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SEMINARIO MAYOR SAN PEDRO

CARLOS ALFREDO PÁRRAGA NAVARRETE

ANTROPOLOGÍA DE LOS ESCRITOS JOÁNICOS

ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA

TUTOR:
P. JORGE LUIS NAZARENO

PORTOVIEJO
NOVIEMBRE 2022
ANTROPOLOGÍA DE LOS ESCRITOS JOÁNICOS

Introducción.

La persona de Jesús ha hecho aparecer en las Escrituras una plenitud de sentido que antes no
se podía percibir. Esta plenitud de sentido establece una triple relación entre el NT y el
Antiguo Testamento: discontinuidad, continuidad y progresión.

Detengámonos en el último elemento: el índice de progresión. El NT atestigua que Jesús no se


opone a las Escrituras de Israel sino que las lleva a cumplimiento en su persona, en su misión
y especialmente en su misterio pascual. El Documento de la Pontificia Comisión Bíblica
afirma: "ninguno de los grandes temas de la teología del Antiguo Testamento escapa a la
nueva irradiación de la luz cristológica". Los grandes temas se pueden resumir en tres: Dios,
el ser humano y el pueblo. Nos interesa especialmente el segundo tema, es decir, el ser
humano.

Cuando estudiamos los textos del Génesis, vimos cómo Dios creó al ser humano y lo creó "a
su imagen" (Gn 1,26). Pero en la carta a los Colosenses (1,15) leemos: "el icono más perfecto
del Dios invisible" es Cristo, y estamos llamados a convertirnos en imagen de Cristo, es decir,
"nueva creación" (2 Cor 5: 17; Gal 6, 15). Dios nos libra de nuestra pobreza, de nuestra
miseria, por la única mediación de Jesucristo, muerto por nuestros pecados y resucitado por
nuestra vida (Rm 4,25; Flp 3,20-21; Tim 2,5-6; Heb 9:15). Preguntémonos, pues, ¿qué
imagen del ser humano presenta el NT?

Hay numerosos artículos sobre diferentes aspectos de la antropología del Nuevo Testamento.
Por otro lado, existen pocos libros sobre la antropología del NT considerada en su conjunto y
entre estos destaca la obra de Udo Schnelle. En las primeras diez páginas Schnelle presenta
una introducción a la antropología del NT en cuatro puntos:

1) ¿Cuál es el punto de partida de tal disciplina? La antropología del NT no puede tener como
punto de partida la condición del hombre débil y pecador, sino el acto salvífico de Dios que se
realiza en Cristo Jesús.

2) La relación entre la antropología del NT con la cristología, la soteriología y la ética. Este


punto de partida (Jesucristo Redentor de la humanidad) está íntimamente unido a la
cristología y la soteriología, que son los fundamentos sobre los que descansa la antropología
del Nuevo Testamento. La cristología y la soteriología estudian el hecho de que Dios se hizo
hombre en Jesucristo. La antropología del NT estudia la esencia del ser humano redimido por
Cristo.

3) La fuerza vinculante de la antropología del NT. La comprensión del ser humano, por tanto,
el estudio antropológico debe realizarse a la luz de la fe. Como humanos, dependemos de la
auto-revelación de Dios en Jesucristo.

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4) La metodología de la antropología del Nuevo Testamento. La antropología del NT es una
disciplina exegética que parte del texto bíblico y no de otros presupuestos o prejuicios de otras
ciencias.

La Antropología de los Evangelios Sinópticos

a) En su predicación, Jesús presenta al ser humano como criatura de Dios: cf. Mt 5,45
(["amad a vuestros enemigos y orad por vuestros perseguidores], para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos y
injusto "); Mt 6,26-30 ("Mirad las aves del cielo... Observad cómo crecen los lirios del
campo..."); Mt 10,29-31 ("¿No se venden dos pajarillos por un denario?..."; Mt 11,25 ("En
aquel tiempo dijo Jesús: "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
guardado has escondido estas cosas de los sabios e inteligentes y las has revelado a los
pequeños").

