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Chris Blatchford
Mafia chicana
memorias de René «Boxer» Enríquez
ISBN: 978-607-480-280-1
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prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de
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informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
Dedicado a Martha de René
Proverbios 3, 15
PRÓLOGO
EL 22 DE MARZO DE 2002 deserté de la Mafia Mexicana. En aquel momento, era consciente de que esta
decisión cambiaría mi vida, pero no tenía idea de cuánto. Ahora vivo escondido, a unos 1500 km de
distancia de la Prisión Estatal de Pelican Bay, mis viejos rumbos, y mi vida es muy distinta a lo que
era antes, cuando era Boxer de la Mafia Mexicana.
Hoy simplemente soy René Enríquez. Ya no soy mafioso ni líder de un equipo de matones y
traficantes, sino un tipo común y corriente que emerge poco a poco de un abismo oscuro y maligno
para reintegrarse a la humanidad. La transición ha sido un gran reto, algo así como lo que sentiría
Superman si estuviera convirtiéndose en Clark Kent para siempre. Pero con cada día que pasa siento
que voy acercándome un poco más a la normalidad. Ya no tengo que despertarme con miedo a las
políticas de la mafia, ni conspirar para matar a otros antes de que conspiren para terminar conmigo.
Ya no tengo la necesidad de traer siempre algún objeto punzocortante, como cuando estaba en
prisión, en perpetuo estado de alerta. Tampoco debo cuestionarme continuamente los motivos de mis
supuestos carnales,1 hombres de corto intelecto incapaces de superar sus nociones megalómanas de
merecerlo todo.
Aunque sigo tras las rejas, mi vida ahora posee una auténtica dulzura, tan ajena que casi supera mi
capacidad de describirla con palabras. Sin embargo, puedo decir que hoy los placeres simples
poseen mucho más valor para mí. Cosas que ya no esperaba sentir nunca más me han enriquecido:
tocar el cabello de mi esposa, el olor del perfume en su cuello, la calidez ocasional de un abrazo de
mis padres y los besos de mis hijos. Todas estas experiencias las perdí durante mis años en prisión
cuando, en las visitas, una ventana de vidrio me separaba de mis seres amados. Ahora, en las
condiciones en las que vivo, incluso puedo disfrutar de la comida casera con cierta regularidad. Y,
para un hombre que ama la comida, esto es el verdadero paraíso.
Lo más importante es que he resurgido de las cenizas de mi vida pasada para llevar a cabo una
misión más noble, a mi parecer. Cada vez que tengo la oportunidad, intento educar a las fuerzas de la
ley, a los académicos, a los especialistas en la conducta y al público en general sobre la amenaza
nacional del terrorismo urbano en las calles así como del crimen organizado no tradicional.
Los tentáculos de la Mafia Mexicana sobrepasan las paredes y alambrados de las cárceles y llegan
mucho más lejos. Es triste notar que su influencia continúa generando violencia escolar entre negros
y latinos, así como guerras entre pandillas callejeras. La subcultura inspirada por la mafia destruye
nuestro bien más preciado: las mentes de los jóvenes.
Estoy seguro que habrá escépticos que consideren este libro como una simple glorificación de la
Mafia Mexicana y la violencia de las pandillas. Yo pienso lo contrario. Exhibir su cruda brutalidad
en las páginas de este libro es un intento de restarle encanto a la filosofía de las pandillas que
muchos jóvenes adoptan como un sistema aceptable para modificar su estatus social.
Si la publicación de esta historia convence a alguien de abandonar este estilo de vida, si incrementa
el conocimiento de algunos policías o si le brinda información a unos cuantos educadores, entonces
el autor y yo habremos cumplido nuestra misión. Por otra parte, estaría cometiendo un error si no
reconociera que las miles y miles de víctimas de la carnicería entre pandillas son resultado, en gran
parte, de la brutalidad de la Mafia Mexicana. Reconocer mi responsabilidad personal en los veinte
violentos años que pasé dentro del crimen organizado y en el impacto negativo que esto ha tenido en
otros es, apenas, un pequeño paso en mi largo recorrido hacia la liberación.
He contado estas historias de horror de la Mafia Mexicana varias veces, pero nunca las había visto
impresas. Leí el material de una sentada y verdaderamente me turbó. Me sorprendieron mi propia
inhumanidad, mis actitudes caprichosas y mi falta de compasión. No fue fácil para mí observar la
forma animal en que vivía y mucho menos digerir lo que ahí leía. Adquirir la conciencia de que
haberme dedicado únicamente al crimen y a la violencia fue doloroso.
Mi intención era mostrarle a la gente los peligros de la mafia tras mi deserción, pero sucedió algo
curioso durante este proceso: terminé aprendiendo sobre mí mismo. Habrá quien piense, y lo
entiendo, que mi conversión es sólo un ardid manipulador para salir de la cárcel. Sin embargo, no
pretendo engañar a nadie. Los lectores formarán sus propias opiniones sobre René Enríquez. Quizás
muchos me consideren un monstruo y eso lo puedo comprender. Hubo un momento en que deseé que
el autor mitigara un poco mi responsabilidad y me «pintara mejor» para no parecer tan ruin. Pero
poco después, al inicio de este proyecto, entendí que «no hay cisnes en las alcantarillas». Esta
historia tenía que contarse como la escribió el autor, con todo y mis defectos.
Independientemente de la forma en que se me retrata en el libro, los que me conocen mejor pueden
ver que he cambiado y mejorado. Mi nueva esposa tiene mucho que ver en esto. Mientras
conversábamos durante una de sus visitas, me dediqué a despersonalizar a mis víctimas
argumentando que todas caían en la categoría que llamo SVH: «sin víctimas humanas». «Eran
mafiosos —dije—, no le hice daño a nadie». Ella reaccionó con enojo. «¿Cómo te atreves a decir
eso? Alguien amaba a estas personas. Eran hijos, padres o esposos». Después me planteó una
pregunta que me hizo reflexionar: «¿Cómo te sentirías si alguien matara a uno de tus hijos, René?»
Me quedé sin palabras, estupefacto. Mi esposa, en una explosión de ira, me dejó a la vista una
cualidad negada a todo mafioso: la empatía.
Sé que no soy ningún cisne, pero también sé que no quiero seguir viviendo en las alcantarillas. Habrá
quien diga que no soy tan distinto de los criminales que se describen en las páginas de este libro.
¿Qué ha cambiado en mí? Al menos elegí salirme de la alcantarilla, ellos siguen ahí dentro. Es
probable que tenga que pasar el resto de mi vida pagando por mis malas decisiones, ya sea encerrado
en la prisión o atrapado emocionalmente con los terribles recuerdos de lo que me he hecho a mí
mismo y a otros. Sin embargo, me consuela un poco saber que soy un mejor hombre que ayer, y que
intentaré ser un mejor hombre mañana. Esto se lo debo a mi esposa dedicada, mi familia, que hace
años debería haberme abandonado, y a los oficiales de la ley y abogados que se interesaron en mi
caso, que creyeron en mí y que me dieron otra oportunidad para alcanzar la liberación. Y por último,
me lo debo a mí mismo.
Hoy soy un hombre común y corriente: un hijo, un esposo, un padre, un abuelo. Y, por primera vez en
mi vida, eso me basta.
1 Mexicanismo para denomina a un amigo. «Mi carnal», es decir, «mi querido amigo»
INTRODUCCIÓN
ERAN LAS ÚLTIMAS HORAS de un largo día de octubre en 1995. El teléfono de mi oficina empezó a
sonar. Acababa de presentar el tercer segmento de una larga historia de investigación donde narraba
cómo un triple homicida convicto, fungiendo como su propio abogado, estaba abusando del sistema
de la corte para facilitar sus negocios como miembro de la Mafia Mexicana. Este caso detonó el
lanzamiento de la «Operación Pelícano», un operativo costoso, secreto y de alta seguridad en el cual
se transportó a más de una docena de los peores presos de «alto riesgo» de California, incluido René
«Boxer» Enríquez, a quien describí como un «famoso asesino a sueldo de la mafia».
En el pasado, explorar diferentes historias sobre el crimen organizado ya me había generado una
considerable cantidad de llamadas furiosas así como varias amenazas de muerte. No tenía ganas de
recibir otra más, así que dudé antes de levantar el auricular. Pero lo hice.
Del otro lado de la línea escuché a una mujer enérgica que me soltó un torrente de insultos. No le
había gustado lo que vio en la televisión, en especial la forma en que describí a René Enríquez. No
era la primera vez que este hombre ocupaba un lugar importante en mis reportajes sobre la Mafia
Mexicana, también conocida como la Eme. Antes había realizado un amplio reportaje en cinco partes
para un noticiero de la televisión así como un documental en octubre de 1991 sobre el resurgimiento
de la Mafia Mexicana y en ellos describía a Enríquez como un asesino brutal y un mafioso adicto a la
heroína. Durante la investigación que realicé para estos reportajes, entrevisté a un socio de Enríquez
y a otro individuo que recientemente había desertado de la Eme. Ambos hombres tenían experiencia
en la ejecución de ataques en nombre de la mafia. Me pareció muy interesante que los dos accedieran
a hablar sobre cualquier tema con una excepción, no responderían preguntas sobre Boxer Enríquez.
Ése era el tipo de miedo que provocaba.
En mayo de 1994, describí a Boxer Enríquez como un «matón de la Mafia Mexicana» en un
reportaje a fondo en cuatro partes sobre la 18th Street, la pandilla callejera criminal más grande de
Los Ángeles. Tenía unos veinte mil miembros, estaba involucrada en extorsiones, narcotráfico y
asesinato y tenía vínculos cercanos con la implacable Eme.
Entonces, la mujer enojada al teléfono se identificó: era Lupe Enríquez, la madre de Boxer. Insistió
que su hijo tenía un buen corazón y que no era el mafioso asesino que yo había descrito. Yo, en
cambio, sí que era poco menos que basura por estar desprestigiando a su amado retoño. Pensé que lo
último que me convenía hacer era insultar a la madre de un conocido mafioso, así que traté de calmar
su furia. Después de unos veinte minutos al teléfono, decidió que yo parecía ser un «buen hombre».
Lupe Enríquez entonces me sugirió que le escribiera a René y me dijo que probablemente podría
conseguir una entrevista con él que ayudara a alejar a otros jóvenes de los riesgos de la vida en las
pandillas. Así que redacté una carta y la envié a la cárcel de máxima seguridad de California.
Un mes después recibí una carta de dos páginas escrita a mano en papel legal amarillo proveniente
de la Prisión Estatal de Pelican Bay. La carta expresaba «un poco de sorpresa» ante mi acercamiento.
René Enríquez me informaba que conocía las historias que había realizado sobre él y que «no sentía
deseos de ser expuesto de esa manera». Sin embargo, profesaba comprender que yo era un
«periodista que solamente informaba sobre los acontecimientos». Rechazó amablemente mi solicitud
de una entrevista en televisión con un pequeño comentario: «No tengo interés en ser exhibido en las
pantallas con el título de ‘matón’ como parece ser que usted ha tenido a bien apodarme». Pero la
carta dejaba en claro que esto de ninguna manera debía hacerme sentir amenazado: «Esté seguro de
que no albergo ningún sentimiento negativo contra usted. Por último, quisiera agradecerle por la
cordialidad con la cual trató a mi madre. También aprecio la honestidad que mostró en su carta y su
disposición para ser franco. Valoro mucho la integridad personal de un hombre. Si siente la
necesidad, por favor no dude en contactarme en el futuro». Estaba firmada: «Sinceramente, René
Enríquez, ‘Boxer’».
En mayo de 1997, René me escribió para preguntarme si podía convertir a fotografías unas
imágenes en video que le tomaron en la corte. Se encontraba encerrado en una Unidad de Habitación
Segura (UHS) en la Prisión Estatal de Pelican Bay y no tenía autorización de tomarse fotos pero
quería mandar algo relativamente reciente a los miembros de su familia. Le hice ese favor y bromeé
con él diciéndole que las fotos del video de la corte seguramente serían mejores que las del archivo
policial. Poco después me envió una nota de agradecimiento que decía: «Tiene razón, son mucho
mejores que las del archivo». Junto al comentario dibujó una carita feliz.
Posteriormente, recibí una tarjeta de Navidad de Pelican Bay cada año y siempre envié una de
regreso. Los mensajes consistían en breves felicitaciones y deseos de lo mejor para las respectivas
familias. El legendario mafioso solía agregar una carita feliz como énfasis al final de los comentarios
graciosos.
Más tarde, en la primavera de 2003, me enteré a través de mis contactos policíacos que Boxer
Enríquez había desertado de la Mafia Mexicana. Para ser sinceros, nadie lo podía creer. Varios días
después, recibí una llamada en la oficina de parte de John Enríquez, el papá de Boxer. Me dijo que
René estaba interesado en escribir un libro sobre su vida en la mafia y que quería que yo lo
escribiera. ¿Me interesaba? La respuesta fue sí.
Días después me encontraba al teléfono con un hombre que conocía como ladrón, extorsionador y
asesino. Gracias a su conducta violenta había ascendido en el ámbito criminal hasta alcanzar el grado
más alto dentro del grupo reconocido como la principal amenaza del crimen organizado de
California: la Eme. Nunca antes habíamos hablado. La Mafia Mexicana es supuestamente una
organización secreta y sus miembros, que se auto-denominan «carnales», hablan con los medios de
comunicación conscientes de que podrían pagar con sus vidas. Llevábamos diez años intercambiando
correspondencia, así que no me sorprendió que fuese un hombre elocuente, cautivador y sociable. No
tardé en percatarme que no le gustaba el sobrenombre de Boxer y que prefería que se le llamara
René. Me habían advertido que era manipulador, y era verdad. Aún se regodeaba de su legendaria
reputación como mafioso, pero resultaba claro desde el principio que estaba arrepentido de algunas
cosas. Su gran inteligencia tampoco estaba en duda y en sus mejores momentos era encantador e
interesante. No era posible salir de una reunión con René sin preguntarse qué podría haber sido de su
vida si no hubiese elegido el camino de la delincuencia. Su alter ego, Boxer, había dominado su
existencia y me quedaba claro que estaba intentando redescubrir a René. Tuvo una recaída en su
adicción a las drogas tras cuatro años de haberlas dejado y hubo un periodo en el cual dudó sobre su
decisión de dejar la mafia. Desde 2002, René y yo nos hemos reunido en persona unas treinta horas
en total en distintos lugares y hemos pasado incontables horas al teléfono. A lo largo del último año
del proyecto del libro, hablamos casi diariamente. Nuestras conversaciones iban mucho más allá del
material para el libro. Hablábamos sobre la vida y lo que significa ser un buen hombre, un padre, un
hijo, un cristiano. Hubo momentos en que recordaba a sus amigos de la Mafia Mexicana, no sólo
como mafiosos, sino como personas. Nuestras conversaciones se sumergían en las profundidades de
la maldad, las drogas, las depravaciones y la muerte.
En la medida de lo posible para una relación limitada a conversaciones telefónicas o visitas en
prisión, nos llegamos a conocer. Me atrevería a decir, por impactante que pueda parecer, que se
desarrolló una amistad. No hay nada que yo admire del pasado criminal de René. Es triste,
desalentador y frustrante que tantos jóvenes elijan imitar el estilo de vida del mafioso. Boxer
Enríquez contribuyó a mantener vivo el mito de que la mafia es divertida, glamorosa, próspera y que
brinda una opción honorable de ganarse la vida. En los años venideros, espero que René Enríquez
haga lo posible por disipar ese mito. Al final, le corresponde a él, y sólo a él, demostrar que ha
cambiado. Su caso es, de hecho, un proyecto de prueba para intentar alcanzar la redención.
Gran parte de lo que se escribe en estas páginas proviene de primera mano de los relatos de René.
Sin embargo, mucha más información proviene de la investigación de miles de folios legales,
informes policiales, testimonios ante la corte, informes sobre la mafia, noticias publicadas y
entrevistas personales con los oficiales de administración de justicia, fiscales, abogados defensores,
parientes e informantes confidenciales. Procuré que la narrativa tuviera un flujo consistente, por lo
cual no siempre hice referencia de manera específica a todos los individuos que proporcionaron
información.
El escritor, pensador y estadista del siglo XVIII, Edmund Burke, dijo: «Para que triunfe el mal, sólo
es necesario que los buenos no hagan nada». En mis casi cuatro décadas de experiencia como
reportero, he visto demasiados buenos que no hacen nada, no sólo en el bajo mundo criminal, sino
también en el mundo corporativo. Me enferma.
A los miembros de la Mafia Mexicana o a los que se asocian con pandillas que tal vez se molesten
con este libro, les hago una pregunta: ¿Les gustaría que sus hijos vivieran esta misma vida? Yo creo
que me responderían que esperan que hagan algo mejor. La verdadera satisfacción no la alcanza
quien vive con drogas y se alimenta de sangre y violencia, siempre cuidándose las espaldas y
preguntándose si un amigo los apuñalará por la espalda o les meterá una bala en la cabeza. Por otro
lado, las paredes de las prisiones llegan a ser permanentes, no sólo mantienen a los presos dentro,
sino que los alejan de la vida productiva que eligieron no vivir. No dudo que haya quien se encuentra
del otro lado de la ley como consecuencia del maltrato recibido en el hogar durante la infancia. Otros
se aproximaron a la flama de la maldad por alguna injusticia, percibida o verdadera. A ellos sólo les
puedo decir: rompan la cadena de maltrato. Un hombre verdadero nutre el bien, no el mal.
Lupe Enríquez me pidió mencionar al inicio de este libro que no es mi intención culpar a nadie. No
estoy juzgando. Lo que intento hacer es una narración honesta sobre un hombre, su familia y la
organización criminal que contribuyó a moldear su vida. Lo cuento con la esperanza de que otros
puedan percibir las señales de alerta: que se lleven un aprendizaje al leer sobre estos errores y estas
vidas destrozadas. «No fue fácil —me dijo—, para ninguno de los involucrados». Aquí lo tiene, Sra.
Enríquez.
1
2 Ramón «Mundo» Mendoza, Mexican Mafia: From Altar Boy to Hitman (Los Ángeles: autopublicado, 2005), p. 15
3 íd., p. 16
4 Robert Morrill, The Mexican Mafia: The Story, p. 56
5 Robert Morrill informa en The Mexican Mafia: The Story que Joe Morgan recibió el disparo durante un asalto a un auto blindado que
estaba realizando levantamientos frente a una tienda departamental en un pequeño centro comercial del Este de Los Ángeles. Mundo
Mendoza piensa que sucedió durante el asalto a un banco.
6 En la fotografía están Gus Rivera, Luis «Huero Buff» Flores, Manuel «Tati» Torrez, Rubén «Rube» Soto, Ralph «Rafa» Mata, Daniel
«Dangerous Dan» DeAvila, Robert «Robot» Salas, Jimmy «Jimmy Joe» Lucero, Raymond «Chavo» Pérez, Richard «Richie» Ruiz,
Gilbert Roybal y Daniel «Spider» Arriaga.
3
7 Los carnales incluían a Steve «Serious Steve» Murillo de El Monte Hicks, Daniel «Cuate» Grajeda de La Rana, Bill «Hoss» Frisbee de
Clanton, Richard «Richie» Pinuelas de Brole, Rubén Barela de Orange, Michael «Oso» Contreras de Florencia, John «Kiko» Torres de
Hoyo Maravilla y George «Fat George» López de Riverside. El contingente de la Hermandad Aria incluía a John Stinson y Ricky
Turflinger.
6
El equipo de demoliciones
EL 17 DE ENERO DE 1984, Boxer Enríquez fue transferido a la Institución Vocacional Deuel en Tracy,
California, con una reputación en ascenso.
El primer día en el patio, dos carnales, «Kiki» de Primera Flats y «Gator» de Florencia, ambos
cuarentones, se le acercaron acompañados de un joven camarada apodado «Roy Boy». Roy Boy dijo:
«Oye, tú eres Boxer, ¿verdá? Queremos que te eches este trabajito ahorita».
Ni siquiera parpadeó. «Está bien. ¿Quién?».
La víctima de Boxer era miembro de una pandilla de Santa Mónica llamado «Ángel». No sabía por
qué querían hacerlo y no preguntó.
«Que te acompañe Puppet», dijo Gator. Francisco «Puppet» Martínez era otro pandillero
prometedor y pertenecía a la pandilla de la Westside Eighteenth Street de Los Ángeles. Tenía una
marca de nacimiento en la cara parecida a la del primer ministro soviético Mikhail Gorbachov por lo
cual lo apodaban «Gorbie».
El arma la habían fabricado afilando el mango de un rodillo de pintura; la barra de cromo rota
parecía un picahielos.
Puppet dijo: «Lo voy a detener y tú lo apuñalas».
«Está bien —dijo Boxer—, así lo hacemos».
Así de fácil fue. Encontraron a Ángel en las canchas de handbol y se le acercaron directamente.
Todo sucedió en plena luz del día justo ante las torres de vigilancia y frente a otros prisioneros, un
ataque kamikaze. Puppet sostuvo a Ángel y Boxer empezó a apuñalarlo una y otra vez hasta que el
mango del arma se desprendió y ya no servía. Eso fue lo único que salvó la vida de Ángel. Boxer le
pasó el metal ensangrentado a Puppet y se alejaron caminando. Se lo dieron a un tercer conspirador
que lo enterró en el pasto a unos treinta metros de distancia. Era el primer ataque por encargo de
Boxer: «En ese momento supe que iba ya en camino, me estaban considerando [para la Eme]. Era un
honor que me hubieran elegido para esta misión y me sentía excitado por el reconocimiento
inmediato que recibí en el patio como ‘hermano mayor’. Me sentía como si hubiera ganado una pelea
en el patio de la escuela pero magnificado cien veces. Sí, se sentía bien».
El siguiente encargo fue Ronald «Chainsaw» Hayward, miembro de un club de motociclistas
renegados conocidos como Los Vagos. Era un motociclista violento y descomunal, no por nada se
había ganado el mote de «Chainsaw» (sierra eléctrica). Boxer todavía era un joven flacucho. «Me
moría de miedo». Pero lo hizo de todas formas, nuevamente en un sitio abierto, estilo kamikaze,
apuñalando a Chainsaw hasta que su cuerpo ensangrentado de verdad quedó como si lo hubieran
pasado por una sierra eléctrica. «Es como una iniciación sangrienta. Alguien tiene trabajitos
pendientes, los vas haciendo y entonces ellos [los miembros de la Eme] ven que eres de fiar». Los
gángsters se refieren a esto como «invertir trabajo» o «ganarse los huesos». «Y, sí, siempre sientes
miedo antes de atacar, pero asusta más lo que te pasaría si te negaras a hacerlo».
Algunos otros mafiosos veteranos y rudos estaban encerrados en las unidades segregadas y no se
les permitía salir al patio en IVD. Enre ellos estaban Manuel «Rocky» Luna de Big Hazard, Frank
«Frankie B» Buelna de Primera Flats, y Senón «Cherilo» Grajeda de La Rana. «Nos delegaban
autoridad —dice Boxer— y nosotros nos encargábamos de todos los asuntos en el patio». Esto
significaba mover las drogas, asegurarse de que los kites llegaran a sus destinos, organizar pequeñas
guerras contra los rivales y encargarse de los ataques.
En IVD, Enríquez se encargó de unos veinticuatro trabajos bajo las órdenes de la mafia. Era como
si estuviera en campaña. Según la tradición, nadie debía proponerse deliberadamente ingresar a la
Eme, pero «todo lo que haces —dice Boxer— va contribuyendo a tu currículo». Los jóvenes
camaradas de IVD que obedecían las órdenes de la mafia y esperaban en secreto ser aceptados en sus
filas algún día, se conocieron como el «equipo de demoliciones».
Ninguna de las víctimas de estos ataques murió. Boxer aprendió que «no es tan sencillo como se
ve en las películas matar a un hombre con un cuchillo, así como se ve que llegan y de un movimiento,
shhp, shhp, y se alejan caminando como si nada. No, es brutal. Puedes sentir cómo entra el arma y lo
oyes. Gruñen. La vida se les va escapando. Ves cómo se les sale pero luchan, gritan y chillan. ¡Te
atacan! Matar gente no es tan fácil».
También resultaba claro que atacar a alguien en el patio de la prisión rara vez tenía consecuencias.
Para empezar, no había cámaras de video en los patios en aquel entonces. Los oficiales de la ley
compartían esa sensación de que esos pleitos eran algo así como los SVH, sin víctimas a humanas.
¿Para qué tomarse la molestia de acusar a un asesino que está matando a otro asesino? «Los
apuñalamientos eran tan comunes que ni siquiera aislaban la escena del crimen. Sólo recogían el
cuchillo y todo volvía a la normalidad. La consecuencia de un asesinato podía ser cuarenta y cinco
días en ais lamiento —como descubrió Boxer— o cuarenta y cinco días más para llegar a la fecha de
libertad condicional. Esto no significa nada para los que están purgando una cadena perpetua. Y a mí
no me importaba porque yo iba ascendiendo rápidamente a las filas de la Eme. Esto era más
importante que salir en libertad condicional».
Boxer y los otros miembros del equipo de demoliciones se consideraban soldados del ejército de
la Mafia Mexicana, invirtiendo trabajo, creciendo como una nueva cosecha de asesinos.
7
Con el paso del tiempo, Boxer se dio cuenta que estas reglas se rompían constantemente y que la Eme
no era en realidad la hermandad que pensó que sería. Todos eran supuestamente iguales, pero Boxer
pronto averiguaría que las cosas no eran así.
La Eme se va a Hollywood
LYLE Y ERIC MENÉNDEZ eran un par de hermanos que asesinaron a sus padres a escopetazos cuando
estaban comiendo fresas con helado frente a la televisión en su mansión de Beverly Hills. Durante
los dos juicios, se defendieron diciendo que su multimillonario padre, presidente de la compañía de
medios llamada Live Entertainment, había abusado de ellos durante años. El caso se convirtió en un
favorito de los noticieros nacionales y se hizo una película para la televisión. Los hijos, que jugaban
bien al tenis y competían en ese deporte, empezaron a vivir una vida de playboys después de asesinar
a sus padres. Esto fue hasta que un psiquiatra le dijo a la policía que los hermanos Menéndez habían
confesado su delito en la terapia. Finalmente, los acusaron de homicidio en primer grado y fueron
sentenciados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Los grandes narcotraficantes, las celebridades y las personas con dinero en la cárcel con
frecuencia son víctimas de las extorsiones de la mafia. Los hermanos Menéndez no fueron la
excepción. Después del ataque a Buenrostro, Topo Peters y Boxer hicieron su plan de manera
discreta. Estaban en una zona de alto poder en la fila G, un tramo de ocho celdas rodeadas de vidrio.
La comida era terrible. Les daban «bolas de yute», una dieta de castigo que consistía en alimentos
molidos con todos los nutrientes básicos comprimidos en un sólo bloque de alimento. La bola de yute
no es agradable a la vista y sabía peor.
Eric Menéndez estaba a una distancia relativamente corta en la fila F. Boxer y Topo le pasaron
veinte dólares con la orden de que les consiguiera unos dulces en la tienda de la cárcel. Por algún
motivo Eric fue descubierto y no pudo entregar la mercancía a sus nuevos conocidos mafiosos.
