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biblioteca calleja
SEGUNDA SERIE
RAMON
GOMEZ DE LA SERNA

OBRAS DE RAMON GOMEZ DE LA SERNA

ENTRANDO EN FUEGO.---- I9O4.


morbideces.—1907.
greguerías
EL CONCEPTO DE LA NUEVA LITERATURA. LA UTO­
PÍA.----BEATRIZ.---- CUENTO DE CALLEJA.---- EL DRAMA
DEL PALACIO DESHABITADO.---- I9O9.
SELECTAS
MIS SIETE PALABRAS.---- EL LABERINTO.---- I9IO.
LA BAILARINA.---- EL LIBRO MUDO (SECRETOS).-—LAS
PRÓLOGO DE
MUERTAS.---- SUR DEL RENACIMIENTO ESCULTÓRICO RAFAEL CALLEJA
ESPAÑOL.---- I9II.
EX-VOTOS.—-EL TEATRO EN SOLEDAD.—EL LUNÁTI­
CO.---- 1912.
EL RUSO.—RUSKIN EL APASIONADO (ESTUDIO CRÍ-
TICO PUBLICADO CON LA TRADUCCIÓN DE LAS
PIEDRAS DE VENECIA”).---- TAPICES.---- I9I3-
EL DOCTOR INVEROSÍMIL.---- I9T4-
PRIMERA PROCLAMA DE POMBO.---- EL RASTRO. I9I5'
SEGUNDA PROCLAMA DE POMBO.---- 1916.
LA VIUDA BLANCA Y NEGRA.---- POMBO. SENOS.—
GREGUERÍAS.---- EL CIRCO.---- 1917-
silverio lanza (In memoriam).—muestrario,
exhumación de Oscar wilde (Publicado con
la traducción de “El retrato de Dorian Gray ).
—1918.
GREGUERÍAS SELECTAS.----1919.
UNIVERSITÄT D’ALACANT P ROLO GO
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
BIBLIOTECA
N° COPIA .................. '

propiedad
derechos
RESERVADOS

Imp. Martín de los Heros, 65.


no de los episodios más vivamente
U impresos en mi espíritu entre los in­
numerables que Anatole France ha con­
tado con su pluma luminosa, es aquel re­
lato en que Silvestre Bonnard recuerda el
extraño y vehementísimo capricho que en
su infancia le hizo desear, con un ardor
digno de magníficas empresas, la posesión
de una muñeca tosca y horrible que veía
camino del colegio, en un tenducho de
una calle sucia y triste.
Ramón Gómez de la Serna ha sentido
con fuerza semejante el no menos estra­
falario capricho de obligarme a escribir
este prólogo. Y con esa tenacidad cari­
ñosa, un poco tiránica e irresistible, que
conocen sus amigos, ha trabajado, hasta
rendirla, una resistencia, tan heroica como
inútil, con que luché largamente para evi-
IX
PRÓLOGO PRÓLOGO
tar este paso honroso, difícil e involun­ para mostrar que todas las piezas están
tario. ¡Peregrino suceso de un editor iné­ otra vez en su sitio funcionando con su
dito que rompe su discreto silencio para fuerza y agilidad de siempre.
prologar el libro menos prologable, el li­ Es ilógico que este hombre, autopro-
bro en que, acaso lo mejor es el prólogo loguista incesante, pida prólogos ajenos.
que le ha puesto su propio autor «fla­ Y más que me los pida a mí.
queando—dice él—al dar explicaciones No lo digo por modestia. Yo no soy
sobre lo que es inexplicable»! (1) modesto;—humilde sí quisiera ser...—-Y
Gómez de la Serna es el hombre que lo hoy que todo el mundo escribe regular­
vé todo, lo analiza todo y lo dice todo. mente, menos los que escriben muy bien,
No hay, quizá, en el Universo conocido que a veces escriben muy mal, no es mé­
una agrupación de átomos organizados, rito excesivo estar a la altura de cualquie­
que no haya sometido a su taller este es­ ra. Además mi oficio me rodea de libros
critor infatigable y sagacísimo para hacerla y los libros me enamoran; acaso por sabias
salir con su traje nuevo de Greguería. sugestiones de una contumaz y dolorida
Por supuesto, las Greguerías y el autor afición a la amistad sincera, cordial e in­
de las Greguerías no han sido excepción. teligente.
Ni sé de literato alguno que haya ana­ De ese amor y de esa convivencia con
lizado su persona y su obra más minucio­ los libros y con quienes los escriben, bro­
sa y detalladamente que Gómez de la tan, a menudo, tentaciones que casi siem­
Serna. Se ha contemplado a sí mismo des­ pre he logrado vencer y que espero seguir
de su omnividente observatorio, ha des­ venciendo, aunque suelen atizarlas mis
montado todas las piezas de que se com­ amigos. Mientras no tenga seguridad de
ponen él y sus libros; nos las ha enseñado hacer bien libros propios, juzgo discreto
una por una; y luego ha hecho una pirueta contentarme con hacer regularmente los
(i) Así decía en el Prólogo de las Greguerías que en esta edi­ ajenos.
ción de Greguerías Selectas titula Advertencias. Advierto que estoy hablando de mí y
X XI
PRÓLOGO
prólogo
no se trata de eso. Me consuela pensar
que ello es inevitable: quien escribe con ladas aristas de vidrio, una incomprensión
sinceridad habla de sí mismo hasta cuando increíble eran los signos exteriores de
se propone hablar de los demás. aquél gran corazón, de aquél cerebro
fuerte.
* No faltan, en cambio, cerebros casi me­
* *
La espiritualidad, la civilidad y la cul­ diocres tan batidos, tan cultivados por el
tura de un hombre corresponden exacta­ estudio y la vida, que pisan como terreno
mente con la riqueza de su léxico. Y el propio lugares reservados a los seres su­
léxico contiene vocablos de tantos colo­ periores y dominan sucesivamente los
res, de tantos idiomas como puntos de vis­ puntos de vista más dispares.
ta domina el individuo. Cuando la miopía intelectual y el sim­
La mayoría de las inteligencias—ané­
plismo troglodítico se funden en uno sólo
micas o incultas — viven presas en el re­ y mismo antropomorfo, surgen tipos como
cinto angosto de unos pocos, breves y rí­ el afictonao, cuyo ideal único y permanen­
gidos puntos de vista. Algunas mueren te, es la fiesta de toros, prisma de su vi­
emparedadas en la mazmorra de uno ex­ sión, cantera de sus ideas, archivo de su
clusivo,—-pasión, sectarismo, enferme­ lenguaje. El aficionao emplea para todos
dad—. los usos de su vida el argot taurino. Es
Hay también inteligencias' poderosas su único punto de vista. Su inteligencia
cautivas de ese tirano. tiene alas a la medida del corral de donde
Tuve yo un amigo de clara mente, de no ha de salir.
viva sensibilidad, pero sin más punto de El hombre que pudiera ufanarse de no
vista que su yo. Ciego para todo lo ajeno, sentir la influencia del punto de vista sería
aquél hombre sólo podía ser amigo de sí absolutamente libre, es decir, absoluta­
mismo y ver sus verdades, sus gustos, sus mente inteligente. Pero inteligencia plena
colores, sus ritmos. Una dureza con afi- y plena libertad son rarísimo y quizás so­
brehumano tesoro.
XII
XIII
PRÓLOGO P R Ó L OgG O

En Literatura, Ramón Gómez de la y nadie más profesional que lo es Ramón


Serna es el escritor que no quiere tener de la Literatura en general y de la Gre­
punto de vista, que aspira a recorrerlos guería en particular. «Todo hay que de­
todos. Esa aspiración, casi conseguida, de cirlo», afirma. Y sería más fiel con su
Gómez de la Serna, es para mí la prueba pensamiento si dijese «Todo hay que gre-
más eficaz de tener una inteligencia llena guerizarlo». Este es su lema, no sé si in­
de luz, de fuerza y de agilidad. consciente. Y yo se lo reprocho.
Ese ansia de ver, está limitada por un Decirlo todo, escribirlo todo, me pare­
ansia no menor de escribir lo visto en for­ cería justificable como expresión de un
ma de Greguería. Ramón lo ve todo aso­ programa de sinceridad integral, si hubie­
ciado a la idea de las líneas impresas. Para se tiempo y modo de decir todas las cosas
él todo se proyecta en el libro. Todos los artísticamente; todas, sin dejar ninguna.
hechos, todas las ideas, todos los gestos, Pero el escritor—caso curioso—se olvida
todas las sensaciones, todos los paisajes con frecuencia de que además de escritor
son para Ramón—él lo reconoce—masa es hombre y de que el hombre está sujeto
de Greguería. a una ley de limitación. Y en cuanto no
”La Greguería es el molde y el vehículo pueda decirlo todo, debe seleccionar; ca­
de todas las ideas. En una muy bella nos rece de sentido recoger lo demasiado tri­
lo dice protestando de que se dé otro tra­ vial, lo vacío de todo significad©. Por otra
je a «todo lo que existe en la realidad con parte, hay que no confundir el desnudo
un matiz de Greguería». con los paños menores; hay que no mez­
• Lo reconoce, pero, probablemente, una clar la sinceridad con la indiscreción, ni la
de las poquísimas cosas que no ve,, es el fidelidad con la impertinencia, ni la emo­
grado extremo en que esta Greguerizado y ción de las cosas humildes y cotidianas
saturado de tinta de imprenta. Porque con la verborrea y la insulsez.
también es suya la frase en que afirma que Raro es el escritor que no ha incurrido
«hay que no ser muy profesional de nada» en alguna de esas confusiones.
XIV XV
prólogo' PRÓLOGO
Son constantes en los parodistas in-
es mucho más noblemente; se hace per­
s< dehXa 1 i31“10’ Cn 1OS Jornaleros donar por su sinceridad absoluta y desin­
tedía de S QUe P°nen Un día cá~
pl teresada. No obedece a una vanidad; no
dra de todas las cosas ante la imposibi­
te lidad de aprender ninguna. ejercita un oficio; le mueve una convic­
G Son frecuentes en los escritores glorifi­ ción tan honda que en él es un sacerdocio,
ir cados a quienes el ditirambo ha enferma- un apostolado. Además casi siempre acier­
d ta a poner en la trivialidad un galón vis­
padeddoOeqnUfiHna °tOñaL T°d°S hemos toso, a clavar en la vulgaridad un plume­
P decido confidencias de este porte:
a ro de colores. Por eso casi siempre se
«Me levanto. Al ir a ponerme las zapatillas redime de ramplonería y se queda siem­
det Z "nC,U7tr°- Pronto veo que una está pre en su sitio.
detrás de la butaca y otra debajo de la có-
( moda.» Menos disculpable aún es, a mi juicio,
«Salgo a la calle. Voy a casa del sastre que quien, olvidándose otra vez del límite^
me esta haciendo un traje de entretiempo.» acoge con misericordiosa indulgencia las
«Entro en casa de Pérez; pregunto a la
portera y me dice que Pérez ha salido.»
palabras plebeyas, las ideas bajas y grose­
«En la calle de nuevo, siento dos o tres pin­ ras. No sé contener ante tales expresiones
chazos en la rodilla izquierda. Ese reuma.....» un gesto de desagrado. Me sucede otro
tanto con los cuadros y las novelas de
Cuando leo inepcias semejantes_ v
ambiente repugnante. Y no se me escapa
sena muy fácil citar ejemplos auténticos la fuerza trágica, la emoción honda, la be­
no menos estúpidos—veo una cortesana lleza invertida y horrible que puede haber,
decadente que me invita a presenciar
que hay a veces en todo eso; pero no pue­
como un rito inefable, la toilette de una* do evitar que me repugne todo lo brutal,
deqd'a que ya 110 insPira sino ua poco de todo lo mal oliente, todo lo sucio; y más
desden y un poco de piedad. aún lo sucio del espíritu.
mando Ramón es víctima—ine vi ta­ No abusa Gómez de la Serna de estas
le de su ansia de greguerizarlo todo, lo cosas: su buen gusto le aleja de muchas sin
XVI
XVII
®r«íuería«.—Prólogo. k
PRÓLOGO PRÓLOGO

aue él se entere. Pero alguna vez «le co­ vecino, se borra un poco su personalidad
gen infraganti», según su dilecta expre­ en el inmenso conjunto de formas y colo­
sión- y en él, como en otros—en Baroja, res todos distintos, pero todos iguales.
ñor ejemplo,—me parecen una concesión .La cantidad, por otra parte, abruma.
vestida de integridad, una debilidad dis­ Por eso puede asegurarse que sólo algu­
frazada de fortaleza que recuerda a los nos asiduos han visto todos los cuadros
que se baten por miedo; y sobre> ton del Museo del Prado, que sólo algunos
una mancha desoladora en una bella tel profesionales los conocen uno a uno. Otro
tanto se puede afirmar de las Greguerías.
nítida.
* es esta la causa de juicios erróneos, aún
* * entre lectores que creen conocer la obra
Nadie duda ya de que Ramón es un for­ de Ramón.
midable observador, un incansable colee Esto pensaba yo al convencerme de lo
cionista de ideas y de aspectos, de «reta­ irremediable, de lo fatal que era escribir
les de todas las clases»; pero si decim este Prologo y al considerar con espanto
que Ramón es un alto poeta, un profundo el suplicio de escribir una serie de juicios
pensador, un fino “dT ” que no interesarían a nadie. Porque yo
habilísimo que domina el matiz de no sabría exponerlos sino con una honra-
modo extraordinario y que salta.con ez y una sinceridad absolutas, sin artifi­
creíble agilidad de lo cormeo cióles decir, sin gracia, sin novedad.
de lo infantil a lo grave, de lo mas ierre. a Y entonces decidí evadir el mal con be­
Ierre y humano a las exaltaciones de neficio para Ramón, para el lector y para
ticismo y de la lírica pura, no faltara quien mi, y limitarme a presentar aisladas algu-
se muestre sorprendido. Porque a las Gre- cofección de CSta inagotable V riquísima
les pasa lo que a los cuadros de
Museo- se estorban unos a otros, se d la<ASegUlda hallará el lector algunas de
minuye su grandeza con la grandeza de las Greguerías que más me gustan y que
XVIII XIX
prólogo

me parecen más características, expues­


tas en sendas páginas, como en Salas
Particulares donde cada cuadro cobra en­
tera su personalidad y se entrega total
mente al espectador.
Este oficio de cicerone, no sera, asi,
útil solamente para los recién llegados: los
antiguos, los expertos encontrarán tam­
bién el encanto de contemplar cada Gre­
guería aparte de sus hermanas.
Al seleccionar y agrupar las Greguerías,
he procurado que del conjunto brote el
mejor juicio, el más claro y completo co­
mentario, el prólogo mejor construido y
eficaz.
Las Greguerías son de un metal que no
admite aleaciones.
Además el comentario crítico es siem­
pre una cosa antipática, o no es un comen­
tario. Quien vi la obra no quiere llenar
con la emoción ajena, con el juicio ajeno,
el espacio que necesita para la propia
emoción y el propio juicio. En cuanto a
los ciegos, no han de ver mejor aunque
se les preste un anteojo...

XX
Ese hombre que saca la cabeza por
la ventanilla del coche, dando nna or.
den al cochero, parece un gracioso
polichinela.

XXIII
Todas las carnes muertas parecen Los estanqueros toman una actitud
dolerse aún cuando el carnicero las
de potentados cuando ofrecen su caja
corta: todas menos la del jamón... de habanos al que los pide... Exigen
El jamón está satisfecho de haber timidez al pedirlos, dan la mercan­
mejorado con la muerte y la salazón,
cía como si la regalasen, por conmi­
está satisfecho de ser rico jamón, y seración. ¡Ah! Pero temblad si sólo
le gusta repartirse en lonchas finas, Ies pedís un sello. Entonces os atra­
revelando además su befieza veteada
vesarán con su mirada.
e inconfundible.

XX1V XXV
Parece que comunican con los cen­ Un “consommé” de hotel es un
tros oficiales, con la dirección supre­ agua que se toma por superstición,
ma de inspección, los hilos de luz como las beatas el agua bendita...
eléctrica, sobre todo los agujeros de Es tal vez agua bendita caliente...
los negros enchufes... Por “ahí” nos
parece que estamos vendidos y es­
piados.

XXVI XXVII
El que pueda romper el cuerno de
un buey el tranvía en que vamos al
verle pasar ras con ras del cuerno, es
una de las cosas que nos ponen más
frenéticos. ¡Cómo sufriría! Sufriría­
mos todos su sufrimiento indecible...
¿En dónde? ¿cómo? ¿En nuestros
cuernos? ¿Quién se atreve a decir es­
to? Pero es eso... Sí... Hay que decir­
lo; no somos casados y podemos de­
cirlo... Nos duele el pensarlo, nos
duele una raíz oscura, improbable,
pero sensible: nos duele un cuerno.

XXVIII
La criada tiene un alma con música
<Ie acordeón.

XXXI
¡Cómo dicen “¡adiós!” y cómo es­
Un jorobado parece un humorista tán hechas para decir “¡adiós!” las
que se burla de nosotros, que no nos mangas sobrado largas de los “pie­
podemos burlar de él porque eso se­ rrots”!
ría innoble.

XXXIII
Greguerías.-—Prólogo.
Dad a los pobres que además de po­ ¡Qué triste, qué densamente triste
bres son borrachos, limosna para que debe ser no comer en ese silencio que
se emborrachen, porque es ese el me­ se hace a las dos en la ciudad, todos
jor dinero de caridad que se les pue­ sus moradores en el comedor blinda­
de dár... ¿Se comprende lo que sería do y remoto a la calle!... Dos ham-
vivir ochenta años pobre, víctima de brientos se deben sentir anonadados,
la desigualdad, hijo de la caridad, Henos de irresolución y de una con-
sosteniendo la salud y un espíritH cla­ goja mortal... El hambre de noche
ro y evidente? Que mueran jóvenes y tiene más recursos, es por lo menos,
alcoholizados, que tenga alguna exal­ más trágica, más fantástica, no es
tación su vida de camino a la muerte. tan atónita, tan evidente, tan merf.
diana, tan insolublemente meridiana

XXXIV
xxxv
Parece que las industrias y las pro­
fesiones y los periódicos no viven to­
í Qué vida no deben llevar durante
dos los días, no pueden vivir todos la semana esas muchachas que se pa­
los días... ¿Cómo pueden vivir esta
san los domingos con las porteras,
misma tarde todos los fotógrafos?
sentadas en el portal, quietas o inex­
¿Han salido durante estos días esos presivas !...
diarios que no hemos visto? ¿Los de
provincias, los de todas las provin­
cias, insisten en seguir saliendo?

XXxVJI
I'.u lo más alto de la noche se com­
En Carnaval los tuertos tienen los prende que los faroles viven para sí
dos ojos... Por eso es un gran día de mismos.
fiesta para ellos.

XXXIX
XXXVIII
Las tiendas de granos despiden un
Si nos atraen tanto las viudas, si
dulce olor, un perfume sensato y nu­
deseamos que en vez de adustas sean
tritivo; son las tiendas más nobles de
fáciles, ¿por qué esperamos dejar una
la ciudad, son las que parece que va­
viuda que nos llore y nos guarde fide­
len lo que aparentan... En ellas está
lidad y nos venere siempre? ¡Cómo
la verdad, la honradez, Castilla en­
somos de absurdos!
tera. ..
¡Qué inútil y qué triste un “ca- Las bombillas amarillas que alum­
rroussel” sin gente!... ¡Qué vano y bran las calles de provincias las dan
qué desgarrador! Se ve su soledad de una flaqueza espiritual y una deslán­
todos lados, su soledad de colores chi­ guida pobreza que no les daría la lu­
llones, de azules y de amarillos subi­ na ni la misma oscuridad... Pone en
dos... Su soledad es tan triste porque ellas ese sistema precario de alum­
su única alegría está en conducir gen­ brado una pena, una agonía, un des­
te... No puede disimular su desaire.., amparo de luz que no es luz, de luz
Está vestido para eso y por eso no municipal, la luz sin esencia, una luz
tiene refugio su vergüenza. como más antigua que ninguna luz.

XI,II xi.ni
“Mercader”... ¡Qué palabra más
gráfica y más oportuna! El uso ha
exaltado más otras palabras sinóni­
mas de esa palabra, otras palabras de
una elegancia horteril, como “comer­
ciante”, “industrial”, “tendero”... Pe­
ro nada como “mercader”... “Merca­
der”, que es fuerte y universal, con­
tiene todo el significado de la pala­
bra, toda la fuerza de rapiña, de
triunfo, de constancia, de falsa hu­
mildad, de fondo emprendedor que
debe verse en esa palabra... Yo qui­
siera acordarme de esto para decir
siempre “mercader” cuando sea opor-
toao.

XL1V
lia golondrina parece una flecha
que busca un corazón... ¡Flecha mis-
tica!

XI Vil
Da pena matar esa polilla que vue­
Xinguna emoción tan espiritual del
la... Va vestida de seda cruda y va
amor como aquella que me dieron
llena de vida que no podríamos imi­
aquellas dos mariposas cruzándose y
tar porque quizás la maquinaria de
entrecruzándose, persiguiéndose y be­
los grandes animales puede ser imi­
sándose en la tromba de sol lejana
tada, pero no la de los muy pequeños,
interpuesta entre el balcón de ella y
en los que el punto dinámico de la
el mío... Tan real fué la imagen, tan
vida es más sutil, más ingenioso y
sincera, que dejó aclarado el sentido
más inquieto.
del amor.

xlviii XLIX
Greguerías.—Prólogo.
el
Hay en la clara y temprana maña­
Cuando los cristales se empañan na un instante sin pensamiento, su»
con ese esmerilado precioso que es el perior a todos los pensamientos, un
dulce efugio de los interiores, los días instante en que salimos al claro co­
helados, el alma se llena de fruición rral de la cabeza, al corral libre, al
y es más íntima para nosotros que corral que está después del patio y
nunca. que es más silvestre y más abierto.
Se apagan las sonrisas como las
JLa conversación es la llama azul luces.
del alcohol humano.

lili
Kn la luz de las altas linternas de
¿Cómo podríamos señalar esas bur­
las capillas y de las catedrales está
bujas de melancolía, esa cóncava con­
el Espíritu Santo, o sea la luz enalte­
goja con que agravan el corazón las
cida y concentrada.
escalas graves del piano?

LIV i-V
Los aeroplanos han sido inventa­ Ale gustan las buenas piedras pre­
dos para cazar los globos que se les ciosas que destellan en los jardines
escapan a los niños en los jardines. bajo el sol, los pedazos de botella ver­
Se han desviado de ese objeto para de, los cristalitos blancos y los peda­
el que los creó Dios, pero originaria­ zos de porcelana blanca con trazos
mente para eso fueron creados. azules.

i,vi tvií
“¡Ah! ¡Ah!... ¡Un globo!” grita
una niña. Se mira hacia el cielo y se
ve subir hasta lo inverosímil el globo
De pronto, sin poder precisar hacia
aquel con su hilo blanco. El jardín se
qué lado, se oyen voces de mujer en
torna emocionantemente infantil y
los jardines, voces que tienen un son
hasta el cielo se llena de infancia, se
particular, dolido y delicado, desnu­
escucha el llanto del niño que lo ha
do y de alto vuelo, vuelo en las ramas
dejado escapar y que ha sentido en
de los árboles, como pájaros que sal­
el alma algo irreparable y terrible,
tasen de irnos a otros... Tienen sones
falto del auxilio que necesitaba para
apenados, dulces tonos, y parecen
alcanzar su globo, y se ve en los ojos
brotar de mujeres que se hubiesen
de todos los niños que miran el sen­
bañado, y fresquitas y tembleantes,
timiento dramático de la altura, una
mojadas aún, tuviesen frescura de
sensación de misteriosos vértigos y
agua en la voz.
un deseo avaro de ascensión que con­
servarán ya, Indeleble y trágico, toda
su vida.

1.VIII UX
Se naufraga en el mar y se naufra­
ga en el cielo... Mirando al cielo se
siente el mismo vértigo que mirando
al mar.

I.XIII
Al atardecer, tan silenciosa es la El silencio no es nuestro silencio,

semioscuridad, tan desengañada, tan ese silencio que tenemos que presen­

renunciadora, tan inmaterial, que hay ciar o en el que tenemos que estar

un momento en que parece que está para comprenderle; éstas son ideas

la habitación sola, sin nadie, sin uno muy pequeñas. El silencio es Dios y
será lo que durará más en la eterni»
mismo. Tanto se ha ido callando uno
dad. Do que vencerá. El silencio tiene
y prestando a la muerte de la luz, a su
las voluptuosidades más hondas cuan­
disolución, a la descomposición sua­
do está solo y no le perturbamos ni
ve e inadvertida, que citándo se quie­
le distraemos. Yo he dejado solo al
re recordar, “ya no se está”. Se ha
silencio muchas veces por respeto y
difundido uno como en una escueta
comprobación de la habitación; algo me he ido a la calle algún día para

como el misterio de la metempsícosis no estorbarle, dejándole así dueño de


mi casa, pudiéndose besar con las mu­
o la descarnación se ha operado. Nos
jeres de los cuadros que son sus mu­
hemos ido metiendo como en la pa­
jeres.
red. Nos hemos retirado.

LXV
^■aguariat.—Prólogo.
I.X1V
La tragedia de la gota de agua ca­
yendo en el cubo del lavabo toda la Si en la noche se quedase encendi­
noche es una tragedia de asunto la­ do un relámpago en el cielo, si se sos­
cónico, pero espeluznante, que cono­ tuviese esa luz firme y grave, se vería
cen las pobres criaturas humanas, en el fondo del cielo, sus entrañas, su
las que no todo, ¡ni mucho menos! techo trágico y cuajado de cosas, su
es heroico... fondo anatómico, crudo y abismado.

LXVI

JzXVlT-
Veo a un niño ingenuo comprar un
globo azul, atarle un papelito en que Abriríamos esa contraventana de
pide pan para los suyos y enviárselo madera para ver el jardín de abajo
al Señor dejando escapar su globo... a la noche; pero tememos encontrar­
Y veo que como la miseria continúa, nos con un rostro que pegándose a
el pequeño rebelde se vuelve ateo. nuestros cristales mira hacia dentro.

VXVIII l.XIX
La frase más tremenda que se ha
inventado es esa de “Per omnia sáj­
enla saeculorum”... Al oirla nos que­
damos flacos, turulatos y arrincona­ Las piernas de las viejas, ¡de qué
dos, como si el trueno hubiese sona­ triste pornografía, de qué cruel des­

do sobre nuestro techo y se hubiese encanto, de qué estupefaciente car­


ido rodando por los cielos vacíos del tón!... ¡y son las mismas de su ju­
tiempo. “Per omnia sascula saeculo­ ventud, las irresistibles, las de una
rum” parece dicho por la boca mella­ gracia pavorosa!... ¡Las mismas!
da de la muerte y con su voz aguar­
dentosa... ¡Abominable “Per omnia
saecula saeculorum”!

LXxt
P R Ó L O G O

Había pensado dar aquí seis, siete, diez


advertencias
Greguerías. Pero aún habiendo repetido
muchas veces el gesto doloroso de sepa­
rar, aún han quedado más de cuarenta. Su
número era una razón más para excluir
todo comentario. Y sin embargo, ¡cómo
convidan a hacerlos! ¡cómo despiertan y
agitan las ideas! Con qué seductora insi­
nuación invitan a expresar nuestro asen­
timiento y nuestro aplauso. Ved, por - Hay ciertos tesoros de conoci­
miento que si yo los revelara sería
ejemplo, esta última antes de entrar en el condenado como idólatra, y los
bosque del libro extraordinario: muslimes considerarían como acto
de gran mérito cortarme la cabeza-
y ellos no sabrían que lo que ha!
“Es difícil imaginar que una cala­ cían era perpetrar un gran crimen
vera monda y seca sea de una mu­ Abbas, uno délos partida­
jer... ¿A que nunca habéis pensado rios del Profeta.
en que fuese femenina ninguna de las
que visteis? Se hace difícil, sin corre­
esmoralizo a mi alma, tranquila y repanchi­
gir todas las pasiones de la vida, lle­
gar a una deformación parecida, tan
extrema y tan insexuada”.
D gada, flaqueando al dar explicaciones sobre
10 que es como la propia alma que sentimos mór-
ida, cuajada, mortal y deseosa en el fondo de nos­
otros; pero, sin embargo, necesitaban cierto en­
Si estas palabras las hubiese dicho Sha­ cabezamiento mis sencillas Greguerías, por más
kespeare, hoy serían inmortales, estarían , sea eso algo espeluznante y comprometedor
doradas por la pátina gloriosa de una lar­ que no debe leer nadie si no promete antes leer
ei libro después.
ga admiración. Ante todo, yo necesito recabar mi condición de
Rafael Calleja. iniciador porque en este país en que se entierra
Diciembre, 1918. eos vrt rí a S Precursores> en no hay críti-
y todo es rebatiña, y todo lo público es lo
LXXIt
I

G' de la Serna: Greguerías.


1
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
contrahecho, lo falso y lo descaradamente hipó­ disolvencia por toda la literatura, y ha roto, ha ro­
crita, es uno mismo el que ha de escribir las fe­ turado, ha dividido las prosas, ha abierto agujeros
chas de sus rebeldías. en ellas, las ha dado un ritmo más libre más
Desde hace nueve años me dedico a la Gregue­ eve mas estrambótico, porque el pensamiento del
ría, porque la Greguería me tiene convencido por lombre es ante todo en la creación una cosa es­
cómo nació aquel día de escepticismo y cansancio trambótica, y eso es lo que hay que cargar de
en que cogí todos los ingredientes de mi labora­ xazon y de sinrazón.
torio, todos, frasco por frasco, y los mezclé, sur­ Muchos, después, con hipócrita deslealtad y con
giendo de su precipitación, de su depuración, de oscura ingratitud, han cultivado este género, pero
su disolución radical, la Greguería. Desde enton­ todos.de un modo brillante, haciendo bajas con­
ces la Greguería es para mí la flor de todo, lo que cesiones como cronistas de salones, venenosa y
queda, lo que vive, lo que surge entre el descrei­ «cibaradamente cursis, llenos de todos los tópicos
miento, la acidez y la corrosión, lo que lo resiste e la galantería más fácil, entregados a la suplan­
todo. La Greguería ha sido perseguida, denigrada, tación vergonzosa y llenos de vanos alardes en­
y yo he llorado y reído por eso entremezclada- re los que ha descollado el alarde de juventud
mente, porque eso me ha dado pena y me ha aunque en el fondo eran anticuados y ramplones’
hecho gracia. i Cuanto he sufrido viendo que los enemigos sola­
Las cosas apelmazadas y trascendentales deben pados y primeros de este género lo realizaban y lo
desaparecer, comprendida entre ellas la Máxima, explotaban! ¡Pobres Greguerías, pobres suspiros
dura como una piedra, dura como los antiguos tiernos y sinceros, acursilados o dichos de modo
rencores contra la vida; ¡ oh! a la Máxima es a desagradable o con una intención desagradable!
lo que menos se quiere parecer la Greguería.
Hay que dar una breve periodicidad a la vida,
hay que darle su instantaneidad, su simple auten­
ticidad, y esa fórmula espiritual, que tranquiliza,
que atempera, que deja tan frescos, que cumple
una necesidad respiratoria y gozosa del espíritu
es la Greguería y esas otras especies de Gregue­
rías que también propagué hace tiempo—siempre
antes que otras cosas parecidas de los otros—, los
“Momentos”, las “Miradas”, los “Parecidos” y
las “Mentiras”. Todo eso ha esparcido después su

3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS

gante como los papeles de flores o de un solo mo­


tivo muy repetido y muy compacto, que empape­
lan las habitaciones que tanto nos han hecho su-
II inr, que tan en vano y tanto nos han matado.
Este, como lo serán cada vez más mis libros
hasta mi disolución, y, por lo tanto, la disolución
El hombre no tiene ninguna se­ oe los postreros y supremos libros de mis libros
ñal más decisiva de nobleza que es un libro deshecho.
cierta sonrisa fina, silenciosa, im­
plicando en el fondo la más alta ¡ Qué difícil es trabajar para no hacer, trabajar
filosofía.—Renán. deshecho! ° m”'V deshecho’ un Poco bien

in embargo, con paciencia, yo he sonreído en Trabajar de ese modo es la única manera de

S medio de mis sufrimientos, diciéndome: “Me­


nudo tío soy”, fumando mi pipa, abriendo el ojo
derecho y entornando el izquierdo en la reflexión,
ser leales, de dejar intersticios, porque esos in-
ersticios es lo mas que podemos conseguir. Esto
se puede discutir como se quiera. A mí nada me
abriendo los dos en la iluminación, la frente diá­ mp°rta. Algún día se verá que sólo desajustan­
fana, esperando, hasta que me ha llegado la hora do, solo tratándolo todo por la disconformidad se
de reivindicar para siempre en un libro la legiti­ a portado uno un poco bien. Algún día se verá
midad del género, su perfecta desfachatez. se debe h 86 PUede haCer’ lo único Pue
Así he fabricado estas “Greguerías Selectas” se debe hacer. Lo otro es amontonar dolores ma
y he hecho un nuevo libro, aunque no se sabe, no, Síidí" “ mUch°,más duras de Io Que es la mate­
por qué se hace un nuevo libro. Esperaríamos; rialidad jamas, pedruzcos insolubles, graves som-
pero yo no olvido el proverbio que dice que el como no
espíritu que se quiere tener hace fracasar y ma­ cosa IteS>.arSe e"te a S” apar,e”cia ™na de
logra el espíritu que se tiene.
Desde luego, este libro no es teatral. Habiendo Este ya está descompuesto y esa es una de sus
perdido la idea tópica de las cosas, lo que se mue­ virtudes, pero tiene otra quizás mavor y es cómo
re y vive en un primer término que no existe, no descompone a lo otro. Todo queda un poco des­
se puede acertar a ver lo teatral. compuesto, gracias a esta labor. ;La de brechas
Ño hay en él tampoco esa prosa seguida, igual, que abriremos así en todas las cosas!
pegada toda a lo largo sobre el papel y que es car­ criba v'las *ner ™ás agUÍeros qUe ninTina
ba y las ideas también. Nada de hacer cons-
4
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS selectas
tracciones de mazacote, ni de piedra, ni del terri­ Escribimos en un tiempo que, como, todo tiem­
ble granito que se usaba antes en toda construc­ po, no admite lo definitivo, porque no es ni será
ción literaria. Hay que romper las empalizadas nunca definitivo el tiempo. Ningún programa por
espesas. lo tanto. Si se pudiese hacer un programa ideal,
Todo debe tener en los libros un tono arran­ va estaríamos perdidos. Los que quieren eso que
cado, desgarrado, trancado, destejido. Hay que llaman soluciones, se quejan de no tenerlas, tan
hacerlo todo como dejándose caer, como destren­ en vano, como el que se queja de tener que morir.
zando todos los tendones y los nervios, como des­ Todo es reformable y es lo mejor que tiene. Todo
peñándose. es inexplicable. T. oda verdad es sospechosa. En
Debe ser nuestro principio algo tan inmodera­ este caos, sin embargo, lo más verdadero es mu­
do, porque no podemos ser como esos muchos que cho nías sospechoso, y en la mentira hay lo más
se pasan la vida estérilmente, porque no saben inexplicable y lo menos. Pareciendo hacer nos­
por dónde se debe principiar, sin saber que no hay otros lo más, es lo menos, como se puede ver hoy
necesidad ni deber de principar por ningún lado, mismo o algún día.
sino que se debe principiar por donde se principie ¿Se hace así un libro? ¿Se hace un libro con
y de prisa y de una vez, sin dejar de principiar tan poca estética? No lo sé. Así pienso yo, así
nunca. Lo inesperado, la suerte bien echada, sólo obtengo mis hallazgos, así me gustaría encontrar
estará barajándolo bien todo, dejándonos barajar muchos libros. Es esta fórmula la más mortal,
con todo y cortando por cualquier parte. Sólo ha­ la que facilita la descomposición del espíritu. Pier­
ciendo esto con verdadera limpieza jugaremos lim­ de así simetría el libro, pierde todo merecimiento,
pio, seremos honrados en el juego. no está en regla para presentarse a concurso, pero
El artificio ha vencido a la vida, y sólo con adquiere así un aspecto selvático y salvaje que
este desarreglo podremos conseguir descomponer­ prefiero a que tenga un aspecto de jardín. Debe
lo. No hay que andarse ni con ambajes ni con notarse en el libro esa desgana, ese desprendimien-
miedo. Sufriremos por las calles el escarneci­ o, ese desvarío y hasta esa interrupción del sen­
miento que sufren los borrachos, pero eso no nos tido con que notamos que perdemos la vida en
debe importar. cada momento y .que, quizás, es la mayor prueba
Siempre debemos de tener el temor de acertar que tenemos. Debe trasparentarse esa profunda
la idea completamente, o sea tropezar con ese fe­ desgana, esos momentos de perder los ojos y la
nómeno del acierto. Comprendamos bien esa des­ cabeza, esas evaporaciones de la vida que se sien­
composición y esa soltura del ambiente y del aire ten de pronto y constantemente en la vida al mis­
libre, y dejémosla vagar por nuestras páginas. mo tiempo que se debe trasparentar esa apetencia
6 Z
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
insistente y alternable con el desgano. Sólo en ese siciones” en que consiste todo, pero en las que no
contraste está el estilo nuevo de la obra, el estilo debemos presentarnos. Resolver una cosa por el in­
en que hay cierto despedazamiento, cierta infu­ genio o por la estética es falsearla. Deben resol­
sión del microbio y del gusano, lo cual es lo más verse las cosas como no resolviéndose, saliendo al
propio que se puede hacer. vacio de vez en cuando, dejando entrever las gran­
Si el lector se habitúa a mí y yo a él, ¡a qué des plazoletas de silencio, de olvido, de tontería,
inmunización y tranquilidad no llegaremos juntos! de incongruencia, de luz demasiado blanca, de es­
Literariamente no podemos hacer más que lo pacios increados..
que hacemos. Lo que piden algunos a la literatu­ No quiero reducir a una conclusión todos estos
ra es que sea una máquina, o un suero para sal­ amagos inacabados. ¿ Voy a decir algo así como
varles de sus alifafes o de su muerte, o una mo­ o del espejo movido a lo largo del camino”?
neda con que comprarse cosas. Algunas veces pi­ Quizas somos sólo los hombres que miran, pero
den algo más que eso, algo que es lo que también no vayan a creerse algunos que basta mirar como
piden a la filosofía y a la ciencia y que encuen­ ellos miran. Es una mirada agujereada, quizás,
tran en lo más vago y en lo que les hace más la nuestra; un modo de ver, sin pretensiones, pero
serviles: en la religión. sm indiferencia y sin reservas.
¿ Qué hacer frente a estas peticiones ? General­
mente perder el compás y la desfachatez nece­
saria.
El hombre no quiere convencerse de que vive
al margen de la creación. Se ha dado tanta im­
portancia, que quiere conservarse y hacer cosas
¡ supremas! Así resulta cogido al final y martiri­
zado por esa idea viciosa de la importancia. Vivi­
mos al margen. Sólo lo que sirve para que la gra­
vitación universal exista, puede considerarse con
deberes. Lo demás vive al margen, de cualquier
modo vive al margen.
No hagamos caso de los que quieren más, porque
lo que verdaderamente surgiría de eso es algo “me­
nos”. Esa “estética” que piden otros es un medio
más para hacer imposible la preparación a las “opo­
8
9
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS

de pared. (Yo quiero ser enterrado en la pared.)


Yo huelo las flores, por ejemplo, como muerto. Y,
sin embargo, estoy vivo aún, y sólo por esto se
nie puede oir y puedo ir de un lado a otro.
III Yo me siento morir alegremente y así me pre­
ocupo y me fijo en las cosas. Este sentirme mo­
rir sin temores ni ideales de lucro inmortal, este
sencillo sentirme morir es lo que da esa desver­
odo depende de mi expresión, de que os miro
T como muerto que ve a los muertos, y en ese
extremo, ya estamos amistadísimos. Este es el gran
afecto que puede garantizar algo las confidencias.
güenza, esa corrupción y ese plante a mis cosas,
eso es lo que las desenlaza y las quita gravedad.
Puede estar tranquilo por eso el lector; cada
vez será más mi intento de resolver su tranquili­
Yo sé—¡valiente cosa! ¡¡pero qué cosa!!—que
dad en una actitud relativa y sensata que facilite
todo va a enfriarse. Se va a enfriar todo, y con
el tránsito y le dé una comprensión en la que nada
todo se quedará yerto el espíritu de todo libro.
le forme demasiado irreformablemente.
¡ Pobres libros en una tierra definitivamente muer­
Mis libros, vuelvo a repetir, no son ni para pre­
ta, yerta y deshabitada! Y el libro no se leerá en­
sentarse a examen—¡ oh, tengo que aprovecharme
tonces a sí mismo. Definitivamente se habrá des­
de haber pasado por esa hora!—ni para aspirar
leído. En vista de eso no conviene engañar en los
al premio (el premio me perdería). Yo estoy ya
libros, ni líricamente ni prosaicamente. Hay que
suelto y con idea de que he de vivir y morir en
hacer una cosa preparatoria de la conciencia des­
mí mismo. ¡Qué orfandad y qué emancipación
hecha y tranquila. Hay que dar una facilidad de
más terribles e inolvidables! Por lo menos, en me­
escape, de trasfusión y de trasmigración de la vida.
dio de esa insegura seguridad me moveré.
El que los otros quieran contener, reprimir y
Frente a esta actitud todos pueden hablar lo
angostar esto, es lo que nos hace unos huidos, y
que quieran de lo definitivo. ¡Horror de lo defini­
por eso buscamos las calles sin balcones imperti­
tivo! ¡Y horror de esos hombres que hablan de
nentes, esas calles de balcones cerrados por las lo definitivo y que son los más serviles y a los que
que sabemos componer todos los itinerarios. humillan más los “profesores” cuyo trato cul­
Yo vivo un eterno ocaso de muerto. Será lo tivan !
más largo en mí. ¿ Por qué vivir lo que es sólo
Esos tipos de puritanos, a los que procuro ol­
excepción? Así se hace el espíritu insensato. Yo vidar en mi vida, son tan repugnantes como los
miro el mundo a través de un cristal de hornacina de más baja estofa. Hay que entrar en el estudie
IO
ii
RAMON GOMEZ DE LA SERNA gregverias selectas

impuro de la vida, ver cómo se descompone la


vida detrás de la vida, contrastar y desbarbar las
cosas de tal modo, que no tengan su rigor exce­
sivo de cosas inmortales y divinas. Hay que des­
cender, pero no como quieren los filisteos, sino de IV
esa manera que sólo nosotros tenemos que resol­
ver, salvándonos también a esa perdición estúpi­
da a que llegan los hombres aquí, porque no sa­
ben ser modestos y no se pueden pasar sin rozarse A la libertad la cuesta mucho
trabajo volver a la franca unidad-
con la buena sociedad. Dejemos que nos desde­ del instinto.—Amibl.
ñen con ese desdén flaco, ese desdén de imitación,
porque no se puede encontrar en la imitación del
desdén, en el cinismo del desdén, esa densidad de­ odos los escritores adolecen de que no quieren
leitosa, justiciera, suprema, creciente que está sólo
en el desdén silencioso, en el desdén mejor.
T descomponer las cosas, y no se atreven a des­
componerse ellos mismos, y eso es lo que les hace
timoratos, cerrados, áridos y despreciables.
Y si somos así, ¿ cómo escribimos cada vez más ?
Porque ya tenemos algunos amigos y nosotros “Tened el valor de equivocaros”, ha dicho Hé-
mismos somos el amigo que necesita el ánimo que gel; pero ellos no se atreven a perderse por la vo ■
da lo escrito. ¡ Pero, sin embargo, cómo me hacen luntad, por la armonía que pueda haber en per-
sufrir los que esperan de mí una larga obra since­ erse con intensidad, y, sin embargo, se perderán
ra ! Todas las mañanas me tengo que engañar Por la muerte, y morirán, más que por la muerte,
como al niño al que se quiere dar una pócima de Por la discreción, la hiprocresía y la política que
aceite ricino. ¡Cuánto paseo solitario, cuánta so­ «guen. Por no descomponerse, hay hombres de
ledad allí donde tengo que ir a buscar mis cosas! talento que parecen no tenerlo, y así, los que no
Me ahogo, con ese ahogo que no mata pero aho­ o tienen están a su misma altura. La historia del
ga, de los buzos cuando se sumergen, y salgo me­ mundo es de descomposición, y sólo en precipitar-
dio asfixiado apretando estos nuevos hallazgos a> en refinarla, en elevarla y en asumirla está la
oceanógraficos. conciencia digna.
Yo me he permitido el desorden, la descompo-
«cion, el barroquismo sincero, y esto desde hace
anos, es decir, mucho antes de que fuese todo un
P co barroco, ¡ un poco barroco I ¡ Qué cantidad de
12 13
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
cuquería hay en eso y qué pecado mayor que el
de que no lo fuese nada!
Yo me he dado a todos los transportes, porque V
hay que hacerlo todo para divertir libremente a la
vida; yo he hecho un poco de pelele, de víctima, Hasta la verdad es probable.
de polichinela; yo he delirado, encontrando como Oscar Wilde.
fuera del espacio el gusto prosaico y directo de o soy el idólatra y mis pequeñas y numerosas
cada imagen, más claro fuera de los ambientes;
yo estaba cansado de escribir mamotretos que,
aunque libres, estaban abrumados por su espesu­
Y oraciones son las Greguerías. Yo soy un idó­
latra que tiene dioses como esos que pasan por el
Evangelio de Buda, como Suddhodama o Arroz-
ra compacta y su obra de fábrica, y sobre todo, Puro.
estaba cansado de escribir dramas violentos, aun­ Debemos hablar por todo y consagrarlo así ro­
que inútiles, pues yo no los he llevado a los tea­ tundamente.
tros ni los hubiera estrenado para que no fuesen Nó vale ni acertar desde la primera palabra a
a mi estreno los hombres empedernidos de los días la última, basta acertar o equivocar de un modo
de estreno, esos hombres con cara de materia, extremo una palabra central. No hay que esperar
con lentes empañados, que no merecen que se les a la inspiración, hay que ser raudos sobre todo,
explique la vida noble y apasionada, porque lle­ raudos, decididos y desprendidos.
van una vida innoble y de una nocturnidad ale­ Afirmar lo que de trivial hay en el hombre es
vosa y estéril, y porque los teatros tienen el revés inducirle a no ser ni riguroso, ni desleal, ni malo,
más feo y lamentable, tan lamentable como su an­ ni fanático, ni inconmovible para nada ni ante
verso, por lo que al hombre al que quisiera peor nada. Aceptar la trivialidad es hacerse transigen­
le diría: “Que seas autor dramático consagrado te, comprensivo, contentadizo. Nada más solucio-
y que yo lo vea.” nador que la trivialidad hallada, cultivada, com­
prendida, asimilada, temeraria. No los principios
abstractamente revolucionarios, sino la trivialidad
admitida será lo que cree la ibertad espiritual, re­
solviendo todos los problemas insolubles, que se­
rán solubles más que por la solución por la "franca
disolución, por la incongruencia y las pequeñas
constataciones que apenas parecen tener que ver
con ellos.
14
15
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS

“rdad wSaGreg”'riaS' máS “

unAlibro-tnnIÍbr0 eS COm° Un eSpecífico más que


VI un libro porque, como esos específicos que pro-
ro 611 61 °^uismoP nuevos glóbZ
rojos, este promete algo así como unos -lóbulos
rosas" v ne * 7 7 amarillos X lamosos y
Dante es una curiosidad, como rosas y negros y blancos... y
el mastodonte; pero uno no desea
estas curiosidades anormales para - V en este nuevo específico no entra mercurio
amigos ni para contemporáneos. d aS di±ent? rera1’ ni nada “ en
Dante es un hombre bueno para
ponerle en un museo, pero no en enfrí a d’afana’ Este nnevo específico previene
nuestra casa. La verdad es que yo entie otras cosas, contra la vejez, a la que corrom­
no lo he leído nunca ni me pesa no
haberlo hecho.—Emerson. pen y amedrentan las entelequias y a la que hacen
c±'ej ¿rososX “
mo el mal de piedra, porque todo eso todo lo
a Greguería lo es todo en un libro. Leyendo los U GrXd°-S' <’Ueda
L libros en voz alta hemos visto esto, porque
sólo ha coincidido el interés de todos cuando he­
mos llegado a esa especie de Greguería abortada
necesité F ,a 86 ampara de Ia confusión que
gran nSz P°u 6XCepcíón necesita
los examiné/ qU€ ? Para Present^se ante
que hay en los libros cuantiosos, esa única Gre­ os examinadores se necesita llevar bien claras v
guería que es lo único que a lo más se esboza en aprendidas las mentiras. 5
ellos. ¡ Pobres de ellos, que tienen que hinchar una guerías TT“061' SCCreto a voces de Gre-
Greguería, aunque el lector les alabe por eso, por­ g crias, hay que comenzar por revocar el almo
que el lector se asusta y desconfía de lo dema­ “S™ su bondad y su creduWad „X , Y j” „
siado, de lo variado y de lo numeroso!
Nuestra alma está hecha de Greguerías, y si se
la pudiese observar al microscopio—alguna vez se
podrá—, veríamos vivir, circular y vibrar en ella,
como su única vida orgánica, un millón de Gre­
guerías. Nada más sincero que la Greguería, y por
eso vivimos más por las Greguerías que por las

17
de la Serna: Greguerías.
2
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
to ni rectificación, hay que no ser muy profesio­
nal de nada, hay que estar en posesión perfecta
de un alma incólume, bien afondada en uno, bur­
lona, llorona y solitaria.
Para oir, para leer, para ver las Greguerías, se
VII
necesita libertad de espíritu, es decir, no negar al
espíritu su propia extensión, su vacío, su espon­
tánea confesión, su tontería destilada, su indepen­
dencia. Los murciélagos preparaban sus
pequeños paraguas . — Silverio
Lanza.

a Greguería no es enteramente literaria, pero


L tampoco es enteramente vulgar y sediciente,
no se sabe si se debiera vender en las cacharrerías
o en las librerías, no es primera visión de los obje­
tos ni última, es algo así como el paso de las ho­
ras y de las ráfagas de las cosas a través del alma
contemporánea, es el abandono de las cosas a una
mtei prefación abandonada. La Greguería consiste
en decir tanto las suspicacias como las certezas.
La Greguería no consiste más que en un matiz
entre todos los matices, el matiz de un plural, de
Una palabrita—“oiga, que le voy a decir una’pa­
labrita una virgulilla, una tilde, algo que po­
dra ser una incorrección, un ripio, una pifia, un
balbuceo, una virguería rotunda, una piedrecita,
un numero, un desplante, un error.
La Greguería no significa casi nada como pala­
da, pues, yo, más que nada, he escogido su nom-
re po, lo eufónico que es y por secretos priva­
dos que hay en el sexo de esa palabra.
18
'9
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dd l™anaA abi'rt0 ba,°eI 801 de siestas
La Greguería resuelve las hinchazones con que ciel verano. ¡Con que presentimiento de la Gre­
todo se hinchaba. guería veíamos de niños esa gran materialidad de
La Greguería es silvestre, encontradiza, inen- uz en la casa entornada de nuestro abuelo'
contrable. La Greguería es, por su forma, por su envase
La Greguería es la audacia y la timidez, es la misPeqpnena Urna.^nerar,a Que yo necesitaba para
“manera” sin amaneramiento, es la “manera” que dida de’]33 CU°tld!ana®7 que me ha dado la me-
no es más que la manera, y que por no ser no es
accident a aspiracion d’suadiéndome de todas las
ni la “cierta manera”. accidentales aspiraciones insensatas.
La Greguería es como esas flores de agua que La Greguería tiene el brillo de los azulejos v su
vienen del Tapón, y que siendo como son unos ar­ vo Xnla; CS Un daV° S°bre Una Pared~un cla-
dites, echadas en el agua se esponjan, se engran­ o al que se mira intensamente—; es lo que hav
decen y se convierten en flores. n nuestros redaños y en ¡o que se’aprieta la "
La Greguería resarce, consuela, es un refrige­ emo-
cion de la vida y el temor al muerte • es i
rio inesperado. Sacia como un cuscurro de pan ; es lo que
podemos tener de todo, la sospecha venial.
entre planes y planes, o como un vaso de agua La Greguería es lo único que no nos none tris
J-a
entre la sed falsa de los negocios o de las especu­ es, cabezones, pesarosos y tumefactos aF escribir-
laciones incurables. ’ pues su autor juega mientras la compone y tira
La Greguería, aunque en eso esté precisamente su cabeza a lo alto y después la recoge
su corrupción, debe recoger cosas muy locales, a Greguería no es ese género fácil ciue se les
muy pasajeras, muy efímeras, porque la corrup­ queOJseríaamásCfáOSiehPÍrÍtUS resbaIadizos Para los
ción es humana y el arte humano debe gozar y eer ainas fac11 hacer un nuevo Quijote a ha-
perfeccionarse y descansar en ese corrompimiento er una Greguería natural, frutal v en su punto
La Greguería es el género que se debe escribir La Greguería, a veces, con una alusión remot-i
en los bancos públicos, en los pretiles de los puen­ t¡cJab¡eg lfiCa’ C°n Una aíUSÍÓn h-emendamente cri -
tes, en las mesas de los cafés, al ir solos en los
simones lentos acompañando a los entierros, en
las mesas de las cocinas, en los fogones, etc.
La Greguería no se encuentra a punto fijo o
con seguridad en ninguna parte, pero de pronto
se encuentra mirando esa escala de polvo que
baja desde el sol hasta el suelo de la habitación La Greguería conjuga el verbo como nada, dia-
y que forma el dejar sólo un intersticio de las
21
20
RAMON OOMEZ DE LA SERNA G-REGZjERIAS SELECTAS
loga, se ausenta, se humilla, solloza, musita, tira verticales, el signo irregular que es más grato de
una miga—su miga—como un niño que juega en escribir a la pluma y que a veces es el incentivo
la mesa, comienza a cantar, se calla, coge un vio­ vo'laTfl “ TÍbÍr- Gre?uerías- bregue, como
lín, lo rasca, le da un trastazo con el arco, se deja y°Jas llamo en la intimidad, signo ante el que he
caer en un sillón, da un respingo, hace un gesto ospechado si sera un signo japonés con su sig­
con la mano o con la nariz, saca la lengua, pinta nado genuino, un significado que debe definir
un grafito de esos que los granujas pintan en las mejor que eso de Greguerías el nombre de ellas
tapias, abre un piano remilgado y lo sobresalta
con un despropósito o un golpe desgarrador, hace
una diablura con el sombrero de un señor serio
que está de visita en el despacho de papá, da una
pincelada, se agacha en el jardín público creyendo
haber encontrado algo de oro, y recoge lo que re­
lucía, aunque sea una bolita hecha con el pape;
de un bombón, regala una idea para un drama,
para una novela o para ahorcarse de ella y sigue
corriendo y saltando como una listada ■ pelota de
celuloide con un perdigón dentro.
La Greguería es ultravertebrada, y está bien en
los libros y en los periódicos y se ajusta en las
máquinas de imprenta ella sola, buscando y en­
contrando en ellas la ranura precisa.
La Greguería es una mirada fructífera, que des­
pués de enterrada en la carne ha dado su espiga
de palabras y realidades.
La Greguería es algo así también como una
aceituna preparada lo mismo que esas a las que
se quita el hueso y se coloca en su lugar una an­
choa.
Y así, con todo eso, queda dicho algo de lo que
son las Greguerías, que yo separo entre sí por
dos palitos horizontales cortados por otros dos
22 23
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

por sentir el hombre fácil, curado y criatura, sin


ese encono, esa dificultad y esa soberbia que hoy
hace a la vida y a la muerte tan enconadas y di­
fíciles. Hay que lanzar Greguerías en las reunio­
VIII nes solemnes para dispersar a esa gente negra, y
muchas veces hay que hacer uso de la Greguería
por su poder expansivo, más fuerte que la me-
hnita.
El hombre es la medida de to­
das las cosas.'—Protágoras. Pero a veces también sabremos callarnos una
Greguería, por no desairar a los demás, aunque
Sólo entre todos los hombres lle-
gaaser vivido lo humano.—Goethe los demás estén siempre pensando en desairar a
los demás.

