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ANÁLISIS CRIMINOLÓGICO DE LAS POQUIANCHIS

AUTOR: RAMIREZ GALLEGOS ITZEL

INSTITUTO EDUCATIVO YOLDA S.C

CRIMINOLOGÍA Y CRIMINALÍSTICA

LIC. CRIMINALISTICA. JUAN OLAF CORIA PEREZ

CEDULA PROFESIONAL: 11032804

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INTRODUCCIÓN

Las poquianchis fueron una de las asesinas mas peligrosas en la historia

policiaca fueron unas mujeres guanajuatenses que cometieron una serie de

delitos.

A finales de los años cincuenta, en el estado de Guanajuato, se descubrió que

las hermanas Eva, Delfina y María de Jesús González, dueñas de un burdel de

estado de Guanajuato, torturaban a menores de edad y las obligaban a

prostituirse. Cuando las jóvenes eran suficientemente explotadas, las

poquianchis también llamadas “las hermanas diabólicas” las asesinaban junto

con los hijos que habían concebido y algunos de sus clientes. Las hermanas

González fueron encarceladas por homicidio, trata de blancas y aberr aciones

sexuales en su rancho se encontraron 91 cuerpos enterrados. Las poquianchis

fueron dos de las criminales mas siniestras y controvertidas en la historia

policial mexicana.

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INDICE

Infancia………………. 4

Inicios del negocio………………. 5

Cómplices………………. 7

Ritos Satánicos………………… 9

Los Cuatro Perfiles de Las Poquianchis……………. 10

El Derrumbe de Las Poquianchis………………. 13

Conclusión…………………. 14

Bibliografías………………… 15

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LAS POQUIANCHIS

INFANCIA

La historia de Delfina, María de Jesús, Carmen y María Luisa González Valenzuela comenzó

en El Salto, Jalisco, en donde su padre -porfirista-, Isidro Torres, era alguacil para el cuerpo

de policía rural del gobierno y se encargaba de ejecutar a los delincuentes del pueblo,

obligando a sus pequeñas hijas a presenciar sus sangrientos actos.

Machista, prepotente, alcohólico, violento y golpeador, son algunos de los adjetivos con los

que se le califica a Torres, quien también violentaba a Bernardina Valenzuela, madre de las

muchachas.

Bernardina maltrataba a quienes se convertirían en Las Poquianchis; sus castigos las

colocaban en un estado de pánico. Bernardina era una fanática religiosa: las niñas temían al

rosario.

Ante la opresión, los castigos, golpes y machismo, María del Carmen escapó con su novio a

otro lugar. La libertad duraría poco.

Su padre los encontró y, en castigo, hizo lo peor: encerró por 14 meses a María del Carmen en

la prisión municipal.

No obstante, la suerte de don Isidro Torres cambiaría cuando fue perseguido por las

autoridades en consecuencia de un asesinato, lo que generó el olvido de su hija en prisión.

María del Carmen logró conseguir la libertad gracias a que un “generoso” hombre de 50 años

llamado “Luis Carnos”, se acercó a ofrecerle la libertad. Siempre y cuando se casara con ella,

fruto de esa relación Carmen tendrían un hijo.

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Cuando los padres murieron y le dejaron una pequeña herencia, Delfina Valenzuela decidió

iniciar un negocio seguro. Le tenía horror a la pobreza, así que instaló una cantina en su

pueblo natal. Junto a los tragos, vendía los servicios de jóvenes prostitutas. Teniendo mucho

éxito, decide abrir otra, pero sería una especie de Motel, donde las parejas rentaban el cuarto

para que tuvieran furtivos encuentros sexuales. “Si aquí hay trabajo, pero no de criada. Si

vienes a trabajar a esta ´casa´, será de puta”.

