
prisionero desaparecer por la puerta del helicóptero. Entonces sintió un jalón en el brazo: era su
turno. En la puerta del helicóptero, un oficial lo volteó y lo acomodó en una fila de asientos. Ya
sentados, los oficiales les pusieron parches sobre los ojos y usaron cinta adhesiva para sostenerlos.
Sobre eso les colocaron una venda de forma que no podían ver nada ni atacar a nadie. Se usaron
otras cintas de plástico alrededor de sus rodillas y tobillos. Una cinta adicional que iba de la cadena
del pecho al suelo forzaba a cada preso a conservar una posición ligeramente inclinada hacia el
frente.
Cuatro prisioneros iban en un helicóptero y cinco en el otro. Los sentaron frente a frente y no
podían comunicarse porque el ruido de los motores ahogaba cualquier intento de hablar.
Boxer todavía alcanzaba a ver un poco por el rabillo del ojo y vio un oficial en la cabina con una
subametralladora. «Estos tipos —estaba convencido— quieren dejar muy claro quién manda». En
realidad, había tres oficiales de la Oficina de Seguridad Especial en cada vuelo.
¿Por qué no nos llevan en auto a L.A.? se preguntaba Boxer. Tal vez sólo están volando a unos
cuantos metros del suelo para desorientar a los convictos. En verdad estaba confundido. Entonces
el helicóptero se inclinó un poco y alcanzó a ver las montañas y pequeños lagos en la distancia. Iban
camino a Los Ángeles.
Decir que el vuelo de una hora de duración fue incómodo es como decir que una visita al dentista
para una endodoncia no estuvo mal. Después de llegar al helipuerto de la Instalación de Detención
Century Regional, los oficiales cortaron las ataduras de plástico y bajaron a todos de uno por uno.
Boxer apenas podía caminar al descender del helicóptero. Algunos de los otros prisioneros tuvieron
que recibir ayuda para poder salir de la nave.
Todavía iban vendados de los ojos y encadenados. Llevaban un escolta armado que los metió a la
cárcel. Había oficiales del equipo de seguridad, con grandes pistolas y chalecos antibalas sobre los
techos y por todas partes. «Cada vez que te movías, veías francotiradores», comenta Boxer, y no le
quedaba ninguna duda que «nos dispararían».
Dentro, los nueve prisioneros fueron transportados por un largo corredor en sillas de ruedas para
hacer el proceso más rápido, las cadenas en los tobillos frenaban el paso de todos cuando iban a pie.
Cada prisionero fue puesto en una celda individual en el módulo 1600, separados de todos los demás
prisioneros durante su estancia de trece días. Parecía que habían pasado horas cuando por fin les
quitaron las esposas. Tenían los brazos, manos y tobillos hinchados por la falta de circulación.
Finalmente, fotografiaron y tomaron las huellas digitales de todos de nuevo. Además, tenían trípodes
con cámaras que grababan todos sus movimientos. Una pared transparente de plexiglás estaba al
fondo de la unidad en lugar de la tradicional cerca de metal. Entonces, pusieron una pantalla de nylon
en la entrada para que los prisioneros no pudieran ver hacia afuera.
Tenían una bicicleta estacionaria donde podían turnarse para hacer ejercicio. Los oficiales no
entraban al área sin su chaleco protector y uno de ellos siempre llevaba una pistola de bloque de 40
mm que disparaba balas de madera o plástico, apenas un poco menos peligrosas que las mortales.
Cuando llegó el momento de ir a la corte, o cuando alguno necesitaba salir de la celda, los
prisioneros-testigos debían usar un «cinturón de reacción», un dispositivo de seguridad que le daba a
un prisionero diez segundos para cumplir la orden que había recibido antes de darle una descarga
eléctrica por todo el cuerpo como si le hubiera caído un rayo. El día que iba a testificar, el
prisionero era transportado solo en un autobús del sheriff. Al menos tres carros escolta de seguridad
estaban constantemente en la mira por si había cualquier problema. Dentro del Edificio de las Cortes
Penales, tres oficiales escoltaban a cada prisionero a la entrada y la salida de la corte. Llegó a haber
hasta once oficiales en la corte durante la fase de condena de este nuevo juicio. El juez prohibió las
cámaras y los prisioneros estaban encadenados dentro del asiento del testigo cuando presentaban su
testimonio.
A pesar de estos impresionantes procedimientos de seguridad, los policías encontraron una barra
de metal afilada de 25 cm de largo en la celda de Cuate Grajeda. Estaba hecha con una pieza del
baño y la encontraron bajo su colchón. Además, los investigadores encontraron un mapa que tenía las
indicaciones para llegar a la casa del actor-director Edward James Olmos, confirmando así sus
sospechas de que la estrella de Hollywood estaba en la lista de la Eme por las indiscreciones
cometidas en la película American Me.
Boxer Enríquez llegó al estrado y rechazó el testimonio del oficial de la cárcel cuando declaró que
Honey Bear «no confesó de forma espontánea» a otro prisionero sobre un apuñalamiento en la cárcel.
Trece días después de que todo empezara, como estaba planeado, los oficiales aceleraron el viaje de
regreso a Pelican Bay. Esta vez transportaron a los prisioneros testigos en un autobús especial.
Parecía un camión de ganado con tres niveles para sentarse, guardias armados al frente, cámaras de
vigilancia alrededor del vehículo y papel oscuro en las ventanas para que nadie pudiera ver hacia
afuera. Los prisioneros se detuvieron una noche en la Prisión Estatal de Corcoran cerca de
Bakersfield. Tenían las mismas ataduras sólo que esta vez los nueve prisioneros tenían el cuerpo
firmemente atado a la silla porque estaban encadenados a la parte trasera de sus cinturones de
seguridad con los pies atados al poste debajo del asiento. «Así que estábamos atados hacia atrás; era
peor —se quejó Boxer—. Para cuando me bajé de ese autobús, necesité ayuda. Fue muy molesto. Le
rezaba a Dios que el recorrido terminara pronto. Un pasajero tenía lágrimas en los ojos».
Entonces lo anunciaron: «Veinte minutos más».
«Y luego alguien preguntaba: ‘¿Cuánto falta?’ Y la respuesta venía, ‘Quince minutos más’. Parecía
interminable. Cada minuto me estaba matando. Me dolía muchísimo. John Stinson tuvo que salir
cargado de ese autobús. Cuando nos cortaron el plástico, teníamos verdugones en la piel. Las marcas
eran tan profundas que casi nos cortaron la carne. Juré y perjuré que nunca jamás haría otra
transferencia a la corte».
Así que tal vez la apuesta del DCC y el sistema judicial del Condado de Los Ángeles tuvo el
resultado deseado. Una fuente de impartición de justicia de la Operación Pelican Drop dijo: «Misión
cumplida». Casi diez de los prisioneros más peligrosos y mortales, albergados y transportados con
una gran cobertura de seguridad, fueron y vinieron sin asaltos a civiles inocentes, oficiales u otros
prisioneros. Y tal vez los miembros de las pandillas rudas de las prisiones en el futuro piensen dos
veces antes de volver a abusar el sistema pro per citando grandes cantidades de prisioneros de todo
el estado mientras planean alguna maldad secreta. Tal vez.
Personal del equipo sheriff dijo que costó 12 mil dólares transportar a los prisioneros de ida y
vuelta a Pelican Bay y otros 16 mil dólares por el helicóptero y unos 15 mil de seguridad sólo para
los tres días que el contingente de Pelican Bay pasó en la corte. Los costos totales, sumando los
demás gastos de los trece días, se calcularon en más de 100 mil dólares.
«Resultó convincente», según Boxer Enríquez a más de una década de sucedido.
La mañana del 7 de noviembre de 1995, Vincent «Honey Bear» Bruce estaba en esa misma corte
con un fólder de documentos legales en las piernas cuando un oficial le quitó las esposas. Semanas
antes, había logrado convencer a un jurado que votara 12-0 por una cadena perpetua en lugar de la
pena de muerte. Nunca se aclarará si el testimonio de los testigos de Pelican Bay en realidad ayudó a
su caso. A fin de cuentas, la corte rara vez rechaza una recomendación del jurado para la pena de
muerte, pero tiene la obligación de aceptar la recomendación del jurado de cadena perpetua.
El juez John Ouderkirk no perdió tiempo: «Esta corte recomienda que el Sr. Bruce nunca salga de
la cárcel». Esta declaración se hizo poco tiempo después de que el juez sentenciara a Honey Bear a
tres cadenas perpetuas consecutivas sin la posibilidad de salir en libertad condicional. El juez
prosiguió: «El Sr. Bruce es un hombre de gran confianza en sí mismo que es capaz de regular su
estado de ánimo, actitud y emociones para alcanzar sus metas. Utilizó las lágrimas de manera
eficiente para generar la reacción deseada en el jurado y en más de una ocasión la corte lo pudo
observar mientras se preparaba para representar un estado emocional aparente». Ouderkirk no había
terminado: «El Sr. Bruce es una persona inteligente y completamente malvada que tiene la capacidad
de esconderse detrás de muchas máscaras para alcanzar sus egoístas metas. Nunca más deberá andar
suelto en el mundo de las personas respetables».
En esta ocasión, no emanó ni una gota de humedad de los lagrimales de Honey Bear. No mostró
ninguna emoción al ponerse en pie, tomar su fólder y salir por la puerta como si tuviera otro caso
pendiente en la sala de junto. El sonido de las cadenas en sus tobillos recordaba la verdad. Este
gángster crip de treinta y tres años de edad se iba a la cárcel para siempre.
René «Boxer» Enríquez, de la misma edad y sentado en su celda en PBSP después de la Operación
Pelican Drop, estaba convencido de que «nunca más iría a la corte. Fue muy desconcertante e
incómodo».
24

La toma de decisiones desde la prisión


BOXER ESTUVO EN LA PEPB durante nueve largos años pero siempre intentó mantener una imagen de
mafioso rudo y pertinaz. Simplemente no había lugar para la debilidad o la timidez en este lugar y no
se podían mantener las operaciones lucrativas de la Eme en las calles sin una comunicación
constante. Sólo a través de las visitas y el correo podía seguir al tanto y tomar decisiones sobre lo
que pasaba en las calles del Sur de California, a 1300 km de distancia. Así es como le hacía.
Una de las claves para una comunicación exitosa es un calendario regular de visitas a la prisión.
Boxer tenía un «leal confidente» que lo visitó trescientas veces en Pelican Bay entre diciembre de
1993 y abril de 2002. Eso es un promedio de una visita cada once días. Todas las visitas a los
prisioneros de la UHS son sesiones sin contacto físico. El prisionero se sienta en una pequeña celda
segura y habla con el visitante, del otro lado de una división de plexiglás, por teléfono. Durante estas
visitas, Boxer discutía toda clase de asuntos de la mafia y aprovechaba el momento para enviar
mensajes de vuelta a los gángsters de la calle.
Con frecuencia hablaban en clave para evitar que el personal que monitoreaba la conversación los
descubriera. Los mafiosos lo llaman «plática de carnaval». Por ejemplo, explica Boxer: «Si necesito
que alguien de mi equipo le pague una cierta cantidad a alguien, pregunto: ‘¿Cómo va todo en casa?’
El visitante responde: ‘Bien, Jorge vino el mes pasado y me ayudó en el jardín. Plantó cuatro rosales
y dice que vendrá todos los meses para ayudarme a cuidar las plantas’. Para quien monitorea la
conversación, la plática tiene que ver con la jardinería. Para mí, significa que Jorge pasó y pagó
cuatrocientos dólares el mes pasado y hará lo mismo todos los meses». Había toda clase de frases en
clave. «Las chicas» eran los miembros del equipo. «Salir a cenar» era una junta, un «favor personal»
era un ataque o agresión. «Necesita ayuda» significaba proporcionar drogas o dinero. Además, cada
miembro del equipo tenía un nombre en clave para proteger su identidad.
Utilizaban también varias formas de lenguaje de señas improvisado. «Todos los miembros de la
Eme estudiamos el Lenguaje de Señas —explica Boxer— La mayoría entiende algo de este lenguaje.
Hay señales para dinero, drogas, muerto, ataque y así». El lenguaje de señas se utiliza para evitar
que los oficiales que monitorean las visitas graben las conversaciones.
Las notas son otra forma frecuentemente utilizada para pasar información secreta al visitante. El
mensaje se oculta en alguna cavidad corporal para evitar que lo encuentren, se saca durante la visita
y se sostiene en la ventana para que el visitante lo lea.
«Es imposible detenerlo —dice Enríquez— De esa sala de visitas cada fin de semana salen
instrucciones para los equipos, se planean ataques, se discute el lavado de dinero y los fraudes.
Todos los delitos que se puedan concebir se están organizando desde esa sala de visitas de manera
regular».
El servicio postal de los E. U. es esencial para la comunicaciones de quienes están encerrados en
Pelican Bay. «Podemos intercambiar correspondencia con quien sea —insiste Boxer— y así
manejamos nuestros negocios de la mafia. Uno de los métodos se conoce en broma como el ‘Proyecto
X’. Sabemos que con frecuencia un especialista en pandillas de la institución inspecciona cada
detalle del correo de los miembros de la Eme. Para evitar esto, escribimos una carta, se la damos a
otro prisionero de nuestra sección, digamos el asociado de la mafia llamado Flaco Ramírez. Él copia
la carta exacta con su letra, la firma y la manda a la persona que estoy buscando en las calles. Quien
recibe la carta ya sabe por anticipado que la carta viene de Boxer Enríquez. Entonces, contesta la
carta, la manda a Flaco y él me la da en Pelican Bay. El personal de la prisión nunca la ve porque no
sabe que en realidad yo me estoy comunicando con otro mafioso. El sistema de correos es una de las
mejores cosas del mundo para la Mafia Mexicana».
Las reglas de la prisión también prohíben a los prisioneros de una institución que le escriban a
alguien en otra. Entonces se utiliza una «tercera persona» para lograr esquivar esta regla. «No es
para nada sofisticada —explica Enríquez—, pero funciona. Por ejemplo, quiero escribirle a un
miembro de la mafia en San Quintín, pero eso no está permitido. Entonces, mando la carta al
domicilio de alguien más en Los Ángeles. Esa persona abre la carta, la pone en otro sobre, la manda
al carnal de San Quintín y la deja en el correo. Entonces así pasa de un mafioso a otro, de una prisión
a la otra evitando las reglas del Departamento de Correcciones». Todos los miembros de la mafia
tienen múltiples direcciones de terceras personas a su disposición, gente que la mafia puede utilizar
para comunicarse unos con otros. Boxer tenía direcciones de terceras personas no sólo en California
sino también en Kansas, Nuevo México y Arizona.
El «correo legal» es la perdición de los esfuerzos del DCC por detener la comunicación entre
mafiosos. Bajo el Título 15 del reglamento del DCC, el personal de la prisión tiene prohibido leer la
correspondencia o documentos legales enviados por un abogado. Los guardias sólo pueden revisar el
sobre, fólder o paquete para verificar si no hay contrabando, echarle un ojo y sacudirlo. Después de
este procedimiento, deben entregarlo al prisionero. Boxer dice: «La mafia le paga a varios abogados
para que actúen como frentes falsos y así se envían mensajes descarados ordenando asesinatos y
otros delitos. Algunos abogados lo hacen porque se sienten atraídos por la mística de la Eme, su
influencia o poder. Otros son engañados y no se dan cuenta. De cualquier forma, nosotros [la Eme] no
tenemos que preocuparnos de que nuestros mensajes sean interceptados por las autoridades porque
entendemos que este tipo de comunicación [la correspondencia legal] está protegida por ley».
La información confidencial de la mafia también se envía de la prisión a las calles de otra forma, a
través de los reos que salen en libertad condicional. Un prisionero liberado siempre lleva mensajes
por escrito que debe entregar. Los envuelve en plástico y se los traga o los introduce en su recto. La
última opción se llama normalmente ponerlo en la «caja de seguridad». A veces, se le confía al
liberado que pase el recado verbalmente. «Pero la mayor parte del tiempo —según Enríquez— lo
escribes de tu puño y letra porque entonces la persona que lo recibe entiende, sin lugar a dudas, que
yo le mandé ese recado. Salió de Pelican Bay de Boxer Enríquez de la Eme».
Una carta de un carnal con frecuencia es garantía para un traficante, algo equivalente a una carta de
paso libre, para vender narcóticos en algún territorio. El traficante la utiliza para alejar a otros
delincuentes que traten de extorsionarlo.
Boxer entendía que su reputación en la Mafia Mexicana era como una franquicia. Dice: «Los
narcotraficantes relacionados con las pandillas utilizaban mi nombre en las calles para hacer sus
negocios y proteger sus intereses bajo el espectro de la Eme. Y esos traficantes a cambio siempre me
daban una tajada de las ganancias».
El principal era «Huck», originario de una pequeña pandilla llamada Street Boyz. Era un tipo de
baja estatura y robusto, con cejas pobladas y un bigote similar, con mucho pelo. Huck había
empezado a cocinar metanfetaminas y a venderlas al mayoreo a los traficantes. Eventualmente,
comerciaba no sólo con metanfetaminas sino con grandes cantidades de cocaína, éxtasis y mariguana,
de todo. Era difícil adivinar que él y sus amigos eran criminales. Vestidos con ropas de hip-hop y
paseando en automóviles europeos, no se ajustaban al estereotipo. Huck manejaba un costoso BMW y
un Cadillac Escalade, no exactamente carros de cholo. Su operación movía cientos de miles de
dólares y se expandió al robo de autos y armas e incluso a la falsificación de dinero. Las ganancias
le permitían vivir en una casa bonita en el suburbio de Whittier y abrir un negocio de neumáticos de
lujo y un taller de reparaciones de camiones de diesel con su hermano. Incluso había una bodega con
grandes letras y una cortina de metal corrediza que decía: CUIDADO CON HUCK. No era broma.
Enríquez conoció a Huck cuando salió en libertad condicional en 1989 y se estaba quedando en
Boyle Heights. Su madre, Lupe, después de años de divorciarse, estaba en una relación con el padre
de Huck, así que el adolescente siempre andaba por ahí. En una ocasión, Boxer decidió que lo
acompañara a extorsionar a un traficante local para sacar un poco de dinero. Huck todavía no tenía
dieciséis años pero siempre portaba una pistola. Ese día, Boxer le pidió que condujera su enorme
Cadillac Seville plateado, de cuatro puertas, modelo 1980, mientras él iba en el asiento de al lado
con su escopeta Mossberg calibre 12 mm de cañón recortado. Al acercarse a la casa, Boxer entró
corriendo, obligó a la víctima a punta de escopeta a que se recostara en el piso y se agachó con el
dedo en el gatillo para buscar en las bolsas del traficante. Entonces la escopeta se disparó
accidentalmente: ¡BUM! El disparo hizo un hoyo en el suelo del tamaño de una pelota de béisbol. El
sonido asustó más a Enríquez que a la víctima. Sin embargo, tomó lo que tenía de drogas y un poco
de efectivo y se subió al auto. Lanzó la escopeta al asiento trasero, se metió y le dijo a Huck
«¡Vámonos!».
El pequeño Huck pisó el acelerador y el auto serpenteó por toda la calle mientras intentaba ver
por encima del volante. Iba asustadísimo y no logró hacer un escape muy elegante.
«¡Orilla el chingado coche!» le ordenó Boxer.
Huck lo volteó a ver con los ojos tan abiertos como el cañón de la escopeta:
«¿Lo mataste?».
«¡No! No lo maté. La escopeta se disparó por accidente».
Casi cinco años después, no fue ninguna casualidad que Huck, sin llegar todavía a los 21 años,
terminara dedicado al hampa. Sólo que había un problema. Black Dan Barela y otros carnales
intentaban extorsionarlo para que les diera algo de sus ganancias y no estaban siendo amables al
respecto.
Huck buscó a su viejo mentor, Boxer Enríquez, para que lo ayudara y esta asociación resultó
provechosa para los dos. Enríquez convenció a Black Dan y a los otros que López era su sobrino y
les dijo que dejaran su negocio en paz. Así que Huck empezó a llamarlo «Tío» y muy pronto eso se
convirtió en el código callejero de la Mafia Mexicana junto con los términos «big homeys» y pilli.
Los delincuentes afiliados con la Eme, como Huck, con frecuencia recibían el nombre de sobrinos.
Huck le empezó a pagar unos 750 dólares al mes a Boxer para poder usar su nombre. López
recorría la ciudad diciendo: «Estoy aquí en nombre de Boxer Enríquez» o «Esto es para Boxer». Y si
algún otro big homey o alguien con más influencia que él le ponía peros, Huck le decía «Lo voy a ir a
ver a la Bay el fin de semana. ¿Quieres que lo discuta con él?» Por lo general, nadie se metía con
Huck, ni siquiera los otros carnales. «Yo era su seguridad —explica Boxer—, su protector».
La situación era la misma para «Toker» del vecindario de Chivas en Artesia. Él también era un
joven gángster que Boxer conoció en una ocasión, años atrás, cuando visitaba a un viejo amigo.
Toker le escribió que estaba topándose con «La Pared». «La Pared» era el término despectivo que
usaban para referirse a la mujer que dirigía el equipo de Juan «China Boy» Arias de Artesia,
miembro de la Eme. China Boy era seis años más joven que Boxer y estaba en la prisión federal. La
Pared, de veintitantos años, usaba el nombre de China Boy y se sentía la dueña de las calles. Tenía un
equipo amenazante de pandilleros armados e insistía que nadie podía traficar drogas en Artesia sin
pagarle una cantidad poco razonable. La familia Arias era dueña de un bar llamado el Galleon, un
sitio de reunión para los pandilleros de Artesia. La Pared también era conocida como «la Abeja
Reina» por su actitud imperiosa. Enríquez, se podría decir, había sacudido su panal.
En primer lugar, pidió una «sesión», una junta de algunos de los miembros de su equipo con la
Abeja Reina y sus huestes. Todos asistieron fuertemente armados. El equipo de Boxer llevaba un
mensaje donde decía que esperaba «cortesía profesional para sus empresas». En otras palabras, que
no se metiera. La Abeja Reina no se inmutó: Chivas, Artesia, Norwalk y Hawaiian Gardens eran su
territorio. Dijo que ella no le debía nada a Enríquez. Eso fue un error.
Un mensajero regresó a Pelican Bay para informarle a Boxer lo que había sucedido en la reunión.
Boxer había matado por la mafia, tenía una cadena perpetua, se había ganado su rango y no dejaría
que una tipa, aunque fuera cercana a un mafioso, dictara las reglas, en especial en el vecindario
donde él tenía sus raíces de gángster. Enríquez sentía que China Boy había logrado ingresar
principalmente por sus talentos en el tráfico de drogas. No era asesino, no era un mafioso de verdad
para los estándares de la vieja escuela, y Boxer estaba más que listo para exterminar a la Abeja
Reina.
No sería necesario. Enríquez no quiso empezar una guerra que pudiera irritar a otros miembros de
la Eme; quizás los necesitaría como aliados políticos en el futuro. Envió kites a los pesos pesados de
la mafia en las calles y en la prisión. «Miren —exigía Boxer— esto está mal». Una mujer no debía
estar controlando los negocios de la mafia. Finalmente llegó respuesta de Topo Peters: Boxer podía
hacer lo que quisiera. La Abeja Reina no murió, pero Enríquez estableció su dominio.
Al final, Toker se unió al equipo de Boxer y se encargó del área de Artesia-Norwalk. Le enviaba
mil dólares al mes a Pelican Bay.
Rooster, Fat Pete y Richie Rincón de Artesia-Chivas, hermanos muy buenos para el tráfico de
cocaína con ganancias invertidas en sus propios talleres de hojalatería, pintura y reparación de autos,
también intentaron limitar las ventas de Toker en esa área. Enríquez hizo que golpearan a Rooster con
un palo de golf y ya no siguió cacareando tan contento después de eso: perdió la vista en uno de los
ojos. Junto con sus hermanos, terminó pagando tributo a Boxer y se convirtió en parte de su red de
equipos.
Enríquez nunca exigía un porcentaje fijo. Le decía a su creciente equipo: «Trátenme como
quisieran que los trataran si ustedes estuvieran en mi posición». La relativa justicia de su sistema fue
lo que le ayudó a crecer. Todos los traficantes y gángsters, bajo el nuevo «programa» de la Mafia
Mexicana, tenían que pagar un «impuesto» a la Eme. Boxer pensaba que más gente estaría dispuesta a
pagarle a él en lugar de a otros si mantenía los pagos razonables. «Quería ser considerado como una
organización amistosa con los traficantes», cuenta con una sonrisa irónica.
En realidad, los ingresos de Boxer apenas llegaban al nivel del salario de un obrero, entre 40 mil
y 60 mil dólares al año, quizás 80 mil en un año especialmente bueno. Pero para un hombre en
prisión para el resto de su vida, esto no se hacía por dinero. «No es el dinero que te metes a la
cartera —teoriza—. La riqueza está en la fuerza de tus equipos». Lo que él deseaba tener era poder e
influencia. Explica: «Sé que puedo pedir lo que necesite en cualquier momento: 5 mil dólares, un
coche o regalos para mi familia. ¡Bum! Ahí están. Necesito matar a un tipo. Y se hace de manera
eficiente».
Huck se convirtió en el jefe general de su equipo, recolectaba el dinero el día 25 de cada mes y lo
enviaba a Pelican Bay.
Las comunicaciones más serias se hacían a través del «leal confidente» que hizo esas trescientas
visitas a Pelican Bay entre diciembre de 1993 y abril de 2002 y llevaba las órdenes de regreso a
Huck. También había kites enviados de forma secreta y el correo normal. La operación creció y
creció.
Los hermanos de la pandilla de Eastside Clover supervisaban un equipo en Lincoln Heights, otra
comunidad colindante con el Este de Los Ángeles. Los hermanos aceptaron participar después de que
Huck secuestró a uno, le metió una pistola por la garganta y le robó cocaína, efectivo y un camión.
Huck regresó por un coche de colección, un Chevy 1965, y también lo robó. Uno de los hermanos,
Henry, se quejaba de que el auto tenía valor sentimental y quería que se lo devolvieran. Enríquez le
permitió comprarlo de regreso por 3500 dólares. Los hermanos Sánchez vendían cocaína y
mariguana y, una vez integrados al equipo, le pagaban 500 dólares al mes a Boxer.
Gennie era otra traficante de San Bernardino, una zona que iba en rápido crecimiento
principalmente con edificios de dormitorios a casi 100 km de Los Ángeles. Manejaba su negocio
desde un bar llamado Los Campos, y algunos matones llegaron a extorsionarla diciendo que eran de
la Eme. Boxer supo de su problema por otro miembro de la mafia y decidió aprovecharlo. Envió a un
equipo invasor a la casa del extorsionista rival y lo golpearon, robaron y le advirtieron que la dejara
de molestar a ella o a cualquier otra persona del bar. Después de eso, el equipo de Gennie mandaba
otros 300 dólares al mes.
«Caballo» de Artesia-Chivas era un cocinero prolífico de metanfetaminas cuya operación
producía varios kilogramos de «crank» a la semana. Vendía también grandes cantidades de
mariguana. Boxer cuenta que Caballo alguna vez mató a un hombre que había herido a su hijo de un
disparo. Tenía un equipo de otros cocineros de metanfetaminas y le pagaba a Enríquez 500 dólares al
mes por la protección.
Caballo y Fat Pete Rincón tasajearon al dueño de un bar llamado Benjamín «Amín» Castro y le
sacaron 7500 dólares y un coche. El vehículo fue para Enríquez, que se lo dio a otro miembro del
equipo que acababa de salir de la cárcel y no tenía auto. Amín vendía su mercancía en el Golden
Dragon, una taberna que operaba en el área de Highland Park al Noreste de Los Ángeles. Era un nido
de actividad criminal y Boxer terminó haciéndose socio del lugar. Una traficante del equipo de Amín,
que además era sheriff asistente, le debía dinero. Enríquez se hizo cargo de eso también. Envió al
equipo a su casa. La golpearon, dispararon para asustarla y cobraron la cantidad debida. Amín
pagaba de manera regular.
Su vieja conocida, Flo, también le daba 400 dólares al mes así como Twisting Jenny.
Un traficante de nacionalidad mexicana llamado Nacho, de Sinaloa, le pagaba 500 dólares al mes sin
falta, incluso si en ese momento estaba en México de visita.
Tres gángsters del área de Huntington Park —Speedy, Lazy y Daniel— le daban a Boxer 150
dólares al mes para usar su nombre en un par de patios de las prisiones.
Shady y Boy, que tenían a un equipo en el área de Lennox al Sur de Los Ángeles, le daban otros
500 dólares al mes. Shady inicialmente le dio un tributo de 40 mil dólares a Boxer para conseguir la
protección de la mafia para sus negocios callejeros.
«Snoop», un miembro del equipo y «generador de ingresos» que operaba desde el territorio de
190, así como Cerritos y Norwalk, tenía una compañía de paisajismo que utilizaba para lavar las
ganancias provenientes del tráfico de drogas. Snoop también le pagaba un tributo a Boxer.
Nuevamente, no eran enormes cantidades de dinero, pero se iban acumulando. Poco tiempo
después Boxer ya tenía decenas de miles de dólares moviéndose en el banco. Un prisionero en
Pelican Bay sólo podía gastar 35 dólares al mes en la tienda de la prisión. En la PEPB no había
gastos. El estado se hacía cargo de todo. «Así que es un buen negocio —dice Enríquez—. Un
maravilloso negocito».
Boxer Enríquez eventualmente tuvo equipos que trabajaban para él en ciudades todo alrededor del
área conurbada de Los Ángeles, incluyendo Artesia, Azusa, Bell Gardens, Cerritos, el centro de Los
Ángeles, el Este de Los Ángeles, Hawaiian Gardens, Lennox, Lincoln Heights, Norwalk, Palmdale,
Pico Rivera, Riverside, Santa Fe Springs, Victorville y Whittier.
Al mismo tiempo, estos traficantes le pagaban a Boxer un «impuesto» de sus ganancias y los
alentaba a que le compraran su mercancía a Huck. Era el plan que Boxer había previsto para la mafia
desde el momento en que él y otros carnales empezaron a organizar las reuniones de las pandillas
unos años antes. «Nuestro objetivo tiene un doble propósito. Convertirnos en el pozo, nosotros [la
Eme] proporcionamos el petróleo [las drogas]. Además le cobramos impuestos a las gasolineras [los
traficantes]. Nosotros proporcionamos. Nosotros cobramos los impuestos. Así ganamos dinero del
pozo y de la gasolinera».
En realidad, Boxer sabía que los jefes de los equipos, conocidos como los «ballers» o «high
rollers» sí ganaban más dinero, con ingresos de seis y siete cifras. Eran dueños de sus casas, tenían
bastante efectivo, manejaban carros de lujo y camionetas totalmente equipadas. «Yo soy de bajos
ingresos —observa Enríquez—. En este tipo de economía, la riqueza se filtra de abajo para arriba,
no de arriba para abajo». Al mismo tiempo, el programa expandía el alcance de la Mafia Mexicana.
«Estamos creando un buen grupo de delincuencia organizada —explica Boxer— con múltiples
equipos y grupos supervisados por otros mafiosos en distintos territorios. Ese es el verdadero
objetivo. Ver hacia el futuro».
La brutalidad siempre era el método preferido para mantener a los detractores en línea. Incluso los
jefes de equipo, como Toker, a veces necesitaban un recordatorio. Manejaba una camioneta último
modelo, su esposa compró un nuevo Infinity y se mudó a una nueva casa. «Este tipo estaba ganando
dinero con mi nombre —insistía Boxer— y lo único que yo pedía a cambio eran migajas». Sin
embargo, Toker tenía la mala costumbre de no pagar sus impuestos periódicamente. En una ocasión,
el equipo de Huck tuvo que darle una afinada con un poco de acción entre puño y rostro, e incluso
así, a veces quedaba corto en sus pagos. Finalmente, Huck y compañía le hicieron una visita bastante
memorable no apta para mentes impresionables. Estiraron dos dedos de Toker hacia atrás hasta que
dieron de sí. Se escuchó el sonido de los huesos que se rompían acompañado del alarido de dolor.
Más tarde, Toker le envió a Boxer una fotografía con los dos dedos rotos entablillados. Entendió el
mensaje.
«Topo» era de una pandilla llamada Sotel en el Sur de Los Ángeles. Ya era un tipo maduro cuando
salió de la prisión y se juntó con la sobrina de veinticinco años de edad de Boxer. Ella básicamente
era una golfa —el parentesco era producto del primer matrimonio de la mamá de Boxer— y le
escribió a su tío que estaba saliendo con un buen tipo. Entonces Topo empezó a escribirle cartas y
finalmente le pidió «una ayudita» para poder ponerse en pie. Así que Boxer se encargó de que uno de
sus equipos le diera al tipo 450 g de metanfetaminas, gratis, para que rebajara y vendiera en la calle
con un potencial de miles de dólares de ganancias. Pero esperaba algo a cambio. Pasaron tres
semanas y no supo de Topo. Le escribió. No hubo respuesta. Le habló por teléfono. No le devolvía
las llamadas.
Mientras tanto, Boxer supo por otra fuente que Topo había comprado un coche. Novio de la
sobrina o no, esto era un comportamiento inaceptable. Pasaron tres meses y entonces Boxer le envió
una nota final: «Mira, mano, te hice un favor. Sólo quiero que las cosas sean derechas. Seré tu mejor
amigo. Eres el hombre de mi sobrina. Lo que necesito saber es qué te pasa porque esto está mal. Te
presté mis servicios y espero que me correspondas».
Topo mandó decir de regreso que unos jóvenes lo habían engañado. Perdió toda la droga. Esa no
fue la respuesta correcta. «Mi filosofía es la siguiente —explica Boxer—, no me importa lo que te
pase. Tú consígueme mi dinero. No me interesa si echas la droga al retrete, o si la lluvia la daña, o si
te la robaron. ¡A mí me das mi dinero!»
«Canicas» era camarada de la pandilla City Terrace y trabajaba en uno de los equipos de Boxer.
Enríquez le ordenó que fuera a ver a Topo. «Dale un poco de terapia física» para que se eduque, le
dijo. La visión de Canicas de la terapia física resultó ser del tipo quirúrgico. Compró un par de
tijeras de alambre y le cortó el meñique a Topo. Boxer después recibió una avalancha de cartas de
los parientes preguntándole si estaba loco o qué. Canicas le envió el dedo cercenado al «leal
confidente» en una bolsa de plástico. A primera vista parecía de esos dedos de tienda de bromas,
sólo que esta vez era uno real. Asustó mucho a todos.
Boxer felicitó a Canicas por «mantener el miedo a la Eme en las calles».
Nadie estaba exento de las acciones disciplinarias. Lorie era una traficante de metanfetaminas que
estuvo casada con el hermano mayor de Boxer, Marc. Empezó a causarle algunos problemas al
equipo, se presentaba en sus casas, hablaba mal de ellos, a veces amenazándolos. Lorie hizo tal
escena en la casa de Toker una noche que se presentó la policía. Toker fue arrestado por una
violación migratoria y lo llevaron a prisión. Eso sacó a un importante comerciante de las calles.
Enríquez sintió que ella estaba «abusando de su relación con mi familia». Huck y Fat Pete fueron a
buscarla a su casa con órdenes de «afinar» a la ex cuñada. «La golpearon bastante —recuerda Boxer
— y eso afectó a todo el equipo. Se lo harían incluso a una mujer». No había excepciones.
En Pelican Bay, Boxer estaba encerrado con su viejo amigo Jacko Padilla, quien tenía un equipo
propio en las calles con conexiones sólidas con los carteles de la droga mexicanos. Recibían
paquetes cada semana con una bola del tamaño de una ciruela de heroína en cada uno. Como
resultado, los compañeros de celda estaban drogados todos los días.
La heroína venía sellada en cajas de cereal y paquetes de caramelos. La cocaína venía dentro de
galletas Oreo y barras de jabón. La mariguana venía disfrazada dentro de cajas de galletas Ritz. Los
dibujos de los niños y las tarjetas de felicitación venían remojados en metanfetaminas. Las drogas
farmacéuticas en pastilla se metían en galletas Chips Ahoy. La heroína en resina la sellaban dentro de
dos postales pegadas para que parecieran una sola.
Boxer y Jacko tenían tanta heroína que se la regalaban a los otros carnales. «Noventa y cinco por
ciento de los carnales son adictos a la heroína —según Boxer— y la mayoría de los prisioneros
tienen algún tipo de adicción a las drogas. Es parte de la subcultura de las pandillas junto con una
baja autoestima. Básicamente, así es como somos. No nos reclutan por nuestras reputaciones
estelares, sino por ser personas antisociales, mal adaptadas». Una semana, cuatro prisioneros
tuvieron una sobredosis en su sección. El miembro de la Eme de cuarenta años, Manuel «Musky»
Castañeda, de Maravilla, murió de una sobredosis de heroína cuando era compañero de celda de
Boxer.
«Recuerdo haber despertado varias veces en el piso de mi celda con la jeringa todavía dentro de
mi brazo —dice Boxer—. Así de perdido en las drogas estaba».
Los oficiales periódicamente buscaban en las celdas y con frecuencia interceptaban un paquete.
Eso no detenía el flujo. «Teníamos tantos métodos para meter la droga —dice Boxer— que si uno de
ellos era descubierto simplemente usábamos otro. Nos llegaba por ciclos: cuando un paquete llegaba
el otro ya estaba en camino». Y no había ningún elemento disuasorio. Si un prisionero con cadena
perpetua era descubierto con drogas, le daban un 115, una nota disciplinaria en su archivo de prisión.
No significaba nada.
Los cargamentos de heroína también llegaban protegidos como correo legal con nombres de
abogados reales o falsos en los sobres o en el paquete. Era un sistema que funcionaba en la Cárcel
del Condado y también en Pelican Bay. Nuevamente, las reglas de la prisión prohibían a los oficiales
que leyeran la correspondencia legal, y la heroína en resina pasaba entre hojas de documentos
legales con relativa facilidad.
Boxer dice que ochenta por ciento de la heroína y cocaína contrabandeadas a la PEPB era de él o
de Padilla. «Teníamos 24 horas al día para sentarnos a pensar nuevas formas de meter las drogas a la
prisión y el personal de correcciones tiene recursos limitados a su disposición para detectarlas».
Diez mil piezas de correspondencia entran al mes para los prisioneros de Pelican Bay.
En seis ocasiones durante su estancia en la PEPB, se le acabó la droga por un tiempo y tuvo que
dejarla abruptamente. «Jacko y yo estábamos en la cárcel chorreando sudor y vomitando
profusamente: abstinencias horrendas y terribles. Pensé que me moriría. Y nos veíamos el uno al otro
y decíamos: ‘Nunca más. ¡Nunca más!’ Había una pausa incómoda y después: ‘Sí, pero escríbele a tu
contacto y dile que se asegure de que el siguiente paquete sí llegue’». Así era como siempre
terminaba.
Boxer hacía jeringas de los cargadores de metal de los bolígrafos: «Sacábamos el cartucho del
bolígrafo, le quitábamos el balín de la punta y lo afilábamos. Quedaba parecido al dispositivo con
aguja que se usa para inflar una pelota de basquetbol. Entonces llenábamos un gotero con heroína
líquida como si fuera una jeringa y le ensartábamos la pluma en el extremo. Ya que estaba lista, nos
la enterrábamos en la vena, apretábamos el hule del gotero y eso nos mandaba la heroína al torrente
sanguíneo. Era brutal, como inyectarse con un clavo, pero funcionaba. La sangre te brotaba del brazo
cuando te quitabas la aguja hechiza y tenía que sostenerlo y aplicar presión durante unos diez minutos
antes de que el sangrado se detuviera».
Eventualmente, diagnosticaron a Boxer con hepatitis C en las primeras etapas, probablemente el
resultado de compartir las agujas sucias con otros. Se calcula que un impresionante sesenta por
ciento de los prisioneros de la PEPB tienen hepatitis, causada principalmente por compartir agujas
con drogas o por tatuar-se y, en raros casos, por contagio sexual. Boxer recibió terapia de interferón,
con inyecciones cada dos días durante un año y parece haber funcionado. Su carga viral es de cero y
no se ha detectado daño serio a su hígado. Como buenos adictos irredentos, él y otros se robaban las
agujas utilizadas para las inyecciones de interferón y las usaban para inyectarse heroína
Padilla se tatuó la palabra EME en letras grandes en el pectoral izquierdo después de que Boxer lo
ayudó a convertirse en mafioso. Siempre fue un tipo que le gustaba divertirse, pero se volvió serio
cuando se convirtió en un carnal. Le dijo a Boxer: «Ya no somos niños». Sin embargo, siguieron
siendo buenos amigos. En tres diferentes ocasiones fueron compañeros de celda en Pelican Bay. «Le
gustaba discutir. Empezaba una discusión y luego me echaba la culpa. Yo le decía ‘Al carajo’ y me
salía. Probablemente algunos de los desacuerdos fueron mi culpa. Pero Jacko era un buen cuate».
En cierto momento, los amigos empezaron a inhalar la heroína en lugar de inyectársela.
Boxer sabía que su hermano Marc había sido diagnosticado con sida y que avanzaba rápidamente.
Tenía también hepatitis c y cirrosis, después de años de compartir agujas sucias con otros adictos.
Hubo un artículo en la revista San Francisco Frontiers en junio de 1999 sobre el descuido médico
de los prisioneros de California. El artículo mencionaba específicamente a Marc Enríquez que tosía
sangre y defecaba «sangre roja brillante» mientras cumplía su condena en la Prisión Estatal de
Corcoran. La noticia asustó a Boxer y Jacko, pero no tanto como para dejar la droga. Su solución
para evitar el VIH fue inhalar en lugar de inyectarse. Utilizaron ese método durante un par de años.
Boxer dice: «Pensábamos que era más elegante y teníamos una falsa percepción, un estándar moral
desviado, de que eso no era igual que inyectarnos. ¡Qué ridículos! Seguíamos siendo adictos a la
heroína. En retrospectiva es casi cómico».
25

