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COMENTARIO:
“Aquel que pretenda oír la Voz de Nada... tiene que enterarse de la
naturaleza del Dhâranâ.” Como dice la aclaración, Dharana es un estado de
perfecta concentración de la mente en la esencia espiritual. Sin concentración
no se puede aspirar a la conquista de la Sabiduría, porque en la anarquía de
una mente dispersa, mundana y superficial, no se da la concentración en las
cosas inefables.
“La Mente es el Gran Destructor de lo Real. Mate el discípulo al
Destructor”. Porque la mente, para comprender, ubicarse, para hacer
inteligible su mundo, rompe y divide, otorga sus simpatías a unos objetos y
sus desprecios a otros.
Desde el punto de vista de la Filosofía Atemporal, esto sucede porque
la mente no ve la esencia de todo lo creado, que es Una. Y si “no ve” lo Real,
a menos que se le enseñe y eduque para “ver”, no es válida tal como está.
“Antes que el Alma pueda oír, es menester que uno se vuelva tan
sordo a los rugidos...”
Los “elefantes furiosos” representan el fracaso, el dolor, la calumnia, y
por otra parte, las pasiones terrenales, inferiores. La “dorada mosca de fuego”
y sus susurros representa el halago, el éxito. Tanto al fracaso como a la gloria
ha de ser indiferente el alma del Sabio, pues su único triunfo es Ser. Y esto
implica atemporalidad, cosa que no podemos decir de los fracasos y los
éxitos, que se dan en el mundo de las tres gunas ya estudiadas.
“...debe estar unida con el Hablante Silencioso.” Este es el Espíritu.
Pero, ¿cómo unirse a él? Decía un sabio oriental que el hombre llega al fondo
de sí mismo gracias a su voluntad y a la sabiduría que imprima a su búsqueda.
“Buscarse” no es correr alocadamente tras cualquier cosa que prometa un
encuentro con lo buscado. Por el contrario, se trata de aprender a andar
inteligentemente. Si somos “epidérmicos”, por muy doctos que seamos, si
nuestro corazón se halla lejos de nosotros y nuestra mente es sólo estómago
de nuestra hambre intelectual, si no “oímos”, no “vemos”, no “sentimos”
espiritualmente que caminamos por la mansión de la Vida, si el mundo habla
y nosotros callamos, si todas las cosas nos atan y nosotros dejamos que nos
mantengan prisioneros... ¿cómo aspirar a la Sabiduría, que es Libertad suma,
que es la capitulación de lo mundanal en bien de la Vida en Nosotros?
Sólo así “el Alma oirá y recordará”, porque ese “recordar” es un
retornar al mundo de las esencias al que pertenece el Alma. Todos los pueblos
y filosofías antiguas sabían esto, como lo expresa también Platón en sus
diálogos.
Más adelante, nuestro libro nos revela que poco éxito lograremos en la
búsqueda de nosotros mismos si no nos ausentamos del mundo ilusorio, si nos
guarecemos bajo el caparazón de la personalidad, si al ver el mal y el dolor, lo
tememos y no lo combatimos, si lloramos ante los efectos y permanecemos
incólumes ante las causas de la desdicha humana, que se hallan en la
ignorancia y en el mal uso de la ley que engendra el karma negativo.
Es importante el pensamiento del libro: “Para lograr ser conocedor
del Yo Espiritual, primeramente debe conocerse el yo mundano”. Y esto
es cierto, porque este yo mundano jamás dejará de importunar al Alma que lo
relega, lo violenta, lo quiere suprimir por la fuerza. Es necesario un alto
entendimiento de sus leyes, de sus principios, de sus funciones, si se quiere
luego conquistar aquello que se halla adormecido bajo las tinieblas de este yo
mundano.
“Abandona tu vida si quieres Vivir” es otra frase fundamental de
nuestro libro. ¿Cómo aspirar a la Verdad, si se vive en la mentira?, ¿cómo
pretender ver la Luz, si se lucha por el mantenimiento de las sombras?
