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EL JUEGO DEL FORT-DA - Sigmund Freud

En su texto “Más allá del principio de placer” (1920) Freud expone evidencias que cuestionan el
imperio del Principio de placer en el aparato psíquico.

Con respecto al juego infantil, va a tomar “el primer juego autocreado” de un niño de un año y
medio, su propio nieto. Cuenta Freud que este niño “... exhibía el hábito de arrojar lejos de sí, a un
rincón o debajo de la cama, todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, y al hacerlo
profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado “o-o-o-o”, que, según la
interpretación de la madre y del propio Freud, significaba “Fort” (se fue) Freud se pregunta por el
sentido de esa “acción enigmática y repetida de continuo”, y deduce que se trataba de un juego en
el que el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que “se iban”. La observación
que corrobora esta afirmación la lleva a cabo un día cuando el niño, que tenía un carretel de
madera atado con un piolín, arrojaba el carretel detrás de la baranda de su cuna, haciéndolo
desaparecer de su vista y pronunciando su “o-o-o-o”. Después tiraba del piolín y volvía a sacar el
carretel de la cuna, “saludando ahora su aparición con un amistoso “Da” (acá está)”. Freud ubica
en distinto nivel estos dos fonemas (fort y da) destacando que el juego completo consistía en
“desaparecer y volver”. Pero, la mayoría de las veces el niño ejecutaba solamente el primer acto,
“repetido incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer –en relación con el
principio de placer- correspondía al segundo”. Es decir, lo que se repetía como juego era el Fort. La
interpretación que Freud hace de este juego apunta a la “renuncia pulsional (renuncia a la
satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre”. “Se resarcía –de esa
ausencia- escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar”.
Pero, a pesar de esta afirmación, el interés de Freud se dirige a otro punto. Es imposible que la
partida de la madre le resultara agradable o indiferente. Entonces, ¿cómo se concilia con el
principio de placer que repitiese, en calidad de juego, una vivencia que, para el niño era penosa?
Se responderá, dice Freud, que jugaba a la partida porque era la condición previa de la gozosa
reaparición, la cual contendría el genuino propósito del juego. Pero lo contradice la observación de
que el primer acto del juego, el de la partida, era escenificado por sí solo y, en verdad con una
frecuencia incomparablemente mayor que el juego íntegro con su final placentero.

Esto nos permite arribar a una primera conclusión: Si el fort se repite con insistencia en calidad de
juego, y el placer se corresponde con la reaparición del objeto, saludado con un jubiloso Da,
entonces juego y placer no se enlazan. Por lo tanto, el primer acto (el fort) estaría más allá del
principio de placer, pues “no se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego
esa vivencia penosa para él”. Con el segundo acto (el Da) cesa el juego y alcanza el placer; placer
que, para Freud, tiene que ver con la disminución de la tensión. Pero resulta que, el empuje de la
pulsión no cesa y emerge como fuerza constante que causa el juego como modo de trabajo del
aparato psíquico. Quiere decir que la renuncia pulsional, de la que habla Freud, tiene algo de
paradojal, porque el empuje de la pulsión se desplaza e insiste como Fort en la repetición del
primer acto.

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