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“Año del Bicentenario del Perú: 200 años de Independencia”

UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS


LÓGICA JURÍDICA

“LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA. IMPORTANCIA DE SU FUNCIÓN”

DOCENTE: DEIVER VILCHERREZ VILELA

CICLO: XI

AUTORES:

1. GALLARDO FLORES JUAN DANIEL


2. OBESO SÁNCHEZ KEVIN ALEJANDRO
3. PERALTA LAMADRID ADRIANA ROXINA

31 DE JULIO DE 2021

PIURA- PERÚ

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA – DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

INTRODUCCIÓN

El Derecho en la práctica consiste fundamentalmente en argumentar, siendo la habilidad


para idear y manejar argumentos lo que distingue a un buen jurista de otro. La
argumentación jurídica es un instrumento que hace posible la racionalidad jurídica
como medio de investigación o de descubrimiento de razones para una mejor decisión.

Los ámbitos en los cuales se puede llevar a cabo la argumentación jurídica que se nos
presentan son el normativo y el de los hechos. La argumentación acerca del plano
fáctico supone que allí se utilizan argumentos de tipo empírico y es una apertura de la
sentencia a ámbitos diferentes del jurídico como los “diversos campos científicos, como
la economía, la sociología, la psicología, la medicina, la lingüística, etcétera”. Respecto
al plano normativo, corresponde al juez argumentar sobre las diversas premisas
normativas para mostrar su conformidad con los criterios de validez del ordenamiento
jurídico.

La argumentación jurídica se relaciona con la justificación racional que se efectúa en las


decisiones judiciales con la finalidad que sean las más correctas posibles en el campo de
lo fáctico y normativo, siempre a la luz del ordenamiento jurídico.

El objetivo de este trabajo consiste en brindar un acercamiento respecto a la


argumentación jurídica enfatizando en su importancia, en las técnicas de argumentación
y sus elementos, por último, tomando como punto de partida a Robert Alexy,
brindaremos alcances acerca de las reglas y principios protagonistas necesarios al poner
en práctica este medio de construcción de premisas y razonamientos jurídicos que de
una u otra forma nos permiten arribar a una conclusión respecto a cualquier situación
que se nos plantee.

2
INDICE
I. DERECHO Y ARGUMENTACIÓN...................................................................................................1
1.1. LA ARGUMENTACIÓN............................................................................................................5
1.1.1. CONCEPCIONES DE LA ARGUMENTACIÓN..................................................................6
1.2. EL ROL DEL LENGUAJE EN LA ARGUMENTACIÓN.......................................................10
1.3. LA INTERPRETACIÓN...........................................................................................................13
1.4. CONEXIÓN ENTRE INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN.....................................15
1.5. TIPOS DE ARGUMENTOS.....................................................................................................18
II. CONSTRUCCIÓN DE ARGUMENTOS..........................................................................................19
2.1. TÉCNICAS DE ARGUMENTACIÓN JURÍDICA..................................................................20
A. EL TRIBUNAL TIENE QUE ESCUCHARNOS......................................................................20
B. EL TRIBUNAL DEBE ENTENDERNOS................................................................................20
C. PONERNOS EN LA OTRA PARTE........................................................................................21
D. OBVIAR LO QUE NO PODEMOS DEMOSTRAR................................................................21
E. SEGUIR EL PRECEDENTE.....................................................................................................22
2.2. ELEMENTOS DE LA ARGUMENTACION...........................................................................22
III. REGLAS Y PRINCIPIOS DE LA ARGUMENTACIÓN.............................................................23
3.1. LAS REGLAS FUNDAMENTALES........................................................................................23
3.2. LAS REGLAS DE LA RAZÓN................................................................................................24
3.2.1. REGLA GENERAL DE FUNDAMENTACIÓN.............................................................24
3.2.2. LAS REGLAS SOBRE LA CARGA DE LA ARGUMENTACIÓN...............................25
3.2.3. LAS REGLAS DE FUNDAMENTACIÓN......................................................................26
3.2.4. LAS REGLAS DE TRANSICIÓN...................................................................................27
3.2.5. REGLAS DE LA JUSTIFICACIÓN INTERNA Y EXTERNA......................................28
3.2.6. REGLAS DE LA ARGUMENTACIÓN DOGMÁTICA.................................................29
3.2.7. REGLAS SOBRE EL USO DEL PRECEDENTE...........................................................30
CONCLUSIONES.......................................................................................................................................31
BIBLIOGRAFÍA.........................................................................................................................................32
UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA – DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

I. DERECHO Y ARGUMENTACIÓN
La función de la argumentación en el discurso jurídico es relevante tanto en la
investigación como en la toma de decisiones, por su carácter de fundamentación del
significado atribuido a los enunciados normativos y las consecuencias jurídicas que de
ello pueden derivarse. La doctrina se ha dedicado primordialmente al estudio de las
decisiones de carácter jurisdiccional, sobre todo a la decisión del juez.

Los lineamientos proporcionados sin embargo son aplicables a las decisiones


administrativas, y en gran medida también a la forma en que los abogados deberían
presentar sus solicitudes a la autoridad o analizar las decisiones que emiten. Los
argumentos utilizados tanto por el investigador como por el abogado y el juez han sido
estudiados por la lógica y la filosofía del derecho, por lo que este tema se aborda desde
diversas disciplinas, incluyendo la semiótica.

El Derecho es, obviamente, un fenómeno muy complejo y que puede contemplarse


desde muy diversas perspectivas. En el marco de nuestra cultura jurídica
-particularmente la de los países de Derecho continental-, tres de esos enfoques han
tenido, y siguen teniendo, una especial relevancia teórica. Al primero de ellos se le
puede llamar estructural y da lugar a las diversas formas de normativismo jurídico.

Lo que se busca es identificar o encontrar, por decirlo con una metáfora, los
componentes del edificio jurídico, con lo que se llega a las normas, a los diversos tipos
de normas y, eventualmente, a otros enunciados, como los que contienen definiciones o
juicios de valor. Podríamos decir que, al igual que la fotografía de un edificio se plasma
en un pedazo de papel, el Derecho así contemplado se reduce a una serie de enunciados,
a lenguaje. Si esa fotografía del Derecho es de la suficiente calidad, entonces se podrán
observar tanto las partes del edificio
-con todo el detalle imaginable- como el edificio en su conjunto, es decir, cómo se
ensamblan unos elementos con otros. Para quien asume esa perspectiva, de lo que se
trata básicamente es de describir el edificio tal y como es, no de compararlo con un
modelo ideal, y menos aún, de construir otro edificio.

1
El segundo de los enfoques, el realista o sociológico, pone el énfasis en mostrar que el
Derecho no es simplemente lenguaje, normatividad, sino también -y, sobre todo-
comportamiento humano y, en particular, comportamiento judicial. A ese enfoque le
interesa también la funcionalidad del edificio, esto es, para qué sirve cada uno de sus
elementos y cómo se inserta el mismo en el conjunto del que forma parte (en la
sociedad). Pero los realistas -como los normativistas- parten de una distinción tajante
entre lo que es y lo que debe ser, y son escépticos con respecto a la posibilidad de hablar
con alguna objetividad sobre el deber ser. De ahí que se hayan preocupado por explicar
o predecir el comportamiento de los jueces (el Derecho en acción), pero no por construir
una teoría que permita justificar el desarrollo del Derecho en un cierto sentido. La suya
es una visión dinámica e instrumental del Derecho, pero en la que no se dice nada -o
nada racionalmente justificado- sobre los fines últimos, sobre los valores jurídicos.

Desde la tercera perspectiva, lo que se destaca es lo que podría llamarse la idealidad del
Derecho. Para seguir con la metáfora de la construcción, lo que importa ahora no es ni
el edificio ya construido ni el proceso de su construcción, sino los requisitos que tendría
que cumplir lo que cabría calificar como edificio modélico (el Derecho justo). Quien
elige ese punto de vista (el del Derecho natural en sus muy diversas versiones) se sitúa
frente al Derecho, en general, como el crítico que evalúa una determinada obra de
acuerdo con los anteriores cánones de idealidad y, en ocasiones, también como el
arquitecto que proyecta un edificio, pero se desentiende de las cuestiones de detalle y de
los problemas de su ejecución.

