Está en la página 1de 6

LA SANTIDAD DEL MATRIMONIO

1 Tesalonicenses 4:1-5
Por Luis Fernando Zabaleta González
Introducción:
Las epístolas bíblicas, contienen temas diversos. Según la
necesidad de los destinatarios, así les llegaba correspondencia
con instrucciones para mantenerse en la voluntad de Dios.
En el caso de la 1ª. Epístola a los Tesalonicenses, Pablo les escribe
a personas nuevas en la fe. Los tesalonicenses eran personas que
provenían del mundo gentil. A diferencia de los hermanos de
origen judío, los gentiles tenían un trasfondo cultural inmoral. El
gran imperio romano, había naufragado lejos de aquellos
grandes valores de la República antigua.
La sociedad conocida por los hermanos de Tesalónica, proponía
costumbres de inmoralidad sexual. El divorcio era una práctica
común; el gran Séneca decía que “las mujeres se casaban para
divorciarse; y, se divorciaban para casarse de nuevo”. La
prostitución era reconocida como una labor cotidiana en la
sociedad. Tanto hombres, como mujeres vivían en ese desorden
sexual; el cual, representaría una fuerza seductora para los
nuevos creyentes en la fe.
Los problemas morales de orden sexual, no son producto de una
sociedad evolucionada, como la actual. Es un problema viejo de
los seres humanos, hombres y mujeres. La fe cristiana, siempre ha
sido una contracultura en distintos momentos de la historia. Por
esa razón, Pablo estando en Corinto allí cerca del año 51 d. C.; le
escribirá estas exhortaciones, para que no se desvíen de la fe,
habiendo empezado tan bien y siendo un modelo para otras
iglesias. Así como hoy, si los matrimonios descuidan su santidad
abren una puerta para la destrucción.
En este mensaje afirmaremos una verdad: DIOS DESEA
MATRIMONIOS SANTOS. Siguiendo la línea de pensamiento de
Pablo, observaremos tres exhortaciones que Pablo le envía a sus
hermanos en la fe que vivían en, una ciudad afectada por los
problemas inmorales de la moda social.
1. Dios desea nuestra santificación personal.
“Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús;
pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (v. 2, 3)
La palabra “Santificación”, es una palabra compuesta que
proviene de las voces latinas sanctus (santo) y facere (hacer);
derivado del griego hagiazo. “Hacer santo”, se puede traducir
como “colocar aparte” y también “brillar”. En el primer
significado, señala que Dios nos desea para él. En el segundo, se
habla de la pureza que, como a la plata refinada, resplandece.
La santificación es un concepto teológico que define la segunda
obra de gracia hecha por el Espíritu Santo, luego de la
Justificación. Esta obra de gracia, permite que el cristiano sea
libre del poder del pecado; así, como dice Juan: “Todo aquel
que permanece en Él, no peca” (1 Juan 3:6). Los hijos de Dios,
que vamos por El Camino, vamos experimentando una
desintoxicación de pecados. Hemos nacido de nuevo, las cosas
viejas pasaron. Somos regenerados en nuestra moralidad, a
través de ir siendo discipulados en la vida comunitaria de la
iglesia; donde se nos enseña la Palabra. Entonces, de modo
milagroso, el Espíritu Santo nos santifica por completo en un
bautismo poderoso de amor.
La santificación, es un milagro integral, que se puede explicar en
dos estados: (1) Una santificación posicional, cuando el cristiano
ha entregado su vida al Señor. Ahora está en Cristo, lo cual le
hace una persona santa, apartada para Dios. Ya no le pertenece
al pecado, ya no tiene la culpa condenatoria. (2) Una
santificación progresiva, que conlleva un proceso de
transformación de la manera de pensar, sentir y actuar, que
durará toda la vida. Esta es posible por medio del milagro de la
Cruz que nos limpia de pecados, la palabra de Dios que es la
verdad que nos santifica; y, el Espíritu Santo, quien obra
ayudándonos a ordenar nuestra vida. Un cristiano, disfruta de
estos dos estados de santidad.
Pero también la santificación orienta la conducta humana en dos
direcciones: (1) Una santidad prohibitiva, que incluye todos los
mandamientos divinos que nos presentan un “NO” a la
conducta. Son prohibiciones a satisfacer los deseos de la carne.
(2) Una santidad permisiva, que estimula a todas aquellas
conductas que expresan el Fruto del Espíritu Santo. El milagro de
la santificación, en verdad nos hace personas asertivas, que
sabemos decir no al pecado y podemos discernir para practicar
todo lo bueno. San Pablo nos dirá: “Por lo demás, hermanos, todo
lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro,
todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud
alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que
aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el
Dios de paz estará con vosotros” (Fil. 8-9).
Nuestro Padre anhela que sus hijos sean personas santificadas.
Que disfruten de su matrimonio en un estado y conducta santa.
Esa es la norma de vida de Dios para su pueblo. Imagine usted
¿cómo será el matrimonio de aquellos hijos de Dios que viven en
santidad? ¿Tendrán problemas? Claro que sí… pero ¿cómo los
resolverán? ¿Cómo será la actitud y conductas amables el uno
para el otro? Dios desea nuestra santificación, no que vivamos en
inmundicia.
2. Dios desea que nos apartemos de fornicación.
“… que os apartéis de fornicación” (v. 3)
Ahora hay una exhortación contra la fornicación. Esta palabra
tanto en el hebreo (Zenuth) como en el griego (porneía) tienen
referencias a la prostitución y la idolatría. Oseas fue un profeta
que ilustró la desviación de la conducta del pueblo de Dios, a
través de la figura del adulterio, como una expresión de
inmoralidad. Dios se presenta como el esposo fiel; y, su pueblo
