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TEMA III

LA VOZ DEL SILENCIO

Características generales del pensamiento tibetano


Cada pueblo tiene una forma propia o característica de pensar. Esto se
debe a distintos aspectos naturales del desarrollo de su cultura, a su historia, a
sus creencias, a la zona geográfica en que se encuentra y a otros muchos
factores determinantes que los estudiosos han encuadrado bajo el apelativo
común de Fundamentos Teoréticos de la Historia.
El pueblo tibetano se vio afectado por un factor geográfico decisivo: las
montañas del Himalaya. Este gran límite natural mantuvo a los tibetanos
separados de otras civilizaciones durante muchísimos años. Era difícil llegar a
estas tierras blancas, con un clima seco y frío que no todos los habitantes de
zonas limítrofes estaban en condiciones de soportar. Esta forma natural de
separación se complementó con un aislamiento provocado por las propias
concepciones de los gobernantes, quienes pensaron que poco bueno cabía
esperar de los pueblos vecinos. Y así, con la única excepción del Budismo,
durante varios cientos de años ninguna forma de cultura exterior penetró en
este coto cerrado.
Sólo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, el Tíbet comienza a
ser descubierto por el mundo. Esto no significa que anteriormente fuese
ignorado: muy al contrario, era ya conocido desde épocas remotas; pero su
acceso estaba reducido a un escaso número de sacerdotes o monjes dotados
del conocimiento necesario y de la osadía del Iniciado. Muchos europeos han
tratado de penetrar en estas tierras sin haberlo conseguido nunca, y han
relatado insólitas experiencias ocurridas durante sus viajes. Para conocer
hechos extraños, nada mejor que acudir a las antiquísimas leyendas orientales
que nos hablan sobre el Tíbet.
Dicen algunos orientales que el Tíbet es el Ombligo del Mundo, centro
espiritual en el que tuvo su origen el ser humano; lo mismo que decían los
incas con respecto a Cuzco –que también significa “ombligo” – o los griegos
con respecto a Delfos. Cuentan otras tradiciones que allí se guardan las
reliquias más antiguas que el hombre pueda imaginar, libros escritos en hojas
de palmera y en piedra que contienen la Historia de la Humanidad, y un
caudal de conocimientos no alcanzados aún por la moderna ciencia y la
tecnología. Otras tradiciones nos hablan de la existencia de los llamados
Yoguis de las Montañas Blancas, seres Divinos que rigen la evolución del
Hombre. Todas sus leyendas nos muestran el clima de misterio que envuelve
a este lejano país.
Las particularidades climáticas (el promedio de altitud es de 4.000
metros sobre el nivel del mar), la escasa vegetación y el aislamiento secular,
han endurecido a sus pobladores y han propiciado el nacimiento de una
peculiarísima cultura de difícil comprensión para las mentes occidentales.
Los tibetanos no especulan sobre las verdades, las viven. No hablan de
Dioses y tratan de bajarlos a la tierra, sino que ellos tratan de elevarse al cielo.
Este camino se recorre a través de una moral sumamente estricta y dura.
Debido a estas particularidades, notaremos una diferencia formal en su
filosofía, en comparación con la de la India (que podemos resumir en el
Bhagavad Gîtâ ya estudiado). Esencialmente ambas hablan de lo mismo, pero
la mentalidad tibetana ha prescindido de la dulce y paternal envoltura
característica del pensamiento hindú.
Esto no significa que los sabios tibetanos sean fríos y antihumanos,
muy por el contrario, pero en sus obras no hay exuberancia de ningún tipo,
sino que dejan traslucir la belleza natural que se halla en todas las cosas, sin
agregar y sin quitar nada.
En estas tierras reinó la Religión de la Sabiduría, que con el tiempo fue
ocultándose más y más, hasta quedar en la forma externa y vacía de las
supersticiones dogmáticas, de las brujerías y de las sectas como la de los
llamados Dugpas, un tipo de hechiceros. Cuando el Tibet fue invadido por las
tropas de la China comunista, esta Sabiduría se perdió totalmente a los ojos de
los investigadores comunes.