Lo que es importante destacar es la posibilidad de un cuarto enfoque que presupone,


utiliza y, en cierto modo, da sentido a las anteriores perspectivas teóricas y que conduce,
en definitiva, a ver el Derecho como argumentación (aunque, naturalmente, el Derecho
no sea -no pueda ser- sólo argumentación). El punto de partida consiste en considerar al
Derecho como una técnica para la solución de determinados problemas prácticos. Se
trata, por tanto, de una visión pragmática, dinámica y, en cierto modo, instrumental del
Derecho, pero que no contempla el Derecho como un instrumento que pueda ser
utilizado para cualquier fin, sino, para decirlo con cierta solemnidad, como un
instrumento de la razón práctica.
En definitiva, sería la perspectiva de quien no se limita a contemplar el edificio desde
fuera, ni a participar en su construcción simplemente como un técnico que opera COD
una racionalidad de tipo instrumental, sino como alguien comprometido con la tarea de
mejorar una obra imperfecta y siempre inacabada, pero no por ello carente de sentido; lo
que la dota de sentido es la idea de que el Derecho es un medio poderoso para lograr
objetivos sociales valiosos y para hacer que se respeten los principios y valores de una
moral racionalmente justificada.

Ahora bien, ¿cómo se conecta este cuarto enfoque del Derecho con la argumentación?
¿Por qué lleva en mayor medida que los otros a considerar el Derecho como
argumentación? La idea fundamental es que el ideal regulativo del Estado de Derecho
es el sometimiento del poder a la razón, no de la razón al poder; ello supone que las
decisiones de los órganos públicos deben estar racionalmente fundamentadas, lo que, a
su vez, sólo es posible si cabe hablar de criterios que presten algún tipo de objetividad a
esa práctica. Dicho en forma breve, el Estado de Derecho exige que el Derecho aparezca
esencialmente bajo la forma de razonamiento, de razonamiento práctico justificativo.

El Derecho, en todas sus instancias -legislativa, jurisdiccional, doctrinal, etc.-, puede


verse como un entramado muy complejo de decisiones vinculadas con la resolución de
ciertos problemas prácticos. Pero en el Derecho de las sociedades democráticas, lo que
importa no son sólo las decisiones, sino las razones que pueden darse en favor de las
decisiones.

Ahora bien, en relación con las decisiones, como en general con las acciones humanas,
pueden distinguirse, básicamente, dos tipos de razones: explicativas y justificativas. Las
primeras tratan fundamentalmente de dar cuenta de por qué se tomó una determinada
decisión -cuál fue la causa que la motivó-, y de para qué -qué finalidad perseguía-o Las
segundas, las razones justificativas, están dirigidas a lograr que la decisión resulte
aceptable o correcta.

Si se entiende por razonamiento práctico no simplemente un argumento referido a


acciones humanas, sino un argumento dirigido a establecer cómo alguien debe
comportarse, entonces razonamiento práctico y razonamiento justificativo vienen a
coincidir. La explicación de la acción humana en términos de causas o de finalidades no
da lugar a enunciados de deber ser: la explicación de «¿por qué
X realizó Y?» podrá ser que lo hizo «por causa de Z» o «con el propósito de lograr F»;
pero «X debía -tenía la obligación de- realizar Y» no es una explicación, sino una
justificación de la conducta de X.

La distinción entre explicación y justificación, y entre razonamientos explicativos-


teóricos y justificativos-prácticos es, obviamente, de gran importancia, pero explicar y
justificar son operaciones que muchas veces se entrecruzan: así, del mismo modo que
las cuestiones de justificación juegan un papel en la explicación (en muchos casos, lo
que explica, por ejemplo, que un juez haya tomado una determinada decisión es -al
menos hasta cierto punto- que él la considera justificada), la explicación de las
decisiones facilita también la tarea de la justificación (es decir, las posibles razones
justificativas aparecen así en forma más explícita).

Cabe decir que el razonamiento jurídico es, en último término, justificativo, pero eso no
quita para que las razones explicativas jueguen un papel importante e, incluso, decisivo
en muchos casos. Así, motivar una sentencia significa ofrecer una justificación y no una
explicación, de la decisión en cuestión, pero eso, en cierto modo, sólo puede hacerse a
partir de un esquema (el llamado «silogismo judicial»), una de cuyas premisas es un
enunciado empírico (la afirmación de que ocurrió el hecho H), para cuyo
establecimiento se necesita contar con razones explicativas adecuadas.

Ahora bien, ¿es cierto que la lógica deductiva es la única forma de justificar una
decisión? ¿Qué es en realidad lo que justifica la lógica? ¿y cómo pueden justificarse en
general las decisiones? Si consideramos que justificar una decisión significa dar razones
que la hagan aparecer como correcta o aceptable, entonces cabría decir que este
resultado puede lograrse de diversos modos. Básicamente, una decisión puede
entenderse justificada de tres maneras: apelando a la autoridad, al procedimiento y/o al
contenido.

Justificar una decisión en razón exclusivamente de la persona que la dicta (bien se trate
de Dios, del monarca, de la asamblea popular, del jurado, etc.) tiene, por así decirlo, el
inconveniente de que es escasamente controlable: el único posible objeto de discusión
es si la dictó quien podía o debía dictarla. Sí al requisito de la persona se le añade un
determinado procedimiento, las posibilidades de
discusión aumentan, siempre que se trate de procedimientos controlables racionalmente.

O, dicho de otra manera, cuando existen normas que regulan quién, cómo y con qué
contenido (esto es, dentro de qué limites, con qué objetivos, etc.) puede establecer o
aplicar normas jurídicas, y existe también la “metanorma” que obliga a quienes
establecen y aplican normas a dar razones que justifiquen el haber seguido esas normas.
Cuanto mayor sea la fuerza de este mecanismo de justificación, tanto mayor también la
necesidad de argumentar.

1.1. LA ARGUMENTACIÓN
¿Qué significa argumentar? ¿Qué es un argumento? El punto de partida para contestar a
estas preguntas podría ser éste: en una argumentación -como actividad- y en un
argumento -como resultado de esa actividad- existen siempre, cuando menos, estos
elementos:

1) un lenguaje, es decir, argumentar es una actividad lingüística, y un argumento es un


producto lingüístico que se plasma en un conjunto de enunciados;

2) una conclusión, esto es, el punto final de la argumentación o el enunciado con que se
cierra el argumento;

3) una o varias premisas, esto es, el punto de partida de la argumentación o los


enunciados con que se abre el argumento, y

4) una relación entre las premisas y la conclusión. Aunque haya diversas formas de
entender los argumentos y la argumentación (y, por cierto, cada una de ellas concede
más importancia al resultado o a la actividad), parece que esos elementos tienen que
darse siempre; eso no quita para que pueda hablarse de un argumento con premisas
implícitas (que, claro está, no es lo mismo que premisas inexistentes) o de una
argumentación en la que alguno de sus pasos no consiste en una acción lingüística (pero
que siempre podremos plasmar en un lenguaje: como, por ejemplo, la presentación de
una prueba en un proceso judicial).

Ahora bien, a pesar de la existencia de estos elementos comunes, no hay una única
forma de entender lo que son las argumentaciones y los argumentos. Puede hablarse de
tres concepciones distintas que, a falta de un nombre mejor,
se llaman concepción formal, material y pragmática o dialéctica. Cada una de ellas,
como ahora veremos, interpretan esos elementos en forma distinta.

1.1.1. CONCEPCIONES DE LA ARGUMENTACIÓN


a. La concepción formal es característica de los lógicos, los cuales definen un
argumento, una inferencia, como un encadenamiento de proposiciones: en un argumento
deductivamente válido, si las premisas son verdaderas, entonces también lo es
necesariamente la conclusión (en virtud de alguna regla de derivación de la lógica). Esta
relación de inferencia puede interpretarse en sentido sintáctico, en sentido semántico o,
como en sentido abstracto, esto es, construyendo una concepción general de
consecuencia de la cual tanto el enfoque sintáctico como el semántico no sean más que
especificaciones diferentes. Pero siempre se tratará de una relación formal, es decir, lo
que garantiza el paso de las premisas a la conclusión son reglas de carácter formal, en el
sentido de que su aplicación no exige entrar a considerar el contenido de verdad o de
corrección de las premisas.

Este carácter formal sigue dándose en las lógicas divergentes (las que se apartan de la
lógica estándar), como la llamada lógica de la relevancia. De lo que aquí se trata es de
modificar la noción clásica de inferencia deductiva que, al permitir inferencias
«irrelevantes» (por ejemplo, de las premisas: «si X comete tráfico de drogas, debe ser
castigado con la pena P» y «X ha cometido tráfico de drogas», la lógica estándar
permite derivar no sólo «X debe ser castigado con la pena P», sino también «X debe ser
castigado con la pena P o bien debe ser puesto en libertad»), no parece ajustarse bien a
las argumentaciones que tienen lugar de hecho, esto es, no se ajusta a nuestras
intuiciones. Para evitarlo -para evitar las consecuencias irrelevantes- lo que se hace es
restringir la noción de inferencia. Por ejemplo, aceptando sólo una parte de las reglas de
la lógica deductiva estándar (las reglas de eliminación). Pero este último es también un
criterio formal, para cuya aplicación no se necesita entrar a considerar el contenido de
las premisas.