Āsesinos de bebés
«¿QUIÉN DE USTEDES tiene una pistola con silenciador?» gritó Huero Shy Shryock.
Había doce mafiosos en la habitación del motel del valle de San Gabriel hablando sobre pistolas y
asesinatos. Se oía el crujido de las papas fritas que Perico Ochoa sacaba de una bolsa mientras
escuchaba la conversación. Pero lo que verdaderamente resonaba por la habitación era la profunda
voz de Shy desde la esquina donde estaba sentado. Quería matar a alguien.
«No sé si han oído hablar de un hermano llamado Dido de Monte Hicks», continuó.
Explicó que Dido era Antonio Moreno, un miembro de la Mafia Mexicana de cuarenta y cuatro
años de edad que había desertado hacía más de una década y que ahora vivía en una pequeña
propiedad que rentaba no muy lejos de Huero Shy en El Monte. Las reglas de la mafia establecen:
«sangre adentro, sangre afuera». En lo que respectaba a Shy, Dido se había ganado una sentencia de
muerte por salirse de la Eme: «Pero hay toda clase de personas en esa propiedad. Hay muchos
jóvenes y niños y demás pendejadas, así que hay que pensar cómo hacerlo. Necesito un silenciador,
eso es lo que necesito».
Shy se inclinó hacia adelante y le dijo a los que estaban reunidos ese 4 de enero de 1995 que Dido
también se juntaba con otro desertor de la mafia.
«Se está juntando con ese Tito de Norwalk».
Tito era Gustavo Aguirre, de treinta y cinco años, otro desertor lleno de tatuajes. Él y Dido todavía
eran adictos a la heroína. Y se rumoraba en las calles que Dido seguía haciéndose pasar por miembro
de la Eme y «cobraba impuestos» a la gente. Tito estaba timando a los traficantes que pagaban a
Huero Shy y a la Mafia Mexicana.
Lo primero que quería Huero Shy era matar a Dido. «Sólo quiero matarlo. Lo que no quiero… Es
que hay niños por toda la casa, mano».
Boxer Enríquez estaba en prisión en Pelican Bay, pero Huero Shy era uno de sus mentores, uno de
los carnales en las calles que nunca interferiría con los intereses de Boxer en el exterior. Estaban
vinculados de muchas maneras pero Shy, como el asesino que era, estaba a punto de cometer un gran
error con su nuevo plan de asesinato. Todo saldría tan mal que incluso repugnaría a otros mafiosos y
pondría a la mafia en los noticieros de la televisión por todo el país con un encabezado que a nadie
le gustaba: ¡Asesinos de bebés! «Fue tan horrendo —dice Boxer— que lastimó la imagen de la
Eme».
Y eso no fue todo. Esta vez, mientras Huero Shy hablaba de asesinato, había informantes en la
habitación con cámaras escondidas del FBI grabando la conversación como apoyo para futuros cargos
de asociación delictuosa.
Y lo que pasaría en los siguientes días ilustra, quizás mejor que cualquier otra historia de este
libro, cómo la creciente Mafia Mexicana aterroriza no sólo a otros chicos malos sino también a los
inocentes. Estos acontecimientos también demuestran cómo la mística glorificada de la Eme infecta
las mentes de los jóvenes hasta el punto que también aspiran a convertirse en crueles monstruos. El
resto de la comunidad tiene que pagar por el desastre.
El año anterior, Huero Shy había estado trabajando «muy de cerca» con un camarada que en su
opinión había ido «mucho más allá del deber». Tenía veinticinco años de edad y su nombre era Luis
«Pelón» Maciel de la pandilla llamada el Monte Flores.
Pelón era un hombre pequeño, de apenas 1,70 m de altura y menos de 60 kg de peso, con la cabeza
rasurada y un bigote ralo. Tenía tatuajes por toda la espalda y abdomen, y apenas llevaba unos años
de ser pandillero. Antes de eso estaba interesado en la música disco, tenía el cabello largo y
pertenecía a un «equipo de fiestas» llamado Showtime que hacía rondas por todas las fiestas
posibles. Lo encarcelaron por unas multas de tránsito y aparentemente salió de la cárcel con el deseo
de convertirse en gángster.
Fue «iniciado» en la pandilla alrededor de 1993. Ese mismo día salió y se tatuó un gran EMF, de el
Monte Flores, en el vientre. Un amigo que desea permanecer en el anonimato dijo: «Cambió de la
noche a la mañana. Nadie lo reconocía. Nunca estaba por el vecindario. Y ahora quería hacerse un
nombre». Se juntó con otro gángster llamado Carlos «Diablo» De La Cruz y empezó a cometer
muchos robos y extorsiones. Eventualmente, empezaron a trabajar para el miembro de la Eme Frank
«Frankie B». Buelna, usando su nombre, golpeando gente y recolectando dinero. A Frankie B. le
gustaba, pero fue arrestado y regresó a prisión.
Entonces Huero Shy se hizo cargo del área. Frankie B. había recomendado a Pelón y se ganó la
confianza de Shy como un asociado de la Mafia Mexicana dispuesto a hacer de todo: robos,
extorsiones, golpizas, apuñalamientos, asesinatos. «Empezó a hacer toda clase de locuras —cuenta
un miembro de la pandilla que no quiere ser identificado— se llevaba coches, golpeaba a los
hermanos, a las prostitutas, de todo, hasta le robaba a su propia gente. Estaba dirigiendo todo en el
valle de San Gabriel. Estábamos aterrorizando a todos».
Un año antes, los gángsters del Monte Flores hicieron un drive-by contra una pandilla rival y
mataron por error a un bebé de un año que estaba en el pórtico. Matar bebés no era aceptable y la
mafia envió a Pelón a disciplinar al miembro que había disparado el tiro errante. Lo apuñaló treinta y
cinco veces. Sorprendentemente, la víctima vivió, pero se dejó claro el mensaje: no se matan bebés.
«Este cabrón es picudo. Está encargándose de muchos negocios y lo quiero como carnal» exigió
Huero Shy con su gran voz dominando otra vez la habitación.
Era el 2 de abril de 1995 y los mafiosos, una docena, estaban nuevamente reunidos en un motel local
para discutir sus negocios. Una vez más, no sabían que estaban siendo grabados secretamente por el
FBI y que dos de ellos se habían convertido en informantes del gobierno.
Huero Shy quería que Pelón Maciel se volviera miembro de la Mafia Mexicana.
Rápidamente le preguntaron: «¿Quién es ese tipo?»
«Se llama Pelón de Monte Flores».
Nadie sabía quién era, excepto Huero Shy Shryock, pero eso no lo detuvo para hacer su venta: «Ya
sé que ustedes vatos no lo conocen, pero créanme, el cabrón es efectivo. No estoy hablando sólo de
violencia. Se encarga bien de los negocios y se ha echado a un madral de cabrones en el último año.
Y después se fue en contra de su propio vecindario por nosotros. Ha estado peleando contra ellos, es
chido. Y entonces, sus cuates mataron al bebé de un año hace unos meses y él se encargó de ellos».
Sin embargo, promover la membresía de Pelón no fue tan fácil como Huero Shy creyó y había
razones para ello. Boxer Enríquez explica: «Recientemente, se habían tomado varias malas
decisiones en la elección de nuevos carnales y en Pelican Bay se hablaba de poner un alto temporal a
las nuevas membresías: una moratoria».
Pelón tocó a la puerta y entró a la habitación del motel donde los carnales estaban empezando a
discutir su posible selección como nuevo hermano de la mafia.
«Este es Pelón», dijo Huero Shy.
La mayor parte de los presentes se puso de pie y le dio la mano: Chuco, Perico, Gibby, Cowboy,
Champ, Toñito, Victorio y China Boy entre ellos. Entonces, le pidieron a Pelón que se saliera y que
los esperara en el bar.
Todavía había preocupación en la habitación, en especial de parte de Perico. Boxer explicó
después que «Perico acababa de salir en libertad condicional de Pelican Bay y sentía que aún tenía
mucho que ofrecer. Además, Perico y Huero Shy habían sido compañeros de celda en la década de
1970 y se habían peleado. Desde entonces, había algo de rencor entre ellos».
«¿Cuántos hermanos aquí conocen a este tipo?» preguntó Perico.
«Nadie lo conoce».
«Bueno, a ver, esa es la cosa. ¿Por qué no le damos a estos carnales chance de conocerlo?»
«En mi corazón no lo conozco —dijo una voz desde la esquina—. Nunca he andado con él. Nunca
me he emborrachado con él. Nunca he salido de fiesta con él».
«Bueno, pues yo levanto la mano por el vato —respondió Huero Shy—. Ahora ustedes vatos
elijan. Es todo lo que puedo hacer».
«Está bien, que varios hermanos lo conozcan —razonó Perico—, y en la siguiente junta votamos».
«Danos un poco de tiempo para conocerlo».
«Se lo ha ganado a pulso, si no, no lo hubiera sugerido, Perico».
Pasaron diez minutos en la discusión y algunos empezaron a apoyar a Huero Shy.
«Voy a estar de acuerdo con esto por la forma en que respeto a Huero —dijo Gibby—, si Huero
dice que es un supercabrón, pues entonces es un supercabrón».
Chuco izó la bandera blanca e hizo una señal sobre su cabeza como si fuera un árbitro de futbol
americano que indica una anotación cuando Huero Shy presionó más: «Yo creo que es el momento.
Se lo merece. Ya le toca».
Empezaron a votar por Pelón.
«Yo me voy con la palabra de Huero».
«Yo también tengo que irme con lo que diga Huero», dijo Gibby.
«Huero no va a venir aquí a mentirnos, ¿no?»
«Sabes qué, Pelón —se rindió Chuco— está bien. Me parece bien».
Pero no todos estaban de acuerdo.
«Se necesita sólo un voto para rechazar a un miembro —explica Boxer—. Un voto en contra es un
veto automático: sin preguntas, peros, ni nada. Este proceso de veto había demostrado ser confiable
en el pasado».
En esa habitación del motel de El Monte, la voz de otro hermano nuevamente señaló que había
plática de una posible moratoria de nuevos miembros. Todos tenían que vivir con sus votos en el
futuro. ¿Qué tal si estaban tomando una decisión apresurada ahora?
«Todos los que dijeron que sí tienen que asumir su responsabilidad» advirtió Perico.
Huero Shy, conocido por su carácter volátil, explotó. «¿Sabes qué, mano? Ya déjalo. A la
chingada. Es mi camarada y será mi camarada. Ya déjalo, ¿está bien?».
Su pequeña explosión fue recibida con un breve silencio en el resto de la habitación. Unos minutos
después hubo consenso. Pelón ingresó. La discusión había tomado unos veinte minutos.
Huero salió de la habitación y regresó con Pelón Maciel. Le dio la mano. «Ya eres un carnal». El
nuevo hermano dio la vuelta por la habitación dándole la mano y abrazos poco efusivos a sus nuevos
hermanos y sellando su pacto con el diablo.
Perico vio a Pelón a los ojos: «Hay ciertas reglas y lineamientos que seguimos. Cuando algún
hermano tenga oportunidad, te las van a decir y te las explicarán. Nos las tomamos muy en serio,
mano, muy, muy en serio».
Cualquier duda sobre eso se disiparía en el futuro cercano.
Tres semanas después, Pelón Maciel le dio a su hijo Joseph con suavidad al sacerdote católico
que acababa de celebrar la ceremonia de bautismo en la Iglesia de St. Marianne Paredes en Pico
Rivera. Tuvo tres hijos con su concubina, Monique Pena; Joseph era el menor y el mayor tenía siete
años. Decidieron celebrar el bautismo el mismo día que el primer cumpleaños de Joseph, el sábado
22 de abril de 1995.
Los Maciel eran una familia de clase trabajadora. El padre y la madre de Pelón tenían su propio
negocio de pulido de metales y criaron a nueve hijos, dos hombres y siete mujeres.
El sacerdote sostenía al recién bautizado en brazos y Pelón posó junto a él con su esposa y los
padrinos. El pequeño Joseph estaba vestido todo de blanco con una camisa sedosa, shorts, calcetines
y unos diminutos zapatos de charol.
Pelón traía una camisa negra deportiva, pantalones grises y su gran sonrisa quedó plasmada en la
fotografía familiar.
Fue como una escena del clásico de Francis Ford Coppola, El Padrino. Los Maciel se habían
reunido para un bautismo, el sacramento cristiano del renacimiento espiritual. Pelón tomó a su hijo
de regreso, sonrió nuevamente y posó para otra foto paternal, sabiéndose, durante todo este tiempo,
la mente maestra de los homicidios sangrientos, al estilo pandillero, que tenía planeados para esa
misma tarde. El bautismo al medio día fue seguido por una recepción y fiesta de cumpleaños que
duraría hasta bien entrada la noche, lo cual pretendía ser una excelente coartada.
«Dale el bebé a Louie» dijo una voz de mujer en el video familiar que grabó todo para la
posteridad.
Había veintitantos niños, familiares y amigos en el patio de la casa de unos parientes en
Montebello. El pequeño Joseph estaba en brazos de su madrina. «Te doy a mi ahijado —dijo— a
quien acabo de sacar de la iglesia con los sacramentos y el agua bendita que recibió». Se lo pasó a
su padre, quien respondió: «Recibo a mi preciado hijo que salió de la iglesia con el sagrado
sacramento y el agua bendita que acaba de recibir».
Pelón después le pasó el niño al padrino y él a su vez a la madre. Todos recitaron la misma frase.
Pelón abrazó a la madrina y se rió gustoso.
Hubo más risas cuando Pelón metió la mano a su bolsillo y lanzó un puñado de cambio al aire.
Antes de que tocara el piso, los niños entusiasmados corrieron por un poco del botín. «¡Aquí hay
veinticinco centavos!» dijo Pelón mientras un niño de cinco años se acercaba rápidamente y se lo
metía al bolsillo.
Los abuelos, tías y tíos estaban comiendo sentados en la sombra. Pelón, ya vestido sólo con una
camiseta, estaba cerca comiendo un pedazo de pollo. Los tatuajes de sus brazos y torso disipaban
cualquier noción de que ésta pudiese ser una familia funcional e íntegra. Todo acontecía bajo el tibio
sol del Sur de California.
«Dale» fue la instrucción de Pelón cuando ayudó al cumpleañero con un pequeño bate de béisbol.
Juntos intentaron darle un suave golpe a la gran piñata de Tweetie que estaba en el pasto antes de que
la levantaran desde la rama de un árbol.
«¡Dale!» Los adultos gritaban a los pequeños niños y niñas que, uno tras otro, se turnaban para
pegarle a la criatura de papel maché colgando de una cuerda. Finalmente, alguno de los niños
grandes la rompió y la figura sangró dulces por todo el pasto. Pelón se unió encantado a los demás
niños que se arrodillaban para recoger los dulces y los metían a sus bolsillos.
«Feliz cumpleaños a ti» cantaba toda la familia mientras Monique sostenía al pequeño en sus
brazos frente a una mesa de picnic y un pastel con betún blanco. La mamá después le untó un puñado
del pegajoso betún en la cara a Pelón y él hizo lo mismo con su hermana María. Su esposa, riendo,
terminó también con barba y bigote de betún.
En algún momento de esa tarde, entre las festividades familiares, Pelón, que llevaba menos de un
mes de haberse integrado de lleno a la Mafia Mexicana, se salió de la fiesta. Tenía planeado un
asesinato.
Tito Aguirre los vio acercarse, dos automóviles llenos de jóvenes gángsters, y se metió a la casa
para esconderse en el baño. Estaba convencido que Huero Shy y Pelón lo andaban buscando por
extorsionar traficantes que estaban pagando sus impuestos a la mafia.
Pelón salió del Cutlass azul y caminó hacia la entrada con otros dos gángsters. Los que estaban en
el segundo auto, un Jeep Wrangler azul 1992, nunca se bajaron. Esta vuelta era de reconocimiento.
Huero Shy no estaba por ningún lado. Esto era asunto de Pelón.
Dido Moreno, el desertor de la Mafia Mexicana y la víctima buscada, estaba frente a la casa de un
piso donde vivía con su hermana de treinta y ocho años, María, cuatro de sus seis hijos, y a veces
también Tito. La renta era de 350 dólares al mes. Era un lugar bastante horrible, de hecho, era una
casa dividida en dos, con una residencia al frente y la otra atrás. Todos vivían en la parte trasera, que
era una habitación del tamaño de una cochera para dos autos con una chimenea, un sofá normal y uno
de dos plazas, un refrigerador, una alacena, televisión, cuatro colchones extendidos por el suelo y un
baño en un rincón. El terreno estaba rodeado de una cerca de metal de menos de un metro de altura
con una reja que cerraban con candado por las noches. Se encontraba en el número 3843 de Maxson
Road en El Monte, una calle de dos carriles, en un zona habitacional de bajos ingresos donde las
casas más viejas se mezclaban con departamentos.
Dido estaba junto a su hermano menor, Alex, que vivía un poco más adelante en esa misma calle,
cuando Pelón y sus hombres se acercaron caminando. Se saludaron dándose la mano. Los testigos
después comentarían que la conversación, que al parecer fue sobre drogas, subió de tono y parecían
estar discutiendo. Pero al final, Pelón le regaló a Alex y a Dido un paquete de heroína con valor de
cuarenta dólares. Alex le dijo a la policía después que Pelón les había dicho que se las daba «porque
le caían bien» y que su equipo pasaría más tarde para venderles un poco más. Pelón sabía que
alguien bajo la influencia de la droga sería menos capaz de resistir.
Dido, Alex y su hermana María eran todos adictos.
Pelón regresó a la fiesta de cumpleaños y le aseguró a sus asesinos que ahora conocía cómo era la
casa de Moreno y exactamente a quién matar. Sus órdenes parecían claras. Matar a Dido y no dejar
testigos. Maciel era de la clica de el Monte Flores, pero colaboraba con asesinos de una pandilla
rival del vecindario de San Gabriel llamada la Sangra. Sentía que al elegir miembros de distintas
pandillas se vería menos sospechoso.
En Montebello, la fiesta se había pasado al interior de la casa. La sala estaba decorada con una
gran bandera que decía FELIZ CUMPLEAÑOS JOSEPH. Mientras abrían los regalos del bebé, Monique,
agradecida, mostraba los juguetes y la ropita que iba sacando de los paquetes. Pelón se sentó a la
mesa y sonrió hasta que oyó sonar su localizador. Entonces salió a encontrarse con su equipo una vez
más. Un compañero los conduciría a él y a Diablo a su departamento en El Monte.
A 13 km al Este, en Alhambra, Anthony «Scar» Torres, de veintinueve años, Richard «Primo»
Valdéz, de veintidós y Jimmy «Character» Palma de veintiuno estaban sentados riendo y haciendo
anfetas. Todos eran miembros de la pandilla de la Sangra. Junto a ellos, en la habitación contigua,
estaban las armas en el suelo.
Scar era un matón de casi cien kilos concentrados en un cuerpo de 1,72 m. Vivía con su madre.
Tristemente, la horrible cicatriz que tenía en el lado izquierdo de la cabeza se la hizo de niño, cuando
su madre le derramó accidentalmente un líquido hirviente. Tal vez eso era lo que lo tenía muy
enojado internamente. Según informes policíacos, los detectives locales pensaban que había
cometido unos diez homicidios pero no podían probarlo y nunca fue acusado. Su madre lo vio actuar
muy raro esa noche. Lo confrontó y él explicó que tenía algo que hacer: «No queremos hacer esto,
pero lo tenemos que hacer». Scar era el que tomaba las decisiones de la Sangra, y la mafia le había
dicho que tenía qué hacerse.
Primo era más alto y delgado y su cara estaba dominada por una extraña nariz demasiado grande.
Usaba mucho PCP y un año antes había estado involucrado en un drive-by de venganza que resultó en
la muerte de un rival del Monte Flores llamado Juan «Johnny Boy» Domínguez. De niño fue jugador
de béisbol en la liga infantil.
Character creció en El Monte y era un niño que parecía tener una necesidad emocional de
pertenencia muy profunda. En su adolescencia temprana, jugó basquetbol en una liga recreativa de la
policía para jóvenes vulnerables. Uno de los policías le dijo a su mamá que sería bueno que lo
sacara de la ciudad y lo alejara de las malas amistades. La madre lo hizo, pero el joven terminó con
la Autoridad Juvenil de todas maneras, conoció a unos miembros de la Sangra y se unió a ellos. Tenía
la palabra SANGRA tatuada en grandes letras que cruzaban toda la parte frontal de su cuello. Vivía con
su hermana menor y el esposo, y estaba saliendo con la hermana de Pelón Maciel en ese entonces.
Cuando la casa se llenó con otros cuatro pandilleros, la nerviosa madre de Scar fue a la casa de
los vecinos para pasar la noche con su hija.
Poco tiempo después, los gángsters tomaron sus pistolas y se dirigieron a la puerta.
Daniel «Tricky» Logan, de diecinueve años, quien estaba siendo criado por su abuela, traía su
Nissan Maxima azul 1987, de cuatro puertas. Tricky no tenía historial criminal serio y era más bien
un peso ligero en las pandillas. Se subió al asiento del conductor y Scar entró junto a él. Character y
Primo entraron al asiento trasero.
José «Pepe» Ortiz, de veintinueve años, era otro miembro duro de la pandilla siempre presto a
obedecer las órdenes de la Eme; «Creeper» tenía veinticinco años y era un bocón presumido que
estaba más interesado en meterse drogas que en ser un gángster; y «Mateo», que tenía veintidós años;
todos se subieron al segundo vehículo, el Ford Thunderbird color granate 1991 de Mateo. Eran el
auto de respaldo.
De vuelta en su departamento, Maciel estaba caminando inquieto, esperaba nervioso. Entonces el
Nissan Maxima se acercó y Character salió del asiento trasero y se acercó a Pelón, que estaba
esperando afuera. Pelón le dio algo de heroína y le preguntó si estaba listo para encargarse de unos
asuntos por él y si tenía todo lo necesario para hacerlo.
«Sí. Ya estamos empacados» contestó Character. También dijo que otro carro de respaldo los
seguiría para encargarse del asunto.
Pelón rápidamente le dijo al amigo que lo había llevado a El Monte, «Vamos de regreso a la
fiesta», su coartada.
En el camino a la escena del crimen, Character, que estaba demasiado excitado, le rogó a Scar que
lo dejara hacerlo. Quería «ganarse sus huesos» en la pandilla, que lo respetaran como un verdadero
asesino. Scar finalmente accedió. Más tarde le diría a la policía: «Lo iba a hacer yo mismo, pero este
tipo se moría de ganas. Quería ir haciendo nombre». Scar recordaba que había visto niños en la casa
durante su visita de reconocimiento y le recordó a todos «Nada de bebés, nada de bebés, no quiero
participar en algo así».
Apagaron las luces de sus autos cuando se acercaron a Maxson Road en la oscuridad y vieron a
Tito Aguirre en la banqueta. Él los vio también y salió corriendo directo a la casa de Dido, donde
desapareció. Iban a dar las 10:30 p.m.
El Nissan Maxima lo siguió y se detuvo en la entrada de la casa con el número 3843 de Maxson
Road. La reja de la casa estaba cerrada con candado. Poco tiempo después, tres jóvenes vestidos con
ropa oscura salieron y caminaron con calma por la entrada del vecino, hacia la residencia Moreno en
la parte trasera. Tricky Logan, con una gorra de béisbol, estaba agachado en el asiento del conductor
y esperó en el auto.
El T-bird de Ford pasó y se estacionó en la calle junto al Zamora Park, a unos doscientos metros
de distancia. También esperaron y se alistaron para matar policías o gángsters rivales del Monte
Flores quienes podrían sentirse inclinados a arruinar la misión.
Character y Primo fácilmente saltaron la reja mientras Dido Moreno, borracho y totalmente
drogado, sentado en los escalones de la entrada, estaba tomando una cerveza. Paul Moreno, de seis
años, estaba sobre una cama justo en la entrada de la casa, viendo televisión, cuando se dio cuenta
que dos hombres estaban hablando con su tío afuera. Recordaba alguna conversación sobre drogas y
luego hubo una erupción de violencia que ningún niño tendría que presenciar en su vida.
Primo sacó un revólver ·357 Magnum y le metió una bala al tío Dido en la oreja derecha. Se
escuchó cómo se rompía la botella de cerveza en el asfalto cuando el desertor cayó al pavimento,
muerto.
El pequeño Paul vio al pistolero cubrirse la cara rápidamente con una media. Ahora era sólo una
máscara con los ojos de un asesino viendo hacia la puerta. El niño saltó al piso y se escondió atrás
de la puerta.
Su madre, María Moreno, se puso de pie y trató desesperadamente de cerrar la puerta corrediza de
vidrio para mantener fuera a los intrusos. No funcionó. Los dos pistoleros entraron a la fuerza a la
casa. María vio el brillo de una pistola cromada calibre 45 mm ante su cara y Character, a
quemarropa, le dio un balazo en el lado izquierdo del cráneo. Cayó de boca sobre la alfombra y
murió. Un vecino que no sospechaba nada escuchó a un niño gritar «¡Mamá!».
Primo apuntó el arma a Tito Aguirre, probablemente pensando que, con las órdenes de no dejar
testigos vivos, lo podía matar. Tito había estado en el sillón fingiendo ver televisión y seguramente se
puso de pie para correr. La bala ·387 lo alcanzó en la parte de atrás del hombro izquierdo y se cayó
entre la pared y una cama. Una segunda bala le voló la parte superior de la cabeza. Una autopsia
posterior mostró que la herida resultó de un disparo a quemarropa. Había materia gris en la pared.
Faltaba lo peor. Character estaba en un frenesí asesino. Apuntó la pistola 45 mm a Laura Moreno,
de cinco años, la hija de María y la bala entró por su espalda y salió por su pecho. Cayó junto a su
madre.
Pero el horror no había terminado. Ambrose Moreno, de seis meses de edad, estaba en una cobija
en el piso. Character aparentemente pasó por arriba del cuerpo de la madre y, enloquecido, apuntó
nuevamente su 45 mm y le dio un balazo al bebé en el ojo derecho.
En algún momento, por una razón enferma, le dieron otro balazo en las nalgas a María Moreno que
yacía muerta en el suelo junto a dos de sus hijos. Durante esta carnicería, Scar vigilaba, esperando
afuera con la escopeta recortada en la mano.
Los dos asesinos salieron rápidamente, saltaron la cerca, y regresaron por la entrada del vecino
para volverse a subir al auto de Tricky junto con Scar. Los vecinos que celebraban una fiesta de
cumpleaños del otro lado de la calle los vieron subirse al Maxima y salir rápidamente, con las luces
todavía apagadas. Algunos habían escuchado los disparos y corrieron a cubrirse hasta que llegó la
policía.
Paul, de seis años, quien había visto la masacre de su familia, siguió a los asesinos, brincó la
cerca y corrió a la casa de sus vecinos. Sus manos, pies, camisa y pantalón estaban cubiertos de
sangre cuando golpeó la puerta furiosamente y les dijo «¡Le dispararon a mi mamá!» Inmediatamente
llamaron a la policía.
Mientras tanto, los tres miembros de la Sangra en el carro de apoyo no escucharon los disparos
pero sí las sirenas. Una patrulla pasó volando junto al parque. Mateo dijo: «¡Vámonos de aquí!» Y se
fueron.
Pelón recibió un aviso a su localizador de que habían terminado con el encargo. Consciente de
ello o no, él y todos los gángsters que habían participado en esa matanza de bebés también estaban
terminados.
Boxer Enríquez dijo: «Nadie estaba de acuerdo con matar bebés. Era deshonroso para nosotros [la
Eme] participar en el asesinato de mujeres y niños, en particular los inocentes. Si un tipo está en el
negocio y hay mujeres involucradas que se tienen que eliminar, pues así será. Eso sí lo hacemos.
Pero no a los niños. Fue un delito horrendo que ha pasado a la historia como un capítulo
particularmente negro de la Mafia Mexicana. Alguien tendría que pagar por lo que sucedió en
Maxson Road.
Los oficiales Ron Nelson, Carlos Zamora y Gary Gall fueron los primeros policías del Monte en
llegar a la escena: cinco minutos después de que llegara la llamada a las 10:30 p.m. Mientras
caminaban hacia la entrada, un vecino sostenía al sobreviviente, Paul, con la ropa todavía
ensangrentada, mientras otros les apuntaban a la puerta explicándoles que le habían disparado a
alguien. Los policías caminaron hacia la cerca. Mientras tanto, el oficial A. Phillips llegó y se acercó
por el otro lado. Primero vio un cuerpo y llamó a los otros que saltaron la cerca. Los paramédicos
fueron llamados de inmediato.
Encontraron el cuerpo sin vida de Dido Moreno recostado de lado, cerca de los escalones, con la
cabeza en un charco grande de sangre y la botella de cerveza rota a su lado. Un tatuaje que decía EME
cruzaba sus nudillos. A 1,20 m de distancia alcanzaban a distinguir la silueta de más cuerpos dentro
de la casa. El oficial Nelson abrió la puerta. Directamente a su derecha estaba el cuerpo robusto de
María Moreno, boca abajo en el suelo, inmóvil, con una gran mancha en la parte de atrás de la
camisa causada por la sangre que emanaba de la herida en la cabeza. Los oficiales Zamora, Gall y
George Mendoza, que habían llegado con Phillips, entraron. Un cadete que llegó con uno de los
oficiales fue enviado a la calle para encontrarse con los paramédicos en cuanto llegaran.
Había dos niños pequeños junto a la madre. Una niñita ensangrentada, Laura, con una bala en el
pecho, boca abajo y acurrucada cerca. La huella de su mano ensangrentada podía verse en la parte
trasera de la camisa de su madre, como si hubiera intentado alcanzarla para que la consolara. Estaba
respirando, apenas, respiraciones cortas y profundas. Un oficial le buscó el pulso pero no lo
encontró.
A 60 cm de distancia estaba el bebé, Ambrose, con un pañal y un trajecito rojo y blanco. Estaba
boca arriba, con los brazos ligeramente levantados hacia el techo, como si pidiera ayuda, los ojos
abiertos y una pequeña cantidad de sangre que le salía de la orilla de la boca, con un agujero
perfecto rodeado de las quemaduras de pólvora justo debajo de su ceja derecha. Estaba acostado en
una pequeña cobijita de bebé y una almohada blanca y azul que ahora tenía un agujero de bala.
A la izquierda, estaba el cuerpo de Tito Aguirre, acostado sobre su lado derecho, entre la cama y
la pared cerca del baño, con la pierna izquierda sobre la cama, los ojos abiertos y un charco de
sangre alrededor de su cabeza, con manchas de sangre y materia gris goteando por la pared.
El oficial Mendoza, quien tenía cuatro hijos propios, levantó a la agonizante Laura, la sostuvo en
sus brazos y le habló suavemente para que pudiera oír la voz de alguien. Luego rápidamente perdió la
compostura. Empezó a gritar. «¿Dónde están los paramédicos?» Mendoza cuenta que fue «lo peor que
haya visto» en sus veinte años como policía.
Era horrendo, pero lo que los cuatro policías vieron después les destrozó el corazón y les quedaría
marcado en las memorias para siempre como si la espantosa verdad les hubiera quemado el cerebro.
Del otro lado de la habitación, sus ojos alcanzaron a ver la diminuta figura de una niña de dos años,
llamada Sarah, escondida junto al refrigerador, caminando en círculos, viendo alrededor, confundida
y llorando sin control. Mientras la niña se acercaba a su madre muerta y se escondía cerca del
cuerpo, sus sollozos se mezclaron con sus gritos aterrorizados. Había presenciado la masacre de su
familia. El oficial Nelson, soltero y sin hijos, la levantó, la sacó y se la dio a una paramédico que
venía llegando, con la esperanza de que los instintos maternales de ella ayudaran a aliviar un poco el
dolor de la niñita.
Los investigadores después dijeron que la única razón por la cual sobrevivieron Sarah y su
hermano Paul fue porque Jimmy «Character» Palma se quedó sin balas.
El paramédico Chris Cano y su compañero apenas acababan de responder a una llamada «de
nada» y estaban haciendo planes para ir a cenar antes de regresar a la estación de bomberos de El
Monte. Él era el médico en jefe esa noche. Entonces, escucharon una llamada por un tiroteo, lo cual
no era tan extraño, pero la solicitud de una segunda ambulancia sí fue un poco anormal. Encendieron
el escáner y se dieron cuenta por la cantidad de mensajes de la radio policial que era «algo bastante
grande». Había reportes de varios cuerpos. Aceleraron. Junto con su compañero, Tom Tecata,
llegaron al mismo tiempo que otra unidad de paramédicos. La escena fue mucho peor de lo que se
podían imaginar.
«Era lo más horrible, la cosa más horrible que he visto jamás».
Primero encontraron a Dido Moreno afuera y la fea herida de su cabeza les dijo que ya estaba
muerto. Había estado tomando y vomitó cuando le dispararon. El hedor del vómito mezclado con la
sangre era insoportable. Sin embargo, el puro olor de la sangre, a pesar de serles familiar, esta vez
era demasiado. Después de pisar materia gris para entrar a la casa, descubrieron por qué. Había
sangre por todas partes.
El otro equipo de paramédicos, Rich Campos y August Duarte, vio cómo Laura, la niña de cinco
años, dio su último respiro cuando entraron por la puerta. Le quitaron el cuerpo sin vida al oficial
Mendoza e inmediatamente se pusieron a trabajar. Ambos equipos sabían que la madre había muerto
y se concentraron en los dos niños. Cano y su compañero, a pesar de saber que Ambrose no tenía
señales de vida, de todas formas intentaron resucitarlo. ¡Por Dios! Era un bebé.
Cano vio el cuerpo maltratado de Tito Aguirre al fondo de la habitación y se acercó a revisarlo.
Vio que le faltaba la parte superior de la cabeza y que su cerebro estaba decorando grotescamente la
pared. Cano supo que estaba muerto. Regresó a ayudar a su compañero.
Otros bomberos se sumaron a la labor con furia. Todo lo que podían pensar era salvar las vidas de
estos niños. Las probabilidades de que sobrevivieran eran casi nulas, pero su humanidad les gritaba:
¡Por el amor de Dios, son bebés, sálvenlos! Ninguno de los niños estaba respirando por su cuenta.
Intentaron ayudar al bebé a respirar con el resucitador de la ambulancia. Los paramédicos colocaron
un tubo en los pulmones de Laura, intentando ayudarla a respirar también. Les pusieron intravenosas
para reponer la sangre perdida. Escucharon con atención buscando un sonido alentador, sin saber que
la bala había colapsado su pulmón izquierdo y atravesado su corazón, literalmente despedazándola
por dentro.
Después de pasarle el cuerpo sin vida de Laura a los paramédicos, el oficial Mendoza salió al
jardín y vomitó. No fue el único esa noche.
«Fue tan triste —recuerda Cano— ver una madre y sus dos hijos acostados lado a lado, el cerebro
regado por el suelo y los niños junto a ella». Los bomberos y policías, la mayoría de ellos con hijos
propios, gritaban, necesitamos esto, necesitamos aquello. Lo que vieron, olieron y escucharon ya
había abrumado completamente sus sentidos.
Muchos piensan, equivocadamente, que los policías y bomberos son una especie de humanidad que
ya se ha endurecido. Son percibidos como faltos de compasión y se cree que están más que
acostumbrados a este tipo de experiencias. Sin embargo, este día ya estaban emocionalmente
abatidos también. «El hecho —dice Cano— es que estas personas capaces de matar niños estaban
ahí afuera. Te pones a pensar. Estos niños no hicieron nada. Es decir, ese bebé tenía oportunidades,
la niña de cinco años tenía oportunidades, y eso se los robaron. Entonces fue cuando me empezó a
afectar, en especial porque tengo hijos propios».
«Pienso: qué tal si alguien entrara a mi casa, me matara, matara a mi esposa y después a mis hijos.
Y lo peor es que en esos momentos que la niña estaba viva, te preguntas si sabía lo que estaba
sucediendo. ¿Sabía que habían matado a su mamá? Es que, como niño, no tendrías nunca que tener
esos sentimientos ni ver algo así. Y al siguiente instante, le disparan».
Después de transportar a los niños a dos hospitales separados —ninguno llegó vivo— Cano y su
compañero regresaron a la escena y empezaron a recorrerla para propósitos de documentación.
Después regresaron a la estación. Cano tuvo que usar la manguera para lavar la sangre, la materia
gris y los pedazos de cráneo de sus botas. Normalmente, después de una salida, él y su equipo se
sentaban y lo discutían, criticando lo que habían hecho y qué respuestas planeaban en el futuro. Con
frecuencia la adrenalina sigue corriendo y todos están activos y parlanchines. Esta vez fue solemne.
Casi no cruzaron palabra. Cada hombre lidió con lo que había visto de manera privada. El oficial
Nelson, que llevaba tres años en el trabajo y era hijo de un policía de un pueblo pequeño, había
empezado su turno nocturno. Trabajó hasta la mañana, regresó a casa y se quedó dormido con un
sueño inquieto. Despertó para ver las noticias de la seis de la tarde. En el sillón, vio la historia de
los sangrientos asesinatos de Maxson Road y se soltó a llorar. Qué acto tan espantoso, sin sentido,
cobarde, pensó.
El paramédico Cano, quien se convertiría en policía en El Monte unos años después, está
convencido que «nunca lo olvidará». Explica: «Parte de eso siempre estará conmigo. Las cosas que
hacen a los niños… Creo que de cierta forma mata una parte de ti, te mata la personalidad o algo de
tu interior, te hace más oscuro y es algo que siempre está ahí molestándote».
Ciertamente le molestó a Joe Moreno, el hermano de Dido de cuarenta y dos años, y quien también
vivía en el área. Ese mismo 22 de abril, la noche de los asesinatos, se presentó en la escena del
crimen y le informó a un oficial de policía que creía que un hombre llamado Huero Shy era el asesino
o había reclutado a alguien para que cometiera el asesinato. Al día siguiente agregó el nombre de
Luis «Pelón» Maciel.
Ese mismo día, a 1300 km de distancia, Boxer Enríquez, sentado en su celda en Pelican Bay,
estaba viendo las noticias en la televisión cuando escuchó que la Eme había ejecutado a una familia,
incluyendo a un bebé de seis meses de edad y una niña de cinco años. Volteó a ver a su nuevo
compañero de celda y le dijo «Esto no puede ser».
Darryl «Night Owl» Baca, asesino convicto y miembro de la Eme, sacudió la cabeza incrédulo.
«¡Chingá! Están matando bebés».
En los días que siguieron a los asesinatos de Maxson Road, hubo una cobertura noticiosa masiva
sobre las muertes y los reportajes vinculaban la masacre directamente con la Mafia Mexicana. Boxer
estaba entre quienes no apreciaban la creciente publicidad negativa: «Lo vimos en World News. La
noticia estaba en todas partes. Nosotros [la Eme] estábamos siendo descritos todos como asesinos de
bebés, asesinos de bebés. Y nosotros nunca hemos sido así. No matamos bebés».
Un pariente de Anthony «Scar» Torres, uno de los motores que impulsaron estas matanzas, también
estaba especialmente alterado por el asesinato de los bebés. Tanto que confió a alguien en su oficina
que Scar y sus amigos eran los asesinos de Maxson Road. El detective de El Monte, Marty Penney,
un sociable policía de pandillas y con el oído siempre alerta, estaba sentado en su escritorio en la
oficina de relaciones de la comunidad cuando recibió la llamada tres días después de los asesinatos.
La persona al otro lado de la línea quiso permanecer anónima. Planearon reunirse y los policías
terminaron con una sólida lista de sospechosos.
Entonces, el 15 de mayo, durante una entrevista en la cárcel con Penney y el detective de
homicidios, John Laurie, el sospechoso Scar Torres, de manera no oficial, identificó a Jimmy
«Character» Palma como el asesino de los niños. Scar había sido arrestado por otro caso de intento
de homicidio. Ese mismo día, Character se entregó a su oficial de libertad condicional para ingresar
a rehabilitación de drogas. Negó haber participado en los asesinatos de Maxson Road.
A finales de julio, otro informante le dijo a los investigadores que había escuchado a Scar y
Character hablando como una semana antes de los asesinatos. Dijo que Scar le preguntó a Character,
en un tono molesto: «¿Qué te pasa?» Y que Character respondió: «Me vale madres. Estoy loco.
Mataría a quien fuera».
Los detectives de homicidios del Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles tenían los
nombres de los asesinos y trabajaron con un paso metódico armando el caso.
René Enríquez dijo que «la jerarquía de la Mafia Mexicana estaba absolutamente horrorizada» y
que la masacre de Maxson Road continuó siendo el tema de conversación en la Prisión Estatal de
Pelican Bay. Recordó que «incluso los miembros más rudos de la Eme estaban incrédulos y
disgustados». En su sección estaban también Topo Peters, Jacko Padilla, Lil Mo Ruiz, Bruiser
Tolento, Grumpy Padilla y Musky Castañeda: todos mafiosos. Boxer dice: «Todos estuvieron de
acuerdo que no se podían tolerar este tipo de actos». Ningún mafioso que se respetara tenía un
problema con matar, pero esto era distinto.
Los días de visita semanal, pequeños grupos de prisioneros iban juntos al área. La sala de visitas
en sí tenía dos filas largas de celdas pequeñas y seguras. En la parte de atrás de cada celda de visita
hay una puerta de acero perforado. Los prisioneros pueden comunicarse unos con otros gritándole a
los que están junto o detrás de ellos. Los siguientes días de visita el tema principal de conversación
fueron los asesinatos de Maxson Road. Cuate Grajeda se acercó a Boxer. «Esto hizo que la clica se
viera mal. Quien haya hecho esto debe irse».
La plática sobre Maxson Road se extendió a la biblioteca legal de la prisión, donde los
prisioneros estaban en celdas separadas equipadas también con puertas de metal perforado para
estudio de manera individual. Por una decisión de la corte, se había permitido que los prisioneros
conversaran en la biblioteca. Enríquez se sentó cerca de David «Spider» Gavaldón el día que
escuchó las noticias. Spider dijo: «Quien haya hecho esto tiene que irse, y fue tu amiguito quien
ordenó esta chingadera».
Se había corrido rápidamente la voz de que Huero Shy Shryock había ordenado el ataque. Shy
también se convirtió en un prominente tema de conversación. Boxer y su compañero de celda, Night
Owl, también de Artesia 13, seguían oyendo de otros mafiosos que esto era obra de su «amigo».
«No están seguros que haya sido Shy», alegaba Boxer. Se estaba dispersando en la organización el
deseo de ejecutar a Huero Shy porque él había ordenado las matanzas. También había apadrinado a
Pelón Maciel para que entrara a la organización. Boxer sabía que sus enemigos en la mafia también
podían irse en contra de él por ser un cercano aliado de Shy.
Mientras tanto, Huero Shy Shryock no perdió nada de tiempo en mandarle una carta a Enríquez
pidiéndole que lo ayudara a decirle a los otros carnales que él no había tenido nada que ver con
ordenar que se matara a los bebés. Boxer recordaba que la carta decía: «Yo no le pedí [a Pelón
Maciel] que matara a los bebés. Le dije que matara a Dido y a este otro tipo, dos desertores. Y luego
se fueron e hicieron esto por su cuenta. Juro por Dios que yo no lo hice. Te doy mi palabra, hermano.
Yo no lo hice».
Boxer Enríquez le creyó y se mantuvo de parte de Shy. Otros hicieron lo mismo y finalmente Huero
Shy la libró.
«¿Pero sabes qué sí sabía? —añade Boxer—. Sabía que sí era responsable, aunque fuera sin darse
cuenta. Esa es su naturaleza. Con su gran voz, probablemente dijo algo como ‘Mátalos a todos. Mata
a todos esos cabrones.’ Eso es lo que decía todo el tiempo. Y apuesto que eso le dijo a este tipo
[Pelón]. ‘Chíngatelos a todos. Mata a todos esos cabrones’. Y eso fue exactamente lo que sucedió.
Maciel hizo lo que le habían ordenado».
El 28 de septiembre de 1995, se abrió una acusación por homicidio en contra de Anthony «Scar»
Torres, Jimmy «Character» Palma, Richard «Primo» Valdéz y Daniel «Tricky» Logan. Todos estaban
ya en custodia para entonces excepto Valdéz, que se había mudado con su madre a Salt Lake City,
Utah, una semana después de los asesinatos. Valdéz se inscribió en una universidad allá y trabajaba
en un supermercado. Se entregó después de que su hermana leyó en el periódico que lo estaban
buscando. Primo negó que tuviera algo que ver con los asesinatos.
El 6 de diciembre de 1995, un gran jurado acusó a Luis «Pelón» Maciel y a José «Pepe» Ortiz.
Ortiz ya estaba en una Prisión Estatal por otros cargos. Maciel fue arrestado una semana después
cuando salía de un motel con su novia en la ciudad cercana de Rosemead. Su esposa lo había corrido
de la casa tres meses antes al enterarse que tenía una aventura.
«Mateo» y «Creeper» que estaban en el automóvil de respaldo esa noche, no recibieron cargos.
Tampoco Huero Shy Shryock de la Eme. Los Fiscales Federales tenían otros planes de juicio contra
él. Dejaron que el estado acusara a los involucrados en Maxson Road y más adelante irían tras Shy
en un juicio masivo contra la Mafia Mexicana por asociación delictuosa.
En junio de 1997, el pistolero Jimmy «Character» Palma y Richard «Primo» Valdéz, condenados
por los cinco asesinatos de diciembre, fueron sentenciados a muerte por inyección letal en la Prisión
Estatal de San Quintín. Tenían veintitrés y veinticuatro años. Palma se sentó en silencio y escuchó la
sentencia. Valdéz le gritó una grosería al juez. Durante el juicio, Valdéz, quien había sido un
prometedor jugador de béisbol de niño, le arrojó una caja de pañuelos faciales a un miembro del
jurado que se había quedado dormido y le pegó en la cabeza desde 7 m de distancia.
Anthony «Scar» Torres, de treinta y un años, fue sentenciado esa misma semana a cadena perpetua
sin la posibilidad de salir en libertad condicional por su rol en los asesinatos.
Daniel «Tricky» Logan, de veinte años, el conductor del auto en el que huyeron, recibió una
condena de 129 años a perpetua.
José «Pepe» Ortiz de treinta y un años, pasajero del auto de respaldo que ayudó a dar las
direcciones para llegar a la casa de Moreno, también recibió 129 años a cadena perpetua tras las
rejas.
Jimmy Palma no llevaba ni siquiera tres semanas en San Quintín cuando ocurrió, el 13 de octubre
de 1997. Las primeras dos semanas las había pasado en procesamiento y ya estaba autorizado a salir
a uno de los pequeños patios de ejercicio de los condenados a muerte. Había poco más de diez
prisioneros con él, todos asociados con la Eme o la Hermandad Aria. Apenas era la segunda vez que
salía al patio. Había jugado un partido de basquetbol y estaba probablemente un poco cansado.
Character estaba en un área frecuentada por miembros de la Mafia Mexicana cuando el cuchillo se
hundió en su carne. Todo terminó rápido. El asesino de bebés estaba muerto, con cuatro heridas de
arma punzocortante en el pecho, una de ellas en el corazón. Ningún prisionero lo ayudó. El agresor
nunca fue acusado de homicidio. De hecho, nunca se le identificó oficialmente.
«Había algo de justicia en bruto en ese acto —reflexiona Boxer Enríquez—. Se lo merecía. No
hubo remordimientos por matar a este tipo. Mataba bebés y tenía que desaparecer. Hay justicia y
existe la pena de muerte en California. Lo que pasa es que a veces la Mafia Mexicana se adelanta un
poco con la ejecución».
En enero de 1998, Luis «Pelón» Maciel, de veintiocho años de edad, se reía mientras leían la
recomendación del jurado de que recibiera la pena de muerte. Dos meses y medio después, el juez de
la Corte Superior de L.A., el normalmente bromista Charles Horan, no pensó que fuera nada gracioso
cuando sentenció a Pelón a que muriera por inyección letal.
Durante su primera semana entre los condenados a muerte de San Quintín, Pelón Maciel decidió
que el patio de ejercicio no era el mejor lugar para pasar el tiempo. Ahora va a un patio especial
para reclusos preocupados por su seguridad. Maciel solamente sale de su celda acompañado de uno
o dos convictos que no tienen afiliaciones a ninguna pandilla mientras espera la fecha oficial de su
ejecución. Esto es, siempre y cuando la Eme no tenga planes para hacerlo antes.
El Delegado del Fiscal de Distrito, Anthony Manzella, el abogado tenaz que se encargó de
encarcelar a Maciel, dijo: «La mayoría de la gente está consciente de la existencia de la Mafia
Mexicana en el sistema penitenciario. Pero pocos se dan cuenta de la magnitud de la influencia que
tiene en las pandillas callejeras de la comunidad. Este caso demuestra lo influyentes que son».
Manzella creció en Nueva Jersey y aún conserva el acento que adquirió hace años, mientras vivió
en el vecindario que sale en las escenas iniciales del programa de televisión Los Soprano. Su padre,
un hombre italo-americano de primera generación, fue un abogado que se negaba a representar a
mafiosos porque no se ajustaban a sus estándares del bien y el mal. Su brillante hijo entró a la
Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y después estudió leyes en la prestigiosa
Universidad de Georgetown.
Anthony Manzella se considera a sí mismo un abogado con conocimiento de las calles que creció
en un lugar donde los mafiosos italianos tenían el poder: más poder del que merecían. No duda en
hacer la comparación: «La Mafia Mexicana es ahora lo que la Cosa Nostra fue hace cincuenta años.
Tenemos la oportunidad de detenerla antes de que crezca y se convierta en lo que fue después LCN».
Boxer tuvo una última palabra: «Los asesinatos de Maxson mancharon la imagen de la Mafia
Mexicana pero en realidad la mostraron como lo que es: algo maligno. Porque, a decir verdad, la
Eme sí tuvo bastante que ver con esos asesinatos».
26

Los muertos no pagan


DARRYL «NIGHT OWL» BACA era un miembro de la Mafia Mexicana cuyas únicas posesiones eran los
agujeros de sus zapatos y sesenta dólares en sus libros de contabilidad cuando se convirtió en el
compañero de celda de Boxer en Pelican Bay en 1995. Enríquez le dijo: «Hay un mundo de dinero
allá afuera».
Tenían muchos años de conocerse. Baca era un año mayor, un chico callado que solía drogarse en
el Parque Pat Nixon y que de vez en cuando iba a la casa de Enríquez en Cerritos para comprar
drogas. Eran compañeros de Artesia 13. Night Owl vivía en Lakewood, que queda cerca, y
frecuentemente se veían en las fiestas cuando eran jóvenes. Night Owl era un tipo cerrado, incapaz de
mostrar emociones, nunca conoció a su padre y abusaron de él varios padrastros y novios de su
promiscua madre, quien eventualmente murió de sida. Darryl vivía en departamentos, nunca tuvo un
hogar real y a veces se vio en la necesidad de alimentarse de croquetas para perro por falta de
comida. «Nunca tuvo oportunidad de convertirse en algo más —comenta Boxer— y tenía serios
problemas para confiar en la gente».
Los dos gángsters se hicieron más amigos cuando estuvieron juntos en la Cárcel del Condado a
principios de la década de 1980. En una ocasión, durante un desacuerdo con unos paisas por un par
de zapatos robados, Enríquez se vio involucrado en una pelea de cinco contra uno. Darryl llegó a
ayudarlo, tomó a uno de los adversarios y le apretó el cuello con los dedos, levantándolo del suelo
con una sola mano. Eso rápidamente puso fin al conflicto y solidificó la amistad entre los dos cuates
de Artesia.
Boxer estaba esperando que lo enviaran al Norte del estado por sus robos y Night Owl enfrentaba
una acusación de homicidio. El Chevrolet Impala modelo 1960 que adoraba y por el cual había
pagado apenas 600 dólares fue baleado por un gángster rival. Baca, furioso, le disparó al ofensor y
lo mató. Lo arrestaron y fue sentenciado a cadena perpetua a la edad de diecinueve años.
Boxer y Night Owl también estuvieron juntos en Chino y San Quintín. Baca era miembro del
equipo de demoliciones de IVD en Tracy cuando los dos eran unos camaradas «ganándose sus
huesos». De hecho, Night Owl fue quien pidió a Enríquez que realizara su primer ataque para la
mafia en IVD en 1984. Baca era adicto al ejercicio, estaba quedándose calvo y medía 1,88 m con una
complexión de 85 kg de puro músculo. También tenía un aire de silenciosa dignidad y en el mundo de
las políticas sucias de la Eme, él parecía un carnal inmaculado. «Darryl era un perfeccionista
obsesivo, alguien que siempre tenía una opinión negativa, sin ningún talento para los negocios.
Cometí el error —dice Enríquez— de meterlo a mi negocio».
Boxer sentía que siempre llevaba a Baca a cuestas, recolectando sus impuestos y encargándose de
los problemas que tenía en la calle. Como ejemplo pone el asesinato de Mousie Reyes. Michael
Reyes, también conocido como «Mousie», de Artesia 13 era un tipo pequeño y agradable que creció
con Baca en Lakewood. Estuvieron juntos en el Centro de Detención Juvenil y en la Cárcel del
Condado. Tenía cara de niño con facciones de ratón sobre un cuerpo diminuto de apenas 1,52 m de
altura, lo cual le ganó su apodo de roedor. También consumía crack y hacía negocios pequeños como
parte del equipo de Night Owl. Usaba una carta de Baca que le daba suficiente fuerza para vender en
las calles y siempre creyó que Night Owl lo protegía. Esto, hasta que terminó muerto el 23 de
septiembre de 1998. Mousie y su novia chola fueron de una casa en Norwalk a comprar drogas. Hubo
una discusión y Mousie terminó apuñalado varias veces. Murió en la entrada de esa casa. Los
testigos identificaron al atacante como Daniel «Poncho» Arredondo de Norwalk 13.
Enríquez dijo que en realidad las órdenes de este ataque provenían de una Prisión Estatal y del
miembro de la Mafia Mexicana Ralph «Perico» Rocha, quien sentía que Mousie estaba invadiendo su
territorio de Norwalk. Baca estaba indignado por haber perdido a un viejo amigo y una fuente
constante de ingresos. Pero lo más importante era que su orgullo de mafioso estaba lastimado. Sin
embargo, se acercó a Enríquez y le pidió «que se encargara de eso». Boxer lo hizo. Mandó decir al
jefe de su equipo, a través de una visita a Pelican Bay de Cynthia Alvarado, que la muerte de Mousie
tenía que vengarse. Se encendió la luz verde.
El 4 de enero de 1999, el asesino Poncho Arredondo, de treinta y ocho años de edad y recolector
de impuestos de Perico, estaba frente a la casa de un vendedor de heroína en Norwalk cuando llegó
un coche. Salió un miembro de una pandilla rival, se acercó a Poncho, le dijo palabras altisonantes y
después sacó una pistola y se la puso en la cara. Poncho se dio la vuelta y corrió, pero no es posible
correr más rápido que las balas de 9 mm que alcanzaron su espalda baja y muslos. El automóvil salió
huyendo sin el asesino, quien logró escaparse a pie y detener otro auto para huir del vecindario. Para
cuando llegó la ambulancia al Centro Médico St. Francis en Lynwood, Poncho ya no era un
recolector de impuestos de la mafia. Solamente era un muerto.
Después, Perico de la Eme mandó decir a Enríquez que las dos facciones tenían que resolver la
disputa antes de que esta guerra en sus territorios escalara. Acordaron que el equipo de Enríquez-
Baca absorbería parte del territorio de Norwalk. Así que en el futuro Toker también pudo ganar más
dinero ahí sin ser molestado por la gente de Perico.
Gonzalo «Sinbad» Navarro, el pandillero de Norwalk 13 que había ejecutado exitosamente las
órdenes de acabar con Poncho Arredondo, eventualmente fue arrestado y condenado por asesinato.
Fue identificado por testigos del lugar y a través de varias llamadas anónimas. Sinbad tenía treinta
años y pasaría el resto de su vida en prisión por el homicidio de un asesino que ofendió a otro
asesino: Darryl «Night Owl» Baca.
Todo era parte del mortal y retorcido sistema de negocios de la mafia.
Boxer cada vez estaba más molesto con Baca. Le parecía más «un tacaño, mezquino y mediocre
contadorzuelo». En una ocasión, Night Owl quiso presentar una queja porque sabía que tenía setenta
y seis centavos en sus libros del comedor de la prisión y el encargado los había eliminado de su
cuenta. Estaba furioso por esos míseros setenta y seis centavos. Al mismo tiempo, se queja Boxer,
«yo tenía que recolectar el dinero de sus impuestos en las calles. Yo lo llevaba a cuestas. Nunca ganó
suficiente dinero por sí solo y se molestaba si le faltaban escasos veinticinco dólares». Después de
un par de años, Boxer le dijo «Ya no podemos hacer negocios juntos. Ya me cansé».
Un oficial de correcciones escuchó ruidos que provenían de la sección E poco después del
mediodía y envió a otro guardia a ver qué pasaba. Encontró a Night Owl Baca y a Boxer Enríquez, de
pie en la celda 217, golpeados y sin aliento. Los prisioneros le dijeron al guardia que no pasaba
nada, que sólo estaban jugando. No era cierto. En cuanto se alejó el oficial, empezaron a golpearse
otra vez. Un puñetazo le dio a Boxer en la nariz y quedó cubierto en sangre. Los guardias hicieron
sonar la alarma. Un informe del 3 de noviembre de 1997 que elaboró un oficial de la PEPB decía que
los compañeros de celda continuaron peleando hasta que les rociaron gas lacrimógeno, también
conocido como OC (oleorresina capsicum) para separarlos. La OC es un compuesto químico que
causa dolor e irrita los ojos, provocando incluso ceguera temporal.
Boxer explica: «Se me había estado acumulando. Yo me encargaba de todo y a él le encantaba.
Cuando le dije que se le había terminado el boleto, no le gustó». Ninguno de los dos llevó el asunto
ante otros carnales. Las peleas no autorizadas con otro carnal también eran una de esas reglas de la
zona gris que podría ser castigada con la muerte. Arreglaron sus asuntos e incluso empezaron a
trabajar juntos otra vez. Entonces entró a escena Febe Carranza.
La primera esposa de Baca era una preciosa morena mexicana con cuerpo voluptuoso. Su
sobrenombre era «Hot Puss» y un día simplemente se marchó a sabiendas de que Night Owl nunca
más volvería a ulular fuera de la prisión.
La falta de libertad no era un problema para Febe. Ella era una asidua «visitadora de aparadores»,
una persona que visita varios prisioneros para ver con quién puede iniciar una relación. Baca la
conoció cuando visitaba a un camarada de los Avenues conocido como Demon.
«Sabía que esta chica causaría grandes problemas —dice Boxer— una vaca gorda y escandalosa
con un deseo insaciable de poder». Febe Carranza organizó un rápido matrimonio en la cárcel que la
convirtió en Febe Baca, esposa de la Mafia Mexicana.
Después de que Baca se juntó con ella, intentó administrar hasta el último centavo de todos los
negocios. Boxer sentía que Febe hacía demasiadas preguntas sobre otros miembros del equipo y eso
no le gustaba. No le caía bien.
Entonces Cynthia, la esposa del jefe del equipo, Toker, cuyo nombre clave era «Hottie», visitó a
Enríquez en Pelican Bay y le dijo que no querían seguirle pagando a Baca. Supuestamente debía
recibir 100 dólares al mes de Toker y Hottie, pero le debían como 900 dólares. Toker y su esposa
nunca estuvieron de acuerdo en pagarle tanto a Enríquez como a Baca.
«La voy a matar» amenazó Baca.
«Déjala —le dijo Enríquez—. El que trate de matarla terminará muerto».
«¿La prefieras a ella en vez de a mí?» preguntó Baca y le soltó una retahíla de insultos a Boxer.
En primer lugar, Boxer sabía que «los muertos no pagan». Sentía que no tenía ningún sentido matar
a Cynthia: «Era mejor comerciante que su esposo. No pensaba que se mereciera morir. Era buena
persona, leal». Por otro lado, Cynthia era un conducto importante entre Boxer y sus equipos. Lo
visitó en Pelican Bay unas doce veces entre 1999 y 2002. Eliminarla sería malo para el negocio.
Era hora de cortar lazos con Night Owl. Boxer le pagó 3 mil dólares y 85 g de metanfetaminas
para salvar la vida de Cynthia, encargándose de saldar sus deudas. Baca se llevó al equipo de
Caballo y a Flo, junto con sus lazos a la familia Burgueño.
Eso todavía no había terminado. La mala leche entre Boxer y Night Owl estaba a punto de
ebullición.
Enríquez hizo un letal cuchillo con la rodillera que estaba autorizado a usar. El arma medía 18 cm
de largo y 5 de ancho. Planeaba matar a Baca cuando tuviera la oportunidad.
Baca planeaba matarlo a él.
27

