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1.

REAL DECRETO DE FERNANDO VI PROHIBIENDO LA FRANCMASONERÍA


Aranjuez, 2 de julio de 1751

“Hallándome informado de que la invención de los que se llaman Franc-Masones es


sospechosa a la Religión y al Estado, y que como tal está prohibida por la Santa Sede
debaxo de Excomunión, y también por las leyes de estos Reynos, que impiden las
Congregaciones de muchedumbre, no constando sus fines, e institutos a su Soberano: He
resuelto atajar tan graves inconvenientes con toda mi autoridad; y en su consecuencia
prohíbo en todos mis Reynos las Congregaciones de los Franc-Masones, debaxo de la
pena de mi Real Indignación, y de las demás que tuviese por conveniente imponer a los
que incurrieren en esta culpa: Y mando al Consejo que haga publicar esta prohibición por
Edicto en estos mis Reynos, encargando en su observancia, al zelo de los Intendentes,
Corregidores y Justicias, asseguren a los contraventores, dándoseme cuenta de los que
fueren por medio del mismo Consejo, para que sufran las penas que merezca el
escarmiento: En inteligencia de que he prevenido a los Capitanes Generales, a los
Gobernadores de Plazas, Gefes Militares e Intendentes de mis Exércitos, y Armada Naval,
hagan notoria, y zelen la citada prohibición, imponiendo a cualquiera Oficial, o Individuo de
su jurisdicción, mezclado o que se mezclare en esta Congregación, la pena de privarle y
arrojarle de su empleo con ignominia. Tendráse entendido en el Consejo, y dispondrá su
cumplimiento en la parte que le toca”.

Archivo Histórico Nacional, Madrid, Osuna, 3117; Consejos, Alcaldes de Casa y Corte, año
1751, fols. 314-315; Consejos, libro 1480, fols.355-6; libro 1516, núm. 66 (Suplemento a la
Novísima Recopilación).

2. LA REPRESIÓN DE LA MASONERÍA POR FERNANDO VII

La represión de la masonería en el reinado de Fernando VII es en realidad común a la


sufrida por los afrancesados y liberales, tildados en muchas ocasiones de forma
indiscriminada de masones. Durante la reacción fernandina el masonismo se identifica con
el liberalismo. La Inquisición al servicio del rey Fernando VII, destaca por encima de todo la
voluntad de represión de cuantas personas o grupos participaron con fines más o menos
reformadores o liberales.

Francisco Ramón de Eguía (1750-1827) militar español opuesto a las Cortes de Cádiz que defendió la causa absolutista y se
resistió a firmar la constitución y que como Secretario de Guerra se encargó de organizar la represión contra los liberales

