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Rosa Sinespina
0. PREFACIO
En nuestro Camino, cuyo arcano es representado por el Loco de las cartas del Tarot, cada
uno es su propio Maestro y traza su propia vía de ascenso a la Sabiduría.
No hay nada que el lector haya de creer o dejar de creer en las páginas que siguen,
exponemos nuestras perplejidades con la mayor claridad que nos es posible y mostramos la
senda de meditación recorrida para tratar de resolverlas. Hemos de confesar que cuanto más
avanzamos, éstas devienen a su vez más insondables.
on perd la Science…
N. Valois
I. El secreto de Occidente
Muchos, hace muchos años el ser humano domesticó el fuego; su calor dulcificó su
agreste vida, su luz iluminó la oscuridad de la noche, su círculo ordenó y enriqueció los
contactos. Gruñidos y gestos devinieron lentamente lenguaje; con su desarrollo el pensamiento
fue sofisticándose y la observación del entorno haciéndose paulatinamente más penetrante.
En un tiempo aún muy lejano, el ser humano constató una sintonía entre los ritmos de la
naturaleza y los propios de su vida, y observó una armonía regida por leyes inmutables en un
Universo del que formaba una parte esencial. Esto amplió su campo de observación y con dicha
ampliación se originó una inacabada espiral de interrogantes y medias respuestas. En aquella
lejana época, el arte, la religión y la ciencia se fundían en un solo saber sagrado. Una ley de
correspondencia Cielo-Tierra regía la vida del hombre en una serie interminable de homologías
que abarcaban todos los niveles de la existencia. El discurrir de la vida estaba dictado de un
modo mágico por una energía cósmica invisible a la par que tangible.
Hacia el séptimo milenio antes de nuestra era el hombre comenzó a conocer los metales
(presentes en piedras particularmente coloreadas y pesadas) que utilizó como elementos de
ornamentación; si bien no fue hasta los albores del cuarto milenio en que la fundición de los
mismos comenzó. Reminiscencias de una milenaria litolatría han persistido en Europa hasta
épocas tan recientes como la de la Ilustración en las piedras de rayo[3]. De entre los fenómenos
meteóricos, especial relevancia tuvieron los aerolitos (en general de alto contenido en hierro, más
pesado y duro que los minerales terrestres) que caían del cielo dejando un rastro luminoso y
provocando fuego.
El descubrimiento de la minería en los inicios del quinto milenio creó una nueva
correspondencia Cielo-Tierra: los metales serían fecundados por el Cielo en las entrañas de la
Madre Tierra, crecerían en su interior y serían abortados violentamente por el hombre antes del
final de su gestación. Éste era un proceso que podía desencadenar la ira de los dioses si no se
adoptaban las adecuadas precauciones.
La metalurgia fue por ello un Arte Sagrado desde sus orígenes; sus secretos sólo una
casta superior de Sacerdotes iniciados podía conocer y su saber transmitir. Ese saber
metalúrgico-religioso fue el nacimiento de la Alquimia, que constituyó un vehículo simbólico de
exégesis y transmutador de la Naturaleza que ha evolucionado escasamente en sus principios y
símbolos desde aquellos remotos tiempos.
Los orígenes históricos de la Alquimia no están claros, no hay unanimidad entre los
estudiosos. El multidisciplinar Berthelot en su Origines de l’Alchimie, publicado en 1875,
apuesta por un nacimiento egipcio y una maduración helénica; lo cual no explica el
contemporáneo surgimiento de la Alquimia en Asia. Alleau[4] postula un origen pre-helénico en
el seno de la misteriosa cultura Cabiria de la isla de Samotracia con sus estrechos e indiciarios
vínculos con el mito de Hefesto. Respetando estas tesis, nos inclinamos por la de Elíade[5] sobre
un origen babilónico en los albores de la edad de bronce. Las desconcertantes conexiones entre la
Alquimia occidental y la oriental, que utilizan en esencia los mismos símbolos, sugieren íntimos
contactos que se verían favorecidos tanto por el emplazamiento geográfico de Mesopotamia
como por el momento histórico de la cultura babilónica.
No se conocen con certeza las conexiones antiguas entre Oriente y Occidente, pero las
evidencias indirectas no permiten albergar dudas sobre su existencia[6]. Conze[7] ha identificado
unos estrechos vínculos entre los movimientos gnósticos y el nacimiento del Budismo
mahayánico[8] cuya senda comienza en el crepúsculo de la época antigua cuando, como nos
descubre Gómez de Liaño[9], existió una sólida presencia grecorromana en Asia.
La conquista de Oriente por Alejandro Magno en el siglo IV antes de nuestra era originó
un fecundo caldo de cultivo cultural con la razón entronizada como el elemento constitutivo más
elevado del hombre. La influencia griega aportó herramientas lógicas que dogmatizaron las
creencias pre-helénicas conformando doctrinas coherentes. Grecia inventó la idea del Logos
como expresión de la actividad intelectiva del Dios Uno mediador entre Él y el hombre, el
concepto abstracto, el método de exposición teórica, el sistema razonado[10].
Los mecanismos de expresión conceptuales y literarios utilizaron el desarrollado canal
helénico, unificando de un modo sincrético una rica pluralidad doctrinal. Hasta entonces, el
pensamiento oriental se había expresado en imágenes y símbolos siendo liberado de su prisión
por el poderoso y vivificador aroma mental helénico. Si bien, las formas del espíritu oriental,
más genuinas, devinieron subterráneas, secretas, incubándose hasta principios de nuestra era
cuando brotaron bruscamente de las profundidades donde se habían desarrollado, desbordando el
mundo antiguo y creando nuevos cauces religiosos. La simbiosis del monoteísmo hebraico, el
dualismo mazdeísta, el politeísmo griego y la astrología babilónica se larvó discretamente, dando
lugar a principios de nuestra era al Gnosticismo como religión trascendente, dualista y
soteriológica con su multiplicidad de facetas.
En este primer capítulo abordaremos a vuelo de águila momentos históricos claves, que
nos darán una visión global del esoterismo contemporáneo en nuestra sociedad. Resaltaremos
elementos poco apreciados que consideramos esenciales en la conformación de nuestras
costumbres y creencias. Esperamos no pecar de excesiva simplificación en nuestro celo por
conseguir una racionalización de situaciones con velos de un inexistente misterio; quizás alguno
nos califique de iconoclastas. Afirmamos que no hay secretos esotéricos que hayan movido los
hilos de la historia; sin embargo, hay un único gran Misterio, y éste es de lo que hablamos en
esta obra. En las páginas siguientes recorreremos más de dos mil años guiados por el hilo
conductor entre los esenios, el Cristianismo, el Temple, el Catarismo, el movimiento Rosacruz y
la Masonería.
Es nuestra opinión que poco se puede decir con autoridad de hechos acaecidos hace dos
milenios y con tanto fanatismo lastrando las viejas espaldas de la principal religión occidental.
No caeremos pues en la arrogantemente infantil y embaucadora actitud de proponernos como
fuente autorizada. Plantearemos con humildad los hechos, tras el velo traslúcido que impone la
distancia, tal como nos resultan más razonables. Que el lector sagaz destile sus propias
conclusiones...
Los esenios fueron olvidados de la historia por el pueblo Judío, pero también por la
historia cristiana debido a las molestas obvias similitudes entre sus creencias, principios morales
y ritos con las de los primeros cristianos. Habrían sido olvidados por siempre de no haber sido
por Plinio el Viejo[18], Filón de Alejandría[19] o Flavio Josefo14, quienes los ensalzaron por su
coherencia y alta espiritualidad.
Algo cambió a partir de 1947 con el descubrimiento de unos manuscritos en unas grutas
de difícil acceso en las abruptas laderas del mar Muerto. Se hallaron seis documentos: el libro de
Isaías, la estricta regla de la Orden, su historia en el llamado Comentario de Habacuc, un curioso
reglamento militar titulado la guerra de los hijos de la Luz que es como se autodenominaban,
salmos de acción de gracias y una paráfrasis del Génesis. Los cimientos de la catedral de San
Pedro temblaron al comenzar a leerse lo que había estado oculto veinte siglos: se hablaba de un
Maestro de Virtud o Maestro de Justicia ejecutado por los romanos con la colaboración de la
ortodoxia judía, al que sus fieles llamaban Salvador del Mundo identificándole con el Hijo de
Dios, con el Mesías redentor del mundo predicho en el libro de Isaías, que obraba milagros y se
narra su resurrección tras un suplicio.
Los textos hallados en la vecindad del Monasterio de Qumran nos informan de que los
esenios esperaban la llegada de dos mesías: el Mesías de Aaron o Mesías Sacerdote que
asimilaban al Maestro de Virtud y el Mesías de Israel o Mesías Rey cuyo advenimiento habría de
inaugurar el período de victoria sobre los kittim[23] y la definitiva liberación de la ocupación de
Judea. El movimiento ultraortodoxo Zelote, brazo armado de los esenios según Hipólito de
Ostia[24] y separándose de su estricta regla, llevaba a la práctica los principios recogidos en la
guerra de los hijos de la luz antes mencionado para liberar al pueblo Judío. Algunos han
considerado a los zelotes como el primer grupo terrorista del que se tiene noticia histórica pues al
parecer no dudaban en asesinar a civiles si era menester, y dentro del mismo fueron
particularmente despiadados los llamados sicarios, por ser hábiles con una daga de forma curva a
la que se conocía como sica.
Llamaremos la atención sobre los versículos del Evangelio de San Lucas VI, 14-16 donde
se indican los nombres de los doce apóstoles elegidos por Jesús entre los que se encuentran
Simón el Celador[25] (ocultando de un modo ridículo lo que en las versiones protestantes de la
biblia se denomina abiertamente como Simón el Zelote) y Judas Iscariote (corrupción filológica
del griego Sicariote). Como último elemento para el lector interesado en nuestras palabras,
recordaremos que uno de los altos Grados esenios era el de Nazareno. El apelativo de Jesús el
Nazareno, difícilmente tiene su origen en la ciudad de Nazareth de la que nadie sabe nada
curiosamente hasta el siglo V (ni siquiera Orígenes en el siglo III supo localizarla pese a habitar
en Cesárea, situada a unos 30 km de distancia de su actual emplazamiento).
Son también numerosos los momentos en que se describe una controvertida actitud
violenta de Jesucristo o de sus apóstoles (por ejemplo en Mateo X, 34 o Lucas XXII, 36).
Particularmente cruento es Lucas XIX, 27 cuando se pone en su boca cuanto a esos mis
enemigos que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traedlos acá y delante de mí degolladlos.
La traducción interesada de los textos originales de la Vulgata para hacerlos concordar con el
credo pre-acordado es frecuente y lleva a continuos sinsentidos. Particularmente interesante nos
resulta Juan III, 3 y Juan III, 7 en donde se dice en verdad te digo que quien no naciere de arriba
no podrá entrar en el reino de Dios; palabras que conllevan una difícil exégesis, pues uno se
puede plantear ¿dónde es arriba? Curiosamente, en versiones protestantes más honestas con los
textos originales, el incomprensible nacer de arriba se traduce directamente como nacer de
nuevo, con una sugerente indicación sobre la necesidad de reencarnarse para entrar en el Reino
de Dios.
Lo que inicialmente surgió como una secta dentro del judaísmo fue transformado por
Pablo de Tarso, que movido por ansias de poder sienta las actuales estructuras y admite
elementos paganos ante el estupor de sus primeros seguidores de origen judío, que se
denominaron Ebionitas, quienes curiosamente compartían con los esenios la creencia en un
Mesías Sacerdote y un Mesías Rey al que identificaron con Jesús[31]. Las creencias de los
Ebionitas, como verdaderos primeros cristianos íntimamente vinculados a los esenios, tienen
muchos puntos en común con los movimientos heréticos históricamente más combatidos por el
Catolicismo como el Maniqueísmo[32], Arrianismo, y los más recientes Bogomilo o Catarismo.
Los Ebionitas desaparecieron de la historia a partir del siglo V, pero no así sus creencias
gnósticas.
Antes de terminar de desgranar lo que pudo haber ocurrido hace dos mil años, hay que
tener presente que la crucifixión era un castigo humillante reservado a los esclavos o
combatientes. Lo que se narra en Juan XIX, 1-16 es un sinsentido en el contexto histórico. No
sólo se pone en boca del irreductible pueblo Judío que su único rey es el César de Roma, sino
que además Poncio Pilatos les entrega a Jesús para que lo crucifiquen aunque no halla crimen en
él. Sin embargo, según dichos versículos lo que Jesús había hecho realmente era apostasía a la fe
hebraica cuya pena por lapidación es clara en Levítico XXIV, 15 quienquiera que maldijere a su
Dios llevará sobre sí su iniquidad; y quien blasfemare el nombre de Yavé será castigado con la
muerte; toda la asamblea lo lapidará. Por otra parte, Flavio Josefo narra cómo Vero en Siria
crucificó a dos mil judíos tras flagelarlos sin piedad alguna tras reprimir un levantamiento. A la
luz de lo anteriormente expuesto, toma cierta verosimilitud la versión dada en Lucas XXIII, 2 en
la que es Pilatos el que decide su ajusticiamiento; máxime cuando se le presenta como un
autodenominado Mesías Rey en clara sintonía con las creencias esenias. Esto daría cierta
justificación histórica a su supuesta crucifixión por decisión del cónsul tarraconense (o quizás
maragato[33]).
El Imperio Romano, en su apogeo a principios del siglo III, era un inmenso e inmanejable
territorio donde la imposibilidad de un poder fuerte centralizado alimentó múltiples revueltas.
Esta situación degeneró en problemas de gobierno que Diocleciano trató de zanjar en el 285 con
una tetrarquía por la que se dividía al Imperio en cuatro partes con dos Augustos, Maximiano en
Milán y Diocleciano en Nicomedia, y dos Césares. Con esta división se oficializó una
segregación del Imperio en una rama oriental de habla y cultura griega y otra occidental de
cultura latina. Esta estructura política sirvió de puntilla para el inexorable declive final del
Imperio escasamente un siglo después.
Los romanos fueron, en general, respetuosos con los credos de las poblaciones
conquistadas[34], y su Imperio un crisol de dioses. La influencia de las religiones orientales en el
paganismo romano fue paulatinamente reforzando los credos monoteístas[35]; y éstos no podían
aceptar el culto divino al Emperador (que era una efectiva herramienta de dominación política).
