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Familia y Vida Cotidiana en America Latina. Siglos XVIII-XX
Familia y Vida Cotidiana en America Latina. Siglos XVIII-XX
XVIII-XX
Scarlett O'Phelan Godoy, Fanni Muñoz Cabrejo, Gabriel Ramón Joffré y Mónica Ricketts Sánchez-
Moreno (ed.)
DOI: 10.4000/books.ifea.4462
Editor: Institut français d’études andines, Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Riva-
Agüero
Año de edición: 2003
Publicación en OpenEdition Books: 3 junio 2015
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821844612
http://books.openedition.org
Edición impresa
Número de páginas: 475
Referencia electrónica
O'PHELAN GODOY, Scarlett (dir.) ; et al. Familia y vida cotidiana en América Latina, siglos XVIII-XX. Nueva
edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2003 (generado el 19 juillet 2019).
Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/4462>. ISBN: 9782821844612. DOI:
10.4000/books.ifea.4462.
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ÍNDICE
Introducción
Scarlett O’Phelan Godoy, Fanni Muñoz Cabrejo, Gabriel Ramón Joffré y Mónica Ricketts Sánchez Moreno
I. Arte y Cultura
Amistades republicanas
La correspondencia de Manuela Sáenz en el exilio (1835-1856)
Sarah С. Chambers
Contexto histórico
La experiencia del exilio
La política de escribir
Escribir sobre política
Amistad por encima del interés
Sáenz desde una perspectiva comparada
Conclusión
Bibliografía general
4
Introducción
Scarlett O’Phelan Godoy, Fanni Muñoz Cabrejo, Gabriel Ramón Joffré y
Mónica Ricketts Sánchez Moreno
del siglo XIX. También se incluyen dos trabajos sobre literatura peruana y literatura
latinoamericana a cargo de Francesca Denegri y Edmundo Paz-Soldán, respectivamente.
6 La mesa sobre Vida Urbana incluye un trabajo de Susy Sánchez sobre la reconstrucción de
la ciudad de Lima luego del terremoto de 1746, un vívido relato de la descripción de la
ciudad de México por el virrey segundo conde de Revillagigedo y el análisis de Carlos
Aguirre sobre el castigo en Lima durante el siglo XIX.
7 La mesa dedicada al tema de Familia y Sexualidad toca una serie de aspectos interesantes
como los ensayos sobre matrimonios desiguales y prejuicios étnicos a cargo de José Ángel
Rodríguez y Bernard Lavallé, respectivamente; o el fenómeno de la ilegitimidad durante
la colonia que analiza Ann Twinam, además de ensayos dedicados a la vida de mujeres de
notoriedad, que estudian Susan Socolow y Sarah Chambers, esta última centra su análisis
en la correspondencia de Manuela Sáenz durante el exilio. Barbara Potthast, por su lado,
estudia las relaciones de concubinato, matrimonio y divorcio en el Paraguay del siglo XIX
y Rafael Sagredo el tema de la prostitución en base a un caso del porfiriato mexicano. El
libro cierra con los comentarios que realizó a los ensayos de la mesa de Familia y
Sexualidad la prestigiosa especialista Pilar Gonzalbo.
8 Esperamos que el libro que co-editan el Instituto Riva-Agüero y el Instituto Francés de
Estudios Andinos, instituciones que vienen colaborando hace ya un buen tiempo y
rindiendo importantes frutos, sea una contribución relevante que abra nuevas
perspectivas de análisis en nuestro medio. El tema de la Familia y la Vida Cotidiana está
aún en su etapa inicial de investigación en el Perú y su importancia bien merece de la
presencia de numerosos trabajos futuros.
9 Queremos expresar nuestro agradecimiento a Ada Arrieta Alvarez por su paciente y
eficiente labor de diagramación, y a Martha Solano Ccancce por haber asumido la
corrección.
10 Nuestro reconocimiento se hace extensivo al doctor José Antonio del Busto Duthurburu,
director del Instituto Riva-Agüero, y al doctor Jean Vacher, director del Instituto Francés
de Estudios Andinos, por el apoyo brindado a la presente edición.
6
AUTORES
SCARLETT O’PHELAN GODOY
coordinadore
I. Arte y Cultura
8
1 El tema sugerido para esta ponencia fue originalmente ″ceremonias de estado en Chile
entre la colonia y la república″. Me he tomado la libertad de hacer una modificación de su
título y por ende de su contenido, sustituyendo la palabra ″ceremonia″ por ″festividad″.
2 No es que posea ningún prejuicio contra la palabra ceremonia, por lo demás hoy bastante
desacreditada en ciertos círculos al ser vinculada a las esferas oficiales de la cultura o la
religión, sino que festividad me parece un término más amplio, pues incluye e incorpora a
las ceremonias, y se liga de forma más global al problema de la formación del estado
nacional en Latinoamérica durante el siglo XIX.
3 Desde un punto de vista antropológico, las ceremonias se refieren preferentemente a los
aspectos de orden y convergencia de una celebración; en cambio el concepto de fiesta
ofrece una apertura a la espontaneidad y a la divergencia como manifestaciones de la
libertad.
4 Por lo tanto, no se trata de una simple precisión terminológica, sino de una ampliación
del campo de estudio que creo corresponde mejor a las incidencias que posee la materia
tratada. Porque como se verá, el naciente estado republicano de Chile no impuso en
materia festiva una ruptura total con el sistema barroco, sino que debió mantener
algunos elementos de aquellas celebraciones y sólo tardíamente en el siglo XIX,
comenzaría a manifestarse en las llamadas ″Fiestas Patrias″, una escisión entre las
ceremonias oficiales del gobierno de la nación y la festividad popular.
5 Las fiestas chilenas de los años de la independencia no nos retrotraen únicamente a las
ceremonias encabezadas por los gobernantes, sino al pueblo, a ese pueblo que en alguna
medida se considera soberano; ni manifiestan simbólicamente sólo el fenómeno de la
inauguración del nuevo poder político -la liberación de lo que entonces se llamó ″el yugo
9
hispano″-; sino que conjuntamente muestran la continuidad que permitió establecer una
cierta transición entre la fiesta colonial y la republicana.
6 En el campo de las formas festivas no podemos hablar, por tanto, de una ruptura, sino
más propiamente de una transformación -es decir de un cambio de forma- expresiva de
un cambio de ideas, durante un período breve, que podemos delimitar aproximadamente
entre 1808 y 1820, pero cuyos antecedentes se remontan más atrás, al menos a 1789.
7 1789 o las dos caras del poder: fin de la fiesta dinástica en Francia y apogeo de la fiesta
real en Chile
8 El 3 de noviembre de 1789 fue el día elegido en el reino de Chile para iniciar los festejos de
la jura al rey Carlos IV en el trono de España desde el año anterior.
9 Esta fiesta, prolongada durante 22 días constituyó el apogeo y la coronación de la fiesta en
esta capitanía.
10 Es preciso preguntarse, no obstante, si hubo en esta manifestación algún signo, algún
indicio que recordara o aludiese al episodio que había estallado tres meses antes en el
corazón de París, iniciando la abolición de las celebraciones y los ritos funerarios
dinásticos europeos.
11 Nada, en una primera revisión de las descripciones de esta fiesta, como en las de la
celebración que la precedió -las honras fúnebres de Carlos III que se habían llevado a cabo
en el reino el 21 de julio de 1789-, indica el influjo o la recepción en estas celebraciones de
ese magno acontecimiento en el que -como dice Alexis de Tocqueville- los franceses
llevaron a cabo el mayor esfuerzo que jamás haya realizado pueblo alguno con el fin de
cortar en dos, por así decirlo, su propio destino y de separar por medio de un abismo lo
que habían sido hasta entonces de lo que querían ser en adelante2.
12 Más aun si 1789, es reconocido unánimemente como un año clave para la historia de
Europa, poca significación le ha atribuido, en cambio, la historiografía chilena para la
historia del país, salvo el ″sentimiento de horror″ provocado en toda América por la
revolución francesa, como lo señala Diego Barros Arana, recogiendo una opinión casi
unánime de nuestros historiadores; sentimiento al que Chile no habría sido la excepción 3.
13 No obstante, un examen atento de los documentos que certifican la realización de estas
fiestas indica que el brillo y el orden pueden ser interpretados no sólo como la
culminación del absolutismo en el ámbito de las formas visuales, sino también como
signos de esa respuesta reactiva a los sucesos ocurridos en Francia, de que nos habla
Barros Arana.
14 El boato de las exequias de Carlos III4; así como el giro ampuloso y formalista manifestado
en la fastuosa jura de su sucesor, no son sólo evidencia de un tardío esplendor
monárquico en el reino más austral del imperio, sino también síntoma de la difícil
situación por la que atravesaba España en ese momento, como resultado del estallido de
la revolución francesa -quedaba aislada a raíz de la crisis de la alianza borbónica, el ″Pacto
de familia″- lo que la llevaba a querer reforzar los lazos con sus provincias americanas.
15 Las exequias de Carlos III fueron las últimas ceremonias fúnebres reales en Chile, porque
Carlos IV que abdicó en favor de su hijo Fernando VII en 1808, murió en 1819 y éste último
en 1833. La jura de Carlos IV fue en Santiago. De la postrera celebración de esta índole se
conservan testimonios completos, ya que de la de Fernando VII sólo hay referencias
parciales.
10
16 Así, en plena época ilustrada en Europa, cuando las formas ceremoniales se restringían y
racionalizaban en un afán de control de los desbordes emocionales y ostentatorios del
barroco; cuando la fiesta revolucionaria se expurgaba en Francia de su contenido
monárquico y religioso tradicional, queriendo ser sólo cívica y republicana5, en Chile se
produce este postrero apogeo de lo festivo.
17 En efecto, las celebraciones monárquicas y ceremonias fúnebres fueron algunos de los
puntales postreros que sostenían aún, a finales del siglo XVIII, la idea política del imperio
hispánico.
18 Así, en la tradición barroca empezaban a introducirse lentamente elementos del
racionalismo ilustrado que pugnaba por controlar y restringir estas manifestaciones. No
obstante, en los lutos de Carlos III y jura del Carlos IV, en Chile, la restricción tuvo la
intención de implantar aquí la óptica civilizada que veía la fiesta barroca como tiempo
ocioso y bárbara costumbre, causante de tumulto, desorden y despilfarro.
19 Las honras fúnebres de Carlos III, las más grandiosas y solemnes que vivió el reino, fueron
el punto de convergencia de líneas portadoras de sensibilidades diversas. Los gestos
graves y solemnes del ceremonial barroco y los retóricos y encendidos discursos, fueron
la envoltura ampulosa del núcleo desornamentado y puro del túmulo, diseñado por el
arquitecto italiano Joaquín Toesca y Ricci y erigido en el centro mismo de la catedral de
Santiago en julio de 1789, que grabó en la mente de santiaguinos una impresionante
imagen de poder y de magnificencia monárquica. Apoteosis tardía de la muerte regia que
en su crepitante esplendor podía preludiar para el ojo atento el nuevo destino incierto
que se dibujaba para la realeza al otro lado del Atlántico6.
20 Apenas unos días después, sin embargo, y mientras aún se vestían los lutos, llegaba desde
la metrópoli una real cédula con un perentorio llamado a la alegría, junto con la orden de
celebrar la jura del nuevo rey entronizado el año anterior. En manos del progresista e
ilustrado gobernador Ambrosio O’Higgins, estas fiestas fueron objeto de minuciosos
preparativos y de especial preocupación para lograr, según señalan los documentos, un
máximo lucimiento y orden7.
21 La mayor innovación introducida por O’Higgins en el ceremonial fue haber hecho
concurrir a la capital para la jura a los caciques de los cuatro butalmapus indígenas,
acompañados de una numerosa comitiva, lo cual no sólo imprimió a las celebraciones una
nota local, sino mostró la puesta en práctica ya a fines del periodo hispano, de la doctrina
formulada por el padre Las Casas en Las treinta proposiciones y en el Tratado de prueba,
donde el dominico afirmara de una manera infatigable que la autoridad soberana imperial
del rey de Castilla era perfectamente compatible con las soberanías locales de los
monarcas indígenas, las cuales estaban a su vez basadas en el derecho natural que es
común a todos los pueblos8.
22 El día de la jura, 3 de noviembre, amanecieron expuestos al público sobre la portada del
palacio los retratos del rey y la reina, en marcos de plata, y el real estandarte en el balcón
del cabildo. A las cuatro de la tarde, tras el acostumbrado desfile, subieron las autoridades
al tablado de la plaza. Y allí, después de imponer silencio a la multitud, los cuatro reyes de
armas, los cuatro caciques, ″don Francisco Curilemu por el Butalmapu de los
Quechereguas, don Francisco Marilevi por el de los Llanos, don Juan Cavillant por la
nación pehuenche y don Ramón Vetalevi por el de la costa de Arauco″, de rodillas frente
al real pendón, prestaron juramento de obediencia al nuevo monarca y a sus
gobernadores, ″siendo el pasmo y admiración de los circunstantes esta acción no
11
acostumbrada en otros semejantes casos anteriores, de unos regulos (sic) que siempre han
sostenido su libertad e independencia″9. Esta incorporación de los caciques a la ceremonia
de la jura de Carlos IV constituía el afianzamiento y la consagración del sistema de los
parlamentos, iniciados por los gobernadores de Chile durante el siglo XVIII, que
culminaron en el parlamento de Negrete. El último de los grandes parlamentos de la
época, realizado a instancias del mismo Ambrosio O’Higgins, se celebró cuatro años
después de esta jura, y aseguró una relativa paz durante los lustros postreros del período.
23 En esa ocasión se repartieron medallas y monedas alusivas a la jura, donde también
estaba representada la presencia del pueblo indígena. Estas medallas se conservan en el
Museo Histórico Nacional. En el anverso figura la cabeza del rey de perfil, a la derecha,
con peluca de bucles y coleta. Entre dos círculos la leyenda Carolus IV. Hispaniarum. Et Ind.
Imperat. August. En el exergo 1789.
24 Dicha medalla tiene dos reversos. En el primero aparece el escudo de armas de Santiago
orlado con la leyenda: Optimo Imperat. lus. lurand. Senat. Popul. Q. Chilensis (El senado y el
pueblo chilenos en la jura del mejor de los reyes). El segundo reverso muestra dos indios
vestidos con pampanilla y plumas en la cabeza, rindiendo la flecha y la lanza de las que
respectivamente, están armados, lo cual no sólo alude a la deposición de las armas por
parte de los indígenas a partir del sistema de los parlamentos, sino también recoge la
larga tradición respecto de la relación con los indígenas, formulada entre otros
tratadistas por Palacios Rubio y Matías Paz y reelaborada por el padre Las Casas, que se
cimentó en la idea del imperio misionero y en la consideración de las Indias como tierra
de evangelización. Dicho planteamiento reposaba en la premisa de la comprensión por
parte de los indígenas de las bases legales del dominio español, lo que debía redundar en
la ofrenda de su sumisión y en la declaración de su disposición a recibir los evangelios, a
cambio de la promesa de no perder sus libertades y su propiedad10. La leyenda que bordea
este reverso de la medalla señala: Higinius Prefect. Chil. Proclamava Imperium. Et Obtulit
Homag. Popul. Aust. (O’Higgins, presidente de Chile verificó la proclamación y obtuvo el
homenaje del pueblo austral). En el exergo dos líneas: Omnibus Clemens (clemente con
todos)11.
25 La relación de la jura sigue luego su curso tradicional, aunque con mayor fasto, detallando
la nutrida comitiva que formaron las autoridades civiles y religiosas, los más importantes
vecinos de la ciudad y los representantes indígenas con sus trajes típicos, acompañados de
clarines y otros instrumentos12. Recorrió la calle del rey y reiteró su juramento en la
cañada, pasando después por el arco triunfal levantado por los plateros y pintores
enfrente de la puerta del palacio, cuyo diseño a lápiz, de líneas neoclásicas, coronado por
una gran estatua alegórica, bajo la cual se desplegaba el lema ″Viva Carlos IIII″, se
conserva en el Archivo Nacional de Chile. Esta parte del trayecto -señala el relato- se
acompañó con loas poéticas recitadas al paso de la comitiva, repique de campanas,
descargas de los cañones del Santa Lucía, y sucesivas salvas de fusilería de los batallones,
que acompañaban al pueblo en sus demostraciones13. El Te Deum en la catedral que se
realizó al día siguiente, completó las ceremonias oficiales de la celebración.
26 Pero fue el nutrido programa de los juegos y entretenimientos, destinados en el sistema
festivo del antiguo régimen a divertir al pueblo para evitar el levantamiento de los
ánimos, vale decir, los conflictos sociales, el que ocupó los días siguientes con un
programa que aún hoy parece impresionante. En él se sucedieron interminablemente, el
refresco en el palacio de los presidentes durante las dos primeras noches 14, animado con
un concierto de música, contradanzas de máscaras con algunos otros bailes ″serios y
12
42 Pero este mito no fue sólo creación propia, sino también reflejo del ″retorno a los
orígenes″ traído por la revolución francesa, cuyo paradigma fueron las edades heroicas de
romanos y espartanos.
43 En los tiempos modernos, como dice Hannah Arendt, la idea de que una historia
totalmente nueva, ignota y no contada hasta entonces, está a punto de desplegarse, va
indisolublemente unida al concepto de libertad33.
44 En el caso de Chile su ″mito de origen″, no reposa tanto en la idea de libertad, cuanto en la
noción de liberación34, pues el tono de los discursos, ritos y ceremoniales de las fiestas del
período de la emancipación, denota un énfasis preponderante en la liberación del ″yugo
hispano″. Idea de liberación que se pone en vigencia especialmente en la sustitución de
los símbolos y emblemas reales por los republicanos: ″patrios″. Pero hay elementos de las
antiguas fiestas reales que no desaparecen, más bien que no pueden desaparecer porque
están fundados en sustratos más profundos: son los elementos de participación popular
en las fiestas que marcan, absorbidos por el centralismo dieciochesco, la continuidad con
la tradición barroca.
45 Y dicha participación popular nos remite a la necesidad, percibida por las autoridades en
estas fiestas, de que el pueblo se reconociese a sí mismo, es decir se identificase como tal,
lo que no se lograría desligándolo de su tradición de participación en el jolgorio y en la
expansión, sino ligándolo a ella, y exteriorizando, a su vez, a través de estas
manifestaciones, una idea clave del proceso de la independencia de Chile y de otros reinos
americanos: la idea, de origen medieval, de la soberanía popular, es decir, que el poder
reside en el pueblo, por lo tanto, en ausencia del auténtico soberano retorna a él. Si bien,
como ha señalado Mario Góngora, no es posible sostener categóricamente que las
doctrinas tomistas hayan sido las más influyentes en el movimiento de independencia, lo
que sucedió fue que los criollos hicieron uso sin excesivas distinciones teóricas de todas
las teorías de soberanía popular basadas en el contrato social que podían ser utilizadas en
su lucha: usaron tanto las de Santo Tomás como las de Suárez y aquellas de la filosofía
francesa (particularmente Rousseau) y también las teorías basadas en el derecho natural
derivadas de Grocio y Pufendorf, las que ha-bían sido enseñanza oficial en las cátedras de
derecho natural y de Jus Gentium35, y que se hacen presentes en las nuevas ceremonias
cívicas.
nuevas ideas y los recientes símbolos, que inauguraban en Chile otra etapa histórica, era
ofrecer una espléndida fiesta con motivo de cumplirse dos años de la realización del
primer cabildo abierto del 18 de septiembre de 1810, celebración que fue pospuesta para
fin de mes. Se afianzaba con ella la idea de liberación y daba comienzo el mito
republicano.
49 Más adelante, en la cuarta o quinta década del siglo XIX, Claudio Gay recogió en la lámina
de su Atlas titulada: ″Un baile en la casa del gobierno″, esta lucida forma de
conmemoración adoptada ya por el estado chileno37.
50 Más de 600 partes impresos de invitación hicieron presente a las familias renombradas de
la capital la feliz celebración, ″donde debe el digno vecindario chileno sensibilizar sus
transportes por la libertad de la patria″.