Boxer y Topo no tenían planes de atacar a los niños Menéndez por algo así de insignificante, pero
aparentemente los hermanos se asustaron por la situación. Eric se quejó con Leslie Abramson, su
abogada defensora, que la Eme lo podía matar. Ella a su vez se acercó a Cuate Grajeda justo antes de
que lo enviaran a prisión y le pidió que interviniera, que mantuviera a la mafia lejos de sus clientes.
Boxer confesó más adelante: «Nunca comprendí por qué actuaron así [los hermanos Menéndez]. En
realidad me caían bien».
Boxer sabía que cuando Lyle entró a la cárcel estaba a un par de celdas en la fila A en el módulo
1700. Durante este tiempo, el playboy de Beverly Hills traía un paliacate en la cabeza como si fuera
un cholo de Los Ángeles. Enríquez se imaginó que el niño, recién arrancado de las canchas de tenis,
probablemente quería ajustarse al nuevo territorio pareciendo un poco más rudo en su entorno
carcelero. Muy bien.
De pronto, una mañana, un sargento y dos oficiales entraron bruscamente al bloque de celdas y se
detuvieron frente a la jaula de Lyle. Boxer no los alcanzaba a ver pero era fácil oír lo que decían.
Sonaba serio.
«¡A ver, danos eso!» exigieron los policías.
«¿Qué?» preguntó Lyle.
«¡Que nos la des ya!».
«No tengo nada».
La voz del sargento era extremadamente autoritaria. «Ahora pásamela». Boxer pensó: ¡Guau! Este
chavo sí que está moviéndose. Está vendiendo droga. ¿La estará metiendo su abogada? O le
habrán descubierto un cuchillo, lo necesitaba para protegerse.
«¿De qué me habla oficial?».
Entonces vino la respuesta. Los oficiales sabían lo que buscaban y no se irían sin conseguirlo.
«¡Que nos des la peluca!».
Lyle entonces les dio el tupé que le cubría la cabeza con un flequillo sobre la frente. Los siguientes
meses anduvo pelón y se sentía muy avergonzado. Aparentemente, su imagen de playboy de Princeton
estaba muy afectada. Finalmente, recibió una orden del juez y se le permitió usar el tupé en la corte.
Boxer le dijo a Lyle: «Rasúrate la cabeza y ya, hombre. No te preocupes por eso». La mayoría de
los jóvenes gángsters en la cárcel tenían abundantes cabelleras pero de todas maneras se rapaban.
Enríquez no entendía. Claro que él tampoco había sido cliente frecuente del Club Campestre de
Beverly Hills.
No todo era diversión y simpatía cuando se trataba de las celebridades, no cuando tuvo que ver
con una película sobre la Eme de René.
«Paramount Pictures, ¿en qué puedo servirle?».
«Quisiera hablar con este tipo Edward Olmos» respondió Boxer.
Poco después del ataque al Indio Carlos en la corte, el apuñalamiento de Mon Buenrostro en la
sala de abogados, el descubrimiento masivo del grupo de traficantes de drogas en la cárcel que
involucró incluso a su propia esposa, el investigador privado asignado por la corte que le llevaba
narcóticos y sierras para metal, y el episodio de sobredosis en el módulo de alta seguridad, Boxer
fue transferido al módulo 2904. Era un área de seguridad excepcional de la cárcel donde había una
fila de sólo seis celdas, un hombre por celda. Actores como Eddie Murphy y Robert Downey Jr., u
otros prisioneros muy conocidos, como el asesino serial Richard Ramírez «Night Stalker» llegaban a
esta zona. Se consideraba que eran incapaces de mezclarse con los demás, por su propia protección o
por la seguridad de los demás. Esta lista ahora incluía a Enríquez. Comía y dormía en una pequeña
celda donde no podía recibir visitas, salvo su abogado. Sólo podía salir para presentarse en la corte.
Y en esos momentos siempre iba escoltado por dos o tres oficiales, esposado, con los brazos
encadenados a la cintura y las piernas con grilletes. Incluso su propio abogado tenía que dar un aviso
con veinticuatro horas de anticipación para verlo y, cuando se reunían, las manos y tobillos de Boxer
estaban fijos a la mesa. «Es como Hannibal Lecter», se quejaba su nuevo defensor, Joseph Gutiérrez.
Mientras Boxer estaba en el módulo 2904, tenía acceso diario al teléfono. Había escuchado que el
actor Edward James Olmos estaba produciendo una película sobre la Mafia Mexicana llamada
American Me y quería preguntarle a Olmos algunas cosas.
La recepcionista transfirió su llamada a la oficina de producción de Olmos.
«American Me».
«Quiero hablar con Edward James Olmos», dijo Boxer.
«¿Me quiere dejar el mensaje?» fue la respuesta.
«¡No! Quiero hablar con él. Quiero hablar con alguien. No soy un fan».
Boxer fue insistente. Finalmente, Danny Haro vino al teléfono. Tenía el papel de Huero en la
película y además era el asistente de Olmos.
«Me llamo René Enríquez. También me conocen como Boxer».
Nunca mencionó ser un mafioso, pero Haro instintivamente supo que tenía a un gángster al
teléfono, alguien que podría lastimarlo. Boxer le dijo que quería ver una copia del guión, que era
«amigo de unos amigos» que habían trabajado en la película. Rocky Luna y Charles «Charlie Brown»
Manríquez, ambos miembros de la Eme, habían hecho las veces de consejeros técnicos en la
producción.
«Oye, René, ¿sabes qué? —explicó Haro— Ya hablamos con Rocky y CB y les pareció que estaba
bien».
Eso no era suficiente para Boxer. Quería ver el guión.
En una entrevista en 1991 para Los Angeles Times, Olmos dijo: «Quiero mostrar que hay un cáncer
en la subcultura de las pandillas. Ellos [la Eme] dicen ‘Nos quitaste nuestra hombría con la película’.
Yo les digo: ‘O quitas el cáncer o te come vivo’».
Enríquez le dijo a Haro: «Estoy de acuerdo con el mensaje [de la película] pero no con el vehículo
[la Eme] que están utilizando para enviar el mensaje». Le preocupaba cómo se estaba haciendo. Los
rumores decían que había unas escenas en las cuales Olmos se tomaba demasiada libertad dramática
y no respetaba la herencia verdadera de la Eme. Enríquez quería verlo con sus propios ojos. Quería
el guión. En vez de esto, Haro le mandó un paquete de producción sobre la película. Esto no fue
suficiente. Boxer regresó al teléfono para volver a solicitar que le enviaran el guión. Haro entonces
le dio una dirección donde le podía escribir a Olmos y así lo hizo. No recibió respuesta. Volvió a
llamar y le dieron otra dirección para localizar al actor de cuarenta y seis años. Finalmente, le llegó
una copia del guión, lo leyó y les escribió de regreso con sus observaciones.
Lo que Enríquez no sabía era que Olmos, ya bastante aterrado de que la mafia estuviera tras él, le
había dado las cartas al FBI. Los federales interpretaron la correspondencia de Boxer como una
amenaza velada.
Boxer le había escrito a Olmos que mucha gente, incluido él, estaba molesta con la película. En su
opinión, el actor sí se había tomado libertades artísticas ofensivas. Le escribió que estaban
especialmente molestos con una escena en la cual el personaje principal (que se basaba en el ícono
de la Eme, Cheyenne Cadena) es sodomizado en el Centro de Detención Juvenil. Los mafiosos decían
que esto era ficción. Por otro lado, ningún hombre que permitiera que lo violaran sería aceptado en
la Mafia Mexicana. La otra objeción principal era que el personaje de Cadena moría al final a manos
de otros carnales tras expresar sus dudas sobre su brutal negocio. En la vida real, Cadena fue
asesinado por los rivales de Nuestra Familia mientras intentaba negociar una tregua que uniera todos
los intereses de La Raza. Ante los ojos de la Eme, había muerto como un mártir.
Esas escenas eran consideradas como faltas de respeto. «Si va a hacer una película —insistía
Enríquez—, debía presentar un retrato realista de lo que había sucedido».
Boxer concluyó su última carta a Olmos diciendo que le deseaba «salud, felicidad y éxito en la
taquilla». El actor sintió que el mensaje era una amenaza de que la mafia vendría tras él.
El 25 de marzo de 1992, doce días después de la premiere de la película, Charlie Brown
Manríquez murió baleado mientras caminaba por la zona de Ramona Gardens en el Este de Los
Ángeles. Fue un ataque de la mafia. El recién iniciado miembro David «Smilon» Gallardo, de Big
Hazard, presumió después que le había disparado a Manríquez en el rostro y que cuando volteó y
corrió le disparó por la espalda. Su cuerpo terminó con seis balas calibre 38 mm y una tarjeta de
presentación de American Me en el bolsillo.
Charlie Brown tenía cincuenta y tres años y era un adicto sin futuro que vivía como vago en una
cochera abandonada cerca de los barrios. «Nadie quería gastar una bala en él», recuerda Boxer. Un
año antes, Manríquez había fallado en dos ocasiones en una misión de apuñalamiento ordenada por la
mafia durante su estancia en la Prisión Estatal de Chino. Evidentemente hizo su contribución al
proyecto de American Me a cambio de un par de tenis nuevos y unos pantalones Levi’s. «Eso fue una
afrenta a la organización —explica Boxer— y no lo podíamos tolerar». CB ya estaba marcado para
morir. Su participación en la película aceleró el proceso.
El 13 de mayo de 1992, Ana Lizárraga estaba con su hijo en la entrada de su casa, justo afuera del
proyecto habitacional de Ramona Gardens, preparando la camioneta familiar para ir al funeral de su
madre. Ana era conocida como la «señora de las pandillas» porque trabajaba en un programa
llamado Community Youth Gang Services con fondos del condado de Los Ángeles. Era un empleo
que le permitía ir por las calles, ponerse en contacto con los pandilleros y tratar de disipar las peleas
entre las pandillas antes de que terminaran en muertes. Lizárraga, quien aceptaba haber pertenecido a
una pandilla en el pasado, dijo en una entrevista para Los Angeles Times en 1984 que sintió una
obligación especial de trabajar con los jóvenes tras perder a su esposo y a dos sobrinos en tiroteos
entre pandillas. Dijo que quería ser un modelo para sus propios hijos para que no se convirtieran en
pandilleros.
Dos hombres enmascarados y vestidos de negro llegaron a su casa y le dispararon con pistolas de
9 mm y cartuchos de 15 rondas. Cuando cayó al suelo, los asaltantes se acercaron y continuaron
disparando. Lizárraga murió con trece balas en el cuerpo. Minutos después, la policía arrestó a José
«Joker» González, de veintinueve años, a unas cuantas cuadras cuando intentaba escapar de la escena
del crimen. Era miembro de la pandilla de Big Hazard y había salido de Folsom apenas dos semanas
antes. Joker fue arrestado, juzgado y condenado a cadena perpetua por el asesinato.
Los registros del FBI muestran que Smilon Gallardo, de la Eme, ya llevaba más de un año de haber
expresado su deseo de matar a Lizárraga porque sentía que era soplona de la policía y que interfería
con su negocio de narcotráfico en Ramona Gardens. Gallardo después fue el padrino de Joker para
que ingresara a la Eme gracias a su ataque a la Señora de las Pandillas.
No fue una coincidencia que el asesinato de Lizárraga sucediera tres meses después del estreno de
American Me. La consejera de cuarenta y nueve años de edad había recibido una remuneración
económica como asesora en la película y tuvo un pequeño papel como actriz. Gallardo veía eso
como una falta de respeto a la Eme.
Boxer contó que lo que le había sucedido a Lizárraga había sido «un ataque desafortunado, sin
motivo alguno. En la organización creemos que la violencia es el último recurso, después de que
todo lo demás ha fallado. Entonces sí ya matas. Smilon Gallardo, como el pendejo que era, tan
asiduo a la violencia, tenía como primera respuesta a todo ‘mátalos, chíngatelos».
Entonces, el 7 de agosto de 1993, el cuerpo lleno de balas de Rocky Luna, un miembro importante
de la Mafia Mexicana, apareció en el asiento del conductor de un automóvil estacionado en Ramona
Gardens. Las puertas del coche estaban abiertas y la ventana trasera destrozada por balazos. Rocky
era conocido desde hacía mucho tiempo como el Padrino de la zona, pero no le sirvió de nada al
final. Hizo algunos comentarios negativos sobre Topo y Black Dan; otros mafiosos dijeron que había
fallado dos veces en su intento por atacar a un presunto informante llamado Arthur «Mad Dog»
Roselli. El asesino de Rocky fue Alex «Pee Wee» Aguirre, un miembro de veintinueve años de la
Eme que era de los Avenues.
Smilon Gallardo, quien proporcionó el arma para el ataque, también se quejaba de que Luna
intentaba minar su posición en el vecindario. Boxer Enríquez recuerda que Gallardo estaba haciendo
política, «quería derrocar a Rocky como el padrino de Ramona Gardens». Por otro lado, Gallardo
sabía que otro asunto tenía molestos a muchos de los carnales: Rocky Luna había participado como
asesor en American Me y permitió que filmaran en su territorio de Ramona Gardens.
No es de sorprenderse que Edward James Olmos se sintiera temeroso y sospechara que la Eme le
había puesto precio a su cabeza. Olmos buscó al desertor Ramón «Mundo» Mendoza, quien le
advirtió: «No subestimes a estas personas. Si están obsesionados con encontrarte, no hay nada que
puedas hacer para detenerlos».
Meses después de la ejecución de Luna, Olmos solicitó un permiso para portar armas de fuego a la
policía de Los Ángeles para su propia protección. «Eddie —dijo un amigo cercano— está viviendo
con esto veinticuatro horas al día»11. La comisión le negó la petición y concluyó que el actor no
podía mostrar pruebas de encontrarse en «peligro serio e inmediato». Iba a todas partes con un
guardaespaldas. El sargento del sheriff del condado de L.A., Richard Valdemar, dijo «Olmos viajó
por todo el país intentando alejarse de la Mafia Mexicana. Y después, cuando fue testigo ante un gran
jurado, se le olvidó todo».
Un año después del estreno de la película, el líder de la mafia, Joe Morgan, encerrado en Pelican
Bay, interpuso una demanda en contra de Olmos, los Estudios Universal y varios otros, solicitando
una indemnización punitiva de medio millón de dólares por daños y perjuicios. En la demanda,
Morgan sostenía que el personaje que lo representaba en la película cometía delitos que él no había
cometido y que esto perjudicaba sus probabilidades de alcanzar la libertad condicional. Shirley J.
MacDonald, abogada de Morgan entonces, dijo: «Incluso si hubiesen ocurrido estas cosas, no tienen
el derecho de apropiarse de su persona o su historia sin permiso». El caso no procedió.
Boxer Enríquez sostenía que Olmos «tenía razón de estar preocupado». El ala de la Eme en prisión
consideró atacarlo aunque finalmente desistieron; sin embargo, tampoco levantaron un dedo para
desalentar cualquier agresión independiente. En aquel entonces, explicó, Chuco Castro, Huero Shy
Shryock y Smilon Gallardo, todos en las calles, estaban conspirando para hacerle algo al actor-
director. «Sí —recuerda Boxer Enríquez— había gente que lo hubiera matado a la menor
provocación. Si la situación se hubiera dado, lo habrían matado».
No quedó claro si Joe Morgan alguna vez vio un centavo. Murió de cáncer hepático en el hospital
de la Prisión Estatal de Corcoran el 9 de noviembre de 1993. Tenía sesenta y cuatro años.
Boxer cree que Olmos sí pagó la extorsión, entre 50 mil y 100 mil dólares, y que probablemente
este dinero se destinó a Chuco, Smilon y Pee Wee Aguirre. Olmos no tiene comentarios al respecto.
«Yo nunca saqué nada de esto —dice Boxer— Nunca participé en el complot de extorsión. Sin
embargo me culparon a mi de extorsionar a Olmos y de compartir el dinero».
Pero Enríquez sólo quería una copia del guión y la oportunidad de expresar su desagrado.
Entonces este cuate Johnny se ganó la luz verde de la Eme. El tipo es un pinche pendejo…
¿Están reventando tipos allá afuera o qué? Esta mierda hace que el barrio se vea muy mal. Si
siguen con sus pendejadas luego todo el barrio va a tener la luz verde… Deberías hacer esto:
habla con un par de hermanos y a ver si todos los vatos pueden organi zar una reunión del
barrio. Que hablen de lo de la Eme y el «Tratado de Paz». Esos vatos no se andan con
mamadas. Cabrón, endereza a los cuates. Hoy todo tiene que ver con el dinero, no andar
disparándole a nuestra propia Raza. Si quieren dispararle a alguien, vayan a darle a los negros
de Westside 357 o Ghost Town. No sigan echándose a los suyos. Esa chingadera ya fue.
Al mismo tiempo, los líderes mafiosos también propiciaron las tensiones raciales. Las pandillas
negras controlaban el negocio del crack en las calles. La mafia, en esas juntas grandes de los
parques, constantemente predicaba la lealtad a la propia raza, La Raza, y degradaba a los negros, a
quienes se referían como terrones. Les pusieron luz verde a todas las pandillas negras. La Mafia
Mexicana quería dominar todo el negocio de las drogas.
La violencia racial con frecuencia explotaba en las cárceles. El sistema penitenciario del condado
de L.A. tenía en promedio un incidente a la semana. Los titulares de Los Angeles Times hacia finales
del año ponían: «Prisioneros segregados después de pelea» y «Pelea entre negros y latinos
nuevamente en celdas de la corte». El Daily News publicaba: «11 prisioneros heridos en el segundo
día de disturbios raciales» y «80 heridos en pelea en la Cárcel de Saugus».
Los noticieros, por lo general sin saber la naturaleza verdadera de los pleitos, no definían la
violencia como problemas provocados por la mafia. Leo Duarte, un teniente a cargo de la
supervisión de las actividades de las pandillas en la Prisión Estatal de Chino, sí sabía lo que pasaba.
En aquel entonces dijo: «La gente no lo ve, pero hay una guerra en este momento. Empieza a filtrarse
a las calles».
Por ejemplo, en el lado Oeste de Los Ángeles, en una sección pequeña llamada Oakwood, en
Venice, veinte personas murieron y otras treinta resultaron heridas. Todos fueron víctimas de una
batalla entre una pandilla de negros llamada Shoreline Crips y dos pandillas mexicanas, V-13 y
Culver City Boyz. Históricamente, había más violencia entre las pandillas latinas, pero el edicto de
la Eme los forzaba a unirse contra Shoreline. Un Crip, que pidió no ser identificado, dijo: «Tienes
que entrar a la tienda con la pistola en el bolsillo». Otro también se preocupaba: «En un par de meses
Venice va a ser un pueblo fantasma».
Ambos lados estaban participando. Fue una situación muy desagradable. Chavon Clark, un joven
de diecinueve años sin afiliación a pandillas, recibió cinco disparos en la espalda al medio día
cuando acompañaba a su novia a casa. Su madre, Sherrie Reed, dice que el único problema de su
hijo fue ser del color equivocado: «No saben lo que están haciendo. Sólo empezaron a dispararle a
alguien por nada y mataron a Chavon por nada. Es difícil».
Hubo varios incidentes en las escuelas secundarias en más de doce ciudades. En el resumen de una
investigación especial del área de pandillas del condado fechado el tres de febrero de 1994, se
advertía de las inquietudes entre negros y morenos en las escuelas secundarias de Compton, Santa
Mónica, Venice, Pomona, Inglewood, Culver City e Inland Empire (condados de Riverside y San
Bernardino). El documento citaba a informantes confidenciales que decían: «la Eme apoya o está
directamente ligada con estos disturbios».
Sigue sucediendo hoy en día.
12 Los miembros de la Eme en las calles incluían a Daniel «Black Dan» Barela, Ernest «Chuco» Castro, Jesse «Pelón» Moreno, Víctor
«Victorio» Murillo, David «Smilon» Gallardo, Alex «Pee Wee» Aguirre, Frankie «Frankie B». Buelna, Antonio «Toñito» Rodríguez,
Donald «Lil Man» Ortiz, Juan «China Boy» Arias, Gilberto «Shotgun» Sánchez, Randy «Cowboy» Therrien, Art romo y Jesse «Sleepy»
Aragón.
21
13 Benito Juárez fue presidente de México en 1861 e instituyó una serie de reformas liberales en apoyo a los pobres. Durante la
ocupación francesa, se negó a aceptar la monarquía.
22
1. El Departamento de Policía de San Diego informó que había un soplón descrito como un
«chiflado» que les dijo que el gobernador había «hecho encabronar a muchas personas
poderosas» y que un narcotraficante le ofreció un contrato de un millón de dólares para matarlo.
2. Un hombre hispano anónimo llamó al número 911 de la policía de L.A. diciendo que
representaba al PAN y que «al igual que Colosio había sido asesinado en México, Pete Wilson
sería asesinado».
3. Un individuo anónimo llamó a una estación de televisión en Ventura, posiblemente un hombre
hispano, y dijo «Vamos a asesinar a Pete Wilson. Por la Eme».
4. Se envió una carta al gobernador de parte de un ex paciente psiquiátrico diciendo que lo habían
secuestrado dos hombres de la Mafia Mexicana porque había ayudado a la policía a atrapar a un
narcotraficante relacionado con la Eme. Oyó que estaban hablando de un contrato de un millón
de dólares por matar al gobernador.
5. Un comisionado de relaciones humanas del condado de L.A. informó a la policía que un amigo
de su hijo que pasó cinco días en la Cárcel del Condado había escuchado a los prisioneros
decir que «la Eme va a matar a Wilson».
6. Un prisionero de Vacaville le dijo a un agente de la oficina de ATF (Alcohol, Tabaco y Armas de
Fuego) que escuchó a un miembro de la Hermandad Aria y después a otro de la Familia
Guerrilla Negra hablar sobre el atentado contra el gobernador. El hermano de HA dijo: «¡No vas
a creer esta pinche locura!». El informante también sentía que «la Eme lo había oído».
7. Un pandillero hispano no identificado que actuó como «ciudadano responsable» se acercó a un
oficial de la Policía de los Ángeles y le dijo: «la Eme tiene o tendrá un contrato para cometer un
atentado en contra de la vida del Gobernador Wilson y el dinero vendrá de México».
8. Un chofer de taxi de L.A. llamó al FBI y les informó que había transportado a unos clientes que
«hablaban sobre una conspiración para matar a Pete Wilson… El asesino estaba conectado con
la Mafia Mexicana».
Estos nueve convictos, observó el consejero del condado, también eran responsables de un total de
siete agresiones a oficiales y veinticinco ataques a otros prisioneros, de los cuales dos fueron
asesinatos, durante sus estancias previas en la Cárcel Central para Hombres.
El consejero del condado interpuso una moción ante la corte pidiendo que se tomaran las
«medidas apropiadas de seguridad» y decía:
El sheriff asistente del Condado de Los Ángeles, Rodney Elliott, fue el oficial de inteligencia de la
cárcel que redactó la declaración jurada donde le describía al juez a los nueve testigos de Pelican
Bay: «Obviamente son lo peor de lo peor que tenemos en la sociedad y lo peor que tenemos bajo
custodia».
El juez de la Suprema Corte de Los Ángeles, John Ouderkirk, aceptó la petición con lo cual sentó
las bases para la Operación Pelican Drop.
«Vincent Bruce se había ganado el respeto de todos —dice Boxer— Nos permitía apuñalar a
algunos buscapleitos negros sin buscar venganza porque nos respetaba [a la Eme]». Así que Boxer no
tuvo problema con viajar a Los Ángeles para ser testigo de su caso y tratar de mantenerlo fuera de la
cámara de gases. No era tan inusual que los delincuentes testificaran a favor de otros delincuentes,
incluso mentían en el estrado si era necesario. Sin embargo, Boxer juró que nunca mentiría bajo
juramento. Además, tenía más razones para realizar este viaje. Sentía que podía aprovecharlo para
reunirse con algunos mafiosos y discutir asuntos de la Mano Negra.
A las seis de la mañana del 28 de agosto de 1995, estaba en la recepción de la Prisión Estatal de
Wasco cerca de Bakersfield. Les habían dado un almuerzo y un poco de café. El día anterior,
realizaron un largo recorrido en el Ganso Gris que los llevó de Pelican Bay a Folsom y de ahí a
Wasco. Estaba hablando con el investigador institucional de pandillas (IIP ) de la prisión, Jerry
Negrette, sobre cómo los distribuirían en las celdas. Sabía que Cuate Grajeda se había ofrecido
como voluntario para ser su compañero de celda y estaba consciente del por qué: él y Cuate eran
«enemigos sonrientes».
«Está bien, seré tu compañero —le dijo a Cuate— Ven, si quieres hablar, vamos a hablar».
Boxer se sabía el ritual. Si le decía que no a Cuate, sería calificado como cobarde. También sabía
lo que haría si terminara con Grajeda en la misma celda. Lo había hecho antes con otros compañeros.
Cuando ya se hubiera establecido, sacaría el arma de «la caja de seguridad», la lavaría en el lavabo
y la dejaría al alcance de Cuate. Entonces le daría la espalda como si no pasara nada, sabiendo que
Grajeda la podría tomar y apuñalarlo. «Siempre me asusta hacer esto. No me gusta —explica Boxer
— Pero lo hago, para ponerme a prueba y para ver qué haría mi adversario en potencia. Es una
sensación aterradora. La llamo poner a prueba el temple». Estaba seguro que Cuate quería probar su
temple y no lo decepcionaría.
De pronto, el oficial Negrette dijo: «No». No era necesario encerrarlo con nadie en Wasco. «No
vas a estar aquí tanto tiempo. Hay una unidad de transporte especial en camino».
Mientras tanto, los investigadores le pidieron a los mafiosos que se quitaran las camisas para
tomar fotos de sus tatuajes. Siempre tenían la misma rutina en todas las prisiones. «Los oficiales de
asuntos de pandillas quieren juntarse contigo».
«Está bien», dijo Boxer.
Sin embargo, algo no parecía estar bien. Se acercaba el medio día. Los vio entrar bruscamente a la
habitación. Traían placas, chalecos protectores y equipo contra disturbios, en filas de seis hombres
en trajes verdes, policías grandes y fornidos con cortes militares y anteojos oscuros. «Se notaba por
su aspecto —dice Boxer— que eran del tipo de matones macho alfa, los pistoleros. Nos vieron y
supe que estábamos en problemas».
Había dos equipos, de tres hombres cada uno, de la Oficina de Seguridad Especial del
Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles. Otros eran de la Oficina de Transporte del
Departamento del Sheriff listos para preparar la documentación necesaria y poner las pulseras rojas
K-10 de alto riesgo en los nueve prisioneros que esperaban el transporte.
Los policías rodearon a los delincuentes en sus celdas los separaron de uno por uno, los
desnudaron e hicieron una búsqueda visual en orificios corporales, los volvieron a vestir con la ropa
de la prisión y cadenas. Primero les pusieron una cadena a la cintura, luego una estilo bandolero que
les cruzaba el pecho y finalmente esposas y cadenas en las piernas. Y, por si no fuera suficiente,
tenían los antebrazos fijos a las cadenas de la cintura con tiras de plástico.
Boxer protestó un poco, les dijo que estaba «un poco incómodo». En realidad, le dolía.
Le aseguraron de manera evasiva: «No te preocupes, es un recorrido corto».
Al mismo tiempo, Boxer estaba intentando adivinar exactamente qué era lo que estaba sucediendo.
¿Dónde nos llevarán? se preguntaba. Tal vez nos van a encadenar uno frente al otro en el autobús.
Entonces un oficial del DCC les explicó: «Hay un helicóptero esperándolos».
