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Anthony GIDDENS1
El 9 de enero del año 1800 una extraña criatura surgió de los bosques cercanos al
pueblo de Saint-Serin en el sur de Francia. Excepto por el hecho de que caminaba en posición
erecta se asemejaba más a un animal que a un humano, pero pronto fue identificado como un
niño de unos once o doce años. Únicamente emitía estridentes e incomprensibles chillidos. El
niño parecía carecer del sentido de la higiene personal y evacuaba donde y cuando le parecía.
Fue conducido a la policía local y, más tarde, a un orfanato cercano. Al principio trató de
escapar constantemente y pudo ser retenido no sin dificultades, y se negó a llevar ropas
rasgándolas tan pronto como habían terminado de ponérselas. Ningún padre le reclamó jamás.
Todos estos pequeños detalles, y muchos otros que podríamos añadir, prueban que este niño no carece
totalmente de inteligencia ni de capacidad de reflexión y razonamiento. Sin embargo, nos vemos obligados a
reconocer que, en todos los aspectos que no tienen que ver con sus necesidades naturales o la satisfacción de su
apetito se percibe en él un comportamiento puramente animal. Si tiene sensaciones no desembocan en ninguna
idea. Ni siquiera puede compararlas unas con otras. Podría pensarse que no existe conexión entre su alma con su
mente y su cuerpo. (Shattuck, 1980, p. 69; ver también Lane, 1976.)
Más tarde, el niño fue trasladado a París, donde se llevó cabo un intento sistemático de
transformarle "de bestia en humano". El esfuerzo resultó parcialmente satisfactorio. Aprendió
a utilizar el retrete, accedió a llevar ropa y aprendió a vestirse solo. Pero no le interesaban ni
los juguetes ni los juegos, y nunca fue capaz de articular más que un reducido número de
palabras. Hasta donde sabemos por las detalladas descripciones de su comportamiento y sus
reacciones, la cuestión no estaba en que fuese retrasado mental. Parecía que o no deseaba
dominar totalmente el habla humana o que era incapaz de ello. Con el tiempo hizo escasos
progresos, y murió en 1828 a la edad de cuarenta años.
Genie
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Tomado de SOCIOLOGIA, Alianza Editorial, Madrid, 1991. Pp. 94 - 96. (Impresión: Humberto PORRAS)
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No podemos saber el tiempo que vivió solo en los bosques el “niño de Aveyron” o si
sufría o no de algún defecto congénito que le impidió desarrollarse como un ser humano
normal. Sin embargo, existen ejemplos recientes que apoyan algunas de las observaciones
hechas sobre su comportamiento. Un caso muy reciente lo proporciona la vida de Genie, una
niña de California que estuvo encerrada en una habitación desde que tenía aproximadamente
un año y medio hasta los trece. El padre de Genie retuvo a su esposa, que se estaba quedando
ciega, prácticamente confinada en la casa. La principal conexión de la familia con el mundo
exterior era a través de un hijo adolescente que iba a la escuela y hacía la compra.
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Sin duda, hay que tener cuidado a la hora de interpretar casos de este tipo. En cada uno
de estos ejemplos es posible que quedase sin diagnosticar una anormalidad mental. Por otra
parte, las experiencias a las que fueron sometidos los niños pudieron causar daños
psicológicos que les impedían dominar las habilidades que la mayoría de los niños adquieren
a una edad mucho más temprana. Aun así, existe una similitud suficiente entre estas dos
historias, así como con otras que se conocen, para poder sugerir cuán limitadas estarían
nuestras facultades si careciéramos de un amplio período de socialización temprana.