Los tres vestíbulos que luego nos menciona son fáciles de interpretar.
Uno es la Ignorancia, o el mundo transitorio de la ilusión, que nuestra falsa
ciencia toma por real y que sólo tiene de real su apariencia. El otro es el
estado de Instrucción, es decir, cuando ya más sinceros en la búsqueda,
salimos en pos de un camino, pero equivocamos la dirección y nos quedamos
en la pluralidad de un conocimiento que no nos otorga las esencias. Solo la
Sabiduría puede darnos lo que buscamos, y ésta constituye el tercer vestíbulo.
Más adelante dice: “...cierra por completo tus sentidos, discípulo, a
la grande y espantable Herejía de Separatividad que te aparta de los
demás”. Ningún discípulo puede ser “yoísta” en el sentido del yo personal, y
debe comprender que su yo y el yo de su vecino están engranados de tal
forma que serían inútiles los esfuerzos humanos por desligarlos, puesto que
por esfuerzo divino están unidos.
“Las puras aguas de eterna vida, claras y cristalinas, no pueden
mezclarse con los cenagosos torrentes del tempestuoso monzón”. Es inútil
querer vivir en la tierra y en el cielo, querer unir materia y Espíritu, y a ambos
consentirles lo mismo. Dijo un conocido dramaturgo inglés: “Ser o no ser, esa
es la cuestión”. Porque no podemos pretender llegar a santos y ser criminales.
Como todo lo creado, tenemos una “cuota” de energía, y si la dedicamos a las
cosas físicas y mundanas, no nos va a quedar nada para lo Superior. Esto es
evidente y no requiere mucho esfuerzo mental para comprenderlo. El que
quiere amalgamar una vida exterior con una de Espíritu, es porque no se da
cuenta de la importancia de esta última, no la siente, no la ve. Es lógico que
piense en la posibilidad de amalgamar el cielo y la tierra... porque nunca
estuvo en el cielo.
Dice el párrafo siguiente: “...deja que las ardientes lágrimas
humanas caigan una a una en tu corazón, y en él permanezcan sin
enjugarlas, hasta que se haya desvanecido el dolor que las causara”. Es
decir, que el hombre inteligente ha de tratar de curar la causa ultérrima del
mal y no sólo su efecto, porque si sólo el efecto es curado, el mal volverá de
nuevo, ya que aún continúa la causa que le dio origen.
Nos duele el mal, la enfermedad, el dolor de muchas criaturas del
mundo, y quisiéramos alcanzarles un mar de bondades a fin de mitigar su
pena. Cuando leemos que muchos hombres mueren de hambre y de frío,
sufrimos por ello; pero no sabemos sufrir; también el dolor ha de ser
inteligente. Podemos darles el pan, y la casa, y la medicina que les haga falta;
pero sobre todas las cosas, tratemos de enseñarles a no producir nuevas causas
que provoquen nuevas pérdidas en lo imprescindible para su subsistencia. Los
bienes no se pierden en la materia; comienzan a perderse mucho antes,
cuando se desarrollan las causas que luego darán por efecto tales ausencias.
Sólo los hombres ciegos ven en la materia la causa de la materia. La materia
es sólo el mármol donde el artífice de la mente diagrama su figura, bien o
mal, según la calidad del artista.
“La escala por la cual asciende el candidato está formada por
peldaños de sufrimiento y de dolor”. Porque la llamada del mundo es
todavía muy fuerte para aquel que comienza su camino, ya que aún no hay
gran distancia entre él y lo que deja. Es como el remontar de un ave que, en
los primeros instantes de su vuelo, ve la tierra, su nido y sus compañeros
cercanos, pero que luego, si sigue su viaje a través del espacio, verá todo más
distante a cada segundo que transcurra. Tiempo es conciencia en este caso, y
adquirir la conciencia de lo superior hace que se disuelva la de lo inferior
como nube de humo. El problema es saber soportar los primeros momentos
del camino. Luego resulta más fácil; pero el primer momento, como nos dice
nuestro libro, es sufrimiento. Hay demasiadas raíces nuestras en lo perecedero
para que podamos alejarnos de ello sin sufrir.