En ese momento los prisioneros se emocionaron. ¡Qué bien! Un paseo en helicóptero, esa era
nueva. Podría ser divertido. No lo fue.
Uno por uno los pasaron a una camioneta blanca que estaba justo frente a la puerta. Afuera en el
campo abierto había dos helicópteros Sikorski verde con blanco con el nombre y logotipo del
Departamento del Sheriff, encendidos y listos para despegar. En el aire ya había otros dos pequeños
helicópteros que se utilizarían de apoyo para mayor seguridad.
Los oficiales del DCC llevaron a cada convicto, uno por uno, a los helicópteros en espera. Dos
oficiales de Seguridad Especial se pararon afuera de las puertas de los helicópteros armados con
rifles de asalto. Había francotiradores del DCC en los arbustos y en los techos en posiciones
estratégicas listos para disparar. Otros traían pistolas de electrochoques y una mirada que les
garantizaba a los prisioneros que las armas no eran sólo de adorno.
El cuerpo de Boxer seguía adolorido por las ataduras. Desde la camioneta sólo podía ver a cada
prisionero desaparecer por la puerta del helicóptero. Entonces sintió un jalón en el brazo: era su
turno. En la puerta del helicóptero, un oficial lo volteó y lo acomodó en una fila de asientos. Ya
sentados, los oficiales les pusieron parches sobre los ojos y usaron cinta adhesiva para sostenerlos.
Sobre eso les colocaron una venda de forma que no podían ver nada ni atacar a nadie. Se usaron
otras cintas de plástico alrededor de sus rodillas y tobillos. Una cinta adicional que iba de la cadena
del pecho al suelo forzaba a cada preso a conservar una posición ligeramente inclinada hacia el
frente.
Cuatro prisioneros iban en un helicóptero y cinco en el otro. Los sentaron frente a frente y no
podían comunicarse porque el ruido de los motores ahogaba cualquier intento de hablar.
Boxer todavía alcanzaba a ver un poco por el rabillo del ojo y vio un oficial en la cabina con una
subametralladora. «Estos tipos —estaba convencido— quieren dejar muy claro quién manda». En
realidad, había tres oficiales de la Oficina de Seguridad Especial en cada vuelo.
¿Por qué no nos llevan en auto a L.A.? se preguntaba Boxer. Tal vez sólo están volando a unos
cuantos metros del suelo para desorientar a los convictos. En verdad estaba confundido. Entonces
el helicóptero se inclinó un poco y alcanzó a ver las montañas y pequeños lagos en la distancia. Iban
camino a Los Ángeles.
Decir que el vuelo de una hora de duración fue incómodo es como decir que una visita al dentista
para una endodoncia no estuvo mal. Después de llegar al helipuerto de la Instalación de Detención
Century Regional, los oficiales cortaron las ataduras de plástico y bajaron a todos de uno por uno.
Boxer apenas podía caminar al descender del helicóptero. Algunos de los otros prisioneros tuvieron
que recibir ayuda para poder salir de la nave.
Todavía iban vendados de los ojos y encadenados. Llevaban un escolta armado que los metió a la
cárcel. Había oficiales del equipo de seguridad, con grandes pistolas y chalecos antibalas sobre los
techos y por todas partes. «Cada vez que te movías, veías francotiradores», comenta Boxer, y no le
quedaba ninguna duda que «nos dispararían».
Dentro, los nueve prisioneros fueron transportados por un largo corredor en sillas de ruedas para
hacer el proceso más rápido, las cadenas en los tobillos frenaban el paso de todos cuando iban a pie.
Cada prisionero fue puesto en una celda individual en el módulo 1600, separados de todos los demás
prisioneros durante su estancia de trece días. Parecía que habían pasado horas cuando por fin les
quitaron las esposas. Tenían los brazos, manos y tobillos hinchados por la falta de circulación.
Finalmente, fotografiaron y tomaron las huellas digitales de todos de nuevo. Además, tenían trípodes
con cámaras que grababan todos sus movimientos. Una pared transparente de plexiglás estaba al
fondo de la unidad en lugar de la tradicional cerca de metal. Entonces, pusieron una pantalla de nylon
en la entrada para que los prisioneros no pudieran ver hacia afuera.
Tenían una bicicleta estacionaria donde podían turnarse para hacer ejercicio. Los oficiales no
entraban al área sin su chaleco protector y uno de ellos siempre llevaba una pistola de bloque de 40
mm que disparaba balas de madera o plástico, apenas un poco menos peligrosas que las mortales.
Cuando llegó el momento de ir a la corte, o cuando alguno necesitaba salir de la celda, los
prisioneros-testigos debían usar un «cinturón de reacción», un dispositivo de seguridad que le daba a
un prisionero diez segundos para cumplir la orden que había recibido antes de darle una descarga
eléctrica por todo el cuerpo como si le hubiera caído un rayo. El día que iba a testificar, el
prisionero era transportado solo en un autobús del sheriff. Al menos tres carros escolta de seguridad
estaban constantemente en la mira por si había cualquier problema. Dentro del Edificio de las Cortes
Penales, tres oficiales escoltaban a cada prisionero a la entrada y la salida de la corte. Llegó a haber
hasta once oficiales en la corte durante la fase de condena de este nuevo juicio. El juez prohibió las
cámaras y los prisioneros estaban encadenados dentro del asiento del testigo cuando presentaban su
testimonio.
A pesar de estos impresionantes procedimientos de seguridad, los policías encontraron una barra
de metal afilada de 25 cm de largo en la celda de Cuate Grajeda. Estaba hecha con una pieza del
baño y la encontraron bajo su colchón. Además, los investigadores encontraron un mapa que tenía las
indicaciones para llegar a la casa del actor-director Edward James Olmos, confirmando así sus
sospechas de que la estrella de Hollywood estaba en la lista de la Eme por las indiscreciones
cometidas en la película American Me.
Boxer Enríquez llegó al estrado y rechazó el testimonio del oficial de la cárcel cuando declaró que
Honey Bear «no confesó de forma espontánea» a otro prisionero sobre un apuñalamiento en la cárcel.
Trece días después de que todo empezara, como estaba planeado, los oficiales aceleraron el viaje de
regreso a Pelican Bay. Esta vez transportaron a los prisioneros testigos en un autobús especial.
Parecía un camión de ganado con tres niveles para sentarse, guardias armados al frente, cámaras de
vigilancia alrededor del vehículo y papel oscuro en las ventanas para que nadie pudiera ver hacia
afuera. Los prisioneros se detuvieron una noche en la Prisión Estatal de Corcoran cerca de
Bakersfield. Tenían las mismas ataduras sólo que esta vez los nueve prisioneros tenían el cuerpo
firmemente atado a la silla porque estaban encadenados a la parte trasera de sus cinturones de
seguridad con los pies atados al poste debajo del asiento. «Así que estábamos atados hacia atrás; era
peor —se quejó Boxer—. Para cuando me bajé de ese autobús, necesité ayuda. Fue muy molesto. Le
rezaba a Dios que el recorrido terminara pronto. Un pasajero tenía lágrimas en los ojos».
Entonces lo anunciaron: «Veinte minutos más».
«Y luego alguien preguntaba: ‘¿Cuánto falta?’ Y la respuesta venía, ‘Quince minutos más’. Parecía
interminable. Cada minuto me estaba matando. Me dolía muchísimo. John Stinson tuvo que salir
cargado de ese autobús. Cuando nos cortaron el plástico, teníamos verdugones en la piel. Las marcas
eran tan profundas que casi nos cortaron la carne. Juré y perjuré que nunca jamás haría otra
transferencia a la corte».
Así que tal vez la apuesta del DCC y el sistema judicial del Condado de Los Ángeles tuvo el
resultado deseado. Una fuente de impartición de justicia de la Operación Pelican Drop dijo: «Misión
cumplida». Casi diez de los prisioneros más peligrosos y mortales, albergados y transportados con
una gran cobertura de seguridad, fueron y vinieron sin asaltos a civiles inocentes, oficiales u otros
prisioneros. Y tal vez los miembros de las pandillas rudas de las prisiones en el futuro piensen dos
veces antes de volver a abusar el sistema pro per citando grandes cantidades de prisioneros de todo
el estado mientras planean alguna maldad secreta. Tal vez.
Personal del equipo sheriff dijo que costó 12 mil dólares transportar a los prisioneros de ida y
vuelta a Pelican Bay y otros 16 mil dólares por el helicóptero y unos 15 mil de seguridad sólo para
los tres días que el contingente de Pelican Bay pasó en la corte. Los costos totales, sumando los
demás gastos de los trece días, se calcularon en más de 100 mil dólares.
«Resultó convincente», según Boxer Enríquez a más de una década de sucedido.
La mañana del 7 de noviembre de 1995, Vincent «Honey Bear» Bruce estaba en esa misma corte
con un fólder de documentos legales en las piernas cuando un oficial le quitó las esposas. Semanas
antes, había logrado convencer a un jurado que votara 12-0 por una cadena perpetua en lugar de la
pena de muerte. Nunca se aclarará si el testimonio de los testigos de Pelican Bay en realidad ayudó a
su caso. A fin de cuentas, la corte rara vez rechaza una recomendación del jurado para la pena de
muerte, pero tiene la obligación de aceptar la recomendación del jurado de cadena perpetua.
El juez John Ouderkirk no perdió tiempo: «Esta corte recomienda que el Sr. Bruce nunca salga de
la cárcel». Esta declaración se hizo poco tiempo después de que el juez sentenciara a Honey Bear a
tres cadenas perpetuas consecutivas sin la posibilidad de salir en libertad condicional. El juez
prosiguió: «El Sr. Bruce es un hombre de gran confianza en sí mismo que es capaz de regular su
estado de ánimo, actitud y emociones para alcanzar sus metas. Utilizó las lágrimas de manera
eficiente para generar la reacción deseada en el jurado y en más de una ocasión la corte lo pudo
observar mientras se preparaba para representar un estado emocional aparente». Ouderkirk no había
terminado: «El Sr. Bruce es una persona inteligente y completamente malvada que tiene la capacidad
de esconderse detrás de muchas máscaras para alcanzar sus egoístas metas. Nunca más deberá andar
suelto en el mundo de las personas respetables».
En esta ocasión, no emanó ni una gota de humedad de los lagrimales de Honey Bear. No mostró
ninguna emoción al ponerse en pie, tomar su fólder y salir por la puerta como si tuviera otro caso
pendiente en la sala de junto. El sonido de las cadenas en sus tobillos recordaba la verdad. Este
gángster crip de treinta y tres años de edad se iba a la cárcel para siempre.
René «Boxer» Enríquez, de la misma edad y sentado en su celda en PBSP después de la Operación
Pelican Drop, estaba convencido de que «nunca más iría a la corte. Fue muy desconcertante e
incómodo».
24
Āsesinos de bebés
«¿QUIÉN DE USTEDES tiene una pistola con silenciador?» gritó Huero Shy Shryock.
Había doce mafiosos en la habitación del motel del valle de San Gabriel hablando sobre pistolas y
asesinatos. Se oía el crujido de las papas fritas que Perico Ochoa sacaba de una bolsa mientras
escuchaba la conversación. Pero lo que verdaderamente resonaba por la habitación era la profunda
voz de Shy desde la esquina donde estaba sentado. Quería matar a alguien.
«No sé si han oído hablar de un hermano llamado Dido de Monte Hicks», continuó.
Explicó que Dido era Antonio Moreno, un miembro de la Mafia Mexicana de cuarenta y cuatro
años de edad que había desertado hacía más de una década y que ahora vivía en una pequeña
propiedad que rentaba no muy lejos de Huero Shy en El Monte. Las reglas de la mafia establecen:
«sangre adentro, sangre afuera». En lo que respectaba a Shy, Dido se había ganado una sentencia de
muerte por salirse de la Eme: «Pero hay toda clase de personas en esa propiedad. Hay muchos
jóvenes y niños y demás pendejadas, así que hay que pensar cómo hacerlo. Necesito un silenciador,
eso es lo que necesito».
Shy se inclinó hacia adelante y le dijo a los que estaban reunidos ese 4 de enero de 1995 que Dido
también se juntaba con otro desertor de la mafia.
«Se está juntando con ese Tito de Norwalk».
Tito era Gustavo Aguirre, de treinta y cinco años, otro desertor lleno de tatuajes. Él y Dido todavía
eran adictos a la heroína. Y se rumoraba en las calles que Dido seguía haciéndose pasar por miembro
de la Eme y «cobraba impuestos» a la gente. Tito estaba timando a los traficantes que pagaban a
Huero Shy y a la Mafia Mexicana.
Lo primero que quería Huero Shy era matar a Dido. «Sólo quiero matarlo. Lo que no quiero… Es
que hay niños por toda la casa, mano».
Boxer Enríquez estaba en prisión en Pelican Bay, pero Huero Shy era uno de sus mentores, uno de
los carnales en las calles que nunca interferiría con los intereses de Boxer en el exterior. Estaban
vinculados de muchas maneras pero Shy, como el asesino que era, estaba a punto de cometer un gran
error con su nuevo plan de asesinato. Todo saldría tan mal que incluso repugnaría a otros mafiosos y
pondría a la mafia en los noticieros de la televisión por todo el país con un encabezado que a nadie
le gustaba: ¡Asesinos de bebés! «Fue tan horrendo —dice Boxer— que lastimó la imagen de la
Eme».
Y eso no fue todo. Esta vez, mientras Huero Shy hablaba de asesinato, había informantes en la
habitación con cámaras escondidas del FBI grabando la conversación como apoyo para futuros cargos
de asociación delictuosa.
Y lo que pasaría en los siguientes días ilustra, quizás mejor que cualquier otra historia de este
libro, cómo la creciente Mafia Mexicana aterroriza no sólo a otros chicos malos sino también a los
inocentes. Estos acontecimientos también demuestran cómo la mística glorificada de la Eme infecta
las mentes de los jóvenes hasta el punto que también aspiran a convertirse en crueles monstruos. El
resto de la comunidad tiene que pagar por el desastre.
El año anterior, Huero Shy había estado trabajando «muy de cerca» con un camarada que en su
opinión había ido «mucho más allá del deber». Tenía veinticinco años de edad y su nombre era Luis
«Pelón» Maciel de la pandilla llamada el Monte Flores.
Pelón era un hombre pequeño, de apenas 1,70 m de altura y menos de 60 kg de peso, con la cabeza
rasurada y un bigote ralo. Tenía tatuajes por toda la espalda y abdomen, y apenas llevaba unos años
de ser pandillero. Antes de eso estaba interesado en la música disco, tenía el cabello largo y
pertenecía a un «equipo de fiestas» llamado Showtime que hacía rondas por todas las fiestas
posibles. Lo encarcelaron por unas multas de tránsito y aparentemente salió de la cárcel con el deseo
de convertirse en gángster.
Fue «iniciado» en la pandilla alrededor de 1993. Ese mismo día salió y se tatuó un gran EMF, de el
Monte Flores, en el vientre. Un amigo que desea permanecer en el anonimato dijo: «Cambió de la
noche a la mañana. Nadie lo reconocía. Nunca estaba por el vecindario. Y ahora quería hacerse un
nombre». Se juntó con otro gángster llamado Carlos «Diablo» De La Cruz y empezó a cometer
muchos robos y extorsiones. Eventualmente, empezaron a trabajar para el miembro de la Eme Frank
«Frankie B». Buelna, usando su nombre, golpeando gente y recolectando dinero. A Frankie B. le
gustaba, pero fue arrestado y regresó a prisión.
Entonces Huero Shy se hizo cargo del área. Frankie B. había recomendado a Pelón y se ganó la
confianza de Shy como un asociado de la Mafia Mexicana dispuesto a hacer de todo: robos,
extorsiones, golpizas, apuñalamientos, asesinatos. «Empezó a hacer toda clase de locuras —cuenta
un miembro de la pandilla que no quiere ser identificado— se llevaba coches, golpeaba a los
hermanos, a las prostitutas, de todo, hasta le robaba a su propia gente. Estaba dirigiendo todo en el
valle de San Gabriel. Estábamos aterrorizando a todos».
Un año antes, los gángsters del Monte Flores hicieron un drive-by contra una pandilla rival y
mataron por error a un bebé de un año que estaba en el pórtico. Matar bebés no era aceptable y la
mafia envió a Pelón a disciplinar al miembro que había disparado el tiro errante. Lo apuñaló treinta y
cinco veces. Sorprendentemente, la víctima vivió, pero se dejó claro el mensaje: no se matan bebés.
«Este cabrón es picudo. Está encargándose de muchos negocios y lo quiero como carnal» exigió
Huero Shy con su gran voz dominando otra vez la habitación.
Era el 2 de abril de 1995 y los mafiosos, una docena, estaban nuevamente reunidos en un motel local
para discutir sus negocios. Una vez más, no sabían que estaban siendo grabados secretamente por el
FBI y que dos de ellos se habían convertido en informantes del gobierno.
Huero Shy quería que Pelón Maciel se volviera miembro de la Mafia Mexicana.
Rápidamente le preguntaron: «¿Quién es ese tipo?»
«Se llama Pelón de Monte Flores».
Nadie sabía quién era, excepto Huero Shy Shryock, pero eso no lo detuvo para hacer su venta: «Ya
sé que ustedes vatos no lo conocen, pero créanme, el cabrón es efectivo. No estoy hablando sólo de
violencia. Se encarga bien de los negocios y se ha echado a un madral de cabrones en el último año.
Y después se fue en contra de su propio vecindario por nosotros. Ha estado peleando contra ellos, es
chido. Y entonces, sus cuates mataron al bebé de un año hace unos meses y él se encargó de ellos».
Sin embargo, promover la membresía de Pelón no fue tan fácil como Huero Shy creyó y había
razones para ello. Boxer Enríquez explica: «Recientemente, se habían tomado varias malas
decisiones en la elección de nuevos carnales y en Pelican Bay se hablaba de poner un alto temporal a
las nuevas membresías: una moratoria».
Pelón tocó a la puerta y entró a la habitación del motel donde los carnales estaban empezando a
discutir su posible selección como nuevo hermano de la mafia.
«Este es Pelón», dijo Huero Shy.
La mayor parte de los presentes se puso de pie y le dio la mano: Chuco, Perico, Gibby, Cowboy,
Champ, Toñito, Victorio y China Boy entre ellos. Entonces, le pidieron a Pelón que se saliera y que
los esperara en el bar.
Todavía había preocupación en la habitación, en especial de parte de Perico. Boxer explicó
después que «Perico acababa de salir en libertad condicional de Pelican Bay y sentía que aún tenía
mucho que ofrecer. Además, Perico y Huero Shy habían sido compañeros de celda en la década de
1970 y se habían peleado. Desde entonces, había algo de rencor entre ellos».
«¿Cuántos hermanos aquí conocen a este tipo?» preguntó Perico.
«Nadie lo conoce».
«Bueno, a ver, esa es la cosa. ¿Por qué no le damos a estos carnales chance de conocerlo?»
«En mi corazón no lo conozco —dijo una voz desde la esquina—. Nunca he andado con él. Nunca
me he emborrachado con él. Nunca he salido de fiesta con él».
«Bueno, pues yo levanto la mano por el vato —respondió Huero Shy—. Ahora ustedes vatos
elijan. Es todo lo que puedo hacer».
«Está bien, que varios hermanos lo conozcan —razonó Perico—, y en la siguiente junta votamos».
«Danos un poco de tiempo para conocerlo».
«Se lo ha ganado a pulso, si no, no lo hubiera sugerido, Perico».
Pasaron diez minutos en la discusión y algunos empezaron a apoyar a Huero Shy.
«Voy a estar de acuerdo con esto por la forma en que respeto a Huero —dijo Gibby—, si Huero
dice que es un supercabrón, pues entonces es un supercabrón».
Chuco izó la bandera blanca e hizo una señal sobre su cabeza como si fuera un árbitro de futbol
americano que indica una anotación cuando Huero Shy presionó más: «Yo creo que es el momento.
Se lo merece. Ya le toca».
Empezaron a votar por Pelón.
«Yo me voy con la palabra de Huero».
«Yo también tengo que irme con lo que diga Huero», dijo Gibby.
«Huero no va a venir aquí a mentirnos, ¿no?»
«Sabes qué, Pelón —se rindió Chuco— está bien. Me parece bien».
Pero no todos estaban de acuerdo.
«Se necesita sólo un voto para rechazar a un miembro —explica Boxer—. Un voto en contra es un
veto automático: sin preguntas, peros, ni nada. Este proceso de veto había demostrado ser confiable
en el pasado».
En esa habitación del motel de El Monte, la voz de otro hermano nuevamente señaló que había
plática de una posible moratoria de nuevos miembros. Todos tenían que vivir con sus votos en el
futuro. ¿Qué tal si estaban tomando una decisión apresurada ahora?
«Todos los que dijeron que sí tienen que asumir su responsabilidad» advirtió Perico.
Huero Shy, conocido por su carácter volátil, explotó. «¿Sabes qué, mano? Ya déjalo. A la
chingada. Es mi camarada y será mi camarada. Ya déjalo, ¿está bien?».
Su pequeña explosión fue recibida con un breve silencio en el resto de la habitación. Unos minutos
después hubo consenso. Pelón ingresó. La discusión había tomado unos veinte minutos.
Huero salió de la habitación y regresó con Pelón Maciel. Le dio la mano. «Ya eres un carnal». El
nuevo hermano dio la vuelta por la habitación dándole la mano y abrazos poco efusivos a sus nuevos
hermanos y sellando su pacto con el diablo.
Perico vio a Pelón a los ojos: «Hay ciertas reglas y lineamientos que seguimos. Cuando algún
hermano tenga oportunidad, te las van a decir y te las explicarán. Nos las tomamos muy en serio,
mano, muy, muy en serio».
Cualquier duda sobre eso se disiparía en el futuro cercano.
Tres semanas después, Pelón Maciel le dio a su hijo Joseph con suavidad al sacerdote católico
que acababa de celebrar la ceremonia de bautismo en la Iglesia de St. Marianne Paredes en Pico
Rivera. Tuvo tres hijos con su concubina, Monique Pena; Joseph era el menor y el mayor tenía siete
años. Decidieron celebrar el bautismo el mismo día que el primer cumpleaños de Joseph, el sábado
22 de abril de 1995.
Los Maciel eran una familia de clase trabajadora. El padre y la madre de Pelón tenían su propio
negocio de pulido de metales y criaron a nueve hijos, dos hombres y siete mujeres.
El sacerdote sostenía al recién bautizado en brazos y Pelón posó junto a él con su esposa y los
padrinos. El pequeño Joseph estaba vestido todo de blanco con una camisa sedosa, shorts, calcetines
y unos diminutos zapatos de charol.
Pelón traía una camisa negra deportiva, pantalones grises y su gran sonrisa quedó plasmada en la
fotografía familiar.
Fue como una escena del clásico de Francis Ford Coppola, El Padrino. Los Maciel se habían
reunido para un bautismo, el sacramento cristiano del renacimiento espiritual. Pelón tomó a su hijo
de regreso, sonrió nuevamente y posó para otra foto paternal, sabiéndose, durante todo este tiempo,
la mente maestra de los homicidios sangrientos, al estilo pandillero, que tenía planeados para esa
misma tarde. El bautismo al medio día fue seguido por una recepción y fiesta de cumpleaños que
duraría hasta bien entrada la noche, lo cual pretendía ser una excelente coartada.
«Dale el bebé a Louie» dijo una voz de mujer en el video familiar que grabó todo para la
posteridad.
Había veintitantos niños, familiares y amigos en el patio de la casa de unos parientes en
Montebello. El pequeño Joseph estaba en brazos de su madrina. «Te doy a mi ahijado —dijo— a
quien acabo de sacar de la iglesia con los sacramentos y el agua bendita que recibió». Se lo pasó a
su padre, quien respondió: «Recibo a mi preciado hijo que salió de la iglesia con el sagrado
sacramento y el agua bendita que acaba de recibir».
Pelón después le pasó el niño al padrino y él a su vez a la madre. Todos recitaron la misma frase.
Pelón abrazó a la madrina y se rió gustoso.
Hubo más risas cuando Pelón metió la mano a su bolsillo y lanzó un puñado de cambio al aire.
Antes de que tocara el piso, los niños entusiasmados corrieron por un poco del botín. «¡Aquí hay
veinticinco centavos!» dijo Pelón mientras un niño de cinco años se acercaba rápidamente y se lo
metía al bolsillo.
Los abuelos, tías y tíos estaban comiendo sentados en la sombra. Pelón, ya vestido sólo con una
camiseta, estaba cerca comiendo un pedazo de pollo. Los tatuajes de sus brazos y torso disipaban
cualquier noción de que ésta pudiese ser una familia funcional e íntegra. Todo acontecía bajo el tibio
sol del Sur de California.
«Dale» fue la instrucción de Pelón cuando ayudó al cumpleañero con un pequeño bate de béisbol.
Juntos intentaron darle un suave golpe a la gran piñata de Tweetie que estaba en el pasto antes de que
la levantaran desde la rama de un árbol.
«¡Dale!» Los adultos gritaban a los pequeños niños y niñas que, uno tras otro, se turnaban para
pegarle a la criatura de papel maché colgando de una cuerda. Finalmente, alguno de los niños
grandes la rompió y la figura sangró dulces por todo el pasto. Pelón se unió encantado a los demás
niños que se arrodillaban para recoger los dulces y los metían a sus bolsillos.
«Feliz cumpleaños a ti» cantaba toda la familia mientras Monique sostenía al pequeño en sus
brazos frente a una mesa de picnic y un pastel con betún blanco. La mamá después le untó un puñado
del pegajoso betún en la cara a Pelón y él hizo lo mismo con su hermana María. Su esposa, riendo,
terminó también con barba y bigote de betún.
En algún momento de esa tarde, entre las festividades familiares, Pelón, que llevaba menos de un
mes de haberse integrado de lleno a la Mafia Mexicana, se salió de la fiesta. Tenía planeado un
asesinato.
Tito Aguirre los vio acercarse, dos automóviles llenos de jóvenes gángsters, y se metió a la casa
para esconderse en el baño. Estaba convencido que Huero Shy y Pelón lo andaban buscando por
extorsionar traficantes que estaban pagando sus impuestos a la mafia.
Pelón salió del Cutlass azul y caminó hacia la entrada con otros dos gángsters. Los que estaban en
el segundo auto, un Jeep Wrangler azul 1992, nunca se bajaron. Esta vuelta era de reconocimiento.
Huero Shy no estaba por ningún lado. Esto era asunto de Pelón.
Dido Moreno, el desertor de la Mafia Mexicana y la víctima buscada, estaba frente a la casa de un
piso donde vivía con su hermana de treinta y ocho años, María, cuatro de sus seis hijos, y a veces
también Tito. La renta era de 350 dólares al mes. Era un lugar bastante horrible, de hecho, era una
casa dividida en dos, con una residencia al frente y la otra atrás. Todos vivían en la parte trasera, que
era una habitación del tamaño de una cochera para dos autos con una chimenea, un sofá normal y uno
de dos plazas, un refrigerador, una alacena, televisión, cuatro colchones extendidos por el suelo y un
baño en un rincón. El terreno estaba rodeado de una cerca de metal de menos de un metro de altura
con una reja que cerraban con candado por las noches. Se encontraba en el número 3843 de Maxson
Road en El Monte, una calle de dos carriles, en un zona habitacional de bajos ingresos donde las
casas más viejas se mezclaban con departamentos.