51 En esa oportunidad, Carrera hizo primar la diversión y el espectáculo por sobre las
ceremonias oficiales; así pretendía cimentar su popularidad, entreteniendo al pueblo.
52 Desde la madrugada del 29 se dejaron ver en la plazuela de La Moneda, los brotes poéticos
del naciente ingenio republicano. Y allí tremoló por primera vez el ″pabellón del estado″,
con que Carrera mostraba su intención de desligarse de la autoridad, en cuyo nombre
ejercía el mando. Porque el estandarte real fue reemplazado en esa oportunidad por esa
nueva y visible expresión externa del poder supremo, que fue el primer estandarte
presidencial de Chile38.
53 Tres elementos habían configurado el simbolismo del antiguo estandarte español: el color
del paño, que durante el siglo XVIII había sido el blanco, adoptado por la casa reinante de
Borbón; el escudo real, símbolo de la autoridad, bordado o pintado en esa tela, y
eventualmente, el lema propio del monarca, que expresaba sus propósitos de gobierno.
54 En el nuevo pabellón republicano de Chile, Carrera mantuvo estos colores, que habían
sido también los de la bandera del 4 de julio de 1812, pero en el centro y sobre ellos colocó
el flamante escudo nacional, creado especialmente para esta oportunidad, que figuró no
sólo en la bandera, sino en gran tamaño y forma ovalada, en el frontis del edificio que
albergaría la recepción.
55 Tenía el escudo por emblemas: una columna flanqueada por una pareja de indígenas
vestida con sus atuendos; sobre ella un globo y cruzadas encima una palma y una lanza.
Coronaba esta composición una gran estrella y el lema Post Tenebras Lux (Después de las
tinieblas la luz), que se completaba con el de la parte inferior: Aut consilliis aut ense (O por
consejo о por espada).
56 Su lectura iconográfica estaba en estrecha concordancia con la simbologia revolucionaria
francesa. La columna central representaba el árbol de la libertad, la vida que renace tras
la caída del sistema opresor, asciende en vertical y se ramifica espontáneamente en la
horizontal39; en la pareja de aborígenes con la palma y la lanza, estaban figurados los
habitantes originarios de Chile, que habían depuesto sus armas e iniciado un período de
tranquilidad presidido por la palma de la paz; y el globo era el emblema del mundo,
alumbrado por la luz de las estrellas. Los lemas aludían al abandono de las tinieblas de la
noche hispana, y a la irradiación de un nuevo fulgor, el de la libertad -hay que recordar la
influencia del ″mito solar″ de la revolución francesa-40 que sería mantenida por propio
convencimiento u obligatoriamente.
57 Coronaba la portada del edificio, un lienzo en que aparecía la cordillera, aureolada de una
radiante luz, cuyo efecto subrayaban las siguientes inscripciones Aurora libertas chilenas en
17
la parte superior, y Umbris et noeti; lux et libertas sucedum, en la inferior. Luz, aurora, el día
que nace entre los picachos andinos, sucediendo a la noche, son metáforas simples,
antítesis, por todos entendibles, cargadas de un arcano valor religioso mediante las cuales
empezaba a configurarse visualmente el mito de nuestra independencia.
58 Y para reforzar la metáfora de la luz que tras un dramático combate triunfa finalmente
sobre la oscuridad, Carrera hizo iluminar durante tres días la ciudad completa y colocó
más de 8 mil velones y candelas distribuidos en el frontis de La Moneda y en sus patios
interiores, que transformaron la noche en día, haciendo resaltar las leyendas alusivas a la
libertad que orlaban los emblemas. Contra esa iluminación de fondo, el antiguo pabellón
real, en sombra, oculto bajo planchas de latón, era la oscura presencia del mal ya
derrotado, el símbolo de la muerte civil del monarca y de su imperio.
59 El nuevo mensaje de libertad se reforzaba en los arcos revestidos de tela azul con lemas
alusivos a la independencia, en los suntuosos salones donde se preparó el banquete y el
baile y en los disfraces que mudaron la apariencia cotidiana de aquellos criollos que se
sentían renacer bajo sus atuendos indígenas lucidos por los más vehementes, en
particular por las mujeres, manifestando así su patriotismo. Javiera Carrera en cambio
prefirió señalar la derrota de la monarquía con una guirnalda de perlas y diamantes en la
cabeza de la que pendía una corona vuelta al revés. Y sus hermanos José Miguel y Luis,
también lucían la misma enseña, éste en su gorra y aquél en su sombrero, y sobre ella una
espada que la partía, y un fusil pronto a disparar.
60 Finalmente, en la misa de gracias una encendida homilía patriótica compuesta por el
fraile agustino fray Ventura Silva, comparaba metafóricamente la sujeción de los chilenos
al sistema español con el régimen de opresión sufrido por el pueblo judío en Egipto 41. El
afán de retorno a los comienzos se separaba en este aspecto de los postulados
revolucionarios franceses inspirados en la tradición secular del mundo antiguo, para
vincularse a la historia cristiana y a las fuentes del antiguo testamento.
61 La fiesta cívica más característica de este período fue sin duda, la ceremonia de la jura de
la independencia, a la vez, reformación y reverso de las antiguas juras reales.
62 Estando O’Higgins en Concepción, procedió a redactar un acta y a hacer jurar por primera
vez la independencia en esa ciudad, el 1° de enero de 1818, poco antes de retirarse con sus
fuerzas a la línea del Maule, ante la noticia de la expedición realista de Mariano Osorio.
Ese mismo mes, el prócer encargó la redacción del texto definitivo del acta de
proclamación de la independencia a una comisión formada por Juan Egaña, Manuel de
Salas, Miguel de Zañartu y Bernardo de Vera y Pintado.
63 Una vez aprobado este documento por el nuevo director supremo, se organizó el acto
solemne de la proclamación y jura, que se llevó a cabo el 12 de febrero de 1818, primer
aniversario de la batalla de Chacabuco. La ceremonia se realizó simultáneamente en Talca
por O’Higgins, con la presencia del ejército, y en Santiago bajo la presidencia del director
delegado, Luis de la Cruz. A fines de febrero se realizó la proclamación en La Serena y un
mes más tarde en Copiapó.
64 En Talca, el acto fue seguido de un Te Deum y diversiones populares, al modo de las juras
reales, en tanto que para Santiago, el nuevo tenor de esta fiesta quedó estampado en una
relación impresa, atribuida al argentino Bernardo de Monteagudo y publicada en ese
18
71 La lectura de los párrafos principales de esta relación permite establecer las similitudes y
diferencias de esta celebración con la fiesta cívica tradicional y apreciar su tono
laudatorio y grandilocuente, que a pesar del cambio de personajes y de ideas, se asemeja
en parte a las barrocas hipérboles de los relatos festivos de rigor.
72 Insiste el cronista en que desde el 9 de febrero, el pueblo ″esperaba con impaciencia la
noche del 11 para desplegar el entusiasmo de que estaba poseído″ y que apenas llegó la
hora deseada -la aurora-, un grito de alegría universal acompañó al estruendo del cañón
que tantas veces ha hecho palpitar el corazón de la patria, anunciando la llegada de un
nuevo opresor o el nacimiento de un príncipe que a su turno aumentaría los eslabones de
la cadena que arrastraba la América; se explaya enseguida en el concurso de gente ″que ya
excedía la capacidad de este vasto espacio″ y describe la entrada del director supremo
Bernardo O’Higgins, ″precursor de la libertad″ acompañada por el tremolar de la nueva
bandera, como una aparición que se levantase sobre el horizonte de lo sagrado y estampa
una austral imagen del mito solar revolucionario al señalar que con ″salva triple de
artillería, el pueblo y la tropa saludaron llenos de ternura al sol más brillante y benéfico
que han visto los Andes, desde que su elevada cima sirve de asiento a la nieve que
eternamente la cubre″. Luego despliega la pluma el nuevo ritual consumado por los
alumnos de todas las escuelas públicas, que puestos en derredor de la bandera ″cantaron a
la patria himnos de alegría que excitaban un doble interés por su objeto, y por la suerte
venturosa que debe esperar la generación naciente destinada a recoger los primeros
frutos de nuestras fatigas...″
73 Y así sucesivamente, va describiendo este folleto, en encendido tenor, los actos y
ceremonias oficiales y la participación de los nuevos héroes, ″los libertadores″: el director
supremo Bernardo O’Higgins, el general José de San Martín y el diputado del gobierno
argentino Tomás Guido, entre otras autoridades47.
74 En una elocución se instó al pueblo a cumplir con los deberes que implicaba la
independencia, esto es, a permanecer unidos, virtuosos y valientes, y se llamó a los
últimos realistas a desistir de su intento. Se da lectura al acta de la independencia 48, tras
lo cual se postró el excelentísimo. Señor director -continúa el documento- y poniendo las
manos sobre los santos evangelios hizo el siguiente juramento: ″Juro a Dios y prometo a la
patria bajo la garantía de mi honor, vida y fortuna sostener la presente declaración de
independencia absoluta del estado chileno, de Fernando VII, de sus sucesores, y de
cualquiera otra nación extraña″. Luego exigió él mismo igual juramento al gobernador del
obispado y seguidamente recibió su excelencia el juramento de San Martín, de las
corporaciones y funcionarios públicos y del presidente del cabildo. Mientras se batía el
pabellón nacional por los cuatro ángulos del tablado, ″recibió al pueblo -señala el
cronista- el juramento en la forma que sigue: ″¿Juráis a Dios y prometéis a la patria bajo la
garantía de vuestro honor, vida y fortuna sostener la presente independencia absoluta del
estado chileno, de Fernando VII, sus sucesores y de cualquiera otra nación extraña?″
75 Aún no había acabado el pueblo de oír estas últimas palabras, ″cuando el cielo dice el
relator escuchó el primer juramento digno del pueblo chileno″. En el acto se arrojaron
medallas de la jura, y se hizo otra descarga triple de artillería; luego bajó el
acompañamiento, y se dirigió a la plaza de San Francisco, donde el presidente del cabildo
acompañado de dos regidores subió a un tablado a exigir del pueblo el mismo juramento;
y de allí regresó á la casa del general San Martín, quien después de felicitar a la comitiva ″
renovó las protestas que tantas veces tiene hechas de sostener la libertad de Chile -
20
que fue similar a la realizada en la capital52; entre aclamaciones de ″¡Viva la patria! ¡Viva
la independencia, libertad y unión! Por entre flores y arcos triunfales″ como señala la
documentación53. Pero al igual que en Santiago, las diversiones con que se puso término a
la fiesta fueron las mismas del período barroco: las luminarias, los fuegos artificiales y el
sarao animados por todas las bellas patriotas y armados ciudadanos, quienes, por su
orden, cantaban canciones alusivas a nuestra feliz libertad civil y arrojaban
instantáneamente monedas selladas en el nuevo cuño de la patria″54.
81 Por su parte en Copiapó, tan pronto como llegó la noticia, el teniente gobernador
impartió las instrucciones necesarias para que las autoridades y el vecindario procedieran
al solemne acto. Así, el viernes 27 de marzo a las nueve de la mañana salían de la sala
consistorial los funcionarios públicos de la villa para realizar su inédita celebración 55.
82 En La Serena al año siguiente, para conmemorar el primer aniversario de la
independencia, el cabildo de la ciudad dictó un bando disponiendo una procesión para el
día 11 de febrero, en la que todos los vecinos sacarían en andas la imagen de la patrona
del ejército patriota, nuestra señora del Carmen, para llevarla a la iglesia de San Agustín.
Se ordenó poner la bandera en todas las puertas de las casas por donde pasara el desfile, y
lo mismo debían hacer los dueños de ramadas en la Plaza de Toros durante los nueve días
de su corrida″56. La escena, sin duda, se iba pareciendo cada vez más a la del moderno ″
dieciocho″.
83 El día del aniversario de la independencia fue establecido oficialmente como fiesta cívica
en 1821, por Bernardo O’Higgins, mediante de un senado consulto que detalla todas las
funciones con que debería solemnizarse esa fecha. Los días 11, 12 y 13 de febrero serían
festivos y por lo tanto, permanecerían cerrados todos los tribunales y oficinas del estado.
Durante estos días, ″los ciudadanos que se presenten a las calles públicas llevarán signos
alusivos a la libertad e independencia del país, poniendo los hombres precisamente en el
sombrero la escarapela bicolor nacional″57.
84 Años más tarde, el viajero Carlos Eduardo Bladh tuvo oportunidad de observar -desde la
óptica europea- una de estas fiestas conmemorativas de la independencia, y señalaba
sorprendido que ″fue particularmente imponente y solemne y calculada para inculcar a
los adolescentes el patriotismo. Al comienzo de mi estadía en Chile la vi celebrada con la
pompa original, en el aniversario de la independencia″. Y concluye casi con nostalgia el
viajero: ″el entusiasmo que describo se fue apagando con los años, disminuyeron las
fiestas cívicas; y después de algunos años los jóvenes ya no sabrán cantar la Canción
Nacional″58.
85 La tradición de las fiestas civiles barrocas no se rompió pues, abruptamente, con la
emancipación. A través de las descripciones y relatos de las primeras juras de la
independencia, es posible establecer una relación de continuidad entre las antiguas
fiestas reales y las nuevas celebraciones republicanas, tanto en su versión original como
en sus conmemoraciones. El nuevo sistema de gobierno, por popular que fuese su imagen,
no podía erradicar completamente el pasado, ni abolirlo en la configuración de su ritual
propio, y de la nueva historia ligada a los flamantes valores republicanos que querían
invocarse como base del novel estado nacional.
86 Intuyendo quizá esta verdad indiscutible y teniendo en cuenta la gravitación del
pretérito, el nuevo mito republicano se expresó en una fiesta cívica a la vez inédita e
inmemorial, que bajo sus formas instauradoras, demostró así que el cambio y la
continuidad histórica entre el período barroco y las primeras décadas de vida
22
Ilustraciones
87 Foto N° 1
“Túmulo funerario de Carlos III en la Catedral de Santiago de Chile”. Joaquín Toesca. 1789.
Dibujo a tinta sobre papel. Archivo de Indias de Sevilla.
88 Foto N° 2
“Medalla de la Jura de Carlos IV en Santiago de Chile”. Reverso. 1789. Plata. Museo
Histórico Nacional. Santiago de Chile.
89 Foto N° 3
“Arco de la Jura de Carlos III en Santiago de Chile”. Anónimo. 1789. Dibujo a lápiz sobre
papel. Archivo Nacional. Santiago de Chile.
90 Foto N° 4
“Retrato de Fernando VII. Anónimo chileno, c. 1808. Oleo sobre tela. Museo Histórico
Nacional. Santiago de Chile.
91 Foto N° 5
”Retrato del Director Supremo Bernardo O’Higgins“. José Gil de Castro. 1821. Oleo sobre
tela. Museo Nacional de Bellas Artes. Santiago de Chile.
92 Foto N° 6
”Un baile en la Casa de Gobierno. Aniversario de la Independencia, 18 de septiembre“.
Dibujo de Gay, litografía de Lehnert. Claudio Gay. Atlas de la Historia Física y Política de Chile.
Paris, 1854. Biblioteca Nacional. Santiago de Chile.
93 Foto N° 7
Relación de la Gran Fiesta Cívica celebrada en Chile el 12 de febrero de 1818. Imprenta del Estado.
Santiago, 1818. Biblioteca Nacional. Santiago de Chile.
94 Foto N° 8
”Escudo de 1819". Anverso. Trozo de bandera de seda bordada. Museo Histórico Nacional.
Santiago de Chile.
23
Foto N° 1
Foto N° 2
24
Foto N° 3
Foto N° 4
25
Foto N° 5
Foto N° 6
26
Foto N° 7
Foto N° 8
27
NOTAS
1. En lo fundamental, las fuentes de este articulo se basan en nuestro libro La fiesta: metamorfosis
de lo cotidiano. Santiago de Chile: Ediciones Universidad, Catolica, 1995.
2. Alexis de Tocqueville El antiguo régimen y la revolución. Traduccion de Angel Guillen. Madrid:
Guadarrama, 1969, prefacio, p. 13.
3. Citado por Cristian Gazmuri en: "La revolucion francesa y Chile", Revista Universitaria, XXVI,
Primera entrega de 1989, 45.
4. Extracto de la ″Carta del gobernador Ambrosio O’Higgins al ministro d Indias″ el 23 de
septiembre de 1789, dando razon de haberse efectuado la honras funebres de Carlos III. Archivo
Morla Vicuna, vol. 6, fjs. 429 vta. 423.
5. Vease por ejemplo, Mona Ozouf. La Fête révolutionnaire 1789-1799. Paris: Gallimard, 1979.
6. Sobre estas honras vease nuestro libro La muerte: transfiguración de la vida. Santiago de Chile:
Ediciones Universidad Catolica, 1998, pp. 215 y ss., lám. 59.
7. Los mas importantes documentos conservados de estos fastos son el ″Expediente sobre las
fiestas reales y demostraciones publicas, por la exaltacion del Senor Carlos Cuarto″, levantado
por las autoridades santiaguinas, en el cual se pueden seguir todos los preliminares y la ″
Certificacion de los escribanos Juan Jeronimo Ugarte y Andres Manuel de Villarreal", que fijo la
relacion de estas festividades realizadas por la capital al monarca entrante. Vease archivo Morla
Vicuna, vol. 6, pieza 219 fjs. 44 -44 vta.; y pieza. 220, fjs. 444 vta-453 vta.
8. Véase Mario Góngora. Estudios sobre la historia colonial de Hispanoamérica. Santiago de Chile:
Universitaria, 1998, p. 64.
9. ″Relación de festividades realizadas por el cabildo y gobernador con motivo de la proclamacion
de Carlos IV″. Archivo Morla Vicuña, vol. 6, pieza 218, fjs. 439-444.
10. Mario Góngora. Estudios sobre la historia..., p. 58.
11. Medina. Las medallas chilenas. Santiago de Chile, 1950, p. 34.
12. ″Certificacion... ″, fjs. 447-448.
13. Ibid., fj. 448 vta.
14. Archivo Morla Vicuña, vol. 6, pieza 217, fj. 443.
15. Ibid., fjs. 53-53 vta.
16. Archivo Morla Vicuña, vol. 6, pieza 220; ″Certificacion... ″., fj. 449.
17. Ibid., fjs. 54-54 vta.
18. Véase nuestro libro La Fiesta, pp. 2647 ss. láms. 70 a 77.
19. Ibid., fj. 55.
20. Ibid., fj. 55 vta.
21. Ibid., fjs. 453-453 vta.
22. ″Fiestas por proclamacion de Carlos IV″. En: Archivo Nacional, fondo antiguo, vol. 27, fj. 178.
23. En este punto coincidimos con uno de los planteamientos generales del libro de Alfredo
Joceyn-Holt Letelier. La independencia de Chile. Tradición, modernización y mito. Santiago de Chile:
Planeta, Ariel, 1999, especialmente las pp- 62-63. En efecto, esta ″modernizacion″ del estado
borbonico que al momento de la independencia formaba parte ya de la tradicion colonial, se
muestra tambien en el campo de la fiesta como un elemento de continuidad con el acervo de las
fiestas borbonicas, capaz de acoger a la vez, los cambios, y de modificar sus formas y elementos
para representar los nuevos contenidos republicanos.
28
24. Sergio Concha Márquez de la Plata en Juras reales en el reino de Chile. Memoria para optar al
grado de licenciado en ciencias juridicas y sociales. Facultad de derecho. Santiago de Chile:
Universidad de Chile, 1990, Inedita, p. 68, hace referencia a este expediente, correspondiente a
Fondo Capitania General, vol. 700.
25. Manuel Concha. ″Certificacion del escribano Ignacio Silva Borques″ del 22 de julio de 1809, en
Crónica de la Serena desde su ñindación hasta nuestros días (1549-1870), pp. 125-128.
26. Ibid., pp. 127-128.
27. Ibid., p. 69.
28. ″Remate de la plaza de toros y demas fiestas reales que se han de celebrar en el mes entrante
de octubre en honor de la feliz reposicion y restablecimiento al trono del senor. Don Fernando
VII″, efectuado en la capital el 5 de septiembre de 1815. Archivo notarial de Santiago, vol. 45, fjs.