Este hecho provocó la persecución de judíos y cristianos tras la implacable destrucción del
segundo Templo antes mencionada. No obstante, la represión no fue tan despiadada como se nos
ha hecho creer. Diocleciano es reconocido como el que más persiguió al Cristianismo; sin
embargo, las cifras históricas apuntan a tres mil los cristianos ejecutados a lo largo y ancho de su
Imperio en sus veinte años de poder.
Constantino, tras lograr reunificar políticamente el imperio se propuso una vez más
homogeneizar las creencias religiosas (se conservan cartas en las que incide en la necesidad de
uniformizar el culto estatal para no atraer la ira de los dioses). Fue prioridad el aspecto formal
del culto sobre el fondo del mismo por fines exclusivamente políticos. Es obvio que su supuesta
conversión al Cristianismo fue un desesperado intento de integrar en el Imperio a esa masa de
irreductible fanatismo que escasos años antes, bajo el régimen de Diocleciano, se había mostrado
gozosa del suplicio, amén de las conocidas influencias de su cristiana esposa. Hábilmente se
asimiló al Dios Sol mitraico con el Dios cristiano, fundiendo creencias como la del nacimiento
virginal de su versión humana en una oscura cueva recibiendo la visita de pastores; ritos como la
consagración del pan y el vino o la figura del Pater (grado supremo dentro de sus siete niveles
iniciáticos) con su báculo y anillo como símbolo (tal y como los obispos católicos); fechas como
la de su nacimiento terrenal un 25 de Diciembre (que devino por decreto la del nacimiento de
Jesús, mas no fue celebrado así por los primeros cristianos); o como la reconversión del día del
Sol (aún conservado así en lenguas sajonas) en día del Señor, Dominicus dies; o su símbolo de
una cruz inscrita en una circunferencia, igual a la llamada cruz celta.
Para los antiguos griegos y romanos, religión y política eran un solo ente, lejos de la
relación personal del hombre con la divinidad abogada por la religión judeo-cristiana desde sus
inicios. Para atraer formalmente al culto pagano practicado por el pueblo, Constantino disfrazó
de cristianos a los existentes ritos paganos, contraviniendo lo indicado en Corintios X, 14, con la
reconversión de templos, reemplazando a los dioses por santos pero manteniendo los rituales con
velas, lámparas y ofrendas florales, continuando con las bendiciones a edificaciones y cosechas y
copiando sus vestidos sacerdotales[37]. Como jugada final de gran estadista convirtió al pueblo
Judío, que tanta pertinacia mostraban en su negación a romanizarse y en aceptar la divinidad del
Emperador, en asesinos de Dios, exculpando a los romanos como verdaderos responsables del
suplicio de Jesús por motivos políticos. Este hecho junto con la invención del símbolo de la cruz
(cuya etimología se halla en el latín cruciare[38]) plantó la semilla del antisemitismo milenario.
Es de señalar que la cruz aparece como símbolo cristiano por vez primera en el sarcófago
de la pasión[39] datado en 350 d.c. El símbolo de la cruz, representaba para los primeros
cristianos el siniestro elemento de tortura de Jesucristo y no aparece representado en ninguna de
las catacumbas cristianas, donde la resurrección está representada por la fábula de Jonás y sus
milagros por la multiplicación de los panes y los peces[40]. La primera imagen de una cruz con
referencia al culto cristiano se ha encontrado en el Antiquarium del Palatino en Roma, donde un
grafito datado alrededor de la primera mitad del siglo III muestra la crucifixión de un hombre
con cabeza de asno acompañado de la leyenda en griego Alexamenos adora a su Dios[41].
Gracias a San Agustín, hay trazas históricas de la ironía (e imaginamos que también
profunda desesperación) con la que se vivió esta fagocitación de los credos existentes, quien nos
cuenta cómo un sacerdote de los Misterios de Cibeles le dijo et ipse Pileatus christianus est[42].
Pero el espíritu irónico se acabó tras la oficialización universal definitiva en el 380 bajo el poder
del bético Teodosio I, dando alas a un fundamentalismo violento contra el paganismo por el que
se asesinaron a decenas de miles de personas en los pocos años que quedaban de dicho siglo IV;
pero estos son muertos olvidados por la historia. Todo pensamiento sospechoso de heterodoxia
fue perseguido, toda sospecha de paganismo fue suprimida violentamente. Sin la represión
connivente e interesada del poder y su benevolencia con los crímenes cometidos por los
exaltados, no hubiese sido posible la brusca expansión del Cristianismo, imponiéndose sobre
profundas creencias milenarias. El mensaje de Amor y tolerancia de los primeros cristianos fue
groseramente mancillado.
La estocada mortal, al saber acumulado por el ser humano desde nuestra primera mirada
inquisitiva al cielo, llegó con la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por hordas
fundamentalistas cristianas.
Se creó una escuela centenaria de sabios y traductores. Y fue allí donde se tradujo por
primera vez el Pentateuco del hebreo al griego; donde Aristarco sostuvo que la Tierra giraba en
torno del Sol; donde Eratóstenes calculó la circunferencia de la Tierra; donde Euclides escribió
sus Elementos recopilando y sistematizando los conocimientos matemáticos existentes; donde
Hiparco inventó el sistema de latitud y longitud, desarrolló su modelo geocéntrico y postuló que
las estrellas nacían, vivían y morían con un desplazamiento absoluto y no el aparente giro
alrededor de la estrella polar; donde Galeno utilizó los volúmenes de la biblioteca y sus propias
investigaciones para compilar quince libros acerca de la Anatomía y el Arte de la Medicina; se
almacenaban veinte ediciones de la Odisea; la biblioteca personal y obras manuscritas de
Aristóteles…
Dan ganas de llorar, mejor no imaginar lo que no sabemos que hubo y se perdió para
siempre. Pondremos un último ejemplo: se almacenaban ciento veintitrés obras teatrales de
Sófocles de las que sólo siete se conservan.
Las aguas vivas de la Sabiduría hubieron de nuevo que sumergirse. Los principios
gnósticos del Arrianismo, que afirmaba que el Verbo (que no es otra cosa que el Logos griego)
no era Dios, sino tan sólo la primera de todas las criaturas por él creadas, fueron borrados de la
faz de la Tierra, pero el Saber humano encontró sus cauces subterráneos. Los ritos no cristianos
se fueron paulatinamente disfrazando con los numerosos decretos teodosianos para la conversión
de los pagani o aldeanos (lógicamente los ritos tradicionales ancestrales vinculados a deidades
de la naturaleza fueron más difíciles de reconvertir en zonas rurales). Afortunadamente, a pesar
de tanta sangre derramada, los esfuerzos aniquiladores no tuvieron el éxito deseado y la
fagotización de ritos permitió el re-descubrimiento de lo esencial de los credos. No es difícil ver
cómo tradiciones antiguas y herméticas afloran en ritos de la Iglesia actual para un observador
perspicaz. Hemos hablado de ello ya, pero aún daremos unos pocos ejemplos para el lector
curioso.
Para finalizar esta escueta colección de ritos paganos reminiscentes en los templos
cristianos, nos produce una especial emoción encontrar la tetrada pitagórica como marca de
cantero medieval en nuestros templos románicos, curioso trazo en forma de cuatro que describe
las fases de la Obra alquímica, como nos descubre Fulcanelli basándose en los símbolos
presentes en la chimenea del Castillo de Terreneuve en Fontenay-le-Comte[50].
Escasamente dos siglos después a finales del siglo VI, el Arcángel Gabriel revela a
Mahoma una nueva religión y le identifica como 4º profeta tras Abraham, Moisés y Jesucristo.
Gracias a Dios (y nunca más apropiadamente dicho) se le indica que acepte la convivencia del
culto hebraico y cristiano en tierras islámicas. El Islam, manchado desde su nacimiento con
guerras fratricidas y afán expansionista con una obscena mezcla de intereses políticos
disfrazados de furor religioso, comienza sus conquistas y ya en el siglo VII entran en Jerusalén;
el cabo Cañaveral de la antigüedad, desde donde Mahoma (al igual que tantos otros antes)
asciende a los cielos a lomos de un pegaso islámico[51]. A principios del siglo VIII cruzan los 14
km del estrecho de Gibraltar, moviéndose a sus anchas por la políticamente caótica península
Ibérica. La simbiosis cultural entre árabes y hebreos permite la continuación de la cultura clásica,
que de otro modo se habría probablemente perdido para siempre. Una simbiosis cultural
islamista, hebraica y cristiana durante siglos (recordemos que todos ellos creen en el mismo
Dios) fertiliza un suelo que dará, en nuestra piel de toro, los más sublimes frutos místicos de las
tres religiones.
En Europa, la imposición del Cristianismo sobre los pueblos que aún mantenían sus
tradiciones y credos fue despiadada y brutal en la alta edad media. En la conocida como matanza
de Sachsenheim en las proximidades de Verden en la Baja Sajonia, Carlomagno, el gran defensor
de la cristiandad, ejecutó en una sola jornada del 782 a cuatro mil quinientos rendidos sajones
por su renuencia a convertirse. Ante métodos tan expeditivos es fácil entender la rápida
expansión de la verdadera fe.
A finales del siglo XI, en 1095, comienzan las cruzadas impulsadas por Urbano II en el
Concilio de Clermont con su célebre Deus vult, de nuevo enmascarando repugnantemente ansias
de poder político tras fervor religioso, y dando a los seres más desalmados de la época
oportunidad de aventuras y libertad para todos los abusos imaginables, con la promesa del
perdón de sus pecados y el paraíso en caso de morir en combate. En verano de 1099 Godofredo
Bouillon entra en Jerusalén asesinando salvajemente a musulmanes y hebreos de todas las edades
y sexos en una terrible matanza en nombre de Dios. Escasos 20 años después, en 1118 en el
castillo de Arginy se funda la milicia santa del Temple[52] para proteger a los peregrinos a
Tierra Santa y asegurar la definitiva cristianización de la geografía europea.
La teología cristiana afirma que el cuerpo humano es el templo del espíritu santo y según
los movimientos gnósticos, el microcosmos es un reflejo del macrocosmos y por ende las
construcciones sagradas imagen de la armonía celeste. La combinación de ambos principios
causó la súbita aparición del arte gótico, como resultado de la euforia existencial del superado
milenarismo frustrado y sin solución real de continuidad con las inmediatamente anteriores
construcciones románicas. La contemporaneidad del poder de la Orden del Temple (lastrada de
indudable heterodoxia doctrinal de simpatías gnósticas) con la aparición de los templos góticos
nos lleva a inferir que éstos fueron, si no sus financiadores, al menos sí sus frecuentes
inspiradores.
En el mundo material, los Templarios inventan la letra de cambio con el fin de evitar la
segura pérdida de los bienes de los peregrinos de llevarlos consigo en su viaje y se convierten un
banco medieval, ganando un poder económico internacional no susceptible de impuestos por
ningún estado. Acaban prestando dinero a reyes y construyendo fortalezas por todas partes,
incrementando inexorablemente su poder al cobrar en feudos las deudas económicas o
espirituales. En línea con esa sensibilidad aprendida, descubrieron que existía otro modo de
mirar al mundo y cristianizaron lugares con reminiscencias paganas con la construcción de
templos cristianos, en una simbiosis de símbolos que ha dado lugar a todo tipo de especulaciones
y peregrinas teorías.
Felipe IV de Francia, tras acceder al trono a la muerte de su padre, se encontró con unas
arcas endeudadas tras los dos siglos de continuas cruzadas y el colofón del rescate de su abuelo
Luis IX pagado por los Templarios. Para conseguir solvencia económica, expulsa a los judíos en
1306 confiscando sus bienes y en 1307 ordena la detención de los Templarios presentes en su
territorio bajo la acusación de herejía y, cómo no, también confisca todos sus bienes. Pese a las
protestas de Clemente V, única autoridad con poder sobre los Templarios que se movían a placer
por toda Europa, consigue que confiesen lo más peregrino bajo severas torturas. Es posible que
los Templarios, habiéndose nutrido de las respetadas fuentes esotéricas hebreas e islámicas,
soñasen con un ecumenismo religioso entre las tres religiones que enriqueciese al Cristianismo
con su propia corriente esotérica ortodoxa y generase a su vez una paz política en un mundo
convulso, si bien las verdaderas causas de su aprisionamiento y expolio fueron económicas. No
deja de ser irónico que Yaveh, Dios y Alá sean el mismo Dios fragmentado y ensombrecido por
la estupidez y codicia humana.
En la Isla de los Judíos, entre la Isla de la Cité y la de San Luis, con la catedral pagana
como testigo en el mismo corazón de la ciudad de Isis, Jacques de Molay el 22º Gran Maestre de
la Orden de los Templarios, y Geoffroy de Charnay Maestre de Normandía fueron atados a una
estaca y ambos quemados vivos frente a la catedral de Notre-Dame el 18 de Marzo de 1314.
Felipe IV se apropia de las posesiones de los Templarios y busca con ahínco su oro. La
historia dice que no se halló, sin embargo se tienen datos de que la moneda francesa se recuperó
notablemente en los años posteriores a la disolución definitiva del Temple y esto no puede
basarse ni en nuevas y exiguas minas de oro o plata, ni en las arcas expropiadas a los judíos
expulsados en 1306. La flota del Temple de La Rochela partió con rumbo desconocido;
probablemente hacia Escocia y Portugal, lo más alejados del poder de Roma que fuese posible.
Es de hacer notar, que el rey de Escocia Roberto I estaba excomulgado, y en guerra con
Inglaterra por la independencia y una ayuda de nobles guerreros no estaba de más. En Portugal
se creó la Orden do Cristo en donde se integraron. En Alemania se les absolvió en juicio
posterior y se integraron en la Orden Teutónica.