N poco vidente, veo a los amigos darse a la


U Greguería, exigiéndose así pruebas inequívo­
cas y entrañables de sí mismos, en vez de recurrir
al chiste o de tratarse con mala fe o de tener que
dedicarse a agotar más los temas infructuosos y
demasiado generales; veo a los escritores conce­
bir en Greguerías, sin darse a ese amaneramiento
nocivo que es el largo discurso, el capítulo y la
crónica; veo al profesor decidiendo ante todo la
competencia de sus discípulos con un ejercicio
práctico de Greguerías; veo a los enamorados va ­
riar su vacío repertorio por causa de las Gregue­
rías, dándose mejores y más entrañables pruebas
de sí mismos, más carnosos gajos de sí mismos;
veo ya resuelto el problema de los regalos de bo­
das: se regala una buena Greguería, y ya está;
y veo así a la juventud asumir enteramente la ni­
ñez y a la madurez la juventud y a la vejez la
madurez y a la muerte la vida entera, acabándose
24.
25
RAMON- GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

habrá tenido, si no tiene algún rabillo más difícil


de notar.
Las Greguerías son fácilmente caricaturizables,
la parodia está en ellas mismas; por eso es inútil
IX hacer eso, advirtiendo que esos mastuerzos que
llaman hacer Greguerías a hacer mastuerzadas fal­
tan a su madre, porque lo que es más la madre
y el padre de la vida de cada uno son las Gregue­
ste tomo, aunque han sido escogidas una a una
rías, que indudablemente les han ido formando
E todas sus Greguerías, sin embargo, es atra­
bancado, desigual, y hay en él cierta cortedad, por­
que aun preparado a través de los años, haciendo
con mayor ternura y realidad y son lo que menos
les ha abandonado en sus dudas y en sus soledades.
día a día sus Greguerías, yo desconfiaba de que
llegase la hora en que fuese un tomo.
_ Este primer tomo necesita algunas adverten­
cias :
A veces la palabra “lamentable” se repite y se
repite, con la particularidad de que a muchas co­
sas yo las llamo “lo más lamentable”. Todos, sin
embargo, deben comprender la gran variedad que
hay en eso y cómo en distintos momentos hay co­
sas que son “lo más lamentable” y puede haber
varios “más lamentable”. Con lo “más trágico”
sucede lo mismo, pero esos idénticos absolutos no
se excluyen; todos pueden convivir, si se compren­
de que la lectura de todo el libro en un tiempo
continuo es cosa convencional.
Algunas Greguerías son guijas un poco gruesas
y solemnes, pero no he tenido tiempo de atomi­
zarlas más y de hacerlas pasar por el último mor­
tero y por el último cedazo. Y si alguna se re­
pite enteramente idéntica en algún sitio, su razón
26
RAMON GOMEZ DE LA SERNA

GREGUERIAS

—-¿Y las otras? ¿Las que faltan?


Sí, faltan muchas. Algunas no están, porque
hombres desaprensivos a quienes se las dejé con l ajedrezado blanco y negro es una obsesión
confianza las perdieron, otras porque se me ex­
traviaron en el pequeño papelito en que las apun­
té, otras porque cayeron en los barrancos de la
E para nuestros ojos... ¿ Qué misteriosa persua­
sión y dominación hay en él?... Caza nuestras mi­
radas, las liga a él, las marea, las fascina, las re­
memoria, otras porque las perdí antes de encon­ tiene... Los pisos ajedrezados distraen nuestras
trarlas, cuando las iba a encontrar. miradas, que se quedan fijas en el suelo largos ra­
¡ Irreparables pérdidas, porque perdida una Gre­ tos sin poder levantarse, aunque la pizarra de los
guería el diablo que la encuentre!... Perdida una suelos, ya un poco gris y descolorida, no logra el
Greguería se pierde para toda la eternidad, y ya contraste del negro que se necesita junto al blanco
no será ninguna de las que nazcan. alternante... Así, en el juego de ajedrez también,
lo que aficiona, lo que hace no levantar la cabeza
RAMON del tablero, no es la pueril diversión de ese juego,
sino el ajedrezado blanco y negro, la visualidad,
la exaltación, la destreza, la emoción que hay en
él... ¡El magnetismo, la clave, la gracia formida­
ble que hay en el ajedrezado es algo misterioso y
absorbente, cuyo oscuro dominio nos somete! Es
el contraste de la vida y la muerte, es la absorben­
cia de las viudas blancas y negras, es el sí y el no.

Es más fácil quitar el traje o desollar a un cor­


dero, que desnudar a un niño dormido.
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29
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
Nos muerde el ladrido de los perros. dose, cogió, una hermosa colilla que metió en su
bolsa de máscara... ¡Es el Pierrot más triste, más
Toda ciudad el domingo es una ciudad de ca­ desgarrador, con más melancólicos cascabeles, de
nales, los canales tristes y verde agua del domin ­ todos los que he conocido!...
go, los canales que van por el fondo de las calles
y sobre los que todos bogan lentamente... En el El afilador tiene una catadura de revoluciona-
domingo se abren las presas que retenían las aguas 1 io, una figura hosca y novelesca de héroe san­
en las afueras. guinario, de inductor al motm, enarbolando el
más grande y mas afilado de los cuchillos... De
Cuando todo el chopo alto o el álamo largo sue­ niños nos impresionó ya el afilador, como si, de­
nan totalmente moviendo todos sus crótalos, pa­ dicado a un oficio solitario de rebeldes, tramase,
rece que llueve copiosamente. preparase afiladamente una degollina...

Zoroastro es un nombre estupendo que con­ En las vacunas de las mujeres morenas, como
vence. Un hombre con este nombre lo pudo ser en las de las blancas, hay un punto, una bujía in­
todo. Así, yo elegiría, con una gran fe, la religión candescente que alumbra las voluptuosidades, que
de Zoroastro. es, en ellas un sutil faro, que es como el “contras­
te ’ de que la carne es realmente carne.
Las japonesitas tienen cara de lloroncitas, de
haber llorado o de ir a llorar por cualquier cosa, Una media a la que se le ha ido un punto, hace
o, a lo más, de sonreír, con esa sonrisa fina, con­ a la pierna más encantadora, más humana, más
movedora, que se ve a través de un viril de lá­ mortal, más pueril... Es una incorrección que co­
grimas... Si tuviésemos una japonesita, procura­ rrige la corrección de cartón con que se acarto­
ríamos no hacerla sufrir, y la diríamos con cle­ nan las piernas en el trato asiduo y teatral...
mencia y cariño: “¡Ojos chiquitines, mimosa, as-
trolabio, doña Pucheritos, ven aquí conmigo!” Parece que en sueños se nos va a morir el co­
razón, como un obrero que se rebelase a cumplir
Pobre Pierrotín aquel que, ascendido por el sin descanso una jornada de día y noche en el
lustre de ese traje tan digno y tan conmovedor, fondo de una mina lóbrega y húmeda, húmeda de
perfectamente enmascarado, con la cara blanca sangre...
poética y graciosa de Pierrot, se dió a conocer por
un instinto más fuerte que su máscara, y. baján­ La tragedia de la gota de agua cayendo en el
jo 31
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
cubo del lavabo toda la noche es una tragedia de imperante con que se nos encara la cabeza de los
asunto lacónico,, pero espeluznante, que conocen tornillos, su ojo rayado.
las pobres criaturas humanas, en las que no todo
¡ni mucho menos! es heroico... Si no se levantase La caída de las horquillas de las mujeres es algo
uno para evitar que insista, le pasaría lo que a a rumador para nosotros, pero no para ellas... Se
aquellos mártires de la Inquisición, a los que hora­ están cayendo siempre las horquillas, las vemos
daba el cráneo el gota a gota del suplicio “del quedarse pendientes de un cabello, todas fuera
agua”. todas salidas, como en los tocados de las japone­
sas; se lo decimos, pero ellas son apáticas y tor­
Las lenguas fiambres, empavonadas de escarla­ pes para retenerlas... Primero no nos hacen caso,
ta, distraen en los escaparates de las reposterías después hacen como que no nos oyen, después te­
como algo burlesco, sarcástico, ensañado y difícil nemos que decirlas: “Ahí no.” “Más arriba.”
de comer... Son cosa digna de estómagos crueles Mas arriba. Un poco más abajo.” “Ahí”, has­
y de coquetas sádicas, como aquéllas que pedían ta que al fin las encuentran... Debíamos de corre­
las cabezas de los santos degollados para pinchar­ girnos de este afán de que no se pierdan sus hor­
les la lengua con alfileres de oro... Estas lenguas quillas, de que las retengan, y dejar que se cai­
y las cabezas de jabalí fiambres y adornadas con gan... Después de todo, así como las hojas que
gelatina, son algo para Salomé. se caen de los árboles son una pérdida superfina
que no da mas, la caída de las horquillas quizás
las refresca y las renueva... Pero no nos corregi­
Después de una noche dificultosa, trabajosa,
llena de dolor de hacer, de hallar y de explorar, remos nunca, y a cada instante estaremos con esa
retahila: Que se le cae a usted una horquilla ”
nos levantamos, no habiendo dormido más que.
cuatro horas, con los ojos chicos y fundidos y yue se te cae una horquilla.”
una barba nazarena que pica, que escarabajea y
. La verdad es que vamos a la muerte en moto­
que escuece... ¡Y nos habíamos afeitado ayer!
; Cómo habremos tirado hacia afuera de nuestra cicleta.. En mi es tan gráfica esta idea, que me
vida, de nuestras facultades, de todo, de todo, siento dueño de una motocicleta, a la que cuido
para tener estas barbas tan crecidas! y sobre la que me siento. (En el “sidecars” lle­
vamos a nuestra mujer.)

‘La mirada felina de los tornillos...”, podría­ En las lecherías se cría siempre una real moza
mos decir para acusar la expresión fija, fuerte, cíe requesón.
32 33
Cr- de la Serna: G-reguerius.
3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
Los cuadros nunca pueden estar derechos, sin vuelve en cariño, demuestra el cariño de las telas,
que se sepa por qué, aunque quizás sea porque su noviazgo... Esos viejecitos con bufanda van
la tierra no es plana, sino redonda, accidentada, llenos del agrado que en ellos pone la bufanda,
y todo está ladeado y torcido en ella, todo está el postrero amor, el amor que no notan ni agra­
edificado con una absurda inclinación. decen lo bastante a la bufanda.

Se tiene un poco de pánico a los papeles que Esas escuelas de párvulos, “escuelas de niñas”,
giran en las calles del invierno1, movidos por el como dice el cartel que cuelga de sus balcones v
fuerte viento de la estación, como si fueran pe­
que se encuentran en los pueblecitos y en las afue­
rros que quisieran morder... Pero esto resulta in­ ras de las ciudades, dan mucha pena a la vez que
confesable, de pueril que es. mucha dulzura... ¡Distinguida maestra llena de
aspiraciones a la Escuela Normal y perdida en
El que se casa trata, de solucionar con la expia­ este rincón dando clase a las niñas pobres, a las
ción su deseo1 de mujer. ninas silvestres!...
Pasando la navaja por el suavizador se siente
Nos sorprende, nos sorprende siempre que el
el miedo inverosímil de que se nos escape el brazo
corazón esté al lado izquierdo v no al derecho
y nos cercenemos por el pecho, biselándonos. El
¿No sería menos débil al derecho?
miedo a la navaja de afeitar y a sus facultades,
de una eficacia inmensa, no tiene parecido.
Los lacayos muchas veces son de mentira, son
Los ovillos—los ovillos de todo—nos causan en­ lacayos falsos, maniquíes inmóviles sentados en
canto... Es algo sorprendente y bello esa largura flexiones rígidas, como si tuvieran en el trasero
en que se pueden desarrollar los ovillos... Quisié­ un rabito de hierro que les sostuviese derechos y
ramos jugar con un ovillo que no se acabase nun­ Ajos en el pescante, como a aquellos cocheros de
ca... Entre todos los ovillos de todo—de hilo, de nuestros cochecitos de niños.
flexible, de alambre, etc., etc.—, si se reuniesen,
parece que estaría la largura del infinito y que po­ Esas medias impares, que ni siquiera son de las
dríamos lanzar una cometa más allá de todos los de a listas, ni siquiera de las de flores caladas, sino
cielos. tras inverosímiles, desaparecidas, fantásticas,
aztecas, indias, japonesas, del Indostán. no se
La bufanda es cariñosa; cerca de cariño, en- sabe de donde, son unas medias que dan una gran
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
personalidad a la que se las pone y la hacen irre­
sistible. sordas, dejan sin razón todas las razones y sin
pasión todas las pasiones... Ante los hombres idio­
En esa tarde en que el cielo y los árboles y las tas con cara de Cristo, siento un odio de gentil
calles están de mal humor, están inapetentes, se ansias de ayudarme de las turbas para martirizar­
repite una vieja tarde lamentable de colegiales in­ les y acabar poniéndoles un cetro de caña entre
ternos. las manos atadas y gritarles con toda la fuerza del
sarcasmo ante su flojedad y su ambigüedad: “Ec-
Los zapatos andan solos... Avanzan en la no­ ce-Homo.
che muy de puntillas, sin crujimientos, pegados al
zócalo de las paredes... Esto no se sabe, nunca Hay una estrella en que sólo hav una casa de
se les ha pillado infraganti, pero se presiente y se a arquitectura de las casas de los cortijos y toda
tienen muchas pruebas de cargo para creerlo: se enjalbegada de cal viva, con las ventanas y las
les encuentra distantes del sitio en que debían es­ puertas cerradas siempre.
tar, muy extraviados; a veces se pierde sólo uno *
de los dos, se le busca por todas partes, y al fin Alguna estrella está llena de sueño y se la ve
aparece muy lejos, en el pasillo, quizá en la coci­ cerrar los ojos.
na o quizá en algún sitio lejano, en el que resulta *
incomprensible cómo pudo llegar; a veces son los Hay noches en que la luna se ha vuelto loca
dos los que desaparecen, y entonces se puede pen­
sar que se han ido para no volver. ¿Dónde des­
apareció aquel par mío que estaba todavía nuevo? *
Es uno de los misterios que no he podido resolver viofin™? Un„balcón iIm™ado, sale un son de
nunca; el mayor de todos. violín de aquella estrella.
*
Los hombres con cara de Cristo son los más La luna a veces está ojerosa, tan ojerosa que
engañosos del mundo. Todo bajo sus caras de se trasluce sobre el azul. J ’ qUe
Cristo es hipocresía, rebajamiento y palidez, una *
palidez que es también palidez de su alma, como
si fuesen blancos y descoloridos hasta el tuéta­ lleua’ exuberaníe- no estaba an­
tes asi. Aquella estrella está embarazada.
no... Los hombres con cara de Cristo desconcep­
*
túan la vida, la convierten en un lugar de intrigas
Las estrellas mueren de inquietud, se consumen
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

de inquietud. ¡ Pasa tan de tarde en tarde el ma­ Algunas se desnudan como esas mujeres tan
cho, el cometa! provocativas que, después de mirar el campo raso
* y oscuro, se desnudan con la ventana abierta...
Aquella estrella es una niña desnuda que se co­ Un placer furtivo y clandestino hay en mirar des­
lumpia en un columpio colgado del cielo, y cuyo de la sombra esas ventanitas abiertas, porque hay
trapecio no se ve sobre el cielo oscuro (como aque­ momentos en que se las ve todo.
lla jovencita de aquella postal indecente, no sabre­ 'f*
mos nunca su camino). _ La Vía Láctea es la calle de los bazares esplén­
*
didos en la ciudad medio Constantinopla y medio
En aquella otra estrella hay un pájaro de colo
Tokio, que es el cielo... Son admirables las cosas
res inverosímiles y de canto interminable y sutil,
que se venden en esas tiendas iluminadas por pen­
el canto de los números... Su jaula, que es la es­ siles árabes o por grandes faroles, en cuyos cris­
trella, se mueve como una jaula de oro. tales lechosos está escrito, en caracteres quizás
*
chinos, quizás árabes, su nombre delicado: velos,
En la noche hay muchos siniestros en las estre­
bengalas, abalorios, medias de luna, voluptuosida­
llas, incendios voraces e insofocables. ¿El bombe­
des, pezoneras, cremas, sortijas de piedras de luna
ro divino qué hace?... y de otras piedras desconocidas por acá... Las mu­
jeres sólo miran la Vía Láctea porque sospechan
En los planetas oscuros se aprovechan las lu­
eso, y quisieran que sus amantes se lo comorasen
ces para escribir las nostalgias. Las estrellas no todo.
meditan ni escriben, arden en su exuberancia, en
su sensualidad. Cuando se apaguen ya les llegará *
la hora de la evocación y de la compensación por Recordaremos siempre esas noches en que la
la pluma y el pensamiento, ya se pasarán la vida luna aparece locamente descotada, descotada con
recordando cuando eran estrellas y aspirando a el prestigio de una reina, como dicen que se des-
serlo de nuevo. cotaba Isabel II para pasar revista a sus tropas,
* haciendo bajar los ojos a los soldados... ¡Ah, es
Las estrellas son de una distinción sin igual... que se descota para todos los hombres! (A veces
Todas están con traje de baile y abanicos de plu­ se saca un seno, como ciertas cupletistas cuando
ma y todas van llenas de aderezos, siendo sus ma­ sienten más espesa la canalla.)
neras muy finas. *
*
.38 39
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS '
Hay una estrella en que acaba de realizarse un daba reducido su rostro a un óvalo amarillo, apa­
crimen. gado, sin aureola, sin irradiación, sin toda la luz
*
que en la noche esplende ella sobre todos los ob­
De las estrellas han caído algunas de esas es­ jetos y hace llegar a los rincones de la habitación
tatuas que se han descubierto en las excavaciones y de los espejos.
más profundas... Así se ven en ellas Belvederes,
Partenones, pedestales y estatuas aún enteras, Equivocados, hemos sido cogidos un día entre
cuyo mármol resplandece con una luz dura, mar­ la puerta de la calle, cerrada, y las puertas de los
mórea e incandescente que le va bien al mármol, pisos de la casa extraña... Nos hemos quedado
pues habíamos notado que los mármoles son algo como esos gatos que mayan desoladamente. Nos
que se ha apagado. lia dado mucho miedo de asustar al vecino que
*
iba a entiar, nos ha dado miedo de ser mordidos
De alguna brota una luz de fiesta, fiesta de par­ por la portera escamada, nos hemos sentido pre­
que de diversiones lejano a la ciudad, fiesta del sos para siempre, reos de alta traición, reos en
trasatlántico en el mar, fiesta de gran palacio de capilla, perdidos, turulatos, hasta que al fin he­
escalinata iluminada. ¡Elevada escalinata imposi­ mos podido salir y hemos cogido la calle como
ble de escalar! Dentro, todos beben champagne, pájaros o moscas que han estado encerrados un
valsan al son de los zínganos, se entregan. momento en una mano.
*
Las estrellas a veces se ven más brillantes que i Qué dirán los astrónomos de los otros plane­
nunca, como si el cristal de la gran claraboya hu­ tas, de los cohetes? Indudablemente escriben en
biese sido lavado. sus cuadernos: “Nuevas constelaciones, luceros,
*
estrellas de rabo, estrellas verdes y violetas Es­
Da gana de saludar a la luna con un saludo trellas efímeras.” Porque los cohetes son lo que
regocijante, de rigodón y de locura, quitándonos nos queda de creación sideral... Los cohetes, los
el sombrero hasta los pies. cohetes de paracaídas, los de llamas de bengala
***
los de enjambre, los de explosión de luces, dicen
¡ Cuántas veces las piernas femeninas se nos su­ en su lenguaje disparado, con sus chisperías chi­
ben a la cabeza como un alcohol fuerte!... nescas y eléctricas, con sus sierpecillas, con sus
colas de pavo real, con su fuego blanco, con sus
Aquella mujer era bajo la luz del día como una torbellinos, con sus relámpagos, con sus soleci-
bombilla eléctrica encendida en pleno sol... Que- llos brillantes, con sus perlas de colores, con sus
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KAJÍ02V GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
cintas de fuego dorado: “¡Viva la moza más bo­
nita!...” “¡Viva la noche de verbena!...” “Soy hacia la eternidad, como la visión de los espectros
una estrella de rabo!...” “¡ Viva yo!...” “¡Soy un mediocres y tenues de los que pasarán después
tiro loco en busca de un serafín!...” “¡Soy un por las calles en los coches fúnebres... . ,
lucero!...” “¡Soy un símbolo!...” “¡Soy un sus­
piro de todas las almas!...” “¡Soy una lluvia de De pronto, en los jardines vemos una serpiente
lágrimas radiantes y-dichosas 1...” “¡Soy un pu­ entre las hierbas. Tiene una larga hilera de pin­
ñado de monedas de oro lanzadas a las almas de tas metálicas, que son enteramente esos adornos
niño en el bautizo!” que corren a lo largo de la dorsal de las serpien­
tes... ¿Qué especie de serpiente es esa? Es la
i Cómo se inutiliza y muere después del sorteo manga de riego, silenciosa, acostada, tomando el
un décimo de lotería!... No nos decidimos a ti­ fresco; ¡dulce y nada venenosa serpiente de los
rarle, da lástima, quisiéramos que sirviese para jardines de los sitios en que no hay serpientes!
otro sorteo, se debía poder revender como las pa­
peletas de empeño, parece que debemos guardarlo Los pinos en la noche son árboles de Noel, y
como para el caso de una revisión. si en la noche nos atreviésemos a andar entre
ellos, podríamos descolgar alguno de los juguetes
¡Qué fijo! Con el balcón entornado, yo veía de que cuelgan de sus ramas.
pequeño en el techo de la habitación el sucederse
de las figuras y de los coches, en sombras alarga­ Los tirantes resultan, cuando cuelgan, el rabo
das y constantes de una sutil y transparente ma­ del hombre... el rabo que no le sienta mal.
terialidad, y me las quedaba mirando fijo, ener­
vado y silencioso... No sabía por qué en aquel El diablo está siempre a nuestros pies, en cu­
espectáculo encontraba una honda desazón... Hoy, clillas, a la manera ridicula de un mono. Los hom­
viendo el mismo incierto espectáculo en los mis­ bres decididos lo hemos logrado atar a una cade­
mos techos blancuzcos y estucados, he compro­ na. como los húngaros a sus monos. A veces—hay
bado esta honda decepción y me la he explicado que confesarlo—le tocamos el pandero para ale­
alambicando mis sentimientos, pensando que es grarle y verle-saltar, y alguna vez para distraer
ese un espectral y tránsfuga espectáculo, como al público o para distraemos. Aun atado a la ca­
el de una procesión de almas, como el de la pro­ dena y domesticado, nos hace pequeñas diablu­
cesión vaga y deleznable de la última apariencia ras, nos tira el bastón, el sombrero, nos desata el
de las cosas reales que pasan por la calle eterna lazo de los zapatos y, entre otras muchas cosas,
nos hace que perdamos el tino al llenar la pipa o
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
al hacer el cigarro, haciéndonos perder una gran
£eS™d°.dUrante muchos años se sienten de pron-
cantidad de tabaco, que él recoge, atento a todo to madres,, son las elegidas por la Compensación.
lo.que cae, porque de ese tabaco nuevo que per­
demos es de lo que él fuma.
A veces, en las fuentes de los jardines nasa
C "
que uno de los dragones, o de los delfines,’ o d»
El gesto de sacarse el pañuelo del faldón del echan ’agua no 'ri.
los peces que echan rige, está agónico y
frac es un gesto ignominioso e indecentísimo. 1 V” T T° ,ento- Si” ’in
da... Es infame ese abandono, porque si no pue­
¿ Por qué el callicida que propala a voz en cue­ den salvarle y devolverle su primitivo surtidor
llo lo maravilloso de su específico en la plaza pú­ le debían rematar. Así, acabada su vida mortal’
blica no cura al pobre pie de cera que le sirve de
reclame, el horrible callo que le corroe ? sin una gota de agua, comenzaría su vida etema
de escueto monumento de piedra.
El que va en el banquillo supletorio de los co­
E! hombre que nos saludó por equivocación nos
ches va jorobado y apabullado, como en el ban­
quillo de los acusados. ¡ Pobre criatura! reconocerá siempre, nos tocará enfrente en las
plataformas de los tranvías, al lado en un tren
La única alegría de los casados está en asistir zaremostatCa en teatr°’ 7 nos Io ^Po­
a la boda de los otros... ¡Alegría diabólica! zaremos temendole que dejar la derecha en las
calles solitarias, y siempre sentiremos el deseo de
. Parece que el día que asesinan a alguien, o lo Imn1o°S ,perd°ne eI <5Ue nos saludara aquel día
mploranamos su piedad por piedad.
ajustician, la Naturaleza se resarce de eso, por­
que lo que ella no hace o no descuenta nadie lo Son más largas las calles de noche que de día.
puede hacer, y hace nacer a otro para que la ci­
fra no se descomponga y mantenga su equili­
brio... Esos.hijos precipitados que corresponden nuesatraCacaasSaqfUe desakluiIadas frente
a
al crimen lejano, son muchos, pero son más por­ las Son tí' Cnen mU a angUStia de estar so-
que nacen de pronto también'otros niños que son ellas ni ™ P°rqUe haya fantasmas en .
hijos, como los otros, del suceso imprevisto por su desconsuelo™ no tene/es^ en
ei Gran Cálculo, los hijos que corresponden a la 2tansthdabÍtaddaS’ tÍe-n’lansOpaerede°s1OfX!
supresión de los matados—no asesinados—por los
en el dtsmÜ’ 6Stán’ 7 SU distrib«ción
médicos. Esas esposas que después de no haber
esmantelamiento es ingrata, fea, desenga-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
nada, con un vacío imposible... Sobre todo, en la creen que les roban, que alguien mete la mano en
noche se llenan de pánico y de miedo de la cocina, ese cajón y saca de él el dinero en pequeñas can­
más extraviada, más sola que el resto y llena de tidades... ¡Oh! ¡Por no tener ese horrible y ob­
infinitas cucarachas y ratones. En la noche se sesionante temor a las urracas misteriosas, apa­
hace más desamparado su miedo y castañetean ñadas, insistentes y pizcadoras, es preferible no
más sus dientes, por la imposibilidad en que se ven tener dinero!
de dar al botón de la luz eléctrica, sintiendo, como
deben sentir en su vacío, la urgencia de la luz. Al oso parece que le viene grande su gabán de
pieles, las largas mangas sobre todo, y el faldón
Los ojos se entran, por una atracción irresisti­ arrugado... O es un capitalista desgalichado y gor­
ble, en los talleres de plancha, ofuscados por el do o es un chauffeur.
blanco de la luz eléctrica sobre el blanco de las
ropas y por el blanco de sus mujeres—honradas En Carnaval, los tuertos tienen los dos ojos...
como planchadoras—casi siempre de buen ver, Por eso es un gran día de fiesta para ellos...
aunque a veces les defrauden; momento seguido,
y casi en el mismo instante—porque el paso no Un grillo es una cucaracha fanfarrona y desco­
cede a esa curiosidad tan instantánea—salen los cada; es lo que a la criada silenciosa y discreta
ojos, raudos como moscones que encuentran la la criada que canta, esa criada horripilante, que
rendija, hacia el aire libre de la calle, por la que canta un monótono canto asturiano, el mismo siem­
continúan ciegos un rato e ilusionados por la sen­ pre desde hace veintitantos años que vino del pue­
sualidad eficaz y limpia a que mueven las plan­ blo: el mismo, cada vez más perdido, con más
chadoras. Es una exaltación ésta de los talleres sonsonete, más abreviado, más agrillado...
de plancha que marea un poco, por el giro verti­
ginoso y atento que hacen los ojos entre tanto Cuando se cae una copa de vino es que tiene
blanco luminoso, como impregnado de luz de “fo­ sed el diablo y se procura bebida... Sobre todo
co”, de luz de gas y de polvo de almidón. con los licores se delata casi con torpeza, tiran­
do la copita a cualquier descuido, con una fre­
Un consommé de hotel es un agua que se toma cuencia y una mala intención que sublevan...
por superstición, como las beatas el agua bendi­
ta... Es tal vez agua bendita caliente... Los relojes de comedor dan un hastío especial,
agravándonos con la idea de la comida, la hora
Todos los que tienen en un cajoncito dinero maquinal, la hora fatal... Los relojes de comedor.
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KAMOiV GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
de estrecho caletre, inutilizan un poco para toda El nuevo Caín sería uno de esos hombres que
idealidad y todo proyecto necesitado de mucho escriben contra el hombre bueno, contra la obra
candor, mucho tiempo y mucha hambre... Son buena y al que le quedase en las manos la huella
como un tío pesóte y atrabiliario, que dice con de la tinta con que escribió sus cosas malvadas,
sorna y maldad, viendo hasta dónde ofende y dis­ una huella de tinta imborrable, perenne, con la
lacera: “¡Hay que comer! i Hay que comer a su que se fuese a la muerte.
hora, no lo olvides!... La carrera de comercio tie­
ne un gran porvenir...” Los relojes de comedor El silencio no es nuestro silencio, ese silencio
tienen una vida material, una vida inexorable y
cotidiana...: desarman y desilusionan... No se
que tenemos que presenciar o en el que tenemos
que estar para comprenderle ni el "silencio de
debe entrar a beber agua en el comedor silencioso que habla Maeterlinck; y estas son ideas muy
y completamente solo a la tarde, porque la tarde
pequeñas. El silencio es Dios, y será lo que du­
en el comedor, unida al reloj, os dará una lección
rara más en la eternidad. Lo que vencerá. El si­
vulgar y pedagógica insoportable. lencio tiene las voluptuosidades más hondas cuan­
do esta solo y no le perturbamos ni le distraemos.
¿Por qué no se tumban los pájaros como los
Y o he dejado solo al silencio muchas veces por
hombres cuando acuestan sus cabezas sobre las
respeto y me he ido a la calle algún día para no
almohadas?... Hasta parece dulce su muerte, por­ estorbarle dejándole así dueño de mi casa, pu­
que al morir se acuestan al fin, se tienden, des­
diéndose besar con las mujeres de los cuadros,
cansan plenamente.
que son sus mujeres.
i Qué bella sorpresa es ver subirse una liga en 1 T;a,are,na d,el tiemP° es siempre la misma, como
un portal!... Es ese un hallazgo galante que nos
la del reloj de arena... Cae por el día en un he­
familiariza con la mujer que se ha subido la fal­ misferio, por la noche llega a abismarse en ese
da en el portal... Ha sido casi una sospecha más bajo hemisferio, pero en el alba alguien invierte
que una cosa vista; ¡pero qué bello y qué intrépi­
el. reloj de arena y vuelve la arena cernida, la
do desnudarse ha supuesto ese rasgo rápido de la
misma arena de siempre, a su sitio alto, primero
vida de relación en la calle!... Pero pronto se ha
y recomenzador, al hemisferio de arriba, al pri­
desvanecido el encuentro casual, la sonrisa galan­
mer deposito, al depósito de arriba.
te, la visión... Ha apretado el paso y ha levantado
el vuelo la Entrevista. Esa mujer que se ha caído en la calle, ¿ha caído
por un tropiezo o por una amargura, vencidas por
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G • de la Serna: Greguerías.
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GR E G VERIA. S SELE C 'J 18
un suplicio interior sus piernas débiles?... Esa caerse sobre un cristal y romperle con la cabeza,
mujer, muchas veces vieja, que se cae en la calle como los clovms los discos de seda. ¡ Nos acribi­
se levanta conservando su altivez, muy modesta­ llan tan atrozmente!
mente vestida casi siempre, pero recatando, ca­
llada, el secreto de su caída, quizás de miseria, Da pena ver cómo se martirizan las paredes con
quizás de un dolor imposible. Ella no dirá nada: los clavos. Son crucificadas. El Crucificado se pro­
ella achacará a un tropiezo su caída causada por yecta sobre las paredes.
la angustia.
El whisky es el árnica del estómago... Sabe a
En la noche ciudadana, en lo más alto de ella árnica y es grato probar ese sabor como si curá­
y en lo más intrincado, notamos de pronto que semos el fondo dolorido y desesperado de nuestra
tenemos encima, que tenemos quizás en el alma, alma, lo que en ella hay de herido.
que hemos cogido el piojo de la noche, un piojo
que muere a la mañana. En los cuadros de vírgenes con el niño al pe­
cho. el niño que sorbe un seno debía jugar con el
La k es una letra mordiente, atenazante, con otro, que es lo que hacen los niños.
dos mandíbulas de kokodrilo. ¡ Pobre vocal sobre
la que cae la k agresiva, que cierra sus fuertes Al atardecer, tan silenciosa es la semioscuri-
extremos de alicate sobre ella! dad. tan desengañada, t.an renunciado™, tan in­
material, que hay un momento en que parece que
Hay unas viejecillas de moños falsos cuya pre­ está la habitación sola, sin nadie, sin uno mis­
sunción resulta inefable, porque se ve demasiado mo... Tanto se ha ido callando uno y prestando
que sus moños, demasiado negros, demasiado bas­ a la muerte de la luz, a su discreción, a su des­
tos o demasiado rubios, no son de ellas, que tienen composición suave e inadvertida, que cuando se
un pelo blanco bien distinto al de sus moños. Las quiere recordar ya no se está. Se ha difundido
tiraríamos del moño afablemente, en bromita. uno, como una escueta comprobación de la habi­
tación ; algo como el misterio de la metempsícosis
El azul celeste de algunos días muy fríos con­ o la descarnación se ha operado. Nos hemos ido
suela de un modo eficaz... Representa el optimis­ metiendo como en la pared, nos hemos retirado.
mo sobre el frío.
—¿Es Ja pulmonía?
Uno de los temores más grandes de la vida es —¿Es la pulmonía?
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
^ nuestro rostro, y la otra, la salida, en lo re-
Incierta, fugaz, esbozada, tímida, sin que la oiga
Tn o%r , eri otra tie™, en otra ciudad,
el cuello de la camisa, se inicia esa pregunta mu­
otra casa, bajo otra luz, quizás en otro rostro.
chas veces... Una punzada en el costado, la pica­
dura de un “chinche de ataúd” que hemos cogido Muchas veces se levantaría uno a hacer testa-
no sabemos dónde, un alfileretazo en la espalda, nento, aunque eso no tenga objeto, aunque no
una vaga filtración en el pecho, algo como un tem­
blor del alma nerviosa, todo eso nos hace ver la tes£entonada T * nadie’ SÓ1° por hacer
pulmonía fatal, la pulmonía con rostro de desco­ sincero ' teStamento> eI acto puro y
nocida... ¡Ah! ¡Pero nunca pensamos en la pul­
monía doble! ¡ Qué inverosímilmente elegido el ciue
le toca esa bola negra, el número 1 de las bolas es más nUeSU-° C°raZ°n en la almohada
negras! dor Vi °Ue 01r el tic‘tac deI desperta-
t-mÉ;' u ag° agonico y desconcertante... Pero
En la noche, siempre se siente que en el despa­ smtUeni Ot'a C°Sa tan pen0Sa como esa> Y es
sentm el corazón contra el colchón, como si tu-
cho del padre opera un ladrón. ¿Para qué inte­
esemos el pecho abierto, como si se hubiese ven-
rrumpirle? A la mañana resultará que no se ha Ü S°bre Caja del pecho- Andido,
llevado nada, que se dedicaba en la sombra al si­ aido y como tropezando, como yendo a nararse
mulacro del robo, al robo de afición.
or el roce, como aplastado, como un escarabajo
anzudo, patudo y cosquilleante, como si le estu­
Cuando se aprecia lo preciosa que es una cerilla
viésemos ahogando como ha sucedido con airón
y lo poderosa, es cuando no se tiene ninguna...
¡ Oh lo milagroso, lo imposible que es el provocar
el fuego!
cnS1 l0S desvanes anida un aguilucho que =e es-
Son suntuosas esas hogazas de pan con una bre­
cha labiada en el centro, pues parece que, dema­
siado granadas, se han abierto ellas solas, ahítas,
.lenas del apetito de ser comidas..
osas entre las que no está.
Como el conejo se mete en su conejera, se mete
uno en sí mismo durante el sueño... Es larga esa Hay en la clara y temprana mañana un instante
madriguera en que entramos, y tiene una entrada
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
sin pensamiento, superior a todos los pensamien­ significasen algo más que N. S. E. y O., diría otras
tos, un instante en que salimos al claro corral de cosas.
la cabeza, al corral libre, al corral que está des­
pués del patio y del otro corral y que es más sil­ La nieve en primavera llena los jardines de co­
vestre y abierto. liflores con el tallo verde y la cabeza blanca.

N o sé de dónde me viene el recuerdo de un aris­ Hay noches de tanto frió que parece que se van
tón, de un aristón más profundamente aristón que a apagar las luces, a apagarse no de viento sino
los demás, del aristón que amé como un niño a de frío.
una niña... No sé en qué excursión de la infancia
lo oí... Pero de aquel aristón que tocó para mi en En el fondo del agua de los estanques hay co­
la mayor soledad, como si hubiese tocado solo y sas caídas casualmente allí que se deben ir ha­
de pronto, procede mi poética y mi dramática. ciendo animales vivos, algo así como ranas infor­
mes, cosas llenas de una vida tentacular y lenta
Cuando en las playas o en los campos abiertos
Los domingos nos hacen viejos; demuestran
nos hemos tumbado y nos hemos quedado mirando
todo el pasado, todo el gasto hecho, todas las mu­
un cielo sin nubes, ese cielo inmóvil y diáfano
del atardecer, nos hemos sentido muertos, con las jeres que fueron abandonadas por nosotros del
modo mas tonto, sin saber por qué ni cómo Así
cuencas vacías mirando el vacío... mirando el cie­
lo como lo debe mirar la tierra, que quizás está como el cumpleaños, es tan triste y tan sugeridor
el cumplesemanas, que es un cumpleaños dismi­
llena de miradas así.
nuido, en el que ni siquiera recibimos esa postal
que nos recuerdan las ex novias que aún hacen
La brújula es algo inverosímil, a la que Dios mentos de abnegación.
mueve... Su alma extensa y vidente me ha pas­
mado siempre y parece como una reliquia mila­ ¿Será a nosotros a quienes llama esa bocina de
grosa, una reliquia de Dios encerrada en su reli­ automóvil que parado frente a nuestro portal,
cario de cristal... No se debe jugar con la brújula dice a alguien bien distintamente que baje? Y
ni estropearla, porque será como estropear una influí qUC n° tenemos ni esperamos ningún
pequeña esquirla de sensibilidad sobrenatural... automóvil, cometemos la torpeza de asomarnos...
I.a brújula está llena de brujería, y sabiéndola ni­
velar de otro modo y colocándola otras letras que El violón, por su remate, se parece a una bai­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS selectas
ladora cuando remata un baile con toda altura, biese roto el gran cristal de los cielos... Una lluvia
con todo estiramiento, con una extrema contor­ de cristales cae sobresaltadamente durante un ra­
sión... Parece que el violón se “marca” algo por to, que el ruido y la idea de la catástrofe hacen
su gesto, sobre todo en los momentos en que toca mas largo... ¿Habrá sido guillotinado alguien por
un bailable... Esa mano atormentada, crispada, a fría guillotina de alguno de los cristales mayo-
rizada, gafa que remata los violones, parece la de 1 es_° habrá sido herido por uno de esos muchos
la artista de tango cuando levanta el brazo en­ puñales que fabrica toda rotura de cristal?
corvando la mano con gracia y epilepsia.

Los chicos, los chicos de los tenderos, de los Ante aquella muerta, pensamos: ¿ Seguirá to­
continentales, los chicos de las porteras, los chicos siendo con aquella tosecita? Seguramente habrá
revoltosos de las escuelas, cazan, pescan, cogen, acabado de toser. Entonces, ¿no debiéramos feli­
roban, como manzanas desprendidas furtivamente citarla en vez de llorarla? Ninguna pastilla ni nin­
del cercado ajeno, senos frescos, duros, esféricos gún jarabe podía callar ya su tos. Parecía que la
y recientes, los senos de esas mujeres que llevan muerte tampoco.
las manos ocupadas, los senos de requesón de las
lecheras... De pequeños debimos saber esa picar­
Hay un dolor del corazón, un dolor subitáneo,
día que sólo de pequeños es permitida... Nunca la
fruta sagrada y prohibida será más deliciosa y una punzada que se ahonda en el corazón al res­
más lograda. pirar y que se clava y la hincamos más cuando
intentamos respirar más fuerte para echarla fue­
¿ Qué son esas inmateriales bolitas como de pla­ ra... Esto nos ha pasado muchas veces y todas nos
ta, de cristal o de mercurio sutil, que ascienden hemos salvado, pero alguna vez—-la última—esa
por el agua de las provincias y de los pueblos y la punzada se nos quedará clavada en el corazón,
hacen tan viva? Muchos ratos hemos estado mi­ matándonos, ensartando nuestro corazón y deján­
rando a través de los jarros de cristal esa agua dolo fijo como si tuviese un eje inmóvil.
viva y animada, y en resumen no diremos que esas
bolitas sean espíritus, pero sí pensamos que son Los bancos públicos son mujeres sucias que
espirituales. ofrecen gratis sus muslos para que nos sentemos
en ellos, muy condescendientes, aunque nos pega-
Cuando se siente un rudo estrépito de cristales lan sus miserias, sus avariosis, sus liendres... ¡Ah!
en la calle, parece por el estruendo como si se hu­ h’ero no nos quejemos, porque es que son las mu­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
jeres completamente fáciles y completamente gra­ go de la creación, como inexistentes de olvidados
tuitas. y relegados que están!...

Ese automóvil que se para de pronto y resuella De puro blancas, es indudable que algunas mu­
y resuella mientras corrigen su avería, sobrecoge jeres desaparecen en el aire y en la luz... Yo hu­
el ánimo como el ver a ese hombre al que le dan biera querido ver a alguna en ese límite de la blan­
ataques epilépticos en la calle... ¡Qué excitación, cura de su carne y de la blancura de la luz, antes
qué asma hasta que se va!... ¡Que le den agua de fundirse, inmediatamente antes de su asunción.
de azahar!
¿ El cielo está pintado a la acuarela, al temple o
Las iglesias en el alba son iglesias de aldea... al óleo?
Iglesucas apacibles, recién nacidas, limpias, extra ­
ñamente ingenuas en medio de la gran ciudad. A última hora de la noche, antes del alba, los
pasos que resuenan en la calle son profundos como
Ese segundo patio que hay en las casas es som­ los de las almadreñas...
brío y sórdido como él solo. Es un patio de ce­
menterio para uso de los vecinos y para enterrar Frente a los cines acabados de cerrar en la no­
a las pobres criadas... Sobre todo a la noche... A che y que después de lo que ha pasado no pueden
la noche hay en él ruidos apagados, pero constantes quedar solos y sin nada entre bastidores, pensa­
y escarabajeadores... Es como un lago profundo, mos que los grandes actores, las maravillosas ac­
de aguas densas y sucias, en cuya obscuridad se trices y los transeúntes de las películas—distingui­
rebullen las salamanquesas, que viven y cantan en dísimos comparsas—, están aún allí dentro char­
las cañerías... Su sima angosta y honda no se ve, lando, acabando de vestirse para la calle, dando
y en su altura no se ven casi las estrellas; los rui­ vida al fondo del teatro... Se necesita pensar eso,
dos de tren caen en él ahogándose desesperadamen­ porque si no, ¡ qué frío, qué falso, qué insípido lo
te... En él la lluvia tiene el más triste chapoteo... que ha sucedido allí dentro! Si no, resultaría que
En él la luna es más imposible y más remota que aquello no era nada, absolutamente nada.
en ningún otro sitio, quizás más imposible y más
remota que vista en los patios de las cárceles a tra­ Está bien eso de que los dentífricos se anuncien
vés de las rejas que la cuadriculan mostrando la te­ pintando una luna, una luna a la que suponen una
rrible separación... ¡ Patios medrosos, abandonados dentadura ideal... Ya parece verdad que la luna
de la presencia de Dios, sin catalogar en el catálo­ tiene una dentadura de dientes iguales y radiantes,
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
la dentadura pluscuamperfecto la suma denta­ GREGUERIAS SELECTAS
dura.
aunque siente uno que está en el momento pre­
Sentimos pedazos de carne ardiente en nuestro ciso de conseguir la afirmación completa, siente a.1
pecho... Cuando sentimos esos recrudecimientos, mismo, tiempo que en la cabeza hay algo tirante,
en el límite de la tirantez, y entonces, con resolu­
esas quemazones pertinaces, esas agravaciones de
no sabemos qué, sentimos la muerte y su estigma
ción, se apaga la luz—la luz de la cabeza también—-
más vivo y ardiente que nunca. “Ya estamos he­ y abie uno la cama y se desnuda a obscuras y de
prisa.
ridos de ella, ya estamos candentemente sellados y
desollados por ella”, nos decimos, echándonos al
surco con impotencia ante lo insubsanable. Las tiendas de telas tienen un agradable olor a
savia nueva, a tela nueva... Todo es trivial en
1 odas las carnes muertas parecen dolerse aún, ellas, pero entre los oficiales rizados y las señoras
cuando el carnicero las corta, todas, menos la de; que se sientan hay, sobre el disimulo de enseñar
jamón... El jamón está satisfecho de haber mejo­ telas y telas, un amoroso diálogo en voz baja muy
rado con la muerte y la salazón, está satisfecho de enervante... Sobre todo las mujeres casadas, y
ser rico jamón, y le gusta repartirse en lonchas quizas, más que, nada, las que están en cinta, sien­
finas, revelando además su belleza veteada e in­ ten la voluptuosidad de los dependientes y del olor
confundible. resinoso de las telas.

No se debe nunca nombrar el “pus”; es una pa­ Mirando al mar, parece muchos días que unas
labra que sólo debe estar en los hospitales, es una lavanderas ideales como las del Tintoretto, han
palabra en la que la materia es tan expresiva, está avado mas de lo debido... Esa espuma blanca,
tanto en la palabra, que hay que sajar y quemar con copete, esa espuma densa que levantan con
la palabra... sus jabones esas lavanderas ideales e inexisten­
tes, lo llena todo, lo blanquea todo. Parece que allí
En la madrugada, después de haber trabajado lejos lavan los sudarios.
mucho, se teme que salte el corazón, como salta la
cuerda en el reloj que se fuerza... Un minuto más En los túneles largos nos parece pasar el Leteo
de trabajo, y ¡clac!... Lo dejamos todo precipita­ acompañados de gentes cualesquiera unidas por
damente, como quien escapa al hundimiento, por­ la casualidad en la misma barca... Es como un
que se hace insostenible el apurar el pensamiento; ade anto de lo que nos pasará... Así, al mirarnos
en los túneles unos a otros, nos sentimos confe­
6o sos y entrañables, hijos de un mismo destino...
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RAMON GOMEZ I)E LA SERNA
GREGUERIAS selectas
El primer túnel, por eso, nos reconcilia y aplaca
Al andar por los pasillos de la casa, se aclara,
nuestras mutuas antipatías. En los túneles nos da­
se refiesca, se espacia, se hace sensato y morige­
mos un beso con esa mujer que va en nuestro va­
rado el pensamiento. Se esparce el alma y bate
gón y a la que no hemos tocado ni tocaremos. .alas con ese desperezo tan delicioso con que las
aves, poniéndose un poco de puntillas y alargando
En la noche, callándonos y oyéndonos la cabe­ el cuello, las despliegan, las sacuden, las mojan
za como quien escucha una caracola, se siente el
en eter, las desempolvan, las refrescan, quedán­
mismo ruido que hemos sentido en la noche del dose así avispadas y conformes.
monte, como el son de unas esquilas lejanas, como
un ruido de fuentes, como- un ruido tintineador y Corno frente al viento haya una tela que lo- coja
cascabelero del aire, de los eriales, de los sem­
o que se deje coger por él, ¡cómo se desespera!
brados, de los árboles o los ríos, todo conjunto,
1 como dice ¡ adiós ! 1 ¡ cómo se exalta I ¡ cómo se
amasado, venido desde tos cuatro horizontes y enrabia! ¡cómo llama!
desde todos los mundos, ruido de estrellas ruti­
lantes, un ruido metálico del metal del aire. i Pobre muchachita la que lleva un adorno de
mujer sospechosa sin saberlo, sin darse cuenta!
El ir a despedir a un amigo da una doble tris­ i Pobre muchachita ingenua, cursi, desacertada, la
teza... Monta en el tren una imagen de nosotros que. lleva botas de mujer sospechosa, tufos de
—sobre todo si hemos subido un momento al va­ mujer sospechosa, blusa de sospechosa o un aire
gón del amigo—y se la lleva... Por eso cuando se adoptado por Jas mujeres sospechosas!
sale de la estación va uno como desubstanciado y
disminuido, sin encontrarse, como volviendo no ¿No se diría algunas noches que la luna incen­
sólo de haber despedido al otro, sino de habernos dia de frío la noche? Terrible paradoja que diría
despedido- a nosotros mismos... Cansado de la ciu­
uCrc'- 6 ^ri0’en^a verdad. Podo se incendia­
dad, ansioso, ha habido algo que, como un golfo,
ra de frío el día de la consumación de los días.
ha huido sin billete, debajo de un asiento... ¿Nos
escribirá? ¿Nos escribiremos? ¿Llegará? ¿Llega­ Un farol que parpadea nos guiña un ojo.
remos? ¿Volveremos?... No podríamos explicar
cómo pasa esta crisis, ni cómo encarnamos en nos­ El Inn de los que no pagan a los sastres de las
otros mismos, de nuevo, después del desmayo de tiendas que dan a la calle es que el traje que no
no encontramos.
pagaron se lo ponga el maniquí que les repre­
senta y lo luzca en medio de la acera con las eti­
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

quetas cosidas, las etiquetas en que está el nom­ rrera en la que nos ensordecemos, y cuando al
bre y las medidas del tramposo, su “ficha”. hnal volvemos a mirar el reloj, vemos que va es
definitivamente tarde... Entonces, llenos de'con­
El que pueda romper el cuerno de un buey el trariedad y de gusto, nos sentimos libres... Sólo
tranvía en que vamos, al verle pasar ras con ras cuando se trata de un entierro estas contradiccio­
del cuerno, es una de las cosas que nos ponen nes son muy penosas. ¿ Vamos ? ¿ no vamos ? ¿ se
más frenéticos. ¡ Cómo sufriría! Sufriríamos to­ enterara el muerto? Le vemos esperarnos hasta
dos su sufrimiento indecible... ¿En dónde? ¿có­ no dejar que cierren su caja aún, porque espera
mo? ¿en nuestros cuernos? ¿Quién se atreve a que le miremos por última vez... Le vemos impa­
decir esto? Pero es eso... Sí... Hay que decirlo; cientarse en su gran inmovilidad, esperar otro mo­
no somos casados y podemos decirlo... Nos duele mento mas,, y por fin dejar que cierren la caja...
el pensarlo, nos duele una raíz oscura, improba­ Quizas le vea en el cementerio—piensa el muerto
ble, pero sensible: nos duele un cuerno. entonces—, cuando abran la ventanita en que
como la esfera del reloj en los relojes de larga
Los farolillos colocados en una percha de hie­ caja se verá mi rostro...” Pero no nos hemos de­
rro junto a las obras de la calle nos engañan en cidido aun, cuando ya le vemos bajar por la es­
la noche como si fuesen faroles de serenos in­ calera, pesando como un baúl de esos en que van
móviles. nm-os y que abruman al mozo y le hacen tan di-
icil bajar la escalera... Vemos la comitiva po­
Parece que comunican con los centros oficiales, nerse en marcha... Aún podríamos alcanzarle, te­
con la dirección suprema de inspección, los hilos nemos deseos de salir gritando: “¡Cochero, co­
de la luz eléctrica, sobre todo los agujeros de los chero, pronto, al cementerio!”, como cuando te­
negros enchufes... Por ahí nos parece que esta­ memos llegar tarde al tren... Pero aún nos que-
mos vendidos y espiados. amos, porque pensamos en que nos tenemos que
estir y en que hemos de ponernos una corbata
Por gustar una dulce pesadumbre se faltaría a egra... Por fin vemos abrirse la ventanita final,
la cita... a vemos cerrarse, y así resulta que hemos perdi-
—No, no...-—dice nuestro respeto. 0 el tiempo, un tiempo más largo que el que hu-
Pero marrulleramente, ladinamente, zumbona­ eramos invertido yendo y viniendo.
mente, no miramos el reloj, esperamos leer una
Nos levantaríamos la cara, nuestra cara de be­
página más, escribir una última idea... Nos apre­
bes, nuestra excesiva cara, cruda y material, como
suramos por acabar, nos sofocamos en una ca­
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G. de la Serna: Greguerías.
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RAMON GOMEZ DE LA. SERNA GREGUERIAS SELECTAS
esos enmascarados que se levantan la inflada ca­ un enfermo en peligro... Entraríamos a pregun­
reta de bebés para echar un cigarro y respirar tar qué tal va, cuál es el parte del día...
mejor.
Los carboneros tienen—quizás por ironía—un
Nuestra lámpara de trabajo a la que más se espejito empotrado en la pared, como empotra­
parece es a la de los zapateros... Ese quinqué que ban los suyos los pompeyanos... Ellos, los muy
recoge la luz mucho y la vierte muy recogida y negros y los muy sucios, tienen ese rasgo de co­
esa oscuridad de la habitación alrededor, todo eso quetería, quizás para retocar su negrura, para co­
es de nuestra intimidad, y después también es rregirla bien, para que su interpretación del per­
como el nuestro el trabajo penoso y lleno de pri­ fecto carbonero sea completa... Son paradójicos
sas de los zapateros. los carboneros, y por eso también, ellos los ne­
gros, son los que escriben con lápiz blanco, con
los blancos pizarrines, en la simpática pizarra que
No llevamos armas, pero tememos que en la permite todas las escrituras, infinitas escrituras,
noche se nos acerquen a cachearnos... Nunca nos unas después de otras.
han cacheado, y por eso creemos que se sostiene
nuestra reciedumbre y nuestra integridad. Lo hui­
mos. Nos avergonzaría para siempre el que esos La luna del espejo del recibimiento es una luna
hombres advenedizos nos palpasen con sus ma­ estúpida, fría, subalterna, sin cordialidad ni fa­
nos sucias... ¡Denigrante circuncisión ciudadana miliaridad... Desgraciada luna de paso, con la que
esa que causa el cacheo obligatorio! se cruza una mirada de indiferencia, de desafec­
to, de superficialidad, de hombres que se colocan
Al ver esos carros llenos que van dejando par­ bien el sombrero o se ajustan la corbata... Es una
te de su carga en el camino, pensamos que cuando luna en la que tenemos un rostro provisional', un
lleguen a su destino llegarán vacíos. Sólo nos pa­ rostro al que no tendremos en cuenta...
rece que compensa esa desdicha el que eso hará
que sepan volver sin perderse, siguiendo la estela
Las porteras deben sentirse mareadas y anodi­
del reguero que les desangró.
nas de estar metidas en su cuchitril como viajeras
incesantes en un vagón de tercera, duro y peque­
Al ver en la noche la oficina del telégrafo en­ ño, desde donde ven pasar a las gentes, como se
cendida, nos parece ver luz en la habitación de ven desde el tren que corre, sólo el momento en
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
que pasan frente a la ventanilla... Tienen por eso vo durante un largo rato... No es así como hay
derecho a su mal humor. que hallar el pensamiento, sino con un gran sigilo
y conservando los vacíos que se forman en la ca­
Tristes músicos esos músicos de teatro que pa­ beza... Hay que aprender a andar de puntillas
san por la noche con el violín a cuestas... Debían en la cabeza, de puntillas y con linterna sorda,
ir tocándolo en vez de llevarlo en esa caja tan como un ladrón.
profesional y tan deformadora del violín, esa “ca­
ja de muerto”, “de niño muerto” del violín. Debían De ios hornillos para carbón vegetal brotan unas
ser conducidos en carrozas estos violines hasta su chispas _ sutiles, inimitables, de fuegos artificia­
destino, y no de ese modo triste, pobre y aban­ les... Siempre recordaré el soberbio y asombroso
donado. acontecimiento que era para mí, de niño, ver cómo
el soplillo llenaba de chispas la cocina, como si se
Las botellas de champagne son con su diadema encendiesen bengalas japonesas de esas que pro­
las reinas de las botellas... Es notable cómo se ducen mayor enjambre de estrellas sutiles, lluvia
exalta su categoría... Y aun vacías, son reinas de estrellas, en las noches del Japón.
destronadas, pero que no pueden convertirse en
botellas plebeyas... Ya hasta que no se rompan, La mano de mujer de las guanterías es una
permanecerán aristocráticas e inconfundibles. mano obscena, pero delicadísima y disimuladísima.