586-588.
29. Manuel Concha. Crónica..., pp. 129-130.
30. En Jean Starobinski. 1789. Les Emblèmes de la raison. Paris: Flammarion, s/f, p. 63.
31. Véase por ejemplo Bronislaw Malinowski. Magia, ciencia y religión. Barcelona: Ariel, 1982, p.
120.
32. Mircea Eliade. Mito y realidad. Madrid: Labor, Punto Omega, 1985, pp. 12-13.
33. Hannah Arendt. Sobre la revolución. Madrid: Alianza Editorial, 1988, p. 29.
34. Ibid., p. 30.
35. Mario Góngora. Estudios sobre la historia colonial..., p. 194.
36. Manuel A. Talavera. ″Descripcion del baile en la Casa de Moneda en septiembre de 1812″,
Colección de historiadores y documentos relativos a la independencia de Chile, t. XXIX, ″Revoluciones de
Chile″, pp. 645-652. Ademas Juan Uribe Echavarria. Antología para el sesquicentenario 1810-1960.
Ediciones AUCH 21,1960, pp. 202-204.
37. Claudio Gay. Atlas de la historia física y política de Chile. Paris: Thunot Frères, 1954. Sala Medina,
Biblioteca Nacional de Chile.
38. Luis Valencia Avaria. Símbolos patrios. Santiago de Chile: Editora Gabriela Mistral, 1974, pp.
13-14.
39. Véase Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos. Barcelona: Labor, 1978, pp. 77 y ss.
40. Véase Jean Starobinski. Les Emblèmes..., pp. 31 y ss.
41. Manuel A. Talavera. ″Descripción del baile en la Casa de Moneda... ″, p. 204.
42. Véase tambien: Bernardo de Monteagudo. Relación de la gran fiesta cívica celebrada en Chile el 12
de febrero de 1818. Edicion paleografica, compilacion e introducción de Hugo Rodolfo Ramírez R.
Santiago: Ediciones de la revista Libertador O’Higgins, serie Fuentes de la emancipación, 1988.
43. Jean Starobinski. Les Emblèmes..., p. 63.
44. Ricardo Krebs. ″Origenes de la conciencia nacional chilena″, en Problemas de la formación del
estado y de la nación en Hispanoamérica. Inge Buisson (ed.) et al. Inter Nationes Bonn, 1984, p. 111.
45. Véase J. Starobinski. Les Emblèmes..., pp. 65 y ss.
46. Ibid., pp. 66-67.
47. Bernardo Monteagudo, Relación de la gran fiesta cívica..., pp. 2-4.
48. Ibid., pp. 4-7.
49. Ibid., pp. 8-9.
50. Ibid., pp. 9-11.
51. Ibid., pp. 11-12.
52. ″Certificación del escribano Francisco de las Penas″, en Manuel Concha, Crónica, pp. 131-133.
53. Ibid., p. 132.
54. Ibid., pp. 132-133.
55. Carlos Maria Sayago. Historia de Copiapó. Buenos Aires-Santiago: Francisco de Aguirre, 1973, p.
293.
29
AUTOR
ISABEL CRUZ DE AMENÁBAR
Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile
30
1 Probablemente sea en la novela Stella donde se despliegue con mayor sutileza crítica la
imagen compleja y contradictoria que se vislumbra en la “juventud dorada” del fin del
siglo XIX en Buenos Aires. Esa complejidad se tensa en aquellos artistas e intelectuales
quienes, sin renunciar a su lugar de pertenencia a una élite oligárquica que retenía en sus
manos el dinero y el poder, ensayaron un discurso crítico acerca de los problemas sociales
que veían crecer a su alrededor, y llegaron a adherirse a incipientes posturas socialistas o
anarquistas en forma más o menos transitoria o superficial.
2 Buenos Aires, la ciudad opulenta, brillaba en el cono sur. La exitosa inserción de la
Argentina como nación agroexportadora en el mercado internacional, redundaba en
grandes beneficios sobre todo para la ciudad-puerto. Esta, a su vez, se volvió receptora de
enormes contingentes de inmigrantes europeos a lo largo de las tres últimas décadas del
siglo XIX y las primeras del XX. La nación parecía escalar rápidamente posiciones en el
mapa de la periferia. La transformación fue tan vertiginosa como espectacular. Pero ya
desde los primeros años de la década del ochenta se levantaron voces críticas que
señalaban la fragilidad y los peligros de semejante proceso.
3 En esa coyuntura, los artistas plásticos, nucleados en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes
desde 1876 y en el Ateneo desde 1892, asumieron una posición que osciló entre un
inmoderado optimismo respecto de su papel en la vida social y en el engrandecimiento de
la nación y una constante sensación de fracaso en sus relaciones con las políticas oficiales
y con el público.
4 En 1883 Eduardo Schiaffino, uno de los fundadores de esa formación de artistas que
además ocupó un lugar central en la realización de su proyecto, escribía en El Diario bajo
el seudónimo Zig-Zag:
“...Buenos Aires es un gran cuerpo sin alma.
Su progreso es palpable pero casi puramente material.
Nuestra riqueza se reduce hasta ahora, á la materia prima;
no exportamos nada que lleve el sello de la idea...
La tierra Argentina, es tierra de promisión, todo en ella
germina y produce abundantemente; el rocío del cielo se
31
demandas del sector agrícola-exportador. Sin embargo, en 1887 Buenos Aires ya contaba
con más de seis mil establecimientos dedicados a la rama secundaria de la economía,
entre los cuales las fábricas modernas coexistieron con formas de producción artesanal,
requiriendo diversos grados de calificación en la mano de obra. En general predominó en
el mercado de trabajo la oferta de mano de obra de escasa especialización y alta movilidad
20.
Obrero del cual formaba parte el pintor, vio en el cuadro una suerte de usurpación de la
imagen de aquellos obreros para “distraer” y “entretener” a los ricos.
27 En este sentido, resulta un dato decisivo el ámbito en el que esa pintura se encontraba
expuesta. El Ateneo era un círculo de amateurs, de gente elegante. El arte era asunto de
ricos, quienes no sólo explotaban a los obreros sino que también se daban el lujo de
conmoverse frente a sus desdichas. Para colmo, el pintor exponía junto a su cuadro
obrero el retrato de una dama de la sociedad porteña vestida suntuosamente32. Esto,
finalmente, parecía sembrar sospechas acerca de las verdaderas intenciones del pintor.
28 En la entrega siguiente, La Vanguardia daba cuenta (sin abandonar la ironía) de las
reacciones que había suscitado tan agresiva suspicacia contra un miembro de sus propias
filas:
“Cuestión de Arte
Un lector ha encontrado de mal gusto que al ocuparnos del cuadro ’Sin pan y sin
trabajo’, hiciéramos notar que en la misma exposición figura un retrato de una gran
señora bastante fea, obra del mismo autor.
Esto nos pone en el caso de explicar que quisimos decir con eso. Quisimos decir que
si la inspiración del pintor de ’Sin pan y sin trabajo’ ha sido sincera, debe haberse
visto mortificado al tener que pintar por dinero el retrato de una persona, cuyas
condiciones físicas eran las menos apropiadas para inspirar á un artista” 33
29 Esta segunda nota reparaba hasta cierto punto la sospecha lanzada contra el pintor pero
no volvía sobre el tema más importante: la pertinencia de pretender difundir las ideas
socialistas con una obra de arte expuesta en el Ateneo. Al parecer, De la Cárcova tampoco
pudo resolver esta cuestión, pues nunca más volvió –hasta donde sabemos– a intentarlo 34.
30 En este sentido, un párrafo del artículo que Rubén Darío dedicó al pintor poco después 35
parece revelador:
“Concertadme estas medidas: hay en Ernesto de la Cárcova un dandy y un socialista.
Su dandismo me lo explico por la pasión por lo suntuoso y bello: la decoración
personal debía estar, a mi entender, considerada como una de las Bellas Artes. Su
socialismo, revelado por la tela vigorosa y valiente Sin pan y sin trabajo, tiene por
origen –así como en el caso del poeta Lugones– el odio innato en todo intelectual al
entronizamiento del mercantilismo imbécil, del gordo becerro burgués fatal a los
espíritus de poesía y de ensueño”.
31 Estas palabras de Darío parecen explicar con justeza la naturaleza del socialismo de
Ernesto de la Cárcova, pero no sólo de él: Schiaffino, Pagano, el mismo Darío, participaron
activamente en revistas literarias progresistas como El Sol, la revista que dirigía Alberto
Ghiraldo en 1895. Eran un socialismo y un anarquismo de aristócratas, al menos de
aristócratas del espíritu: de este modo los encontramos celebrándose mutuamente y todo
indica que así se percibieron a sí mismos. Pero ya en el nuevo siglo, una vez que la
izquierda se radicalizara y se produjeran las grandes huelgas y luchas obreras en Buenos
Aires, ellos se distanciarían de tales posturas.
32 El malestar de La Vanguardia también puede explicarse, al menos en parte, a partir de la
impresión que causara el pintor. No fue Darío el único que vio en De la Cárcova un dandy.
Parece haber sido el más “distinguido” de todos los artistas de su generación, el más
aristócrata y el menos bohemio. Las fotografías suyas que conocemos así lo muestran –
con infaltables polainas blancas, cuello palomita y vistoso alfiler de corbata– y todos los
que escribieron sobre él destacaron este aspecto. Ricardo Gutiérrez (h.), por ejemplo, lo
recuerda extremadamente formal y distante, aunque el autor se jactaba (previsiblemente)
38
críticos o amateurs- pertenecían al “mundo del arte”, para señalar que, por una vez, todos
coincidían en admirarlo. Ya mencionamos la reacción de La Vanguardia. Veamos algunos
comentarios en los grandes diarios:
“Quien se nos ha presentado como una revelacion, –porque este cronista no tenia la
satisfaccion de conocerle–, es el Sr. de la Cárcova, que ha expuesto en el Ateneo
cuatro obras, de las cuales una está siendo el objeto de la admiracion de todos los
extraños que acudieron ayer al Vernissage: esta tela, realmente digna de
admiracion; ’Sin pan y sin trabajo’, y representa con rasgos de un vigor y toques
sorprendentes, una familia pobre: un obrero, su mujer un niño de pocos meses,
mirando hácia la plaza por una ventana de la boardilla, el levantamiento de los
compañeros de miseria, y en sus ojos resplandece el coraje, sus puños crispados
empuñan las ociosas herramientas y una firme resolucion de correr á su encuentro
se lee en toda su persona.
Indudablemente, aún del punto de vista de nuestro criterio empírico ó
impresionista, esta tela del señor de la Cárcova es de un altísimo mérito, porque se
impone al primer golpe de vista, sacude el alma con fuerza y sorprende con sus
pinceladas y líneas de fuerza y sobriedad pasmosa y elocuentes (La Prensa) 46.
...la atención se circunscribió casi en absoluto a un cuadro, ante el que se detenían
largamente los visitantes del salón; era el Sin pan y sin trabajo de De la Cárcova, que
desde el primer momento ha obtenido todos los sufragios. Pintores y profanos han
estado esta vez de acuerdo en declarar que cuanto nos presenta este joven pintor, y
sobre todo su poderoso cuadro citado, le muestra como un artista de brío é
inspiración, cuyo triunfo de hoy no es más que un prólogo de los que conquistará
mañana.
Sin pan y sin trabajo, es sin duda alguna la obra de más fuerza que se ha presentado
este año al Salón, y tiene que ser el clou, ó si se prefiere, el atractivo más poderoso
de la exposición del Ateneo (La Nación)47 .
Ha llegado de Europa, apenas terminados sus estudios; ha expuesto varios cuadros y
sin más preámbulo, la crítica le ha señalado un puesto de honor entre los artistas
nacionales.
El público le ha tributado su aplauso unánime y las felicitaciones han venido de
todas partes, confundiendo, más aún, sorprendiendo verdaderamente a este joven,
tan modesto como inteligente.
Y no para en esto su fortuna extraordinaria; sus mismos colegas, acostumbrados á
cosechar para sí los escasos laureles que la gloria les ofrece en este país tan
positivista, tan poco afecto á las cosas del espíritu, han acogido en su seno al recien
llegado como á un antiguo conocido cuyo advenimiento se espera con cariñosa
emocion (El Tiempo)48.
[de la Cárcova] Ha presentado una gran tela, sentida y bella, que revela las
tendencias modernas de su espíritu y
la nobleza de su corazón de hombre, esa tela está pintada con el alma...
Este pintor, cuyo cuadro lo coloca entre los primeros del país, es un mozo muy
jóven, muy estudioso y estoy seguro de que será uno de los que irá más lejos” (Fray
Mocho, La Tribuna49).
39 Largas descripciones del cuadro seguían a estos elogios. Pero, salvo una excepción –que ya
mencionaremos– ninguno de estos comentarios leyó el asunto del cuadro en clave
política. Como dijimos a propósito del agrio comentario de La Vanguardia, la recepción de
Sin pan y sin trabajo plantea un problema entre el carácter de la imagen y el ámbito en que
fue expuesta. En un momento en que se hablaba del peligro anarquista, en que a diario se
comentaba el asesinato de Sadi Carnot y se realizaban manifestaciones de repudio en
Buenos Aires, y en que las huelgas obreras y los atentados parecían amenazas latentes con
una insistente presencia en algunos periódicos50, el cuadro no suscitó casi ninguna
reticencia en cuanto a ser considerado peligroso o subversivo.
41
“limpia”. No hay detalles anecdóticos que limiten la universalidad del asunto. La pobreza
de los protagonistas se ve subrayada por el despojamiento de la escena, en la que cobra
importancia otra cuestión: su carácter de familia, los lazos que unen a esos tres
personajes y que fueron puestos de relieve por quienes miraron el cuadro en su momento:
“El seno descubierto, la faz demacrada, la tez febriciente, el cabello lácio que en
anchos cadejos desordenados resbala de la frente y de las sienes á las mejillas, la
mirada incierta y tenebrosa, dan á esa pobre madre el aspecto de una Dolorosa
humana á quien el cariño de un hijo, que ya no halla alimento en su seno exhausto y
el de un marido próximo á extraviarse á impulsos del hambre y la miseria, hacen
olvidar por un instante su propio sufrimiento”52.
46 Esto no sólo añadía dramatismo al conflicto obrero sino que además parece entroncar –
secularizándolo– con el viejo topos cristiano de la sagrada familia53. Desde el siglo XVIII la
iconografía de la infancia en el ámbito familiar había adquirido relevancia acompañando
el surgimiento del interés por los niños y la crianza familiar. La indefensión del niño, la
debilidad de la madre, la furia del padre, se presentaban casi en estado “puro”, sin
atenuantes. El tratamiento de las figuras, por otra parte, no respondía exactamente a un
criterio naturalista: el dinamismo de la figura del hombre estaba logrado forzando la
perspectiva de la silla (que aparecía en un equilibrio muy inestable) y mediante un
alargamiento de la espalda del personaje. El regazo de la madre también aparece
exageradamente amplio en el primer plano, contraponiendo su estabilidad, su “solidez”
resignada, al visible dinamismo de la figura masculina.
47 Un boceto conservado por la familia del pintor54 revela que el planteamiento original del
cuadro sufrió variaciones significativas. En el boceto el punto de vista desde el cual se
enfoca la escena es diferente: más frontal, casi no permite percibir la fisonomía del
hombre, que se halla prácticamente de espaldas al observador. El gesto de las manos del
obrero también sufrió variantes: en el boceto la mano izquierda se halla apoyada sobre la
mesa, en tanto la derecha se levanta con el puño cerrado en un ademán dirigido a la
fábrica que se ve por la ventana, gesto que a las claras parece implicar la disposición a la
lucha. En el cuadro definitivo aparecen en primer plano, yaciendo inútiles sobre la mesa,
las herramientas de trabajo. La mano del obrero ya no descansa en ella sino que crispa el
puño en un claro gesto de rabia e impotencia. La mano derecha se apoya ahora sobre el
alféizar para descorrer la cortina que desvela la escena que se desarrolla fuera de la
habitación, en el patio de la fábrica.
48 La relación entre el afuera y el adentro de esa habitación ha variado considerablemente:
en el boceto se veían apenas los techos y chimeneas humeantes, activas. La cabeza de la
mujer ocultaba parte de esa veduta que si bien contextualizaba claramente la escena
intimista, no tenía el protagonismo que adquiriría en la versión definitiva. En el boceto el
drama del obrero parece sólo suyo. El humo de las chimeneas indica que otros obreros se
hallan allí trabajando, sólo él parece estar desocupado, solo con su miseria y su familia. La
nueva perspectiva del cuadro pone a esa ventana en el centro de la escena, ya sin que la
cabeza de la mujer obstaculice la visión. El gesto de la mano del hombre descorriendo la
cortina, por otra parte, y la posición de su cuerpo y de su rostro denotando gran ansiedad,
parecen destinados a concentrar la atención sobre lo que se desarrolla afuera. Allí ya no
se ven chimeneas humeantes sino el patio de una fábrica inactiva, cerrada, en el que se
desarrolla una escena apenas discernible, donde se enfrentan obreros y guardias a
caballo. Esta escena exterior fue interpretada de diferente manera: algunos vieron en ella
la represión de los obreros huelguistas. Otros entendieron que los guardias protegían a
los que venían a intentar entrar en la fábrica y quebrar la huelga. El hecho es que el
43
grandes letras un titular rezaba: “El cuadro del ’problema laboral’ en la Feria Universal –
La notable pintura de Carcova, ’Sin pan y sin trabajo’ fascina al público con su amarga
significación – Ella dice: ’yo soy la huelga’– Una de las Grandes Obras en la Sección
Argentina”66.
59 Un largo artículo seguía al pie, firmado por Samuel Gorse. Comenzaba elogiando los
progresos de la civilización en la Argentina, que muchos imaginaban “como una tierra de
vaqueros - mitad indios, mitad españoles y completamente salvajes”. Elogiaba el exquisito
gusto de Schiaffino y la calidad de los cuadros, en particular el de Ernesto de la Cárcova.
Pero luego, repentinamente, seguía un extenso relato ficcionalizando la reacción de un
obrero frente al cuadro. El hombre -decía-estaba aburrido, acompañando a unas mujeres
en su visita a la exposición de cuadros. Nada le interesaba, no había leído la guía y todo
ese despliegue que no comprendía le dejaba perfectamente indiferente. Hasta que vio Sin
pan y sin trabajo. Y el cuadro lo conmovió, impresionó de tal modo su sensibilidad que le
inspiró una larga reflexión acerca de las condiciones de explotación de los trabajadores
en la sociedad capitalista. El cuadro le parecía un llamado a la conciencia, una incitación a
la huelga.
60 Se había activado el poder de esa imagen. El artículo de Gorse aludía al interés que había
despertado el cuadro en una multitud de visitantes de la exposición que no eran dilettanti
ni cultos degustadores de obras de arte.
61 Si bien fue el más notable, el artículo de Samuel Gorse no fue el único. Una nota firmada
por William Ewig Love el 24.XI.1904 en otro periódico67 planteaba exactamente lo mismo:
“Este es un cuadro para llamar la atención de todo trabajador de madura experiencia”. Es
más, el autor, luego de citar un poema que él mismo había escrito y cuyo recuerdo le
inspiraba el cuadro (poema que hemos elegido como acápite), terminaba citando las
palabras de Gorse, precisamente aquellas en que reclamaba que el cuadro se colgara en la
oficina de los dueños de las fábricas que explotaban a los obreros.