Por otro lado, la Iglesia concentró sus ansias de poder omnímodo en la cristianización de
Palestina. Una amplia burguesía comerciaba y vivía en paz disolviendo paulatinamente el
ténebre velo con el que la Iglesia romana había cubierto al mundo; la percepción de la vida dejó
de ser un valle de lágrimas y se abrió un hueco para la felicidad. Sin embargo, la Iglesia,
necesitada de fondos por los gastos en las cruzadas, comenzó a exigir los diezmos que
tradicionalmente los nobles habían recaudado en sus territorios para el mantenimiento de las
parroquias y que frecuentemente nunca llegaban a Roma; esto hizo que entre los nobles se
generase cierta empatía con el credo afianzado entre los burgueses, que tenían en sus críticas a
Roma uno de sus pilares. Como catalizador de este ambiente, la inexistencia de la primogenitura
en la sociedad de la época fragmentó las posesiones de los nobles, empobreciéndolos y
provocando migraciones a los nacientes burgos que adquirían más y más poder. Por su parte, los
Cátaros cedían el dinero obtenido en el ejercicio de sus profesiones a la congregación y se
dedicaban a la usura desde el banco de la secta en la Tolosa francesa.
Pero, ¿en qué se basaban las creencias cátaras? Retomando las creencias gnósticas, creían
en la bondad absoluta de Dios y en la existencia de un Dios del mal que había creado la materia
para aprisionar a las almas. El espíritu era nuestra parte divina y podía lograr la liberación del
alma de su cárcel material tras reencarnaciones sucesivas. Se oponían a todo tipo de violencia y
veían en la fornicación la herramienta del demonio para continuar encerrando a las almas, lo que
les hacía ser vegetarianos pues toda carne era producto del mal. Sus sacerdotes eran
denominados Perfectos, con una clara influencia esenia, y tenían unos votos muy estrictos de
castidad y pobreza. Sólo ellos podían ejercer el Consolament, el único sacramento que tenían a
modo de imposición de manos espiritual a la hora de la muerte.
Las mujeres tenían la misma consideración que los hombres y podían ser ordenadas
Perfectas, a gran diferencia de la Iglesia romana. El hecho de considerar al principio del mal
como creador de la materia, implicaba que considerasen a Jesucristo como un ser espiritual con
apariencia material humana, pero simplemente apariencia. Con estas alforjas, el dogma de la
unicidad de Dios y de la Trinidad, credo central del Catolicismo desde el año 325 en que tuvo
lugar el Concilio de Nicea[58], saltaba hecho añicos. Es de imaginar el aumento de la presión
sanguínea en los pasillos vaticanos ante tamaña herejía por parte de unos sujetos que, además de
tener gran poder económico, se arrogaban el ser puros, perfectos y con sus propios sacramentos.
De paso consideraban al Papado heredero de los emperadores romanos, no de los apóstoles; a la
Iglesia como la gran meretriz babilónica del Apocalipsis de San Juan y al Papa lo identificaban
con el Anti-Cristo. Inaceptable…
En julio 1200 son declarados proscritos, sus bienes expropiados y son conminados a
partir, si bien son los nobles locales quienes han de ejecutarlo y los intereses comunes son
muchos. En 1204 Inocencio III, viendo que las cosas no avanzan en la línea deseada, proclama
una nueva Cruzada contra los Cátaros, prometiendo la absolución de los pecados y el paraíso a
los muertos en combate (con el fin de evitar posibles reticencias a matar cristianos, aunque
heréticos). Este marco permitió la espeluznante matanza de Beziers donde unas veinte mil
personas fueron asesinadas por orden del legado del papa, Arnauld Amaury, con el tristemente
célebre argumento de matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos[59]. La guerra terminó en
1229 y llegó una recién creada Santa Inquisición a rematar el trabajo. En 1243 el legendario
castillo de Montsegur fue asediado, resistió diez meses cayendo en marzo de 1244, once años
más tarde Queribus a pocos kilómetros.
Entonces, nos repetimos la pregunta, ¿cuál es el vínculo entre los Templarios y los
Cátaros? Pues, es difícil encontrarlo dada la divergencia de objetivos y de credo; si bien hay
noticias de la iniciación de Cátaros en el Temple. Cierto es que debió haber cierta simpatía
mutua pues, a parte de sus aficiones bancarias, en un mundo cruel y miserable fueron los únicos
capaces de ver cierta luz entre las tinieblas. Si bien, a la hora de la verdad, los Templarios,
obedientes al Papa, participaron aunque tímidamente en la cruzada contra los Cátaros. No hay
fantasiosos secretos de sangres reales escondidos tras cábala fonetica[60] en el Santo Grial.
Tanto los Cátaros como los Templarios, tenían sentimientos religiosos profundos y veían la
religión como algo más espiritual que estúpidas dinastías a proteger; máxime si además aquéllos
creían en la reencarnación. Lincoln y compañía en 1982 publicaron un estudio en el que
especulaban con una esperpéntica conspiración milenaria implicando Merovingios y
restituciones monárquicas en Francia[61]; como la tesis no se sostenía ni siquiera haciendo un
esfuerzo de credulidad, en un libro posterior re-orientaron el tiro a la desesperada y sugerían la
presencia de la tumba de Jesucristo[62] en los alrededores de Rennes-le-Chateau. Leímos estos
libros en nuestra juventud de búsqueda continua y ni siquiera entonces, con la mente más virgen
y libre de prejuicios, nos convencieron esas teorías de grandes secretos cuya defensa teje los
hilos de la historia en el huso de Cloto.
Los vínculos del Hermetismo con lo más sublime del paganismo grecorromano han sido
explicados[63]. No es nuestro objetivo reescribir lo ya escrito. Las influencias herméticas en el
arte renacentista italiano son también numerosas y están soberbiamente descritas por Wind[64]; a
su vez, la influencia del Hermetismo en la conformación de nuestra sociedad lo ha abordado
exhaustivamente Yates[65].
La fascinación por el secreto es un motor que mueve al profano a llamar a las puertas del
Templo, utilizando jerga masónica. Pero, ¿qué secretos se descubren tras traspasar las dos
resilientes columnas que dan nombre a un famoso güisqui? Uno esencial, que no hay secreto
revelado. El profundo y milenario simbolismo en el que uno se sumerge actúa de cincel
penetrando lentamente y desbastando nuestra lacerante y dura piedra llena de aristas vivas;
hacerlo de modo eficiente requiere gran pericia. Si las herramientas se utilizan con
perseverancia, la luz nos moja y la curiosidad inicial por el secreto transmuta en ambición por el
Misterio.
Los Grados en Masonería son tres y bastan para el verdadero iniciado; la riqueza
simbólica en ellos es inabarcable. Los grados superiores se iniciaron en 1740, con la creación del
4º Grado, provocado por la incontrolada popularización que la Masonería sufrió, en un intento de
buscar una elite verdaderamente iniciable[69] dentro de lo que empezó a ser no más que un
basto reflejo de la sociedad. Del 4º al 33º Grado se puede imaginar el proceso y, para darle un
interés esotérico, de nuevo presente el puñetero e infantil secreto como zanahoria para el conejo.
Los esfuerzos por darle cierta coherencia no fueron pocos y la ortodoxia de dichos Grados sólo
cristalizó en 1871 con la publicación de la superficial, reiterativa y extenuante Morals and
Dogma de Pike.
Los Grados superiores son como cursos de recuperación para malos estudiantes; los tres
primeros Grados encierran en sí el saber Arcano milenario. No hay mayor secreto que descubrir
lo que tenemos ante nuestros ojos y no apreciamos. La Masonería no oculta en sus altos Grados
secretos transmitidos oralmente a través de los siglos por los discípulos de Jacques de Molay; la
Masonería es una llave que abre el camino al estudio del simbolismo hermético y entrena los
sentidos para empezar a vislumbrar las hermosas y sensuales curvas de Cibeles.
Desgraciadamente, una gran mayoría de sus miembros no es capaz de despegarse de esa
fascinación por arrogarse la posesión de un secreto inconfesable y no son más que miembros de
una Escuela moderna de Misterios menores.
La Masonería invita al libre pensamiento y por ende a la duda; no puede ser jamás una
religión para ateos confesos que se vanaglorien de su ignorancia. ¿Cómo puede nadie al que se le
hayan realmente abierto las puertas del Templo declarar su convicción de no haber nada
trascendente cosmológicamente? Señores, ¡no entienden nada! No importa cuántas horas puedan
dedicarle al estudio, cuántos conocimientos enciclopédicos puedan atesorar, les falta el sutil hilo
de Ariadna que engarza las hojas sueltas y reúne en un solo y ordenado manuscrito los mensajes
que su propia vida continuamente le da.
Allí donde hay hermosa poesía cósmica, usted sólo es capaz de percibir palabras sueltas
en un idioma de sintaxis desconocida. La piedra no puede trabajarse sin perseverante meditación,
pero ésta debe ser un manual de gramática universal. A aquél de nuestros lectores que sea
Francmasón le preguntamos: ¿Recuerda usted el acróstico en el gabinete de reflexión? ¿Recuerda
usted el vigilante gallo, el azufre, el mercurio, la sal, el reloj de arena y esa vela que le alumbraba
en la oscuridad de la mina? ¿Sabe quién deviene alegóricamente usted al entrar vendado en el
Templo desnudo de metales? Todas estas cosas apuntan en la misma dirección y en ese
fascinante viaje las alforjas no pueden llevar ni prejuicios ni certezas, y menos del calibre de un
absurdo ateísmo cuando las puertas del Templo las tiene ante usted. Trate de resonar con el canto
del gallo, abra bien los ojos, observe cómo opera la Naturaleza, comience a escucharla, enamore
a Minerva y maravíllese de cómo la Virgen le rocía con su leche cósmica. Medite, lea, lea, lea y
relea y labore embarcándose, sin el lastre de sus miedos, en el viaje a Ítaca al que Kavafis le
invita…
Los efesios se rebelaron y los atenienses pidieron consejo a Heráclito. Éste, sin decir
palabra, cogió una taza de agua fría, echó cebada y menta dentro, lo removió y se bebió el
preparado[75]. Plutarco
La liberación del sufrimiento, la llave que abre el camino hacia la Sabiduría, pasa por la
cesación de los deseos. La superación del aparente dualismo que nos transmiten nuestros
sentidos lleva a la eliminación de la sensación de la individualidad, y ésta es la llave del
Nirvana[83]. La asimilación de las Cuatro Santas Verdades son las pautas hacia la Sabiduría: 1)
la vida del ser humano es sufrimiento, 2) el deseo es la causa del sufrimiento y tiene su origen en
la lucha por la satisfacción de nuestros instintos, 3) en ausencia de deseo el sufrimiento
desaparece, 4) el ser humano puede vivir sin deseo y sin sufrimiento siguiendo el óctuple camino
de las Ocho Santas Virtudes, representadas por la rueda del Dharma[84] como rueda de ocho
radios, equivalente exacto del Guilgul kabbalístico. Éstas marcan un único sendero simultáneo de
conducta hacia la Iluminación, hacia el Satori[85] en japonés. La primera de estas Nobles
Virtudes es la correcta visión o comprensión, alcanzada la cual las restantes han de caer cual
fruta madura del árbol búdico. Como se dice en los textos alquímicos clásicos, llegado este
momento no queda más que un juego de niños combinado con un trabajo de mujer, cuyo
profundo significado, incomprendido incluso en autores alquímicos clásicos pese a su aparente
simplicidad, será abordado en el capítulo V.
Hemos de resaltar las dificultades que presenta la traducción del sánscrito, lengua sagrada
con multitud de matices, a una lengua vernácula moderna. Análoga situación se presenta con la
infantil y corrupta traducción del Pentateuco en la Vulgata comparada con la insondable lectura
en hebreo bíblico. La correcta comprensión no es otra cosa que superar la visión dualista y
lograr unir los contrarios en nuestra mente; ver la Verdad última que ha buscado ansiosamente la
filosofía convencional, casi siempre dando palos de ciego. Este principio se hermana con Binah,
la tercera sefirah kabbalística, la Gnosis. Tampoco otro objetivo buscó Hegel en su Lógica[86]
como elemento inicial de su sistema filosófico; el correcto pensar, desnudar la Verdad como fase
previa e imprescindible para alcanzar la Sabiduría. Hegel concluyó que se puede conocer la
realidad última de las cosas, en contraposición a la más ortodoxa tesis kantiana por la que la cosa
en sí misma es incognoscible. Ésta ha sido quizás la mayor crítica que la filosofía hegeliana ha
recibido por la ortodoxia filosófica. A través de la purificación espiritual de su Fenomenología
del Espíritu como iniciación, alegoría filosófica del Nigredo alquímico, se alcanza un estado
alterado de conciencia que supera la distinción entre objeto y sujeto. Hegel escarbó, como ningún
otro filósofo occidental jamás, en la Philosophia perennis, convencido de haber sacado a la luz y
expresado en términos filosóficos la prisca Theologia.
En puridad, si bien hay tantas versiones de Budismo como seguidores (de hecho, per se,
no es una religión pues es compatible con otros credos), existen tres corrientes principales
Theravada[87], Mahayana[88] y Vajrayāna[89], que se distinguen netamente en sus rituales,
pero no en su fondo. La corriente Theravada también llamada Hinayana[90] de modo algo
despectivo por los seguidores de la corriente Mahayana, es la más ortodoxa y se considera más
fiel a las enseñanzas originales de Buda[91].
El Budismo Zen, evolución fonética del chino Ch’an y éste del sánscrito Dhyana que
significa meditación, es quizás el método más eficaz en la búsqueda de la Sabiduría, pero
adolece de los mismos errores que todas las religiones con la subsecuente corrupción de sus
principios. El Budismo Zen no es en puridad una religión, pero deviene tal para sus practicantes
con el sumo sacerdote personificado en el Roshi[94]. Sintetizaremos los principios del Budismo,
centrándonos en la tan incomprendida como sofisticada práctica Zen, su más sublime práctica,
con sus desconcertantes conexiones con el surrealismo de Breton. El Zen es un camino que
aconsejamos vehementemente hollar a aquél que esté realmente interesado en lograr la
Sabiduría; pero alertaremos sobre sus peligrosas limitaciones para el verdadero buscador que esté
leyéndonos.