Las cuatro mujeres eran dueñas de varios burdeles en Guanajuato y Jalisco, sus víctimas

fueron en su mayoría sexoservidoras a su servicio, aunque también asesinaron a clientes y

bebés de las mujeres esclavizadas. Su número confirmado de víctimas son 80, pero se cree

pudieron matar a más de 150 personas convirtiéndolas en las asesinas seriales más prolíficas

registradas en la historia de México, aún más que cualquier asesino serial varón mexicano, y

unas de las más prolíficas asesinas o asesinos en serie del mundo.

INICIOS DEL NEGOCIO

Delfina desarrolló un método de reclutamiento

que dejaba mayores ganancias: acudían a

rancherías o pueblos cercanos, donde buscaban a

las niñas más bonitas. No importaba si tenían

doce, trece o catorce años de edad; llevaban

cómplices masculinos que, si las sorprendían

solas, simplemente se las robaban. O si estaban

acompañadas de sus padres, generalmente campesinos, se les acercaban y les ofrecían darles

trabajo a las hijas como sirvientas. Los padres accedían, “Las Poquianchis” se llevaban a las

niñas y de inmediato empezaba su tormento

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Apenas llegaban al burdel, “Las Poquianchis” procedían a desnudar a las niñas por completo

y examinarlas. Si consideraban que tenían “suficiente carne”, los ayudantes que habían

contratado se encargaban de violarlas, uno tras otro, vaginal y analmente. También las

obligaban a practicarles sexo oral y si lloraban o se resistían, las golpeaban.

Después, “Las Poquianchis” las bañaban con cubetadas de agua helada, les daban vestidos y

las sacaban por la noche a que comenzaran a atender a la clientela del bar, bajo amenazas de

muerte. Los clientes se mostraban siempre encantados de que les proporcionarán niñas de tan

corta edad para que los atendieran, así que el negocio iba viento en popa. Las hermanas

alimentaban a sus esclavas sexuales solamente con cinco tortillas duras y un plato de frijoles

al día.

Cuando una de las prostitutas llegaba a cumplir veinticinco años, “Las Poquianchis” ya la

consideraban “vieja”. Procedían entonces a entregársela a Salvador Estrada Bocanegra “El

Verdugo”, quien la encerraba en uno de los cuartos del rancho, sin darle de comer ni beber

por varios días, y entrando constantemente para patearla y golpearla con una tabla de madera

en cuyo extremo había un clavo afilado. Una vez que la mujer estaba tan débil que ya no

podía ni siquiera intentar defenderse, “El Verdugo” la llevaba a la parte de afuera del rancho

y, tras cavar una zanja profunda, la enterraba viva. A otras las aplicaban planchas calientes

sobre la piel, las arrojaban desde la azotea para que murieran al caer, les destrozaban la cabeza

a golpes.

Si una de las muchachas se embarazaba, si padecía anemia

y estaba demasiado débil para atender a sus clientes, o si

se atrevía a no sonreírle a los parroquianos, era asesinada.

Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos y

enterrados, con excepción de un niño, al que guardaron

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para vendérselo a un cliente que quería experimentar con él, mientras se dedicaron a

maltratarlo.

También practicaban abortos clandestinos si alguna de las prostitutas más populares quedaba

embarazada, con tal de no perder esa fuente de ingresos. Las mujeres además eran obligadas

a limpiar el lugar, a cocinar y a atender a “Las Poquianchis”.

CÓMPLICES

“Las Poquianchis” habían reclutado a varios

ayudantes que les auxiliaban en sus labores. Uno

era Francisco Camarena García, el chofer que se

encargaba de transportar a las jovencitas

reclutadas, junto con Enrique Rodríguez

Ramírez, otro era Hermenegildo Zúñiga, ex capitán del ejército, conocido como “El Águila

Negra”, quien fungía como su guardaespaldas, cuidador del burdel y era en aquellos días el

amante de Delfina y el gran verdugo y torturador. Él llevaba también a las muchachas inútiles

o rebeldes al rancho San Ángel, donde las dejaba morir de hambre y después incineraba sus

cadáveres tras rociarles gasolina.