Cabría decir que la lógica no se centra en la actividad de argumentar, en el proceso de la


argumentación, sino en los argumentos, en el resultado de la actividad. Lo que la lógica
ofrece son esquemas de argumentación, que cabe usar para controlar la corrección de
nuestros argumentos. Pero la lógica no
describe cómo, de hecho, la gente argumenta. Y ni siquiera está claro que permita una
reconstrucción adecuada de nuestros argumentos. Aunque el leitmotiv de la mayor parte
de las lógicas divergentes parece encontrarse en la necesidad de construir lenguajes
artificiales, lenguajes formales que reflejen la
«lógica» interna incorporada a nuestros lenguajes naturales, esto, según lógicos
eminentes como Alchourrón, no puede nunca lograrse del todo: «en un sentido
importante -ha escrito Alchourrón (1995)- no hay una lógica coherente en el lenguaje
natural.

El lenguaje corriente no sólo está plagado de ambigüedades, vaguedades y toda suerte


de imprecisiones significativas que justifican apartarse de él en los procesos de
reconstrucción racional, sino que acumula en su seno intuiciones incompatibles que no
pueden superarse más que reformándolo, abandonando intuiciones que pueden ser muy
sólidas (...) cualquiera que sea la lógica que terminemos privilegiando, el1a tendrá que
apartarse de las intuiciones básicas incorporadas al esquema de conceptos de los
lenguajes corrientes.

En resumen, desde el punto de vista lógico, más que de argumentos habría que hablar de
esquemas de argumentos que se expresan en un lenguaje artificial que no se
corresponde exactamente con algún lenguaje natural. Las premisas y la conclusión son
enunciados que podrán interpretarse como proposiciones susceptibles de ser calificadas
como verdaderas o falsas, pero también como normas que carecen de valores de verdad.
Y la relación de inferencia o consecuencia lógica se caracteriza por una serie de
propiedades formales, que podrán ser distintas según el tipo de lógica por el que se opte.
En el caso de la lógica deductiva estándar, esas propiedades son las de reflexividad
generalizada, corte y monotonía. La reflexividad significa que un enunciado se deriva,
es consecuencia, de un conjunto de enunciados (premisas) si el primero (la conclusión)
está incluido en las premisas: en una deducción, la conclusión no va más allá de las
premisas. La propiedad de corte supone que, si un enunciado es consecuencia de un
conjunto de premisas y de la conjunción de esas premisas más la conclusión se deriva
un nuevo enunciado, entonces este nuevo enunciado se deriva también del conjunto
inicial de premisas: es decir, que las consecuencias de las consecuencias de un conjunto
de enunciados son consecuencia del conjunto de partida. Y la propiedad de monotonía,
que, si un
enunciado es consecuencia de un conjunto de premisas, ese enunciado seguirá siendo
consecuencia de cualquier ampliación del conjunto dc premisas: o sea, al agregar
enunciados a un conjunto de premisas no se pierde ninguna de sus consecuencias.

Naturalmente, este carácter idealizado de la lógica no la priva de virtualidades prácticas,


como tienden a creer muchos juristas y algunos teóricos de la argumentación jurídica.
La lógica (la lógica deductiva) proporciona un criterio muy importante para controlar la
corrección de nuestros argumentos en cualquier empresa racional de que se trate,
incluida, por supuesto, la del Derecho. Pero fuera de algunas excepciones -algunas
partes de la matemática y la propia lógica- no son criterios suficientes.

b. La segunda concepción de la argumentación, la que he llamado concepción


material, es la que puede encontrarse, referida al razonamiento jurídico, de alguna
forma, en la concepción de la tópica jurídica de Viehweg, en la distinción usual entre
justificación interna y justificación externa, o en la teoría de Raz y otros autores de las
razones para la acción.

Viehweg (1964) caracteriza la tópica como un ars inveniendi, como una técnica del
pensamiento problemático en la que el centro lo ocupa la noción de topos o lugar
común. Ello significa que, para él, lo que importa en la argumentación jurídica no es el
ars iudicandi, esto es la técnica consistente en inferir unas proposiciones de otras
(como hemos visto, la lógica se ocupa de elaborar los criterios que permiten controlar
-juzgar- esas inferencias), sino el ars inveniendi, el descubrimiento y examen de las
premisas. Para realizar esta última tarea es que se necesita recurrir a los «tópicos», un
concepto extraordinariamente equívoco desde sus orígenes en Aristóteles, pero que, en
uno de sus sentidos, viene a equivaler a argumentos materiales, esto es, a enunciados de
contenido, a premisas materiales que ofrecen un apoyo para la resolución de un
problema práctico que no puede ser eludido (lo que Viehweg llama «aporía»).

La distinción entre justificación interna y externa (una distinción que, procedente de


Wróblewski -1971-, es de uso común en la teoría estándar de la argumentación jurídica)
apunta también en la misma dirección. La justificación interna se refiere a la validez de
una inferencia a partir de premisas dadas; se reduce, pues, a una cuestión de lógica
deductiva (la teoría del silogismo judicial).
Mientras que la justificación externa se refiere a la justificación de las premisas, lo que
no puede hacerse sin recurrir a teorías que no pueden ser ya meramente formales:
teorías sobre la interpretación, sobre la valoración de la prueba, etc.

En la concepción del razonamiento práctico de Raz, las premisas no son ya simplemente


enunciados, sino razones, y las razones -nos dice Raz de un modo un tanto misterioso-
son hechos: una razón es un hecho que por sí mismo basta para imponer cierto curso de
acción, siempre que no haya otros factores que la derroten. Un razonamiento -práctico o
teórico- no sería puramente una inferencia regida por reglas formales, sino un
procedimiento para resolver un conflicto de razones (entre razones prácticas, razones
para la acción, o entre razones teóricas, razones para creer en algo).

La lógica deóntica -o sea, la lógica deductiva aplicada al campo normativo, al campo


práctico- no es útil para quien se interesa por el razonamiento práctico,
«porque olvida por completo los problemas presentados por los conflictos de razones
(...). Pero la principal tarea de la teoría de la razón práctica -añade Raz- es establecer lo
que tenemos (prima [acle] razones para hacer y cómo resolver los conflictos de razones
y establecer aquello que debemos hacer, tomando todo en consideración». La teoría de
Raz del razonamiento práctico se resuelve por eso en una teoría de las razones para la
acción, es decir, en una teoría sobre los diversos tipos de razones para la acción
existentes y los modos de resolver los conflictos entre esas razones. La teoría alcanza en
Raz niveles de gran abstracción, pero no es una teoría formal, o al menos no lo es en el
sentido de la lógica, en cuanto que desemboca en -o presupone- una determinada
filosofía moral y política.

c. La tercera concepción, la concepción pragmática o dialéctica, considera la


argumentación como un tipo de acción -o de interacción lingüística. La argumentación
es un acto de lenguaje complejo que tiene lugar en situaciones determinadas; en general,
podría decirse que en el contexto de un diálogo (con otro o con uno mismo), cuando
aparece una duda o se pone en cuestión un enunciado (de carácter teórico, práctico, etc.)
y se acepta que el problema ha de resolverse por medios lingüísticos (por tanto, sin
recurrir a la fuerza física o a otros tipos de presiones externas al discurso). La
argumentación es, pues, vista aquí básicamente como una actividad, como un proceso,
cuyo desarrollo está
regido por determinadas reglas de comportamiento (de comportamiento lingüístico) de
los sujetos que intervienen en la misma.
En síntesis, podría decirse que la argumentación, de acuerdo con esta tercera
perspectiva, consiste también en lenguaje, pero lo que aparece destacado es el aspecto
pragmático del lenguaje, y de ahí que la argumentación sea inconcebible haciendo
abstracción de los sujetos que argumentan. La argumentación avanza, es posible, en la
medida en que los participantes se van haciendo concesiones; inferir consiste aquí en el
paso de unos enunciados a otros mediante la aceptación, el consenso; para cada
interviniente en el proceso, funcionan como premisas los enunciados cuya aceptación
pueda darse por supuesta o por alcanzada en cada momento del proceso; y la conclusión
es lo que se pretende sea aceptado por el otro.
El hecho de que se trate de tres concepciones distintas de la argumentación no significa
exactamente que sean incompatibles entre sí. Más bien me parece que habría que
tratarlas como complementarias, en el sentido, por ejemplo, de que una teoría adecuada
de la argumentación jurídica no puede dejar de considerar ninguno de esos tres
enfoques. La razón es que el Derecho en cuanto práctica racional, y en particular el
Estado de Derecho, el Estado constitucional, presupone -o implica- no sólo valores de
tipo formal (ligados con la idea de previsibilidad), sino también de tipo material
(vinculados a las nociones de justicia o de verdad) y de tipo pragmático o político
(conectados a la noción de aceptación). Por 10demás, me parece que hay no pocas
cuestiones que se plantean en el ámbito de la argumentación jurídica y de la teoría del
Derecho, que podrían clarificarse teniendo en cuenta esas tres perspectivas: por
ejemplo, la distinción entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación;
el criterio de demarcación entre las buenas y las malas argumentaciones; la clasificación
de las falacias jurídicas, de los malos argumentos que parecen buenos y que con cierta
frecuencia se emplean en las diversas instancias de elaboración, sistematización y
desarrollo del Derecho; o la conexión entre las teorías de la argumentación y de la
interpretación jurídica.