Jesús enseña que las preocupaciones materiales no pueden ocupar toda la vida del hombre.
Detrás de ellos, el hombre también puede perder la vida: "Buscad primero el Reino de Dios y
su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mt 6,33). El mensaje de Jesús está
orientado hacia el Reino de Dios, que es una realidad verdaderamente humana/espiritual. Y
para poder entrar en él, los discípulos deben ser libres, desprendidos de los bienes materiales.
De este modo, la actividad humana adquiere una nueva finalidad, una nueva dimensión de
carácter espiritual.

El ser humano confirma su ser criatura por la obediencia a la voluntad del Creador. Jesús vino
a hacer la voluntad del Padre. En los evangelios sinópticos el deseo de hacer la voluntad del
Padre es el motor que guía la actividad de Jesús (cf. Mc 14,36: “Y dijo: ¡Abba, Padre! Todo
es posible para ti, aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres").

En el contexto de la creación también vale la pena señalar la distinción entre lo puro y lo


impuro. (Recuérdese que hasta Gen 7,2 no hay separación entre animales puros e impuros).
Jesús no considera el valor religioso y excluyente de las reglas de pureza, para él estas reglas
ya no se sostienen, han perdido su valor. Jesús enseña que la pureza o impureza de la persona
no viene de fuera sino de dentro, es decir, del corazón: “nada hay fuera del hombre que,
entrando en él, pueda contaminarle; pero las cosas que salen del hombre si lo contaminan”
(Mc 7,15). Jesús no sólo suprime las leyes de la pureza (cf. Lv 11-15), sino que rompe un
principio fundamental del pensamiento y de la concepción judía del mundo. Para los fariseos,
los saduceos y también para los esenios de Qumrán, las normas cultuales eran muy
importantes, porque no sólo servían para establecer un signo visible de separación entre
gentiles y judíos, sino que también eran expresión de su fidelidad a la Torá transmitida por
Moisés.

Otro punto relacionado con el orden de la creación es la doctrina del sábado. Todos
recordamos la enseñanza de Jesús: "El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para
el sábado" (Mc 2, 27). El sábado debe entenderse como una ayuda para el pueblo, una ayuda

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para vivir mejor (cf. la curación de la mujer encorvada en Lc 13, 10-17). El sábado es en
realidad un día de encuentro entre el hombre y su Creador.

Finalmente, la creaturalidad del ser humano se hace evidente cuando el Hijo se dirige al Padre
con la palabra Abbà, y cuando nos presenta a Dios como un Padre del que dependen todos los
hijos (cf. la oración del Padrenuestro).

b) El ser humano está llamado a hacer la voluntad de Dios ¿Y dónde se encuentra la voluntad
de Dios? En el Sermón de la Montaña, especialmente en las antítesis (ley antigua/ley nueva).
Todas las antítesis siguen la misma forma: "Habéis oído que se dijo... pero yo os digo...". El
primero se refiere al asesinato (Mt 5,21); el segundo adulterio (5.27) y repudio (5.31); el
tercero se refiere a los juramentos (5.33); el cuarto se refiere a la ley de venganza (5.38) y el
quinto se refiere al amor al prójimo (5.43).

Jesús presenta su doctrina de una manera muy radical, con gran autoridad y desviándose del
Antiguo Testamento. Su fuerza deriva de su propia autoridad revelada en la presencia del
Reino de Dios que le permite superar, ir más allá de la ley antigua y profundizarla con nuevos
contenidos. El Reino de Dios necesita la nueva ley. El sermón de la montaña expresa la
voluntad de Dios para con las criaturas: "Así, la radicalidad de la exigencia de Jesús
corresponde a la totalidad de la dependencia humana de Dios".

c) El ser humano necesita conversión. Jesús acoge el mensaje de Juan Bautista, mensaje de
arrepentimiento y de conversión (cf. Mt 3, 2), no sólo a nivel personal, sino también a nivel
comunitario (del pueblo). Israel debe convertirse al Señor. Jesús también llama al
arrepentimiento y a la conversión y anuncia el juicio de Dios: “¡Ay de ti Corazain, ay de ti
Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre
vosotras, tiempo hace que se habrían convertido vistiendo de cilicio y cubriéndose con ceniza.
Por tanto, en el juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos dureza que vosotros” (Lc 10, 13-
14). Ante Dios, el ser humano es pecador, pero la benevolencia de Dios nos ayuda a depender
de su bondad.

d) Dios acepta al pecador. Dios siempre acepta al pecador, siempre que esté dispuesto a
arrepentirse. Recordamos la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) o de la oveja perdida (Lc
15,1-7). El perdón de Dios aparece también en otras parábolas: Mt 18, 23-30 (el siervo
despiadado); Mt 20, 1-16 (los trabajadores de la viña).