Chuco delata a la Eme


EL 5 DE NOVIEMBRE DE 1993 no sería un buen día para Chuco Castro. Como a las ocho de la mañana,
se asomó por la ventana de su casa de un piso en Rosemead y vio que un policía se acercaba. Por un
momento, su rostro se congeló con un gesto que parecía expresar: ¡Me lleva la chingada! Después
corrió a la parte trasera de la casa y empezó a echar bolsas de heroína por el retrete. Chuco estaba en
libertad provisional y no quería que lo volvieran a encerrar. «Yo hablaba por teléfono con Chuco
casi todos los días en esa época cuando estaba en la Cárcel del Condado —recuerda Boxer— y
Chuco siempre me decía ‘Me encanta estar afuera’. Había estado encerrado muchos años y quería
quedarse en las calles».
Pero los policías estaban tocando a su puerta. En un semáforo, cinco días antes, habían encontrado
dos balas ahuecadas de Remington calibre 38 mm detrás del cenicero del Cadillac negro de
principios de la década de 1980 de Chuco. Eso era en sí una violación a su libertad condicional,
pero lo habían dejado ir. Se preguntó en ese momento por qué no se lo habrían llevado, sentía que
algo estaba pasando.
¿Qué se traerían entre manos los juras?
A principios de la década de 1990, el Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles
instauró un plan para reducir los gastos de tiempo extra. La reducción temporal de las asignaturas de
tiempo extra se denominó TORA por sus siglas en inglés. Como resultado, la Unidad de Pandillas de
Prisión, compuesta por seis hombres, que trabajaba en la Oficina de Investigaciones Especiales del
Departamento del Sheriff de Los Ángeles fue desmantelada. Los volvieron a poner de uniforme
realizando tareas regulares de patrullaje o fueron reasignados a trabajar en el sistema carcelario del
condado.
Solamente un detective, el que tenía más antigüedad, se quedó para trabajar solo con todas las
pandillas de prisión. Su nombre era Roy Núñez, un detective especializado en el negocio de crack de
las pandillas negras. Este individuo era el prototipo del personaje que representa Robert Duvall en la
película Colors: el policía maduro y más sabio que trabaja en las calles de manera humanitaria. Las
pandillas de prisión no eran exactamente su área de mayor experiencia. Sabía que tendría que
ponerse al corriente en el tema y pasó los siguientes años haciendo eso. Núñez se acercó a los
investigadores institucionales de pandillas (IIP ) del Departamento de Correcciones de California y
les hizo muchas preguntas sobre los miembros y asociados de las pandillas en las prisiones. Al
mismo tiempo, buscó a todos los gángsters afiliados con la Eme en la Cárcel del Condado de L.A. de
principios de 1991 a finales de 1992. Por otra parte, también empezó a estudiar la correspondencia
de la cárcel e incluso tomó un curso de ocho semanas de náhuatl en la Universidad del Este de Los
Ángeles para poder entender lo que decían los mafiosos en el antiguo idioma azteca.
Núñez sabiamente se juntó con Gil García, un agente de libertad condicional de la Autoridad
Juvenil de California. García tenía muchos conocimientos. Trabajó con la Fuerza Especial contra
Pandillas de Prisión original de la década de 1970 cuando Mundo Mendoza se convirtió en
informante. García era una gran fuente de información entre la mafia vieja y la «Generación Pepsi».
Colaboró con Núñez en la elaboración de una gráfica de vínculos que mostraba las relaciones entre
los miembros de la mafia dentro y fuera de la prisión, sus asociados y los miembros de las pandillas
callejeras. Compilaron fotografías, listas de compañeros de celda, licencias de conducir y los
automóviles específicos que los malosos conducían. Un nombre que resaltaba en la Cárcel del
Condado y también en las calles fue el del importante mafioso en libertad condicional, Ernest
«Chuco» Castro. «Estaba tomando decisiones —recuerda Núñez—. Era el más grande de los
individuos que teníamos». Empezaron a vigilar a Chuco y lo hicieron durante semanas.
Boxer Enríquez dijo que los policías estaban en lo correcto al fijarse en particular en Chuco: «Era
un carnal recto. Nadie hizo política contra Chuco ni dijo nunca algo malo sobre él. Era el chico
dorado de la mafia que siempre hacía lo correcto, un asesino con influencia entre los hermanos
jóvenes y mayores, un ídolo. Todos lo admirábamos».
Los detectives Núñez y García empezaron a conseguir informes de las calles sobre las reuniones
de Chuco con grandes grupos de miembros de las pandillas latinas. Un informante confidencial (IC)
les dijo que Chuco había ordenado a los gángsters que atacaran a cualquier miembro de Maravilla,
un vecindario viejo y establecido de la zona del Este de Los Ángeles. Boxer explica: «Maravilla era
antimafia. Era una pandilla que abiertamente desafiaba el edicto de detener los ataques drive-by y se
negaba a pagar impuestos a la Mafia Mexicana». El IC también les dijo a los detectives que Chuco
siempre tenía una pistola a la mano para protegerse, en general en el coche, detrás del cenicero del
tablero. La posesión de un arma de fuego era un delito para un ex convicto.
Los informantes también dijeron que Chuco recientemente se había mudado con su esposa Lorraine
y sus tres hijos pequeños del departamento de Alhambra a una casa en otra parte. También, que
pasaba todas las mañanas en una clínica de prevención de drogas del Este de Los Ángeles, donde
recibía una dosis de metadona y después llevaba a su esposa al trabajo en el Laboratorio Michelson
en Bell Gardens. El 4 de noviembre de 1993, el agente de libertad condicional empezó a vigilar las
afueras del laboratorio y vio que Chuco recogía a su esposa al final del día. Trató de seguirlos para
averiguar cuál era el nuevo domicilio de Castro pero los perdió en el tráfico.
Al día siguiente, los detectives encubiertos del sheriff volvieron a encontrar a Castro en la clínica
de metadona y lo siguieron al trabajo de su esposa, después a la Escuela Primaria Monterey Hills,
donde dejó a un niño pequeño y finalmente a su nueva residencia en Rosemead. Los investigadores
ahora ya sabían dónde vivía. Posteriormente, al revisar sus registros, se enteraron que Chuco tenía
una multa de tránsito pendiente: una excelente razón para detenerlo y buscar el arma escondida.
Como a las cuatro de la tarde, los detectives vieron que Chuco salía de su casa, probablemente a
recoger a su esposa. Parecía ir solo en el automóvil y dio la vuelta en la siguiente calle (una calle
cerrada), se detuvo, vio dentro de los autos estacionados, dio vuelta en U, se dirigió hacia el Norte
por una calle, y luego de regreso al Sur en otra mientras iba aparentemente buscando algo, como si
estuviera vigilando si había alguien viéndolo. Ya que estuvo en la carretera de San Bernardino con
dirección al Oeste, continuamente disminuía la velocidad y después aceleraba, cambiaba de carril
sin señalar y después, en un cambio confuso entre las autopistas 101 y 110 hizo un cambio radical de
carril y se dirigió al Norte por la 110. Rápidamente bajó por una rampa y desapareció. Perdió al
equipo de vigilancia pero tenía otros dos autos encubiertos todavía siguiéndolo.
El detective Roy Núñez iba en uno de ellos y siguió a Castro al trabajo de su esposa. Como temían
que fuera armado, los dos oficiales en la patrulla debían detener el tráfico cuando Chuco se orillara.
Castro salió de su Cadillac y Núñez fue a avisarle al mafioso que creían que traía un arma de fuego.
«Nunca traigo una pistola en el coche cuando traigo niños» respondió Chuco.
El detective le pidió con calma si podía revisar.
«Adelante» contestó confiado Chuco.
Núñez entonces vio que traía a dos niños pequeños en el asiento delantero y un bebé en el trasero.
Le dieron a los niños a la mamá cuando se acercó a la escena, justo afuera de su trabajo. A diferencia
de su esposo calmado, ella insultó y amenazó a los policías.
Dentro del auto, el detective Núñez encontró un cuchillo Kershaw en un estuche negro de nylon
entre el asiento del conductor y la consola central. No había pistola detrás del cenicero, pero cuando
revisó, encontró las dos balas ahuecadas calibre 38 mm.
Núñez regresó con Chuco, abrió su mano y le mostró las dos balas.
«Si me va a preguntar sobre esas balas —dijo Castro—, quiero que venga mi abogado. Además,
ustedes las plantaron ahí». Núñez metió a Chuco a la parte trasera de la patrulla. La conversación
duró una hora, no como un policía hablando con un delincuente, sino como un hombre de familia
dándole consejos a otro. El detective y su esposa habían criado a sus hijos y también se habían
encargado de cuidar a 42 niños del sistema de acogida temporal a lo largo de los años. Núñez tenía
la sensación de que Castro verdaderamente amaba a su esposa y a sus hijos. Le dijo a Chuco que el
estilo de vida de gángster lo llevaría de vuelta a prisión, donde se pudriría solo en el aislamiento de
Pelican Bay. No habría fiestas de cumpleaños, primeras comuniones o graduaciones. Sus hijos
crecerían sin él. Su papá sería alguien que verían unas horas en la sala de visita unos cuantos días al
año. Núñez le dio mucho en qué pensar al ex convicto.
Finalmente, Chuco y su familia pudieron irse. Antes de salir, le mintió a Núñez sobre su dirección
y le dio la de su viejo departamento de Alhambra como su sitio legal de residencia. Nunca mencionó
el nuevo lugar de Rosemead, a 10 km al Este.
Para octubre de 1993, dos miembros de la Unidad de Pandillas de Prisión finalmente regresaron al
escuadrón para ayudar. Uno era el sargento Richard Valdemar, un hombre de buen corazón, robusto y
con una gran barba que ahora era el supervisor de la unidad. Su mente funcionaba como detector de
mentiras al interrogar a los sospechosos. Poseía conocimientos inigualables sobre las pandillas y
habían entrenado a tantos jóvenes detectives con éxito que los conocían como los «hijos de
Valdemar».
Uno de ellos era el detective Rich López, un tipo grande de temperamento volátil que jugaba como
defensivo en el equipo de futbol americano colegial de Cal Lutheran cuando perdieron el partido del
Campeonato de la NCAA. También era estrella de lanzamiento de jabalina del equipo de atletismo y
fue capitán de los Marines de los Estados Unidos, un grupo que tiene valores como el honor, la
valentía y el compromiso. López también sabía pensar de manera independiente y tenía talento para
asociar detalles de manera exitosa, y poca paciencia con quienes no podían hacerlo.
Núñez estaba reunido con Valdemar y López en una sesión estratégica. Habían confiscado las
balas y tenían dos informantes de confianza que insistían que Chuco siempre iba armado, además
reportes de su participación en una serie de juntas grandes de pandilleros y el hecho de que había
mentido sobre su dirección real. No era mucho, pero su experiencia e instintos les decían que Chuco
era un pez gordo. «Un gran tiburón blanco —dice Boxer— el más grande que habían visto». ¿Cómo
podrían los detectives lograr que ese pez mordiera el anzuelo y pescarlo?
La respuesta era conseguir una orden de cateo y buscar en su casa. No había mucha causa
probable, pero López la redactó de tal forma que logró que un juez la firmara. Algunos policías de
Los Ángeles los acompañaron y ese fue el momento en que Chuco los vio acercarse a la casa. Sabía
que no venían a desayunar.
Los doce policías revisaron el lugar como una meticulosa ama de casa buscando motas de polvo.
Chuco, con las mangas de la camisa aún mojadas por echar la droga por el caño, estaba esposado en
el sillón de su sala. Sabía cómo era esto. Pero no por eso le gustaba. Antes de que le hicieran
cualquier pregunta, las palabras empezaron a brotar de su boca. «¡Esto no está bien! Voy a tener que
regresar a la cárcel. Me pedirán que mate. Ya he matado gente que quiero. Eso no está bien». Le
temblaban las manos tras la espalda. Los oficiales, después de asegurar el área, le quitaron las
esposas a su mujer y le permitieron atender al bebé y los niños. Tal vez esos juras no encontrarían lo
que Chuco sabía que tenía. Pero no tuvo suerte.
«¡Miren esto!» dijo uno de los oficiales que había descubierto algo interesante.
En el armario de la recámara de Chuco había un tapete que cubría el suelo de madera. El oficial
Leon Brown levantó el tapete, encontró una puerta y descubrió un compartimento pequeño, de
concreto, donde estaba el calentador. Pero eso no era todo lo que había.
El oficial Brown descubrió una colección de armas guardadas en una bolsa deportiva, incluyendo
una subametralladora Mac-10, dos revólveres Magnum ·357, dos pistolas semiautomáticas Glock de
9 mm, una semiautomática calibre 45 mm y una ·44 o Magnum con un imponente cañón de 20 cm. Un
ex convicto en libertad condicional no tenía autorización de poseer armas de fuego. Castro tenía
siete. La Mac-10 por sí sola lo habría enviado diez años a la prisión federal. Había otra sorpresa: 10
mil dólares en efectivo en esa misma bolsa. Era parte de su tajada del dinero de los impuestos
recolectados de las pandillas callejeras de L.A. No tenía recibos o evidencia alguna de que
proviniera de una fuente legítima.
Núñez volteó a ver a Chuco y le dijo con pesar: «Definitivamente no volverás a ver a tus hijos».
Afuera, en la cajuela del Cadillac de Chuco los policías encontraron unas doce rocas de cocaína
además de jeringas y cucharas utilizadas para la administración de dosis de heroína. La búsqueda
también sirvió para encontrar muchas cartas con información sobre negocios de la mafia. Boxer
piensa que «algunas de esas cartas seguramente eran mías, diciéndole a Chuco que lo apoyaba al cien
por ciento». También había varias listas de luz verde que podrían involucrar a Chuco en un cargo por
conspiración para cometer homicidio.
El sargento Valdemar se sentía confiado: «Sabíamos que iba a hablar».
El equipo de satisfechos detectives lo llevó de regreso a la estación del sheriff en Temple City y lo
arrestó. Chuco se sentó en una pequeña sala de entrevista con los detectives López y Núñez y supo
que ya estaba acabado. Por otro lado, estaba ya harto de todo el cochinero de la mafia: las luchas
intestinas, la política y las matanzas, las muertes de personas que a veces eran sus amigos. Y no por
alguna buena razón, sino sólo porque algún otro pendejo que era carnal lo quería muerto. Si Chuco no
lo hacía, entonces alguien más lo haría. Acababa de cumplir treinta y seis años en agosto y usaba
heroína. «Tenía una adicción bastante severa a la heroína —comenta Boxer— y también su esposa».
Sí, la vida de mafioso empezaba a parecerle más una farsa.
Roy Núñez tenía una manera de hablar agradable, tranquilizante y paternal cuando estaba con un
sospechoso. Le explicó a Chuco que se enfrentaba a muchos años en prisión, diez años por cada
pistola que tenía en la casa.
Rich López vio que Castro, con el pulgar derecho, empujaba la cutícula de su índice derecho. El
detective intuyó que era un tic nervioso. «Chuco —le dijo—, para cuando salgas de prisión ya
existirán las hamburguesas espaciales».
Era momento de regresar a la prisión, tal vez para siempre, o de soltar la sopa. Apostó por una
vida donde podría ver los árboles en lugar de los barrotes metálicos, comer de vez en cuando en un
restaurante en lugar de en una celda de concreto, besar un hijo en lugar del trasero de un guardia y
pasar la noche abrazando a su esposa en lugar de una almohada de cárcel.
Un pariente ofreció su casa como aval y Chuco salió bajo fianza. Lo que se había arriesgado a
realizar sería extremadamente difícil. Ahora tendría que estar en contacto constante con los policías.
Hubo un momento en su vida que quiso matarlos y ahora dependía de ellos. Esto implicaría que sus
demonios internos estarían en una continua pugna. Había accedido a hacer lo impensable: convertirse
en soplón.
Valdemar, Núñez y López sabían que Chuco Castro era una excelente captura. Era uno de los
miembros de la Mafia Mexicana más confiables y respetados de la Generación Pepsi. Podría ayudar
a echar abajo a toda la organización. ¿Qué harían ahora con él?
Tomaría mucho tiempo, dinero y tecnología hacer lo que sabían era necesario. La pequeña Unidad
de Pandillas de Prisión no tenía los recursos para hacerlo. Eso también lo sabían.
Los federales tenían experiencia en intervención telefónica y los recursos para hacerlo.
Originalmente habían invitado a un agente de ATF al cateo de Chuco, pero no se presentó. Alguien
ahora señaló que el FBI tenía intención de armar un caso contra la Eme en el Valle de San Fernando
pero que no tenía suficiente información. ¿Por qué no llamarlos y programar una junta?
Unos días después, el detective Núñez se sentó en una habitación con el agente del FBI y el Fiscal
Federal asistente Robert Lewis para empezar a estudiar el caso. La relación de trabajo entre el FBI y
los policías locales no siempre es buena. Existe la noción de que los agentes del FBI son un grupo de
universitarios arrogantes. «Famosos e incompetentes» y «universitarios con pistolas» son dos de las
frases derogatorias que usan las fuerzas de impartición de justicia locales para describir a los
agentes federales. Los locales tienden a creer que algunos de los mejores agentes del FBI no tienen
ningún conocimiento sobre cómo moverse en las calles, tienen un talento increíble para echar a
perder los casos y, si la investigación tiene éxito, suelen llevarse todo el crédito. Por otro lado, los
federales por lo general ven a «los locales» como de poca confianza y no muy inteligentes.
Esta relación no sería así. Jim Myers había soñado ser un agente del FBI desde que era niño y llegó
a la agencia después de trabajar como policía local en Massachusetts. Inmediatamente percibió la
importancia del arresto de Chuco y quiso participar. Los federales estaban dentro.
La fuerza especial incluía a Myers, un par de agentes del FBI y Núñez, López, Valdemar, George
Marin y Carlos Sinaloa del Departamento del Sheriff del Condado de L.A. Otro detective que
participó fue Larry Martínez, del Departamento de Policía de L.A., un oficial de homicidios, alto y
delgado con aspecto de motociclista de grandes bigotes y coleta de caballo. Chuco les informó de
varios asesinatos de la mafia que ocurrieron bajo la jurisdicción de la División Hollenbeck de la
policía, al Este de la ciudad. Martínez había trabajado en varios de estos homicidios y era bueno con
los informantes.
El detective López comentó después: «Myers fue el pegamento que mantuvo la investigación
unida». No todos los policías locales pensaban lo mismo. Roy Núñez, por ejemplo, sentía que los
federales no siempre habían sido honestos sobre lo que estaba sucediendo y pidió ser reasignado a
otra investigación en agosto de 1994.
Chuco inmediatamente ingresó a un programa de metadona para controlar su hábito de heroína y un
equipo de fuerzas especiales comenzó a tener reuniones con él cada semana. Usó un micrófono oculto
durante meses y entre el 27 de marzo de 1994 y el 9 de abril de 1995 el gobierno grabó en video
catorce reuniones de los miembros de la Mafia Mexicana en habitaciones de hotel donde discutían
sus negocios asesinos. Chuco rentaba las habitaciones, excepto en dos ocasiones que lo hicieron
Huero Shy Shryock y Black Dan Barela. Barela distribuía cuchillos con mango de hule a los carnales
reunidos, como mortales recuerditos de fiesta. Durante una de las reuniones, los mafiosos fueron
grabados hablando sobre la extorsión y posible asesinato del actor-director Edward James Olmos
por las indiscreciones cometidas en la filmación de la película American Me. «Ninguno de los
mafiosos tenía idea que Chuco era informante —insiste Boxer—. Yo me sorprendí mucho cuando me
enteré».
Durante el último fin de semana de abril de 1995, dieciséis miembros de la Eme y dos asociados
fueron arrestados en la madrugada en el área de L.A., incluyendo Norwalk, Bell Gardens y Santa
Ana. Entre ellos estaban dos de los mentores de Boxer, Huero Shy y Black Dan, quienes, junto con
Castro, habían organizado el plan de controlar las calles varios años antes.
Ninguno de los arrestados se resistió. No hubo tiroteos.
El sargento Valdemar recuerda que le puso las esposas a Huero Shy, de cuarenta y tres años de
edad y le dijo: «No me causes problemas. Los dos estamos ya demasiado viejos para esto».
Huero Shy estuvo de acuerdo. «Está bien» contestó.
Al día siguiente, el lunes 1º de mayo, el Fiscal Federal en el Distrito Central de California con
sede en Los Ángeles emitió una acusación de ochenta y un páginas donde se levantaban los cargos
contra veintidós miembros de la Mafia Mexicana y asociados por homicidio, asalto, extorsión,
tráfico de drogas y secuestro. La Fiscal Federal Nora Manella dijo: «Esta acusación y los arrestos
perjudicarán de manera importante a una de las pandillas más violentas de California». Era la
primera vez que los Fiscales Federales en Los Ángeles habían utilizado la ley contra la extorsión
criminal y organizaciones corruptas (RICO por sus siglas en inglés) contra una empresa criminal
violenta. RICO fue una ley que aprobó el Congreso en 1970, básicamente para destruir a la mafia
italiana. La ley proporciona penas extendidas para los actos criminales cometidos como parte de una
organización criminal existente. Charlie Parsons, agente especial a cargo de la oficina del FBI en Los
Ángeles dijo: «Hemos evitado cuarenta asesinatos» al acusar a la Eme bajo RICO:
La primera plana de la sección metro de Los Angeles Times, bajo el encabezado de «Los E.U.
acusan a 22 en investigación de la Mafia Mexicana» decía: «la acusación de 81 páginas proporciona
un escalofriante retrato del bajo mundo de Los Ángeles, apuntando a un grado sin precedente de
organización e implacabilidad en la larga y sangrienta historia de las pandillas callejeras latinas».
Boxer estaba en la sala de visitas de Pelican Bay cuando escuchó a Topo Peters y otros carnales
decir que Chuco había hablado: «No dije nada pero estuve escuchándolos mientras al mismo tiempo
tenía una conversación en el teléfono de la cabina de visita. La noticia sobre Chuco fue devastadora
porque era uno de mis aliados más cercanos. Siempre permitía que mis equipos florecieran en las
calles y me apoyaba en las buenas y en las malas». Los mentores Huero Shy y Black Dan también
habían sido arrestados. «Teníamos un acuerdo tácito, Chuco, Shy, Dan y yo, de que estábamos juntos
en esto. La mayor parte de mi base de apoyo estaba yéndose a la prisión federal y yo sabía que eso
me ponía en serios problemas políticos. Mi muerte en la organización se acercaba. Era el principio
del fin».
Las veintiséis acusaciones que tenía el documento contra la mafia los responsabilizaban por siete
homicidios y siete intentos de homicidio además de conspiración para asesinar al menos a otras ocho
víctimas. Entre las víctimas estaban tres ligadas con la realización de la película American Me, los
miembros de la Eme Manny Luna y Charlie Brown Manríquez, y la consejera de pandillas Ana
Lizárraga. Tenían un cargo de conspiración para extorsionar ligado con las amenazas contra Edward
James Olmos, quien en el documento sólo se menciona como «Víctima número 1». Aparentemente
estas amenazas provenían de Boxer. En este documento se acusaba a la mafia de «uso indebido de la
fuerza y el temor» para obtener dinero y propiedades de la estrella de Hollywood. El cargo de
extorsión se retiró cuando Olmos se negó a cooperar con los fiscales.
Dos de los acusados ya estaban en la cárcel cumpliendo condenas perpetuas, Benjamín «Topo»
Peters, ahora descrito como el nuevo «Padrino» de la mafia tras la muerte de Joe Morgan, y Rubén
«Tupi» Hernández. Ambos estaban en la Prisión Estatal de Pelican Bay.
Fue irónico que apenas tres días antes, otro de los acusados como conspirador de la Eme, Antonio
«Toñito» Rodríguez, había sido asesinado en su coche en las calles de El Sereno. Lo emboscaron los
miembros de una pandilla llamada Lowell, un grupo que desafiaba tan descaradamente el programa
de impuestos de la mafia que empezó a autodenominarse la «Green Light Gang». Muchos murieron
los siguientes años, incluyendo el miembro de diecinueve años de Lowell que le disparó a Toñito.
La acusación reconocía que la mafia había realizado juntas para controlar los aproximadamente
sesenta mil miembros de las pandillas del área de Los Ángeles: «El propósito principal de esas
reuniones era organizar las pandillas callejeras hispanas en una mayor organización criminal
controlada por la Mafia Mexicana». Boxer era parte de los fundadores de ese plan.
A continuación, el gobierno definió cómo la Eme había resuelto las disputas y recolectado cuotas
de dos de las pandillas más grandes y violentas de L.A., Eighteenth Street y Mara Salvatrucha, o MS-
13.
Entre otras cosas, se sabía que secuestraron a un traficante local que adeudaba 85 mil dólares de
impuestos, extorsionaron a otro y lo obligaron a pagar 15 mil cada seis meses y que un gánster de
Primera Flats en el Este de Los Ángeles se quejó de que su pandilla ya pagaba 10 mil dólares de
impuestos al año y que ahora la mafia le estaba exigiendo que proporcionaran armas también.
Se presentaron otros cargos sobre el «voto» de la Eme en conspiraciones para matar al menos a
otros dos miembros: Jesse «Sleepy» Aragón y Frank «Puppet» Martínez. Boxer dice: «Sleepy fue
señalado porque se le consideraba un individuo sin ningún valor que ni siquiera había podido matar
a un testigo, en mi caso, de asesinato. Y Puppet porque estaba politiqueando en contra de Chuco y las
amenazas de matar otros tres carnales». Sleepy y Puppet rápidamente fueron arrestados por los
agentes que estaban escuchando las conspiraciones para sacarlos de las calles y salvarles la vida.
También se les acusó de ordenar que se agrediera a guardias de las prisiones, quienes, en
consecuencia, fueron atacados con palos de escobas con puntas afiladas de metal y otra arma también
con punta de metal de diez centímetros.
En otros cargos, se acusó a los miembros de la mafia de «agredir» a los pandilleros por no pagar
impuestos, por alegar ser miembros de la Eme en falso, por matar a un recolector de impuestos de la
mafia y en un caso simplemente por «poner un ejemplo».
Antes del juicio, un acusado fue transferido a otra jurisdicción para llevar su caso allá y otros
siete se declararon culpables, incluyendo el viejo amigo de Boxer, Sammy «Negro» Villalba. Fue
sentenciado a veinticuatro años en prisión federal.
«Me dejaron en Pelican Bay rodeado solamente de adversarios —dice Boxer— y empecé a sentir
pavor. Un día, camino a la enfermería para una revisión médica, de pronto ya no pude respirar. No
entendía por qué no me entraba el aire. Era un ataque de pánico».
No sería el último.
28

¿Soplón o simplemente listo?


CASI EXACTAMENTE TRES AÑOS después del arresto de Chuco Castro, cuando decidió convertirse en
informante del gobierno, dio inicio finalmente el gran juicio de RICO contra la mafia en Los Ángeles.
El 17 de noviembre de 1996, la Fiscal Federal Lisa Lench le dijo al jurado en su declaración de
apertura que la Eme «controla a la mayoría de las pandillas callejeras del Sur de California».
Continuó con una explicación sobre cómo la Eme utilizaba a estos miles de miembros «como
soldados en el campo de batalla» para realizar «todo su trabajo por ellos». «Ustedes —enfatizó—
tendrán una oportunidad única de ver el interior de esta organización secreta».
Se instaló un banquillo rectangular especial de tres niveles en la corte para que lo ocuparan los
trece acusados restantes y sus abogados. Los acusados también podían usar audífonos, si lo
deseaban, para escuchar simultáneamente la traducción al español de lo que estaba sucediendo en la
corte. Los miembros de la Mafia Mexicana estaban encadenados de los tobillos al suelo.
El jurado recibió anonimidad y sólo eran llamados por un número. Nunca se mencionaron sus
nombres durante la selección del jurado, los procedimientos o después. Los miembros del jurado se
estacionaban lejos del edificio de la corte y un grupo de capitanes de la policía los escoltaban a la
sala uno por uno. El Juez Ronald S. Lew explicó: «para mantenerlos [a la Eme] libres de nosotros».
El sargento Richard Valdemar lo describe de manera más directa: «Temíamos que los miembros del
jurado fueran identificados por los mafiosos y que los mataran».
Además del detector de metales en la entrada del edificio federal, los observadores y abogados
también debían pasar por un segundo dispositivo de detección de metales en el pasillo directamente
antes de la puerta de entrada a la sala en el octavo piso. Abundaban los policías hoscos.
La asistente del defensor público federal, Ellen Barry, le escribió una carta a Boxer un mes antes a
Pelican Bay. Le decía: «Estamos en negociaciones con la policía sobre la manera en que serán
tratados todos en la corte. Como mínimo, estarán encadenados de los pies. Me preocupa que también
les sujeten las manos y no obtendremos ninguna ayuda del juez. Probablemente piensa que alguien va
a saltar del banquillo para agredirlo».
Boxer dice que la defensora Barry siempre sintió simpatía por la mafia.
Barry le escribió esta carta a Boxer seis días después de otro incidente explosivo ocurrido el 16
de octubre de 1996 que retrasó el juicio un par de semanas. Todo está en video en una cinta de
vigilancia. Sammy Villalba, cuya filosofía era llevar la fiesta en paz, lo cual le había ayudado a
sobrevivir, estaba bromeando en una celda de retención en el edificio federal. Acababa de salir del
hospital, donde había ingresado por sangrado rectal después de contrabandear un par de cuchillos.
Había llegado el momento de utilizarlos.
Black Dan Barela estaba en la celda vecina junto con Tupi Hernández, quien estaba sentado en una
banca en la esquina con la espalda hacia la pared. Primero Black Dan Barela y Champ Méndez
fueron por los cuchillos que habían escondido detrás de un muro divisorio, en la tubería del baño.
Jesse Moreno se puso de pie para asomarse por la pequeña ventana y confirmar dónde estaban los
policías que esperaban afuera.
Segundos después, Champ salió del baño, con el arma detrás de la espalda, volteó hacia la puerta
y se lanzó sobre Tupi para apuñalarlo en el estómago. Black Dan atacó también. Tupi, en el suelo, se
trató de proteger adoptando una posición fetal y luchó para salvar su vida. Barela intentó sostener los
brazos de Tupi para que Champ pudiera acuchillarlo en la garganta y el corazón.
Sammy Villalba y un par de mafiosos estaban contra la pared de la celda vecina y escucharon el
ataque.
Finalmente, los policías federales pasaron junto a Moreno en la puerta, le lanzaron gas
lacrimógeno a los atacantes y salvaron la vida de Tupi. Lo apuñalaron diecisiete veces pero no
quedó herido de gravedad.
Tupi se había enfrascado en una batalla generacional con Topo Peters para ganarse la posición de
Padrino en la mafia. Así que Topo ordenó el ataque. Boxer dice: «Tupi era percibido como ‘un
demente’ cuyas politiquerías no serían toleradas. Se volvió una vergüenza». En los días de las
audiencias previas al juicio antes del apuñalamiento, le dijo al juez: «¡Chinga tu madre, hijo de
puta!» Tupi había estado hablando demasiado fuerte en el banquillo de los acusados mientras el juez
emitía su decisión. Le respondió con esa obscenidad cuando el juez le pidió que guardara silencio.
Momentos después, la conversación de Tupi molestó nuevamente a la corte. El juez volvió a llamar
la atención al mafioso irrespetuoso y lo amenazó con mandarle a los policías. «¿Qué chingados
importa? —espetó Tupi—. Tengo tres perpetuas de todas maneras, así que, Juez, ¡te puedes ir a la
chingada!» Entonces Tupi le escupió al policía que se acercó para cumplir con la amenaza del juez.
Durante el juicio, los fiscales caracterizaron a la mafia como una organización criminal brutal
dirigida desde las celdas de máxima seguridad de la Prisión Estatal de Pelican Bay. El primer testigo
experto fue el sargento Richard Valdemar, un veterano de veintitantos años de experiencia con
pandillas. Describió la historia y operaciones de la Eme para el jurado en una especie de «Curso
Introductorio a la Mafia Mexicana». Calculaba que la organización tenía entre 250 y 300 miembros
además de numerosos asociados. También dio una detallada descripción de cada uno de los
acusados.
La primera aparición verdaderamente dramática en el juicio se dio después del testimonio de más
de veinte agentes de la ley que habían establecido las bases para el caso del gobierno. El desertor de
la Mafia Mexicana, Johnny «Kiko» Torres, quien escribió desde la prisión para ofrecer sus servicios
al fiscal, proporcionó un recuento honesto de la realidad de la mafia. El testigo de treinta y ocho años
de edad dijo: «Yo tengo el currículum perfecto para cualquiera que quiera ser un miembro de la
Mafia Mexicana». Entonces habló de cómo tenía una condena de quince años a perpetua por matar a
una mujer, por una deuda de drogas, bajo las órdenes de Huero Shy Shryock. Además de los
asesinatos, habló de las extorsiones, asaltos y robos, todos realizados en nombre de la Eme. Torres
había entrado y salido constantemente de reclusorios y prisiones desde la década de 1970. El ex
carnal testificó que desde su adolescencia había soñado con convertirse en miembro de la mafia:
«por el prestigio y miedo que [los miembros de la Eme] inspiraban en los vecindarios». El final de
la historia describía el destino común de muchos otros miembros como él. Desertó en 1983 cuando
otros miembros trataron de matarlo a puñaladas.
El testigo clave del gobierno era Ernest «Chuco» Castro, quien pasó dos meses en el estrado.
Comenzó su testimonio con una descripción de su vida en la Eme que inició bajo la tutela de Topo
Peters, cuando ambos estaban en la Institución para Hombres de California en Chino. Recordó cómo
Topo le dijo que podía entrar a la mafia: «Si la mafia tiene enemigos… también son mis enemigos; si
me encargo de ellos apuñalándolos, eso me convertirá eventualmente en un miembro».
Castro contó sobre el «código de silencio» de la mafia, las reglas y las expectativas de que todos
los miembros realizaran actividades criminales para ejercer el poder y control de la mafia dentro de
la prisión y en las calles. Explicó con gran detalle lo que los miembros del jurado veían y
escuchaban en las pruebas de video y audio y dio explicaciones detalladas y personales de todos los
homicidios e intentos de homicidio que se describían en la acusación de veintiséis cargos. Chuco
salió del programa de testigos protegidos para dar su testimonio y contó cómo había comprado una
pistola de 9 mm y un rifle M-1 en sus días como agente encubierto sin que lo supieran los federales.
Reveló que él era el que había hecho y proporcionado el arma para Boxer Enríquez cuando
apuñalaron a Mon Buenrostro. «Pero Chuco nunca me mencionó en las acusaciones —se maravilló
Boxer— excepto por algunas cosas por las cuales ya me habían condenado».
El testimonio honesto y creíble de Castro fue devastador para la defensa, a pesar de los intentos
del abogado por describirlo como «cucaracha» y «rata mentirosa». En un intento por destrozar la
credibilidad de Chuco, la abogada defensora, Ellen Barry, en su declaración final, lo llamó «una ola
criminal de un solo hombre» y un «maestro manipulador». Le dijo al jurado que «Ernie Castro es el
corazón de este caso. Y si no le creen a Ernie Castro, tienen que absolver».
El abogado Jay Lichtman, quien defendió a Huero Shy, trató de hacer una rima y lograr que lo
absolvieran. Le dijo al jurado: «De un caso de RICO esto no tiene ni rastro, lo único que tienen es a
Chuco Castro».
Obviamente estaba equivocado.
En realidad había mucho más. Como testigos de la parte acusadora, y lo que clavaría un puñal
simbólico en el negro corazón de la Mafia Mexicana, sería James «Apache» Prado, un joven
asociado de la Eme que Boxer había vetado en dos distintas ocasiones. Él, además de haberse
cansado ya de la violencia, también dio su testimonio y quedó en el programa de testigos protegidos
para el resto de su condena perpetua.
Después de un juicio de seis meses de largo basado en 275 grabaciones de conversaciones entre
los acusados y sus co-conspiradores, 14 videos de juntas de la mafia, varias conversaciones
grabadas en la Cárcel del Condado de Los Ángeles y en la Prisión Estatal de Pelican Bay, 350
fotografías y otras pruebas y 125 testigos, el jurado emitió su veredicto: doce culpables por
asociación delictuosa, homicidio, intento de homicidio y extorsión.
Sólo uno fue declarado inocente: Víctor «Victorio» Murillo. Los otros acusados lo vitorearon
cuando se leyó el veredicto de inocencia. Un año después, esos vítores se convirtieron en balas.
El Juez Lew sentenció a los mafiosos, en una serie de audiencias que duraría una semana,
empezando el 2 de septiembre de 1997.
Diez mafiosos recibieron cadenas perpetuas sin posibilidad de salir en libertad provisional,
incluyendo a Benjamín «Topo» Peters, de cincuenta y seis años de edad, a Daniel «Black Dan»
Barela, de cincuenta y uno y a Raymond «Huero Shy» Shryock de cuarenta y cinco: todos socios
cercanos a Boxer Enríquez.
El juez se negó a celebrar la boda de Topo Peters, quien había llamado a la corte a su prometida,
su madre y otra mujer. «Las amo a todas». La prometida respondió: «Yo también te amo, papito».
Huero Shy y Black Dan, en dos audiencias separadas, se sentaron en silencio.
Uno de los propósitos de los fiscales era destruir la base de liderazgo de la Eme en la Prisión
Estatal segregando a los líderes en penitenciarías federales, con la esperanza de deshabilitar las
actividades del crimen organizado. El agente del FBI, Jim Myers, pensaba que las condenas lograrían
«trastocar» a la Eme. Estaba satisfecho pero no era estúpido: «No podían funcionar igual que antes.
Sus actividades criminales se verían disuadidas por un tiempo, pero esto es una batalla constante».
El Noveno Circuito de la Corte de Apelaciones de los E.U. reconoció que la Mafia Mexicana es
«una empresa de crimen organizado extraordinariamente violenta» y apoyó todas las condenas y el
uso de un jurado anónimo.
Ernest «Chuco» Castro todavía está en el programa de testigos protegidos viviendo una nueva vida
como ciudadano normal. Boxer Enríquez se sentía «algo contento por él, porque sabía que se había
salido con la suya. Yo me estaba cansando cada vez más de la vida de la mafia y me estaba
suavizando. Chuco me ayudó a entender: si él podía alejarse, siendo un miembro de tal magnitud en
la organización, yo también podía. Me alentó. No pensaba en él como un soplón. Solamente lo veía
como alguien que actuó de forma inteligente antes que alguien más [de la Eme] se le adelantara y
siguió con su vida».
En los días que siguieron al testimonio de Chuco, el sargento Richard Valdemar y su equipo
tomaban turnos protegiéndolo a él y a su familia veinticuatro horas al día en el departamento donde
vivieron temporalmente en Oxnard. Estaban esperando que los oficiales federales llegaran a
llevárselos. Valdemar jugó con los niños de Castro y se percató de que Chuco confiaba en él. Desde
el principio, se podía percibir que aún existía una tensión subyacente entre los dos hombres, policía
y ladrón. La realidad era que, veinte años antes, Chuco y sus amigos habían tratado de matar a
Valdemar y otros oficiales en la masacre de Eastmont Street. Chuco estaba gravemente herido y su
amigo murió. Quedaba algo de resentimiento de ambas partes.
El sargento finalmente rompió el hielo: «¿Te acuerdas de aquel día?»
«Sí» respondió Chuco. Lo dijo de una forma que parecía reconocer que Valdemar le había
mostrado cierta amabilidad hacía tantos años.
«Se sintió como un mazazo cuando me dieron —explicó Castro—. La bala me voló la parte
superior del hueso de la cadera y me salió por el frente del cuerpo. Estaba paralizado y pensé que
iba a morir. No podía ver nada, pero sí alcanzaba a oír. Y te oí acercarte y decirle a los
paramédicos: ‘Oigan, vayan mejor con el otro tipo [Chuco]’». Esa sugerencia probablemente le salvó
la vida y Chuco la recordaba con claridad.
Unos días después, reveló otra cosa que Valdemar recuerda con cariño. Chuco le dijo a sus
captores: «Nunca en mi vida me habría imaginado hablando o lidiando con la policía. Ahora, ustedes
son como mis mejores amigos, tratando de mantenerme vivo».
Es un mundo extraño lleno de islas de esperanza que aguardan que alguien llegue a ellas.
Es interesante que, a pesar de todos los negocios que Chuco tenía con René Enríquez, Boxer no
estuvo entre los acusados, condenados y enviados a la prisión federal. Enríquez piensa que tuvo que
ver con la amistad: «Era un buen amigo que siempre estuvo ahí para mí. Nunca dudé de su lealtad.
Incluso me cuidó al volverse informante».
A pesar de que Boxer no fue nombrado en la acusación, la defensora Ellen Barry lo citó junto con
otros trece miembros de la Eme como testigo en el juicio. Ninguno testificó. Boxer dudaba si hacer el
viaje por su experiencia previa con el juicio de Vincent Bruce unos años antes. Al mismo tiempo,
sabía que había serios negocios de la mafia que atender en el viaje de ida y vuelta de Pelican Bay.
Accedió a ir, aunque renuentemente. Sería un recorrido lleno de discusiones de muerte.
29

Una mini convención de mafiosos


CON DIRECCIÓN AL SUR, el autobús viaja en camino a Los Ángeles. En su interior hubo una mini
convención de mafiosos. Los habían citado para el juicio RICO, pero todos sabían que habían
aceptado ir para aprovecharse del sistema. El viaje les permitía tener juntas y comunicarse cara a
cara unos con otros. Boxer recuerda su línea favorita de la película American Me: el personaje
principal, representado por Edward James Olmos, dice: «El Estado es tan patético que pagó el
juego». Eso no sólo sucede en las películas.
En Pelican Bay, los carnales podían estar en el mismo corredor o bloque de celdas y no verse
durante meses o incluso años. «Los únicos prisioneros a los que ves todos los días son los siete u
ocho que están en la misma sección que tú —dice Boxer— y es posible que ni siquiera sean
mafiosos. Así que catorce hermanos en el mismo autobús durante dos días era algo grande».
Además de Boxer Enríquez, también irían otros miembros de la Eme, todos iban encadenados de
las piernas y la cintura14. Tenían jaulas en la parte frontal y trasera del autobús con oficiales armados
hasta los dientes en cada una. Los prisioneros podían caminar, pero los guardias les advirtieron
desde el principio que tenían «luz verde» para disparar. Estaba permitido hablar, pero el nivel de
ruido debía permanecer bajo. Traían una escolta de patrullas equipadas también con individuos listos
para disparar, adelante y atrás. El autobús viajó de PEPB a Folsom, donde hicieron una escala en la
noche. Siguió a la Prisión Estatal de Corcoran al día siguiente, antes de llegar al destino final que era
el Centro de Detención de West Valley en San Bernardino, donde estarián durante tres semanas del 21
de marzo al 10 de abril de 1997.
Boxer recuerda: «Había unos prisioneros blancos y negros que también venían en el autobús y
unos cuantos norteños, así que cada vez que el vehículo se detenía el contingente de la mafia
rápidamente se iba a la parte trasera para platicar en secreto».
Coincidió que el juicio de los asesinatos de Maxson Road contra los dos gángsters de la Sangra
que asesinaron a dos niños y su madre, además de los desertores Tito Aguirre y Dido Moreno, había
concluido tres meses antes. Los dos asesinos estaban programados para recibir sus sentencias en
junio de 1997. Había pasado aproximadamente un año y medio desde la matanza y los carnales
todavía hablaban del «estigma de asesinos de bebés», que le quedó a la Mafia Mexicana. Mientras
viajaban en el autobús, llegaron rápidamente a un consenso con voto unánime: los responsables de
los asesinatos de bebés debían ser eliminados. Esta conversación fue la que selló el destino de
Jimmy «Character» Palma. Boxer dijo: «Se mandó decir a los contactos de la mafia en San Quintín y
la ejecución se llevó a cabo».
El sentimiento que predominaba era que Pelón Maciel también merecía morir. «El debate —dice
Boxer— era sobre quién lo haría. Las reglas dicen que sólo un carnal puede matar a otro carnal.
Otros sentían que los camaradas debían tener autorización de ejecutarlo porque no era un miembro
legítimo de la Eme». Este grupo sostenía que Huero Shy se había precipitado y que había ingresado a
Pelón en el periodo durante el cual había un plan de moratoria de la membresía.
El debate pasó a otros asuntos serios. Varios opinaban que demasiados carnales del periodo de
crecimiento de la década de 1990 habían ingresado por las razones equivocadas: el dinero, por
ejemplo. El proceso de selección estaba corrompido desde adentro y con la prisa por infiltrar las
pandillas callejeras, recolectar impuestos y extender el poder en las calles, los candidatos no estaban
siendo seleccionados con el cuidado necesario. Una pequeña cantidad de los miembros de la mafia
en una prisión, o unos cuantos hermanos en la calle, estaban iniciando a miembros nuevos sin
consultar como era debido a los demás. En teoría, un sólo voto en contra podía evitar que el
candidato ingresara a la Eme pero a juicio de algunos, no todos los miembros tenían esa alternativa.
«Es un proceso de veto —explica Boxer—. Lo normal no es que alguien empiece a juntarse con
nosotros durante un año y luego ingrese a la mafia. Quienes ingresan son, casi siempre, camaradas
que crecieron con nosotros en nuestros vecindarios, que han estado en la cárcel con nosotros, que
hemos visto bajo presión en apuñalamientos o asesinatos y en otras actividades criminales por largos
periodos. Un nominado necesita un padrino, que sugiera su nombre a un gran número de hermanos
para que lo evalúen, para que vean si en algún momento ha sido considerado un cobarde, homosexual
o soplón. Es importante tener carisma, magnetismo, brutalidad y lo que se conoce en las calles como
‘corazón’. Se debe tener disposición a matar por la Eme. ¡Tienen que ser mafiosos!».
Por supuesto, esto no siempre era el caso en la práctica. Por ejemplo, Boxer menciona a China
Boy Arias de su propio vecindario de Artesia 13. Dijo que nunca había oído hablar de él cuando
Smilon Gallardo lo inició porque tenía una operación lucrativa de drogas. «Y este nuevo miembro
también me estaba quitando parte de mi vecindario, se estaba llevando un pedazo de mi pastel, y me
debían haber dado la oportunidad de decir sí o no» se queja Enríquez.
Boxer señaló que «Pelón» Maciel del Monte Flores, el cerebro detrás de los homicidios de
Maxson Road, nunca había estado en prisión, algo muy inusual para un candidato a la mafia. «Estoy
seguro que hacía cosas para Huero Shy —apunta Boxer— pero nada en particular para la Eme».
Boxer sigue explicando que Phillip «Chano» Chávez de Verdugo recibió la membresía únicamente
por su capacidad de generar dinero para los carnales Tupi Hernández y Braulio «Babo» Castellanos
de Florencia 13. «Mientras Tupi y Babo estaban en la Cárcel del Condado de San Bernardino en
espera de sus juicios por triple y doble homicidio, Chano estaba trabajando el círculo de extorsión
entre la población general del centro penitenciario. Tomaba a un prisionero débil pero con dinero,
quizás un traficante lucrativo, lo sometía a punta de cuchillo en el módulo y lo obligaba a cederle
automóviles, barcos y dinero a su esposa que estaba fuera». Lo llamaban en broma la «Operación
Ñu» por el torpe antílope africano con cabeza como la de un buey y cuernos, la presa fácil de leones
y cocodrilos. «Chano —insiste Boxer— nunca apuñaló a nadie por la mafia, pero siempre le daba
parte de lo obtenido del Ñu a Tupi y Babo».
Después estaba Art Romo, un falso activista comunitario que ayudó al veterano de la Eme, Sana
Ojeda, a organizar una endeble tregua entre las pandillas del Condado de Orange. «Ojeda lo hizo
carnal —cuenta Boxer— y cosechó las ganancias de la profesión real de Romo: un gran
narcotraficante». Esto es, hasta que Romo fue descubierto con 260 kg de cocaína (con un valor
calculado en las calles de al menos dos millones de dólares). Rápidamente accedió a firmar un
acuerdo de aceptación de culpabilidad que lo convirtió en el primer carnal en admitir ser miembro
de una pandilla callejera criminal llamada la Mafia Mexicana. Esto abrió las puertas para que los
fiscales de todo California acusaran con mayor dureza a los miembros de la Eme con la Ley de
Terrorismo Callejero. El delegado del Fiscal de Distrito del Condado de Orange, Jeff Ferguson, el
abogado que llevó el caso de Romo, lo llamó: «el primer golpe a la armadura. Los expuso [a los
miembros de la Eme] a unos aumentos en sus sentencias que nunca antes habían tenido,
probablemente el más importante fue que el cargo de ser miembro de una pandilla callejera ahora
cuenta como delito grave en California [la suma de tres de éstos puede resultar en cadena perpetua]».
Cuando Romo admitió la existencia de la Mafia Mexicana hizo posible que el Estado, con nuevas
reformas legales en contra de las pandillas, empezara a emitir sentencias más duras que los federales
en algunos casos. También permitió que se exigieran mayores restricciones a los reos que fueran a
ser liberados de manera condicional. Romo se quedó con veinte años.
En resumen, algunos miembros de la Eme estaban metiendo a nuevos carnales con la intención de
mejorar sus propias condiciones y no procurando cuidar el crecimiento de la Mafia Mexicana como
un todo. Junto con esta actitud parecía empezar a surgir la creencia entre los que estaban afuera, tanto
nuevos como viejos, de que ellos eran los administradores de las calles y que los carnales presos
debían encargarse sólo de lo de adentro. «Estaban robando las ganancias y territorios de los
hermanos de la Mafia Mexicana en Pelican Bay» se desahogó Boxer.
Así que esta mini convención de mafiosos votó por una moratoria en las nuevas membresías que se
aplicaría aproximadamente durante cinco años. Los libros se cerraron en California. Durante este
periodo, los únicos miembros que se reconocerían serían los que ingresaran a través de los hermanos
en el sistema federal penitenciario.
Durante el juicio RICO, mientras estuvieron en el Centro de Detención de West Valley, conspiraron
para realizar otro asesinato. La abogada defensora Ellen Barry le dio a Boxer fólderes legales llenos
de transcripciones de las grabaciones secretas para que las examinara. Tal vez esperaba que
encontrara algo que desacreditara a los fiscales o que ayudara en la defensa. Boxer solicitó la
información porque tenía sus propias ideas: «Estas transcripciones eran una buena manera de medir
el pulso de la Mafia Mexicana. Quería saber qué estaba pasando, lo que los hermanos estaban
diciendo, en especial si eso incluía ‘hablar mal’ de mí. Me estaba preparando para encontrarme con
otros carnales en la arena política».
En los documentos leyó que Chino Delgadillo había sido grabado llamando soplón a Richard
«Psycho» Aguirre. Hacer política contra un carnal es una violación seria de las reglas de la mafia.
Desafortunadamente para Chino, venía en el autobús, así como Psycho. Y ambos estaban
programados para el viaje de regreso a Pelican Bay.
«Nos caía bien Aguirre —recuerda Boxer—. Pensábamos que era un tipo decente y sociable». Así
que le comentaron lo que Chino había dicho de él. Inició la temporada abierta para Delgadillo, quien
de por sí no era un tipo muy popular. «Sabes que nos vamos a encargar de esto —le dijo Boxer a
Aguirre—. ¡Te llamó soplón!»
Se puede decir que Chino probablemente sintió las vibras negativas a su alrededor. Mientras tanto,
los otros estaban fingiendo que no pasaba nada, incluido Boxer. «A veces es difícil cuando ves a un
tipo a los ojos día tras día y le dices ‘Hola, ¿cómo estás?’, te juntas con él, lo quieres tranquilizar,
pero sabes que lo vas a matar al final de ese mismo día».
Boxer llevaba un cuchillo y una llave para las esposas, pero se decidió que estrangularían a Chino
en el autobús de regreso a la PEPB. El plan era primero quitarse las esposas. Después, desde el
asiento detrás de Chino, un carnal le aplicaría la «llave de martillo» una maniobra de
estrangulamiento que requiere que el asesino apriete su antebrazo contra la tráquea de la víctima para
que no pueda seguir respirando. Un segundo carnal lo apuñalaría al mismo tiempo. Un tercero tendría
que detener a los policías en el pasillo del autobús. Supusieron que en el primer tramo del viaje,
entre San Bernardino y la Prisión Estatal de Lancaster, los oficiales del autobús sólo traerían gas
pimienta y macanas. «Nuevamente —explica Boxer— es una proclamación. La mafia quiere que la
gente sepa que atacamos abiertamente y con descaro. Le decimos a los policías que ellos esperen a
que terminemos. Lo hacemos con impunidad y cada acto de violencia causa terror, lo cual se traduce
en finanzas porque nos salimos con la nuestra cuando la gente nos tiene miedo».
Pero hubo un problema. Los dividieron y los transportaron en camionetas separadas. Los policías
cambiaron el tipo de esposas que utilizaban normalmente y les cubrieron las cabezas con capuchas.
Los agentes de la USE los recogieron en otras camionetas en Lancaster y los llevaron a la UHS de la
Prisión Estatal de Corcoran.
Todavía tenían otra oportunidad para terminar con Chino. Un autobús los llevaría a todos al
destino final en Pelican Bay. En la parte trasera del autobús, las manos de Boxer temblaban por la
creciente cantidad de adrenalina que precede a un ataque fatal. «Es tu decisión —le dijo a Aguirre—.
Estamos listos para echarnos a Chino. Es ahora o nunca».
Mientras tanto, el vehículo iba pasando por el condado de Mendocito, y Delgadillo negó haber
dicho o hecho cualquier cosa que indicara que Aguirre era un soplón. Incluso se disculpó si había
algún tipo de malentendido.
Psycho Aguirre tenía todo el apoyo de los mafiosos en ese autobús. Lo habían llamado soplón y
tenía luz verde contra Chino, pero al final decidió perdonarlo.
Otros carnales se voltearon a ver y lo consideraron un acto de cobardía. Boxer comenta: «Aguirre
disminuyó como persona ante sus ojos». Si esto hubiera acontecido en la realidad de la gente normal,
hubiera sido la decisión correcta. Ninguna persona decente e inteligente mata a alguien por una
acusación verbal o un insulto. Tal vez se intercambien algunas palabra altisonantes, resuelvan sus
diferencias o simplemente que el insultado no haga caso y siga adelante con su vida. Pero éste era un
mundo distinto. La mafia es una realidad diabólicamente diferente. Es un mundo donde la gente puede
morir por la más mínima señal de falta de respeto.
En este mismo viaje, otro carnal se acercó a Boxer, José «Bat» Márquez, quien tenía planes de
cruzar la frontera y hacer su mundo malvado más grande y más lucrativo que nunca.