Una carta manuscrita del propio rey fechada el 19 de noviembre de 1817 y dirigida
a Francisco Eguía, secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, es bien reveladora
de ello. En la carta le decía: «Eguía; no habiendo la menor duda en que se hallan
establecidas las Logias Francmasónicas en las ciudades de Cádiz, Coruña, Córdoba,
Málaga, Murcia, Valencia, Granada, Cartagena, Valladolid, Zaragoza y las villas de Bilbao
y esta Corte, como igualmente que muchos de sus individuos pertenecen a la clase militar;
conviene que con la mayor reserva de las órdenes más estrechas y terminantes a las
personas que merezcan tu confianza en cada uno de los puntos referidos, con especial
encargo de que te den cuenta de todo lo que puedan indagar acerca de este asunto, para
mi soberana resolución». En sus Papeles, por otro lado, hay listas de militares,
eclesiásticos, letrados y empleados civiles, con nombres y apellidos aparte de sus nombres
simbólicos. Se trata de más de mil quinientos personajes sospechosos, que ocupaban
puestos claves en la milicia o en la burocracia hasta 1823.
Entre las primeras medidas restauracionistas del absolutismo tomadas por el rey a su
regreso a España en 1814 se encuentran las comprendidas en el Real Decreto de 24 de
mayo, por el que se prohibían las asociaciones clandestinas. Basándose en las leyes
recogidas en la Novísima Recopilación, se mandaba que no se hicieran «juntas, ligas ni
otras parcialidades….». El decreto reconocía, además, la necesidad e importancia de esta
providencia en aquellos momentos dado que algunos, incluso personas eclesiásticas y
religiosas, «cuyo influjo en los demás es tan grande», seducidos de opiniones perjudiciales
a la Religión y al Estado, se habían dejado llevar tanto de ellas que «han escandalizado a
los buenos y arrastrado a muchos a tan grave mal». Así, sin perjuicio, por consiguiente, de
acordar otras providencias para «establecer y encaminar la opinión pública al servicio de
Dios y del Estado, por medio de una buena enseñanza política y religiosa», se encargaba
a los obispos y personas eclesiásticas que celaran a sus respectivos súbditos para que
éstos «guarden y observen en sus acciones, opiniones y escritos la verdadera y sana
doctrina en que tanto se ha distinguido la Iglesia en España en todos tiempos; se abstengan
de toda asociación perjudicial a ella y al Estado».
Bien es verdad que la represión de 1814 no se refiere solo a la masonería. La reacción
se dirige contra la obra y los hombres de Cádiz, aparte del extrañamiento de los
afrancesados y la revisión de las conductas de los empleados. En cualquier caso se trata
de una represión poco definida o asistemática, y, por supuesto, muy diferente de la llevada
a cabo a partir de 1823, tras el fracaso del Trienio Liberal. La nueva restauración del
absolutismo —en los comienzos, sobre todo, de lo que la historiografía liberal denominara
la «ominosa» década— es más decidida que la de 1814, y, consiguientemente, las medidas
de represión fueron más terminantes. La nueva legislación es más coherente y completa y,
desde luego, en ella, la masonería y las Sociedades secretas reciben un tratamiento
específico. La represión antimasónica se agudizó de forma mucho más completa y
sistemática. Se confeccionaron listas completas de nombres de militares, eclesiásticos y
empleados que, acusados de haber pertenecido a sociedades prohibidas se habían
señalado por sus ideas o sus acciones durante el Trienio, acusándoles a la mayor parte de
ellos de estar en relación con la masonería.
El 6 de diciembre de 1823, el rey promulgaba un decreto en el que se señalaba que
«una de las principales causas de la revolución en España y en América, y el más eficaz
de los resortes que se emplearon para llevarla adelante habían sido las Sociedades
secretas, que bajo diferentes denominaciones se habían introducido de algún tiempo a esta
parte entre nosotros frustrando la vigilancia del Gobierno, y adquiriendo un grado de
malignidad, desconocido aun en los países de donde tenían su primitiva procedencia. Por
lo tanto, convencido mi Real ánimo de que para poner pronto y eficaz remedio a esta
gravísima dolencia moral y política no alcanzaban algunas determinaciones de nuestras
leyes, dirigidas a ocultar el daño, y que por lo menos era necesario ampliarlas o contraerlas
a las circunstancias en que nos encontrábamos, redoblando las preocupaciones para
descubrir las referidas Asociaciones y sus siniestros designios, quise que el Consejo con
antelación a cualquiera otro negocio, se ocupase de éste».
El año 1824 fue prolífico en cuanto a legislación antimasónica. El 11 de julio fue
destituido de la Secretaría de Estado el Conde de Ofelia, sobre el que circularon «infamias»
acerca de sus relaciones con las sectas secretas, que aumentaron ante los rumores de que
iba a dirigir desde el Ministerio de Gracia y Justicia los asuntos eclesiásticos de España.
Otra real cédula del 1 de agosto prohibía para siempre en España e Indias las sociedades
de francmasones y otras cualesquiera secretas.
Varios fueron los edictos, reales órdenes, circulares y reales cédulas que, en este año
de 1824 y siguientes, se expidieron relativas a la persecución de la masonería y de sus
afiliados. Una real cédula de 9 de octubre prevenía que en adelante «los francmasones,
comuneros y demás sectarios» debían ser considerados como enemigos del altar y del
trono, quedando sujetos a las penas de muerte y confiscación de bienes. Todavía en 1828
el ministro Calomarde, privaba de sus grados y honores a los que en la época constitucional
habían pertenecido a sociedades secretas, aunque se hubiesen espontaneado ante los
obispos, condición que antes se les perdonaba, dando efecto retroactivo a las leyes.

Extractado de: Manuel Moreno Alonso, “La represión de la masonería por Fernando
VII”, en La Masonería Española (1728-1939). Exposición, Alicante-Valencia, 1989, pp. 123-
130.