José Facio Santos, velador y cuidador del rancho; y Salvador Estrada Bocanegra, “El

Verdugo”, quien golpeaba a las prostitutas que protestaban por algo y, cuando alguna

amenazaba con marcharse o denunciar los maltratos a los que era sometida, se encargaba de

asesinarla y enterrarla. También policías y militares utilizaban los servicios de las niñas

esclavas, todo gratis a cambio de protección para el burdel.

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María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno Quiroz, Ramona

Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz “La Pico Chulo” eran prostitutas

que se convirtieron en celadoras y castigadoras a cambio de que “Las Poquianchis”

respetaran sus vidas.

Cuando alguna de las niñas nuevas no quería ceder ante el capricho de algún cliente, ellas se

encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el burdel, llevarla a un cuarto y darle de

palazos hasta dejarla inconsciente. “La Pico Chulo” también gustaba de matar a palazos a las

muchachas, destrozándoles la cara y el cráneo con una tranca de madera.

En si los castigos de María de Jesús y sus hermanas, eran en aplicar severos métodos de

control. Solían espiar a través de rendijas u hoyos en las paredes, y cuando encontraban

“pecado”, aplicaban terribles torturas y humillaciones, y como casi todos los días descubrían

“actos inmorales”, casi todos los días corría sangre, puesto que los castigos eran cosas como

golpes con palos llenos de clavos, quemaduras con hierros calientes, o pinchazos mientras la

víctima sostenía tres ladrillos (uno con cabeza, dos con las manos).

También había restricción de alimentos,

violaciones, palazos, latigazos, sexo con animales

(aunque esto resulta extraño porque las hermanas

lo veían mal, pero no sorprende que como castigo

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le hayan otorgado otro carácter moral), e incluso muchas eran asesinadas cuando ya no tenían

atractivo físico o la enfermedad las volvía una carga. Y es que por su incongruente

religiosidad las hermanas González Valenzuela siempre mantuvieron una estricta vigilancia

sobre sus pupilas, evitando actos indecentes e inmorales. Actos que cuando ocurrían, eran

motivos de severas torturas y vejaciones. Y las que ya no resultaban atractivas eran ultrajadas

por animales y posteriormente asesinadas y sepultadas.

RITOS SATÁNICOS

Entre los muchos mitos creados en torno a este caso, la prensa

amarillista creó el de los ritos satánicos. Se afirmó que hacia 1963,

“Las Poquianchis” incursionaron en el satanismo. Alguien les dijo que,

si ofrecían sacrificios al Diablo, ganarían más dinero y tendrían

protección. Desde ese momento, cada vez que llegaban nuevas niñas

reclutadas, eran iniciadas en un extraño ritual.

Primero las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando una estrella de

cinco puntas. Luego llevaban un gallo, el cual era sacrificado. Entonces Delfina y sus

hermanas se desnudaban para untarse la sangre del animal. Desnudaban además a las niñas

nuevas, quienes eran violadas y sodomizadas por los cuidadores, mientras “Las Poquianchis”

contemplaban la escena y se reían.

Después sus ayudantes llevaban a la habitación a algún animal: un macho cabrío o un perro,

y obligaban a las niñas a realizar un acto zoofílico para alegría de quienes contemplaban la

escena. Después, los hombres llamaban a las demás niñas para empezar una orgía, en la cual

“Las Poquianchis” también participaban. Semanas después, comenzaría otro negocio:

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Le quitaban la carne a los cadáveres de las prostitutas que iban asesinando, para venderla por

kilo en el mercado.