País de leyenda y de misterio en el que se refugiaron los conocimientos
iniciáticos al caer el Imperio de Occidente, el Tíbet ha sido conquistado y
arrasado; pero su legado –aunque en mínima parte– se conserva a través de
algunas obras rescatadas del cataclismo. Una de ellas es precisamente El
Libro de los preceptos de Oro, del cual se ha extraído La Voz del Silencio.

Introducción al libro “La Voz del Silencio”


Aún considerándolo superficialmente, La Voz del Silencio es uno de los
libros más notables de la literatura oriental. Pero antes de intentar descubrir
sus profundas enseñanzas, conviene volver la mirada hacia la extraordinaria
figura de Helena Petrovna Blavatsky, filósofa y tratadista rusa del siglo XIX,
cuyo esfuerzo ha permitido dar a conocer esta obra en Occidente.
Helena Petrovna Hahn nació prematuramente en la medianoche entre el
30 y el 31 de Julio (según el calendario ruso, el 12 de agosto) de 1831, en
Ekaterinoslav, al sur de Rusia. Algunos raros incidentes que ocurrieron a la
hora de su nacimiento y con ocasión de su bautismo, hicieron que la
servidumbre le presagiara una existencia tormentosa.
Helena fue una niña indócil, descendiente de una larga línea de
hombres y mujeres poderosos y altivos. La historia de su linaje es la historia
de Rusia: su familia era una de las de primer rango en su país, con tradición y
dignidad sostenidas y conocidas a través de toda Europa. Helena fue una
rebelde y desde su niñez se burló firmemente de los convencionalismos,
aunque era lo suficientemente sensitiva como para comprender que sus
acciones no debían afectar ni herir el honor de su familia. Su padre, el capitán
Peter Hahn, descendía de los viejos Cruzados de Mecklenburg, los
Rottenstern Hahn. Debido a que su madre, una ilustrada literata, murió
cuando ella tenía once años, pasó Helena su niñez con sus abuelos, los
Fadéeff, en una vieja e inmensa mansión de Saratov que cobijaba a muchos
miembros de la familia y a numerosos criados y asistentes, ya que su abuelo
Fadéeff era gobernador de la provincia de Saratov.
La naturaleza de Helena estaba fuertemente impregnada de una innata
capacidad psíquica tan poderosa que indudablemente constituyó su más
predominante característica. Ella sostenía y demostraba que tenía la habilidad
para comunicarse con los moradores de los mundos sutiles e invisibles y con
los seres que para nosotros no existen. Esta capacidad natural fue
posteriormente disciplinada, y desarrollada a través de toda su vida. Su
educación sufrió la influencia de la posición social de su familia y de los
factores culturales imperantes. Así fue una hábil lingüista y una brillante
música; adquirió sentido científico y experiencia a través de su erudita abuela,
y heredó las facultades literarias que caracterizaban a la familia.
En 1848, a la edad de 17 años, Helena contrajo matrimonio con el
general Nicephore V. Blavatsky, gobernador de la provincia de Erivan, y
hombre ya entrado en años. Existen diversas versiones referentes al porqué de
este casamiento, pero lo que se hizo evidente desde el principio fue que esta
unión no agradó a Helena, porque después de tres meses abandonó a su
marido y huyó a casa de sus familiares, los cuales la enviaron a casa de su
padre. Pero, temerosa de que la obligaran a regresar con el general Blavatsky,
volvió a escaparse, comenzando así sus años de vagabundeo y aventuras. A
pesar de esto, su padre mantuvo contacto con ella y le ayudó financieramente.
Según parece, Helena se mantuvo alejada de Rusia el tiempo necesario como
para hacer que la separación de su esposo fuera legal.
En 1851 Helena, ahora Madame Blavatsky o H.P.B., encontró por
primera vez, físicamente, a su Maestro, el Hermano Mayor o Adepto, que
había sido siempre su protector y la había preservado de daños mayores en
sus aventuras juveniles. A partir de ese momento se convirtió en su fiel
discípula, totalmente obediente a sus indicaciones y directivas. Bajo su guía
aprendió a controlar y dirigir sus fuerzas, a las cuales se encontraba sometida
en razón de su excepcional naturaleza. Esta conducción la llevó a través de
experiencias de extraordinaria variedad, dentro de los dominios de la magia y
del ocultismo. Así, aprendió a recibir mensajes de sus Maestros y a
transmitirlos a sus destinatarios, eludiendo valientemente cada peligro y mala
interpretación en su camino.