Jesús acepta a los pecadores y a los recaudadores de impuestos, personas que pertenecen a la
categoría de los marginados de la sociedad. Jesús habla e incluso come con ellos. Jesús acoge
a los pobres, a los que lloran, a los que tienen hambre. Jesús acepta a toda la humanidad con
todas las debilidades, con todos los pecados de las personas individuales.

En conclusión, en los evangelios sinópticos la humanidad se mueve en una doble tensión:


juicio por un lado y tiempo de gracia por otro. Todo ello marcado por la inminencia del Reino
de Dios. El ser humano está, pues, invitado a arrepentirse y convertirse a Dios con la certeza
de que siempre será perdonado por Dios. ¡Y esto es ciertamente un mensaje de esperanza!

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La Antropología de los escritos de Juan.

Los escritos joánicos nacieron en un ambiente polémico, con muchas tensiones provenientes
tanto del exterior como del interior de las mismas comunidades cristianas (siglo I d. C., entre
90 y 100 d. C. para el Evangelio). Hubo grupos pregnósticos o docetístas que rechazaron la
Encarnación.

El autor del cuarto evangelio responde todas las preguntas y problemas con la persona de
Jesús. Jesús es el corazón del cuarto evangelio. Su antropología está, por tanto, íntimamente
ligada a su cristología, que emerge de manera particular en los discursos de la revelación de
Jesús.

a) La encarnación de Dios en Jesucristo. Este es el punto de partida y también el centro de la


antropología joánica. La Encarnación aparece ya en el Prólogo del Evangelio, en Jn 1, 1-4. El
logos estaba con Dios desde el principio y todo se hacía por medio de Él. En Él había vida y
la vida era la luz de los hombres. En 1.14 encontramos la máxima expresión referente al
logos: kai; o? lovgo "savrx ejgevneto (y el Verbo se hizo carne). El logos quiere estar tan
cerca de los seres humanos que él mismo se convierte en un ser humano.

El resto de la gama el camino del logos lo recorrerá, ya entre los hombres, camino desde el
principio marcado por la cruz (Jn 1,29: "He aquí el Cordero de Dios"). El amor de Jesús por
los suyos se expresa a través de la cruz. Otro símbolo que expresa este amor es el lavatorio de
los pies (Jn 13), gesto de amor y servicio que define la misión de Jesús en el evangelio. "La
Encarnación, el lavatorio de los pies y la cruz son igualmente movimientos de amor hacia las
profundidades de la existencia humana".

b) La naturaleza de la fe. Ningún otro libro del NT insiste tanto en la fe como el evangelio de
Juan. El verbo pisteuvein (creer) aparece 88 veces en Jn, mientras que sólo 33 veces en los
Sinópticos (11x en Mt, 14x en Mc y 8x en Lc). En la mayoría de los casos, pisteuvein va
acompañado de la preposición eij (en) que indica dirección, movimiento hacia... la persona de
Jesús. Se trata de creer en Jesús, creer en su nombre, en su palabra. Esto "creer en" se
convierte en una característica fundamental de la fe joánica. En otras palabras, la fe debe estar
íntimamente unida a la persona de Jesús. Pero creer sobre todo significa creer en Aquel que
envió a Jesús, es decir, el Padre (5,24): “El que me envió tiene vida eterna”. El punto de
llegada de este camino de fe a través de Jesucristo es, por tanto, el Padre.