Esa pierna de muestra de las sederías, encen­ No hemos comprendido la justificación de la


dida por dentro, recuerda a las piernas de la mu­ herradura en las bestias... Siempre nos ha pare­
jer, en cuyo fondo hay una profunda blancura cido que el herrarlas es algo así como si nos cla­
eléctrica también... Por la postura y por lo esti­ vasen la suela al pie. ¿ Cómo la Naturaleza no se
rada que está su media calada, recuerda la postu­ preocupo de darlas un talón fuerte si eso era ne­
ra que toma la pierna de una mujer sentada en cesario ? A Dios se le han pasado cosas de mucho
la cama cuando sus manos estiran la media que bulto Una de las más lamentables es esta de la
se acaba de poner. herradura, cosa que proclama la herradura cuan­
do. chacolotea desprendida, triste, dolorosa, como
Lo peor es ser torpe o ser demasiado lógico' ai dejando al descubierto, más grave que nunca, la
pensar... Generalmente se arma en la cabeza tai herida en que se clavaba el clavo, los agujeros
polvo de ideas, que se queda el que así piensa per­ vacíos y dolorosos. ; Pénenlas herraduras de goma 1
turbado, turulato, asfixiada la cabeza en ese pol-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

Es muy íntimo y debe ser anotado ese gesto de var un clavo en el cielo y sostener esas esculturas
las manos con que la mujer se quita los pendien­ colgándolas de él. Sólo así las miraríamos tran­
tes sobre la almohada y los pone sobre una punta quilos.
de la mesilla... La mujer se queda entonces más
desnuda, blanca y sincera y como sin el precio. Ai que descompone un reloj le queda el arre­
pentimiento. de. haber matado algo, de haber co­
Las estudiantinas entristecen la noche y acor­ metido sacrilegio... Es irreparable su muerte des­
tan la vida, adelantando el Carnaval lejano, atro­ de que se le mata, pero crece esa irreparabilidad
pellando al tiempo, desasosegándole. Hasta lo imposible cuando la mano “relojicida”
se empeña en arrancar lo que está más aferrado
a sus entrañas.y lo arranca... Sobre todo, cuando
Completa el estar acostado con una mujer, ver se abre el rincón cerrado de la cuerda y se la suel­
la percha con su ropa, el corsé sobre los brazos ta, se siente que el reloj da el último suspiro, que
de la percha, tendido, enrollado, dejando colgar da el suspiro del descanso eterno... Ante el reloj
una liga con su broche de plata, la falda bajera descompuesto se piensa: ¿ Cuál es el alma, la ver­
de un color vivo, la falda, que en la percha re­ dadera alma del reloj, la cuerda o ese sutil y de­
sulta muy alta de talle siempre, una blusa, flaca y licado cabello de plata que mueve el' volante?
lánguida, una bata que arrastra desde la percha ¿ Que has hecho? ¿qué has hecho?”, nos dice por
al suelo y el sombrero de todo trote con su velo lo bajo la conciencia, mientras vamos viendo lo
levantado y sus alfileres clavados... Debe haber bien hecha que está esa rueda, los dientes sutiles
en la percha todo eso, para mayor feminidad y e esa otra, lo afilado y lo elegante que es ese
autenticidad de la alcoba. eje, lo rotundo que es todo y lo perfectamente dis­
puesto que estaba para la eternidad que hemos
malogrado, que hemos frustrado. “¿Oué has he­
Ese remate, esa estatua excesiva que remata cho., ¿que has hecho?”, nos grita una voz como
ese edificio, ¿hasta qué punto está asegurada?...
Parece que va a caer, que las lluvias y todo la
hará vacilar... Debíamos pasar por la acera de
enfrente... Además, sería una fea muerte la nues­ Pobres ninas esas, aplastadas como ñor una pe­
tra, aplastados, lapidados por esa obra mala y pe­ sada marquesina, por su sombrero grande y re­
sada. Debía haber inspectores de los tejados que cargado.. Llevan su sombrero con el equilibrio
hiciesen reconocimientos constantes. Se debía cla­ con que el chico de la dulcería lleva el castillo de
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dulce... ¡Pobrecitas! tan serias y con la boca metropolitano, qué insomnio más triste, ver las
fruncida. luces amarillas de las tiendas, levantadas como a
la media noche!... Son corno luces en el fondo
Se sufre viendo cuidarse las manos a las mu­ del agria, en la viscosa inundación del alba, a ¡a
jeres, sobre todo cuando apuran el marco que bor­ que así agravan y desesperan.
dea la uña o cuando profundizan con el estilete
los resquicios de la uña. Se ve que si eso las sir­ Lo que se teme de la vejez que llega en un lar­
viese y las embelleciese limarían sin piedad toda go y lento atardecer, es que podamos ser profe­
su belleza, todas sus morbideces. sionales de la vejez... No, no, no incurriremos en
esa vergonzosa degradación, aunque nos asombra
Tememos los alfileres negros, de cabeza negra,
oue no haya ningún viejo que no sea profesional
cuando en la batalla ellas se defienden con ellos de la vejez, que todos, sin excepción, sean de al­
como con grandes espadas espantosas y cuando gún modo sus profesionales... ¿Qué pasará?
en la paz sentimos que es tan fácil clavárnoslos
en un abrazo... Este temor lo agravan esas his­ Cuando naufragan nuestras botas en un andu­
torias que hemos oído de heridas enconadas, de rrial o en un aguazal, sentimos naufragada y en­
muertes causadas por esos aciagos y antipáticos lodada el alma, como hundida en una negra piscina.
alfileres... Prohibámoselos.
Las lagartijas meten un ruido de grandes ser­
i Qué desabrimiento el de ver las sillas unas so­
pientes entre los matorrales, sobre todo en el oto­
bre otras, sobre las mesas de mármol de los ca­
ño, cuando las hojas suenan como papeles secos.
fés en la hora del sueño, en que se suben a los
Entonces hasta parece que rebulle entre las ho­
travesaños como las gallinas en los gallineros!... jas una serpiente boa o un caimán.
Eso es feo, manifiestamente desarreglado y hos­
til... Eso es puerco, es desatento, es grotesco, es “Dedícanos una de tus noches, la más solitaria
irrespetuoso, es como si se nos montasen las si­
la menos comprada, la que sea más aburrida, aoué-
llas encima o como si se nos subiesen a las bar­ Ua que no encuentra postor... ¡Ya ves si tienes '
bas... Eso debía hacerse en secreto, cuando el café noches, si tendrás noches!... Escribe en tu carnet
estuviese herméticamente cerrado. de baile un vals, el último, un vals para mí...”
dicen al aire los muchachos modestos, perdidos’
En las madrugadas tardías de invierno, ¡ qué tímidos solos como monos en una jaula sin mona’
horror causa, qué tedio de vivir en un túnel de be lo dicen hacia dentro y lo piensan, creyendo
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que sería posible que la mujer de la que desean
habiendo conseguido abotargamos y atorar nues­
sólo eso fuese tan pródiga; pero son tantos los
tra porosidad espiritual. Da toda la burrería que­
que piden una noche o un minuto, que la hermo­ da la cebada.
sa mujer libre, que tiene la asombrosa riqueza de
sus noches, tiene que negarse, por un miedo cer­
Las bombillas amarillas que alumbran las calles
val de ver su puerta atropellada por una innume­
de provincias las dan una flaqueza espiritual y
rable turbamulta amotinada.
una deslánguida pobreza que no las daría la luna
ni la misma oscuridad... Pone en ellas ese siste­
¡ Pobres traperos, todos deben morir de la ne­ ma precario de alumbrado una pena, una agonía,
gra enfermedad, de la negra lepra que trasciende un desamparo de luz que no es luz, de luz muni­
de su basura!... ¿Por qué son tan avaros que es­
cipal, la luz sin esencia, una luz como más anti­
peran testarudamente un diamante o una fortuna gua que ninguna luz.
entre los escombros? Parecen apasionados, llenos
del hondo placer de su basura, con una pasión ar­
Las dulcerías dan empalago de la vida, prote­
diente por ella, entrando la química de esa basura
gen la frivolidad enfermiza de las gentes y com­
en el secreto de su voluptuosidad. Alguien quizás placen y cultivan criterios mezquinos, sensualida­
tira todos los días, distraído, un cheque al cesto
des mezquinas... Refinan la burguesía del bur­
de los papeles y eso es lo que los resarce.
gués, el cristianismo ruin y sus abscesos voluptuo­
sos y dulzones... Sobre todo, ciertos días, sus
La hija joven, fuerte, mórbida de la trapera, la
escaparates iluminados y atestados de filigranas-
que va sentada sobre la basura como sobre un estragan el alma y profundizan la dulzura vana
trono, sugiere una extraña sensualidad, pues pa­ y pringosa.
rece que cuando se la bañe—¿ querrá bañarse nun­
ca ?-—aparecerá bajo la oscura suciedad una ex­
Las tiendas de granos despiden un dulce olor,
traña pulpa blanca, chuparrosa, tersa, con ternu­
un perfume sensato y nutritivo, son las tiendas-
ras sabrosas, con un troncho ideal, con una blan­
más nobles de la ciudad, son las que parece que
cura de raíz de cebolla silvestre, con algo de co­
valen lo que aparentan... En ellas está la verdad,
gollo de alcachofa.
la honradez, Castilla entera, el olor de sus pane­
ras...
La cerveza es una hipócrita que se hace beber
con un deseo de alcohol, de exceso, de ardores, de
Esos campanarios, esas espadañas con un en­
genial sobreexcitación, y después nos defrauda,
rejado de madera, tienen un encanto deslumbra-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
dor, espasmo de la mirada que les mira.-. Se exal­
ta de tal modo el azul entre su enrejado, que es hiciéramos la revolución contra las funerarias nos
otro ese azul que el azul del resto, es un azul de salvaríamos de la muerte.
una fulminante luminosidad, de una fulminante
crudeza, de un fulminante añil... Ni el cielo visto ¿Habrá algo más pretensioso, más fanfarrón,
bajo los arcos por entre los acueductos y por las más orondo que los lingotes de plata—falsos lin­
ojivas es tan dichoso, tan grato y de un estilo tan gotes de teatro—de los salchichones?
puro.
El que compre esas alcobas expuestas en los
Las tiendas de los guarnicioneros huelen bien... grandes escaparates de las casas de muebles, sen­
Su trabajo es un trabajo de hombres campestres tirá en su alcoba, la noche de su boda, ua fisgoneo
en una tienda de Pompeya en los días dichosos v de miradas de duendes, las miradas de los tran­
libres... Hasta están bien de color algunos de los seúntes que miraron la alcoba en el escaparate,
arreos que venden... Los compraríamos sin tener que pervirtieron la castidad de la alcoba, que se
bestia a la que aparejar, sólo por gusto, como acostaron y se gozaron en la cama expuesta, y se
para aparejar nuestra cabalgadura de aire. sentirán así como en la alcoba del escaparate ilu­
minado. Será inútil echar los estores y cerrar las
Se naufraga en el mar y se naufraga en el cie­ maderas.
lo... Mirando al cielo se siente el mismo vértigo
que mirando al mar. i Qué idiotas y qué irresistibles esos monigotes
que se pintan, en los ocios, al margen de los li­
Dentro de las vallas que rodean los solares na­ bros!... ¡Qué detractores y qué fisgones! Hay
die nos quitará de la cabeza que, en la noche, se que borrarlos... Nos persiguen mientras se les
refugian los amores clandestinos, y que eso está ve, nos equivocan, nos burlan, nos horripilan con
muy bien y muy apetitoso. su amaneramiento sus rostros ordinarios, obce­
cados, mediocres y feos... Hay que borrarlos ur­
El espectáculo del cuco despacho de las fune­ gentemente. ..
rarias es un descaro y una provocación. ¡ Qué ale­
gremente recibe los avisos telefónicos! Rompería­
El eucaliptus es un árbol para la fe... Si al­
mos el cristal, porque odiamos al hombre indife­
guna vez me siento morir, pediré, como los en­
rente, ganancioso y empedernido que espera sen­ fermos que reclaman Lourdes, que me lleven en
tado el aviso de nuestra muerte. Parece que si
una camilla hasta estar bajo el pavés de las hojas
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lánguidas, de las hojas de un eucaliptus, llenas de menina y pueril... Ellos son los penetrantes, los
la ciencia y de la sustanciosa doctrina de la vida. llenos de significación, los varoniles... Oleríamos
los frascos numerosos de los laboratorios buscan­
Arredran las luces sin pantalla, nos descompo­ do en cada perfume, agrio y fuerte, una exalta­
nen, como si se comiesen las cosas, la habitación, ción, una sensualidad distinta, una reconforta­
y a nosotros nos ajasen, nos agostasen y nos lle­ ción, una diversidad.
nasen de ojeras... No podremos vivir sin colocar
una pantalla o un papel sobre las luces desnudas,
que, sobre todo, en las alcobas, son corrosivas. Ante la fuerza de la erupción del cielo de esta
noche, no hemos podido menos de exclamar: “¡ Oh.
Al dar cuerda a un reloj parece que se cumple parece que tiene viruelas locas... estrellas locas!”
con él hasta la eternidad, porque aunque nos las
damos de conocer al tiempo por miríadas de mi-
Las piernas de la mujer se columpian sobre el
riadas, no concebimos prácticamente con seguri­
cielo que miramos, balanceándose con cinismo y
dad, con realidad, lo que ha de durar la cuerda...
desparpajo sobre el cielo del día y sobre el cielo
Siempre nos sorprende y nos resulta inexplica­
de la noche, colganderas sobre una media luna lu­
ble el que se haya acabado, el que el reloj se pare,
minosa, una media luna como un alféizar de ven­
por falta de cuerda.
tana montada al aire...
. El cinismo de las piernas, el lucimiento de las
Son verdaderos perfumes los de los líquidos piernas, es toda una neurosis de esta época. Las
volátiles de la química y de la industria, el per­ piernas han ido resumiendo el interés de la mu­
fume de la gasolina, aquel olor que no sabemos jer. Son duras y frescas. Su coquetería es ague­
de qué sería y que indudablemente trascendió a rrida, fiera, cruel y encendida. Saben lo que valen
ingrediente fuerte, el perfume del alcohol, afilado y lo de actualidad que están. Prevalidas de su im­
y traspasador; el perfume del petróleo, denso, portancia y de su efectismo, su fatuidad no tiene
oleoso, grave; el perfume del mentol, grato, re­ nombre...
frescante, cerebral; el perfume del árnica, cordial Las piernas revelan fuertemente, velozmente, lo
y trágico; el perfume de la belladona, untuoso, de una especie animal, en vez de una especie de
denso..., y otros y otros perfumes así, chocantes, ángeles, que es la mujer. Son como lo más franco
naturales, fuertes, decisivos... Al lado de ellos, de la mujer, lo que no se deja influir, lo que es lo
¿qué es un aroma de perfumería? Una cosa fe- que es, cruelmente, palpitantemente, naturalmen-

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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS selectas
te; la insidia las ha puesto la media y la falda que Por sus piernas, por ese valor radical de sus
cae demasiado sobre ellas. piernas, llevan los trajes y los sombreros las pier­
Por las piernas se comprende que la mujer debe nas, porque es por las piernas por lo que adornan
ser cogida con menos consideración, .tan rápida­ las cabezas.
mente como se pueda, sin esperar ni un minuto, sin Es algo incompatible con la falaz austeridad de
legalizar el acto, sin palabras casi. Más que por las almas, con el hipócrita no entregarse, esa car­
la cabeza se ve que hay que coger por las piernas ne gris de un tono blancuzco, redonda y mórbida
a la mujer, que ya no puede demostrar más hasta y de dorso abultado, suavísimo y frío que es la
la saciedad que quiere ser tratada por sus piernas carne en las medias caladas. ¡ Oh! ¡Y si encima
más que por su cabeza. esas mujeres llevan zapatos de terciopelo! Enton­
Las piernas tienen un relleno de maniquí de ces toman una provocación de máscaras y sus pies
trapo y serrín, pero de una plástica que eleva el tienen algo de pies en un baile de máscaras.
serrín y el trapo, de una plástica que revela algo El valor de las piernas ha subido terriblemente.
hecho para nuestro olfato fatal. 1 íenen hoy una cosa de vencedoras pisando sobre
De tal modo esta mujer que enseña las piernas los corazones, corno esas piernas de los. que pisan
está obcecada por sus piernas, que se podría de­ el pecho de los caídos, de los vencidos, mientras
cir que el alma de estas mujeres frívolas y egoís­ les amenazan con la espada que blanden...
tas es como una pierna, está metida en un estuche i P’ernas feroces, encantadoras, recias, intrépi­
que parece una pierna, tiene su inmaterialidad das, flemáticas y, por añadidura, castas y “agarra­
una forma de pierna. das , roñosas,. avaras, en medio de su descoco!
La tentación de la mujer con quien desde anti­ 1 lernas sm piedad, piernas perversas, perfecta­
guo convivimos nos volverá por sus piernas, siem­ mente adiestradas con una destreza moderna sa­
pre de una sensualidad renaciente, resucitante. Las bia que cuenta con todo, que tiene todos los es­
piernas de la mujer deshojada dos millones de ve­ cepticismos, todos los atrevimientos, y, al mismo
ces serán las que nos devuelvan toda la incerti­ tiempo una enconada y fría y cruel pulcritud...
dumbre de la primera vez, porque las piernas tie­ 1 lemas de las niñas valerosas, rollizas y fuer­
nen siempre el gesto de jovencitas vírgenes, de tes, sobre todo cuando se calzan con botas de caña '
jovencitas que no saben aún nada y quieren sa­ alta.J or sus piernas, por esas piernas, parece que
ber, de jovencitas de una inocencia provocativa, la nina lo sabe todo y lo puede todo. Por sus pier­
de jovencitas tontas armadas de una morbidez in­ nas, tan encaradas como las de la mujer mayor
aguantable. i Zancadilla que no falla la de las pier­ como las de la mujer madura. laa mñ¿ s»„ ob,
nas descocadas I cenas, son dignas de perecer bajo los dientes ávi­
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de la Serna: Greguerías.
6
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
“Tápate las piernas, mujer”, le diríamos a esa.
dos, como las lechugas frescas, donde las encuen­ mujer que ya innecesariamente enseña sus pier­
tre el hombre con sed. Así*, en los delitos contra nas siempre; y se lo diríamos, no por moralidad,
las niñas, el encartado debía decir: “Llevaba jne- sino para que no se vuelvan de una maldad incons­
dias caladas sobre unas piernas muy visibles”; y ciente, inevitable y estúpida sus piernas, para que
el juez debía decir entonces: “Absuelto.” Porque no se conviertan de serpientes vanas, que ya ha­
las piernas de las niñas bajo las medias caladas tie­ cen bastante con magnetizar, en serpientes vene­
nen esa tirantez tersísima del capullo, ese querer nosas y agresivas, en serpientes, precipitadas que
estallar que hace que a veces cojamos los capullos las dominen a ellas mismas de medio cuerpo para
de las flores y los vayamos abriendo poco a poco. arriba, y las arrastren de un modo impulsivo, como
Piernas que se sorprenden por detrás de los si su cabeza fuese el rabo de ellas.
bancos, exaltadas sobre el blanco de las enaguas, Dan miedo todas esas piernas repulidas, que
porque ellas, olvidadas de sus piernas y de sus fal­ avanzan con una identidad, con un ritmo como
das, se han sentado así por descuido. Nunca más ese que cruza, entrecruza, descruza numerosas
inocentes y más insignificantes. piernas en el espectáculo intimidador de los des­
Piernas de las que saltan a la comba, vivara­ files de los grandes ejércitos. ¡Ejército bárbaro y
chas y despiertas como nunca. exquisito de las piernas femeninas! Piernas cal­
Piernas de las bailarinas, llenas .de sarcasmo, de­ zadas con botas que hacen mórbida la pantorrilla
cinismo, de sorna, de sagacidad. Piernas de la di- de un modo espantoso y perturbador, dándolas
seuse, lentas, más prevalidas que ninguna, de cor­ una fortaleza heroica, poderosa, maciza, invenci­
tos paseítos frente a la luz viva de las candilejas, ble, sobre todo las de caña alta, botas de montar,
que soportan con un fiero descaro. Piernas pú­ que nos hacen sentir la sensación de los caballos
blicamente desnudas, que son el colmo del énfasis que ven pasar junto a ellos a las amazonas que
vacío, reptílico e inexplicable de las piernas, y que son sus amas, botas con espuelas para los hom­
dan al hombre como una eteromanía provocada bres, espuelas ideales, cuyo sonsonete, cuyo tinti­
por las piernas, en vez de ser provocada, por el éter. neo escucha el hombre al mismo tiempo que ve-
La que enseña mucho las piernas siempre que pasar esas piernas doblemente rollizas y doble­
se sienta, llega a perder el perfume, la tibieza, la mente imperiales con sus botas de caña alta. ¡ Pier­
cordura esencial de sus piernas, y se queda con nas de domadoras de leones! Tronco jugoso, raíz
unas piernas empedernidas, frías, cortantes, unas blanca, pulpa oculta que se desea desnudar y poner
piernas que ya no dominará, sino que la domina­ toda blanca y jugosa ante nuestros ojos y nuestra
rán a ella y la llevarán de cabeza a todos los voracidad, como la de esas plantas silvestres de-
abismos.
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA

cuyo tallo florecido se tira para comerse la pulpa GREGUERIAS SELECTAS


oculta en tierra, esa pulpa de un sabor engañoso,
imaginación, la ambición, la rebeldia, la elevación
incitante, incierto. ¡Cuántos arrancan a su hogar de los hombres.
hipócrita una mujer, sólo por desnudar—como de ¡Los hombres se las comerían como la butifa­
su tierra opaca—de sus medias y sus botas sus
rra., Pero es imposible meterlas el diente, porque
piernas blancas, sus raíces insustanciales pero pro­
vocativas, ansiosos de un sabor que recogerán los son impenetrables e incógnitas, porque son de un
ojos más que el paladar o que el gusto! uro egoísmo inmodificable; por más que se las
i Cuidado con las piernas, que las piernas enton­ mire, nunca se las retiene, nunca se las ha mirado
10 bastante, porque aun entre nuestros brazos si­
tecen, debilitan, vencen! ¡Levantad la cabeza, mi­
guen siendo incógnitas, reacias, desesperantes du­
rad los cabellos nobles de la mujer, mirad sus
dosas, interrogativas, incontestables, remotas’
frentes, sus ojos o sus senos para vencer esa ob­
Esto de las piernas no tiene arreglo. Siempre
sesión de las piernas! ¡ Libraos de esa obsesión de
iueron asi. Siempre. Las antiguas piernas de las
las piernas, que embrutece y hace obtusas la-
almas ! egipcias y de las romanas eran tan rotundas, tan
jorobadas, tan livianas, tan lascivas, tan sordas a
Acariciarlas, pero no mucho, no demasiado. Mi­
todo lo que no sea mostrarse ante ojos nuevos
marlas para mantenerlas propicias, porque en ellas
Ante las piernas no puede salir el hombre de un
se, hospeda la versatilidad, el adulterio, la propen­
pasmo indecible. Los ojos atónitos ven en ellas lo
sión a perderse en las encrucijadas para enseñarse
taU6pi I“ 10 qUe ,es burIa- 10 tien-
a amantes de ocasión en el fondo de las casas con
Xn • n?br1e ,ve <i.ue aunQue ha procurado ser
persianas verdes.
Esta nueva provocación de la filigrana que se animahd a ’ X p.iernas. de Ia son la baía
a-nimalidad que ]e tienta, ]as serpientes bIancag
ha añadido a la provocación primera y terrible de
as que le fascinan, la revancha de la bajeza la
las. piernas, hace que los hombres lleven una acti­ revancha sin defensa. J ¿
tud supina, se hayan vuelto más. bajos de lo que Las piernas parecen ser de carne de uescadn
eran, y sin notarlo estén sus cabezas husmeantes ias^nued aIgr° tamb'én de carne acecinada. No sé
a la altura de las piernas, andando como perros, Es puede catequizar, no se las puede inculcar nin-
deseando morderlas pero conteniéndose. ¡ Pobres
almas en cuatro patas! ?TocasONo 1T S°nrdCTdaS y C^as y
De la bajeza, de la simpleza moderna, tienen la cuh nn u Xa ,a e as nada del espíritu, no cir­
cula por ellas el alma, y por eso se prevalen de la
culpa las piernas. En ellas, en su inmoderada ex­
cueta atracción de la materia que atrae en ellas
hibición, en su dominante idea, se ha embotado la de algo como una fuerza centrífuga de una esoe-
84 cíe especial y humana que obra sobre el hombre.
85.
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
quinaria de los grandes animales pueda ser imita­
¡ Olí, qué zarabanda de piernas se produce en la da, pero no la de los muy pequeños, en los que el
«cabeza pensando en las piernas de mujer! La pier­ punto dinámico de la vida es más sutil, más inge­
na ha sido elevada al mito artificioso de la pierna nioso y más inquieto.
—¿el mito final?—. En el altar en que se elevaba
la forma femenina es una pierna la que impera, Los fuegos artificiales sienten inquietudes se­
una pierna iluminada por dentro, una pierna para cretas, pubertades con deseos irretratables, algo
el culto, igual que la que en las mercerías hace el fiero, fulvo, desencadenado, y por eso siempre en­
reclamo de las medias. ¿ Qué nueva brutalidad, qué contramos en los periódicos noticias de incendios
mayor embrutecimiento supone esto? en casa de los pirotécnicos... Los fuegos artificia­
• Piernas absorbentes y distractoras! Las medias les almacenados prorrumpieron en alegres cabrio­
blancas en las piernas de mujer adolescente imi­ las, en luces de bengala, derramaron su luz copio­
tan la ingenuidad sobre la pierna perversa, que así sa y densa; los cohetes estallaron, como en una
se renueva de la madurez y la gravedad adquiri­ fiesta mayor que ninguna, en salvas unánimes, nu­
da bajo las medias negras: las medias blancas ha­ tridas, cerradas... Todo lo inédito, lo esclavizado,
cen un poco de muñecas y otro poco de aldeanas consiguió su publicidad, su libertad, su apoteosis,
las piernas y eso hace caer más a los pies de su consumación... Pero la casa ardió con todo,
ellas... ¡Nueva zancadilla!... Sólo a las niñas las ardió como si fuese la armazón de los fuegos ar­
van bien y visten verdaderamente de primera co­ tificiales.
munión sus piernas.
¡ Combatamos ese orgullo de las piernas, corté­ Poniendo un sombrero a las monas, se verá que
moslas las piernas con los hachazos de estos pen­ hacen el mismo gesto que las jovencitas al llevar­
samientos del anarquismo contra las piernas, con­ se la mano a sus pamelas de vez en cuando.
tra esas piernas que se sienten únicas y son igua­
les a infinitas más! En el pedestal en que está la El cocimiento de los cangrejos es una “iniqui­
mujer tropezamos demasiado, primero que con dad”. Seguramente, en la religión de los cangre­
nada, con las piernas, las piernas infieles, su peor jos de río hay un infierno que es la caldera donde
compañía, sus celestinas, lo que las lleva a las fies­ se ponen rojos de ira.
tas libertinas y a las casas de persianas verdes.
Sentimos en el pecho la consistencia de la vida,
Da pena matar esa polilla que vuela... Va ves­ como una burbuja frágil, fragilísima, que puede
tida de seda cruda y va llena de vida, una vida estallar, y por tan breve soplo como el que deshace
-que no podríamos imitar, porque quizás la ma­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
las burbujas. Esta es la angustia que sentimos, la elegancia, tiene que ser por eso el arte de despis­
angustia de una burbuja que es el alma de la vida. tar? ¿Sera por modestia?
Después de esas voces que hemos oído en la . Bajo las lluvias tempestuosas, a media tarde, la
calle, esperamos sentir ese ruido de la carrera de­
ciudad se vuelve un patio interior, angosto, som­
sesperada de las huidas veloces, que hacen un rui­
brío, y ensombrece como los patios los chas en que
do sobre el pavimento de piedra como sobre un
en los pisos de arriba tienden las largas sábanas
entarimado de piedra.
que eclipsan la luz...
. Los días con cielo aborregado son blandos, mu­ Los únicos que saben de estos insomnios a que
nidos, escardados, vareados, joviales y limpios...
obliga la necesidad de acabar esto y esto otro para
bobre la lana de esos borregos celestiales descansa
techa fija, son los sastres... Su fiebre y su trasno-
nuestra cabeza y se reclina nuestro pensamiento...
Nos acostamos como sobre una playa sobre el cie­ cnamiento se parecen a nuestra fiebre y a nuestro
trasnochamiento... Ellos también, sobre la amplia
lo, boca arriba, mirando acostados en los cielos
mesa, fumando mucho, civiles, meditativos y tran­
otros cielos más altos.
quilos, cortan las telas con sus grandes tijeras
regla y cartabón... Ellos se vuelven también’’neu­
¿Cómo ortografía se escribe sin h? Resulta
incomprensible, como es incomprensible que erra­ rasténicos como el intelectual, por causa de ese
rabajo que no pueden abandonar a otro, de ese
ta tampoco la lleve puesta... La h, que es la que trabajo que ha de ser digno de sil nombre...
da la más alta alcurnia a las palabras—como a los
nobles llegar a ser “caballeros cubiertos”—, que
es el sombrero de copa de las palabras, su chiste­ s T*5 foto£rafías intercaladas en la guía
e la ciudad, o esas postales de la ciudad, sentimos
ra, es incomprensible que no figure a la cabeza de
esas palabras... Nosotros las veremos siempre con nerJt?11! envidla„de ser uno de esos transeúntes
h, enarbolando una h, encopetadas por una h... perpetuados en ellas atravesando las grandes da­
zas o dando un paso por la acera de la calle... Hu-
Hortografía”, ¿no estaría mejor que “ortogra­
fía”?... Vive la intención de esa h en toda la pala­ escoddn5 dad0 cuaI(inier cosa por ser uno de esos
vida^? fiados ciudadanos que dan tanta
bra, está desabrigada esa “o” calva y vana sin la z
h de abrigo, ¿por qué no la gasta?... ¿Será por die CIl’dad’ QUe a represenían más que na­
aquello de en casa del herrero, cuchillo de palo ?”
je que serán sus transeúntes eternos... Hay en
-- Será por despistar, ya que, siendo la ortografía la r.en esas fotografías como una suerte y una
eccion providencial, y nos veríamos en ellas^ más
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
¡que por ningún otro desdoblamiento, en nuestra
actitud ciudadana y entemecedora de pobladores memorialista —• que ha tenido que gastarse diez
■chiquititos de la gran ciudad. céntimos en el sello móvil para el cartel del por­
tal—; que nadie debe de emplear a ese platero de
Desconfiemos de los hombres de pelo delgado portal; que esa sastrería insignificante debe hol­
y de barba de pelos delgados y flojos... Descon­ gar siempre esperando hacer un traje; que ese
fiemos siempre. Tendrán un cauto y tímido ren­ tinte con sus cuatro prendas de muestra y sus pen­
cor a todo, serán corifeos de todo lo que relaje la dones rojos se debe morir de tedio, sin que nadie
vida o el pensamiento placentero y libre... entre a teñir ni a limpiar un traje; que en esa ce­
rería hay las mismas velas que el día de su fun­
Nada más lleno de curiosidad que desembalar dación... Parece que todos esos pequeños indus­
■una cosa muy envuelta en esa paja rizada, ovilla­ triales y comerciantes deben vivir de su esperan­
rla, de olor húmedo y penetrante, un olor dema­ za, de un recurso extraño que debe brotar de su
siado denso a heno agudo, un perfume emocio­ paciencia... Pero, sin embargo, la vida está llena
nante, como con auras lejanas aunque estén en­ de habitantes, y el platero tiene una clientela
ranciadas porque el cajón ha venido en un oscuro constante que le envía sus joyas y las renueva,
y cerrado vagón o en la lóbrega y apestosa cala el sastre hasta hace fracs y levitas a ciertos mi­
de un buque... La cosa que llega de esa suerte, sántropos, el' tinte limpia hasta trajes de baile, el
puede ser la que sea. Sólo es necesario que esté memorialista escribe sin parar y el cerero vende
muy perdida en la maraña que la embala, y en la velas y hasta cirios pascuales... La Providencia,
•que es grato hozar, rebuscar, escarbar... Por eso, cuando no hay nadie que entre en esos rincones,
cuando se encuentra el objeto y se le manifiesta se viste humildemente de cliente—porque de Pro­
a la luz, más brillante y nuevo, como si se hubiese videncia la pedirían demasiado—y encarga algo.
depurado entre el blando abono que le embalaba;
cuando se encuentra después ese tornillo o esa ta­ La caída del bastón o del paraguas es irritan­
padera que se pensó si no habría venido, se siente te... Se les escarmentaría, quizás no se les debie­
desgarradoramente haber acabado demasiado pron­ ra recoger en castigo por la humillación que nos
to la curiosidad y el anhelo. hacen sufrir, por esa bajeza que nos hacen co­
meter al tenerles que coger.
Supersticiosamente pensamos frente a ciertos
comercios y ciertos carteles colgados de los por­ La medida de la mañana es diferente todos los
rales, que nadie debe subir a dar trabajo a ese días.

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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
vada la punta. Son sus primeras víctimas, y por
Nos sorprende un poco siempre esa correspon­
eso no nos encolerizan demasiado.
dencia de la llave de la luz con la bombilla... Pero-
más nos sorprende el que se interrumpa.
Un empleado es un pisapapeles de los expe­
dientes que hay sobre las mesas de las oficinas.
Trágicas temporadas en que se nos comenzó a
¿Habra algo más inútil, un objeto más vano y
caer el pelo sin saber por qué... ¡Desazón espiri­
ante el que la mirada se quéde más sin objeto que
tual!... Crisis... Temor y malestar de cadáveres
un pisapapeles?
insepultos.
No hay mujeres más falaces, más fugitivas,
Un hombre con lentes tiene que ser un tanto
artificial... Desde luego, está colocado del otro mas tenues y más desdeñosas que esas que se ven
pasar por los espejos que emparedan las ventanas
lado de las cosas, del otro lado de sus .lentes, y
de los cafés... Nosotros, en el fondo lóbrego, mi­
hay algo sutil, suave y abnegado que.no pasa por
ramos como un pasaje de ilusión el pasaje de’ellas
ellos... Así tienen los hombres de lentes un egoís­
por esos espejos... A veces alguna es más tenta­
mo extraño, involuntario, refinado... Están pro­
dora que todas las otras; visiblemente ha sido una
fundamente apartados de nosotros... No hay que
maravilla, pero pasa y se esfuma. Saldríamos a
darle vueltas.
acabar de verla, nos iríamos detrás de ella, pero
como se ha ido por un camino contrario al del
. Esos árboles verdes y con pájaros de las esta­ espejo, nos desorientaríamos... Optamos por que­
ciones han refrescado nuestros viajes con su in­ darnos, y aprendemos así, ante estas visiones fu­
genuidad, su pensar en otra cosa y su limpieza. gaces, una renunciación que necesita la vida una
Se les ve tranquilos y sin nostalgias frente a! suave desesperación, una agridulce placidez que
andén y frente a los trenes. nos abisma grata e ingratamente en los divanes...
1 lodo lo que tenemos que ver pasar sin tocarlo
El guerrero, el militar, vive con el alma atra­ ni comerlo!
vesada como por una espina por su propia espa­
da... Están todos raquíticos, doloridos, crueles de
Se desea jugar con la idiotez femenina... Cuan­
dolor desde que usaron espada, v no se curarán
hasta que. no les extraigan el espadón que atra­ to mas idiota mejor, cuanto más idiota más cier-
a y palpable su sensualidad, cuanto más idiota
vesó su vida, desde la cabeza, donde tienen hun­
dido el puño, hasta las entrañas donde está encla­ son mas animales y más ponderables sus senos...

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Cuanto más extremadamente idiota o cuanto más.
extremadamente sensata. pesen, mucho y parezca inverosímil—como los mo­
zos de cuerda transportan los pianos irresistibles.

Esos arañazos que se sufren en los merodeos Yendo por las calles mal empedradas, el cere­
con la nueva mujer que se defiende, escuecen me­ bro, los sesos blandos se baten y se agitan dema­
nos que ninguno, son quizás más profundos, se siado en el cráneo, parece que se van a verter, y
llevan la carne, acribillan las manos; pero, sin en todo uno hay una sensación alternada de su­
embargo, son graciosos y soportables... Un prin­ bir y bajar a desniveles profundos.
cipio agrio, impulsivo y vengativo surge al sen­
tir el daño y ver las finas lineas de sangre que ¿En qué habitaciones subalternas y con qué luz
aparecen en nuestra carne. Por un momento apa­ viven los aristócratas, dueños de los palacios ciu­
rece un sentimiento más fuerte que el que nos dadanos? Nunca está iluminada su vida, y por la
hizo jugar al juego del deseo, un sentimiento es­ apariencia de sus palacios parece que sirven para
pantoso que amenaza acabar con la alegría del no aposentarlos.
galanteo... Pero retorcemos todo eso y lo des­
echamos con una sonrisa, pensando que un ras­ Las plumas estilográficas son desobedientes,,
guño más brutal sufrirá ella; y para que lo tenga como niños que no saben y no quieren escribir.
en cuenta ese día, se le enseña sonriendo la hue­
lla sangrienta que nos han dejado sus unas, pun­ “¡Ah! ¡ah!... ¡Un globo!”, grita una niña. Se
tiagudas como alfileres y cortantes como raspa­ mira hacia el cielo y se ve subir hasta lo invero­
dores. símil al globo aquel con su hilo blanco. El jardín
se torna emocionadamente infantil y hasta el cie­
Es que no se mira bien; pero en los jardines lo se llena de infancia, se escucha el llanto del
públicos, además de horquillas, se ven tiradas por niño que lo ha dejado escapar y que ha sentido
el suelo sortijas, alfileres de brillantes,.medallas en el alma algo irreparable y terrible, falto del
de oro y plata, pulseras, pendientes y dijes; por­ auxilio que necesitaba para alcanzar su globo, y
que ellas pierden de todo eso en los jardines, y no se ve en los ojos de todos los niños que miran, el
lo encuentran después por más que buscan, qui­ sentimiento dramático de la altura, una sensación
zás porque a veces no está ya, debido a que las de misteriosos vértigos y un deseo avaro de as­
urracas, según su costumbre, se llevan las joyas censión que conservarán ya, indeleble y trágico,
en el pico, o las hormigas las arrastran—aunque toda su vida.

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No se puede uno regir por los relojes que sue­ un canto de huerta, fresco, con platabandas y sur­
nan en las torres lejanas, esas torres que de noche cos verdes, una noria y un árbol.
■se imagina uno más altas que de día; siempre nos
llenan de inseguridad, y parece que se ha contado Las diez de la mañana es una hora argentina,
una y a veces dos campanadas más o menos... O muy rica en campanadas argentinas y animosas...
no se ha contado la primera, o la última ha sido Las diez de la mañana es una hora llena de un
un eco de la que hemos tenido por penúltima, o sol diáfano, fluido y adolescente, aun en los días
hemos vuelto a contar por dos veces una inter­ nublados, una hora llena de campanillas de plata.
media... No nos decidiremos a aceptar ninguna
hora, y, perdidos, nos acostaremos muy tempra­ Tenemos antipatía a las casas de ladrillo rojo...
no o muy tarde. Las casas blancas, enjalbegadas, relucientes, dan
algo de sí al transeúnte ; esas casas andaluzas o
¡ Oh, el pianista ciego de ese café cantante! napolitanas, esas casas meridionales, pintadas de
¡Qué seráfico, qué ciego, qué sensato, qué sufri­ colores alegres, ofrecen su alegría, su coquetería,
do, y cómo concedía indulgencia plenaria al café algo de lo que es confidencia de las nuevas joven-
ungiendo y salvando a aquellas mujeres de percal' citas que guardan ; pero estas casas rojas tienen
un recato algo triste y desconfiado, y están orien­
tadas sólo hacia dentro, con un egoísmo refinado,
Al despertar, se mira con el alma en vilo el burgués, avaro, impasible... Las casas de ladrillo
visillo del balcón que hay en la habitación casi rojo son para el transeúnte sordas, herméticas,
siempre contigua y enfrente de la calle, para ver desamparadas, melancólicas, como conventos; es­
si está dorada de sol o blancuzca y grisácea la pa­ tán reabsorbidas en sí, están como detrás de sí
red de enfrente y sus cornisas y sus barrotes y mismas y estamos seguros que no las encontra­
sus cristales... Según se atisbe una cosa u otra, ríamos de ser nuestras casas... Son como cárceles,
el despertar es optimista e inefable o emperezado, y parece que borran la vida de dentro y la feli­
flojo y melancólico... ¡Oh! ¡Para vivir y morir cidad posible... Sólo cuando se asoman a ellas las
bien, yo quisiera ver un ancho cielo desde mi le­ mujeres de blusas blancas se llenan de una pa­
cho al despertar, y saber el tiempo en él, y sentir sión alegre, aunque con instintos rojos.
el alma más encendida y menos opaca!
.La orilla del río parece un lugar en el que el
crimen es fácil, es rápido, es como un juego de
El pregón de los tomates y de los pimientos es
ventaja, y después de cuyo golpe se pueden bo­
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G. de la Serna: Greguerías. 7
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rrar todas las huellas... Se siente a la orilla del tada—las botas de “fot-ball”, por ejemplo—, y
río algo así como el “crimen automático”, reali­ otros un puntapié, un “largo” puntapié—, ¿se po­
zado como por la misma orilla, por sus árboles y
drá dar un puntapié más agudo, largo y exquisito
por sus estigmas. que el que ofrece, el que quiere dar un largo ski ?
—¡Ideal puntapié! ¡Interminable puntapié!
Esos gatos gordos, pausados y grandes que se Después no, después, dedicada cada cosa a lo
asoman a los escaparates, revelan la prosperidad suyo, se convierten todas en cosas corteses, que
y la molicie secreta de los comercios, son lo más no quieren hacer ningún daño, que trabajan y se
regalado de la tienda, conocen dónde está cada mueven por amor al Arte, a su arte.
cosa, defienden la tienda de algo misterioso y rui­ ¡ Qué escaparates los escaparates de las tiendas
noso, del ratón de la ruina, que es otro ratón dis­ de sport! Desconciertan como ningún otro. Todo
tinto al ratón vulgar. es de una forma absurda pero bien rematado' den­
tro de lo absurdo. Los guantes de boxeo, hincha­
Los puentes de piedra dan una gran sensación dos por un puñetazo, parecen una mano llena de
de estabilidad, mientras que los de hierro parecen unos sabañones estupendos, y de cierta manera
poderse derrengar, ya porque uno de sus torni­ recuerdan un gran embutido, ¡embutido' de puñe­
llos se ha aflojado o ha perdido 1a tuerca, o- ya tazos! ¡Rico embutido de “guantadas”!
porque el agua, que tan lastimosamente malogra Las botas de “foot-ball”, grotescas, remendadas
el hierro, le ha ido averiando poco a poco, en el ya antes de usarse, con parches sin disimulo nin­
descuido de los ingenieros, que sólo se dan cuenta guno, descomunales, llenas de juanetes asombro-
del mal estado de los puentes cuando se han caído... brosos y callos pavorosos, con medias suelas de
cachos, tienen una cosa inapreciable, algo que si
los zapateros fuesen más listos hubieran imitado
i Qué hay en ese escaparate ? ¡ Oh ! Ha habido
en todas las botas, algo que es ese redondelito mu­
una especie de agresión del escaparate hacia el llido y enguatado para evitar las patadas en el
transeúnte. Todo eso que hay en ese escaparate tobillo, los golpes en el tobillo al subir a un tran­
pega al espectador, al pacífico pasajero; unos ob­ vía, o al tropezar sin saber cómo con no se sabe
jetos le dan un palo, otros un bastonazo—no es qué, y que son de un dolor tan agudo. Todo con­
lo mismo “palo” que “bastonazo”—, otros dan vida a meditar ante los escaparates de sport—los
un puñetazo—un blando puñetazo muy distinto días de lluvia sobre todo.
a los duros puñetazos con “llave inglesa”, por Son graciosos esos bastones de “golf” que pa­
ejemplo—, otros dan una patada, una terrible pa­
rece mentira que hayan nacido para arrastrarse,
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para ser agarrados por la contera y tocar la tie­ necesitaba, el órgano pulido, extraño y origina-
rra con su cómodo puño, puño como para que la li simo.
mano se duerma sobre él. Los bastones de “Hoc­
key” son también graciosos, graciosos como esos ¡Es sorprendente cómo se levanta el cielo a la
tipos que tienen mucho cuerpo y pocas piernas; mañana sin ojeras, como si no hubiese asistido
esos bastones son como algo para sacudir la ropa al pasaje de la noche, como si no hubiese estado
—¿las auténticas manoplas para sacudir las ame­ velando toda la noche!
ricanas, no son un bello objeto de sport que ven­
den también en estos escaparates ?—¡ Vaya una Quisiéramos tener comunicación telefónica con
mano que se necesita para agarrar el puño volup­ su sueño..¡ Un teléfono para oir y para hablar
tuoso de los robustos bastones de “Hockey”! con su sueño! ¡ Algo así como un teléfono o como
Los jerseys en que el cuerpo recio y abrigado una linterna mágica!
se esconde como en su mejor nido; las medias
gruesas-—medias contra las varices—, los venda­ No nos hemos dado cuenta aún de todo el ges­
jes—también contra las varices—, todo lo que hay to distinto que hacen tener a la ciudad esas torres
en esos escaparates, todo, para acabar ya, hace de hierro, esas pequeñas torres Eiffel que sostie­
de esas tiendas algo definitivo, muy de la época, nen los cables eléctricos que espesan el cielo de
tentación para los pintores cubistas o de más la ciudad... Debían no ser invulnerables al ciuda­
avanzada escuela; y tienen también esas tiendas dano, debían dejar subir a ellas, porque desde su
para la ignorancia un sorprendente prestigio y alto remate se acabaría de dominar y de conocer
algo así como una belleza regular y científica— a ciudad por partes, en necesarias perspectivas que
¡oh la nueva geometría viviente!—, porque todo exaltarían nuestra supuesta visión de ella... Lo
está tan bien rematado, tan hecho, tan pulido, tar. que no pueden ser es sólo un estorbo y una cosa
“conseguido”, que da gusto mirarlo, da cierto ex­ sin mas alta finalidad.
traño gusto... Todo en esas cosas de sport carece
de la belleza clásica, pero tiene esa belleza que Las guitarras de las casas de préstamos tienen
por muy estúpida y grotesca que sea una cosa la como una honda tristeza, y parecen ser tocadas
mejora, la eleva y transforma, y es que todo está por su silencio. Resuena dentro de su agujero del
estilizado, está hecho teniendo en cuenta todos corazón, la más triste “soleá”, la que canta la
los principios que inspiran el juego, y en todo se ausencia de la casa en que eran sonadas, de la
ye que la función ha encontrado, con una gran casa en que no tuvieron más remedio que empe­
idea de la proporción necesaria, el órgano que ñarlas después de defenderlas hasta lo imposi­
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ble... ¡Triste copla y lamentables rasgueos que se correr y ha comenzado a dar brincos descome­
nos han quedado grabados de mirarlas en esas didos.
tiendas andróginas!
La carcoma trabaja con un berbiquí.
Las almas del otro mundo se comen las almas
de los corderos que matan en este mundo todos ¡ Qué terrible que le haya salido mal el matri­
los días y que llegan al otro también todos los monio a esa pareja de animales que viven en la
días... También se comen las almas de toda fruta misma jaula! Y lo parece, porque ella está enco­
que devoramos y todo el resto de golosinas que gida y desesperada en el fondo de su encierro.
englutimos y que descomponemos... De las cosas
que se destruyen, que se rompen, que se queman, Cuando en el piso de abajo se muere el vecino
también poseen algo, como un trasunto, que es nos llenamos de pánico, porque parece que ha
como su alma y su vaga forma. atravesado nuestra estancia como un rayo inver­
tido, como una exhalación que en vez de bajar
La pintura reciente de las puertas muerde, no del cielo subiese al cielo, algo como una chispa
mancha, muerde. eléctrica, la chispa espiritual que era el secreto de
la vida del muerto...
Las cursis de la ciudad, en el verano parecen
de esas niñas flacas que van vestidas con trajeci- Tenemos que pedirnos por favor el recordar eso
tos que las vienen chicos y estrechos, trajecitos o el desenvolver mentalmente eso, porque si no,
que dejan ¿escotados sus bracitos y su cuello del­ no nos hacemos caso. La cortesía esa que tenemos
gado. que usar con nosotros mismos tiene que ser sin­
cera, fina, nada cortesana, muy atildada, muy ní­
De la pipa, y también de los cigarrillos, saltan tida y muy sentida.
pulgas de fuego que nos pican con su fuego.
Las cosas abren un agujero en el fondo de los
bolseos, con una marcada intención de evadirse.
¡Cómo dicen “¡adiós!” y cómo están hechas No hacemos caso del primer roto; siempre les
para decir “¡adiós!” las mangas sobrado largas queda un segundo forro que romper en el foso del
de los pierrots! j jj chaleco o de la americana. A lo más, se piensa
mandar coser el descosido; pero eso se nos pasa,
El saltamontes es una espiga que ha echado a y como las cosas continúan royendo, royendo, al
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fin encuentran la salida definitiva y se pierden de­ que vive el alma simple y pensativa de la luz de
finitivamente. aceite...

Las vallas tienen muchos ojos, ojos redondos Siempre que se pasa por la puerta de esa tienda
y perfectos, ojos que ellas tienen para mirar fue­ en que hay un maniquí vestido de impermeable y
ra, pero por los que también mira hacia dentro el copa, se vuelve uno a ver a un caballero vivo, y
que pasa y por cuyo ojo de monóculo se ve a la da cierta ira mal reprimida el descubrir nuestro
mujer que tiende dentro del solar, a la cabra que error, que agrava el monigote, como lleno de bur­
hay atada en su centro, aunque por ese monóculo la y humorismo. Esta decepción es la misma que
se debía de ver algo más, algo como dos enamo­ la de dar la mano a un criado creyendo que es
rados acostados en el suelo. familia de su señor.