14 Además de René, los prisioneros en el autobús eran: Richard «Psycho» Aguirre de los Avenues; David «Chino» Delgadillo, de
Geraghty Lomas; Henry «Indio» Carlos de El Sereno; Víctor «Psycho» Gallegos, de Santa Mónica; Jorge «Huero Caballo» González de
Eighteenth Street; José «Joker» González de Big Hazard; Eulalio «Lalo» Martínez de Lomas; José «Bat» Márquez de San Diego; Jacko
Padilla de Azusa 13; Daniel «Danny Boy» Piña de Big Hazard; Gilbert «Lil Mo» Ruiz de White Fence; Jimmy «Smokey» Sánchez de
VNE; y Albert «Bruiser» Tolento de los Avenues.
30

Boxer, Bat y el Cartel de Tijuana


ERA SOCIABLE Y ABIERTO, siempre bromeando, un tipo pequeñito con la cabeza rapada, apenas de 1,70
m de altura con tatuajes cubriéndole el vientre y el pecho, por los brazos, desde el hombro hasta la
muñeca. Tenía letras en forma de bloque de 8 cm que decían EME bajo la línea del cuello. Su nombre
era José «Bat» Márquez y originalmente era de una pandilla llamada Del Sol en Chula Vista, al Sur
de San Diego. Su nombre de calle, Dingbat, implicaba desequilibrio mental: «Supongo que era
demasiado loco en su forma de actuar —explica Boxer Enríquez—, siempre estaba drogándose con
PCP » pero el apodo se contrajo y se convirtió sólo en Bat cuando ingresó a la Mafia Mexicana. Ya no
le gustaba que le dijeran Dingbat. No era un nombre digno de un mafioso.
Boxer no había conocido a Bat hasta que se presentó en el autobús que iba al juicio de RICO. Notó
que Bat estaba «siempre en la orilla de su asiento» tanto figurativamente como literalmente. Márquez,
de treinta y siete años de edad, estaba buscando carnales con equipos fuertes y bien establecidos
para empezar a hacer negocios y se sentó junto a Enríquez para platicar. Boxer no necesariamente era
un miembro querido, pero era respetado como buen organizador y asesino dedicado. Y eso es lo que
le gustaba a Bat de él.
Bat también tenía reputación de matón. De hecho, las autoridades mexicanas creen que fue uno de
los miembros de las pandillas de San Diego, en su mayoría de una clica llamada Logan Heights, que
atacaron al Cardenal Jesús Posadas Ocampo con una ametralladora en 1993 cuando estaba en su
limosina en el aeropuerto de Guadalajara. Era un ataque pagado por la organización Arellano Félix,
también conocidos como el Cartel de Tijuana. Algunos piensan que el cardenal católico fue
asesinado porque se pronunció en contra de los violentos jefes multimillonarios de los carteles del
narcotráfico. Otros piensan que su limosina se confundió con la del narcotraficante rival, Chapo
Guzmán, archienemigo de los Arellano Félix.
En cualquier caso, las fuerzas de impartición de justicia a ambos lados de la frontera creen que el
asesinato fue liderado por David «Popeye» Barrón, a quien Bat había apadrinado para su ingreso a la
Eme en 1992. Barrón, también de Logan Heights, se convirtió en el principal ejecutor del cartel,
atravesando la frontera y consiguiendo reclutas de su viejo barrio para que se encargaran del trabajo
sucio del cartel. Era el socio más cercano de Bat. Las autoridades creen que ambos enviaban
toneladas de droga a la frontera y dejaban un camino de cuerpos detrás de ellos. Boxer sabía que Bat
y Popeye estaban haciendo algo de extrema importancia para el futuro de la Eme: «Finalmente
habíamos sacado a la Mafia Mexicana de la prisión y habíamos ingresado a los aspectos
internacionales de las mafias. Bat y Popeye iban a la vanguardia en esta empresa. Nos
internacionalizaron».
Popeye Barrón tenía la palabra EME tatuada en el vientre, adornada con cráneos humanos, algunos
con pequeños ojos rojos, que representaban a sus múltiples víctimas. El gángster de San Diego era
cercano a los famosos hermanos Arellano Félix. Esta familia dirigía una asesina empresa de miles de
millones de dólares y cuatro de ellos figuraban entre los más buscados del FBI y la DEA con
recompensas multimillonarias por su captura. Barrón se ganó la confianza de los AF cuando ayudó a
algunos a escapar de una discoteca en Puerto Vallarta en 1992, cuando se aproximaban asesinos del
enemigo cartel de Guzmán y balearon el lugar buscando eliminar a la competencia. Después de eso,
los hermanos AF nombraron a Barrón «Caballero Honorable» por su heroísmo.
Resumió su título como «El C-H» y se convirtió en su nueva identidad.
Pete Ahearn, agente especial a cargo de la oficina del FBI en San Diego, describió a Barrón como
«un matón implacable, vengativo y egoísta: nada más y nada menos. Su capacidad de intimidar es, en
mi opinión, lo que los Arellano respetaban de él, que la gente le tenía miedo, y con razón, porque era
un asesino a sangre fría».
El 25 de junio de 1994, un video tomado en secreto de una reunión de la Mafia Mexicana en el
Motel Days Inn de Monterey Park, la misma reunión donde se habló de que Edward James Olmos
podía ser liquidado, Bat presumió sobre sus hazañas con Popeye Barrón, diciendo que eran «como
James Bond». Márquez fue escuchado diciendo «Estoy más vigilado que la chingada» al Sur de la
frontera. Comentó sobre los ataques de Popeye para los AF incluyendo «echarse a ese vato [el
cardenal] en el aeropuerto», mover grandes cantidades de droga y planear el robo de lanza cohetes y
granadas de una armería de Long Beach. Bat presumía: «Tengo un contrato. Quieren a este cabrón
[Chapo Guzmán]. Quieren darnos dos millones de dólares. Te dan dinero por cualquier ataque».
Decía que quería «ayudar a los otros hermanos» mandándolos al Sur.
Seis meses después, arrestaron a Bat Márquez en San Diego por posesión de arma de fuego y lo
enviaron de regreso a la prisión.
Ahora, mientras estaba sentado junto a Boxer Enríquez en el autobús, le ofreció lo mismo que a
esos carnales del motel en Monterey Park dos años atrás. Pero dijo que saldría pronto y que
regresaría a México para reunirse con Popeye Barrón.
Quería establecer un «intercambio de ataques» con Enríquez y su equipo.
Boxer dijo: «Pues verán, es una buena idea. Si yo necesito atacar a alguien, podemos importar
asesinos de México. Si los mexicanos necesitan que se haga algo, nosotros exportamos a nuestros
asesinos para allá». Márquez prometió que la paga sería generosa. También explicó que las
conexiones del cartel AF proporcionarían cantidades masivas de drogas para Boxer y su equipo.
Boxer no dudó: «Mandaremos a alguien a que se reúna contigo y lo hablamos más a fondo».
No había ninguna duda en la mente de Boxer de que Bat Márquez estaba muy involucrado en el
multimillonario Cartel de Tijuana de los AF y que tenía planes intrépidos para solidificar su posición
ahí y expandir su negocio con los contactos de la Eme en los Estados Unidos como Boxer Enríquez.
Además del video de vigilancia de 1994 del FBI, los oficiales del Departamento de Correcciones de
California recopilaron más información a través de un informante de la Eme que explicó: «El plan de
Bat es llevar a los hermanos que están listos para salir bajo caución, y que ya hayan sumado dos
delitos graves [en California], a Tijuana para que puedan dedicarse a la delincuencia organizada por
allá [México] y no enfrentarse a los ‘tres delitos graves’ de aquí».
El mismo documento de inteligencia del DCC explicaba que Bat todavía estaba en contacto con
Barrón: «Y él es quien quiere controlar todo Tijuana y Baja California, y reiniciar una nueva Eme en
México donde están todas las drogas. Popeye [Peye] ya se estableció en México y es muy temido por
las familias del narco por allá. Peye es el principal hombre de ataque de los hermanos Arellano Félix
y es quien mató al Cardenal Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara y plantó esa bomba
frente al hotel de Guadalajara durante una fiesta de quince años».
La información del memorando confidencial continuaba diciendo que los federales mexicanos
habían confiscado casas que le pertenecían a Popeye en Baja California y en las playas de Rosarito y
que, como resultado de dichas acciones, el procurador general fue asesinado. Probablemente Bat
sintió que Popeye ya llevaba mucho tiempo haciendo trabajos para los AF y que era hora de
proponer un nuevo plan «que la Eme se quede con la mitad de las drogas o ganancias que crucen la
frontera. Pero Peye nos cuenta que necesita un ejército de soldados y hermanos para lograr esto. Así
que Bat diseñó un plan para enviarle hermanos y camaradas a Peye… Bat me dice que si tienen
suficientes soldados y hermanos del otro lado de la frontera y los capos Arellano Félix se niegan a
aceptar la oferta, que se irá a la guerra con ellos y los asesinará. Las facciones de la Eighteenth
Street y los ‘buscados’ [delincuentes fugitivos de la ley] ya están en Tijuana bajo el control de Peye.
Es por esto que hicimos a Peye un hermano. Para que estos ‘chicanos’ escuchen a Peye».
Boxer sentía que el plan de dominar a los capos AF era «demasiado ambicioso. Terminaría todo
en una gran guerra improductiva. Y lo que sucedió eventualmente fue que la relación entre la Eme y
los AF se hizo más simbiótica».
El informante del DCC también insistió que Popeye era un «terrorista» con grandes cantidades de
armas de asalto, drogas, dinero y contactos en Europa, Colombia, Japón, Jamaica e Italia. Y que
hablaba sobre la influencia que Popeye y Bat tenían con los políticos, jueces, militares y las policías.
Estos contactos se extendían a una afianzadora, trabajadores de la embajada estadounidense,
empleados del Departamento de Vehículos Automotores, agentes de la Patrulla Fronteriza, un
asistente del sheriff de San Diego e incluso trabajadores de servicios sociales. El informante
mencionó específicamente el proyecto Barrio Station con fondos del gobierno, dirigido por Rachael
Ortiz en San Diego. Boxer señaló, nuevamente, que «todos esos contactos fueron y son importantes
para la Eme».
El mismo memorando de inteligencia del DCC explicaba la propuesta de Bat para reestructurar la
recolección de impuestos de la Eme en el Sur de California también: «Quiere eliminar [robar/matar]
a todos los traficantes a menos que estén dispuestos a trabajar con la Eme y vender solamente los
cargamentos de Peye. Venden para la Emeo, les confiscan todas sus drogas y los matan o los sacan
del lugar. Bat quiere terminar con los impuestos y obligar a los traficantes a vender a cambio de un
porcentaje de las ganancias».
El documento secreto apunta que Bat ya le había propuesto esto «a Chuco y los carnales en una
reunión» pero eligieron quedarse con su método de traficantes a pequeña escala y la recolección de
tributos de las pandillas locales. Boxer cree que «algunos carnales no tenían esa visión. Bat sí».
El memorando confidencial también advertía que Bat escaparía a México tan pronto como fuera
liberado de la prisión.
Y así fue unos seis meses después de ese viaje en autobús al juicio RICO y de su conversación con
Boxer. El FBI fue alertado de que Bat Márquez pensaba violar su libertad condicional y dirigirse al
Sur de la frontera para reunirse con Barrón y su máquina asesina. En junio de 1997, el mafioso estaba
siendo vigilado —distintos grupos de impartición de justicia se turnaban— cuando se metió entre el
tráfico y desapareció.
El 25 de noviembre de 1997, dos soldados del ejército mexicano que eran parte de una unidad
especial diseñada para cazar a los hermanos Arellano Félix estaban sentados en una Chevy Suburban
azul estacionada afuera de los juzgados de Tijuana. Los dos oficiales antidrogas fueron masacrados a
plena luz del día, lo cual aumentó la cifra de ejecutados en las calles a seis en cuestión de meses.
Había tantos agujeros en el costado de la camioneta que parecía una gran rebanada de queso gruyere.
Se encontraron más de sesenta casquillos de rifles de asalto AK-47 en el pavimento. Según los
informes oficiales, los agentes creen que Bat era uno de los sicarios. «A los hermanos Arellano Félix
—dice Boxer— les gustaba la brutalidad y disposición a participar en la violencia de Bat, pero
estaba loco».
Al día siguiente de la ejecución de los dos soldados, Jesús Blancornelas, el enfurecido editor de
un periódico local llamado Zeta, tuvo la audacia de señalar a David Barrón, también conocido como
el C-H, como el líder del equipo de ataque de los AF.
Un día después de publicado el artículo, Blancornelas iba en su Ford Explorer de color rojo y se
encontró con una emboscada camino al trabajo en su oficina del periódico. Nuevamente, el ataque fue
a plena luz del día. Ocho pistoleros se unieron a Barrón en un ataque bien planeado, disparando
desde todos los ángulos; más de cien balas destrozaron el metal y el vidrio con aterradora precisión.
El chofer y guardaespaldas del periodista, Luis Lauro Valero, murió. Cuatro de las rondas de alto
poder alcanzaron a Blancornelas. Casi se desangró pero ninguna de las heridas fue mortal. El editor
de sesenta y un años de edad, quien pasó meses recuperándose de sus heridas, dice que sintió como
si «fuera un sueño» cuando las balas empezaron a volar. «Es increíble —dice— el número de balas
que pasó por el coche». Le agradeció a Dios por haber sobrevivido. «La muerte me saludó. Me
abrazó y luego me dejó ir».
La muerte también le dio un abrazo a David Barrón pero en esta ocasión no lo quiso soltar.
La policía piensa que una de las balas del propio equipo de Barrón rebotó y le dio en el ojo. La
bala penetró a su cerebro y cayó muerto instantáneamente. Su cuerpo quedó recargado contra una
barda de concreto a la orilla de la acera, como si alguien le hubiera sacado todo el aire a un muñeco
inflable. El C-H estaba vestido con jeans, tenis y una sudadera roja casi del mismo color que el gran
charco de sangre alrededor de su cadáver. El asesino a sueldo todavía tenía firmemente agarrada la
escopeta de calibre 12 mm. Los testigos dicen que el «Caballero Honorable» iba acercándose para
terminar el trabajo de Blancornelas de cerca.
Los investigadores piensan que Ignacio Hernández Meza, también conocido como «Wolfie», un
pandillero del rumbo de Pasole en Oceanside y uno de los atacantes que emboscaron a Blancornelas,
fue ejecutado más tarde por personas contratadas por el cartel por haber disparado la bala que rebotó
y mató a Barrón.
Boxer Enríquez especulaba, sin embargo, que el mismo Bat quizás quería quitarse a Barrón de
encima: «Yo creo que lo hizo Bat… Y si Bat no está recibiendo su parte», no le cuesta nada matar.
«La Mafia Mexicana destruye todo lo que toca y una regla es nunca involucrar a un hermano en tu
negocio porque lo destruirá. Creo que eso es lo que Bat terminó por entender. Eran socios. Popeye
estaba sobrepasándose mientras Bat estuvo preso y creo que esa fue la razón que hizo que mataran a
Popeye».
De cualquier forma, a unos cuantos meses de la muerte de Barrón, Boxer, animado por el
prospecto de las grandes ganancias, envió a su «leal confidente» a Tijuana para encontrarse con Bat
Márquez y hablar de negocios. Empezó con una larga serie de llamadas de tres vías con el contacto
de Bat en San Diego, una mujer de nombre Ángel. Boxer dice: «Mi ‘leal confidente’ eventualmente se
reunió con Ángel en San Diego. Cambió dos veces de auto y pasó por una serie de técnicas de
conducción de contravigilancia antes de llegar a la frontera. Bat cruzó personalmente, recogió a mi
representante, reingresó a México y se metió a una camioneta blindada color granate equipada con
sistema de comunicaciones de radio de dos vías y un escáner policial. Había un par de autos
siguiéndolos mientras pasearon por Tijuana durante un par de horas, realizando más maniobras de
contravigilancia, antes de llegar a la casa de Bat en las colinas. Había dos pit bulls feroces en la
entrada, uno encadenado cerca de la puerta delantera y el otro caminando libremente. También había
pistoleros fuertemente armados por todo el lugar y constante comunicación con los contactos de los
AF que vigilaban todos los movimientos de Bat».
La casa de Bat estaba en la cima de una colina y desde su balcón tenía una buena vista de Tijuana y
la frontera. En realidad, probablemente la distancia a la frontera se podría recorrer en diez minutos
en auto.
Más tarde, recuerda Boxer «hicieron un viaje corto a un pequeño rancho que Bat tenía en las
playas de Rosarito. Es un recorrido de diez minutos hacia el océano. La ciudad tiene un malecón con
restaurantes y clubes nocturnos. Bat tenía caballos y fueron a montar en el campo. Consumió
metanfetaminas durante todo el recorrido».
En la casa de Tijuana, Bat le pidió al confidente de Boxer que se quedara a cenar. Esperando una
deliciosa comida mexicana auténtica, se sentaron en la cocina y les sirvieron un guiso de carne de la
marca estadounidense Hormel directo de la lata. «Increíble —se reía Boxer—. Era ridículo».
Lo que no fue tan ridículo fueron las masivas cantidades de drogas que Bat quería que vendieran
los equipos de Boxer del otro lado de la frontera. Tenía acceso a efedrina (el ingrediente principal de
las metanfetaminas) en barriles de cincuenta y cinco galones y cocaína, heroína y mariguana.
«Paquetes de 22,5 kg mínimo —recuerda Boxer— cientos de kilos al mismo tiempo. Quería que mi
gente la manejara y yo debía asumir la responsabilidad de todo. Eso a miles de kilómetros de
distancia y encerrado en la prisión era demasiado grande. Si algo salía mal, sin duda alguna me
eliminarían. Y, lo más importante, así como es la cosa en México, pondrían a toda mi familia en
peligro. No podía asumir ese riesgo». Rechazó la lucrativa oferta.
Eso no frenó a Bat ni un segundo. Los agentes de la DEA de los Estados Unidos dicen que se
apropió de la máquina asesina de Barrón y se unió con un jefe del narcotráfico de los AF llamado
Gustavo Rivera Martínez, un fugitivo cuya cabeza tenía un precio de dos millones de dólares.
Un año después, Márquez fue acusado en México por homicidio e intento de homicidio. Además
de ser sospechoso en la ejecución del Cardenal Posadas Ocampo, el asesinato de los dos soldados
del ejército mexicano y el ataque al periodista Blancornelas, Bat era responsable, según las
autoridades mexicanas, de otros veinte asesinatos, probablemente más. Era el presunto responsable
del estrangulamiento de un traficante de mariguana con unas pantimedias porque se negó a regatear el
precio y le dio un balazo a un socio y su novia frente a su hijo de cinco años de edad por
incumplimiento de su deuda de drogas de 2 mil dólares. También era sospechoso en al menos seis
asesinatos del lado de Estados Unidos, aunque no había sido acusado ni enjuiciado por ello.
Michael Vigil, el agente especial a cargo de la División de Campo de San Diego de la DEA, llamó
a Márquez «un asesino de piedra. Este hombre carece absolutamente de remordimientos por quitarle
la vida a otro ser humano… es un verdugo, un individuo que ha secuestrado no sólo a pandilleros
rivales sino también a oficiales de las fuerzas de justicia y otros, y los ha llevado a áreas remotas
para torturarlos y después matarlos».
Al mismo tiempo, era sospechoso de mover toneladas de drogas a través de la frontera.
En agosto de 2001 un gran jurado federal en San Diego acusó a Bat Márquez y Gustavo Rivera
Martínez por varios cargos de narcotráfico, por contrabandear cargas de entre mil y 2 mil kg de
mariguana y de 200 kg de cocaína a los EU por barco. Bat continuaba evadiendo la captura.
Boxer Enríquez opina que Bat incluso tenía un plan audaz de ayudar a Raúl «Huero Sherm» León a
escapar de la Prisión Estatal de Pelican Bay: «León planeaba tomar metanfetaminas para acelerar su
pulso y después se quejaría de dolor en el pecho para que el personal de la prisión lo transportara al
Hospital Sutter Coast en Crescent City. Es un hospital de ciudad pequeña sin un sistema formal de
seguridad. Esperaban que un grupo de pistoleros interceptara a León en la sala de emergencia y lo
llevara a un helicóptero que lo estaría esperando para escapar a México, cortesía de Bat y los AF. Un
desertor de la Eme después dijo que Huero Sherm lo envió a realizar un par de simulacros al
hospital. El plan se frustró por las declaraciones del desertor. En verdad iban a llevarlo a cabo».
Entonces, el 22 de noviembre de 2003, más de seis años después de salir ilegalmente de los
Estados Unidos, Bat Márquez, viejo y flácido, fue arrestado por la policía mexicana en una zona de
clase obrera del Estede Tijuana. Los federales encontraron toneladas de mariguana y un arsenal de
sesenta y un armas en la bodega donde lo atraparon, junto con ocho presuntos miembros de su equipo,
cuyas edades fluctuaban entre los diecisiete años de edad y los cincuenta y nueve. El conjunto de
armas incluía rifles de asalto automáticos, escopetas, pistolas y una colección de cuchillos. También
tenían chalecos antibalas, camisas y gorras de la policía y evidencia de un cuarto de tortura con
esposas. Bat fue enviado a una prisión en las afueras de la Ciudad de México y prometió pelear la
extradición a los Estados Unidos. Poco tiempo después de su arresto logró introducir de contrabando
explosivos a su celda y trató de volar la pared para escaparse. Vigil, de la DEA dijo «Fue un
explosivo grande. Sin embargo, una buena parte no detonó. Si no hubiera sido por esto, la pared
entera de su celda se habría desintegrado».
Dos meses después se aclaró por qué pudieron arrestar a Bat. La oficina del Fiscal de Distrito del
Condado de San Diego nombró a dos miembros de la Mafia Mexicana, Márquez y Roberto «Tawa»
Marín, así como otros treinta y cinco socios en una acusación con cincuenta y dos cargos por tráfico
de metanfetaminas, posesión de armas de asalto, robo, secuestro, intento de homicidio y conspiración
para asesinar a dos civiles.
Los policías obtuvieron información de que una pandilla callejera llamada Old Town, de National
City, a 10 km al Sureste de San Diego había solicitado y recibido la autorización de Bat para matar a
un detective de la policía local que estaba activamente siguiendo los casos en contra de la pandilla.
Los agentes del gobierno sostuvieron que un teniente de Bat, Arturo «Nite Owl» o «Primo» Torres,
tenía antecedentes militares y estaba supuestamente encargado de dirigir la operación del asesinato
del detective.
Las fuerzas locales, estatales y federales lanzaron una investigación para asegurarse de que la
conspiración para matar a un policía nunca se materializara. No sucedió. Durante ocho meses de
grabaciones secretas, los detectives lograron encontrar a Bat en Tijuana, drogado con metanfetaminas
y despierto hasta las cuatro de la mañana hablando sobre tráfico de drogas y asesinato. Al final,
pudieron localizar el sitio donde los oficiales mexicanos podían encontrarlo y arrestarlo. El
delegado del Fiscal de Distrito, Mark Amador, un miembro de la división de pandillas que
coordinaba la investigación, dijo: «Todos saben que él [Bat Márquez] controla las calles de San
Diego». Lo describió como el «famoso» líder de una red de distribución de drogas controlada por la
Eme que cobraba impuestos a todos los traficantes locales bajo un reino de terror. «Y eso es
exactamente el control que la Eme necesitaba —enfatiza Boxer—. Bat sabía moverse en las calles.
Sabía que si los hermanos tenían sus equipos, él podía proporcionarles las drogas, muchas drogas».
Uno de los gángsters relacionados con Bat que fue arrestado, y que ya estaba en libertad bajo
caución tras haber estado preso por una amenaza de terrorismo, fue capturado con tres armas y una
lista de setenta testigos que debían comparecer frente al gran jurado. La Fiscal de Distrito del
condado de San Diego, Bonnie Dumanis, dijo «Algunos habían sido amenazados, intimidados,
atacados, apuñalados o baleados por miembros de esta implacable pandilla». Según los documentos
de la corte, una mujer fue mantenida como rehén por más de quince horas porque los gángsters
pensaron que había hablado con la policía sobre un intento de homicidio. La amenazaron de muerte,
le pusieron chile en los ojos, y le cortaron la larga cabellera después de ordenarle que se desnudara.
Los investigadores dicen que a otros les rompieron la nariz o los torturaron con cigarros. Y todo
ese tiempo, los agentes federales enfatizan, Bat mantuvo sus lazos con el Cartel de Tijuana.
En una entrevista en febrero de 2004 con un reportero del Canal 6 de la cadena Fox de San Diego,
llamado Pete Fuentes, Bat dijo que se había salido de la secundaria y que había crecido en Chula
Vista y trabajaba como pintor. Le dijo a Fuentes que lo arrestaron en Tijuana hombres con
ametralladoras, vestidos de negro, quienes le pusieron una capucha en la cabeza, lo golpearon, lo
metieron a la cajuela de un coche y lo subieron a un avión con destino a la Ciudad de México. «Pensé
que me matarían», dijo. Márquez negó ser parte de los matones de los AF o traficante y «no tenía
idea» de quién era David «Popeye» Barrón. Dijo que firmó una confesión en Baja California porque
lo habían torturado. Márquez se las ingenió para decirle al reportero con toda seriedad y directo a la
cara: «No he hecho nadita de nada».
El 27 de enero de 2007, José «Bat» Márquez regresó tras ser extraditado a los Estados Unidos.
Voló hacia un aeropuerto privado de San Diego, vestido con pantalones kakis, una camiseta blanca
bajo un chaleco antibalas y esposado. Lo escoltaban oficiales federales y venía rodeado de policías
con grandes pistolas. Lo llevaron en un convoy de camionetas del gobierno al Centro de Detención
Metropolitano, donde todavía se encuentra. Los juicios están pendientes en las cortes federales y
estatales. Si lo condenan, seguramente nunca volverá a ver el exterior.
Dos de los hermanos Arellano Félix, que administraban el multimillonario Cartel de Tijuana ahora
se encuentran en el sistema penitenciario de EU. Eso también podría funcionar a favor de la Eme en
su trato con los capos del narcotráfico mexicano. Boxer dice: «¿Quién administra las prisiones? La
Mafia Mexicana. El impacto general para la mafia es enorme. La Eme puede hacer que ellos [los
jefes del cartel de Tijuana] mueran o sean protegidos. Nos da una gran influencia con los señores de
la droga de México».
«Y vendrán otros carteles de drogas —predice Boxer—. Esta relación con los Arellano Félix no
es única».
31

Sólo eran negocios


Mariano «Chuy» Martínez, el viejo compañero de pinacle de Boxer en Folsom a mediados de la
década de 1980, estaba en el exterior con tanto trabajo y haciéndose cargo de tantas cosas que
muchos otros hermanos lo querían muerto. Enríquez no se sentía así. Le caía bien Chuy y tenía buenas
razones. Después de la condena de Black Dan y Huero Shy en el juicio RICO y su ingreso al sistema
federal de prisiones, Chuy quedó como su único contacto confiable de la Eme en las calles. «Era un
mafioso que permitía florecer mis negocios. Conocía a Huck, el jefe de mi equipo, y no dudaría en
echarme una mano en cualquier momento si tenía problemas por el territorio. A diferencia de otros
carnales, Chuy nunca intentó meterse a las zonas que yo controlaba. Tenía su propia operación
exitosa por toda la cuenca de Los Ángeles y entendía que el negocio alcanzaba para ambos. Por eso
nos llevábamos tan bien».
Boxer y Chuy habían ingresado a la Eme con un mes de diferencia en Folsom en 1985, vivieron en
el mismo nivel, caminaron en el patio juntos y se hicieron amigos. Como mafiosos, dice Enríquez
«estábamos en nuestra fase de luna de miel» con la organización. Más de una década después, ambos
sabían que la luna de miel con la mafia se había convertido en un mal matrimonio.
Chuy era un cholo robusto y rudo, con la cabeza rapada y un gran bigote que surcaba toda su cara y
apuntaba hacia abajo en las orillas al estilo de los revolucionarios mexicanos Emiliano Zapata o
Pancho Villa. Era un matón despiadado al cual le habían disparado tantas veces que tenía fragmentos
de bala en la cabeza, el pecho y la columna. Por otro lado, no utilizaba drogas, hablaba francés con
fluidez, le encantaba jugar ajedrez y tenía una pasión desenfrenada por los chocolates Snickers.
Durante la época navideña, tenía el ritual de repartir regalos a los niños pobres del rumbo del Varrio
Nuevo Estrada, donde creció en el Este de Los Ángeles. «Antes de ingresar a la Eme, Chuy era un
traficante de PCP en grande. Frecuentaba el famoso restaurante de Hollywood, Brown Derby, y se
juntaba con un grupo musical llamado Tierra».
Boxer dice: «Chuy tenía un gran talento para los negocios y sabía cómo ganar dinero». Cuando
tenía treinta y tantos años, Martínez ya era dueño de una tienda de video y un restaurante, tenía
acciones en un club nocturno llamado Luminarious y conducía un Cadillac DeVille gris de modelo
reciente. Todo esto provenía de las ganancias de las drogas y de impuestos de la Eme pagados por
las pandillas callejeras de toda la ciudad. No cabía duda que, junto con otros doce líderes mafiosos
encerrados para siempre después de RICO, Martínez se había convertido en una máquina expendedora
de dinero. «Estaba obteniendo gigantescas cantidades de dinero», según Boxer. Y varios miembros
de la mafia en la Prisión Estatal de Pelican Bay pensaban que Chuy se estaba quedando con
demasiado para él mismo, que no estaba compartiendo la riqueza.
Parte del problema, según Boxer, era que «el influyente mafioso, Topo Peters, le había dicho a
Chuy que podía dirigir las actividades de la Eme en las calles. Desafortunadamente, le dio el mismo
mensaje a Víctor Murillo, el único miembro de la mafia que fue declarado inocente en el juicio RICO.
Este mafioso vivía en un lugar llamado Visalia, en el Valle Central de California. Topo sólo quería
que ambos le pasaran algo de dinero, pero lo que logró fue hacer enemigos a Chuy y Victorio».
El 13 de diciembre de 1997, varios miembros de la Mafia Mexicana, incluyendo a Victorio, se
reunieron en el Hotel Mirage de Las Vegas. Llegaron en automóviles lujosos y limusinas para discutir
el futuro de Mariano «Chuy» Martínez. Durante la reunión, Charles «Chacho» Woody, un reconocido
asesino múltiple, se ofreció como voluntario para echarse a Chuy cuando la mafia lo ordenara. Para
su mala suerte, había un informante en la habitación que ocultaba un micrófono y el FBI estaba en otra
parte del hotel registrando todo lo que se decía.
El informante era John Turscak, también conocido como «Stranger». Ni siquiera era mexicano, su
familia era de Checoslovaquia, pero creció entre pandilleros de Highland Park (al Noreste de L.A.) y
a los trece años ya se había unido a la pandilla Rockwood con sede en Echo Park. Tenía una
profunda relación con la cocaína desde aquellos primeros años y estaba involucrado en balaceras, un
arresto por robo a los dieciséis y un plan de homicidio que fue frustrado por la policía. Durante sus
años en la prisión por robo y privación ilegal de la libertad, llevó a cabo unos diez apuñalamientos,
casi todos bajo las órdenes de la Eme, y mató a Gabriel «Pato» Rodríguez en Folsom en 1990. Boxer
dice: «lo conocí una vez en la biblioteca legal de Pelican Bay. Se veía raro y pensé que era un idiota,
pero lo hicieron miembro después de que salió». Turscak, de veintiséis años de edad, tenía el
cabello largo y se veía andrajoso, más similar a un fanático del heavy metal que a los pandilleros
rapados de su edad.
Salió libre a finales de 1996. Entonces, el ruidoso y parlanchín Turscak rápidamente violó las
condiciones de su libertad asociándose con otros gángsters y saliendo positivo en las pruebas de
drogas por cocaína. Regresó a la prisión, pero los federales le ofrecieron una alternativa: en abril de
1997 se convirtió en informante para el FBI con una remuneración de 2 mil dólares al mes. Los
siguientes meses, Turscak continuó con su problema con el polvo blanco y los federales pagaron
1500 dólares para meterlo en un programa de rehabilitación. Por otro lado, durante este tiempo como
soplón para el gobierno, el matón checo de la Mafia Mexicana, sin que lo supiera el FBI, continuó su
labor como extorsionador en las calles para conseguir las cuotas de la Eme. Esto fue un problema
para Boxer: «Turscak salió a las calles e intentó cobrarle a mis equipos. Exigía cien dólares por
cada 30 g de droga vendida por Huck [el jefe de los equipos de Boxer]. Le dije a Huck que le
hablara a Chuy y él mandó decir a Turscak que se alejara de mis equipos. Y yo envié instrucciones a
Huck: si Turscak o sus camaradas intentan recolectar impuestos de nuestros equipos díganle ‘Si tratas
de llevarte eso, le estás robando directamente a Boxer’. Y si Turscak insiste, mátenlo».
Chuy Martínez se negó a reunirse en persona con Turscak, lo cual hizo que el checo se sintiera
despreciado por el próspero líder mafioso. Así que expandió sus negocios de doble agente con el FBI
y participó con otros en la elaboración de varios planes para matar a Chuy.
Seis días después de la reunión en Las Vegas, Chuy sacó su Caddy de un puesto de tacos de
Montebello como a las nueve y media de la noche, con su prometida, Jessicka Barreto y un
acompañante. Los balazos rompieron el parabrisas, el marco de la puerta y el radiador. Chuy empujó
a su novia hacia abajo y pisó el acelerador para escapar. Cuatro balas entraron al lado del conductor
y varios fragmentos le dieron a Chuy en el lado izquierdo de la cabeza y en la mano derecha.
Ensangrentado pero vivo, condujo a un hospital cercano para que atendieran sus heridas. Los otros
dos ocupantes del carro salieron ilesos. Boxer escuchó las noticias el siguiente fin de semana a la
hora de la visita: «Pensé que la cosa se estaba poniendo seria. Estos tipos iban a intentar hacerme
algo, en mis operaciones callejeras. Se reducía a pura codicia. Los tipos como Turscak y Woody
querían el control. Teníamos equipos con operaciones sólidas en las calles y ellos no. Era un
movimiento que buscaba debilitar nuestra posición y sitio político dentro de la Eme».
Poco después del atentado, Chuy Martínez se reunió con Turscak en una sala de espera del
Aeropuerto Internacional de Los Ángeles: sabía que tendrían que pasar por un detector de metales
para poder llegar ahí. La plática no llegó a nada. Boxer recibió una carta de Chuy: «Estaba furioso
de que hubieran intentado matarlo —dice Boxer—. Pensaba que había sido un ataque cobarde y
prometió eliminar a todos esos tipos [los que habían conspirado contra él]».
Mientras tanto, Turscak había grabado el audio (para el FBI) en el cual el asesino Chacho Woody
hablaba sobre la conversación que había tenido en diciembre con Roy «Lil Spider» Gavaldón,
pandillero de Canta Ranas de cuarenta años de edad, en la que discutieron su disposición de matar a
Chuy. Según Woody, Lil Spider dijo: «Mataré a todos los que me pidas que mate, para dejar claro a
los hermanos que yo le entro». Gavaldón quería ser miembro de la Mafia Mexicana. Irónicamente,
Lil Spider era el esposo de Cynthia Gavaldón, la mujer que Boxer Enríquez había ordenado que
mataran siete años antes. En la cultura de la mafia, el asesinato nunca parece ser un antídoto para más
asesinatos. Lo único que sentía Boxer por Lil Spider era desprecio: «Era alguien de fuera que haría
cualquier cosa por ingresar a la organización pero yo siempre me opuse. Sabía que sólo sería un
enemigo. Además, si verdaderamente le importara su esposa, me hubiera matado. La verdad era que
ella no le importaba y la tenía trabajando en las calles para mantener su vicio mientras él estaba en
prisión. Eran solamente negocios».
En marzo de 1998, Turscak recibió una carta de un miembro de la Eme en Pelican Bay y se la dio
al FBI. Decía: «[Chuy Martínez] ya no está manteniendo su honor como carnal. Ha violado la
ordenanza del carnalismo en el pasado y en el presente. Pero, en beneficio de todos nosotros los
verdaderos carnales, ¡Chuy… debe irse!».
Boxer dijo: «Todos en Bay estaban de acuerdo en matar a Chuy porque estaban celosos de su
éxito. Yo hice lo posible por hacer política a su favor, pero no sirvió de mucho». Los carnales ya
habían olido sangre.
En abril, Turscak, frustrado por no poder acercarse a Chuy, envió órdenes a la Cárcel del Condado
de L.A. para atacar a dos de sus socios. Unos hombres de la mafia golpearon al sobrino de Chuy en
su celda pero sobrevivió sin lesiones serias. Un miembro de los equipos de Chuy fue apuñalado y
seriamente herido, pero también logró sobrevivir. El 8 de abril, después de los ataques, el FBI
monitoreó una conversación donde un miembro de la mafia le aconsejaba a Turscak que se encargara
de Chuy y se alejara de la gente que lo rodeaba.
Más tarde ese mismo día, Turscak le aseguró a otro carnal: «yo lo organizo», refiriéndose al
ataque a Chuy.
Al día siguiente, aunque aún tenía dudas de que Turscak realmente pudiera llevar a cabo su
agresión, un agente del FBI contactó directamente a Chuy Martínez en la oficina de libertad
condicional y le advirtió que su vida corría peligro sin darle más detalles. Chuy, como buen gángster,
se burló de la oferta de protección del federal. «Chuy se negaba a aceptar la protección —explica
Boxer— porque podía manejarlo por su cuenta. Eso conservaba su honor ante los mafiosos. Era un
tipo honorable».
Poco después las cosas dieron un giro. Turscak había intentado convencer a otro gángster para
atacar pero éste le pasó la información en secreto a Chuy. Unos días después, un equipo de Chuy
Martínez armado hasta los dientes encontró a Turscak y abrió fuego contra él, su esposa y su bebé
cuando salían de la casa de su madre en Atwater Village. Era domingo de Pascua. Milagrosamente,
nadie salió herido.
El susto hizo que Turscak se escondiera durante una semana y cortó la comunicación con los
agentes del FBI que llevaban su caso. Para entonces, los federales ya se habían cansado de su doble
cara. Lo arrestaron el 30 de abril de 1998 y lo volvieron a meter tras las rejas. Sus días como
informante pagado del gobierno habían terminado.
El 4 de abril, unas tres semanas antes, Víctor Murillo, de cincuenta y dos años de edad, murió
baleado en un estacionamiento cerca de la estación de autobuses Greyhound en Goshen, un pequeño
poblado agrícola en el Valle Central, no muy lejos de su casa a 260 km al Noroeste de Los Ángeles.
Murillo tenía un lucrativo negocio de cocaína, metanfetaminas y heroína. Los agentes especulaban
que lo habían matado por negarse a compartir sus ganancias con los mafiosos más jóvenes, o
posiblemente por la falsa percepción de que había cooperado con la policía para salir declarado
inocente un año antes en el juicio RICO. Boxer Enríquez tenía una teoría más directa: «Victorio era
uno de los hermanos que se reunió en Las Vegas cuando decidieron matar a Chuy. Chuy hizo lo
correcto y lo mató primero. Chuy es la personificación de lo que debe ser un mafioso, fue inteligente
y actuó».
Con la muerte de Murillo y el encarcelamiento de Turscak, Chuy Martínez siguió adelante con sus
negocios de tráfico de drogas. Según los registros de los federales, Chuy tenía al menos doce
pandillas que le pagaban impuestos, al Norte, Sur, Este y Oeste de la ciudad angelina. Su facción
también controlaba todas las actividades de la Eme en la Cárcel del Condado de L.A. Y aún quería
ver muerto a Turscak. Boxer dijo que recibió una wila de Chuy en clave que básicamente decía:
«Apóyame en este asesinato y yo seguiré apoyándote en las calles».
El 17 de noviembre de 1998, un grupo de agentes federales recibió información de que Max
«Mono» Torvisco, el brazo derecho de Chuy, había dicho que Turscak moriría en la prisión o cuando
saliera.
Al día siguiente, la muerte de un socio cercano de Turscak no se hizo esperar, era un traficante
importante llamado Richard Serrano, quien fue visto cerca de un negocio de reparación de autos en
Montebello. Después de recibir la información, los investigadores dicen que Chuy se puso al
teléfono y ordenó a su equipo que mataran a Serrano y a todos los posibles testigos. Según
testimonios de la corte, Chuy supervisó la carnicería desde un sitio cercano, comunicándose con los
asesinos a través de radios de dos vías. Dos miembros de la pandilla City Terrace armados con
pistolas ·380 arrinconaron a Serrano en una oficina y lo ejecutaron cuando estaba de rodillas. A su
lado estaba el cuerpo de Enrique Delgadillo. José Martín Gutiérrez murió baleado mientras trabajaba
en la parte exterior del negocio. Otros dos individuos también fueron baleados y dejados por
muertos, pero sobrevivieron. Boxer recuerda: «Chuy hizo que se echaran a esos tipos, lo cual se
convirtió en el tema más comentado de la semana [en Pelican Bay]».
Chuy, en las semanas que siguieron a la masacre, le dejó muy claro a su protegido, Mono Torvisco,
que debían seguir adelante con los planes de matar a Stranger Turscak. «Era un esfuerzo colectivo de
nuestra facción de la Eme —insiste Boxer— eliminar a la oposición de las calles y de las prisiones».
Entonces, el dos de febrero de 1999, cientos de agentes del FBI, del Departamento del Sheriff del
Condado de L.A., del Departamento de Policía de esta ciudad y de otras agencias llegaron a varias
zonas de la ciudad y más de doce ciudades aledañas para arrestar a un grupo de miembros de la
Mafia Mexicana y sus asociados. Se había emitido una nueva acusación federal que señalaba a
veintisiete personas como violadores de la ley RICO. En este documento se detallaban las metas de la
mafia para utilizar el asesinato y la extorsión como herramientas para controlar todo el narcotráfico
del Sur de California, aprovechándose de la vasta red de pandillas latinas de las calles. Esta
acusación les imputaba cuatro homicidios (incluyendo la masacre de Montebello), tres intentos de
homicidio y trece conspiraciones por cometer un homicidio, cuatro conspiraciones por agresión o
asalto a mano armada, así como múltiples conspiraciones de narcotráfico. Durante los arrestos, los
policías encontraron treinta y siete armas, incluyendo un rifle de asalto AK-47 y una granada de
mano.
«En la década de 1950, teníamos al crimen organizado de la Cosa Nostra al Norte de Nueva York
—cuenta el director asistente del FBI, Timothy McNally—. Nos tomó más de treinta años de
acusaciones de Fiscales Federales y Estatales por todo el país para realmente encerrar a la jerarquía
de la mayoría de estas familias. «La Mafia Mexicana es uno de los principales grupos de
delincuencia organizada en la Costa Oeste —continúa McNally—. Llevan muchos años de existir y
esta misión constituye parte de un plan a largo plazo».
A lo largo de los siguientes dos años, se iniciaron cuatro juicios independientes debido a que la
lista de conspiradores asociados iba creciendo: llegó a sumar cuarenta y cinco acusados
involucrados en el negocio de la mafia. Boxer Enríquez no fue nombrado. El sargento Richard
Valdemar piensa que «Boxer tenía una operación bien administrada que permanecía fuera del radar».
Mariano «Chuy» Martínez, señalado como el líder principal de la Eme en Los Ángeles, se convirtió
en el primer acusado en un juicio de pena capital de una corte federal de Los Ángeles desde 1950.
El testigo principal en cada juicio fue el elocuente ex estudiante de la Universidad de Cal State en
Los Ángeles, Max «Mono» Torvisco, el teniente al mando de los equipos de Chuy, de apenas
veinticuatro años de edad. Él también le había mandado dinero de impuestos a Boxer de vez en
cuando e hizo un trato con los fiscales del gobierno después de pasar unas cuantas semanas tras las
rejas. Se acababa de reformar la pena de muerte federal y no quería tentar al destino yendo a juicio y
posiblemente terminando también condenado a muerte.
Durante su testimonio, Mono admitió que había ordenado unos cuarenta asesinatos, que había
matado él mismo a tres personas y que había participado en varios apuñalamientos y tiroteos. Se
identificó a sí mismo como uno de los cuatro miembros de la Mafia Mexicana que controlaban las
operaciones de la calle en el área de Los Ángeles, incluyendo a su mentor Mariano «Chuy» Martínez.
No dudó en decirle al jurado «Yo era uno de los cerebros»15. Mono testificó que Martínez se refería
a él como «mi hijo» y que lo sacó de las filas de Varrio Nuevo Estrada (VNE) para que ingresara a la
mafia. En un típico comportamiento de duplicidad mafiosa, también admitió que había planeado
matar a Chuy poco después de los arrestos de RICO. Cuando los abogados le preguntaron si no sentía
ninguna culpa por planear la muerte de su mentor, su respuesta fue similar a una línea del diálogo de
la película El padrino de Francis Ford Coppola: «No. Eran solamente negocios, nada personal».
Chuy Martínez, el único acusado de RICO que se enfrentaba a la pena de muerte, fue juzgado de
manera individual. Lo encontraron culpable de asociación delictuosa, narcotráfico, homicidio por
ordenar la masacre de Montebello y conspiración para cometer el homicidio de otras nueve
personas, incluido el mafioso informante, John «Stranger» Turscak.
En un juicio separado, cinco gángsters acusados en relación a los asesinatos del taller mecánico de
Montebello, incluyendo los dos que dispararon las armas, fueron absueltos. El presidente del jurado
dijo después sobre Max Torvisco: «Nos pareció que estaba mintiendo descaradamente sobre los
asesinatos. En cuanto lo descubrimos mintiendo, su testimonio ya no nos servía y lo mismo sucedió
con el caso de la parte acusadora».
El rival Turscak se declaró culpable de varias ofensas de RICO y fue sentenciado a treinta años de
prisión.
Roy «Lil Spider» Gavaldón, de cuarenta y tres años, quien se había ofrecido para matar a Chuy y
«ganarse los huesos» en la mafia fue condenado por los cargos de asociación delictuosa y
narcotráfico. Recibió una sentencia de veintiún años en prisión.
Charles «Chacho» Woody, también participante de los planes originales de matar a Chuy, se
declaró culpable del asesinato de Victorio Murillo y fue sentenciado a veintitrés años de prisión.
El 19 de febrero de 2003, Max «Mono» Torvisco, cuyo testimonio en seis juicios ayudó a
condenar a cincuenta personas, finalmente recibió diez años en la prisión federal por asociación
delictuosa. El público y los medios de comunicación no pudieron entrar a la sala de la corte
altamente vigilada. Mono estaba inquieto ante el Juez de Distrito de los E.U. Dickran Tevrizian,
esperando su decisión. Brian A. Newman, el abogado defensor de Mono, había solicitado una
sentencia menor. Alegaba que su cliente estaría «en peligro extremo por el resto de su vida». Nadie
le discutió ese argumento.
Durante el juicio de Chuy, el abogado defensor Mark Overland intentó personificarlo como un
pacificador que buscaba «detener las pandillas y matanzas de gente inocente». No le funcionó la
estrategia. Chuy fue declarado culpable de múltiples cargos. Sin embargo, el 29 de marzo de 2001, el
jurado llegó a un punto muerto de 7-5, durante la fase de condena del juicio, al intentar decidir si
darle a Mariano «Chuy» Martínez la pena de muerte o no. El Juez de Distrito de los E.U. David O.
Carter fue forzado a declarar nulo el juicio y sentenció a Chuy a cadena perpetua, más 130 años
adicionales.
Chuy se fue a la penitenciaría federal para siempre, junto con Black Dan Barela y Huero Shy
Shryock. Boxer Enríquez perdió a su último aliado fuerte de la mafia en las calles: «Deterioró aún
más mi base política. Desapareció todo mi apoyo en las calles. Empecé a verme involucrado en
batalla tras batalla por el territorio, discutiendo con un carnal y con otro, y eso ya me estaba
agotando. Estaba solo y a la deriva en Pelican Bay. Los lobos empezaron a dar vueltas a mi
alrededor».
15 René Enríquez dice que «Mono nunca ingresó oficialmente a la Eme» a pesar de que decía lo contrario. Según Enríquez, Topo Peters
le dijo a Chuy Martínez que Mono había ingresado, pero eso era una «mentira descarada». Enríquez dice que Mono no consiguió los
votos en Pelican Bay y en la facción federal de la Eme. Explica: «Topo mintió porque Chuy y Mono le estaban dando dinero a Sally
Peters, la esposa de Topo, y Peters no quería perder esos ingresos por ofender a cualquiera de los dos».
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Furor de disturbios raciales


