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IDEA. Mi alma recorre un círculo del kaos-kosmos.

La idea es describir cómo es ese pasaje, las transformaciones del


alma en el devenir y la vuelta a comenzar.
Y se repite, pero a la vez evoluciona, porque hay crecimiento. Y hay una nueva comprensión. Sería una síntesis de gc + jc
(espiral ascendente).

Lluvia de escombros. Lapidación al alma.


Con mirada recién nacida descubro abolladuras en mi piel. Laceraciones de pasado y presente.
De futuro.
Envidia de los dioses. Castigo de los cielos. Ciclos-siglos. Círculos y trinidades. Tronar de poros de la piel. Centellear de
nervio a fibra muscular.
Fragmentos del cuerpo esparcidos por los vientos. Precipitan al vacío.

Linealidad despliega su virtud ordenadora. Envuelve

Despierto. Mi mirada recién nacida recorre el vertical-horizonte. Mi mejilla derecha descansa en el mármol de la infinita
escalinata al…
Me incorporo de a poco. Una silueta gris-azabache-caballero se recorta contra el fondo-amanecer-amarillo-circular de
quince grados y soplidos apenas-revoloteo-en-flequillo.

La mancha se agranda en gris-plomo-ojalá que no de balas. Pero mi oído se aguza y el corazón frena.

Dos mil veinte días de marcas en piel. De rayitas en grupos de a cinco y la sexta cruzada-que tacha-arriba-anula. Anulada
en ser. Anudada en mí.
Más de dos mil días de lluvia de escombros y lapidación al alma.
Segundos por años. Amontonándose. Amoratándome. Tiñendo su peso en mi blanca carne. Laceraciones pasadas,
secuelas presentes.
Era casi invisible tu modo de arañarme. De arrancarme minúsculas tiras de piel sin dejar sangre. Apenas visibles y rosadas
las capas más profundas. Cotidianas, imperceptibles, constantes roces de lenguas y metales en punta. Con caninos
punzantes en muslos, espaldas y pezones. Hierro candente rozándome.
A veces, en el inicio, muy de vez en cuando, sobrevenía la yerra. No había sorpresa. Llevaba días esperándola.
Mojándome en la anticipación, en el deseo de un dolor desconocido. De un ardor que me tomaba el cuerpo. Que caía
sobre mí en medio de mis sueños. Despertándome bañada en mi propio flujo.
Era desesperación física y espiritual. Irrefrenable deseo de ser atravesada por vos. Por tus palabras, tus dedos, tu pija
punzante. Que me hirieras lo más posible. Saberlo, era excitación expectante sin centro erógeno definido.

Era esperarte desde antes de haberte conocido. Fue haberte conocido y saberte-saborearte. Incorporarte, asimilarte y
tatuarme con tus huellas digitales, tu sudor, tu saliva, tu semen. Y cada noche, a pesar de los años, nos conocíamos por
primera vez.
Mil veces la misma escena. Oír tus pasos por escaleras, adivinarte detrás de la puerta, esperar tu voz pidiendo que te abra,
aguantar detrás, hacer tiempo para calmar los temblores de mi cuerpo. Para frenar el ansia que me secaba la garganta y
hacía vibrar mi concha.

Abrir la puerta, abalanzarme sobre tu boca, buscar tu pija parada, tomar tu mano y llevarla hacia abajo. Dirigirla
abriéndose paso a través de mi pantalón, buscando mi pubis, nuestros dedos entrelazados abriéndome los labios de mi
vagina, para que sientas mi flujo corriendo por mi entrepierna. Para que veas que fui obediente y te esperé mojada, como
querías. Era un requisito. Era casi un alivio. Una esperanza, saber que después de tantos siglos, me seguías quemando.
Segundos de gemidos orgásmicos y luego semanas de nada.

No sé cuándo empezamos a odiarnos. A desearnos el mal. A imaginarnos la muerte. Verdugo de mi cuello y de mi sexo,
me asesinabas lentamente, repitiendo el mandato de aquella celda pasada.
En mi cama, boca arriba, atada de pies y manos. Adivinaba tu respiración bajo la capucha negra. Te acercabas lentamente
a mí, me pedías perdón. Cortabas mi toga dejándome desnuda. Tus garras manos se apoyaban en mi cuello.
Y mientras el oxígeno escapaba de mi cuerpo, corrientes eléctricas recorrían mi espalda hasta mi útero, mi vagina, mi
clítoris, realizando sus últimas descargas.
Mi cintura se quiebra. Mis piernas danzan arrítmicamente.
Siento tu sudor cayendo sobre mis tetas.
Tu saliva en mis pezones.
Mi boca exhala la última gota de aire en un agudo gemido de placer.

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