1.2. EL ROL DEL LENGUAJE EN LA ARGUMENTACIÓN


El trabajo científico del jurista depende en gran medida del lenguaje utilizado en las
fuentes de consulta y en el que se expresan tanto los textos normativos como
la doctrina. Hoy en día la mayoría de las teorías interpretativas parten de que el derecho
es un fenómeno lingüístico.

Sustentar una hipótesis o analizar una disposición normativa es una labor que está
estrechamente relacionada con su interpretación en primer lugar y con su justificación
posteriormente. Es en esta segunda parte en donde entran en juego los argumentos.
Argumentar es ofrecer razones, y éstas se presentan también en un lenguaje. El proceso
de argumentación es ante todo la explicación de las razones que sustentan una opinión,
una crítica o una conclusión respecto del sentido de un texto.

Por ello conviene analizar la relación entre el lenguaje y el derecho, así como el
lenguaje en el que se expresan los enunciados normativos, y las normas que constituyen
sus significados. Los juristas se distinguen por un cuidadoso uso del lenguaje ordinario,
además de la precisión con la cual utilizan los términos técnicos propios del derecho.
Un buen jurista, al igual que un buen investigador, se encuentra comprometido a
emplear correctamente la lengua en la que se expresa y a seguir sus reglas gramaticales.

El derecho mismo es actualmente considerado como el lenguaje de las conductas


debidas, que se expresan mediante enunciados lingüísticos. Concebir al derecho como
un lenguaje especial requiere del entendimiento previo de su funcionamiento, cuestión
que corresponde explicar a la teoría del derecho, ya que en la comprensión del derecho
pueden presentarse problemas de índole lógica, como son los sistemáticos y los
dinámicos.

Los problemas de sistematización derivan del hecho de que el derecho no es un mero


conjunto de normas, sino un sistema, por lo que en el análisis e interpretación conviene
tomar como guía los elementos que se consideran como propiedades formales del
sistema jurídico: la coherencia, la consistencia, la completitud y la independencia de sus
normas. La falta de completitud se refleja en el problema de las lagunas, casos en que
parece que el derecho no indica una solución que debía haber previsto, por lo que se
tiene que integrar mediante interpretación.

Se puede hablar de incoherencia en cambio cuando uno o más casos son solucionados
en forma diversa e incompatible. El problema de las
contradicciones es que lleva a la desobediencia del derecho. Los problemas dinámicos
se derivan del hecho de que el derecho es un sistema dinámico, sujeto a cambios en el
tiempo, que se encuentra en proceso constante de evolución mediante la creación y
derogación.

El derecho, sin embargo, se expresa mediante un lenguaje natural, por lo que sus
enunciados con frecuencia pueden ser oscuros, vagos o ambiguos. Los enunciados
jurídicos que no son claros requieren de interpretación. Diversos problemas lingüísticos
se derivan del hecho de que el derecho se expresa mediante un lenguaje natural y están
relacionados con la vaguedad (sintáctica y semántica) y la ambigüedad (actual o
potencial) de los términos, así como oscuridad de los enunciados mal formulados.

Los enunciados normativos se caracterizan por su abstracción y generalidad, lo cual


produce otras formas de ambigüedad y vaguedad que se suman a las de las palabras
utilizadas. La tarea interpretativa va unida a la de la justificación de la elección o
atribución de significado, por lo que la línea divisoria entre la interpretación y la
argumentación es tenue; son actividades correlativas.

La estrecha relación entre el lenguaje y el derecho hace necesario el análisis de las


expresiones lingüísticas que emiten los juristas, así como aquellas mediante las cuales
se expresan las normas. Las expresiones normativas de carácter prescriptivo que
expresan un deber ser constituyen el lenguaje jurídico. El lenguaje jurídico es aquel en
el que se formulan los textos jurídicos; su análisis se puede realizar en cualquiera de los
tres niveles: semántico (de significado), sintáctico (de estructura) y pragmático (de uso).

Aunque se puede decir que el derecho se integra por normas, vale la pena distinguir
desde la perspectiva semántica tres objetos de análisis distintos:

a. la norma jurídica que es una forma de deber ser, y se manifiesta como un


enunciado deóntico que expresa una obligación, un permiso o una prohibición
(el lenguaje normativo),

b. el enunciado normativo que se identifica con la formulación lingüística de la


norma (el metalenguaje en que se expresa la autoridad competente y que tiene
fuerza vinculante), y
c. la proposición normativa que expresa algo sobre el enunciado normativo (el
meta-meta-lenguaje que en general es utilizado por los científicos para describir
el derecho).

Los textos jurídicos, en virtud de su calidad de lenguaje especial, permiten en general


interpretaciones distintas, pero las alternativas semánticamente posibles no
necesariamente son equivalentes. Optar por un significado específico de entre las
posibilidades viables requiere de la justificación de dicha elección. El reto radica en dar
las mejores razones para que la interpretación hecha sea aceptada como válida.

1.3. LA INTERPRETACIÓN
El investigador no solamente tiene que identificar el material, sino tomar decisiones
sobre su significado, tanto de la doctrina como de los textos normativos. Existen, sin
embargo, distintos tipos de indeterminación, que puede ser de orden semántico,
sintáctico o pragmático, dependiendo del origen del problema. Kelsen consideraba que
las normas jurídicas podían concebirse como marcos abiertos a la interpretación. Esta
posibilidad deriva de su indeterminación. No obstante, el enunciado normativo, como
texto, constituye un límite de la interpretación, dado que no se debe forzar el significado
de los términos que lo conforman.

La indeterminación de las normas jurídicas se produce en primera instancia por el


lenguaje natural en que se expresa el derecho, pero también se deriva de su naturaleza
dinámica, como ya se señaló. Mediante la interpretación y la justificación de los
significados atribuidos, la indeterminación de las normas ha de ser superada. Para ello
se pueden seguir los métodos propuestos por la doctrina o los previstos en los sistemas
jurídicos para las leyes. Para poder cumplir con su función directiva, los enunciados
normativos deberían ser claros y coherentes; esto es, comprensibles, con el fin de poder
considerar como ciertos tanto su significado como su aplicación.

Wróblewski señala que el término “interpretación jurídica” posee varios significados, y


que en su sentido más amplio se refiere a la adscripción de significado normativo a una
norma-formulación. La interpretación es la actividad realizada en el proceso de
explicación del derecho, dado que la opinión de un estudioso o un observador no es
vinculante. La función del científico es
puramente cognoscitiva, por lo que el carácter de la investigación es meramente
descriptivo.

En general, se distingue la interpretación según el sujeto que la realiza en interpretación


judicial (ligada a la aplicación del derecho), auténtica (por el órgano competente),
operativa, doctrinal o científica (objetivos cognoscitivos), aunque en realidad existen
diversas clasificaciones.

Según Guastini, la interpretación doctrinal y operativa (por órgano jurídico) tienen


distinto sujeto y también distinto objeto; la interpretación doctrinal analiza el lenguaje
normativo y explica, es abstracta y orientada por el texto, produce un enunciado
sinónimo al que interpreta. La interpretación operativa analiza el lenguaje de la
experiencia normativa, y su fin es la comprensión; es “concreta” en la medida en que se
refiere a un problema específico, y se puede considerar orientada por los hechos; el
resultado es un enunciado normativo.

En la interpretación de los textos legales se presentan diversos problemas derivados del


hecho de que las normas son el significado de un tipo de enunciados, y la actividad
interpretativa tiene por objeto determinar el significado de las normas. La interpretación
no crea, sino que identifica y delimita el significado de la norma, es creativa cuando
existe la potestad expresa para ello, como en el caso de las lagunas.