Seguir el rastro de sus peregrinajes durante el período de instrucción
equivale a verla trabajando a través de todo el mundo. Parte de este tiempo lo
pasó H.P.B. en las regiones del Himalaya, estudiando en los monasterios que
todavía conservaban las enseñanzas de algunos de los más eruditos y
espirituales Maestros de los tiempos pasados. Allí estudió la vida y las leyes
de los mundos internos, y las reglas que deben cumplirse para ganar el acceso
a los mismos. Como testimonio de esta etapa de su entrenamiento esotérico,
nos ha dejado una exquisita versión de axiomas espirituales en su libro The
Voice of the Silence (La Voz del Silencio).
En compañía del Dr. H.S. Olcott y de un grupo de intelectuales, fundó
en 1875 una sociedad de estudio y divulgación sobre los conocimientos
perdidos por Occidente, bajo el lema: NADA HAY SUPERIOR A LA
VERDAD. Igualmente, y con idéntico fin, escribió numerosas obras entre las
que destacan Isis sin Velo y Doctrina Secreta.
El 8 de mayo de 1.891 muere en la ciudad de Londres, dejando como
legado para la posteridad uno de los más sublimes pensamientos jamás
presentados al mundo. Y para entender la naturaleza de su trabajo, he aquí
unas palabras de Montaigne1 con las que ella se expresó a menudo: “Señores,
aquí tengo un ramillete de flores escogidas; nada hay en él mío, sino el lazo
que las une”.

ADAPTACIÓN PEDAGÓGICA DEL TEXTO:


Aquel que pretenda oír la Voz de Nada, el Sonido Insonoro, y
comprenderlo, tiene que enterarse de la naturaleza de Dhâranâ
(contemplación de la mente, hecha con toda perfección, sobre algún objeto
interno y en completa enajenación del universo externo).
Habiéndose vuelto indiferente a los objetos de percepción, debe el
discípulo ir en busca del Rey de los Sentidos, el Productor del
Pensamiento, aquel que despierta la ilusión.

1 Doctrina Secreta, tomo I, pág. 68 Ed. Kier.


La mente es el Gran Destructor de lo Real. Mate el discípulo al
Destructor. Porque, cuando su propia forma le parezca ilusoria, como al
despertar lo son todas las formas que en el sueño ve, cuando haya cesado
de oír los muchos sonidos, entonces podrá discernir al Uno, al Sonido
Interno que mata el externo.
Entonces únicamente, y no antes, abandonará la región de Asat (lo
falso) para entrar en el reino de Sat (lo verdadero).
Antes que el Alma pueda oír, es menester que uno se vuelva tan
sordo a los rugidos como a los susurros, a los bramidos de los elefantes
furiosos como al zumbido argentino de la dorada mosca de fuego.
Antes que el Alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar
unida con el Hablante Silencioso, de igual modo que la forma de la cual
es modelada la arcilla lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque entonces el Alma oirá y recordará, y a su Ser Interior le
hablará la Voz del Silencio, y le dirá:
Si tu Alma sonríe mientras se baña en la luz del sol de tu vida, si
canta tu Alma dentro de su crisálida de carne y materia, si llora en su
castillo de ilusiones, si pugna por romper el hilo argentino que la une al
Maestro, sabe, discípulo, que tu Alma es de la Tierra.
Cuando tu Alma en capullo presta oídos al bullicio mundano,
cuando responde a la rugiente voz de la gran ilusión, que es el mundo
objetivo, cuando temerosa por la vista de las ardientes lágrimas de dolor
y ensordecida por los gritos de desolación, se refugia tu Alma, a manera
de cautelosa tortuga, dentro del caparazón de la personalidad, sabe,
discípulo, que tu Alma es altar indigno de su Dios silencioso.
Cuando, ya más fortalecida, tu Alma se desliza de su seguro refugio
y, arrancándose del tabernáculo protector, extiende su hilo de plata y se
lanza adelante, cuando contempla su imagen en el espacio y murmura:
“éste soy yo”, declara, discípulo, que tu Alma está aún presa en las redes
de la ilusión.