Esos hombres profanos a los que se les hace


¿Habrá algo más desconcertante, que más ata­
una calva en la coronilla, parece que tuvieron un
que los nervios y que sea más encarado que este
destino místico que torcieron.
signo $?... Esa sencilla S mayúscula atravesada
por esa dorsal fiera y significativa, se convierte
El hipopótamo es el animal más huraño de las
en un signo rico, burgués, imperioso, perturba­
casas de fieras. Casi nunca quiere ver a las visi­
dor, ingrato, excesivo, descarado, obcecado y ob-
tas, y oculto debajo de las aguas sucias hace como
cecador, lábaro religioso de la época. ¡ Cuántas
que no está.
veces es la preciosa inicial de Ella!
El dominó es una cosa tan positiva, tan real,
Los farolitos que señalan una obra o un hun­ tan cotidiana, tan importante y tan étnica, que
dimiento en medio de la calle tienen una vida pre­ merece en justicia que yo le extienda en estas pla­
caria, provisional, callada, pacífica, vigilante, que nas y diga muchas cosas de él, cuantas pueda,
conmueve... Son grandes altruistas que salvan a sin salirme de la mesa. Así, aquí, fuera de la mesa
los coches y a los hombres de un tropiezo, quizá de café y de las otras mesas, figura su categoría,
mortal... Velan sin premio y sin lucimiento toda su sentido inteligente y fantástico y sus misterios.
la noche, pasando una gran hambre de aceite has- Yo quiero sugerir el asombro de las cosas, sacán­
la madrugada, en que duermen y recapacitan so­ dolas un poco—o un mucho—de quicio y ponién­
bre la enorme ingratitud de los hombres... En la dolas un momento en candelera.
gran ciudad es ya casi solamente en ellos en los El dominó además merece esta distinción, por­
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que es un juego muy español, aunque no de naci­ grueso de cada una, en su tuétano sustancial, algo
miento, porque los chinos, que lo llamaron, como como un número infinito de posibilidades y con­
pintores exquisitos que siempre han sido, Timttsz- fidencias precisas de todos los destinos. En sus
pai (tablillas con lunares), fueron sus creadores, numerosos ojos hay miradas oscuras, y sobre todo,
y hasta los esquimales, en su blanca y congelada cuando están sus fichas de pie y en espera, refle­
soledad, juegan al dominó, que ellos llaman Masu xiona cada una su jugada, s,u disposición, su sig­
a lat (los que están derechos unos juntos a otros). nificado y su posición en la oración total de cada
Es, sin embargo, un juego español. El responde juego... ¡ Oh, si rompiese a hablar! Pero sólo nos
al espíritu de este pueblo, lento, basto y obceca­ miran todas a un tiempo con el anhelo de hablar­
do. El es duro y persistente como estos hombres. nos, dejándonos confusos, embarullados, atentos
El es juego castellano, sobre todo por lo enjuto, a todas, sin acabar de comprender, sin articular
lo pasmado y lo árido, estando por eso siempre la verdad que quieren decir.
los cafés de Valladolid, Patencia y Burgos, lle­ Lo bueno que tiene el dominó es que es un jue­
nos, atiborrados, crepitantes por el ruido de las go silencioso, sin grandes disputas, y sobre todo
duras fichas que suenan también en el fondo de sin disputas sangrientas, pues no ha pasado nunca
sus espejos y se propagan en todas direcciones, que hayan matado a nadie por una disputa en el
volviendo sobre los que juegan después de haber juego de dominó, como ha sucedido por todos los
rebotado, dando una gran familiaridad y unani­ juegos.
midad a todos los que están dentro del café, al El grupo negro de las fichas boca abajo, las da
que da un cariz dominguero la nota estrepitosa y un aspecto enlutado y enmascarado, bajo el que
clara. Entre jugadas de dominó va pasando la ellas ven sin traslucirse... Ya.se las puede remo­
Historia de España hace tiempo. Obcecados en ver y entrechocar con violencia, que saldrá el
su juego, la conciencia desaparece y se embota en juego debido, quizás el mismo muchas veces, aun­
el ruido y la fijeza absurda, ruin y absorta. que se las arremoline en varios sentidos, con ver­
Desde el dominó nos habla una lengua abrevia­ dadero cuidado de romper su destino.
da, una lengua de párvulos, y nos dice algo como La serpiente que forman tiene una animada vida
una predicción, como una oscura referencia a propia y larga. Cada anillo de esa serpiente co­
nuestra suerte... Sospechamos que no puede ser munica su sangre fría a la otra. Hay veces en que
una casualidad trivial la que hace que las fichas, dibuja sobre la mesa una línea caprichosa, sinuo­
en algo cabalísticas, se coloquen en ese orden dis­ sa y quebrada, de una sierpe viva que se revuelve
tinto, pero siempre lógico... Parece que hay un con inquietud. Otras veces se alarga, se despere­
espíritu reservado en cada una de ellas; en el za, se distiende, pareciendo que va a salirse fuera
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de la mesa, que se va a tirar de ella, viva y com­
pacta, por más que después lo recapacite y se re­ raza el remordimiento mientras no logramos salir
pliegue sobre la mesa, aunque parezca que no hay de la ficha nefasta. El seis doble es la viruela
negra.
sitio para que se siga desenvolviendo y para que
se quede. Esa sierpe de piel moteada, unas veces Los cuatros nos miran como chatos sin nariz.
resulta muy larga, y entonces da gloria verla, El cinco doble es corno dos flores, como dos tré­
boles de cinco pétalos.
como si así hubiese llegado a su perfección, y
otras veces resulta y se queda muy corta, y en­ Donde está la cabeza v el ojo de la gran “soli­
taria” es en el blanco uno.
tonces hay algo de abortado en el juego. ¡ Oh sier­
pe rara y chabacana al mismo tiempo, sierpe viva ¡ Oh, cómo vende y compromete a todo el do­
y coleando que es muy molesto tener que desha­ minó la ficha que se mella! Ya no sirve. Es en
cer al final de cada jugada, rompiendo sus anillos, vano intentar seguir jugando con él. Todo el do­
su viva organización, su apretada lógica! minó lo sabe, y se vuelve contra ella, la traidora,
El blanco doble parece que no es una ficha de la delatora. Ella las ha perdido a todas, y ellas
dominó. Es algo ingenuo y bueno. Es carnal y que parecían eternas, que eran de hueso para no
femenina como las blancas teclas del piano. Es ser mortales y de cuerno—cuerno civil de pací­
genuinamente doña Tecla. fico cornudo—, tienen que resignarse a perecer.
Esa ficha mellada las ha perdido a todas.
Los dominós de café tienen una experiencia y
una dureza trascendentales. Son viejos dominós Esas fichas que nos quedan cuando el juego se
litúrgicos, más molidos que los otros por los gol­ cierra, nos quedarán siempre. Son como un saldo
pes que llevan, más dolidos sus huesos por los de pecados a nuestra cuenta. Será insubsanable,
martillazos que dan con ellos los parroquianos. siempre ese débito. Idealmente, puramente, cons­
El dominó es un juego de alivio de luto, es ale­ tará en nosotros esa carga de pintas negras. Se­
gre como el alivio, pero hay algo de duelo en me­ rán un residuo y un sobrante inextirpables.
dio de la bagatela que es. El diablo, como en todos los juegos, asoma la
El seis doble nos abruma de miradas. El seis oreja en éste, y se burla de nosotros haciendo ga­
doble es el padre. El seis doble es una erupción. nar al contrario cuando él tenía cincuenta fichas
y nosotros una.
El seis doble es un carbonero. El seis doble pesa
de un modo terrible. El seis doble nos anubla la El punto de metal del chatón de cada ficha es
su ombligo.
vista. El seis doble es como si nos vertiese la tinta
encima. El seis doble nos abruma sobre todo como El doble ahorcado es algo irreparable, lo más
un pecado mortal e inconfesable, del que nos ata­ irreparable de lo irreparable. Tener un doble ahor­
cado es algo insubsanable y mortal de necesidad
ros
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/M.l/O.V GOMKZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
El cadáver del ahorcado no puede desaparecer; mismo, es el signo del misterio, agudo, insubsa­
nos obstaculiza de un modo tremendo, y aunque nable, fijo. Es la oreja que se ve del misterio.
lo ocultemos, él nos delatará y hará que nos co­
jan infraganti de un modo vergonzoso, humillan­
te, impotente. Por el doble ahorcado somos ahor­ Los lápices son robados por los genios del aire,
cados nosotros mismos, como lo son sobre el ca­ 0 por los niños de la sombra, o por el enredoso
dalso los criminales... Y para que más se parezca diablo... Seres misteriosos y apañados roban los
a eso lo que nos sucede, todo el dominó ha for­ lápices para pintar garrapatos en su misterio des­
mado sobre la mesa la L invertida de la horca. ocupado... Por cada cien lápices que se tienen,
sólo se logran gastar y conservar cinco o seis.
Si no apagasen las novias—todas las novias—
las cerillas de los novios—de todos los novios—
¿Se puede consentir eso de “calzarse un guan­
con una puerilidad casi inaguantable, se reduciría
te”? Esa es una barbaridad incorrecta y disonan­
a la mitad o a la cuarta parte el gasto universal
te que. sólo se les ocurre a los hablistas. Bajo toda
de cerillas.
su lógica es una insensatez.
La raya en que se parten los cabellos de la mu­
jer es algo en que claramente se ve la criatura _ ¡ Oh, ese momento al mediar la tarde en que se
que es... Blanca, sensata, conmovedora, se mues­ pide un.vaso de agua!... ¡Qué desesperanza, qué
tra en ella, en su caminito blanco, una intimidad aburrimiento, que debilidad!... Se pide agua no
adorable... Es un claro sincero en medio del arti­ se sabe por qué, temerosos del alcohol, temerosos
ficio y de la coquetería enardecedora de sus ca­ de tomar otra decisión, por hacer algo en la in­
bellos... Besar esa raya es señalar la cúspide de decisión, por engañarnos a nosotros mismos, por
nuestra dominación, es poner un beso sensible y llamar al timbre al que hubiéramos llamado para
penetrante en lo más alto de la mujer para que la otra cosa desconocida e interesante... ¡Y el agua
recorra hasta los pies,- para que se vuelva más no es nada, absolutamente nada, en esta hora de
nuestra. la ciudad, hora demasiado intelectual y complica­
da, no es nada por no ser el agua calmante de los
La X no es una letra, por más que se empeñen campos, ni el agua apasionada para la sed apasio­
todos... A ese signo se le ha llamado equis, y eso nada sino el agua para la sed espiritual, para la
resulta una cosa incongruente... La X es un sig­ sed descomedida, para la sed de no se sabe qué!
no lleno de sí mismo, un signo que se hace a sí
IIO ni
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
Las últimas estrellas que se apagan son los fa­ cidad y propaganda!... Se pierden, sin que nadie
roles de los serenos. El Alba sopla y los apaga. las lea ni las guarde, hasta las tarjetas de los gran­
des hombres... Vuelan, se van, se inutilizan como
Después de haber visto tantos niños con los ojos las barajas de Casino...
azules nos hemos preguntado: “¿Y cómo es que
hay tan pocos hombres y tan pocas mujeres con Parece que sufren los carros su desvencija-
los ojos azules?...” Pero después de una ligera
miento, su descaderamiento, ocasionándoles como
meditación nos hemos dado cuenta de la gran
un dolor de riñones desprendidos, de riñones flo­
mortandad de los niños y de cómo, sobre todo, los tantes...
niños con los ojos azules deben ser los predesti­
nados a la muerte precoz... Esas fotografías de las personas a las que han
curado unas píldoras estomacales, han sido para
Tenemos hasta nuestro proyecto de mausoleo...
nosotros las más irresistibles ilustraciones de los
Nos pareció muy bien aquel jarrón s'encillo que
anuncios. Ese sistema de propaganda ha compro­
perpetuaba discretamente un muerto; pero nos­ metido el honor de las fotografías de los grandes
otros, para perpetuar la melancolía infinita, frio­ hombres y de los aspirantes a la gloria, que pu­
lera y viva que sugieren los muertos queridos, edi­ blican los periódicos y las Revistas demasiado de­
ficaríamos una fuente sencilla, cuya agua corriese
masiadamente demasiadas noches. Esas fotogra­
lenta, leve y calladamente en una continua y lar­ fías de seres anodinos y pasmados han corrompi­
ga lágrima. do la publicidad de las otras fotografías, que
aunque no sean siempre escogidas, siempre son
¿ Cómo puede desaparecer un ciento de tarje­
supenores a las de esa otra humanidad del lado
tas? Resulta inverosímil, y, sin embargo, son ya
alia del abismo. Esas efigies atónitas han quedado
muchos cientos los que llevamos gastados... Re­
en nosotros como la representación de una huma­
sultan como inagotables en su pequeña caja, y, sin nidad mediocre, obcecada, inmóvil, en cuyos ojos
embargo, en seguida se han ido... ¿Cómo? Nues­
jos y opacos hemos visto la incomprensión, el
tros verdaderos amigos son dos o tres, a los que
fanatismo, la vulgaridad más acerba. Algunas nos
nunca dimos tarjeta, y recordamos que, cuando
han dado miedo, como fotografías de criminales
más necesarias nos fueron las tarjetas, no había
o de maniáticos a los que aún les duele su mal
ninguna en nuestra cartera... ¿Qué uso superfluo
bajo la sorda destrucción de la medicina. Fijos
hicimos de ellas? ¿A qué fantasmas livianos se
en nosotros están algunos de esos desagradables
las dimos? ¡Oscura, estéril, insignificante publi-
rostros, inconvencibles, impenetrables, nada nues-
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113
déla Serna: Greguerías. 8
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

tros ni de nuestras ideas. No abriríamos el perió­ ravillosos relojes que hay en algunos inusitados
dico el día en que viene uno de esos retratos in­ escaparates de relojería, he pasado viendo esos
explicables, retratos de muertos, retratos de gen­ árboles de los Alpes, como cóndores dramáticos,
tes a las que duele el estómago. convertidos en caseros y bondadosos arbolillos
para los niños. Los nacimientos han recrudecido
Las viñetas de las Píldoras Orientales serán in­ en mí la memoria de esas voluptuosidades y esos
olvidables. Un poco ha variado la moda entre las amores que brotan de ellos; el olor a esa cera roja
primitivas, que representaban una mujer dema­ de las velas al arder y sobre todo al apagarse; el
siado adornada y peripuesta, y las últimas, que musgo y su frescura ideal, su frescura inmortal,
representan una mujer procaz, caballuda y cínica, su suavidad, la especie de cariño y caricia con que
cuyos senos emergen con avanzado descaro. ¿ Qué trata a los niños; la escarcha y su brillo diaman­
senos fríos y febricentes son esos que crean estas tino e inverosímil de efectos lunares, y entre los
Píldoras? ¡Oh senos falsos, senos como de una muñecos, el tío de las gachas, glotón, sensual, sa­
argamasa inferior, pero terriblemente orgullosos! tisfecho, atiborrado de papillas calientes, adora­
Es preferible ofrecer unos redondos exvotos de dor de las mozas y sin frío en la noche, y la vieja
cera a la Virgen y esperar unos senos dulces y que hila en su rueca, vieja calladita y santa, cecea-
naturales a usar estas Píldoras ambiguas y arti­ dora y antigua, amable y viva como cualquier vie­
ficiosas. ¿Qué mujeres piden sigilosamente estas ja auténtica, como una vieja de aquellos tiempos
Pildoras? ¿Qué senos traidores y enconados son y de éstos.
los que brotan de estas Píldoras? Lo quisiéramos
saber para huir de su gracia hipócrita, desubstan­ Cuando pasamos por los flamantes hotelitos de
ciada y alevosa. cuatro puertas apaisadas y amplias de los bombe
ros, sentimos un insensato deseo de que el aviso
En estos días de Navidad y de últimos de año de un incendio haga abrirse las cuatro puertas ins­
me rondan recuerdos incongruentes... Largo rato tantáneamente, como sucede con algunos juguetes
me he parado en los escaparates viendo el árbol del tiro al blanco, y ver desperdigarse y correr a
de Noel, ese árbol de los Alpes nevados, ante el los carros con su cimera de hombres con cascos
que es alegre evocar los montes altos y blancos, imperiales, porque ese espectáculo tiene, por el
en los que es tan preciosa esa gallardía y al mis­ pánico real que le asiste y por su agilidad, la gra­
mo tiempo esa languidez que tiene en ellos el ár­ cia guerrera de las antiguas legiones romanas...
bol de Noel... Ratos largos, como los que se em­
plean en ver la hora de todo el mundo en los ma­ Todo es uno y lo mismo... Las distinguidas mu-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
ñecas de los escaparates son en el extranjero del
mismo país de esas mujeres seductoras, frágiles e rreros y fogosos, quizá el relincho fogoso de los
insoportables que anuncian los trajes, los peina­ hipógrifos.
dos y los corsés en nuestra ciudad... Son del mis­
mo paraíso de elegancias, un paraíso con rostros El botón tiene una agonía larga, obsesionante,
cursis... Las de Londres, las de París, las de Ña­ inacabable... Al verle ir a desprenderse se piensa
póles, como las de todos sitios, se llevan la mano en mandarle afianzar en seguida, sin dilación...
a la cintura con el mismo amaneramiento. Tienen Pero después se olvida, se vuelve a recordar, se
talles tan apretados, tan sin juego v están tan poco vuelve a olvidar, hasta que nos sorprende su caí­
elegantes como las demás con sus trajes elegan­ da... “¿Que será irreparable?” No. En la caja de
tísimos y costosos... ¡Sólo la vida de la hembra los botones que van almacenando ellas, siempre
salva a la elegancia, sólo ese elemento movible, hay alguno parecido si no igual.
fluido, sin encubrimientos y sin pudor, definitivo
y fresco, es lo que atrae a través de todo! La pul­ Cada losa de las aceras es una losa funeraria...
pa femenina es lo que defiende a la mujer del des­ No sabemos por qué pensamos esto, pero desde
dén, es lo que la hace perdonable, es lo que se que lo pensamos por primera vez lo hemos vuelto
busca en el ansia de tronchar y escarbar y rasgar a pensar muchas veces, como si se concertase bien
elegancias, esa fervorosa ansia que enardece el esa idea con esas piedras anchas y desiguales y
amor. con los supuestos muertos anónimos, que "primero
fueron transeúntes sobre esas piedras y que des­
pués cayeron bajo ellas...
Ese hombre que saca la cabeza por la ventanilla
del coche, dando una orden al cochero, parece un i Oh, esas “maravillosas” vestidas de blanco, del
gracioso polichinela. verano! Su rango es magnífico. La cursi lleva, un
desnudo exaltado y provoca una. tentación rara su
virginidad, pues están las cursis como más eleva­
Los aplausos son siempre fríos para quien sabe das al trono de las Vírgenes. No se sabe por qué
entenderlos... El hombre del éxito parece que se se las llama cursis”, tan llenas como están de un
caló hasta el alma bajo la lluvia de los aplausos. gran deliquio de elegancia y de tanto aire de sun­
tuosidad... Es como si llamásemos santo a quien
Al automóvil le queda el relincho del caballo, es llevase una aureola de oro, en vez de llamárselo
decir, tiene el relincho de cincuenta caballos gue­ a quien por su ingenuo fervor, desprovisto de esa
rica presea pero extasiado, consiguiese la luz sua­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

ve, inmaterial e incierta de una aureola verdade­ todos los hombres fuman con ese grave vicio, ma­
ra y vaga... Sólo son cursis las que siéndolo se reados, insensibles, anonadados, embotados, fríos
meten demasiado cruelmente con las otras. ante el espectáculo' de la vida y de la gran ciudad,
que no es, como debiera ser, objeto de su creación
A veces la pipa adquiere valor en el rostro lar­ y su capricho... La pipa no es, como el cigarrillo,
go y anguloso de los ingleses... No porque esos una cosa efímera; la pipa toma vida del hombre,
hombres, en los que la pipa resulta interesante, hay en ella una imaginación, una facultad de ob­
sean geniales, sino porque la pipa hace cerrar la servación que se corresponde con la del hombre,
expresión, hace apretar y contraer todo el rostro, y cuando ella arde la conciencia personal del fu­
hace aparentar un gesto perspicaz, y profundo, mador toma nuevo incremento... Fumando en pipa
aguza la expresión, parece que da más olfato y se tiene una dominación de sí mismo y al mismo
parece que supone en el que la fuma como un se­ tiempo un abandono de sí mismo perfectos, se es
creto de fuego y de viva inteligencia... Eso es lo más reconcentrado, más entero, menos encarniza­
que ha hecho renombradas las pipas inglesas, no do, es decir, más trivial... La vida entra en la
el que la pipa inglesa sea una notabilidad, pues pipa y se consume en ella... Para dominar una
quizás es ese el sitio en donde son más caras y gran ciudad, para conocerla, para penetrarla de
más mediocres... No es extraordinaria la pipa in­ arriba a abajo, para tener de ella la idea irregu­
glesa, no; lo extraordinario o la extraordinaria es lar, varia y movible que corresponde, nada como
a veces la pipa del inglés, pipa personal e intrans­ pasar por ella fumando en pipa... Esto no quiere
ferible. decir que alguien, por excepción, no consiga esto
sin fumar en pipa, ni que lo consiga nadie de los
La mujer de rostro de ave abunda mucho en el que fumen en pipa.
mundo... Esa variedad pintoresca de las gallinas
se sorprende en todas las calles, mirando a esas Hay una sonrisa de mujer, una sonrisa que bro­
mujeres afiladas, con el cuello salido y^expresión ta de las lágrimas, y que se puede llamar “sonrisa
cautelosa y solemne de las gallinas. de medio cuerno”, porque parece que asoma en el
rostro sombrío de la que llora la luz de ese medio
El fumar en pipa sin tener pensamientos, sin cuerno de luna que aparece al entreabrirse las nu­
idear algo extraordinario y renovador, el fumar bes y que, argentino y feliz, promete ya toda l'a
por fumar, sin inscribir ante uno el sentido mo­ alegría, toda ¡a radiante y entera alegría lunar,
mentáneo e irónico de la vida en el humo, es de al mismo tiempo que un cielo más despejado que
un artificio maquinal, vicioso, obstinado... Casi nunca.
118 rig
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREQUERIAS SELECTAS
Unos zapatos que nunca debes usar, mujer, son conversando con aquel hombre, y la llama azul del
los zapatos de beata, y aun menos las botas de alcohol humano, que es la conversación, les ha
beata. emocionado, les ha resarcido, les ha dado un es­
pectáculo en que el otro siempre ha sido un cola­
Los cocineros, los marmitones, con su traje borador inapreciable, dijese lo que quisiera, tra-
blanco y su gran gorro, son unos muñecos de tárase de lo que se tratara.
cartón, unos muñecos de feria.
Oir de pronto, impensadamente, el reloj que lle­
Da pena cuando en los grandes monumentos vamos en el chaleco, a través del chaleco y del
desmontan las grúas y los castillos de hierro que olvido de la distracción de la hora en que solemos
sirvieron para elevarles. ¡ Si eso era lo único bello vivir, es un mal síntoma... Una profunda enfer­
que se destacaba y estaba bien erigido! Hasta que medad, una enfermedad que nos agrava y nos
una vez no quede esa armazón convertida en mo­ ahonda, es lo que nos anuncia ese repentino aper­
numento no se habrá reparado el mal. cibimiento del reloj sepultado... ¿Qué aburrimien­
to maléfico y exantemático o qué fiebre o qué re­
Sobre las murallas, la luna parece dar un salto crudecimiento de la conciencia nos anuncia el que
de trampolín; y así, al verla desde abajo de las ej tic-tac sutil del reloj nos haya traspasado ? Ha
murallas, se la ve más alta. sido como si un termómetro más sensible que el
termómetro más sensible nos hubiese sorprendido
En el camino, de todo hay conversaciones. Yo, con una subida acelerada. ¡ Pobre del que sin pro­
viendo tratar un negocio monótono o viendo la ponérselo oiga toda su vida los relojes escondi­
amistad de dos seres insignificantes, veía algo su­ dos ! ¡ Pobre enfermo crónico de la peor enfer­
perior a lo que realmente presenciaba. ¿Qué ha­ medad !
bía sobre el negocio o sobre el acompañamiento ?
Yo sentía que algo más rico que lo que aparen­ Hemos pensado, viendo a las mujeres entrar
temente se veía les regalaba a aquellos hombres, por las pequeñas puertas de las iglesias, en esa po­
hasta que me di cuenta: aquello que era superior sible mujer abnegada que, sin perder tiempo, du­
al resto era la conversación que sostenían. Ello?, rante todos ios instantes de su vida, sin pequeñas
no lo saben; ellos, después de compensarse con treguas, recita y recita esa oración a la que están
la conversación más que lo merecen, dicen del que concedidas tantas indulgencias y va sumando días
se marcha: “Es imbécil.” Ellos olvidan que di­ y días de indulgencias, años y años, siglos y si­
jera una cosa u otra—que eso no importa—, han glos, millares de siglos y millares de siglos, incan­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERÍAS SELECTAS
sablemente, innumerablemente, -hasta conseguir Hasta las casas desalquiladas están más tristes
para su muerto una eternidad de indulgencias, la los domingos, porque se quedan más espantosa­
imposible eternidad, toda ella... ¡Oh, hasta qué mente desalquiladas.
punto puede ser constante una mujer!
Los cardíacos parece que van a morirse y no se
La escoba es simpática: las de los barrenderos, mueren, y pasan los días como si fuesen a vívít
que ellos a veces se echan al hombro yendo de­ siempre, pero el peligro nunca acaba... Se oye su
lante del que les sigue con la carretilla, represen­ corazón como el ruido que se arma en el pecho de
tan las “mangas parroquiales” en la solemnidad los muñecos y que se mueve mientras la cuerda
del entierro de la basura; las de los guardabos­ dura, un ruido ratonero, un ruido de resortes y
ques y los jardineros, son arbolitos domesticados, de hojalata... Ante los cardíacos siempre se está
arbolitos del otoño, especies de puercos espines ; esperando que la cuerda acabe de sonar, que de
y sobre todo, las de las casas son sencillas y acu­ pronto se queden quietos, con esa instantánea ri­
sadas... Estas escobas caseras son la astas de las gidez con que los muñecos se paran; pero a veces
banderas de los tejados, son escopetas para los su cuerda dura más que la nuestra (¡ olé los car­
niños y verdaderas escopetas contra las negras díacos!)... Unos son buenos y otros se gozan en
correderas... Son alegres. Son lo que más se asustar a los demás; y esos son los cardíacos que,
apura, y a veces, cuando se las deja para el re­ aun siendo cardíacos, no tienen corazón.
trete, su tragedia es infinita.
Debe haber una rubia de un rubio rojo, inau­
El librero parece, un hombre sapientísimo, pero dita, cegadora de. blanca y de rubia, enloquece­
es el hombre que no ha leído ningún libro, así dora-con los trajes negros... Yo la veo matando
como el anticuario, que vive de las antigüedades, al desnudarse, matando sólo con dejarse ver, ma­
es el que no sabe nada de antigüedades. El librero tando de deslumbración.
sabe sólo los títulos: es el erudito infraganti.
Pienso en que hay alguien que muere en la ma­
Las plumas estilográficas están llenas de ton­
ñana sin que nadie sepa por qué... Y es que ha
tería. Es el peor regalo que se puede hacer a un muerto ahogado de pereza, llena su cabeza del
joven. Harán profesional y retestinada su tonte­
resplandor meloso y cordial, los ojos hinchados
ría, y le harán escribir cartas sin sentido. ¡ Cui­ de esa suave luz, la frente abombada y extrava­
dado con las plumas estilográficas!
sada de pereza, porque la cabeza es lo que más
recoge la alegría de esa muerte y esa renunciá­
122
is
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
ción de la pereza. ¿ Estarán en lo cierto esos sui­
un niño en brazos y viendo que el niño lleva ata­
cidas, esos ahogados? ¿Será ese el ideal final con do a la muñeca el hilo de un gran globo azul que
el que siempre estamos disputando? flota sobre él, en el terrible conflicto de que el
niño se escape al cielo llevado por la fuerza as­
_ En el otro mundo se debe respirar mejor. Res­ cendente de su inquieto globo azul... ¡Qué gritos
piraremos sin pulmones a pleno aire. llenarían el jardín! ¡Qué bonita y qué curiosa as­
censión! ¡Qué cara pondría el ama!... Y después
. Los envenenados de arsénico quedan con la pu­
consolarían a la madre con eso de “al fin y al
pila dilatada toda la eternidad... Por eso no se cabo un ángel que ha subido al cielo”.
debe elegir el arsénico para envenenar a nadie.
¡ Evitemos el espanto de esas pupilas dilatadas por
los siglos de los siglos! La frase más tremenda que se ha inventado es
esa de “Per in sécula seculorum”... Al oírla, nos
(í Basta decir “cornamusa” para que suene la quedamos flacos, turulatos y arrinconados, como
cornamusa” con ese son prolongado y elegiaco si el trueno hubiese sonado sobre nuestro techo y
que llena los valles y los bosques... Eso de “cor­ se hubiese ido rodando por los cielos vacíos de!
namusa” levanta una melancolía extraña llena tiempo. “Per in sécula seculorum” parece dicho
de ecos. por la boca mellada de la muerte y con su voz
aguardentosa... ¡Abominable “Per in sécula se­
Los galgos son la tierra que se alarga y corre, culorum”!
corre como si se hubiese levantado el lomo de tie­
rra que queda entre los surcos que hace el arado
en las tierras... Hay que fomentar los galgos para Hay unos hombres que andan de una manera
que no muera ese espíritu largo y suspicaz, ese particular, como si llevasen botas de madera, ma­
espíritu espontáneo y vivo de la tierra que son. cizas botas de madera, botas en las que parece
que va más la horma que el pie.
El gabán debe ser del color de la lluvia o del
color del tiempo. Sólo algunos miserables tienen Los pimientos tienen el aspecto de ser las len­
de esos supremos y perfectos gabanes. guas gordas de la tierra, a veces picantes lenguas
de verdulera.
, En los jardines, yendo paseando, sin malicia
nemos pensado, mirando al ama de cría que lleva
Las tiendas de préstamos están ahogadas de nos­
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RAMON GOMEZ DE ,LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
talgias, de un enrarecido aire de nostalgias que Los bolinches de la cama son los niños peque­
hincha al prestamista y le mata. ños de la cama.
—1*
Las zapaterías tienen un grato perfume... Los No se deben guardar esos pedazos de papel
pies, al entrar en ellas, se alegran como pequeños blanco que sobran a las cartas y a los grandes
perritos a los que se halaga en sus concupiscen­ pliegos de los que no se ha necesitado más que un
cias, de tal modo, que el dedo gordo se mueve pedazo. Por ahí se empieza. Ese montón de pape­
dentro de la bota como una oreja alegre... El za­ les desiguales de tamaño y color es el comienzo
patero les hace caso como a los falderillos de los de lo que no debe comenzar.
que conoce las flaquezas y las manías... ¡Qué di­
fícil política la de los zapateros, y con qué difícil ¿ Quién nos ha hecho que nos despertemos tan
dignidad cumplen su cometido! Y los zapatos nue­ temprano, precisamente a esa hora tan desusada
vos ¡qué rejuvenecedores son y cómo ponen en y tan ingrata en que nos debíamos despertar?... Las
camino de cosas inesperadas! gentes dicen que las ánimas. ¡Ingratitud!... ¿Por
qué no hemos de agradecer a nuestra ánima todo
El león debía tomar quinina, mucha quinina, lo que hace anónimamente, pero indudablemente?
para que se le acabe la terrible calentura que le i Ingratitud!
da todos los días.
En la luna están siempre en plena sesión de
Todos, en el fondo, al fin y al cabo, verdadera­ cinematógrafo público... De la luna nos ha veni­
mente, seremos chatos, y por eso no hay que dar do a nosotros eso del cinematógrafo.
demasiada importancia a las narices.
Esa mujer asomada en el alto balcón y que se
¡ Con qué vida disimulada se desarrugan los pa­ destaca sobre las nubes negras, parece una náu­
peles arrugados! Suenan como un animal que se fraga, que debiera llamarnos para que la abrazá­
mueve, que se despereza, y a veces se abren, se ramos en medio del naufragio. ¡ Vanas náufragas
desarrugan decididamente en el cesto de los pa­ en el cielo y náufragas en la tierra, que no saben
peles como una almeja en el agua marina. tener la decisión desesperada del placer en medio
del instante y cotidiano naufragio!
El filósofo debe llevar el paraguas sin envolver,
suelto, desabrochado, rústico, rebelde. Sentimos en la madrugada, llenos de una pro­
funda sed de alcoholes extraños, con qué matar el
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
tinta jaula, husmeándose, dando paseos obcecados
gusanillo de la madrugada, que en las farmacias, junto a la pared que los separa, sintiéndose tan
que es lo único que permanece abierto, debían dar cerca y tan imposiblemente lejanos... Nos atre­
algo que sirviese para eso, algo como “alcohol al­ veríamos a abrir de buena gana su puertecita de
canforado” o “esencia de trementina”. comunicación, a sabiendas de que no nos pasaría
rada, porque antes que a devorarnos acudirían a
El violón es una mujer madura a la que hur­ abrazarse.
gan en el alma... El violoncello, una mujer de
cerca de treinta años a la que hacen lo mismo... Cuando aquella mañana escribió ella su nom­
El violín, una niña a la que se hacen cosquillas bre en el cristal esmerilado por el vaho de la no­
inefables. che, se desprendió una lágrima de cada letra, que
corrió por las mejillas del cristal... Aquellas lá­
Los botines son feos, majaderos, de una pre­ grimas en que se deshicieron los nombres nos de­
sunción animal, porque dan al pie una apariencia jaron perplejos, mustios, sospechando que, bajo
de pezuña, una estructura de pezuña. nuestra condescendencia, la vida no sería condes­
cendiente. y que bajo nuestro deseo de fidelidad
Un efecto de color y de luz que no se podrá estaba la infidelidad y el olvido.
imitar nunca es, bajo un sol de mediodía, el efec­
to de un ciprés sobre una tapia enjalbegada de A la luna sucia, amarillenta, trasparente, tras­
nuevo... El efecto de ese verde concentrado y lúcida. un poco apagada, de algunas noches, se la
recio del ciprés sobre el blanco, en que la cal vive mira como a un reloj de Ayuntamiento, buscando
y se enciende bajo el sol, es de una exaltación la hora, las manillas, las cifras romanas del ho-
delirante. rario.

El gas de los faroles públicos, que a veces se Las mujeres se quisieran subir las medias como
produce con una queja amarga, responde como a las niñas, con ese gesto decidido y rápido de le­
la queja de las cosas lejanas y hundidas, y sobre vantar la falda hasta el muslo—siempre ajamona­
todo, a la queja de los trenes lejanos, a la queja do—, y tirar de la liga y de la media.
de sus pitidos y a la queja con que hieren los rails
en algunas revueltas. La luna dando de lleno, plenamente, en la casa
dormida, parece que saca o seca el sueño de la
No hay cosa más penosa, más fieramente peno­ casa, parece que lo evapora, parece que dará a los
sa, que ver al león y a la leona encerrados en dis­
12§
128
G. de la Serna: Greguerías. I)
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
que duermen una terrible insolación de luna...
elegancia horteril, como “comerciante”, “indus­
Bajo este deslumbramiento de luna se debe dor­
trial”, “tendero”... Pero nada como “merca­
mir mal, como cuando le miran a uno mientras
der”... Mercader, que es fuerte y universal, con­
duerme.
tiene todo el significado de la palabra, toda la
fuerza de rapiña, de triunfo, de constancia, de
Nuestros ojos tienen algo de mariposas de luz...
falsa humildad, de fondo emprendedor que debe
Se nos van a las bombillas, se fijan en ellas, se
verse en esa palabra... Yo quisiera acordarme de
•queman en ellas constantemente, y sólo cuando
esto, para decir siempre “mercader” cuando es
están ya requemados, cuando ya llevan la huella
oportuno.
candante, cuando ya tienen encima la “catarata”
y la “nube” de luz, vuelven a nosotros.
Nos indigna al pasar por los palacios el ver esa
Los animales pequeños como las moscas no costumbre ruin de abrir las puertas accesorias y
'comprenden el cristal... Se sorprenden de ver fue­ no las principales... Parece como si temiesen que
ra el cielo y el aire, sin poder, sin embargo, al­ por el gran marco, por la gran abertura de la puer­
canzarlos, y aspiran durante largas horas a volar, ta principal, se les escapase la riqueza del pala­
atravesando la diafanidad del cristal... Una jau­ cio... ¡Avaros sórdidos!
la de cristal volverá loco a un pájaro... El cristal
es uno de los hallazgos más sutiles y más invero­ ¿ Por qué puerta nos asomamos de pronto en el
símiles del hombre. Es más una idea que una cosa. pensamiento? En el laberinto hemos encontrado
Por eso no encontramos medio de indicar que hay una salida—quizás la puerta por donde entra­
un cristal al animal que se empeña en pasarlo. mos al ir a nacer—, pero la hemos perdido en
seguida, y ya siempre la estamos buscando en
El retrasar un reloj parece que nos duele atroz­ balde, porque sólo una casualidad inenconfrable
mente, que contraría la marcha del corazón, que nos ha hecho pasar junto a ella.
■desarregla y hace andar hacia atrás algo en nos­
otros... Es como una contramarcha que sufre el
Esa maleta que durante algún tiempo, después
espíritu. Perdemos indudablemente un día posible. del último viaje, queda en un rincón del pasillo,
incita a los viajes, desconcierta, apremia, pide otra
“Mercader”... ¡Qué palabra más gráfica y más
vez sus cosas con urgencia, con las prisas de ce­
■oportuna! El uso ha exaltado más otras palabras rrarla, para llegar al tren. Tanta lata nos da, tan­
sinónimas de esa palabra, otras palabras de una ta monserga, que ordenamos imperiosamente:
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RAMOR GOMEZ DE LA BERRA GREGUERIAS SELECTAS
“Pronto... Esta maleta... Oue la suban a la bu­ cial en jugar con una barrita de lacre, nos la co­
hardilla.” meríamos, debía chuparse, debía servir para otras
cosas.
¡ Qué triste, qué densamente triste debe ser no
comer en ese silencio que se hace a las dos en la Es raro entrever, al pasar en el raudo tranvía,
ciudad, todos sus moradores en el comedor blin­ muchas lunas distintas colgadas en el cénit de las
dado y remoto a la calle!... Los hambrientos se bocacalles transversales al tranvía y paralelas en­
deben sentir anonadados, llenos de irresolución y tre sí... Parece que, como para solemnizar unas
de una congoja mortal... El hambre de noche tie­ ideales fiestas de barrio, hubiera colocado el Ayun­
ne más recursos, es por lo menos más trágica, más tamiento una. luna en cada bocacalle... En la rá­
fantástica, no es tan atónita, tan evidente, tan me­ pida visión de todas las lunas de todas las boca­
ridiana, tan insolublemente meridiana. calles de esos trayectos llegan a unirse todas las
lunas y se forma en nuestra imaginación como una
A veces el rayo, un rayo íntimo y personal, aje­ guirnalda de lunas ciudadanas.
no a los rayos celestiales, aparece en nuestros
ojos... En la noche, en la oscuridad, cansados, Algo debíamos repetir en nuestra vida todos los
abrumados, cuando estamos temiendo no poder­ días con toda solemnidad. Necesitamos un nuevo
nos dormir nunca por haber ido tan allá, temiendo Padrenuestro de acuerdo con nuestras circunstan­
en la cama ese calambre que se teme nadando en cias y nuestras ideas.
el mar, ese calambre después del que nos hundi­
ríamos y nos ahogaríamos en la cama sin poder Esas botellas doradas, con borlas de seda al
pedir auxilio y sin poder nadar, suele surgir en cuello, son el regalo más suntuoso de la creación,
los ojos llenos de sombra ese rayo extraño, esa el regalo que compran las pobres gentes que se
lumbrarada amarilla, esa lombriz zigzagueante que fascinan ingenuamente... ¡Botellas irresistibles,
parece que nos ha matado con muerte subitánea. angustiosas, augustas botellas del rey Midas, con
un vino malo lleno de gusto a purpurina!
El lacre es el objeto más de lujo que se tiene
entre manos... No el lacre para los certificados, ¡Oh, se nos ha caído la pluma al suelo!... Mira­
sino el lacre para los sellos superfluos de las sor­ mos profundamente consternados al abismo dei
tijas, el lacre que no sabemos cómo emplear, pero suelo, porque esa caída de la pluma ya sabemos
cuya barra, dispuesta a derretirse, da una masa lo que significa de irreparable... La pluma se ha
de blandura grata y dócil... Hay un gusto espe­ matado, porque la pluma siempre cae de punta,
r 132 US
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS ' ’
de cabeza, como los hombres cuando se tiran de talón suena al andar, como si apretasen y chafa­
un balcón. sen el aire comprimido en sus grandes potras; y
esos otros que huelen a liebre bravia, a tomillo,
Los reloj itos de las criadas llevan una vida tris- a fondo de panera; y esas viejas que se van reco­
toncita, penosa, perdida en un rincón... Sin em­ miendo y masticando la boca sumida!
bargo, a ellas las enorgullecen, las hacen como
dueñas de su tiempo, se los llevan al oído como Los corderos y todos los animales muertos col­
niños, están muy alegres de tener reloj... Los re- gados de los garfios de las carnicerías tienen algo-
lojitos de las criadas andan muy despacio, muy de crucificados con el Inri sobre ellos, un Inri.
trabajosamente, muy oprimidos en el fondo de Ios- ideal y un Inri real que puede ser, si se quiere,
baúles. Sólo los domingos los sacan a paseo col­ la etiqueta que cuelga de ellos con el precio del kilo
gando de las largas cadenas, y entonces las desco­ de su carne... Su crucificaron, además, tiene algo
razonan, porque andan muy de prisa y llegan al más oprobioso, y es que están colgados boca abajo.
anochecido como locos, como ingratos.
El meternos en la cama tiene algo de tirarse a
El periódico comprado en la mañana sabe a pan la ola, de lanzarse en el rizo de la ola fría, viva,
reciente o a churro caliente... Nos alimenta como encantadora, que rompe sobre nosotros.
el desayuno, como una ayuda del desayuno, como
una clase especial de picato-ste en que se mezcla Esa agua, que hierve demasiado me arredra-.,.
el pan de Vien-a con el candeal y con el pan de No debe dejarse hervir el agua incesantemente,
Rusia y con los panes de todos los países pudiendo porque padece algo con eso, porque sufre induda­
por eso llamársele como al pan francés se le llama blemente el agua... Hay que tener conciencia... Hay
pan francés, pan universal. que tenerla hasta el punto de separar toda olla que
lleva hirviendo mucho, y sobre todo, esas marmi­
La libra de chocolate tiene algo geométrico, ca­ tas que dejan las cocineras al acostarse, hirviendo-,
tegórico, apodictico... Da pena descomponer la sin objeto, sólo porque queda lumbre en la horni­
unidad de medida, que es lo que hay de cosa tra­ lla... Eso ya es infernal y escandaloso. ¿Cómo no
dicional y bien hallada en ella... Se la quita una pensarán que algo como un alma es cocido y re­
onza y ¡ adiós, libra diez y seis veces esterlina! cocido y requetecocido atrozmente ?

¡Qué tipos más campesinos y qué de los cami­ Esos paseos que damos por los descansillos de
nos de aldea son esos hombres potrosos cuyo pan­ la escalera mientras nos abren la puerta de nues-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
Ira casa, son unos paseos que nos cercioran de todo o sueltas y solas sobre una silla, tienen un aire
el cuotidianismo de la vida, de la casera realidaa suficiente de distinción y de languidez, un aire de
de nuestra vida, y dan lugar a simples meditacio­ guardar unos senos propios y una gran tersura y
nes que aumentan nuestra sensatez. una gran feminidad propia.

La mujer, como las luces de gas, con camisa ¡Abominables cuadernos con la tabla de sumar,
luce michísimo más... La invención de la camisa de restar o de multiplicar en el respaldo!... De pe­
dió todo su esplendor al desnudo mate y de una queños tuvimos que aceptarlos, pero de mayores
luz sorda y cruda como la llama de gas, antes un no aceptaremos ninguno... ¡Qué disolución y qué
poco perdida, distraída, de una crudeza sin irra­ trituración no hizo en nuestra imaginación ese
diación y sin blanca intensidad, por falta de con­ mercurio en bolitas de los números! Aún danzan
centración, cuando no se había inventado su ca­ duros, pequeñitos y numerosos en nuestra sangre
misa. los números, los guiones, las cruces y las aspas,
sin posible asimilación, sin unirse al torrente cir­
Al hombre del bastón de hierro se le reconoce culatorio, a la sangre apasionada, sentimental,
en seguida... Todo en él proclama ese bastón te­ dulce y diáfana, que es lo verdaderamente orgá­
rrible, esa anua sorda, de temeroso, de cobarde, nico de nuestra vida.
de malintencionado... No sabemos tener amistad
con los hombres sórdidos de bastón de hierro... Esos instrumentos de viento son repugnantes...
Sólo una excepción haremos con los peritos calí­ Descomponen toda la belleza del concierto desa­
grafos, que llevan bastón de hierro para conser­ livándose de vez en cuando sin ningún pudor v
var el pulso y con los que quieren matar con el sin ningún recato... Caracoles de baba repugnan­
bastón de hierro a los hombres de bastón de te los trombones acaracolados, y repugnantes tam­
hierro. bién los demás instrumentos que, como las pipas
sucias que el fumador desatasca en público, lim­
Eso de arte culinario es algo impropio, es una pia con ensañamiento el músico con un trapito
cosa indecente que levanta el estómago. ¡ Valiente largo...
e inoportuno título del arte de las comidas! Re­
sulta como decir algo sucio sin tener en cuenta Las caperuzas de paja que cubren a veces las
que se está en la mesa. botellas son un bello y abrigado traje de ellas,
quizás como su gabán de pieles... Esas caperuzas
Hay blusas que en su escaparate, en su armario de paja de las botellas las dan una gran alcurnia,
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

un gran misterio, una gran apariencia... Es gra­ deja toda la libertad. Mi prosa libre necesita has­
cioso desnudarlas y descubrirlas con un alarde de ta estar desajustada de eso.
prestidigitación.
¿Y por qué los animales paren con el dolor de
su vientre también? ¿Es que quizás pesa sobre
A veces, los pobres seres humanos bostezan con ellos la misma maldición gitana porque al ver a
un bostezo de perro, con una nota atiplada y pe­ Eva probar la exquisita fruta se les ocurrió tam­
netrante que escalofría... ¡Desgarrador bostezo bién a ellos probarla ? ¿ Es que resultará ahora que
ese que a veces lanzan los hombres, y que es más en el principio fueron los hombres los que per­
terrible que en los perros y destempla más por­ virtieron a los animales? Verdaderamente, hemos
que es mucho más grave en el alma de los hom­ hecho mal en dejar de buscar las vueltas a la
bres ! ¡ Cómo demuestra lo perrunos que son en Biblia.
el fondo!
La luna es la mujer impúdica y adúltera... Con
¡ Qué fácil sería descomponer las glorias huma­ la hipocresía de la mujer coqueta y adúltera, está
nas más trascendentales, como, por ejemplo, la sobre nosotros y como con nosotros, y, sin embar­
del descubrimiento de América! Así resulta, a go, está en otra parte, a solas con otro, con otros;
poco que se piense, que los pájaros tenian descu­ así, duerme con los negros, con los amarillos, con
bierta América, que fueron los primeros que la los de color de chocolate, con los aceitunados, con
descubrieron; porque, ¡a saber cuántos pájaros todos.
europeos encontraron antes que Colón los árboles
robustos y pletóricos de la América y colonizaron ¡ Oué sucios y de qué remota merienda hablan
aquello! Sobre la misma coronilla de Colón, en la estos papeles que envolvieron las tortillas, el cho­
hora en que se admiraba de su descubrimiento, a rizo y la carne empanada—carne vestida de gran
algún pájaro irónico le debió brillar una sonrisa soirée—y que vuelan desprendidos y engurruñidos
en los ojos... ¿Pues y la luz? ¡Cuánto hacia que por los jardines públicos!... Son una grave mácu­
la tenia descubierta la luciérnaga!... Y así, ¡cuán­ la del jardín con sus manchas de grasa... ¿Quién
tas cosas! los barrerá alguna vez? ¿Quién los barrerá nun­
ca ? ¡ Cómo ensucian el campo!

Para trabajar hay que quitarse la sortija, que es ¡Qué vergüenza debe sufrir ese jovencito ele­
como un grillete que contiene, que distrae, que no gante empleado en la sastrería y que pasa llevan-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

■do una prenda que no es suya!... Le denuncia eí en el ocaso, el mayor placer es que nos sentimos
modo de llevarla, el que ni para ir al teatro se libres para toda la noche... Ese placer algunas
llevan unos pantalones doblados al brazo ni dos veces se llena de melancolía, porque no sabemos
gabanes... ¡Qué lástima! Sin esas prendas al bra­ qué hacer con tan excesiva libertad.
zo, con un solo gabán, parecerían unos jóvenes
con carrera y con posición y podrían enamorar ■Cuando la luz baja de pronto en las lámparas
y casarse con una ricachona. eléctricas, nos llevamos un susto sofocado, por­
que pensamos si nuestra mirada o nuestra alma o
Se entra y se sale de comprar un décimo como nuestra vida son las que han titubeado, las que se
de casa de una barata mujer libre. han amenguado, las que han perdido luz, las que
han estado en un tris de morir, de apagarse, de
A las dos de la noche vuelven de los music- fundirse.
halls y de los grandes casinos los hombres de smo­
king y los de frac, pero al mismo tiempo vuelven ¿ Qué mayor melancolía que la de un perro que
también otros caballeros con chalecos, camisas de entorna los ojós y da un rictus largo y amargo
frac y a veces chaquetas cortas de smoking, que a su boca?... Durero, en su cuadro “La Melanco­
hacen la caricatura de los dandys...: los camare­ lía”, colocó un perro así, sabiendo lo que se hacía.
ros de café.
En los juegos del amor siempre se tropieza con
Se concede más tiempo, más fiesta, y más aten­ la nariz de la mujer. “¡Pobrecita! ¿Te has hecho
ción a la víspera que a la fiesta. mucho daño?...”

Son antipáticas y descaradas las casas sin alero, Esas balanzas públicas en las que se echan diez
y en ellas pierde la fachada la expresión, como los céntimos y se ve lo que se pesa, son, más que nada,
hombres sin cejas. una cosa tradicional... Engañan, no rigen, no coin­
ciden unas con otras, pero siempre hay gente nue­
El arroz a la milanesa exhala una gran alegría va que cae en su plataforma... Se siente una gran
y un gran optimismo en los días grises... Ese ama­ curiosidad por verlas moverse, y es gracioso, cuan­
rillo que pone el azafrán en él, hace que sugiera do no rigen, ver cómo las maltrata el engañado,
el apetito de los días alegres, de los días de sol. cómo las pega ■ fuertes puñetazos, y tendría una
grave cuestión con ellas si, validas de su fuerza,
Cuando el sol, el gran cacique, se ha acostado no le despreciasen, erguidas, sostenidas a pie fir­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

me, eternas... Ellas tragando dinero ahorran y das infraganti en su inocencia y en su calidad de
ahorran, porque nunca hemos visto que su dueño monjas bobas.
las abra y las cuide... Parece que están en comu­
nicación con una mina secreta que hay bajo ellas Cuando caen la falda de barros y las enaguas
y que está ya llena de calderilla, mucha de ella de una mujer y quedan plegadas con descuido y
falsa, casi toda falsa, porque lo admiten todo; y haciendo un redondel en el suelo, se presencia la
es gracioso verlas pesar gratis al que las ha echa­ Ascensión de Nuestra Señora sobre una nube de
do una moneda falsa, ya que en ellas es donde se ropas nubosas, y como si entre esa nube que la
puede echar más impunemente una moneda de sostiene como a las Concepciones, hubiese también
plomo... Pero cuando se echa una moneda falsa, cabezas de ángeles... Después de esa ascensión
.¿no se podrá desconfiar de que el peso sea ver- todo es descendimiento.
..dadero?
En el acto de dar dinero a una mujer, que no
La varita que cortamos distraídamente en los
sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano de­
campos, se encariña tanto con nosotros y a recha.
la vez nos encariñamos tanto con ella, que no
la dejamos de la mano, como a una niña queri­
da... Haríamos con ella un bastón; pero no sirve, ¿Quién juega misteriosamente a los bolos en el
es frágil, inconsistente y pobre para bastón. Y, sin piso de arriba? De noche, sobre todo, hemos sen­
embargo, ¡ es tan garbosa, tan recta, tan ingenua, tido en nuestro techo, promovidos por el vecino
tan sencilla!... La conservamos todo lo que pode­ de encima, ruidos misteriosos, algo así como un
mos, pero al fin la perdemos con ingratitud. “arrastrar de cráneos y de cadenas”, como dicen
los cuentos de niños.
¿ En ese tren descarrilado habían emprendido su
viaje de novios algunos recién casados?... Eso se­ Lo que más le duele al náufrago, indudable­
ria lo terrible, aun cuando eso haría eterna su luna mente, es no poder contar cómo pasó “aquello”,
de miel. cómo se ahogó.

“¡Oh, mi peinado!”, dicen ellas, desrizado y en­


treabierto el flequillo, desnuda su frente y despe­ Nunca pierden su peineta, siempre se la vuel­
jado su rostro, tomando así un aspecto de madra­ ven a encontrar, intacta, bien en las axilas de los
zas, de mujeres familiares y sin coquetería cogi­ 'sofás o en el fondo del lecho levantado, revuelto
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RAMON GOMEZ DE DA SERNA GREGUERIAS SERECTAS
y apisonado, en el que parece mentira que no se cado un animal tan grande e ingente, necesita pre­
haya roto. visoramente estar encadenado.

Hay pensamientos consoladores, aclaradores y Con sus besos, ella preparaba todas esas dulce­
distraídos, como éste: “El sexo daría interés a rías de las recetas exquisitas: “bienmesabe de biz­
un peñasco.” cocho”, “melindres de azúcar”, “delicias”, “alfa­
jores”, “almojabares”, “hidromiel” y tantas y
tantas recetas distintas.
¿Por qué no hacen todos los caramelos de anís
y menta, ya que todos se disputan y prefieren los Parece que a ese hombre que lleva tan ancho
de menta y anís? cristal sobre el hombro, el cristal le pasará la ropa
y le biselará, partiéndole en dos mitades perfec­
¡ Oh, qué arrugas hace el corsé en la carne! tamente hechas.
¡ Qué destemplanza y qué lástima nos entra al
verlas, como si presenciásemos' huellas sangrien­ Creimos que los parques de recreos del verano
tas, huellas dolorosas, cardenales profundos, ara­ se habían destruido y deslucido en el invierno...
ñazos esbozados!... Pero al poco rato se ve que Pero no. Plan estado muy tristes, han aguantado
no eran nada, que se borran fácilmente, que se lluvias torrenciales, han sufrido mucho, pero ese
han ido. muñeco al que se da la mano, ese columpio, esa
montaña artificial, todavía viven y viven, sin ha­
berse despintado, y vuelven a tener una alegría
Las máquinas que apisonan las piedras y la gra­ reciente como la del verano pasado.
va de los paseos, esas máquinas lentas que lo pue­
den laminar todo, que tienen unas grandes y an­ Frente a un sifón de Seltz, en el café, se sien­
chas ruedas que plancharían como un traje al ten ganas de regar al hombre de al lado, de mo­
hombre que cogiesen debajo, son truculentas, son vimientos lentos, recelosos e interesados... No hay
las más grandes maquinarias de batalla que he­ nada que invite más a la agresión que el sifón de
mos visto... De pequeños, nuestro pasmo ante Seltz. Somos los anarquistas del sifón de Seltz, y
ellas era mayúsculo, y nos parábamos para verlas sobre las calvas lo emplearíamos siempre, en par­
pasar pasicortas—¿ cómo iban a correr con su mole te para renovar las ideas del calvo y en parte para
tremenda?—, asmáticas, pero domesticadas y car­ ver si le crecía el pelo.
gadas de ruidosas cadenas, porque aun domesti­
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G. de la Serna: Greguerías. 10
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
En lo alto de los coches que pasan por el cora­
tas, tan sedientos de tocarlas como los rojos ojea­
zón de la ciucfed, hay en el otoño hojas de los
jardines... Lo observamos con gusto, porque es do res sus trompetas inverosímiles, y los ángeles-
las larguísimas trompetas que han de anunciar el
ese un recuerdo que nos traen a nosotros, asoma­
Juicio Final.
dos al balcón y lejanos a los jardines, un delicado
recuerdo de los campos y de su dulce otoño que
pasa así tarjeta a la ciudad. El barquillero es un buen muchachote que no
tiene malos pensamientos, que es modesto y feliz,,
La luz es lo que ha hecho variar más la vida... 'al que no pesa su trabajo que es como el jugar
A veces pensamos que se nos pasa evocar y re­ con un bonito juguete, y que además se debe atra­
calcar lo bastante nuestras diferencias con el pa­ car de barquillos... Sólo sufre cuando sale el “30’*'
sado... Pero un día la instalación de la luz se fun­ en su ruleta, a pesar de todas las trampas y todos
de, y la casa se queda como en otros tiempos; se los obstáculos que ha inventado para evitarlo....
encienden unas velas, un quinqué, un velón, y ve Entonces se le ve demudarse, como arruinado.
mos que bajo esas luces las habitaciones son otras, Lloraría y se tiraría al suelo, pero nadie le com­
están muy atrás en el tiempo, su fondo es más padece y le perdona los treinta...
profundo, más agorero, y en nuestros corazones
hay más sombra, más pereza y más pusilanimi­ Cuando se escucha el ruido de los cierres metá­
dad... Comprendemos cómo la luz eléctrica nos licos al cerrarse en la noche, parece que la noche-
ha defendido de la noche, nos ha hecho intrépi­ se hace más oscura y más definitiva en los cielos
dos, veloces y fuertes... Pensamos en todas aque­ y en la tierra, como si se corriese sobre ella el te­
llas frases perdidas de “aquí hay tufo”, de “ese- lón que la corresponde... Y también, cuando en.
quinqué se va a inflamar”, y aquellas otras como la mañana escuchamos el metálico descorrerse de-
“cortar el pábilo”... ¡Qué antiguo resulta todo la primer cortina metálica, nos parece como si se
eso! abriese la mañana de par en par, como si esa fue­
se la señal teatral de levantarse el telón otra vez:
¿Qué terribles culones o qué terribles culonas
hunden los bancos de piedra de los paseos públi­
Las estatuas en pie sobre sus pedestales sólo se-
cos, siempre medio hundidos en la tierra?
mueven con un gran disimulo—porque otra cosa,
sería más irresistible y más absurda que su movi­
Los guardas de los jardines públicos deben es­
lidad—para cambiar el pie que las aguanta... Fi­
tar que rabian por tocar sus relucientes trompe­
jándose bien, se verá que unas veces se apoyare
as
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
por entero sobre el pie izquierdo y otras sobre el Se teme que se la olviden y que por esa impruden­
derecho. cia esté mañana muerta o convaleciente.