Dido estaba junto a su hermano menor, Alex, que vivía un poco más adelante en esa misma calle,
cuando Pelón y sus hombres se acercaron caminando. Se saludaron dándose la mano. Los testigos
después comentarían que la conversación, que al parecer fue sobre drogas, subió de tono y parecían
estar discutiendo. Pero al final, Pelón le regaló a Alex y a Dido un paquete de heroína con valor de
cuarenta dólares. Alex le dijo a la policía después que Pelón les había dicho que se las daba «porque
le caían bien» y que su equipo pasaría más tarde para venderles un poco más. Pelón sabía que
alguien bajo la influencia de la droga sería menos capaz de resistir.
Dido, Alex y su hermana María eran todos adictos.
Pelón regresó a la fiesta de cumpleaños y le aseguró a sus asesinos que ahora conocía cómo era la
casa de Moreno y exactamente a quién matar. Sus órdenes parecían claras. Matar a Dido y no dejar
testigos. Maciel era de la clica de el Monte Flores, pero colaboraba con asesinos de una pandilla
rival del vecindario de San Gabriel llamada la Sangra. Sentía que al elegir miembros de distintas
pandillas se vería menos sospechoso.
En Montebello, la fiesta se había pasado al interior de la casa. La sala estaba decorada con una
gran bandera que decía FELIZ CUMPLEAÑOS JOSEPH. Mientras abrían los regalos del bebé, Monique,
agradecida, mostraba los juguetes y la ropita que iba sacando de los paquetes. Pelón se sentó a la
mesa y sonrió hasta que oyó sonar su localizador. Entonces salió a encontrarse con su equipo una vez
más. Un compañero los conduciría a él y a Diablo a su departamento en El Monte.
A 13 km al Este, en Alhambra, Anthony «Scar» Torres, de veintinueve años, Richard «Primo»
Valdéz, de veintidós y Jimmy «Character» Palma de veintiuno estaban sentados riendo y haciendo
anfetas. Todos eran miembros de la pandilla de la Sangra. Junto a ellos, en la habitación contigua,
estaban las armas en el suelo.
Scar era un matón de casi cien kilos concentrados en un cuerpo de 1,72 m. Vivía con su madre.
Tristemente, la horrible cicatriz que tenía en el lado izquierdo de la cabeza se la hizo de niño, cuando
su madre le derramó accidentalmente un líquido hirviente. Tal vez eso era lo que lo tenía muy
enojado internamente. Según informes policíacos, los detectives locales pensaban que había
cometido unos diez homicidios pero no podían probarlo y nunca fue acusado. Su madre lo vio actuar
muy raro esa noche. Lo confrontó y él explicó que tenía algo que hacer: «No queremos hacer esto,
pero lo tenemos que hacer». Scar era el que tomaba las decisiones de la Sangra, y la mafia le había
dicho que tenía qué hacerse.
Primo era más alto y delgado y su cara estaba dominada por una extraña nariz demasiado grande.
Usaba mucho PCP y un año antes había estado involucrado en un drive-by de venganza que resultó en
la muerte de un rival del Monte Flores llamado Juan «Johnny Boy» Domínguez. De niño fue jugador
de béisbol en la liga infantil.
Character creció en El Monte y era un niño que parecía tener una necesidad emocional de
pertenencia muy profunda. En su adolescencia temprana, jugó basquetbol en una liga recreativa de la
policía para jóvenes vulnerables. Uno de los policías le dijo a su mamá que sería bueno que lo
sacara de la ciudad y lo alejara de las malas amistades. La madre lo hizo, pero el joven terminó con
la Autoridad Juvenil de todas maneras, conoció a unos miembros de la Sangra y se unió a ellos. Tenía
la palabra SANGRA tatuada en grandes letras que cruzaban toda la parte frontal de su cuello. Vivía con
su hermana menor y el esposo, y estaba saliendo con la hermana de Pelón Maciel en ese entonces.
Cuando la casa se llenó con otros cuatro pandilleros, la nerviosa madre de Scar fue a la casa de
los vecinos para pasar la noche con su hija.
Poco tiempo después, los gángsters tomaron sus pistolas y se dirigieron a la puerta.
Daniel «Tricky» Logan, de diecinueve años, quien estaba siendo criado por su abuela, traía su
Nissan Maxima azul 1987, de cuatro puertas. Tricky no tenía historial criminal serio y era más bien
un peso ligero en las pandillas. Se subió al asiento del conductor y Scar entró junto a él. Character y
Primo entraron al asiento trasero.
José «Pepe» Ortiz, de veintinueve años, era otro miembro duro de la pandilla siempre presto a
obedecer las órdenes de la Eme; «Creeper» tenía veinticinco años y era un bocón presumido que
estaba más interesado en meterse drogas que en ser un gángster; y «Mateo», que tenía veintidós años;
todos se subieron al segundo vehículo, el Ford Thunderbird color granate 1991 de Mateo. Eran el
auto de respaldo.
De vuelta en su departamento, Maciel estaba caminando inquieto, esperaba nervioso. Entonces el
Nissan Maxima se acercó y Character salió del asiento trasero y se acercó a Pelón, que estaba
esperando afuera. Pelón le dio algo de heroína y le preguntó si estaba listo para encargarse de unos
asuntos por él y si tenía todo lo necesario para hacerlo.
«Sí. Ya estamos empacados» contestó Character. También dijo que otro carro de respaldo los
seguiría para encargarse del asunto.
Pelón rápidamente le dijo al amigo que lo había llevado a El Monte, «Vamos de regreso a la
fiesta», su coartada.
En el camino a la escena del crimen, Character, que estaba demasiado excitado, le rogó a Scar que
lo dejara hacerlo. Quería «ganarse sus huesos» en la pandilla, que lo respetaran como un verdadero
asesino. Scar finalmente accedió. Más tarde le diría a la policía: «Lo iba a hacer yo mismo, pero este
tipo se moría de ganas. Quería ir haciendo nombre». Scar recordaba que había visto niños en la casa
durante su visita de reconocimiento y le recordó a todos «Nada de bebés, nada de bebés, no quiero
participar en algo así».
Apagaron las luces de sus autos cuando se acercaron a Maxson Road en la oscuridad y vieron a
Tito Aguirre en la banqueta. Él los vio también y salió corriendo directo a la casa de Dido, donde
desapareció. Iban a dar las 10:30 p.m.
El Nissan Maxima lo siguió y se detuvo en la entrada de la casa con el número 3843 de Maxson
Road. La reja de la casa estaba cerrada con candado. Poco tiempo después, tres jóvenes vestidos con
ropa oscura salieron y caminaron con calma por la entrada del vecino, hacia la residencia Moreno en
la parte trasera. Tricky Logan, con una gorra de béisbol, estaba agachado en el asiento del conductor
y esperó en el auto.
El T-bird de Ford pasó y se estacionó en la calle junto al Zamora Park, a unos doscientos metros
de distancia. También esperaron y se alistaron para matar policías o gángsters rivales del Monte
Flores quienes podrían sentirse inclinados a arruinar la misión.
Character y Primo fácilmente saltaron la reja mientras Dido Moreno, borracho y totalmente
drogado, sentado en los escalones de la entrada, estaba tomando una cerveza. Paul Moreno, de seis
años, estaba sobre una cama justo en la entrada de la casa, viendo televisión, cuando se dio cuenta
que dos hombres estaban hablando con su tío afuera. Recordaba alguna conversación sobre drogas y
luego hubo una erupción de violencia que ningún niño tendría que presenciar en su vida.
Primo sacó un revólver ·357 Magnum y le metió una bala al tío Dido en la oreja derecha. Se
escuchó cómo se rompía la botella de cerveza en el asfalto cuando el desertor cayó al pavimento,
muerto.
El pequeño Paul vio al pistolero cubrirse la cara rápidamente con una media. Ahora era sólo una
máscara con los ojos de un asesino viendo hacia la puerta. El niño saltó al piso y se escondió atrás
de la puerta.
Su madre, María Moreno, se puso de pie y trató desesperadamente de cerrar la puerta corrediza de
vidrio para mantener fuera a los intrusos. No funcionó. Los dos pistoleros entraron a la fuerza a la
casa. María vio el brillo de una pistola cromada calibre 45 mm ante su cara y Character, a
quemarropa, le dio un balazo en el lado izquierdo del cráneo. Cayó de boca sobre la alfombra y
murió. Un vecino que no sospechaba nada escuchó a un niño gritar «¡Mamá!».
Primo apuntó el arma a Tito Aguirre, probablemente pensando que, con las órdenes de no dejar
testigos vivos, lo podía matar. Tito había estado en el sillón fingiendo ver televisión y seguramente se
puso de pie para correr. La bala ·387 lo alcanzó en la parte de atrás del hombro izquierdo y se cayó
entre la pared y una cama. Una segunda bala le voló la parte superior de la cabeza. Una autopsia
posterior mostró que la herida resultó de un disparo a quemarropa. Había materia gris en la pared.
Faltaba lo peor. Character estaba en un frenesí asesino. Apuntó la pistola 45 mm a Laura Moreno,
de cinco años, la hija de María y la bala entró por su espalda y salió por su pecho. Cayó junto a su
madre.
Pero el horror no había terminado. Ambrose Moreno, de seis meses de edad, estaba en una cobija
en el piso. Character aparentemente pasó por arriba del cuerpo de la madre y, enloquecido, apuntó
nuevamente su 45 mm y le dio un balazo al bebé en el ojo derecho.
En algún momento, por una razón enferma, le dieron otro balazo en las nalgas a María Moreno que
yacía muerta en el suelo junto a dos de sus hijos. Durante esta carnicería, Scar vigilaba, esperando
afuera con la escopeta recortada en la mano.
Los dos asesinos salieron rápidamente, saltaron la cerca, y regresaron por la entrada del vecino
para volverse a subir al auto de Tricky junto con Scar. Los vecinos que celebraban una fiesta de
cumpleaños del otro lado de la calle los vieron subirse al Maxima y salir rápidamente, con las luces
todavía apagadas. Algunos habían escuchado los disparos y corrieron a cubrirse hasta que llegó la
policía.
Paul, de seis años, quien había visto la masacre de su familia, siguió a los asesinos, brincó la
cerca y corrió a la casa de sus vecinos. Sus manos, pies, camisa y pantalón estaban cubiertos de
sangre cuando golpeó la puerta furiosamente y les dijo «¡Le dispararon a mi mamá!» Inmediatamente
llamaron a la policía.
Mientras tanto, los tres miembros de la Sangra en el carro de apoyo no escucharon los disparos
pero sí las sirenas. Una patrulla pasó volando junto al parque. Mateo dijo: «¡Vámonos de aquí!» Y se
fueron.
Pelón recibió un aviso a su localizador de que habían terminado con el encargo. Consciente de
ello o no, él y todos los gángsters que habían participado en esa matanza de bebés también estaban
terminados.
Boxer Enríquez dijo: «Nadie estaba de acuerdo con matar bebés. Era deshonroso para nosotros [la
Eme] participar en el asesinato de mujeres y niños, en particular los inocentes. Si un tipo está en el
negocio y hay mujeres involucradas que se tienen que eliminar, pues así será. Eso sí lo hacemos.
Pero no a los niños. Fue un delito horrendo que ha pasado a la historia como un capítulo
particularmente negro de la Mafia Mexicana. Alguien tendría que pagar por lo que sucedió en
Maxson Road.
Los oficiales Ron Nelson, Carlos Zamora y Gary Gall fueron los primeros policías del Monte en
llegar a la escena: cinco minutos después de que llegara la llamada a las 10:30 p.m. Mientras
caminaban hacia la entrada, un vecino sostenía al sobreviviente, Paul, con la ropa todavía
ensangrentada, mientras otros les apuntaban a la puerta explicándoles que le habían disparado a
alguien. Los policías caminaron hacia la cerca. Mientras tanto, el oficial A. Phillips llegó y se acercó
por el otro lado. Primero vio un cuerpo y llamó a los otros que saltaron la cerca. Los paramédicos
fueron llamados de inmediato.
Encontraron el cuerpo sin vida de Dido Moreno recostado de lado, cerca de los escalones, con la
cabeza en un charco grande de sangre y la botella de cerveza rota a su lado. Un tatuaje que decía EME
cruzaba sus nudillos. A 1,20 m de distancia alcanzaban a distinguir la silueta de más cuerpos dentro
de la casa. El oficial Nelson abrió la puerta. Directamente a su derecha estaba el cuerpo robusto de
María Moreno, boca abajo en el suelo, inmóvil, con una gran mancha en la parte de atrás de la
camisa causada por la sangre que emanaba de la herida en la cabeza. Los oficiales Zamora, Gall y
George Mendoza, que habían llegado con Phillips, entraron. Un cadete que llegó con uno de los
oficiales fue enviado a la calle para encontrarse con los paramédicos en cuanto llegaran.
Había dos niños pequeños junto a la madre. Una niñita ensangrentada, Laura, con una bala en el
pecho, boca abajo y acurrucada cerca. La huella de su mano ensangrentada podía verse en la parte
trasera de la camisa de su madre, como si hubiera intentado alcanzarla para que la consolara. Estaba
respirando, apenas, respiraciones cortas y profundas. Un oficial le buscó el pulso pero no lo
encontró.
A 60 cm de distancia estaba el bebé, Ambrose, con un pañal y un trajecito rojo y blanco. Estaba
boca arriba, con los brazos ligeramente levantados hacia el techo, como si pidiera ayuda, los ojos
abiertos y una pequeña cantidad de sangre que le salía de la orilla de la boca, con un agujero
perfecto rodeado de las quemaduras de pólvora justo debajo de su ceja derecha. Estaba acostado en
una pequeña cobijita de bebé y una almohada blanca y azul que ahora tenía un agujero de bala.
A la izquierda, estaba el cuerpo de Tito Aguirre, acostado sobre su lado derecho, entre la cama y
la pared cerca del baño, con la pierna izquierda sobre la cama, los ojos abiertos y un charco de
sangre alrededor de su cabeza, con manchas de sangre y materia gris goteando por la pared.
El oficial Mendoza, quien tenía cuatro hijos propios, levantó a la agonizante Laura, la sostuvo en
sus brazos y le habló suavemente para que pudiera oír la voz de alguien. Luego rápidamente perdió la
compostura. Empezó a gritar. «¿Dónde están los paramédicos?» Mendoza cuenta que fue «lo peor que
haya visto» en sus veinte años como policía.
Era horrendo, pero lo que los cuatro policías vieron después les destrozó el corazón y les quedaría
marcado en las memorias para siempre como si la espantosa verdad les hubiera quemado el cerebro.
Del otro lado de la habitación, sus ojos alcanzaron a ver la diminuta figura de una niña de dos años,
llamada Sarah, escondida junto al refrigerador, caminando en círculos, viendo alrededor, confundida
y llorando sin control. Mientras la niña se acercaba a su madre muerta y se escondía cerca del
cuerpo, sus sollozos se mezclaron con sus gritos aterrorizados. Había presenciado la masacre de su
familia. El oficial Nelson, soltero y sin hijos, la levantó, la sacó y se la dio a una paramédico que
venía llegando, con la esperanza de que los instintos maternales de ella ayudaran a aliviar un poco el
dolor de la niñita.
Los investigadores después dijeron que la única razón por la cual sobrevivieron Sarah y su
hermano Paul fue porque Jimmy «Character» Palma se quedó sin balas.
El paramédico Chris Cano y su compañero apenas acababan de responder a una llamada «de
nada» y estaban haciendo planes para ir a cenar antes de regresar a la estación de bomberos de El
Monte. Él era el médico en jefe esa noche. Entonces, escucharon una llamada por un tiroteo, lo cual
no era tan extraño, pero la solicitud de una segunda ambulancia sí fue un poco anormal. Encendieron
el escáner y se dieron cuenta por la cantidad de mensajes de la radio policial que era «algo bastante
grande». Había reportes de varios cuerpos. Aceleraron. Junto con su compañero, Tom Tecata,
llegaron al mismo tiempo que otra unidad de paramédicos. La escena fue mucho peor de lo que se
podían imaginar.
«Era lo más horrible, la cosa más horrible que he visto jamás».
Primero encontraron a Dido Moreno afuera y la fea herida de su cabeza les dijo que ya estaba
muerto. Había estado tomando y vomitó cuando le dispararon. El hedor del vómito mezclado con la
sangre era insoportable. Sin embargo, el puro olor de la sangre, a pesar de serles familiar, esta vez
era demasiado. Después de pisar materia gris para entrar a la casa, descubrieron por qué. Había
sangre por todas partes.
El otro equipo de paramédicos, Rich Campos y August Duarte, vio cómo Laura, la niña de cinco
años, dio su último respiro cuando entraron por la puerta. Le quitaron el cuerpo sin vida al oficial
Mendoza e inmediatamente se pusieron a trabajar. Ambos equipos sabían que la madre había muerto
y se concentraron en los dos niños. Cano y su compañero, a pesar de saber que Ambrose no tenía
señales de vida, de todas formas intentaron resucitarlo. ¡Por Dios! Era un bebé.
Cano vio el cuerpo maltratado de Tito Aguirre al fondo de la habitación y se acercó a revisarlo.
Vio que le faltaba la parte superior de la cabeza y que su cerebro estaba decorando grotescamente la
pared. Cano supo que estaba muerto. Regresó a ayudar a su compañero.
Otros bomberos se sumaron a la labor con furia. Todo lo que podían pensar era salvar las vidas de
estos niños. Las probabilidades de que sobrevivieran eran casi nulas, pero su humanidad les gritaba:
¡Por el amor de Dios, son bebés, sálvenlos! Ninguno de los niños estaba respirando por su cuenta.
Intentaron ayudar al bebé a respirar con el resucitador de la ambulancia. Los paramédicos colocaron
un tubo en los pulmones de Laura, intentando ayudarla a respirar también. Les pusieron intravenosas
para reponer la sangre perdida. Escucharon con atención buscando un sonido alentador, sin saber que
la bala había colapsado su pulmón izquierdo y atravesado su corazón, literalmente despedazándola
por dentro.
Después de pasarle el cuerpo sin vida de Laura a los paramédicos, el oficial Mendoza salió al
jardín y vomitó. No fue el único esa noche.
«Fue tan triste —recuerda Cano— ver una madre y sus dos hijos acostados lado a lado, el cerebro
regado por el suelo y los niños junto a ella». Los bomberos y policías, la mayoría de ellos con hijos
propios, gritaban, necesitamos esto, necesitamos aquello. Lo que vieron, olieron y escucharon ya
había abrumado completamente sus sentidos.
Muchos piensan, equivocadamente, que los policías y bomberos son una especie de humanidad que
ya se ha endurecido. Son percibidos como faltos de compasión y se cree que están más que
acostumbrados a este tipo de experiencias. Sin embargo, este día ya estaban emocionalmente
abatidos también. «El hecho —dice Cano— es que estas personas capaces de matar niños estaban
ahí afuera. Te pones a pensar. Estos niños no hicieron nada. Es decir, ese bebé tenía oportunidades,
la niña de cinco años tenía oportunidades, y eso se los robaron. Entonces fue cuando me empezó a
afectar, en especial porque tengo hijos propios».
«Pienso: qué tal si alguien entrara a mi casa, me matara, matara a mi esposa y después a mis hijos.
Y lo peor es que en esos momentos que la niña estaba viva, te preguntas si sabía lo que estaba
sucediendo. ¿Sabía que habían matado a su mamá? Es que, como niño, no tendrías nunca que tener
esos sentimientos ni ver algo así. Y al siguiente instante, le disparan».
Después de transportar a los niños a dos hospitales separados —ninguno llegó vivo— Cano y su
compañero regresaron a la escena y empezaron a recorrerla para propósitos de documentación.
Después regresaron a la estación. Cano tuvo que usar la manguera para lavar la sangre, la materia
gris y los pedazos de cráneo de sus botas. Normalmente, después de una salida, él y su equipo se
sentaban y lo discutían, criticando lo que habían hecho y qué respuestas planeaban en el futuro. Con
frecuencia la adrenalina sigue corriendo y todos están activos y parlanchines. Esta vez fue solemne.
Casi no cruzaron palabra. Cada hombre lidió con lo que había visto de manera privada. El oficial
Nelson, que llevaba tres años en el trabajo y era hijo de un policía de un pueblo pequeño, había
empezado su turno nocturno. Trabajó hasta la mañana, regresó a casa y se quedó dormido con un
sueño inquieto. Despertó para ver las noticias de la seis de la tarde. En el sillón, vio la historia de
los sangrientos asesinatos de Maxson Road y se soltó a llorar. Qué acto tan espantoso, sin sentido,
cobarde, pensó.
El paramédico Cano, quien se convertiría en policía en El Monte unos años después, está
convencido que «nunca lo olvidará». Explica: «Parte de eso siempre estará conmigo. Las cosas que
hacen a los niños… Creo que de cierta forma mata una parte de ti, te mata la personalidad o algo de
tu interior, te hace más oscuro y es algo que siempre está ahí molestándote».
Ciertamente le molestó a Joe Moreno, el hermano de Dido de cuarenta y dos años, y quien también
vivía en el área. Ese mismo 22 de abril, la noche de los asesinatos, se presentó en la escena del
crimen y le informó a un oficial de policía que creía que un hombre llamado Huero Shy era el asesino
o había reclutado a alguien para que cometiera el asesinato. Al día siguiente agregó el nombre de
Luis «Pelón» Maciel.
Ese mismo día, a 1300 km de distancia, Boxer Enríquez, sentado en su celda en Pelican Bay,
estaba viendo las noticias en la televisión cuando escuchó que la Eme había ejecutado a una familia,
incluyendo a un bebé de seis meses de edad y una niña de cinco años. Volteó a ver a su nuevo
compañero de celda y le dijo «Esto no puede ser».
Darryl «Night Owl» Baca, asesino convicto y miembro de la Eme, sacudió la cabeza incrédulo.
«¡Chingá! Están matando bebés».
En los días que siguieron a los asesinatos de Maxson Road, hubo una cobertura noticiosa masiva
sobre las muertes y los reportajes vinculaban la masacre directamente con la Mafia Mexicana. Boxer
estaba entre quienes no apreciaban la creciente publicidad negativa: «Lo vimos en World News. La
noticia estaba en todas partes. Nosotros [la Eme] estábamos siendo descritos todos como asesinos de
bebés, asesinos de bebés. Y nosotros nunca hemos sido así. No matamos bebés».
Un pariente de Anthony «Scar» Torres, uno de los motores que impulsaron estas matanzas, también
estaba especialmente alterado por el asesinato de los bebés. Tanto que confió a alguien en su oficina
que Scar y sus amigos eran los asesinos de Maxson Road. El detective de El Monte, Marty Penney,
un sociable policía de pandillas y con el oído siempre alerta, estaba sentado en su escritorio en la
oficina de relaciones de la comunidad cuando recibió la llamada tres días después de los asesinatos.
La persona al otro lado de la línea quiso permanecer anónima. Planearon reunirse y los policías
terminaron con una sólida lista de sospechosos.
Entonces, el 15 de mayo, durante una entrevista en la cárcel con Penney y el detective de
homicidios, John Laurie, el sospechoso Scar Torres, de manera no oficial, identificó a Jimmy
«Character» Palma como el asesino de los niños. Scar había sido arrestado por otro caso de intento
de homicidio. Ese mismo día, Character se entregó a su oficial de libertad condicional para ingresar
a rehabilitación de drogas. Negó haber participado en los asesinatos de Maxson Road.
A finales de julio, otro informante le dijo a los investigadores que había escuchado a Scar y
Character hablando como una semana antes de los asesinatos. Dijo que Scar le preguntó a Character,
en un tono molesto: «¿Qué te pasa?» Y que Character respondió: «Me vale madres. Estoy loco.
Mataría a quien fuera».
Los detectives de homicidios del Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles tenían los
nombres de los asesinos y trabajaron con un paso metódico armando el caso.
René Enríquez dijo que «la jerarquía de la Mafia Mexicana estaba absolutamente horrorizada» y
que la masacre de Maxson Road continuó siendo el tema de conversación en la Prisión Estatal de
Pelican Bay. Recordó que «incluso los miembros más rudos de la Eme estaban incrédulos y
disgustados». En su sección estaban también Topo Peters, Jacko Padilla, Lil Mo Ruiz, Bruiser
Tolento, Grumpy Padilla y Musky Castañeda: todos mafiosos. Boxer dice: «Todos estuvieron de
acuerdo que no se podían tolerar este tipo de actos». Ningún mafioso que se respetara tenía un
problema con matar, pero esto era distinto.
Los días de visita semanal, pequeños grupos de prisioneros iban juntos al área. La sala de visitas
en sí tenía dos filas largas de celdas pequeñas y seguras. En la parte de atrás de cada celda de visita
hay una puerta de acero perforado. Los prisioneros pueden comunicarse unos con otros gritándole a
los que están junto o detrás de ellos. Los siguientes días de visita el tema principal de conversación
fueron los asesinatos de Maxson Road. Cuate Grajeda se acercó a Boxer. «Esto hizo que la clica se
viera mal. Quien haya hecho esto debe irse».
La plática sobre Maxson Road se extendió a la biblioteca legal de la prisión, donde los
prisioneros estaban en celdas separadas equipadas también con puertas de metal perforado para
estudio de manera individual. Por una decisión de la corte, se había permitido que los prisioneros
conversaran en la biblioteca. Enríquez se sentó cerca de David «Spider» Gavaldón el día que
escuchó las noticias. Spider dijo: «Quien haya hecho esto tiene que irse, y fue tu amiguito quien
ordenó esta chingadera».
Se había corrido rápidamente la voz de que Huero Shy Shryock había ordenado el ataque. Shy
también se convirtió en un prominente tema de conversación. Boxer y su compañero de celda, Night
Owl, también de Artesia 13, seguían oyendo de otros mafiosos que esto era obra de su «amigo».
«No están seguros que haya sido Shy», alegaba Boxer. Se estaba dispersando en la organización el
deseo de ejecutar a Huero Shy porque él había ordenado las matanzas. También había apadrinado a
Pelón Maciel para que entrara a la organización. Boxer sabía que sus enemigos en la mafia también
podían irse en contra de él por ser un cercano aliado de Shy.
Mientras tanto, Huero Shy Shryock no perdió nada de tiempo en mandarle una carta a Enríquez
pidiéndole que lo ayudara a decirle a los otros carnales que él no había tenido nada que ver con
ordenar que se matara a los bebés. Boxer recordaba que la carta decía: «Yo no le pedí [a Pelón
Maciel] que matara a los bebés. Le dije que matara a Dido y a este otro tipo, dos desertores. Y luego
se fueron e hicieron esto por su cuenta. Juro por Dios que yo no lo hice. Te doy mi palabra, hermano.
Yo no lo hice».
Boxer Enríquez le creyó y se mantuvo de parte de Shy. Otros hicieron lo mismo y finalmente Huero
Shy la libró.
«¿Pero sabes qué sí sabía? —añade Boxer—. Sabía que sí era responsable, aunque fuera sin darse
cuenta. Esa es su naturaleza. Con su gran voz, probablemente dijo algo como ‘Mátalos a todos. Mata
a todos esos cabrones.’ Eso es lo que decía todo el tiempo. Y apuesto que eso le dijo a este tipo
[Pelón]. ‘Chíngatelos a todos. Mata a todos esos cabrones’. Y eso fue exactamente lo que sucedió.
Maciel hizo lo que le habían ordenado».