62 Convengamos en que Saint Louis, una próspera e industrializada ciudad norteamericana
del Midwest en 1904, era un ámbito bien diferente de Buenos Aires diez años antes. Sin
duda las trade unions tenían allí una presencia y una trayectoria mucho más desarrollada y
madura en la lucha sindical. Pero debe tenerse en cuenta también que una Exposición
Universal como aquella en que se expuso Sin pan y sin trabajo en Saint Louis convocaba a
una enorme cantidad de público heterogéneo, diferente sin duda del círculo restringido
de los concurrentes a los salones de arte. El artículo de Gorse ponía en palabras de su
obrero, precisamente, esta cuestión acerca del lugar apropiado para “activar” el poder de
esa pintura:
“Deberíamos llevarla a nuestro sindicato y colgarla en la pared cuando alguno de
los cabezas-recalentadas habla de separarse justo cuando la compañía piensa que
un cierre ayudaría a subir los precios y bajar costos. A los muchachos les gusta jugar
al chivo cuando están bien alimentados y yo pensé que esa pintura podría
recordarles que el comité nacional a veces no puede reunir el dinero para
sostenernos, o alguien lo roba, o los rompehuelgas se vuelven demasiados y
debemos dar marcha atrás si podemos o morir de hambre si no podemos” 68.
63 Este fue, significativamente, el fragmento del largo comentario que guardó Schiaffino en
su recuerdo, aunque en su traducción para los lectores argentinos omitió el voltaje
político del artículo del periodista yanqui.
64 Sin pan y sin trabajo ofrece, entonces, un interesante caso pare reflexionar acerca de las
mediaciones que deben tenerse en cuenta en términos de las relaciones entre arte y
46
Ernesto de la Cárcova. Sin pan y sin trabajo. 1893-94 óleo 125,5 x 216 MNBA, Buenos Aires
47
Reinaldo Giudici. Lo Sguazzetto (La sopa de los pobres en Venecia). 1884-85 óleo 147 x 230 MNBA,
Buenos Aires
Fragmento de artículo en La Nación. 3.XI.1894, p.5. Dibujo de Martín Malharro de Sin pan y sin trabajo y
retrato de Ernesto de la Cárcova
48
André Collin. Pauvres gens. 1896 óleo 113 x 139 Musée des Beaux Arts, Tournai
Hubert von Herkomer. En huelga (On strike) 1891 óleo 224 x 124 Royal Academy of Art, Londres.
49
Gustav-Oskar Björk Et Nodskud (Infortunio). 1883 óleo 121 X 95 Statens Museum for Kunst,
Copenhage.
Ernesto de la Cárcova. Boceto para Sin pan y sin trabajo, s/f óleo/tabla 25,7 x 36,5 Col. part.
50
NOTAS
2. El Diario, 18.IX.1883. El artículo fue el primero de una serie titulada “Apuntes sobre el arte en
Buenos Aires. Falta de protección para su desenvolvimiento”. En ella Schiaffino planteaba no sólo
una primera mirada historiográfica sobre el panorama artístico de la ciudad, sino también
formulaba una evaluación crítica del escaso desarrollo de las actividades artísticas y una serie de
consejos al gobierno para resolver ese problema que, por otra parte, se presentaba como
prioritario para el futuro desarrollo nacional. La serie fue publicada por El Diario entre el
18.IX.1883 y el 1°.X.1883 (AS MNBA).
3. Traducción de morceaux de réception. Así se llamó a los grandes lienzos que los pintores
presentaban a la Academia de París como condición para ser aceptados como miembros de la
misma, modalidad que compartieron otras academias de Europa. Ver al respecto Albert Boime.
Historia social del arte moderno. Tomo I: El arte en la época de la Revolución 1750-1800. Madrid: Alianza
Editorial, 1987, pp. 38-40.
4. Es necesario aclarar, sin embargo, que la mayor parte de la producción de todos estos artistas
parece haber tenido una finalidad comercial. Retratos en su mayor parte, pero también pequeñas
escenas de género y paisajes, fueron pintados por ellos para ser vendidos a esa elite opulenta.
Este rasgo, inherente a sus posibilidades de dedicarse profesionalmente a su oficio, forma parte
de las contradicciones que intento poner de relieve en la trayectoria de estos pintores.
51
5. Michael Podro. “Fiction and reality in painting”, en Salim Kemal e Ivan Gaskell (eds.).
Explanation and value in the arts. Cambridge: Cambridge University Press, 1993. pp. 43-54 (La
traducción es nuestra).
6. La Tribuna Nacional, 6.XI.1887, p.2c.3. Ese mismo día también lo publicó El Censor.
7. En 1883 Eduardo Wilde, ya entonces ministro de Instrucción Pública, se interesó por Eduardo
Schiaffino y le otorgó una beca para estudiar en Europa. Ver Ana María Telesca y José Emilio
Burucúa. “Schiaffino, corresponsal de El Diario en Europa (1884-1885). La lucha por la modernidad
en la palabra y en la imagen”, en Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
“Mario J. Buschiazzo”, No. 27-28,1989-1991,65-73.
8. La Nación 4.XI.1887, p.lc.7.
9. El relato formó parte de Prometeo & Cía. Edición citada: Tini y otros relatos. Buenos Aires: Eudeba,
1960, pp. 37-43.
10. Julián Martel fue el seudónimo de José María Miró (1867-1896). La novela apareció primero en
forma de folletín desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891 en La Nación. Otras novelas
que integraron este ciclo fueron Quilito de Carlos María Ocantos, Horas de fiebre de Segundo I.
Villafañe, Abismos de Manuel Bahamonde, etc. Ver Noé Jitrik. “El ciclo de la Bolsa”, en AA.VV.
Historia de la literatura argentina. Buenos Aires: CEAL, 1980-1986. Fascículo No. 29, pp. 159-168.
11. Ricardo Salvatore. “La normalización de la vida económica: trabajo y cultura en la Buenos
Aires moderna, 1890-1910”, trabajo presentado en la Conferencia Internacional La cultura
arquitectónica hacía 1900. Revalorízación crítica y preservación patrimonial. Buenos Aires, 31 de agosto
al 3 de septiembre de 1999 (en proceso de edición).
12. Natalio Botana. El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires:
Sudamericana, 1977, p. 14.
13. Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde. La república conservadora. Buenos Aires: Hyspamérica,
1986, p. 190.
14. José Luis Romero. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
1975, cap. VI, pp. 169-183.
15. Ver por ej.: Fernando Devoto y Gianfausto Rosoli (comps.). La inmigración italiana en la
Argentina. Buenos Aires: Biblos, 1985; Diego Armus. Manual del inmigrante italiano. Buenos Aires:
CEAL, 1983. Col. Historia Testimonial Argentina, No. 8.
16. Fernando Devoto y Alejandro Fernández. “Mutualismo étnico y participación política.
Algunas hipótesis de trabajo”, en Diego Armus (comp.). Mundo urbano y cultura popular. Estudios de
historia social argentina. Buenos Aires: Sudamericana, 1990, pp. 129-152.
17. Ver Ricardo Falcón. “Los trabajadores y el mundo del trabajo”. Buenos Aires: Sudamericana,
1999, pp. 483-544. Del mismo autor: Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899). Buenos Aires:
CEAL, 1984. Ver también Jacinto Oddone. Historia del socialismo argentino. Buenos Aires: Talleres
Gráficos “La Vanguardia”, 1934; Gonzalo Zaragoza. Anarquismo argentino (1876-1902). Madrid: Ed.
de la Torre, 1996.
18. Ver Erna Cibotti. “Periodismo político y política periodística; la construcción pública de una
opinión italiana en el Buenos Aires finisecular”, Entrepasados, Año IV, No. 7. Buenos Aires, fines de
1994, 7-25. “Hacia 1855 la Camera di Commercio Italiana contabilizaba 20 asociaciones de Ayuda
Mutua -3 eran femeninas- 5 asociaciones de divertimento y 3 sociedades políticas que eran los
órganos del movimiento mazziniano en el Plata [...]. Para la misma fecha se publicaban en Buenos
Aires 6 periódicos italianos”. Ibid., p. 10.
19. Ver María Cristina Cacopardo y José Luis Moreno. “Características regionales, demográficas y
ocupacionales de la inmigración italiana a la Argentina (1880-1930)”, en Fernando Devoto y
Gianfausto Rosoli (comps.). La inmigración italiana...,pp. 63-85.
20. Ver Hilda Sábato y Luis Alberto Romero. “Artesanos, oficiales, operarios: trabajo calificado en
Buenos Aires, 1854-1887”, en Diego Armus (comp.). Mundo urbano y cultura popular. Estudios de
historia social argentina, pp. 219-250.
52
21. Maria Rosaria Ostuni. “Inmigración política italiana y movimiento obrero argentino. Un
estudio a través de los documentos gubernamentales italianos (1879-1902)”, en Fernando Devoto
y Gianfausto Rosoli, (comps.). La inmigración italiana..., pp. 105-126.
22. Ver Iaacov Oved. El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina. México: Siglo XXI, 1978.
23. Ver por ej. “Redacción - Obreros de varita y guante”, El Correo Español, 15 y 16.X.1894 p.lc.6-7:
“Celebróse el domingo con la mayor calma y circunspección el anunciado meeting de los obreros
de Buenos Aires, en demanda de las ocho horas de trabajo. [...] La nueva evolución social que en
Europa está elaborándose desde 1848 pacientemente pero con firmeza y energía, sin retroceder
un paso, aquí se elabora también; aquí en la América latina”.
24. Ver Gonzalo Zaragoza. Anarquismo argentino..., pp. 157 y ss.
25. Jacinto Oddone. Historia del socialismo argentino. Vol. I, pp. 195-225.
26. Ver Ricardo Falcón: “En realidad, la Sección Varia era mucho más un grupo de acción política
que una organización sindical, ya que ella reunía a los activistas que no estaban enrolados en
ninguna sociedad obrera. Este sector parece haberse dado cuenta de la semiparálisis por la que
atravesaba la Federación y decidió cambiar el rumbo político para orientarse hacia una acción
política menos estrechamente ligada a la sindical.” Los orígenes del movimiento obrero..., p. 97.
27. Ibid., p. 222.
28. Ibid., pp. 199-201.
29. Ibid., pp. 200-201.
30. Ibid., pp. 98-99.
31. El Salón - Segunda Exposición anual de pinturas y dibujo - Raza y arte nacional. La Nación,
3.XI.1894, p. 5.
32. Se trataba del retrato de la Sra. de la Cárcova de Ferrari, hermana del artista. Varios críticos
lo describieron como un cuadro de impactante color rojo: la señora estaba vestida de terciopelo
rojo sobre un fondo del mismo color. No lo conocemos.
33. La Vanguardia, Año 1 No. 33. 17.XI.1894, p. 3 c.2.
34. José León Pagano, sin embargo, vio en el taller del artista un boceto de otro cuadro de tema
“social” que nunca llegó a realizar: “Por aquellos días proyectaba -y bosquejó en reducido boceto-
otro cuadro social. Un efecto de alborada entre dos luces. Domina el blanco de un traje de novia,
en contraste con el azul y dorado de una figura sedente. Es la costurerita pálida y grácil. Ha
cosido toda la noche para terminar el traje, destinado a un próximo hogar de ventura. Trabajó
como siempre, agobiada por el apremio. Y mientras da las últimas puntadas, un hilo de sangre
desciende de la comisura de su boca y va a caer sobre el fino tul del traje de novia... Este cuadro
quedó en proyecto, como muchos otros de esos días y de no pocos días sucesivos.” José León
Pagano. El arte de los argentinos. Buenos Aires: Ed. del autor, 1937-40,t.1, p. 446.
35. “Artistas argentinos - de la Cárcova”. Rubén Darío, en Obras completas. Madrid: Afrodisio
Aguado, 1955, t. IV, pp. 849-854. No consigna el recopilador dónde ni cuándo publicó Darío este
artículo, aunque parece ser muy poco posterior a la exposición del Ateneo de 1894. No aparece en
otras recopilaciones y tampoco lo hemos encontrado en nuestra pesquisa hemerográfica.
Agradezco a Beatriz Colombi esta referencia.
36. Ricardo Gutiérrez. La obra y el hombre. Vidas ilustres. Buenos Aires: Dirección Nacional de Bellas
Artes, 1937, pp. 195-198.
37. Ver Jose Leon Pagano. El Arte de los argentinos, pp. 439-442; Jose Maria Lozano Moujan. Apuntes
para la historia de nuestra pintura y escultura. Buenos Aires: Garcia Santos, 1922, pp. 106-107.
38. Rubén Darío, “Artistas argentinos - de la Cárcova”, pp. 851-854.
39. Ibid.
40. Ver por ej. el comentario de Rubén Darío en La Prensa 25.X.1885. No encontramos ese libro
ilustrado. Probablemente no se haya editado con las ilustraciones, pues esas traducciones de
Leopoldo Díaz aparecieron publicadas por la imprenta de Pablo Coni en 1897. Los poemas de Poe,
si bien no se hallaban ilustrados por ellos, sí les fueron dedicados por su traductor: Ulalume (pp.
53
57-61) aparecía dedicada ”a Eduardo Schiaffino“, El Aaraaf (pp. 73-89) ”a Rubén Darío“ y El palacio
encantado (pp. 90-92) ”a Ernesto de la Cárcova”.
41. Carlos Ripamonte. Vida. M. Gleizer (ed.). Buenos Aires, 1930, p. 42.
42. André Collin. Pauvres gens. 1896 óleo 113 x 139 Musée des Beaux Arts, Tournai.
43. Gustav-Oskar Björk. Et Nodskud (Infortunio). 1883 óleo 121 x 95 Statens Museum for Kunst,
Copenhage.
44. Hubert von Herkomer. En huelga (On strike). 1891 óleo 224 x 124 Royal Academy of Art,
Londres.
45. Ver Segunda Exposición anual de pinturas, dibujos y esculturas. Catálogo de las obras expuestas en los
salones del Ateneo. Buenos Aires: Imprenta de ”La Nación“, 1894.
46. La Prensa, 4.XI.1894 p. 5c.7.
47. La Nación, 4.XI.1894, p. 5c.4.
48. Nuestros artistas (a propósito del salón de 1894 -Instantáneas- Ernesto de la Carcova’ El
Tiempo, 9.XI.1894. Fdo. Pintor-relámpago.
49. Fray Mocho. ”El Salon“. La Tribuna, 6.XI.1894, p. 1 c.5-6.
50. La Voz de la Iglesia, por ejemplo, dedicó la primera plana casi diariamente a estos temas a
partir del magnicidio que había tenido lugar en el mes de junio.
51. A. Zul de Prusia: “El segundo “Salón” organizado por el Ateneo - De la Cárcova”, La Tribuna,
12.11.1894.
52. Fernando Fusoni: “Ateneo - Segunda Exposición anual de Pinturas - Una gira por los estudios
de algunos artistas - Ernesto de la Cárcova”, El Tiempo 3.XI.1894. El destacado es del original.
Fusoni escribió una serie de artículos (1° al 3.XI.1894) unos días antes de la inauguración de la
segunda Exposición del Ateneo (inaugurada en la noche del día 3.XI) con el objeto evidente de
promocionar a los artistas más importantes (a su criterio) y convocar público para la misma.
53. Ya hemos mencionado la observación que hace Jan Bialostocki respecto de la secularización
de viejos topoi cristianos en la iconografía del siglo XIX. Ver Estilo e Iconografía.
54. Agradezco a Alicia y Ernesto de la Cárcova el haberme permitido examinar y fotografiar las
obras conservadas por la familia.
55. Si bien el pentimento se percibe a simple vista, no pudimos lograr que el departamento de
restauración del MNBA realizara un estudio radiográfico del cuadro.
56. Gabriel P. Weisberg. Beyond Impressionism. The naturalist impulse in European Art (1860-1905).
Londres: Thames and Hudson, 1992, p. 9 (la traducción es nuestra).
57. Cfr. El Tiempo, 5.XII.1894 y 12.XI1.1894.
58. El Tiempo, 29.XI.1894, p. 2c.1-2.
59. Ver el duplicado del recibo firmado por Ernesto de la Cárcova el 2 de mayo de 1906. Archivo
MNBA.
60. Cfr. Listado de premios en la Comunicación oficial fechada en Saint Louis, el 20.X.1904. AS
MNBA. El telegrama enviado por Schiaffino a La Nación (que el diario no publicó, véase M. Penhos,
op.cit.) informaba: “Schiaffino recibe del jefe bellas artes este mensaje: felicitación arte argentino,
república argentina nación extrangera (sic.) mejor representada por numero y selección obras.”
(Fechado Julio 1894) AS MNBA.
61. Saint Louis, M.D. Thompson Publishing Co., 1904.
62. Los Estados Unidos presentaron 3.668, Francia 1.530, etc. Cfr. Ives, Halsey C, Charles M. Kurtz,
Ph.D. & George Julian Zolnay. Official Illustrations of selected works in the various netional sections of
the Department of Art with complete list of awards by the international jury - Universal Exposition - Saint
Louis 1904. p. X George William Zolnay fue jurada de esculturas por la Argentina. Fue ésta una
hábil maniobra de Schiaffino para tener dos votos en la comisión de premios, ya que él era el
único artista argentino presente en Saint Louis. Esta guía ilustrada también reprodujo varias
obras del envío argentino: A la querencia de Sívori, La hora del almuerzo de Collivadino, Margot de
Schiaffino, la escultura Renunciación de Arturo Dresco y Sin pan y sin trabajo de Cárcova. Los
54
AUTOR
LAURA MALOSETTI COSTA
Instituto de Teoría e Historia del Arte “Julio E. Payró” Universidad de Buenos Aires
55
que en la mesa de revesino vi una bujía de cera color rosa, cubierta por un
guardabrisa de cristal..."4
6 Sin embargo, contra lo que muchos podrían suponer, los gustos coloniales no imponían
mayores lujos, mas bien reinaba la sobriedad y parsimonia:
"El salón de más lujo ostentaba entonces larguísimos canapés forrados en vaqueta,
sillones de cuero de Córdoba adornados con tachuelas de metal y, pendiente del
techo, un farol de cinco luces con los vidrios empañados y las candilejas cubiertas
de sebo. En las casi siempre desnudas paredes se veía un lienzo, representando a
San Juan Bautista o a Nuestra Señora de las Angustias, y el retrato del jefe de la
familia, con peluca, gorguera y espadín. El verdadero hijo [sic, por lujo] de las
familias estaba en las alhajas y vajilla" (cf. Palma: "El divorcio de la condesita", en
TPC cit.: 598).
7 Desde luego, como en todas partes, el mobiliario doméstico estaba en relación al nivel
social y económico de los dueños, por lo que es correcto deducir que mucho más sencillo
y escaso era el de las viviendas menos afortunadas.
8 Desprovistas de las galas literarias, y quizá en mayor sintonía con la fría realidad, son las
pinturas en prosa de los viajeros que visitaron Lima por aquella época. Así, en relación a
una vivienda de familia de nivel socioeconómico medio, creo que los testimonios del suizo
Juan Jacobo von Tschudi y del francés Max Radiguet, que habitaron la capital peruana
entre 1838-1842 y 1841-1845, respectivamente, son muy ilustrativos. Tschudi presenta así
los espacios que interesan a estos apuntes:
"Frente a la entrada principal [traspuesto el patio] se halla la vivienda misma, la
cual suele estar rodeada de una pequeña baranda. A través de una gran puerta
doble se penetra a una sala espaciosa cuyo sencillo mobiliario consiste de una
hamaca, un sofá y una larga fila de sillas. Sobre el suelo hay esteras de paja. Una
mampara de vidrio lleva a una segunda habitación, algo más pequeña, llamada la
cuadra, decorada en forma elegante, frecuentemente muy lujosa, y con alfombras
de lana. Aquí se recibe a las visitas" (cf. Testimonio del Perú 1838-1842: 81).
9 La sorprendente presencia de una hamaca revela la mucha dosis de informalidad que
signaba la vida doméstica, pues hace ver que los habitantes del hogar no tenían reparo en
hacer uso de esa suerte de abandonado lecho tropical en un espacio destinado a la
conversación y a las relaciones sociales (lámina I)5.
10 También confirma la práctica de usos rurales propios de climas calurosos en centros
urbanos costeños.
11 Radiguet, confirmando la sencillez de los muebles, vio así la habitación principal:
"El mobiliario limeño es en general de una extrema simplicidad: algunos sofás de
crin, sillas, taburetes, una alfombra o esteras de juncos trenzados, un piano, una
mesita portando un ramo recientemente cogido o una fuente de plata llena de una
mezcla de flores deshojadas, forman todo el lujo de la pieza principal, que se
encuentra en alto, y cuyas ventanas están dispuestas de manera de combatir, por
corrientes de aire, los ardores del clima" (cf. Lima y la sociedad peruana: 45),
12 y de esta manera el dormitorio:
"El dormitorio encierra ordinariamente, todas las elegancias del mobiliario. Los
espejos son pocos y de pequeña dimensión; las cortinas, cortinajes y demás
frivolidades que transforman en bazares nuestras viviendas francesas, son poco
corrientes en Lima, donde serían además, una anomalía con el clima y las
costumbres del país"6.