A nuestra cabeza no la entra la luz sólo por los Para ser dulce, y como precisa señal de su dul­
ojos... Sentimos en ella luz cenital y algo como zor, ha de tener la carne de mujer un gusano an­
-una luz de patio interior—interior a nosotros—, tiguo metido dentro de ella antes de cogerla, y
además de luces en la nuca, a los lados, por los que un día en un mordisco más hondo que los de­
oídos, por las ventanas de la nariz, por la boca, y más se tropieza y hace que la rechacemos de gol­
■en las sienes. pe... Pero en seguida la volvemos a coger, y mor­
disqueamos alrededor del gusano con más lentitud,
En las altas horas de la noche somos muy baji­ con más gusto, con más finos mordiscos. ¡ Cuando
tos, un poco jorobados, un poco zambos, y subi­ ese gusano la descubrió y la eligió cómo no sería
mos las cuestas como los mozos cargados con un de excepcional!... ¿Será preciso que haya ese gu­
pesado baúl-mundo... Nos pesa nuestro sombrero, sano como señal de su excepción y de su dulce
nuestro gabán, y si por casualidad llevamos bas­ madurez en la mujer adorable?
tón, el peso y el embarazo son insoportables.
¿ Por qué dudamos aún si nuestro piso es dere­
Nuestras sillas, las más duraderas, las de siem­ cha o izquierda?
pre, son ya como de nuestra familia, son unas pri­
mas más, primas terceras o cuartas, pero primas... Las veletas son el carrousel de los pájaros...
Hay que hacerlas la justicia de esta declaración. Ellos lo comprenden, y tienen especial predilec­
ción en montarse en ellas.
Consterna el ver romperse el hilo de perlas de
un collar... La inundación de aljófares que se ex­ La caída del caballo enganchado a un coche es
tiende por la estancia es asombrosa; corren, se una cosa terrible y pasmosa... Parece que el ca­
pierden velozmente, parece que no se podrán en­ ballo se ha matado, se ha muerto, herido por un
sartar de nuevo todas en un collar que dé la vuelta rayo... Cae con verdadera tragedia, como entre­
al cuello... Y sin embargo, ella, la paciente y la gándose a un absoluto descanso final, con una pe­
milagrosa, lo consigue. reza, una flojedad y una inercia infinitas, irremo-
vibles e inmodificables... “¡Al fin'”, parece que
De pronto, al salir de su casa, en la noche, se dice al caer tan rendido, tan desplegado y tan lar­
•piensa: “¿Se habrán quedado las flores dentro?” go. ¡Al fin!... Ante lo tremendamente caído que
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
•está, se piensa que sólo una grúa podrá levantarle Si la tierra pudiese ser cortada a bisel, se vería
ya... Pero mientras se piensa esto, cuando todos que es un plum-cake de huesos.
le estamos viendo como a un desgraciado muerto
subitáneo, en el que el concepto de la muerte se
hace formidable y voluminoso, notamos que su La voz tiene cierta corporabilidad extraña, tie­
pecho monstruoso y su panza burguesa e informe ne figura y estatura y posición... Así, muchas ve­
alienta vivamente, a satisfacción, descansando ple­ ces, lejos de las habitaciones en que se habla, sa­
namente y resarciéndose así de todo lo andado. bemos qué voz está acostada, es decir, qué voz
sale de la cama, qué voz se ha puesto de pie, qué
voz se ha sentado...
¿Por qué ese absurdo complot contra la ñ? ¿Por
«qué ese afán de suprimirla su tilde?
Sentarse en las escalerillas de los grandes edi­
ficios los días de sol es algo suntuoso... Tienen
“¿De quién es este recordatorio?—nos pregun­
algo de graderías de la gloria, de graderías de la
tamos muchas veces—. ¿Quién es este señor que
vida; recuerdan esas,estampas en que cada tramo
nos envía el recordatorio y cuyo nombre y el de
tiene una significación que representa una edad
sus parientes carnales y políticos nos son desco­ de la vida, aunque en esas gradas de los edificios
nocidos?” Repasamos más veces el texto del re­ públicos todos están mezclados, sentados sin or­
cordatorio, buscamos el sobre para saber si venía
den, sobre todo los viejos... ¡Cómo se encaran
dirigido a nosotros... Nada... Nada... Y tenemos con la vida las gentes sentadas en las anchas es­
que esperar a saberlo en el otro mundo, donde lo caleras de piedra de los edificios públicos 1 ¡ Qué
preguntaremos nada más llegar. serio y qué fundamental es ese cuadro ciudadano!

La mañana provinciana tiene dos cosas apeti­ Los rollos de estera en el principio de invierno,
tosas : el tomar vermout y el hacer que saque bri­ asomados a la puerta de sus tiendas, tan fantás­
llo a nuestro calzado el limpiabotas... El limpiar­ ticos y tan abundantes, hacen pensar que con ellos
se las botas es una decisión trascendental, la ma­ se podría hacer un paso que diese la vuelta alre­
yor decisión, -la mayor prueba de holgura que se dedor del mundo como una faja.
puede dar en la vida cotidiana de las provincias;
es la gran prueba de riqueza.
San Antonio es un santo cariñoso, complaciente,
simpático, un poco afeminado. Es el tío de Jesús.
150 Di
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

Sabe jugar con él y hacerle gracia, y le gusta a El pez más difícil de pescar es el jabón dentro-
Jesús mucho estar en sus brazos. del agua.

El ruido en los registros del agua es medroso, Hay horas en que se espera un extraordinario
abrumador, debelador... Esas puertas que en las periodístico... Extraordinario lanzado a propósi­
paredes de la ciudad los reveían, son puertas mis ■ to... ¿de qué? No lo sabemos... De pronto ha te­
teriosas, sórdidas, por las que no entraríamos ja­ nido la impresión nuestra alma de que ha suce­
más... Sospechamos todo detrás de ellas. dido algo extraordinario que exige un extraor­
dinario de los periódicos... y esperamos el correr
cíe las voces como de ¡ fuego! con que los ven­
Hay unos perritos insignificantes, con la cara dedores pregonan los extraordinarios.
blanquinegra, que son atrozmente ingeniosos y
expresivos... Son los verdaderos hijos, los hijos De la distribución de tiempo que hacemos para
típicos y graciosos del pueblo de Madrid... Hay la mañana hay que descontar el tiempo invertido
calles y esquinas y recovecos que sólo hemos en bañarse en el limbo matinal.
comprendido ese perrito y yo... Son madrileños
netos y sutiles. ¿De qué viven los mozos de cuerda de las es­
quinas que, con un vano alarde de fuerza y de
Hay momentos en que el tranvía pasa por al­ cuerdas larguísimas, no son llamados nunca por
gún cruce de vías y salta ruidosamente, parecien­ nadie? ¡Oh, qué gran inanidad y qué gran iner­
do un tren que entra en agujas... “Plan... plan... cia la de esos hombres de acción!
rataplán-plan.” Ese momento en que el tranvía
tiene algo de tren recuerda que es hijo de los tre­ Da un optimismo sencillo y renacido el ver a.
nes y recuerda los trenes lejanos. las cocineras, a la hora, de la compra, con gran­
des cestas de una pesadez jovial, por las que aso­
ma un repollo, o las coletas de las cebollas, o
El ruido que produce el aeroplano parece salir unas pequeñas pezuñas, o las patas de gallo de
de la tierra profunda, parece que sale del aparato gallos o de gallinas.
que lo mueve desde abajo, del gran motor que di­
rige su marcha desde la tierra, del gran carrete Las ventanas encendidas de las guardillas son
mecánico que suelta guita de alambre. un misterio en las altas horas de la noche ciu­
dadana, con su luz cuadriculada y tuberculosa...
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

¿ Se conspira con esa luz de las guardillas ? Pa­ nazas olientes a sebo, con su peso inaudito, con
rece que un hombre patético, atrozmente desen­ sus golpes de herrería y sus carromateros atroces.
gañado, con barba negra y camiseta a rayas ro­
jas, que no sale nunca por el día, prepara una A veces se teme que la luna tropiece y se des­
complicada bomba con precisiones de reloj... Es nuque en las guardillas.
donde parece que con una máquina “Minerva”,
pequeña y cuca, se tira la hoja clandestina y es­
Me gustan las buenas piedras preciosas que
pantosa... En esas guardillas encendidas, y en
destellan en los jardines bajo el sol, los pedazos
vela, se falsifica la moneda, en medio del mena­
de botella verde, los cristalitos blancos y los pe­
je consabido: una cama de hierro que chirría sola,
dazos de porcelana blanca con trazos azules.
un gato que un día vino de no se sabe dónde y se
quedó, unos peroles “saltados”, un baúl astillado
y pellejoso y unas botas horribles... A veces pa­ En los jardines públicos de esta ciudad, tan
rece, por su luz y su dramatismo, que se con­ lejana al mar, se piensa mirando ese cielo tan
sume en ellas un cirio junto a un cadáver, que remansado y tan lúcido de pensamientos de las
una mujer está de parto, que—si es invierno y mañanas tibias; se piensa que el' cielo ve las
hace mucho frío y mucha hambre—una familia aguas, ve extensos océanos, y que esa visión tan
entera prepara su suicidio por el carbón o por el noble y tan benigna mueve su misticismo y su
gas. cordialidad, y le hace conceder su gracia ilimita­
da, más piadosa que nunca y más dulce, a las
Parece que los incendios comienzan por todo y tierras s'ecas.
no por una cosa; porque si esto sucediese, resul­
taría que se les podría sofocar con un vaso de No hay nada que anonade tanto el pensamiento
agua. Por esto, porque no se comprende esa des­ como ese hombre que toca el acordeón, el bombo,
proporción de los incendios, y sin embargo su­ los platillos y el triángulo, y que suele pasear la
ceden, se tiene la superstición y el sobresalto a ciudad, con su aparato de tedio y una mujer chata
cualquier alarma de que ya está incendiada la y anodina, los domingos, precisamente los domin­
casa hasta el tejado, y que la escalera, que es el gos, para hacerlos más tristes y más desespera­
punto preferido de las llamas, ha caído ya. ¡ Oh! dos...

Espantan los carros de la carne, atropellan al


alma con su espectáculo violento, llenos de car­ El jueves es un bonito día, quizás el más ecuá­

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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
nime y el más vivaz de la semana. Está lejos del y con su bigote blanco, le he visto poner una cara
aburrimiento del trabajo y del de la diversión. de llanto atroz... Al calavera del segundo dere­
cha le he visto volver con ese aspecto lamentable
El lunes es un día de ansiedad y abrumación, que da la chistera tirada hacia detrás, lleno de de­
en que de nuevo cada semana que pasa se ofrece cepción, y al coronel del segundo izquierda le he
el mundo a su entera creación por uno mismo visto sin autoridad ni bizarría, lleno de humildad
abandonado solitariamente a sí mismo. y aquejado de' flaquezas. ¡ Qué criaturas y qué
apiadables todos los hombres vistos en esa sole­
El cielo negro de las campanas de cocina es tan dad inmensa y desgarradora de las escaleras obs­
misterioso, tan ancho, tan novelesco, tan dramá­ curas en las altas horas de la noche! Sólo estarán
tico, que no se comprende el que se adelgace en así cuando se queden solos, ya cerrada su caja
una tubería y termine en una chimenea. negra.

Una corbata delgadita es un signo de delgadez Todas las plumas escriben igual... Esta verdad,
espiritual. tan sencilla y tan natural, es la que conmueve y
sorprende más... A veces, desconsolados v como
extraviados de la vida verdadera por un viaje,
Los álamos bien alineados tienen siempre un
hemos descubierto esto al coger la pluma en el
aire distinguido, de día gris perla, de paseo de
nuevo hotel, y hemos vuelto a nosotros mismos,
damas en coche y de amazonas.
nos hemos hallado, y por esa intimidad que da la
pluma y su escritura idéntica, hemos tomado con­
Cuando se siente que sube alguien la escalera fianza con las cosas y con nosotros ya como anti­
en las altas horas de la noche, se emociona el co­ guos moradores en el nuevo lugar.
razón... Es supremo ese momento... El vecino
que entra está a solas consigo mismo como nunca, Lo más penoso, lo más injusto, lo más traba­
y si se le apaga la cerilla, se quedará abandonado joso de conllevar de la ciudad, es el duro espec­
a su pecado, a su virtud, a su dolor más grande... táculo de los bueyes atados por la testuz a los ca­
Es un momento duro de examen de conciencia... rros pesados como casas, sobre todo cuando lle­
Alguna noche me he asomado a la mirilla, y he van las enormes primeras piedras.
visto expresiones de una sinceridad y una com­
punción extraña, llenas de un desabrimiento in­ Esos pobres ancianos con sombrero de copa v
finito... AI viejo ese del tercero, con la boca caída un chaquet raído fueron presidentes de república
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

en repúblicas de un día, de cuyo advenimiento y que corresponde a nuestra calle de tierra como
de cuya caída no habla la Historia. párvulos en vacaciones o al salir de las escuelas.

Una cerería es una tienda sórdida, ladina, hi­


¡ Qué armados de autoridad están los guardias en pócrita, lívida, repulsiva, clerical.
la noche! Son los capitanes generales de la noche.
Desde que supimos lo de los derrames serosos,
Siempre nos preocupará el problema de dónde estamos esperando morir de un derrame de esos.
caen las estrellas que se desprenden de su clavo
en las lluvias de estrellas... Siempre sentiremos Por si no bastase el reloj, suena el contador
.111 truculento aspaviento interior ante ese espec­ de la luz eléctrica en la casa obscura... ¡Qué
táculo, como si un enorme pedrusco encendido ajeno, qué ingrato, qué monstruoso, qué artificial,
nos fuese a alcanzar, nos fuese a caer encima, qué frío latido de reptil es ese tic-tac del conta­
o pasando sobre nuestra cabeza fuese a caer lejos, dor ! ¡ Qué mediocre! Es el latido importuno de un
matando quizás a alguna persona, incendiando enemigo, de un sicario que vigila nuestra casa...
quizás un pueblo. Esas estrellas que caen son las Se le cortaría el resuello de buena gana a ese con­
que incendian los grandes pinares, y caen como las sumero metido en nuestra casa.
chispas que vuelan a los lados del tren disparadas
por su máquina ardiente. Siempre que se entra en una casa se busca eti
el perchero un sombrero de otro: de la visita del
padre, si es en casa del padre; de la visita de un
El humo que brota de los bombos de tostar
amigo que nos espera, si es en casa de uno ; del
café es espiritual, flúido y apetitoso como él solo.
enemigo, si es en casa del amigo; y si es en casa
Con él se desayunan los pobres. de ella, tan fiel y buena, nos empuja este instinto
de buscar un sombrero extraño en todo perchero,
Los vasos de agua que se caen parecen cañe­ nos incita a mirar si hay en su perchero un som­
rías rotas, son una verdadera inundación, derra­ brero de hombre, un sombrero del “otro”, de no
man—aunque parezca todo lo absurdo que se quie­ sabemos quién.
ra—, desalojan sin duda mayor cantidad de agua
que la que contenían. El sereno es implacable y atroz para llamar casi
en el alba a los pobres chicos de las tiendas, cuan­
Las golondrinas juegan sobre la calle de cíela do ellos soñaban, durmiendo sobre la dura trin-

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BAMOX GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS -■■■■■- ■

«chera del mostrador, que eran los dueños de la gastan, que se han gastado, que se gastarán. Los
tienda... ¡ Qué golpes mas feroces, que ducha d^ fuegos fatuos son como la vuelta a nosotros de
agua más helada! Les abollan la cabeza. esas llamitas en cuya vida y muerte nos cabe toda
la responsabilidad.
Se teme a las moscas como a los perros rabio­
sos... Se teme que toda mosca venga de un hos­ Como en los cuadros románticos, en los que, a
pital o de un cadáver. través de un bosque oscuro y cerrado, se ven al­
gunos trechos de un cielo luminoso y profundo,
El lacayo—bello dandy del Directorio, sobre en aquellos ojos, a través del mismo bosque de
todo con librea color canela—y la fina doncella pinos negros, se veían esos mismos agujeros de
que acompañan al niño rico en su paseo a pie por un cielo radiante y amplio... ¡Qué anhelo, ante
las umbrías del jardín, debían amarse, debían ca­ esos cuadros y esos ojos, de traspasar el bosque
sarse, y, sin embargo, apenas se hablan... Ella es umbroso y entrar en la explanada magna y clarí­
como la señorita que va dentro del coche y él es sima, en que se dominaría todo el cielo radiante
el lacayo que va en el pescante... Además, la esta y entregado, todo el valle y el cielo espirituales...!
prohibido el amor, como a la perrita que también Sólo en la oscuridad de la muerte veremos lo ra­
pasean y para la que rige la consigna de cuida­ diante que era el cielo natural. Entrarán por las
do con los perros furtivos”. cuencas de nuestros ojos dos pedacitos de ese
cielo remoto que se ve al final de los bosques’
En la mañana hay un momento asentadísimo tupidos y que no es ya cuando salimos de ellos y
que nos satura y nos compensa y nos desayuna de lo abocamos, el mismo que veíamos.
todo... ¡Oh! ¡El día en cuya mañana falte ese
momento, será señal de que habremos cogido la i Qué apiadables, qué inocentemente aterradas-
enfermedad incurable, indescifrable, intratable, resultan esas viejecitas que van solas y despacio
la enfermedad de la muerte, de la idiotez o de la por las calles, cuando se echan contra la pared
insensatez! al paso de los grandes carromatos, llenas del te­
mor de ser atropelladas aún ahí!... ¡Niñas chicas
Quisiéramos, al acostarnos muchas noches, ti­ que necesitan una niñera o que las conduzca otra
rar los pies y las piernas fuera del lecho, lejos de vez su madre!
■él, como los zapatos, como los pantalones.
La palabra misericordia es ya por sí sola de
Arredra hacer el cálculo de las cerillas que se una misantropía y de una caridad amanerada y
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G, de la Serna: Greguerías.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
empalagosa. Así, el que llama con ese nombre su hora ya no les devolverían el dinero; la gente de
caridad abusa de su posición y echa demasiado en los paseos se atemoriza, porque es su paseo de
cara su virtud. toda la semana el que peligra; los novios trému­
los, trémulos, se ven lanzados demasiado fatal­
No se debe poner el reloj de bolsillo sobre la mente el uno al otro, y como la tarde ha de pa­
mesa en que se trabaja... Eso achicará el pensa­ sarse bajo techado, eso quizás decida lo esperado
miento, eso lo picará, lo molerá, lo limará, lo di­ y lo decida fatalmente; los pájaros, “de domin­
solverá y lo hará menudo. go” también, la sienten llegar y callan, aunque
algunas golondrinas quedan aún revoloteando en
Los porteros de Ministerio tratan a todos como el cielo negro, valientes, refrescadas, gozando con
desvergonzados y cínicos excelentísimos señores la tormenta; en los patios se recoge apresurada­
infatuados, porque a la hora de la limpieza se han mente la ropa tendida; los abanicos se mueven
■sentado en el gran sillón dorado, con brazos re­ con premura; los coches comienzan a andar más
matados por cabezas de león, que preside el gran de prisa y arrancan a correr de todos lados; los
despacho del ministro, como si fuesen ministros cristales se entristecen y se enturbian, dilatándose
sagaces, expertos y políticos; ministros duraderos su negra pupila; las pobres viejas se desgreñan
que pasan incólumes sobre todas las crisis totales. y agonizan de sofoco; un hondo anhelo, un pro­
Los porteros de los altos Tribunales son también fundizarse de todo en todo, se siente... Todo va a
ya hombres con aire de magistrados. naufragar, y se recuerda todo con una fraternidad
llena de conciencia... Un pueril y gracioso vilano
Dan una gran trascendencia a los tejados los pasa, consolando en medio de todo el ambiente
soportes de los hilos de telégrafo... Por ellos grave y trascendental.
y por los pararrayos se enteran de todo los sobra­
dos... Por eso los tejados nos miran por encima La gitana, deshecha, con su traje de jarapa, pasa
de su hombro y nos hacen sentir el peso de lo en­ entre los chiquillos, perseguida por ellos... El
terados que están de todo. mono va huido, receloso, con el traspontín lleno
de miedo, mirando a todos lados, esquinado, hu­
La cordillera de la tormenta ha aparecido so­ millado y lleno de canguelo... Enternece como un
bre los tejados... La tormenta en domingo es trá­ pobre niño con el que la han tomado los otros ni­
gica y la blasfemia sube hacia ella... La gente que ños peores que él, y que no sabe sino sortear con
ha de ir a los toros desea que si ha de descargar listeza todos los golpes y los tirones... Sin em­
descargue antes de las cuatro, pues pasada esa bargo, el pobre maltratado tiene en la mirada y
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
en los dientes la promesa de herir agudamente sr gran dignidad y una gran solemnidad... Lenta­
pierde la paciencia... La gitana, a veces, le defien­ mente, blandamente, humanamente, “zaconni-
de como una buena madre; pero no puede con la rnente”.
continua avalancha de los niños, que se renuevan
en cada esquina, además de que tiene que apare­ El asta de las banderas sin bandera es algo de­
cer resignada para pedir pan para los. dos... Las salmado, inútil, feo, triste, aburrido, que debían
gentes se quitan de los balcones al ver pasar la gi­ quitar al quitar la bandera... Parece un palo que
tana, y cuando extiende su pandero, lo extiende han atado los chicos al balcón.
en vano, porque ya el asomado se ha metido den­
tro... Nadie sabe cómo es de verdad su miseria El ruido del reloj que nos acompaña en el des­
y cómo no ha caído ni una moneda, resonando a pacho silente suena en distinto lado siempre, como
tambor en su pandero... Sin embargo, extiende la carcoma, que llega hasta parecer un ruido ideal:
siempre su pandero hacia el cielo, como pidiendo un ruido nuestro en nosotros... ¡ Como que ese tic­
al cielo... Y sería bueno que Dios, que todo lo ve, tac es nuestra carcoma, viva, penetrante, que
apiadado, dejase caer una moneda de oro en la come de nosotros con menudas dentelladas! El re­
pobre bandeja sombría y humana del pandero.. loj que vemos es sólo como un reloj en el espe­
¡ Qué fácil le sería! jo; existiría en nosotros aunque no hubiese sido
inventado. El reloj ha venido a meter la cizaña
del tiempo entre nosotros.
Si el hombre se equivoca una vez al escribir un
sobre, reincidirá una o dos veces mas. Es fatal.
Da origen a verdaderas disputas con uno mis­
mo la duda sobre la fecha del día.
Cuando pisamos distraídamente una cerilla, nos —¿Qué día es hoy?...
asustamos como si hubiese surgido de la tierra —Hoy es siete.
una tufarada del fuego infernal, o como si una —; No ! Ocho.
bomba anarquista hubiese atentado contra nos­ —¡[No!! Siete.
—¡¡No!! Ocho.
otros.
—¿ Ocho?...
Y se deshace el pensamiento en finos cálculos.
Cuando nuestro gabán, mal colocado sobre la Es difícil encontrar el ancla firme. ¿Resultará que
silla, cae cuan largo es, lo hace como un gran trá­
no estamos anclados en el tiempo, sino flotantes y
gico en la escena del patatús definitivo, con una perdidos?... No. El elemento cierto o más apro­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

ximado que luchaba contra la falsedad, es algo más metálico (como que es el que puramente ha­
profundo, firme, serio, sabio, hijo de un viejo cen sus ruedas), el ruido de los cascos de los ca­
instinto, que nos deja asombrados cuando com­ ballos se oye en toda su materialidad, más sono­
probamos la fecha, que era la que defendimos con ro que durante el resto del día, como si los cascos
más seguridad y entereza. fuesen de bronce macizo... En esta hora sorpren­
dida infraganti, porque nos creía dormidos y por­
Esas dos nubecitas, blancas, solas, pequeñas que no la esperábamos nosotros, probamos una
como niñas—como niñas de primera comunión—, clase distinta de la presencia de todo.
que a veces hay en el cielo sereno, dan una gran­
deza admirable al cielo... Se muestran llenas de 5 Ese tic, ese suspiro con que inicia la campana
timidez y abrumadas en medio de la gran expla­ del reloj el toque de la hora, es algo grave, desga­
nada azul... Parecen como ovejas perdidas, ex­ rrado; es el paso espiritual, el jadeo trágico,^la
traviadas de la manada, sin saber dónde ir, quie­ fatiga del tiempo, lo más interior e ingenuo del
tas, mirando a todos lados irresolutas y atóni­ reloj, lo más voluntario... Es cuando hace su ma­
tas... Tan grande se vuelve el sentimiento de su yor esfuerzo, un esfuerzo por el que parece que
modestia ante la inmodesta extensión azul, que se se le va a rromper una aneurisma, sobre todo cuan­
desvanecen mágicamente en el azul... do toma impulso para dar las doce... Esto se va
agravando en los relojes hasta que son asmáticos;
Tocólogo debía ser el músico y no el partero... y un día el asma los mata.
Pero nadie se atreve a cambiar los nombres que
falsamente llevan las cosas. Sobre los campos iluminados desigualmente por
la luna, parece que hay puesta a secar una gran
i Oh, sorprender a las cosas como en cueros vi­ cantidad de ropa blanca, sábanas, camisas y cal­
vos!... Nos habíamos dormido, y nos desperta­ zoncillos de luna.
mos y nos levantamos. Son las cuatro de la ma­
ñana, nos damos unos paseos por el despacho... ¿Conmemoran los domingos los vencejos?...
Todo está como dormido, como entregado a sí, y Parece que sí. Sobre el cielo de la tarde de los do­
se ve mejor que nunca el perfil y la plástica mingos-desanimado como si hubiese absorbido
escueta, sencilla e ingenua de las cosas... Todo se toda la alta festividad lo bajo, la tierra rasera, la
revela en cantidad y masa, en cuadrado, en maza­ tierra de los merenderos y todo lo que en el do­
cote, en porción, como cosa de aristas... Hasta mingo es achaparrado, los jardines, las plazas,
los ruidos son más demostrativos. El del reloj es todo—, sobre el cielo de la tarde de los domingos
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

juegan muchísimos vencejos, más que los demás gunos, aunque por un momento hayan sido plus­
días... ¿Es que salen ese día los vencejos que tra­ cuamperfectos, agudísimos y sobresalientes.
bajan toda la semana en oscuros rincones, los ven­
cejos tenderos, los vencejos horteras, los vencejos No hay nada tan superfluo, que represente tan­
criados y criadas?... to lo superfluo, como eso de “clases de adorno”.,..
¡Oh, cuando esa niña, llena de orgullo, dice que
ella da “clases de adorno”! ¡Cómo lo dice! ¡Qué
A veces la cama es un abismo... Otras veces es de menos hace a las pobres niñas que no van a
una superficie blanda, pero superficial... La cama “clases de adorno”!... Nosotros sabemos qué es­
hay noches que es como la cama de un coche-ca­ critores y qué artistas son sólo verdaderos profe­
ma, otras veces la cama de un camarote, otras ve­ sores de “clases de adorno”.
ces la cama de un presidiario1, alguna vez la cama
de un perro. A las pelotas con sus franjas de color amarillo
y rojo y a veces azul se las podría llamar, en re­
El cetro les sirve a los reyes, cuando son pe­ cuerdo de la estrella de los vientos, las pelotas de
queños y van a la escuela, para pedir permiso al los vientos... Todas las pelotas de los niños están
maestro , para ir “a cierto sitio”, pues en vez de siempre deseando escapar, brincar, irse muy lejos,
levantar dos dedos de su mano, levantan el cetro con un ligero rodar y saltar... Las pelotas peque­
de oro rematado por una mano, que precisamente ñas, sobre todo, logran su ideal cuando se suben
hace un gesto como de pedir para “eso”... y les a los tejados y se quedan en ellos como en la glo­
sirve, cuando son mayores, para rascarse con él ria... Las pelotas de colores, las de celuloide, es­
la espalda—allí donde pica siempre—, como si pirituales y raudas, las pelotas que son una na­
fuese una de esas largas manecillas de marfil que ranja de goma, todas las pelotas gráciles, son un
usan algunas personas cochinas y sibaritas. objeto de optimismo que conviene tener presente
muchas veces para curar el alma.

¿Hasta dónde y hasta cuándo sacará punta a Hay niñas inefables que han crecido demasia­
sus senos esa mujer? Con verdadera locura, con do, y sin estar acostumbradas a su garbo dan un
una obsesionante constancia, los bruñe incesante­ aire de “¡ole con ole!” a su cuerpo reciente, de
mente, los saca punta, una punta sutil y puntiagu­ nalgas y caderas recientes, de senos florecidos en
dísima, y llega a ser insostenible su lanzamiento... una sola noche.
Declinarán por eso, perecerán más pronto que nin­
r^g
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
Es bastante extraño que se coma esa piel seca, neta consumido, de ciudad fallecida pobremente....
reseca, como insustancial, como vieja, pasada y Es un gris que recuerda que la ciudad es un ce­
repudrida del bacalao... El bacalao lo debían ven' menterio de vivos, un cementerio de muertos re­
der en el Rastro, en las prenderías, y el mejor, en crudecidos, de muertos que aún no se han curado
las casas de antigüedades. muriendo. Todo está espolvoreado a esa hora con
el polvo de los muertos...
Uno de los temores más súbitos que se repiten
en la vida es el que se siente al pasar en la plata­ El canto del melonero evoca en uno, con exal­
forma del tranvía junto a esa valla que está a ras tación y vehemencia, el melón amarillo, jugoso y
del tranvía, o al pasar asomados a la ventanilla del maduro, lleno de la reserva de los numerosos aba­
tren junto a ese poste que se acerca demasiado al lorios superfluos de sus pepitas, el melón partido
tren o a ese otro tren que cruza demasiado cerca en rajas como medias lunas o en forma de coro­
del otro. Tememos que nos lleven o nos cercenen na convertido por un momento en el Rey de las
la cabeza. frutas... Evoca el melón calado, y se siente el
apetito del gajo desprendido, el gajo de la cala,
Las uvas son los pezones de la tierra, pezones digno de un bocado apasionado...
virginales y menudos.
i Qué bella es esa hora blanquecina que brota
Las colillas caídas, las colillas muertas, tienen en la ciudad después del ocaso, esa hora sin cielo
una personalidad conmovedora, como los perce­ universal y agreste, en que todo se aprecia y todo
bes vacíos y tirados, como las cabezas de langos­ lo vemos, asomados al balcón ciudadano que da a
tino... Tan olvidadas y tan muertas, tan insigni­ la calle cerrada !... Recordaré siempre aquellas jus­
ficantes y tan pisoteables han sido en la vida tas y definitivas palabras que ella me dijo un día
humana un momento sugeridor y vivo. ¡ Oh in­ asomada a aquel balcón en aquella casa y en aque­
gratitud! Gracias que los colilleros, que son los lla calle en que no volveré a asomarme:
enterradores de las colillas, las buscan, las alcan­ ■—Esta es la hora en que me gusta viajar.
zan, las recogen, dándolas toda la importancia que ¡Oh, resumen sencillo, panorámico, que redujo
merecen. al. límite y a la posibilidad de una frase el senti­
miento ilimitado e imposible que suscita esa hora!
El gris que cubre las fachadas antes de encen­
der los faroles, en esa última postrimería del día, El día de la primera comunión de la niña de la
es un gris desgarrador, de mundo muerto, de pla­ portera es un día sencillo, de emoción para el ve-
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Pícara ilustración esa que siempre será evoca­
ciño observador... Es una primera comunión de
dora, suspicaz e inquietante: “Una mujer se cae
gasas blancas, de un lujo que exalta a la pobre
de un árbol, de un columpio, de una calesa, y le­
niña, asombrada de su lujo, de sus guantes blan­
vanta las piernas por alto, enseñando hasta un
cos y de sus zapatitos blancos... Ella no ve ese día
poco más allá de las ligas.” ¡Oh, caída efectista
la tristeza de su casa y de su sino... Sólo el ve­
y puntual! De ella no queda sino un relámpago de
cino ve desde el balcón la identidad de su vida,, y
carne entre la sutil cresta de ola espumosa y blan­
sonríe y sufre... Pero cuando sonríe con más ine­
ca de las ropas blancas y las medias negras; pero
fabilidad el vecino es cuando la ve, en días leja­
esa media luna de carne, ese medio anillo de car­
nos al día de la primera comunión, cómo se vuel­
ne, es perturbador, y será inmejorable, sobre cual­
ve a poner el traje blanco y los guantes y el velo,
quier adquisición mayor o hasta la adquisición
y no sale de la portería, viviendo de nuevo otro entera de ella.
día de primera comunión y recibiendo de nuevo
las miradas excepcionales de las gentes. La cama que no ha sido deshecha de noche,
toda una noche, no ha descansado... Vestida y
Las agujas saltan como pulgas y desaparecen. ajustada, no ha podido expansionarse con toda su
displicencia; parece como si no se hubiese quitado
Da pena ya ver el alba tan a menudo al trasno­ los zapatos y los calcetines... Así, cuando a la ma­
char por los trabajos urgentes que no son urgen­
ñana, después de no haber dormido en casa, la
tes... Cerramos el balcón muchas veces en cuanto hemos mirado intacta y tiesa, hemos sentido que
la vemos aparecer, para ocultársela a ese niño, nos recriminaba...
al que nos parece que hacemos trabajar forzosa­
mente hasta esa hora y por el que nos da esa
La ropa blanca, limpia y bien guardada, es como
pena... ¡Oh apiadable segunda criatura que lleva­
una depuración del vicio sedentario y matrimo­
mos dentro, como más mortal y más delicada que nial. La mujer se virginiza y se absuelve mante­
la que dirige y ambiciona! ¡ Pequeña criatura, que niendo limpia y planchada esa ropa con una cons­
nos enternece y hace que nos arrepintamos de las
tancia lo bastante renovada. Por eso la aldeana
cosas excesivas a que la sometemos! Muchas ve­
mantiene una gran ternura en su esposo, más aten­
ces la prometemos: “Ya no volveremos a hacer
to que los otros hombres a todas las atenciones,
nada, procuraremos sortear el trabajo, la preocu­
menos distraído con cosas extrañas... La ropa
pación y la pasión acerba, que es el trabajar; ya blanca llega a excitar una pura y rara sensuali­
no te haremos trasnochar más.”
dad, que da amor, por la ropa blanca. La ropa

1'2 Vi
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

blanca da un intimo y saludable optimismo*, nos Es un desfile de horas que parece ser la revista
renueva, nos transfigura, nos ayuda a desprender­ inconcebible y pesante de un siglo... Por esto a
nos de lo que hay de agobiante en el pasado. Es veces los relojes parados se dejan parados hasta
un concepto benéfico, tanto, que en la mujer des­ la eternidad.
vestida de todo menos de su ropa blanca, la ropa
blanca apaga la cruda liviandad, es leal, inocente, Pensar al lado de alguien que duerme, es como
candorosa siempre: es como un baño dulce que pasar en un vagón débilmente iluminado y con las
da una limpidez curativa al desnudo... La ropa ventanillas cerradas por la noche oscura por este­
blanca es como la nieve perpetua y pura, con cier­ pas desconocidas, de confines invisibles, junto a
ta tibieza en su friolencia, la nieve que se exalta pueblos desconocidos en que pasan cosas desco­
sobre los lodos cotidianos... la ropa blanca limpia nocidas en interiores novelescos... Quizás, a ve­
es como el vendaje limpio que debe estar presto ces, tiene todavía un sentido más lejano el sueño
para renovar el apósito en que muere la carne. del que duerme, y resulta que estamos reunidos
al que duerme en las antipodas de nosotros, pues
¡ Qué terrible tarea, qué contacto con lo grave en el sueño del que duerme todo sucede en el me­
es poner en hora un reloj parado desde hace al­ diodía y hasta en otra estación, mientras es la no ­
gún tiempo, hacer que el minutero gire cinco o che eléctrica del trabajo para nosotros... Ouizás
diez horas, aguardando en el punto de cada hora en sus sueños esa mujer tiene una cita con otro
que dé completa y aguardando en el punto de cada y nosotros lo vemos y lo permitimos... Quizás,
media a que dé también!... ¡Qué terrible y qué fijándonos en ese sueño del otro, vemos una casa,
disgustante labor! ¡ Pero cuánto más terrible cuan­ un bosque comarcano nuestro, gentes que andan,
do tenemos que pasar por las doce y esperar a oir coches, conversaciones, un crimen, un robo miste­
sus doce inacabables campanadas! Pasamos así rioso... Todo sucede y se yergue como en esos
como sobre cadáveres sobre las horas idas, las ho­ pueblos lejanos que ahora viven otra hora y otros
ras que hieden, y que es tan tedioso, tan estéril, sucesos... Los sueños de los europeos sucedían en
tan taciturno volver a oir más, resultando los so­ América antes de que fuese descubierta. Todos
nes tan seguidos de la campana como una llamada los sueños son como las antiguas y primeras pe­
al orden demasiado abrumadora, como un campa­ lículas que vimos de niños en el primer cinema­
neo espectral de una insuficiencia indecible... Son tógrafo de Madrid.
demasiados golpes en nuestra cabeza, es demasia­
do tiempo junto... ¿Demasiado? Sí, demasiado, U11 palillo de los dientes se aferra a nosotros
aunque hayamos vivido innumerables horas más... de un modo insoportable... Es difícil tirarlo... Así
174 ‘75
2?¿ltO2V GOMEZ DE LA SERNA Greguerías selectas
me he explicado esa afición de esos hombres que gido de todo ese tabaco que llevamos incinerado
se están de mediodía a mediodía con el palillo en ninguna gran explosión; pero, sin embargo, siem­
la boca... No se sabe uno desprender de él, se hace pre se teme y se espera.
eso dificilísimo, se clava en las bocas como una
larga espina; pero cuando al fin se tira, se respira La manera de coger los lentes para quitarlos o
con despejo, salvados de una afición ruin y de un ponerlos es cuidadosa y discreta, muy parecida a
obstáculo. la sigilosa manera que se emplea para coger una
mariposa o una libélula... Parece así como si se
A la noche, las cortinas que encubren la alcoba temiese que se escapasen, que echasen a volar con
descansan recogidas dulcemente sobre su agarra­ sus alas de cristal.
dero... Coadyuvan reposadas y cómodas a la paz
de la habitación a -que da la alcoba, y a la paz de El modo receloso que tienen ciertas gentes de
la alcoba, que se distiende con desahogo, y entra mirar un cuadro es el de quienes temen salir re­
en nuestra negligencia el verlas recogidas cómo­ tratados... ¡Oh paradojas salvajes!
damente por el abrazadero.
; Con qué petulancia manda parar un tranvía la
¡ Que suelten a esas perdices que tan desazo­ mano ensortijada!
nadamente quieren salir de la jaula y subiendo y
bajando la cabeza con una testarudez vertiginosa La hilaridad de los gallos se corresponde a tra­
se van a volver locas por esa desesperación que vés del mundo, cruzándole en todas direcciones,
nunca amaina en su jaula, demasiado angosta! formando una eclíptica imaginaria, pero máxima"
Hay sobre todo medias horas que nunca cree­ Esa muchacha va andando como entre piropps,
remos que pasaron, porque aunque nos lo testi­ temiendo pisarlos, con pasos menudos y cuidado­
monie el reloj, nunca asentiremos a eso... Medias sos para no aplastarlos.
horas que nos escamoteó el reloj, con una ratería
insufrible, sisándonos indignamente. Mirando en la noche sin luna el cielo con estre­
llas, se ve que el alumbrado por las estrellas ha
Se teme que en el tabaco que encendemos en sido un „fracaso de alumbrado. Hay que poner
la pipa haya algún ardite explosivo, un ardite de “camisa” a las estrellas como a las llamas del gas.
esas sustancias terribles — como el radium — que
producen incalculables estragos... Nunca ha sur- Se comprende que hasta se resista el no cenar
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G. He la Serna: Greguerías. 12
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
o el no almorzar, pero el no desayunar, no. Será —¿Dónde ibas tú en un coche al anochecido?
desesperante e inaplazable siempre, si se despier­
ta temprano el hambriento, en la mañana toda El chauffeur, dormido en el pescante del regio
llena, toda incitante, del deseo mordaz de des­ automóvil, apagado y parado las horas muertas
ayunar. junto a la verja del palacio, muy remoto y muy
fantástico en el fondo del jardín, sueña que, ves­
Después de que el muerto se fué, ha quedado tido de frac y lleno de seducción, baila en la fiesta
ventilándose la habitación en que ha pasado toda magnífica y deslumbradora, mientras a la puerta
la noche entre luces amarillas, hecho un caballero le espera un automóvil dirigido por un chauffeur
del Greco, alargado y cetrino, entre lenguas de­ hipócrita, inaguantable y ladrón, al que cuando
fuego y cirios enjutos y místicos... En esa venti­ salga zarandeará sin consideración y con un seño­
lación parece que se ha hecho que salga el espíritu río riguroso para que se despierte.
del muerto, ofreciéndole el cielo azul, el aire lím­
pido, la onda rauda, la escala del rayo de sol... La golondrina parece una flecha que busca un
Los plumeros subsiguientes lo quitarán de encima corazón... ¡Flecha mística!
de los muebles y lo acabarán de echar.
La plaza Mayor todos los anochecidos está de
Navidad.
¡ Qué imposible de sobrellevar es el día en que,
llenos de hastío, vemos el paisaje como una tabli-
Las pruebas de imprenta recientes, en el papel
ta cargante de las que se venden en los cafés, o
húmedo y oloroso a la levadura de la tinta, tienen
en la calle!... Igual sucede con el mar; hay dias
un sabor a pan tierno y reciente. “Las pruebas
que es una de esas marinas. nuestras de cada dia, dánoslas hoy”, rogaríamos
al Señor todos los días.
Dentro de los coches oscuros en los que hay una.
silueta imprecisa de mujer parece que va “ella”. . Cuando los cristales se empañan con ese esme­
Casi nos parece seguro. La perseguiríamos para rilado precioso, que es el dulce efugio de los in­
comprobarlo, pero renunciamos porque el coche teriores los días helados, el alma se llena de frui­
ha desaparecido... Sin embargo, nos queda casi la. ción y es más íntima para nosotros que nunca.
evidencia, y hacemos propósito de decirla, al ver-
la, para desconcertarla y sorprender cómo se de­ En las mecedoras se tiene un lánguido espíritu
lata: de convaleciente... Nos llenamos de blandura y de
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

conformidad... Se mira al cielo y al horizonte des­ limitado a los que sabemos que la tierra es redon­
de ellas, están llenas de ternura y sopor... Com­ da y sus puntos son opuestos unos a otros!
pensan de la ausencia de la mujer; son como una
mujer maternal y consoladora. ¿Qué hace el cartero? ¿Ha pasado de largo por
nuestra puerta? Parece que se ha olvidado de dar­
nos la carta que siempre “debemos” tener.
Si no descarrilan constantemente los tranvías
y los trenes, es porque hay una extraña obedien­ ¿Por quién tememos haber firmado cuando de
cia voluntaria de las cosas al hombre y al camino pronto surge en nosotros esa fugaz duda de ha­
que el hombre las traza. ber puesto—un poco sonámbulamente —otra firma
en lugar de la nuestra, no sabemos qué firma?....
Las pobres mujeres que pasan con un niño en Cuanto más trascendental es la firma más nos pa­
brazos, al descubierto su cabeza dormida sobre el rece que nos hemos suplantado.
pecho o dulcemente sobre el hombro, parece que
llevan un niño muerto, un niño a enterrar. . Hay que pensar de acuerdo, en último extremo
siempre, con el sobrado de la casa, con ese hueco
oscuro que queda entre el trecho del último piso
Después de todo, unía más a los hombres la idea y las tejas, con esa frente triangular. Porque sos­
de que la tierra está toda vertida sobre una llanu­ pechaba eso, ya quería yo vivir de pequeño en una
ra inmensa... Estaban todos al mismo nivel, y guardilla. En las guardillas, en los sobrados inha­
siempre desde una torre que todos proyectaban en bitables, mejor dicho, es donde se fragua el pen­
su interior esperaban verlo todo... Muchas veces samiento perspicaz y largo; son el lugar secreto,
pensamos frente al horizonte en esto, en la emo­ ibre y escéptico en el que está el pensamiento
ción que daría pensar que se estaba frente, al lado libre, descreído y trascendental de la casa.
y ante la dirección toda del mundo, oculto apenas
el último rincón por algún monte subsanable, en Nos duele que ese gabán y ese traje estén col­
vez de pensar en ese abismarse del horizonte en gados en la percha hace ya demasiado tiempo; pa­
una redondez inmensa y resbaladiza y en esa co­ recen ahorcados; les miramos con pesadumbre,
locación de los antípodas debajo ele nosotros... como si hubiesen fallecido o como si fuesen a
¡ Este no poderlo abarcar todo desde ningún pun­ perecer.
to, esta absoluta imposibilidad de ver el conjunto
del planisferio, es una gran pobreza que nos ha Siempre hemos pensado en el pregón que ha-
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RAUOy GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

riamos con nuestra ceguera, si fuésemos ciegos y coche que un momento ha pasado casi sobre la
tuviésemos que salir a pedir limosna por las ca- acera... Muchas veces hemos pensado en el terri­
lies... ¿Cómo quejarnos y conmover a las gentes' ble dolor que ese pisotón nos habría causado, y
Hemos oído muchos plañidos de ciego; recorda­ en cómo después de él nos quedaría para siempre
mos alguno, como el de aquel ciego que decía . un pie de palmípedo, un pie grotesco y falso, un
'■'Todo el mundo pasa y nadie deja nada para e. pie impresentable, un pie liso de rana.
pobrecito ciego... Parece mentira; tanta gente
como pasa y nadie se acuerda de mí.” Estaban Se apagan las sonrisas como las luces.
bien aquellas palabras con que el ciego acusaba a
todos de huir, de pasar, en que el ciego les veía Al ser desesterada la casa, se torna más cam­
en su ingratitud, en su numerosa retirada. Peí o pesina, más terrenal, más provinciana, más cuo­
yo compondría algo más desgarrador, algo elo­ tidiana, menos engañosa.
cuente, que les anunciase pintorescamente la ne­
grura de la pobreza oscura del ciego... Vemos la Hay soledades — viajes de otros, ausencias de
fórmula conmovedora, la podríamos pulir y re­ ellas—, días que suspenden su función, que hacen
pulir, saldría, al fin, pero sólo estando ciegos acer­ sentir en la cabeza la bala del suicidio... No nos
taríamos con la perturbadora lamentación, que hemos dado cuenta de cuándo hemos disparado,
dejaría sin luz las calles por que pasáramos y que somos incapaces de haber hecho una cosa tan es­
haría que todos se dispusiesen a arreglar nuestro túpida y tan decisiva, pero en la cabeza pesa el
porvenir de ciegos irreparables. También en la plomo, incrustado, clavado, sin orificio de entrada
redacción del cartelito que colgase de nuestro pe­ ni de salida, pero tan dentro, de tal modo dentro,
cho procuraríamos poner algo estrafalario y con­ tan ciertamente, que si se nos viese la cabeza con
minante. los rayos X, se vería un punto negro, opaco y
mate en el claror del cráneo, el punto del cuerpo
Un piano en la tarde de domingo es algo que extraño y metálico.
nos hace huir a campo traviesa, a campo traviesa,
lejos, lejos... ¡Es ya más que demasiado un pia­ Paree mentira que alguien se pueda comer los
no en el domingo!... Glosa con espantosa y des­ caracoles, esos mocos vivos, esos mocosos.
graciada certidumbre lo que tiene de día de ánimas
el domingo, su notas de piano seco. El sombrero de copa se justifica en su sombra,
donde todo lo que tiene de mamotreto desaparece,
Siempre parece que nos va a pisar un pie el para proyectar sólo su alta y ligera altivez. Tanto’

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RAMON GOMEZ DE DA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

que he pensado que sólo es un sombrero para las parece de la vida de su señora, rica y bella, se la
sombras, para la gallardía de las sombras. mira como si “ella”, la casquivana, la estéril, la
hubiese infundido un alma parecida, tan difícil,
La luna de los barrios nuevos de la ciudad es tan incierta, tan correcta, tan muda, tan vestida
una linterna sorda, la linterna sorda y anhelosa de pieles herméticas e indesvestibles.
del ladrón, la que hace limpio y fácil su trabajo,
la que le incita. Se desea una mujer del pasado más remoto y
otra del porvenir más remoto, no por avaricia des­
El día de fiesta se nota al despertar de un modo ordenada, sino para comprobar si tuvieron o si
indudable... La levadura del ambiente es espe­ tendrán el mismo sabor que la mujer presente...
cial, es distinta, como la del pan de Viena lo es Se sospecha que el sabor de la mujer del princi­
de la del pan común... Algo como humo de in­ pio de la creación debió ser mucho más agraz y
cienso. como un aire de misa mayor se mezcla a mucho más fuerte yi más condensado y más terso
él... Se aprecia una dulzura, una veleidad, algo que el de la de ahora; la mujer del principio sa­
atmosférico, diáfano y proverbial de todos los bía a ella misma, así como el sabor de la mujer
días de fiesta antiguos, algo lleno de piedad y del porvenir será mucho más maduro, más “mem-
como de felicitaciones, de esas felicitaciones de brilloso”, más blando, más penetrante y sabrá a
niños pequeños y de padres que llegan tempranas todo.
a la cama el día de santo... En el despertar del
día de fiesta se siente uno embriagado, no como La corneta del pobre cojo—cojo de las.dos pier­
un borracho, sino como un bizcocho borracho. nas—parece que anuncia todo un regimiento... Es
marcial, guerrera, arrebatadora, imperiosa... Des­
Esas cocineras que se ven por las ventanas de emboca en la calle como precedido su son por los
las casas cuyas cocinas dan a los solares, tienen altos cabos de gastadores, de simétrico paso de
la alegría de tener balcones a la calle, y dan a la tijera..., tiene un primer momento así; pero cuan­
calle su frescura de mujeres solas y en la intimi­ do se nota que no anda con el suficiente paso li­
dad, cuya vida se fisga. gero el trompeteo, que tarda en pasar, se “ve” al'
pobre cojo tan estrepitoso, tan pequeño, tan ano­
La galga rusa es como una señorita vestida de dino, tan chato, con sus dos piernas cortadas a
blanco, erguida, distinguida, escrupulosa, de finas cercén y como enterradas hasta la mitad en la
maneras, dueña de un blanco tocador y de un tierra...
blanco lecho con pavés... Por lo confidente que
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7?.l .1/0 V GOMEZ DE LA SEIiNA GREGUERIAS SELECTAS
El sabor del agua revela, según su variable ma­ El ruido del mortero es el ruido más fulminan­
tiz, un estado de ánimo y de ambiente... ¿Beberé
te de la casa... Atruena, pero se le perdona, por­
de nuevo un agua como aquélla, en aquella ma­
que machaca las especias: el ajo, la pimienta, el
ñana exquisita y clara, de tan dulce destilación y ajonjolí, el clavo, el anís y todas las otras cosas
tan puro gusto? ¿Beberé de nuevo aquella agua que espiritan la comida... Ensordece, sube al cie­
sequeriza, aquella agua áspera y fugaz, que daba
lo, baja, es alegre como el tamboril, recuerda esas
más sed?
cuatro grandes comilonas que son cuatro efemé­
rides de nuestra vida, y recuerda el mediodía ape­
En el poblado y hormigueante paseo del do­
titoso de aquel día soleado y optimista... ¡Agra­
mingo se presiente que encontraríamos a aquella
dable son de vísperas de Pascua o de mañana de
muchacha que nos sonrió aquel otro domingo, y
Pascua!...
por cuya desaparición hemos tenido una fina pena
tantos otios... En los domingos se suceden las Después de haber visto la luna cogiéndola de
mismas generaciones, los mismos gestos, las mis­
frente en una calle ancha, con su rostro de bella
mas juventudes... Quizás las muertas, atraídas
desconocida de suaves mejillas, de nariz resbala­
por una fuerza superior a la de su muerte, se
da y japonesa, de ojos entornados, de cabellos en­
adornan con sus trajes del domingo el domingo,
vueltos por una redecilla de plata, con su corpino
volviendo a desaparecer al anochecer del domin­
de muaré azul, se desea una terraza en que sen­
go... ese anochecer en que el gesto de mucha gen­ tarse a trabajar con su luz, sin ver la cuartilla, ni
te es chafado y lívido, un gesto en muchos como
la lámpara, ni las manos, sin verse uno a sí mis­
de volverse al patio callado de su cementerio.
mo, perfectamente fuera de sí, embriagado de
luna, escribiendo sobre la cuartilla de luna...
Da pena encender la lámpara, porque con ese
acto se mata el día certificándolo indudablemen­ Ese dolor en el costado, que primero parece
te... Por eso aprovechamos, como cortos de vis­
algo inconfesable y trágico, pero que después no
ta, como agonizantes, pegados al libro o a la cuar­
es nada, es un telegrama de muerte que se ha cru­
tilla, hasta lo más tenue de su luz, hasta su os­
zado con uno, que ha podido sernos fatal; pero
curidad, resultando así que a veces hemos estado
que, por fortuna, ha seguido su camino...
escribiendo ciegos, extrañamente lúcidos, mila­
grosamente rectilíneos, en la más completa oscu­
ridad. ¡Oh, esa mosca del invierno, solitaria, obsesio­
nante, calenturienta, incomprensible, espectral!

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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
JLa madrigada huele al campo en los ojeos...
Tiene ese olor silvestre que es la levadura con que bre de „espíritu/ que será fanático, cruel y colé­
se amasa y se hace eficaz el aire de todo el día... rico. ..
A lo que sabe esa levadura sutil que contiene la
madrugada, debió saber el maná inimaginable de Una browning parece que ha de servir para
las lluvias bíblicas. algo matemático y definidor. Se tiene sobre la
mesa para recurrir a ella en un momento de di­
ficultad y emplear su poder y su resolución mi­
. i De qué se sostienen los cafés antiguos, presti­
rándola sólo. Es una rara confianza, extraña a su
giosos de años, a los que no asiste nadie, y que,
objeto, la que hace sentir esa arma tan definitiva
sin embargo, no disminuyen su luz excesiva, ni
y tan inteligente, como si tuviera un resorte efi­
reducen su servidumbre, ni dejan de hacer su ti­
caz para otra cosa que la muerte, un resorte como
najón inmenso de café? Es secreto su misterio.
para tirar líneas definitivas.
Cuando se cierran a las dos menos cuarto, los an­
tiguos y asiduos parroquianos que murieron en­ Para no torcer los tacones!”. es el pregón más
tran con sus sombreros color café, y algunos con pobre y más vergonzante, más que el del trapero,
sus copas cogotudos, a lo Coya, y piden café. La que es un hombre importante que tiene un som­
costumbre de ir a su café ha sido más fuerte que
brero de copa, una levita, la gran cruz del ma­
la muerte, lo único más fuerte que ella, y por lo
gistrado y un uniforme de jefe de Administración
que han conseguido una hora de recreo en el ri­ civil.
gor de su muerte perpetua.
Se siente una angustia secreta pensando en las
La timidez de que llenan los tranvías al peatón fuentes públicas, cuyo chorro corre y corre sin
es pusilánime, es estúpida; pero es terrible. No se cesar... Se desearía taponar esas fuentes, para
puede uno defender de toda la mirada con que es evitar que un día irreparablemente nos quedemos
fisgoneado por ellos, aunque, como sucede con la sin agua... Los hombres son de una imprevisión
mirada de un bizco, parezca cuando la sostenemos y de una insensatez atroces, y no piensan en el
desafiándola que miran a otro lado. día en que se sequen todas las fuentes, desangra­
das por esa eternidad irresistible de su chorro. Es
una obsesión fantástica la de la sed universal, que
Un hombre que al ir por la ciudad no ama tanto hace preferible el diluvio universal...
como el objeto de su viaje su trayecto, es un pc-
“¿Volveremos a ver el mar”?, se nos ocurre
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

pensar con desolación siempre que nos despedi­ cias de teja a teja son una lectura minuciosa que
mos de él. Y es que tiene tal sobreposición, tal ameniza el ver el panorama de los pueblos... Los
presencia de ánimo, tal impasibilidad, que sobre­ tejados son pintorescos libros abiertos, libros en­
coge, no sólo al despedirse, sino siempre que un tretenidos, de larga contemplación. El tiempo y
tránsito dudoso o un acontecimiento indeciso se los días les han impresionado dejando impresa su
realiza en nuestra vida. El, sobre todo y después letra.
de todo, permanecerá; en él están todas las vidas
que han ido a dar en él. El nos alentaba al mis­ ¿ Hasta dónde han desordenado el cielo los aero­
mo tiempo que nos desalentaba. Gozamos de que planos? No lo sabremos. Pero se presiente que
nos pulse bañándonos en él, como goza ese ser en­ todo un orden celestial ha sido trabucado, con­
fermo de muerte, que secretamente se consuela y fundido, desaparecido... No sólo la tierra, sino el
se siente sobrepujado cuando le tocan en la fren­ cielo ha pasado de una época a otra.
te, le pulsan o le preguntan cómo está los mayores
que sabe secretamente que vivirán mucho más ¿Olvidaremos los: “¡No me claves las sortijas!
que él aun cuando ya llevan vivido bastante más. ¡Que se me clavan las sortijas!”?... No. Toda la
realidad de aquella mujercita surge evocada como
“¿Volveremos a ver el mar?” Esa pregunta so­ nada, recordando aquella queja mimosa, baja, en
livianta nuestras posibilidades con una fuerza co­ el violento apretón de manos que nos dábamos.
losal, y el último momento de ver el mar es una Eran como clavos de la pasión sus sortijas, cla­
despedida mayor que-todas, más enconada, más vos agudos y fieros.
inenarrable, más desbordante. Achicamos al mar
en nuestro pecho y lo abarcamos con una mirada Toda esa loza perdida en los museos, esas va­
de náufragos que temen naufragar en la tierra sin jillas con cifras y guirnaldas, apenan por su in­
volver a ver el mar. utilidad... Nadie come en ellas, que añoran las
salsas y los banquetes. Su destino está estúpida­
Los campanarios van subiendo, subiendo, alar­ mente malogrado. Su final debió ser la muerte, la
gando sus torres según avanza el día, según os­ rotura, el hacerse añicos... También sugieren una
curece. pregunta más perturbadora... ¿Comió alguien en
ellas? ¿o son estúpidas vajillas nuevas?
Con los tejados no se ha sido justo y estricto·
todavía... Tienen matices multicolores que salvan Va faltando deplorablemente en el pan algo que
la monotonía del caserío... Esas nimias diferen­ es quizás más importante que el peso: el adorne,
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
sus relieves de formas primarias, los calados, las aunque haya que ir a buscarlas torciendo mucho
'letras elzevirianas... Sólo queda el nombre del de­ nuestro camino... Hay en ellas una exaltación de
fraudador, y os lo tenéis que comer encima. cuadro, una exaltación de arte.