La comprensión de la fe pasa por la unidad entre el Padre y el Hijo: "Yo y el Padre uno
somos" (10,30). Jesús aparece como el representante de Dios: "El que me ve a mí, ve al que
me envió" (12,45) o "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (14,9). Por eso Jesús puede
decir: "Tened fe en Dios y tened también fe en mí" (14,1). La fe en Dios y la fe en Jesús son
la misma cosa.

Además de creer, los verbos ver (o?ravw) y saber (gignwvskein) son muy significativos en el
evangelio. Aparecen en los textos para expresar el resultado de la fe. Los que creen pueden
ver la gloria de Jesús manifestada en sus milagros. Conocer no se refiere a un conocimiento

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intelectual o externo, sino a un conocimiento profundo de la persona de Jesús, a una relación
íntima con él. Por tanto, conocer a Jesús significa seguir a Jesús (10,27).

El resultado de esta fe es la misión (17,18) en relación con el amor: no podemos hablar de fe


sin hablar de amor. "Dios es amor" (1 Jn 4,8) y esto implica tres cosas: que el Padre ama al
Hijo (3,35; 10,17); que Dios ama a los discípulos de Jesús como a su propio Hijo (17:23); que
Dios ama al mundo hasta el punto de entregar a su propio Hijo (3:16). "Como el Padre me ha
amado, yo os he amado" (1 Jn 3,11; 4,11).

c) El creyente/discípulo de Jesús. Para Juan la figura del creyente es muy importante. Esto
está representado por diferentes personajes que son considerados como modelos, paradigmas.
Pensamos en Natanael, la mujer samaritana, el ciego de nacimiento, Marta y María, Lázaro.
Representan la fe, la búsqueda de la fe o incluso el rechazo de la misma (Judas el traidor) o la
incredulidad (Tomás).

d) La acción del Espíritu. Mientras que en los Sinópticos apenas se menciona al Espíritu, en
Juan su presencia es muy significativa, especialmente en los discursos de la Última Cena. El
Espíritu es llamado Paráclito, es decir, abogado, defensor, consolador. Su misión es dar
testimonio de Cristo e introducir a los discípulos en la plenitud de la verdad.

e) Los temas escatológicos. En Juan predomina la escatología del presente, realizado o en


curso. Esto significa que no debemos esperar hasta el final de los tiempos, porque la salvación
ya se puede obtener a través de la fe.

La concepción cristiana asume la comprensión escatológica veterotestamentaria pero la


modifica al afirmar que la salvación y el establecimiento de los últimos tiempos se han obrado
ya con la muerte y resurrección de Jesús, y que la historia presente continúa hasta la segunda
y definitiva venida de Cristo, cuando tenga lugar el juicio definitivo de Dios y la resurrección
de la carne.

El cuarto evangelio comparte esta perspectiva sobre las realidades últimas y, como en los
demás escritos del Nuevo Testamento, afirma que todas las esperanzas de salvación se hallan
en Cristo. Él ha traído los bienes definitivos. No obstante, una lectura poco atenta podría dar
la impresión de que, a la luz de lo que dice Juan, los últimos tiempos se hacen ya presentes de
tal manera con Jesús que no hay nada más que esperar. Pero semejante visión es parcial. Es
verdad que en el cuarto evangelio se da menos importancia a la segunda venida de Cristo que
en los otros evangelios. Pero los bienes que trae Jesús no son exclusivos para esta vida. Jesús
afirma que su muerte y resurrección serán el camino para preparar la morada final para los
que creen en él: “Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y
os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” (14,3). Allí verán la
gloria definitiva: «Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me
has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado porque me amaste antes de la
creación del mundo» (17,24). Además, encontramos pasajes en el evangelio que hablan
expresamente de la segunda venida y de un juicio: “Viene la hora en la que todos los que
están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de

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la vida; y los que practicaron el mal, para la resurrección del juicio” (5,28-29; también 6,39-
40.44.54; 12,48). Según el cuarto evangelio, pues, hay también un juicio final.