58
13 El alemán Heinrich Witt, que vivió en el Perú durante setenta años, y que por lo mismo se
adentró profundamente en la vida doméstica limeña, cuenta que en 1846, al retornar de
Europa, todas las casas que visitó
"estaban más o menos bien amuebladas, hermosamente decoradas e
invariablemente alfombradas; sólo las cortinas en las ventanas eran poco comunes.
Las luces, dado que en esa época no se conocía el gas en Lima, eran lámparas de
aceite. En los 25 años transcurridos desde entonces el lujo ha aumentado a tal grado
que, para decorar y amueblar una casa en buen estilo, en la actualidad, 1871, se
requiere el doble como mínimo de lo que se necesitaba entonces, en 1846. Una
excepción era la casa de la Marquesa [de] Fuente González, una anciana de pobre
reputación, por su carácter despótico y arbitrario... En la vivienda todo era viejo,
lúgubre y descuidado. Mi esposa y yo tuvimos que pasar por varias habitaciones,
todas iluminadas en lo alto con una sola vela de aceite metida en una lámpara de
sala ordinaria que colgaba del techo. En la habitación, más al interior, encontramos
a la anciana, miserablemente vestida, sentada en un viejo sofá. En dos de las
esquinas de la recámara había dos descuidados reposteros pintados de gris, con
bordes dorados enmohecidos. Las puertas de vidrio estaban cubiertas con polvo y a
través de ellas uno difícilmente podía distinguir algunos vasos y vajilla de cerámica.
El mobiliario lo conformaban una cómoda y una mesa sobre la que algunos platos
con viandas y dulces y varios vasos de agua fría estaban dispuestos. Estos refrescos
nunca eran tocados antes que dieran las 9 pm, según regla inalterable de la casa"
(cf. Diario 1824-1890, II: 138-39).
14 El testimonio es muy interesante porque presenta lo que a su autor le parecía una
excepción: el penoso aspecto interior de un caserón en decadencia, tanto o más que su
propietaria, una amargada anciana aristócrata, de suerte que en él todo era antiguo y
triste. ¡Cuántos semejantes o peores debían haber en una ciudad aún no repuesta de los
estragos causados por muchos años de guerra y anarquía! Poco esfuerzo se requiere para
advertir que allí el mobiliario provenía del tiempo virreinal, y que dejaba notar su
perdido esplendor.
15 Poco tiempo después, la invasiva presencia de objetos de la cultura material europea -
cortinas y cortinajes, alfombras, espejos y aparatos de iluminación a gas- cambiaría por
completo el aspecto de las viviendas. Importa a esta reconstrucción recordar que los
primeros en introducir tales objetos fueron los numerosos extranjeros, comerciantes y
artesanos sobre todo, que desde la Independencia se establecieron en Lima y otras
ciudades del Perú; precisamente uno de ellos fue el referido Witt, y otro Samuel Stanhope
Prevost, de cuyo salón limeño, en el que al parecer se combinaba lo antiguo y lo moderno,
quizá dejó un dibujo el alemán Rugendas (lámina II)7.
16 Otro tipo de espacio privado susceptible de amoblar es el constituido por oficinas y
gabinetes de trabajo, v. gr. la redacción de un diario. Palma describe la de El Correo de
Lima, situada en un espacioso cuarto del patio de un caserón de la calle de Aumente: "Una
mesa con tapete de paño azul para el jefe, dos mesitas enclenques en los extremos, un
banco de madera, que probablemente perteneció a algún convento, y una docena de
silletas más o menos desvencijadas, tal era el mobiliario" (cf. "Entre Garibaldi y... yo", en
TPC cit.: 1122). Aunque la pintura es esquemática, permite comprobar el inexcusable
trabajo en equipo, las íntimas relaciones que mantenían los periodistas, el bien dispuesto
escenario para el palique, pues sólo ello explica el elevado número de sillas, a más de la
poquedad de los medios para echar a andar el diario. Y aunque la pintura no da pie para
señalar estilos, es claro que los muebles que la ilustran respondían a la tradición antes
59
que a la modernidad, al pasado antes que al presente, en proceso de cambio bajo el influjo
foráneo.
17 Mayor presencia del mobiliario virreinal se daba, por razones obvias, en lugares
religiosos, como los conventos. En ellos, a ese respecto, poco o nada habría cambiado
desde el cercano y no olvidado tiempo del rey. Palma da una colorida descripción de la
celda del fraile agustino Juan de Dios Urías, protagonista de una de sus tradiciones:
"Paréceme estar viendo la espaciosa celda. Una sala de ocho varas castellanas en
cuadro con dos puertecitas que conducían a dos alcobas; gran mesa con tapete de
paño azul, sobre la que lucía gran tintero de plata con salvadera o arenillero del
mismo metal, y media docena de plumas de ave; un estante modesto con infolios en
pergamino; dos canapés de cuero de Córdoba y una docena de sillones del mismo
pelaje y claveteados. Voilà tout! !Ah¡ Olvidaba lo principal. Entre las dos puertecitas
que conducían a las alcobas había, a guisa de aparador, unas tablas con limetas,
copas y vasos, y debajo un gran baúl que, como verá el lector, era una arca santa, un
misterio sacratísimo" (cf. "La Historia del Perú por el Padre Urías", en TPC cit.: 1141)
8.
Alumbrábalo noche y día una mariposilla de aceite, colocada en medio de dos vasos
con flores...
Pero lo que sobre todo atraía mis miradas infantiles era una tosca herradura de
fierro tachonada con lente-juelas de oro, que en el fondo de la urna se destacaba
como sirviendo de nimbo a un angelito mofletudo" (cf. "Contra pereza, diligencia",
en TPC cit.: 1091).
21 El culto doméstico, ciertamente, imponía no sólo espacios especiales sino muebles ad hoc,
como el reclinatorio, razón que justifica situarlos con la imaginación en tales ambientes.
mejor dicho, sin más paño que una venda, lanzando sus emponzoñados dardos a
varias doncellas castas. El Cupido era blanco y rubio como un alemán y las doncellas
negras como la Reyna [sic] de Mozambique. En la otra puerta la muestra tenía esta
leyenda: 'Baratillo de comestibles, licores, manteca y leña de Lorenzo B...’…
Si el exterior de la pulpería daba golpe, la trastienda daba trueno. Aquello no era
trastienda de pulpería, sino el retrete de la más pulcra damisela. Paredes pintadas
con alba cal, adornadas en su parte superior con una cenefa al fresco, obra del autor
de las muestras; petate de la China, catre de campaña, pero adornado con cortinas
de gasa blanca, un hermoso listón y cintas de raso; floreros de barro de Guadalajara,
incesantemente provistos de fragantes flores" (cf. "Lorenzita": 56-57).
26 En general, el gusto moderno tenía predilección por el adorno interior logrado mediante
el empleo de colores alegres en la pintura de las paredes, así como de objetos colgantes -
espejos y cortinajes, entre otros.
27 Hubo un baile y cena que se ha dado en considerar, con toda razón, uno de los
acontecimientos sociales más importantes de nuestra historia decimonónica: el baile,
llamado de La Victoria, ofrecido por el Presidente Echenique y su esposa a la sociedad
limeña, en la noche del 15 al 16 de octubre de 1853, en la quinta de ese nombre. Como es
sabido, a poco estalló la formidable revolución que derrocó a ese mandatario, acusado de
haber permitido el saqueo de la hacienda pública por los "consolidados". Echenique fue
un hombre amante del refinamiento y la comodidad (lámina III)11, por lo que no extraña
que en esa ocasión su quinta La Victoria mostrara ambientes decorados y amoblados al
gusto del Viejo Mundo. Conozco dos relaciones de la fiesta -una de ellas escrita por Palma,
asistente observador y memorioso- de las que rescato algunos elementos: los grandes
salones lujosamente amueblados, las ricas alfombras de Flandes y de tripe, los aparatos de
iluminación que permitieron dar luz -de aceite, no de gas, pues ésta aún no se ofrecía-
abundante y armónicamente distribuida, la copia de flores que adornaban puertas,
pilastras, paredes y corredores, los notables cuadros de pintura europea y peruana, las
mesitas de la China, el bien surtido bar, las estatuas de mármol sobre columnas
cuadrangu-lares, un gabinetito de toilette para uso de las damas, que abundaba en
refinamientos orientales, y multitud de espejos:
"En el centro del salon de pinturas estaba colocada una mesa firme cubierta de
dulces, helados, jelatinas (s), y toda clase de confiturías delicadas y sabrosas; y
alrededor se veía mesas pequeñas chinescas con los mismos preparativos. Todas
ellas se ocupaban sucesivamente por señoritas y señores que iban a descansar y
refrescar. Sería necesaria una disertación artística para hacer mención del mérito y
número de los cuadros que allí había de Murillo, Españoleto, Velásquez, Laso,
Montero, Merino y otros artistas de quienes Lima ha tenido abundantes obras... [...]
A las cuatro de la mañana se abrió a los estremos [sic] de un ángulo de la Quinta un
largo y bien adornado corredor, en cuyos alrededores se veían entrelazadas las
banderas europeas y americanas, como símbolos de su unión y fraternidad. En el
centro aparecía una mesa lujosamente arreglada y surtida de comidas sabrosas y
estimulantes. Las multiplicadas luces, que se repetían sobre tersos y límpidos
espejos, vasos y cristales, hacían una sorprendente y vistosa perspectiva" 12.
28 Como es sabido, el baile de La Victoria no sólo fue ocasión para mostrar el nuevo buen
gusto doméstico, sino que sirvió a los recientemente enriquecidos para exhibir los signos
de su poder, v. gr. joyas engarzadas en oro, otro producto de la modernidad burguesa...
29 Contamos, en fin, con un escenario en ese tiempo novedoso y hasta singular -hoy, bajo
diversa nomenclatura, parte habitual de ciertos barrios-, ¡el gabinete de una bruja!:
"Luego nos pusimos a examinar el laboratorio o salita de aparato.
Había sapos y culebras en espíritu de vino, pájaros y sabandijas disecados, frascos
62
lujo y distinción casi siempre realzaban la apostura de quienes los usaban; también eran
ideales para el lucimiento de las galas femeninas15. Cisneros hace ver su diversidad:
"Andrés se hallaba sentado en una muelle poltrona con un libro en la mano";
"Le mandé arrastrar hasta el diván la mesa de noche y coloqué la taza [de tinto y
aromático café] sobre ella"; "Antes de abrir la mampara de la sala... sentada en el
extremo de un sofá...";
"Cuando entré en el dormitorio... Julia, se encontraba tendida en el canapé... Una
lámpara cubierta por una pantalla iluminaba sombríamente el dormitorio" 16.
34 En fin, el piano, elemento infaltable en cualquier casa que se preciara, no sólo hacía ver el
poder económico de sus dueños ("...la compra de un piano que había pagado bien caro...")
sino certificaba su refinamiento y era el soporte ad hoc para el lucimiento social y
artístico de la mujer ("...cuando Julia ejecutaba en el hermoso piano..."); incluso su
pérdida se interpretaba como señal de fracaso financiero ("...un piano de Herard [sic] que
descansa tranquilo y empolvado en el almacén de un agiotista"17). Ahora bien, nuestro
romántico pensaba que todas esas manifestaciones de ostentación y lujo se debían al
vanidoso afán de demostrar poderío económico: "No es precisamente la pasión del lujo lo
que reina en Lima, es la pasión de la exterioridad" (cf. ibid.: 179). Acertado o no en el
análisis, la verdad es que una parte de la sociedad limeña llevaba un tren de vida pródigo
y vertiginoso, habiendo hecho de algunos logrados objetos de la cultura material europea
elementos de la suya propia.
35 Por entonces, Lima experimentaba un notable crecimiento, tanto en extensión como en
población, y cada día era mayor el número de artesanos que trabajaban para dotar de
servicios y comodidades a todas sus capas sociales, sobre todo a las más pudientes. En
1860 existían nada menos que 159 carpinterías y depósitos de muebles, y 1092
carpinteros, entre maestros, oficiales y aprendices, así ebanistas como los de construcción
(llamados de obra blanca); y en las diez carpinterías principales, la mayoría a cargo de
europeos, informa Fuentes, "como en otras muchas de rango inferior, se encuentran
surtidos de muebles hechos en el país y extranjeros"18, entre los cuales eran preferidos los
franceses –"Figuremos un salón rectangular ni más ni menos que los que conocemos hoy
en Lima y suprimiendo el mueblaje francés...", apuntaba por la misma época el "bohemio"
venezolano radicado en Lima JuanVicente Camacho (cf. "El noveno mandamiento": 22).
36 Juana Manuela Gorriti, escritora argentina radicada en Lima, también romántica, da un
aliento femenino y burgués a la descripción de "la alcoba de una excéntrica", antes celda
de una monja, contenida en su novelita "Quien escucha su mal oye":
"La pálida luz de una lamparilla alimentada con espíritu de vino y puesta sobre un
velador a la cabecera de un pequeño lecho adornado con cortinas blancas,
alumbraba suavemente un cuarto cerrado y desierto. Al pie del lecho y sobre el
mármol de una cómoda había una pequeña biblioteca cuya nomenclatura, en la que
figuraban los nombres de Andral, Huffeland, Rapail y otros autores, entre crá-neos
de estudio y grabados anatómicos, habría hecho creer que aquella habitación
pertenecía a un hombre de ciencia, si una simple mirada en torno no persuadiera de
lo contrario; y aquí, sobre una canasta de labor, una guirnalda a medio acabar; allí,
un velo pendiente de una columna del tocador; más allá, una falda de gasa cargada
de cintas y arrojada de prisa sobre un cojín; flores colocadas con amor en vasos de
todas dimensiones, el suave perfume de los extractos ingleses, el azulado humo del
zahumerio exhalándose de un pebetero de arcilla, todo revelaba el sexo de su
dueño.
(...)
Las paredes de aquel cuarto desaparecían completamente bajo sombríos tableros de
maderas esculpidas; y el misterioso postiguillo era un medallón oblongo, cercado de
64
Lámina I
Lámina II
66
Lámina III
Lámina IV
67
NOTAS
1. Desde luego, hay otras fuentes -inventarios de bienes de difuntos, por ejemplo- que deben ser
aprovechadas para componer un cuadro mas completo del asunto; sin embargo, las que empleo
tienen la ventaja de ser como "fotos instantaneas" de los escenarios estudiados.
2. Cf. Tradiciones peruanas completas (en adelante TPC): 1125.
3. Incluso a algunas camas se subia por una escalerita, "tan alto era el lecho que en caso de
temblor, habia peligro de descalabrarse al dar un brinco. En los matrimonios no se habia
introducido la moda francesa de que los conyuges ocupasen lecho separado. Los matrimonios
eran a la antigua espanola, a usanza patriarcal, y era preciso muy grave motivo de rina para que
el marido fuese a cobijarse bajo otra colcha" (cf. "El divorcio de la condesita", ibid.: 599). De
antiguo, en efecto, "...las camas con dosel eran verdaderos monumentos y a veces tenian tal
altura, que habia que poner escalones para subir a ellas; invariablemente constaban de cuatro
columnas sobre las que se colgaban el dosel y los faldones, pesadas telas que ocultaban al
durmiente, pues no existia dormitorio especial..." (cf. Patino: Historia de la cultura material en la
América equinoccial, II: 410).
4. Cf. carta literaria a J. A. de Lavalle, en Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería: 420.
5. El pintor aleman Rugendas plasmo varias escenas domesticas con hamaca, y una de ellas,
"Limennienes dans leur interieur" ("Limenas en un interior") - representando "a dos jovenes
languidamente recostadas en gran hamaca flecada; y mientras una se abanica la otra hojea un
libro o carpeta de estampas. La habitacion, que da al florido jardin con decorativa fuente,
muestra sofa, mesa provista de frutas y botella de mosto, a mas de taburete sobre el cual se apoya
la infaltable guitarra" - , en exotico grabado de sabor orientalista por H. Valentin, se publico en
L'Illustration de Paris en 1847 (cf. El Perú romántico del siglo XIX: 119-22 (lams. 28-31); y Flores Araoz:
29-30 y 242).
6. Cf. Lima y la sociedad peruana: 45. En otra parte de su singular obra, Radiguet dice: "Entre los
limenos, lo necesario, casi siempre sacrificado a lo superfluo, no existe sino en limites muy
restringidos. En cuanto al confort, solo ha penetrado en algunas residencias excepcionales. Las
costumbres de sobriedad caracteristicas de este pueblo estan de acuerdo maravillosamente con
su necesidad de lujo y de ostentacion" (cf. ibid.: 49). Aunque parezca contradictorio, no lo es, pues
la sobriedad esta referida, por ejemplo, al mobiliario, y el lujo al traje y arreglo personal.
7. Cf. El Perú romántico del siglo XIX: 131 (lam. 48). Se trata de un vasto salon abovedado -lo que
amerita dudar de la atribucion pues esa arquitectura no se uso en Lima- con decoracion rococo,
cortina oscura, alfombra, sofa, sillas, espejo y piano (cf. Flores Araoz: 37).
8. La salvilla, salvadera o arenillero se uso antes de la invencion del papel secante (cf. Patino:
Historia de la cultura material... cit., II: 417).
9. Cf. Holguin Callo: Tiempos de infancia y bohemia...: 193-96.
10. Cf. Holguin Callo: "El Cafe de Bodegones y una satira en El Comercio (Lima, 1857)": 202.
11. Las caricaturas 5 (lam. III) y 6 del album Adefesios, editado por L. Williez en Lima al promediar
el siglo XIX, muestran al Presidente Echenique hacienda uso de algunas piezas del mobiliario
palaciego: sillones de estilo moderno, tallados y tapizados, mesa cubierta con fino tapete
bordado, mullida alfombra, etc. (cf. Williez: [12 y 13]).
12. Cf. "Baile en la quinta 'La Vitoria [sic]'"; y Palma: "El baile de La Victoria. (Reminiscencias)",
en TPC cit.: 1124-30.
13. Cf. "Julia o escenas de la vida en Lima": 91.
14. Cf. ibid.: 97, 107 y 129, respec. Los subrayados no son originales.
68
15. En 1839, la Encyclopédie of Cottage, Farm and Villa Architecture and Furniture, publicada en
Londres, ofreció un catálogo de modelos de todo tipo, por ejemplo "muebles femeninos", tales
como el escritorio, el sofá o la banqueta para la sala de costura (cf. Hall: 90).
16. Cf. "Julia o escenas de la vida en Lima": 90, 93,126 y 154, respec.
17. Cf. ibid:. 111, 131 y 182, respec. El francés Sébastien Erard fue un famoso constructor de
pianos.
18. Cf. Guía histórico-descriptiva, administrativa, judicial y de domicilio de Lima: 200-01. Las tiendas de
Valderramey (Plumereros 65) y Huyssens (Pozuelo 196) tenian siempre "hermosos surtidos de
muebles de lujo de todas clases"; un juego nuevo y completo para salon costaba 750 pesos, pero
los habia tambien de 2000 y mas; los muebles de lujo hechos en el pais eran mucho mas caros que
los europeos (cf. loc. cit). En 1857 el Peru importo muebles por valor de 173,740 pesos,
procedentes en su mayoria de Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Chile: 3858
diversos, 1137 catres de metal, 452 de fierro, varios cientos de docenas de silletas de madera, de
caoba y de esterilla, 122 poltronas diversas, 62 pianos, armarios, consolas, comodas, mesas,
roperos, sofas, etc., etc. (cf. Fuentes: Estadística general de Lima, pp. 705 y 709).
