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Desigualdad social y económica en medio de la pandemia

¿Qué tiene que ver el COVID-19 con la desigualdad?


La COVID-19, la pandemia del siglo XXI, es un nuevo coronavirus que causa
infecciones respiratorias a los seres humanos. A le fecha, en el mundo se han
detectado 859.395 casos y 42.328 muertos. La población más vulnerable son
los adultos mayores. Dan Patrick, vicegobernador republicano del estado de
Texas, durante una entrevista brindada a Fox News, opinó que las personas
mayores deben a sacrificarse por el futuro de los Estados Unidos. Este
comentario, que puede resultar muy chocante, pone en evidencia que para el
sistema capitalista y su modelo neoliberal hay un segmento social que es
prescindible: las personas mayores, la clase trabajadora y las y los más
desposeídos.
Si bien es cierto que esta enfermedad puede ingresar al organismo de
cualquier persona, en términos socioeconómicos no a todos les afecta por
igual. Esto es debido a las desigualdades que existen entre las clases sociales.
En América Latina, algunos países han optado por la cuarentena. En el caso
del Perú, las poblaciones más alejadas no cuentan con viviendas adecuadas
para el aislamiento, ni los servicios básicos como luz, agua y desagüe. Muchas
de estas personas se encuentran en una situación de precarización laboral, la
mayoría son trabajadores informales, porque no cuentan con las condiciones
necesarias de supervivencia.
Entre sus consecuencias más nefastas, aparece el aumento de la desigualdad,
incluso en la forma de afrontar la lucha contra el coronavirus. No es lo mismo
disponer de un sistema público de salud universal, como es el caso de España,
o depender de un seguro médico privado, como en EE.UU. Y distinta es
también la situación en la India, que dispone de un médico por cada 20 000
personas, o el caso del continente africano, con uno de los sistemas de salud
más frágiles del mundo.
Asimismo, el personal de salud también enfrenta estas condiciones, porque a
pesar de cumplir un papel importante, por ser quienes se encargan de cuidar
nuestras vidas para combatir la COVID-19, se tiende a reducir el personal o
precarizar su situación laboral. Muchos de ellos y ellas se encuentran con
contratos solo por días, con sueldos que no alcanzan para llegar al mes, lo que
les obliga a recurrir a otros trabajos en el sector privado, sometiéndolos a
jornadas laborales extenuantes que pueden exceder las 8 horas diarias.
Hay que tomar en cuenta que, antes de que llegue el coronavirus en los países
latinoamericanos, ya había enfermedades patológicas, problemas cardíacos,
vasculares, diabetes, cáncer. Con la llegada del coronavirus, muchas
atenciones a estos pacientes han quedado desplazadas. La atención se ha
centralizado a un problema concreto: la COVID-19. Produciendo la
desatención de las demás enfermedades.
Aunado a esto, abandonar o recortar el presupuesto y no darle la importancia
del caso a la salud pública es mandar a la muerte a muchas personas, en su
mayoría pobres. La Organización Panamericana de la Salud estima que un
30% de la población de la región no tiene acceso a la atención de salud debido
a razones económicas.
El acceso a la salud resulta un problema para las y los más desposeídos. En un
contexto en el que los estados no invierten en salud pública de calidad y
acceso universal y se prioriza el respaldo a los intereses privados, es evidente
que el abandono a la salud pública y la asistencia social hoy se está pagando
caro: con la vida.
¿Cuáles son los costos sociales de esta pandemia?

Actualmente las más de 210 millones de personas vulnerables en América


Latina están en riesgo de caer nuevamente en la pobreza. No disponen de
ahorros para hacer frente a la pérdida repentina de ingresos, tienen niveles
educativos relativamente bajos y viven en ciudades con alta densidad
poblacional muchas veces hacinados y con poco acceso a servicios públicos
de calidad, lo que les expone al contagio del virus. A su vez, casi el 50 por
ciento de los trabajadores latinoamericanos son informales y tienen un acceso
limitado a los sistemas de protección social. De hecho, más de un tercio de la
población de la región no está en la órbita de los programas públicos de
protección social.