La interpretación de enunciados normativos, ya sea en abstracto o en concreto, precisa


el significado a la luz del sistema jurídico; la interpretación del derecho cuando es
doctrinal está orientada a las instituciones, mientras que la interpretación operativa se
orienta a los hechos o problemas a resolver. La interpretación jurídica en última
instancia implica la reconstrucción del material jurídico y busca la unidad del derecho,
ya que su finalidad es cognoscitiva.

La interpretación doctrinal, cuando es realizada por los juristas, se caracteriza por no ser
obligatoria. Para Wróblewski, la interpretación doctrinal es propia de la dogmática
jurídica, y consiste en la sistematización del derecho válido; su resultado son
enunciados que determinan los significados lingüísticamente posibles, de entre los
cuales el jurista elige uno. Según Alexy, la interpretación por parte de los no expertos es
una forma común de interpretación jurídica sin efectos vinculantes.
La interpretación jurídica es un caso especial de la interpretación, una especie del
género “interpretación”, que como tal comienza con una duda y termina con la elección
de una de las posibles alternativas de significado. El objetivo es la comprensión del
significado de expresiones lingüísticas. Se hace necesaria cuando estas expresiones
permiten varios significados, y no hay certeza en cuanto al significado correcto.

La interpretación jurídica es por lo tanto la interpretación de enunciados normativos


cuyo significado no es evidente. Cuando se realiza con motivo de la aplicación de una
norma, esto es, de la solución de un caso, Wróblewski la denomina “operativa”.

1.4. CONEXIÓN ENTRE INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN


La interpretación puede ser entendida como argumentación en la medida en que la
fundamentación constituye un proceso que se da mediante dos etapas:

a. La tarea psíquica de descubrimiento del significado de la norma, y;

b. La tarea argumentativa de justificación. La interpretación como resultado tiene como


efecto la determinación del significado de una norma jurídica, la modificación del orden
jurídico y la delimitación de las posibilidades de su aplicación.

El proceso interpretativo, por lo tanto, consta de dos etapas, una que se podría decir que
se ubica en el contexto del descubrimiento, puesto que se refiere a la determinación de
las alternativas de significado posibles, para lo cual se requiere un método, y la otra, que
se refiere a la elección de la alternativa, que se considera como correcta o más apta
respecto del texto interpretado, y que la mayoría de los autores denominan como
contexto de la justificación.

Esta última etapa implica la realización de un acto de voluntad que se ubica en un


espacio de determinación discrecional, por lo que la actividad del intérprete queda fuera
de control y puede parecer un acto arbitrario cuando la decisión no se justifica
debidamente. La forma de las razones son los argumentos, los cuales se explicitan en el
texto científico.

Robert Alexy enfatiza la conexión entre la interpretación y la argumentación, ya que la


fundamentación es un proceso cognoscitivo en su primera parte y de justificación en la
segunda. La primera incluye el proceso de reconstrucción
sintáctica, así como la determinación semántica del enunciado normativo. Desde el
punto de vista material, es posible afirmar, como hace Alexy, que la interpretación se
identifica con la argumentación, dado que el significado elegido como correcto ha de
ser justificado.

Formalmente, la interpretación auténtica, a diferencia de la doctrinal, al determinar el


significado de un enunciado normativo, crea o recrea una norma mediante el
procedimiento previsto en la ley, y por lo tanto, se integra al enunciado
normativo como su significado.

Alexy señala que en relación con el proceso de interpretación jurídica debe considerarse
la estructura del entendimiento especialmente en relación con los círculos de la
hermenéutica. En el marco de la jurisprudencia debe distinguirse entre tres tipos de
círculos hermenéuticos: el primero se ocupa de la relación entre la comprensión previa y
el texto. La comprensión previa es una hipótesis; a este círculo corresponde el
“postulado de la reflexión”.

En el segundo, se determina la relación entre la parte y el todo; esto es, la comprensión


de la norma en función de la comprensión del sistema jurídico, donde el problema
radica en el establecimiento y preservación de la unidad y coherencia del sistema, que
es tarea de la interpretación sistemática; a este círculo corresponde el “postulado de la
coherencia”.

El tercer círculo se ocupa de la relación entre la norma y los hechos, en el cual se


establece la relación entre lo abstracto-universal del supuesto de hecho previsto en el
enunciado normativo, y lo concreto-individual de los hechos a los que la norma debe ser
aplicada. En esta fase deben tomarse en consideración todos los elementos de la norma
y todas las circunstancias del hecho, por lo que el postulado que sostiene este círculo es
el “postulado de la completitud”. Para Alexy, la teoría de los círculos hermenéuticos es
relevante en la medida en que estos postulados tienen el estatus de postulados de
racionalidad.

Para Aarnio, el razonamiento jurídico, concepto que incluye tanto la interpretación


doctrinal como la decisión judicial, puede abordarse desde tres perspectivas: 1. de la
descripción heurística (contexto del descubrimiento), que dice cómo se identifica la
respuesta; 2. de la explicación causal o intencional, que se refiere al porqué de las cosas,
y 3. del aspecto justificatorio (contexto de
la justificación), que explicita las razones. Para él, el aspecto más importante del
proceso interpretativo es la justificación, y considera que la interpretación y la
justificación son dos tareas que se relacionan intrínsecamente. Según Aarnio, las
razones usadas en la argumentación jurídica son fuentes del derecho cuando son
utilizadas para justificar una interpretación jurídica.

Siguiendo a Peczenik, éste las divide según su obligatoriedad en obligatorias,


débilmente vinculantes y fuentes permitidas. Las fuentes del derecho son razones para
las decisiones jurídicas de dos tipos: fuentes autoritativas o razones de derecho, y
fuentes sustantivas o fuentes materiales del derecho. Aarnio señala que la fuerza
justificatoria de una razón material radica en su contenido, y que siempre debe estar
vinculada con un texto legal.

La validez de las premisas se acepta como dada, y tiene la siguiente forma:

 — Primera premisa o base normativa; esto es, la disposición jurídica que se debe
aplicar, y que se conoce como premisa normativa,

 — Segunda premisa, que refiere los hechos y constituye la premisa fáctica,


y

 — Conclusión, que individualiza la norma y constituye la decisión jurídica sobre


la aplicación y significado de la norma.

La decisión se puede alcanzar de dicha forma, o reestructurar posteriormente en el modo


silogístico; sin embargo, la justificación interna es independiente de la forma en que ha
sido alcanzada; esto es, del contexto del descubrimiento. La estructura del razonamiento
jurídico incluye, según Aarnio, las premisas, las reglas de inferencia válidas en el
sistema jurídico correspondiente, y los valores para lograr la interpretación.

No obstante, vale la pena señalar que la dificultad de la interpretación no radica en si la


conclusión se sigue lógicamente de las premisas o no, sino en la elección de las
premisas y su contenido, en la elección de los principios adecuados de inferencia o los
valores básicos utilizados en la interpretación.

Estas cuestiones deben quedar reflejadas en la justificación externa para poder


considerar la aplicación de la norma y el significado atribuido como debidamente
justificado.
1.5. TIPOS DE ARGUMENTOS
Según Alexy, la función de estos métodos consiste en fundamentar la interpretación, y
se pueden organizar en seis grupos: semántico, genético, sistemático, histórico,
comparativo y teleológico, los cuales constituyen bases distintas de formas de
argumentos, de modo que las reglas de justificación externa, o formas de argumentos,
pueden clasificarse según su objeto. Así, por ejemplo, las de interpretación jurídica se
refieren a los enunciados normativos; las de la argumentación dogmática, a la
dogmática jurídica; las del uso de los precedentes, al precedente judicial; las de la
argumentación práctica en general, a la razón; las de la argumentación empírica, a los
hechos, y finalmente existen las reglas que tienen por objeto las formas especiales de
argumentos jurídicos.

Las estrategias ampliadas de clasificación, en cambio, pretenden incluir todos los


argumentos, y los subdividen en cuatro categorías: los lingüísticos, los genéticos, los
sistemáticos y los argumentos prácticos generales. Los argumentos lingüísticos se
dividen en argumentos semánticos y sintácticos. Los semánticos se refieren al
significado de las expresiones utilizadas, las cuales pueden tener un significado de uso
común o técnico. La regla de uso es que generalmente prevalece el uso común, salvo
cuando se trate de una materia especial que requiera de términos técnicos.

El argumento semántico puede determinar si los hechos son subsumibles en la norma o


no. Estos argumentos no siempre llevan a una respuesta, sino que solamente dicen si un
concepto es vago, ambiguo o evaluativamente abierto, y, por lo tanto, los hechos caen
en dicho ámbito semántico. El resultado de la interpretación semántica es la
determinación de la existencia de un problema que se resuelve con la ayuda de otros
tipos de argumentos.