Tuvimos nuestro Shoken[95] en Kamakura hace años. Nuestros frecuentes viajes a Japón
nos permitieron establecer una estrecha relación con Roshis herederos de la tradición milenaria
Rinzai, asistir a Zazen kai[96] en Kamakura y en el pequeño Zendo de Yoyogi Uehara en Tokyo
y gozar de los altruistas Doku-shan en los que se entabla un diálogo sobre Koans[97]. La
incontrolable necesidad religiosa del ser humano hace degenerar lo que debería ser un hermoso
ejercicio espiritual en culto al sacerdote para la delectación de éste. Se puede llegar a sentir que
las palabras durante un Teisho[98] incitando a la superación de nuestro Ego frecuentemente no
se aplican con tino en el orador. Un Teisho es poco más que la repetición de alguna de las
milenarias historias presentes en los dos más famosos libros recopilatorios de Koans[99] a modo
de sermón cristiano, sin duda algo más certero espiritualmente.
La dinámica con un maestro de la rama Soto, más común en Europa por mediación de
Teshimaru, está todavía más alejada del pensamiento occidental; y francamente, el meditar
durante horas convirtiéndose la meditación en el objetivo en sí mismo no nos interesa lo más
mínimo. Consideramos que no es un modo eficiente de búsqueda espiritual en una mentalidad
occidental moderna con sus continuos flujos incontrolables de información isostática. Lograr
dejar la mente en blanco, cortar el flujo de pensamientos durante sesiones de meditación
continuada ayuda indudablemente a encontrar cierta serenidad, pero no hay una equivalencia
entre serenidad y Sabiduría; aquélla sería una característica de ésta. La mente humana es activa y
creativa, momentos de vacío mental son saludables, pero exagerar con ellos nos aliena y desvía
de nuestra más sólida meta. Hemos hablado de la rama Mahayana y de la Hinayana; se podría
decir del Soto-zen que es un híbrido entre las prácticas hinayanas y las más sublimes y
alquímicas mahayanas.
Se habla mucho en los peculiares ambientes new age del libro decimonónico Cosmic
Conscience, del pionero americano Bucke que pasó su juventud disparando a indios y acabó
como proto-psicoterapeuta al final de su vida. Lo leímos con curiosidad y ciertamente es un libro
pintoresco. No podemos menos de sonreír sobre el batiburrillo desordenado de ideas mal
asimiladas que nos pasan de atribuir al poeta americano Whitman el más alto grado de sabiduría
de la historia de la humanidad, tal que ni los mosquitos osaban picarle, a hablarnos sobre sus
definitivas pruebas al respecto de la autoría de las obras de Shakespeare por Bacon, o de que el
ser humano sueña en blanco y negro. Más de una vez hemos hablado de esto último con
especialistas y ¡señores, déjennos en paz con sus pamplinas y no cuestionen nuestros coloridos
sueños!
Dos manos cuando se golpean de una determinada posición causan un particular sonido,
pero ¿cuál es el sonido de una sola mano cuando aplaude?
Súbitamente, la respuesta se nos hizo evidente cuando vimos fundirse el sonoro aplauso y
la solitaria mano. Sentimos acrecentarse el efecto de la fisión que surge cuando se crece
espiritualmente como tan magistralmente describe Hedsel28.
Al volver a casa a los pocos días, todavía flotando, abordamos con curiosidad el libro de
Suzuki[104] que siempre nos había acompañado pero que nunca habíamos logrado entender. Se
abrió por el capítulo titulado Sobre el Satori donde se describía dicho estado y nuestra sorpresa
fue mayúscula cuando observamos que describía con nitidez lo que estábamos sintiendo. Cierta
ansiedad nos inundó, nos preguntamos si podríamos compaginar nuestra vida profesional con la
sensación de armonía que nos embriagaba. Nos sentíamos felices mas inmensamente solos. A las
pocas semanas viajamos a Japón y visitamos a K. en su hogar en las laderas de las mágicas
montañas vecinas a Akagi, que alojan un templo shintoísta activo desde el siglo VIII al borde de
un frondoso lago de montaña. La inquietud inicial había sido superada pues ya habíamos podido
comprobar la perfecta adaptación a nuestra vida; habíamos aprendido que gozar esos instantes
sublimes de absoluta fusión con el Cosmos no sólo no es un impedimento en la vida diaria, sino
que permite su fluir de modo más suave; nada altera el ánimo, uno vive en armonía y esa paz
interior se proyecta mágicamente sobre nuestro entorno. Si el Kensho ha sido intenso, éste tiene
una influencia hasta física, el tono de voz se hace más armónico, las tensiones corporales se
relajan, los movimientos devienen menos bruscos, las prisas cotidianas menos urgentes y,
sorprendentemente, las cosas se consiguen con más eficacia. Uno se siente ligero, flotando con
una sensación física similar a los instantes posteriores a un ejercicio físico intenso cuando hasta
la piel parece respirar a través de sus poros.
la actividad de la mente no tiene límite, ella constituye nuestro entorno vital. Una mente
impura se rodea de impureza y una mente pura se rodea de pureza; por ello, todo lo que nos
rodea no tiene mayores límites que las actividades de la mente. Al igual que un cuadro creado
por un artista, nuestro entorno es creado por la actividad de la mente.
El mismo profundo mensaje tras la misteriosa frase de la Tabla Esmeralda que cierra el
capítulo IV:
La semilla del Zen se plantó en China en el siglo V con la llegada del 28º patriarca Indio
del linaje espiritual de Buda, Bodhidharma, lográndose una simbiosis entre Budismo y Taoísmo.
No obstante, le semilla germinó con Hui-nêng que fue el 6º patriarca en China del linaje de
Bodhidarma[115]. No nos corresponde reescribir lo ya descrito; los orígenes e historia del Zen
están narrados de un modo insuperable por Suzuki y por Watts[116]. Sí mostraremos la clara
diferencia de comprensión entre quien ha alcanzado el Satori y quien pese a tener mucha
erudición le falta la llave de la perfecta Sabiduría, y las aventuras que se cuentan de Hui-nêng
son perfectas para este menester. Pecaremos de utilizar conocidas anécdotas, pero su claridad nos
obliga.
Se dice de Hui-nêng que, sin una formación rigurosa en la doctrina budista, se iluminó
súbitamente al escuchar casualmente en su aldea a un monje recitar el Sutra del Diamante. Lo
abandonó todo para ingresar en el templo regentado por el 5º patriarca en China Hung-jên
ocupándose de tareas humildes, como correspondía a su escasa formación. Hung-jên, a los ocho
meses del ingreso del humilde acólito Hui-nêng, anunció que cedería su poder espiritual a quien
mostrase la mayor profundidad de comprensión de entre sus discípulos. El más erudito,
Shên-hsiu, dejó escrito una noche en la pared exterior de la sala de meditación:
Tu cuerpo es el árbol Búdico,
Hui-nêng abandonó el convento con el Dharma cedido por su maestro y sólo retornó al
cabo de los años para impartir su doctrina. Se dice que al volver encontró a cuatro monjes
discutiendo sobre el ondear de una bandera. Uno de ellos decía la bandera es un objeto
inanimado y es obvio que es el viento el que la hace ondear; otro afirmaba la bandera y el viento
son inanimados y el ondear es una ilusión; un tercero decía el ondear es debido a una relación
causa-efecto; finalmente un cuarto añadía no hay bandera ondeando, es el viento el que se
mueve. Hui-nêng interrumpió su discusión afirmando: no es el viento, ni la bandera… es vuestra
mente la que ondea.
En otro momento de su vida, se dice que un monje (que bien podría haberse llamado
Sekida) le recitó a Hui-nêng:
Con lo que no podemos estar más de acuerdo y harían bien los seguidores de Soto-zen de
meditar en esta anécdota.
Aelia Laelia Cripis, ni varón, ni mujer, ni andrógino, ni niña, ni niño, ni viejo, ni casta,
ni meretriz, ni púdica, sino todo ello.
Arrebatada no por el hambre, ni por el hierro, ni por el veneno, sino por todo.
…porque no soy ni una virgen, ni una esposa, ni un hombre, ni una mujer, ni una viuda,
ni una joven, ni un amo, ni una sirviente, ni un criado…
…de todas esas cosas yo no soy ni una sola y soy una cosa que es otra cosa.
En la misma línea se atribuye a Pascal[124] la frase Dios es una esfera inteligible cuyo
centro está en todas partes, y su circunferencia en ninguna (si bien ya aparece en Pantagruel de
Rabelais[125] y antes que éste en Asclepio atribuido al mismo Hermes Trismegisto). O el
maravilloso poema de San Juan de la Cruz[126] que haría las delicias de cualquier Roshi:
y la experiencia me enseña
disponiendo y gobernando;
y en cenizas le convierte
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
su miseria y su pobreza;
y en el mundo, en conclusión,
Todos poseemos la capacidad de despertar del letargo en el que nos encontramos en este
mundo velado en que vivimos; pero la luz nos llega traslúcida por las Sefiroth kabbalísticas, las
Klippoth han de disolverse, los velos han de levantarse.
alojarse en su corazón.
Conversación telefónica entre Wheeler y Feynman en 1940 (narrada por éste último
durante la entrega de su premio Nobel en 1965 en la tradicional disertación del premiado)
En 1637 se publicó en Holanda, de modo anónimo, una breve obra llamada Discurso del
Método que tuvo una enorme trascendencia en el desarrollo de los siglos subsiguientes al sentar
las bases del método científico, plantando la semilla de la Ilustración por la que una razón
dogmatizada se instaló en el pensamiento occidental. Kant en el siglo XVIII con su Crítica de la
Razón Pura discriminó entre el conocimiento empírico y el conocimiento a priori no basado en
la experiencia. Asimismo, identificó juicios sintéticos y analíticos. Kant observó que todo
conocimiento comienza con la experiencia pero que éste no siempre ha de derivarse de ésta. La
experiencia nos muestra que tal cosa tiene tales o cuales propiedades, pero no nos enseña que
podría ser diferente de como es. Si una proposición es pensada junto con su necesidad, ésta debe
ser a priori; si un juicio se afirma con completa generalidad, con una imposibilidad de imaginar
excepción alguna, éste ha de ser también a priori. Kant se cuestionó si habrían de existir juicios
sintéticos a priori y concluyó que el espacio y el tiempo serían de este rango. Ulteriormente y
basándose en estos principios, otorgó el honor de ser a priori nada menos que a la ley de la
causalidad, a la ley de la conservación de la materia, a la ley de la gravedad y a la geometría
euclidiana. Su soberbia le llevó a concebir que toda ciencia subsiguiente habría de desarrollarse
sobre sus principios.
El naufragio del barco kantiano en 1905 fue tan estrepitoso como el del Titanic siete años
después; si bien el barco ya zozobró violentamente a principios del siglo XIX con el idealismo de
Hegel, quien superando la fe cartesiana logró filosofar sólidamente sobre la Unidad tras la
aparente diversidad y concediéndole al espíritu el rango que le corresponde en intimidad con
Dios. En su profunda visión holística, Hegel postuló que la Tierra funcionaría como un ser vivo
autorregulándose[128] anticipándose casi dos siglos a la revolucionaria teoría de Gaia de
Lovelock[129].
Es nuestra opinión que la mayoría de los desarrollos filosóficos han obviado el hecho más
desconcertante. Así, no sería la relación entre el ser humano y Dios o los límites de nuestra razón
el tema esencial a ser abordado, sino por qué existe el Ser, por qué hay energía y por qué no la
nada; y no entendida ésta como vacío, como ausencia de algo, sino la nada. Pero la nada no
existe sino el Ser y entonces el siguiente gran desconcierto no es que en un rincón de una galaxia
cualquiera, en torno a una anodina estrella, en una burbuja cósmica se haya desarrollado eso que
llamamos vida, sino que esa vida haya dado lugar a un ser que sea capaz de entender los
mecanismos de funcionamiento de ese Universo que le contiene.
Este último desconcertante hecho ha llevado a muchos místicos y científicos a pensar que
ese Universo no tendría sentido sin un observador consciente. Hoyle llegó incluso a predecir el
nivel energético de un estado del núcleo de carbono basándose en estos modelos
antropocéntricos del Universo[130]. La física actual parecería confirmar dicha percepción tras la
multitud de casualidades en constantes físicas y características de fuerzas que permiten que el
Universo albergue vida tras miles de millones de años de evolución. Esta misteriosa
confabulación cósmica se enmarca en el Principio Antrópico propuesto en 1961 por Dicke[131]
y desarrollado en la mayúscula obra de Barrow y Tipler[132], quienes diferencian entre un
modelo débil y otro fuerte (donde éste último postularía que las propiedades físicas del Universo
sólo pueden ser tales que permitan el desarrollo de vida inteligente que pueda observarlo en
algún momento de su historia).
Las verdades más obvias nos pasan desapercibidas, nuestros prejuicios funcionan a modo
de velos sobre la Verdad. Schrödinger postula en uno de sus célebres ensayos[133] que se nos
abre a la consciencia aquello que se aprende, y una vez aprendido, la repetición lo hace devenir
inconsciente. Podríamos estirar este principio y entender la aventura espiritual como el medio de
desentrañar los susodichos juicios sintéticos a priori kantianos; aquel conocimiento innato y que,
por aparentemente sabido, nos resulta desapercibido e incomprendido. Quizás, el único mérito
del libro de Bergier y Pauwels[134], publicado en los años 60 y célebre en círculos esotéricos,
sea el contarnos las miopías intelectuales de científicos a quienes, teniendo ante sí
descubrimientos que les habrían hecho famosos, la carga de sus prejuicios les impidió aceptar lo
que observaban.
Aplicar la razón con coraje, sin prejuicios heredados es raro en el ser humano; en la
comunidad de científicos podríamos incluso afirmar que inexistente. Su fe son los pilares de la
ciencia aceptados mayoritaria y coyunturalmente por la comunidad. El ateísmo es un título que
se pavonea pretenciosamente como inevitable resultado de la profundidad de pensamiento del
que tal juicio emite obviando el insondable enigma que el hombre supone para sí mismo. A los
herejes que cuestionan dichos dogmas científicos se les menosprecia, olvidándose que también
en su día fueron herejes aquellos que apuntalaron esos pilares.