Ciertamente Jesús es ocasión de un juicio, pero este juicio no se identifica con la condena
concluyente, sino que es el hombre quien debe decidir ante él. Tiene que elegir entre aceptar o
rechazar la revelación traída por Jesús. El juicio y la consiguiente división causada por la
predicación de Jesús (10,1921‫ ;־‬etc.) continúan en tiempos de la Iglesia. El que cree tiene ya
vida eterna, la vida con Dios, que anticipa la resurrección en el último día, cuando tenga lugar
el juicio final.

Una antropología filial.

Como es de suponer, estos fundamentos ontológicos y cristológicos marcan una particular


concepción de la antropología en la que se sostiene la ley natural. Tremblay nos presenta,
pues, una antropología filial. Es la del hombre que está preparado o predestinado para la
filiación, que será efectiva ontológicamente cuando se acoja en la fe y los sacramentos. Es la
de un hijo en potencia, que contiene desde su creación elementos que lo abren para recibir
esta filiación. El hombre ha sido creado a imagen del Eschatos (del Hijo de Dios
encarnado muerto y resucitado).

Afirma Tremblay que la antropología filial tiene relación con el orden de la recreación, de la
redención, pero también con el de la creación; aspecto que generalmente suele ser menos
mencionado. Esto hace que sea un instrumento útil para tratar la relación de estos dos niveles,
que el autor procura determinar justificándola cristológicamente.

Filiación del Hijo y filiación del hombre

En primer lugar el teólogo canadiense destaca el puesto central que tiene el don de la filiación
en la Sagrada Escritura. En ella se nos muestra que por la acción del Espíritu Santo hay un
nexo entre la filiación divina que poseen todos los creyentes y el título Hijo de Dios que
Cristo se atribuye a sí mismo. Es una idea presente en el conjunto del Nuevo Testamento,
apreciable especialmente en san Pablo y los escritos neotestamentarios posteriores –por tanto
más avanzados en cristología, que recapitulan la doctrina paulina– como son la epístola a los
Hebreos y los escritos joánicos.

Consecuencia de la relevancia de la filiación de Cristo es la centralidad de una antropología


filial derivada de ésta. Eso no obsta para que haya otros modelos cristológicos y
antropológicos válidos (por ejemplo una antropología de tipo nupcial), como lo demuestra el
hecho antes mencionado del olvido de la filiación en la teología, sustituida por otras formas.
Sin embargo, no deja de sostener Tremblay, que el hombre neotestamentario se define
primariamente y sobre todo como un hijo.

Antropología filial en el Ev. de Juan.

En Jn 1, 12-13: “Pero a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del
querer del hombre, sino de Dios”.
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Como se lee en este pasaje, Jesucristo, el Logos hecho carne, da el poder de ser hijos de Dios
a los que lo acogen con la fe. De aquí se sigue que antes de la Encarnación esto no era
posible, pues es indispensable la acción de Jesucristo. El hombre no lo consigue con sus
propias fuerzas, lo consigue el Hijo.

La filiación se adquiere por una intervención divina directa, más específicamente, puntualiza
Tremblay, a través de una generación divina. Percibe nuestro autor en la triple negación de
factores naturales de la generación, mencionadas en este pasaje, una clara intención teológica
del evangelista. Como deja claro después (Jn 3, 5-6), es obra del Espíritu Santo, y, por tanto,
tiene un origen sobrenatural que no se puede pretender entender del todo, ni atribuirse a un
origen humano. El autor del evangelio quiere resaltar la separación del mundo de los hijos de
Dios y su relación con el Logos, mediador de la gracia divina y de la verdad (cfr. Jn 3, 16). Es
una característica del cristianismo joánico: la conciencia de pertenencia a Dios y de
separación del mundo (cfr. 1 Jn 4, 4; 5, 4).

Elementos de una antropología filial

Tremblay supone que esto que llama el misterio de la solidaridad debe tener significativas
consecuencias en la antropología humana, debe producir, una especie de condicionamiento
filial o de preparación inmediata a la recepción de la adopción. Le parece improbable que algo
tan significativo no tenga ningún eco en el hombre. Del mismo modo le parece necesario que
para que éste reciba un don sobrenatural en su naturaleza humana (tan infinitamente inferior)
debe ésta estar predispuesta a poder recibirlo. Compara esta influencia en el hombre a la
presencia del Nuevo Testamento en el Antiguo: la adopción debe estar en cierto modo ya
preformada en su naturaleza.