Los objetos de museo que cuelgan o que tienen Las cariátides de senos bovinos, de senos enér­
poca estabilidad se mueven en las vitrinas... Un gicos y anchos que sostienen los grandes mirado­
carro lejano que hace trepidar toda la manzana res de las casas, hacen bajar los ojos a las señori­
de casas, algo que siempre está pasando en el cie­ tas y a los tímidos, siendo queridas callejeras,
lo, en la tierra o bajo la tierra, les da esa movili­ desnudeces atractivas para los carreteros.
dad... Comprobar esa vida asombra un poco, por­
que es como observar un hálito extraño que hay En la luz de las altas linternas de las capillas
en ellos, que les es propio y les hace vivir, pesta­ y de las catedrales está el Espíritu Santo, o séase
ñear, recordar. la luz enaltecida y concentrada.

Los aeroplanos han sido inventados para cazar Los vencejos tienen más de patinadores que de
los globos que se les escapan a los niños en los voladores... Patinan en el aire, se dejan ir, se la­
jardines... Se han desviado de ese objeto con que dean, se envuelven unos a otros, van juntos en
les creó Dios, pero originariamente para eso fue­ las curvas, igual que patinadores, con sus mismos
ron creados. dengues y sus mismas coqueterías, con su misma
caballerosidad y su misma puerilidad.
Los cocheros de librea vistosa, blanca y negra,
tienen algo de ranas: como las ranas un poco en Esas niñas que parece que se escapan a su mamá,
cuclillas y con las nalgas blancas, por su pantalón que van muy delante de ella, tienen ya anhelos
blanco; como las ranas croan, cuando arrean sus violentos, no se resignan al hilo corto y tirante
caballos... Son unas ranas de fábula, pero son que las une a la madre... Hace gracia verlas muy
unas ranas. lejanas, más lejos que ellas se suponen, como yen­
do a perderse de la mamá. ¿Se escaparán a ella?
Esas grandes vidrieras de una pieza de los gran­ ¿ Qué miedo no las asaltará entonces ? Ellas ya
des, de los inmensos balcones de los grandes edi­ sienten cierta pecaminosa libertad con ir tan le­
ficios, recogen tan admirablemente el azul, hacen jos...
visajes tan maravillosos al Poniente, que merecen
ser visitadas, ser vistas, haberse acercado a ellas ¿Qué cosquillas tenues y finas, insufribles de
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G. de la Serna: Greguerías. 13
RAMON GOMEZ- DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

puro agudas, siente la flor bajo la mariposa? Ese punto solitario y atrapador, coleccionista y cap-
problema de la sensibilidad de las flores se nos turador de quién sabe qué hallazgos.
plantea siempre que vemos en su cáliz una mari­
posa, asociando a esa observación el recuerdo de Hay días en que el cielo está de mal humor...
las veces en que nos han cosquilleado con una plu- El rictus del cielo es otro que el de los días de
mita en el interior de un oído. lluvia sencilla, natural o tempestuosa... Se ve cla­
ramente que es mal humor, misogenismo, envi­
dia, soliéronla, saña de aguafiestas declarado...
Ninguna emoción tan espiritual del amor como Y se ve más que nada esto, se coge infraganti
aquella que me dieron aquellas dos mariposas cru­ esto, viendo al día reflejado en los cristales de los
zándose y entrecruzándose, persiguiéndose y be­ escaparates y en el fondo de las casas, en el fon­
sándose en la escala de sol lejana, interpuesta en­ do delator de los espejos caseros.
tre el balcón de ella y el mío... Tan real fue la
imagen, tan sincera, que dejó aclarado el sentido Un niño, al cortarse el pelo en la peluquería,
del amor. compone un cuadro gracioso y lleno de inten­
ción... Al entrar el niño en la peluquería para los
Esa peseta que se encuentra de lustro en lustro hombres toma una representación solemne... Los
en el fondo de los cajones, disimulada entre los peluqueros, que tienen la consigna de saludar so­
papeles, de los que se desprende en una argentina lemnemente a todo el que entra, sea miserable o
pirueta, es una peseta como acuñada por la Pro­ rico, jorobado o tuerto, le saludan como a un ma­
videncia y que la Providencia deposita especial­ yor... El niño ha entrado y se produce con idea
mente en nuestra mano... La debemos besar le­ de la categoría de hombre independiente a que le
vantando los ojos al cielo, como esos pobres que da derecho el estar allí... Le sacan la silla gran­
en la calle dan las gracias por la moneda que les de, la silla que le aniña más, la silla alta en que
han tirado desde el alto balcón. se sientan a la mesa los niños, uno de los que pa­
rece, sobre todo cuando el paño contra los pelos
rodea su cuello como una servilleta. Esto es un
¿Por qué no se aprovechan las telas de araña abuso. Se rebaja así al cliente. El niño, sin em­
para hacer algún tejido, como se aprovecha la tela bargo, porque no tiene más remedio, se sienta..
del gusano de seda? Bajo un traje cuya primera ¿Le preguntarán “si la barba también”? No; es
materia fuese la tela de araña, el hombre se sen­ el único que está libre de esa pregunta... Resul­
tiría intrépido, dominante, y quién sabe hasta qué tan excesivos para él los espejos anchurosos, y
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
ios ■ bártulos de cortar, de peinar, de rapar, re­
nada en limpio... Faltamos al presente con el “¿te
sultan excesivos también y quirúrgicos a su lado...
acuerdas ?”, pero hay que prodigarlo.
¡ El niño no es bien tratado por los peluqueros!
Un poco irrespetuosamente, un poco como a una
La tabla de partir la carne tiene un truculento
patata tratan a su cabeza, se distraen de ella, la
parecido con el tajo de las ejecuciones.
tiran de los pelos, le pellizcan con la tijera el cue­
ro cabelludo, y todo esto porque el barbero sabe
Ya avanzada la noche, la cabeza agobiada por
que el niño no podrá dar más propina que la que
el trabajo, sentimos en ella un ruido como si pa­
trae ya justa y consignada.
sase un gran ómnibus cargado de baúles, un óm­
nibus de esos que trepidan sobre las piedras des­
El vaho que echan los caballos por sus narices iguales, un ómnibus que no pasa.
de hipogrifos en las mañanas crueles del invierno,
nos ha sorprendido de pequeños como una mues­ Esas cenizas de los cigarros de los otros, de no
tra conmovedora de la vida, en lo que cabe tam­ sabemos quién, que quedan entre las páginas de
bién humana, del animal cuadrúpedo... Nosotros, los libros y que soplamos, son la mejor imagen de
cuando íbamos al colegio, nos sorprendíamos de lo que queda en ellos, entre sus páginas, de la vida
nuestro vaho por el que parecíamos fumar, y de que se pasa leyéndolos...
ese vaho más caudaloso de los caballos... Ese vaho
nos dió cierta idea fraternal de ellos. Molestan las puertas con montante... Los mon­
tantes son dos ojos con lentes que lo fisgan todo,
¿ Qué premio daríamos a esa cosa que se porta que nos distraen, que nos espían.
tan bien? ¿Y a esa que tan constante va siendo?
¿Y a esa que es tan firme?... Yo crearía unas cru­ El paraguas del hombre distraído es una cala­
ces del Mérito, y se las colgaría con solemnidad a midad... De todos lados se lo ofrecen, diciéndole
las cosas condecorándolas. con un tono de reconvención que le abruma: “¡ Que
se le olvida el paraguas!” “¿Es de usted este pa­
raguas?” “¡Eh! ¡Caballero!...” El hombre dis­
Aunque nos moleste el “¿te acuerdas?”, con las
traído que sufre todo eso, después se olvida de
mujeres no hay más remedio que emplearlo cons­ abrir el paraguas cuando llueve, o cuando lo abre
tantemente... No conocen otra cosa que sus re sale el arco iris sobre su paraguas, se aclara, se
cuerdos, no llegan a una unidad superior... Re­ despeja todo el cielo, y el hombre distraído lleva
cuerdos sueltos, recuerdos de los que no sale casi su paraguas abierto sin fijarse, como si llevase un
ig6
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

quitasol. Algunas otras veces se lo olvida defini­ Parece que está amarrado el mundo a esas gran­
tivamente en los percheros, y entonces deja llenos des setas de hierro que hay en los puertos y a las
de confusiones a los dueños de la casa, que no sa­ que se amarra la inverosímil maroma de los bar­
ben a quién devolvérselo, que quizás no encuen­ cos... Son las agarraderas más fuertes y más hon­
tran nunca a quién devolvérselo, y tienen que usar­ damente engarfiadas que tiene la tierra.
lo, sufriendo todas las distracciones del hombre
distraído que se lo olvidó, porque ya está conta­ Las fábricas en la noche silenciosa suenan como
giado el paraguas de distracción, y se queda de­ el mar, sobre todo en el estío, en que un recuerdo
trás de ellos como un perrito rezagado. insistente del mar figura y se pega junto a todas
las cosas... El mar cercano a los hoteles de los
Hay unas bocinas de automóvil que atacan al puertos o de las playas, suena así, incesante, más
estómago, que lo abollan con su estampido, con su unido en la distancia el rumor de una ola al ru­
¡¡bu!!, ¡¡bu!!... Las tememos, y cuando suenan, mor de las siguientes... Es quizás este murmullo,
nos echamos mano a la barriga, aporreada por este teje maneje, esta intermitencia continua,
ellas, dolida de ellas. este runrún largo y tendido, más atropellado, más
rizado, más repetidamente roto que el del mar.
¡ Qué encanto ver el despacho iluminado, verle pero lo recuerda con viveza, indiscutiblemente,
desde la cama, acostarse para verle tan dispuesto, largamente.
tan activo, tan lleno de pensamientos suyos—¡ya
quisiéramos que fuesen nuestros!—, y dormirse Es notable qué se les ocurra a los jardineros
regar las estatuas desnudas, la piedra en cueros
Un obrero, con gafas es lamentable. Por sus ga­ de las cariátides que sostienen las fuentes, de las
fas descubre más la injusticia de su suerte, la ve ninfas que se ocultan entre los macizos... Hay
mejor, la ve como un caballero, como un hombre una fresca y clara sensualidad en esa manga de
de ciencia, como un intelectual. Esos obreros de riego que enfoca todo el fuerte chorro de agua
blusa azul que gastan gafas entristecen más la es­ brillante sobre los senos duros, los cuellos fuer­
clavitud de sus compañeros, y parece que mere­ tes y las nalgas redondas... Parece que esta du­
cen otro trato, que entienden de otra cosa y se cha fría, violenta y larga da robustez a las esta­
han tenido que dedicar al duro trabajo por fata­ tuas... Es una felicidad en la mañana presenciar
lidad. Apiadan sus gafas, nos les hacen compañe­ este espectáculo, como el de un baño auténtico de
ros y se teme su mirada. la Diana que corre por los jardines matutinos.

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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

Los confites ya casi han desaparecido... Eran nos sirviesen agua con azucarillos, con grandes y
como un dulce para el espíritu, un dulce sutil, el ministrables azucarillos...
ardite casi invisible e inmaterial que el espíritu
podía disfrutar... Confites rosas, azules, blancos, El hombre que cura la solitaria con lo que hay
menudos, los confites eran para el alma. en el frasco azul y que enseña la solitaria vulgar
y la tenia extraordinaria, resulta ya algo muy su­
i Qué pena da ver las venas de la mano, las ve­ cio, inaguantable de puro sucio, después de tantos
nas azulencas de la palma y de la arista, y las ve­ años de verle enseñar el frasco repugnante... Ya
nas en relieve del dorso!... Nos enternecen... esa tenia y esa solitaria que guarda en los frascos
Ellas nos revelan nuestra constitución venosa y son demasiado viejas, son de gentes que murie­
anatómica, algo que habíamos olvidado, de lo que ron (eso si no son artificiales, duda última y hu­
nos habíamos separado, convertidos en una ima­ morística)... Esa tenia y esa solitaria, además, no
gen vana y remota. han sido indudablemente extirpadas por obra de
su medicamento... ¡Lamentables y antiguas tenias
En lo alto palpitan los álamos y los chopos... y solitarias, deleznables lombrices de tierra que
Para que no palpiten esas hojas como colgadas de descubren el secreto de la divinidad humana!
un hilo, se necesita que el tiempo esté parado,
porque son como un segundero visible y natural Bayadera... es una palabra que baila, que mue­
del tiempo vivo... Es.consoladora esa' nota tré­ ve sus caderas y a compás saca el vientre lleno de
mula, temblorosa, refrescante, que pone esta pal­ un ritmo circular cuyo centro es el ombligo... El
pitación en el paisaje, -sobre todo en ese paisaje traje de esa palabra es un traje corto, un traje de
de Castilla árido y pelado, en el qué sólo esos poca tela, un traje trasparente, en el que los aba­
chopos o esos álamos junto al río vibran un poco, lorios suenan y en el que las pezoneras no se es­
revelan un aire que aunque no se mueve alienta tán en su sitio, parece que van a salirse, parece
el espíritu... que van a descubrir lo que guardan, dejándolo sin
el antifaz que recama el pecho que no se somete
No disfrutamos de los reconfortantes más ine­ a él... Bayadera es una palabra sin virginidad,
fables... Nos olvidamos largas temporadas de to­ que, fulva y ansiosa, espera siempre al hombre,
mar agua con azucarillos... El azucarillo da al le incita, le hace guiños, le mueve la lengua, le
agua el cuerpo preciso que necesita, y también suena la pandereta, y unos cascabeles que lleva
un poco de espíritu superior... Debemos recordar cosidos a las puntas de las faldas... Bayadera es
que de niños queríamos ser ministros, para que una mujer libre elevada por la danza, una mujer
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELE'ÓTAS
de caderas ceñidas y de piernas desnudas... Baya- panorama de la calle con más gravedad y más in­
dera, ni cuando apretadamente la retengáis, deja­ certidumbre... Si fuésemos aún niños, es decir,
rá de moverse. Un cadencioso movimiento conti­ tan sinceros como los niños, nos hubiéramos des­
nuo cimbrea esa palabra siempre... “Baya... baya... pertado como los niños se despiertan muchas ve­
bayadera.” Se pronuncia con una intermitencia ces, como sin por qué y sin a qué, llorando des­
obligada y contoneante esa palabra. garradoramente, con un susto pasmoso de la vida
peñascosa, aristada, angulosa, abrupta, con la que
Esas manos de hierro de los llamadores que ya no contaban.
sostienen una bola son unas manos amables, que
corresponden a nuestro deseo de que hagan salir Se conoce a los teñidos a simple vista... Sin
al criado y nos abra la puerta... Son manos muer­ embargo, su pretensión lo niega... Sólo hay un
tas, manos de mujeres caseras, perpetuadas con medio de cogerles infraganti: la fotografía; en las
una sortija, para mayor delicadeza y alcurnia del fotografías aparece como pintura saliente lo que
llamador, manos gordezuelas, que miramos con es tinte y las facciones se pierden detrás de esos
una ternura improcedente, pero espontánea. trazos...
El cuentagotas es un apañado y paternal ele­ Dan ganas de dar la mano a esa mano colgada
mentó de la casa... La probidad del cuentagotas fuera de las guanterías, que os pide afectuosamen­
debe ser ensalzada... Sin el cuentagotas nos enve­ te el saludo, que está siempre pidiendo por piedad
nenaría esa medicina ó no podríamos seguir esa quien la agarre... No debemos despreciarla como
proporción creciente que nos conviene... El cuen­ una mano plebeya, debemos estrecharla alguna
tagotas tiene un espíritu sutil, avizor, preciso... vez afectuosamente.
Pone una gran inteligencia, una gran observación
y un cuidado difícil en lo que hace. Los niños cuando lloran parece que es que les
aprietan un resorte... ¡Oh, no nos deis esa lata
¡Oh, ese sueño que raramente descabezamos a insufrible apretando a la barriguita, el resorte, a
la tarde, qué extraño desconcierto deja! Hay un
ese muñeco de las amas de cría!
momento al despertar de él en que no sabemos si
es de la tarde o de la mañana, del amanecer o de! “LLAMAR AL SERENO”, dicen ciertas puer­
anochecido, la hora en que abrimos los ojos... tas en la noche... Al primer encuentro con la con­
Algo mortal hay en ese momento, algo de princi­
minación sentimos la necesidad de llamar al sere­
pio de vida o de final, revelándosenos la vida y el
no, porque nos lo mandan o porque nos piden
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RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
auxilio... Después vemos .que se trata de las bo­ por entre los barrotes una mirada de soslayo que
ticas, que dicen a todos lo que debieran decir de pueda ver las jaulas puestas de soslayo!... Busca
otro modo a muy pocos. todas las vueltas a la casa de las fieras, se com­
place en ver lo que no pueden ocultar: los pavos
Las planchas de metal que se ven en el suelo reales, las grandes gallinas especiales... Nada
de la calle y que cierran los registros del gas, son más... Sólo complace en gran parte su curiosidad
verdaderas laudas de sepultura... Allí está ente­ ese grabado impreso en el cartel de entrada y en
rrado el obispo de la calle. el que se ve un animal fantástico que después re­
sulta que ya no está, que se ha muerto o que nun­
, La hora de los desayunos es una hora trivial y ca estuvo... Un sitio hay, sin embargo, que le
nítida... Los churros ’ están aún calientes, aun­ atrae sobre todos al niño que no puede ver las
que parece que cae sobre ellos el frío de la ma­ fieras: el respaldo de las jaulas, el verdadero res­
ñana... Los buñuelos son aún recientes y tier­ paldo, al que dan las puertecillas de latón que se
nos... En los grandes barreños llenos de leche ven al fondo de las jaulas... Por allí, alguna ma­
entra la medida una y otra vez, vertiéndose por ñana, se ve al oso blanco salir y bañarse en su
su labio en las jarras y usando él embudo cuando baño de piedra... ¡Niños anhelantes, trémulos,
és una botella, el embudo que, inundado por la esos niños que intentan ver por un agujero la
leche, resulta más que nunca un seno, una ubre casa de fieras como cuando intentan lo mismo al­
de lata... A la puerta de las tabernas está la gran rededor del circo de lona!
tetera de metal y la gran cafetera sobre los hor­
nillos de gas, y unos toman el café falso y otros
el té acre y áspero, aun cuando hay quien recha­ A lo mejor notamos, después de haber visto un
za la tisana falsa y pide el aguardiente verdadero cielo con estrellas, que el cielo está oscuro y sin
-v corroedor... Hasta en las boticas se prepara el estrellas. ¿Qué ha pasado? ¿se habrá fundido la
desayuno de los enfermos, las limonadas purgan­ luz eléctrica del cielo, toda la instalación ?
tes o el infernal aceite de ricino, desayunos corro­
sivos que esperan los enfermos líenos de esperan­
za, ^deseando salir de su postración y entrar en la Entre la prole numerosa que se arrastra por las
mañana clara del desayuno natural. ciudades, se ven unos niños que tienen la cabeza
plana y ancha por arriba, una cabeza para la cesta
¡ Qué conmovedor resulta el niño que no puede del pan o para asentar bien los grandes pesos...
entrar en las casas de fieras, que intenta meter Es indudable que han nacido para panaderos o
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS.. SELECTAS

para descargar las grandes canastas en la madru­ nuestra casa cuando ya no podremos estar aso­
gada de los mercados o para mozos de cuerda. mados.

Se sufre ante el parto de las macetas de los bal­ ¿Se pierde el tic-tac del reloj? ¿Dónde se va
cones de la ciudad... ¡Cuánto trabajo para vencer yendo ? A la nada no es posible. Eso repugna a la
la anemia y la tristeza, cuántos cuidados para que inteligencia. Es tan preciso y tan significativo ese
al fin pueda parir la maceta hética esa rosita o ese tic-tac, que no puede anonadarse. Se va hacia
pobre clavel! atrás en el tiempo, en una hilera que se alarga a
espaldas nuestras, que vamos de frente y hacia
adelante. En la masa y en el espacio enorme de
Esa mujer que apoya su pie en el tramo de los la otra parte, del otro lado se colocan, se ovillan
hierros del balcón parece que deja entrar la mi­ de nuevo esos tic-tac. Fijos como postes del telé­
rada por ese hueco de su falda un poco levanta­ grafo en un viaje vertiginoso, se van quedando a
da; pero no se ve nada, absolutamente nada. De nuestra espalda, imborrables, sostenidos, irrevo­
todos modos, es un gesto escandaloso y picante,
cables, enteros siempre... ¡Qué grave de imaginar
aunque ellas lo realicen con el mayor descuido...
eso!
La promesa es profunda... A las niñas asomadas
a los balcones con sus faldas cortas de campana
¿Qué se nos ha caído detrás de las librerías?
parece que se les vería más, pero da vergüenza Poco a poco un secreto denso se esconde detrás
mirarlas... Son estas impresiones de transeúnte
de ellas y debajo.
verdadero y humano, que ve las pequeñas cosas
que graban este mundo que parece una mentira. Esas figuritas pequeñas que pasan por el paisa­
je lejano parece que van deslumbradas por el cie­
No conviene mudarse mucho de casa... La suer­ lo y la tierra... Andan muy despacito, como si
te puede irnos a buscar al día siguiente de haber­ nadasen en la mar gruesa... Parecen un poco
nos ido y puede devolver su tesoro a la Central ahogadas y abrumadas, disminuidas, convertidas
de los tesoros por no encontrar al destinatario... ya, para lo cerca y para lo lejos, en pequeños re­
El amigo, que sería nuestro mejor amigo, irá a tacos... “Un día—contarán después—nos queda­
buscarnos a la casa abandonada y ya no nos bus­ mos así de pequeñas en la extensión solemne, nos
cará más... Ella, la olvidada, más hermosa que disminuyeron las elevadas proporciones del cielo
nunca, se volverá a acordar de nosotros, y aunque y de la tierra... Somos así de pequeñas, somos más
su altivez no la permitirá escribirnos, pasará ante pequeñas, no nos veríamos a nosotras mismas si
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA greguerías selectas

calculásemos sin orgullo las distancias y las es­ cilio pero especial se debe oir... Nadie pone en
calas.” estudio su vida, hasta estudiar los más leves sín­
tomas, porque si no, con que dos muertos hubie­
¿ Qué puede decir ese cuerpo cerrado y esa alma ran coincidido en apuntar ese toque especial y pre­
virgen? El mejor oído está cerrado en él. Las más monitor nos podríamos dar cuenta... Debe ser
vivas comprobaciones no puede realizarlas. No como un toque de timbre, como el que se escucha
tiene toda la perspectiva porque está del lado acá en las máquinas de escribir señalando que se aca­
de todo. Su alma, sorda como una tapia, no podrá ba la línea y el margen del papel... Debe sonar
ser convencida. lo bastante antes para que nos preparemos, pero
no le entendemos.
En un rincón de la botica debe estar la medici­
na salvadora, la que nos repondría. Los boticarios Esa indecisión, esa incertidumbre, ese no saber
y los médicos no saben cuál es. El que la inventó qué hacer de los días en que salé y se oculta el
sólo pudo ocuparse de la calidad y de la eficacia, sol, es terriblemente comunicativa y nos balda.
pero no de la propaganda. Nadie la pide, y un día “O sal o entra”, le diríamos.
la tirarán.
Se han ido colocando prendas sobre la cama—
Ponerse un cinturón de esos en que ¡os cartu­ un cepillo, dos trajes, un sombrero, un periódico,
chos forman una apretada y numerosísima hilera, unos papeles, una corbata, el gabán—. ¿Quién se
es perder el alma seguramente, tornarse temera­ acuesta? ¿Quién quita todo eso? Parece que no
rio, violento, incesantemente relapso... Los hom­ podremos remover todo eso, y por eso trasnocha­
bres agresivos parece que llevan la cartuchera lia- mos más... Después, al fin, precipitadamente y sin
cia a la cintura... Ese hombre que en toda oca­ saber cómo, desescombramos la cama y lo logra­
sión irá a por todo, no por mérito superior, sino mos echar todo sobre una silla, en la que conserva
por majeza, no es que se haya liado la manta a todo un hermoso y difícil equilibrio.
la cabeza, es que se ha liado la cartuchera a la
barriga. Mujeres orientales, terribles, fulvas, de mira­
das y de mandatos irresistibles las de cejas uni­
¿ Qué palabra, qué tic, qué ruido precede a la das... ¡Sultanas!
muerte? Algo que debe parecer una señal trivial,
y que, aunque se escuche indistintamente, es una ¡ Oh, esos grandes árboles que imitan un poco
señal precisa, un “crac”, un “psch”, un algo sen- a las pagodas, que tienen cierta rotundidad de pa-
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O. de la Serna: Greguerías. li
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

godas! En el fondo hueco de su tronco quizás bajr Sobre los tejados, en los tejados, hay una aldea
un Buda. verdadera, una aldea irregular, enjalbegada, de to­
nos vivos y terrosos. La aldea que vive sobre la
Los sombreros resisten muchas deformacio ­ ciudad sumergida, la ciudad oculta por las ce­
nes... Nos sentamos por equivocación y nos vol­ nizas.
vemos a sentar sobre ellos, y, sin embargo, vuel ­
ven a su primitiva forma, como si nada... Verda­ Desde que conocimos una mujer con un perrito,
deros fénix, resucitan de ese aplastamiento y del todo cascabel nos anuncia aquella mujer.
mayor de todos, que es el que sufren yendo den­
tro de los baúles. A veces nos encontramos abierta la puerta de
la calle. ¿ Quién la ha abierto ? ¿ Quién ha entra­
El diamante de los cristaleros nos ha causado do? Se busca. Nadie. No ha sido un ladrón, pero
admiración desde pequeños... Parece un diaman­ sí ha sido una visita, una verdadera visita de eti­
te que en vez de ir montado en una sortija lo han queta, una visita que no podía dejar de ser miste­
incrustado modestamente en un marcador de cris­ riosa e invisible.
talero... Ese adminículo, de una precisión y de un
poder tan maravillosos, les da a los cristales una En la alta noche vemos, al volver al centro de
categoría y una importancia admirables. la ciudad, en sus barrios lejanos, esas calles con
dos hileras de faroles, esas calles rectilíneas y un
Parece que por la sima negra de las carbone­ poco empinadas, con un alumbrado sin gente...
rías se entra en el fondo auténtico de la mina, una Parecen de un mundo distinto por el que no se
mina que. va socavando todo el subsuelo de la debe pasar, como de una ciudad en hipótesis des­
casa, de la manzana, de la ciudad. plazada de la ciudad de nuestras andanzas... Hay-
algo de timidez y de asombro extraño en esta mi­
Hay días en que se nos seca el pelo, en que se rada a la bocacalle de esos paseos lejanos, extre­
torna más seco y más irregular que otros días; y mos, lujosos y solitarios... Telones de fondo de la
esos días, cuando echamos mano a nuestra cabe­ escena animada de las calles populares, telón de
za, cuando intentamos consolar la cabeza con la pasacalle. No podríamos transitar por ellas por­
mano, encontramos nuestra cabeza de Medusa, que verdaderamente no existen, son una falsa
de cabellos febriles, serpentosos, enconados, mar­ perspectiva, falso ensanche de la ciudad.
tirizantes.
Las pequeñas palmeras deben desaparecer, no
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
merecen ser cultivadas, porque como se han imi­ Esa lluvia menuda que amaga y vuelve y torna,
tado tanto ya, parecen de imitación todas... Cuan­ es, sin duda alguna, una lluvia irónica.
do se crea tanto el equivoco de una cosa, la sen
tencia debe ser cruelmente extirpadora. El tendero muerto vive en la tienda, repasa los
balances por la noche, se acuesta sobre el mostra­
Con nuestro sombrero nos sucede que perde­ dor, señala dónde está el paquete de eso que no
mos muchas veces la idea de si el lazo de la cinta se encuentra.
debe quedar al lado derecho o al izquierdo... Las
mujeres, ¡cuántas perplejidades de éstas tienen! “¿Cómo era la mujer de ese viudo? ¿cómo po­
día ser?”, nos preguntamos ante el viudo insopor­
¿ Por qué no hay quien levante esa persiana so­ table o ante el hombre que tiene ausente su mu­
bre ese balcón, siempre medio tuerto?... Esas per­ jer y cuya alma no hallamos... Nos resultan mu­
sianas a medio subir, caídas más de un lado que jeres inverosímiles las esposas que no vemos de
de otio, en forma de abanico entreabierto, hacen los hombres con los que parece mentira que se
pensar en el fondo catastrófico, apático, relapso de haya podido casar nadie.
esa casa así de descuidada, y en cómo sus mora­
dores se irán muriendo, se irán corrompiendo, se La cojera de los zapatos rotos es una cojera la­
irán llenando de un pesimismo irreparable. mentable, desdichada, que hace realmente cojear...
No sirve contra esa cojera ni la muleta, ni la cu­
A veces acude a nosotros el miedo al volcán ración, sino otros zapatos nuevos... ¡Oh, andar
próximo y se nos agarra a la americana y a los zambo de los que llevan los zapatos rotos, andar
pantalones como un niño atemorizado,-porque es temeroso, oscilante, flojo, sin dirección, de pies tu­
cosa de niños... Es una puerilidad, una futesa muv mefactos, pies que van hiriéndose en los guijarros
numana. que nos hace pensar en las posibles cir­ como los pies desnudos, por pequeño que sea el
cunstancias si el volcán se abriese a nuestro lado: roto del zapato roto... La mujer tiene esa cojera
Cogeríamos un coche.” “Correríamos hasta muy y otra, la cojera de la media a la que se ha ido
lejos de ja población.” “Quizás nuestro trecho un punto, cojera llena de timidez, de envaramien­
quedase sin cubrir.” “Quizás en el temblor de tie­ to y de vergüenza.
rras quedaríamos sobre las ruinas, todas las pie­
dras caídas sin tocarnos.” “¿Pero v si no se sal­ Nuestra lengua es un espejo al que da miedo
vaba también?” mirar... Debemos olvidarla si no queremos estar
preocupados siempre... En nuestra lengua apare­
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RAMON GOMEZ DE LA. SERNA GREGUERIAS SELECTAS

ce escrita nuestra sentencia de muerte... Se reivin­ mundano que esto que runrunean las moscas nu­
dica porque ayuda a hablar, que si no, sería una merosas.
piltrafa tumefacta, algo que deberíamos cortar...
En ella esperamos el cáncer... Por ella pasan cons­ Esas tardes en que se ve la luna sobre el cielo
tantemente blancuras engañosas, pero que nos per­ azul, parece que tienen un privilegio, que están
turban los días, blancuras que son como esas nu­ más condecoradas, que son más completas. Tar­
bes que pasan por el cielo azul rápidaménte de­ des como con “torta de Alcázar”.
jándole despejado en seguida... ¡No miremos en
los espejos nuestra lengua! ¡Horror! Las parras de las casas de los obreros de fábri­
ca hacen más triste y más sombría la negrura del
Las grandes locomotoras orinan sencillamente paraje ahumado; su verde no es el verde prima­
en la vía, y cuando se van se ve el gran charco que veral, sino el verdín de las oxidaciones.
han dejado tibio, con su vaho correspondiente...

Los vasos de agua que se vierten son verdade­ Hay un resol algunos días nublados, más fuer­
ras trombas de agua, verdaderas inundaciones que te, más inundante, más cernido que el de los días
sugieren una ley física nueva que se podría redac­ claros; un resol que nos penetra los ojos y des­
tar así: “El agua que desaloja un vaso que se vier­ lumbra el espíritu. La luz es más cernida por un
te, es infinitamente mayor que la que aparentaba cedazo finísimo que no tiene los días despejados
contener.” en que cae amazacotada y gruesa.

Hay moscas que se empeñan en decirnos algo Las mujeres son doblémente Judas cuando se
—¿no eran las palomas las que le decían a Santa son traidoras entre ellas, porque dan un beso en
Teresa las cosas que después escribía ?—. ¡ Cuán­ cada mejilla a la víctima.
tas Greguerías he sentido vibrar y revolotear cer­
ca de mí, infusas en las moscas que encolmenaban El bulldog tiene un hocico de carbonero, negro,
el centro de mi habitación!... Cosas de los barda­ sucio, espantoso. ¿Dónde ha metido el hocico para,
les, de los jardines, de los tejados, cosas de los ensuciarse de ese modo hosco e indeleble?
interiores, cosas pobres, pero ciertas, son las que
quieren decir las moscas, que son la inspiración
varia y humilde, llena de afirmaciones ciertas, de Se agradece al aire pacífico de algunos días el
ironías, de banalidades... Nada más vario y más que nos deje-encender una cerilla... Nos volve-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

riamos a darle las gracias: “Muchas gracias, ca­ largo rato y no arde, explotará, irritada, explosi
ballero...” va, y se tirará a nosotros con fiereza...

Qué clara la flauta madrileña de las noches de ¿ Es posible que el taxímetro obligue a una con­
verano. Refrescan sus notas, detienen, devuelven tabilidad fiel al cochero? Se sospecha que ese re­
su marcha grácil al corazón pesado por el bochor­ loj misterioso del coche es retrasado en los rinco­
no... Se repite demasiado, pero está bien. Toca nes oscuros a los que puede guiar su coche el
la Marcha Real, y después de un rato toca la Mar- cochero.
sellesa, blanda, suave, trivial en la flauta pueril...
Parece que toca, sobre todo, para que baile el es­ El ramito de azar en la fusta de los cocheros
píritu de la noche, para animarlo y levantarlo, es de una gracia inefable... El lacayo candoroso,
para que baile algo tan sutil como una troupe de colorado como una doncella, debía llevar uno en
muñecos de papel colgados de hilos de luna. De el ojal.
pronto parece que va a volver a tocar, y, sin em­
bargo, resulta que se ha ido. Nos disgusta profundamente, nos hace enmen­
darnos, el ver que el tinteio se ha ido secando
Bajo los cielos cárdenos de algunos días, el solo... ¡ Cuántas ideas se nos han debido evaporai '
alma se siente gangrenada, violácea y amoratada.
Hace muy feo y muy desgalichado la falda sin
Son envidiables los grandes reyes, porque todo blusa... Mejor es que se arregle la mujer en ena­
se lo pueden tomar sin su hueso... La aceituna guas que con esa facha.
sin su hueso, la alcachofa sin sus hojas duras y
desabridas, el espárrago sin nada de mango, el pez ¡ Qué infantil su mano, qué “tobillera” en me­
sin sus espinas, el pollo sin huesos. dio de todo, independientemente a ella, como su
niñez, como la niñez que seducir en la mujer ya
Qué difícil nos ha sido de pequeños entender hecha!
eso de con, por, sin, sobre, etc..., esa falsa ora­
ción, ese camelo pijotero, esa cosa difícil e in­ ¿Dónde dejaremos estos alfileres que ella nos
congruente. entrega al desnudarse? Son como unas arras de
la felicidad que vamos a obtener... Los ponemos
Parece que esa cerilla que estamos rascando un en cualquier lado, los perdemos, porque no pode-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

mos creer que ella los necesite después, porque y que enrancian espantosamente su aire cerrado...
ella parece que va a permanecer desnuda siempre. De ahí que se paren de pronto, sin que se les haya
dado un golpe ni movido, sin que comprendan
Se encontraban nuestras miradas muchas veces por qué los que no se han formado idea de este
en el espejo, iban a buscarse al espejo, nos levan­ ahogo cruel que venían sufriendo bajo el fanal.
tábamos solo para eso, como dando variedad a
nuestra tertulia... Sentíamos así frente a nosotros ¡ Cuántas veces ha pasado por uno el miedo rau­
la alegría de los cuatro... Encontrando nuestras do de que se caiga el balcón en que estamos aso­
miradas en el espejo nos alejábamos un poco y mados, un miedo recrudecido los días de proce­
nos sentíamos más atraídos el uno por el otro; sión o de visitas que se asoman!
era como una ausencia que hacía que con más
ternura buscásemos nuestras bocas reales, sorpren­ Una de las más grandes atosigaciones humanas
dentes de realidad, admirables de realidad y de es la de estar haciendo rodilleras.
proximidad.
Es angustioso ver a un hombre que se duerme
r Qué coquetería más incitante la que tiene una de pie... ¡Qué cantidad de muerte próxima hay
mujer bonita al montarse en el carrousel!... Se la en él, qué sueño más penoso, mas lleno de supli­
ve irse montada en su caballo, y se la espera vol ■ cios, qué sueño de falta de equilibrio en los teja­
ver a ver, se la ve, se siente sucesivamente la ale­ dos de su sueño!
gría de volverla a ver y la defraudación de per­
derla de vista... d riunfa de uno en ese juego, dán­ La pluma bebe como un aguzanieve, tan ávida­
donos un mareo amargo y delicioso, dándonos mente, tan finamente, tan pájaramente... Hay ra­
ganas, en medio de él, de tomar por asalto el ca­ tos en que, sin escribir, distraídos, pero con la plu­
rrousel y raptar a la coqueta llevándola sobre el ma en la mano, notamos ese instinto de la pluma
caballo de cartón a una velocidad vertiginosa, con­ que entra y vuelve a entrar en la tinta, bebiéndose
duciéndola a no sabemos donde, a la selva oscu­ sorbito a sorbito la tinta, sólo para ella, sólo para
ra... ¡Oh delirio de grandezas!... saciar su sed recóndita... Es una gracia que no
tienen las estilográficas, esos falsos pájaros me­
.Pobres relojes de fanal... Relojes ahogados, re­ cánicos de espíritu preconcebido y cerrado.
lojes en su pecera... ¡Qué gana da de romper su
fanal y qué miedo!... Están sordos, presos, res­ ¡ Cómo se engruesa, se robustece y se hace po­
pirando los muchos segundos que ya han expelido deroso el brazo de la mujer—nuestra estrangula-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
dora—al mostrarse entero, arqueado y elevado,
atusándose los cabellos! ¡ \ cómo la desnuda la solo soporte o sobre dos soportes que atan a sus
caída de. la manga hacia el hombro! hombros... Viven fuera de la vida, ni en la acera,
ni en medio de la calle, sino en un falso espacio
Sólo el paraguas de los niños es el que tapa. estrecho y precario... La cabeza, el rostro, la re­
presentación, la dignidad, la tienen en el cartel
i Qué clásico ese tío del Café que come con la anunciador... Ellos, debajo, no son ya nada, sino
servilleta atada al cuello! unos galápagos, unos seres flojos, aplastados, lle­
nos por dentro de suicidio y de olvido, bajo la
El juego de cartas hace, después de todo, ino­ lápida del anuncio.
cente al hombre... ¡Qué ingenuidad la de “me
planto”... “pido”... “me paso”... etc, etc! Es En el' extranjero se nota lo amigo nuestro que
quizás cuando el hombre es menos obsceno. Pero es el traje, amigo íntimo, con piernas y brazos v
todos quieren cobrar del juego sin jugar, sin com­ corazón en el bolsillo del pecho del lado izquier­
prometer su dinero, y eso es lo que ha corrom­ do... Nos es grato contemplarle a los pies de nues­
pido el juego... Lo han corrompido los que han tra cama, durmiendo como el criado de I.arra, más
necesitado que. fuese inmoral para poder prohi­ rendido que él... ¿Pues y el sombrero? ¿Pues y.
birlo y para poderlo consentir, para callar o des­ el paraguas? ¿Pues y las botas? Se ve lo favora­
potricar contra él, según les dé o no dinero sin ble que nos es, lo compañero, lo de nuestro país,
entrar en suerte, sin exposición. lo hermano gemelo nuestro que es nuestro indu­
mento.
En las bibliotecas públicas, nuestros propios li­
bros reniegan de nosotros y nos tratan con des­ Esas cédulas de papel prendidas a los trajes son
den... ¡Hijos desnaturalizados! muy gratas de descoser, y al romperlas desflora­
mos verdaderamente el traje nuevo.
Son simpáticas esas tijeras—de los sastres, de
los estereros—que simulan una cabeza de pelíca­ Hay días grandes en nuestra vida mortal y
no vivo y domesticado. preocupada, y uno de ellos es el día del estero...
Nos sentimos afortunados porque tenemos alfom­
Ninguna clase de hombre tan vaga, tan desluci­ bras y olemos con saciedad el grato olor como de
da, tan fantasmal como la de los miserables que heno, como de musgo fresco, como de membrillo,
llevan esos anuncios sobre sus cabezas, sobre un como de tierra alfombrada de hojas olorosas a un
olor crudo y otoñal que se levanta de las alfom-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIA S SELECTAS

bras recién desenrolladas... Se sienten escalofríos En verano parece que los tranvías de la ciudad
deliciosos porque acaban dándonos la sensación central nos llevarán al puerto de mar ansiado.
cordial de estar en la casa alfombrada... Damos
vueltas a la casa, encontrándola tan propicia, tan Un grave temor nos acude ante el ventilador...
llena de virtudes humanas, como si hubiese vuelto Parece que nos ha de matar, que nos ha de tras ■
a ella una mujer llena de suaves tibieces... Pen­ pasar, que la pulmonía se destaca de su vorági­
samos en el Ramón del año pasado que tanto se ne; pero nos ponemos aun con eso delante de él,
congratuló este mismo día y que parece haber como diciendo, llenos de atrición: “Hágase tu
muerto, porque somos otro Ramón en la casa que voluntad.”
comienza un nuevo invierno como una nueva vida.
La luna mira además de alumbrar. El sol está
Los sastres son amables, y se piensa que se tie­ tan deslumbrado por sí mismo, que no ve. La
ne en ellos un segundo padre; Al sastre familiar luna mira y calcula, En las tapias iluminadas por
se le visita como a un buen tío carnal que nos la luna descubrimos como una mirada lejana, y es
quiere efusivamente y con el que se pasa un buen que se mira en ellas la luna... En aquel gran lan­
rato de familia en la casa burguesa con muchas do abierto en que volvíamos todos por el camino
cortinas de reps, una pacífica y confortable casa lleno de luna, descubrimos mejor que nunca, fren­
de provincias... Tiene, es verdad, muchos sobri­ te a la dulce mujer que iba enfrente de nosotros
nos, pero nosotros somos los preferidos, como si frente a la luna, que la gran lesbiana se compla­
además de sobrinos fuésemos sus ahijados... Las cía mirando su rostro, comiéndose el rostro de la
primitas cosen en el gabinete por una rendija de mujercita.
cuya puerta se las ve amamantando su costura,
abstraídas y finas. ¿Por qué no salen a la visita Los trenes, al entrar en los andenes, nos dejan
nuestras queridas primitas que cosen nuestros trémulos, como si hubiésemos estado en un tris
trajes? de ser aplastados o como si en efecto hubiésemos
sido atropellados y hechos tortilla.
Hay dias en que vemos la mañana de un modo
indecible, como la veíamos de pequeños los días Hay que dejar que las imágenes se acerquen a
en que de pronto, ele un modo impensado, no ha­ nosotros. Nosotros nos podemos acercar a las co­
bía clase y eso hacía que la viésemos como por sas, pero no a las imágenes... Hacia las imágenes
sorpresa, como desde fuera o desde más dentro. ni un paso voluntario.

212 «3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

Los pajaritos que se paran en los hilos del te­ una mirada furtiva y sombría la mirada remota y
légrafo escuchan y saben lo que se dice por el regocijada de sí!
hilo... Escogen el hilo por el que se habla de
amor... Después, como espías, van a contárselo El gato que cruza la calle en la noche conoce
a los otros... Su necesidad de periódicos se com­ subterráneos misteriosos y parece un tigre en una
selva, un tigre por como adopta posturas de ti­
place así.
gre y se desenvuelve y se produce como un tigre
en el desierto, como un tigre cauteloso y furtivo.
Cuando a veces una mujer distrae nuestra aten­
ción, sin que nos fijemos, sólo por ese mirar a De tanto leer el anuncio de unas aguas o de un
las mujeres que pasan, a que obliga la calle pla­ específico, nos entran unas ganas irreprimibles de
gada, y por no sabemos qué señal, puesto que nues­ tomarlos... Porque si hemos de morir de una en­
tra mirada era plenamente distraída, reconoce­ fermedad desconocida hasta que estalle, ¿por qué
mos que es la mujer de tal amigo o de tal parien­ no ponernos en cura de todas, absolutamente de
te, a la que acompañan, nos dan ganas de volver­ todas, como verdaderos previsores?
nos hacia el amigo o el pariente y decirles: “Yo
no he deseado ni requebrado a la mujer con quien Hay un temor supersticioso al sentir pasar en
ibas... Créeme bajo mi palabra de honor que no... la noche un simón lento, que se tambalea y zigza­
que no... Quiero, exijo que me descargues de este guea, como sueltas las bridas del caballo porque
enorme cargo de haber sido el envidioso de ti...” el cochero se ha. dormido... Se le ve avanzar y
Encarecidamente le diríamos esas cosas, porque avanzar hasta llegar al desmonte en que acaba la
esa mujer del amigo o del pariente nos resulta in­
ciudad y despeñarse por él.
ferior, prostituida, renegada, inadmisible, por la
degradación que hay en que sea su esposa... Qui­
Terribles relojes de catedral a cuya maquinaria
siéramos llamar a esos caballeros en cuyas espo­
nos hemos asomado... ¡Qué vértigo de tiempo he­
sas nos hemos fijado, porque la mirada distraída
elige en las calles las siluetas adornadas y llamati­ mos sentido viendo su maquinaria y el hondo pozo
vas... Pero ya es irreparable, ya han pasado de en que se hunden y se abrevan sus largas pe­
largo, ya han debido tener la sonrisa rebajadora sas!... Estos relojes de catedral están al aire y son
con que sentimos deshecha la dignidad de nuestra misteriosos como los andamiajes de hierros... Por
soledad y de nuestro trabajo de perfección... ¡Se ellos entra el viento y el aire, además.de ese ele­
ha sospechado de nosotros! ¡ Se ha creído que era mento positivo que hay en la intemperie, y podría
225
«4
G. de la Serna: Greguerías. lo
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
decirse que anidan en ellos las águilas del tiempo rreras en las que suenan estrepitosamente sus cu­
y todos sus gérmenes vivos e influyentes.
bas de cinc.

No hay grandes pajarracos en la ciudad, pero El pregón de la “churrera” por la mañana es


en lo hondo de los edificios comenzados, entre los muy desabrido... §uena a casa vacía la calle en
andamiajes y los armazones que se cruzan en XXX ese primer pregón del día., a caserón desalquilado
parece que en la noche anidan grandes pájaros y sin ninguna intimidad.
como avestruces, algo que da a sus sombras un
valor de nidal de animales negros y fantásticos. Hay algunos aspirantes a grande hombre que
si merecen algún laurel es el laurel rosa, el laurel
venenoso.
Esos faroles que hay fuera de la ciudad plan­
tados sobre una viga renegrida son los faroles más ¡ Cómo nos traspasa el son de las campanitas de
dramáticos de ella, los faroles cuya luz no nos sal­ los conventos en las madrugadas de invierno, ese
vará de nada, sino que nos pondrá en peligro de toque a levantarse muy temprano que despereza
que nos vean bien y nos apunten... Son los ami­ rigurosamente a las monjas!... ¡ Qué espantoso te­
gos de los ladrones, están compinchados con ellos, nerse que levantar y vestir en la noche aún, en
son sus linternas sordas entronizadas sobre los al­ esa noche postrera y sin la cordialidad que hay
tos palos, farolillos de reclamo que señalan las en la misma noche, esa noche de las madrugadas
plazoletas frente a sus puestos de cazadores de de invierno 1 ¡ Que para irse a enterrar al cemen­
perdices humanas. Algunos están martirizados terio ! ¡ Qué cruel y qué de reo en capilla! ¡ Qué
con clavos y a muchos se enrolla uno de esos friolencia de muerte colada! ¡Que humedad de
alambres de púas como sacados de las zarzamo­ sepulcro! Acostarse a esa hora es bello, porque,
ras, que les coronan de espinas. ¡ Pobres faroles llenos de frío, sentimos la gratitud humana del
muertos de miedo, de martirio y a los que a veces lecho y sobrevivimos a la ingratitud de la hora
descalabran porque se meten a redentores! ¡Oh, arrebujándonos en el tibio regazo. ¡Pero levan­
misioneros de las afueras! tarse todos los días a esa hora! ¡ Que inexorable
y qué maldito! El eje del pobre corazón humano
se tiene que resentir bajo esas campanadas ene­
¡ Cómo les gusta correr a los lecheros sobre sus migas de la vida... No olvidaremos ni en la muer­
caballos cargados de cubas de leche I Son jockeys te esas campanadas, que son de las de tintín ati­
grotescos, pero llenos de afición a las grandes ca­ plado que atipla más la madrugada, ese tintín que
216
2'7
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
dura lo bastante para que se vistan las llamadas rrando un solar, se cuaja de noche un gran talud
inexorablemente por él, para que se vistan de de sombra sobre el que el cielo se hace más lumi­
prisa y corriendo, corriendo a no hacer nada, a noso y las estrellas brillan con una luz radiante y
entrar en el dia de los conventos, dispuestas te­ lavada. Son las dunas de la noche.
nazmente a no vivir las pasiones que llenan los
días. La criada tiene un alma con música de acordeón.

Hay camillas blancas con una mirilla respira­ La llave de la guardilla se escapa como si nos la
toria, camillas completamente herméticas, cami­ robase un gato que se fugase por los tejados y los
llas blancas y. camillas negras de hule negro, pero desvanes. Nunca se encuentra. Las de las maletas
todas las camillas son camillas, y nos impresionan y los baúles también se pierden como si se hubie­
como ni Jos entierros nos impresionan... Su paso sen ido solas a excursiones lejanas... Sólo a veces
por la ciudad es algo que disuelve la alegría de se las encuentra a medio huir, y las cogemos poi
la calle y la deja pensativa y arrepentida. ^Parece el rabillo de su cordón.
que va vacía o por lo menos se piensa eso para
darse ánimos. ¡Va tan sola y los camilleros hablan Las medias de seda transparentes crean una
tan cínicos por encima de ella, que siempre parece carne mantecosa, un blando y grisáceo tocino, un
que va vacía, aunque aun así debiera infundir res­ tocino fresco, gue gusta a los hombres como nada.
peto, porque va en ella siempre como la sombra
de un herido o un enfermo grave 1 Sin embargo, El primer encuentro con algunas palabras fué
casi siempre lleva a alguien, un herido o un mo­ inolvidable, como el noviazgo con aquellas joven-
ribundo de enfermedad natural que viene de muy citas cuyos senos muy apuntados rozamos con el
lejos, que se siente muy solo y sepultado allí den­ brazo... ¡Noviazgo con Añoranza, Lembranza,
tro además de estar terriblemente aburrido, aun­ Ofrenda, Evocación, Morbidez, etc., etc!
que a veces se asome a la mirilla para ver a las
gentes ingratas. ¿Sufre un dolor agudo? Eso se­ Cuidado al volver las esquinas, porque todos
ria lo peor., ¿ No es lo bastante blanda su conduc­ los que son chatos se lo deben a un descuido al
ción ? Quizas los cínicos camilleros le zarandean v volver una esquina.
P^a l'ar un cigarrillo retardan su urgente necesi­
dad de llegar. Un gato muerto en la calle da una sensación
horrible, como la de los vestiglos y los monstruos
En las rinconadas que hacen tres casas altas ce­ con almas quiméricas y misteriosas que vimos ma­
228 229
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

tar en los cuentos de niños... Un perro muerto y milpiés que se escapa del sitito en que se le deja,
tirado en la calle también conmueve, un ratón re­ del sitito en que debía estar.
pucha como lo pestífero, pero un gato sobrecoge
y da un escalofrío trágico, macabro, luzbeliano. Esas mujeres que están asomadas a los balco­
nes de las casas que están en los callejones sin sa­
La historia del hombre que siempre busca algo lida de la gran ciudad, están más perdidas que en
en el suelo es una historia lamentable, modelo de la calle de provincias... Los hombres muy feos
historias lamentables. Este hombre que busca buscan esas calles impares, y son aceptados por
siempre algo en el suelo de la calle y hasta en el esas mujeres desoladas, perdidas, desesperadas.
suelo de los caminos de los jardines, es un verda­
dero miserable hasta el tuétano. Comenzó por mi­ Hay un momento en la mañana nuevo, optimista
rar al suelo, porque se le ocurrió eso, sin saber por y denso, del que tomamos toda la vida para todo
qué; después ya no levantaba la vista del suelo, el día.
y alguna cosa que se bajaba a coger creyéndola por
avaricia algo que no era, la tiraba con desprecio. Son antipáticos los aparatos de Geometría...
Así, el hombre que siempre busca algo por el sue Todos tienen un perfil invariable, inmodificable
lo se encorva, se vuelve misántropo, trata todas las y pertinaz... El cartabón, la regla numerada, el
cuestiones con encono, llega a ser un verdadero cuadrante, todo se impone a nosotros en un solo
reptil. Se va aplastando contra el suelo convirtién­ sentido riguroso y seco... Las cajas de compases
dose en galápago. son también unos falsos estuches de unas falsas
joyas, y la coquetería del terciopelo morado en
La cuartilla es una bella materia llena de luz que descansan los aparatos no va bien con ellos...
lunar, una materia noble como la plata, digna de Las cajas de compases incitan a un trabajo que
que la trabajemos con esmero y genio. nos distrae estúpidamente de la vida y obedecen
sin fantasía, de un modo rudimentario y estúpi­
El cesto del pan es como una cuna en que va el do... Siempre me han parecido como aparatos de
Niño Dios; tiene algo místico de altarcito de mon­ suplicio para la imaginación, los aparatos innega­
jas, altarcito en que está esa cuna y por entre bles de la melancolía, los aparatos para la cirugía
cuya cubierta se ven como unos dorados muslines y disección del alma, en el estuche del mediquillo.
las hogazas de que rebosa.
Los sillones-cestas de las playas cumplen un
Nunca se encuentra el cepillo. El cepillo es un ideal que teníamos de pequeños. Son la indepen­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

dencia en medio del espacio ilimitado. Nos con­ fática y tentadora que se prevale del misterio como
vierten un poco en algo tan frívolo como en “el ninguna. Pero entre todas las cestas, las que mas
hombre que está metido en la cesta”, pero, sin me han conmovido han sido unas que encontré
embargo, no por eso dejamos de ver y sentir to­ en una terraza de un hotelito pobre, en los subur­
das las inmensidades. En las cestas nos converti­ bios apueblados de la ciudad lejana al mar. Allí
mos un poco en fotógrafos del mar. Nosotros los la familia humilde se sentaba en las noches sofo­
prófugos de todo nos sentimos a salvo dentro de cadas de Agosto, mirando las mismas estrellas del
una cesta. Las cestas absorben el aire, lo mejor mar y soñando el mar, y allí se dormían como en
del aire. Desde el fondo de ellas lo dominamos la playa. ¡Admirables cestas llenas de nostalgia!
todo y vemos por entre los resquicios del mimbre
lo que sucede detrás de nosotros y lo que hacen ¿Iremos al duelo por honor? Quizás nunca y
las gentes que no saben que las vemos. Son como quizás alguna vez, por presenciar y vivir esa alba
un cenador personal. Nuestro pensamietno es sólo de los duelos, sensibilísima, esa alba del suicidio.
nuestro en ellas. El libro que se lee en ellas ad­ No creemos en el duelo, porque no creemos que
quiere todo su valor o se revela en toda su sim­ el juez puro se deba desafiar con el reo malvado,
pleza, porque lo leemos como en una verdadera pero, sin embargo, la sombra de suicidio que hay
confesión. Recogen el eco del mar de un modo en eso nos puede tentar.
confidencial, y en la noche son como un oratorio
y un observatorio astronómico. A veces se anda
En la mañana, lo que más subraya que esta­
con ellas a cuestas para trasladarse de un sitio a
mos en la mañana es ese encuentro que tenemos
otro, y entonces nos convierten en verdaderos
en la mañana con las músicas militares... Parecen
caracoles que andan con su caperuza a cuestas
tocar muy lejos, ir a tardar mucho en pasar cerca
En ellas se piensa, frente a los barcos que pasan de nosotros, pero de pronto se nos vierten encima,
lejanos, la envidia que le dará al capitán, que nos como si nos hubiesen echado agua desde un bal­
estará viendo con su anteojo que todo lo ve, el cón, como si se nos hubiese roto un cristal encima.
que estemos tan seguros y tan repantigados. Cuan­
do estamos junto a otras cestas en que se habla,
tememos que se hable mal de nosotros, no por lo En la sombra que crean los puentes bajo ellos
que se diga, sino porque al salir de sus cestas los se teme que haya un animal feo, cetáceo y vago-
maldicientes nos verán y se quedarán confusos. roso que nos espera, que nos acecha, como el ti­
Lo que más emoción tiene de la cesta es esa pierna burón a los que se asoman a la borda de los bar­
femenina que se ve sobresalir, pierna burlona, en­ cos... Si nos cayésemos al agua caeríamos en su
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

boca, como el tejo en la boca de la rana en el narios y lunáticos. “¿Qué veis ahora?... ¿Qué ha­
juego de la rana. ce ahora?”, se les preguntaría como si la viesen
más cerca que los telescopios con sus grandes pu
Dar a una piedrecita con el pie y llevarla así pilas de cristal... Ellos parecen ver la fiesta como
siempre adelante, adelante, es algo más trascen­ esos balcones por donde se ve la fiesta al aire li­
dental de lo que parece a simple vista... No hay bre en el parque sin techo y como se ven los cir­
trivialidad que ayude tanto a no ocuparse del ca­ cos de verano desde las casas que han tenido la
mino, de la largura del camino y de los pesadum- suerte de nacer junto a ellos. “¿Qué trapecista
brosos pensamientos que surgen en él... Es curio­ ha salido ahora?” se les preguntaría también a
so cómo sucede ese enganche: se encuentra la esos balcones que dan al claro mediodía de la
piedrecita, la cascara, el bote o lo que sea, ese noche y ven perfectamente el circo de la noche.
rabo o ese tacón o esa contera de una cosa, se
tropieza con ella una vez para quitarla del ca­ La carreta con campanilla del cario de la. ba­
mino, pero en vez de hacer sólo eso, se la empuja sura siempre será una carreta de juguete, siem­
de frente y se la vuelve a empujar al encontrarla pre será la imitación de aquellas blancas carretas
a jos pocos pasos y se la vuelve a dar un punta­ de basura con regocijante campanilla que tuvimos
pié, pero cuidando ya mas de que no se desvíe, de pequeños... Será ya siempre un cándido ob­
ya con verdadero cariño por ella, hasta llegar a jeto de la ciudad y el juego de las mañanas en las
seguir el camino, atraídos por esa avidez del ob­ calles, el juego de las ocho y media de la mañana,
jeto por seguir avanzando... Así, llega a ser esa que es la hora en que suenan infaliblemente esas
pequeña taba un móvil perfecto de que no nos sa­ campanitas atipladas, pero campaneras.
bemos desprender, orientándonos por él. Así, nues­
tra finalidad llega a no tener término y violentos Las alcachofas son muy. simpáticas y merecen
y excitados, quisiéramos un camino interminable nuestra especial consideración, con su corona en
para seguir haciendo avanzar nuestra taba ideal a la cresta y su presencia de nenúfares verdes, los
través de este y del otro mundo, como si eso re­ nenúfares de la tierra... En ellas se gusta casi en
solviese mejor que nada el objeto de nuestra vida. su autenticidad el verde reciente de los campos.
Esconden con coqueterías de mujer sus corazo­
Parece que luce fuera el sol de media noche de nes, y así es más apetitoso el llegar a lograrlos poco
que hemos oído hablar, y nos asomamos... La a poco. Antes, en todas las hojas, hay nalgas sua­
luna está detrás de nosotros y de nuestra casa, y ves y carnosas, aunque demasiado fugaces. La
sólo gozan de ella los balcones de enfrente, visio­ ternura por el corazón de la alcachofa es una de
»34 235
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
gregcerias selectas
nuestras ternuras más apasionadas. La alcachofa
no empalaga ni es pesada nunca, y es tan fugaz i Cuando se seca un río o un estanque, qué ri­
que asi como hay la flor y la fruta de ensueño, es dicula resulta su profundidad!... No se puede
la hortaliza del ensueño. creer, parece que se ha cegado la sima que debía
haber en su fondo, aquella sima que parecía co­
Los gallos de la ciudad, esos gallos que cantan municarse con un cielo invertido—tan en lo bajo
en el fondo de las pollerías, cantan la palinodia en como en lo alto está el otro—un cielo que, si no era
vez del canto optimista que cantan en los campos, el del nadir, no era de ningún modo un reflejo del
oaludan a los que les han de matar poco después. cénit.