como la esposa infiel que profana la santidad del pacto. Ezequiel
señala esa conducta inmoral del pueblo de Dios; impulsada por
sus deseos carnales que menospreciaban el deseo de Dios.
Pablo habló claramente de la decadencia moral en su época.
En Romanos 1:18-32 Pablo describe a través de una figura (un
clímax) la manera en que la sociedad va sufriendo su
decadencia moral, hasta llegar a una cauterización de la
conciencia. El eslabón más profundo de esa escalera hacia la
decadencia, es la sexualidad deconstruida. Como en la famosa
pintura de Pedro Pablo Rubens “La caída de los condenados”,
los cuerpos desnudos caen en el abismo infernal, cuyas
profundidades tienen los horrores más terribles.
Así que la exhortación para preservar la santidad en la vida y el
matrimonio es resistir al impulso carnal que estimula una
sexualidad desordenada. Los nuevos cristianos en Tesalónica, no
tenían otra realidad que la perversión sexual (aquel concepto
freudiano, que define una perversión sexual como aquella que
solo busca sexo sin propósito). Asimismo, vivimos en una sociedad
sexuada, todo está relacionado con el sexo, el sexo vende.
La pornografía, palabra derivada de porneía
(porneía=fornicación), es la principal arma de perversión actual.
La prostitución, se busca afirmarse como una profesión aceptada
por la sociedad en cabezas retorcidas de promotores de las
perspectivas de género. Las nuevas generaciones van
identificando que pueden ganar dinero vendiendo su cuerpo. Lo
cual estimula a hombres y mujeres a prostituirse en las redes
sociales, vendiendo sus “packs” y compartiéndolos en forma de
“sexting” (compartir mensajes de contenido sexual) en
plataformas abiertas como Onlyfans, que son los nuevos burdeles
tecnológicos.
Pablo exhorta diciendo “apártense de la corrupción moral”. La
vida de santidad, podría sufrir un retroceso si permitimos que la
cultura afecte con sus modas la cultura del Reino de Dios. Para
eso, necesitamos alimentarnos de la Palabra de Dios, vivir en el
Espíritu para que nos permita dar su Fruto; y, ejercitar nuestro
espíritu por medio de los ejercicios espirituales, tales como:
oración, meditación, ayuno, confesión de pecados, alabanza y
adoración, silencio, contemplación, etc. No importa lo que
hayamos aprendido sobre la sexualidad, podemos vivir una
sexualidad saludable según el propósito divino.
3. Dios desea matrimonios en santidad y honor.
“… que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en
santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los
gentiles que no conocen a Dios” (v. 4-5).
La última exhortación indica que la fortaleza para resistir a la
corrupción moral de la sociedad, es el matrimonio en santidad y
honor. En una sociedad gentil, donde hombres y mujeres se
pervertían sexualmente; Pablo presenta el matrimonio como
aquel lugar de refugio, donde la sexualidad tiene sentido y es
placentera plenamente. Dios desea que, la intimidad en el
matrimonio, produzca unidad física, emocional y espiritual.
Notemos los detalles de esta exhortación: (1) Sepan tener su
propia esposa. Como dos piezas de papel que se unen con
pegamento, el hombre y la mujer quedan pegados el uno al otro.
La sexualidad fuera del matrimonio, haría que, al intentar separar
esas piezas pegadas por la experiencia sexual, provocará
rompimientos dolorosos. Pero en el vínculo del matrimonio, la
sexualidad nos une más y más. (2) En santidad y honor. El sentido
de exclusividad resalta una vez más, esposo y esposa, apartados,
consagrados el uno para el otro. Unidos en una relación
honorable, donde el hombre y la mujer son dignificados,
valorados y amados (heb. Yecar, alto precio; gr. Jaritoo, investir
de gracia, muy favorecida). La sexualidad es dignificadora en el
matrimonio. Cualquier relación sexual fuera del matrimonio,
conducirá a la decepción y pérdida del valor personal. A tal
punto que la promiscuidad sexual, deja vidas vacías y proclives
al suicidio.
Pablo debe hacer una comparación de lo aparentemente
“normal”; pero que es contra la fe. La sociedad decadente en la
que vive cada generación, va haciendo ley, prácticas que al
principio eran extrañas a la naturaleza. Principalmente en
sociedades permisivas, cuyo principio moral es el “sentimiento
relativista”, donde cada persona es creadora de su propia
verdad. Dejando una sociedad solo con verdades relativas, sin
un norte qué seguir o una roca sobre la cual construir. La
sociedad pagana de la cultura romana imperial, era la fuerza
oscura que debía derribarse por la luz del Evangelio de Jesús.
Si el esposo y la esposa, permiten que Dios les haga santos;
entonces tendrán madurez para resistir la guerra pornográfica
que incita a la perversión sexual. Así entonces se podrán tener
matrimonios que vivirán en santidad y honor.
Conclusión:
El mensaje paulino del primer siglo, sigue siendo pertinente para
nuestra sociedad; así como aquella, sufre decadencia moral. En
la inmoralidad sexual que vivimos, cuyo bombardeo implacable
lo hacen los medios (cine, internet y televisión), requerimos
marcar una posición firme. Dios desea matrimonios santos. Los
cristianos que caen en la trampa de la fornicación, pecan contra
su propio cuerpo. Pablo dijo: “Huid de la fornicación. Cualquier
otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas
el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Co. 6:18).
Ante esta realidad que nos contamina; Pablo nos ha dado tres
exhortaciones prácticas para cumplir el deseo del Señor. Dios
desea nuestra santificación personal; Dios desea que nos
apartemos de la fornicación; y, Dios desea matrimonios en
santidad y honor. Construyamos un matrimonio en santidad.

También podría gustarte