Tremblay relaciona este condicionamiento con la curiosidad crístico-filial que sienten algunas
personas por Jesús en el Evangelio. Se ve, por ejemplo, en la samaritana que anima a los de su
pueblo a ir donde Jesús (cfr. Jn 4, 29), o en los griegos que manifiestan a Felipe sus deseos de
ver a Jesús (cfr. Jn 12, 21). El mismo evangelista nos da una posible explicación más
profunda al decir, en palabras de Jesucristo, que nadie puede ir a Él si el Padre no lo atrae (cfr.
Jn 6, 44). Es el Padre quien suscita en el hombre la atracción por su Hijo, una atracción
interior, por la gracia, por el amor.

Conclusión

La filiación divina surge del centro del misterio pascual del Hijo de Dios y, como hemos
mencionado, es un dato que conocemos por Revelación dada tanto en los Evangelios
Sinópticos como en los escritos Joánicos. Ahora bien, puesto que es un don totalmente
gratuito, que el hombre es incapaz de conseguir por sus propios medios, entonces hay que
suponer que haya cierta discontinuidad o superioridad de esta gracia respecto a la naturaleza
humana. Sin embargo, no se puede considerar una realidad sobrepuesta, accesoria, de la que
se pueda prescindir sin afectar consistentemente a la persona; por tanto, la filiación adoptiva
debe encontrarse en el corazón mismo del hombre.

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Por encontrarse tan internamente en el hombre, la filiación tiene que ver con la relación
creación-recreación, ya que como la Antropología del A. T. lo menciona y esta lo rescata la
del N.T. más aún los escritos joánicos, el hombre es creatura de Dios y en el misterio pascual
hace posible la realización plena del hombre, reenviado a su formación inicial. Jesucristo es el
fin y origen de la realidad humana, y más todavía después de sacrificarse por los hombres. Es
una enseñanza que se aprecia en la cristología del Nuevo Testamento, especialmente en las
tradiciones paulina y joánica.

Sin embargo, aunque el hombre tenga esa tensión hacia el infinito, no es capaz de conocer por
sus propios medios que puede llegar a ser hijo de Dios; pero lo puede percibir, afirma nuestro
autor, en negativo. Sí lo puede saber, como hemos dicho, gracias a la Revelación. Es un dato
de la Sagrada Escritura el hecho de que Jesucristo, después de su muerte y resurrección no
entró solo en la intimidad con el Padre. Se hizo “el primogénito de muchos hermanos” (Cfr.
Rm 8, 29; Hb 2, 9s), misteriosamente solidario con todo el hombre y con todos los hombres.
Indicación que desde la época de la patrística se ha intentado explicar teológicamente de
diversas maneras. En palabras del Concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios con su encarnación
se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS, 22, 2).

Referencias.
CHAPA, J. y GONZALEZ-ALONSO, P., Escritos Joánicos y Cartas Católicas, Manuales
ISCR, EUNSA, Navarra, 2018.
DESTRO - PESCE, Cómo nació el cristianismo joánico. Antropología y exégesis del
evangelio de Juan. Universidad Pontificia Comillas. Estudios eclesiásticos; Vol 78, No 305
(Año 2003).
HUERTA, V. Antropología bíblica, recuperado en: https://1library.co/article/Antropolog
%C3%ADa%20Teol%C3%B3gica%20I/Exposicion/la_antropologia_biblica_y_patris.htm
SCHNELLE, U. La Condición Humana. Antropología en las enseñanzas de Jesús, Pablo y
Juan. Ed. Fortress Press. 1996
TREMBLAY, Antropología Filial en Juan. Recuperado en:
https://1library.co/article/antropolog%C3%ADa-filial-fundamento-cristol%C3%B3gico-ontol
%C3%B3gico-leyes-mo.zgle602q el 11-nov-2022, a las 15:00.
TUÑI - ALEGRE., Escritos Joánicos y Cartas Católicas. Editorial Verbo Divino. Navarra,
1995.

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