De las casetas de los consumeros junto a las De lo que están más profundamente celosos los
que pasamos de noche, parece que saldrá un des- hombres es de los perfumistas y drogueros. ¿De
barríga1"’ meterá el Iarg0 Pincíl° por la qué específicos hablan a las mujeres en voz baja
y qué prospecto les dan tan sigilosamente como
se entrega una carta de amor? ¿Qué frasquitos
Parece que al pasar los puentes de noche hay con vicios y placeres nuevos las dan en secreto?
un pe igro irreparable de ser arrojados al río, un ¿ No está entre las pomadas que las dan la que
pe igro debido a los malos instintos que tiene el las hace adúlteras? Es sorprendente ver a través
n^¡nte'i ‘ ! J G1U 'glu!”’ -v después ya de los cristales de las perfumerías y droguerías
ñor lJ\e -. !iSCUbrÍniÍento deI crímen cometido cómo hay siempre unas cuantas mujeres de bellos
p r la fatalidad que se pasea por los puentes. perfiles alrededor del gordo o barbudo droguero,
como alrededor del faquir que las alucina.
nnS d'°S,trabaJador Y madrugador de los campos
pone en hora todos los días al gallo de corral En la alcoba está arrinconado nuestro destino
como a un reloj despertador de precisión pacífico, y quizás es ese el misterio que tienen
siempre los bajos de la cama, la obscura carbonera
Nos acompaña bajo la lámpara de luz, eléctrica de fondo desconocido que hay debajo de la cama.
el hombre que vela en la fábrica junto a las gran­
des maquinas que producen nuestra luz... Nos te- ¿ Cuándo nos daremos cuenta de que ese hombre
baj°dea Cn 1UZ abnegación de su alma de tra- no saluda, sino que pide?... Hace mal... Nos es
difícil perdonar una doblez, un fraude tan grande
como ese saludo falso.

237
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

Hay un momento indeciso e inquietador en la reloj! De un reloj vacío y pueril de billar, de un


madrugada, en que no se sabe si es que tiene uno reloj muerto que marca sólo la hora en que se
ojos de gato o es que se ve ya... Da miedo, y cie­ empieza para después saber por otro reloj vivo
rra uno los ojos con fuerza... Después ya se ve la hora en que se acaba, un reloj sin máquina,
claro que es que el alba nos ha sorprendido. un reloj sólo con manillas y esfera... ¡Y pen­
sar que hay quien pasa la vida en ese limbo
Se teme que las campanas se desprendan, que verde y sórdido, siempre como subterráneo! ¡ Se
caigan a plomo desde tan alto, sin que las detenga necesita que sea aburrida su vida!
ese bozal que ponen en sus ventanas, y este temor
abruma más cuando se sube a las torres y se ve En el nombre de las tórtolas está la cifra de su
su grandeza... Así, sucede que abajo parece que canto.
nos aplastan, y arriba, en su torre, parece que nos TOR-TO-LA
van a arrastrar en su caída... TOR
TO
Las herradurías parecen optimistas, bien afor­ LA
tunadas, sin dolor del trabajo, todo su interior ta­ TOR-TO-LA
pizado de herraduras, que traerán la buena suerte Espaciado así, por unos guiones impenetrables,
a sus dueños, ya que, por las muchas herraduras dejando brotar solas y amartilladas cada una de
que tapizan las paredes, llevan participación en las sílabas, se obtiene, con una precisión admira­
todos los números de su lotería. ble, el canto terminante de ese ave. Es así su nom­
bre, como hijo genuino de la Naturaleza, pronun­
Como da pena despertar a un pájaro de noche, ciable en toda su realidad, con una significación
da pena encender la luz de la cocina que descan­ propia y sincera. Nada de artificioso ni de retó­
saba tranquilamente, todo dormido y sin temor, rico hay en él'. Además de tener ese nombre tan
todo enfriándose y alguna cosa hablando con otra. preciso y tan ecuánime, las tórtolas son como re­
lojes de sonería y de precisión. Las tórtolas no
El sereno es el gusano de luz humano con luz es que canten al cantar, es que dan la hora, una
propia en el ombligo. hora natural y sincera. Fijémonos en eso y conte­
mos sus notas con el reloj delante.
Esas dos horas de billar que, como todos, he­
mos pasado en vano, han sido las horas más de Tór-to-la —una...
reloj, sólo de reloj, que hemos vivido, ¡y de qué Tór-to-la —y dos...

23« 239
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
Tór-to-la -—y tres...
Tór-to-la —y cuatro. el motociclista pasa montado en el orinal, en un
Las cuatro de la madrugada también en el re­ perico que corriese.
loj. La hora en que se despiertan las campanadas
de los relojes naturales... ¿Que después de dar la En los dramas de ruptura definitiva que se des­
hora cantan más?... Pues es que son un reloj de encadenan muy a menudo entre amantes, la mu­
repetición, de demasiada repetición quizás, aun­ jer es mejor cómica que el hombre, y llega hasta
que entre repetición y repetición hay siempre la dar la sensación de las verdades y de las sinceri­
conveniente pausa. dades imposibles... Los dos están en el secreto de
que aquello ha de acabar con un beso después de
Amígdala suena también a tórtola, por una rara apurado el tiempo del drama, el tiempo inexora­
asociación; y basta cantar lo de amig-da-la como ble, y, sin embargo, ella tiene el suficiente instinto
un canto de tórtola o de perdiz, para que el en­ dramático para romper un cacharro, para llorar
fermo de las amígdalas se sienta aliviado, con un resentimiento indudable, para hacer que se
suicida, para herir, para desgarrar su traje, sea
Sólo los coches de punto carecen de una fatali­ nuevo o viejo... El hombre, por el contrario, dán­
dad fija y escrita, son lo único que se escapa a la dose cuenta de la simulación, demasiado sensato,
fatalidad y se burla de ella. cuida los objetos, amarra fuertemente la mano fa­
tal, y no llega, no puede llegar a lo trágico, a lo
Con el cortapapeles con que hemos abierto un sublime de la ficción, disimulando inaguantable­
libro mataríamos a su autor... Indignados, esgri­ mente.
mimos y empuñamos con violencia el cortapape­
les. Hay esa intención justa en los cortapapeles,
Los sórdidos poceros, ¡ qué fuera de la vida vi­
y se ve bien que son el arma crítica con que me­
ven, tan tirados, tan callados, tan dormidos, tan
rece ser asesinado un mal autor.
nocturnos, tan a lo suyo!... Parece que tienen afi­
ción a su trabajo misterioso, y esperan con tiem­
El hombre que va en motocicleta pasa como un
po su hora, durmiéndose sobre la escala de cuer­
cochino follón... La motocicleta le rebaja, le com­
da que les ayuda a bajar por la boca negra de los
promete, le denigra... La motocicleta carece de
pozos... Su continente es resignado y esclavo; su
gallardía, y aunque corre mucho, corre sin esbel­
rostro se encubre de una máscara blanca y vul­
tez, sin gracia, con pesadez, potrosa, indiscreta,
gar... y parece que, en medio de todo, sueñan,
procaz, descompuesta. Parece de algún modo que
como Jacob, que en vez de descender por la esca-
240
241
Q. de la Sema: Greguería». 16
GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
fuentes y las bandejas con altos castillos de dulce
la de cuerda en la sima lóbrega y pestilente, as­ que pasan bajo el balcón... Es un deseo antiguo
cienden por la escala de oro a la cima radiante. y constante el de realizar ese ensueño...
Las yeserías son de una pureza admirable y de El ocaso marcaría el perfecto momento de acos­
un agrado campesino y regocijante... Sus tejas, tarnos—en un lecho desde el que viésemos el cie­
sus blancos sacos de yeso, sus chimeneas ingenuas lo—, si fuésemos felices y todo estuviese resuelto
de barro, sus ladrillos, todo es de una terrenidad en el mundo.
tan inocente y tan personal, tan genuina y tan
fundamental, que en medio de la ciudad llena de Hay una luz muy cruda de los días enteramente
cosas viciadas y superfluas, lucen un carácter lleno invernales, una luz de hielo, en la que vemos los
de una franca entereza. faroles con sus monteras de un color de hierro
empolvado y verdinoso, un color pardo y verdoso
De pequeños nos gustaba ser ciegos, ciegueci- que horripila, como el de un hongo que se hubiera
tos; encontrábamos una gran delicia interior en convertido en el hongo más viejo de la creación;
eso... Nos dejábamos llevar por un amiguito con todo el farol lleno por dentro y en sus cristales
los ojos cerrados, poniendo una cara mística y de la tarde y del frío de la tarde, friolencia que
apiadable—mística y apiadable para nuestro uso se nota en él como en el rostro de un hombre de
interno, ¡ uso inefable!—, y así andábamos un poca sangre.
buen trecho de calle cuando volvíamos a casa al
atardecer... ¡Aún ahora, nos sería grato que un No hay gallardete, no hay atributo más jovial,
buen amigo que nos entendiese, humano y gran­ más levantado ni más vivo que el cacharro que
de, nos diese el brazo y nos cuidase mientras nos en lo alto de un palo de escoba señala a las palo­
hacíamos los ciegos y paseábamos así por el atar­ mas su posada de amor.
decer tan humillante y tan descarado de la ciu­
dad!... Las rosquillas tienen una forma votiva, bíbli­
ca, antigua, ingenua, simpatiquísima, exquisita.
¡Oh, el placer pueril, gracioso y fantasioso de
poner la tilde, la virgulita a la T mayúscula y a Las miradas buscan el agua, se fijan en el vaso
la t minúscula! lleno o en la jarra llena... Parece que es una ca­
sualidad o una distracción; pero es una necesi­
Qué rico sería lo que se pescase con una espe­ dad... No serían tan frescas y constantes las mi­
cie cualquiera de anzuelo en las banastas y la«
243
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
radas si no recurriesen al agua. Se morirían. Hay
muchos ciegos que lo son porque se les olvidó ciudadanas, sosteniendo ellas solas, fijas en su
puesto, el consuelo de los ardientes pueblos de la
mirar el agua durante una larga temporada.
altiplanicie.
Ante la súbita sorpresa del relámpago, pensa­
Al ver por la breve mirilla que se ha abierto en
mos perplejos: “¿Qué gran luz se ha fundido?”
el nublado oscuro, que hay detrás de un toldo es­
peso un cielo azul y luminoso, quisiéramos ras­
¡ Oh, qué conmovedor es el aro de ese pobre
gar por ahí, por ese “siete’’ casual, toda la nube...
chico, de ese obrerillo vestido de azul que condu­
ce la gran rueda de coche al taller!
Un rato lo intentamos con la mirada; pero el cie­
lo, lejos de abrirse, se cierra como para siempre.
Unos ojos transigentes, geniales y puros nos
No hay más que ver la fresa par^ probarla.
miran al pasar por las arboledas; los ojos perfec­
Las miradas la pinzan sutilmente. ¡ Oh, y si se
tos y triangulares, sin la ceja humana, que se
huele bien se come a puñados!
exaltan y se pintan sobre los álamos blancos...
Mucho rato nos les hemos quedado mirando, du­
La botella azul de agua de azahar es bella, ga­
dando qué clase de Providencia nos miraba por
ellos. llarda v femenina. Su azul es inefable y consola­
dor... Y además sabemos, y lo tenemos presente,
el admirable papel que cumple en los histeris­
¡Oh, esas criadas que limpian los cristales su­
mos terribles de “Ella”... Cuando la íntima ca­
bidas en alto sobre el balcón o el mirador que da
tástrofe parece sin solución, se recurre a la bo­
a la calle! Las miramos con un espanto conteni­
tella pura y azul como el único remedio... ¡Pre­
do, viéndolas caer, sospechando que a la noche,
cioso búcaro y precioso frasco de bálsamo!...
la Sección de sucesos, que no leemos, dará cuen­
ta de que se estrellaron.
Al ver esas chimeneas enormes que quedan en
las fábricas extintas, sin humo nunca, se piensa
Filigrana simpática y menuda la de la acacia,
que no hay medio de demoler una chimenea tan
ese arbolito que sólo da una grata ducha de som­
alta, y sólo desaparecerá cuando caiga en rui­
bra—una sutil ducha—al pobre transeúnte... Las
nas... Ese peligro inevitable vivirá a su alrededor
acacias, todas las acacias, pero las de las afueras,
mientras no se caigan. Partirán la cabeza a todo
sobre todo, son enternecedoras, tan delicadas"' y
el barrio.
tan populares, tan optimistas, tan resignadas, tan
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
lumbramientos de cristales, y en ellos parece que
A través de los visillos, el paisaje es ideal, es hay como una nostalgia, como pequeñas miradas
un paisaje japonés... Toma la calle, a través del de la tierra.
visillo, un aspecto de visión del pasado en el pre­
sente crudo y aristado... Los ruidos de la calle
no corresponden a ese paisaje de los ojos... Ese El violón llevado en andas por los pobres cie­
cuadro suave sugiere en el fondo de la casa un gos, dos cogiéndole por la cabeza caída con la me­
idilio íntimo, enternecido y muy casero... Se acu­ lena de clavijas colgando y otros dos cogiéndole
rruca uno en un diván presenciando la milagrosa por los pies, todos ellos dirigidos por un guia in­
y deliciosa tabla china, en la que abocamos real­ diferente de ojos vivos, y seguidos por un grupo
mente el aspecto suave de una calle de Tokio... final de tristes asistentes al sepelio, todos unidos
Hasta la luz de los mismos faroles vulgares de'i entre sí por las manos afectuosas que se apoyan
alumbrado europeo se irradia en estrella alrede­ en los hombros, formando así una larga guirnalda
dor de un bello y compacto corazón... Parece el inseparable que comienza en el guía aburrido-
panorama del visillo como un cuadro que quedara corno el cochero del entierro—y acaba en el ulti­
hecho para siempre; pero cuando el anochecido, mo, que es el más jorobado por la fatalidad,_ el
el puro y raudo anochecido pasa, se desvanece qué arrastra más los pies, el que va más vestido
como para siempre. de duelo, parece ser—¡ pobre violón!—un desgra­
ciado muerto de cuerpo presente, al que conducen
sus compañeros a través de la ciudad distraída,
viva y banal... Todos, en el simulacro de entie­
Las largas tijeras de cortar papel están ansio­
rro, parece que van apesadumbrados,_ con la ca­
sas de dar tijeretazos largos en el papel... Lo es­
beza abatida y el cuerpo doblado hacia ia tierra,
peran tentándonos. Nos encontramos con ese
como compungidos, abrumados y con los ojos arra­
anhelo de ellas siempre que las miramos.
sados... ¡Aparente acto fúnebre, melancólico, dig­
no, dulce y piadoso!... ¡Apaisado cuadro senti­
mental, de una fuerza inolvidable y lamentable!...
Vemos y vemos brillos de cristales, que des­ Trajes absurdos, sombreros hongos estupefacien­
tellan bajo la luz del sol en todo lo largo y lo ex­ tes y tristes, una levita llorosa, violines como a la
tenso de las tierras aradas... ¿No herirán ellos las funerala, flautas calladas, instrumentos lánguidos
pulpas blandas de que está cuajada la tierra? To­ y silenciosos, en señal de respeto... ¡Entierro
das las botellas rotas se esparcen por la tierra, y como de un oscuro, noble y desgraciado artista
ya la llenan en demasía... Vemos y vemos re­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

inefable! Todos menos el guía ciegos y abruma­ tadas en su cabezada... Ellas dan expresión a su
dos de dolor. cabeza de ojos invisibles detrás de las anteojeras.

¿ Qué quiere decir esa flecha indicadora, aguda Esas sombras largas, frías y meditativas que
y maligna que hay bordada en la seda trasparen­ cubren de pronto un extenso trecho de los cam­
te de las medias femeninas en una dirección mis­ pos, resultan extrañas, mortuorias y destempla­
teriosa? “Por ahí”, quizás... das, poniendo también una sombra larga, agorera
y escalofriante en nuestro espíritu... Turban todo
¡Qué elegantes y qué humorísticos esos simo­ el paisaje, señalan sus alas lejanas sobre la tierra,
nes, como con pantalones ajedrezados, a cuadri- la estigmatizan, la agravan, la afean... Un no sé
tos negros y amarillos! Van muy elegantes y muy qué, un raro desconcierto ponen en ella...
chulos sentados sobre los ejes.
Viendo iniciarse el florecimiento de la prima­
Las ropas tendidas en los balcones dan un as­ vera, todos los árboles parecen almendros... To­
pecto de suciedad, en vez de un aspecto de lim­ dos parece que van a echar flores graciosas e im­
pieza. a las casas empavesadas con ellas... Los pensadas... Sólo al final vemos, defraudados, que
calzoncillos sobre todo, y sobre todo si son de sólo echaron hojas; pero aún seguimos sostenien­
esos de bayeta amarilla, y las camisetas de avispa do que tuvieron la ilusión de unas flores imagi­
y las medias de mujer que representan la pierna narias.
aplastada, laminada, tumefacta y hecha un pingo
perdido... Los molinillos—o molinetes, o molinos—de los
niños—azules, amarillos, encarnados, blancos, con
■ Los relámpagos bajo el cielo sereno y azul pru- corolas moradas y blancas, azules y amarillas, en
sia que ha quedado en la noche, después de la forma de pintorescas y animadas estrellas de los
tormenta de la tarde, los relámpagos que surgen vientos—son gratas flores, como malvas reales,
detrás de la ciudad, son como resplandores eléctri­ como pipirigallos siempre en flor; son flores na­
cos de distintos “troles” zarandeados que se su­ turales porque son genuinas, porque no imitan
ceden en líneas lejanas de tranvías de circunva­ ninguna flor como las dolorosas flores artificiales.
lación. Se deben adornar con ellas nuestras posadas.

Los caballos de tiro parece que tienen los ojos Esas eses complicadas que la tiza resbaladiza
en las brillantes medallas de metal dorado incrus­ pinta en los cristales y en las lunas de lo* edificios
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RAMÓN GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
nuevos, representan toda la virginidad de la casa. están tan empalagadas de chocolate, de anuncios
Después de todo, toda virginidad no es más que
de chocolates, las ciudades!
una cosa así, esa S rubricada, ese detalle conven­
cional, balad! y fútil. Esa casa está atacada de viruelas locas... No
hay más que ver su fachada, en la que los descon­
En la bandera española hay un día de sol y de chados descubren las picaduras graves, blancas y
toros... Es como el remate de los gallardetes de
numerosas.
la fiesta nacional, hecho bandera nacional... Aun­
que el día esté nublado, al mirar en los estancos,
¡Oh, la nariz de las muías!... El gesto que ha­
en las banderas y en los postes de los hilos para
cen sus ventanas y toda ella es de un dolor de na­
los tranvías los colores nacionales, la evocación
del día de sol se siente de un modo palpable. riz que llora...

Las cazoletas blancas del telégrafo, bajó el día El ruido de los pies descalzos de una mujer so­
claro y alegre, tienen la jovialidad de unos pája- bre los baldosines da una fiebre sensual y cruel...
rós blancos y sabios en hilera perfecta... Figuran
en el panorama de los días optimistas como una En el verano, la ciudad esta llena de timbres
nota expresiva de él... Son las esposas blancas de que suenan...
las golondrinas negras, que saben buscar su com­
pañía y su confidencia... ¡Oh viñeta de los libros Lo más trágico de los domingos son las criadas
ingenuos y faltoé de sindéresis, viñeta triste en los a las que no les ha tocado salir...
libros, cuando en el aire libre, lleno de sindéresis,
es una viñeta tan llena de alegría y de comunicati- Las madrugadas huelen a andén, suenan a an­
vidad esa de las golondrinas negras y las golon­ dén, los focos y los faroles de la madrugada, son
drinas blancas sobre los hilos del telégrafo! ¡ Oh, focos y faroles de andén y los relojes en la ma­
cazoletas mensajeras, segunda especie de las pa­ drugada son relojes de andén...
lomas mensajeras!
Siempre que en las prisas para ayudar a la mu­
Es apetitoso tomar el chocolate por la mira­ jer se pincha su sombrero con un alfiler largo, pa­
da... Es demasiado pesado pedirle y sorber su rece que se le ha atravesado la cabeza... Parece
plomo derretido... Que lo pida el amigo, y ten­ que es un crimen que han debido cometer todos
dremos bastante, más que suficiente... ¡Además, los hombres que han ido a poner alfileres de esos
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

a una mujer,.. Yo estoy triste de un crimen de noche de invierno, y quedarse en su marco en ca­
estos... o de más... misa, pero fieras y heroicas... Resulta enteroece­
dor su gesto y suscita una delirante pasión su des­
Las fuentes de surtidores altos tienen travesu­ nudez desvalida y desgarrada por el frío. Se las
ras, de chicos, y revelan su vida, sus libertades y perdona y nos reconciliamos. El ardor de su co­
su imaginación en esas travesuras que hacen con razón no las ha permitido coger la pulmonía; pero
su chorro, como un niño cuando hace divertida­ hay que disuadirlas de que lo vuelvan a hacer.
mente “pipi” al aire libre y dirige el surtidor de Aunque, por esa confianza que tienen en su ar­
un lado a otro. diente y salvador corazón, repetirán fácilmente el
acto salvaje y patético, hasta que un día cojan de
No hay nada que más angustia dé y nos deses­ verdad la pulmonía horrible... Siempre temere­
pere más de impotencia, que el ver morir el gas mos su pulmonía, siempre nos rendirán y nos
de un farol' en una calle solitaria... ¿Dónde en­ derrotarán con este latiguillo, como siempre nos
contrar el farolero que lo remedie ? ¡ Oh, sus úl­ inquieta también el que se vayan a tirar por el
timas boqueadas 1 balcón, su otra amenaza medio llena de picardía,
medio llena de sinceridad...
Se siente un pánico pesado al subir en un as­
censor... Parece que, si la máquina es segura, los No hay inquietud parecida a la que produce una
porteros apáticos y huraños la han dejado des­ miope... ¡Oh, miope amada!... Primero, sus mi­
componerse. y se caerá pesadamente en una preci­ radas a todos lados nos dieron celos... Su false­
pitada perpendicular, rompiéndose la caja indus­ dad parecía tremenda, cínica, constante, sin orien­
triosa en un fracaso de cristales, de maderas v de tación, sin selección... Después, nos llegamos a
metales... Por-lo preciso, lo a plomo, lo rotundo dar cuenta de lo equívoco del caso... Ella no no­
y lo fatal que será el golpe, es más tremenda aún taba la ambigüedad de sus miradas, y los demás,
la sospecha y nos aprieta más. sin sospechar eso, creían en el deseo y la predi­
lección de ella. Porque sus miradas de miope eran
Varias veces se nos han intentado matar de una más de deseo que de amor... ¡Dolorosa inquie­
pulmonía las mujeres, en esos momentos de de­ tud! ¿Cómo dar explicaciones a todos los pasaje­
sesperación en la disputa en que ellas intentan de­ ros de todos aquellos caminos que recorrimos jun­
mostrar el valor de su pasión del modo más vio­ tos y a todos los huéspedes de todas nuestras po­
lento.... Todas coinciden en esa iniciativa de abrir sadas ? ¡ Oh padecimiento silencioso, contra el que
el balcón, por el que entra el aire helado de la casi no vale la conciencia absoluta de la victoria
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
absoluta conseguida por uno contra todos en el El pedicuro de gran renombre, vestido con un
fondo del alma y de los ojos de la miope!... Re­ elegante chaquet y lleno de buenas maneras, prac­
pulsivos enardecimientos visibles en los hombres tica su arte como practica un rey el lavatorio de
ordinarios o banales, ante los ojos ciegos que mi­
ran ciegamente! ¡Infulas procaces y estúpidas en pies...
los hombres mirados por la miope! ¡Necesidad de
morderse la lengua! ¡ Insufrible dolor de morder­ Sólo un hombre en pie en el centro del Polo
se la lengua ante todos! ¡Arbitrarias repulsas a Norte está en equilibrio y tiene una gallarda per­
la miope, aun a sabiendas de su inocencia de mio­ pendicularidad; todos los demás estamos unidos
pe ! ¡ Besos finales, besos arrepentidos, besos tran­ a la tierra como por un alambre sustentador... s
quilos en su soledad, porque en la soledad se la tamos verticales con respecto a nosotros mismos;
ve limpia de su pecado aparente, remota, ciega, pero con respecto a un ojo superior que nos ata-
completamente ciega para todos menos para uno! laya muy por encima, estamos torcidos, oblicuos,
grotescos, algunos boca abajo, tan boca abajo^ que
Los pescadores son los comerciantes más grie­ se nos ocurre una pregunta trascendental: ¿Como
gos, más latinos y los que manejan más bella pla­ es que no se les sube—se les baja la sangre a la
ta... Son limpios, primitivos y de una profesión cabeza a esos hombres del Sur?
sencilla y dignísima.
¿Habrá algo más penetrantemente voluptuoso
Da miedo que las vibraciones de los ventilado­ v que más pulse nuestra alma que el oir una voz
res, de las máquinas de escribir, del timbre del baja y joven en la casa que duerme?... Apenas
cinematógrafo cercano y otros muchos ruidos del­ se escucha lo que la voz dice, solo se deja traspa
gados, insistentes y nutridos maten la inteligen­ sar uno por la fina voz humana, noble y sentida,
cia, las inutilicen, la mengüen, la hagan polvo. y si a veces interrumpe uno, es para sostener la
conversación, para que no se apague, para que la
Los loros son chulapones, colmilludos, flamen­ confidencia infinitamente trivial continúe calándo­
cos, fanfarrones y mujeriegos... Les gusta sobre nos con su voz baja... Ningún sopor más fino y
todo las gordas flamencas, que suelen pasarse la más cordial... Los besitos involuntarios de la voz
vtida en casa cubiertas de joyas—muchas gruesas baja, sus dulces agujas, su zumo sutil, nos satu­
pulseras—y con una bata o un matinée medio ran por entero, y cuando acaba el palique estamos
abiertos. llenos de una delicia sin acritud, sin posos, sin las­
civia, sin excesivo deleite... ¡Oh dulce mujer, ha-
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Nuestras miradas caían como las mariposas en la
blemos hasta la eternidad en voz baja, alargando luz de su descote.
la noche para siempre!...

Las portezuelas de los coches son aviesas como ¡ Pobre gusano blando y voluptuoso metido en
ellas solas; se abren en un descuido del cochero el corazón de la fruta!... Nos lo encontramos de­
o de! chauffeur, y un momento parecen ir a cho­ masiado tarde, cuando ya no le podemos dejar la
car con un ruido seco y a desguazarse irrepara­ fruta para él solo... Sentimos su frío repentino
blemente... ¡Oué pánico el de esas portezuelas al ser puesto a la intemperie, desnudo y en carne
abiertas en el coche que corre, pero cuánto mayor viva... Sentimos la quiebra de su destino, senten­
las del tren que vuela! Las del tren son más re­ ciado a morir, desalojado de la incubadora en que
sabiadas, siempre parecen ir abiertas, y un hon­ vivía tan dulcemente... ¡Y a veces sentimos una
do, un abismado escalofrío, la repercusión de una profunda dentera, un dolor penetrante, al haber­
caída mortal, nos ha conmovido al pensarlo... Las le partido con el cuchillo al partir ciegamente la
hay que no quieren cerrarse, por más que se in­ fruta! ¡ Horrible susto el del gusano y el nuestro 1.
tenta... Nunca olvidaremos que fuimos asomados
sobre el abismo a una de esas portezuelas sin ce­
¡Pobres Venus de Milo!... Sin brazos, no se-
rrar, y que cuando lo notamos se nos cayó el co­
pueden defender de los hombres indignos que las
razón en aquel abismo en que fue tan posible que
compran y las abrazan, y por no tener brazos, no
cayésemos.
pueden abrazar a los que quisieran, ni señalarles
el camino ideal. Por eso hasta los usureros las tie­
En la noche, esos maniquíes de las corseteras
nen en su antesala.
se quitan el corsé ceñido y apretado, las enaguas,
los pantalones, las medias, los zapatos, y se acues­
tan en el escaparate o en el fondo de las tiendas, Es horrible, es pavoroso, es desgarrador ver la-
cerrando los ojos de largas pestañas... ¿Podrían argolla que engarza la dura cadena de hierro a la
vivir si no? Ellas, que han estado como para irse nariz tumefacta y viva del oso... El pobre ani­
a acostar todo el día, al fin pueden hacerlo. mal—el pobre hombre, diríamos—tiene ya una ne­
gra y escocida desolladura en la nariz, que está
Aquel ancho descote estaba lleno de luz, una próxima a rasgarse, que quizá se rasgó ya una
luz que iluminaba su rostro, una luz que daba su vez por un lado, y ahora sostiene la cadena larga
brillo duro a los ojos, una luz que, subiendo de y pesada de un nuevo ojete, hecho con un afilado
abajo arriba, dejaba en sombra sus ojeras...
257
256 G. de la Serna: Greguerías. 17
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

punzón... ¡Oh, esa negra carnicería de la nariz tras de ese coche para ver el rostro de esa cani­
llena de sangre acida, herrumbrada y corrosiva! lla exquisita.

En la noche, los urinarios parecen burladeros


Esos esqueletos de coronas que esperan ser re­
de ladrones, de criminales o de otros asaltadores
vestidos y que siempre cuelgan de las portadas de
los quioscos de flores, son algo angustioso, iúgu- alarmantes.
bre y ritual en la vida de la ciudad... Después de tomar un chocolate con ensaimada
se es burgués, profunda, panzuda e irremediable­
El gesto genuino de la muerte, el gesto abstrac­ mente burgués.
to y postrer, lo han precisado los peces con la cara
que ponen fuera del agua... Es así de horrible, ¡Qué pena da despertar a un pájaro en la no­
así de ahogado y así de curioso siempre... Todas che!... Es como turbar un sueño muy merecido,
las agonías que he visto han sido así, y todas las muy respetable, el sueño de un niño, un sueño de­
que no he visto. masiado blando y demasiado ingenuo dentro de
un boa de marabú.
¿Qué verbena hay siempre, y dónde, que pa­
san por la calle, de noche, coches de los que par­ La serpiente de cascabel se nos representa como
ten voces de juerguistas y una voz de mujer que un sonoro cascabel colgando de una cinta de seda
lleva mantón de Manila? anudada a su cuello.

Durante la noche, el gobierno está en crisis


¡ Qué vida más anodina y sombría no deben lle­ total.
var durante la semana esas muchachas que se pa­
san los domingos con las porteras, sentadas en el Parece que los teléfonos de estación siempre se
portal, quietas e inexpresivas!... dicen algo interesante, que se dan ánimo unos a
otros en medio de la soledad de los bosques de la
Las canillas y los pies de todas las mujeres que noche, que se relatan misterios demasiado' reales
van en los coches abiertos son reveladores, muy y terrenos, que una gran amistad fraternal habla
femeninos y exquisitos, y como a veces la capota largamente por ellos, que recogen noticias leja­
va echada y no se ve de quién son, eso les da un nísimas, que se comunican sucesos trágicos ocu­
vivo interés mayor. Correríamos, correríamos de­ rridos en los trayectos interminables, descarrila­
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
mientos, asaltos de ladrones, tristezas de sitios
perdidos bajo el fragor de las tormentas o el ri­ ellas la atención por la vida... Aspero sinsabor,
gor de las nieves perpetuas... Algo muy serio nos ganemos o- perdamos...
ha enternecido y nos ha hecho pararnos atónitos
ante la puerta de los jefes de estación, oyendo la Los grandes frascos de cristal llenos de cara­
monótona, pero profunda cantinela que llegaba melos de los Alpes fueron para nosotros, de pe­
allí de entre los árboles de la noche. queños, el tesoro más opulento de las tiendas...
Y verdaderamente, son de un fantástico optimis­
La flor de papel que remata las zambombas es mo y una fantástica alegría interior; repletos de
una flor de invierno, esbelta, infantil, que deco­ variedad, orientales en combinaciones de color:
ra las noches de frío con una gran ingenuidad algunos, verdaderas piedras preciosas; otros, ver­
perfectamente floreal... Espera y luce, sin helar­ daderas florecillas; otros, como detalles de anti­
se ni deshojarse, en su maceta sonora. Es grata guos vasos murrinos; otros, aciertos kaleidoscópi-1
e inolvidable en las noches. de Diciembre, como eos... En los momentos trágicos debemos pensar,
algo reparador y gracioso. por ejemplo, en esa trivialidad de los grandes
frascos llenos de caramelos de los Alpes, de tan
Largas tardes perdidas esperando más o menos gayos colores, llenos con tan tradicional y per­
corazones en la indecente baraja... Confusión de manente exuberancia, inagotables, ricos, felices...
los diez corazones con los nueve, con los ocho y i Oh, la benevolencia, la belleza banal, la irifanti-
con los siete... Pánicos de no haber ganado, cuan­ lidad preciosa de esos frascos!
do contando mejor resulta que se gana. ¡Encon­
trados movimientos del corazón!... Deseo de vam­ El jarro de la leche, en todas las manos servi­
piros cuando estamos a la par, mortal deseo de ciales durante la mañana, es algo confortable, cuyo
poner nuestro corazón entre los -corazones y ha­ optimismo conocemos bien... No olvidaremos los
cer uno más... ¡ Ser'rallo de corazones vesánicos, distintos jarros de la leche que vimos sobre las
livianos y venales!... ¡Repugnantes reyes herma­ mesas del desayuno durante nuestra vida. Nada
nos siameses, unidos por el vientre!... ¡Reinas más apetitoso ni más santo; ninguna comunión
descocadas con la corona torcida! Nos faltarán mejor. Era el jarro como uno de esos animales
en la vida estas tardes en que hemos estado ju­ abnegados que curan a un niño. Era como el re­
gando hasta la noche, siendo lo más trágico y lo sumen vivo y simpático de la abnegación de la
más irreparable que nos hemos jugado las horas, vaca... ¡Oh, aquel en que ponía Santander, y
horas no vividas, porque hemos perdido durante aquel en que ponía Carmen, y aquel que decía
260
Recuerdo, y aquel con las listas rojas en la pan­
261
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
balcones. Son concentradas y nostálgicas sus visio­
za, y aquel a rayas azules, y aquel blanco, de un
nes. Miran con atención y celo y guardan nuestra
blanco purísimo y aquel amarillo con rayas rojas
mirada y nuestra significación.. ¡Ventanitas llenas
como las avispas que en las mañanas de primavera
de piedad, de inocencia, de intimidad, ventanitas
acuden al desayuno!...
de ojos humanos, normales y proporcionados;
ojo-s como los nuestros, chicos y prudentes! ¡ Ven­
Linoleum, ese nombre latino, sonoro y admira­
tanitas triangulares a veces como las pupilas de
ble, que es tan solemne, que es tan difícil de de­
cir, y en el que suena el órgano profundo, es ab­ la providencia!
surdo, irresistiblemente absurdo que se refiera a
lo que se refiere, que signifique lo que significa... Las mujeres rompen y abandonan medias y me­
¡Pobre palabra malograda e inutilizada! ¡Lino- dias, como las serpientes sus camisas... ¡Sobre
leum, palabra suntuosa y ritual, de un bello rito todo estas modernas medias caladas próximas a
muerto! ¡Palabra asesinada por los mercaderes! convertirse en un fino talco! Pero esa mudanza es
buena, porque bajo unas medias nuevas se renue­
En la mirada de los animales hay una gran su­ va la pierna, es decir, es perfectamente nueva y
ficiencia... Miran una sola vez y retiran en se­ otra, es limpia y diferente.
guida los ojos, como si no les interesásemos, como
si nos hubiesen conocido hasta el fondo de las en­
trañas. Los animales saben que todo es vulgari­
La corbata es graciosa y trivial como ella sola.
dad, que todo es animalada. Sólo se ha llegado a “ejecutar” con una elegan­
cia rotunda, gracias a la corbata de cáñamo.
Las ventanitas pequeñas que hay en las ciuda­ Dejar de llevar corbata es enlobreguecerse un
des, perdidas en las fachadas que aún no han sido poco; es no aceptar lo más irónico del vestuario,,
encerradas por los patios de otras casas, son bas­ la bagatela por excelencia. Eso lo saben hasta los
tante expresivas; pero en la ciudad abundan campesinos, en los que es un intento de corbata
poco... En los pueblos es donde esas ventanitas ese nudo con dos puntas tirantes con que se atan
tienen un valor sumo. También en los pueblos des­ al cuello un pañolón de flores. Necesitamos tanto
aparecerán. ¡ Lástima grande! Esas ventanitas en la corbata, que si se nos ha olvidado ponérnosla,,
los pueblos son una mirada concentrad?, y genial no nos encontraremos y sentiremos como si hu­
fija en la calle y sus transeúntes. Ellas alcanzan biésemos perdido nuestra mundanidad, nuestra
un sentido de la realidad que no alcanzan las categoría, nuestra distinción, nuestra superfluidad'
grandes ventanas y de ningún modo los grandes querida. La corbata es el atnibuto. ¿Qué clase de
262 2S3
RAMON GOMEZ DE LA SERNA greguerías selectas
terrible. No se podrá oir lo que nos dice el hom­
atributo? No se podrá aclarar esto; pero es el
bre que la lleva. Caerán nuestras miradas en su
“atributo”, el atributo como atributo. corbata una y otra vez, y nos despediremos de el
El que más fijó en mí esta idea definitiva sobre
mirando a su corbata. Las corbatas ajedrezadas o
la corbata fué aquel mendigo genial que, desastra­
con pintas blancas sobre negro os dejaran en el
do, sin camisa, cubierto sólo con una especie de
sitio, os cazarán y os retendrán como los papeles
chaleco con medias mangas, llevaba una corbata
de lazo atada al cuello de carne. Aquella corbata para coger moscas.
Hay corbatas—muchas corbatas—de lacito que
en el hombre harapiento, rojo, renegrido, colga­
parecen mariposas, mariposas de todas las espe­
da sobre su cuello terroso y fuerte, fué como
una exaltación del “atributo”. A aquel mendigo
cies, con esa inmensa variedad de las mariposas
Mariposas pomposas clavadas en el cuello, con las
con aquella corbata enorgullecida no se le podían
■dar cinco céntimos; a lo menos había que darle alas abiertas, sutiles y vibrátiles.
La chalina es demasiado rimbombante, aunque
■diez. Era más maravillosa que la corbata de un
cae con la suficiente volubilidad y desigualdad
dandy sobre la inmaculada pechera de un hom­
para ser artística. La chalina revela abundancia
bre de frac, aquella corbata solitaria y sorpren­
de imaginación y de espíritu, pero ha sido oes-
dente.
prestigiada por los pobres de espíritu que que­
Las solemnidades necesitan una corbata para
rían aparentar la abundancia y por los autores del
■su día, una corbata que sea como la que se coloca
“género chico” que la han sacado a escena ha­
di cuello el sacerdote al oficiar. Una corbata re­
ciéndola el tópico del poeta... i Oh, esos Quin­
servada los demás días y que no nos .podremos
poner sino ese día impar. tero ! . , r „
Hay corbatas pueriles de estrecho talle y am­
Así yo, para los actos más solemnes de mi vida,
plias caderas, vestidas como aldeanas endominga­
tengo una corbata roja con listas violetas. Orna-
das, que tienen sobre el pecho el valor de una lu­
■mentado con ella presidí el banquete a Fígaro el
gareña de traje ingenuo, rígido y enguirnaldado.
día de su centenario, engalanado con ella voy a
El cándido cateto y su corbata parecen el novio
Pombo en las solemnes noches de los sábados y
he subido a distintas tribunas, la más suprema en­ y la novia.
¿ Ouién pone de moda tales o cuales corbatas.
tre todas aquélla desde la que pronuncié el dis­
Parece que el corbatero-director va a ver al prín­
curso inaugural de la Exposición de los Integros,
cipe que impone la moda de las corbatas en el
acto único que sólo repitiéndose el mundo se po­
gran mundo y le enseña los muestrarios. Ese prín­
dría quizá repetir.
cipe que cada seis días tiene que elegir una coi-
La corbata que no se puede dejar de mirar es
265
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA. GREGUERIAS SELECTAS
bata, a veces está de buen humor, y elige una dormir. Es como una greña suelta de la tragedia
bella corbata; otra vez escoge con displicencia, y de la locura. Esa clase de corbata y ese modo de
elige cualquier cosa. estar desenlazada, da siempre un aspecto, patético-
Las corbatas de plastrón son de una alcurnia y extraviado al hombre que se la ha dejado.asi.
grave. Sólo pueden ser usadas por un señor de Todo actor dramático' la tiene en su vestuario y
rancia nobleza o por sus lacayos, sólo que las de se la deja así en la hora fatal del drama.
los lacayos han de ser blancas, lisas y muy plan­ Las falsas corbatas que no rodean el cuello del
chadas y han de llevar, en vez del cabujón mons­ hombre con el amor femenino que guarda en si
truoso que centra las de los señores, un alfiler con la corbata; esas corbatas que se cuelgan del pasa­
corona, que se vende en las mismas tiendas que dor del cuello o que tienen como una articulación
venden ameses, espuelas y serretas. ortopédica para engancharse al cuello vuelto, si­
Hay corbatas de lazo .muy estrechas, que for­ mulando ser completas y verdaderas, son de una
man un lazo muy fino y de alas muy largas, que mezquindad inaudita, son sólo dignas de los hom­
parecen libélulas suspensas, dando al que las lleva bres que llevan cuellos de caucho.
—por lo general muy flaco y larguirucho—un as­ La corbatita de cordón con dos borlitas en Ios-
pecto de libélula. Si el que las luce lleva lentes remates, es una corbata paradisíaca, coroata de
encima, es su corbata como una libélula detrás de las camisas de dormir, pero que algunos, hombres
otra libélula entre los juncos. paradisíacos — quizá algún francés, quiza algún
La corbata del burgués es una burguesa vestida catalán—sacan a la calle bajo una barbita seráfica.
con una moda antigua y una tela de colcha, una Las corbatas se destrozan atrozmente. Parece
burguesa fatua y cargada de brillantes; una bur­ que van a ser eternas; pero, se deshacen rápida­
guesa vueluda y oronda, satisfecha de las sortijas mente. Siempre sin saber cómo nos las arregla­
que lleva su marido en las manos y del dinero mos para eso, nos encontramos que cuelga un
que lleva en los bolsillos. montón de pingos tristes y flácidos de la cuerda
Hay corbatitas pequeñas y de lunares que pa­ tirante en que se sostienen ellas. ¿Cuál nos pon­
recen una ficha de dominó. dremos? No hay ninguna buena, ninguna entre
La corbata blanca del frac es nítida y delicada tantas, y una corbata raída compromete más y es
como ninguna; es presuntuosa y virginal; es una más lamentable que unas botas rotas, una cor­
señorita. bata destrozada es el más triste guiñapo, enfla­
La corbata del loco es admirable y da gravedad quecida, deshilada, mustia como nada... ¿Enton­
a su rostro. Es una tira negra que cae suelta y en­ ces? Entonces nos pondremos la corbata negra de
redada a lo largo de la pechera de su camisa de los lutos, de los entierros, de los pésames, que
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
ladas, costados de dos grandes y nuevas casas, lo.
está poco usada. ¡ Socorrida corbata, aunque la­ cierran, dejando sólo libre el frente... Aun asi, e.
mentable, porque hará que nos pregunten: “¿Por persiste en su libertad, heroico y rebelde.
quién estás de luto?”, y nosotros no sabremos
qué contestar!
¡Oh, esos árboles que nos producen una emo­
Ante todas esas corbatas y las otras (las cama­ ción que se repite mucho en nosotros: esos árboles,
león-ticas, las que tienen preciosos dibujos y ento­
de largas, caídas y numerosas alas que reposan
naciones de serpiente o de escarabajo, y las otras del vuelo o van a volar, alas agudas y descuida­
y las otras), ¿cuál elegiremos? No lo sabemos. das de águilas imperiales terriblemente grandes,
Llegaremos a cometer un gran desacierto con res­ águilas de cien cabezas y doscientas alas!
pecto a la moda. Nos dejamos engatusar siempre
por el color vivo de una o por el dibujo audaz de
otra, haciendo un matrimonio de amor en vez de Al que tiene el placer de arrancar las hojas del
un matrimonio de conveniencias. Sólo los diplo­ almanaque no le gusta que nadie se adelante a él.
máticos saben escoger una corbata ideal y distin­ Lo tomará tan a mal como una indiscreción ■, pero
guida. Nosotros incurriremos siempre en graves lo que no perdonan es que se busque a través del
errores, cegados por la pasión. No sabremos te­ taco de un almanaque alguna fecha lejana en la
ner el escepticismo y la impasibilidad del dandy. que se quiere saber si “cae” tal santo, o si es do­
Tanto, que a veces no nos atrevemos a usar al­ mingo, o si es el día del rey; eso no lo peí donan,
guna corbata comprada con el mayor entusiasmo. porque en esa pegazón completa de unas hojas
¡ Oh, cobardía!... con otras, en ese engomamiento que chasca dulce­
mente al ser arrancada cada nueva hoja, está la
Hay solares que se empeñan en que no se edi­ virginidad sutil y delicada del almanaque, que el
fique en ellos... Parece que voluntariamente per­ dueño se reservaba para gozarla solo. ; \ es tan
sisten en su intransigencia, ocultando sus docu­ irreparable y tan demasiado ese desfloi amiento-
mentos, como sin dueño ni posibilidad de tenerlo, cometido por la mano enemiga! ¡ Hs e± desflora--
defendiéndose, detrás de su valla, de toda domi­ miento de todo el año!
nación... Hemos adivinado el misterio de su inde­
pendencia al pasar junto a ellos... Todo llegó a
estar edificado a su alrededor... Las ventanas de Si en la noche se quedase encendido un relám­
las cocinas y de los cuartos interiores de la casa pago en el cielo, si se sostuviese esa luz firme y
que da a la calle de atrás se abren al fondo, y a grave, se vería el fondo del cielo, sus entrañas,.
sus lados dos largas paredes ciegas y cuadricu­ 269
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■su techo trágico y cuajado de cosas, su fondo ana­ traremos en todas partes, es por el que el ala de
tómico, crudo y abismado. nuestro sombrero se vencerá de tanto quitárnos­
le... Ese hombre y nosotros somos los únicos que
Perro solitario en la alta noche... Todas las no nos olvidamos, somos los que más nos pieocu-
■puertas cerradas para él y todos los asilos. ¿Qué pamos el uno del otro, somos, en el fondo, los más
hará?... No le preocupa. Busca, lleno de esperan­ amigos, porque no hemos podido dejar de serlo...
za y sostenido sólo por su magnífica esperanza, Sin embargo, pesa siempre ese saludo, como el
un tesoro entre los escombros... Dueño único de saludo a un extraño al que no sabemos cómo de­
algunas calles, es cuando se siente más grande y jar de saludar, porque no ha surgido el motivo
más presidencial... Es un espíritu fuerte, es des­ que surge siempre en otras amistades para no
deñoso, es el aventurero esplendoroso y misera­ saludarse. Un día, ño obstante, nos dejamos de
ble... Se piensa que con el alba se encontrará en saludar; pero nos reconoceremos siempre, en este
un bello y paradisiaco estercolero final y supre­ y el otro mundo, porque nos hemos sido desco­
mo, bajo un vasto cielo desolado y blanco... nocidos, porque solo se olvida a quien se trata y
se le ve estúpido, ruin y digno de ser olvidado, y
El envío de prospectos debía estar regulado por hasta se olvida a aquel arrugo al que. no quisiéra­
fiscales a propósito... Es de una impertinencia in­ mos olvidar, pero nunca a ese.
aguantable recibir prospectos anodinos... ¡Sobre
todo, los prospectos de cosas medicinales debían ¡Qué antipática la carraca, qué desagradable!...
estar prohibidos, porque hacen entrar en apren­ Recordamos que de niños nos la hacían soportar,
sión ya que se dirigen a nosotros como a dañados cuando nos la regalaban como una atención nues­
de alguna grave enfermedad, y porque, como al­ tros mayores, faltos de imaginación y de grande­
gunos, tales como los que anuncian la curación za para comprender que la sonábamos sólo por
de las almorranas, son de una gran deshonestidad cumplido, sin gusto ninguno y sin alegría.
por sus grabados explicativos y nos suponen con
tan feo alifafe, el más inmoral de todos! Quisiéramos retener esos pequeños adornos de
la mujer, que escapan, que se van, que no dejan
A ese hombre que nos han presentado un mo­ memoria de sí ni en el Rastro siquiera. Aquel collar
mento, y al que sólo en ese momento hemos ha­ tenía una gran luminosidad tamizada, endulzada,
blado dos palabras, ¿le tendremos que saludar sencilla. Estaba hecho como de uvas escogidas y
siempre? Le tendremos que saludar siempre, por pulimentadas, de uvas italianas. Esas uvas alar­
■demasiado que eso sea. Es al que más nos encon­ gadas, abellotadas, pulidas, duras; esas uvas ter-
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RAMOS GOMEZ DE LA SERSA
GREGUERIAS SELECTAS
sas y muy apretadas, entrando en el placer y la
delicia de la boca, y hasta del alma, que se asoma Hay que ir de vez en cuando a la cocina para
a probar las uvas con cierta predilección excep­ tomar esa refrigerante luz que hay en ella. Este
cional, el estallarlas, el romperlas, sintiendo lo viaje como a la aldea callada y apacible que es
suavemente que fallecen y que se dan. Fué acier­ la cocina nos sentará bien. Es admirable el fogón
to escoger la uva de tan fino color, de tan fina con su resplandor en el nicho abierto por el que
carnosidad como adorno de la garganta y el des­ cae la ceniza y las brasas. Es grato levantar la ta­
cote. Así, las uvas del collar unían su pulpa a la padera de la cazuela en que hierve algo, para sa­
pulpa carnal, y se hacían como racimo, como fru­ ber qué es; y si está la sartén friendo algo, resul­
to nacido de la vid fecunda, que es la hembra. Y ta muy gustoso y muy especioso el ver lo que
al apetito y la voluptuosidad que por su color, su fríen y el oir el ruidillo de la freiduría. Así, des­
forma y su corazón suscitaba la uva—la más in­ pués de ese paseo por la cocina, al sentarnos de
citante de todas las frutas—, se unía la voluptuo­ nuevo en la mesa de trabajo, nos frotaremos las
sidad y el apetito de la mujer, en un grato injerto, piernas y las manos con esa buena voluptuosidad
como si lo que hubiese que alcanzar de la mujer y ese sabio reflexionar con que los insectos se aca­
fuese el desgranar el collar de sus uvas y mor­ rician sus finas antenas y sus finas extremidades
disquearlas y sorberlas una a una; aquellos colla­ al posarse, sintiéndonos nuevos y aliviados.
res se formaban de varias clases de uvas: una
admirable de herrial en el centro, y a ambos la­ Velma, Milka y Noisettine son tres nombres
dos otras de herrial también, grandes, gruesas, sugeridores y dulces como de tres señoritas en­
pero que iban disminuyendo, hasta cerrar el co­ cantadoras; son los nombres de las tres clases de
llar las del albillo más sutil. Todas uvas sin grano chocolate de que son las pastillas de las cajas
y con el hollejo sutil y transparente, era precio­ Suchard.
so, era delicioso, era silvestre el adorno por todo Velma es demasiado dulce quizás. Velma se
eso; pero quizás el secreto de su seducción esta­ pasa de ese punto discreto del que no se debe pa­
ba en que su color era verdegay, el más espiritual, sar. Velma no es que empalague, eso de ningún
el más enternecedor, el más entrañable de los modo, pero no es como Milka. Eso es lo malo que
verdes. ¡Verdegay! podemos comparar a las tres hermanas entre sí.
Si no, Velma nos parecería admirable y ese pun­
El otoñecer es un trivial entretiempo que se di­ tillo que la ponemos no se lo pondríamos. JVelma
ferencia del otoño como el atardecer del anochecer. va vestida de oscuro, con camisa de plata.
Milka es suave y prudente. Su traje ya es vivo
272 y juvenil, un morado claro que hace bien. Tam-
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G. de la Serna: Greguerías. 18
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"bien su camisa es de plata. Milka complace por leve entonación que hay en ella no nos ha dejado
completo, y pone alegría y gracia en el grupo de hacerla nuestra preferida. Indudablemente, es
las tres hermanas. Milka la entonada, la pizpireta, la jovial, nuestra
Por Milka quizás se tiene gusto de tratar a Vel­ preferida.
ma y a Noisettine. Sin Milka, entraría la tristeza Todas ellas, de la familia Suchard, de célebre
en la residencia de las tres, aunque siguieran sien­ apellido en todo el mundo, son dignas de su ape­
do dulces y elegantes. Milka es ñna, optimista, llido. Yo que no soy ningún anunciante, sino un
menuda. Por ser la más pura de las tres, resulta sentimental empedernido que no cree comprome­
más breve siempre su encanto. Milka—además terse nunca, he querido hacer el retrato dulza­
hay que reconocer que si son bellos los nombres rrón y suave de estas tres delicadas almas fe­
de Velma y de Noisettine—, Milka es sonoro y meninas: Velma, Milka y Noisettine, porque lo
personal. Tiene la dulce sonoridad de los nom­ merecen desinteresadamente, porque merece una
bres de las rusitas blancas y delicadas. La encie­ atención francamente publica aquello con lo que
rra su nombre, y la k sobre la a pone un acento convivimos, y porque he querido hacerlo.
enteramente femenino en su nombre. Milka, en
resumen, es la preferida más ingenua que las otras Nos avergüenzan ¡os pies... No podemos evi­
y más infantil, aunque es la mediana. Primero tarlo... Por vergüenza y por olvido de los pies,
Velma la nostálgica, demasiado hecha y llena de no sabemos andar, no sabremos andar bien nun­
sí, llena de su dulzura; después Milka, y después ca... Además, con mucha frecuencia se nos azaran
Noisettine. los pies, se intimidan... bodas las miradas nos
Noisettine, aunque es la más niña, es la más • miran a los pies para rebajarnos, muchas nos
misteriosa. Su esencia se ha hecho frente al ejem­ echan la zancadilla con su fijeza... ¡Es horrible
plo de las otras dos hermanas. Agotada la gracia y embarazoso tener pies!
y la espontaneidad en ellas, Noisettine tuvo que
complicarse un poco para presentar alguna origi­ ¡ Cómo miran esas jovencitas que llevan un ama
nalidad al lado de la de ellas. Por eso, porque al lado con el niño de su hermana o de.su cuñada
quiso no repetir la gracia de Velma o Milka, tan en brazos!... Miran como una adúltera o como
digna de repetirse, tiene ese tono un poco enran­ una madre que os propone un hijo como aquél y
ciado y áspero que hay en ella. Noisettine hubiese el mismo lujo y los mismos duros encajes; un
sido nuestra preferida, porque su nombre es un hijo suyo, que ella necesita apremiantemente, y
nombre sentimental, de niña dé miradas largas, para cuya maternidad se siente con vocación.
niña delicada, a la que hay que mimar; pero esa
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
mos serlo de más grandes cosas... Yo soy rico en
Retorciendo una mano de mujer hasta hacerla cerillas; es una riqueza numerosa y digna. No
que se doble por la cintura y pida socorro con los puedo ser rico en otra cosa, y compro las cajas
ojos elevados y los senos ofrecidos, como sólo se por docenas... Mi riqueza—esta pobre riqueza—
ofrecen los exvotos, se obtiene su escorzo más me compensa dé no tener otras riquezas. ¡Yo soy
bonito y más agradable; el más conmovedor, el millonario de cerillas!
más rendido. Por ese escorzo apiadable y sumiso,
nos quedamos más prendados de ella.
De pronto notamos que se nos ha olvidado al­
guna palabra necesaria y sencilla... ¡Oh! ¿Cómo
La campanilla del trapero parece tocar a otra estás, “Infalible”?, decimos saludando a la pala­
cosa que a llevarse la basura... Nos recuerda esa bra “infalible”, congratulados de volverla a en­
campanilla colgada a la puerta de las iglesias de contrar tan clara, tan convincente, tan embelleci­
Nápoles y que tocan desaforadamente los mona­ da, tan contundente, tan nueva y tan antigua.
guillos... Suena a mayor liturgia que a la inmun­
da liturgia que sabemos qué significa, es el toque
para que toda la gente ordenada esté en pie... Es La arañita nos sorprende con su arte de circo,
la campana de la vida cotidiana más representa­ viendo cómo se tira del trapecio lanzándose al
tiva de esa vida. _ . vacío, cómo se queda colgada y cómo baja y su­
be... Ya íbamos a matarla, pero nos disuade el
Esas comadres que se ven desde el coche en verla hacer un ejercicio tan arriesgado y tan sor­
que se llega de la estación, por la mañana tempra­ prendente... La música, nuestra música interior,
no, son las que mantienen la más perenne reali­ calla, calla un momento, como en el ejercicio más
dad de la ciudad, son las que la dan su carácter arriesgado del circo.
firme, son las que nos hacen volver a encontrar
de nuevo los redaños de la ciudad. No olvidare­ Los astrónomos deben tener momentos tremen­
mos, para sostenernos en la idea baja y firme que dos de desconcierto, porque es indudable que a
necesitamos tener de la vida bajo nuestros pies, veces se verifican en el cielo juegos de estrellas,
•esas comadres que hemos visto al pasar en el co­ juegos alegres en que ellas, pizpiretas y ágiles, se-
che por la dudad recién despierta. cambian de sitio, bailan una contradanza, se mue­
ven dentro del orden de cotillones espléndidos, se
Todos debemos ser ricos de algo; eso nos ense­ huyen unas a otras, cambian de esquina jugando
riará la idea del derroche, por si algún día pode­ 277
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KzDíO.V GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