Se utilizan argumentos semánticos cuando la interpretación se hace en función del


lenguaje; aquéllos indican si una interpretación es semánticamente admisible o no, o
bien sirve para identificar un problema de lenguaje; en general, contienen enunciados
sobre la validez de reglas semánticas. Los argumentos sintácticos, en cambio, se dirigen
a la evaluación de la estructura gramatical o formal del enunciado normativo. Para la
teoría de la argumentación son secundarios en relación con los semánticos; no obstante,
para la interpretación son de gran relevancia, pues no se reducen a la determinación del
significado de los
conectores a la puntuación, sino que sirven para reconstruir el enunciado en su forma
ideal e identificar los elementos de la norma. Constituye el primer paso para identificar
la norma prevista en un enunciado y su carácter deóntico, a partir del cual se pueden
identificar el sujeto normativo y las consecuencias jurídicas.

II. CONSTRUCCIÓN DE ARGUMENTOS

Muchas veces en las universidades se enseña al alumnado la teoría, pero no cómo


defenderla ante un juez. Existe una carencia por parte de los abogados recién
incorporados al ejercicio profesional. No conocen las técnicas de argumentación
jurídica y, si las conocen, pocas veces las han puesto en práctica

Una de las opciones para solucionar este problema sería tomar un curso de maestría de
argumentación jurídica. De este modo, el futuro profesional puede paliar la falta de
formación con una maestría justo en la parte de su carrera que menos domina, a la hora
de pasar a la acción frente a un Juez.

El recién colegiado, no debería porque temer ni avergonzarse de este pequeño defecto,


ya que es muy común a casi la práctica totalidad de los estudiantes que salen de la
facultad. El argumento jurídico no suele ser la mejor de sus virtudes profesionales y
deben realizar preparaciones extras para poder afrontar lo que es una necesidad a la hora
de desarrollar su profesión.

Es necesario que las facultades acaben con el enfoque que dan a la carrera de abogacía.
En la actualidad se centran en conocer todo acerca de las normas jurídicas. Desde qué se
prohíbe hasta cómo se interpretarán las leyes y normativas. Lo que ordenan, a qué
autorizan, cómo facultan… pero ¿cómo se usan? ¿Cómo puede un letrado emplear toda
esa teoría en su defensa práctica?

Por lo general, este aprendizaje suelen hacerlo los abogados por su cuenta, empleando
mucho tiempo y gran cantidad de esfuerzo. Afortunadamente ahora existen algunos
recursos, como son los cursos centrados en el problema que se mencionó anteriormente,
que brindan algunos centros académicos, o en alguna ponencia.

No obstante, podemos hacer un repaso de algunos tips esenciales para que el abogado
sepa reconocer algunas técnicas de argumentación jurídica.
Un buen argumento resulta fundamental para que un letrado pueda defender su causa de
una manera apropiada y convincente. Está formado por una serie de herramientas
técnicas que le permiten acercar el hecho al tribunal y a la otra parte.

2.1. TÉCNICAS DE ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

a. EL TRIBUNAL TIENE QUE ESCUCHARNOS

La sobrecarga de trabajo de los tribunales de Justicia es evidente. De hecho, es una


queja de viva voz por parte de abogados y jueces, que sienten que pasan horas y horas
trabajando y, sin embargo, afrontan una acumulación escandalosa de casos por resolver.

Esta es una de las razones por las que, en ocasiones, las lecturas se realizan con prisas,
de manera somera y, a veces, delegando. Según algunos profesionales, muchos jueces
acaban fallando juicios cuya argumentación ha sido sintetizada por los secretarios
judiciales.

Esta es la razón por la que resulta de vital importancia conseguir que el juez nos oiga y
podamos tener la oportunidad de mostrarle nuestros documentos y hacerle caer sobre
algunas pruebas.

b. EL TRIBUNAL DEBE ENTENDERNOS

No hay más alternativa para un letrado que transmitir su mensaje de manera eficaz. No
se precisa de una técnica muy complicada, en realidad hablamos de ciertos requisitos
simples que nos pueden ayudar a llegar al tribunal:

 Usar un estilo sencillo y claro. No cansar con grandes peroratas. Es importante


ser breve y hablar concisamente.

 Ser capaz de transmitir el conflicto de manera precisa y, en la medida de lo


posible, sin tener que acudir a demasiados tecnicismos. La exposición de un
abogado debe ser clara y entendible.

 Realizar una presentación de los argumentos muy ordenada, donde puedan


distinguirse a simple vista los principales y los secundarios. Ser capaz de hacer
hincapié en los argumentos principales. Para ello es bueno que, también por
escrito, seamos capaces de usar los signos de
puntuación, los títulos y los subtítulos para hacer énfasis en nuestra
argumentación.

 Acostumbrarnos a preparar dos exposiciones sintéticas de nuestra postura. La


primera se realizará al principio, de manera que queden claras las cuestiones que
deseemos demostrar. La segunda se llevará a cabo al final, de manera que sirva
de resumen sobre los hechos que, a nuestro juicio, quedan demostrados con
nuestra exposición.

 Intentar realizar un argumento jurídico que parta de una idea sencilla, que
iremos adornando con los hechos supletorios de manera progresiva. Tenemos
que ser persuasivos.

c. PONERNOS EN LA OTRA PARTE

Es importante que hagamos un ejercicio de reflexión e intentemos ponernos en el lugar


del juez y del abogado de la otra parte. De esa manera podremos comprender cómo
podrían argumentar y anticiparnos a ello.

No es adecuado que nos revistamos de todo el apasionamiento del mundo, dejando de


lado la objetividad. Hay que mantener la calma y la mente fría para poder discernir
adecuadamente y realizar una defensa idónea y profesional.

Si somos capaces de observar nuestra situación desde otros puntos de vista,


conseguiremos que nuestra argumentación se vea muy reforzada. De este modo
resultará más fácil persuadir al tribunal y convencerlo de que tenemos un mejor
razonamiento que la parte contraria.

Para lograrlo es preciso un estudio a fondo de lo que pretende la otra parte y en qué se
basa para conseguirlo. De este modo sabremos hasta qué punto sus hechos están
probados y en qué medida están sus pretensiones respaldadas por la norma.

d. OBVIAR LO QUE NO PODEMOS DEMOSTRAR

Es absurdo perder el tiempo en asuntos o partes del caso sobre los que no tenemos
ningún control por falta de pruebas, tanto de hecho como de derecho. Sin embargo,
debemos volcarnos y no ceder en lo que, tras analizar la situación de manera rigurosa,
nos sentimos cargados de seguridad y razones bien justificadas.
e. SEGUIR EL PRECEDENTE

Es importante que a la hora de argumentar nuestra posición y mostrar la solución al


caso, nos acerquemos todo lo posible a lo que ya dice la jurisprudencia. Los jueces son
propensos a tener muy en cuenta los precedentes. De este modo intentan dirimir de la
misma manera para todos los casos similares, así que no está de más reforzar nuestra
argumentación con algunos casos similares fallados a favor.

2.2. ELEMENTOS DE LA ARGUMENTACION


 Objeto: Es el tema sobre el que se argumentará. Puede serlo la situación política
actual, el tráfico de las ciudades coma el examen de la selectividad el incremento
de la violencia urbana.
Es aquello sobre lo que argumentamos, debe ser debatible, presentar cierto grado
de polémica que permita la confrontación de opiniones.
 Tesis: Es la idea fundamental en torno a la que se reflexiona puede aparecer al
principio o al final del texto y ha de presentarse clara y objetivamente puede
cerrar en sí varias ideas, aunque es aconsejable que no posea un número decisivo
de ellas pues provocaría la confusión del receptor y la defensa de la misma
entrañaría mayores dificultades.
 Cuerpo: Que a su vez se compone de la argumentación propiamente dicha y de
la refutación siendo la primera necesaria mientras que la segunda no necesaria,
despliega la idea o ideas que se pretende demostrar desde dos perspectivas: una
de defensa de ellas y otra de refutación contra previsibles obsesiones esta última
actitud no es necesario que esté presente pero sí.
 Argumentación: una vez expuesta la tesis, comienza el razonamiento en
sí, es decir se van ofreciendo los argumentos para confirmarla o
rechazarla.
 Refutación: se demuestra la falsedad de ideas contrarias a la defendida
en la tesis puede hacerse de una tesis admitida o de las posibles
objeciones que podría hacer el adversario a un argumento concreto.
 Conclusión: El autor en su demostración reflexiona sobre el tema desde todos
los ángulos hasta llegar al objetivo deseado que se ofrece como conclusión a
menudo anunciada al comienzo del escrito.