El 28 de septiembre de 1995, se abrió una acusación por homicidio en contra de Anthony «Scar»
Torres, Jimmy «Character» Palma, Richard «Primo» Valdéz y Daniel «Tricky» Logan. Todos estaban
ya en custodia para entonces excepto Valdéz, que se había mudado con su madre a Salt Lake City,
Utah, una semana después de los asesinatos. Valdéz se inscribió en una universidad allá y trabajaba
en un supermercado. Se entregó después de que su hermana leyó en el periódico que lo estaban
buscando. Primo negó que tuviera algo que ver con los asesinatos.
El 6 de diciembre de 1995, un gran jurado acusó a Luis «Pelón» Maciel y a José «Pepe» Ortiz.
Ortiz ya estaba en una Prisión Estatal por otros cargos. Maciel fue arrestado una semana después
cuando salía de un motel con su novia en la ciudad cercana de Rosemead. Su esposa lo había corrido
de la casa tres meses antes al enterarse que tenía una aventura.
«Mateo» y «Creeper» que estaban en el automóvil de respaldo esa noche, no recibieron cargos.
Tampoco Huero Shy Shryock de la Eme. Los Fiscales Federales tenían otros planes de juicio contra
él. Dejaron que el estado acusara a los involucrados en Maxson Road y más adelante irían tras Shy
en un juicio masivo contra la Mafia Mexicana por asociación delictuosa.
En junio de 1997, el pistolero Jimmy «Character» Palma y Richard «Primo» Valdéz, condenados
por los cinco asesinatos de diciembre, fueron sentenciados a muerte por inyección letal en la Prisión
Estatal de San Quintín. Tenían veintitrés y veinticuatro años. Palma se sentó en silencio y escuchó la
sentencia. Valdéz le gritó una grosería al juez. Durante el juicio, Valdéz, quien había sido un
prometedor jugador de béisbol de niño, le arrojó una caja de pañuelos faciales a un miembro del
jurado que se había quedado dormido y le pegó en la cabeza desde 7 m de distancia.
Anthony «Scar» Torres, de treinta y un años, fue sentenciado esa misma semana a cadena perpetua
sin la posibilidad de salir en libertad condicional por su rol en los asesinatos.
Daniel «Tricky» Logan, de veinte años, el conductor del auto en el que huyeron, recibió una
condena de 129 años a perpetua.
José «Pepe» Ortiz de treinta y un años, pasajero del auto de respaldo que ayudó a dar las
direcciones para llegar a la casa de Moreno, también recibió 129 años a cadena perpetua tras las
rejas.
Jimmy Palma no llevaba ni siquiera tres semanas en San Quintín cuando ocurrió, el 13 de octubre
de 1997. Las primeras dos semanas las había pasado en procesamiento y ya estaba autorizado a salir
a uno de los pequeños patios de ejercicio de los condenados a muerte. Había poco más de diez
prisioneros con él, todos asociados con la Eme o la Hermandad Aria. Apenas era la segunda vez que
salía al patio. Había jugado un partido de basquetbol y estaba probablemente un poco cansado.
Character estaba en un área frecuentada por miembros de la Mafia Mexicana cuando el cuchillo se
hundió en su carne. Todo terminó rápido. El asesino de bebés estaba muerto, con cuatro heridas de
arma punzocortante en el pecho, una de ellas en el corazón. Ningún prisionero lo ayudó. El agresor
nunca fue acusado de homicidio. De hecho, nunca se le identificó oficialmente.
«Había algo de justicia en bruto en ese acto —reflexiona Boxer Enríquez—. Se lo merecía. No
hubo remordimientos por matar a este tipo. Mataba bebés y tenía que desaparecer. Hay justicia y
existe la pena de muerte en California. Lo que pasa es que a veces la Mafia Mexicana se adelanta un
poco con la ejecución».
En enero de 1998, Luis «Pelón» Maciel, de veintiocho años de edad, se reía mientras leían la
recomendación del jurado de que recibiera la pena de muerte. Dos meses y medio después, el juez de
la Corte Superior de L.A., el normalmente bromista Charles Horan, no pensó que fuera nada gracioso
cuando sentenció a Pelón a que muriera por inyección letal.
Durante su primera semana entre los condenados a muerte de San Quintín, Pelón Maciel decidió
que el patio de ejercicio no era el mejor lugar para pasar el tiempo. Ahora va a un patio especial
para reclusos preocupados por su seguridad. Maciel solamente sale de su celda acompañado de uno
o dos convictos que no tienen afiliaciones a ninguna pandilla mientras espera la fecha oficial de su
ejecución. Esto es, siempre y cuando la Eme no tenga planes para hacerlo antes.
El Delegado del Fiscal de Distrito, Anthony Manzella, el abogado tenaz que se encargó de
encarcelar a Maciel, dijo: «La mayoría de la gente está consciente de la existencia de la Mafia
Mexicana en el sistema penitenciario. Pero pocos se dan cuenta de la magnitud de la influencia que
tiene en las pandillas callejeras de la comunidad. Este caso demuestra lo influyentes que son».
Manzella creció en Nueva Jersey y aún conserva el acento que adquirió hace años, mientras vivió
en el vecindario que sale en las escenas iniciales del programa de televisión Los Soprano. Su padre,
un hombre italo-americano de primera generación, fue un abogado que se negaba a representar a
mafiosos porque no se ajustaban a sus estándares del bien y el mal. Su brillante hijo entró a la
Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y después estudió leyes en la prestigiosa
Universidad de Georgetown.
Anthony Manzella se considera a sí mismo un abogado con conocimiento de las calles que creció
en un lugar donde los mafiosos italianos tenían el poder: más poder del que merecían. No duda en
hacer la comparación: «La Mafia Mexicana es ahora lo que la Cosa Nostra fue hace cincuenta años.
Tenemos la oportunidad de detenerla antes de que crezca y se convierta en lo que fue después LCN».
Boxer tuvo una última palabra: «Los asesinatos de Maxson mancharon la imagen de la Mafia
Mexicana pero en realidad la mostraron como lo que es: algo maligno. Porque, a decir verdad, la
Eme sí tuvo bastante que ver con esos asesinatos».
26
14 Además de René, los prisioneros en el autobús eran: Richard «Psycho» Aguirre de los Avenues; David «Chino» Delgadillo, de
Geraghty Lomas; Henry «Indio» Carlos de El Sereno; Víctor «Psycho» Gallegos, de Santa Mónica; Jorge «Huero Caballo» González de
Eighteenth Street; José «Joker» González de Big Hazard; Eulalio «Lalo» Martínez de Lomas; José «Bat» Márquez de San Diego; Jacko
Padilla de Azusa 13; Daniel «Danny Boy» Piña de Big Hazard; Gilbert «Lil Mo» Ruiz de White Fence; Jimmy «Smokey» Sánchez de
VNE; y Albert «Bruiser» Tolento de los Avenues.
30
Estoy muy preocupado de que el proceso de paz se encuentre en un grave estado. Los jefes del
Departamento de Correcciones de Sacramento no están dispuestos a apoyar en este momento al
director Ayers. Por eso las negociaciones se han detenido por el momento… Si el proceso de
pacificación se elimina, el Senador Hayden, Polanco, Vasconcellos y otros legisladores
progresistas de Sacramento estarán molestos. Por otro lado, permitirles a ustedes salir de la
UHS posiblemente moleste al gobernador, tal vez a la AOCCP y otros, en especial si no se ve una
reducción en la violencia a gran escala. Pero parece haber algo más básico en juego que la
difícil decisión que debe tomar el Departamento. Tenerlos a ustedes fuera de la UHS para
ayudar a limitar los disturbios sería equivalente a una admisión pública de que el
Departamento se apoya en los prisioneros para mantener el orden. No importa cuáles sean las
relaciones entre los miembros del personal y los prisioneros o que ésta sea utilizada de muchas
formas, con frecuencia brutales. De todas maneras, la admisión parece ser demasiado grande
para el Departamento. Parece ser que la decisión ahora depende de los políticos.
Boxer tuvo que reírse. Los senadores Hayden, Polanco y Vasconcellos se habían esforzado por
retratar a los mafiosos como víctimas del sistema. Él sabía la verdad. La Eme los consideraba
«políticos tontos, mojigatos y extremadamente liberales que obedecían las órdenes de la mafia». Si
lo hacían a sabiendas o no, no importaba. Estaban siendo utilizados.
Cerca del fin de estas supuestas pláticas de paz, Boxer Enríquez y los otros estaban esperando en
la sala de conferencias para reunirse con tres representantes de la Unidad de Servicios Especiales, el
brazo investigador del Departamento de Correcciones de California. Estaban George Ortiz, agente
especial a cargo; Joe De La Torre, agente especial en jefe; y Brian Parry, director asistente de la
Unidad de Aplicación de la Ley e Investigación (líder de la USE). Parry era quien hablaba
principalmente y fue quien capturó la atención de Boxer.
Brian Parry era un irlandés determinado que se crió en Long Island, graduado por la Universidad
de Dayton en 1972 con un título de administración policiaca y se dirigió al Oeste empleado como
agente a cargo de los presos que salían en libertad condicional. Joe Morgan, el legendario mafioso,
fue uno de los casos que estuvo a su cargo. Parry se volvió agente de la USE en 1981 y ocho años
después, junto con su compañero, el detective del Departamento de Policía de L.A., Jack Forsman,
fue uno de esos agentes sentados en la camioneta helada fuera de la casa de Topper Alemán
esperando que apareciera Boxer, sospechoso de los asesinatos de David Gallegos y Cynthia
Gavaldón. En otras palabras, Parry había contribuido a encerrar a Boxer. Y, a diferencia de los
políticos, Parry había estado en combate mano a mano con los gángsters y criminales dispuestos a
matarlo. No pensaba que estas personas fueran víctimas.
Parry se asomó hacia la sala de conferencias y vio los rostros de nueve de los criminales más
peligrosos del sistema del DCC, todos esperando hablar con él. No había un sólo oficial de
correcciones en la habitación. Todos estaban en el corredor. Pensó: Si hay algún plan diabólico en
ciernes, se pondrá feo antes de que llegue la caballería.
Parry volteó a ver a los hombres que lo acompañaban y antes de ingresar a la sala dijo: «Espero
que no traigan sus mejores trajes, podría ponerse sangriento ahí adentro». Entonces entró y le dio la
mano a Boxer, quien estaba esposado.
«Hola, Boxer, ¿cómo te va?».
«Es René. René».
«Okey. René».
Boxer mide 1,72 m y se dio cuenta de que la parte superior de la cabeza calva de Parry apenas le
llegaba a la altura de los ojos. Sin embargo, el jefe de la USE se movía con confianza. Era altivo y
beligerante, enérgico pero amistoso, serio pero simpático. A Boxer le caía bien pero su instinto le
decía que este astuto representante de la ley no sería fácil de engañar. Tenía razón.
Parry sabía que «los líderes de las pandillas querían salir libres a la población general. A cambio,
prometían encargarse de detener la violencia en la prisión. Bueno, nuestra respuesta a eso fue: dejen
ustedes de participar en la violencia dentro de la prisión. Sabíamos que algunos de estos individuos
estaban autorizando los actos violentos y no les íbamos a dar el poder de salir y hacer nuestro
trabajo. Se merecían estar en la UHS por razones válidas, por sus propios actos violentos y por
promover que otros actuaran igual. Por otro lado, teníamos información de que algunas de estas
pandillas estaban planeando ataques serios contra sus rivales en cuanto salieran. Así que no les
cederíamos el control de la prisión así nada más a un grupo de líderes pandilleros».
Parry también había estudiado la historia. A principios de la década de 1970 hubo un Programa de
Catalización de Prisioneros que liberó a los pandilleros para controlar el patio. Eso no limitó los
apuñalamientos y las agresiones.
Durante la década de 1980, el DCC empezó con la segregación, seis de las prisiones más grandes
estaban dedicadas a albergar distintas facciones de las pandillas. Los jefes de las pandillas se
adueñaron de las prisiones, dominaron a otros reclusos y se volvieron violentos con el personal.
Parry también sabía que, desde la implementación del programa de las UHS en 1989, la violencia
en las prisiones en general se había desplomado. No había suficientes camas para todos los
malvados que merecían estar ahí.
En resumen, no le creía a Boxer y su propuesta de paz de la mafia. Estaba demasiado familiarizado
con el juego mortal de la Eme.
Los falsos negociantes de paz de la Eme perdieron su guerrita. Tal vez habían logrado engañar a un
puñado de políticos y grupos de intereses especiales que los usaron para promover la reforma
carcelaria, pero no a los policías que llevaban toda la vida examinando de cerca sus patrones de
comportamiento criminal.
Boxer Enríquez y sus hermanos seguirían encerrados en la UHS.
17 Un CP es un prisionero que está encerrado por su propia protección. Alguien, que en el patio de la población general, estaría marcado
para atacar.
34
Cansado de la mafia
LAS PELEAS INTERNAS y las manipulaciones nunca cesaban. Los altos rangos de la Eme estaban
encerrados en la UHS de Pelican Bay, pero los fines de semana tenían autorizado ir al área de visitas
donde se encargaban de sus negocios y hacían política unos contra otros. Abiertamente ordenaban
que se realizaran ataques, enviaban mensajes y daban instrucciones a sus subordinados o a sus
esposas sobre asuntos de narcotráfico o disputas de territorio a 1300 km de distancia en Los Ángeles.
Para Boxer resultaba cada vez más evidente que ninguno de ellos «podía ver más allá de la limitada
vida de pandillero».
Su viejo compañero de celda, Darryl «Night Owl» Baca, no era la excepción. Lo único que
quedaba de su antigua sociedad era amargura y sed de venganza. Todavía estaban en la misma
sección pero en celdas separadas. Baca estaba en el segundo nivel y Boxer abajo. Inmediatamente
después de la discusión que tuvieron sobre las intenciones de Night Owl de matar a la asociada
Cynthia, también conocida como «Hottie», los dos enemigos habían prometido encontrarse en las
duchas del segundo nivel y pelear a muerte.
Tres días a la semana Baca era el cuidador del nivel y ayudaba con algunas tareas de rutina de
mantenimiento. En una ocasión, al completar sus tareas, se fue a las duchas y permaneció ahí durante
una hora, con la esperanza de que el guardia en turno se olvidara de él. Boxer enrolló su gigantesco
cuchillo en una toalla y le pidió al guardia que abriera la puerta: él también quería bañarse. El oficial
accedió pero insistió en que Boxer se quedara en el nivel de abajo. Había un ducha arriba y una
abajo. «Fuiste cobarde» le dijo Baca cuando bajó y pasó junto a la celda de su enemigo al día
siguiente.
Una semana después, los dos rivales intentaron enfrascarse en su combate mortal nuevamente. Esta
vez, Boxer, con el cuchillo escondido en la toalla, se dirigió automáticamente a las duchas de arriba
para enfrentarse con Baca. Cuando iba por las escaleras, su corazón se aceleró y le temblaban las
manos mientras sostenía el cuchillo por dentro de la toalla.
«Baca, ¿dónde estás?» preguntó el guardia.
«En mi celda, secándome».
En realidad estaba todavía en la ducha, escondido. Boxer estaba a unos tres metros de distancia
cuando escuchó abrirse el candado a control remoto de la ducha. Los camaradas de las otras celdas
podían sentir la tensión y tenían los ojos bien abiertos, anticipando el derramamiento de sangre.
Boxer sabía que Baca, siempre en excelente condición física, era más grande y más fuerte que él. No
sería difícil que lo dominara en una pelea. Necesitaba valerse de la rapidez: iniciar con un golpe
mortal y esperar a que su oponente se desangrara en el piso.
La puerta de las duchas se abrió unos cuantos centímetros y de repente se volvió a cerrar. Boxer
escuchó al guardia decir: «Espera, creo que Baca sigue ahí dentro». El instinto del oficial de
correcciones fue acertado. Sabía que algo se traían entre manos. De vuelta en su celda, Boxer se
deshizo del cuchillo porque temía que vinieran a buscarlo.
Unos días después, mientras Baca realizaba su trabajo de mantenimiento, se detuvo frente a la
celda de Boxer y le dijo: «Ya tenemos que dejar esto. Somos amigos. No se ve bien con los otros
camaradas». Pasó su meñique por el agujero de la puerta y los dos carnales sellaron el trato con sus
dedos. Boxer fingió que estaba de acuerdo, pero «sabía que no estaba terminado».
Los siguientes días, Baca le lanzaba miradas furiosas a Boxer al pasar por su nivel haciendo su
trabajo. Mientras tanto, Boxer se había conseguido un nuevo cuchillo de plexiglás. Los camaradas
utilizaban cordones como sierras y cortaban el arma de una lámina de plexiglás que cubría las
puertas de las celdas de los prisioneros conocidos por «gasear» a los oficiales18. Entre dos
prisioneros, uno en la celda y otro afuera, tardaban unos veinte minutos en sacar una tira de la parte
de abajo del escudo de plexiglás. Boxer secretamente tomaba el cuchillo cada vez que Baca se
acercaba a su celda.
Apenas habían pasado unas cuantas semanas y Baca no pudo resistir abrir la boca. Cuando pasó
junto a la celda de Boxer, volvió a quejarse de que lo había sacado del negocio.
«¡Preferiste a una vieja que a mí!» se burló.
«Hablas como pinche negro» le respondió Boxer, a sabiendas de que los prisioneros negros eran
considerados ruidosos y revoltosos. No era un insulto menor en el entorno de la prisión lleno de
enemistades raciales. Su intención era que ardiera y así fue.
«Te voy a hacer gritar», amenazó Baca mientras avanzaba enfurruñado.
«Ya veremos quién es el que grita», respondió Boxer.
Minutos después, Boxer oyó que las puertas de las celdas se abrían en su pasillo. En contra de la
política de la prisión, un guardia permitió que Night Owl Baca entregara algunos artículos personales
a los prisioneros. Se supone que sólo los oficiales deben encargarse de esto. Era parte del pan de
Baca para acercarse a su archirrival.
Eventualmente, Night Owl llegó a la celda de Boxer. Tenía unos tenis Converse con los lazos muy
apretados y una «mirada maligna». Ambos indicios le advirtieron a Boxer que algo pasaba.
«Ábreme la puerta para que le dé esto» gritó Baca al guardia de la cabina de control.
Boxer saltó de la cama y buscó su cuchillo. Le costó algo de trabajo quitarle el celofán que había
utilizado para contrabandearlo en su cuerpo. En cuanto lo logró, lo empuñó y movió su brazo hacia
atrás, listo para atacar. La puerta se abrió menos de veinte centímetros y escuchó a Baca decir:
«Ábrela un poco más».
Baca tenía una bolsa de vasos desechables en la mano izquierda y un trapo en la derecha. Debajo
traía una pequeña navaja lista para atacar. Metió la mano para entregar la bolsa. Boxer la tiró al
suelo mientras Baca, con la mano derecha, le trató de cortar la muñeca. La cuchilla le dio al aire y
Baca saltó hacia atrás para esquivar el arma de plexiglás dirigida a su corazón.
La puerta electrónica se cerró entre ellos. El guardia se percató de que algo sucedía por el
escándalo.
«¿Por qué no saliste?» lo retó Baca.
«¿Por qué no entraste?», se burló Boxer mientras la adrenalina recorría su cuerpo como un rayo.
De cualquier forma, le gustó ver cómo Baca había saltado hacia atrás para evitar su cuchilla. Así que
con una risa nerviosa le lanzó el último golpe verbal: «Casi sales apuñalado, cabrón».
Boxer seguía planeando matar a Baca cuando tuviera la oportunidad, tal vez mientras lo llevaban a
la biblioteca o al médico. Ninguno de los dos salía de su celda sin un cuchillo y una llave para las
esposas. Boxer sentía que Baca era un «pésimo y codicioso hombre de negocios que me dio la
espalda por unas monedas».
No era la primera vez que se sentía traicionado por otro mafioso que consideraba un buen amigo.
También empezaba a desconfiar de su viejo amigo y compañero Jacko Padilla. Varios años antes, los
dos habían compartido una celda. Estaban en el pasillo de la sala de visitas terminando su turno. Iban
encadenados junto con Carlos Díaz, de San Diego. Boxer iba en medio. Estaban esperando a que les
tocara regresar a las celdas. Mark «Turtle» Quiroz, de Colton y miembro de la Eme estaba en una
celda a unos tres metros de distancia, también esperando o saliendo de una visita.
Boxer estaba matando el tiempo platicando con Carlos cuando se dio cuenta que Jacko hablaba
con Turtle. Después vio que Turtle apuntaba hacia él. «Tu compañero de celda» escuchó decir a
Turtle. Después, con el rabillo del ojo, vio que Turtle hizo un movimiento con el pulgar de la mano
derecha hacia abajo, seguido por un gesto que imitaba el movimiento que se hace al apuñalar a
alguien. Le estaba diciendo a Jacko que matara a Boxer, su compañero de celda y amigo. Jacko
asintió, como diciendo que estaba bien. Boxer fingió no ver, pero fue como si le hubieran dado una
puñalada en el corazón. Se preguntó ¿Habrá lealtad pura en algún lugar en la mafia?
De vuelta en la celda, Jacko se veía algo nervioso mientras platicaban. Boxer tenía el cuchillo
listo esperando a que su amigo hiciera el primer movimiento. No lo hizo. En vez de esto, se fue a dar
una ducha. Boxer se imaginó que había ido por un cuchillo. Después se imaginó que lo trataría de
apuñalar o usaría un garrote mientras dormía. Pero Jacko anunció que se cambiaría de celda con
Steve «Smiley» Castillo, un asociado de la Eme y prisionero abogado, para hacer algo de trabajo
legal. Se mudó una semana después. «Supe entonces —dice Boxer— que algo andaba mal. Algún
mafioso me había puesto en el sombrero, en la lista, por una razón que yo desconocía».
Ahora Night Owl Baca y Jacko Padilla, antes sus amigos y aliados, estaban en su contra.
Boxer se sentía enfermo: «Yo sabía que había matado por la Eme cuando otros estaban asustados
de matar. Había cometido ataques kamikaze que iban más allá de la devoción normal por la mafia y
dediqué mi vida a ser el mejor mafioso que jamás existió». Pero ahora ya nada tenía sentido. El
carrusel de asesinato de la mafia no se detenía nunca. «Sólo se pondría peor» se dio cuenta. Las
realidades sin sentido de la Eme «se iban haciendo más y más agotadoras». Veía recordatorios
dolorosos por todas partes de que estaba «malgastando su vida dentro de la mafia».
En 1993, Joe Morgan, el reconocido Padrino e ícono supremo de la Eme, murió de cáncer a la
relativamente corta edad de 64 años: estaba completamente solo en la prisión. Su pérdida no pareció
afectar mucho a nadie. Boxer recuerda que un investigador de pandillas le preguntó qué pasaría
después de la muerte de Morgan. «La mafia ya estaba aquí antes de que Joe llegara —reflexionó— y
aquí estará cuando se vaya».
En febrero de 2001, el sucesor oficial de Morgan, Topo Peters, corrió la misma suerte y murió de
cáncer a la edad de sesenta años, también estaba solo y preso. Fue producto de un padre alcohólico y
abusivo que lo dejó cuando Topo tenía ocho años y una madre y abuela sobreprotectoras que siempre
excusaban su comportamiento. Tristemente, Topo le dijo a un psicólogo de la prisión en 1987 que se
«veía a sí mismo como un tonto». Un informe de la evaluación de la prisión realizado meses antes de
que muriera dice que Topo «advirtió al personal del DCC que podría ser víctima de agresión de los
miembros de la Mafia Mexicana debido a su enfermedad que lo incapacitaba para funcionar como
pandillero activo». Ese mismo documento lo cita diciendo: «Nunca saldré de prisión y no quiero
morir aquí». Pero ahí murió. Había apenas unos seis automóviles en la procesión funeraria que llevó
sus restos al cementerio Forest Lawn Memorial Park en Covina Hills. Menos de veinte dolientes
estaban bajo un pequeño techo en el sitio de su tumba. Boxer dijo con frialdad: «Era un adicto y
mentiroso sin ninguna credibilidad en la organización. Lo íbamos a matar. Nos hizo un favor
muriéndose. A nadie le importó».
Un mes después, el temido ejecutor, Mike «Hatchet» Ison, otro hombre fuerte de la mafia y sucesor
potencial de Morgan, se involucró en una pelea en un bar de mala muerte de San Francisco. Apuñaló
a un tipo en la espalda con un cuchillo de ocho centímetros, intentó huir y lo alcanzaron seis hombres
negros que lo asesinaron a golpes con palos de billar y una silla de aluminio. El incondicional de la
Eme de cincuenta y cuatro años de edad pasó sus últimos días usando crack y viviendo en un
albergue para indigentes. «Un adicto que ya iba de salida —comentó el detective que llevó su caso
—. No tuvo una muerte muy gloriosa». La policía pensaba que el asesinato de Ison ni siquiera
merecía una investigación.
Para Boxer, todos estos individuos eran sus ídolos, eran leyendas asesinas de la mafia, pero se
estaba dando cuenta que habían muerto siendo nada y sin nada. «Eran hombres con visiones limitadas
que se conformaron con una vida tras las rejas, hombres que eligieron destruir en lugar de crear. Sus
decisiones eran defectuosas y con frecuencia estaban influidas por serias adicciones a las drogas que
enturbiaban su juicio y limitaban su potencial. La droga destruye cualquier atisbo de ética».
Dentro de la UHS de Pelican Bay, un entorno construido para aislar y contener a los depredadores
de las pandillas de prisión, no tenían víctimas de la población general a su disposición. Así que los
mafiosos empezaban a atacarse entre sí. Boxer aprendió que «la amistad en la mafia vale madres y
me cansé de eso». Se iba volviendo cada vez más obvio que «nosotros [la Eme] éramos los desechos
de la sociedad. Teníamos todos los desórdenes de personalidad conocidos por la humanidad y
matábamos gente por razones ridículas».
Tupi Hernández, a quien habían apuñalado y humillado en el Edificio Federal por desafiar la
autoridad de Topo, perdió la cabeza. Tras el ataque, la organización lo había excluido. Boxer lo vio
en la sala de visitas de la PEPB, con un aspecto desaliñado, los ojos saltados y paranoides, y Tupi le
dijo en secreto que había una cámara de vigilancia escondida en la rejilla de ventilación de su celda.
Hernández pensaba que Topo había plantado un dispositivo secreto (que no existía) para espiarlo.
Boxer después supo que Tupi «estaba en su celda, desnudo, hablando solo. ¡Está loco!». Ese destino
era peor que la muerte.
La mayor parte de la base de apoyo de Boxer desapareció cuando Black Dan Barela, Huero Shy
Shryock y Chuy Martínez ingresaron a la prisión federal. «Siempre sentí afecto por esos tipos —
recuerda Boxer—. A sus ojos yo no hacía nada mal. Eran mi apoyo político». Ya no estaban.
Lil Mo Ruiz también era como si ya no estuviera. En 1997 lo apuñaló su compañero de celda, el
miembro de la Eme Lalo Martínez. La agresión se debió a una disputa con la gente de Cuate Grajeda
por el plan de matar al cuñado de Topo Peters, que era un soplón. Mo solicitó que se retrasara el
ataque por cortesía con Topo, que estaba en Los Ángeles en el juicio RICO en aquel momento. La
facción de Cuate no quería esperar y sentía que Mo estaba apoyando a un soplón. Los problemas de
Mo no terminaron ahí. Cuando Lalo lo apuñaló, Ruiz gritó «¡Tengo sida!» Fue un engaño para hacer
que Lalo retrocediera al pensar que podía infectarse con VIH. Eso también fue considerado cobardía
por otros mafiosos. Boxer pensaba «Mo está terminado. No se da cuenta. Él y sus cuates de White
Fence piensan que todo va bien, pero no». Boxer intentó hacer que Mo se librara, pero no lo logró.