a ¡as cuatro esquinas, se pierden en la oscuridad ¿De dónde saca su luz la luciérnaga? La luciér­
del cielo jugando al escondite. naga nos supera. Es un punto vivo, problemático
y sugeridor, demasiado inquietante... En las leli
giones se ha consagrado hasta.al escarabajo; pero
Cuando nos han dicho que el cáncer no brota a la luciérnaga, que es la indicada, se la ha pos­
hasta los cuarenta y cinco años, hemos pensado, tergado... ¡Oh luciérnaga secreta, brillante, ani­
consolándonos ,de esa posibilidad, que a esa edad mada, con luz como la luz propia y personal de
ya se puede morir, y se ha hecho más categórica las aureolas de los santos, la luz que no ha mere­
y más impetuosa la necesidad urgente de vivir es­ cido llevar en sí el hombre, la luz más pura y
tos años que nos quedan para llegar a los cuaren­ menos artificial, la luz . que es como un punto de
ta y cinco... Para esa fecha deben estar puestos sabiduría y de delectación!...
en limpio todos nuestros originales. Tenemos que
darnos prisa, sin embargo, por si hemos nacido
bajo la influencia del único contagio del cáncer El día tradicional en que varean nuestros col­
que es ese terrible signo del Zodíaco que es CAN­ chones, es un día de fiesta pascual y sencilla para
CER. el espíritu... Es el día de la noche exquisita y
suave, noche de infancia y de buena fortuna.
¡ Los focos apagados son tan opacos y tan la­
mentables ! Parecen ojos de ciego con la atrofia ¡ De qué concha más translúcida y. más fina
gris. y más frágil es el follaje de las acacias junto a la
incandescencia blanca de los focos!
Cuando nos acostamos a las siete de la maña­
na, después de haber visto una rubia mañana in­ El cielo de las noches invernales en que hiela,
fantil, balbuciente, indecisa, y nos levantamos a con una luna tallada en un carámbano, es un cielo
las doce o a la una, parece que nos asomamos a para patinadores.
dos mañanas distintas, y esos asombros que nos
causa la desconcertación a que sometemos el tiem­
¡ Qué deplorables los golpes de degollación que
po nos sirven para descubrir las distancias del día,
se escuchan en las carnicerías en la madrugada!
las distancias claras del tiempo que tan disimula­
das pasan en la vida lógica. ¡ Niñez de la mañana
y madurez distinta de la mañana! Lo hondamente sagrado vive en los bueyes, so­
bre todo en esos que llevan grandes tiaras borda-
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

das y guarnecidas de moñas y de caireles... Pare­ En automóvil se va atropellado por el auto­


ce que en ellos la sagrada y poderosa Providencia móvil.
se compadece de los hombres y les permite trans­
portar los grandes pesos sobrehumanos. El genio se aprovecha suntuosamente de todo;
es un malintencionado, un especulador abusivo,,
que eleva a la monstruosidad de latiguillo—de al­
En la cama nos sentimos muy largos, asombro­ gún modo latiguillo—todo lo que existe en la íea-
samente largos, como si las piernas saliesen por l¿dad con un matiz de Greguería.
entre los barrotes y fuesen a tocar la lejana pared
de enfrente. ¿Es que da uno de sí? ¿Por qué no se encierran en un marco y se
cuelgan para siempre en el despacho genial las pa­
La pluma bebe como un pájaro en el pequeño letas de los pintores que tienen días bellísimos ele-
bebedero redondo... Se asoma del mismo modo color, momentos en que todas las mezclas, combi­
discreto y prudente al pocilio, dando el mismo sal­ nándose, sugieren algo armonioso y pintoresco,
to volandero y metiendo sólo el pico, que provo­ algo indefinible y florido, arabescos rebeldes, car­
ca alrededor de ella, sumergida y sorbedora, la mis­ navales alegres y sorpresas únicas ?
ma huella en el agua negra que en el agua clara
el pájaro... Tiene también a veces juegos de pá­ La luna y el agua flirtean... Al agua es a la que
jaro con el agua negra, y para ser más verdadera más se da la luna, bañándose en ella como una
e íntimamente pájaro, una gran cantidad de tinta Diana intangible.
se la sorbe la pluma, sin ponerla en las blancas y
azulencas cuartillas. Nada más tenue ni más sutil que la teoría .de
los meridianos... Por nosotros pasa un meridia­
El silbar del murciélago a nuestro lado parece no, la circunferencia amplia e ideal nos tianspor-
el de una bala que nos hubiese rozado la mejilla ta un poco, diríamos que la sentimos como una
y la frente, una bala que circunvala loca a nues­ comunicación plena, dinamos que gustamosen ab­
tro alrededor y que por milagro no nos da, pero soluto todos los grados que tiene... Es nuestro
ños tiene en vilo, temiéndolo, pensando en el as­ mejor atributo ese del meridiano que pasa por
paviento terrible con que saltaremos si nos tro­ nosotros.
pieza.
¡ Oh, ese momento en el llanto de los niños; ese-

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momento de silencio pánico en que se callan como otras, como si su exaltación no hubiese sido su­
roto para siempre su resuello, sofocados irrepa­ ficiente.
rablemente por el llanto!... ¡Qué respiro al ver­
les romper el silencio, aunque el llanto sea más Hay atardeceres que parecen ser atardeceres de
formidable! ¡Qué respiro!... días de nieve... La luz blanca y mate la luz con­
gelada que se agarra a las aristas de las casas, a
Peinándose ellas los cabellos parece que los ca­ ?as cornisas y a las balaustradas, es densa nieve
bellos les pesan, las abruman, las hacen sufrir... quieta, prieta, simulada.
Para aliviarlas de esa penitencia de su pecado de
tener largos, sensuales y rudos cabellos, hay que El temor de que se nos caigan los gemelos de
acariciarlas mucho la cabeza y besarlas entre los teatro desde el palco al patio de butacas insiste
cabellos. toda la representación... Trivialmente matanamos
a una señora o abollaríamos una de esas calvas
de celuloide que hay en las butacas... Sena terr -
Las velas merecen una apología particular... ble v seríamos envueltos y empapelados por los
Parte de las velas es gracia que sube al cielo... iueces v condenados a vanos anos de cárcel... be-
De ellas sólo un ápice, una lágrima larga, pero
ría estúpido; un crimen- merece toda la mtencion.
siempre fina, es corporeidad... El resto es inma­ ya que merece alguna pena... Los gemelos de­
terialidad, ilusión, esperanza, deseo, elevación mís­ ben ñor eso estar atados al cuello del que los usa _,
tica... Primero quizás son carne manifiesta, aun­
pensamos; y quizás porque están sueltos no mi­
que carne pura, pero después se separa su pureza ráramos más veces con ellos temerosos de pro­
de ellas y sube al cielo... Sufren al transfigurar­
ducir el escándalo macabro y abrumador.
se. Se consumen de deliquio y orgasmo al trans­
figurarse y al fundirse en el elemento espirituoso
y vivaz que existe en el aire. Arden como ardería Cuando suenan dos relojes en la misma habita­
la carne en el amor si lograse brotar la llama que ción hay verdaderas competencias entre ellos...
pugna por brotar en ella, pero de todos modos Se le oye correr al uno más que al otro, perdien­
se funden como se va fundiendo la carne en los do a veces terreno ese y siendo adelantado por el
amores fervorosos y excesivos... Los coros de otro poco después... Son como los automóviles
velas, sobre todo, son exaltados y llevan perfec­ que, al encontrarse en una carretera, no piensan
tamente el compás, aunque alguna vez alguna va más que en adelantarse, porque eso esta en e
vela rezagada se quede menos consumida que las instinto de su motor más que en la voluntad del
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
chauffeur... Estas competencias de los relojes son
pintorescas, pero hacen que nuestra pérdida de A veces, ante esa insistencia excesiva e inex­
tiempo sea mayor, porque, olvidándose de la len­ plicable con que se apagan las cerillas, llega un
titud que nos deben, hacen avanzar el tiempo y momento en que nos volvemos coléricos, para rom­
lo gastan demasiado pronto, más pronto que lo perle la cara a “ese” que nos las apaga con mar­
que estaba establecido en su lev. cada mala intención... Pero cuando nos volvemos
el muy cobarde se ha escondido.
Procuramos no notar ese miedo que nos sobre­
coge de pronto, ese miedo subitáneo a la muerte • Oh ese carromato lleno de formidables latas
repentina, porque nos parece que sospechar eso de* petróleo'... Es de lo más catastrófico que se
más de un cuarto de segundo es dar lugar a que conoce... Nos coge bajo su estrépito como bajo
la muerte se entere de nuestra sospecha y eso la una demolición.
haga determinarse a matarnos...
El botijo es un simpático perrito de aguas, fiel
y atento, a nuestro lado, siempre y dispuesto a
Nunca el fuego es más sobrecogedor que cuan­ acudir a nosotros a la primera mirada.
do en la noche de viaje se abre la portezuela del
hornp demasiado encendido de la máquina y se ¡Oh, el aprendizaje de los músicos militares en
refleja en el paisaje el incendio, los carbunclos los desmontes, triste, lento,, ruidoso!... Estraga
entrañables y solitarios, que dan un secreto pá­ todo el paisaje y lo echa abajo, haciendo mas des­
nico a la soledad, como si se abriese un portillo campado el descampado, haciendo más crudos los
hondo y revelador en la tierra, dejando entrever vertederos, haciendo más pelados y más agrios os
su fuego central. desmontes... ¡Sobre todo, los gallos irresistibles
de la trompeta, los desolados solos de la trompeta
Ese son de la guitarra al trote, al trote largo y los toques huecos sin idealidad, ni blandura, ni
y lento, lento y largo, en la noche,, sin descanso, dulzura de la trompeta!
sun aclaración, sin dejar tomar aliento, nos con­
duce por un oscuro tránsito, por campos del re­ Las únicas mujeres que se salvan o que se pue­
cuerdo, del dolor, del abandono, o sólo a través den salvar son las que no saben lo que quieren...
de la noche vulgar y deseosa... ¡Oh guitarras en­ A las que saben que “eso no , es fácil conven­
sañadas ! cerlas de que “eso si , y a las que lo quieren,
claro es que no hay necesidad de convencerlas...
'j$4 Sólo la que no sabe lo que quiere, gana tiempo,
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

cansa, aleja, gana quizás toda la vida... si eso es agua sobre la mesilla junto a nuestro lecho, para
ganarla. la hora de la sed infinita!

Cuando al afilar un lápiz se rompe la primera


Brazos desnudos del verano, brazos de niña,
punta, no se debe continuar... Se romperán ya to-
brazos que apiadan, brazos llenos de elegancia, de
. das y dará una gran tristeza remordedora el ver
candor, de finura, de diafanidad... Los brazos des­
irreparablemente chiquitín el lápiz largo y airoso...
nudos son la desnudez más pura, la desnudez siem­
Hay algo de mala voluntad fatal en esa quebra­
pre niña.
dura insistente, algo de no querer que escribáis lo
que ibais a escribir, algo de dejar que se pase el
Hay cartas que necesitan conservarse con el pensamiento que ibais a apuntar.
sobre, otras que pueden conservarse solas y otras
a las que hay que quitar el papel blanco que las Parece que alguna vez se nos ha entrado una.
sobra... Necesitan el sobre las que están llenas de hormiga por el oído y está dentro de nosotros sa­
pudor o faltan al pudor, las que son hijas de al­ tisfecha y sigilosa... Hay hasta cosquilieos inte­
guien muy simpático, las que son de alguien que riores que denotan cuando pasea... ¡Que absur­
va a morirse, y lo necesitan otras por causas más do y, sin embargo, qué pensado ha sido eso al
misteriosas. levantarnos de las siestas en los campos todos lle­
nos de hormigas!
Si el sereno está completamente borracho, ¿có­
mo acierta en su gran cartuchera de llaves con la Parece que los bueyes chupan y rechupan cons­
nuestra? Los borrachos conservan lúcida la idea tantemente un caramelo.
de su deber más imprescindible... Aquella pobre
cocinera nuestra echaba el aliño justo a la comida El coco es una fruta inteligente, obstinada, vic­
aunque estuviese completamente embriagada... toriosa, algo más que una fruta, algo como un ani­
Aquel borracho que llevaba a su hijo al hombro mal lleno de vida interior en un medio hostil, en
no perdía el equilibrio, no caía, no caería porque un clima feroz... ¡Oh, redonda cabeza sin cuer­
llevaba a cuestas a su hijo... ¡Extraño sobrepo­ po!... ¡Cabeza sin rostro pero con coronilla de
nerse ! pelos alborotados!... Es una cabeza genial por
como se ha cerrado y se ha hecho una. cáscara
¡ Que no deje de haber agua al lado del lecho; como un cráneo y se ha preservado encima con.
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
Por un mechón suelto comienza la danza ser­
un cabello áspero y fuerte, no perdiendo sus dul­ pentina que crea con sus cabellos la mujer loca.
zuras interiores y un agua constante en medio de
la sed del bosque tropical y ardiente... Así, el coco, El perro de la cursi es feo, ramplón, es como
cuando es abierto, resulta lleno de sorpresa por esos perros de la calle que sólo llevan atados los
su corazón blanco y blando, por su agua dulce, laceros Ellas van tan ufanas con su perro, que
fresca y suave, y nos parece como si hubiésemos nadie se atreverá a decirles que dejen para no ser
abierto el nido de un pensamiento recóndito y fe­ tan grotescas y tan cursis... Ellas aman mucho a
liz, un pensamiento transparente y agreste. ¡ Ca­ su perro, lo llevan con una cuerdecita, en vez de
beza llena de un misticismo puro de estilita! con una cadena, y presumen todo lo que pueden
con él tanto como la marquesa con su perro de
Es difícil imaginar que una calavera monda y una raza única de la que es un ejemplar carísimo...
:seca sea de una mujer... ¿A que nunca habéis pen­ El perro sufre de ir con las cursis, va abochor­
sado en que fuese femenina ninguna de las que nado, quiere escaparse, le asusta el sombrero con
visteis ? Se hace difícil, sin corregir todas las pa­ trazas de milano que llevan ellas y el traje de ex­
siones de la vida, llegar a una reflexión parecida, traños y chillones colores con que van vestidas.
tan extrema y tan insexuada.
Vamos sirgando, vamos llevando nuestra alma
La intención del fuego es atroz; quiere incen­ a la sirCTa Nuestra alma leve va sobre un agua
diar el infinito... Si le dejaran, ¿se calmaría al­ suave que ¡a da agilidad, que la hace resbalar bien,
guna vez? Si no encontrase ninguna oposición, siéndola más fácil caminar que a nosotros, corpo­
¿en qué límite se detendría?... rales y con la incumbencia desde la orilla, andan­
do aí margen del río, de tirar de la cuerda que la
De pronto, sin poder precisar hacia qué lado, conduce a la sirga... Desde aquella tarde en que
se oyen voces de mujer en los jardines, voces que vimos sentados junto a aquel rio a aquel hombre
tienen un son particular, dolido y delicado, des­ conduciendo a la sirga aquel barco, vimos clara
nudo y de alto vuelo, vuelo en las ramas de los la imagen inolvidable y veidadeia.
árboles, como pájaros que saltasen de unos a
otros... Tienen sones apenados, dulces tonos, ,y Nada más pacífico que el portal de convento—
parecen brotar de mujeres que se hubiesen baña­ del convento de monjas sobre todo—ni nada más
do, y fresquitas y tembleantes, mojadas aún, tu­ solo. Cuando se entra, en él se siente que se está
viesen frescura de agua en su voz. al margen de otra vida y otra luz, como en el
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G. de la Serna: Greguerías.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
Los pasillos nos hacen escépticos, cotidianos,
dintel de una casa clara en un valle remoto a todo,
naturales y eclécticos... Descomponen el resto de
porque todo queda tras los montes. El portal ca
rece de portera fisgona. Su puerta interior es her­ la casa, ponen perspectiva dentro de ella, son un
mética y opaca. El tirador de la campanilla cuel­ paraje neutral, indiferente, claustral, y nos cer
cioramos en un golpe general y positivo del uni­
ga como un cíngulo mudo, porque la campanilla
no se sabe dónde suena. Quizás no suena. Es una verso, como conejos que donde mejor recapacitan
esquila mística que parece sonar en las nubes y sinceramente es en su larga conejera.
sólo sugiere su llamada aquí abajo. Siempre tar­
dan mucho en abrir y parece que la figura reli­ La alcoba es el panteón de mármoles. Al entrar
giosa se ha invocado y aparece viniendo como en ella se siente la teoría del descanso eterno y se
desde no se sabe. En ese momento ya se rompe la entra en él con aceptación... ¿Que se resucita al
soledad atrayente de estos portales. Lo importan­ día siguiente? ¡Vaya! Eso, aunque suceda s.em-
te es su soledad. En ella se desfallece, se langui­ pre, no es más que una sorpresa, una casualidad,
dece, se siente uno arrinconado y suspenso. En un milagro.
ella se comprende toda la tenuidad de la vida claus­
tral y se sienten ganas de llorar viendo la calle
i Oh cuando la fría ventana del costado se abre,
viva, Intrigante y apasionada, que toma una gran
intensidad proyectándose sobre el gran marco de y entra por ella ese frío que viene de los piélagos
la puerta a la calle. En este portal hay ya clausu­ vacíos!...
ra, modorra, renunciación. Es ya de la zona muer­
ta y neutral de la vida. Allí dentro y en su media Los pies de mujer con zapatillas son más car­
luz se ve con toda claridad el fondo del convento, nales, más blandos, más inefables, más sapillos,
limpio, blanco, incierto, recatado, blando, dema­ es decir como animalitos sin trascendencia, pero
siado privado, demasiado sencillo y candoroso y con dulzura, dignos de mayores ternezas y de un
pudoroso y miedoso y terriblemente ignorante...
despejado buen humor...
El portal de los conventos impresiona, contrasta
nuestras ideas, es un sitio de meditación sensa­
ta... Al ir todos los días al Instituto provinciano, En las mañanas, en las buenas mañanas, des­
pasaba junto a uno de esos portales, entraba a pués de haber dormido bien, en ese sopor poroso,
veces en él, y de entonces me quedó esa idea su­ tierno y lleno que se siente a medio despertar,
geridora de su ámbito... sordomudos y ciegos, nos sentimos como si fuése­
mos un bizcocho de canela con buena miga, con el

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RAMON GOMEZ DE LA SERNA
GREGUERIAS SELECTAS
azúcar en su punto difícil y además borracho de
un jerez anciano... ¡Inolvidables despertares! las necesite para sustituir la cabeza rota, parecen
cabezas de niñas que han tenido el tifus.

Terciopelos... Terciopelos negros de una negru­


ra profunda con hondos pensamientos... Tercio­ ¡ El ruido más terrible del mundo es el que pro­
pelos maravillosos que convierten a la mujer en duce un sombrero de copa al caerse!
“la mujer de terciopelo”... Terciopelos eternos,
terciopelos que duran siempre y en los que se en­ No hay que comparar el aeroplano con las águi­
cuentran envueltos a los esqueletos de los ente­ las ni con ningún otro pájaro majestuoso... Es
rrados con mortaja de terciopelo... Terciopelos sencillamente un gran murciélago,. un murciélago
musgosos, siempre con una frescura grata e ideal. descolorido y transparente al medio día, un mur­
Terciopelos verdeliquen o verde “verdín”, cuya
ciélago de líneas agudas y angulosas con esas sa­
densidad está hecha de esa vegetación, de ese hon­
lientes del varillaje de sus alas con varillas como
go menudo que forma ese verde del orín, etc., etc. las del murciélago. En la noche son más murcié­
Todos los terciopelos llegan a ser tan de las mu­ lagos aún... Al hombre no le podían salir sino alas
jeres, que pelechan como las pieles naturales y
vuelven a nutrirse de un pelo menudo y nuevo. de un pájaro mamífero.

El traje de boda es demasiado efímero. ¡Tener­


En la nuez hay algo de cerebral. La nuez es un
lo que guardar inmediatamente después de haber­
pequeño cerebro que nos comemos, es una sesa­
lo estrenado! Debía usarlo la recien casada por los
da vegetal, en cuya vida, en cuya cerrazón había
jardines, para asomarse al balcón, para andar poi
pensamientos herméticos e ideas comprimidas que
casa durante bastantes días, o para presentarse en
corresponden a las distintas circunvalaciones que
los palcos de los teatros durante una larga tem­
hay en la nuez como en el cerebro.
porada... Pero no, se pierde, se acaba, se.descose,
se deshace, se cae a pedazos en cuanto se ha usa­
Esa coz que mata como un rayo, es una coz que do, inmediatamente después de la última prueba,
ha dado a ese hombre la providencia. se va al cielo como la imagen de una doña Inés
espectral después de decir sus últimas palabras a
Esas cabezas de muñeca de porcelana sin crá­ don Juan. Se evapora, vuela, ya no está en los
neo, sin meollo y sin cabellos, que esperan quien baúles ni en los armarios ni en las tumbas... A lo
más podría servir ese velo para unos visillos y yo
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
En verano, pasear en un simón mirando al cie­
querría cjibrir con él mis cristales para ver un lo es como darse un paseo en bote por la na.
paisaje tenue, vago e ilusionado a través de ellos.
Cuando en la madrugada vemos esos escapara­
i Cuántas veces hemos pensado y escrito del do­ tes de fotógrafo que se exhiben muy iluminados,
mingo!... Haríamos un libro titulado “El domin­ vemos con asombro a esa señorita, ese oficial y
go” o “Los domingos”, sobre ese abismo del do­ ese señorito con bigotes a lo Kaiser, que están
mingo en el que vamos cayendo, hasta descender como en vela en sus grandes ampliaciones. Están
al fondo del domingo tan alejado de los cielos; so­ todos dentro de una noche anodina, sin poderse
bre esas mujeres que se quedan solas en sus casas, hablar, cayéndose de sueño y, sin embargo, en
propicias al robo y al asalto en el domingo entre­ posturas estatuarias... Parece como si. sufriesen
gadas a una soledad que resalta más que ningún cierto insomnio pertinaz, cierto insomnio como el
día, mujeres casadas que no tienen marido y, sin oue se sufre cuando se duerme con la alcoba ilu­
embargo, no son viudas, una especie de mujeres minada Todos darán vueltas en la cama sin sa­
de los balcones del domingo, abandonadas y apeti­ ber por qué y soñarán con rostros que son como
tosas, y a veces recatadas en el fondo de los pi­ los de los transeúntes que les miran en su amplia­
sos bajos por cuyo balcón entornado se las ve; so­ ción al pasar por esa calle en la noche.
bre los ramilletes de globos morados, azules y ro­
jos del domingo tan ansiosos de escapar; sobre Los tintes están llenos de honestidad. En los
las majuelas y las falsas flautas de la cesta del tintes entran las mujeres a purificarse. Tiene la
majuelero; sobre esas viejas con muletilla-para ­ visión de los tintes algo de capilla profana.y pare­
guas y con un broche de oro en el pecho; sobre ce que a la mañana o durante todo el día siguiente
esas casas que no tienen dueño y que se ven el a la juerga o al carnaval que surge para todos en
domingo; sobre toda esa gente que va como a San días impares y cualesquiera, allí van las protago­
Isidro todos los domingos... y sobre todos los in­ nistas El tinte es renovador y depurador, el tinte
finitos matices del domingo. es curioso y nos asomamos siempre a su interior
v a su escaparate como para ver una cosa muy de
ía vida, huellas de experiencia, algo que no hay
Hay en las alcobas siempre un agujerito como
hecho por un clavo por donde nos miran, nos mira en las demás tiendas llenas de lo nuevo, confiden­
alguien, no nos pierde de vista. cias y memorias muy humanas, y sobre todo, mue­
ven nuestra curiosidad esos trajes del escaparate
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

por los que no pudieron volver las que los manda­ familia se mira apiñada dentro de él, con un ca­
ron teñir o limpiar, esos trajes abandonados que riño de muertos, y si se pasa yendo, en el lando
tienen muchísima pena de permanecer allí y mucha frente a un cementerio se aumenta su cariño, por­
vida... No es fondo, ya vendido y ya público de que van como cuando presidan el duelo de uno
casa de Préstamos o de Ropavejero, no; todo en de ellos, y, i oh, alegría!, van todos aún.
el fondo de los tintes está lleno de vida privada.
Aquella noche era por su calidad la luna como
El tiro de pichón es algo trivial y que demues­ la coronilla de un cura.
tra la vagancia anodina de los espíritus que lo
contemplan las horas muertas... Los vuelos son
Es grato en provincias dar la mano a la mano
cortos, cortas las distancias. Sólo cuando fuesen def llamador, vaciado en hierro de una mano de
muy altos y muy ágiles debían tirar... Se ve cómo
mujer que murió y que llevaba una sortija.
los espíritus de las vidas de las palomas que mue­
ren se entregan v se disipan en el aire limpio en
que han sido heridas... Tardan demasiado en pre­ ¡ Cómo se enredan los pendientes de señora en
pararse los jugadores... A las escopetas que han los velos de sus sombreros! Caen como las moscas
fallado, los dos tiros, ¡ qué ganas de un tercero les en las telas de araña...
queda!... Es como un último suspiro de la esco­
peta ese humillo que queda en el último cartu­ Las mujeres—no se por que debían vestirse de
cho... El que es más generoso tira siempre el se­ reseda en vez de seda.
gundo tiro para rematar al herido... Se piensa en
lo que irá contando de los hombres y su ensaña­
En otoño debían caer todas las hojas de los
miento esa que se ha escapado... Ese es el espec­
táculo y a tal espectáculo tal premio inútil, esa libros.
copa idiota, de forma ridicula, de oro feo o de
plata, de regalo de boda que no podrá siquiera ser­ Cuando el cisne mete la cabeza en el estanque
vir para endosarla en la boda de nadie, esa copa como la mano de un brazo femenino que buscase
envuelta en un estuche estúpido, grande, super- en el fondo del baño una sortija , cuando el cisne
fluo y de un lujo engañoso. se queda como sin cabeza y como ahogado por el
tiempo que pasa así, parece ya trinchado sobre la
Un lando tiene siempre algo de coche de duelo “fuente” llena de salsa.
para la familia que acompaña a su muerto. La
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
El pavo debía llevar un pañolito bajo el ala para para que no las ataqué una pálida morenea, retos-
limpiarse el moco. tadas por la luna.
Indudablemente en los vastos páramos solita-
¡ Oh, qué grabada está en nuestra imaginación ■ t berra hay muchos hombres que ñau-
la palabra COK! Estamos manchados de carbón
para siempre por la fijeza de esa palabra KOK
que leemos tanto al pasar por las calles.

Hemos sembrado el mundo de pañuelos con el mar.


nuestras iniciales... Pañuelos para que nos re­ Hay moscas que silbanjlenas de ira.
cuerde el mundo.
H“11 Tda^eléb^VX baX
Alguna vez en un pararrayos ha debido caer un riTÍ"na además de PonerUJ «aneo
ángel y ha quedado ensartado graciosamente.
traje de cristianar, la reconoce y la consagra.

Las “Parcas” no cortan ya con tijera el hilo de T os auioscos nacen de pronto en una esquina,
las existencias sino con ese aparato con que el son Tas"floraciones silvestres y espontaneas de la
chico de la tienda corta el bramante. • j d “-Hombre, ha nacido un quiosco ah .
cmdad... • Hombre^ ante el inesperado
nos decimos sorprendió tan in.
Vemos a alguien que se ha quedado hipnotizado quiosco que no estaba ayer } y
por el espejo en que se mira fijamente. ¡ Qué con­ tado y tan emperifollado.
flicto! No habrá deshipnotizador que lo deshipno­
tice porque tendría que ser él mismo su propio En los jorobados se sospechan malicias extra-
deshipnotizador y él está hipnotizado por él mismo. ordinarias, come '"Ía^me he paste-
íeriaTtl' tod» Ametalo cocinero de gran hotel.
En algún lado se usa el “paraluna” asi como
existe el “parasol”... Hay lugares como la luna,
como el Japón en que la luna es tan fuerte que Al ver las grandes madejas de lanas o sedas,
las damas tienen que cubrirse con el “paraluna” preciosas como cabelleras de unas mujeres fa -
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GREGUERIAS SELECTAS
RAMON GOMEZ DE LA SERNA
de las suyas, a revelar cómo llegará a dominarles
tásticas, sentimos deseos de' comprar unas made­
jas y también esas hermosas agujas de madera o por entero.
de concha o de ámbar y ponernos a hacer labor
de punto. ¡Con qué delicia cae en los jardines una oruga
sobre el cogote de una muj er! ¡ Qué suerte!
Un saltamontes en la ciudad es el ser más per­
dido y más desorientado que se conoce... Está Una de las cosas que acostumbra la muerte a
asustadísimo... En vez de su campo raso, el cam­ hacer con los niños es estrangularlos... Los ni­
po abierto en que daba saltos inacabables, siempre ños sienten de pronto una opresión en la garganta,
hacia adelante, se encuentra con que todo está generalmente en la garganta, esa opresión se. va
vallado, tapiado, encrucijado... Nadie se atreve a cerrando, y, al fin, mueren. La muerte les aprieta
matarle, y, sin embargo, asusta, porque si se le como los cocineros a los pichones.
matase se mataría algo rústico, silvestre, bueno,
realidad de las tierras de labor, un simpático ani­ El niño con tos de hombre, tos inaudita, bron
mal lleno del sentido de la tierra como nada y que ca y profunda, es algo aciago que hace que mire­
no hace daño a nadie, algo como una espiga viva mos al niño muy de otra manera, como, si le vié­
y saltarina. Le conduciríamos hasta el campo de ramos maltratado como un hombre, partido y res­
buena gana. quebrajado como un viejo.

Sentados frente a la oblea de la luna de la tar­ El último sombrero de paja que queda es el de
de, en el viejo lando, nos pareció como si llevára­ un simple, y flota como sobre las aguas sobre el
mos por el hilo una gran cometa que corría detrás frío de esos precoces días de otoño.
del coche, dirigida por ese hilo atado a nuestro
dedo índice.
Parece como si de pronto una vibración más
sutil que ninguna otra, la vibración de una ma­
Por esos agujeros que tienen los árboles soca­
quina con más vibradora sutilidad que ninguna
vados y vueltos como orejas de feto o de hurón,
otra, pudiese taladrar por entero la tierra.
es por donde oye el árbol.

Como se despierte a las puertas de noche, ¡as


Hay muchos hombres con la nariz comida. Su
puertas, después de haber sido despertadas, se
calavera comienza asi a salirles en vida, a hacer
30 r
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
quedan sobresaltadas, nerviosas, rechinantes, in­ mimbre pintado de rojo, de amarillo y blanco y
somnes. que hace* una eterna guardia en la tienda de ob­
jetos de mimbre ¿dónde colocar esas cosas que
Debe dar un gusto atroz llevar los colchones sólo merecen una anotación sin comentarios ? Qui­
de muelles y los sommiers en la cabeza... Se ve zás eso es lo que hay que hacer mas ostensible,
que es el oficio mejor ese de llevar sommiers y todo eso que no es ni greguería ni nada novelesco).
colchones de muelle... Van saltando sobre la ca­
beza suavemente, como volando, como quitándole Suelen faltar mucho en los puentes esas bolas
peso al que los lleva en vez de dárselo. de piedra que los rematan. Son los grandes que­
sos de bola que tienen algunas tiendas; alguien
¿Cómo podríamos apuntar esas realidades que degolló a la cabezota y se llevó el melón solemne
no son más que realidades secas y quebradas ? Ese para dar un gran valor histórico a su casa; al­
letrero de “se corlean camas”, ese cielo tan em­ guien juega a los bolos en el corral, con esas dos
polvado de luz, tan blanco de luz que resulta tan o tres bolas que faltan; alguien parece que se tra­
profundo como sólo lo es cuando es profunda­ gó o se purgo con una de ellas, por prescripción
mente negro, esos pañuelos de la tierra colgados facultativa de uno de esos barbaros doctores que
fuera de las tiendas, ese cochero que para su co­
existen.
che para hacer su cigarro, ese poste al que hacen
cosquillas las ramas del árbol próximo y está tan
contento, esa sensación del pleno medio día que El blanco de los ojos es lo frío, lo aporcelanado,
no deja que nada haga sombra ni en el fondo de lo de nadie. Play en ese blanco un brillo del otro
los tupidos árboles, no deja ni una leve sombra, mundo, una invocación a lo que no se sabe, unos
en el preciso momento de pasar por el meridiano brillos de lo vacio, de lo neutro, de lo que es cosa,
esos letreros de las tiendas escritos en un cartón enteramente cosa como son cosas los ojos de las
cuadrado: Traje, 22,50. Pantalón, 8 pesetas. Ame­ muñecas. La mujer se convierte por ese blanco de
ricana, 12,50; ese soldado que escribe y estudia los ojos en una imagen falsa. Tiene ese blanco de
para cabo en el fondo de la tienda pobre o del los ojos el gélido blanco de las alcobas estucadas.
portal oscuro ; esa fiera realidad de los carros que Brilla como el relámpago y nos desconcierta. Po­
hasta hacen relejes en las piedras; ese cielo raya­ niendo en blanco los ojos la mujer se queda sin
do por los cables y que nos hace sentir la rabia ojos y se pierde en el Alba nativa. Ese blanco de
que sentimos por el papel rayado ya que parece los ojos tiene la ignorancia de los recién nacidos
un cielo de papel comercial; ese guardia civil de o de los nonnatos, porque es lo que nos queda de
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS
queta, corno colas de golondrina, como colas de
lo nonnato. En el blanco de los ojos nos desorien­
pescado negro con algo de negra estrella de mar.
tamos.
Los tirantes aprietan las alas ¿las alas? Desde En las lámparas eléctricas de muchas bujías,
luego sentimos que estamos supeditados por los muere de pronto una sola de sus 25 o sus 50...
tirantes sin los que nos desenvolveríamos más alto Sólo en momentos de muy grave sutileza se nota
y mejor. La fuerza de gravedad se agarra y tira esto.
a veces violentamente de nuestros tirantes.
A veces desaparece uno de los bolsillos abiertos
Hay un momento al oscurecer en que alguien en nuestro traje y más generalmente los de nues­
abre ías ventanas de los espejos, las ventanas que tro aabán... Buscamos, buscamos ese bolsillo, pero
son las últimas ventanas de la tarde que dan a la el bolsillo ya no está, se ha cerrado, se ha vuelto
postrer luz una luz más viva que la del resto. a tejer su boca rasgada. El traje nos gasta asi
bromas de prestidigitador.
¡ Irresistibles flecos de cristal!
Uvas púberes y uvas impúberes... Agradable
Casi todos los sombreros de copa, menos algu­
uva, agradable entre todas y a la que quisiéramos
no solitario, ingente y señero, anticuado y digno, encontrar de nuevo, uva de una madurez exqui­
peinado del revés y con alas anchas, son sombre sita pero demasiado efímera... Uvas de albillo sa-
ros de copa con escarapela, sombreros de copa de
. brosas como niñas... Uvas negras en cuyos raci­
cochero. Los de casi todos los ministros, cortesa­ mos no se harta uno de piscar emborrachándose
nos y bajunos, son sombreros de copa galoneados, de un vino espeso y morado... Uvas acidas la­
más galoneados que los de sus cocheros, con un mentables pero vistosas... Uvas solitarias fuera
cuarto entorchado de oro. Es un arte difícil, pero del racimo, con un sabor independiente que han
practicable, el de conocer las escarapelas invisi­
mejorado al estar solas y sueltas... Uvas pasas,
bles que adornan los sombreros de copa; hay la
en cuyo racimo rtiguso y seco parece que esta el
escarapela de marido complaciente, la de marido sabor del otoño a través del invierno... Uvas ita­
que se ha casado con una mujer por su dinero, lianas, ovales v duras, pero sabrosas y finas...
hay la escarapela de hombre del gran mundo, la
Uvas con nombres de mujer o con nombre de
escarapela del hombre vacio, la escarapela del pueblos fértiles. Racimos de uvas interminables
acompañante de señoritas. ¡ Y cuantas escarapelas
en que cuaja el estío, el atardecer refrescante del
más, pequeñas escarapelas como ballestas de ra-
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G. de la Serna: Greguerías.
RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERÍAS selectas
estío sobre todo, racimos frescos y dulces en que poco familiares; los gallos, por las axilas de sus
se depura la gran sensualidad de la tierra y su alas v los paraguas por la contera, porque el equi­
gran feminidad delicada, mórbida y tierna bajo librio7 del paraguas, su figura enfaldada, todo el
el gran sol de fuego. requiere ser llevado así.

Hay una hora en la vida que es la hora del des­ Por sus charcos, por esos charquitos de que se
carten. En ese momento del descarten nos queda­ llena la tierra de labor cuando llueve mucho, es
mos limpios de toda suerte, nos preparamos de por donde de vez en cuando mira toda la tierra
nuevo para todo, para lo bueno y para lo malo. que no ve y todo lo que hay enterrado en esa
Dos veces podemos tomar cartas de la baraja, tierra.
pero la segunda es ya definitiva. La suerte ins­
pecciona su jugada, la vigila, toma parte en ella. Pienso y veo una de esas señales de alarma que
Es más grave encontrar la buena suerte en ese hav en los caminos de hierro moviéndose _ sola,
segundo cambio de suerte, pero es posible. Lo que inyectándose su ojo central de la visión roja de
hay es que hacerlo de prisa, a tiempo, y, sobre espanto funcionando espontáneamente frente a
todo, tomar todas las cartas sin quedarse con nin­ cataclismo que sólo ella ha adivinad*.
guna. Ese que deja el pequeño destino en el mo­
mento de su juventud y sin que se sepa por qué
lo deja, es el que mejor se ha descartado, y la suer­ Cuidemos de que esos muelles que cierran las
te se prendará de su arrojo: tenía algo, podía sos­ puertas con su solo esfuerzo, corrigiendo el olvido
tenerse, y, sin embargo, se ha descartado. ¡Mo­ insistente de los hombres ordinarios, no sufran ese
mento decisivo del descarten, momento en que se retorcimiento exasperante a que se les somete, obli­
para el corazón! Hay que saber pechar con lo gando a la puerta a estar abierta largas horas,
que salga después del único descarten que es per­ inmovilizada con una cuña o una silla en esa pos­
mitido, porque esos que después de haberse des­ tura ¡ Qué dolor más insufrible el del muelle ten­
cartado una vez intentan volver, a hacerlo, ya han so y paralizado demasiado rato! ¡No hagamos su­
perdido definitivamente, y como quieren violentar frir a los muelles tan largo suplicio! Tengamos
la ley el fracaso se enseñorea de ellos. caridad con las cosas, y sobre todo con las cosas
vivas como los muelles.
Los campesinos tienen una gran idea de cómo
deben llevarse las cosas que conocen y les son un Cariñosa madera la de las cajas de puros. De

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RAMON GOMEZ DE LA SERNA GREGUERIAS SELECTAS

pequeños nos acercábamos mucho a olerías y sa­ un gran salón con una arana en medio, con gran­
boreábamos el cariño de esas cajas que sirven tan des espejos biselados y dorados candelabros, he­
bien para guardar cosas, después que los fumado­ mos visto un montón de neumáticos. Las casas de
res las vacían. ¡Cajas como de Sándalo! Respiran los representantes de neumáticos son suntuosas,
amabilidad. y el representante es el que se disfraza en Carna­
val de neumático. La mujer del representante de
neumáticos tiene ya senos y caderas de una can
Hay un hombre del que se olvida todo el mun­ dad de neumático. En aquella casa se comen lon­
do, las mujeres, los camareros de hotel, los cobra­ chas de neumático, que son de un alimento atroz.
dores del tranvía que le piden varias veces el pre­ Ya aquella plebeyez de las ruedas que veíamos
cio. del billete como si no se lo hubiesen dado, siempre en los suburbios, en los solares del que
olvidándose sólo de él, del que se olvidarían aun­ corlea camas y compone ruedas, ha ascendido y
que fuese el “único” viajero. Los que le han sido es en los salones donde el neumático—-la rueda al
presentados no le saludan, porque siempre le han fin y al cabo—triunfa.
olvidado y hasta sus novias no le reconocen. ¡ Pero
cómo debe ver el mundo ese hombre, detrás del
olvido de todos y de todo! El que España tenga esa cordillera Carpetove-
tónica, es algo que la hace formidable y la pone
como una dorsal de hierro que no deja que se ven­
El churro es exquisito y no sólo por él, sino por za o se doblegue. ¡Oh, la Carpetovetómcaaa!
el junco que lo ata... El junco no se come, pero
se mira. Verde, brillante v sutil, recuerda los jun­
cos agradables de las orillas de los ríos, que es El mar bulle en el fondo de las fábricas de elec­
grato ver que valen para algo en la ciudad, ellos tricidad. Algo de gran cascada—cascada de mar-
tan delicados, tan silvestres y tan inocentes. hay también en ellas. Asusta su continuidad, per­
turbando un poco la razón su labor inacabable, su
luz artificial todo el día, su rumor insostenible. Es
Hacemos, a veces, ese gesto de los bueyes cuan­ toda la fábrica un locomóvil que no se mueve,
do no pueden ya más con la carga y levantan la pero viaja paradójicamente en su recinto. Es un
cabeza al cielo, el hocico hacia Dios. Ningún ges­ enorme corazón que inquieta, como inquietan los
to que represente lo “abrumador” como ese gesto. corazones cuya palpitación interminable se siente,
se toca, se oye. De pie en los alrededores de. las
El neumático tiene una importancia atroz. En fábricas se siente la leve, pero poderosa tiepida-
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vida. Manifiestan la vida femenina como nada y
ción del suelo, cosa parecida a la que se siente en
los pechos al poner la mano en el lado izquierdo, hacen serio y visible el ritmo de su tiempo.
sobre el corazón.
Los zapatos de terciopelo son como un antifaz
¡ Qué representativos son de la vida cuotidiana, de los pies.
anodina y sumergida esos días de falso nublado,
cuando en el comedor, al medio día, nos encon­ Parece que dando unas palmadas en la soledad
tramos de pronto mustios, sombríos y sumidos, y y en la necesidad acudirá lo que se espera o se
sólo después de creernos amenazados por la lluvia
menuda e interminable, damos con que es lunes, desea.
día de lavar y tender la ropa, las grandes sába­
nas—grandes nubes de los balcones del patio— Eso de calcular la fuerza de los motores de
que deslanguidecen más al deslánguido lunes! aeroplano hablando de caballos, es quizás lo que
aún no les ha hecho estables, tranquilamente es­
tables en el aire. Había que llamarles águilas o
La heladora de manubrio tiene algo de caja de avestruces, y a los de los hidroplanos tritones.
música de verano. ¡ Qué gran música llena de fres­ “Tantas águilas de fuerza”, “Tantos tritones”,
cor pone en el medio día la señorita de bata y con se debería decir.
los brazos desnudos que da al manubrio incansa­
blemente !
Aquel perfume la adornaba como un hermoso
collar de perlas.
El cordón umbilical por el que estamos unidos
al mundo, es el teléfono. ¡ Qué pena cuando en las Después de haber oído un piano y de que haya
malas temporadas llega el que se lo lleva y corta
callado, se oye otro que sigue tocando un rato
el cordón y hace que nos sintamos separados del
más, un piano que no existe, pero un piano que
mundo, más solitarios que nunca, y algo así como
continúa lo que el otro tocaba, no como un eco,
despedidos! sino como una realidad remota y emparedada.

Los grandes pendientes ponen en la vida de la Ese coágulo que tiene como un lunar de cristal
mujer algo así como la péndola del reloj de su
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el cristal detrás del que miramos al cielo es como Los cristales de los cuadros hacen que los cua­
una cicatriz del cielo o del aire. dros nos vean mejor... El cardenal, de Rafael, nos
ve, no sólo porque sus ojos están capacitados para
ver, sino porque tienen cristal y eso da más pro­
Bajo la sombra de ese árbol que está emplaza­ fundidad al cuadro y a sus ojos. La Gioconda nos
do en el centro de la llanura, parece que están en miraba también en el Louvre gracias al cristal.
verdaderas cuclillas y de tertulia todas las ideas Cuando nos reflejamos en esos cristales de mirada
del paisaje.
profunda que tienen los cuadros, nos encontramos
mirados más inteligentemente que por un amigo
¿Hacia qué punto mira de reojo una mujer?
o por un espejo.
Un reojo de mujer da dos o tres vueltas alrededor
de ella sin que pierda fijeza y quietud su perfil.
Al atardecer se ve que la cuartilla tiene luz pio-
pia ’. una verdadera luz propia.
Esa mano a la que falta un dedo, nunca pare­
cerá que lo ha perdido, sino que lo oculta. Hasta
parecerá que se la ha quedado metido hacia den­ Esas moscas que han venido con nosotros en el
tro, como el de un guante. tren desde aquella lejana estación, ¿qué pensarán
cuando se encuentren en la gran ciudad turbulen­
Al ver pasar los automóviles con su neumático ta e intrincada? Se volverán quizás locas, se es­
de repuesto, se piensa que, como los vagabundos, trellarán confusas, como provincianas o aldeanas
llevan unas botas puestas y otras de repuesto a la arrancadas a su familia y abandonadas en el gran
espalda. ¡ Oh, trota caminos idénticos! andén, correrán despavoridas sin encontrai po­
sada;’las moscas rateras y tratantes en blancas
que esperan a esas incautas moscas en las estacio­
Esas tarjetas con corona o escudo de las lito­
nes las acabarán de perder.
grafías son la envidia del que pasa... En ellas se
hacen asequibles los grandes prestigios aristocrá­
ticos... Se leen títulos absurdos, pero todos tie­ Los pararrayos ofenden al cielo. Son lanzas que
nen veracidad como si los aristócratas hubiesen atacan a Dios... Sobre todo en los días azules y
dejado su tarjeta a los modestos litógrafos, para luminosos queda fijada como nunca esa intención
que se la pasen al público. apóstata de los pararrayos, sobre todo en los pa­
rarrayos de las iglesias y en los que hieren el cié-
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lo en el remate de las altas chimeneas de las fá­ hambrientas como todo está hambriento—, son
bricas o en las agujas de catedral. los niños que las dan a mascar nueces y nueces.

Las encinas en la tierra insolada del verano son Cuando en los jardines o en los paseos públi­
árboles de sombra engañosa como la de los oli­ cos en que suena un pasodoble tocado en el “bar ’
vos... Las encinas y los olivos arden en la caní­ al aire libre o en el “Skating” del Gran Recreo,
cula como los grandes troncos y los sarmientos la música se calla con un gran silencio, parece que
en las grandes chimeneas palaciegas de los pala­ ha salido el toro.
cios de invierno. Abrasa la sombra de esos árbo­
les resecos, ardientes, que chisporrotean, que se El olor del tomillo busca la nariz como un hi-
retuercen de calor. lillo de sahumerio que se escapa del pebetero de
la tierra.
Asomados al campo en Septiembre y viendo
aquella casilla que hay en el lugar más remoto del Hay lámparas-arañas hechas con cuentas re­
horizonte, parece que desde sus balcones traseros, dondas, breves y tupidas, que son como mantillas
los balcones que miran al otro horizonte, ve ya de madroños de cristal, que adornan la luz como
el invierno que se aproxima, tiene cara de verlo, las mantillas femeninas adornan la belleza fe­
de estar escalofriado su interior ante el frío que
presiente, que ve. menina.

El mozo que crea el cocktail moviendo los cubi­


Esa pareja lenta que pasa por el atardecer letes como en un juego de prestidigitación, lo que
como sin moverse, parece que va haciendo tiem­
hace realmente es escamotearnos una peseta.
po—años—para llegar a su casa el día de la boda.

Yo tengo un reclamo de codorniz y cuando veo


Las golondrinas parece que escriben en los cie­ que llega hasta mí el aire límpido de la madru­
los claros largas cuartillas escritas en latín qui­
gada toco mi reclamo. Los madrugadores, los que
zás, o quizás en jeroglíficos y signos egipcios.
sorben el refresco estupendo de la madrugada, los
que se dan la ducha admirable de esa hora, se van
Los únicos que dan de comer a las puertas— a sus casas con un terrible ,engaño en el cuerpo,
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RAMON GOMEZ DE LA SERNA

porque ellos no saben que lo que han oído es la


codorniz artificial. Sentirán síntoma de indiges­
tión como aquellos a los que han dado gato por
liebre.

El olor del papel de oficio es algo repugnante


y venenoso... Parece que huele a toda la mezcla
del papel malo y sucio en las grandes tinas de su
ÍNDICE
fabricación... Es de una pasta equívoca, ambi­
gua, pestilente. Tiene el sedimento podrido de la
Páginas.
justicia, es el digno papel para los pleitos y. para
los pica-pleitos. . .................. VII
Prólogo.....................................
................... I
Advertencias............................
....................................... 29
FIN

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