Esta tierra, discípulo, es la Mansión del Dolor, en donde hay
colocados a lo largo del sendero de tremendas pruebas, diferentes lazos
para coger a tu Yo, engañándolo con la ilusión llamada Gran Herejía, que
es la creencia de que tu Alma se halla separada del Yo Único, Universal e
Infinito.
Esta tierra, ¡oh ignorante discípulo!, no es sino el sombrío vestíbulo
por el cual uno se encamina al crepúsculo que precede al Valle de la Luz,
verdadera Luz que ningún viento puede apagar, Luz que arde sin pabilo
ni combustible.
Abandona tu vida si quieres Vivir.
Tres vestíbulos, ¡oh, fatigado peregrino!, conducen al término de
los penosos trabajos. Tres vestíbulos, si eres capaz de vencer la ilusión, te
conducirán, a través de varios estados de conciencia, a uno de elevada
conciencia espiritual.
El nombre del primer vestíbulo es Ignorancia (que en sánscrito se
dice Avidyâ.) Es el vestíbulo en el que tú vives y en el que morirás.
El nombre del segundo es Instrucción, meramente mental; es el
mundo psíquico de visiones engañosas.
El nombre del tercer vestíbulo es Sabiduría, más allá del cual se
extiende la Omnisciencia.
Si quieres cruzar seguro el primer vestíbulo, haz que tu mente no
tome por la luz del Sol de la Vida, los fuegos de concupiscencia que allí
arden.
Si quieres cruzar sano y salvo el segundo, no te detengas a aspirar
el aletargador perfume de las flores que allí moran. Si de las cadenas
kármicas quieres librarte, no busques tu Gurú en aquellas mayávicas
regiones.
Los sabios no se detienen jamás en los jardines de recreo de los
sentidos.
Los sabios desoyen las halagadoras voces de la ilusión.
Aquel que ha de darte nacimiento, búscalo en el vestíbulo de la
Sabiduría, en el vestíbulo que está situado sobre toda sombra y donde la
Luz de la Verdad brilla con gloria inmarcesible.
Aquello que es increado reside en ti, discípulo, como reside en
aquel vestíbulo.
Si quieres llegar a él, debes despojarte de las negras vestiduras de
la ilusión.
Acalla la voz de la carne; no consientas que ninguna imagen de los
sentidos se interponga entre su Luz y la tuya, y que así las dos puedan
confundirse en una.
Y tan pronto te hayas persuadido de tu propio Agnyana, esto es, de
tu propia ignorancia, huye del vestíbulo de la Instrucción. Este vestíbulo,
tan peligroso en su pérfida belleza, es necesario sólo para tu prueba.
Cuidado, lanú (discípulo), no sea que deslumbrado por el resplandor
ilusorio, se detenga tu Alma y en su engañosa luz quede presa.
Esta luz radiante emana de la joya del Gran Engañador, Mâra, o
sea, el conjunto de defectos que agobia a la Humanidad toda y que mata
el Alma. Hechizados los sentidos y ciega la mente, se convierte el hombre
en un náufrago desvalido.
Contempla las legiones de Almas. Mira cómo se ciernen sobre el
proceloso mar de la vida humana y cómo, exhaustas, perdiendo fuerzas,
rotas las alas, acosadas por el furioso vendaval, se precipitan en los
regolfos y desaparecen abismadas en el primer gran vórtice.
Si desde el vestíbulo de la Sabiduría pretendes pasar al Valle de
Bienaventuranza, cierra por completo tus sentidos, discípulo, a la grande
y espantable Herejía de Separatividad que te aparta de los demás.
Las puras aguas de eterna vida, claras y cristalinas, no pueden
mezclarse con los cenagosos torrentes del tempestuoso monzón.
Lucha con tus pensamientos impuros antes que ellos te dominen.
Trátalos como pretenden ellos tratarte a ti, porque si, usando la
tolerancia con ellos, arraigan y crecen, sábelo bien, estos pensamientos te
subyugarán y matarán. Cuidado, discípulo, no permitas que ni aun la
sombra de ellos se acerque a ti. Porque crecerá, aumentará en magnitud
y en poder, y entonces sus tinieblas absorberán tu ser antes de que te
hayas dado cuenta de su nefasta presencia.