LOS CIELOS ESTABAN OSCUROS y cubiertos de nubes, como si anticiparan lo que sucedería. El suelo ya
estaba húmedo por la llovizna cuando varios prisioneros empezaron a salir al patio B de la Prisión
Estatal de Pelican Bay. Cada prisionero tenía que detenerse para que le hicieran una rápida
inspección de cuerpo completo antes de salir a la población general. A cien metros de distancia, en
una UHS de máxima seguridad, Boxer Enríquez estaba durmiendo una siesta después del desayuno en
su celda. Parecía como cualquier otro día, pero ese 23 de febrero de 2 mil sería todo lo contrario.
Dos secuaces de la Mafia Mexicana, sin que lo supieran Boxer y otros carnales, ya se habían
encargado de que así fuera. «Dos idiotas —se lamenta Boxer— enviaron la orden de matar tantos
negros como fuera posible».
Alrededor de las nueve y media de la mañana salió el último de los casi trescientos prisioneros a
la zona abierta. Algunos llevaban gorros para la lluvia e impermeables largos de color amarillo
porque lloviznaba un poco. Un pequeño grupo de prisioneros negros se instaló cerca de las barras
paralelas y algunos empezaron a hacer unas repeticiones en los aparatos. Otros cuantos se sentaron
en las mesas para picnic en el césped y varios más alrededor del perímetro del patio para conversar.
Había grupos de cuatro o cinco caminando por la pista de atletismo y algunos trotaban solos. En la
cancha de basquetbol de concreto los prisioneros negros jugaban de un lado, mientras dos equipos de
prisioneros mexicanos (Sureños) organizaban su partido del otro.
Los Sureños estaban formados en dos grupos pequeños del otro lado del patio, algunos en grupos,
otros en las mesas de picnic. Era común que pasaran el tiempo en el patio 4 jugando soccer, pero no
ese día. Tenían otros planes. A pesar de que la mañana era húmeda y fría, todos los reclusos
mexicanos decidieron salir al patio, algo que no solía suceder. Se había corrido la voz de que
«actuaran de forma natural» para que los negros no sospecharan lo que les esperaba.
José «Clever» Sánchez era un asociado de la Mafia Mexicana originario de la pandilla del Sur de
California llamada Toonerville. Estaba condenado a diez años por robo y era quien tomaba las
decisiones en el patio B como líder de un grupo de directivos de la Eme llamado La Mesa. Boxer
explica: «La Mesa era un grupo selecto de cuatro o cinco camaradas, tal vez uno de cada bloque de
celdas, que tomaban las decisiones colectivas sobre cómo administrar los patios para la Eme. Los
Meseros reemplazaron el sistema de llavero donde sólo un camarada tenía el control total de la toma
de decisiones. Varios años antes, eliminamos el concepto de llavero porque estaba causando
conflictos en las zonas generales. Más de un camarada exigía el derecho a ser el llavero. Parecía ser
que la Mesa limitaba los abusos que surgían de esta noción de un jefe único y mantenía a las drogas y
otras actividades del mercado negro funcionando bien».
Un año antes, un prisionero negro llamado Monster Blevins de alguna forma insultó o le faltó al
respeto a un Sureño conocido como Panter o Panther. Parece ser que el Mesero de la Eme en aquel
entonces se acercó al líder negro del patio y le pidió que disciplinara a Blevins por la falta de
respeto. El hombre se negó a hacerlo, un claro desprecio de la dominancia de la Eme/los Sureños en
la prisión. El escenario estaba montado para una represalia masiva.
Según una demanda penal, Clever Sánchez supervisó la manufactura y distribución de treinta
nuevas armas punzocortantes y le dio órdenes a los Sureños de «matar tantos negros como fuera
posible». «Si pueden matar a un perro negro —Clever le dijo a un socio— maten a un negro perro si
pueden». Boxer observa que «Había mucho racismo en la prisión». Clever fue el presunto
responsable de sentar las venenosas bases de lo que se convertiría en el disturbio más grande de la
historia de Pelican Bay.
«Ya va a empezar», se cuenta que dijo Clever como a las 9:35 a.m. después de una breve caminata
junto a la pista de atletismo alrededor del patio B. Ya se había sacado el arma del recto, donde la
traía escondida. Marbel Simmons, un preso negro, estaba corriendo como hacía todas las mañanas y
dio la vuelta en la última parte de la pista para dirigirse hacia la línea de meta. Clever se quedó en la
parte interna de la pista. Otro recluso lo describiría después: «como un tigre esperando detrás de los
arbustos a que pasara su presa».
Se escuchó un eco en el jardín cuando la fuerza del cuchillo de Clever chocó con la espalda del
corredor desprevenido. Lo sujetó de la camisa para que no huyera pero Simmons, que era mucho más
grande, logró liberarse, tropezó y escapó. El disturbio planeado con anticipación había iniciado.
Todo el patio estalló en lo que un prisionero llamaría después «un furor». Tomaron por sorpresa a
los negros. Los superaban en número por muchos y las manadas de Sureños empezaron a someterlos
y a apuñalarlos una y otra vez. El sistema de sonido de los patios estalló con una serie de órdenes a
los reos: «¡Abajo!». Los reclusos frenéticos no hicieron caso a las advertencias. En cuestión de
segundos, empezaron a llover latas de gas lacrimógeno al lugar de la acción tras la detonación inicial
de la violencia, limitando la visibilidad en algunas partes y bloqueándola por completo en otras. Los
negros se defendían de los ataques con las manos mientras las armas de metal se les venían encima
como pistones. El gas empezó a llenar el patio de grandes nubes blancas y grises mientras hilos de
sangre roja pintaban las hojas del pasto. Empezaron a saltar puñados de tierra del césped al chocar
las balas de hule de los guardias con el suelo. Después, se dispararon seis tiros de advertencia con
balas reales.
En el área de UHS, Boxer recuerda: «Escuchaba cómo se abrían las puertas de nuestras secciones y
el sonido de las llaves mientras los guardias corrían por todas partes dando órdenes: ‘Programa de
encierro modificado. Vayan directo a sus celdas. ¡No se detengan en ninguna puerta!’». Los pequeños
patios de la UHS tenían techos abiertos y Boxer alcanzó a oler el gas lacrimógeno cuando la puerta de
metal se abrió para permitir que un prisionero de la UHS regresara a su celda.
En la población general, los constantes gritos de las hordas de Sureños eran ensordecedores. Se
oían las descargas de los rifles Mini-14 que disparaban los tres oficiales de correcciones en las
torres de vigilancia. La amenaza de las balas parecía tener muy poco efecto. Clever había dado
órdenes de seguir apuñalando aunque los guardias estuvieran disparando balas reales al patio. Dijo:
«Si empiezan a disparar, sigan con más fuerza». La mayoría obedeció. Un Sureño que pidió no ser
identificado explicó: «No hay forma de negarse. Te costaría la vida, te costaría un ataque, convertirte
en la víctima. Así que no es una opción. Es hacerlo o que te lo hagan a ti. Así es como es».
Durante los primeros cuatro minutos del disturbio, algunos grupos de agresores periódicamente
hacían una pausa, pero en cuestión de segundos reiniciaban el ataque. En cierto momento, el ímpetu
de un grupo de negros los obligó a replegarse pero solamente por unos treinta segundos.
Al principio, sólo había unos doce oficiales de correcciones en el patio. Usaron sus gases
lacrimógenos y macanas para intentar separar a los prisioneros, pero no sirvió de mucho. El sargento
Hank Akin dijo «Empiezas a sentirte nervioso. No sabes qué está pasando. No sabes si podrás
regresar a tu casa. No sabes si te van a matar o no».
Unos cuantos prisioneros que regresaban del patio de UHS le dijeron a Boxer que además de las
balas escucharon las órdenes de «¡Abajo el patio!» en el sistema de sonido. «No sabía qué pasaba ni
por qué —recuerda Boxer— pero era claro que algo serio estaba sucediendo allá afuera».
En el exterior, había unos diez negros con las espaldas contra la pared en la cancha de basquetbol
arrinconados por más del doble de Sureños, algunos con cepillos de dientes con navajas montadas en
la punta. De la nada, uno de los Sureños se dejó ir sobre un negro y, cuando cayó, literalmente se le
fueron todos encima. Habían pasado unos cinco minutos desde que empezó todo. El mismo gángster
que lo había tirado lo apuñalaba sin detenerse. Se escuchó el ruido de las balas y el agresor cayó al
pavimento. Los demás titubearon por un segundo y después salieron huyendo. Miguel Sánchez, un
Sureño de treinta y tres años de edad conocido como «Sharky» ya no estaba con ellos. Murió en el
acto con una bala en la cabeza. Se empezó a formar un charco de sangre alrededor de su cuerpo
inmóvil, que quedó boca arriba en la cancha de basquetbol, parcialmente oscurecido por la niebla
del gas lacrimógeno.
Esto fue lo que anunció el fin del disturbio. Los oficiales de correcciones sacaron el cuerpo de
Sharky y empezaron a administrarle los primeros auxilios pero ya era demasiado tarde.
Por increíble que parezca, los Sureños alrededor del patio seguían listos para saltar a la acción
nuevamente. Cuatro minutos después del balazo fatal, hubo otra explosión de violencia sureña, pero
no duró mucho. Ya habían entrado más de cien guardias al patio con las manos llenas de esposas de
plástico. Por una afortunada casualidad, ese día habían asistido a la PEPB cuarenta oficiales de otro
turno para recibir un entrenamiento especial. Muchos oficiales ya habían vaciado sus latas de gas
lacrimógeno. En la niebla residual, esposaron a docenas de prisioneros con las manos atrás de la
espalda y los recostaron boca abajo en el piso. Se empezaron a llevar a los heridos en camillas. En
verdad parecía un maldito campo de batalla.
Al final de los quince minutos que duró el disturbio había un prisionero muerto. Cuarenta estaban
heridos, la mayoría por arma punzocortante. Quince tenían heridas de balas.
En la UHS, los oficiales les pusieron «botas» a las puertas de las celdas: barras con candado y
correas que atoraban las puertas y evitaban que se pudieran abrir. «¿Por qué?» preguntó Boxer. El
guardia no le respondió.
Más tarde, los oficiales informaron que se habían disparado veinticuatro rondas durante el
disturbio, de las cuales seis fueron de advertencia. Durante la limpieza, los guardias encontraron
ochenta y nueve armas en el patio, algo nunca antes visto.
En un artículo del número de marzo-abril de Peacekeeper, la revista de la Asociación de Oficiales
de Correcciones de California por la Paz (AOCCP ), el presidente de la sección de Pelican Bay, Chuck
Alexander, dijo: «Es lamentable que un recluso muriera por el disparo de un arma de fuego. Pero si
los oficiales no hubieran utilizado la fuerza letal para detener el incidente, es imposible saber
cuántos prisioneros hubieran muerto en estos ataques. Y si sólo nos hubiéramos limitado a ver lo que
sucedía y dejarlos matarse, nos hubieran criticado por no hacer nada».
Boxer Enríquez y otros mafiosos importantes estaban igual de confundidos. Encerrados en la
sección de UHS de la prisión durante todo el levantamiento, sólo podían especular «¿De qué trató
todo esto y quién lo ordenó? ¿No era la Eme la que controlaba los patios?»
Resultó que el líder era Clever Sánchez que había estado intercambiando correspondencia, a
través de kites, con Alfie Sosa, de la Eme. Sosa, que ya tenía cincuenta y siete años, y su compañero
de celda, Eulalio «Lalo» Martínez, de treinta y nueve años, habían autorizado el levantamiento. Alfie
tenía un temperamento muy volátil y era «una serpiente venenosa poseída por legiones de
demonios»16. Boxer también piensa que Alfie y Lalo eran «auténticos racistas de hueso colorado. No
sé si unos negros los golpearon cuando eran niños o qué —dijo— pero estaban determinados a crear
tensiones raciales».
Unas semanas después, Alfie y Lalo, sin arrepentimientos, aceptaron su rol en el asunto. Boxer
dijo: «Alfie, drogado con metanfetaminas y haciendo lagartijas en su celda, se reía de la situación.
Era pura arrogancia no haberle advertido nada a los otros carnales. La mayoría de nosotros no estaba
de acuerdo con esto porque limitaba nuestras posibilidades de ganar dinero entre los reclusos. Nos
hizo estar en la mira de todos».
De hecho, los oficiales del DCC impusieron restricciones más rigurosas después del disturbio.
Normalmente, la población general se encerraba en sus celdas de las 9:00 p.m. a las 6:00 a.m. El
nuevo programa los encerró durante veintitrés horas al día por los siguientes dos años.
«Esto no era algo insignificante —enfatiza Boxer Enríquez—. Un camarada murió. Varios Sureños
recibieron balazos. Y Alfie y Lalo no informaron a los demás carnales». Fue el disturbio más grande
de la historia de Pelican Bay.
Sin embargo, como si el diablo estuviera al pendiente de sus seguidores, el sangriento y mortal
disturbio echó a andar como consecuencia una oportunidad no prevista para la mafia. Boxer y los
carnales más cercanos a él estaban preparados para aprovecharlo al cien por ciento.

16 Mendoza, Mexican Mafia, p. 148


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Ilusorias pláticas de paz


LOS POLÍTICOS DE SACRAMENTO estaban volviéndose locos con las noticias del sangriento disturbio
de la prisión al igual que los jefes del Departamento de Correcciones de California. No querían otro
disturbio por ningún motivo.
El director de la Prisión de Pelican Bay, Robert Ayers, estaba desesperado. Había temor de dejar
salir a los presos de la población general nuevamente al patio y que se desatara otro disturbio a gran
escala, quizás más mortífero que el anterior.
Al mismo tiempo, los políticos que promovían la reforma en las prisiones estaban presionando al
director. Querían saber por qué los presos estaban encerrados casi todo el día, todos los días. Los
reformistas pensaban que esta política era inhumana.
El ambiente era más que propicio para las manipulaciones de la mafia. Boxer Enríquez delineó el
plan: «Los oficiales de la prisión realmente no quieren lidiar con nosotros, pero nosotros teníamos la
capacidad de prestar un servicio que ellos no. Nosotros [la Eme] podíamos garantizar la paz en los
patios, nada de disturbios raciales ni agresiones a los guardias. A cambio, queríamos que los
carnales de línea dura pudieran salir de la UHS y regresar a la población general donde podíamos
hacernos cargo de los negocios de la mafia».
Días después de los disturbios, Jacko Padilla se presentó en la sección de Boxer y caminó a su
celda de la UHS. Normalmente no se permitía contacto personal, pero ahora los oficiales estaban
considerando todas las alternativas para terminar con la violencia.
«¿Qué onda?» dijo Padilla.
«¿Qué haces aquí?» preguntó Boxer sorprendido.
Jacko le dio un paquetito de heroína como regalo y le dijo: «Están negociando con nosotros».
Poco después de los disturbios, representantes de la Familia Guerrilla Negra se acercaron al
director con una propuesta. Le dijeron que había perdido el control de la población de reclusos y que
lo podían ayudar a recuperarla. El plan de la FGN giraba en torno a una premisa simple: liberar a los
pesos pesados de las pandillas de prisión al patio para devolverle el orden. La FGN decía que los
jóvenes gángsters del patio eran los que estaban fuera de control y que sólo sus mentores criminales
tenían la influencia suficiente para controlarlos y tranquilizarlos.
El director estaba desesperado y mordió el anzuelo. Los miembros de la Hermandad Aria, la
pandilla rival, entraron entonces a estas discusiones del «plan de paz». Jacko se enteró de las
pláticas y, sin admitir que era miembro de la Eme, se ofreció como voluntario para hablar por la
Mafia Mexicana. El director ya no quería más disturbios raciales, no más ataques a los oficiales de
correcciones y quería promesas de paz y tranquilidad en los patios. Decidió conformar un comité de
negociación compuesto por doce prisioneros, cuatro de la FGN, cuatro de la HA y cuatro de la Eme.
Tendrían permitido reunirse a solas en la sala de conferencias para elaborar un plan de paz viable.
La primera elección de Jacko para la delegación de la Eme fue Boxer Enríquez. «Te quiero ahí
porque siempre me has protegido —explicó Padilla—. Todos saben que tú sí le entras a la hora de la
hora».
«¿Eso es lo que soy? ¿Soy el pistolero?».
«Sí».
«Okey», accedió Boxer.
Jacko era el hombre de negocios. Los registros oficiales del DCC indican que siempre estuvo
conectado con los carteles de las drogas y tenía enormes ganancias. Tenía más que suficiente dinero
para engrasar todos los engranes. Boxer era un líder temido y un hombre de acción. Juntos eligieron a
dos carnales más para apoyarlos en el falso comité de paz.
Necesitaban individuos con buena credibilidad que abarcaran a toda la Mariposa en la PEPB.
Daniel «Danny Boy» Pina era uno de ellos. Era un carnal de cuarenta y un años de edad de Big
Hazard, al Noreste de Los Ángeles, que le había ayudado a matar a Moe Ferrel en Folsom a
mediados de la década de 1980. «Danny era un carnal zalamero, respetado entre los miembros
jóvenes y viejos —dice Boxer— y tenía una gran labia. Podía convencer a un hombre ahogándose de
que le prestara su salvavidas».
La siguiente elección fue Jorge «Huero Caballo» González de Eighteenth Street. González, un
hombre alto y delgado, de piel clara y fanático del gimnasio, tenía, a sus cuarenta y cuatro años, el
cuerpo de un dios griego, con el rostro similar al caballo de Roy Rogers, Trigger, y una calva del
tamaño de un estacionamiento. Durante una reestructuración de la mafia a mediados de la década de
1980, sirvió como comisionado de la Eme en Folsom antes de que el concepto se desechara por
abusos de poder. También mató a un hombre en el bloque de celdas. Boxer sentía que era un
«convenenciero y no confiaba en él». Pero al mismo tiempo, sabía que «Huero Caballo era una figura
poderosa que tenía la atención de los miembros de todas las generaciones».
Boxer quizás recibió el título de «pistolero» pero estaba decidido a convertirse en «el portavoz de
todo el grupo». En primer lugar, ayudó a convencer al director de la prisión de que era necesario
hacer una encuesta entre los miembros de la Mafia Mexicana en la PEPB. «No teníamos siquiera un
plan al principio —se ríe Boxer—. Apenas íbamos saliendo por la puerta». Entonces un contingente
de la Eme pasó los siguientes meses, dos horas al día, un par de veces por semana, paseando por las
UHS para hablar con más de treinta y cinco miembros de la Eme encerrados ahí. Bajo la careta de las
pláticas de paz, dice Boxer, «nos encargamos de negocios de la mafia, tratamos de unificar a los
gángsters, de limitar las peleas internas entre facciones, de disipar los pleitos individuales y de
establecer una nueva lista de ataques para eliminar a todos los miembros que se consideraran
detractores».
Jacko tenía una política: «Darles cuentas de vidrio a los indios». Así que cada vez que los
soltaban para hablar con algún mafioso, Padilla entraba con un regalito de un par de gramos de
heroína. «Inmediatamente lubricaba la conversación», explica Boxer. «Entrábamos con regalos y los
hacíamos creer que eran parte de todo esto. Pero teníamos nuestros propios objetivos».
Boxer quería utilizar esta oportunidad para «eliminar a mis rivales». Ángel «Stump» Valencia, de
la Sangra, era uno de ellos. Stump medía como un metro y medio y era un hombre sólido, unos 90 kg
de músculos bien definidos. Tenía la palabra EME tatuada en el pecho en letras estilo germano y otro
tatuaje en el brazo que decía ÁNGEL con la palabra EME debajo. Tenía cuarenta y tres años y era un
bromista que siempre le ponía apodos a los nuevos reclusos, y a pesar de su corta estatura, fue un
excelente jugador de basquetbol en su día. «A decir verdad —cuenta Boxer— Ángel era un tipo
miserable que cometió su primer asesinato cuando apenas estaba en el octavo grado. Su padre y
algunos de sus asociados gángsters querían ponerlo a prueba. Lo llevaron a un lugar de reunión de
adictos y le dijeron que matara a un drogo que estaba durmiendo en una silla mientras le detenían los
brazos. Apenas tenía trece años y apuñaló al desconocido a muerte. Poco después de eso intentó sin
éxito estrangular a su execrable padre. El papá solía encerrarlo en un armario pequeño con un litro
de cerveza solamente para que lo dejara en paz».
Ángel estaba en prisión cumpliendo una cadena perpetua por su participación en el asesinato de
Moe Ferrel y era un acérrimo aliado del traicionero Cuate Grajeda. Siempre había una nube negra
sobre su cabeza.
Lalo Martínez tenía en sus manos un kite —supuestamente escrito por Ángel Valencia— que
detallaba un plan para matar familiares de miembros rivales de la Eme. Boxer se alarmó: «Pensé que
teníamos cierto sentido del honor, y matar a los familiares era tabú. Si eso se permitía, no sólo los
carnales estaban vulnerables ante las políticas de la mafia, sino también sus familias. Esta facción de
Ángel-Cuate creía que la amenaza de matar familiares evitaría que los miembros de la Eme
desertaran. En mi opinión esto crearía mucha más ansiedad entre los carnales y eso causaría que
desertaran más. También dañaría el reclutamiento de nuevos miembros». Así que el supuesto equipo
de paz llevó la wila en sus visitas de buena voluntad para mostrársela a otros mafiosos y solidificar
su apoyo para ejecutar a Stump. Más tarde resultó que la nota en realidad había sido escrita por el
propio Cuate Grajeda. Boxer, de hecho, había «reconocido la letra de Cuate inmediatamente» pero
utilizó la nota para eliminar a Ángel. Entonces ya tenía a dos de sus enemigos «en el sombrero».
Sentía que, con Ángel y Cuate en la lista, la facción de Grajeda quedaría neutralizada.
Boxer entonces diseñó un plan para invitar a Cuate o a Ángel a las pláticas de paz y matarlo. Las
juntas para la negociación se realizaban en una sala de conferencias del otro lado del pasillo de la
cabina central de control de los guardias en la sección D. Ahí no había pistolas. Todos los
participantes estaban sentados alrededor de una mesa larga. Los representantes de la Eme, FGN y HA
se sentaban del otro lado del esperanzado director de la prisión, una delegación de tres hombres de
la escéptica Unidad de Servicios Especiales y los ingenuos representantes de las oficinas de los
senadores estatales Tom Hayden, Richard Polanco y John Vasconcellos. Tenían tarjetitas con sus
nombres en cada lugar. Los mafiosos traían llaves para las esposas listas para abrir sus cadenas
despreocupadamente con las manos bajo la mesa. «Cuando todos bajen la guardia —propuso Boxer
— apuñálalo [a Ángel o a Cuate] a muerte». Enfatizó: «Quédate sobre él hasta que muera».
«Sí —dijo Danny Boy—. ¡Hagámoslo!».
Jacko se puso nervioso: «¡No!».
Era la voz de la razón. Padilla veía el panorama completo y tenía razón. La mafia debía utilizar
estas pláticas de paz como una fachada para salir de la UHS y un acto de violencia sólo destruiría el
objetivo. «Lo que queríamos era volver a estar con la población general —se dio cuenta Boxer—.
Eso es lo que en realidad queríamos sacar de todo esto». Es más sencillo manejar los negocios
turbios de la prisión si se podían mover entre los prisioneros. Las UHS definitivamente habían
limitado los negocios de la mafia. El aislamiento virtualmente detenía la comunicación cara a cara
con la mayoría de los otros miembros. «¿Qué es lo primero que destruye un matrimonio? —pregunta
Boxer—. La falta de comunicación». Por otro lado, la única manera posible de matar a alguien en la
UHS era que lo hiciera el mismo compañero de celda. Esto causaba paranoia constante.
Adicionalmente, siempre eran entre cinco y ocho prisioneros en la misma sección y se cansaban de
verse y empezaban a hacer política en contra de ellos mismos. «Había personas que entraban a la
sala de visitas hablando mal de todos —dice Boxer—. Había muchos desacuerdos entre las filas de
mafiosos por el constante aislamiento de la UHS».
Finalmente, el «plan de atacar» a Ángel o Cuate en la mesa de pláticas de paz se descartó. La
decisión no tuvo nada de altruista. Se hico por puro interés propio. «La administración de las
prisiones ya de por sí piensa que somos el demonio —se da cuenta Boxer— y ese ataque hubiera
arruinado todo en el futuro». Dieron su palabra que no causarían problemas. El director de la prisión
y su personal probablemente hubieran perdido el empleo. Y lo que era más importante, los miembros
de la mafia nunca más hubieran podido salir con la población general. Boxer estuvo de acuerdo.
«Nunca nos darían otra oportunidad de acercarnos a la mesa de negociaciones. Eso [el ataque]
hubiera dejado una impresión tan mala que [el DCC] nunca nos volvería a creer». Al mismo tiempo,
sabía que la Mafia Mexicana disimulaba sus malignas intenciones con su «careta de honorabilidad,
haciendo pasar su palabra como algo respetable. En realidad hubiéramos sacrificado [a Ángel o a
Cuate] en un instante si eso hubiera ayudado a nuestros intereses».
Mientras tanto, Boxer y Jacko utilizaron este tiempo para mejorar sus propias imágenes y aumentar
su poder como líderes de la mafia, se pusieron de acuerdo en la nueva lista y se dispusieron a
neutralizar a sus enemigos.
Durante las visitas con escoltas a los otros bloques de celdas, Boxer tuvo algunos encuentros
interesantes. Entró a una sección con Jacko y Danny y se topó con David «Big Spider» Gavaldón de
Canta Ranas. Él y Boxer fueron iniciados en la misma época en Folsom. Spider medía más de 1,80 m
y su piel era clara y con pocos tatuajes. En sus inicios, era un fantoche simpático de gran cabellera
esponjada y enorme copete. Ahora estaba calvo y amargado tras los años en Pelican Bay, era
epiléptico y su medicamento para las convulsiones lo ponía temperamental. Boxer dice: «Spider
tenía el aspecto de ira amarga en la cara, como si hubiera estado chupando limones toda la vida». No
había más carnales en su bloque, así que básicamente lo administraba él solo. Y mal, en opinión de
Boxer. Tenía buenas razones para no sentir simpatía por Boxer, quien una década antes había
ordenado el asesinato de su cuñada, Cynthia Gavaldón.
Boxer sentía las vibras negativas y se acercó a la puerta de la celda de Gavaldón. Había
escuchado de otros que «Spi» hablaba mal de él. Quería que ya todo quedara atrás.
«¿Qué onda? ¿Traes algo conmigo?».
«No —dijo Gavaldón—. No traigo nada contigo».
Así que Boxer pasó a lo siguiente. Sabía que Mon Buenrostro, el carnal que él y Topo Peters casi
mataron a puñaladas en la Cárcel del Condado de L.A. estaba en el mismo bloque.
Spider le dijo dónde estaba su celda en el nivel superior y rápidamente agregó «¡Chíngate a esa
rata!» La famosa abogada defensora de Los Ángeles, Leslie Abramson, quien alguna vez representó a
Mon en la corte, había escrito de manera favorable sobre él en un libro autobiográfico que publicó.
Spider pensaba que eso convertía a Mon en un soplón, una rata. De hecho, según Boxer, Buenrostro
nunca había delatado a nadie. Nunca siquiera había desertado de la Eme o soltado información. La
mafia simplemente lo había excluido de sus actividades después de tratar de ejecutarlo por hablar
mal del poderoso Joe Morgan. Y, como Boxer ahora apuntaba: «Mon ni siquiera había hecho eso.
Cuate Grajeda lo inventó. Realmente lo atacamos sin razón».
Boxer subió por las escaleras de metal para encontrar a Mon y en el camino se topó con un
miembro de la Hermandad Aria llamado Gavin «Irish» Shine, quien estaba en la lista de la Brand
(otro nombre de la HA). Boxer conocía a Irish desde hacía muchos años y le caía bien. No era un
simple criminalucho sino un asesino, un caso similar al de Mon, que se vio envuelto en la política y
se convirtió en un paria de las pandillas de la prisión. Irish tenía una petición.
«René, estos tipos nos hablan mal, hombre —explicó Irish—. No somos cualquiera. Somos
hombres. ¿Puedes ayudarnos?».
Había ocho camaradas escandalosos en el nivel inferior, ninguno con más de veintisiete años.
Siempre estaban insultando sin piedad a Irish y Mon, llamándolos cobardes y soplones. Spider les
había pedido que lo hicieran. Boxer le dijo a Irish que se encargaría del asunto.
Mon no escuchó a Boxer acercarse y detenerse frente a su celda. Buenrostro no traía puesta la
camisa y se podían ver todas las horribles cicatrices de su torso, evidencia de la propia brutalidad
de Boxer. Mon se había tatuado un equipo de cuatro feroces osos polares justo debajo del plexo solar
con la palabra MAFIA escrita debajo en grandes letras. Ahora una cicatriz vertical pasaba por en
medio de la palabra MAFIA y oscurecía la cara del oso principal. El tatuaje ya no estaba alineado,
estaba todo torcido y cosido por los cirujanos que le habían salvado la vida. De pronto se percató de
la presencia de alguien y se puso la camisa para cubrir su vergüenza.
«¿Cómo estás, mano? Ha pasado mucho tiempo» dijo Boxer con suavidad.
«¿Qué onda, René?».
El dolor de su voz se asemejaba a las cicatrices de su cuerpo. Le dijo a Boxer que Joe Morgan
había amenazado a su hijo. Se acordó de cómo Morgan ya había muerto y Topo Peters estaba
muriendo de cáncer.
«Sólo quedamos tú y yo, René».
«No —dijo Boxer—. Es algo más grande. Ya no tienes apoyo. Te apuñalamos por lo de Joe y
nadie se retractará de eso sólo porque ya murió. Estás acabado, Mon».
Los dos cansados mafiosos tuvieron una buena plática. Boxer le explicó que sabía que el
apuñalamiento en realidad era «por nada» y que Cuate Grajeda «siempre deformaba la verdad» lo
cual había exacerbado el conflicto. No se disculpó.
«Sólo eran negocios» dijo Boxer.
Entonces le preguntó a su viejo enemigo qué pasaba con los jóvenes camaradas del nivel de abajo.
Los ojos de Mon se llenaron de agua en contra de su voluntad y le contó cómo le faltaban al respeto
constantemente, llamándolo cobarde, soplón y CP 17. No era ninguna de esas cosas.
Boxer bajó y llamó a los jóvenes camaradas para que se acercaran a las puertas de sus celdas. Les
dijo: «Este tipo allá arriba es Mon. Es un ex carnal. El otro es Irish y es un HA. Los dos están en la
lista. ¿Tienen cuchillos?».
La respuesta fue un temerario: «Sí, tenemos cuchillos».
«Bueno, pues no se olviden de traerlos siempre a la mano porque estos tipos son asesinos. Y los
van a matar si alguna vez queda abierta una puerta entre ustedes y ellos».
Más de uno mostró miedo en su mirada.
«No deben estar insultando gente desde atrás de las puertas. No sé qué les ha dicho Spider, pero
no es verdad. Este no es nuestro estilo. Yo soy el carnal que atacó a Mon. Lo atacamos por cuestiones
de negocios. Lo trato con respeto aunque intenté matarlo. Fue un carnal por algo, no por ser un
cualquiera o un cobarde. Es un asesino. Es un hombre. Y en lo que respecta a Irish, está loco y les
sacará el corazón con un cuchillo para dárselo a los perros. No es soplón. Es un hombre».
La mirada en las caras de los camaradas le dijo a Boxer que el mensaje estaba siendo transmitido.
No había terminado todavía. «Ahora, ustedes los llaman ratas y cobardes. Ustedes iniciaron esta
situación. No terminará. Más vale que estén preparados. Están en la lista, y pueden atacarlos si así lo
desean, pero les garantizo que ellos serán los carniceros si tienen una oportunidad. No estoy
bromeando».
Boxer volvió a subir las escaleras. «Recuerden, Mon es un profesional. Y lo mismo Irish».
Cuando Boxer pasó junto a Irish de salida, notó que los ojos del asesino de la HA decían con
gratitud «¡Por supuesto, cabrones!». Estaba conmovido.
El rostro de Mon se veía herido pero orgulloso. «Gracias —dijo—. Me quitaste la membresía
pero me permitiste ser un hombre».
Boxer salió sintiéndose bien. «Creo que en ese momento —recuerda— hicimos las paces. No era
nada personal».
Era otro de esos códigos retorcidos de la mafia. «Un falso sentido de honorabilidad en la
organización —musita Boxer— donde crees que puedes echarte a un tipo pero sigue siendo un
hombre. Es algo extraño».
Con el paso de las semanas, la delegación de la mafia continuaba haciendo pensar a los
administradores de la prisión y los políticos que estaban en una misión de paz. Los mafiosos nunca
perdieron de vista el hecho de que esto era un gran engaño para tal vez lograr salir de nuevo y
hacerse cargo de los negocios.
Finalmente, después de semanas de juntas con el director de la prisión, con políticos y miembros
de las pandillas rivales negras y blancas, las pláticas se cancelaron.
El 5 de mayo de 2 mil, Rocky Rushing, un asesor del Senador Tom Hayden le escribió a Boxer
Enríquez:

Estoy muy preocupado de que el proceso de paz se encuentre en un grave estado. Los jefes del
Departamento de Correcciones de Sacramento no están dispuestos a apoyar en este momento al
director Ayers. Por eso las negociaciones se han detenido por el momento… Si el proceso de
pacificación se elimina, el Senador Hayden, Polanco, Vasconcellos y otros legisladores
progresistas de Sacramento estarán molestos. Por otro lado, permitirles a ustedes salir de la
UHS posiblemente moleste al gobernador, tal vez a la AOCCP y otros, en especial si no se ve una
reducción en la violencia a gran escala. Pero parece haber algo más básico en juego que la
difícil decisión que debe tomar el Departamento. Tenerlos a ustedes fuera de la UHS para
ayudar a limitar los disturbios sería equivalente a una admisión pública de que el
Departamento se apoya en los prisioneros para mantener el orden. No importa cuáles sean las
relaciones entre los miembros del personal y los prisioneros o que ésta sea utilizada de muchas
formas, con frecuencia brutales. De todas maneras, la admisión parece ser demasiado grande
para el Departamento. Parece ser que la decisión ahora depende de los políticos.

Boxer tuvo que reírse. Los senadores Hayden, Polanco y Vasconcellos se habían esforzado por
retratar a los mafiosos como víctimas del sistema. Él sabía la verdad. La Eme los consideraba
«políticos tontos, mojigatos y extremadamente liberales que obedecían las órdenes de la mafia». Si
lo hacían a sabiendas o no, no importaba. Estaban siendo utilizados.
Cerca del fin de estas supuestas pláticas de paz, Boxer Enríquez y los otros estaban esperando en
la sala de conferencias para reunirse con tres representantes de la Unidad de Servicios Especiales, el
brazo investigador del Departamento de Correcciones de California. Estaban George Ortiz, agente
especial a cargo; Joe De La Torre, agente especial en jefe; y Brian Parry, director asistente de la
Unidad de Aplicación de la Ley e Investigación (líder de la USE). Parry era quien hablaba
principalmente y fue quien capturó la atención de Boxer.
Brian Parry era un irlandés determinado que se crió en Long Island, graduado por la Universidad
de Dayton en 1972 con un título de administración policiaca y se dirigió al Oeste empleado como
agente a cargo de los presos que salían en libertad condicional. Joe Morgan, el legendario mafioso,
fue uno de los casos que estuvo a su cargo. Parry se volvió agente de la USE en 1981 y ocho años
después, junto con su compañero, el detective del Departamento de Policía de L.A., Jack Forsman,
fue uno de esos agentes sentados en la camioneta helada fuera de la casa de Topper Alemán
esperando que apareciera Boxer, sospechoso de los asesinatos de David Gallegos y Cynthia
Gavaldón. En otras palabras, Parry había contribuido a encerrar a Boxer. Y, a diferencia de los
políticos, Parry había estado en combate mano a mano con los gángsters y criminales dispuestos a
matarlo. No pensaba que estas personas fueran víctimas.
Parry se asomó hacia la sala de conferencias y vio los rostros de nueve de los criminales más
peligrosos del sistema del DCC, todos esperando hablar con él. No había un sólo oficial de
correcciones en la habitación. Todos estaban en el corredor. Pensó: Si hay algún plan diabólico en
ciernes, se pondrá feo antes de que llegue la caballería.
Parry volteó a ver a los hombres que lo acompañaban y antes de ingresar a la sala dijo: «Espero
que no traigan sus mejores trajes, podría ponerse sangriento ahí adentro». Entonces entró y le dio la
mano a Boxer, quien estaba esposado.
«Hola, Boxer, ¿cómo te va?».
«Es René. René».
«Okey. René».
Boxer mide 1,72 m y se dio cuenta de que la parte superior de la cabeza calva de Parry apenas le
llegaba a la altura de los ojos. Sin embargo, el jefe de la USE se movía con confianza. Era altivo y
beligerante, enérgico pero amistoso, serio pero simpático. A Boxer le caía bien pero su instinto le
decía que este astuto representante de la ley no sería fácil de engañar. Tenía razón.
Parry sabía que «los líderes de las pandillas querían salir libres a la población general. A cambio,
prometían encargarse de detener la violencia en la prisión. Bueno, nuestra respuesta a eso fue: dejen
ustedes de participar en la violencia dentro de la prisión. Sabíamos que algunos de estos individuos
estaban autorizando los actos violentos y no les íbamos a dar el poder de salir y hacer nuestro
trabajo. Se merecían estar en la UHS por razones válidas, por sus propios actos violentos y por
promover que otros actuaran igual. Por otro lado, teníamos información de que algunas de estas
pandillas estaban planeando ataques serios contra sus rivales en cuanto salieran. Así que no les
cederíamos el control de la prisión así nada más a un grupo de líderes pandilleros».
Parry también había estudiado la historia. A principios de la década de 1970 hubo un Programa de
Catalización de Prisioneros que liberó a los pandilleros para controlar el patio. Eso no limitó los
apuñalamientos y las agresiones.
Durante la década de 1980, el DCC empezó con la segregación, seis de las prisiones más grandes
estaban dedicadas a albergar distintas facciones de las pandillas. Los jefes de las pandillas se
adueñaron de las prisiones, dominaron a otros reclusos y se volvieron violentos con el personal.
Parry también sabía que, desde la implementación del programa de las UHS en 1989, la violencia
en las prisiones en general se había desplomado. No había suficientes camas para todos los
malvados que merecían estar ahí.
En resumen, no le creía a Boxer y su propuesta de paz de la mafia. Estaba demasiado familiarizado
con el juego mortal de la Eme.
Los falsos negociantes de paz de la Eme perdieron su guerrita. Tal vez habían logrado engañar a un
puñado de políticos y grupos de intereses especiales que los usaron para promover la reforma
carcelaria, pero no a los policías que llevaban toda la vida examinando de cerca sus patrones de
comportamiento criminal.
Boxer Enríquez y sus hermanos seguirían encerrados en la UHS.

17 Un CP es un prisionero que está encerrado por su propia protección. Alguien, que en el patio de la población general, estaría marcado
para atacar.
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Cansado de la mafia
LAS PELEAS INTERNAS y las manipulaciones nunca cesaban. Los altos rangos de la Eme estaban
encerrados en la UHS de Pelican Bay, pero los fines de semana tenían autorizado ir al área de visitas
donde se encargaban de sus negocios y hacían política unos contra otros. Abiertamente ordenaban
que se realizaran ataques, enviaban mensajes y daban instrucciones a sus subordinados o a sus
esposas sobre asuntos de narcotráfico o disputas de territorio a 1300 km de distancia en Los Ángeles.
Para Boxer resultaba cada vez más evidente que ninguno de ellos «podía ver más allá de la limitada
vida de pandillero».
Su viejo compañero de celda, Darryl «Night Owl» Baca, no era la excepción. Lo único que
quedaba de su antigua sociedad era amargura y sed de venganza. Todavía estaban en la misma
sección pero en celdas separadas. Baca estaba en el segundo nivel y Boxer abajo. Inmediatamente
después de la discusión que tuvieron sobre las intenciones de Night Owl de matar a la asociada
Cynthia, también conocida como «Hottie», los dos enemigos habían prometido encontrarse en las
duchas del segundo nivel y pelear a muerte.
Tres días a la semana Baca era el cuidador del nivel y ayudaba con algunas tareas de rutina de
mantenimiento. En una ocasión, al completar sus tareas, se fue a las duchas y permaneció ahí durante
una hora, con la esperanza de que el guardia en turno se olvidara de él. Boxer enrolló su gigantesco
cuchillo en una toalla y le pidió al guardia que abriera la puerta: él también quería bañarse. El oficial
accedió pero insistió en que Boxer se quedara en el nivel de abajo. Había un ducha arriba y una
abajo. «Fuiste cobarde» le dijo Baca cuando bajó y pasó junto a la celda de su enemigo al día
siguiente.
Una semana después, los dos rivales intentaron enfrascarse en su combate mortal nuevamente. Esta
vez, Boxer, con el cuchillo escondido en la toalla, se dirigió automáticamente a las duchas de arriba
para enfrentarse con Baca. Cuando iba por las escaleras, su corazón se aceleró y le temblaban las
manos mientras sostenía el cuchillo por dentro de la toalla.
«Baca, ¿dónde estás?» preguntó el guardia.
«En mi celda, secándome».
En realidad estaba todavía en la ducha, escondido. Boxer estaba a unos tres metros de distancia
cuando escuchó abrirse el candado a control remoto de la ducha. Los camaradas de las otras celdas
podían sentir la tensión y tenían los ojos bien abiertos, anticipando el derramamiento de sangre.
Boxer sabía que Baca, siempre en excelente condición física, era más grande y más fuerte que él. No
sería difícil que lo dominara en una pelea. Necesitaba valerse de la rapidez: iniciar con un golpe
mortal y esperar a que su oponente se desangrara en el piso.
La puerta de las duchas se abrió unos cuantos centímetros y de repente se volvió a cerrar. Boxer
escuchó al guardia decir: «Espera, creo que Baca sigue ahí dentro». El instinto del oficial de
correcciones fue acertado. Sabía que algo se traían entre manos. De vuelta en su celda, Boxer se
deshizo del cuchillo porque temía que vinieran a buscarlo.
Unos días después, mientras Baca realizaba su trabajo de mantenimiento, se detuvo frente a la
celda de Boxer y le dijo: «Ya tenemos que dejar esto. Somos amigos. No se ve bien con los otros
camaradas». Pasó su meñique por el agujero de la puerta y los dos carnales sellaron el trato con sus
dedos. Boxer fingió que estaba de acuerdo, pero «sabía que no estaba terminado».
Los siguientes días, Baca le lanzaba miradas furiosas a Boxer al pasar por su nivel haciendo su
trabajo. Mientras tanto, Boxer se había conseguido un nuevo cuchillo de plexiglás. Los camaradas
utilizaban cordones como sierras y cortaban el arma de una lámina de plexiglás que cubría las
puertas de las celdas de los prisioneros conocidos por «gasear» a los oficiales18. Entre dos
prisioneros, uno en la celda y otro afuera, tardaban unos veinte minutos en sacar una tira de la parte
de abajo del escudo de plexiglás. Boxer secretamente tomaba el cuchillo cada vez que Baca se
acercaba a su celda.
Apenas habían pasado unas cuantas semanas y Baca no pudo resistir abrir la boca. Cuando pasó
junto a la celda de Boxer, volvió a quejarse de que lo había sacado del negocio.
«¡Preferiste a una vieja que a mí!» se burló.
«Hablas como pinche negro» le respondió Boxer, a sabiendas de que los prisioneros negros eran
considerados ruidosos y revoltosos. No era un insulto menor en el entorno de la prisión lleno de
enemistades raciales. Su intención era que ardiera y así fue.
«Te voy a hacer gritar», amenazó Baca mientras avanzaba enfurruñado.
«Ya veremos quién es el que grita», respondió Boxer.
Minutos después, Boxer oyó que las puertas de las celdas se abrían en su pasillo. En contra de la
política de la prisión, un guardia permitió que Night Owl Baca entregara algunos artículos personales
a los prisioneros. Se supone que sólo los oficiales deben encargarse de esto. Era parte del pan de
Baca para acercarse a su archirrival.
Eventualmente, Night Owl llegó a la celda de Boxer. Tenía unos tenis Converse con los lazos muy
apretados y una «mirada maligna». Ambos indicios le advirtieron a Boxer que algo pasaba.
«Ábreme la puerta para que le dé esto» gritó Baca al guardia de la cabina de control.
Boxer saltó de la cama y buscó su cuchillo. Le costó algo de trabajo quitarle el celofán que había
utilizado para contrabandearlo en su cuerpo. En cuanto lo logró, lo empuñó y movió su brazo hacia
atrás, listo para atacar. La puerta se abrió menos de veinte centímetros y escuchó a Baca decir:
«Ábrela un poco más».
Baca tenía una bolsa de vasos desechables en la mano izquierda y un trapo en la derecha. Debajo
traía una pequeña navaja lista para atacar. Metió la mano para entregar la bolsa. Boxer la tiró al
suelo mientras Baca, con la mano derecha, le trató de cortar la muñeca. La cuchilla le dio al aire y
Baca saltó hacia atrás para esquivar el arma de plexiglás dirigida a su corazón.
La puerta electrónica se cerró entre ellos. El guardia se percató de que algo sucedía por el
escándalo.
«¿Por qué no saliste?» lo retó Baca.
«¿Por qué no entraste?», se burló Boxer mientras la adrenalina recorría su cuerpo como un rayo.
De cualquier forma, le gustó ver cómo Baca había saltado hacia atrás para evitar su cuchilla. Así que
con una risa nerviosa le lanzó el último golpe verbal: «Casi sales apuñalado, cabrón».
Boxer seguía planeando matar a Baca cuando tuviera la oportunidad, tal vez mientras lo llevaban a
la biblioteca o al médico. Ninguno de los dos salía de su celda sin un cuchillo y una llave para las
esposas. Boxer sentía que Baca era un «pésimo y codicioso hombre de negocios que me dio la
espalda por unas monedas».
No era la primera vez que se sentía traicionado por otro mafioso que consideraba un buen amigo.
También empezaba a desconfiar de su viejo amigo y compañero Jacko Padilla. Varios años antes, los
dos habían compartido una celda. Estaban en el pasillo de la sala de visitas terminando su turno. Iban
encadenados junto con Carlos Díaz, de San Diego. Boxer iba en medio. Estaban esperando a que les
tocara regresar a las celdas. Mark «Turtle» Quiroz, de Colton y miembro de la Eme estaba en una
celda a unos tres metros de distancia, también esperando o saliendo de una visita.
Boxer estaba matando el tiempo platicando con Carlos cuando se dio cuenta que Jacko hablaba
con Turtle. Después vio que Turtle apuntaba hacia él. «Tu compañero de celda» escuchó decir a
Turtle. Después, con el rabillo del ojo, vio que Turtle hizo un movimiento con el pulgar de la mano
derecha hacia abajo, seguido por un gesto que imitaba el movimiento que se hace al apuñalar a
alguien. Le estaba diciendo a Jacko que matara a Boxer, su compañero de celda y amigo. Jacko
asintió, como diciendo que estaba bien. Boxer fingió no ver, pero fue como si le hubieran dado una
puñalada en el corazón. Se preguntó ¿Habrá lealtad pura en algún lugar en la mafia?
De vuelta en la celda, Jacko se veía algo nervioso mientras platicaban. Boxer tenía el cuchillo
listo esperando a que su amigo hiciera el primer movimiento. No lo hizo. En vez de esto, se fue a dar
una ducha. Boxer se imaginó que había ido por un cuchillo. Después se imaginó que lo trataría de
apuñalar o usaría un garrote mientras dormía. Pero Jacko anunció que se cambiaría de celda con
Steve «Smiley» Castillo, un asociado de la Eme y prisionero abogado, para hacer algo de trabajo
legal. Se mudó una semana después. «Supe entonces —dice Boxer— que algo andaba mal. Algún
mafioso me había puesto en el sombrero, en la lista, por una razón que yo desconocía».
Ahora Night Owl Baca y Jacko Padilla, antes sus amigos y aliados, estaban en su contra.
Boxer se sentía enfermo: «Yo sabía que había matado por la Eme cuando otros estaban asustados
de matar. Había cometido ataques kamikaze que iban más allá de la devoción normal por la mafia y
dediqué mi vida a ser el mejor mafioso que jamás existió». Pero ahora ya nada tenía sentido. El
carrusel de asesinato de la mafia no se detenía nunca. «Sólo se pondría peor» se dio cuenta. Las
realidades sin sentido de la Eme «se iban haciendo más y más agotadoras». Veía recordatorios
dolorosos por todas partes de que estaba «malgastando su vida dentro de la mafia».
En 1993, Joe Morgan, el reconocido Padrino e ícono supremo de la Eme, murió de cáncer a la
relativamente corta edad de 64 años: estaba completamente solo en la prisión. Su pérdida no pareció
afectar mucho a nadie. Boxer recuerda que un investigador de pandillas le preguntó qué pasaría
después de la muerte de Morgan. «La mafia ya estaba aquí antes de que Joe llegara —reflexionó— y
aquí estará cuando se vaya».
En febrero de 2001, el sucesor oficial de Morgan, Topo Peters, corrió la misma suerte y murió de
cáncer a la edad de sesenta años, también estaba solo y preso. Fue producto de un padre alcohólico y
abusivo que lo dejó cuando Topo tenía ocho años y una madre y abuela sobreprotectoras que siempre
excusaban su comportamiento. Tristemente, Topo le dijo a un psicólogo de la prisión en 1987 que se
«veía a sí mismo como un tonto». Un informe de la evaluación de la prisión realizado meses antes de
que muriera dice que Topo «advirtió al personal del DCC que podría ser víctima de agresión de los
miembros de la Mafia Mexicana debido a su enfermedad que lo incapacitaba para funcionar como
pandillero activo». Ese mismo documento lo cita diciendo: «Nunca saldré de prisión y no quiero
morir aquí». Pero ahí murió. Había apenas unos seis automóviles en la procesión funeraria que llevó
sus restos al cementerio Forest Lawn Memorial Park en Covina Hills. Menos de veinte dolientes
estaban bajo un pequeño techo en el sitio de su tumba. Boxer dijo con frialdad: «Era un adicto y
mentiroso sin ninguna credibilidad en la organización. Lo íbamos a matar. Nos hizo un favor
muriéndose. A nadie le importó».
Un mes después, el temido ejecutor, Mike «Hatchet» Ison, otro hombre fuerte de la mafia y sucesor
potencial de Morgan, se involucró en una pelea en un bar de mala muerte de San Francisco. Apuñaló
a un tipo en la espalda con un cuchillo de ocho centímetros, intentó huir y lo alcanzaron seis hombres
negros que lo asesinaron a golpes con palos de billar y una silla de aluminio. El incondicional de la
Eme de cincuenta y cuatro años de edad pasó sus últimos días usando crack y viviendo en un
albergue para indigentes. «Un adicto que ya iba de salida —comentó el detective que llevó su caso
—. No tuvo una muerte muy gloriosa». La policía pensaba que el asesinato de Ison ni siquiera
merecía una investigación.
Para Boxer, todos estos individuos eran sus ídolos, eran leyendas asesinas de la mafia, pero se
estaba dando cuenta que habían muerto siendo nada y sin nada. «Eran hombres con visiones limitadas
que se conformaron con una vida tras las rejas, hombres que eligieron destruir en lugar de crear. Sus
decisiones eran defectuosas y con frecuencia estaban influidas por serias adicciones a las drogas que
enturbiaban su juicio y limitaban su potencial. La droga destruye cualquier atisbo de ética».
Dentro de la UHS de Pelican Bay, un entorno construido para aislar y contener a los depredadores
de las pandillas de prisión, no tenían víctimas de la población general a su disposición. Así que los
mafiosos empezaban a atacarse entre sí. Boxer aprendió que «la amistad en la mafia vale madres y
me cansé de eso». Se iba volviendo cada vez más obvio que «nosotros [la Eme] éramos los desechos
de la sociedad. Teníamos todos los desórdenes de personalidad conocidos por la humanidad y
matábamos gente por razones ridículas».
Tupi Hernández, a quien habían apuñalado y humillado en el Edificio Federal por desafiar la
autoridad de Topo, perdió la cabeza. Tras el ataque, la organización lo había excluido. Boxer lo vio
en la sala de visitas de la PEPB, con un aspecto desaliñado, los ojos saltados y paranoides, y Tupi le
dijo en secreto que había una cámara de vigilancia escondida en la rejilla de ventilación de su celda.
Hernández pensaba que Topo había plantado un dispositivo secreto (que no existía) para espiarlo.
Boxer después supo que Tupi «estaba en su celda, desnudo, hablando solo. ¡Está loco!». Ese destino
era peor que la muerte.
La mayor parte de la base de apoyo de Boxer desapareció cuando Black Dan Barela, Huero Shy
Shryock y Chuy Martínez ingresaron a la prisión federal. «Siempre sentí afecto por esos tipos —
recuerda Boxer—. A sus ojos yo no hacía nada mal. Eran mi apoyo político». Ya no estaban.
Lil Mo Ruiz también era como si ya no estuviera. En 1997 lo apuñaló su compañero de celda, el
miembro de la Eme Lalo Martínez. La agresión se debió a una disputa con la gente de Cuate Grajeda
por el plan de matar al cuñado de Topo Peters, que era un soplón. Mo solicitó que se retrasara el
ataque por cortesía con Topo, que estaba en Los Ángeles en el juicio RICO en aquel momento. La
facción de Cuate no quería esperar y sentía que Mo estaba apoyando a un soplón. Los problemas de
Mo no terminaron ahí. Cuando Lalo lo apuñaló, Ruiz gritó «¡Tengo sida!» Fue un engaño para hacer
que Lalo retrocediera al pensar que podía infectarse con VIH. Eso también fue considerado cobardía
por otros mafiosos. Boxer pensaba «Mo está terminado. No se da cuenta. Él y sus cuates de White
Fence piensan que todo va bien, pero no». Boxer intentó hacer que Mo se librara, pero no lo logró.
Darryl «Night Owl» Baca todavía quería ver muerto a Enríquez. Y Boxer ya no podía confiar en su
amigo de toda la vida Jacko Padilla. Su otro amigo leal, Chuco Castro, estaba escondido en alguna
parte en el Programa Federal de Testigos Protegidos. Boxer envidiaba la nueva vida de Chuco, una
segunda oportunidad, viviendo con su esposa e hijos, con una identidad falsa y libre de las
sofocantes políticas de la mafia.