Darryl «Night Owl» Baca todavía quería ver muerto a Enríquez. Y Boxer ya no podía confiar en su
amigo de toda la vida Jacko Padilla. Su otro amigo leal, Chuco Castro, estaba escondido en alguna
parte en el Programa Federal de Testigos Protegidos. Boxer envidiaba la nueva vida de Chuco, una
segunda oportunidad, viviendo con su esposa e hijos, con una identidad falsa y libre de las
sofocantes políticas de la mafia.
18 Gasear es un tipo de agresión común en las prisiones en el cual los prisioneros arrojan una mezcla de orina y heces a la cara de un
oficial. Es especialmente amenazante y mortal debido a las altas cifras de prisioneros infectados con VIH y hepatitis C.
35
Desertar de la mafia
RENÉ «BOXER» ENRÍQUEZ ESCUCHÓ el clop-clop-clop de unas botas vaqueras que venían por el
corredor hacia la celda donde estaba esperando. El sonido se detuvo ante la puerta y pudo ver a un
vigoroso vaquero vestido de guardia de prisión. Era más o menos de la edad de Boxer con la frente
tan amplia que ya más bien se estaba convirtiendo en calva. Su cabello era castaño y se lo peinaba
hacia atrás de los lados. Tenía además un gran bigote rojizo. No había nada de blandura en su porte y
exudaba un aire de confianza poderosa, una cualidad reconocible en el liderazgo. Boxer pensó que se
«veía impecable». También alcanzaba a ver la hebilla del cinturón plateado por la ranura de la
puerta. Tenía un vaquero inclinado sobre una silla de montar con la frase FINAL DEL CAMINO grabada.
Boxer se puso de pie y se acercó a la puerta. En contra de la política carcelaria, una palma abierta
entró por la ranura y dio un firme apretón de manos. Se vieron directo a los ojos.
«Boxer, soy el teniente Madrid», anunció.
«René, por favor —fue la respuesta—. No me gusta Boxer. Nunca me gustó. ¿Qué se le ofrece,
teniente Madrid?».
«Bueno —dijo el teniente— voy a dejarte ver mis cartas, pero creo que vale la pena». Se sentó en
una silla junto a la mesa del corredor y le dijo a René que tomara asiento. Madrid sacó una pequeña
lata de tabaco Copenhagen para masticar, tomó una pizca entre los dedos, y se la echó a la boca.
Boxer se sentó nuevamente en la taza del baño, usándola como banco.
Madrid golpeó la lata de tabaco con la otra mano, como si estuviera decidiendo qué diría después.
Después extendió un lazo verbal: «René, creo que estás en problemas».
«No estoy en problemas —dijo defensivamente René—. Quiero que entienda en este momento que
no estoy en problemas. No necesito la ayuda de nadie». El machismo de la Mafia Mexicana se puso a
mil por hora mientras negaba con desinterés haber sido un carnal. Sus ojos no dejaban entrever la
mentira, pero sus manos temblaban. Claro que estaba en problemas, y lo sabía.
Madrid explicó que había estado monitoreando las visitas y que había detectado que Boxer estaba
listo para salirse de la mafia.
«No tengo nada específico —le aseguró el teniente— pero te recuerdo de hace diez años y hoy
tengo un hombre diferente ante mí».
«¿Qué quiere decir con eso?».
«Yo elaboré tu perfil. No hay otro mafioso viviente, que cuente con los recursos, que le ayude a su
hijo a pagar la universidad y que envíe regalos a los miembros de su familia los días correctos».
Madrid no tenía dudas de que el hombre que estaba frente a él del otro lado de la puerta de metal
seguía siendo un guerrero, pero sentía que su corazón había cambiado. Sentía que este mafioso había
visto ya suficiente sangre y que se había dado cuenta que estaba peleando del lado equivocado. El
teniente fue cuidadoso de no utilizar el apodo de Boxer.
«René, creo que estás listo».
Los instintos de Madrid le dijeron que este toro ya se estaba cansando y metió la mano a su
bolsillo para sacar una pequeña grabadora. Presionó el botón de PLAY sin decir una palabra y René
«Boxer» Enríquez escuchó su propia voz: «Ya estoy tan pinche agotado de esta chingadera».
Sin duda, era parte de la conversación que había tenido unos días antes con su «leal confidente» en
el área de visitas de Pelican Bay.
Escuchó cómo Madrid apagaba la grabadora. Sirvió como un punto y aparte que precedió a la voz
franca y tranquilizante del vaquero. «Llámame estúpido o loco —dijo el teniente— pero quieres
desertar [de la mafia]. René, déjame sacarte de esto. Déjame ayudarte. Ya no quieres seguir siendo
esto, ¿verdad?»
Nadie se había acercado nunca a él de esta forma. Lo estaba desarmando. Vio sus manos sudorosas
y estaban temblando sin control. Enríquez estaba verdaderamente asustado por lo que iba a hacer.
Había estado involucrado con la Eme por más de veinte años. Era el corazón de toda su vida adulta.
El diablo era el dueño de su alma, pero la mafia la tenía arrendada.
«La mierda de allá [en la prisión] no me asusta —le dijo a Madrid—. Usted sí me asusta. Ya no sé
de qué trata el mundo allá afuera».
«Déjame llevarte. Te lo mostraré».
«¿Qué tengo que hacer?».
Instantáneamente notó un brillo en la mirada de Madrid. «Sabía que ya me tenía. Me atrapó en el
momento justo».
Enríquez quería algunas garantías. Se pasaron a la oficina de Madrid que estaba cerca y Boxer vio
que la secretaria del teniente, en su escritorio, «se le veía el miedo en la mirada» cuando el mafioso
invadió su refugio seguro. Llamaron a las oficinas de la Unidad de Servicios Especiales en
Sacramento y Enríquez habló con el director de la USE y con el agente especial Devan Hawkes. René
conocía a Hawkes desde hacía varios años. Lo recordaba como un joven investigador de pandillas
cuando abrió Pelican Bay en 1989, entonces era un sargento, un consejero correccional, un agente
especial de la USE y un especialista en pandillas. Hawkes era sincero, con voz tranquila, un hombre
que inspiraba confianza y que había planeado ser geólogo antes de desviarse hacia el Departamento
de Correcciones. Su propia crianza había transcurrido en una familia disfuncional, una serie de
padrastros y una hermana que murió como consecuencia de las drogas; quizás eso lo ayudó a estar
bien preparado para una carrera dedicada a corregir las cosas. También era listo, el tipo de persona
que era el peor enemigo de la Eme.
«René, no lo puedo creer», dijo Hawkes. La noticia de que el manipulador y asesino Boxer
Enríquez estaba listo para salirse de la Mafia Mexicana no era algo que se pudiera digerir
rápidamente.
«Yo tampoco lo puedo creer», dijo René.
«¿Cómo podemos saber que esto es real?», preguntó el escéptico agente de la USE.
El «Boxer» dentro de Enríquez se «encabronó un poco» por la respuesta, pero la comprendió.
También le caía bien Hawkes y quería que él personalmente redactara el informe de lo que
declararía. Madrid estaría con el agente de la USE, con más experiencia, a lo largo de todo el
proceso, principalmente actuando como el encargado de René. Enríquez quería inmunidad contra
juicios futuros, pero el estilo fluido y no amenazante del interrogatorio ya lo tenía soltando algo de
información por teléfono. De pronto, Boxer volvió a la posición defensiva e intentó negociar una
especie de trato, exigiendo cosas. Y como admitiría años después: «Veía demasiadas películas».
Hawkes le explicó con suavidad cómo sería el proceso para ir proporcionando la información. La
política del DCC establecía que los informantes no recibirían las advertencias Miranda para que lo
que dijeran se pudiera transmitir al personal de la prisión y se usara sólo de forma administrativa, no
para acusaciones penales. Según el manual del departamento de operaciones, el propósito de este
informe «es obtener suficiente información verificable del sujeto que tenga un impacto negativo en la
pandilla de manera que la pandilla ya no acepte al sujeto como miembro ni como asociado… Un
informe no tiene el propósito de adquirir información incriminatoria en contra del sujeto». Por otro
lado, el informe está diseñado para convencer al personal de la prisión de que el prisionero
verdaderamente ha desertado de la pandilla. Una vez hecho esto, el personal está obligado a poner al
prisionero bajo custodia especial de protección y mantenerlo a salvo de las posibles venganzas.
Después de la llamada a Sacramento, René preguntó qué pasaría con sus pertenencias que todavía
estaban en la celda. Madrid le dijo que los oficiales de correcciones ya estaban pasándolas a su
nueva habitación.
«Era reconfortante —recuerda Enríquez—. Él se hizo cargo. Era casi como si estuviera diciendo
‘Yo me encargo de todo, René’. Me estaba protegiendo. Yo me sentía ofuscado y con ganas de llorar,
tenía la emoción atorada en la garganta» dijo, como un gran pedazo de carne indigerible. El teniente
lo llevó de regreso a la celda de detención del edificio administrativo de la prisión y personalmente
abrió la puerta con una llave y le dio un apretón de manos. Después, en total violación de la política
de la prisión, el legendario delincuente y el policía ex Marine se dieron un abrazo. Llevaban una hora
de conocerse pero ya se sentían como amigos de mucho tiempo.
Boxer Enríquez había desertado de la Mafia Mexicana.
René Enríquez se había dado cuenta que la vida no era para desperdiciarla.
Eran las 11:20 a.m. del 22 de marzo de 2002. La noticia de su deserción surcó la prisión tan
rápido como una ronda de rifle Mini-14. Los tenientes y capitanes entraban y salían de la oficina
mientras René hablaba por teléfono con los agentes de la USE. Más tarde, cuando llegó su escolta
para llevarlo a la nueva celda bajo protección, sintió un terror rancio. Madrid estaba ahí nuevamente
para darle la mano. «Estás tomando la decisión correcta. Esto cambiará tu vida». Otros policías se
acercaron y le dijeron lo mismo, asegurándole que lo que había hecho «salvaría vidas». Para este
momento René ya no se sentía tan seguro.
Estaba internamente sacudido cuando iba por el corredor hacia el bloque de protección a 50
metros de distancia. «Yo no quería ir ahí, no quería ser un CP . Pero quería terminar con eso rápido».
Las emociones encontradas lo estaban destrozando por dentro. René había pedido que despejaran los
corredores para que los prisioneros no lo vieran. Pero eso no detuvo al personal de la prisión. En
cada puerta había uno o dos policías curiosos. Se sentía «sucio y avergonzado». Sólo eran cincuenta
metros, lo que mide de ancho una cancha de futbol. Sintió que había sido la «caminata más larga y
vergonzosa» de su vida.
Esa noche no pudo dormir. Al día siguiente intentó escribir un poco de su historia en la mafia para
el informe pero explotó: No voy a escribir esta porquería se dijo a sí mismo. Madrid llegó a verlo
al mediodía y Enríquez vio cómo se detuvo a hablar con un joven oficial llamado Rivers Drown, un
devoto cristiano. Era el pistolero de ese nivel y su porte militar se podría describir como
«intachable». También era miembro del Equipo Especial de Respuesta de Emergencia (EERE) de la
prisión, una unidad estilo SWAT liderada por el teniente Madrid. El oficial Drown volteó a ver a René
mientras hablaba con su superior.
Unos minutos después, René sintió que se le salían las lágrimas cuando se encontró con Madrid.
Le dijo que había cometido un error al salirse de la Eme. Se sentía fatal. «No sé por qué hice esto —
le dijo al teniente—. Cometí un error terrible». El ego de Boxer empezaba a sospechar que lo habían
engañado para tomar esa decisión. Madrid le aseguró que todos los desertores se sentían así al
principio y que él no se sentía preocupado y que debía dormir un poco.
Más tarde ese mismo día, René escuchó cómo se abría la pesada puerta de metal que lo mantenía
en su celda. El oficial Drown, el joven pistolero, lo llamó a la cabina. René vio hacia arriba y la
mano del pistolero le pasó una nota personal. Decía: «Mi esposa y yo estamos rezando por ti. Diste
un paso muy valiente en tu vida. Sé que tu familia está en peligro pero hiciste lo correcto. A la gente
le importas. P.D. Estoy en el equipo de Madrid». Agregó que no sabía si René quería hablar o no,
pero que estaría disponible para platicar. La garganta del duro convicto se cerró de la emoción y no
pudo decir palabra. Se dio la vuelta y regresó a su celda, apenas logrando cubrir la corta distancia
antes de soltarse llorando. «Ningún policía me había hablado así jamás —recuerda René—. Se metió
a mi alma. Dijo que rezaba por mí y yo ni siquiera lo conocía. Me sentí profundamente conmovido
por la amabilidad de este gesto». Sin embargo, tampoco era suficiente para creer que realmente había
hecho lo correcto.
La personalidad del viejo Boxer entró en una profunda depresión. Era un orgulloso mafioso
entrenado para ser duro de corazón, un adicto condicionado a ahogar sus emociones con drogas, un
carnal entrenado a enfrentar cualquier cosa sensible a golpes y un soldado del cual se exigía que
nunca llorara. Ahora las paredes de esta celda no podían protegerlo de sus propios sentimientos
torturados. En la oscuridad de la noche, las lágrimas mojaban su almohada mientras lloraba como un
hombre que lo ha perdido todo. Las palabras de arrepentimiento pasaban por su mente insomne:
Acabas de destruirte. Ya no eres nada. Perdiste todo. ¿Por qué lo hiciste? No tenías que hacerlo.
¡No tenías que hacerlo!
Su cuchillo siempre había sido su objeto de seguridad. Era casi un apéndice de su ser en prisión.
Nunca salía de su celda sin él y siempre estaba cerca cuando estaba encerrado. Unos días después de
desertar lo había echado por el caño junto con la llave de sus esposas, creyendo que ya no los
necesitaría. Ahora se sentía desnudo. Tuvo ataques de pánico cuando salió de su celda para hablar
con Madrid, cuando fue a ducharse, cuando salió a hacer ejercicio al patio miniatura que estaba junto
a su sección. «Casi entraba en pánico —recuerda René—. Antes siempre tenía un cuchillo». Ya no.
En los días que siguieron, los investigadores de pandillas le mostraron que estaba en el número
uno de la lista de la Mafia Mexicana. Sabía que la regla era «sangre adentro, sangre afuera» en aquel
universo mortal. «Nadie quiere morir —dijo—. Yo haría cualquier cosa por proteger mi vida. Pero
era el rechazo total lo que me molestaba. Toda mi carrera en la Eme me había preocupado por no
estar en la lista, que me excluyeran. Estar en la lista significa que la organización te rechaza. Es
terrible sentirse rechazado por la comunidad que ya de por sí se excluye de la sociedad». Además, el
alter ego de Boxer sabía que perdería a su equipo, el dinero que generaba y todo el respeto y poder
que había ganado como un líder de alto nivel de la mafia. Temía que «no habría ningún lugar al que
pudiera ir donde me aceptaran» y que terminaría «tan loco como Tupi Hernández».
Una voz de la celda a su izquierda entró por el sistema de ventilación. «Oye, René, vas a estar
bien». Era un prisionero llamado Richard Rich, también conocido como Richie Rich, un desertor de
otra pandilla de prisión llamada los Nazi Low Riders (NLR). Tenía el cabello largo hasta los
hombros, era bien parecido y no tenía tatuajes. Richie Rich venía de Fontana, un poblado a una hora
al Oeste de Los Ángeles que todavía tenía actividad organizada del Ku Klux Klan en la década de
1980.
«Vas a pasar por esta depresión por un tiempo —le dijo otra voz de la celda a la derecha. Esta voz
pertenecía a «Buckethead», un tipo gordo, muy tatuado y bastante molesto que también había
desertado de NLR y que venía del condado de Orange, una zona comparativamente conservadora y
republicana del Sur de California que generó brotes del movimiento racista activo de los
Skinheads19.
Richie Rich y Buckethead empezaron lo que René describiría después como «terapia NLR». Los
dos habían desertado de los NLR como seis meses antes y estaban familiarizados con los cambios de
humor por los cuales René pasaría los siguientes días.
Su consejo terapéutico se podía escuchar por los ductos de ventilación con regularidad.
«Sabemos que eras uno de los peces gordos de la Eme».
«Lo peor pasará los primeros días».
«Todos tenemos el mismo estatus aquí».
«Nadie te va a juzgar».
Compartieron sus propios trayectos psicológicos y lo acompañaron por cada una de las etapas de
sanación emocional. «Era en verdad bastante catártico poder hablar con estos tipos —dice René—.
Eran efectivos, sabían exactamente de qué hablaban y me parecía muy reconfortante».
Entonces, un domingo en la mañana, dos semanas después de desertar, despertó de un muy
necesario sueño profundo con una clara revelación: «No tienes ya más preocupaciones. Se acabó. Ya
terminó. No más políticas de la mafia. No más ansiedad por matar a alguien. No más luchas por
posicionarse. El mundo estará bien».
De repente se sentía de maravilla. La mafia verdaderamente era una jauría de depredadores que
inevitablemente encontraba a sus presas dentro de su propio perímetro. Claramente, se había salido
de esa existencia retorcida que confundía el bien y el mal. Algunos para siempre verán la mano
Negra en su pecho como una letra escarlata, pero eso era problema de ellos, ya no era de él.
René estaba lleno de arrepentimientos, pero el tanque del remordimiento estaba ya vacío: «Siento
culpa por participar en algunas cosas, especialmente el asesinato de Cynthia Gavaldón. Pero por lo
general, el negocio de la mafia trata de horrendos, espantosos y brutales criminales que están siendo
asesinados por otros criminales. No siento ninguna simpatía por estos tipos. Tal vez sea una
racionalización de mi parte, tratar de minimizar o compartimentar mis delitos, pero no siento
remordimiento por esos tipos. Es un mundo brutal. No hay mucho espacio para la compasión».
El 5 de junio, más de dos meses después de desertar, el agente especial Devan Hawkes llegó para
realizar el informe oficial. «Yo sabía que Devan tenía integridad —dice René— y que tenía una
capacidad insólita de sacar datos de los informantes. Ya conocía algunos de mis secretos, cosas que
hice por la mafia, y sabía de qué hablaba». El informe tomó varios días y eventualmente llenó más de
cincuenta páginas con información relacionada con actividades de la Mafia Mexicana: asesinatos,
asaltos, extorsiones, robos, allanamientos y tráfico de drogas. Era una lista de casi quinientos
nombres de miembros de la Eme y sus asociados. Ya no había vuelta atrás.
Durante los primeros meses, Enríquez se reunía diariamente con Madrid y le daba un curso
intensivo sobre la Eme. Le describió los distintos códigos que los mafiosos utilizaban para
comunicarse en secreto, cómo se programaban las visitas para hacer negocios y cómo esto se hacía
con los equipos en las calles. Le tradujo conversaciones grabadas de la mafia en las salas de visita y
le dio consejos sobre cuáles carnales podrían estar listos para desertar y cómo atraerlos.
Tuvo reuniones con el director de la prisión, con un agente del FBI, con un Fiscal Federal, con un
delegado del sheriff del condado de Los Ángeles que trabajaba en inteligencia de pandillas y con una
colección de otros investigadores del DCC.
El teniente Robert Márquez, un experto en inteligencia de pandillas en Pelican Bay, dijo: «Era la
primera vez que teníamos a un acusado de la Eme que podía darnos todo. Nunca habíamos tenido a
nadie del tamaño de René. Nos explicó cómo la Eme se infiltra a diferentes organizaciones, cómo usa
los derechos de los prisioneros para promover sus propios propósitos y cómo manipula las reglas
del sistema penitenciario para su beneficio. Por primera vez empezamos a entender cómo funcionaba.
Hizo más de lo que se requiere de un desertor normal».
René tenía más de una buena sugerencia sobre cómo interferir con las operaciones de la Eme:
René hizo una presentación en video de una hora de duración, a petición de sus encargados del DCC,
para que fuera reproducido ante los legisladores estatales en Sacramento, donde detalla la amenaza
de la Mafia Mexicana y cómo funciona. Los investigadores de pandillas locales y estatales habían
expresado su preocupación muchas veces, pero René «Boxer» Enríquez, un asesino de alto nivel de
la Mafia Mexicana, empezó a llamar la atención con su elocuencia entre los burócratas del DCC en
Sacramento.
También hizo un video para Ángel Valencia de la Eme. Los instintos de René le decían que Ángel
también ya estaba harto de las políticas de la mafia. Básicamente le decía a su viejo adversario que
ya había terminado todo. La política de la mafia había destruido a todos. Los mafiosos sabían que
Ángel era parte de una conspiración para matar a los familiares de los miembros y había planes para
ejecutarlo durante las falsas pláticas de paz en la PEPB en 2 mil. Los investigadores de pandillas
sacaron a Valencia a una sala de conferencias y le mostraron el video. «¿Qué? —bromeó— ¿voy a
desertar por un video?». Y entonces lo hizo, después de veinticinco años en la mafia. Era todo lo que
necesitaba, una invitación.
Durante este mismo periodo, David «Chino» Delgadillo de Gheraty Lomas, un ex Marine que usó
su entrenamiento militar para enseñarle a otros cómo matar en las calles y en la prisión, desertó
después de veinte años. Se decidió tras un último encuentro con el fanático de la Eme, Cuate
Grajeda.
Tres altos mandos de la Mafia Mexicana habían desertado en el transcurso de un mes, y todos
ahora estaban dando asesoría a los oficiales de inteligencia del DCC sobre cómo hacer caer a la Eme.
Un investigador de pandillas de la PEPB dijo: «Queríamos dar el tiro de gracia a la Eme, o al menos
echarlos hacia atrás unos diez o quince años. Sabíamos que lo podíamos hacer confiscando sus
cuentas fiduciarias, cortando las comunicaciones, los privilegios de visitas y el correo. Al mismo
tiempo, los alojaríamos separados de los Sureños y del resto de la población de la prisión. Se
marchitarían y morirían.
19 De manera similar como los Sureños y la Eme, los Skinheads son la base de reclutamiento de las pandillas de supremacía aria de las
prisiones. Como la mayoría de los miembros de la Hermandad Aria estaban encerrados en la UHS de Pelican Bay, la NLR se desarrolló
en los patios del sistema penitenciario de California. En 1995, el DCC validó a los Nazi Low Riders como una verdadera pandilla de
prisión que representaba una amenaza junto con la Mafia Mexicana, Nuestra Familia y la Hermandad Aria.
38
Un maravilloso descanso
EL OFICIAL DE INTELIGENCIA de pandillas de Pelican Bay, el teniente Robert Márquez dijo: «René
Enríquez sobrepasó a la mayoría de los miembros de la Eme en Pelican Bay. Tenía un nivel de
sofisticación que hacía casi imposible definir todo lo que estaba haciendo. Conforme me fui haciendo
más consciente de la Eme, era obvio que estaba entre los cinco superiores. Nunca pensé que
desertara de la pandilla».
Y cuando lo hizo las noticias viajaron rápidamente por las filas de impartición de justicia del Sur
de California, a veces llamada la «Capital de las Pandillas de los Estados Unidos». El sargento
Richard Valdemar todavía estaba trabajando en las fuerzas especiales contra la Mafia Mexicana del
FBI en Los Ángeles e inmediatamente vio el valor de René «Boxer» Enríquez. Presentó una solicitud
para realizar un viaje largo a L.A. y preparar un informe fresco sobre la Eme para el FBI.
Dos oficiales de la Unidad de Pandillas de Prisión del sheriff del condado de L.A. se presentaron
en la puerta de la celda de René alrededor de las diez de la mañana el 24 de julio de 2002. Los
miembros de la unidad de Valdemar no parecían policías. Podrían pasar en la calle por ciudadanos
comunes y así era como querían verse. Mike Durán, un oficial con bigote y ascendencia cubana, era
uno de ellos, un policía astuto, eficiente, de buen carácter y sabelotodo.
Durán le preguntó a René: «¿Tienes miedo a volar?».
«Soy mafioso —respondió Enríquez— ¿Por qué me daría miedo volar?».
El oficial soltó una carcajada mientras le ponía las cadenas en la cintura a su prisionero para el
viaje a Los Ángeles. Es muy amable pensó René.
Su compañero era el oficial George Marín, un robusto y jocoso mexicano-americano con el
corazón de oro y gran talento para redactar órdenes de cateo y otros documentos necesarios en los
casos de mafiosos. «Amé a George instantáneamente», dice René.
Los oficiales Durán y Marín esencialmente serían sus cuidadores durante el siguiente año. Lo que
más le gustaba de ellos era que ambos lo trataban, no como un monstruo asesino, sino como un ser
humano. Entre ellos dos no había un momento de seriedad. Siempre abundaban las risas en su
presencia y esto era refrescante para un convicto que había estado encerrado 24 horas al día 7 días a
la semana por más de una década, con gente que lo quería muerto.
Un joven agente del FBI, Glen Hotema, también iba en el viaje. Fue asignado para evaluar el valor
de René con su agencia. A Enríquez le pareció «algo estirado».
Un avión turbo de doce asientos Beechcraft King Air estaba en la pista. Era del Departamento del
Sheriff del condado de L.A. El teniente Ernie Madrid y su equipo EERE de pistoleros de la PEPB,
armados con rifles automáticos, estaban vigilando para que no se presentaran visitas indeseables.
Cuando René abordó el avión, con cadenas en las piernas, en la cintura y esposado, el piloto traía un
traje de vuelo y una pistolera en el hombro para una Baretta de 9 mm.
El piloto le advirtió: «Si haces cualquier estupidez, te disparo».
«Está bien —respondió René—. No voy a hacer nada».
Tres horas y media después podía sentir cómo descendía el avión. Se asomó por la pequeña
ventana y alcanzó a ver «laguitos formados por presas y un paisaje con pequeñas piscinas en los
jardines. Vi el barco Queen Mary permanentemente anclado en el muelle de Long Beach como
atracción turística. El agua del puerto se veía muy sucia.
«Me bajé del avión en el aeropuerto de Long Beach y todo el mundo cambió. Era un día soleado y
cálido comparado con los días fríos y lluviosos de Pelican Bay». En contraste con la monotonía de la
celda de prisión «escuchaba el sonido de la ciudad». René notó que podía «oler los gases del escape
de los coches. Incluso ese olor parecía agradable y real. Ya empezaba a sobrecargarme de
estimulación ambiental» con los sonidos y colores que sólo eran memorias para él.
Sus encargados lo llevaron a la camioneta que esperaba. Era negra con cortinas y ventanas
oscuras, un vehículo de vigilancia, conducido por un agente alto, serio, con voz profunda de la USE
llamado Dan Evanilla, un experto en pandillas de prisión con un par de maestrías y una ética de
trabajo que no tenía ninguna paciencia con la holgazanería.
Se unieron a una caravana relativamente larga de vehículos de instituciones de impartición de
justicia. Nadie podía decirle a René dónde se dirigían. Es como una escena de las películas, pensó
René. Se asomó por las cortinas de la ventana y vio todos los autos de la autopista, entre ellos, un
costoso Ferrari. «Ese es un coche de ‘ven y cógeme’», le dijo al agente del FBI, que no se inmutó.