LOS CUATRO PERFILES DE LAS POQUIANCHIS

María del Carmen era la primogénita de las hermanas González

Valenzuela y fue también la primera en abrirse paso en el mundo de

los tugurios, las cantinas y la prostitución. Siendo aún muy joven, se

volvió concubina de un abarrotero cincuentón que la embarazó para

después abandonarla a su suerte. Posteriormente conoció a Jesús

Vargas, un vividor varios años más grande que ella y a quien

apodaban “El Gato”. Enamorada y decidida a procurarse una mejor

vida, se fue a vivir con “El Gato” y en conjunto instalaron una cantina de mala muerte en

1938. El negocio fue muy rentable, pero “El Gato” dilapidó las ganancias y propició su

quiebra. Con lo que pudo salvaguardar, Carmen montó un estanquillo de vinos y licores. Así

comenzó la etapa empresarial de Las Poquianchis.

Delfina corrió con una suerte similar. Después de sufrir una

golpiza ejemplar a manos de su padre por haberse fugado con

un hombre mucho mayor que ella, Delfina decidió

independizarse e inspirada en la cantina de su hermana

Carmen, se aventuró a abrir su primer burdel. Delfina fue la

más astuta y la más cruel de las cuatro hermanas. Para

montar su prostíbulo de rancho reclutó, a base de engaños, a

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jovencitas de entre trece y dieciséis años. Con la promesa de conseguirles trabajo como

empleadas domésticas, atrajo a varias muchachitas de las rancherías vecinas. Años después

desarrolló una logística macabra para su red de trata de blancas, aunque siempre utilizando

el mismo ardid. Pese a que Delfina se rodeó de la protección de policías y autoridades

municipales que además eran clientes de su local, el negocio finalmente cerró tras un

zafarrancho que terminó en balacera y en la clausura de su establecimiento. Decidió entonces

llevarse a sus pupilas a peregrinar por varias ferias estatales hasta donde llevó “Guadalajara

de Noche”, nombre con el que bautizó a su burdel. Al concluir las ferias y con dos maletas

atiborradas de dinero, se fue a Guanajuato en donde estableció el local de manera más o

menos formal. Una vez que el negocio comenzó a operar, mandó llamar a sus hermanas María

Luisa y María del Carmen a quienes les encargó la caja registradora y la cocina,

respectivamente, mientras ella dirigía el negocio con absoluto autoritarismo. Fue en esa

ciudad en donde comenzaron las atrocidades y los actos de corrupción; sobornos e

intercambios con las autoridades. Delfina fue muy hábil para mantener a sus pupilas a raya.

Las endeudó vendiéndoles enseres de uso cotidiano, productos de aseo personal, ropa, joyas

y maquillaje. De esta manera las mantuvo trabajando en calidad de esclavas hasta que la

deuda quedara saldada. Fue Delfina quien comenzó con la intimidación, la tortura, el encierro

y la privación ilegal de la libertad.

En una visita que hace María de Jesús a sus hermanas en Guanajuato, coincide por casualidad

con Guadalupe Reynoso, una prostituta que en ese entonces se hacía llamar Laura Larraga.

Esta última había montado su propio burdel en la misma ciudad que Delfina, sólo que con

mayor prestigio. María de Jesús queda fascinada con el giro elegante del negocio y tiempo

después lo adquiere para sí misma. Para poder establecer su prostíbulo, María de Jesús se

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prostituyó con las autoridades responsables de otorgarle los

permisos que ella requería para operar más o menos bajo el

marco de la legalidad. Una vez abierto, el negocio

prosperó. La casa en donde llevaba a cabo sus actividades

era propiedad de un hombre apodado “El Poquianchis” por

lo que al local siempre se le conoció con ese nombre, aunque

María de Jesús lo hubiese bautizado con el nombre de La

Barca de Oro. No pasó mucho tiempo cuando María de Jesús ya era conocida con el

sobrenombre de La Poquianchis, apelativo que rápidamente se trasladó a sus tres hermanas.

María Luisa era la menor de las hermanas González Valenzuela.