En ciencia todo es coyuntural, siempre hay recorrido más allá de lo consolidado; ningún
mortal puede pretender conocer la verdad científica definitiva. Hace escasas décadas, aún se
cuestionaba la validez de la teoría de la Relatividad General de Einstein[135],
incuestionablemente uno de los mayores logros del intelecto humano. Sacada a la luz en
1916[136], es de una belleza eterna:
La Kabbalah enseña que de la infinita luz de Dios emanaron diez dimensiones con las
que éste construyó el Universo. El valor numérico en guematría[141] del nombre de Dios es 26;
así IHVH, Yaveh o Jehová en pronunciación latinizada tal y como Dios se llama asimismo
cuando se aparece en la zarza ardiente a Moisés (yo soy el que soy[142]), suma 26 (Yod=10,
He=5, Vav=6, He=5). Yod, la primera letra del nombre de Dios, que se escribe a modo de tilde,
de cuerdecilla, se deletrea como Yod - Vav – Daleth[143]. Donde se considera a Vav como el
elemento masculino de la realidad y a Daleth (de valor numérico 4) el componente femenino, la
matriz. Se enseña que Daleth es lo revelado, mientras que el principio masculino está contenido
en el seno de Daleth.
Por otra parte, diez son las Sefiroth, las cognoscibles emanaciones de la incognoscible
Unidad del Ein-sof (literalemente sin fin, llamada también Unidad indiscernible entre la multitud
de metáforas utilizadas por los cabalistas para referirse a Dios) que nos conforman el mundo
visible. Sin embargo, la ascensión por el Árbol Sefirótico durante el desarrollo espiritual del
hombre no se consigue sin el equilibrio entre las Sefiroth simétricas gracias a Daath, la undécima
Sefirah, el Sol negro, el espejo que sirve de puerta oculta impenetrable a Ein Sof. Daath no es
considerado de modo ortodoxo como una verdadera Sefirah, un arquetipo de Dios, sin embargo
es un elemento esencial, signatura del eje central del Arbol Sefirótico conformado por las diez
Sefiroth relacionándolas de modo directo con la raíz de todas las raíces, con la causa de todas
las causas de luz infinita velada a nuestros ojos por las Sefiroth.
La Alquimia es la invitada incómoda de nuestra ciencia actual; la bella Dama con la que
nadie se atreve a cruzar su mirada por el riesgo de que su misteriosa y deslumbrante presencia
derrumbe el frágil edificio que nuestra razón ha construido. Pero la Alquimia es la matrona del
saber científico actual; su asistencia al parto de la ciencia moderna no se limitó a inspirar los
estudios químicos de la época medieval. Es sabido que Van Helmont, pero sobretodo Boyle[149]
sirvieron de puente entre dos mundos cultivando un Saber Hermético velados por los ensayos
científicos ortodoxos que dieron lugar a la química moderna; pero también Descartes y Leibniz y
Newton y Kepler gracias a quienes nacieron el álgebra, el cálculo diferencial, la física y la
astronomía moderna.
Hay sólidos indicios que hacen sospechar que Descartes, pese a ser fundador del
pensamiento cartesiano, fue un iniciado Rosacruz[150]. La novela hermética Las bodas químicas
de C. Rosenkreutz en su tercera jornada presenta un acertijo matemático sobre el nombre de una
misteriosa dama, resuelto por Leibniz décadas después de su publicación como Alquimia.
Leibniz, cuyo modelo filosófico estuvo fuertemente influenciado por la Kabbalah de fundamento
gnóstico de Luria[151] y por el neoplatónico Proclo, escribió el sugerente libro Hypothesis
Physica Nova además de inventar el cálculo infinitesimal, reflejo matemático de sus
mónadas[152].
De Newton tan sólo hace unas décadas que se descubrió en unos papeles olvidados sus
denodados trabajos alquímicos. Las obras publicadas que estudian este hecho son aún escasas a
día de hoy, si bien destaca por su rigor la obra de Dobbs[153]. Finalmente, Pauli nos descubre en
su ensayo titulado La influencia de las ideas arquetípicas en las teorías científicas de
Kepler[154], cómo los estudios herméticos guiaron a Kepler en sus intuiciones físicas que
abrieron la astronomía moderna.
Ripley[155] en el siglo XV nos habla de cuatro fuegos de los cuales uno mantiene unido
a los átomos; dos mil años antes Empédocles nos habló de cuatro elementos que conforman el
Universo (entiéndanse como alegorías de los estados de la materia) de los que hablamos en
Alquimia. Con ellos podríamos hacer una correlación con las únicas cuatro fuerzas conocidas:
Tierra – gravitatoria, Agua – electromagnética, Aire – nuclear débil y Fuego – nuclear fuerte. De
la lenta evolución en el entendimiento de cómo operan dichas cuatro fuerzas conocidas hablamos
a continuación…
El Universo habla matemáticas, la íntima conexión entre la física que rige su dinámica y
las matemáticas es desconcertante. Aparentes especulaciones matemáticas sin sentido fundadas
en un riguroso respeto de su sintaxis devienen, décadas e incluso siglos después de su invención,
herramientas indispensables para descubrir cómo opera el Universo. No nos deja de sorprender
cómo la escuela pitagórica pudo intuirlo pese al rudimentario conocimiento de las matemáticas o
la infantil visión de la dinámica del Cosmos de la antigua Grecia. Las matemáticas y la física
tuvieron su primer gran encuentro en el siglo XVII con el descubrimiento del análisis diferencial
que ayudó a Newton a conformar sus teorías. Las incipientes teorías eléctricas y magnéticas del
siguiente siglo no tuvieron más que aprovechar los desarrollos efectuados en un marco
gravitatorio. Destacaremos otros ilustres ejemplos como la teoría de grupos, desarrollada por
Galois a principios del siglo XIX, indispensable en la física de partículas desde los años sesenta
del siglo pasado; la generalización de la geometría diferencial de Gauss para un espacio
multidimensional no euclídeo de Riemann (con los terroríficos símbolos de Christoffel con
quienes llegamos a tener pesadillas hace décadas); la versátil reformulación de la física elaborada
por Hamilton y Lagrange; el potente cálculo tensorial que desarrolló Minkovski a partir del
trabajo de Riemann, indispensable para que Einstein elaborase su teoría de la relatividad general;
los espacios complejos de Hilbert que dieron rigor matemático a la nueva física naciente a
principios del siglo pasado; o como guinda de todo lo anterior, los desarrollos de Ramanujan (el
más sorprendente genio de la historia de las matemáticas descubierto por Hardy[158] en 1913)
con sus incomprendidas funciones modulares en 24 dimensiones, indispensables hoy en la
moderna teoría de cuerdas.
Otra capa se comenzó a eliminar en 1899 con la aparición del concepto de cuanto como
unidad de acción gracias a Planck, que sólo se atrevió a publicar dos años después[161] por su
rechazo intelectual a aceptar una naturaleza discontinua con una variación a saltos de sus valores
físicos esenciales. La evidencia de las investigaciones posteriores doblegó su inicial posición.
Cómo no, Einstein es para los historiadores de la física del siglo XX[162] el padre de la
mecánica cuántica al aceptar el revolucionario principio de que la naturaleza a nivel
microscópico no es continua y lograr explicar el efecto fotoeléctrico[163] al concebir la luz
conformada por un flujo de partículas, de cuantos de energía[164]. Así, la energía de los
electrones emitidos al incidir un haz de luz sobre una superficie metálica dependería de la
frecuencia de los cuantos de luz, fotones, mas no de su intensidad; mientras que el número
emitido de los mismos dependería de la intensidad pero no de la energía de la luz. El sencillo
artículo donde postulaba dicha interpretación le valió el premio Nobel de física en 1921. Einstein
gozó de una penetración en los secretos de la física como posiblemente nadie jamás ha logrado,
fue el gran pelador de esta cebolla que estamos desnudando en estas líneas[165].
Las implicaciones de esta tesis son demoledoras para los principios kantianos antedichos
pues afectan a la concepción a priori del tiempo y del espacio dejando como sólo marco de
referencia absoluto dicha velocidad de la luz. Sin embargo, es nuestra opinión que la implicación
más fascinante es que para los fotones el tiempo jamás discurre, así tanto el primer fotón
generado unos 300 mil años después del Big Bang que continúa viajando por nuestro misterioso
Universo, como aquél que nos llega desde una galaxia cualquiera situada a unos cientos de
millones de años luz de distancia, o como la luz de nuestro sol que nos quema en un día de playa,
se hallan en el mismo instante que cuando fueron emitidos. En el primer caso planteado, mucho
antes de que nuestra azul, verde y ocre Tierra naciese hace unos 4500 millones de años.
Volviendo a la metáfora de la cebolla y sus capas, 1905 fue un año especialmente activo.
Einstein retiró varias con tan sólo 26 años al publicar cinco artículos científicos[167] que
demolieron las teorías clásicas de la luz, del electromagnetismo y de la mecánica, dando a luz a
la teoría de la Relatividad Especial[168] que selló la defunción de un espacio y tiempo absolutos
como juicios sintéticos a priori y abrió el camino a una nueva comprensión del Universo.
Dispongamos un emisor de fotones F enfocado hacia una fina lámina opaca que presenta
dos pequeños orificios O1 y O2 de dimensiones comparables a la longitud de onda del espectro
visible. Coloquemos a una distancia de un metro del emisor F un detector de fotones D, estando
D alineado con F y el orificio O1. Regulemos el emisor de fotones para que emita un solo fotón
monocolor cada cierto tiempo. Veamos lo que ocurre…
Los malabarismos para racionalizar este misterio son conocidos como interpretación de
Copenague, data de 1927 y fue el resultado de dos años de intensa actividad científica de un
jovencísimo Heisenberg junto a un científico con un premio Nobel de la solapa como Bohr; si
bien, no hay una unicidad en la comprensión de los fenómenos desde su mismo origen dada la
diferente lectura que le dieron ambos. Los principios básicos son tres:
El objetivo de este libro no es hacer una historia del desarrollo de la física, sino ayudar a
alguno de los lectores a hacerse preguntas y acaso a uno sólo darle respuestas. Seguiremos con
en el proceso de desnudamiento de Isis sin entrar en demasiados detalles de la física, los
fascinantes inicios ya están explicados.
Veinte años pasaron hasta que de nuevo las sincronicidades llegaron en 1925 cuando
Heisenberg[178] desarrolló su modelo matricial al que siguieron inmediatamente el más intuitivo
(y totalmente equivalente) modelo diferencial de Schrödinger; los trabajos de De Broglie[179]
con sus ondas de materia definiendo matemáticamente la longitud de onda asociada a una
partícula cualquiera en movimiento; y a Pauli[180] con su célebre principio de exclusión, que se
estudia hasta en bachillerato, válido para fermiones (partículas de espín semi-entero como el
protón, el neutrón (descubierto posteriormente en 1932 por Chadwick) o el electrón, que
constituyen los tres ladrillos con los que está constituida la materia que observamos en nuestro
mundo) que ayudó a Heisenberg a desarrollar su principio de incertidumbre[181] y a Dirac a
conformar de modo definitivo matemáticamente la mecánica cuántica[182] prediciendo la
existencia de anti-materia. Mencionaremos también a Born que dio sentido físico a la función de
onda de las partículas, que había sido no más que una entelequia matemática hasta entonces,
demostrando la naturaleza estadística de su cuadrado[183].
De nuevo otros veinte años pasaron hasta el nuevo gran impulso que llegó entre 1945 y
1955 con la conformación de la electrodinámica cuántica que descubrió los mecanismos de
interacción de la luz y la materia gracias a los trabajos independientes de Tomonaga, Schwinger
y Feynman, cuyos modelos se demostraron equivalentes en 1947[184], y la teoría de Yang-Mills
tras un artículo escrito de modo común por Yang y Mills[185] que permitió una generalización
de los principios definidos para la electrodinámica cuántica al resto de fuerzas conocidas: la
nuclear fuerte que rige la física en el interior del núcleo del átomo, la nuclear débil que rige los
fenómenos radiactivos y la gravitatoria, la primera fuerza estudiada con rigor por Newton en el
siglo XVIII, mas todavía misteriosa a día de hoy. Los bosones (partículas de espín entero)
pasaron a gozar de una relevancia esencial puesto que las cuatro fuerzas existentes serían debidas
al continuo e infinito intercambio de bosones de interacción virtuales.
El cómo los mismos principios físicos descubiertos son aplicables a campos diversos en
similar estado de desarrollo resulta evidente en la correlación que Witten nos descubre entre la
teoría de la superconductividad en materiales metálicos de Bardeen, Cooper y Schrieffer[194] y
el modelo de la fuerza electrodébil[195]. Búsquedas de nuevas simetrías dieron luz a principios
de los años noventa a la teoría Supersimétrica que vincularía fermiones y bosones[196] y que
diseña una estructura espacio-temporal en la que la presencia de fermiones es compatible con la
teoría de la relatividad especial. En el momento de la lectura de estas líneas el Large Hadron
Collider, el colisionador de protones del CERN, muy posiblemente haya descubierto el bosón de
Higgs con una energía próxima a los 135 GeV y encontrado indicios de la existencia de una
fauna supersimétrica.
En 1968, de modo casual Veneziano un joven físico italiano observó cierta correlación
entre una anodina función integral inventada por Euler en el siglo XVIII y los incipientes
resultados experimentales de la teoría nuclear fuerte que rige la física de los quarks, presentes en
el interior de los protones y neutrones del núcleo atómico, y de toda una fauna de partículas no
elementales que surgen en los aceleradores de partículas. Los iniciales modelos teóricos sugerían
la presencia de una partícula sin masa de espín 2, exactamente las características requeridas por
el gravitón como cuanto de interacción de la gravedad.
Una década de paciente, arduo y poco gratificante trabajo dio a la luz a la teoría de
cuerdas en los años ochenta[197] por la que todas las partículas, con o sin masa, podían
explicarse como vibraciones de cuerdas unidimensionales de tamaño inimaginablemente
pequeño[198], que abocó en cinco modelos físicos distintos con dimensiones espacio temporales
diferentes. No entraremos en descripciones técnicas de la teoría de cuerdas que nos sobrepasa
generosamente, su desarrollo histórico e implicaciones físicas han sido descritos, entre otros por
Witten[199] motor de la conformación moderna en 1995 con su M-theory, demostrando que las
cinco posibilidades abiertas no eran más que una, mas observada desde ángulos distintos. Witten
la denominó M-theory pues no quiso bautizarla de modo definitivo por considerar que tan sólo
percibió atisbos de algo profundamente bello; las razones por las que eligió dicha M no están del
todo claras, Membrane, Mother, Magic, el reflejo simétrico de la W de su apellido o también
Mystical.