El yo material y el Yo Espiritual jamás pueden estar juntos. Uno de
los dos tiene que desaparecer; no hay lugar para ambos.
Antes que la mente de tu Alma pueda comprender, el capullo de la
personalidad debe ser aplastado, y todo germen de sensualismo
aniquilado sin resurrección posible. No puedes recorrer el Sendero antes
de que tú te hayas convertido en el Sendero mismo.
Haz que tu Alma preste oídos a todo grito de dolor, y no permitas
que el sol ardiente seque una sola lágrima de pena antes de que tú la
hayas enjugado en el ojo del que sufre. Pero deja que las ardientes
lágrimas humanas caigan una a una en tu corazón, y en él permanezcan
sin enjugarlas, hasta que se haya desvanecido el dolor que las causara.
Estas lágrimas, ¡oh tú de corazón compasivo!, son los arroyos que
riegan los campos de caridad inmortal. En este suelo es donde crece la
flor de medianoche, la flor de Buddha, más difícil de encontrar y más
rara de ver que ninguna otra.
Es la semilla que libra del renacimiento, pone al Arhat a cubierto
de toda lucha y concupiscencia, y le guía, a través de las regiones del Ser,
a la paz y beatitud conocidas únicamente en la región del Silencio y del
No Ser.
Mata el deseo; pero si lo matas, vigila atentamente, no sea que de
entre los muertos se levante de nuevo. Mata el amor a la vida; pero si lo
matas, procura que no sea por la sed de vida eterna. No te irrites contra
el Karma ni contra las leyes inmutables de la Naturaleza. Lucha tan sólo
contra lo personal, lo transitorio, lo efímero, lo perecedero. Ayuda a la
Naturaleza y con ella trabaja, y la Naturaleza te considerará como uno de
sus creadores y te prestará obediencia.
Sólo existe una vereda que conduce al Sendero; sólo al término de
ella se puede oír la Voz del Silencio. La escala por la cual asciende el
candidato está formada por peldaños de sufrimiento y de dolor. Estos
únicamente pueden ser acallados por la voz de la virtud.
¡Ay de ti, discípulo, si queda un solo vicio que no hayas dejado
atrás! Porque entonces, la escala cederá bajo tus plantas y te precipitará.
Su base descansa en el profundo cenagal de tus pecados y defectos, y
antes que puedas cruzar ese ancho abismo de materia, tienes que lavar
tus pies en las aguas de la renunciación. Sé precavido, no sea que pongas
un pie todavía manchado en el peldaño inferior de la escala.
¡Ay de aquel que se atreva a ensuciar con sus pies fangosos un
escalón tan sólo! El cieno se secará, se hará tenaz, unirá sus pies a aquel
sitio, y como un pájaro atrapado en la liga del cazador astuto, quedará
imposibilitado para un nuevo progreso. Sus vicios adquirirán forma y lo
arrastrarán hasta el fondo. Sus pecados levantarán una voz semejante a
la risa del chacal después de la puesta del Sol. Sus pensamientos se
convertirán en un ejército y se lo llevarán tras de sí como a un esclavo.
Mata tus deseos, lanú. Reduce tus vicios a la impotencia antes de
dar el primer paso en el solemne viaje.
Aquieta tu mente y fija toda tu atención en el Maestro, a quien
todavía no ves, pero a quien tú ya sientes.
Largo y penoso es el camino que tienes ante ti, discípulo. Un solo
pensamiento acerca de lo que dejaste atrás en el pasado te arrastrará al
fondo, y tendrás que emprender de nuevo la subida.
Mata en ti mismo el recuerdo de pasadas experiencias. No mires
atrás o estás perdido.
No creas que pude extirparse la concupiscencia satisfaciéndola o
saciándola, pues esto es una abominación inspirada por lo perecedero.
Alimentando al vicio es como se desarrolla y adquiere fuerza; a la
manera del gusano, se ceba en el corazón de la flor.