Trabajó diez años como cajera en la cantina de Delfina. Durante ese

tiempo, se dedicó a ahorrar dinero suficiente que le sirviera para

obtener su libertad de la familia. Fue la única de las cuatro que nunca

se prostituyó y que, posteriormente, dejó el negocio para instalarse

en Veracruz y vivir una vida decorosa.

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EL DERRUMBE DE LAS POQUIANCHIS

En 1964, terminó la carrera delictiva de "las Poquianchis" (conocidas así por la forma

voluminosa de sus caderas o porque el burdel “La Barca de Oro” antes había sido una cantina

propiedad de un homosexual al que todos conocían como El Poquianchis, por lo que el apodo

se les heredó automáticamente).

En diciembre de 1963 Soledad y María del Pilar se escaparon de sus captores cuando las

enviaron a comprar víveres; como pudieron llegaron a Guadalajara y buscaron a las señoras

Esperanza Sánchez Aguilar (madre de la desaparecida Elisa, de 13 años), Petra Jiménez

Mejía (madre de María, de 13 años) y Virginia Martínez (madre de Catalina, de 17 años).

Acudiendo a la policía a exponer la denuncia y las autoridades decidieron acudir al lugar,

rescatando a 12 mujeres en deplorable estado, sucias, desnutridas, y enfermas.

La otra versión es que el 6 de enero de 1964 y sintiéndose acorraladas por la policía, Delfina

y María de Jesús trasladaron a las pupilas al rancho San Ángel, una propiedad que contaba

con apenas tres cuartos y un extenso terreno. En dos habitaciones encerraron a sus pupilas

amenazando con matarlas si intentaban escapar o hacían ruido que las delatara. Tal era la

desesperación que el día 12, Catalina Ortega, una de las cautivas logró escapar y llegó hasta

la procuraduría de León, donde denunció el maltrato y cautiverio al que estaban siendo

sometidas por las hermanas González Valenzuela.

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La investigación siguió y reveló una historia de terror, pues encontraron cadáveres enterrados

de mujeres, hombres y fetos. Al parecer el total de muertos fue de 90, encontrados en el lugar.

Esta denuncia no fue turnada al subprocurador Tomás Gómez, y las autoridades detuvieron

a las hermanas González Valenzuela el domingo 12 de enero de 1964.

CONCLUSIÓN

La prostitución en México es una añosa realidad que nadie enfrenta y se reconoce como

naciente de los problemas económicos, políticos y sociales del pasado y presente del País,

donde las autoridades han recurrido a establecer "zonas de tolerancia" a las que

llama "letrinas de toda sociedad". En esta ciudad como en casi todas las de la República

Mexicana, son conocidos los lugares donde cientos de prostitutas encuentran refugio y

trabajo. El incremento de la prostitución ha sido proporcional a problemas como la

migración, pobreza y falta de empleo, etc. Está demostrado que, a más pobreza, a más

migrantes, y a menos empleos: Más prostitución. Aunque los relatos anteriores podrían bien

ser parte de un guión de una cinta de terror, la realidad es que en México la violencia contra

las mujeres es cuestión de cada día y se da en todos los ámbitos posibles. Las mujeres, ricas

o pobres, trabajadoras o amas de casa, solteras, casadas, divorciadas o viudas, sufren de

violencia en sus hogares, o por parte de su pareja, jefe laboral, o de gente relacionada con el

crimen organizado.

La historia de las Poquianchis ha trascendido como una de las más oscuras leyendas a nivel

mundial del ámbito policial

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BIBLIOGRAFIAS

Durigón, Néstor, Asesinas seriales, Ediciones B, 2015.

Garmabella, José Ramón, Dr. Alfonso Quiroz Cuarón: sus mejores casos de

criminología, Diana. México, 1982

Ostrosky Feggy, Mentes asesinas, Quo Libros, México, 2088

Ricardo Ham, Asesinos seriales mexicanos, México, 2016

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