III. REGLAS Y PRINCIPIOS DE LA ARGUMENTACIÓN


3.1. LAS REGLAS FUNDAMENTALES
Las reglas fundamentales se denominan así, porque ellas constituyen una condición
básica para la comunicación lingüística humana en general. Cuatro son los principios
recogidos en ellas

i) El principio de no contradicción, que nos remite a las reglas de la lógica


clásica y la lógica deóntica, y según esta, los hablantes no deben
contradecirse, en ese sentido, la necesidad de no contradecirse es una regla
general de todo discurso sea científico o moral.

ii) La regla de la pretensión de sinceridad, según la cual, el hablante solo debe


afirmar aquello que el mismo cree, este regla trata de asegurar la sinceridad
en la discusión racional y es fundamento de toda comunicación lingüística,
habría que decir, además, que no es necesario demostrar la sinceridad, pero
hay que tener por lo menos una pretensión de sinceridad mientras se discute,
de lo contrario, como lo señala Alexy, no sería ni siquiera posible el engaño,
pues este último presupone una regla que exija la sinceridad.

iii) El principio de univocidad o de uso común del lenguaje, que presupone que
las expresiones que se usan en el marco de la discusión racional, no se usan o
significan cosas diferentes para uno y para otro hablante, y adicionalmente,
que el uso del lenguaje se hace de forma clara y con sentido, Alexy lo
enuncia diciendo que, distintos participantes no pueden utilizar una misma
locución con significados distintos.

iv) El principio de universabilidad, según el cual, si uno de los participantes


atribuye un predicado X a un objeto Z, y existe otro objeto que tiene las
mismas cualidades o atributos de Z, debe estar presto a aplicar el predicado
X a ese nuevo objeto. Según Alexy este principio presupone la exigencia de
estar dispuesto a actuar siempre coherentemente, y cuando se aplica a
situación que involucren
valoraciones, indica que el participante en el dialogo racional, solo puede
afirmar aquellos juicios valorativos o de deber que esté dispuesto a invocar
en todas aquellas situaciones, en las que los aspectos relevantes de la misma,
las convierta iguales o equiparables.

3.2. LAS REGLAS DE LA RAZÓN


Estas reglas definen las condiciones de racionalidad del discurso. Podría decirse que en
realidad las reglas de la razón es una regla subdividida en tres, una regla que podría
denominarse:

3.2.1. Regla general de fundamentación.


Esta regla puede enunciarse diciendo que quien participa de un discurso debe estar
dispuesto a dar razones cuando se le pide que fundamente lo que afirma a menos que
pueda dar razones que justifiquen su negativa o su rechazo a una fundamentación.

La anterior regla se apoya en que los discursos prácticos, como los que surgen en el
mundo normativo, tienen un carácter persuasivo, en ellos se trata de justificar una
aserción apoyados en razones, pues quien afirma algo no busca informar a su o sus
interlocutores en lo que él cree, sino que quiere persuadirlo de que lo que él cree es
correcto (o verdadero en el caso del discurso teórico- científico) y que por lo mismo es
fundamental. Alexy señala, que la pretensión de fundamentabilidad no establece que el
hablante deba dar una razón justificativa en todo momento y frente a cualquiera.

Habíamos señalado anteriormente que la regla de fundamentación se subdivide en tres


subreglas que podríamos denominar:

i) Principio de igualdad de las partes, que quien pueda hablar pueda tomar
parte en la discusión, esta exigencia presupone que quien intenta
fundamentar una aserción en el marco de un diálogo racional está dispuesto a
aceptar a su interlocutor y a cualquier otro como parte en la fundamentación.

ii) Principio de universalidad, esta segunda subregla, debe distinguirse del


principio de universabilidad señalado anteriormente, y que tiene que ver con
la posibilidad de generalizar el argumento a un objeto que cumpla con los
atributos de otro o que sea igual o equiparables; esta
en cambio, pretende garantizar la libertad de discusión y tiene que ver con la
posibilidad de un discurso abierto a todos. Según Alexy esta subregla
requiere, para su operatividad, que se cumplan tres exigencias a saber:

Cualquier participante puede problematizar cualquier aserción

Cualquier participante puede introducir cualquier aserción en el discurso

Cualquier participante puede expresar sus deseos, opiniones y necesidades.

iii) No coerción, puede enunciarse diciendo que a ningún hablante puede


impedírsele ejercer los anteriores derechos mediante la coerción interna o
externa al discurso. Esta última subregla es la condición de posibilidad de las
anteriores reglas.

3.2.2. Las reglas sobre la carga de la argumentación


Estas reglas tienen como propósito facilitar la argumentación y tienen un carácter
fundamentalmente técnico. Para Alexy estas reglas se justifican casi de forma
intuitiva. Las anteriores reglas se refieren al problema de la fundamentación de las
aserciones, las reglas de la carga de la argumentación operan cuando en el marco del
diálogo racional surgen dudas o cuestionamientos en relación con una aserción.

Una de las reglas del discurso es que cualquiera puede problematizar cualquiera
aserción, sin embargo, ellos plantea según Alexy, la cuestión en relación a la
extensión y los límites de la carga de la argumentación o de la fundamentación pues
hasta donde está obligado un hablante a seguir argumentando, mientras su
interlocutor se dedica a repetir mecánicamente.

i) La primera regla sobre la carga de la argumentación, guarda relación con el


principio de generalizabilidad o universabilidad anteriormente mencionados,
podría enunciarse de la siguiente manera:

“Si un hablante pretende o quiere tratar a una persona X de manera distinta a


Z está obligado a fundamentarlo” porque las reglas de la razón incorporan
una presunción a favor de la igualdad.

ii) La segunda regla


“Si se ataca una regla o una norma que se tiene o se presupone verdadera o
válida por la comunidad de hablante, debe fundamentarse o dar razones de
porqué se debe desconocer la norma o atacar otra”. Ataca una proposición o
una norma que no es objeto de la discusión debe dar una razón para ello.

iii) La tercera regla, trata de fijar los límites del deber de dar razones y se
formula así:

“Un hablante, que ha invocado un argumento, solo está obligado a proponer


o dar más razones o argumentos en caso de que existan contra argumentos”.
Si ello no fuese así al interlocutor se le acabarían pronto los argumentos.

Dentro de las reglas que fijan los límites en la carga de la argumentación, encontramos
una última regla relacionada directamente o que es complemento de la regla de la razón,
que permite que los hablantes introduzcan en cualquiera momento de la discusión tantas
aseveraciones o acotaciones sobre sus deseos, opiniones y necesidades. Ello puede
generar, que en cualquier momento de la discusión, un participante introduzca un
comentario que no guarde relación alguna con el problema relevante discutido. Según
Alexy, no es necesario excluir de plano tal comentario, si solo se dan de manera
esporádica y no tienen como objeto perjudicar u obstaculizar la discusión.

En consecuencia, Alexy propone la regla que exige a quien introduce en el discurso una
aserción sobre sus deseos, opiniones o necesidades que no se considere relevante en
relación con el problema discutido, debe, si se le pide, justificar o fundamentar por qué
introdujo tal afirmación.

3.2.3. Las reglas de fundamentación


Estas reglas precisan ciertas características de la argumentación práctica y regulan la
manera como, a través de las diversas formas del discurso, se pueden llevar a cabo
estas.

El primer subgrupo de estas, se extraen del PRINCIPIO DE UNIVERSABILIDAD O


GENERALIZABILIDAD, del cual son variantes o modalidades:
Primera. -Afirma que si alguien dice estar de acuerdo con las consecuencias que una
regla establece para otro, debe igualmente estar de acuerdo en aceptar dicha regla, en el
caso hipotético en que él se encontrara en la misma situación de aquella persona.

Segunda. -Afirma que las consecuencias de cada regla deben poder ser aceptadas por
todos, o si se quiere, que cada uno debe poder estar de acuerdo con cada regla. Este
principio presupone que se admiten y cumplen las reglas de la razón, pues si todos
deliberan en igualdad de derechos, solo son susceptibles de acuerdo general, aquellas
proposiciones normativas que presuponen reglas que cada uno pueda aceptar.

Tercera. – Toda regla debe poder enseñarse en forma abierta y general.

No obstante, este subgrupo de reglas, no es aún prenda de garantía de que se logrará un


acuerdo raciones, a menos que las reglas morales que sirven de fundamento o base al
hablante, por una parte, pasen la prueba de su génesis histórico- crítica, lo que sucede
caso si, aunque originariamente se pudo justificar racionadamente, posteriormente ha
perdido su justificación, o si originariamente no se pudo justificar racionalmente y
actualmente tampoco; y por otra, pasen la prueba de su formación histórico individual,
lo que sucede si se ha establecido sobre la base de condiciones de socialización no
justificables.