Si logras la realización en ti de todo esto, ¿en dónde estará tu
individualidad?, ¿en dónde el mismo discípulo?... Serás la chispa perdida
en el fuego, la gota en el océano, el rayo siempre presente convertido en la
radiación universal y eterna.
Y ahora, reposa bajo el árbol Bodhi, que es la Perfección de todo
Conocimiento. Porque, sábelo, si todo esto se realiza en ti, eres Maestro
de tí mismo y nacerás al estado espiritual más perfecto.
¡Mira! Tú has llegado a ser la Luz, tú te has convertido en el
Sonido, tú eres tu Maestro; eres Tú Mismo, el objeto de tus
investigaciones, la incesante Voz que resuena a través de las eternidades,
libre de cambios, exenta de pecado, los siete sonidos en Uno, la Voz del
Silencio.

COMENTARIO:
“Aquel que pretenda oír la Voz de Nada... tiene que enterarse de la
naturaleza del Dhâranâ.” Como dice la aclaración, Dharana es un estado de
perfecta concentración de la mente en la esencia espiritual. Sin concentración
no se puede aspirar a la conquista de la Sabiduría, porque en la anarquía de
una mente dispersa, mundana y superficial, no se da la concentración en las
cosas inefables.
“La Mente es el Gran Destructor de lo Real. Mate el discípulo al
Destructor”. Porque la mente, para comprender, ubicarse, para hacer
inteligible su mundo, rompe y divide, otorga sus simpatías a unos objetos y
sus desprecios a otros.
Desde el punto de vista de la Filosofía Atemporal, esto sucede porque
la mente no ve la esencia de todo lo creado, que es Una. Y si “no ve” lo Real,
a menos que se le enseñe y eduque para “ver”, no es válida tal como está.
“Antes que el Alma pueda oír, es menester que uno se vuelva tan
sordo a los rugidos...”
Los “elefantes furiosos” representan el fracaso, el dolor, la calumnia, y
por otra parte, las pasiones terrenales, inferiores. La “dorada mosca de fuego”
y sus susurros representa el halago, el éxito. Tanto al fracaso como a la gloria
ha de ser indiferente el alma del Sabio, pues su único triunfo es Ser. Y esto
implica atemporalidad, cosa que no podemos decir de los fracasos y los
éxitos, que se dan en el mundo de las tres gunas ya estudiadas.
“...debe estar unida con el Hablante Silencioso.” Este es el Espíritu.
Pero, ¿cómo unirse a él? Decía un sabio oriental que el hombre llega al fondo
de sí mismo gracias a su voluntad y a la sabiduría que imprima a su búsqueda.
“Buscarse” no es correr alocadamente tras cualquier cosa que prometa un
encuentro con lo buscado. Por el contrario, se trata de aprender a andar
inteligentemente. Si somos “epidérmicos”, por muy doctos que seamos, si
nuestro corazón se halla lejos de nosotros y nuestra mente es sólo estómago
de nuestra hambre intelectual, si no “oímos”, no “vemos”, no “sentimos”
espiritualmente que caminamos por la mansión de la Vida, si el mundo habla
y nosotros callamos, si todas las cosas nos atan y nosotros dejamos que nos
mantengan prisioneros... ¿cómo aspirar a la Sabiduría, que es Libertad suma,
que es la capitulación de lo mundanal en bien de la Vida en Nosotros?
Sólo así “el Alma oirá y recordará”, porque ese “recordar” es un
retornar al mundo de las esencias al que pertenece el Alma. Todos los pueblos
y filosofías antiguas sabían esto, como lo expresa también Platón en sus
diálogos.
Más adelante, nuestro libro nos revela que poco éxito lograremos en la
búsqueda de nosotros mismos si no nos ausentamos del mundo ilusorio, si nos
guarecemos bajo el caparazón de la personalidad, si al ver el mal y el dolor, lo
tememos y no lo combatimos, si lloramos ante los efectos y permanecemos
incólumes ante las causas de la desdicha humana, que se hallan en la
ignorancia y en el mal uso de la ley que engendra el karma negativo.