Al igual que en otros países, los gobiernos latinoamericanos deberán


compensar a los grupos vulnerables por la pérdida de empleo e ingresos que
generan las medidas de confinamiento. Sin embargo, además del reducido
espacio fiscal de muchos países, dos aspectos estructurales amenazan la
efectividad de estas políticas.

Por un lado, salvo algunas excepciones, las capacidades estatales son bajas.
Faltan tecnología, capital humano y sistemas informáticos integrados, tanto
para llegar rápidamente a los 240 millones de excluidos de la red de
protección social como para mejorar la vigilancia epidemiológica y la
capacidad de testeo. Estas debilidades institucionales también están presentes
en los sistemas de compras públicas, donde la emergencia requiere actuar
rápidamente, pero la ausencia de controles ex post aumenta muchas veces las
oportunidades de corrupción.

Por otro lado, las normas culturales, particularmente la confianza en las


instituciones del Estado, son importantes ahora y más adelante, ya que para el
éxito de las medidas se requiere de la colaboración voluntaria de las personas.
Por ahora, los datos de movilidad que surgen de los sistemas de transporte y
de aplicaciones de telefonía celular en las ciudades latinoamericanas sugieren
que las personas están acatando las medidas de confinamiento y
distanciamiento social. Sin embargo, es necesario reforzar las medidas fiscales
para amortiguar el impacto negativo sobre los pobres y los vulnerables. Los
niveles de colaboración que se observan actualmente pueden revertirse
rápidamente con grandes costos.

Al igual que en otros países, los gobiernos latinoamericanos deberán


compensar a los grupos vulnerables por la pérdida de empleo e ingresos que
generan las medidas de confinamiento. Sin embargo, además del reducido
espacio fiscal de muchos países, dos aspectos estructurales amenazan la
efectividad de estas políticas.

Por un lado, salvo algunas excepciones, las capacidades estatales son bajas.
Faltan tecnología, capital humano y sistemas informáticos integrados, tanto
para llegar rápidamente a los 240 millones de excluidos de la red de
protección social como para mejorar la vigilancia epidemiológica y la
capacidad de testeo. Estas debilidades institucionales también están presentes
en los sistemas de compras públicas, donde la emergencia requiere actuar
rápidamente, pero la ausencia de controles ex post aumenta muchas veces las
oportunidades de corrupción.

¿Qué pueden hacer los tomadores de decisiones y la ciudadanía para que


estos impactos no sean devastadores e irreversibles?
En síntesis, es urgente y necesario que los pueblos de América Latina exijan la
defensa de un sistema de salud universal que garantice una calidad de atención
y tenga los recursos sanitarios suficientes para reestructurar el sistema de
salud pública, no solo para resistir la COVID-19, sino los próximos virus. La
atención primaria es fundamental en la lógica de prevención de enfermedades,
sobre todo cuando se entiende a la salud pública de forma integral, no solo
para curar las enfermedades o virus, sino también considerar la situación
socioeconómica de las personas y su calidad de vida. Cuba es un claro
ejemplo de una salud pública integral y comunitaria. Cuba, nuevamente, nos
da una lección de solidaridad con los países más afectados por el COVID-19,
como es China, Italia, España y otros países que han solicitado y recibido su
apoyo. La reestructuración de la salud pública no solo es un tema de gestión,
implica replantearse el modelo económico y social que queremos seguir: si
continuamos con un sistema capitalista al servicio del mercado y de las
grandes empresas, o se apuesta por un sistema con lógicas comunitarias,
populares, más humanas, respetando la naturaleza y los ecosistemas.
Por otro lado, las normas culturales, particularmente la confianza en las
instituciones del Estado, son importantes ahora y más adelante, ya que para el
éxito de las medidas se requiere de la colaboración voluntaria de las personas.
Por ahora, los datos de movilidad que surgen de los sistemas de transporte y
de aplicaciones de telefonía celular en las ciudades latinoamericanas sugieren
que las personas están acatando las medidas de confinamiento y
distanciamiento social. Sin embargo, es necesario reforzar las medidas fiscales
para amortiguar el impacto negativo sobre los pobres y los vulnerables. Los
niveles de colaboración que se observan actualmente pueden revertirse
rápidamente con grandes costos.