19. Cf. Fuentes: Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres: 68.
AUTOR
OSWALDO HOLGUÍN CALLO
Pontificia Universidad Católica del Perú
69
1 El Perú "es un país que no hay quien entienda", declara el antropólogo danés Paul
Stirmsson en una de las novelas más polémicas de Mario Vargas Llosa, Lituma en los Andes.
Si para los peruanos el sentido de aquella frase ha sido motivo de zozobra permanente,
para el danés y sus vecinos "de países claros y transparentes, no hay nada más atractivo
que lo indescifrable"1. De hecho, la perversa fascinación por lo indescifrable marca la
infancia del antropólogo peruanófilo desde que, cuando todavía llevaba pantalón corto,
cayera en sus manos el libro de Prescott sobre la conquista del Perú. Señala el narrador de
la novela que a partir de ese instante Stirmsson pasaría su vida estudiando las
costumbres, los mitos y la historia del Perú, y viajando con frecuencia por lo largo y
ancho de esas tierras incomprensibles e ignotas2. Sin embargo, una vez atrapado en el
corazón mismo de las tinieblas, y habiéndose apenas salvado de morir con el cráneo
chancado a pedradas en manos de una columna senderis-ta, la risa nerviosa del profesor
revelará aquello que sospechamos él no quiera aceptar: que el romance con una cultura
incognoscible puede convertirse, de la noche a la mañana, en una verdadera pesadilla de
la que acaso sea imposible despertar.
2 La doble ironía contenida en el comentario del antropólogo, que el país le resultase
atractivo precisamente por su calidad de indescifrable y misterioso, no hubiese pasado
desaper cibida para la primera generación de escritoras ilustradas en la Lima de fines del
XIX. Empero lo que sí resulta dudoso es que ellas hubieran compartido el mismo sentido
de humor ligero y autocomplaciente del profesor danés. Porque el hecho es que la
narrativa peruana del XIX estuvo marcada no tanto por la ubicación periférica de sus
narradores, sino sobre todo por la intensa susceptibilidad provocada por la conciencia de
ello. Periféricas con relación a una Europa que empezaba a enfocar desde una lente
antropológica los aspectos "bárbaros" de las culturas coloniales o poscoloniales. De ahí
que los intelectuales peruanos se abocaran a la tarea de construir imágenes desexoti-
zantes de su sociedad de tal manera que sirvieran como una suerte de contrapeso a las
representaciones comunes que viajeros, diplomáticos y comerciantes europeos de la
70
11 Lo que este frontispicio expresaba con elocuencia y claridad era aquello que que se
percibía entonces como la insalvable asimetría entre lo que los dos mundos podían
ofrecer al lector del semanario. Por un lado, un paisaje nativo vacío, desolado (en palabras
de Manuel Pardo, triste muestra de la "explotación de la naturaleza por la naturaleza" 11) y
que por tanto parece reclamar la intervención civilizadora; y por el otro, las huellas de
una Europa capaz de compendiar todos los tesoros de las civilizaciones antiguas y
modernas. Esta intervención "civilizadora" se daría en términos de una segunda
conquista cuyas dimensiones, de carácter menos extractivo que aquel que se dio durante
el periodo colonial, y más productivo e industrial, desencadenaría el proceso civilizador
deseado por la elite criolla que patrocinaba con su lectoría a la revista. En este contexto,
una de las tareas más difíciles para los intelectuales criollos era la de representar la
identidad nacional sobre las bases de esta asimetría entre los dos mundos, el natural y el
cultural, el bárbaro y el civilizado, repitiendo así la vieja fórmula sarmentiana. Pero si por
un lado, y como ya hemos señalado, eran apasionadas las protestas de los intelectuales
frente a la imagen exotizante y desfamiliarizante con que se representaba al Perú en la
literatura europea, por el otro, esa misma imagen se reproducía en las revistas nacionales
tales como El Correo del Perú, aunque subrayando la existencia de dos naciones ajenas y
heterógeneas dentro de un mismo territorio, y haciendo clara la identificación de la
nación criolla con el fértil universo cultural de la República francesa del frontispicio al
mismo tiempo que su enajenamiento de aquel representado por la princesa Inca que
descalza le da la bienvenida en su yermo territorio.
incluye al indio en sus relatos no como personaje pobre y desvalido sino más bien como
figura poderosa que presagia destrucción y muerte, y por ende que inspira temor, nunca
compasión. En el caso de la narrativa de la argentina Juana Manuela Gorriti el indio no
sólo es temible presagio de muerte, sino que además ejecuta la amenaza en su afán de
violar a las mujeres blancas15. La caracterización del indio de Gorriti como sanguinario y
verdadero terror de las mujeres encuentra su correlato en la literatura de las Campañas
del desierto argentino, donde campeaban indios malones y cristianas cautivas. La cautiva,
poema narrativo de Alberdi es quizás el texto más emblemático de la época.
14 La función del negro en la narrativa femenina peruana sería similar al papel que cumple
el malón en la romancista argentina, como veremos en el contexto de un relato de
Mercedes Cabello de Carbonera y un segundo relato de Gorriti donde los personajes
negros son representados en una dimensión de sexualidad violenta y perversa. En lo que
sigue intentaremos explorar la manera cómo se configura una política narrativa femenina
criolla homóloga a la política visual de El Correo del Perú y de los retratos fotográficos que
ilustran la Lima de Fuentes.
independiente e "indómita" cuyo destino ha sido anunciado por Taita Mateo, "
descendiente de los caciques del gran Chimú" quien con su mirada maliciosa le anuncia
una muerte prematura devorada por las olas del Pacífico. Efectivamente, la joven fuga con
un oficial de la marina, y por error el baúl donde se ocultaba es estibado en la bodega del
barco, donde muere asfixiada para luego ser arrojada al mar. En ambos relatos
encontramos personajes femeninos cuyo primer signo de rebeldía es entrar en contacto
con el mundo de los indios, y en ambos relatos la rebeldía es castigada con la muerte. Hay
que señalar además que contrariamente al indio impotente y embrutecido de Matto,
estaríamos frente a indios que aunque marginados, mantienen un poder oculto e "
indescifrable" que puede ser movilizado con eficacia contra la sociedad criolla.
18 Si bien es cierto que en estos dos relatos de Teresa González el indio es un personaje
relativamente periférico a la trama central de corte romántico, éstos funcionan como
símbolos centrales en la estructura narrativa de los mismos. Una economía narrativa
similar se advierte en un cuento temprano de Juana Manuela Gorriti, aunque recordando
que dado el contexto histórico en el que se nutre el imaginario argentino, la frontera, el
nomadismo y la violencia sexual imprimen en el indio argentino de la Gorriti dimensiones
siniestras que no se perciben en el caso peruano.
19 Es el caso de "El lucero del manantial"18, publicado en La Revista de Lima. El personaje
principal, María, vive con su padre en la frontera del sur argentino, en un fuerte "que
separa a los salvajes de las poblaciones cristianas", hasta que un día cruza la línea
divisoria y tiene un encuentro romántico y fugaz con un personaje de identidad ambigua,
quien siendo de rasgos blancos tiene modos indios, y de cuyo encuentro nace un hijo.
Muchos años después de que María regresara al mundo civilizado donde el niño es criado,
se vuelve a encontrar con su antiguo amante. La ocasión es aciaga: la joven acude a la
autoridad militar para pedir por la vida de su hijo, condenado a muerte por su oposición a
Rosas. En una clásica escena de reconocimiento dramático,
20 María descubre con horror la identidad del verdugo, quien resulta siendo no sólo el padre
de su hijo, su antiguo amante, sino que es, además, el mismísimo Rosas "el sanguinario
salvaje de las pampas".
21 Esta dimensión monstruosa del amante de María aparece más delineado en una nouvelle
posterior de la misma autora: Un viaje al país del oro19. Ésta da cuenta del romance entre
dos huérfanos criollos de la clase media limeña que se hacen a la mar como tripulantes de
un barco con destino a California en plena fiebre del oro. El idilio entre Estela y Andrés es
destruido cuando el barco atraca en Panamá y la doncella entra en contacto
accidentalmente con un gigantesco indio "color de cobre, de dientes apartados y agudos
como los de un perro, y ojos de buitre que se fijan en ella con ansiosa codicia" 20. El retrato
zoomorfo del temible personaje se completa cuando a éste se le oye hablar en lengua "de
sonidos agrestes como los rumores de una selva"21. Vale la pena recordar que antes que
Gorriti muchos fueron los viajeros europeos que describieron a los indios patagones como
epítome del salvajismo más abyecto y perverso22.
22 El extraño personaje, cuenta la narradora, persigue inútilmente a Estela de puerto en
puerto hasta llegar a San Francisco, donde frustrado por el fracaso de su empresa
incendia el hotel donde ella duerme. El fuego se propala y destruye gran parte de la
ciudad, pero Estela escapa de milagro. Sin embargo, tenaz en su deseo de poseerla, el
siniestro 'gigante de cobre' continúa su persecución por el río Sacramento donde navega
un vapor tripulado por la bella limeña hasta que logra raptarla. Además de nómade, el
villano es diestro en el arte de mudar identidad, apareciendo ora como indio navajo, ora
76
como pirata23. Aunque la joven limeña logra escapar varias veces de su verdugo, el
libidinoso Calibán de "ojos fosfóricos" y "dientes puntiagudos" volverá inexorable, hasta
que, perturbada por la violencia de la persecución, Estela tomará los votos como novicia
en el convento de Santa Clara. Empero la justicia poética se hará cargo de ajustarle
cuentas al hombre color de cobre. Al final del relato será asesinado en un teatro de San
Francisco donde se representa un vaudeville en época de carnaval. Su esqueleto pasará al
cuidado de un naturalista inglés quien habiendo identificado meticulosamente los
elementos más extravagantes de su estructura ósea, lo depositará en el Museo de Historia
General para ser exhibido como raro espécimen de las formas más primitivas de vida
humana24.
albas esclavas a un ritual satánico en el que él mismo desempeña la doble función de ídolo
y de sacerdote oficiante. Para ello monta un altar en Pachacámac y periódicamente
emerge para atrapar a sus incautas víctimas aprovechando de la temporada de verano en
Chorrillos. La presa más codiciada, la hermosa Carmen de Montelar, hija de la duquesa, es
raptada y violada una y otra vez durante las tres noches que pasa en el templo bajo el
diabólico dominio del cimarrón. Empero al finalizar el relato llegará la hora de la justicia
poética cuando al malvado personaje se le ejecute públicamente en la Plaza de Armas de
Lima. A manera de postdata la narradora señala que a pesar de su cruento final las
vírgenes limeñas nunca lograron sacudirse de la paranoia desencadenada por el recuerdo
de tan abyecto villano.
A manera de conclusión
25 Siendo los representantes de una mayoría socialmente marginada, pero simbólicamente
central, los personajes de la subalternidad masculina aparecen en estos relatos como
rajaduras en las paredes del edificio que el estado liberal moderno de la segunda mitad
del siglo XIX estaba en proceso de construir. Porque aun si el escenario de El ángel caído se
sitúa en la colonia, los personajes y la trama se imaginan desde la perspectiva del estado
republicano. En el caso de las narrativas visuales de la Lima de Fuentes y del frontispicio
de El Correo del Perú donde el tema de género no se aborda sino de manera sesgada, el
desequilibrio entre los grupos sociales representados resulta siendo igualmente
perturbador. Se trataría, por cierto, de rajaduras estructurales que amenazan con
destruir todo el edificio, y frente a las cuales arquitectos e ingenieros de la joven nación
no pudieron demostrar sino una lamentable incompetencia. Porque el hecho es que no
tenemos noticias acerca de propuestas alternativas de convivencia social que esbozaran
pilares diseñados para soportar todo el peso y la heterogeneidad de una sociedad
poscolonial. El resultado es la emergencia de un espacio distópico que a su vez produce
una crisis de representación de la sociedad.
26 Un siglo más tarde los cínicos comentarios del antropólogo nórdico quechuahablante que
recorre la sierra peruana en Lituma en los Andes sugiere que aquella nación rajada y herida
que fue profusamente retratada por fotógrafos y narradoras antes y después de la guerra
con Chile no ha sido curada todavía. Así, tras una conversación acerca de la crueldad con
la que se perpetraron las matanzas de campesinos durante la guerra interna, el profesor
concluye que "el error es nuestro por tratar de entender esas matanzas con la cabeza" 30.
Esa "conciencia de los abismos"31 que separa al otro dentro de una misma nación se
percibe lejana en el tiempo pero de manera nítida en las narrativas visuales y de ficción
producidas en la Lima del siglo XIX. En los dos casos se trataría de discursos que se
articulan en torno a un solo tropo, aquel de la barbarización de los representantes del
subalterno en la misma medida en que se asigna la perspectiva de la civilización y de la
razón a la elite social e intelectual que emite el discurso. De estas narrativas podemos
decir entonces que las contradicciones sociales sobre las que yace su entramado conducen
a la negación del otro. A juzgar por las conclusiones del informe final de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación, en cuanto a que "los que sufrieron la violencia fueron los
insignificantes, los peruanos que carecen de significado para el Estado y la sociedad", la
negación del indio sigue siendo clave para entender el fracaso del Perú de hoy 32.
27 Al asumir una posición de legitimidad otorgada por la lógica de la Razón, las elites
intelectuales peruanas del XIX, como el antropólogo peruanófilo un siglo más tarde son
78
NOTAS
1. Mario Vargas Llosa. Lituma en los Andes. Barcelona: Planeta, 1993, p. 179.
2. Ibid., p. 175.
3. Marie Louise Pratt. Imperial Eyes, Travel Writing and Transculturation. London: Routledge, 1992.
4. Ver Gustavo Remedi. "Dystopian Scenes: Social Subjectivity and Horror in Peripheral Modernity
", en journal of Latin American Cultural Studies, vol. VII, No. 2, noviembre 1998, pp. 225-245.
5. Para una discusión actualizada del término, ver la introducción de José Antonio Mazzotti al
libro Agencias criollas. La ambiguedad "colonial" en las letras hispanoamericanas, en la que se explora
los alcances y limitaciones del término para el caso hispanoamericano (pp. 16-21), en José
Antonio Mazzotti (ed.). Pittsburgh: Universidad de Pittsburgh, Biblioteca de América, 2000. Para
otro acercamiento al concepto ver Anne McClintock, "The Angel of Progress: Pitfalls of the Term
'Postcolonialism", en Colonial Discourse/ Postcolonial Theory. Manchester: Manchester University
Press, 1994, pp. 253-266.
6. Deborah Poole. Vision, Race and Modernity. A Visual Economy of the Andean Image World. Princeton:
Princeton University, 1997. Al respecto ver también Francesca Denegri. El abanico y la cigarrera.
Lima: IEP, Flora Tristán, 1996, particularmente el capítulo tercero en el que se elabora de manera
más extensa algunas de las ideas que se presentan en este ensayo.
7. Manuel Atanasio Fuentes. Lima, apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres. Paris,
1866, p. 78.
8. Mercedes Cabello de Carbonera. Las consecuencias. Lima: Torres Aguirre, 1889, p. 4.
9. Ver F. Denegri, El abanico y la cigarrera. En la sección 5.III "Civilismo e identidad cultural", pp.
147-155.
10. Las protestas de los intelectuales contemporáneos contra los estereotipos peruanos que
circulaban entonces en Europa abundan en la prensa periódica de la época. En un artículo
anónimo titulado "Extranjeros" y publicado en La Revista de Lima (con una nota de José Casimiro
Ulloa declarando su identificación con todo lo afirmado en el mismo), el autor se declara
ofendido por ser los peruanos considerados como "semi-salvajes" por los gobiernos europeos. Ver
"Extranjeros", La Revista de Lima, Tomo I,1859, pp. 310-320. El mismo complejo seguía vigente en
80
expiando. Ver al respecto la reflexión de Bruce Chatwin en torno a The Ancient Mariner del poeta
Coleridge. En Bruce Chatwin, En Patagonia, pp. 58-90.
24. El detalle del museo desborda la ficción. Orkeke, cacique de la partida de tehuelches
encarcelado junto con otros miembros de su etnia en 1883, morirá cau tivo y su cadáver disecado
para ser exhibido en el Museo de La Plata. Ver G.C Musters, Vida entre los patagones, p. 52.
25. Ibid.,p.75.
26. Ibid., p. 74.
27. Juana Manuela Gorriti. Sueños y realidades. Buenos Aires: Casavalle, 1866.
28. Ibid., p. 369.
29. Ibid.
30. Lituma en los Andes, op.cit, p.178. El mismo profesor admite que ningún "pueblo de la
antiguedad pasaría el exámen" porque todos serían juzgados como crueles e intolerantes desde la
perspectiva moderna. La indescifrabilidad del Perú de hoy radicaría acaso en que ese pueblo de la
antigüedad vive todavía.
31. Gonzalo Portocarrero. Racismo y mestizaje. Lima: Sur, 1993, pp. 9 a 13.
32. Palabras de Salomón Lerner en su discurso de entrega del Informe Final de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación, pronunciado en Huamanga el 29 de agosto del 2003.
AUTOR
FRANCESCA DENEGRI
Universidad de Londres/ Pontificia Universidad Católica del Perú
82
1 1895 se recuerda como el año en que los hermanos Lumiére inventaron el cinematógrafo.
La invención llegó un año después a las principales capitales de Hispanoamérica y fue
recibida con entusiasmo y a la vez cierta ansiedad ante el futuro de la cultura libresca. En
México, escritores como Luis Urbina, Juan José Tablada y Amado Nervo registraron la
conmoción provocada por este nuevo medio tecnológico de almacenamiento y
procesamiento de información. Fredric Jameson se pregunta: "¿Cambió la naturaleza
humana después del 28 de diciembre de 1895? ¿Existía siempre en la vida prehistórica una
dimensión cinematográfica de la realidad humana que esperaba realizarse en cierta
civilización de alta técnica?"1 No hay forma de dar respuestas definitivas a estas
preguntas. En todo caso, los escritores mexicanos, en su reacción visceral al impacto del
cinematógrafo, intuían que con éste ocurrirían cambios profundos en la manera de
entender la cultura, el ser humano, la realidad.
2 Para los autores mexicanos, el espectáculo no estaba en las imágenes desplegadas en la
pantalla, sino en la misma técnica del medio. Urbina nota una y otra vez la capacidad del
cinematógrafo para capturar la realidad: "Dentro de la caja de madera sí está la vida,
rápida, eléctrica, que brilla y se apaga en un instante, que pasa ante la mirada como un
bólido por el cielo"2. La cámara oscura logra desprender al instante del tiempo y el
espacio, y hace lo que el naturalista con las mariposas: "las caza, las atraviesa con un
alfiler, y con las alas abiertas las prende en los cartones de su colección" 3.
3 Amado Nervo sugiere en un artículo de 1898, que la combinación del fonógrafo -
inventado en 1889- y el cinematógrafo producirá en el futuro un resultado contundente: "
no más libros; el fonógrafo guardará en su urna oscura las viejas voces extinguidas; el
cinematógrafo reproducirá las vidas prestigiosas...."4 El poeta parece aceptar con
resignado pragmatismo el destino de una sociedad sin libros, en la que los datos
audiovisuales ya no tienen que ser codificados simbólicamente a través del alfabeto -
83
código de la escritura-, sino que son guardados a través de artefactos más adecuados para
proteger sus ondas de luz y sonido.
4 Por su lado, Tablada muestra un contagioso optimismo acerca de las posibilidades, tanto
de utilidad como de entretenimiento, que el cinematógrafo le brinda al artista y al
hombre común. En una crónica de 1896, menciona que gracias al cinematógrafo el pintor
y el escultor aprenden "el movimiento de las figuras, difícil de dominarse en la
observación de la vida real"5. Tablada también sueña con un día en que el cinematógrafo
reemplazará al álbum de fotografías, y le servirá de "consuelo" a la gente común, al
mostrarle el perdido ser amado
5 "vuelto al mundo... resucitado, arrancado al olvido y a la muerte y viviendo con la
enérgica y elocuente vida del movimiento y la expresión"6.