Es importante el pensamiento del libro: “Para lograr ser conocedor
del Yo Espiritual, primeramente debe conocerse el yo mundano”. Y esto
es cierto, porque este yo mundano jamás dejará de importunar al Alma que lo
relega, lo violenta, lo quiere suprimir por la fuerza. Es necesario un alto
entendimiento de sus leyes, de sus principios, de sus funciones, si se quiere
luego conquistar aquello que se halla adormecido bajo las tinieblas de este yo
mundano.
“Abandona tu vida si quieres Vivir” es otra frase fundamental de
nuestro libro. ¿Cómo aspirar a la Verdad, si se vive en la mentira?, ¿cómo
pretender ver la Luz, si se lucha por el mantenimiento de las sombras?
Los tres vestíbulos que luego nos menciona son fáciles de interpretar.
Uno es la Ignorancia, o el mundo transitorio de la ilusión, que nuestra falsa
ciencia toma por real y que sólo tiene de real su apariencia. El otro es el
estado de Instrucción, es decir, cuando ya más sinceros en la búsqueda,
salimos en pos de un camino, pero equivocamos la dirección y nos quedamos
en la pluralidad de un conocimiento que no nos otorga las esencias. Solo la
Sabiduría puede darnos lo que buscamos, y ésta constituye el tercer vestíbulo.
Más adelante dice: “...cierra por completo tus sentidos, discípulo, a
la grande y espantable Herejía de Separatividad que te aparta de los
demás”. Ningún discípulo puede ser “yoísta” en el sentido del yo personal, y
debe comprender que su yo y el yo de su vecino están engranados de tal
forma que serían inútiles los esfuerzos humanos por desligarlos, puesto que
por esfuerzo divino están unidos.
“Las puras aguas de eterna vida, claras y cristalinas, no pueden
mezclarse con los cenagosos torrentes del tempestuoso monzón”. Es inútil
querer vivir en la tierra y en el cielo, querer unir materia y Espíritu, y a ambos
consentirles lo mismo. Dijo un conocido dramaturgo inglés: “Ser o no ser, esa
es la cuestión”. Porque no podemos pretender llegar a santos y ser criminales.
Como todo lo creado, tenemos una “cuota” de energía, y si la dedicamos a las
cosas físicas y mundanas, no nos va a quedar nada para lo Superior. Esto es
evidente y no requiere mucho esfuerzo mental para comprenderlo. El que
quiere amalgamar una vida exterior con una de Espíritu, es porque no se da
cuenta de la importancia de esta última, no la siente, no la ve. Es lógico que
piense en la posibilidad de amalgamar el cielo y la tierra... porque nunca
estuvo en el cielo.
Dice el párrafo siguiente: “...deja que las ardientes lágrimas
humanas caigan una a una en tu corazón, y en él permanezcan sin
enjugarlas, hasta que se haya desvanecido el dolor que las causara”. Es
decir, que el hombre inteligente ha de tratar de curar la causa ultérrima del
mal y no sólo su efecto, porque si sólo el efecto es curado, el mal volverá de
nuevo, ya que aún continúa la causa que le dio origen.
Nos duele el mal, la enfermedad, el dolor de muchas criaturas del
mundo, y quisiéramos alcanzarles un mar de bondades a fin de mitigar su
pena. Cuando leemos que muchos hombres mueren de hambre y de frío,
sufrimos por ello; pero no sabemos sufrir; también el dolor ha de ser
inteligente. Podemos darles el pan, y la casa, y la medicina que les haga falta;
pero sobre todas las cosas, tratemos de enseñarles a no producir nuevas causas
que provoquen nuevas pérdidas en lo imprescindible para su subsistencia. Los
bienes no se pierden en la materia; comienzan a perderse mucho antes,
cuando se desarrollan las causas que luego darán por efecto tales ausencias.
Sólo los hombres ciegos ven en la materia la causa de la materia. La materia
es sólo el mármol donde el artífice de la mente diagrama su figura, bien o
mal, según la calidad del artista.