Estos aspectos estructurales no pueden modificarse de un día para otro, pero


los gobiernos sí pueden actuar para mitigar sus efectos más nocivos. Por
ejemplo, como se ha hecho en varios países, se puede ampliar la cobertura y el
monto de los programas existentes de asistencia social, como los programas de
transferencias monetarias (condicionadas y no condicionadas), las pensiones
sociales y programas de soporte alimenticio. Adicionalmente, para identificar
a partes no cubiertas de la población y asistirlos con transferencias monetarias,
se puede combinar información administrativa de diferentes dependencias,
con han hecho Argentina y Perú, por ejemplo. También será necesario avanzar
en el gobierno digital y usar datos administrativos para mejorar el diseño de
políticas públicas. Lograr soluciones concretas en áreas prioritarias para la
crisis sanitaria es posible. Y por último, los países de América Latina pueden
introducir mecanismos de transparencia y control ex post, así como buscar la
colaboración de los organismos internacionales para asegurar que los recursos
sean usados correctamente.

Implementar estas medidas de manera eficiente se ha convertido uno de los


retos más trascendentes de los estados latinoamericanos en las últimas
décadas. Es un hecho que el Covid-19 generará un fuerte impacto
socioeconómico, pero debemos preservar los avances sociales cosechados en
épocas de bonanza económica para evitar un retroceso histórico sin
precedentes.

Desarrollo sostenible
¿Por qué?

 la solución es la creación y promoción de un nuevo tipo de desarrollo, que


satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las
generaciones futuras para satisfacer las propias. Esta aproximación,
denominada desarrollo sostenible, enmarca el círculo de demandas en
competencia que buscan, por un lado, protección ambiental y, por otro,
desarrollo económico.

La idea central es encontrar un balance entre objetivos sociales, ecológicos y


económicos, para que ninguno de ellos deba ser sacrificado en favor de los
otros. Por tanto, existen dos asuntos relevantes a considerar que permitirían
asegurar el futuro:

1. Vivir dentro de límites ambientales, respetando las demarcaciones del


medioambiente del planeta, los recursos y la biodiversidad, a fin de asegurar
que los recursos naturales necesarios para la vida no sean dañados y sean
mantenidos para las generaciones futuras.

2. Garantizar una sociedad fuerte, saludable y justa, satisfaciendo las diversas


necesidades de todas las personas en comunidades existentes y futuras,
promoviendo bienestar personal, cohesión social e inclusión, y creando
igualdad de oportunidades.

La sostenibilidad no debiera ser entendida como un estado fijo de equilibrio,


donde la naturaleza, sociedad y economía existen en perfecto balance. Es un
proceso de cambio, en el que la explotación de recursos, la dirección de las
inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico y el cambio institucional
están en armonía y fortalecen el potencial presente y futuro de satisfacer
necesidades y aspiraciones.

Estos siete billones de habitantes necesitan agua, alimento y energía y, en la


medida que aumentan sus ingresos, se mueven hacia arriba en el árbol
alimenticio. El desafío es más apremiante si se considera la tendencia de
crecimiento urbano, que es explosiva y requiere nuevos sistemas de transporte,
distribución de alimentos, alcantarillado y sistema educacional, entre otros.

En la construcción de sistemas sostenibles, tanto de alimentación como de


crecimiento de las ciudades, suministro de energía, agua limpia o desechos;
empresas e individuos pueden encontrar oportunidades de negocio que no sólo
contribuyan a la protección ambiental y la justicia social, sino además sean
capaces de generar retornos económicos para quien decida emprender.

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