No podemos dejar de llamar la atención sobre la hermosa cábala fonética tras los autores
del texto fundador de la teoría de supercuerdas: Green, Schwarz, Witten, escondiendo tres
colores de claro mensaje alquímico en los que faltaría el rojo de la maestría que posiblemente
cierre el ciclo en las próximas décadas. Con también curiosa cábala fonética, y cierta correlación
con sus peculiaridades humanas y logros científicos, se presentan casualmente los nombres de
otros ilustres físicos: Einstein, Heisenberg, Sommerfeld, Born, Weisskopf, Friedmann, Lemâitre,
Wheeler, Feynman…
1) la relatividad general,
sean inherentes a la propia teoría y resultados de ella misma más que hipótesis de partida,
sino que permite la cuantización de la fuerza gravitacional, haciendo compatibles la mecánica
cuántica y la teoría de la relatividad general, escollo teórico insalvable desde el descubrimiento
de ambas teorías hace un siglo.
Por último, Heráclito nos habla del gran año equivalente a 10800 años solares que marca
los ciclos de la humanidad; muchos lo han relacionado con ridículas teorías de avanzadas
civilizaciones desaparecidas en grandes cataclismos, con la desaparición de gigantes que
habitaban la Tierra, con el hundimiento geológico de una Atlántida hundida en medio del
Atlántico con todos sus secretos a miles de metros bajo la superficie del agua (teoría
geológicamente absurda). Todo resulta más sencillo, pero no deja de ser desconcertante por la
capacidad de observación que nos descubre en nuestros antepasados remotos, lindantes con la
edad de piedra.
Dada la forma achatada de nuestro planeta que presenta una diferencia de unos 22 km
entre el diámetro ecuatorial y el diámetro a lo largo de su eje de rotación, éste deviene una gran
peonza cuyo eje da un giro completo de 360˚ cada 26000 años[201] aproximadamente,
avanzando en su imparable precesión un grado cada 72 años (72 x 360 = 25920). Pero resulta
que el período orbital de Saturno es de 29 años y 167 días; por su parte el período de Júpiter es
de 11 años y 315 días. Las rudimentarias observaciones que a ojo desnudo hubieron de efectuar
en la antigüedad les dejaba poco margen de error atribuyendo a dichos periodos orbitales 30 y 12
años respectivamente. Curioso es observar pues que Heráclito relaciona dicho gran año con un
astro nocturno pues 30 x 360 = 10800, con Saturno, el padre de los dioses que devoraba a sus
hijos. Los vínculos entre el microcosmos humano y los movimientos observables de esas luces
en la esfera estelar fueron el origen de la astrología. Pero, ¿cuáles son éstos? El ser humano tiene
de media 72 pulsaciones por minuto. Es obvio que en la antigüedad nuestro minuto no tenía
sentido alguno, pero sí que se sabía la duración de un día. Resulta que hay una media de 4
pulsaciones por cada respiración que efectuamos, entonces el número medio de respiraciones
diarias es 72/4 x 60 x 24 = 25920, que ya habíamos encontrado antes. Para acabar con estas
observaciones, mencionaremos que el hinduismo milenario va más allá de estas especulaciones
numéricas prediciendo la edad de nuestra Tierra, un Kalpa o día de Brahma curiosamente en
4320 millones de años[202], básicamente el valor aceptado hoy día.
En 1927 un sacerdote belga de nombre Lemâitre, guiado por sus convicciones religiosas,
da lustre a una solución de las ecuaciones de la relatividad general obtenida poco antes por
Friedmann[207], sugiriendo un origen del Universo a partir de la explosión de un único átomo
inicial[208], el Big Bang como la bautizó con cierta sorna un escéptico Hoyle. Esta teoría,
rechazada mayoritariamente en sus inicios por implicar un Universo en continua expansión
chocando de nuevo con la renuencia psicológica a abandonar un idealismo aristotélico, tuvo dos
fuertes respaldos. Por un lado explicaba la observación por Slipher[209] de un efecto Doppler
cósmico en estrellas lejanas (descubrimiento erróneamente atribuido a Hubble) correlacionado
con su distancia, debido a la continua expansión del espacio (que no otra cosa es el célebre
corrimiento hacia el rojo del espectro), que sugería que efectivamente ocurría dicha expansión y
por otro el asombroso y casual descubrimiento en 1965[210] del eco fotónico de dicha explosión,
viajando y enfriándose (es decir, aumentando su longitud de onda en correlación con la
expansión cósmica) hasta los presentes 2.7 Kelvin (lo cual equivale a unos 270.4 ˚C bajo cero).
Pero la teoría del Big Bang no es capaz por sí sola de explicar la estructura de nuestro
Universo que muestra una sorprendente homogeneidad en su temperatura de 0.001% en todas las
direcciones. En 1981, un joven físico[211] revolucionó la cosmología con un modelo que
hablaba de una expansión exponencial inicial del Universo que habría alcanzando un factor de
multiplicación de su tamaño inicial de 1026 (un uno seguido de 26 ceros) en una pequeña
fracción de segundo. Dicha expansión hubo de realizarse a velocidades infinitamente superiores
que la de la luz, pero no se viola ningún principio físico pues fue una expansión del espacio per
se. Este modelo fue rápidamente adoptado por la comunidad de físicos de alto nivel pues daba
fácil respuesta a las irresueltas observaciones contradictorias con el Big Bang. Pero la
comprensión de la física del Cosmos está muy lejos de ser entendida, baste como ejemplo que la
materia observable sólo representa el 4% del Universo a tenor de las observaciones, un 26% se
atribuye a una misteriosa materia oscura invisible a las observaciones (que bien podría ser de
naturaleza supersimétrica) y un 70% a esa energía oscura que sorprendentemente nos acelera
hacia un lugar ignoto más allá de las fronteras de nuestro Universo.
Pero no nos dejemos de lado un pequeño, mas relevante, detalle que debería hacernos
pensar. El Bing Bang tuvo un origen cuántico dado que partió de una singularidad, de un punto
matemático, de una fluctuación en un hiperespacio; ergo todos los átomos, todos los fotones, la
materia oscura, el Universo entero desde uno al otro confín está ligado cuánticamente. Todo el
Cosmos goza de un enmarañamiento cuántico, independiente de su infinito tamaño debido a la
misteriosa susodicha no-localidad de la mecánica cuántica.
Pero, ¿cuál es el origen de los más de cien distintos elementos que encontramos en la
materia? Un artículo de 1948, el αβγ- paper (de nuevo con una adecuada cábala fonética en el
nombre de los autores dado el tenor del asunto) explica[212] cómo los núcleos ligeros de
Hidrógeno, Helio y Litio presentes en el Universo (los cuales constituyen el 99% de la materia
observable) fueron creados en el primer cuarto de hora después del Big Bang hace unos 13700
millones de años.
La existencia de núcleos más pesados fue resuelta de modo definitivo por Hoyle una
década después[213] quien demostró que, bajo las infernales condiciones de presión y
temperatura existentes en el núcleo de las estrellas, se generan núcleos pesados gracias a la
fusión de núcleos más ligeros, que serían esparcidos por el Universo tras las explosiones que
ocurren en la fase final de la vida de una estrella. No debería pasar desapercibido este hecho pues
implica que el oxígeno que respiramos, el carbono de nuestras células, el hierro de nuestra
hemoglobina, el potasio de nuestro semen estuvieron en algún momento, hace miles de millones
de años, en el interior de una estrella que explotó hace al menos 4500 millones de años (la vida
estimada de nuestra Tierra), a su vez tras miles de millones de años de existencia. Somos polvo
de estrellas.
En 1920 tuvo lugar un famoso debate entre los astrónomos Shapley y Curtis
cuestionándose si el Universo se reducía a nuestra galaxia o existirían otras galaxias. Polémica
que nos resulta infantil a día de hoy; nuestras percepciones evolucionan y una vez consolidadas
nos olvidamos de nuestras previas dudas. Shapley, que pensaba equivocadamente que todo el
Universo se restringía a nuestra galaxia le dio en 1922 quizás la estocada mortal a nuestro ego
demostrando que el sol no ocupaba el centro de la galaxia sino que se hallaba en una humilde
rama excéntrica de la misma. Recordamos en nuestra infancia cómo se debatía continuamente si
habría o no vida extraterrestre. Legión de soplagaitas describían sus avistamientos, sus
abducciones, sus visitas a determinados planetas o satélites supuestamente habitados de nuestro
sistema solar, sus viajes interesterales, sus comidas con antiguos profetas a bordo de una nave
espacial, incluso sus orgías con mutantes (tipo Blade Runner) vírgenes. Ay Señor, ¡cuándo me
llevarás! que decía nuestra abuela. Sin embargo, a día de hoy nadie serio duda de que la vida es
consustancial con el Universo y tan pronto como las condiciones adecuadas se dan, ésta surge de
modo natural. El viento de Hermes permea el Universo…
Tampoco hace mucho que la comunidad científica aún se cuestionaba si habrían planetas
orbitando alrededor de otras estrellas; la absurda antropocéntrica polémica tocó a su fin hace
escasamente dos décadas[214] pero el radio de observación está limitado hoy en día a unos
pocos cientos de años luz de distancia en torno nuestro, es decir, a la distancia que la luz recorre
a través del espacio en dichos años (obsérvese que a la luz le toma unos 1.3 segundos en recorrer
la distancia entre la tierra y la luna). La razón de dichos límites de detección radica en la
invisibilidad por métodos ópticos directos dada su relativa pequeñez y la carencia de luz propia
inherente a los planetas.
A día de hoy, la polémica entre Shapley y Curtis nos resulta ridícula; se estiman en cien
mil los millones de galaxias presentes en nuestro Universo cada una conformada por una media
de otras cien mil millones de estrellas. Usando simple aritmética una vez más, esto nos lleva a la
cantidad de 1022 (un uno seguido de veintidós ceros) potenciales sistemas estelares análogos al
nuestro. Imaginemos que la descripción esencial sobre nuestro sistema solar estuviese contenida
en un disco duro de diez Gigabytes de un milímetro de espesor[215]; suponiendo que tuviésemos
un disco igual por cada una de las estrellas del Universo y los apilásemos alcanzaríamos
1022/106=1016 km que equivale grosso modo a unos mil años luz de distancia. Esos posibles
seres inteligentes habitantes de planetas observables a día de hoy, verían cómo la pila de discos
duros describiendo nuestro común Universo penetraría su atmósfera, confirmándoles que no
estarían solos por la grotesca excrecencia en su cielo. Seamos serios, condiciones para que haya
vida en otros planetas no pueden darse estadísticamente en todos los sistemas extrasolares. Si
bien la vida puede darse en condiciones muy extremas, para que una simple célula procariota
desarrolle cierta complejidad se necesitan ciertas condiciones de habitabilidad. Trataremos de no
caer en la tentación de mirarnos el ombligo, actitud que tanto hemos criticado anteriormente. El
mismo concepto de a qué llamamos vida ha evolucionado lastrado de prejuicios, como nos
explica de modo insuperable Cordón[216] que sugiere superar el reduccionismo y entender
ciertos procesos bioquímicos constituyentes del soma celular como la unidad más básica de vida,
a la que denomina basibión, superando la cuasi bicentenaria polémica entre Schwann y Virchow
sobre qué es la vida.
Esa luz que captan nuestros telescopios procedente de una galaxia cualquiera alejada de
nuestro sistema solar más de diez mil milllones de años luz de distancia (lo que equivale a 1023
kilómetros), esconde miles de millones de estrellas con sus planetas orbitando a su alrededor de
modo invisible a nuestros ojos que desaparecieron antes de que la Tierra naciese. Sin embargo,
en muchos de ellos (miles, quizás millones) surgió vida hace muchos miles de millones de años,
ésta se desarrolló y ocasionalmente esa vida devino inteligente; tal y como ocurrió en nuestro
hogar, la Tierra.
¿Dónde está esa conciencia que despertó en un alejado confín de nuestro Universo, miles
de millones de años antes de que la Tierra naciese? Aquí…
J. Lennon
Los estudios herméticos se sustentan en tres pilares: Alquimia, Kabbalah y astrología que
se hallan entre los padres de la física-química, de las matemáticas y de la astronomía
respectivamente. Los vínculos del Hermetismo en la conformación moderna de estas disciplinas
esperamos que hayan quedado iluminados tras la lectura del capítulo anterior, en donde
rescatamos los trabajos herméticos, poco estudiados aún, de Descartes, Leibniz, Newton, Kepler
y Boyle. La aplicación rigurosa de la razón, con coraje, liberándose de prejuicios heredados,
acaba por descubrir insoslayablemente sus límites. No somos expertos en ninguna de aquellas
disciplinas que sirven de esqueleto al Hermetismo, sin embargo una atenta observación de cómo
opera la Naturaleza nos ha permitido comenzar a alzar los velos que cubren la desnudez de
nuestra Señora y la belleza percibida ante sus misterios nos ha hecho su devoto.
Durante decenios no entendimos cómo el hecho más fascinante, el mayor misterio al que
nos enfrentábamos a diario, no parecía haber sido abordado por la filosofía. Ese misterio nos era
un hecho positivo que se repetía sin cesar aniquilando todo intento de un análisis racional. En
aquella época, no podíamos concebir que no fuese algo común en el ser humano, evidente para
toda mente despierta; sin embargo, para nuestro desconcierto, aquéllas históricamente
reconocidas como más preclaras o espirituales no parecían haberlo observado. No encontramos
palabras para describir nuestra perplejidad en aquella época ya lejana. Nos embarcamos en
distintas vías de estudio y nos iniciamos en distintas órdenes esotéricas que abrieron las puertas a
nuevas meditaciones, que desembocaron en una comprensión más profunda que acrecentó
nuestra desazón. Parecíamos un famélico león verde provocando la hilaridad de sus supuestas
presas.
El sol lucía mientras descendíamos por la agreste senda tantas veces hollada en siglos
pasados; bajábamos felices con la sensación de una misión cumplida. Escasamente un mes
después de la decisión tomada, el Cosmos nos dirigió hacia la persona que nos mostraría las
puertas que tanto ansiábamos abrir.