“La escala por la cual asciende el candidato está formada por
peldaños de sufrimiento y de dolor”. Porque la llamada del mundo es
todavía muy fuerte para aquel que comienza su camino, ya que aún no hay
gran distancia entre él y lo que deja. Es como el remontar de un ave que, en
los primeros instantes de su vuelo, ve la tierra, su nido y sus compañeros
cercanos, pero que luego, si sigue su viaje a través del espacio, verá todo más
distante a cada segundo que transcurra. Tiempo es conciencia en este caso, y
adquirir la conciencia de lo superior hace que se disuelva la de lo inferior
como nube de humo. El problema es saber soportar los primeros momentos
del camino. Luego resulta más fácil; pero el primer momento, como nos dice
nuestro libro, es sufrimiento. Hay demasiadas raíces nuestras en lo perecedero
para que podamos alejarnos de ello sin sufrir.
“Aquieta tu mente y fija toda tu atención en el Maestro”, es decir,
en tu Ser decantado, en tu Tríada Superior.
CONCLUSIÓN:
Para oír la Voz del Silencio, esto es, la voz de nuestro Ser, de nuestro
Espíritu, es necesario morir como seres personales, subyugar nuestra
naturaleza mundana, pasar de la ignorancia a la búsqueda de la Sabiduría, es
decir, a la Instrucción, y de ésta pasar a la Sabiduría plena. Para ello, hace
falta templar el corazón en la piedad, disolver todo sentimiento de
separatividad, estar prontos para matar el dolor y la causa del dolor en el que
sufre.
Para oír la Voz del Silencio, hemos de mantenernos a distancia de
nuestros sentidos, gobernar nuestra mente, no dejarnos pensar, sino pensar lo
que debemos, buscar la compañía de los grandes libros y de los hombres
sabios, escuchar sólo las voces de la armonía, trabajar para lo Superior. La
Voz del Silencio sólo puede ser escuchada por el Hombre Idealista. El que no
lo es, sólo entenderá ruidos con los oídos físicos, sólo encontrará a su paso los
quejidos angustiosos de la muerte, sólo será un esclavo de la vida, a la que no
servirá sino en la medida que goce haciéndolo. La Humanidad nada tendrá
que agradecerle, y sí mucho que reprocharle; porque los hombres ciegos, "–
ciegos voluntariamente–" son causantes de que las semillas del mal sigan
sembrándose en los campos inagotables del mundo.

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GLOSARIO DE TÉRMINOS SÁNSCRITOS:
Nâda Captación de las “voces” de nuestro Ser Espiritual, la Voz del
Silencio.
Raja Rey, el que gobierna o manda.
Dhâranâ Perfecta e intensa concentración del vehículo mental en lo
espiritual.
Sakhâyaditth La ilusión de creernos absolutamente diferentes e independientes
i del resto. La falsa creencia en la eternidad de nuestra
personalidad, de nuestro yo temporal y mundano.
Avidyâ Ignorancia.
Attavâda El error de creer que nuestra alma se halla separada del Alma
Universal.
Akshara Conciencia perfecta, espiritual, ominividente.
Mâra Lo que mata a nuestro Ser Espiritual; son nuestras pasiones,
defectos. La Mitología oriental lo ha caracterizado como un
demonio, y así, Mâra es “el Dios de la muerte.”
Gurú Maestro.
Lanú Discípulo. Aquél que está dispuesto humildemente a aprender;
aquél que busca la Sabiduría no como galardón, sino como un
derecho profundo de su apenas vislumbrado Ser Interior.
Agnyâna Ignorancia.
Mâyâ La ilusión, el mundo ilusorio; creer que es verdad lo que sólo es
aparente. Por extensión, se suele llamar Mâyâ al mundo objetivo,
al Universo manifiesto, a nuestra personalidad. En fin, a todo
aquello que no participa de las esencias atemporales.
Buddha El hombre Iluminado, el que ve las esencias de las cosas; el que
percibe la Realidad y ya no puede ser atrapado por la ilusión.
Tanhâ La voluntad de vivir, y a su vez, el terror a la muerte por falta de
comprensión de que vida y muerte son dos caras de una misma
moneda, y que no se puede buscar una sin caer en la otra.
Upâdhi Vehículo.
Dhyâna Uno de los estados de mayor perfección espiritual en virtud de
haber ejercido un preciso y exacto control de la mente. Esto
desemboca en el Shamâdhi, que es la perfecta posesión de sí
mismo, esto es, el que llegó al final de sus evoluciones terrestres.
Sat El Ser, lo verdadero.
Asat El No Ser, lo falso, lo ilusorio.

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