3. EL ANTIMASONISMO EN ESPAÑA

En España y América latina la antimasonería se remonta a 1738, año de la primera condena


pontificia de la masonería. La antimasonería tiene una doble vertiente religiosa y política,
siendo sus máximos responsable el Papado y la Monarquía.

Fray Benito Jerónimo de Feijoo (1676-1764) benedictino, ensayista y polígrafo español

La antimasonería religiosa, va servirse en el siglo XVIII, del Tribunal de la


Inquisición. A esto se unirán, sobre todo tras la desaparición de la Inquisición, las pastorales
de los obispos y los escritos del clero. La publicación más difundida en el siglo XVIII fue el
«Centinela contra Franc-Masones» del Padre Torrubia (1ª edición 1751). Menos conocida
es la «Adumbratio Liberorum Muratorum» de Fray Juan de la Madre de Dios. Como
contrapartida, el erudito benedictino Fray Benito Jerónimo de Feijoo tiene una curiosa carta
en la que de una manera indirecta sale en defensa de los francmasones (vid. J. A. Ferrer
Benimeli, «Feijoo y la Masonería», en II Simposio sobre el Padre Feijoo y su siglo, Oviedo,
1983, t. II, pp. 349-362). El impacto de los fraudulentos libros de Leo Taxil no hizo sino
aumentar la psicosis antimasónica. Finalmente y a raíz del Congreso antimasónico de
Trento se constituyó, dependiente de la Iglesia, el Consejo Directivo Nacional de la Unión
Antimasónica Universal. En la circular remitida a todos los obispos españoles, se decía que
la masonería era el enemigo personal de los Pastores de la Iglesia; el enemigo de las ovejas
cuya guarda había encomendado el Vicario de Cristo; el enemigo de Cristo, de su Iglesia,
de la Patria y de cuanto defiende a Dios.
La vertiente política del antimasonismo en España se inicia en 1751, fecha del
primer decreto real de Fernando VI prohibiendo la masonería. El mismo año, su hermano
Carlos, rey de Nápoles, prohibía la masonería en el reino de las Dos Sicilias, y al venir a
España, para ceñir la corona española con el nombre de Carlos III mantuvo su prohibición
de la masonería. Precisamente Carlos III es el único rey de Europa del que se conserva
toda su correspondencia antimasónica en el Archivo de Simancas de Valladolid (vid. J.A.
Ferrer Benimeli, «Carlos III y la Masonería de Nápoles» en I Borbone di Napoli e i Borbone
di Spagna, Napoli, 1985, vol. II, pp. 103-189; Idem, «Bernardo Tanucci y la Masonería
napolitana a través de la correspondencia entre Tanucci y Carlos III (1775-1783)», en
Bernardo Tanucci, Statista, Letterato, Giurista, Napoli, 1988, pp. 375-455). Esta postura
antimasónica continuó con sus sucesores Carlos VI, Fernando VII e Isabel II.
Salvo breves paréntesis: ocupación bonapartista (1808-1813), Sexenio
revolucionario (1868-1873) y segunda República (1931-1936), se puede decir que la
masonería estuvo bajo persecución y control policial; en el mejor de los casos tolerada,
pero nunca apoyada totalmente por el poder político.
A partir de Franco el antimasonismo volvió a alcanzar una gran virulencia
cristalizando en la creación del Tribunal de Represión de la masonería del 1.º de marzo de
1940 que estuvo en vigor hasta 1965, siendo luego el encargado del control antimasónico
el Tribunal de Orden Público.
Este doble antimasonismo, religioso y político, derivó en España hacia un
antimasonismo popular que prácticamente llega hasta nuestros días. En el siglo XIX se
provocó una instintiva identificación de masónico con todo aquello que no se ajusta a lo
tradicional católico y español. Los masones son considerados por el pueblo como brujos,
libertinos, herejes, malvados, etc. Años más tarde –durante la segunda república (1931-
36)– el periódico antimasónico y antirrepublicano Gracia y Justicia presenta un estereotipo
en el que el masón es identificado con los comunistas, anarquistas, separatistas, judíos,
teósofos, volterianos, jansenistas, revolucionarios, espiritistas, librepensadores, etc.
La causa hay que buscarla en la propia actitud de Roma frente a la masonería,
especialmente durante los pontificados de Pío IX (1846-1878) y León XIII (1878-1903). Es
la época de la llamada cuestión romana o de la pérdida de los Estados Pontificios y
reunificación italiana, del Syllabus (1864) y de la Humanum genus (1884), del satanismo
masónico de Léo Taxil, del congreso antimasónico de Trento (1869), de la creación de la
Liga Antimasónica (1887), de los Protocolos de los Sabios de Sión, etc., etc.
Basta hacer un recorrido por los escritos de papas y, sobre todo, del clero y obispos
españoles, o por las traducciones de obispos franceses, como monseñor Dupanloup,
obispo de Orléans [Estudio sobre la Franc-Masonería, Barcelona, 1875], monseñor Fava,
obispo de Grenoble [Discurso sobre el secreto de la Franc-masonería, Barcelona, 1884], o
monseñor Segur [Los Franc-masones, Barcelona, 1883], para constatar hasta qué punto
de virulencia llegó la cruzada antimasónica en España desde la óptica católica. El
antimasonismo religioso acabó siendo recopilado en el Código de Derecho Canónico de
1913, el cánon 2335 por el que se excomulgaba a los católicos que fueran o se hicieran
masones con todas las consecuencias sociales, de rechazo de los matrimonios en las
iglesias, entierros en los cementerios católicos, etc.
Pero aparte del antimasonismo jurídico existió el antimasonismo ideológico en el
que jugaron un papel importante la prensa, libros y demás publicaciones, la escuela, el
púlpito y confesionario, etc. Vamos a encontrar toda una serie de temas que configuran los
diversos antimasonismos:
1) El secreto masónico así como el cruel juramento y la sospecha de herejía.
2) La filosofía de las Luces o de la Ilustración y la Revolución francesas que
algunos escritores van a manipular a fin d lanzar la idea de que la masonería había urdido
la Revolución francesa.
3) Este fue retomado en España y en América latina. La identificación de la
masonería con las sociedades secretas y a éstas con las sociedades patrióticas dará el
antimasonismo un falso tema: el de la masonería, cuartel general de la organización
revolucionaria liberal.
4) La famosa «cuestión romana», ligada a la unificación italiana y a la pérdida
territorial de los Estados Pontificios, será también el origen de un nuevo tema que ha
quedado vivo hasta hoy día: el de la masonería cuartel general de una lucha universal
contra la Iglesia.
5) La idea de la masonería «contra-Iglesia» nos lleva al tema de la masonería
luciferina inventada por Léo Taxil. Según él el verdadero secreto masónico sería la acción
oculta del diablo en las logias.