Nos quedan aún decenios de inmersión en las aguas que bañan el insondable misterio de
nuestra existencia y su íntima interrelación con el mundo en que vivimos. Es un fascinante viaje
del que estamos tratando de explicar nuestras preguntas más que nuestras respuestas en esta obra
engarzada en la Catena Aurea milenaria de la que no somos a día de hoy más que un grosero
eslabón. Si a uno solo de nuestros lectores este humilde estudio le da alguna respuesta o quizás le
genera de modo íntimo alguna pregunta, nuestro esfuerzo habrá quedado ampliamente
recompensado.
Un hecho del que podemos hablar con nuestra propia experiencia es que los metales
pueden positivamente transmutarse con paciencia, tesón y fe en la ayuda de un agente espiritual.
Su corrupción y mortificación despiadada es imprescindible para ceder al Azufre metálico
capacidad fertilizante, que en tierra adecuada y con un fuego moderado y continuo habrían de
llevar al éxito de la Obra. La Ciencia es verdadera y está al alcance de todos pues la prima
materia de donde partir, el Atanor y el fuego necesario están con nosotros. Nuestra propia vida es
el verdadero laboratorio donde se opera y la evolución en las preguntas que nos hacemos reflejo
de nuestro nivel espiritual. Todos tenemos naturaleza búdica, como dijo Sakyamuni hace ya dos
mil quinientos años.
Pero se nos podría decir, ¿por qué no decir las cosas por su nombre?, ¿por qué los textos
alquímicos son tan abstrusos? Sin denodado esfuerzo, sin un estudio continuado y paciente, sin
una perseverante meditación no se consigue subir por la escala de Jacob. Explicaciones abiertas
no se comprenderían y las experiencias que se vivencian si se asciende atropelladamente pueden
conducir a un desconcierto vital lindante con la locura.
La ley del silencio que se respeta en nuestra Tradición, no permite la explicación clara
para el profano pues no le haría ningún beneficio. El Camino requiere esfuerzo y el mensaje
deviene paulatinamente diáfano al avanzar en la senda trazada entre el aprendiz y el adepto.
Tampoco ha de olvidarse que dado el oscurantismo imperante durante tantos siglos de nuestra
era y la represión de la menor heterodoxia que ha obsesionado al Cristianismo desde su
oficialización como religión del estado allá por el siglo IV, fue más saludable hablar con
símbolos y alegorías que decir las cosas claras manifestando abiertamente el evidente paganismo
que subyace en la Ciencia. Y para terminar, como último factor y parafraseando a
Wittgenstein[223], de lo que no se puede hablar, es mejor callar, en el sentido de que sólo se
puede hablar de aquello que encaja en la lógica que rige nuestro pensamiento; los límites del
lenguaje de cada uno, son los límites del mundo de cada cual. Los textos alquímicos ciertamente
pueden hablar del Nigredo con cierta claridad para el profano si se explican sus claves, quizás
hasta del Albedo para algunos pocos, si bien penetrar el Universo del Rubedo y tratar de
explicarlo con palabras profanas sería cosa de Locos pues los hechos que se viven rompen toda
lógica racional.
La Alquimia es la solución occidental[224] a la búsqueda milenaria del ser humano por
controlar las fuerzas de la naturaleza y comparte el marco con el yoga indio, el Chi-Kung chino,
o ciertos movimientos kabbalísticos; si bien se engarza profundamente con la corriente del
Budismo mahayánico, descrito tan deliciosamente en el Sutra llamado de Diamante por el propio
Buda, por penetrar la sabiduría trascendental seccionando los prejuicios. El alquimista se
enfrenta a la materia, ésta es el sujeto de su Obra y lucha por redimirla[225]. El adagio
alquimista mens agitat molem[226] es un hecho positivo con evidencias empíricas en el
microcosmos cuántico, como hemos visto en el capítulo anterior. Los Bodhisattvas de la
tradición budista mahayánica rehúsan entrar en el Nirvana y se encarnan indefinidamente hasta
redimir a todo ser que goce del soplo divino; una clara correlación con el callar zoroastriano.
El jeroglífico perfecto de la Gran Obra es el laberinto. El primero del que se tiene noticia
histórica fue construido en Hawara durante el Imperio Medio egipcio en el siglo XIX antes de
nuestra era, en la vecindad de la pirámide construida en honor de Amenemhat III, que ya
describiese Estrabón y del que Plinio el Viejo afirma que copió Dédalo su laberinto cretense
cuatrocientos años después[229]. En línea con esta afirmación está el origen etimológico de la
palabra laberinto, que a su vez proviene fonéticamente de gran puerta en la lengua que se
hablaba en el Imperio Medio Egipcio[230].
1) la preparación de la materia, que exige una lucha violenta contra el dragón escamoso,
contra el tenebroso morador del umbral al que todo adepto encuentra insoslayablemente en su
Camino en algún momento y derrota sin piedad. Está mitológicamente representada, por
ejemplo, en la lucha de Teseo con Asterión, hijo de la unión bestial de Pasifae y un toro blanco,
para salvar a las siete doncellas y siete jóvenes atenienses que anualmente le eran entregados en
sacrificio. Es sabido que Teseo fue ayudado por Ariadna (la de gran pureza) que le cedió un
ovillo para encontrar su Camino de vuelta tras derrotar al Minotauro en el centro del laberinto.
Una adecuada preparación de la materia es el trabajo más arduo, y conlleva grandes penas, está
íntimamente ligada al Gran Arcano de nuestra Obra, cuyo jeroglífico es evidente en la Plancha
XLIII de Atalanta Fugiens[231]. La lucha contra el guardián del Fuego Secreto es
inmisericorde; cuando la bestia siente el peligro ataca despiadadamente sin previo aviso y, en el
mejor de los casos, el osado caballero huye despavorido por siempre. Desafortunadamente, en no
pocos casos, el aprendiz es alcanzado y derrotado, enfrentándose a la destrucción psíquica e
incluso a la muerte por su imprudencia. Los metales suelen ser demasiado pesados y duros en el
ser humano, la paciencia escasa, la fe nula y las motivaciones para iniciar la Obra impuras. Para
quien está preparado para emprenderlo, el Camino está trazado en las palabras de Nicolas Valois
la paciencia es la escala de los Filósofos, la humildad la puerta de su jardín. Dios premiará con
su misericordia a aquél que persevera sin orgullo y sin malas acciones.
2) Aquél, que como Perseo, logra derrotar a la górgona Medusa, accede al Fuego Secreto
que protegen esas tan terroríficas como reales alegorías. Este fuego, no es un fuego común, no
quema en manos del Filósofo, es un fuego acuoso, es el fuego que utiliza un Vulcano Lunático
en su forja[232] y puede ser terriblemente destructivo en manos inadecuadas. El control de este
Fuego Secreto, encontrar el régimen adecuado, sólo puede lograrlo el Artista experimentado, es
un fuego que se alimenta con Amor, con un Amor puro y desinteresado.
La preparada prima materia tratada bajo el régimen idóneo por Teseo con el robado
fuego iluminando el Camino de retorno y guiado por el hilo de Ariadna deviene nuestra
Magnesia de donde, según afirma Fulcanelli[233], se puede extraer la leche de la Virgen que
alimentan al batracio, como se aprecia en la Plancha V de la obra mencionada de Maier. Las
propiedades de aquélla y la alegoría que ésta representa, describe el Gran Arcano que ha
maravillado a todos los que fueron, en el curso de sus vidas, eslabones de la milenaria Catena
Aurea que transmite el Misterio de la Gran Obra.
A la prima materia sobre la que el Artista ha de trabajar se la llama espejo del Arte[234].
La eliminación de la escoria requiere la depuración de las heridas sufridas en la lucha contra el
guardián del Fuego Secreto y el efecto fertilizante de lo putrefacto, cuya alegoría es el caput
mortuum, un bucráneo, por medio de la utilización primero del Agua y después del Fuego.
Aún insistiremos, por si no hubiésemos sido en lo hasta ahora dicho tan diáfanos para el
atento lector como intentamos, con la evidente imagen de las operaciones de nuestra Obra, que
Flamel[237] extrae del mitológico Libro de Abraham el Judío, como una vieja encina[238],
ahuecada en su centro y podrida, con un rosal de hojas doradas y flores blancas y rojas en torno
suyo, y a cuyos pies fluye una fuente de agua clara de color plata que unos buscan y otros
ignoran; pero que sólo un anciano vestido de harapos es capaz de ver y de ella beber. Este agua,
es el Agua que no moja las manos que dicen los Filósofos antiguos, es el Mercurio filosofal, el
agua ardiente, el orujo filosofal que habríamos dicho de haberse perpetuado una tradición
alquimista ibérica.
Al éxito en la preparación de la materia nos visita un pavo real en cuya cola descubrimos
siete colores y a su vez jeroglífico de la danza de Siva hinduista. Se ha de repetir la operación, en
un régimen ya sin brusquedades, lineal, sin necesidad de violencia, ni mortificación, pero con
tenacidad y perseverancia; si bien hay que estar muy atento para no dejar madurar a los pequeños
cuervos que inevitablemente aparecen durante el Albedo. Llevado por la sabiduría alcanzada en
décadas de observación atenta del operar húmedo de la Naturaleza, con un calor moderado y
continuo en el Atanor, se logrará extraer la sangre roja de dicho león verde para lograr unir la
Tierra y el Cielo. Los siete colores recién descubiertos tras la oscuridad del Nigredo se irán
paulatinamente fundiendo en luz blanca.
Existen dos vías principales que pueden llevar al Artista a la culminación de nuestra
Obra, una húmeda y otra seca. La vía húmeda es una vía lenta, la receptividad del futuro Adepto
se va despertando paulatinamente en sintonía con la activación de su Mercurio común o vif
argent[241]. Es imprescindible, para una adecuada humectación, la ausencia de prejuicios ante
los hechos que cada vez con más frecuencia la Naturaleza le mostrara según vaya penetrando el
laberinto. Según se va acercando al morador del umbral que reside en el centro, el fuego interno
va cogiendo fuerza. Excepcionalmente, en corazones verdaderamente puros, en almas sublimes
cuyo espíritu metálico brilla sin apenas escoria que lo mancille, el Minotauro puede ser
derrotado tras continuas pequeñas batallas en las que el Artista apenas sufre. En este caso
sublime, la Obra deviene larga, es propia del rico pues sus metales son nobles.
Al contrario, en la vía seca, en nuestra vía como dicen los textos clásicos, el alquimista
se enfrenta a la materia, penetra las interioridades de la Tierra, ha de enfrentarse y vencer a
Cerbero, perro infernal de tres cabezas protector del Hades, ser sosias de Hércules guiado por
Mercurio y Minerva al igual que Hermes y Atenea guiaron a Jasón[242], a Ulises, a Perseo y a
Teseo en sus viajes. Sus metales son duros e impuros, de difícil disolución; sin embargo su
Mercurio común se activa, absorbe rocío celeste atraído por el Amor puro que le profesa Ariadna
y con gran esfuerzo y perseverancia logra la disolución de sus metales al igual que Heracles
logró limpiar los establos de Augias durante su esclavitud. La obtención del fuego secreto para
establecer el régimen adecuado se logra en un período más corto, la fase final es brusca, resulta
una operación seca, si bien el agua no se consume totalmente. En palabras de Filaleteo en
nuestra vía, no se requiere más de una semana, Dios ha reservado esta vía infrecuente y fácil
para los pobres despreciados y sus santos cubiertos de abyección, es la vía del pobre pues los
metales que posee el Artista son ciertamente innobles.
Sin embargo, sin un control sabio del régimen como exige el trato con Vulcano
humedecido por Diana, el agua puede llegar a consumirse completamente, el Atanor puede no
soportar el calor y romperse pudiendo incluso llevar a la muerte del malogrado Artista.
Afortunadamente en ocasiones, el daño en el Atanor puede ser reparable culminando con el éxito
de la Obra, es la vía corta, la Ars Brevis que llaman los antiguos Adeptos. El artesón del castillo
de Dampierre sur Boutonne[243], vecino a La Rochela en el que un brazo diestro arde en llamas
sobre un lecho bajo la leyenda Felix infortunium se explica por sí mismo[244].
En la jerga alquímica, a aquellos espagiristas que en vano pierden su tiempo en estas lides
se les conoce como sopladores de vasijas traducción del francés souffleurs de vases, en
castellano mejor les llamaríamos soplagaitas. No podemos menos que continuar con las
advertencias e indicar a estos señores que sus esfuerzos son en vano, y por la naturaleza de sus
motivaciones, jamás llegarán a culminar sus infantiles sueños. Un estudio histórico de
transmutaciones públicas y vida de alquimistas que obtuvieron el polvo de proyección con el que
realizar fácilmente transmutaciones, fue abordado por Figuier[245]. Es llamativo observar cómo
acabaron sus vidas muchos de aquéllos que se vanagloriaron públicamente de su poder
transmutatorio; las torturas que sufrieron a cambio de revelar su inexistente secreto nos sugieren
que estuvieron en realidad muy lejos de conseguir la cristalización final de su Mercurio de los
Filósofos en Perla[246].
Metal
Planeta
Vicio
Virtud
Plomo
Saturno
Avaricia
Sabiduría
Estaño
Júpiter
Gula
Templanza
Hierro
Marte
Ira
Valentía
Cobre
Venus
Lujuria
Amor
Mercurio
Mercurio
Malicia
Bondad
Plata
Luna
Pereza
Diligencia
Oro
Sol
Soberbia
Humildad
Los soplagaitas leen a los autores clásicos en clave química cifrada (escatológicamente
pintoresco es su trabajo con el nitro[248] al leer de modo literal las alegorías utilizadas durante
la preparación de la materia). Es nuestro deber recordar a todos aquellos que pierden su tiempo y
su dinero en estas lides; los metales no sólo tienen una equivalencia planetaria, sino también su
equivalencia moral.
Las disoluciones de los siete metales son imprescindibles para eliminar las partes impuras
y hacer brillar la esencia oculta en el corazón de la materia, descubrir su Azufre metálico, lograr
su espiritualización. La búsqueda de la materia prima con la que comenzar la Obra, supuesto
Misterio jamás revelado, es innecesaria; de hecho dónde se oculta es evidente desde los mismos
orígenes de la Alquimia leyendo con la luz de Binah las palabras del mismo Hermes la Obra está
contigo y reside en ti, de tal modo que al hallarse en ti mismo, donde está siempre, dispones de
ella constantemente, cualquiera fuere el lugar donde te hallares, en la tierra o en el mar[249].