18 Gasear es un tipo de agresión común en las prisiones en el cual los prisioneros arrojan una mezcla de orina y heces a la cara de un
oficial. Es especialmente amenazante y mortal debido a las altas cifras de prisioneros infectados con VIH y hepatitis C.
35

El hombre se hace o se deshace por sí mismo


RENÉ «BOXER» ENRÍQUEZ ya tenía casi cuarenta años. Estaba cansado del cochinero de la Mafia
Mexicana y, en secreto, deseaba salirse. Sin embargo, ninguna de las alternativas de salida —delatar,
dar información o morir— le apetecían.
Por otra parte, algo había ido cambiando la perspectiva de Boxer sobre la vida con el paso de los
años: los libros. Había abandonado la escuela en la secundaria y no tenía ningún interés en la
educación, pero años antes había empezado a leer. «Tenía dificultades para leer cuando era niño
porque realmente nunca me apliqué en la escuela, pero cuando llegué a prisión me convertí en un
lector ávido». Todo empezó tras un episodio en la Cárcel del Condado a principios de la década de
1980. El joven Boxer pasaba todo su tiempo apostando y armando relajo. Charlie Rose, un
motociclista gordo y grasoso, le pidió en una ocasión que sacara un montón de libros del carro de la
biblioteca que venía por el pasillo.
«¿Qué haces?» preguntó Boxer.
«Estoy leyendo—respondió—. Me encanta leer. René, lo entenderás cuando llegues a prisión. Los
libros serán tus mejores amigos».
Al año siguiente, en la Prisión Estatal de Soledad, lanzaron a Boxer a una celda de aislamiento
después de que provocó una pelea. Empezó a leer novelas de Stephen King y siguió con El Conde de
Montecristo. Posteriormente, durante sus años en Pelican Bay, se convirtió en un lector voraz. «Una
vez que aprendí algo, y me di cuenta de lo poco que realmente sabía, quise ampliar mis
conocimientos sobre otras cosas». Se graduó a los clásicos. La roja insignia del valor le enseñó que
«el miedo es normal. Lo que importa es cómo lo manejas». Estaba también Maquiavelo, el estadista
italiano cuya doctrina negaba la relevancia de la moral en los asuntos políticos. Eso le llegó muy de
cerca al mundo amoral de Boxer. Las novelas sin afectaciones de John Steinbeck sobre la nobleza de
hombre común lo cautivaron. Se adentró en el Rey Lear, Romeo y Julieta y La fierecilla domada de
Shakespeare y empezó a citar al dramaturgo inglés a otros prisioneros.
Ernie «Neto» Núñez, era un hombre de baja estatura y piel aceitunada de Azusa 13 que peinaba su
cabello hacia atrás y usaba un bigotito como de bagre, con largos pelos cruzando su labio superior.
También era conocido como «mentiroso Neto» porque tenía un problemita con la verdad. Boxer lo
escuchó contar una mentira formidable sobre haber matado un jaguar con sus propias manos. «Neto
—dijo, citando a Polonio, en Hamlet—, sé fiel a ti mismo».
«¿Y eso, qué quiere decir?» respondió confundido Neto.
«Que seas congruente contigo mismo, no mientas» dijo Boxer.
En otra ocasión derribó a un gángster en la prisión que negaba con furia haber robado algo y,
citando de la misma obra, le dijo: «me parece que usted protesta demasiado».
Los libros habían aumentado su vocabulario y le abrían nuevos mundos. Mucho de lo que leía lo
hubiera leído en cualquier clase de inglés de una buena escuela, pero nunca asistió. Boxer empezó a
educarse. Pasó el examen de equivalencia de estudios medios superiores (GED, por sus siglas en
inglés) con calificaciones superiores al promedio, con más de noventa por ciento, en escritura,
lectura y estudios sociales.
Boxer leyó diversas biografías, de personas como el mafioso italiano John Gotti y artistas como
Frida Kahlo, Diego Rivera y Georgia O’Keeffe. Claro, añade entre risas, que sus «favoritos siguen
siendo las novelas de terror» por el puro valor de entretenimiento.
Se enseñó a sí mismo álgebra y estudió sociología y psicología, tomó un curso independiente en
psicología anormal en Cal State en Northridge. Su trabajo final del curso se titulaba «Degradación
psicológica y aislamiento» y cuestionó a otros presos sobre los efectos de su encarcelamiento en las
UHS de Pelican Bay. Completó un curso de diez lecciones de economía fundamental del Instituto
Henry George de Nueva York, un curso titulado «Discovering Psychology» de la Universidad
LaSalle en Mandeville, Louisiana; un curso sobre los Diez Mandamientos del Instituto de Estudios
del Hogar Católico en la Universidad de Loyola Marymount en Los Ángeles; una serie de cursos
sobre la vista de la Escuela Hadley para los Ciegos en Winnetka, Illinois; y un curso de
«Introducción a las computadoras personales». «Quería saber de qué hablaba la gente cuando
mencionaban un mouse o un cursor —explica—. Sólo porque estoy en prisión eso no significa que
deba vivir en una cueva».
A finales de la década de 1990, su hermano Marc le envió una copia de As a Man Thinketh de
James Allen. Era el mismo libro de autoayuda que su padre lo había obligado a leer cuando era
adolescente. La premisa era: «Así como piensa un hombre en su corazón, así será». Esta vez el
mensaje fue demoledor. Allen escribe: «Un carácter noble y similar a lo divino no es algo que resulte
de la casualidad sino es el resultado natural de un esfuerzo continuado por pensar bien, el efecto de
una asociación largamente buscada de pensamientos similares al divino. Un carácter innoble y
bestial, por la misma razón, es el resultado de tener continuamente pensamientos humillantes. El
hombre se hace o se deshace a sí mismo».
Fue una epifanía para Boxer. «Ni siquiera me di cuenta antes de lo que mi padre me había estado
intentando enseñar». Estaba listo para cambiar.
36

Āñoranza por la vida


LOS DÍAS EN PELICAN BAY iniciaban a las seis de la mañana con un «baño de pájaro» que consistía en
tapar el desagüe del lavabo con plástico, llenarlo de agua tibia y vaciarla sobre la cabeza con un
cartón de leche usado, enjabonándose y enjuagándose según fuera necesario. Después, una taza de
café. Los prisioneros lo preparaban con un «calentador de inmersión» fabricado con los alambres de
sus audífonos y grapas conectadas al cable de la televisión. Boxer después hacía unos ejercicios
antes de que llegara la charola del desayuno. En la UHS todos los alimentos eran traídos a la celda e
introducidos por la pequeña ranura de la puerta, igual que los animales en el zoológico. Boxer
generalmente «pasaba la mañana escribiendo cartas, leyendo, estudiando para el curso por
correspondencia y esperando a que llegara la charola con el almuerzo».
Siempre sabía lo que los otros prisioneros de su sección estaban haciendo por los sonidos que
escuchaba: «El ruido de papel me indicaba que alguien leía. El rechinido de un tenis era que alguien
estaba haciendo ejercicio, un diálogo silencioso significaba que alguien veía la televisión». Los
prisioneros debían utilizar audífonos especiales —pequeños dispositivos insertados en los oídos—
para escuchar la televisión en silencio. Sin embargo, después de un largo día de ver la tele, estos
aparatitos causaban dolor. Así que los prisioneros usaban un pedazo de papel enrollado en forma de
megáfono y acomodaban el audífono del lado pequeño. El resultado era una especie de bocina en
forma de cono que amplificaba el sonido. Se colocaba sobre la televisión o en el catre y el
prisionero así no se veía forzado a usar los audífonos.
Las televisiones eran posesiones muy preciadas. Todas tienen una cubierta de plástico transparente
para que los guardias comprueben que no les falten partes y que no traigan nada oculto dentro. El
prisionero pierde su televisión para siempre si hace un cuchillo con alguna de sus partes. «Como
consecuencia —explica Boxer— no se hacen muchas armas con partes de televisión».
Algunos de los prisioneros se sientan en sus celdas con las luces apagadas y ven televisión todo el
día, mientras sus vidas se van apagando. «Esas son las personas que se vuelven locas en la UHS —
según Boxer—. El estancamiento de la prisión causa la muerte intelectual. Hay prisioneros que no
hacen nada más que ver telenovelas en inglés y en español. Los llamamos los ‘expertos en
telenovelas’ y algunos prácticamente tienen muerte cerebral». Se podría decir que para ellos la
televisión es su sistema de vida artificial porque si alguien les desconectara el aparato en algún
momento, morirían. Incluso Boxer admite: «Yo vi la telenovela Days of Our Lives todas las tardes
durante once años».
Enríquez cuenta «Varios miembros de la Mafia Mexicana, incluyendo a Darryl ‘Night Owl’ Baca,
estudiaban náhuatl todo el día». El antiguo lenguaje azteca se utiliza para comunicarse de una celda a
otra sin que los guardias entiendan la conversación. También se usa en la correspondencia.
El ajedrez es un pasatiempo popular en las prisiones y algunos jugadores creen que podrían darle
mate al rey de Boris Spasky sin necesidad de un cuchillo. Boxer dice: «Tienen veinticuatro horas al
día para estudiar el juego. Los maestros entre los prisioneros tienen un tablero numerado en su celda
y gritan los movimientos al oponente en la otra celda. El oponente nunca se sienta frente a ti, a menos
que estés jugando con tu compañero de celda». Los que son muy aficionados incluso juegan a veces
por correspondencia. Eso los mantiene cuerdos.
Cada prisionero cuenta con noventa minutos al día para ir al patio de recreación conocido como
«patio de perro». Los que no aprovechan el tiempo para ejercitarse se atrofian de cuerpo tan rápido
como se atrofian las mentes que están pegadas todo el día a la televisión. Además, una visita al área
de recreación es la única oportunidad que tiene el prisionero de ver el cielo, con frecuencia nublado,
de esta zona lluviosa de Crescent City. Esos minutos de cielo visible a través de la malla de metal
son su única conexión con el exterior.
Las tardes son como las mañanas y las noches son como las tardes hasta que el prisionero apaga
las luces de su celda. También es una vida solitaria. «La soledad te carcome —dice Boxer—. Yo
siempre me he sentido solo. Estás solo y te sientes solo». La falta de contacto físico es dolorosa.
«¿Cómo puedes valorar la pérdida de algo tan sencillo como sentir en la nariz el olor de la piel de
una chica?» pregunta René.
A pesar de todo, Boxer sentía que «la UHS no me molestaba tanto». Pasó diez años en la UHS de
Pelican Bay y una buena parte de los diez años previos que pasó en distintas prisiones y cárceles,
también estuvo semiaislado, en segregación administrativa y en alto poder. Su personalidad
extrovertida lo obligaba a «mantener la interacción con la gente incluso cuando no me sentía bien».
Mecánicamente parecía estar bien pero «sabía que el aislamiento estaba afectándome». Para finales
de la década de 1990, había sufrido más ataques de pánico. En una ocasión, Topo Peters logró que lo
llamaran a la sala de visitas para platicar. En el camino sintió «ese mismo terror», la anticipación
temerosa que sofocaba sus pulmones y le quitaba la respiración.
Boxer empezó a cuantificar la profundidad de su desesperanza y depresión: «En el patio de la
población general por lo menos se puede escuchar el sonido de los partidos de soccer o de
basquetbol, los intercambios verbales entre los prisioneros, el zumbido de las conversaciones. En la
UHS, todo era quietud. El eco metálico del movimiento de las puertas y el sonido de las charolas de
alimentos eran como los signos de puntuación del silencio».
Se sentía nostálgico por muchas cosas. «Pienso en caminar descalzo en el césped. Sueño con
poder hacer lo que quiera cuando quiera, comer lo que me dé la gana o ver las estrellas en la noche,
cosas sencillas. Una vez me llevaban en una camilla al hospital local de Crescent City para operarme
de la rodilla y escuché un bebé llorar. Dije: ‘¡Esperen un momento!’ El guardia me dijo ‘Es sólo un
bebé’. No había oído llorar a un bebé en más de una década. Me di cuenta ‘Eso es la vida’. Incuso
extraño a mi viejo perro callejero, Goliath. Extraño a mi perro».
Otra cosa que lo aterraba eran las llamadas telefónicas. Un prisionero sólo podía recibir dos tipos
de llamadas telefónicas en Pelican Bay: la enfermedad grave de algún familiar o una muerte. El 23 de
agosto de 1996 René recibió una de esas llamadas. La muerte de cualquier ser amado puede
destrozar el corazón, pero la muerte de un joven amado duele aún más. El sobrino de René, Mark, el
hijo de su hermano mayor, murió inesperadamente por un aneurisma. Tenía tan sólo quince años.
Boxer recuerda que «me había visitado recientemente en Pelican Bay junto con mi hijo Bobby. Eran
amigos. Mark tenía las letras MERE bordadas en su gorra de béisbol. Eran las iniciales de Marc
Enríquez y René Enríquez, en honor a su padre y a mí. Me conmovió». Trágicamente era también un
símbolo del amor que sentía Mark por dos hombres que en realidad lo habían abandonado. Esta
tristeza se vio magnificada cuando Boxer, que estuvo en prisión durante casi toda la vida del
adolescente muerto, se hizo consciente de que «no podía hacer nada para ayudar». Quería llorar, pero
tenía que ahogar sus emociones: «Las lágrimas son un lujo que un mafioso no puede permitirse, son
consideradas una debilidad». Los miembros del personal estaban ahí escuchando mientras recibía las
noticias. Ni siquiera los conocía y, además, cómo podría esperar consuelo un asesino de la Mafia
Mexicana. Todo parecía tan frío, y así era. «Una de las cosas más difíciles que tuve que hacer —
según Boxer— fue esperar esas llamadas».
«El miedo más profundo que tengo —continuó— es recibir la llamada que me informe de la
muerte de mis padres». Su padre, quien sufrió un infarto y tiene dificultad para articular palabras,
tiene ya casi ochenta años y su madre es cuatro años más joven. René sabe: «les he causado mucho
dolor emocional y me gustaría poder quitárselos». Ahora, en sus últimos años de vida, no puede estar
con ellos para ayudarlos. «Estoy aguardando el momento en que mis padres se vayan pero no puedo
estar a su lado —dice arrepentido—. Tengo que permanecer a cientos de kilómetros de distancia y
esperar esa llamada telefónica, que un extraño me diga de manera fría y distante que están muertos.
Cuando mueren tus padres necesitas algo más que una llamada telefónica. Me es muy difícil afrontar
esta realidad».
Mientras tanto, su hermano Marc moría de sida, hepatitis C y cirrosis después de años de uso de
drogas intravenosas dentro y fuera de la prisión. Siempre mantuvo relaciones sexuales con su esposa,
por lo cual ella murió de sida. «Todos están empezando a morirse —observó René— y eso también
te hace consciente de que estás perdiéndote de tu propia vida».
La ironía de que Boxer Enríquez, un mafioso asesino, se entristezca por la muerte que acecha no le
pasa desapercibida: «Quiero decir, nosotros [la Eme] somos los administradores de la muerte.
Asesinamos a la gente y nos reímos de la muerte con un sentido del humor negro y malvado sin
ningún respeto por la vida humana. Pero luego le pasa algo a nuestra familia o a nosotros y nos toma
por sorpresa. ¡Somos mortales! ¡Nuestras familias son mortales! ¿Cómo se atreve Dios a hacernos
esto?». Ese fin de la vida vuelve humilde a cualquiera. Es la terrible verdad que todos tienen que
aceptar tarde o temprano. René concluye: «Esa es la única cosa que me ha hecho sentir humilde: la
muerte».
Las visitas a la prisión en los siguientes años se volvieron más y más complicadas para sus
padres. En los diez años que pasó en Pelican Bay, su padre pudo hacer solamente tres viajes para
visitarlo y su madre, Lupe, hizo quince. Ella comenta: «Se vuelve tan triste, como si enterraras a tu
hijo pero no está enterrado. En todo lo que haces —cuando sirves la cena o en las celebraciones—
algo falta. Lloro mucho por mi hijo. Nadie puede ver dentro del corazón de una madre, el dolor, el
sufrimiento, las esperanzas que he tenido de verlo libre antes de morir. Eso es lo único que quiero
para que mi vida esté completa, pero está fuera de mi control. Eventualmente, moriré esperando».
Además de la inminente muerte de sus padres, hay otras cosas que consumen la psique de René.
Los dos hijos ya mayores que tiene en realidad le son prácticamente extraños. Sólo Bobby lo iba a
visitar a Pelican Bay. Fue seis veces. ¿Qué tanto se puede funcionar como padre durante las visitas a
la prisión? Boxer se sentía orgulloso de que «Bobby fue el primer miembro de nuestra familia en
graduarse de la universidad. Desafortunadamente, no pude estar ahí para celebrar su logro». Su otro
hijo, René Jr., le dio un nieto y una nieta, pero el abuelo en prisión nunca los ha visto. Quiere
«cargarlos, ver sus caritas felices y oír sus risas». Sus padres y su hijo Bobby son los únicos
familiares directos que fueron a visitarlo durante sus diez años en Pelican Bay.
Boxer fue dándose cuenta con tristeza que había «gravitado hacia la violencia de las pandillas y
había malgastado toda su vida en eso. En retrospectiva, fue un desperdicio terrible. Con frecuencia
pienso en la frase: ‘Es una vida desperdiciada’. Y así es como me siento. Desperdicié toda mi
maldita vida. Tengo tantos remordimientos. Si pudiera cambiarlo tronando los dedos, lo haría».
Cada día Boxer ansiaba más poder ser liberado, pero realmente no sabía cómo soltarse del puño
de la Mano Negra. Empezó a discutir sus frustraciones con su «leal confidente» durante las visitas en
Pelican Bay. Las visitas sin contacto requerían que los prisioneros de la UHS se comunicaran a través
de una ventana de vidrio con teléfonos de circuito cerrado y Boxer estaba consciente de que los
oficiales a veces monitoreaban las conversaciones. Así que, por lo general, trataba de disimular sus
pensamientos usando la «plática de carnaval». En marzo de 2002, durante una visita de fin de
semana, verbalizó las consideraciones que tenía sobre desertar de la Eme de manera más directa:
«¡Esto son puras chingaderas! Ya estoy cansado de toda esta política. Cada vez que salgo [a las
cabinas de visita] es política, política, cada pinche visita. Si no estoy luchando por algún territorio o
tratando con algún socio con quien ya no quiero tratar, son los carnales que van a matar a éste o
aquél, o esto, o lo otro. Es ridículo».
El teniente Ernie Madrid era el nuevo investigador institucional de pandillas en Pelican Bay. Era
serio, bajo de estatura, robusto y fue miembro de los Marines. Le gustaba masticar tabaco y hablaba
con acento de vaquero, intensificado por sus botas y camisas campestres, los pantalones color
canela, la corbata de bolo y el gran cinturón con hebilla de plata que ganó montando toros en un
rodeo en la base de Marines de Camp Pendleton. Madrid creció en un pequeño poblado rural del
Norte de California llamado Happy Camp. Vivió ahí con sus cinco hermanas, su madre y su padre,
quien trabajó en un aserradero durante treinta y cinco años. En los veranos, cuando era estudiante, y
por mucho tiempo antes de ingresar a los Marines, trabajó en un rancho ganadero. Madrid sirvió en
un barco anclado en la costa durante la guerra de Granada y pasaba sus vacaciones practicando la
caza de presas mayores con arco y flecha. El ex Marine no necesitaba ver un viejo episodio de
Superman para saber que creía en la verdad, la justicia y el modo de vida americano.
Madrid pasó cuatro meses leyendo cartas confiscadas de la mafia y elaboró perfiles de los
miembros de la Eme que estaban en la PEPB. Durante su investigación, concluyó que Boxer Enríquez
parecía ser la figura más influyente de la Mafia Mexicana además de ser uno de los más inteligentes.
La Eme considera a Enríquez como su jefe, pensó el teniente. También percibía cierta cortesía en el
personaje mafioso. En una de las cartas de Boxer que leyó, Madrid pensó: «Está hablando de
amaneceres y anocheceres, de que quiere abrazar a sus hijos». Cuando fue oficial de correcciones
unos años atrás, escuchó algunas conversaciones de Boxer y entonces le pareció que «tenía actitud de
mafioso perverso con mirada asesina». El hombre que se desplegaba ahora ante él era distinto.
Por otro lado, el teniente también había estado monitoreando las visitas y escuchó a Boxer hablar
sobre las continuas frustraciones que le traía su existencia en la Eme. Juzgó que tal vez sería buen
momento para actuar. Así que programó una reunión sin que el mafioso lo supiera.
Boxer iba vestido con calzoncillos blancos, una camiseta y tenis. Traía una llave para las esposas
escondida en la boca y, como siempre, un cuchillo en el recto. Sabía que Darryl «Night Owl» Baca
todavía quería matarlo, y estaba listo para atacar primero si se daba la oportunidad nuevamente.
Como dictaba la política de la prisión, venía esposado de las manos y con cadenas en las piernas
cuando dos escoltas lo llevaron a la enfermería.
Una llamada repentina de la enfermería no lo alarmaba. Boxer era parte de un programa
experimental de tratamiento con interferón para la hepatitis C. Cada seis meses los médicos tomaban
sus signos vitales y le hacían un examen físico para asegurarse de que seguía respondiendo. Pero en
el fondo de su mente empezó a sonar una alerta de curiosidad: «Estos escoltas están actuando
extraño», recuerda. Antes, el oficial de su nivel que le había traído el desayuno «tenía los ojos muy
abiertos, lo primero que me advirtió que tal vez algo estaba sucediendo». Boxer pensó que las
reacciones de los guardias se debían a que anticipaban su enfrentamiento con Baca y que sabían que
ambos traían cuchillos. ¿O «tal vez otro prisionero dejó caer un kite con los administradores» sobre
el asunto entre Baca y Enríquez?
Ya que iba a terminar su visita médica, el oficial del piso de Boxer se acercó y dijo: «Las ardillas
secretas quieren verte».
«¿Qué es eso de las ‘ardillas secretas’?».
«El teniente Madrid, el IIP , quiere hablar contigo. ¿Quieres hablar con él?».
«Claro».
Boxer nunca se negaba a hablar con los IIP . Había escuchado que había uno nuevo.
¿Por qué no hablar con él? Siempre querían algo: tal vez un policía había sido amenazado y
querían que él ayudara a suavizar las tensiones. En lo que a él le concernía, «tener una buena relación
con el personal de la prisión no era malo. Tenía que vivir con ellos todos los días. Se van haciendo
concesiones poco a poco para facilitar la vida de ambos lados». Algunos oficiales de correcciones,
en contra de la política, a veces dejaban que Boxer y otros mafiosos salieran juntos a su nivel para
hablar. Otros fingían no darse cuenta del uso de drogas siempre y cuando no fuera muy descarado.
Unas cuantas guardias mujeres a veces también ofrecían favores sexuales o un poco de coqueteo. A
cambio, los mafiosos se aseguraban de que los guardias no fueran apuñalados, atacados o gaseados.
Siempre había una especie de intercambio de favores. Y en contraste con lo que se cree
popularmente, incluso hay una especie de tolerancia entre los reos que le permite a los oficiales
golpear a un prisionero cuando verdaderamente se lo merece. En cualquier caso, Boxer sabía que
«cuando las cosas se ponen feas, ellos [el personal de la prisión] tienen que saber que eres la
persona estable a quien se pueden acercar».
Además de su escolta, otros oficiales de correcciones salieron y despejaron los corredores. Se
hizo de una manera que destilaba misterio.
«¿Qué está pasando?», preguntó Boxer.
«Queremos asegurarnos de que nadie te vea».
«No me importa», dijo el intrépido mafioso.
Sin embargo, una vez dentro, empezó a sentir que «algo grande estaba sucediendo». Esta no era
una visita de rutina.
Preguntó de nuevo: «¿Qué diablos está pasando?».
Llevaron a Boxer a una pequeña celda escondida cerca de la biblioteca de la prisión. Los oficiales
le quitaron las cadenas por una ranura de la puerta y se sentó en el baño y esperó. Un miedo poco
familiar empezó a aparecer en su mente. «Van a acercarse —pensó—. Yo sabía que estaba
susceptible». El ritmo de su corazón aumentó. Su mente empezó a pensar en la amenaza a su lealtad
al código de silencio de la mafia. «No lo hagas, René —escuchó decir a la voz de su cabeza—. No
los dejes convencerte. Sólo escucha lo que tienen que decir y luego vete».
37

Desertar de la mafia
RENÉ «BOXER» ENRÍQUEZ ESCUCHÓ el clop-clop-clop de unas botas vaqueras que venían por el
corredor hacia la celda donde estaba esperando. El sonido se detuvo ante la puerta y pudo ver a un
vigoroso vaquero vestido de guardia de prisión. Era más o menos de la edad de Boxer con la frente
tan amplia que ya más bien se estaba convirtiendo en calva. Su cabello era castaño y se lo peinaba
hacia atrás de los lados. Tenía además un gran bigote rojizo. No había nada de blandura en su porte y
exudaba un aire de confianza poderosa, una cualidad reconocible en el liderazgo. Boxer pensó que se
«veía impecable». También alcanzaba a ver la hebilla del cinturón plateado por la ranura de la
puerta. Tenía un vaquero inclinado sobre una silla de montar con la frase FINAL DEL CAMINO grabada.
Boxer se puso de pie y se acercó a la puerta. En contra de la política carcelaria, una palma abierta
entró por la ranura y dio un firme apretón de manos. Se vieron directo a los ojos.
«Boxer, soy el teniente Madrid», anunció.
«René, por favor —fue la respuesta—. No me gusta Boxer. Nunca me gustó. ¿Qué se le ofrece,
teniente Madrid?».
«Bueno —dijo el teniente— voy a dejarte ver mis cartas, pero creo que vale la pena». Se sentó en
una silla junto a la mesa del corredor y le dijo a René que tomara asiento. Madrid sacó una pequeña
lata de tabaco Copenhagen para masticar, tomó una pizca entre los dedos, y se la echó a la boca.
Boxer se sentó nuevamente en la taza del baño, usándola como banco.
Madrid golpeó la lata de tabaco con la otra mano, como si estuviera decidiendo qué diría después.
Después extendió un lazo verbal: «René, creo que estás en problemas».
«No estoy en problemas —dijo defensivamente René—. Quiero que entienda en este momento que
no estoy en problemas. No necesito la ayuda de nadie». El machismo de la Mafia Mexicana se puso a
mil por hora mientras negaba con desinterés haber sido un carnal. Sus ojos no dejaban entrever la
mentira, pero sus manos temblaban. Claro que estaba en problemas, y lo sabía.
Madrid explicó que había estado monitoreando las visitas y que había detectado que Boxer estaba
listo para salirse de la mafia.
«No tengo nada específico —le aseguró el teniente— pero te recuerdo de hace diez años y hoy
tengo un hombre diferente ante mí».
«¿Qué quiere decir con eso?».
«Yo elaboré tu perfil. No hay otro mafioso viviente, que cuente con los recursos, que le ayude a su
hijo a pagar la universidad y que envíe regalos a los miembros de su familia los días correctos».
Madrid no tenía dudas de que el hombre que estaba frente a él del otro lado de la puerta de metal
seguía siendo un guerrero, pero sentía que su corazón había cambiado. Sentía que este mafioso había
visto ya suficiente sangre y que se había dado cuenta que estaba peleando del lado equivocado. El
teniente fue cuidadoso de no utilizar el apodo de Boxer.
«René, creo que estás listo».
Los instintos de Madrid le dijeron que este toro ya se estaba cansando y metió la mano a su
bolsillo para sacar una pequeña grabadora. Presionó el botón de PLAY sin decir una palabra y René
«Boxer» Enríquez escuchó su propia voz: «Ya estoy tan pinche agotado de esta chingadera».
Sin duda, era parte de la conversación que había tenido unos días antes con su «leal confidente» en
el área de visitas de Pelican Bay.
Escuchó cómo Madrid apagaba la grabadora. Sirvió como un punto y aparte que precedió a la voz
franca y tranquilizante del vaquero. «Llámame estúpido o loco —dijo el teniente— pero quieres
desertar [de la mafia]. René, déjame sacarte de esto. Déjame ayudarte. Ya no quieres seguir siendo
esto, ¿verdad?»
Nadie se había acercado nunca a él de esta forma. Lo estaba desarmando. Vio sus manos sudorosas
y estaban temblando sin control. Enríquez estaba verdaderamente asustado por lo que iba a hacer.
Había estado involucrado con la Eme por más de veinte años. Era el corazón de toda su vida adulta.
El diablo era el dueño de su alma, pero la mafia la tenía arrendada.
«La mierda de allá [en la prisión] no me asusta —le dijo a Madrid—. Usted sí me asusta. Ya no sé
de qué trata el mundo allá afuera».
«Déjame llevarte. Te lo mostraré».
«¿Qué tengo que hacer?».
Instantáneamente notó un brillo en la mirada de Madrid. «Sabía que ya me tenía. Me atrapó en el
momento justo».
Enríquez quería algunas garantías. Se pasaron a la oficina de Madrid que estaba cerca y Boxer vio
que la secretaria del teniente, en su escritorio, «se le veía el miedo en la mirada» cuando el mafioso
invadió su refugio seguro. Llamaron a las oficinas de la Unidad de Servicios Especiales en
Sacramento y Enríquez habló con el director de la USE y con el agente especial Devan Hawkes. René
conocía a Hawkes desde hacía varios años. Lo recordaba como un joven investigador de pandillas
cuando abrió Pelican Bay en 1989, entonces era un sargento, un consejero correccional, un agente
especial de la USE y un especialista en pandillas. Hawkes era sincero, con voz tranquila, un hombre
que inspiraba confianza y que había planeado ser geólogo antes de desviarse hacia el Departamento
de Correcciones. Su propia crianza había transcurrido en una familia disfuncional, una serie de
padrastros y una hermana que murió como consecuencia de las drogas; quizás eso lo ayudó a estar
bien preparado para una carrera dedicada a corregir las cosas. También era listo, el tipo de persona
que era el peor enemigo de la Eme.
«René, no lo puedo creer», dijo Hawkes. La noticia de que el manipulador y asesino Boxer
Enríquez estaba listo para salirse de la Mafia Mexicana no era algo que se pudiera digerir
rápidamente.
«Yo tampoco lo puedo creer», dijo René.
«¿Cómo podemos saber que esto es real?», preguntó el escéptico agente de la USE.
El «Boxer» dentro de Enríquez se «encabronó un poco» por la respuesta, pero la comprendió.
También le caía bien Hawkes y quería que él personalmente redactara el informe de lo que
declararía. Madrid estaría con el agente de la USE, con más experiencia, a lo largo de todo el
proceso, principalmente actuando como el encargado de René. Enríquez quería inmunidad contra
juicios futuros, pero el estilo fluido y no amenazante del interrogatorio ya lo tenía soltando algo de
información por teléfono. De pronto, Boxer volvió a la posición defensiva e intentó negociar una
especie de trato, exigiendo cosas. Y como admitiría años después: «Veía demasiadas películas».
Hawkes le explicó con suavidad cómo sería el proceso para ir proporcionando la información. La
política del DCC establecía que los informantes no recibirían las advertencias Miranda para que lo
que dijeran se pudiera transmitir al personal de la prisión y se usara sólo de forma administrativa, no
para acusaciones penales. Según el manual del departamento de operaciones, el propósito de este
informe «es obtener suficiente información verificable del sujeto que tenga un impacto negativo en la
pandilla de manera que la pandilla ya no acepte al sujeto como miembro ni como asociado… Un
informe no tiene el propósito de adquirir información incriminatoria en contra del sujeto». Por otro
lado, el informe está diseñado para convencer al personal de la prisión de que el prisionero
verdaderamente ha desertado de la pandilla. Una vez hecho esto, el personal está obligado a poner al
prisionero bajo custodia especial de protección y mantenerlo a salvo de las posibles venganzas.
Después de la llamada a Sacramento, René preguntó qué pasaría con sus pertenencias que todavía
estaban en la celda. Madrid le dijo que los oficiales de correcciones ya estaban pasándolas a su
nueva habitación.
«Era reconfortante —recuerda Enríquez—. Él se hizo cargo. Era casi como si estuviera diciendo
‘Yo me encargo de todo, René’. Me estaba protegiendo. Yo me sentía ofuscado y con ganas de llorar,
tenía la emoción atorada en la garganta» dijo, como un gran pedazo de carne indigerible. El teniente
lo llevó de regreso a la celda de detención del edificio administrativo de la prisión y personalmente
abrió la puerta con una llave y le dio un apretón de manos. Después, en total violación de la política
de la prisión, el legendario delincuente y el policía ex Marine se dieron un abrazo. Llevaban una hora
de conocerse pero ya se sentían como amigos de mucho tiempo.
Boxer Enríquez había desertado de la Mafia Mexicana.
René Enríquez se había dado cuenta que la vida no era para desperdiciarla.
Eran las 11:20 a.m. del 22 de marzo de 2002. La noticia de su deserción surcó la prisión tan
rápido como una ronda de rifle Mini-14. Los tenientes y capitanes entraban y salían de la oficina
mientras René hablaba por teléfono con los agentes de la USE. Más tarde, cuando llegó su escolta
para llevarlo a la nueva celda bajo protección, sintió un terror rancio. Madrid estaba ahí nuevamente
para darle la mano. «Estás tomando la decisión correcta. Esto cambiará tu vida». Otros policías se
acercaron y le dijeron lo mismo, asegurándole que lo que había hecho «salvaría vidas». Para este
momento René ya no se sentía tan seguro.
Estaba internamente sacudido cuando iba por el corredor hacia el bloque de protección a 50
metros de distancia. «Yo no quería ir ahí, no quería ser un CP . Pero quería terminar con eso rápido».
Las emociones encontradas lo estaban destrozando por dentro. René había pedido que despejaran los
corredores para que los prisioneros no lo vieran. Pero eso no detuvo al personal de la prisión. En
cada puerta había uno o dos policías curiosos. Se sentía «sucio y avergonzado». Sólo eran cincuenta
metros, lo que mide de ancho una cancha de futbol. Sintió que había sido la «caminata más larga y
vergonzosa» de su vida.
Esa noche no pudo dormir. Al día siguiente intentó escribir un poco de su historia en la mafia para
el informe pero explotó: No voy a escribir esta porquería se dijo a sí mismo. Madrid llegó a verlo
al mediodía y Enríquez vio cómo se detuvo a hablar con un joven oficial llamado Rivers Drown, un
devoto cristiano. Era el pistolero de ese nivel y su porte militar se podría describir como
«intachable». También era miembro del Equipo Especial de Respuesta de Emergencia (EERE) de la
prisión, una unidad estilo SWAT liderada por el teniente Madrid. El oficial Drown volteó a ver a René
mientras hablaba con su superior.
Unos minutos después, René sintió que se le salían las lágrimas cuando se encontró con Madrid.
Le dijo que había cometido un error al salirse de la Eme. Se sentía fatal. «No sé por qué hice esto —
le dijo al teniente—. Cometí un error terrible». El ego de Boxer empezaba a sospechar que lo habían
engañado para tomar esa decisión. Madrid le aseguró que todos los desertores se sentían así al
principio y que él no se sentía preocupado y que debía dormir un poco.
Más tarde ese mismo día, René escuchó cómo se abría la pesada puerta de metal que lo mantenía
en su celda. El oficial Drown, el joven pistolero, lo llamó a la cabina. René vio hacia arriba y la
mano del pistolero le pasó una nota personal. Decía: «Mi esposa y yo estamos rezando por ti. Diste
un paso muy valiente en tu vida. Sé que tu familia está en peligro pero hiciste lo correcto. A la gente
le importas. P.D. Estoy en el equipo de Madrid». Agregó que no sabía si René quería hablar o no,
pero que estaría disponible para platicar. La garganta del duro convicto se cerró de la emoción y no
pudo decir palabra. Se dio la vuelta y regresó a su celda, apenas logrando cubrir la corta distancia
antes de soltarse llorando. «Ningún policía me había hablado así jamás —recuerda René—. Se metió
a mi alma. Dijo que rezaba por mí y yo ni siquiera lo conocía. Me sentí profundamente conmovido
por la amabilidad de este gesto». Sin embargo, tampoco era suficiente para creer que realmente había
hecho lo correcto.
La personalidad del viejo Boxer entró en una profunda depresión. Era un orgulloso mafioso
entrenado para ser duro de corazón, un adicto condicionado a ahogar sus emociones con drogas, un
carnal entrenado a enfrentar cualquier cosa sensible a golpes y un soldado del cual se exigía que
nunca llorara. Ahora las paredes de esta celda no podían protegerlo de sus propios sentimientos
torturados. En la oscuridad de la noche, las lágrimas mojaban su almohada mientras lloraba como un
hombre que lo ha perdido todo. Las palabras de arrepentimiento pasaban por su mente insomne:
Acabas de destruirte. Ya no eres nada. Perdiste todo. ¿Por qué lo hiciste? No tenías que hacerlo.
¡No tenías que hacerlo!
Su cuchillo siempre había sido su objeto de seguridad. Era casi un apéndice de su ser en prisión.
Nunca salía de su celda sin él y siempre estaba cerca cuando estaba encerrado. Unos días después de
desertar lo había echado por el caño junto con la llave de sus esposas, creyendo que ya no los
necesitaría. Ahora se sentía desnudo. Tuvo ataques de pánico cuando salió de su celda para hablar
con Madrid, cuando fue a ducharse, cuando salió a hacer ejercicio al patio miniatura que estaba junto
a su sección. «Casi entraba en pánico —recuerda René—. Antes siempre tenía un cuchillo». Ya no.
En los días que siguieron, los investigadores de pandillas le mostraron que estaba en el número
uno de la lista de la Mafia Mexicana. Sabía que la regla era «sangre adentro, sangre afuera» en aquel
universo mortal. «Nadie quiere morir —dijo—. Yo haría cualquier cosa por proteger mi vida. Pero
era el rechazo total lo que me molestaba. Toda mi carrera en la Eme me había preocupado por no
estar en la lista, que me excluyeran. Estar en la lista significa que la organización te rechaza. Es
terrible sentirse rechazado por la comunidad que ya de por sí se excluye de la sociedad». Además, el
alter ego de Boxer sabía que perdería a su equipo, el dinero que generaba y todo el respeto y poder
que había ganado como un líder de alto nivel de la mafia. Temía que «no habría ningún lugar al que
pudiera ir donde me aceptaran» y que terminaría «tan loco como Tupi Hernández».
Una voz de la celda a su izquierda entró por el sistema de ventilación. «Oye, René, vas a estar
bien». Era un prisionero llamado Richard Rich, también conocido como Richie Rich, un desertor de
otra pandilla de prisión llamada los Nazi Low Riders (NLR). Tenía el cabello largo hasta los
hombros, era bien parecido y no tenía tatuajes. Richie Rich venía de Fontana, un poblado a una hora
al Oeste de Los Ángeles que todavía tenía actividad organizada del Ku Klux Klan en la década de
1980.
«Vas a pasar por esta depresión por un tiempo —le dijo otra voz de la celda a la derecha. Esta voz
pertenecía a «Buckethead», un tipo gordo, muy tatuado y bastante molesto que también había
desertado de NLR y que venía del condado de Orange, una zona comparativamente conservadora y
republicana del Sur de California que generó brotes del movimiento racista activo de los
Skinheads19.
Richie Rich y Buckethead empezaron lo que René describiría después como «terapia NLR». Los
dos habían desertado de los NLR como seis meses antes y estaban familiarizados con los cambios de
humor por los cuales René pasaría los siguientes días.
Su consejo terapéutico se podía escuchar por los ductos de ventilación con regularidad.
«Sabemos que eras uno de los peces gordos de la Eme».
«Lo peor pasará los primeros días».
«Todos tenemos el mismo estatus aquí».
«Nadie te va a juzgar».
Compartieron sus propios trayectos psicológicos y lo acompañaron por cada una de las etapas de
sanación emocional. «Era en verdad bastante catártico poder hablar con estos tipos —dice René—.
Eran efectivos, sabían exactamente de qué hablaban y me parecía muy reconfortante».
Entonces, un domingo en la mañana, dos semanas después de desertar, despertó de un muy
necesario sueño profundo con una clara revelación: «No tienes ya más preocupaciones. Se acabó. Ya
terminó. No más políticas de la mafia. No más ansiedad por matar a alguien. No más luchas por
posicionarse. El mundo estará bien».
De repente se sentía de maravilla. La mafia verdaderamente era una jauría de depredadores que
inevitablemente encontraba a sus presas dentro de su propio perímetro. Claramente, se había salido
de esa existencia retorcida que confundía el bien y el mal. Algunos para siempre verán la mano
Negra en su pecho como una letra escarlata, pero eso era problema de ellos, ya no era de él.
René estaba lleno de arrepentimientos, pero el tanque del remordimiento estaba ya vacío: «Siento
culpa por participar en algunas cosas, especialmente el asesinato de Cynthia Gavaldón. Pero por lo
general, el negocio de la mafia trata de horrendos, espantosos y brutales criminales que están siendo
asesinados por otros criminales. No siento ninguna simpatía por estos tipos. Tal vez sea una
racionalización de mi parte, tratar de minimizar o compartimentar mis delitos, pero no siento
remordimiento por esos tipos. Es un mundo brutal. No hay mucho espacio para la compasión».
El 5 de junio, más de dos meses después de desertar, el agente especial Devan Hawkes llegó para
realizar el informe oficial. «Yo sabía que Devan tenía integridad —dice René— y que tenía una
capacidad insólita de sacar datos de los informantes. Ya conocía algunos de mis secretos, cosas que
hice por la mafia, y sabía de qué hablaba». El informe tomó varios días y eventualmente llenó más de
cincuenta páginas con información relacionada con actividades de la Mafia Mexicana: asesinatos,
asaltos, extorsiones, robos, allanamientos y tráfico de drogas. Era una lista de casi quinientos
nombres de miembros de la Eme y sus asociados. Ya no había vuelta atrás.
Durante los primeros meses, Enríquez se reunía diariamente con Madrid y le daba un curso
intensivo sobre la Eme. Le describió los distintos códigos que los mafiosos utilizaban para
comunicarse en secreto, cómo se programaban las visitas para hacer negocios y cómo esto se hacía
con los equipos en las calles. Le tradujo conversaciones grabadas de la mafia en las salas de visita y
le dio consejos sobre cuáles carnales podrían estar listos para desertar y cómo atraerlos.
Tuvo reuniones con el director de la prisión, con un agente del FBI, con un Fiscal Federal, con un
delegado del sheriff del condado de Los Ángeles que trabajaba en inteligencia de pandillas y con una
colección de otros investigadores del DCC.
El teniente Robert Márquez, un experto en inteligencia de pandillas en Pelican Bay, dijo: «Era la
primera vez que teníamos a un acusado de la Eme que podía darnos todo. Nunca habíamos tenido a
nadie del tamaño de René. Nos explicó cómo la Eme se infiltra a diferentes organizaciones, cómo usa
los derechos de los prisioneros para promover sus propios propósitos y cómo manipula las reglas
del sistema penitenciario para su beneficio. Por primera vez empezamos a entender cómo funcionaba.
Hizo más de lo que se requiere de un desertor normal».
René tenía más de una buena sugerencia sobre cómo interferir con las operaciones de la Eme:

1. Ver a la Mafia Mexicana como delincuencia organizada y como un grupo terrorista


doméstico. «No es solamente una pandilla de prisión —advierte Enríquez— o sólo un grupo de
tipos metiéndose heroína. Es una organización». Una organización que fomenta la violencia, que
dispersa el cáncer de las drogas, que tiene influencia con decenas de miles de Sureños, que
toma las decisiones de quién vive y quién muere y que planea expandir sus alcances. «Corrompe
todo lo que toca», agregó René.
2. Cortar la comunicación de la mafia. Sugirió al DCC que buscara mandamientos judiciales para
evitar que los miembros de la Eme se comunicaran con otros mafiosos, asociados o
facilitadores. Esto incluiría no proporcionarles acceso a teléfonos, correspondencia, ni visitas.
«Hay que cortar todas las comunicaciones —dice René—. Sin comunicación los miembros de la
mafia se marchitan».
3. Aislar totalmente a los miembros de la Eme en la prisión. René sugirió alojarlos en un área
separada de todos los demás prisioneros. «Hay que colocarlos en un aislamiento tal —dice—
que no puedan hablar con nadie que no pertenezca al personal de la prisión. Tienen que
mantenerse alejados de los camaradas y los Sureños que hacen el trabajo sucio por ellos.
4. Evitar que los miembros de la Eme reciban dinero. «Todo el dinero que tienen —enfatiza René
—. Porque valoran su dinero y todo está generado por actividades ilegales».
5. Confiscar los fondos de los miembros de la Eme que tienen en cuentas fiduciarias. «Esto es
puro dinero ilegal», dice René. Los miembros de la mafia reciben giros y cheques personales de
entre 50 y 500 dólares mensualmente y a veces semanalmente. Se va acumulando y se destina
directamente a una cuenta fiduciaria de la prisión. Después llenan una forma llamada el cómputo
del retiro de la cuenta fiduciaria y pueden liberar ese dinero a quien sea que ellos elijan. «Es el
método perfecto para limpiar el dinero —explica—. Hay muchísimo dinero que entra y sale de
la prisión, se mueven decenas de miles de dólares, entrando y saliendo de los libros
constantemente, dinero sucio que se lava con la ayuda del sistema del DCC». René invirtió sus
dólares de impuestos de traficantes en Bonos del Tesoro de los E.U. y bonos de ahorro de la
serie EE de los E.U. Después los canjean como dinero limpio, todo a través de la cuenta
fiduciaria de la prisión. Él y otros prisioneros abrieron legalmente cuentas en bancos que les
generaban intereses en el Bank of America en Crescent City. Algunos mafiosos incluso entraban
a la bolsa de valores. «Cada centavo de ese dinero es dinero criminal —afirma René—,
pequeñas fortunas de dinero lavado utilizado para comprar casas, bienes raíces comerciales y
negocios pequeños. No se necesita ser un genio para darse cuenta que un miembro de la mafia
está recibiendo dinero de fuentes ilícitas. Y ningún prisionero necesita 20mil dólares en su
cuenta para chicles y dulces».
6. Enjuiciar a las esposas de la Eme, familiares, novias y otros facilitadores que ayudan y
promueven los delitos de la mafia. «Estas personas están participando con conciencia en las
actividades de la Eme, están enviando y recibiendo drogas y mensajes y la mafia no podría
realizar sus negocios sin ellos. Son co-conspiradores. No acusarlos es como tratar una
enfermedad parcialmente, tomar la mitad de los antibióticos y no eliminar la infección. Procesar
a las esposas y seres queridos funciona como disuasorio. Lo que tememos es que nuestras
familias salgan lastimadas, que la gente que queremos vaya a prisión. Eso es lo que tememos».
7. Llevar a juicio a todos los que están en prisión si tienen una conducta criminal adicional,
incluyendo los asesinatos, incluso investigar los casos que parecían no resueltos. René
observa: «hay numerosos asesinatos, agresiones y tráfico de narcóticos todos los años que no
son llevados a juicio. Un miembro de la Eme entiende que puede vender o consumir drogas o
matar a su compañero de celda y no recibirá ningún castigo excepto por un informe disciplinario
en su archivo. Si ya tiene una condena indefinida en la UHS por su afiliación a la mafia, ¿qué más
le puede hacer el sistema? Nosotros [la Eme] sabemos que nadie perseguirá estos delitos, así
que los cometemos. Hay un aire de impunidad en la mafia porque somos la última figura de
autoridad en la subcultura de las pandillas y nadie nos puede detener».
8. Buscar la pena capital para los asesinos. «Lo que realmente se necesita es la pena mayor
porque muchos carnales simplemente son incorregibles e irredimibles. Otra cadena perpetua no
les hace nada. Una cadena perpetua en California da lo mismo que diez cadenas perpetuas. Así
que no hay ninguna diferencia si vas acumulando más por el camino. La mafia sólo entiende y
respeta un poder violento mayor que ella. Es la mentalidad del más fuerte. Te mataremos, pero
si hay una fuerza más grande que pueda matarnos, entonces tal vez nos controlemos. «Sin
embargo, no creo que la pena de muerte sea un disuasorio para los miembros futuros de la Mafia
Mexicana. Podría serlo en Texas, pero no en California donde alguien puede pasarse veinte
años o más esperando que lo ejecuten. Podría morir de vejez, hepatitis o un ataque en el patio
antes de que el estado lo ejecute. No hay amenaza inmediata de muerte aquí. Está politizado. Por
lo demás, la publicidad de futuras acusaciones y juicios por los delitos horrendos podría
incluso promover una carrera en la mafia. De hecho, morir de inyección letal en San Quintín
podría poner al ejecutado en el estatus de leyenda de la Eme, un carnal que muere por la causa.
«Pero lo importante sobre la pena de muerte para los prolíficos asesinos de la Mafia Mexicana
es que matarlos será la única manera de detenerlos. Están completamente involucrados en hacer
crecer a la Eme y sus objetivos criminales. Eso implica matar gente. Entonces estos carnales
que valoran tan poco la vida, incluso la propia, están dispuestos a sacrificarse por otros
hermanos que a final de cuentas los traicionarán. Y aquí está el punto: ¿para qué mantener a
estas personas vivas? «Después de todo, así es como nosotros nos manejamos. La mafia
rectifica todo con violencia. Quiero decir, los mafiosos tratan de negociar e intimidar, pero si la
Eme tiene un problema con un tipo y todo lo demás falla, finalmente lo matamos».