6 En su inicial deslumbramiento por la capacidad del cinematógrafo para lograr
transformaciones en la percepción de la realidad, estos cronistas indicaban algo que se
haría más claro con el correr de los años, particularmente en las décadas del veinte y del
treinta: con prisa y sin pausas, la Hispanoamérica de fines del siglo XIX iba abandonando
los territorios de lo que el crítico uruguayo Ángel Rama llamó, en una metáfora feliz, la "
ciudad letrada". De acuerdo a Rama, se trataba de una ciudad letrada porque "su acción se
cumplió en el prioritario orden de los signos y porque su implícita calidad sacerdotal,
contribuyó a dotarlos de un aspecto sagrado, liberándolos de cualquier servidumbre con
las circunstancias"7. Cada ciudad hispanoamericana tenía en su centro, desde el período
colonial, una "ciudad letrada" que protegía al poder y cumplía sus órdenes, y gobernaba y
estructuraba la forma de entender la ciudad real. El letrado decimonónico, poseedor de
poder político y social, gracias entre otras cosas, a su dominio de la tecnología
escrituraria en una sociedad mayoritariamente analfabeta, no tenía competidores en su
ambicioso intento de ordenar las nuevas repúblicas a partir de la letra.
7 Los sucesores históricos del letrado -los escritores modernistas, los intelectuales, los
pedagogos-, si bien mantuvieron un lugar social de privilegio y se beneficiaron del
prestigio simbólico del que siempre gozó la escritura desde el periodo colonial, se
encontraron con una Hispanoamérica en medio de un profundo proceso de
modernización cuyas caras más visibles eran la urbanización, el progreso tecnológico, y el
cambio en las costumbres en las masas de las grandes ciudades. Los datos del proceso
urbanizador son elocuentes hacia 1890, sólo dos ciudades latinoamericanas -Buenos Aires
y Río de Janeiro- se situaban entre las veinte más grandes del mundo; hacia 1900, había 13
ciudades en Latinoamérica con más de cien mil habitantes y 82 con más de veinte mil;
hacia 1930, el 17% de la población vivía en ciudades de más de veinte mil 8. La tecnología -
ferrocarriles, barcos a vapor, molinos, el telégrafo- ayudó también a que el comercio del
continente aumentara veinticinco veces entre 1850 y 19149. En este panorama de cambio
dramático, ya no sólo había que luchar contra el analfabetismo (o beneficiarse de él).
Hacia 1906, Tablada podía decir sin rubor alguno que era "de su época", y que como tal,
prefería, al teatro y a la opera, el cinematógrafo que sugestionaba a todo México10. A su
lista de opciones descartadas en su competencia con el cinematógrafo, bien podía haber
añadido la lectura.
8 De acuerdo a críticos como J. Martín-Barbero y Carlos Monsiváis, la primera mitad del
siglo XX hispanoamericano puede leerse como la accidentada historia de la conquista de la
modernidad (periférica, en falta, pero modernidad al fin) en la que los principales medios
de interpelación a la gran masa y de formación de una "comunidad imaginada" son la
84
entre la literatura, los medios y la tecnología fue fructífero y estimulante. Los escritores,
sin abandonar del todo su adscripción a las zonas más exclusivas de la cultura "alta",
incorporaron a su escritura procedimientos de representación de la realidad derivados
del cine, la fotografía, la máquina de escribir, el arte publicitario, etc. Tanto la forma
como la temática literaria fueron ampliándose paulatinamente. Los juegos tipográficos de
la poesía concreta -los caligramas de Huidobro, por ejemplo- están relacionados con la
popularización del uso de la máquina de escribir, en la década del diez. La narrativa, por
su parte, podía entenderse como la puesta en texto de las películas que el escritor
proyectaba para sí mismo en el cinematógrafo de su mente. Hacia 1909, el cronista
brasilero Joao do Rio podía decir: "todo hombre tiene en su cráneo un cinematógrafo
operado por la imaginación"17.
14 Si bien durante el fin de siglo y las primeras décadas del siglo XX este registro de la nueva
ecología mediática pasaba sobre todo por la descripción de los artefactos tecnológicos que
comenzaban a poblar el paisaje urbano, hacia las décadas del veinte y del treinta los
escritores vanguardistas intentaron incorporar de manera irónica, al interior de su propia
literatura, una forma cinemática de percibir la vida moderna18. Esta reelaboración crítica
y literaria derivaba del hecho de que, como sugería Walter Benjamin en su conocido
artículo "La obra de arte en la era de la reproducción mecánica" (1936), el cine había
traído consigo una profundización de la percepción óptica y acústica: "Con el close-up, el
espacio se expande; con la cámara lenta, el movimiento se extiende. La ampliación de una
fotografía no sólo torna más preciso lo que en todo caso ya era visible, aunque no muy
claro; también revela completamente nuevas formaciones estructurales del sujeto"19. El
cine, al desarrollar el potencial científico y artístico de la fotografía, era una "dinamita"
que expandía el campo de acción del sujeto moderno20.
15 En una entrevista realizada hacia 1981-83, Ángel Rama volvía sobre sus pasos y señalaba
la necesidad de ir más allá de la "ciudad letrada": "...tanto el escritor como el crítico
pertenecen a la calle y no pertenecen al claustro universitario. Su real mundo es el mundo
de la sociedad, es el mundo de la comunicación..."21 . Prácticamente no hay escritor
hispanoamericano que no haya registrado de alguna manera en su obra el impacto del
universo massmediático del siglo veinte. La lista de nombres conocidos es lo
suficientemente significativa para formar una larga y prestigiosa tradición: Vicente
Huidobro; Roberto Arlt; Los Contemporáneos -Villaurrutia, Torres Bodet, Novo-; el Bioy
Casares de La invención de Morel (1940), fascinado y aterrado ante las posibilidades de la
tecnología y de la imagen fotográfica para crear un simulacro de realidad; Julio Cortázar y
sus cuentos relacionados con la fotografía ("Las babas del diablo", "Apocalipsis en
Solentiname"); Guillermo Cabrera Infante, desde sus crónicas de cine de los cincuenta,
firmadas con el seudónimo Caín, hasta una novela como Vista de amanecer en el trópico
(1977), en la que la representación de la imagen -el grabado, la fotografía- se muestra
como un constructo capaz de influir en la forma en que se narra la historia nacional;
Mario Vargas Llosa, desde sus experimentos formales con el montaje hasta la
tematización del impacto de la radio en el Perú de los cincuenta, en La tía Julia y el
escribidor (1977); Carlos Fuentes, frecuente visitador de los arquetipos del cine de
Hollywood, desde La muerte de Artemio Cruz -reescritura de El Ciudadano Kane- hasta Diana, o
La cazadora solitaria; los escritores de la Onda (José Agustín, Gustavo Sainz); Manuel Puig,
de principio a fin; el Luis Zapata de El vampiro de la Colonia Roma y de Melodrama; Elena
Poniatowska, que tematiza la vida de la fotógrafa Tina Modotti en Tinísima; escritores de
la nueva generación como Alberto Fuguet, a medio camino entre Puig y la Onda.
86
16 A esa lista, habrá que añadirle nombres de escritores muy conocidos, en principio no tan
relacionados con el tema: el "escritor de la selva" Horacio Quiroga, frecuente reseñador
de películas y autor de cuentos como "El puritano", que cruzan el plano de la realidad con
el del "fantasma cinematográfico" o "espectro fotográfico"22; el barroco y culterano
Carpentier, cuyas crónicas periodísticas lo muestran como un gran amante de Chaplin y
del fotógrafo Man Ray; el "realista mágico" Gabriel García Márquez, que en El otoño del
patriarca (1975), tematiza con lucidez la capacidad de los medios masivos -el periódico, la
televisión- para manipular la información, y cuyo gran romance entre el telegrafista
Florentino Ariza y Fermina Daza, en El amor en los tiempos del cólera, no podría haberse
llevado a cabo sin los medios de comunicación modernos; Jorge Luis Borges, que escribió
en la revista Sur sofisticadas reseñas de películas como El ciudadano Kane ("Adolece de
gigantismo, de pedantería, de tedio")23, y que mencionó en el ensayo "La postulación de la
realidad", las "novelas cinematográficas" de von Sternberg como ejemplos notables de la "
invención circunstancial", uno de sus tres métodos de "postular" la realidad24.
17 Sin duda, de toda esta larga lista de nombres, el argentino Manuel Puig es el escritor
paradigmático de la relación literatura/medios masivos/cultura pop. Puig define y
condensa este campo con tanta fuerza que a veces se olvida que está escribiendo desde
dentro de una tradición, reorganizando sus materiales y rearticulando las relaciones de la
literatura con la cultura de masas de la cual forma parte. En la máquina narrativa de Puig,
se dan cita elementos de la cultura "alta" y de la cultura "baja" -el folletín, por ejemplo-;
como sugiere Ana María Amar, la cultura de masas y sus mitos organiza la experiencia: el
uso de los códigos del cine, la radio, la música, la publicidad da a las novelas una
característica de espectáculos de esta cultura25. El encuentro de discursos "altos" y "bajos"
no genera, sin embargo, una armónica síntesis; la tensión de esta relación produce tanto
una desestabilización de las jerarquías tradicionales como una diferenciación entre
elementos de diferentes zonas culturales: "Seducción de los textos por los géneros y los
discursos de la cultura popular...; pero seguida de la inevitable traición... Amor e
infidelidad hacia las formas de la cultura popular: los textos la usan, la integran pero no
pueden evitar marcar su diferencia, que es la diferencia con la otra cultura"26.
18 Boquitas Pintadas (1969), es un buen ejemplo de cómo la novela puede ser utilizada como
una tecnología mediática en constante diálogo con otros medios, y que a la vez explora su
posición en una ecología mediática en constante flujo. En la novela de Puig, ambientada
en Vallejo, un pueblo de la provincia argentina entre la década del 30 y del 40, el cine y la
radio son dos medios que compiten por la atención de los personajes, y les proveen de
fantasías identificatorias que compensan la falta de oportunidades, la estrechez de miras
de Vallejo27. La radio pertenece al espacio de lo cotidiano, de la rutina de la vida; gracias a
ella, Mabel escucha radioteatros que le sirven para descifrar mejor los sentimientos de
sus amigas y los suyos propios28, la Raba escucha tangos y Nene esos boleros que según
Mabel "decían muchas verdades"29. El cine es el espacio de la fantasía, del lujo, de la
modernidad deseada. El espectáculo se encuentra tanto afuera como dentro de la
pantalla:
"...y de paso me conocí el cine Opera, que tanto me habías nombrado. Ay, tenías
razón, qué lujo de no creer, al entrar me vi a los lados esos balcones de palacios a
todo lujo... me quedé muda, cuando mi marido me codea y me señala el techo... ahí
ya por poco grito ¡Las estrellas brillando y las nubes moviéndose que es un cielo de
veras! La película era buena pero lo mismo yo de vez en cuando miraba para arriba,
y los movimientos de nubes seguían durante toda la función. Con razón cobraban
tan caro"30.
87
NOTAS
1. "Did human nature change about December 28, 1895? Or was some cinematographic dimension
of human reality always there somewhere in prehistoric life, waiting to find its actualisation in a
certain high-technical civilization?" Fredric Jameson. Signatures of the Visible. New York:
Routledge, civilization?", 1990, P.5.
2. Angel Miquel. Los exaltados. Antología de escritos sobre cine en periódicos y revistas de la ciudad de
México. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1992, p. 33.
3. Ibid.
4. J. Patrick Duffey. De la pantalla al texto: La influencia del cine en la narrativa mexicana del siglo XX.
México: UNAM, 1996, p. 13.
5. A. Miquel. Los exaltados, p. 44.
6. Ibid., p. 33.
7. Ángel Rama. La ciudad letrada. Hanover: Eds. del Norte, 1984, p. 25.
8. James A. Baer and Ronn Pineo (eds.). "Introduction", en Cities of Hope: People, Protests, and
Progress in Urbanizing Latin America. New York: Westview, 1998, p. 3.
9. Ibid., pp. 4-5.
10. A. Miquel. Los exaltados, pp. 45-47.
11. J. Martín-Barbero. Communication, Culture and Hegemony: From the Media to Mediations. 1987. Tr.
Elizabeth Fox and Robert A. White. London: Sage, 1993, p. 153.
88
12. "Film in many countries and radio in virtually all countries gave the people of the different
regions and provinces their first taste of nation". Ibid., 164. Para el caso específico de la Argentina
en los años veinte y treinta, el trabajo de Beatriz Sarlo es fundamental. Ver: Una modernidad
periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires: Nueva Visión, 1988; y La imaginación técnica: Sueños
modernos de la cultura argentina. Buenos Aires: Nueva Visión, 1992.
13. Carlos Monsiváis. "Los héroes y el post-heroísmo: América Latina y la búsqueda de ejemplos".
Unpublished paper, 1999, p. 18.
14. Mariano Azuela. Los de abajo. 1916. Mexico: FCE, 1989, p. 65.
15. Ibid.
16. Para el caso del Brasil, ver el excelente libro de Flora Süssekind: Cinematograph of Words:
Literature, Technique, and Modernization in Brazil. 1987. Trans. Paulo Henriques Britto. Stanford:
Stanford UP, 1997.
17. "[EJvery man has a cinematograph in his skull, operated by imagination". Ibid., p. 27.
18. Ibid., pp. 1-30.
19. "With the close-up, space expands; with slow motion, movement is extended. The
enlargement of a snapshot does not simply render more precise what in any case was visible,
though unclear: it reveals entirely new structural formations of the subject". Walter Benjamin.
"The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction", en Hannah Arendt. Ed. and Intro.
Illuminations: Essays and Reflections, 1936, p. 236.
20. Sarlo señala algo similar para el rol de la radio, desde su llegada a la Argentina en 1920: "...la
radio es una revolución cultural por lo que directamente representa como medio de
comunicación y como espacio de una cultura industrial massmediática que florecerá en los años
treinta, pero también, y diría más profundamente, como milagro técnico: el recurso material que
hace posible lo imposible. Incorporado su sonido al espacio urbano, hacia finales de la década del
veinte es parte del paisaje cultural de Buenos Aires y contribuye a modificar el sistema
perceptivo con una rapidez, penetración y persistencia que antes no había tenido ninguna otra
innovación de la tecnología comunicativa". B. Sarlo. La imaginación... p. 17.
21. Ángel Rama: Más allá de la ciudad letrada", en Reina Roffé (ed.). Espejo de escritores. Hanover:
Eds. del Norte, 1985, p. 211.
22. Horacio Quiroga. "El puritano", en Más allá. Todos los cuentos. Napoleón Baccino Ponce de León
y Jorge Laforgue (eds.). Madrid: Archivos, 1993, p. 764.
23. Jorge Luis Borges. "Un film abrumador", en Borges en Sur: 1931-1980. Buenos Aires: Emecé, 1999,
p. 200.
24. Jorge Luis Borges. "La postulación de la realidad", en Discusión. Obras completas 1923-1972.
Buenos Aires: Emecé, 1985, pp. 217-221.
25. Ana María Amar Sánchez. "Canon y traición: literatura vs cultura de masas", Revista de Crítica
Literaria Latinoamericana, XXIII.45, First Semester 1997, 48.
26. Ibid.
27. En "El cine y estos pueblitos", un artículo de 1933, Arlt parece estar anticipando el Vallejode
Puig cuando menciona "la sed de pasiones que la cinematografía, en su conjunto, provoca,
despierta y agudiza en estos pueblos, creando al margen de la vida rutinaria problemas que no
tienen posibilidad de solución..." Roberto Arlt. "El cines y estos pueblitos" 1933, en Gastón
Sebastián Gallo (ed.). Notas sobre el cinematógrafo. Buenos Aires: Simurg, pp. 108-109.
28. Manuel Puig. Boquitas pintadas. 1969. New York: Penguin, 1996, p. 183.
29. Ibid., p. 192.
30. Ibid., p. 134.
31. Ibid., p. 108.
32. Joseph Tabbi y Michael Wutz (eds.). "Introduction", en Reading Matters: Narrative in the New
Media Ecology. Ithaca: Cornell UP, 1997, p. 20.
89
AUTOR
EDMUNDO PAZ-SOLDÁN
Universidad de Cornell
90
1 Durante la última década, las investigaciones histórico sociales han enfatizado en que los
desastres se constituyen en hilos conductores que debelan la dinámica económica y
política de las sociedades2. Normalmente están vinculados a términos como destrucción,
caos y ruina. En este sentido, sea cual fuere el nivel de vulnerabilidad social que lo
propició, los habitantes del área afectada se ven ante la imperiosa necesidad de restituir
su ritmo de vida previo3.
2 Para recuperarse del impacto de un sismo los habitantes de una ciudad colonial apelaban
a ciertas medidas. Éstas podían ser los arrendamientos de las propiedades, la innovación
en los sistemas de construcción, los préstamos pecuniarios e incluso trasladar la ciudad,
además de solicitar la venta de títulos nobiliarios.
3 El presente trabajo aborda el papel que cumplieron la caridad y las diversiones en la
reconstrucción de Lima después del terremoto de 1746. Cabe puntualizar que en el
transcurso de esta tarea, la población limeña afrontó otros problemas como epidemias y
fuertes avenidas del río Rímac. Asimismo, la reconstrucción –a semejanza de lo ocurrido
en otras urbes latinoamericanas– fue una labor lenta, en la cual también se manifestó el
proyecto borbónico. Nuestro punto de partida es la emergencia4 y sus huellas inmediatas.
1. La crisis urbana
1.1 Crónica de muerte y destrucción
4 En 1746, cuando la ciudad de Lima todavía mostraba las huellas telúricas de 1687, recibió
el impacto de un nuevo sismo. Es anecdótico el caso de la iglesia de los Huérfanos
estrenada en los primeros días de octubre de 1746 que, sin embargo, se derrumbó el
fatídico 28 del mismo mes5. Eran las 10:30 de la noche cuando los limeños despertaron
92
sobresaltados por un fuerte movimiento telúrico que –de acuerdo a las fuentes– tuvo una
duración de tres minutos. Inmediatamente después el puerto del Callao "fue tragado" por
un tsunami. La furia del mar desapareció a 5.000 personas6.
5 El párroco de San Sebastián dejó un crudo testimonio del impacto del terremoto. El
religioso expresó: "Lima quedó hecha un corral sin ninguna casa donde habitar. Dios por
su misericordia nos de la gracia y tiempo para llorar"7.
6 La catedral, fue la iglesia que tuvo mayor perjuicio, al extremo que el cementerio "quedó
como fosa abierta mostrando los cadáveres"8.
7 Diferente fue la situación en el hospital de San Diego, cuya iglesia no colapsó porque el
maestro Santiago Rosales, optó por construir bóvedas de cerchería, hechas de madera,
caña y yeso, en lugar de ladrillo que usualmente se empleaba9. Otro conjunto
arquitectónico que resistió los embates del sismo, aunque se tuvieron que realizar
reparaciones, fue la iglesia y convento de San Francisco10.
8 Los daños en la infraestructura manifestaron los recursos limitados con que contaban el
gobierno y la sociedad colonial. En la construcción se empleaban materiales de poca
resistencia física, como el adobe, que si bien ofrecía la ventaja de una preparación simple,
tenía la desventaja natural de una menor resistencia a la humedad, elemento climático
del clima limeño11. Ramón Gutiérrez señala que después del terremoto de 1687 se empleó
la quincha con notoria aceptación entre los pobladores, porque ofrecía una resistencia
flexible a los movimientos sísmicos12. Al mismo tiempo, no fue una práctica común el
colocar bases de piedra de río, recomendadas en la construcción de viviendas en una
ciudad como Lima, cuyos suelos aluviales son desfavorables para afrontar fenómenos
telúricos13.
9 Con respecto al abastecimiento urbano el panorama de la mañana del 29 de octubre era
devastador. "Las panaderías arruinadas, ni podían amasar ni tenían que..." El ingreso de
barcos cargados de trigo, procedentes de Chile, permitió paliar el hambre de la ciudad 14.
El precio del dorado cereal se duplicó a diferencia de lo sucedido después de 1687, cuando
se quintuplicó15. Pese a ello, los limeños tuvieron que conformarse en comer "una especie
de pan o mascóte que más se componía de tierra que de harina"16.