Veía al frente por el parabrisas y vio un señalamiento de la carretera 605 y después el Centro
Comercial de Cerritos: «Estamos en Cerritos —dijo en voz alta—. Yo solía vivir aquí a unas
calles». A media tarde, la caravana llegó a la entrada trasera de la estación anexa del sheriff, a unos
cuantos kilómetros al Este del centro de Los Ángeles. El agente Evanilla llevó al desertor a una celda
de detención y René se dio cuenta que la carcelera lo veía «como si fuera un animal». Ella tenía una
actitud endurecida. No era cualquiera. Su nombre era Kelly Ford y sabía, por su reputación, que
René era considerado peligroso. Sin embargo, René dice «era justa y resultó ser muy amable». Salió
de la habitación mientras su nuevo prisionero se quitaba la ropa para una revisión corporal.
René tenía todo el bloque para él solo. Excepto por un viaje de diez días de regreso a la PEPB, esto
sería su nuevo hogar por más de un año. Ocasionalmente los carceleros le traían comida casera y él a
cambio les hacía móviles de origami. Era una de esas habilidades que había aprendido mientras
pasaba el tiempo en la prisión.
Ese primer día Hotema, el agente del FBI, le trajo hamburguesas con queso, papas a la francesa y
una malteada de fresa del famoso restaurante de comida rápida del Sur de California llamado In-and-
Out. «Llevaba trece años sin comer algo así —dijo René agradecido— y me supo delicioso». Esta
vez, eso era todo lo que iba a sacar del FBI. El sargento Valdemar había pedido que viniera René
principalmente para ver si los federales podían trabajar en algunos casos con él. Tuvieron casi una
docena de juntas con Fiscales Federales asistentes y con agentes del FBI para discutir el asesinato de
Jimmy «Character» Palma, el equipo de René en Artesia, el escándalo de los policías corruptos de
Rampart del Departamento de Policía de L.A., la pandilla de la Hermandad Aria, y el equipo de
Darryl Baca. Al final, René no participó en ninguno de estos casos. El sargento Valdemar después
explicó que «el FBI no pudo ver cuál sería el beneficio de usar a Enríquez, no veía su valor».
El director de la prisión Joseph McGrath sí lo vio. El 26 de octubre de 2002, envió un jet Lear y
un equipo EERE para recoger a René y llevarlo de regreso a Pelican Bay como testigo en un caso civil
del Fiscal General del Estado presentado por un prisionero llamado Anthony Escalera, Escalera vs.
Pelican Bay State Prison. Los prisionero Sureños habían estado constantemente encerrados, no
podían salir al patio, desde los disturbios raciales de 2 mil. Escalera impugnó la decisión de que
sólo los Sureños estuvieran encerrados y presentó una demanda para forzar al Estado a permitirles
salir a todos al patio.
Antes de abordar el avión en Long Beach, René se fumó un puro en la pista con más de doce
policías. «Fue algo increíble para mí —dijo—, era como, ¡guau!». Dos días después había
francotiradores en la azotea de la Corte de Del Norte en Crescent City, donde fue a testificar por el
Estado. Reconoció a uno de ellos, con todo el equipo de SWAT puesto, como Rivers Drown, el joven
cristiano que había sido tan amable con él cuando acababa de desertar. Dentro, René se sentó detrás
de una pantalla en la sala de la corte y se identificó solamente como el «Prisionero #25» y un
reciente desertor de la mafia. Testificó sobre la relación entre los Sureños, la Eme y el disturbio. Al
final, el juez encontró inconstitucionales los encierros y decidió a favor de los prisioneros Sureños.
Mientras tanto, el DCC y la Prisión Estatal de Pelican Bay se vieron involucrados en otra demanda
que amenazaba con costarle al estado millones de dólares. Era el caso Castillo vs. Alameida (el
director de la dcc, Edward Alameida).
Steve «Smiley» Castillo era un prisionero sociable, con conocimientos de la ley y con una gran
sonrisa de dientes chuecos que se convirtió en parte del folklor de la PEPB presentando demandas a
nombre de otros prisioneros. En 2002, Castillo vs. Terhune (el director de la prisión, Cal Terhune)
ganó catorce puntos de reforma y compensación relativo al programa de UHS. La habilidad de
Castillo en la ley de las prisiones lo había hecho un favorito de la Mafia Mexicana. Jacko Padilla,
amigo de Castillo, quería «iniciarlo». Sostenía que la mafia necesitaba miembros inteligentes. Ángel
Valencia también apadrinó a Castillo para su ingreso a la Eme. Boxer y otros vetaron la idea. Aunque
Castillo estaba preso por asesinato, Enríquez sentía que era un «tipo ñoño», no un matón.
La demanda más reciente de Castillo tenía el potencial de impacto de un rompe-huesos en las
entrañas del DCC. Estaba impugnando la totalidad del sistema de las UHS, alegando que era
caprichoso y cruel y que el Departamento no había podido dar seguimiento a las reformas emitidas
como resultado de su acción legal previa (Castillo vs. Terhune). Si ganaba, los miembros de las
pandillas de prisión podrían volver a ser liberados a los patios principales, no más encierro de
veintitrés horas al día en aislamiento. Los líderes de la Eme sabían lo que eso significaba: mayor
libertad para controlar los negocios sucios de la prisión diariamente, para comunicarse cara a cara,
para traficar drogas, para matar a quien quisieran y cuando quisieran con la usual impunidad. Castillo
había descubierto una veta de oro.
Por otra parte, Catillo tenía el apoyo de algunos legisladores, en funciones y retirados, incluyendo
a la senadora Gloria Romero, directora del Comité Selecto del Sistema Correccional de California
del Senado; el senador John Vasconcellos, ex director del Comité de Seguridad Pública, quien, según
su sitio en Internet, «detuvo en seco la carrera que llevaba diez años intentando imponer más penas y
crear más prisiones»; el ex senador de dos periodos, Richard Polanco, ex director del Comité de
Prisiones del Senado, quien apoyó el caso de Castillo vs. Terhune; y el ex senador Tom Hayden,
radical de la década de 1960 y ex esposo de la controvertida actriz Jane Fonda, quien se consideraba
a sí mismo experto en pandillas tras haber publicado un libro en 2004 llamado Street Wars: Gangs
and the Future of Violence.
Tony Rafael, quien en julio de 2007 publicó el esclarecedor libro llamado The Mexican Mafia,
describió el trabajo del senador Hayden como «un examen profundamente confundido y a veces
deshonesto de la cultura de las pandillas en el Sur de California y en la nación»20.
Mientras estuvo redactando su informe, René Enríquez describió el interés de la mafia por utilizar
a los políticos Romero, Polanco, Hayden y Vasconcellos para impulsar las pretensiones de la Eme.
Funcionaba de manera bastante simple. «Uno de nuestros objetivos es infiltrar a los políticos
legítimos —explica René— quizás no corrompiéndolos abiertamente, sino a través de la sutil
corrupción de que nuestras voces sean escuchadas. Romero, Polanco, Hayden y Vasconcellos le
hacen caso a Steve Castillo, y Steve Castillo le hace caso a la Eme». dicho eso, una de las metas de
la mafia era cerrar el sistema de las UHS.
René disertó sobre los supuestos vínculos con Steve Castillo y la fuerte relación que Castillo
sostenía con el miembro de la Eme, Jacko Padilla. Durante las pláticas de paz que siguieron al
disturbio de 2 mil en Pelican Bay y un par de huelgas de hambre organizadas por Castillo, la mafia se
daba cuenta de la importancia de los políticos que venían a verlos, que les enviaron a sus ayudantes
para dar seguimiento y que se unieron a sus causas. «Podrían utilizarse para beneficiar a la Eme»,
explica René.
Durante su viaje a la PEPB, el teniente Madrid programó una reunión para que René se encontrara
con Jacko Padilla. Enríquez sentía que su viejo amigo también estaba ya «cansado de las políticas de
la Eme» y habló con él sobre desertar. Si Jacko accedía y participaba como testigo en la demanda,
eso «neutralizaría a Steve Castillo y sus argumentos turbios de cerrar el programa de UHS». Padilla
estuvo levemente receptivo pero nervioso.
Al día siguiente, René se reunió con el director de la prisión y con tres administradores del DCC
quienes estaban listos para conseguir un equipo legal y lanzar una masiva investigación de la Eme.
El 5 de noviembre de 2002, Madrid y algunos de sus oficiales de EERE llevaron a René de nuevo a
su habitación en la cárcel de la subestación del sheriff del área de Los Ángeles. Estaba
«emocionado» por su rol creciente como cuasi consultor de pandillas para las fuerzas de la ley.
Una semana después, a petición del director del Departamento de Correcciones, hizo otro video de
una hora de duración, nuevamente detallando las operaciones e intenciones insidiosas de la Mafia
Mexicana. Esta entrevista a fondo la realizó el teniente Madrid y fue escuchada por el agente
Evanilla. Esta presentación era para el ejecutivo número uno del Estado: el gobernador Gray Davis.
El día de Acción de Gracias, el detective George Marín llegó con su hija, su hijo y una sobrina
con un platón lleno de comida casera con todos los platillos tradicionales de ese día: pavo y todo lo
demás. «Me mostró que los policías son humanos», dijo René. En otra ocasión, la esposa de Marín le
preparó un desayuno y su hija adolescente le envió cintas con mensajes religiosos. Escribió: «Estoy
rezando por ti. Jesús te ama». «Me sentí tan conmovido», dice René.
El 3 de enero de 2003, en una reunión con el subdirector del DCC, Brian Parry, y el agente Dan
Evanilla, Enríquez accedió a ayudar a la Unidad de Servicios Especiales en su juicio de la Eme.
El 3 de febrero, el sargento Valdemar, frustrado por la falta de interés de los federales, decidió
explorar la posibilidad de hacer acusaciones a nivel estatal con la ayuda de René. Para entrevistarlo
Valdemar trajo consigo a su delegado del Fiscal de Distrito favorito, Anthony Manzella, quien como
joven fiscal treinta años antes, había ayudado a meter en la cárcel para siempre al famoso asesino
serial, Charles Manson. Manzella se dedicó a meter delincuentes a la cárcel durante diez años y
después ingresó a un despacho legal de Nueva York como socio litigante basado en L.A. durante
diecisiete años. Tenía ya suficientes recursos para vivir el resto de su vida cómodamente, así que
decidió volver con el Fiscal de Distrito y terminar su carrera metiendo malosos a la cárcel,
verdaderos malosos. Había llevado varios casos peligrosos de la Mafia Mexicana, entre ellos el de
Luis «Pelón» Maciel, la mente maestra de los asesinatos de Maxson Road que fue condenado a
muerte.
Manzella sentía que René era «listo» pero había un problema. «Quería seguir trabajando con él [con
René Enríquez] —dice Manzella, pero ante la ley de California— ya habían pasado demasiados años
para hacer cualquier tipo de trato» para reducir o eliminar la sentencia de Enríquez de veinte años a
perpetua. A la Oficina de Homicidios del Sheriff no le sobraba el personal, por lo cual se negó a
participar. Los investigadores del Fiscal de Distrito se sentían igual. El frustrado sargento Valdemar
también fue sacado del caso. Manzella no podía hacerlo todo solo.
Durante el primer trimestre de 2003, René hizo un video de capacitación sobre la mafia para un
equipo de fuerzas especiales del Departamento de Policía de Los Ángeles y otro para la Oficina de
Prisiones de los E.U. Diferentes detectives locales llegaban para hablar con él sobre un puñado de
asesinatos relacionados con la Eme y él les proporcionaba información que les ayudaba a construir
sus casos. Eso era todo.
Esos catorce meses en Los Ángeles, fueron un «maravilloso descanso» de la pesada rutina de la
UHS en la PEPB, pero no surgieron casos grandes para René, ni tratos con los federales o los locales.
Regresó a la prisión.
20 Tony Rafael, The Mexican Mafia, New York: Encounter Books, 2007, p.38
39
Ser más
En el asiento trasero de un coche sin identificaciones de la policía, René se dirigió por la autopista I-
10 hacia la sala de la corte federal en Los Ángeles para reunirse con agentes del FBI y Fiscales
Federales asistentes. Iba con grilletes, cadenas en la cintura y esposado, pero podía ver con libertad
lo que sucedía. Era una de esas raras oportunidades que tenía de ver el mundo exterior. La carretera
estaba congestionada, pero le gustaba. Los automóviles lentos le daban la oportunidad de estudiar las
caras de los conductores molestos con el tráfico o hablando por sus teléfonos celulares. Vio a una
mujer que iba cantando de buen humor, pero la mayoría de las expresiones eran de amargura y prisa.
Sin embargo, para un hombre cuyo día terminaría de vuelta en un encierro de concreto, esto era la
vida real. «Esta gente no se da cuenta que es una bendición poder estar en el tráfico, aunque
conduzcan un auto viejo y destartalado —dice René—. No creo que sepan eso, que saboreen el
momento y que piensen que es un día hermoso. Cada día ofrece una nueva oportunidad de lograr algo
positivo, de aprovechar la vida». El auto de los policías salió por una rampa y entró a una calle del
centro. Había una joven madre caminando con su hijo y un hombre que paseaba a su perro. Clientes
hambrientos esperaban fuera de un carrito de tacos en una esquina. René observaba todo: «Estas
cosas para mí son la vida. La gente las pasa todos los días y las toma por sentadas». Los detectives
se detuvieron en un semáforo. Un indigente negro y su novia estaban en la esquina con un carrito de
supermercado lleno de cacharros y un letrero que decía TRABAJAREMOS POR COMIDA. Sus ojos se
encontraron con los de René mientras él veía por la ventana y el hombre lo saludó con la mano. Se
sintió mal por ellos. Después empezó a preguntarse si realmente eran indigentes o adictos al crack en
busca de unas monedas para comprar su siguiente roca de cocaína. ¿Cómo puedes determinar eso?
pensó. Las personas que se preocupan por los demás se vuelven desconfiadas cuando se enteran que
el dólar que donaron realmente compra un trozo de droga y no de comida. Es un timo. René también
sabía que había personas dentro y fuera de las fuerzas de impartición de justicia que «pensaban lo
mismo» sobre él y su deserción de la mafia.
El carro se detuvo en un estacionamiento subterráneo en el Edificio Federal. El viaje había durado
aproximadamente una hora entre el recorrido de la autopista y las calles céntricas. «Me divertí
mucho», dijo René mientras se preguntaba al ver pasar a la gente con sus apresuradas vidas, «si
realmente se daban cuenta de la bendición que era seguir con vida».
René Enríquez sabía que era muy probable que muriera tras las rejas después de pasar la mayor
parte de su vida en la prisión. Había ya cumplido más de dieciocho años de su sentencia de quince
años a perpetua y casi no tenía oportunidad de lograr alcanzar la libertad condicional considerando
su famoso pasado mafioso. Ahora, a través de su cooperación con la ley, tenía esperanzas de poder
ser libre algún día.
No quería terminar igual que su mentor Daniel «Black Dan» Barela, que murió solo en su celda el
17 de enero de 2007. Los guardias de la Penitenciaría de Victorville en California, vieron en las
cámaras de vigilancia cuando el mafioso de sesenta y un años salió para ducharse. Media hora
después de que Barela regresara a su celda, los oficiales lo encontraron boca abajo en el piso sin
pulso, sin respirar y le «salía vómito de la nariz y la boca». Lo llevaron en ambulancia al Hospital
Comunitario de Victor Valley a la sala de emergencias. Cuatro agentes federales armados vigilaban
la puerta de su habitación cuando lo pronunciaron muerto por un ataque al corazón a las 11:25 a.m. El
informe del forense indicaba que Barela tenía una «historia de abuso crónico de la heroína» y las
pruebas toxicológicas encontraron trazas de opiáceos en su sistema. También se registra el tatuaje en
la parte superior del brazo con forma de esqueleto con sombrero que «parece ser la Muerte».
El 12 de marzo de 2007, el hermano mayor de René, Marc, murió de complicaciones por el sida
después de años de abuso de heroína intravenosa. Estaba en el Instituto para Hombres de California
por una violación de su libertad condicional cuando cayó al suelo de su celda por convulsiones,
nunca recuperó la conciencia. Marc murió siendo esclavo de la aguja. «Se rehusaba a ir a
rehabilitación. Ya no parecía mi hermano. Marc ya no era Marc —se lamenta René—. Había sido un
hombre bien parecido pero se fue deteriorando. Nunca trabajó y pasó toda su vida adulta entrando y
saliendo de prisión, en la mayor parte de los casos por robos relacionados con drogas. El hermano
que René quería recordar era «el joven alegre que disfrutaba ir a pescar conmigo, que siempre se
quedaba con la chica, que no quería lastimar a nadie. Mi carismático hermano mayor, mi héroe».
Marc murió en prisión como un adicto sidoso.
Al final, Marc estuvo en coma y conectado a máquinas que lo mantuvieron vivo por varios días
hasta que los familiares le dieron la autorización a los doctores para desconectarlo. Su padre, madre,
hermana y el hermano menor, John, quien también superó su propio problema con las drogas, cambió
su vida y trabajaba como técnico quirúrgico, vinieron a visitar a René después de la muerte de Marc.
Las lágrimas caían como gotas de lluvia. «Nunca había llorado así frente a mi familia —dice René
—. No había visto a mi hermana Perla en dieciocho años y en cuanto la vi me solté llorando». Como
muchas otras familias destrozadas por las adicciones a las drogas, se derramaron muchas lágrimas
como símbolos de lo distinto que pudieron haber sido las cosas.
René ha estado sobrio desde noviembre del 2003 y está decidido cuando menos a no morir como
cualquier adicto de la cárcel. Unos dos años y medio después de salir de la mafia, por primera vez
en su carrera de prisión, participó voluntariamente en una evaluación de salud mental con un
psicólogo forense del Estado. La doctora Elaine L. Mura le preguntó: «¿Qué cambiaría si pudiera
cambiar una sola cosa de su vida?» Su respuesta fue: «El abuso de las drogas, si no hubiera usado
drogas, las posibilidades hubieran sido infinitas… Creo que el abuso de drogas es un portal a la
Mafia Mexicana». Ya no quiere ser un adicto.
«Necesito ser más —dice René— no permanecer en mi peor etapa. No quiero matar a nadie nunca
más. Mi mayor anhelo es ser un mejor hombre. Quiero que mis hijos algún día puedan decir que su
padre es una buena persona que cometió muchos errores terribles pero que finalmente aprendió. Que
finalmente tuve un impacto positivo, que mis actos marcaron una diferencia».
En el otoño de 2004, los investigadores de pandillas de la Prisión Estatal de Pelican Bay
congelaron las cuentas fiduciarias de catorce miembros de la Mafia Mexicana en un esfuerzo por
evitar que los mafiosos utilizaran al Estado para lavar sus ganancias de narcotráfico. Los documentos
están sellados por un juez de la Suprema Corte y aguardan investigación, sin embargo, el miembro de
la Eme, Raúl «Huero Sherm» León, estaba al principio de la lista con 23 mil dólares en su cuenta,
uno de los dos carnales con más de 20 mil dólares en sus cuentas fiduciarias. Otros dos excedían los
10 mil y siete más tenían cuentas que iban desde 1700 hasta 5200 dólares. Las cuentas fiduciarias
fueron diseñadas para que los prisioneros tuvieran unos cuantos cientos de dólares a la mano para
comprar artículos de primera necesidad y alimentos. El especialista en pandillas, Devan Hawkes,
cree que los miembros de la Eme han estado lavando «millones de dólares» de dinero ilegal a través
de sus cuentas fiduciarias en las prisiones. Los investigadores quieren que la corte confisque estos
bienes.
En 2006, unos doscientos miembros importantes de las pandillas de prisión se mudaron a un
«pasillo corto» en Pelican Bay para interferir con las comunicaciones entre pandillas. Ahí los
mafiosos aislados estaban separados de los camaradas que normalmente hacían su trabajo sucio.
Todo su correo se monitoreaba y sellaba para que pudiera rastrearse de prisión en prisión,
permitiendo que los gángsters y sus cómplices fueran acusados por ordenar ataques o por organizar
asuntos de narcotráfico usando la correspondencia.
A unos cuantos miembros de la Mafia Mexicana les quitaron de manera absoluta las visitas y
varias esposas de la Eme también fueron marcadas para enjuiciarlas por apoyar e inducir las
actividades criminales. Devan Hawkes dijo que René Enríquez «fue el promotor para que esto [las
medidas para interferir con los negocios de la Mafia Mexicana] progresara».
René también trabajó con representantes de la Arquidiócesis Católica de la zona metropolitana de
Los Ángeles para educar a los grupos de derechos humanos y de reformas a la prisión sobre la Eme.
Dice que es común que los líderes «bien intencionados» de organizaciones cívicas no entiendan «con
quién están tratando cuando se trata de la Mafia Mexicana». Estos grupos pueden creer que están
promoviendo cosas positivas cuando apoyan las pláticas de paz o las huelgas de hambre enviando
cartas, faxes o correos electrónicos a los oficiales de prisión, pero la verdad es con frecuencia otra.
René dice que la mafia «utiliza la legitimidad y poder de las iglesias y los grupos de reforma
carcelaria solamente para sus propios intereses mafiosos. Los administradores de las prisiones
frecuentemente sucumben ante la presión generada por estas organizaciones válidas que están
haciendo la voluntad del mal sin darse cuenta. Cualquier cosa que tocamos [la Eme], la
corrompemos. Los promotores de los derechos humanos se quejan sobre los castigos crueles y
excesivos sin darse cuenta que estos tipos [en la UHS] son realmente asesinos. Si ponen a cinco juntos
alguien caerá muerto en el patio. Son asesinos cínicos, fríos, calculadores y brutales, personas de la
Eme que no tienen redención. Los bonachones deberían salir corriendo al verlos como si su vida
dependiera de ello».
René Enríquez sabía que la Mafia Mexicana es glorificada por decenas de miles de jóvenes, tan
sólo en el Sur de California, y quería cambiar esa percepción. «Tal vez ya no pueda ayudar a las
personas mayores porque ya han elegido su camino en la vida —dice René—, pero sí puedo cambiar
a los jóvenes». Tiene la esperanza de que al contar la sórdida verdad esto desaliente a otros de
cometer los mismos errores que él cometió. Mientras estuvo en Lancaster, ayudó a crear un programa
llamado Apoyo Educativo de Reclusos para Niños y Jóvenes (Prisoners Reaching Out to Educate
Children and Teens o protect). Es un proyecto con base en la prisión administrado por ex pandilleros
que se valen de mensajes videograbados y pláticas en persona en la prisión para que los chavos se
mantengan lejos de las drogas y las pandillas. En octubre de 2007, René, calificado por la corte
como experto en la Mafia Mexicana, testificó para Fiscales Federales en contra de un miembro de la
Eme y seis asociados en el primer caso de rico en contra de pandilleros en San Diego. Estuvo
nervioso durante días antes de dar su testimonio: «Fue muy difícil: es una lucha personal. Yo me
eduqué creyendo que no debía cooperar con las autoridades y aunque eso es lo que he estado
haciendo, mi subconsciente me ha estado molestando». Nunca antes había testificado personalmente
en un juicio penal en contra de un miembro de la mafia, ni de nadie más.
En el estrado «Empecé a sentir un gran nudo en la garganta. La voz me temblaba. Le dije a mi
mente No me dejes desmoronarme aquí. Fue lo más difícil que he experimentado». René estaba al
borde de las lágrimas cuando el Fiscal Federal Asistente, Todd Robinson, preguntó: «¿Esto es difícil
para usted?».
René empezó a tartamudear y le daba miedo parpadear porque eso tal vez liberaría todas las
lágrimas que se le acumulaban en los ojos. Volteó a ver al jurado y vio una mujer negra de mediana
edad: «Vio el agua en mis ojos y sintió lo que yo sentía. Estaba testificando contra quienes fueron mis
hermanos». Volteó todo el torso hacia el jurado y dijo: «Perdón, estoy muy nervioso». La sala de la
corte, llena de otros fiscales, agentes del FBI, policías de alto rango y otros impartidores de justicia,
se quedó en silencio. La madre del Fiscal Federal Robinson, que también estaba en la galería, le
diría más tarde a su hijo que René parecía «muy sincero».
El que fuese una vez miembro de la Mafia Mexicana en el juicio era Ricardo «Gato» Martínez. Era
el novio de la controvertida trabajadora social de Varrio Logan, Rachael Ortiz. Ella y Gato una vez
visitaron años antes a René en la Cárcel del Condado de L.A. René, viendo al acusado directamente
a los ojos, testificó que Gato era un «conocido miembro de alto rango de la Eme» con «treinta años
en la organización». Durante los cinco días de testimonio de René, recordó, Gato «me veía con una
mirada de abuelo. Sentí compasión por él. Estaba pasado de peso, canoso y se veía viejo. Sentí pena
por él. Y sentí que de alguna forma lo estaba matando».
Los Fiscales Federales al finalizar el juicio de dos meses terminaron con siete condenas, Gato y
seis asociados de la mafia. Los declararon culpables de varias ofensas de asociación delictuosa,
incluyendo homicidio, conspiración para cometer un homicidio, narcotráfico y lavado de dinero.
Semanas antes del juicio, otros dos se habían declarado culpables con cargos similares, incluyendo
al asesino Raúl «Huero Sherm» León. «Yo quería testificar contra Huero Sherm —dice René—.
Mató gente por razones insignificantes, ordenaba ejecuciones a la mínima provocación».
Después del juicio por asociación delictuosa, un supervisor del FBI le dijo a René: «Deberías
sentirte orgulloso de ti mismo». Otro le dijo a René que había testificado «mejor que un agente». Y
otro más le dijo que «sonaba como profesor universitario» cuando estaba testificando. Poco después,
René accedió a hablar en una sesión de capacitación para veintitantos Agentes Federales y Fiscales
en San Diego. Se sentía bien por esto.
René Enríquez ahora tiene una nueva vida en WITSEC, un programa de protección de testigos para
los prisioneros que cooperan y que siguen tras las rejas. «Todos los días de mis diecisiete años como
carnal me preocupé de las políticas de la mafia, de los motivos ocultos, de mis posicionamientos en
la sala de visitas, de mis enemigos y acusaciones, pero, sobre todo, de terminar en la lista. Sé que
sigo siendo un blanco prioritario para un ataque, pero ya no me molesta. Ahora estoy en paz. No me
la paso cuidándome las espaldas. Si voy a alguna parte y me matan, entonces viví y morí
violentamente. Así es como es. Pero hasta donde yo sé, nadie ha sido asesinado dentro del programa
WITSEC. Ahora no tengo que preocuparme sobre las opiniones o caprichos de los miembros de la Eme
que quieren matar sólo para verse bien. Me siento liberado. Así que, de cierta forma, soy libre. Me
siento bien conmigo mismo. Está bien ser débil. Mi debilidad es mi fortaleza».
«La vida en las pandillas —aprendió René— es como caerse a un abismo». No es vida. O más
bien, es una vida sin futuro. Una vida viendo siempre paredes de concreto. Una vida viendo por entre
las barras de acero con la esperanza de ver algo nuevo. Pero eso nunca llega. Lo que está ahí es la
posibilidad permanente, cuando se sale de la celda, de que tu último aliento te sea robado
rápidamente en una explosión de brutalidad. Estar encerrado en una celda de prisión y morir una
muerte violenta no son precisamente las mejores opciones, pero esas son las opciones para un
pandillero activo. La vida puede ser tanto más.