René hizo una presentación en video de una hora de duración, a petición de sus encargados del DCC,
para que fuera reproducido ante los legisladores estatales en Sacramento, donde detalla la amenaza
de la Mafia Mexicana y cómo funciona. Los investigadores de pandillas locales y estatales habían
expresado su preocupación muchas veces, pero René «Boxer» Enríquez, un asesino de alto nivel de
la Mafia Mexicana, empezó a llamar la atención con su elocuencia entre los burócratas del DCC en
Sacramento.
También hizo un video para Ángel Valencia de la Eme. Los instintos de René le decían que Ángel
también ya estaba harto de las políticas de la mafia. Básicamente le decía a su viejo adversario que
ya había terminado todo. La política de la mafia había destruido a todos. Los mafiosos sabían que
Ángel era parte de una conspiración para matar a los familiares de los miembros y había planes para
ejecutarlo durante las falsas pláticas de paz en la PEPB en 2 mil. Los investigadores de pandillas
sacaron a Valencia a una sala de conferencias y le mostraron el video. «¿Qué? —bromeó— ¿voy a
desertar por un video?». Y entonces lo hizo, después de veinticinco años en la mafia. Era todo lo que
necesitaba, una invitación.
Durante este mismo periodo, David «Chino» Delgadillo de Gheraty Lomas, un ex Marine que usó
su entrenamiento militar para enseñarle a otros cómo matar en las calles y en la prisión, desertó
después de veinte años. Se decidió tras un último encuentro con el fanático de la Eme, Cuate
Grajeda.
Tres altos mandos de la Mafia Mexicana habían desertado en el transcurso de un mes, y todos
ahora estaban dando asesoría a los oficiales de inteligencia del DCC sobre cómo hacer caer a la Eme.
Un investigador de pandillas de la PEPB dijo: «Queríamos dar el tiro de gracia a la Eme, o al menos
echarlos hacia atrás unos diez o quince años. Sabíamos que lo podíamos hacer confiscando sus
cuentas fiduciarias, cortando las comunicaciones, los privilegios de visitas y el correo. Al mismo
tiempo, los alojaríamos separados de los Sureños y del resto de la población de la prisión. Se
marchitarían y morirían.

19 De manera similar como los Sureños y la Eme, los Skinheads son la base de reclutamiento de las pandillas de supremacía aria de las
prisiones. Como la mayoría de los miembros de la Hermandad Aria estaban encerrados en la UHS de Pelican Bay, la NLR se desarrolló
en los patios del sistema penitenciario de California. En 1995, el DCC validó a los Nazi Low Riders como una verdadera pandilla de
prisión que representaba una amenaza junto con la Mafia Mexicana, Nuestra Familia y la Hermandad Aria.
38

Un maravilloso descanso
EL OFICIAL DE INTELIGENCIA de pandillas de Pelican Bay, el teniente Robert Márquez dijo: «René
Enríquez sobrepasó a la mayoría de los miembros de la Eme en Pelican Bay. Tenía un nivel de
sofisticación que hacía casi imposible definir todo lo que estaba haciendo. Conforme me fui haciendo
más consciente de la Eme, era obvio que estaba entre los cinco superiores. Nunca pensé que
desertara de la pandilla».
Y cuando lo hizo las noticias viajaron rápidamente por las filas de impartición de justicia del Sur
de California, a veces llamada la «Capital de las Pandillas de los Estados Unidos». El sargento
Richard Valdemar todavía estaba trabajando en las fuerzas especiales contra la Mafia Mexicana del
FBI en Los Ángeles e inmediatamente vio el valor de René «Boxer» Enríquez. Presentó una solicitud
para realizar un viaje largo a L.A. y preparar un informe fresco sobre la Eme para el FBI.
Dos oficiales de la Unidad de Pandillas de Prisión del sheriff del condado de L.A. se presentaron
en la puerta de la celda de René alrededor de las diez de la mañana el 24 de julio de 2002. Los
miembros de la unidad de Valdemar no parecían policías. Podrían pasar en la calle por ciudadanos
comunes y así era como querían verse. Mike Durán, un oficial con bigote y ascendencia cubana, era
uno de ellos, un policía astuto, eficiente, de buen carácter y sabelotodo.
Durán le preguntó a René: «¿Tienes miedo a volar?».
«Soy mafioso —respondió Enríquez— ¿Por qué me daría miedo volar?».
El oficial soltó una carcajada mientras le ponía las cadenas en la cintura a su prisionero para el
viaje a Los Ángeles. Es muy amable pensó René.
Su compañero era el oficial George Marín, un robusto y jocoso mexicano-americano con el
corazón de oro y gran talento para redactar órdenes de cateo y otros documentos necesarios en los
casos de mafiosos. «Amé a George instantáneamente», dice René.
Los oficiales Durán y Marín esencialmente serían sus cuidadores durante el siguiente año. Lo que
más le gustaba de ellos era que ambos lo trataban, no como un monstruo asesino, sino como un ser
humano. Entre ellos dos no había un momento de seriedad. Siempre abundaban las risas en su
presencia y esto era refrescante para un convicto que había estado encerrado 24 horas al día 7 días a
la semana por más de una década, con gente que lo quería muerto.
Un joven agente del FBI, Glen Hotema, también iba en el viaje. Fue asignado para evaluar el valor
de René con su agencia. A Enríquez le pareció «algo estirado».
Un avión turbo de doce asientos Beechcraft King Air estaba en la pista. Era del Departamento del
Sheriff del condado de L.A. El teniente Ernie Madrid y su equipo EERE de pistoleros de la PEPB,
armados con rifles automáticos, estaban vigilando para que no se presentaran visitas indeseables.
Cuando René abordó el avión, con cadenas en las piernas, en la cintura y esposado, el piloto traía un
traje de vuelo y una pistolera en el hombro para una Baretta de 9 mm.
El piloto le advirtió: «Si haces cualquier estupidez, te disparo».
«Está bien —respondió René—. No voy a hacer nada».
Tres horas y media después podía sentir cómo descendía el avión. Se asomó por la pequeña
ventana y alcanzó a ver «laguitos formados por presas y un paisaje con pequeñas piscinas en los
jardines. Vi el barco Queen Mary permanentemente anclado en el muelle de Long Beach como
atracción turística. El agua del puerto se veía muy sucia.
«Me bajé del avión en el aeropuerto de Long Beach y todo el mundo cambió. Era un día soleado y
cálido comparado con los días fríos y lluviosos de Pelican Bay». En contraste con la monotonía de la
celda de prisión «escuchaba el sonido de la ciudad». René notó que podía «oler los gases del escape
de los coches. Incluso ese olor parecía agradable y real. Ya empezaba a sobrecargarme de
estimulación ambiental» con los sonidos y colores que sólo eran memorias para él.
Sus encargados lo llevaron a la camioneta que esperaba. Era negra con cortinas y ventanas
oscuras, un vehículo de vigilancia, conducido por un agente alto, serio, con voz profunda de la USE
llamado Dan Evanilla, un experto en pandillas de prisión con un par de maestrías y una ética de
trabajo que no tenía ninguna paciencia con la holgazanería.
Se unieron a una caravana relativamente larga de vehículos de instituciones de impartición de
justicia. Nadie podía decirle a René dónde se dirigían. Es como una escena de las películas, pensó
René. Se asomó por las cortinas de la ventana y vio todos los autos de la autopista, entre ellos, un
costoso Ferrari. «Ese es un coche de ‘ven y cógeme’», le dijo al agente del FBI, que no se inmutó.
Veía al frente por el parabrisas y vio un señalamiento de la carretera 605 y después el Centro
Comercial de Cerritos: «Estamos en Cerritos —dijo en voz alta—. Yo solía vivir aquí a unas
calles». A media tarde, la caravana llegó a la entrada trasera de la estación anexa del sheriff, a unos
cuantos kilómetros al Este del centro de Los Ángeles. El agente Evanilla llevó al desertor a una celda
de detención y René se dio cuenta que la carcelera lo veía «como si fuera un animal». Ella tenía una
actitud endurecida. No era cualquiera. Su nombre era Kelly Ford y sabía, por su reputación, que
René era considerado peligroso. Sin embargo, René dice «era justa y resultó ser muy amable». Salió
de la habitación mientras su nuevo prisionero se quitaba la ropa para una revisión corporal.
René tenía todo el bloque para él solo. Excepto por un viaje de diez días de regreso a la PEPB, esto
sería su nuevo hogar por más de un año. Ocasionalmente los carceleros le traían comida casera y él a
cambio les hacía móviles de origami. Era una de esas habilidades que había aprendido mientras
pasaba el tiempo en la prisión.
Ese primer día Hotema, el agente del FBI, le trajo hamburguesas con queso, papas a la francesa y
una malteada de fresa del famoso restaurante de comida rápida del Sur de California llamado In-and-
Out. «Llevaba trece años sin comer algo así —dijo René agradecido— y me supo delicioso». Esta
vez, eso era todo lo que iba a sacar del FBI. El sargento Valdemar había pedido que viniera René
principalmente para ver si los federales podían trabajar en algunos casos con él. Tuvieron casi una
docena de juntas con Fiscales Federales asistentes y con agentes del FBI para discutir el asesinato de
Jimmy «Character» Palma, el equipo de René en Artesia, el escándalo de los policías corruptos de
Rampart del Departamento de Policía de L.A., la pandilla de la Hermandad Aria, y el equipo de
Darryl Baca. Al final, René no participó en ninguno de estos casos. El sargento Valdemar después
explicó que «el FBI no pudo ver cuál sería el beneficio de usar a Enríquez, no veía su valor».
El director de la prisión Joseph McGrath sí lo vio. El 26 de octubre de 2002, envió un jet Lear y
un equipo EERE para recoger a René y llevarlo de regreso a Pelican Bay como testigo en un caso civil
del Fiscal General del Estado presentado por un prisionero llamado Anthony Escalera, Escalera vs.
Pelican Bay State Prison. Los prisionero Sureños habían estado constantemente encerrados, no
podían salir al patio, desde los disturbios raciales de 2 mil. Escalera impugnó la decisión de que
sólo los Sureños estuvieran encerrados y presentó una demanda para forzar al Estado a permitirles
salir a todos al patio.
Antes de abordar el avión en Long Beach, René se fumó un puro en la pista con más de doce
policías. «Fue algo increíble para mí —dijo—, era como, ¡guau!». Dos días después había
francotiradores en la azotea de la Corte de Del Norte en Crescent City, donde fue a testificar por el
Estado. Reconoció a uno de ellos, con todo el equipo de SWAT puesto, como Rivers Drown, el joven
cristiano que había sido tan amable con él cuando acababa de desertar. Dentro, René se sentó detrás
de una pantalla en la sala de la corte y se identificó solamente como el «Prisionero #25» y un
reciente desertor de la mafia. Testificó sobre la relación entre los Sureños, la Eme y el disturbio. Al
final, el juez encontró inconstitucionales los encierros y decidió a favor de los prisioneros Sureños.
Mientras tanto, el DCC y la Prisión Estatal de Pelican Bay se vieron involucrados en otra demanda
que amenazaba con costarle al estado millones de dólares. Era el caso Castillo vs. Alameida (el
director de la dcc, Edward Alameida).
Steve «Smiley» Castillo era un prisionero sociable, con conocimientos de la ley y con una gran
sonrisa de dientes chuecos que se convirtió en parte del folklor de la PEPB presentando demandas a
nombre de otros prisioneros. En 2002, Castillo vs. Terhune (el director de la prisión, Cal Terhune)
ganó catorce puntos de reforma y compensación relativo al programa de UHS. La habilidad de
Castillo en la ley de las prisiones lo había hecho un favorito de la Mafia Mexicana. Jacko Padilla,
amigo de Castillo, quería «iniciarlo». Sostenía que la mafia necesitaba miembros inteligentes. Ángel
Valencia también apadrinó a Castillo para su ingreso a la Eme. Boxer y otros vetaron la idea. Aunque
Castillo estaba preso por asesinato, Enríquez sentía que era un «tipo ñoño», no un matón.
La demanda más reciente de Castillo tenía el potencial de impacto de un rompe-huesos en las
entrañas del DCC. Estaba impugnando la totalidad del sistema de las UHS, alegando que era
caprichoso y cruel y que el Departamento no había podido dar seguimiento a las reformas emitidas
como resultado de su acción legal previa (Castillo vs. Terhune). Si ganaba, los miembros de las
pandillas de prisión podrían volver a ser liberados a los patios principales, no más encierro de
veintitrés horas al día en aislamiento. Los líderes de la Eme sabían lo que eso significaba: mayor
libertad para controlar los negocios sucios de la prisión diariamente, para comunicarse cara a cara,
para traficar drogas, para matar a quien quisieran y cuando quisieran con la usual impunidad. Castillo
había descubierto una veta de oro.
Por otra parte, Catillo tenía el apoyo de algunos legisladores, en funciones y retirados, incluyendo
a la senadora Gloria Romero, directora del Comité Selecto del Sistema Correccional de California
del Senado; el senador John Vasconcellos, ex director del Comité de Seguridad Pública, quien, según
su sitio en Internet, «detuvo en seco la carrera que llevaba diez años intentando imponer más penas y
crear más prisiones»; el ex senador de dos periodos, Richard Polanco, ex director del Comité de
Prisiones del Senado, quien apoyó el caso de Castillo vs. Terhune; y el ex senador Tom Hayden,
radical de la década de 1960 y ex esposo de la controvertida actriz Jane Fonda, quien se consideraba
a sí mismo experto en pandillas tras haber publicado un libro en 2004 llamado Street Wars: Gangs
and the Future of Violence.
Tony Rafael, quien en julio de 2007 publicó el esclarecedor libro llamado The Mexican Mafia,
describió el trabajo del senador Hayden como «un examen profundamente confundido y a veces
deshonesto de la cultura de las pandillas en el Sur de California y en la nación»20.
Mientras estuvo redactando su informe, René Enríquez describió el interés de la mafia por utilizar
a los políticos Romero, Polanco, Hayden y Vasconcellos para impulsar las pretensiones de la Eme.
Funcionaba de manera bastante simple. «Uno de nuestros objetivos es infiltrar a los políticos
legítimos —explica René— quizás no corrompiéndolos abiertamente, sino a través de la sutil
corrupción de que nuestras voces sean escuchadas. Romero, Polanco, Hayden y Vasconcellos le
hacen caso a Steve Castillo, y Steve Castillo le hace caso a la Eme». dicho eso, una de las metas de
la mafia era cerrar el sistema de las UHS.
René disertó sobre los supuestos vínculos con Steve Castillo y la fuerte relación que Castillo
sostenía con el miembro de la Eme, Jacko Padilla. Durante las pláticas de paz que siguieron al
disturbio de 2 mil en Pelican Bay y un par de huelgas de hambre organizadas por Castillo, la mafia se
daba cuenta de la importancia de los políticos que venían a verlos, que les enviaron a sus ayudantes
para dar seguimiento y que se unieron a sus causas. «Podrían utilizarse para beneficiar a la Eme»,
explica René.
Durante su viaje a la PEPB, el teniente Madrid programó una reunión para que René se encontrara
con Jacko Padilla. Enríquez sentía que su viejo amigo también estaba ya «cansado de las políticas de
la Eme» y habló con él sobre desertar. Si Jacko accedía y participaba como testigo en la demanda,
eso «neutralizaría a Steve Castillo y sus argumentos turbios de cerrar el programa de UHS». Padilla
estuvo levemente receptivo pero nervioso.
Al día siguiente, René se reunió con el director de la prisión y con tres administradores del DCC
quienes estaban listos para conseguir un equipo legal y lanzar una masiva investigación de la Eme.
El 5 de noviembre de 2002, Madrid y algunos de sus oficiales de EERE llevaron a René de nuevo a
su habitación en la cárcel de la subestación del sheriff del área de Los Ángeles. Estaba
«emocionado» por su rol creciente como cuasi consultor de pandillas para las fuerzas de la ley.
Una semana después, a petición del director del Departamento de Correcciones, hizo otro video de
una hora de duración, nuevamente detallando las operaciones e intenciones insidiosas de la Mafia
Mexicana. Esta entrevista a fondo la realizó el teniente Madrid y fue escuchada por el agente
Evanilla. Esta presentación era para el ejecutivo número uno del Estado: el gobernador Gray Davis.
El día de Acción de Gracias, el detective George Marín llegó con su hija, su hijo y una sobrina
con un platón lleno de comida casera con todos los platillos tradicionales de ese día: pavo y todo lo
demás. «Me mostró que los policías son humanos», dijo René. En otra ocasión, la esposa de Marín le
preparó un desayuno y su hija adolescente le envió cintas con mensajes religiosos. Escribió: «Estoy
rezando por ti. Jesús te ama». «Me sentí tan conmovido», dice René.
El 3 de enero de 2003, en una reunión con el subdirector del DCC, Brian Parry, y el agente Dan
Evanilla, Enríquez accedió a ayudar a la Unidad de Servicios Especiales en su juicio de la Eme.
El 3 de febrero, el sargento Valdemar, frustrado por la falta de interés de los federales, decidió
explorar la posibilidad de hacer acusaciones a nivel estatal con la ayuda de René. Para entrevistarlo
Valdemar trajo consigo a su delegado del Fiscal de Distrito favorito, Anthony Manzella, quien como
joven fiscal treinta años antes, había ayudado a meter en la cárcel para siempre al famoso asesino
serial, Charles Manson. Manzella se dedicó a meter delincuentes a la cárcel durante diez años y
después ingresó a un despacho legal de Nueva York como socio litigante basado en L.A. durante
diecisiete años. Tenía ya suficientes recursos para vivir el resto de su vida cómodamente, así que
decidió volver con el Fiscal de Distrito y terminar su carrera metiendo malosos a la cárcel,
verdaderos malosos. Había llevado varios casos peligrosos de la Mafia Mexicana, entre ellos el de
Luis «Pelón» Maciel, la mente maestra de los asesinatos de Maxson Road que fue condenado a
muerte.
Manzella sentía que René era «listo» pero había un problema. «Quería seguir trabajando con él [con
René Enríquez] —dice Manzella, pero ante la ley de California— ya habían pasado demasiados años
para hacer cualquier tipo de trato» para reducir o eliminar la sentencia de Enríquez de veinte años a
perpetua. A la Oficina de Homicidios del Sheriff no le sobraba el personal, por lo cual se negó a
participar. Los investigadores del Fiscal de Distrito se sentían igual. El frustrado sargento Valdemar
también fue sacado del caso. Manzella no podía hacerlo todo solo.
Durante el primer trimestre de 2003, René hizo un video de capacitación sobre la mafia para un
equipo de fuerzas especiales del Departamento de Policía de Los Ángeles y otro para la Oficina de
Prisiones de los E.U. Diferentes detectives locales llegaban para hablar con él sobre un puñado de
asesinatos relacionados con la Eme y él les proporcionaba información que les ayudaba a construir
sus casos. Eso era todo.
Esos catorce meses en Los Ángeles, fueron un «maravilloso descanso» de la pesada rutina de la
UHS en la PEPB, pero no surgieron casos grandes para René, ni tratos con los federales o los locales.
Regresó a la prisión.

20 Tony Rafael, The Mexican Mafia, New York: Encounter Books, 2007, p.38
39

No se pueden obedecer las reglas


Los administradores del DCC habían accedido a transferir a René Enríquez más cerca de su casa a la
Prisión Estatal de Lancaster, a unos 120 km al Norte de Los Ángeles. Al principio tuvo que pasar tres
meses en una Unidad de Habitación Transicional (UHT) en Pelican Bay. Fue un periodo de prueba
diseñado para probar su capacidad de vivir en paz en una unidad abierta con otros prisioneros. Otro
desertor de la mafia se le acercó y le explicó la rutina cuando llegó y después lo dejó solo en el
patio. René se quitó los zapatos y los calcetines y empezó a caminar descalzo en el pasto. Solamente
había pisado concreto por más de una década. Era un caluroso día de junio y podía «oler el estiércol
caliente en el pasto y sentir las suaves hojas hacer cosquillas a mis dedos y dar masaje a las plantas
de mis pies». Empezó a «rascar el pasto como pollo» como si fuera un niño. Tenía un «nudo en la
garganta al experimentar esta sencilla libertad».
En las siguientes semanas, entrenó palomas en el patio. «Empecé dándoles pan, semillas de girasol
y tallarines con la punta de mi zapato. Después de un tiempo estaban comiendo de mi mano. Llegó el
día que se acercaban volando por docenas cuando hacía el sonido prrrr y me seguían por el patio
como una fila de patos». Le lanzaba rocas a las gaviotas enemigas que trataban de atacarlas y
llamaba a las palomas «mis perritos». «Era algo que yo podía cuidar —explica René— y las quería
mucho». Pronto los desertores Ángel Valencia y Chino Delgadillo lo empezaron a ayudar a cuidar su
parvada.
Trabajó como oficinista en la oficina de IIP descifrando correspondencia y cintas de audio de la
mafia. También escuchó muchísimas cintas de vigilancia, que llegaban de la PEPB, mientras estuvo en
la subestación del sheriff del condado de Los Ángeles. Un tema familiar se surgía regularmente
durante sus traducciones. La senadora Gloria Romero, quien fue profesora de psicología, estaba,
según el pariente de un prisionero, comunicándose con el socio de la Eme, Steve Castillo, y en la
mente de René y de varios investigadores de pandillas, la mafia la estaba utilizando. Sentían que lo
mismo sucedía con su ayudante, Rocky Rushing, quien había trabajado antes con el senador Tom
Hayden durante las pláticas de paz de la PEPB. Estas pláticas estaban siendo usadas por la mafia para
hacer prosperar secretamente sus negocios.
Romero se había convertido en una fuerte crítica del DCC, sugería que los oficiales y
administradores eran responsables de algo más, aparte de la brutalidad y la corrupción con su control
del presupuesto de casi seis mil millones de dólares. Cuando el asociado de la Eme, Castillo,
presentó la demanda diseñada para cerrar las UHS, la senadora Romero apoyó su causa. La
legisladora del área de Los Ángeles, cuya biografía del senado la describe como «una dedicada
activista social y agresiva reformista de las prisiones» planeó audiencias del senado para explorar la
afirmación de Castillo: «cientos de prisioneros» eran identificados incorrectamente como
pandilleros según la información «endeble y trivial», que los mantenían en las UHS injustamente por
tiempo indeterminado.
Castillo y sus demandas también estaban apoyadas por un grupo de derechos de los prisioneros
llamado el California Prison Focus (CPF). Una de las personas que trabajaba en CPF era «Bato» un
conocido miembro de la Mafia Mexicana. René lo cuenta así: «Es un miembro iniciado que tiene un
frente velado como activista». Bato era un delincuente que ya había acumulado dos penas graves,
absuelto de su presunta participación en un levantamiento en San Quintín que dejó a tres guardias y
dos prisioneros muertos en 1971.
El presidente de la CPF, Ed Mead, era un terrorista doméstico convicto que estuvo dieciocho años
en la prisión por hacer explotar un supermercado Safeway en la década de 1970 como muestra de
apoyo a César Chávez de los Trabajadores del Campo Unidos. Había sido expulsado oficialmente de
Pelican Bay. Los Trabajadores del Campo Unidos ayudaron a elegir a Romero y ella era socia activa
de la CPF en las supuestas reformas de prisión.
Charles Carbone era el abogado de CPF. Aunque podía señalar varias reformas de las prisiones
que había apoyado a lo largo de los años, era conocido entre las fuerzas de impartición de justicia
como el «abogado de mafiosos». René Enríquez y sus ex hermanos de la Eme no podían discutir ese
título.
Jesse Enríquez era otro hombre que alega haber tenido influencia en la senadora Romero. Era el ex
suegro de Jacko Padilla. René Enríquez (no eran parientes) sabía que Jesse y Jacko eran muy
cercanos, a pesar de que Jacko ya se había divorciado. Y según Jesse declaró en las cintas de
vigilancia de la PEPB, también era confidente de la senadora Romero y de Steve Castillo. Jesse iba
con regularidad a visitar a Jacko y Castillo y hablaba con ellos sobre su cercana relación con la
senadora.
René había advertido en sus informes que la Eme estaba «tratando de influir en el Senado para
lograr que el DCC empezara a negociar, que se implementaran más derechos en las prisiones y para
salir de la UHS». Devan Hawkes y el teniente Ernie Madrid, durante una junta de las fuerzas
especiales contra las pandillas en Los Ángeles poco tiempo después, trataron de convencer al FBI de
intervenir los teléfonos de la senadora Romero, su asistente Rocky Rushing y Jesse Enríquez. Las
intervenciones nunca fueron autorizadas.
En un viaje a Pelican Bay en junio de 2003, Romero se reunió con cinco pandilleros: tres de la
Eme, uno de la Familia Guerrilla Negra y uno de la Hermandad Aria. Un investigador de pandillas
llamó a esta reunión algo «peculiar» y describió la actitud de Romero hacia el personal como
«soberbia y condescendiente». En cierto momento, puso en duda las cualificaciones de un oficial
para investigar a la mafia.
Según las cintas de vigilancia de la prisión de las reuniones entre Jesse Enríquez y los prisioneros,
Enríquez decía que se reunía con Romero y otros políticos para convencerlos de que las condiciones
de la UHS de Pelican Bay eran inhumanas. Jacko Padilla está grabado describiendo a su ex suegro
como un «viejecillo mañoso». Romero siguió adelante con sus planes de una audiencia en el Senado
para examinar la efectividad de las UHS con un enfoque en el proceso de validación que identificaba
a los prisioneros como miembros de la Eme. La fecha de la audiencia se coordinó con la demanda de
Steve Castillo y el plan estaba diseñado para cerrar por completo la UHS.
Mientras tanto, el delegado del Fiscal General, Gregory Walston, estaba litigando el caso de
Castillo para el estado: «Había mucha cobardía política para minar la voluntad del Departamento de
Correcciones de presentarse ante la corte. Los oficiales de correcciones sinceramente sentían que las
políticas [de la UHS] no sólo eran constitucionales, sino necesarias para proteger las vidas de los
oficiales de algunos de los criminales más peligrosos que existen. Esto no era una decisión que se
debiera tomar políticamente». Mientras tanto, Walston dijo, el Estado «estaba más y más enfocado en
llegar a un acuerdo para ahorrar dinero» y él no quería llegar a ningún acuerdo en este caso. Sentía
que el dinero ganado por Castillo y CPF terminaría en las manos de delincuentes y gángsters para
comprar drogas y organizar ataques. Así que Walston buscó el consejo de René Enríquez para
contrarrestar la acción legal de Castillo. «¿Cómo podemos neutralizar a Castillo?» preguntó el
abogado del gobierno. Era simple, aconsejó René: «Jacko Padilla es cercano a Castillo. Hagan que
Jacko se salga de la mafia y la demanda de Castillo desaparecerá».
René, Ángel Valencia y Chino Delgadillo, recientes desertores que ofrecieron aconsejar a los
investigadores del gobierno, estaban de acuerdo. René dice que los tres aconsejaron: «No se pueden
seguir las reglas. Hay que mandar a volar la ética. Están tratando con asesinos».
Así que el delegado del fiscal general programó una visita falsa con el ex compañero de celda y
amigo de René, Jacko Padilla. Amenazó con hacer que Padilla se presentara como testigo adverso
para el estado y divulgaría el hecho de que se había reunido en varias ocasiones con el teniente
Madrid para hablar de asuntos de la mafia. «Jacko tal vez pensó que estaba engañando a Madrid en
esas reuniones —dice René— pero era al contrario». Padilla estaba visiblemente alterado.
Varios días después, el teniente Madrid sacó a Jacko de su celda. El IIP , con estrictas órdenes del
director de la prisión, amenazó a regañadientes filtrar información de que Padilla cooperaba con las
autoridades. Previamente, le había asegurado a Jacko que todo lo que habían discutido era
estrictamente confidencial. Padilla, consciente de que estaba siendo extorsionado para que influyera
en Castillo, se sintió traicionado por todos y salió molesto. La táctica de aplicar la fuerza había
salido contraproducente.
Después de esa reunión, una voz masculina y diabólica dejó un mensaje en el teléfono del teniente
Madrid: «¡Te voy a volar la chingada tapa de los sesos!» También se encontró una wila en una
camioneta de la prisión que decía que había un plan de atacar al teniente vaquero.
El 3 de agosto de 2003, Jesse Enríquez fue grabado diciéndole a su yerno Jacko Padilla que
conseguiría los nombres de los «tres canarios» (los informantes de la Eme) que testificarían en la
audiencia del senado de Romero. Dijo que un asistente del Senado le proporcionaría los nombres.
Eran René «Boxer» Enríquez, Ángel Valencia y David «Chino» Delgadillo. Eso fue una grave
violación de la seguridad. René pensó que la senadora Gloria Romero o sus ayudantes estaban
filtrando información a Jesse Enríquez y que él a su vez se la estaba pasando a la mafia. En su
opinión, la organización estaba utilizando su oficina para sus propios fines.
Un oficial de correcciones presentó un informe que decía que había escuchado a Castillo en el
patio diciéndole a otro prisionero que la senadora Romero «trabaja con nosotros».
En aquel entonces, se publicó en Los Angeles Times un artículo sobre una huelga de hambre en
Pelican Bay para ayudar a cerrar la UHS. Jesse Enríquez fue entrevistado para ese artículo y los
oficiales de inteligencia de pandillas se quejaron diciendo que el artículo estaba equivocado al hacer
ver creíbles al abogado de CPF, Carbone, y a Steve Castillo.
En julio, Steve Castillo fue apuñalado y gravemente herido por su compañero de celda. El agresor
fue Ray «Termite» Vara, presuntamente enviado por Daniel «Cuate» Grajeda de la Eme. Boxer, con
otros más de doce miembros de la Mafia Mexicana siempre pensó que «las huelgas de hambre son
una idea estúpida». Ellos consideraban que la mafia no era un grupo político. Boxer Enríquez estaba
entre los que pensaban que «si la mafia quiere hacer una declaración, simplemente matemos un par
de policías durante la visita». «Esa es la manera de la Eme —dice Boxer— no una demostración no
violenta o una huelga de hambre». Eventualmente Castillo fue atacado, una genuina protesta de la
mafia de parte de la facción rival de Grajeda.
La senadora Romero llamó a la prisión poco después del ataque a Castillo. Según los
investigadores del DCC, parecía creer que el ataque era parte de un plan del DCC.
En realidad, Castillo era el hombre que trataba de sacar a los miembros de la Mafia Mexicana de
sus UHS y le dieron las gracias a puñaladas. Inmediatamente empezó a hablar con el personal de la
prisión sobre «entregarse y delatar». Ya se había hartado de la Eme. Poco después del
apuñalamiento, Carbone, llamó al director de la prisión y exigió tener una conversación telefónica de
inmediato con su preciado cliente.
Entonces Jesse Enríquez rápidamente organizó una visita a Castillo y le dio el mensaje de que se
mantuviera firme, que regresara a la UHS y que no solicitara la protección. Enríquez le confirmó a
Castillo que estaba trabajando de cerca con la senadora Romero, su ayudante Rocky Rushing y el
abogado de la CPF, Carbone. Jesse Enríquez se reunió con su ex yerno, Jacko Padilla, el 2 de agosto,
un día antes de ver a Castillo. Según Enríquez, los delincuentes y los políticos temían que la
audiencia de las UHS del senado y la demanda desaparecieran si Castillo se salía del asunto. Devan
Hawkes dijo: «Esto nos causó preocupación de que Romero estuviera involucrada con la Eme. Que
promoviera que [Castillo] se quedara. Si no lo hacía, diría la verdad sobre la Eme y eso arruinaría
todo el caso» en contra de la UHS. No hay pruebas de que le haya insistido a Castillo que se quedara
en la mafia.
Castillo también intentó advertir a Romero para que confirmara si no tenía una bomba en su coche.
Sabía que la Eme todavía quería su apoyo, y la senadora podía morir si se retractaba de su posición
anti UHS. Después de eso, Castillo regresó a la celda en la UHS y cortó toda comunicación con
Romero. La Patrulla de Caminos de California (PCC) llegó a la prisión en dos ocasiones para
investigar una amenaza de bomba. Padilla fue entrevistado. Finalmente, la PCC determinó que la
senadora no estaba en peligro porque seguiría adelante con sus planes de tener una audiencia.
Jim Moreno fue jugador de futbol americano en la universidad y era ahora el agente especial en
jefe de la Unidad de Servicios Especiales. Estaba bajo presión de conseguir que no procediera la
audiencia ni la demanda de Castillo. Se enfureció aún más con las amenazas de muerte contra el
teniente Madrid y la subsecuente «luz verde» que la Eme le puso al oficial de inteligencia de
pandillas, el teniente Robert Márquez. Moreno realizó una visita especial desde Sacramento y
prometió «quebrar» a Jacko Padilla. René Enríquez, en calidad de asesor, estaba a unos cuantos
metros con un teniente detrás de la oficina del IIP y escuchó en secreto la conversación. Escuchó a
Moreno «amenazar seriamente destruir la carrera de Padilla en la mafia, a su suegro y a toda la
familia. Tenía tantos deseos de que Jacko cooperara que lo envió a la Prisión Estatal de Corcoran en
un transporte nocturno e hizo que otros mafiosos «creyeran que Padilla estaba cooperando». «Jacko
estaba muy tenso», recuerda René, pero se mantuvo firme.
El 15 de septiembre de 2003, la senadora Romero convocó a una audiencia del Comité Selecto del
Senado sobre el Sistema de Correcciones de California. Abrió la sesión diciendo: «Es mucho más
costoso albergar a un prisionero en una UHS». A continuación, Romero explicó que quería «centrarse
en el proceso de validación» sobre el cuál tenía «preocupaciones muy serias» incluyendo «los
derechos de debido proceso… que están siendo utilizados por el DCC… una falta de supervisión del
proceso a través del cual se determina si un prisionero de la UHS sigue siendo un miembro activo de
la pandilla o un asociado». Se quejó de que «un miembro validado podría pasar el resto de su vida
en una UHS». La senadora preguntó: «¿Estamos, como miembros de la comunidad, más seguros
gracias a las UHS?».
René Enríquez, desde su perspectiva interna, pensaba que la senadora era «ingenua». «No entiende
—explica René—. Hay miembros de la Eme como Cuate Grajeda y Huero Sherm León que
simplemente son hombres amargados, sanguinarios y malvados los cuales no tienen ningún lugar en la
sociedad. Todo lo que buscan es destruir porque son miserables y quieren que todos sean
miserables». El siguiente en presentar su testimonio en la audiencia fue el ex senador del Estado,
Richard Polanco, quien fue presentado por Romero como «vital en la atención de este asunto [la
UHS]». Polanco observó que él había crecido en la zona Estede Los Ángeles, infestada de pandillas.
Después criticó el proceso de «obtención de informes» por depender de los «soplones». Cuestionó el
método del DCC para definir la membresía a las pandillas como «una metodología muy subjetiva» y
se quejó de que el proceso de validación de las pandillas dependía de información «más bien
antigua» proporcionada por los prisioneros.
«Polanco es un idiota —dice René—. Está promoviendo el cierre absoluto de las UHS. Fue tonto
porque ciegamente siguió y se subió al carro de la liberalización de los derechos de los prisioneros y
las supuestas condiciones draconianas de las UHS porque era lo que se veía políticamente correcto».
Otro expositor en la audiencia fue el abogado de CPF, Charles Carbone, presentado por Romero
como «un participante vital en las discusiones con el Departamento de Correcciones de California en
la reforma de las Unidades de Habitación Segura». Carbone estaba en desacuerdo con la política de
las UHS como «castigo a través de la segregación del prisionero según su potencial de cometer
violencia más que un verdadero acto de violencia». Se quejó de que los oficiales de pandillas tenían
mala capacitación y describió el proceso de informes como el «modelo de McCarthy», donde los
prisioneros «simplemente proporcionan nombres» sin ninguna prueba de que hayan cometido algún
delito. El abogado de la CPF recomendaba «más visitas» y «llamadas telefónicas con familiares»
para ayudar a rehabilitar a los prisioneros de las UHS.
«¡Ridículo! —dice René—. Hay peores lugares que la UHS de Pelican Bay. Además, deben ser
peores. Los mafiosos duros deben ser desnudados en las celdas hasta que estén listos para dejar la
organización. Eso se podría interpretar como tortura, pero evita que se comuniquen con el mundo
exterior. Las pandillas de prisión, la Eme en particular, no se detendrán. Son una amenaza constante a
la sociedad. Algunas necesitan una siesta permanente bajo tierra, matarlas y enterrarlas. Esa es la
única solución».
El tono general de la audiencia en el senado era que gran parte de los mil quinientos prisioneros
de las UHS habían sido identificados de manera injusta como miembros de pandillas y que estaban
presos por plazos indefinidos en Pelican Bay, Corcoran y Tehachapi. En realidad, según Castillo,
sólo había un caso en el cual un prisionero ingresó a la UHS después de ser incorrectamente validado,
un asociado de la mafia que fue identificado equivocadamente como carnal.
Un investigador de pandillas de muchos años dijo sobre la audiencia ante el senado: «Era una
mentira planeada por Prison Focus y Castillo. Sabíamos que era una mentira. Todos sus argumentos
eran inventados. Lo que resultaba más perturbador, era que tenían a una senadora apoyándolos [en
sus argumentos]». De hecho, Castillo envió después una carta a la senadora Romero para
disculparse, explicándole que le había mentido y la había manipulado.
Steve Moore, subdirector de la Unidad de Investigación y Aplicación de Justicia del DCC, ordenó a
Devan Hawkes que no investigara a la senadora Romero o a su asistente Rocky Rushing y su posible
relación con la Eme. Moore sentía que no había suficiente evidencia que justificara una investigación
y, a final de cuentas, que no era la responsabilidad del DCC investigar a la persona que supervisaba la
agencia. Sintió que era cosa del FBI o de la Patrulla de Caminos de California. Esas agencias
tampoco lo hicieron.
René se sentía desilusionado. Había escuchado horas de cintas de vigilancia sobre la senadora
Romero, Rocky Rushing, Steve Castillo, Charles Carbone, Jesse Enríquez, Jacko Padilla y otros
interesados en cambiar la política de las UHS que tanto impacto tenían en la Eme.
El sargento Richard Valdemar estaba «decepcionado con el DCC». Al igual que otros, se
preguntaba por qué una senadora estaría tan interesada en las condiciones de los prisioneros de la
Mafia Mexicana.
La presión aumentaba por parte de las oficinas centrales del DCC en Sacramento para llegar a un
acuerdo en la demanda de Castillo. El Delegado del Fiscal General, Gregory Walston, renunció
frustrado. Walston entró a la abogacía privada: «Había un conflicto entre quienes pensaban
políticamente en la oficina del Fiscal General y eso era muy molesto. Estaba impidiendo que mi
cliente [los oficiales de correcciones] pudiera llegar con su caso a la corte».
El caso Castillo todavía estaba programado para irse a juicio en diciembre de 2003. El director
McGrath presionó a René para que testificara para el Estado y amenazó con citarlo como testigo
adverso. Enríquez arrogantemente pidió dinero para el cambio de lugar y otras consideraciones y sus
exigencias no fueron cumplidas. «Estas personas [los directivos del DCC] eran arteros doble-cara —
dice René—. No querían ir tras la mafia. Sólo estaban interesados en liquidar la demanda».
También había otros videos de vigilancia grabados en la sala de visitas de la PEPB que implicaban
a miembros de la Eme y sus asociados en asesinatos y otros delitos. Las cintas desaparecieron, al
igual que cualquier intento de acusar a los ofensores. Tenían un miembro de alto nivel de la Eme
trabajando como informante en las filas de la mafia y René dijo: «El DCC de todas maneras no hacía
nada». Finalmente decidió que el DCC tenía una «indiferencia deliberada» ante el asunto de la mafia.
René dejó de cooperar. Se dio cuenta de que la política está en todas partes, no sólo en la Eme.
El director del DCC, Edward Alameida, renunció en diciembre de 2003. Se vio inmiscuido en una
tormenta de acusaciones de haber obstaculizado las investigaciones de los cargos contra oficiales de
correcciones de Pelican Bay por perjurio en los casos de abuso de los prisioneros. Alameida negó
todas las acusaciones. La senadora Gloria Romero, opositora abierta del director, quería ver rodar
su cabeza.
En mayo de 2004, el DCC finalmente llegó a un acuerdo con Prison Focus sobre la demanda de
Castillo. El DCC terminó haciendo algunas concesiones en su administración del programa conocido
como UHS: darle a los prisioneros el derecho de impugnar las pruebas de que pertenecían a una
pandilla y requerir que los investigadores detallaran cómo alguna prueba indicaba afiliación a una
pandilla. Los investigadores de pandillas sentían que este acuerdo dificultaba seriamente su
capacidad de realizar su labor, en especial porque limitaba la importancia de la información
obtenida de otros presos.
Ahora, nada de esto le importaba mucho a René Enríquez. En agosto de 2003 lo habían transferido
a la Prisión Estatal de Lancaster. Al vivir entre la población general, esperaba que la vida fuera
menos complicada, libre de la mafia, libre de las drogas. El teniente Ernie Madrid se lamentó:
«teníamos una herramienta [René Enríquez] que estaba dispuesta a trabajar con nosotros, dinámica e
inteligente. ¿Por qué estábamos dejando ir todo este trabajo? La respuesta que yo obtuve fue:
presupuesto y política». Madrid también se preocupaba de que «René no es el tipo de persona que se
sentará en la prisión y pasará el tiempo desapercibido».
40