6) El tema de la judeomasonería, hábilmente explotado a partir de los Protocolos


de los Sabios de Sión, tuvo un éxito enorme a principios del siglo XX. La masonería se
convirtió así también en el cuartel general de la lucha del sionismo internacional.
7) Especialmente en España, y durante la dictadura franquista, tuvo una gran
importancia el tema de la masonería al servicio del comunismo para implantar por todas
partes el imperialismo soviético.
8) También tuvo mucho desarrollo en España el tema anglófono, la
francmasonería no sería otra cosa que el camuflaje del Servicio de Inteligencia inglés, y a
veces de las sectas protestantes, a fin de dar a Gran Bretaña la dominación mundial.
9) En los tres casos anteriores, la masonería al servicio del judaísmo internacional,
del comunismo soviético y del imperialismo inglés, el punto común es el de la masonería
antinacional, una especie de «Estado en el Estado», responsable a la vez de la Revolución
francesa, de la Revolución rusa, de la Independencia de las Américas, de la creación de la
Sociedad de Naciones, de la Segunda Guerra mundial, etc.
10) Hay también otro tema, el de la masonería contra la familia y las buenas
costumbres; el de la masonería corrupta de la mujer y de la infancia, a través de la moda,
la escuela laica, etc.
Extractado de: José Antonio Ferrer Benimeli, “La antimasonería en España y
América latina: intento de síntesis”, en J. A. Ferrer Benimeli, (coord.), La Masonería
española entre Europa y América, VI Symposium Internacional de Historia de la Masonería
española, Zaragoza, 1995, pp. 405-416.

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