La sabiduría hermética de todas las culturas, desde tiempos remotos, distingue siete
cuerpos co-existentes interaccionando en la naturaleza del ser humano. El Ego, que obsesiva y
perjudicialmente se desarrolla en nuestra sociedad actual, es el opaco y basto cristal que separa el
mundo superior y el inferior. El Artista debe pulir dicha barrera, desbastarla y limpiarla, para
permitir paulatinamente que la luz superior ilumine los mundos sublunares y fundir los mundos
mellizos en uno.
Los tres cuerpos inferiores tienen su equivalencia en los tres reinos animal, vegetal y
mineral. El reino Animal, está regido por las emociones, los deseos, es el Ens Animalis
alquímico, el cuerpo astral representado por un perro o por largos cabellos movidos por el viento
y tiene como su elemento el aire. El reino Vegetal, el soplo cósmico que origina la vida, es el Ens
Vegetabilis alquímico, es el cuerpo etérico que rige los procesos inconscientes del cuerpo animal,
es el reflejo inferior del fuego secreto alquímico. El reino Mineral, el Ens Mineralis, es el cuerpo
físico.
El Ego, representado frecuentemente con un asno, interacciona con la materia por medio
de los cuerpos inferiores astral, etérico y físico; éstos tienen su equivalente superior, llamados,
siguiendo la tradición hinduísta, Manas, Bodi y Atman. Las tres fases de la Obra indican cómo
unir paulatinamente los cuerpos inferiores con los superiores. La fusión del mundo astral y el
Manas se logra con una adecuada preparación de la materia durante la fase del Nigredo. Los
sueños dejan de ser un mundo paralelo oscuro e incontrolado, éstos se recuerdan con nitidez al
despertar, llenos de colorido y de continuos mensajes arquetípicos con estrecha relación con la
simbología alquímica milenaria, tal y como descubrió Jung[250]. La fase de sueño es esencial en
nuestros trabajos, el ser humano hace Filosofía cuando visita a Morfeo; dormiens vigila dijo
Khunrath[251].
Durante el Albedo, el morador del umbral se convierte en nuestro siervo protector y deja
de haber barreras entre el mundo astral y el Manas; el Bodi comienza a alimentar al mundo
etérico armonizando todo desequilibrio físico y emocional. Nuestro Ego, el Selbst de Jung, va
haciéndose más y más diáfano, más ligero y Manas termina por fundirse totalmente con el
mundo etérico. Esta fase está regida por la fluidez de la Luna, se logra la preparación alegórica
del elixir que asegura la larga vida del Artista; mens sana in corpore sano.
El Azufre metálico cristalizado actúa de lente que potencia la luz tenue que nos llega
desde Atman, luz con infinita capacidad fertilizante en tierra adecuadamente preparada, dando
sentido a las palabras de Eckhart el fondo de Dios y el fondo del Alma, son el mismo fondo.
La filosofía clásica reflejó los mundos superiores con las tres Gracias, las Cárites griegas
Talía, Áglaye y Eufrósina representadas obsesivamente durante el Renacimiento tras el
redescubrimiento del Hermetismo en el siglo XV con la traducción al latín del Corpus Hermético
realizada por Ficino.
Siguiendo con el arte, llamaremos la atención del lector sobre las sublimes y herméticas
La Primavera o El Nacimiento de Venus de Boticelli, inspirados bajo la guía de Pico Della
Mirandola y explicadas en detalle en el denso ensayo de Wind[258], y las psicodélicas obras de
El Bosco que nos es posible admirar en el museo del Prado, en particular El jardín de las
delicias[259]. La influencia de la Alquimia en el arte ha sido ya estudiada a fondo[260].
La Alquimia, sus principios, sus métodos y sus potenciales logros, está resumida en la
llamada Tabla Esmeralda, salvada afortunadamente de la secular represión cristiana contra toda
heterodoxia de su doctrina. La versión original está perdida; la primera referencia de la que se
tiene noticia proviene de una traducción árabe del siglo VII. La tradición mitológica dice que fue
encontrada por Alejandro Magno en la tumba de Hermes Trismegisto escondida en la pirámide
de Gizeh, y grabada por él mismo en una extensa lámina de esmeralda con un buril de punta de
diamante. Añadimos una traducción que esperamos logre iluminar al lector tras la lectura de lo
hasta aquí escrito.
Es verdad, sin mentira y positivo:
Su padre es el Sol,
y su madre la Luna,
y su nodriza es la Tierra.
El Padre de todo,
lo sutil de lo espeso,
de todo el mundo.
V. El Gran Arcano
El racionalismo usurpó a finales del siglo XVIII un trono que no le corresponde pues no
controla los dominios sobre los que intenta reinar; tanta acuidad científica devino soberbia y los
límites de la ciencia se hicieron estrechos. Ridícula nos suena hoy la frase pronunciada por el
eminente físico británico Thomson (Lord Kelvin), a finales del siglo XIX no hay nada nuevo por
descubrir en la física ya; lo único que queda es tener mediciones más precisas. O su no menos
atinada predicción las máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles. Pero esa
actitud dogmática sigue presente en nuestra comunidad científica. La Alquimia, que había
soportado los embates seculares de tantos ridículos soplagaitas tratando de hacerse ricos desde
que surgió la leyenda de Flamel, fue encerrada en un manicomio bajo siete llaves; pero nada
puede ser sacrificado por siempre…
Las aguas de la Alquimia han surgido a la luz a lo largo de la historia de modo sincrónico
en lugares aislados geográficamente. El primer libro de Alquimia china del que se tiene noticia
fue escrito en el siglo II de nuestra era por Wei Boyang[279] con marcadas influencias taoístas.
El descubrimiento de la Alquimia china en Occidente tuvo lugar gracias a la monumental labor
del sinólogo Wilhelm que colaboró estrechamente con Jung, quien le debe su sorprendente, y aún
a día de hoy no asimilado, modelo psicológico. En su elegía en prosa tras la muerte de Wilhelm
en 1930 explica cómo su descubrimiento en 1910 de la obra alquímica El secreto de la flor de
oro le abrió el camino hacia la Alquimia occidental. En ésta logro descubrir la transmisión a
través de los siglos de la sabiduría gnóstica, cuyos trazos había entrevisto durante la
conformación de su modelo del inconsciente colectivo observado en sus pacientes[280]. Los
conocimientos gnósticos, cual río subterráneo que aflora ocasionalmente permitiendo seguir su
curso, habrían llegado hasta los tiempos modernos como se lee en sus palabras en la Alquimia
medieval tenemos el lazo de unión largamente buscado entre la Gnosis y los procesos del
inconsciente colectivo que observamos en los hombres de hoy en día[281].
A pesar de las dificultades en la traducción (baste como ejemplo que Tao se ha traducido
como camino, vida, providencia, sentido, Dios, esencia… según la filiación del autor) sorprende
encontrar en los escasos textos remanentes estrechas conexiones espirituales con los textos
herméticos occidentales. La comprensión de los mismos es diáfana para el lector iniciado.
Análogas sensaciones se gozan con la lectura del clásico hinduista The serpent power escrito en
el siglo XVI y que introdujo en Occidente los chakras y el caduceo hermético oriental, que no
otra cosa representa el cacareado kundalini.
Dentro de nuestro Ser tenemos todo lo que necesitamos, tan sólo necesitamos que se nos
descubra lo que poseemos; el más fascinante viaje que podemos emprender es hacia nuestro Ser
que aloja todo el Cosmos. Jung nos habló del proceso de individuación como la búsqueda de la
armonía entre lo inconsciente y lo consciente. Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y los
dioses se dice que presidía el templo del oráculo de Delfos, sostén metafísico de la Grecia
Antigua. Los vínculos entre dicho proceso psicológico más o menos inconsciente y la iniciación
hermética son estrechos; pero no hay secreto alguno, ni orden secreta que atesore ningún Saber,
ni siquiera hay posibilidad de transmisión sin un denodado esfuerzo del recipiendario. La
iniciación hay que vivenciarla y exige paciencia y perseverancia en el Camino. Alcanzar la
Sabiduría, no otra cosa es que superar la aparente dualidad que nuestros sentidos perciben y
asimilar la esencia común del mundo que vivimos, ver la verdad última de las cosas, la Diosa
Verdad de Parménides, la Verdad del Budismo mahayánico, el fin último de la Lógica hegeliana.
El Sabio budista Kamalashila dijo en el siglo VIII el mundo exterior no existe; es nuestro
propio espíritu quien se proyecta hacia afuera[282]. La profundidad de esta sentencia pasará
desapercibida para el no iniciado. Entronca con el mensaje del Sutra de Diamante de Buda[283];
con la imaginación creativa del más grande sabio sufí, el murciano Ibn Arabi[284]; con el Ta’wil
del chiísmo ismaelita[285]; con el objetivo de la guematría eufónica de Abulafia[286]; con las
ideas de Nicolas de Cusa[287]; con la sublime e incomprendida Fenomenología del Espíritu de
Hegel; con los estudios herméticos de Jung[288]; con la maquinación de lo semejante de
Eco[289]; con el saber alquímico milenario[290]... Esconde al Gran Arcano, la invisible y
luminosa fuerza motriz de todos los movimientos que a lo largo de nuestra historia se han
arrogado la posesión de supuestos conocimientos secretos, todos ellos con cierta aparente
incomprensión en sus estudios.
Hechos que vivenciamos nos permitieron disolver violentamente nuestros metales más
groseros, en particular una aleación de cobre y oro que, como se ha dicho innumerables veces, es
el más difícil de disolver. El habernos preparado para realizar el Camino de Santiago bajo el sol
de Acuario, coincidiendo temporalmente con la reacción exotérmica incontrolada de nuestro
Atanor una vez superada la oscuridad de Capricornio, nos salvó de una destrucción segura.
Pensamos que un Ars Brevis[291] no habríamos logrado superarlo, nos habría desorientado de
por vida. No vimos la luz de la mañana durante nuestro solitario caminar por el norte de la
península ibérica, pero logramos disolver exitosamente nuestros metales. La Estrella de la
Mañana se nos apareció finalmente en Mallorca, un año después de habérsenos indicado el
Camino durante la solitaria celebración de nuestro 40 aniversario en el castillo de Montsegur
para ver al Sol nacer tras las montañas.
Los límites de la presente obra no nos han permitido ahondar en la importancia de la fase
onírica cuando uno se embarca en la senda de la Sabiduría. Hacerse con el control durante el
sueño de nuestras ansiedades, de nuestros miedos, de nuestras pasiones más bajas, nos permite
un control de nuestra vida que, observada con atención, combina la irracionalidad con la
racionalidad. No habría páginas para describir nuestras intensas y continuas experiencias
compartidas entre los sueños y la vigilia.
Hemos de resaltar que este interés no fue debido a haber presenciado transmutación física
alguna, como tantos soplagaitas erróneamente indican, sino al desconcierto al que se llega
cuando la razón se aplica con valentía hasta el límite de lo humano.
El juego de niños, que tan frecuentemente se menciona como esencial de la fase del
Albedo en los textos alquímicos clásicos, es el jeroglífico del Amor, es el Eros[299] de
Hesíodo[300] o de las tradiciones órficas, hijo del caos y nacido del huevo primordial, que
domeña la inteligencia y nos descubre la Unidad oculta tras la aparente multiplicidad. El trabajo
de mujer sería el paciente y continuo trabajo de incubación en el Atanor, durante nuestro
discurrir por el laberinto, de ese creciente pequeño rey que vislumbra la luz desde nuestras
entrañas tras lograr disolver nuestras escamas al superar el Nigredo[301].
Unos consejos finales querría darle si ha llegado hasta aquí en la lectura de estas
humildes palabras que sólo a usted van dedicadas:
Y recuerde:
Resumen de la Obra
El secreto de Occidente
No hay secretos que hayan movido los hilos de la historia sino un único Misterio,
observable para ojos iniciados, que ha envuelto sutilmente al Hombre desde su primera mirada
inquisitiva al cielo. El paganismo, incluso en sus más sublimes vertientes, y las tradiciones
gnósticas fueron reprimidos violentamente desde finales del siglo IV por un fanatismo
intolerante nacido de la oficialización del Cristianismo como religión de un Imperio Romano
sumido ya en su ocaso. El Cristianismo fagocitó tradiciones y credos milenarios, sin embargo
trazas pre-cristianas son aún visibles en sus rituales. En este capítulo recorremos, de modo algo
iconoclasta sin innecesarios oscurantismos, las más conocidas tradiciones consideradas como
esotéricas de nuestra historia occidental (Templarios, Cátaros, Rosacruces y Masones) y
afirmamos que la iniciación no se transmite, se ha de vivir.
La tradición de Oriente
El Arte de la vida
Los textos alquímicos clásicos son difíciles. Las razones son variadas, pero un no
iniciado pensaría sumido en la locura a quien le explicase sin ambages los hechos que se viven
cotidianamente cuando se ha superado la fase de Albedo. El jeroglífico del alquimista es el
Arcano sin número del Tarot que ha de viajar por los 21 restantes Arcanos Mayores, El Loco. La
Alquimia es la Ciencia que explica la transmutación de los metales describiendo la evolución
espiritual del Hombre. En este capítulo se explican los principales elementos de la Alquimia, sus
principios y objetivos utilizando su simbología y mitos clásicos; se abren de modo diáfano
puertas para quien quiera escuchar.
El Gran Arcano
Compendio de este obra que es un eslabón de la Catena Aurea que surgió de la boca de
Hermes para engarzarse en los oídos de quien sepa entender el mensaje. Jung se aproximó a la
Alquimia de la mano de Wilhelm que tradujo el texto alquímico chino El secreto de la flor de
oro y en ella encontró el vínculo medieval entre el Gnosticismo y los arquetipos presentes en los
sueños de sus pacientes, que le permitió desarrollar su modelo del inconsciente colectivo. Textos
de místicos antiguos en culturas diferentes abordan con metáforas el Gran Arcano del que se
habla en esta obra. Kamalashila dijo en el siglo VIII el mundo exterior no existe; es nuestro
propio espíritu quien se proyecta hacia afuera, este mensaje enlaza con la obra filosófica de
Hegel leída bajo el prisma de la obras de su inspirador Boehme. En el Amor está el secreto de la
Maestría.
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