La Eme se dispersa como un cáncer


LA PRISIÓN ESTATAL DE CALIFORNIA en Lancaster no era una guardería de niños. Era una institución
de nivel cuatro llena de homicidas, secuestradores, ladrones de autos, violadores, rateros,
allanadores, gángsters fortachones, rapados y tatuados que provocarían un infarto a un ama de casa si
se los encontrara caminando por su calle. Al mismo tiempo, no era la UHS de Pelican Bay. René
pasaba el día «parado en el pasto, fumando cigarros en uno de los tres grandes patios de la prisión y
viendo los cielos azules y sin nubes del Sur de California con el sol bañando su piel con calidez». En
el bloque de celdas había un gran espacio abierto donde los prisioneros podían caminar libremente;
ahí jugaban backgammon, ajedrez, damas o naipes en pequeñas mesas. Los guardias pasaban lista dos
veces al día para tener razón de todos los prisioneros, pero para alguien que había pasado más de
una década en aislamiento relativo, Lancaster significaba «libertad». Además, no tenía las políticas
de la mafia revoloteándole en la cabeza. Tenía un empleo con el equipo de mantenimiento de los
terrenos y al principio disfrutó haber salido del calabozo en Pelican Bay.
Sin embargo, algunas desventajas se hicieron patentes de inmediato. El bloque de celdas donde
vivía y el patio donde estaba pertenecían a la zona de custodia de protección (CP ) y estaba lleno de
prisioneros que siempre había despreciado, desertores, soplones y delincuentes sexuales. «Era
horrible» dice René.
Hubo otras cosas a las que tuvo que adaptarse. Los años de aislamiento lo habían vuelto «nervioso
en las multitudes. No me gustaba ser sorprendido. Así que me mantenía lejos del comedor, prefería
comer en mi celda». Algunos prisioneros todavía pensaban que era un mafioso «oculto», listo para
matar a los enemigos de la mafia en ese patio. Eran cautelosos en su presencia. Había guardias
también que no sentían nada salvo escepticismo y desprecio por este antiguo matón de la Eme
convertido en prisionero de CP . ¿Quién podía culparlos? Irónicamente, se dio cuenta que los oficiales
de correcciones de Pelican Bay eran «los mejores» en su trato a los prisioneros.
Una vieja amiga de la familia recuerda su primera visita a René en Lancaster: «Estaba nervioso y
le sudaban las manos. Nunca había estado entre familiares y visitantes el día de visitas. Si escuchaba
algún movimiento brusco, brincaba».
Tenía constantes recordatorios de por qué había dejado su vida en la mafia. Un par de socios de la
Mafia Mexicana en el patio se acercaron a René y le dijeron «Oye, yo maté a un tipo por ti —
recuerda René—. Yo no tenía idea de quiénes eran estos tipos, qué les había pedido que hicieran o
por qué. Me demostró lo vacuo que es todo el proceso de la Eme y cómo todos somos utilizados».
Sin embargo, la parte de Boxer que seguía viva dentro de René todavía tenía un ego del tamaño del
estadio de los Dodgers. La gente le temía y su reputación en realidad no le daba mucha vergüenza. A
decir verdad, le gustaba la atención, incluso en este patio de CP . Freddie «Veneno» González, otro
desertor de la mafia en Lancaster, le dijo «Ahora ya eres un tipo común y corriente. Acostúmbrate».
No podía.
Unas cuantas semanas después de llegar a Lancaster, René se sintió «abandonado. La gente que
supuestamente cambiaría mi vida no lo hizo. Sólo me sacaron información y me botaron». Se
deprimió.
René llevaba más de cuatro años sin usar drogas. Decidió dejarlas mientras estaba en Pelican Bay
al darse cuenta de que no era más que un adicto de la cárcel. Quería «mostrarle a mis hijos y a mis
padres que, incluso en prisión, podía ser algo más que un adicto a la heroína». Dejar las drogas no
fue algo sencillo considerando que sólo un tres por ciento de los adictos dejan la droga de forma
definitiva. De pronto, en Lancaster, sintió la seducción de las drogas nuevamente, tan fuerte como una
mujer desnuda en su cama.
Varios prisioneros le preguntaban a René si todavía se drogaba. Entonces, un prisionero llamado
Aaron Jeffro de Gardena le dijo: «Te doy un gramo de heroína para que te recuperes». René y su
nuevo compañero de celda, un norteño de Sacramento llamado Louie, se drogaron. Se sintió
nuevamente en casa con el opiáceo en la sangre acariciándole el cerebro y dándole un masaje a su
ego. La heroína parecía una vieja amiga, pero de manera similar a la Eme, siempre le daba una
puñalada por la espalda.
«Quería empezar a ganar dinero y conseguir drogas otra vez», dice René. Buscó por el patio y vio
unos gángsters tatuados que parecían rudos pero no eran mafiosos. René sentía que eran «débiles
mentales». «Voy a buscar una posición en alguna parte —racionalizó—. No puedo soportar ser un
don nadie». Empezó a vender drogas en el patio, a contrabandear metanfetaminas a la prisión todas
las semanas a través de una visitante y se mantuvo drogado tanto como le fue posible. Un día,
drogadísimo, iba cruzando el patio y se topó con Johnny Durán, ex socio de la Eme de San Diego que
había encontrado el cristianismo tras las rejas. Johnny se presentó con René. «Jesús te ama —le
aseguró Durán—. Cuando estés listo, aquí estaremos».
René le dio un apretón de manos, pero no volvió a acordarse del encuentro. Se obligaba a sí
mismo a salir de la cama todos los días, llegó a pensar en matar a alguien para que lo transfirieran
nuevamente y se ahogaba en cualquier sustancia intoxicante que pudiera obtener. «Bebí hasta que
perdí la conciencia y me drogué hasta no poder ver, ya no me importaba nada». Su hijo, Bobby, que
acababa de graduarse de UCLA, vino a visitarlo y pudo ver que se estaba yendo en picada.
«¿Qué pasa, papá?».
René podía notar la decepción en los ojos de su hijo.
«Mira lo que te estás haciendo. Por favor, deja de usar —le rogó Bobby—. No quiero verte así».
Encerrado en la prisión casi toda la vida de Bobby, Boxer no había sido un gran padre. A decir
verdad, el joven se salvó por su abuelo, quien intentó compensar todos los errores que había
cometido con sus propios hijos. Bobby era el primer miembro de la familia que se había graduado de
la universidad. René se sentía muy orgulloso y lleno de esperanzas para él. Sus cansados ojos
drogados se llenaron de lágrimas y lloró.
Desesperado por retomar el control de su persona, René le escribió una carta a un contacto de la
use de alto nivel que estaba ya en otro empleo. El agente Dan Evanilla fue a verlo en su lugar. Era un
tipo honesto, claro y que no se andaba con rodeos. Tenía hijos ya grandes, todos nadadores de
campeonato que fueron a la universidad becados. La disciplina parecía ser una virtud de la familia
Evanilla.
El viejo alter ego de Boxer apenas había acabado de meterse algo de oxicodona y anfetas cuando
un guardia abrió la puerta y le dijo que alguien estaba esperándolo para hablar con él. René volteó a
ver su camisa y vio que estaba empapada por la subida de las drogas. «Me puse unos lentes, una
gorra de béisbol muy bien metida en la cabeza» como para ocultar su deteriorada condición física.
Evanilla estaba sentado junto al investigador de pandillas Steve Preciado y su teniente cuando
René entró a la habitación.
«¿Cómo has estado?».
«¿Qué onda, mano?» dijo Evanilla para saludarlo y extendió el brazo para darle la mano. Le
divertía a René que Evanilla siempre utilizara lenguaje de la calle para hablar con él. El tipo no
podía actuar o verse más como policía, pero René «lo respetaba» como uno de los buenos tipos.
«Quítate los lentes», le ordenó el oficial alto.
René se los quitó lentamente de la cara.
«¡Estás drogado!», dijo Evanilla. No era una pregunta.
«No», mintió el agotado desertor.
«La estás cagando, René».
«Nostoy usando».
La mentira salió igual de fácil la segunda vez, pero sabía que nadie le creía. Preciado y su teniente
se reían con desprecio. Habían grabado sus llamadas telefónicas y sabían todo sobre su negocito de
tráfico de drogas que llevaba varias semanas de haber iniciado. Habían descubierto a René y le
retiraron las visitas por tres años además de que tuvo que irse a la segregación administrativa como
castigo. Sabía que ya estaba acabado con la use. Evanilla no podía dar más que un informe negativo.
En los nueve meses que pasó en «el hoyo», René no dejó su hábito de drogas. Era un círculo
vicioso. «Negociaba y vendía todo lo que tenía para comprar heroína o anfetas». Si no lograba
conseguir la droga que quería, «usaba codeína o vino para tranquilizarme». Fue más de lo mismo
cuando regresó al patio de CP . Un día miró alrededor de su «casa» [la celda] y no había ya nada.
«Vendí todo lo que tenía a cambio de drogas».
René hizo una cita para hablar con David Foote, el teniente de su patio.
«Sáqueme del bloque de drogas y póngame en el bloque cristiano», le rogó.
Poco tiempo después, René entró a un bloque donde estaban muchos de los prisioneros que se
habían vuelto cristianos.
«¿Te acuerdas de mí? —preguntó una voz—. Soy el tipo que te dijo que Jesús te amaba».
Era Johnny Durán, de San Diego, un año y medio después de que Enríquez se lo encontró en el
patio. «Sí», respondió René. Necesitaba llegar a un sitio seguro.
Pasó dos semanas sin usar drogas. Tuvo una recaída y usó una vez más heroína y después se
mantuvo sobrio durante un mes. En diciembre de 2005, unos nuevos visitantes llegaron a verlo y le
ofrecieron otra oportunidad de cambiar su vida.
Tres oficiales del sheriff del condado de Los Ángeles, miembros de un equipo de fuerzas
especiales, estaban esperándolo. Tenían un diagrama de flujo que delineaba la operación de drogas
del miembro de la Mafia Mexicana, Darryl Baca.
Uno de ellos era un joven oficial de voz suave y trato amistoso llamado Jeff Bosket, el hijo de un
detective de homicidios. Preguntó: «¿Nos puedes ayudar con esto?».
René no perdió un instante en responder.
«Sí», dijo. No quería hacer perder el tiempo a estos policías. Tal vez eran su salvación.
El agente del FBI, Glen Hotema, quien había hablado con René dos años atrás, no había pasado por
alto el valor que tenía. Le recomendó a estos oficiales de fuerzas especiales que se dieran una vuelta
por Lancaster. Bosket le dijo a René: «Okey, entonces luego regresamos».
«No —les rogó—. Saquen una orden de la corte y llévenme con ustedes».
En los años siguientes, Bosket se convirtió en el guardián de confianza, el policía principal, el
consejero y el cuidador de René, todo en la misma persona.
El 22 de diciembre de 2005, el detective Jeff Bosket, con una pistola de electrochoques y una
Baretta de 9 mm, y el detective Joe Villanueva, armado con su propia Baretta de 9 mm, escoltaron a
René en un carro encubierto y lo llevaron a la subesestación del sheriff del condado de Los Ángeles
en Lancaster. Ahí el ex mafioso y dos oficiales se subieron a un helicóptero de la DEA y volaron a
otras instalaciones penitenciarias al Este del centro de Los Ángeles. Durante meses se mudó de una
estación a otra, en parte por su propia seguridad.
En febrero de 2006, René recibió una de esas llamadas que temía en sus sueños. Su padre había
sufrido un infarto. «Perdí la compostura y me puse a sollozar en el teléfono. ‘Mi pa se está muriendo.
No quiero que se muera mi pa’». El padre no murió, pero sí se quedó con una discapacidad del
habla. Era difícil entender lo que decía. «Después del infarto, la primera vez que hablé con él, no era
mi papá. No era el mismo hombre. Fue muy triste». Le había tomado años dominar la ira que sentía y
abrirse a la comunicación con su padre y ahora era casi imposible tener una conversación con él. No
era solamente triste sino muy irónico también.
Entonces, el ocho de agosto de 2006, mientras René estaba temporalmente en la Cárcel del
Condado de San Bernardino, Bosket se enteró de un plan de ejecución. Según el detective, otro
miembro de la Eme, que estaba alojado en la misma instalación pero en un diferente nivel, se valió
de otro prisionero para hacer llegar un mensaje a un Sureño de una celda cercana a la de René. El
mensaje le ordenaba al prisionero que matara a Boxer. No quedaba duda de que la mafia aún lo
quería ver muerto.
Mientras tanto, René continuó trabajando con las fuerzas de la leyes locales y federales en muchos
casos de la Mafia Mexicana.21 Tenían que ver con homicidios múltiples dentro y fuera de la prisión,
tráfico de drogas y extorsión. Fungía como un recurso invaluable y les proporcionaba conocimientos
específicos sobre el funcionamiento interno de la Eme y sus protagonistas. René Enríquez en efecto
se había convertido en una especie de consultor sobre la mafia que trabajaba en proyectos de fuerzas
especiales con nombres como «Operación Anaconda», «Operación Nocaut» y «Operación en el
Sombrero». Ha realizado una serie de videos de capacitación para grupos de impartición de justicia
locales, estatales y federales.
Sin embargo, su reputación de matón endurecido de la mafia lo seguía a todas partes y terminó
involucrado en una conspiración por asesinato. Durante su estancia en otra cárcel suburbana del área
de Los Ángeles en 2004, René fue compañero de un traficante nacido en Cuba llamado George
Martínez, que lideró una operación de tráfico de narcóticos que ingresó varios kilogramos de cocaína
desde México hasta los Estados Unidos y Canadá. Martínez, de treinta y siete años de edad, vivía en
una casa valuada en 2,5 millones de dólares en Downey y era dueño de restaurantes, edificios de
departamentos y una flotilla de autos de lujo que incluía un Mercedes-Benz blindado y un Spider de
Ferrari. Las intervenciones telefónicas instaladas por las fuerzas especiales federales dieron como
resultado una confesión de Martínez en la cual decía tener ganancias de al menos 8 millones de
dólares antes de que lo arrestaran en 2004. René dice: «Martínez creía que su esposa le robaba el
dinero que tenía escondido, que estaba golpeando a los niños y que se acostaba con su abogado
mientras él estaba pudriéndose en la cárcel». La extravagante mujer tenía equipaje de 250 mil
dólares de Louis Vuitton. Martínez contrató a René para que la matara por 100 mil dólares: «Me dio
las instrucciones por escrito diciéndome cómo debía hacerlo. Quería que le disparara, pero no frente
a los niños, y solicitaba que el cuerpo fuera tirado en México con una nota en el pecho que dijera
‘Sigue hablando, soplón’». René se quedó con la nota como prueba y en varias ocasiones usó un
micrófono oculto bajo su suéter Calvin Klein o escondido en los shorts Billabong. Todo lo hizo bajo
la tutela de Bosket y otros oficiales de las fuerzas especiales. A René le parecía «muy estresante,
pero los oficiales me convencieron de que estaba salvándole la vida a la mujer». George Martínez,
que ya tenía una condena de décadas, ahora se enfrenta a un nuevo juicio y mucho más tiempo en la
prisión.

21 Algunos todavía están activos y no pueden discutirse en este libro.


41

Ser más
En el asiento trasero de un coche sin identificaciones de la policía, René se dirigió por la autopista I-
10 hacia la sala de la corte federal en Los Ángeles para reunirse con agentes del FBI y Fiscales
Federales asistentes. Iba con grilletes, cadenas en la cintura y esposado, pero podía ver con libertad
lo que sucedía. Era una de esas raras oportunidades que tenía de ver el mundo exterior. La carretera
estaba congestionada, pero le gustaba. Los automóviles lentos le daban la oportunidad de estudiar las
caras de los conductores molestos con el tráfico o hablando por sus teléfonos celulares. Vio a una
mujer que iba cantando de buen humor, pero la mayoría de las expresiones eran de amargura y prisa.
Sin embargo, para un hombre cuyo día terminaría de vuelta en un encierro de concreto, esto era la
vida real. «Esta gente no se da cuenta que es una bendición poder estar en el tráfico, aunque
conduzcan un auto viejo y destartalado —dice René—. No creo que sepan eso, que saboreen el
momento y que piensen que es un día hermoso. Cada día ofrece una nueva oportunidad de lograr algo
positivo, de aprovechar la vida». El auto de los policías salió por una rampa y entró a una calle del
centro. Había una joven madre caminando con su hijo y un hombre que paseaba a su perro. Clientes
hambrientos esperaban fuera de un carrito de tacos en una esquina. René observaba todo: «Estas
cosas para mí son la vida. La gente las pasa todos los días y las toma por sentadas». Los detectives
se detuvieron en un semáforo. Un indigente negro y su novia estaban en la esquina con un carrito de
supermercado lleno de cacharros y un letrero que decía TRABAJAREMOS POR COMIDA. Sus ojos se
encontraron con los de René mientras él veía por la ventana y el hombre lo saludó con la mano. Se
sintió mal por ellos. Después empezó a preguntarse si realmente eran indigentes o adictos al crack en
busca de unas monedas para comprar su siguiente roca de cocaína. ¿Cómo puedes determinar eso?
pensó. Las personas que se preocupan por los demás se vuelven desconfiadas cuando se enteran que
el dólar que donaron realmente compra un trozo de droga y no de comida. Es un timo. René también
sabía que había personas dentro y fuera de las fuerzas de impartición de justicia que «pensaban lo
mismo» sobre él y su deserción de la mafia.
El carro se detuvo en un estacionamiento subterráneo en el Edificio Federal. El viaje había durado
aproximadamente una hora entre el recorrido de la autopista y las calles céntricas. «Me divertí
mucho», dijo René mientras se preguntaba al ver pasar a la gente con sus apresuradas vidas, «si
realmente se daban cuenta de la bendición que era seguir con vida».
René Enríquez sabía que era muy probable que muriera tras las rejas después de pasar la mayor
parte de su vida en la prisión. Había ya cumplido más de dieciocho años de su sentencia de quince
años a perpetua y casi no tenía oportunidad de lograr alcanzar la libertad condicional considerando
su famoso pasado mafioso. Ahora, a través de su cooperación con la ley, tenía esperanzas de poder
ser libre algún día.
No quería terminar igual que su mentor Daniel «Black Dan» Barela, que murió solo en su celda el
17 de enero de 2007. Los guardias de la Penitenciaría de Victorville en California, vieron en las
cámaras de vigilancia cuando el mafioso de sesenta y un años salió para ducharse. Media hora
después de que Barela regresara a su celda, los oficiales lo encontraron boca abajo en el piso sin
pulso, sin respirar y le «salía vómito de la nariz y la boca». Lo llevaron en ambulancia al Hospital
Comunitario de Victor Valley a la sala de emergencias. Cuatro agentes federales armados vigilaban
la puerta de su habitación cuando lo pronunciaron muerto por un ataque al corazón a las 11:25 a.m. El
informe del forense indicaba que Barela tenía una «historia de abuso crónico de la heroína» y las
pruebas toxicológicas encontraron trazas de opiáceos en su sistema. También se registra el tatuaje en
la parte superior del brazo con forma de esqueleto con sombrero que «parece ser la Muerte».
El 12 de marzo de 2007, el hermano mayor de René, Marc, murió de complicaciones por el sida
después de años de abuso de heroína intravenosa. Estaba en el Instituto para Hombres de California
por una violación de su libertad condicional cuando cayó al suelo de su celda por convulsiones,
nunca recuperó la conciencia. Marc murió siendo esclavo de la aguja. «Se rehusaba a ir a
rehabilitación. Ya no parecía mi hermano. Marc ya no era Marc —se lamenta René—. Había sido un
hombre bien parecido pero se fue deteriorando. Nunca trabajó y pasó toda su vida adulta entrando y
saliendo de prisión, en la mayor parte de los casos por robos relacionados con drogas. El hermano
que René quería recordar era «el joven alegre que disfrutaba ir a pescar conmigo, que siempre se
quedaba con la chica, que no quería lastimar a nadie. Mi carismático hermano mayor, mi héroe».
Marc murió en prisión como un adicto sidoso.
Al final, Marc estuvo en coma y conectado a máquinas que lo mantuvieron vivo por varios días
hasta que los familiares le dieron la autorización a los doctores para desconectarlo. Su padre, madre,
hermana y el hermano menor, John, quien también superó su propio problema con las drogas, cambió
su vida y trabajaba como técnico quirúrgico, vinieron a visitar a René después de la muerte de Marc.
Las lágrimas caían como gotas de lluvia. «Nunca había llorado así frente a mi familia —dice René
—. No había visto a mi hermana Perla en dieciocho años y en cuanto la vi me solté llorando». Como
muchas otras familias destrozadas por las adicciones a las drogas, se derramaron muchas lágrimas
como símbolos de lo distinto que pudieron haber sido las cosas.
René ha estado sobrio desde noviembre del 2003 y está decidido cuando menos a no morir como
cualquier adicto de la cárcel. Unos dos años y medio después de salir de la mafia, por primera vez
en su carrera de prisión, participó voluntariamente en una evaluación de salud mental con un
psicólogo forense del Estado. La doctora Elaine L. Mura le preguntó: «¿Qué cambiaría si pudiera
cambiar una sola cosa de su vida?» Su respuesta fue: «El abuso de las drogas, si no hubiera usado
drogas, las posibilidades hubieran sido infinitas… Creo que el abuso de drogas es un portal a la
Mafia Mexicana». Ya no quiere ser un adicto.
«Necesito ser más —dice René— no permanecer en mi peor etapa. No quiero matar a nadie nunca
más. Mi mayor anhelo es ser un mejor hombre. Quiero que mis hijos algún día puedan decir que su
padre es una buena persona que cometió muchos errores terribles pero que finalmente aprendió. Que
finalmente tuve un impacto positivo, que mis actos marcaron una diferencia».
En el otoño de 2004, los investigadores de pandillas de la Prisión Estatal de Pelican Bay
congelaron las cuentas fiduciarias de catorce miembros de la Mafia Mexicana en un esfuerzo por
evitar que los mafiosos utilizaran al Estado para lavar sus ganancias de narcotráfico. Los documentos
están sellados por un juez de la Suprema Corte y aguardan investigación, sin embargo, el miembro de
la Eme, Raúl «Huero Sherm» León, estaba al principio de la lista con 23 mil dólares en su cuenta,
uno de los dos carnales con más de 20 mil dólares en sus cuentas fiduciarias. Otros dos excedían los
10 mil y siete más tenían cuentas que iban desde 1700 hasta 5200 dólares. Las cuentas fiduciarias
fueron diseñadas para que los prisioneros tuvieran unos cuantos cientos de dólares a la mano para
comprar artículos de primera necesidad y alimentos. El especialista en pandillas, Devan Hawkes,
cree que los miembros de la Eme han estado lavando «millones de dólares» de dinero ilegal a través
de sus cuentas fiduciarias en las prisiones. Los investigadores quieren que la corte confisque estos
bienes.
En 2006, unos doscientos miembros importantes de las pandillas de prisión se mudaron a un
«pasillo corto» en Pelican Bay para interferir con las comunicaciones entre pandillas. Ahí los
mafiosos aislados estaban separados de los camaradas que normalmente hacían su trabajo sucio.
Todo su correo se monitoreaba y sellaba para que pudiera rastrearse de prisión en prisión,
permitiendo que los gángsters y sus cómplices fueran acusados por ordenar ataques o por organizar
asuntos de narcotráfico usando la correspondencia.
A unos cuantos miembros de la Mafia Mexicana les quitaron de manera absoluta las visitas y
varias esposas de la Eme también fueron marcadas para enjuiciarlas por apoyar e inducir las
actividades criminales. Devan Hawkes dijo que René Enríquez «fue el promotor para que esto [las
medidas para interferir con los negocios de la Mafia Mexicana] progresara».
René también trabajó con representantes de la Arquidiócesis Católica de la zona metropolitana de
Los Ángeles para educar a los grupos de derechos humanos y de reformas a la prisión sobre la Eme.
Dice que es común que los líderes «bien intencionados» de organizaciones cívicas no entiendan «con
quién están tratando cuando se trata de la Mafia Mexicana». Estos grupos pueden creer que están
promoviendo cosas positivas cuando apoyan las pláticas de paz o las huelgas de hambre enviando
cartas, faxes o correos electrónicos a los oficiales de prisión, pero la verdad es con frecuencia otra.
René dice que la mafia «utiliza la legitimidad y poder de las iglesias y los grupos de reforma
carcelaria solamente para sus propios intereses mafiosos. Los administradores de las prisiones
frecuentemente sucumben ante la presión generada por estas organizaciones válidas que están
haciendo la voluntad del mal sin darse cuenta. Cualquier cosa que tocamos [la Eme], la
corrompemos. Los promotores de los derechos humanos se quejan sobre los castigos crueles y
excesivos sin darse cuenta que estos tipos [en la UHS] son realmente asesinos. Si ponen a cinco juntos
alguien caerá muerto en el patio. Son asesinos cínicos, fríos, calculadores y brutales, personas de la
Eme que no tienen redención. Los bonachones deberían salir corriendo al verlos como si su vida
dependiera de ello».
René Enríquez sabía que la Mafia Mexicana es glorificada por decenas de miles de jóvenes, tan
sólo en el Sur de California, y quería cambiar esa percepción. «Tal vez ya no pueda ayudar a las
personas mayores porque ya han elegido su camino en la vida —dice René—, pero sí puedo cambiar
a los jóvenes». Tiene la esperanza de que al contar la sórdida verdad esto desaliente a otros de
cometer los mismos errores que él cometió. Mientras estuvo en Lancaster, ayudó a crear un programa
llamado Apoyo Educativo de Reclusos para Niños y Jóvenes (Prisoners Reaching Out to Educate
Children and Teens o protect). Es un proyecto con base en la prisión administrado por ex pandilleros
que se valen de mensajes videograbados y pláticas en persona en la prisión para que los chavos se
mantengan lejos de las drogas y las pandillas. En octubre de 2007, René, calificado por la corte
como experto en la Mafia Mexicana, testificó para Fiscales Federales en contra de un miembro de la
Eme y seis asociados en el primer caso de rico en contra de pandilleros en San Diego. Estuvo
nervioso durante días antes de dar su testimonio: «Fue muy difícil: es una lucha personal. Yo me
eduqué creyendo que no debía cooperar con las autoridades y aunque eso es lo que he estado
haciendo, mi subconsciente me ha estado molestando». Nunca antes había testificado personalmente
en un juicio penal en contra de un miembro de la mafia, ni de nadie más.
En el estrado «Empecé a sentir un gran nudo en la garganta. La voz me temblaba. Le dije a mi
mente No me dejes desmoronarme aquí. Fue lo más difícil que he experimentado». René estaba al
borde de las lágrimas cuando el Fiscal Federal Asistente, Todd Robinson, preguntó: «¿Esto es difícil
para usted?».
René empezó a tartamudear y le daba miedo parpadear porque eso tal vez liberaría todas las
lágrimas que se le acumulaban en los ojos. Volteó a ver al jurado y vio una mujer negra de mediana
edad: «Vio el agua en mis ojos y sintió lo que yo sentía. Estaba testificando contra quienes fueron mis
hermanos». Volteó todo el torso hacia el jurado y dijo: «Perdón, estoy muy nervioso». La sala de la
corte, llena de otros fiscales, agentes del FBI, policías de alto rango y otros impartidores de justicia,
se quedó en silencio. La madre del Fiscal Federal Robinson, que también estaba en la galería, le
diría más tarde a su hijo que René parecía «muy sincero».
El que fuese una vez miembro de la Mafia Mexicana en el juicio era Ricardo «Gato» Martínez. Era
el novio de la controvertida trabajadora social de Varrio Logan, Rachael Ortiz. Ella y Gato una vez
visitaron años antes a René en la Cárcel del Condado de L.A. René, viendo al acusado directamente
a los ojos, testificó que Gato era un «conocido miembro de alto rango de la Eme» con «treinta años
en la organización». Durante los cinco días de testimonio de René, recordó, Gato «me veía con una
mirada de abuelo. Sentí compasión por él. Estaba pasado de peso, canoso y se veía viejo. Sentí pena
por él. Y sentí que de alguna forma lo estaba matando».
Los Fiscales Federales al finalizar el juicio de dos meses terminaron con siete condenas, Gato y
seis asociados de la mafia. Los declararon culpables de varias ofensas de asociación delictuosa,
incluyendo homicidio, conspiración para cometer un homicidio, narcotráfico y lavado de dinero.
Semanas antes del juicio, otros dos se habían declarado culpables con cargos similares, incluyendo
al asesino Raúl «Huero Sherm» León. «Yo quería testificar contra Huero Sherm —dice René—.
Mató gente por razones insignificantes, ordenaba ejecuciones a la mínima provocación».
Después del juicio por asociación delictuosa, un supervisor del FBI le dijo a René: «Deberías
sentirte orgulloso de ti mismo». Otro le dijo a René que había testificado «mejor que un agente». Y
otro más le dijo que «sonaba como profesor universitario» cuando estaba testificando. Poco después,
René accedió a hablar en una sesión de capacitación para veintitantos Agentes Federales y Fiscales
en San Diego. Se sentía bien por esto.
René Enríquez ahora tiene una nueva vida en WITSEC, un programa de protección de testigos para
los prisioneros que cooperan y que siguen tras las rejas. «Todos los días de mis diecisiete años como
carnal me preocupé de las políticas de la mafia, de los motivos ocultos, de mis posicionamientos en
la sala de visitas, de mis enemigos y acusaciones, pero, sobre todo, de terminar en la lista. Sé que
sigo siendo un blanco prioritario para un ataque, pero ya no me molesta. Ahora estoy en paz. No me
la paso cuidándome las espaldas. Si voy a alguna parte y me matan, entonces viví y morí
violentamente. Así es como es. Pero hasta donde yo sé, nadie ha sido asesinado dentro del programa
WITSEC. Ahora no tengo que preocuparme sobre las opiniones o caprichos de los miembros de la Eme
que quieren matar sólo para verse bien. Me siento liberado. Así que, de cierta forma, soy libre. Me
siento bien conmigo mismo. Está bien ser débil. Mi debilidad es mi fortaleza».
«La vida en las pandillas —aprendió René— es como caerse a un abismo». No es vida. O más
bien, es una vida sin futuro. Una vida viendo siempre paredes de concreto. Una vida viendo por entre
las barras de acero con la esperanza de ver algo nuevo. Pero eso nunca llega. Lo que está ahí es la
posibilidad permanente, cuando se sale de la celda, de que tu último aliento te sea robado
rápidamente en una explosión de brutalidad. Estar encerrado en una celda de prisión y morir una
muerte violenta no son precisamente las mejores opciones, pero esas son las opciones para un
pandillero activo. La vida puede ser tanto más.
Mientras tanto, René Enríquez se sienta en la orilla del delgado colchón de su catre en una
pequeña celda y su mente está llena de arrepentimiento. Hay una nueva mujer en su vida, una vieja
amiga con quien se casó varios años después de desertar de la Mafia Mexicana, pero sólo la puede
ver durante las horas de visita un par de días a la semana. Otros parientes, ocupados con sus propias
vidas, rara vez vienen a verlo. Come cuando otros le dicen que puede comer. Las luces se apagan no
cuando él quiere dormir, sino cuando alguien más decide que es hora. Sus movimientos están
restringidos por una pesada puerta de metal que cubre la totalidad de la entrada de esta cueva
moderna en la que vive. Acepta: «si he de morir aquí [en la prisión], entonces así será, pero no
quiero morir en la prisión. Quiero morir en mi casa, con mi esposa y mi familia cerca, junto a mi
perro. Quiero ser como un tipo normal, aunque sea sólo por un día».
El tatuaje de La Mano Negra sigue destacando en su pecho, pero ahora le recuerda lo que fue, no
lo que está intentando ser. •
EPÍLOGO

DESDE QUE RENÉ ENRÍQUEZ DESERTÓ de la Eme, ha habido varios nuevos casos contra la mafia en el
Sur de California.
El 24 de abril de 2006, Darryl Castrejón de la Eme fue uno de los cuatro gángsters acusados en
conexión con un asesinato pagado por la Mafia Mexicana. El mafioso de cuarenta y ocho años de
edad fue descubierto como resultado de una vigilancia encubierta de la Agencia Interdisciplinaria
Metropolitana de Fuerzas Policiacas Especiales de Arresto de L.A. (Los Angeles Interagency
Metropolitan Police Aprehension Crime Task Force o LAIMPACT). El caso es uno de más de diez
presentados por impact después de que un aspirante a pandillero de dieciséis años de edad baleara a
un oficial de la Patrulla de Caminos de California cuando salía de la corte en Pomona. Castrejón fue
acusado de ser el líder del área que estaba controlada por una pandilla callejera relacionada con la
mafia llamada los Twelfth Street Sharkies.
El 16 de junio de 2006, el mafioso Raúl «Huero Sherm» León fue nombrado la mente maestra del
caso federal de San Diego de asociación delictuosa y conspiración de narcotráfico que involu cró a
treinta y seis pandilleros con vínculos a la Eme. La acusación presentaba una conspiración de
narcotráfico masiva y tres homicidios, incluyendo la ejecución de un extorsionista que decía ser
miembro de la Mafia Mexicana y un prisionero en una Prisión Estatal. Adicionalmente, los fiscales
acusaron a tres gángsters en relación con un tiroteo en el cual resultó herido un niño de doce años.
Fue la primera vez que los Fiscales Federales de San Diego se valieron de la ley rico para perseguir
pandilleros. El agente del FBI a cargo, Dan Dzwilewski dijo «Puesto de manera simple, son
terroristas callejeros urbanos que gobiernan con la violencia. Son lo más cercano que tenemos en San
Diego a la tradicional delincuencia organizada».
El 12 de septiembre de 2006, el miembro de la Eme, Rubén «Nite Owl» Castro y diez pandilleros
de Eighteenth Street fueron acusados en otro caso de asociación delictuosa federal en el cual se les
acusó de controlar el negocio de narcóticos en todo el lado Oeste de Los Ángeles. Los federales
dijeron que Castro, de treinta y seis años de edad, supervisaba la operación desde una celda en una
prisión federal de máxima seguridad en el nivel más alto, en Florence, Colorado, con frecuencia
conocida como «Supermax» donde cumplía una cadena perpetua. Los fiscales dicen que se giraron
órdenes a través de la novia de Castro quien también recolectaba la feria.
El 12 de diciembre de 2006, la DEA lideró el arresto de dos miembros de la Mafia Mexicana y
diecinueve asociados en el condado de San Bernardino en lo que se describió después como una
operación de tráfico de metanfetaminas de nivel nacional. Los agentes confiscaron un millón de
dólares en metanfetaminas, un millón en efectivo y cincuenta y seis pistolas. Salvador «Toro»
Hernández, miembro de cuarenta y dos años de la Eme, y su hermano de treinta y ocho, Alfred,
enfrentan cargos de conspiración criminal. Los agentes dijeron que San Bernardino se ha convertido
en el centro de las metanfetaminas producidas en México y distribuidas en los Estados Unidos.
El 18 de diciembre de 2006, Peter «Sana» Ojeda de la Eme, el mafioso que inició con la
organización de la cobranza de impuestos de pandillas en el condado de Orange, California, fue
sentenciado a catorce años en una prisión federal. El mafioso de sesenta y cuatro años era uno de los
veintiocho gángsters sentenciados entre dos y veinticuatro años como resultado de los
encarcelamientos federales por asociación delictuosa. Las acusaciones contenían docenas de delitos
ya que la organización de Ojeda cobraba impuestos a pandilleros y traficantes de las calles del
condado de Orange y en las prisiones y cárceles de ahí. Los que se resistían eran atacados por los
ejecutores de Ojeda.
El 27 de abril de 2007, otro equipo de fuerzas especiales compuesto por agentes de varias
instituciones arrestó a trece gángsters que canalizaban el dinero de los impuestos de Richard
«Psycho» Aguirre de la Eme, quien estaba cumpliendo una cadena perpetua en Pelican Bay. Los
investigadores dicen que dos camaradas leales a Aguirre obtuvieron por la fuerza el control de todo
el valle de Coachella, a unos 200 km al Noreste de San Diego, con asesinatos, asalto y allanamientos
con robo. Jovita Aguirre, de setenta y cinco años de edad, la madre de 1,55 m de altura de Psycho,
fue acusada de recolectar los pagos y pasar las órdenes a su hijo mafioso. Los policías confiscaron
cincuenta pistolas y una bomba casera armada durante una investigación llamada la «Operación Casa
Limpia». El juicio está pendiente.
Hay más investigaciones que se están trabajando y muchas evidencias para sugerir que la Eme está
expandiendo su poder e influencia por todo el país.
Empecemos con el sistema nacional de prisiones federales. Durante los casos rico a finales de la
década de 1990, los federales pensaron que estas acusaciones disminuirían el poder de la
organización de enviar a los miembros convictos de la Mafia Mexicana a todas las prisiones del
país, separados de la base del sistema de la Eme, en California. Daniel Vásquez, un ex director de
San Quintín que ahora trabaja como consultor, dijo «Lo único que parece estar haciendo es diseminar
la semilla, la semilla de una planta mala».
Ya hay una Comisión de la Eme federal independiente y formada por cuatro hombres. Los
comisionados son Rudolfo «Champ» Reynoso, Rubén «Rube» Soto, Phillip «Negro» Segura y
William «Willie» Gouvieia. Según René «tienen la máxima autoridad o palabra sobre los negocios
de la Mafia Mexicana en el sistema de prisiones federales, incluyendo la iniciación de nuevos
miembros». La inteligencia de las fuerzas de la ley piensa que Soto ya había establecido una relación
con el padrino italiano John Gotti en la Penitenciaría de los E.U. en Marion, Illinois, antes de que
«Teflon Don» muriera de cáncer.
El 21 de abril de 2005, la facción federal de la Eme demostró su presencia intrépida y violenta en
el sistema penitenciario de los E.U. Manuel «Tati» Torrez, un miembro de la Mafia Mexicana de
muchos años, de sesenta y cuatro años de edad, fue golpeado y pisoteado hasta morir por al menos
otros tres mafiosos en la prisión Supermax en Florence, Colorado. Esta instalación, a veces llamada
«el Alcatraz de las Rocallosas» fue construida para albergar a los criminales más famosos de la
nación. Era la primera vez en la historia de la prisión de diez años de edad que un recluso había sido
ejecutado por otros prisioneros. El forense del condado de Fremont lo describió como una golpiza
«despiadada» con graves heridas a la cara, cuello y pecho. No queda claro por qué fue eliminado
Torrez. Lo que sí es claro es que la Eme no dudó en hacerlo a plena luz del día en un patio minúsculo
de la penitenciaría más segura de la nación.
René Enríquez advierte que la Eme está «dispersándose como un cáncer incurable». Mientras
estuvo encarcelado en la Penitenciaría de E.U. en Marion, Ralph «Perico» Rocha de la Eme le
escribió en 2001 a René Enríquez a Pelican Bay utilizando palabras clave como que estaba:
«intentando entrar a NAFTA [clave para los carteles de las drogas de México] para expandir los
negocios en el extranjero y las fronteras… la familia [Eme] está intentando abrir más restaurantes
[negocios legítimos] en Colorado, Texas, Chicago, etcétera». Después de librarse de otro caso de
intento de homicidio a golpes en la corte federal, Perico salió en libertad condicional en marzo de
2007.
En febrero de 2008, Perico fue herido por una bala en las calles de Norwalk. Las heridas de
Rocha no fueron graves, pero los investigadores dicen que Jacko Padilla, el excompañero de celda y
amigo de René, ordenó el ataque. Dos meses antes, la esposa de Jacko y otros cinco fueron
arrestados y acusados por intento de homicidio. Querían eliminar a Rocha y otro mafioso por invadir
el territorio de narcotráfico de Padilla en el valle de San Gabriel. Su juicio sigue pendiente. Según
los policías, Rocha y Rafael «Cisco» González-Muñoz hurtaron decenas de miles de dólares de los
traficantes del territorio de Padilla. Los detectives del sheriff dicen que las órdenes de atacar a
Rocha provenían de Padilla que estaba en la Prisión Estatal de Corcoran y que Rocha sigue en la
lista. No se han levantado cargos.
En diciembre de 2005, el FBI abrió un Centro de Inteligencia de Pandillas Nacional en Washington,
D.C., para ayudar en la coordinación de una nueva «estrategia nacional contra pandillas» con fuerzas
de las leyes locales y estatales. Como sucedió con la Mafia Italiana en décadas anteriores, el FBI
llegó tarde a la fiesta. Sus intereses en la creciente amenaza de las pandillas aumentaron cuando
algunos miembros del grupo llamado La Mara Salvatrucha o MS-13, empezó a proliferar en el área
del Norte de Virginia /Washington D.C. Los MS-13 empezaron en Los Ángeles en la década de 1980
con un montón de refugiados de guerra salvadoreños y se empezaron a mover al Este, donde los
gángsters mataron a tres Agentes Federales y demostraron su gusto por cortar a las víctimas con
machetes. El Centro de Inteligencia de Pandillas Nacional calcula que hay ocho mil miembros de MS-
13 en los Estados Unidos distribuidos en treinta y un distintos estados con unos veinte mil miembros
adicionales en otros países. El FBI en 2005 formó una Fuerza Especial de Pandillas Nacional MS-13.
La ironía es que, según el sargento Richard Valdemar, sheriff retirado del condado de Los Ángeles,
posiblemente uno de los mayores expertos de la nación en la Eme y otras pandillas callejeras, es que
«La MS-13 son las ligas menores. La MS-13 le rinde tributo a la Eme. Ese número 13 marca la lealtad
de la MS a la Mafia Mexicana». Insiste que «la Eme son las ligas mayores, no la MS». El prominente
«13» que es parte del logo de la MS, de hecho, representa a la letra «M». Y esa «M» es de mafia, la
Mafia Mexicana. Ese «13» marca la lealtad a la Eme, al igual que la gran mayoría de otras pandillas
latinas del Centro y Sur de California.
Albuquerque, Nuevo México, fue azotado por una plaga de violencia en 1995 que frustró al
personal local de la policía. La tasa de homicidios se duplicó cuando pandilleros de Los Ángeles
tomaron el control del tráfico de crack en un área de alta delincuencia del Sureste de Albuquerque de
por sí ya conocida como la «Zona de Guerra». Un gángster de L.A. dijo: «Cuando fuimos allá, fue
como si fuéramos un gran misil. Y ellos estaban con la guardia baja. No tenían ni siquiera balas
cuando entramos con el misil». El detective Rich Lewis, un policía de la ciudad de Albuquerque
trabajó con el agente de la ATF, Gary Ainsworh, durante cuatro años para descubrir el mayor caso de
delincuencia organizada en la historia del Fiscal Federal de esa ciudad. Más de cien armas fueron
confiscadas, incluyendo AK-47, SSK, Mac-11 y subametralladoras Tech-9. Cincuenta acusados se
fueron a prisión por homicidio, intento de homicidio y narcotráfico. Había una mezcla de cholos de
las pandillas del Sur de California del Este de Los Ángeles, el Oeste de Los Ángeles, Sur de Los
Ángeles, Norwalk, Duarte, Lennox e Inland Empire. Una roca de cocaína que en L.A. se vendía por
tres dólares se podía vender en veinte en las calles de Albuquerque. Los pandilleros ansiosos por
usar sus pistolas, muchos de ellos rivales en casa, trabajaron juntos para adueñarse del tráfico de
narcóticos de las calles de esta ciudad. Se identificaban normalmente como Sureño13, siendo el
«13» el símbolo de lealtad a la Mafia Mexicana, y algunas de sus drogas se pudieron rastrear a
traficantes de la Eme. Un líder de Lennox con vínculos a la Mafia Mexicana trató de mantener la paz
entre las facciones de Sureños y asegurar un continuo flujo de drogas.
Una clica asesina de una pandilla con base en Compton llamada Tortilla Flats entró con todo a
Oklahoma City en 2001 y rápidamente se valió del asesinato, las amenazas y la violencia para
dominar a los traficantes locales. Los equipos fuertemente armados iban liderados por un asociado
de la Mafia Mexicana que orgullosamente posaba para las fotos con su rifle de asalto. Junto con las
grandes cantidades de metanfetaminas y cocaína, con un valor estimado en las calles de cuatro
millones de dólares, los policías confiscaron suficientes explosivos C-4 para volar un pequeño
edificio. Un equipo federal de fuerzas especiales encarceló a dieciséis acusados en la prisión con
condenas que iban de los cuatro a los treinta años. Uno de los pandilleros convictos, que no quiso ser
identificado, dijo «Fuimos enviados por la mafia».
Eighteenth Street, la pandilla con unos veinte mil miembros del área de Los Ángeles, también ha
sido identificada por el FBI como un «grupo prioritario» para la Estrategia Nacional contra las
Pandillas con vínculos a miles de otros miembros en El Salvador, Honduras, Guatemala y México.
Eighteenth Street tiene una galería de desadaptados entre los líderes de la Eme que influye en sus
operaciones, incluyendo a Rubén «Nite Owl» Castro, Jorge «Huero Caballo» González, Felipe
«Chispas» Vivar y Frank «Puppet» Martínez.
Los Fiscales Federales sostienen que Puppet Martínez recibió 40 mil dólares al mes por pago de
impuestos durante la mayor parte de la década de 1990, incluyendo los tres años que pasó en la
Prisión Estatal de Pelican Bay. Bruce Riordan un ex Fiscal Federal asistente de Los Ángeles que
trabajó en el caso de Puppet, dijo que los Eighteenth Streeters estaban a cargo de la operación del
narcotráfico «como una franquicia de McDonald’s. Estaban ocupados todo el día». Los Columbia Lil
Cycos, una pequeña clica de Eighteenth Street que operaba desde un diminuto vecindario en el área
del Parque MacArthur justo al Oeste del centro de Los Ángeles, ganó unos 250 mil al mes durante
ocho años. Los traficantes de Eighteenth Street tienen turnos para que las drogas puedan venderse en
las calles veinticuatro horas al día. Los federales, durante el caso RICO, averiguaron que los
recolectores de renta ganaban entre ocho y diez mil dólares a la semana. Los pandilleros jóvenes en
ascenso, se llevaban unos mil a la semana para ellos solos. Anthony «Coco» Zaragoza, un matón
dedicado con un «18» tatuado en la cara, recibía casi 300 mil al año mientras estuvo encerrado en la
prisión.
Luis Li, un exfiscal asociado federal en el caso contra los Lil Cycos dijo: «Se organizaron de
manera similar a la delincuencia organizada de la Costa Este. Y les encantaban todos los lujos que
esto conllevaba». Un líder de las pandillas que vivía en un compuesto lujoso de Burbank, tenía una
foto enmarcada del actor Al Pacino como El Padrino en la pared de su oficina. Tenían carros
costosos de colección, camionetas, Mercedes-Benz, joyas elegantes, jet skis y viajaban en
helicópteros. Los fiscales creen que los Lil Cycos estaban recolectando unos 4,5 millones de dólares
al año y los lavaban a través de un par de restaurantes, un lote de carros usados y un bar de jugos. La
contabilidad de las pandillas requiere que todo el dinero esté marcado para que la Mafia Mexicana
sepa quién paga sus impuestos. «Esencialmente lo dirigen como una corporación», explica Li.
Puppet Martínez, con la palabra eme tatuada en el pecho, estaba hasta arriba de la cadena del
dinero. El fiscal Li explica: «todas las decisiones pasaban por él». Los investigadores decían que
mientras Puppet estuvo en prisión en 1994, ordenó la ejecución de un asociado rival de la mafia que
trató de meterse a su territorio. Carlos «Truco» López y su tía, Donatilla Contreras, fueron
emboscados con subametralladoras AK-47 y los dejaron por muertos.
Los agentes del FBI descubrieron que la esposa de Puppet, Janie García, conocida como «La Jefa»
o «La Viuda Negra» tenía casi medio millón de dólares en efectivo escondidos en tres casas. Los
federales encontraron 10 mil dólares escondidos en la aspiradora y otros 40 mil en una bolsa de
lona. Lefty Cazales, otro recolector de impuestos, fue ejecutado en un salón de billar después de
faltarle al respeto a la Viuda Negra haciéndole un pago de 10 mil dólares en billetes de un dólar. El
equipo terminó con la vida de Lefty disparándole una ronda en la boca.
Bruce Riordan salió de la Oficina del Fiscal Federal de Los Ángeles en enero de 2007 como
subdirector de la Sección de Crimen Organizado y Terrorismo y aceptó la nueva posición de zar de
las pandillas en la Oficina del Fiscal de la Ciudad de Los Ángeles. Está de acuerdo con otros
expertos en pandillas al decir que las operaciones como la de Lil Cycos seguramente estaban siendo
replicadas por docenas y probablemente por cientos de pandillas callejeras de Sureños bajo los
auspicios de la Mafia Mexicana. Riordan dijo «la Eme es la empresa criminal más organizada de
Estados Unidos hoy y representa la mayor amenaza a la seguridad interna de la nación porque su
poder deriva de su control del sistema de prisiones en los niveles federal, estatal y local. Ese poder
ha crecido en vez de disminuir en los años posteriores al 11 de septiembre cuando las fuerzas de la
ley se distrajeron. La Eme estaba bastante golpeada a finales de la década de 1990 y principios de la
de 2000, al borde de la extinción, pero las fuerzas de la ley en todos los niveles se fueron del campo
de batalla y la Eme ha vivido un resurgimiento. Hoy están en la cúspide de la pirámide del crimen en
los Estados Unidos».
Desde 2005, los Fiscales Federales en Los Ángeles han enviado a cuarenta y un miembros de la
pandilla Vineland Boyz a prisión como parte de una investigación federal de asociación delictuosa
conocida como la «Operación Noche de Paz». La sentencia promedio iba de diez a veinte años en
prisión y quince acusados recibieron condenas de más de veinte años y cinco cadenas perpetuas. El
caso de los Vineland Boyz específicamente vinculaba a la pandilla con cuatro asesinatos, incluyendo
la ejecución de un policía de Burbank, y detallaba una operación de narcotráfico que se extendía
desde Hawaii a Indiana, Kentucky, Carolina del Norte y Nueva Jersey bajo el vigilante ojo de
Michael «Mosca» Torres de la Eme. Los Vineland Boyz durante años compraron medio kilo de
metanfetaminas por 7mil dólares y lo vendían en Hawaii por 25 mil.
Mientras tanto, según René Enríquez, Anthony «Tony» Palacios de la Eme estableció su negocio de
narcotráfico en Hawaii, Gilberto «Shotgun» Sánchez se mudó a Florida, Jaimie «Payaso» Tinoco está
ahora en Connecticut y un nuevo carnal que Enríquez sólo conoce como Mike fue iniciado en Nueva
York y se espera que se establezca allá y gane terreno para la organización.
También se han formado grupos de la Mafia Mexicana en Arizona y Texas.
Alrededor de 1974, los prisioneros hispanos de la Prisión Estatal de Arizona formaron una
pandilla que se llamó la Familia. Poco tiempo después, unos cuantos miembros de la Eme de
California fueron descubiertos y terminaron en la prisión de Arizona, donde le enseñaron a la
Familia cómo hacer negocios al estilo de la mafia. La Familia finalmente fue apoyada por la Eme de
California y se convirtió en la Mafia Mexicana de Arizona. Como diez años después, unos
delincuentes nativos de Arizona querían entrar a la Eme pero no les interesaba ninguna afiliación con
California. Iniciaron la Nueva Mafia Mexicana sin el apoyo de la Eme original. Los dos grupos son
acérrimos enemigos.
La Nueva Mafia Mexicana condujo un fallido plan de matar al director del Departamento de
Correcciones de Arizona en 1998. En 2000, dos miembros de la Nueva Eme fueron acusados de
matar a un oficial de policía durante un robo frustrado. Para 2003, más de una docena de miembros
de la Nueva Mafia Mexicana habían sido enjuiciados por los Fiscales Federales por decenas de
delitos, incluyendo asociación delictuosa, narcotráfico, lavado de dinero y la ejecución de ocho
prospectos a testigos así como un plan para asesinar a un detective de Phoenix que trabajó en la
investigación. Fueron enviados a la Oficina Federal de Prisiones. Frank Marcell, director de
inteligencia de la Oficina del Sheriff del Condado de Maricopa dijo: «Se anticipaba que estos
miembros quedarían en ‘la lista’ en cuanto pusieran un pie en el sistema de prisiones federal por el
feudo eterno con la Eme de Arizona aliada con California. Para sorpresa de los oficiales de
impartición de justicia y de correcciones que monitorean estos grupos, parece ser que esto no ha
sucedido. Todo indica que se ha establecido una tregua entre todas las facciones de la Mafia
Mexicana en Arizona y ellos, a cambio, han buscado a miembros de la Eme en California y el sistema
federal de prisiones. Este fenómeno es amenazante. Imagine las consecuencias de que todos los
estados del Suroeste queden bajo el ala y dirección de la Mafia Mexicana de California. Como un
sindicato criminal, no tienen rival, y parece ser que sus tentáculos ávidos de poder están
extendiéndose cada vez más lejos».
La rama de Texas de la Mafia Mexicana, llamada Mexikanemi, o la EMI, se formó a mediados de
la década de 1980. También inició en la prisión y tiene una constitución que describe al grupo como
una «organización criminal» que trabaja «en cualquier aspecto criminal o de interés para beneficiar y
hacer progresar a Mexikanemi. Traficaremos con drogas, cometeremos asesinatos a sueldo,
prostitución, robo en gran escala, apuestas, armas y todo lo imaginable». Las acusaciones federales
en 1993 y 1998 nombraron a más de veinte miembros importantes de Mexikanemi y sus asociados en
conspiraciones que involucraban la heroína, dinero sucio, armas y catorce asesinatos. Mexikanemi no
está oficialmente ligada con la Mafia Mexicana de California.
Mientras tanto, la Eme ha ido creciendo por años, principalmente fuera del radar de las fuerzas
nacionales de aplicación de las leyes y es una mafia en busca de un nuevo imperio criminal. René
Enríquez confirmó los miedos de las fuerzas de la ley: «Los comisionados de la mafia del sistema
federal y los líderes de la Prisión Estatal de Pelican Bay quieren establecer un tratado con las
organizaciones criminales hispanas, es decir, con los Latin Kings en el Este, con el Texas Syndicate
[en el] Centro-Oeste y el Suroeste, con Nuestra Familia al Norte de California así como con las
facciones establecidas de la Eme en Arizona, Nuevo México y Texas.
El objetivo de un tratado sería controlar la distribución para todos los carteles principales así
como expandir la influencia de cada organización a un nivel nacional en vez de regional. En cinco o
diez años se verán los frutos de todo esto. Esto es el nuevo terrorismo doméstico. La mafia es como
un tumor maligno, lenta y silenciosamente haciendo metástasis y metamorfoseándose».
El Departamento de Justicia calcula que hay 30 mil pandillas en los Estados Unidos con 800 mil
miembros que tienen un impacto en unas 2500 comunidades. Alrededor de la mitad de estos
pandilleros son de ascendencia hispana. René Enríquez dice que la Eme quiere participar en toda
esta actividad.
Chris Swecker, director asistente de la División de Investigación Criminal del FBI, le dijo a un
comité del congreso en abril de 2005: «Las pandillas de California, en particular del área de Los
Ángeles, tienen una gran influencia en las pandillas mexico-americanas y centroamericanas en este
país y en América Latina». Esto no es ninguna noticia para los miembros de la Eme.
Al mismo tiempo, las agencias de impartición de justicia calculan que el número de pandilleros
latinos tan sólo en el Sur de California es de unos 100 mil. Es posible que la Mano Negra de la
Mafia Mexicana alcance a todos los que se llaman Sureños. Es un ejército nada despreciable
comprometido con la comisión de delitos y existe evidencia irrefutable de que de verdad están
moviéndose por todo el país infectando a nuestra población con drogas, muerte y un diabólico
sentido del deber.
El experto en pandillas Richard Valdemar ofrece esta idea: «Lo que vemos hoy [en la Mafia
Mexicana] es igual a lo que fue la Mafia Italiana en las décadas de 1920 y 1930. Iban ya hacia otro
lado. Gracias a Dios la mayoría son adictos a la heroína. Evita que hagan lo que tienen el potencial
de hacer».
René Enríquez también habló sobre este mismo tema: «No creo que el público comprenda las
ramificaciones de lo que ahora es la Mafia Mexicana, y en este momento apenas está surgiendo. Se
ha empezado a iniciar a tipos que no estén condenados a cadena perpetua y que no usen drogas. La
organización apenas tiene cincuenta años. Hay que tomar eso en cuenta al compararla con la mafia
italiana que lleva cientos de años de existir».
Brian Parry, el ex asistente especial del Secretario Asistente del DCC y ahora consultor dijo «la
Eme es la nueva La Cosa Nostra».
El potencial es atemorizante. No hay más de 150 o 300 miembros iniciados de la Eme, pero en el
Sur de California su ejército de leales pandilleros latinos se cuenta por las decenas de miles. La
Cosa Nostra en los Estados Unidos nunca tuvo algo ni siquiera cercano a esas cifras.
El zar de las pandillas de la ciudad de Los Ángeles, Bruce Riordan, tiene más que decir: «Los
‘hermanos’ individuales de la Mafia Mexicana tienen un poder en las prisiones de la nación y en las
calles que haría sonrojar a Tony Soprano. Los Soprano son un ejercicio de nostalgia. Hoy en día el
poder real está en la Sureño Nation y la Sureño Nation está regida por la Eme. La Cosa Nostra no
tiene influencia en las prisiones de la nación, no tiene influencia en el Suroeste, y no tiene influencia
en las pandillas callejeras. La Eme tiene influencia en las tres y está usando ese poder para controlar
el narcotráfico de toda la nación. La Eme decide para los traficantes del Suroeste y los traficantes
obedecen. La Cosa Nostra le cedió el narcotráfico a la Eme y la Eme aprovechó al máximo esa
decisión».

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