“Aquieta tu mente y fija toda tu atención en el Maestro”, es decir,
en tu Ser decantado, en tu Tríada Superior.
CONCLUSIÓN:
Para oír la Voz del Silencio, esto es, la voz de nuestro Ser, de nuestro
Espíritu, es necesario morir como seres personales, subyugar nuestra
naturaleza mundana, pasar de la ignorancia a la búsqueda de la Sabiduría, es
decir, a la Instrucción, y de ésta pasar a la Sabiduría plena. Para ello, hace
falta templar el corazón en la piedad, disolver todo sentimiento de
separatividad, estar prontos para matar el dolor y la causa del dolor en el que
sufre.
Para oír la Voz del Silencio, hemos de mantenernos a distancia de
nuestros sentidos, gobernar nuestra mente, no dejarnos pensar, sino pensar lo
que debemos, buscar la compañía de los grandes libros y de los hombres
sabios, escuchar sólo las voces de la armonía, trabajar para lo Superior. La
Voz del Silencio sólo puede ser escuchada por el Hombre Idealista. El que no
lo es, sólo entenderá ruidos con los oídos físicos, sólo encontrará a su paso los
quejidos angustiosos de la muerte, sólo será un esclavo de la vida, a la que no
servirá sino en la medida que goce haciéndolo. La Humanidad nada tendrá
que agradecerle, y sí mucho que reprocharle; porque los hombres ciegos, "–
ciegos voluntariamente–" son causantes de que las semillas del mal sigan
sembrándose en los campos inagotables del mundo.
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GLOSARIO DE TÉRMINOS SÁNSCRITOS:
Nâda Captación de las “voces” de nuestro Ser Espiritual, la Voz del
Silencio.
Raja Rey, el que gobierna o manda.
Dhâranâ Perfecta e intensa concentración del vehículo mental en lo
espiritual.
Sakhâyaditth La ilusión de creernos absolutamente diferentes e independientes
i del resto. La falsa creencia en la eternidad de nuestra
personalidad, de nuestro yo temporal y mundano.
Avidyâ Ignorancia.
Attavâda El error de creer que nuestra alma se halla separada del Alma
Universal.
Akshara Conciencia perfecta, espiritual, ominividente.
Mâra Lo que mata a nuestro Ser Espiritual; son nuestras pasiones,
defectos. La Mitología oriental lo ha caracterizado como un
demonio, y así, Mâra es “el Dios de la muerte.”
Gurú Maestro.
Lanú Discípulo. Aquél que está dispuesto humildemente a aprender;
aquél que busca la Sabiduría no como galardón, sino como un
derecho profundo de su apenas vislumbrado Ser Interior.
Agnyâna Ignorancia.
Mâyâ La ilusión, el mundo ilusorio; creer que es verdad lo que sólo es
aparente. Por extensión, se suele llamar Mâyâ al mundo objetivo,
al Universo manifiesto, a nuestra personalidad. En fin, a todo
aquello que no participa de las esencias atemporales.
Buddha El hombre Iluminado, el que ve las esencias de las cosas; el que
percibe la Realidad y ya no puede ser atrapado por la ilusión.
Tanhâ La voluntad de vivir, y a su vez, el terror a la muerte por falta de
comprensión de que vida y muerte son dos caras de una misma
moneda, y que no se puede buscar una sin caer en la otra.
Upâdhi Vehículo.
Dhyâna Uno de los estados de mayor perfección espiritual en virtud de
haber ejercido un preciso y exacto control de la mente. Esto
desemboca en el Shamâdhi, que es la perfecta posesión de sí
mismo, esto es, el que llegó al final de sus evoluciones terrestres.
Sat El Ser, lo verdadero.
Asat El No Ser, lo falso, lo ilusorio.