Mientras tanto, René Enríquez se sienta en la orilla del delgado colchón de su catre en una
pequeña celda y su mente está llena de arrepentimiento. Hay una nueva mujer en su vida, una vieja
amiga con quien se casó varios años después de desertar de la Mafia Mexicana, pero sólo la puede
ver durante las horas de visita un par de días a la semana. Otros parientes, ocupados con sus propias
vidas, rara vez vienen a verlo. Come cuando otros le dicen que puede comer. Las luces se apagan no
cuando él quiere dormir, sino cuando alguien más decide que es hora. Sus movimientos están
restringidos por una pesada puerta de metal que cubre la totalidad de la entrada de esta cueva
moderna en la que vive. Acepta: «si he de morir aquí [en la prisión], entonces así será, pero no
quiero morir en la prisión. Quiero morir en mi casa, con mi esposa y mi familia cerca, junto a mi
perro. Quiero ser como un tipo normal, aunque sea sólo por un día».
El tatuaje de La Mano Negra sigue destacando en su pecho, pero ahora le recuerda lo que fue, no
lo que está intentando ser. •
EPÍLOGO
DESDE QUE RENÉ ENRÍQUEZ DESERTÓ de la Eme, ha habido varios nuevos casos contra la mafia en el
Sur de California.
El 24 de abril de 2006, Darryl Castrejón de la Eme fue uno de los cuatro gángsters acusados en
conexión con un asesinato pagado por la Mafia Mexicana. El mafioso de cuarenta y ocho años de
edad fue descubierto como resultado de una vigilancia encubierta de la Agencia Interdisciplinaria
Metropolitana de Fuerzas Policiacas Especiales de Arresto de L.A. (Los Angeles Interagency
Metropolitan Police Aprehension Crime Task Force o LAIMPACT). El caso es uno de más de diez
presentados por impact después de que un aspirante a pandillero de dieciséis años de edad baleara a
un oficial de la Patrulla de Caminos de California cuando salía de la corte en Pomona. Castrejón fue
acusado de ser el líder del área que estaba controlada por una pandilla callejera relacionada con la
mafia llamada los Twelfth Street Sharkies.
El 16 de junio de 2006, el mafioso Raúl «Huero Sherm» León fue nombrado la mente maestra del
caso federal de San Diego de asociación delictuosa y conspiración de narcotráfico que involu cró a
treinta y seis pandilleros con vínculos a la Eme. La acusación presentaba una conspiración de
narcotráfico masiva y tres homicidios, incluyendo la ejecución de un extorsionista que decía ser
miembro de la Mafia Mexicana y un prisionero en una Prisión Estatal. Adicionalmente, los fiscales
acusaron a tres gángsters en relación con un tiroteo en el cual resultó herido un niño de doce años.
Fue la primera vez que los Fiscales Federales de San Diego se valieron de la ley rico para perseguir
pandilleros. El agente del FBI a cargo, Dan Dzwilewski dijo «Puesto de manera simple, son
terroristas callejeros urbanos que gobiernan con la violencia. Son lo más cercano que tenemos en San
Diego a la tradicional delincuencia organizada».
El 12 de septiembre de 2006, el miembro de la Eme, Rubén «Nite Owl» Castro y diez pandilleros
de Eighteenth Street fueron acusados en otro caso de asociación delictuosa federal en el cual se les
acusó de controlar el negocio de narcóticos en todo el lado Oeste de Los Ángeles. Los federales
dijeron que Castro, de treinta y seis años de edad, supervisaba la operación desde una celda en una
prisión federal de máxima seguridad en el nivel más alto, en Florence, Colorado, con frecuencia
conocida como «Supermax» donde cumplía una cadena perpetua. Los fiscales dicen que se giraron
órdenes a través de la novia de Castro quien también recolectaba la feria.
El 12 de diciembre de 2006, la DEA lideró el arresto de dos miembros de la Mafia Mexicana y
diecinueve asociados en el condado de San Bernardino en lo que se describió después como una
operación de tráfico de metanfetaminas de nivel nacional. Los agentes confiscaron un millón de
dólares en metanfetaminas, un millón en efectivo y cincuenta y seis pistolas. Salvador «Toro»
Hernández, miembro de cuarenta y dos años de la Eme, y su hermano de treinta y ocho, Alfred,
enfrentan cargos de conspiración criminal. Los agentes dijeron que San Bernardino se ha convertido
en el centro de las metanfetaminas producidas en México y distribuidas en los Estados Unidos.
El 18 de diciembre de 2006, Peter «Sana» Ojeda de la Eme, el mafioso que inició con la
organización de la cobranza de impuestos de pandillas en el condado de Orange, California, fue
sentenciado a catorce años en una prisión federal. El mafioso de sesenta y cuatro años era uno de los
veintiocho gángsters sentenciados entre dos y veinticuatro años como resultado de los
encarcelamientos federales por asociación delictuosa. Las acusaciones contenían docenas de delitos
ya que la organización de Ojeda cobraba impuestos a pandilleros y traficantes de las calles del
condado de Orange y en las prisiones y cárceles de ahí. Los que se resistían eran atacados por los
ejecutores de Ojeda.
El 27 de abril de 2007, otro equipo de fuerzas especiales compuesto por agentes de varias
instituciones arrestó a trece gángsters que canalizaban el dinero de los impuestos de Richard
«Psycho» Aguirre de la Eme, quien estaba cumpliendo una cadena perpetua en Pelican Bay. Los
investigadores dicen que dos camaradas leales a Aguirre obtuvieron por la fuerza el control de todo
el valle de Coachella, a unos 200 km al Noreste de San Diego, con asesinatos, asalto y allanamientos
con robo. Jovita Aguirre, de setenta y cinco años de edad, la madre de 1,55 m de altura de Psycho,
fue acusada de recolectar los pagos y pasar las órdenes a su hijo mafioso. Los policías confiscaron
cincuenta pistolas y una bomba casera armada durante una investigación llamada la «Operación Casa
Limpia». El juicio está pendiente.
Hay más investigaciones que se están trabajando y muchas evidencias para sugerir que la Eme está
expandiendo su poder e influencia por todo el país.
Empecemos con el sistema nacional de prisiones federales. Durante los casos rico a finales de la
década de 1990, los federales pensaron que estas acusaciones disminuirían el poder de la
organización de enviar a los miembros convictos de la Mafia Mexicana a todas las prisiones del
país, separados de la base del sistema de la Eme, en California. Daniel Vásquez, un ex director de
San Quintín que ahora trabaja como consultor, dijo «Lo único que parece estar haciendo es diseminar
la semilla, la semilla de una planta mala».
Ya hay una Comisión de la Eme federal independiente y formada por cuatro hombres. Los
comisionados son Rudolfo «Champ» Reynoso, Rubén «Rube» Soto, Phillip «Negro» Segura y
William «Willie» Gouvieia. Según René «tienen la máxima autoridad o palabra sobre los negocios
de la Mafia Mexicana en el sistema de prisiones federales, incluyendo la iniciación de nuevos
miembros». La inteligencia de las fuerzas de la ley piensa que Soto ya había establecido una relación
con el padrino italiano John Gotti en la Penitenciaría de los E.U. en Marion, Illinois, antes de que
«Teflon Don» muriera de cáncer.
El 21 de abril de 2005, la facción federal de la Eme demostró su presencia intrépida y violenta en
el sistema penitenciario de los E.U. Manuel «Tati» Torrez, un miembro de la Mafia Mexicana de
muchos años, de sesenta y cuatro años de edad, fue golpeado y pisoteado hasta morir por al menos
otros tres mafiosos en la prisión Supermax en Florence, Colorado. Esta instalación, a veces llamada
«el Alcatraz de las Rocallosas» fue construida para albergar a los criminales más famosos de la
nación. Era la primera vez en la historia de la prisión de diez años de edad que un recluso había sido
ejecutado por otros prisioneros. El forense del condado de Fremont lo describió como una golpiza
«despiadada» con graves heridas a la cara, cuello y pecho. No queda claro por qué fue eliminado
Torrez. Lo que sí es claro es que la Eme no dudó en hacerlo a plena luz del día en un patio minúsculo
de la penitenciaría más segura de la nación.
René Enríquez advierte que la Eme está «dispersándose como un cáncer incurable». Mientras
estuvo encarcelado en la Penitenciaría de E.U. en Marion, Ralph «Perico» Rocha de la Eme le
escribió en 2001 a René Enríquez a Pelican Bay utilizando palabras clave como que estaba:
«intentando entrar a NAFTA [clave para los carteles de las drogas de México] para expandir los
negocios en el extranjero y las fronteras… la familia [Eme] está intentando abrir más restaurantes
[negocios legítimos] en Colorado, Texas, Chicago, etcétera». Después de librarse de otro caso de
intento de homicidio a golpes en la corte federal, Perico salió en libertad condicional en marzo de
2007.
En febrero de 2008, Perico fue herido por una bala en las calles de Norwalk. Las heridas de
Rocha no fueron graves, pero los investigadores dicen que Jacko Padilla, el excompañero de celda y
amigo de René, ordenó el ataque. Dos meses antes, la esposa de Jacko y otros cinco fueron
arrestados y acusados por intento de homicidio. Querían eliminar a Rocha y otro mafioso por invadir
el territorio de narcotráfico de Padilla en el valle de San Gabriel. Su juicio sigue pendiente. Según
los policías, Rocha y Rafael «Cisco» González-Muñoz hurtaron decenas de miles de dólares de los
traficantes del territorio de Padilla. Los detectives del sheriff dicen que las órdenes de atacar a
Rocha provenían de Padilla que estaba en la Prisión Estatal de Corcoran y que Rocha sigue en la
lista. No se han levantado cargos.
En diciembre de 2005, el FBI abrió un Centro de Inteligencia de Pandillas Nacional en Washington,
D.C., para ayudar en la coordinación de una nueva «estrategia nacional contra pandillas» con fuerzas
de las leyes locales y estatales. Como sucedió con la Mafia Italiana en décadas anteriores, el FBI
llegó tarde a la fiesta. Sus intereses en la creciente amenaza de las pandillas aumentaron cuando
algunos miembros del grupo llamado La Mara Salvatrucha o MS-13, empezó a proliferar en el área
del Norte de Virginia /Washington D.C. Los MS-13 empezaron en Los Ángeles en la década de 1980
con un montón de refugiados de guerra salvadoreños y se empezaron a mover al Este, donde los
gángsters mataron a tres Agentes Federales y demostraron su gusto por cortar a las víctimas con
machetes. El Centro de Inteligencia de Pandillas Nacional calcula que hay ocho mil miembros de MS-
13 en los Estados Unidos distribuidos en treinta y un distintos estados con unos veinte mil miembros
adicionales en otros países. El FBI en 2005 formó una Fuerza Especial de Pandillas Nacional MS-13.
La ironía es que, según el sargento Richard Valdemar, sheriff retirado del condado de Los Ángeles,
posiblemente uno de los mayores expertos de la nación en la Eme y otras pandillas callejeras, es que
«La MS-13 son las ligas menores. La MS-13 le rinde tributo a la Eme. Ese número 13 marca la lealtad
de la MS a la Mafia Mexicana». Insiste que «la Eme son las ligas mayores, no la MS». El prominente
«13» que es parte del logo de la MS, de hecho, representa a la letra «M». Y esa «M» es de mafia, la
Mafia Mexicana. Ese «13» marca la lealtad a la Eme, al igual que la gran mayoría de otras pandillas
latinas del Centro y Sur de California.
Albuquerque, Nuevo México, fue azotado por una plaga de violencia en 1995 que frustró al
personal local de la policía. La tasa de homicidios se duplicó cuando pandilleros de Los Ángeles
tomaron el control del tráfico de crack en un área de alta delincuencia del Sureste de Albuquerque de
por sí ya conocida como la «Zona de Guerra». Un gángster de L.A. dijo: «Cuando fuimos allá, fue
como si fuéramos un gran misil. Y ellos estaban con la guardia baja. No tenían ni siquiera balas
cuando entramos con el misil». El detective Rich Lewis, un policía de la ciudad de Albuquerque
trabajó con el agente de la ATF, Gary Ainsworh, durante cuatro años para descubrir el mayor caso de
delincuencia organizada en la historia del Fiscal Federal de esa ciudad. Más de cien armas fueron
confiscadas, incluyendo AK-47, SSK, Mac-11 y subametralladoras Tech-9. Cincuenta acusados se
fueron a prisión por homicidio, intento de homicidio y narcotráfico. Había una mezcla de cholos de
las pandillas del Sur de California del Este de Los Ángeles, el Oeste de Los Ángeles, Sur de Los
Ángeles, Norwalk, Duarte, Lennox e Inland Empire. Una roca de cocaína que en L.A. se vendía por
tres dólares se podía vender en veinte en las calles de Albuquerque. Los pandilleros ansiosos por
usar sus pistolas, muchos de ellos rivales en casa, trabajaron juntos para adueñarse del tráfico de
narcóticos de las calles de esta ciudad. Se identificaban normalmente como Sureño13, siendo el
«13» el símbolo de lealtad a la Mafia Mexicana, y algunas de sus drogas se pudieron rastrear a
traficantes de la Eme. Un líder de Lennox con vínculos a la Mafia Mexicana trató de mantener la paz
entre las facciones de Sureños y asegurar un continuo flujo de drogas.
Una clica asesina de una pandilla con base en Compton llamada Tortilla Flats entró con todo a
Oklahoma City en 2001 y rápidamente se valió del asesinato, las amenazas y la violencia para
dominar a los traficantes locales. Los equipos fuertemente armados iban liderados por un asociado
de la Mafia Mexicana que orgullosamente posaba para las fotos con su rifle de asalto. Junto con las
grandes cantidades de metanfetaminas y cocaína, con un valor estimado en las calles de cuatro
millones de dólares, los policías confiscaron suficientes explosivos C-4 para volar un pequeño
edificio. Un equipo federal de fuerzas especiales encarceló a dieciséis acusados en la prisión con
condenas que iban de los cuatro a los treinta años. Uno de los pandilleros convictos, que no quiso ser
identificado, dijo «Fuimos enviados por la mafia».
Eighteenth Street, la pandilla con unos veinte mil miembros del área de Los Ángeles, también ha
sido identificada por el FBI como un «grupo prioritario» para la Estrategia Nacional contra las
Pandillas con vínculos a miles de otros miembros en El Salvador, Honduras, Guatemala y México.
Eighteenth Street tiene una galería de desadaptados entre los líderes de la Eme que influye en sus
operaciones, incluyendo a Rubén «Nite Owl» Castro, Jorge «Huero Caballo» González, Felipe
«Chispas» Vivar y Frank «Puppet» Martínez.
Los Fiscales Federales sostienen que Puppet Martínez recibió 40 mil dólares al mes por pago de
impuestos durante la mayor parte de la década de 1990, incluyendo los tres años que pasó en la
Prisión Estatal de Pelican Bay. Bruce Riordan un ex Fiscal Federal asistente de Los Ángeles que
trabajó en el caso de Puppet, dijo que los Eighteenth Streeters estaban a cargo de la operación del
narcotráfico «como una franquicia de McDonald’s. Estaban ocupados todo el día». Los Columbia Lil
Cycos, una pequeña clica de Eighteenth Street que operaba desde un diminuto vecindario en el área
del Parque MacArthur justo al Oeste del centro de Los Ángeles, ganó unos 250 mil al mes durante
ocho años. Los traficantes de Eighteenth Street tienen turnos para que las drogas puedan venderse en
las calles veinticuatro horas al día. Los federales, durante el caso RICO, averiguaron que los
recolectores de renta ganaban entre ocho y diez mil dólares a la semana. Los pandilleros jóvenes en
ascenso, se llevaban unos mil a la semana para ellos solos. Anthony «Coco» Zaragoza, un matón
dedicado con un «18» tatuado en la cara, recibía casi 300 mil al año mientras estuvo encerrado en la
prisión.
Luis Li, un exfiscal asociado federal en el caso contra los Lil Cycos dijo: «Se organizaron de
manera similar a la delincuencia organizada de la Costa Este. Y les encantaban todos los lujos que
esto conllevaba». Un líder de las pandillas que vivía en un compuesto lujoso de Burbank, tenía una
foto enmarcada del actor Al Pacino como El Padrino en la pared de su oficina. Tenían carros
costosos de colección, camionetas, Mercedes-Benz, joyas elegantes, jet skis y viajaban en
helicópteros. Los fiscales creen que los Lil Cycos estaban recolectando unos 4,5 millones de dólares
al año y los lavaban a través de un par de restaurantes, un lote de carros usados y un bar de jugos. La
contabilidad de las pandillas requiere que todo el dinero esté marcado para que la Mafia Mexicana
sepa quién paga sus impuestos. «Esencialmente lo dirigen como una corporación», explica Li.
Puppet Martínez, con la palabra eme tatuada en el pecho, estaba hasta arriba de la cadena del
dinero. El fiscal Li explica: «todas las decisiones pasaban por él». Los investigadores decían que
mientras Puppet estuvo en prisión en 1994, ordenó la ejecución de un asociado rival de la mafia que
trató de meterse a su territorio. Carlos «Truco» López y su tía, Donatilla Contreras, fueron
emboscados con subametralladoras AK-47 y los dejaron por muertos.
Los agentes del FBI descubrieron que la esposa de Puppet, Janie García, conocida como «La Jefa»
o «La Viuda Negra» tenía casi medio millón de dólares en efectivo escondidos en tres casas. Los
federales encontraron 10 mil dólares escondidos en la aspiradora y otros 40 mil en una bolsa de
lona. Lefty Cazales, otro recolector de impuestos, fue ejecutado en un salón de billar después de
faltarle al respeto a la Viuda Negra haciéndole un pago de 10 mil dólares en billetes de un dólar. El
equipo terminó con la vida de Lefty disparándole una ronda en la boca.
Bruce Riordan salió de la Oficina del Fiscal Federal de Los Ángeles en enero de 2007 como
subdirector de la Sección de Crimen Organizado y Terrorismo y aceptó la nueva posición de zar de
las pandillas en la Oficina del Fiscal de la Ciudad de Los Ángeles. Está de acuerdo con otros
expertos en pandillas al decir que las operaciones como la de Lil Cycos seguramente estaban siendo
replicadas por docenas y probablemente por cientos de pandillas callejeras de Sureños bajo los
auspicios de la Mafia Mexicana. Riordan dijo «la Eme es la empresa criminal más organizada de
Estados Unidos hoy y representa la mayor amenaza a la seguridad interna de la nación porque su
poder deriva de su control del sistema de prisiones en los niveles federal, estatal y local. Ese poder
ha crecido en vez de disminuir en los años posteriores al 11 de septiembre cuando las fuerzas de la
ley se distrajeron. La Eme estaba bastante golpeada a finales de la década de 1990 y principios de la
de 2000, al borde de la extinción, pero las fuerzas de la ley en todos los niveles se fueron del campo
de batalla y la Eme ha vivido un resurgimiento. Hoy están en la cúspide de la pirámide del crimen en
los Estados Unidos».
Desde 2005, los Fiscales Federales en Los Ángeles han enviado a cuarenta y un miembros de la
pandilla Vineland Boyz a prisión como parte de una investigación federal de asociación delictuosa
conocida como la «Operación Noche de Paz». La sentencia promedio iba de diez a veinte años en
prisión y quince acusados recibieron condenas de más de veinte años y cinco cadenas perpetuas. El
caso de los Vineland Boyz específicamente vinculaba a la pandilla con cuatro asesinatos, incluyendo
la ejecución de un policía de Burbank, y detallaba una operación de narcotráfico que se extendía
desde Hawaii a Indiana, Kentucky, Carolina del Norte y Nueva Jersey bajo el vigilante ojo de
Michael «Mosca» Torres de la Eme. Los Vineland Boyz durante años compraron medio kilo de
metanfetaminas por 7mil dólares y lo vendían en Hawaii por 25 mil.
Mientras tanto, según René Enríquez, Anthony «Tony» Palacios de la Eme estableció su negocio de
narcotráfico en Hawaii, Gilberto «Shotgun» Sánchez se mudó a Florida, Jaimie «Payaso» Tinoco está
ahora en Connecticut y un nuevo carnal que Enríquez sólo conoce como Mike fue iniciado en Nueva
York y se espera que se establezca allá y gane terreno para la organización.
También se han formado grupos de la Mafia Mexicana en Arizona y Texas.
Alrededor de 1974, los prisioneros hispanos de la Prisión Estatal de Arizona formaron una
pandilla que se llamó la Familia. Poco tiempo después, unos cuantos miembros de la Eme de
California fueron descubiertos y terminaron en la prisión de Arizona, donde le enseñaron a la
Familia cómo hacer negocios al estilo de la mafia. La Familia finalmente fue apoyada por la Eme de
California y se convirtió en la Mafia Mexicana de Arizona. Como diez años después, unos
delincuentes nativos de Arizona querían entrar a la Eme pero no les interesaba ninguna afiliación con
California. Iniciaron la Nueva Mafia Mexicana sin el apoyo de la Eme original. Los dos grupos son
acérrimos enemigos.
La Nueva Mafia Mexicana condujo un fallido plan de matar al director del Departamento de
Correcciones de Arizona en 1998. En 2000, dos miembros de la Nueva Eme fueron acusados de
matar a un oficial de policía durante un robo frustrado. Para 2003, más de una docena de miembros
de la Nueva Mafia Mexicana habían sido enjuiciados por los Fiscales Federales por decenas de
delitos, incluyendo asociación delictuosa, narcotráfico, lavado de dinero y la ejecución de ocho
prospectos a testigos así como un plan para asesinar a un detective de Phoenix que trabajó en la
investigación. Fueron enviados a la Oficina Federal de Prisiones. Frank Marcell, director de
inteligencia de la Oficina del Sheriff del Condado de Maricopa dijo: «Se anticipaba que estos
miembros quedarían en ‘la lista’ en cuanto pusieran un pie en el sistema de prisiones federal por el
feudo eterno con la Eme de Arizona aliada con California. Para sorpresa de los oficiales de
impartición de justicia y de correcciones que monitorean estos grupos, parece ser que esto no ha
sucedido. Todo indica que se ha establecido una tregua entre todas las facciones de la Mafia
Mexicana en Arizona y ellos, a cambio, han buscado a miembros de la Eme en California y el sistema
federal de prisiones. Este fenómeno es amenazante. Imagine las consecuencias de que todos los
estados del Suroeste queden bajo el ala y dirección de la Mafia Mexicana de California. Como un
sindicato criminal, no tienen rival, y parece ser que sus tentáculos ávidos de poder están
extendiéndose cada vez más lejos».
La rama de Texas de la Mafia Mexicana, llamada Mexikanemi, o la EMI, se formó a mediados de
la década de 1980. También inició en la prisión y tiene una constitución que describe al grupo como
una «organización criminal» que trabaja «en cualquier aspecto criminal o de interés para beneficiar y
hacer progresar a Mexikanemi. Traficaremos con drogas, cometeremos asesinatos a sueldo,
prostitución, robo en gran escala, apuestas, armas y todo lo imaginable». Las acusaciones federales
en 1993 y 1998 nombraron a más de veinte miembros importantes de Mexikanemi y sus asociados en
conspiraciones que involucraban la heroína, dinero sucio, armas y catorce asesinatos. Mexikanemi no
está oficialmente ligada con la Mafia Mexicana de California.
Mientras tanto, la Eme ha ido creciendo por años, principalmente fuera del radar de las fuerzas
nacionales de aplicación de las leyes y es una mafia en busca de un nuevo imperio criminal. René
Enríquez confirmó los miedos de las fuerzas de la ley: «Los comisionados de la mafia del sistema
federal y los líderes de la Prisión Estatal de Pelican Bay quieren establecer un tratado con las
organizaciones criminales hispanas, es decir, con los Latin Kings en el Este, con el Texas Syndicate
[en el] Centro-Oeste y el Suroeste, con Nuestra Familia al Norte de California así como con las
facciones establecidas de la Eme en Arizona, Nuevo México y Texas.
El objetivo de un tratado sería controlar la distribución para todos los carteles principales así
como expandir la influencia de cada organización a un nivel nacional en vez de regional. En cinco o
diez años se verán los frutos de todo esto. Esto es el nuevo terrorismo doméstico. La mafia es como
un tumor maligno, lenta y silenciosamente haciendo metástasis y metamorfoseándose».
El Departamento de Justicia calcula que hay 30 mil pandillas en los Estados Unidos con 800 mil
miembros que tienen un impacto en unas 2500 comunidades. Alrededor de la mitad de estos
pandilleros son de ascendencia hispana. René Enríquez dice que la Eme quiere participar en toda
esta actividad.
Chris Swecker, director asistente de la División de Investigación Criminal del FBI, le dijo a un
comité del congreso en abril de 2005: «Las pandillas de California, en particular del área de Los
Ángeles, tienen una gran influencia en las pandillas mexico-americanas y centroamericanas en este
país y en América Latina». Esto no es ninguna noticia para los miembros de la Eme.
Al mismo tiempo, las agencias de impartición de justicia calculan que el número de pandilleros
latinos tan sólo en el Sur de California es de unos 100 mil. Es posible que la Mano Negra de la
Mafia Mexicana alcance a todos los que se llaman Sureños. Es un ejército nada despreciable
comprometido con la comisión de delitos y existe evidencia irrefutable de que de verdad están
moviéndose por todo el país infectando a nuestra población con drogas, muerte y un diabólico
sentido del deber.
El experto en pandillas Richard Valdemar ofrece esta idea: «Lo que vemos hoy [en la Mafia
Mexicana] es igual a lo que fue la Mafia Italiana en las décadas de 1920 y 1930. Iban ya hacia otro
lado. Gracias a Dios la mayoría son adictos a la heroína. Evita que hagan lo que tienen el potencial
de hacer».
René Enríquez también habló sobre este mismo tema: «No creo que el público comprenda las
ramificaciones de lo que ahora es la Mafia Mexicana, y en este momento apenas está surgiendo. Se
ha empezado a iniciar a tipos que no estén condenados a cadena perpetua y que no usen drogas. La
organización apenas tiene cincuenta años. Hay que tomar eso en cuenta al compararla con la mafia
italiana que lleva cientos de años de existir».
Brian Parry, el ex asistente especial del Secretario Asistente del DCC y ahora consultor dijo «la
Eme es la nueva La Cosa Nostra».
El potencial es atemorizante. No hay más de 150 o 300 miembros iniciados de la Eme, pero en el
Sur de California su ejército de leales pandilleros latinos se cuenta por las decenas de miles. La
Cosa Nostra en los Estados Unidos nunca tuvo algo ni siquiera cercano a esas cifras.
El zar de las pandillas de la ciudad de Los Ángeles, Bruce Riordan, tiene más que decir: «Los
‘hermanos’ individuales de la Mafia Mexicana tienen un poder en las prisiones de la nación y en las
calles que haría sonrojar a Tony Soprano. Los Soprano son un ejercicio de nostalgia. Hoy en día el
poder real está en la Sureño Nation y la Sureño Nation está regida por la Eme. La Cosa Nostra no
tiene influencia en las prisiones de la nación, no tiene influencia en el Suroeste, y no tiene influencia
en las pandillas callejeras. La Eme tiene influencia en las tres y está usando ese poder para controlar
el narcotráfico de toda la nación. La Eme decide para los traficantes del Suroeste y los traficantes
obedecen. La Cosa Nostra le cedió el narcotráfico a la Eme y la Eme aprovechó al máximo esa
decisión».