Finalmente, una última regla de fundamentación puede enunciarse diciendo que en toda
discusión racional que involucra argumentos prácticos debe respetarse los límites de la
realizabilidad, ello es, que los resultados que se obtengan como parte del acuerdo
racional deban poder ser llevados a la práctica.

3.2.4. Las reglas de transición


Lo normal es que en el ámbito de la argumentación práctica surjan problemas que no
pueden ser resueltos por medios del discurso práctico, sea porque se trate de una
cuestión puramente fáctica (hechos), o de problemas lingüísticos (comunicativos), en
estos casos, se hace necesario poder pasar a otras formas de discurso distintas a la
argumentación práctica, de allí que la teoría del discurso racional proponga que para
cualquiera hablante y en cualquier momento es posible pasar a un discurso teórico, un
discurso de análisis del lenguaje o un discurso de teoría del discurso.
El discurso jurídico es un caso especial del discurso práctico general porque en él se
discuten problemas prácticos, estas discusiones involucran una pretensión de corrección
y tienen lugar dentro de determinadas condiciones de restricción pues las proposiciones
normativas deben estar fundamentadas racionalmente dentro de las limitaciones que
establecen la ley, el precedente y la dogmática jurídica, lo que lo hace especial frente a
otros tipos de argumentación.

Los discursos jurídicos buscan justificar un tipo especial de enunciados normativos, es


decir, las decisiones jurídicas. Alexy distingue dos formas de justificación, la
justificación interna y la justificación externa.

3.2.5. Reglas de la justificación interna y externa


Justificación interna. - El punto de partida de la justificación interna son las premisas,
las cuales en la decisión judicial vienen a ser la premisa normativa y la premisa fáctica.
La premisa normativa debe tener un supuesto normativo, una consecuencia jurídica y
ser válida conforme al ordenamiento jurídico.

La premisa fáctica es una afirmación acerca de aquello que aconteció en el plano de los
hechos.

Se ha expresado entonces, que la justificación interna hace alusión a un procedimiento


de tipo deductivo, en el cual se parte de una premisa mayor, una premisa menor y se
obtiene una conclusión, lo cual implica que la premisa mayor viene a coincidir con una
norma jurídica, la premisa menor con los hechos, y la conclusión con la sentencia
judicial. Ahora bien, la sentencia judicial estará argumentada racionalmente, desde el
punto de vista de la justificación interna si existe reciprocidad lógica entre las premisas
y la decisión. Por ende, si dicha relación se presenta de manera adecuada la
argumentación ganará en calidad y racionalidad; si no es así la argumentación jurídica
pierde solidez.

También se dice que la justificación interna es la justificación de una conclusión de una


inferencia o cuestión de lógica deductiva.

Justificación externa. - Tiene que ver con la forma como justificamos las premisas
usadas en la justificación interna. Estas premisas pueden ser de tres clases:

Reglas de derecho positivo, cuya justificación está orientada a mostrar la validez de


estas de acuerdo con los criterios del ordenamiento jurídico.
Enunciados empíricos, se fundamentan apoyados en los métodos de las ciencias
empíricas, las máximas de presunción racional y las reglas procesales de la carga de la
prueba.

Premisas que no son ni reglas de derecho positivo ni enunciados normativos y cuya


fundamentación requiere de la argumentación jurídica, ello es a las formas y reglas de la
justificación externa.

3.2.6. Reglas de la argumentación dogmática


Para Alexy, la dogmática jurídica está constituida por una serie de enunciados que
surgen en el marco de las discusiones de una ciencia jurídica institucionalizada sobre las
normas establecidas y a la aplicación del derecho. A pesar que entre enunciados y
normas debe existir una relación de coherencia mutua, los primeros no tienen un
carácter descriptivo sino normativo.

La dogmática jurídica cumple las funciones: i) De estabilización, debido a que los


enunciados dogmáticos permiten establecer y reproducir en el tiempo formas de
soluciones a cuestiones prácticas, ii) De progreso, en la medida en que permite ampliar
las discusiones en lo temporal, objetual y personal, iii) De descarga, pues los enunciados
ya aceptados pueden invocarse sin necesidad de tener que discutirlos nuevamente, iv)
Técnica, en razón a que la presentación unificada y sistemática de las normas de
derecho desarrolla no sólo una función de información además promueve la enseñanza
y transmisión del derecho, v) De control, ya que al permiten decir los casos, no de
manera asilada sino en relación con otros casos ya decididos o por decidir, los
argumentos dogmáticos incrementa el grado de eficacia del principio de universabilidad
y la justicia, vi) Heurística, porque los argumentos dogmáticos contienen modelos de
solución y sugieren nuevas preguntas y respuestas.

Finalmente, una visión meramenta instrumentalista de la dogmática jurídica posibilita


un uso incorrecto de la misma, como cuando se usa para encubrir los verdaderos
motivos, de allí que Alexu propugne una argumentación dogmática cuyos enunciados se
fundamenten en últimas en el discurso práctico general. Guarda relación con una de las
reglas sobre la fundamentación y comprobación de los enunciados dogmáticos, según la
cual, cuando un enunciado es puesto en duda, debe fundamentarse, al menos,
apoyándose en un argumento práctico de tipo general.
3.2.7. Reglas sobre el uso del precedente
La argumentación por el precedente guarda relación con la anterior forma de
argumentación dogmática. El uso de los precedentes está justificado desde la teoría del
discurso porque puede considerarse una extensión del principio de universalización y de
la regla de justicia formal que exige tratar de igual manera a lo igual. No obstante, la
obligación de seguirle precedente no es imperiosa, pero en caso de que ello suceda, la
carga de la prueba se traslada a quien quiera apartase de este. En ese sentido el
precedente nos remite al PRINCIPIO DE INERCIA que, según Perelman, estipula que
una decisión solo puede ser cambiada si pueden aducirse razones suficientes para ello.

Las reglas generales del uso del precedente según Alexy pueden enunciarse diciendo
que: i) cuando pueda citarse un precedente a favor o en contra de una decisión debe
hacerse y ii) quien quiera apartarse de un precedente debe asumir la carga de la prueba.
Conclusiones
1. La argumentación jurídica constituye una base fundamental y el desarrollo de la
correcta aplicación del derecho, pues representa una herramienta para poder
explicar una postura ante el órgano jurisdiccional, y también para que el mismo
pueda justificar sus decisiones.
2. La argumentación jurídica no se basa en el mero uso de términos jurídicos para
el reemplazo de postulaciones con relevancia en un caso o controversia, sino que
es un requisito sine qua non, para el planteamiento de nuestras ideas dentro del
derecho.
3. Resulta ser un nexo, por ejemplo, entre la norma, y los hechos, ya que el
abogado al buscar la vinculación entre ambos elementos, deberá argumentar por
qué y cómo se explica mediante el derecho esta relación.
4. Para poder hacer nuestra argumentación jurídica, es importante tener en cuenta
ciertos requisitos al momento de litigación, teniendo en cuenta que hoy en día la
tendencia es la oralidad.
5. De igual forma es necesario conocer de la estructura que todo buen argumento
debe tener, que son: objeto, tesis, cuerpo y conclusión. Para poder desempeñar
de mejor manera nuestra profesión.
6. Las reglas que fijan los límites en la carga de la argumentación permiten que los
hablantes introduzcan en cualquier momento de la discusión tantas
aseveraciones o acotaciones sobre sus deseos, opiniones y necesidades, siempre
que sean esporádicos y no perjudiquen u obstaculicen la discusión.
7. La justificación interna representa un procedimiento deductivo, en el cual se
parte de una premisa mayor, una premisa menor y se obtiene una conclusión, por
tanto, implica que la premisa mayor viene a coincidir con una norma jurídica, la
premisa menor con los hechos, y la conclusión con la sentencia judicial
Bibliografía
1. RAZ, Joseph: «Introducción" al Razonamiento práctico (compilación de J. Raz),
Fondo de Cultura Económica, México, 1986.
2. TOULMIN, Stephen E.: The Uses of Argument, Cambridge Uníversity
Press, 1958.
3. VIEHWEG, Theodor: Tópica y jurisprudencia, Taurus, Madrid, 1964.
4. WRÓDLEWSKl, Jerzy: «Legal Decisión and its Justification», en Le
raisonnement juridique (ed. de H. Hubien), Bruselas, 1971.
5. ATlENZA, Manuel: Las razones del Derecho. Teorías de la argumentación
jurídica, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991.
6. ALEXY, Robert: Teoría de la argumentación jurídica, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1989.

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