10 Según nos refieren Peraldo y Montero, durante la secuencia sísmica de 1717 que afectó a
la antigua Guatemala, sus habitantes se alejaban de la ciudad, porque creían que ésta se
hundiría17. En Lima, las posibles inundaciones marinas y los continuos temblores hicieron
que gran parte de la población se sintiera más segura en las campiñas y cerros vecinos 18.
Como ya había ocurrido en 1687, se trastocó la vida urbana. La población buscó refugio en
los espacios abiertos de la ciudad, como huertas, alamedas y plazuelas, que se cubrieron
de chozas y barracas19. Se rompió la clausura en algunos recintos monacales, como
ocurrió con las religiosas de la Encarnación y la Concepción20. Se construyeron ranchos
temporales con materiales livianos, como caña y paja, en sitios periféricos de la ciudad,
tales como Acho, Los Naranjos y Cocharcas. Muchos de éstos perduraron hasta fines del
gobierno de Manso de Velasco. Incluso el virrey se cobijó en una incómoda barraca en la
plaza, compuesta de tablas y lonas21.
11 Por otra parte, el hecho de vivir refugiado en las huertas, ocasionó problemas en el pago
de arrendamiento de casas. Fue el caso de Joseph Oblitas, quien afrontó un juicio de
93
Sinforosa Cordero, monja de velo negro del Monasterio de la Concepción, por los cinco
meses de arrendamiento impagos a partir del 28 de octubre22. Teniendo en cuenta esta
problemática, en marzo de 1747, la abadesa del monasterio de Santa Catalina, María
Leonor Fausto Gallegos, arrendó un "sitio hecho muladar". Antes de firmar el contrato,
ella fue muy clara en precisar, que "aunque esta ciudad vuelva a experimentar una ruina
como la presente de temblores, fuego, agua o cualquiera otras no pensada" no habría
rebaja23.
12 Las alteraciones de la vida cotidiana desembocaron en una dinámica social conflictiva. El
problema de la vivienda fue la variable social más involucrada en la generación de
violencia. El latrocinio se constituyó en la respuesta inmediata a la crisis. "Los negros y la
esclavitud se entregaron al robo de las desiertas ruinas"24. Ante el caos social, el virrey
nombró jueces con títulos de alcaldes de barrio. La elite asumió un papel preventivo-
represivo, pues llegó a tener una participación directa en el control social del escenario
urbano. Uno de los responsables fue el oidor Pablo de Olavide. Como alcalde debía evitar
cualquier disturbio, detener a los ladrones, rescatar los cadáveres de las ruinas y darles
cristiana sepultura, además de prevenir la inundación de las casas25.
13 Los movimientos telúricos deterioraron el sistema hidráulico, que unido al hedor de los "
insepultos cadáveres de personas y animales"26, alteraron el paisaje urbano de la ciudad. A
lo que se sumó la presencia de El Niño en el verano de 1747, calificado como fuerte 27. La
mayoría de los hospitales quedaron arruinados, como se observó en toda su plenitud, en
el hospital de Santa Ana, para indios, donde "no quedó piedra sobre piedra". Pese a ello
debió seguir funcionando. Llano de Zapata precisó, que en el lapso de un año, los
hospitales de San Andrés, Santa Ana, de la Caridad, San Bartolomé y Santo Toribio,
atendieron un total de 5.578 enfermos28.
14 El tabardillo diezmó a la población. Las lluvias y vientos fuertes ocasionaron la
propagación de enfermedades bronco pulmonares y transtornos gastrointestinales29. En
esta situación aflictiva se aprecia una íntima relación entre las medidas sanitarias del
gobernante colonial, el comportamiento religioso y el papel de la Plaza Mayor. Manso de
Velasco ordenó que se "sacasen los cuerpos que estaban sepultados en las ruinas, y los
pasasen a lugar sagrado..." Los muertos se apropiaron del umbral de la urbe 30. La
intención era darles sepultura en la catedral. Un hecho que no fue factible ante la "ruina"
del recinto religioso. Para el entierro de los cadáveres se cavaron hoyos en las plazas 31.
Así, ante el gran número de personas fallecidas súbitamente, los ritos funerarios no se
cumplieron a cabalidad, pues una de las tareas para evitar ser parte del panteón
improvisado fue deshacerse de los cuerpos inertes. Definitivamente, en términos de
Marco León, la sociología mortuoria se alteró, pues de las tradicionales ceremonias
litúrgicas se pasó a encuentros mecánicos y forzados32.
"en las grandes plazuelas y plaza mayor de esta corte, varias procesiones públicas,
en que (...) muchos sacerdote descalzos, ceñidas sus sienes con espinas, sus cuellos
oprimidos con sogas, sus pies sujetos con duras y pesadas cadenas" 33.
16 Los mercedarios tuvieron la iniciativa y sacaron a la Virgen de las Mercedes para
contener "el movimiento de la tierra que no cesaba". Los integrantes de esta orden fueron
los más "apocalípticos" en sus penitencias. Quizás en ello influyó el hecho de que su
templo se arruinará tanto en 1687 como en 174634. Consecuentemente, ante las
inquisidoras miradas de la población eran los más pecadores. De igual forma hicieron su
paso por la ciudad las urnas de santo Toribio, san Francisco Solano, santa Rosa y las
imágenes de la Virgen del Rosario y del Santo Cristo de Burgos35. La sacralización del
espacio urbano también se apreció cuando san Judas y san Simón, cuya fiesta se celebra el
28 de octubre, fueron designados como santos tutelares de la nueva población de
Bellavista36.
17 El placer por las fiestas quedó mediatizado en 1747 cuando "no hubo toros por ser tiempo
de llanto" pues, de acuerdo a la mentalidad apocalíptica, era necesario aplacar la ira
divina. Ese mismo año "nadie jugó bacanales" en la mayor parte del reino 37. Es bien
conocido que tanto en Europa como en Latinoamérica el carnaval representa el trastorno
del orden social38. A modo de comparación cabe mencionar que también se restringieron
las diversiones en España, especialmente en Cádiz, después del fuerte sismo que en
noviembre de 1755 remeció Europa39. Dichas restricciones resultan comprensibles, ante la
estrecha asociación entre catástrofe y pecado propio de la época y al hecho que ya en la
metrópoli se regulaba la participación de la población durante estas fiestas, en especial lo
referente al atuendo, los bailes y las máscaras40.
18 A pesar de todo, en una urbe derruida, el poder colonial se hizo sentir. Las autoridades
virreinales no dejaron de conmemorar las fiestas reales. En 1747 la ciudad acreditó su
duelo por la muerte de Felipe V y su fidelidad al nuevo soberano. En setiembre se celebró
la jura de Fernando VI. Para tan regia ocasión, se privilegió el ámbito público al privado.
Fue más importante reparar el casco central de la ciudad que sería el soporte físico del
itinerario festivo –cuatro plazas y 23 calles– que reconstruir las viviendas afectadas 41.
Asimismo, la serie de espectáculos que se sucedieron en tan magno evento sirvieron para
que la población empezara a superar el síndrome del desastre que padecía42.
19 Un mes después, y a un año de la tragedia, la imagen del Señor de los Milagros recorrió las
calles limeñas durante cinco días43. Con este acto, se explicita lo formulado por América
Molina del Villar, quien plantea que las fiestas y procesiones organizadas por el gobierno
virreinal y la iglesia, durante la primera mitad del siglo XVIII, en respuesta a estos
momentos de emergencia, pudieron servir para canalizar los ánimos de las masas
multiétnicas44. Efectivamente, el mencionado acto religioso se ligó directamente a los
objetivos del gobierno por recuperar el orden perdido. Así, un Cristo Moreno recorrió
espacios que un mes antes habían servido para jurar fidelidad al Rey de España. Desde la
perspectiva del poder, la procesión representaba el comportamiento idóneo de la plebe.
Los negros pasaban de ladrones a fieles. De una relación conflictiva con el poder, ahora
ocupaban un lugar definido, estable, ante las miradas de las autoridades. A partir de
entonces, el mes de octubre quedó estigmatizado por los avatares telúricos. En 1752, se
celebró el jubileo. Por esta razón las diversiones públicas se cancelaron y las solicitudes
de permisos para representar comedias no fueron admitidas45. Este ritual católico estuvo
definido por un calendario cargado de simbolismo. Se inició el día de Santa Rosa, que tuvo
como fecha cumbre la segunda quincena de octubre, en recuerdo a los estremecimientos
95
terráqueos que habían azotado a la ciudad. Debemos anotar que la santa limeña, según
Ramón Mujica, ya era reconocida como protectora de sismos desde el siglo XVII, atributo
que fue representado en la iconografía criolla. La primera escultura de la santa exhibida
en 1669 la mostraba sosteniendo la ciudad sobre un ancla. Este instrumento de hierro,
según Flores Araoz, es "el símbolo clásico de la estabilidad", además de la tranquilidad y
seguridad46. Por ello no resulta extraño que el virrey Manso de Velasco, declarara que le
debía la vida47.
espectáculos, como fueron: las corridas de toros, las peleas de gallos, las comedias, y las
suertes.
4. Diversión asegurada
24 En la ciudad de Lima después de lo acontecido en 1746, se hizo evidente el afán de los
borbones de buscar la sedentarización de las diversiones públicas, como se apreció con las
corridas de toros y las comedias57.
objetivo de incrementar los recursos fiscales. El tabaco era un producto de alto consumo,
pues era considerado como un "excelente preservativo de pestes"77. Cabe resaltar que el
gobierno colonial, antes del sismo, ya tenía proyectado su destino fiscal: el estanco. Pero
tuvo que esperar a raíz de "la grande inversión que causó el terremoto"78. Seis años
después del evento, se aperturaron en Lima los estanquillos. Dichos lugares se
convirtieron en puntos nodales de la urbe, pues en ellos convergían gran número de
personas con la finalidad de obtener los mazos procedentes de Saña, Guayaquil, Jaén,
entre otras zonas, con los cuales se elaboraban los cigarrillos. Estos establecimientos se
ubicaron en calles próximas a la Plaza Mayor y por supuesto en los alrededores del
Coliseo de las Comedias79. Un lugar que tenía capacidad para 1500 personas y que se
cubría de humo durante las representaciones teatrales a causa de la gran cantidad de
fumadores, entre varones y mujeres, que acudían a divertirse al referido recinto80.
33 Los beneficios líquidos de la renta de tabacos entre 1752 y 1762 ascendieron, sólo en el
Perú a 274,174 pesos81. Esta suma resulta significativa, si tenemos en cuenta que el
gobierno colonial, gastó cerca de 80.000 pesos en la reedificación de la estratégica Casa de
la Moneda. Y solamente las refacciones del Palacio durante el gobierno del virrey Guirior
reportaron un costo de 30.000 pesos82.
34 A su vez los pobladores de Lima en esta etapa tenían múltiples necesidades que suplir.
Una de ellas era el importe de los alquileres, como fue el caso de los inquilinos de la
huerta del hospital de San Andrés, quienes debían abonar, por cada uno de sus ranchos,
alrededor de 20 pesos al año83. Por todo ello apostar fue una buena opción. El virrey
Abascal en su Memoria refiere que la primera lotería semanal se dio el año 1746 84. El
hospital de San Bartolomé destinado a la curación de negros, se constituyó en uno de los
mejores ejemplos de utilización de esta diversión, la cual usufructuó desde 1759 85. Dos
personajes de la elite limeña desempeñaron un papel crucial en dicha reedificación que
fue avaluada en 60.000 pesos86. El primero, Pablo Matute de Vargas, fiel de la Casa de la
Moneda87, asumió el cargo de mayordomo; mientras que Cristóbal Messía y Munive, oidor
de la Audiencia y conde de Sierra Bella, actuó como juez protector88.
35 El éxito de las loterías radicó en la medida que hizo posible la participación de todos los
sectores sociales, pues el precio de cada suerte oscilaba desde un real hasta un peso. Los
sorteos se desarrollaban los martes y domingos y los premios podían alcanzar sumas
elevadas como 1000 pesos, con el objetivo de compensar a un mayor número de personas,
se reducían los montos. Por ejemplo el 18 de abril de 1762 salieron 11 suertes de 60 pesos.
Las "razones" por las cuales la gente compraba estos boletos, revela claramente la
inquietud religiosa propia de la época. Santos y vírgenes fueron requeridos
insistentemente. Aunque también aludían a las necesidades cotidianas de alimentación,
vestido y vivienda. Aquí algunas de ellas: "Los ricos quieren plata los pobres como no
quedran", "Para vestir a un desnudo", aunque no faltó alguien que manifestase "Ya estoy
aburrido con tantas suertes"89. También se beneficiaron con la venta de billetes de lotería,
la Casa de las Amparadas, la Casa de los Niños Expósitos, el Colegio de la Caridad, el
hospital de Santa Ana, y la iglesia de San Marcelo, que obtuvo alrededor de 60 mil pesos 90.
36 Otras alternativas para tentar la suerte fueron las carreras de caballos y las peleas de
gallos. Uno de los sitios más concurridos para presenciar las competencias ecuestres fue
el callejón de Matamandinga, en las cercanías de la hacienda Santa Beatriz. Los
99
5. Luces en la ciudad
38 En la segunda mitad del siglo XVIII el espacio urbano de Lima lució una nueva cara. La
ciudad sería escenario de una serie de reinauguraciones. Las cofradías y los gremios
participaron activamente en dichas ceremonias. Estas instituciones corrieron con los
gastos que significaron la presentación de danzas, músicos, salvas de fuego y la
construcción de la arquitectura festiva, como altares y castillos. En este contexto el sello
militar borbónico se hizo evidente. Las compañías adquirieron un rol protagónico en tales
eventos96. A su vez el comportamiento de los gobernantes, corrobora lo afirmado por
Jesús Pereira, pues demostraron ser conscientes del poder de la calle y lo utilizaron en la
celebración de espectáculos para enaltecer a la monarquía97. La autoridad colonial se
vinculó nítidamente con el gran temor de sus subditos: los temblores. El mejor ejemplo
fue el virrey Amat, quien participó directamente en la reconstrucción de la Iglesia de las
Nazarenas, donde se veneraba al Protector de los sismos. Durante el estreno de la referida
iglesia, ocurrido en 1771, su figura quedó perennizada en la memoria del público por "su
espíritu benéfico y patriota"98.
39 Por otra parte, el fuego se constituyó en tiempos coloniales en el modo más rápido y
visible de manifestar júbilo99, pero los limeños no disfrutaron plenamente de los fuegos
artificiales y las luminarias, que eran elementos imprescindibles durante los festejos por
los estrenos de los edificios de la urbe virreinal. El miedo y la prohibición se lo
impidieron. De igual forma que en Chile, según lo precisado por Isabel Cruz, después de
un gran sismo, cundía el temor al fuego100. En lo que atañe a las prohibiciones se conoce
que desde mediados del siglo XVIII, los borbones restringieron el uso de artificios y en
1772 se dieron reiteradas prohibiciones para el uso de cohetes y fuegos por parte de la
plebe101. Estas medidas tenían en cuenta, como lo manifestó el virrey Teodoro Croix, los
materiales con que se habían construido las casas de la ciudad. Las que "por cautelar los
estragos de los terremotos, eran compuestas de quinchas de cañas y telares de maderas".
La expresión del virrey tenía un apoyo real. En 1760 se había incendiado la Casa del Conde
las Torres, hecho que conmocionó a la ciudad en pleno102.
100
40 Para concluir tenemos precisar que en líneas generales, la tarea reconstructiva fue lenta,
al menos en lo que se refiere a edificios públicos, tal como sucedió en otros ámbitos
latinoamericanos. Guatemala y Chile son tal vez los casos más evidentes 103. En el último
tercio del siglo XVIII la ciudad estaba "apenas reparada" del terremoto que padeció en
1746. Esta afirmación corresponde a Hipólito Ruiz y las fechas de las reconstrucciones que
presentamos corroboran su afirmación104:
Coliseo de Comedias: 1749
Monasterio de Santa Teresa: 1750
Iglesia y Monasterio del Carmen: 175
Iglesia de Santa Rosa: 1757
Hospital de San Lázaro: 1758
Templo de la Encarnación: 1763
Iglesia del Sagrario: 1763
Iglesia del Patrocinio: 1764
Iglesia del Carmen Alto: 1764
Iglesia de San Marcelo: 1764
Palacio Arzobispal: 1765
Iglesia de los Huérfanos: 1766
Iglesia de la Buena Muerte: 1766
Iglesia parroquial de los indios del Cercado: 1767
Iglesia de la Merced: 1768
Puente de Montesclaros: 1770
Recoleta de Belén: 1770
Iglesia de las Nazarenas: 1771
Hospital de San Bartolomé: 1773
Iglesia Nuestra Señora de Cocharcas: 1777
Catedral de Lima: 1778 (pero sin torres).
Colegio de Santo Tomás: 1783.
Reparación de murallas: 1783 y 1805.
Monasterio de la Concepción: 1782-1783
Palacio del Virrey: 1788.
Monasterio de la Trinidad: 1790.
41 Como se desprende del listado que hemos presentado, la tarea reconstructiva abarcó la
segunda mitad del siglo XVIII. Resulta explicable que los procesos reconstructivos
comprendan lapsos de tiempo importantes, por cuanto dicha labor demanda una serie de
procedimientos: desde la limpieza de desmontes hasta la edificación de la fábrica. Además
de replantear las técnicas de construcción que mitiguen los efectos de futuros embates
sísmicos. Al respecto un caso digno de resaltar fueron los mercedarios, quienes
aprendieron la lección después de 1746. Su convento llegó a ser considerado como el más
seguro en Lima. Por este motivo, el virrey Guirior se refugió en sus claustros ante los
continuos temblores que asustaron a la ciudad en enero y febrero de 1777105.
Apreciación final
42 Generalmente un sismo a causa de su impacto, goza de una letal reputación, pues altera
de manera drástica la vida cotidiana de los actores sociales. Si bien el trabajo que he
presentado ha tenido como protagonista al terremoto que afectó a la ciudad de Lima de
1746, espero haber demostrado que no fue un hecho episódico y aislado, sino por el
contrario, como todo desastre fue un proceso social que se gestó con anterioridad y, cuyas
huellas marcaron la vida urbana limeña durante la segunda mitad del siglo XVIII.
101
NOTAS
2. Para ello se pueden consultar los artículos de Virginia García Acosta (coord.). Historia y
desastres en América Latina. Bogotá: La Red. Ciesas, Vol. I, 1996.
3. Al respecto, Fernando Pliego Carrasco en su artículo "Estrategias de desarrollo social ante
situaciones de desastre", sustenta una interesante propuesta que gira en torno a "la conversión
de desastres en herramientas de desarrollo social", Desastres y Sociedad. Enero-Julio, 1994, No. 2:
51-62.
4. La emergencia es entendida de dos maneras: La primera como el momento en que el fenómeno
del desastre se manifiesta con toda claridad y la segunda como la "etapa en la cual la sociedad
histórica y espacialmente determinada entra en otra etapa que se concibe generalmente fuera de
lo normal". Jesús Manuel Masías. "Perspectivas de los estudios sobre Desastres en México", en
Andrew Maskrey (comp.). Los desastres no son naturales. Bogotá: La Red. ITDG. Tercer mundo
editores, 1993, p. 102.
5. Javier Prado. Lima: Arquitectura y escultura religiosa virreinal. Lima: Ignacio Prado Pastor Editor,
1996, p. 59.
6. José Eusebio Llano de Zapata. "Carta o diario que escribió a su más venerado amigo y docto
corresponsal el Dr. D. Ignacio Chirivoga y Daza. Canónigo de la Santa Iglesia de Quito", en Manuel
de Odriozola. Terremotos. Colección de las relaciones más notables que ha sufrido esta capital y que la han
arruinado. Lima: Imp. Alfaro, 1863, p. 71. Los tsunamis son ondas generadas por bruscos
desplazamientos submarinos o litorales, erupciones y explosiones. Es el concepto que nos da
Gustavo Laos Cruzado. "Tsunamis", Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, 1990, Vol. 104, No. 6.
Victorino Montero. "Relación de la catástrofe de 1746", en Quiroz, Francisco. Las imágenes del
Callao. Lima, 1990, p. 99.
7. A.A.L. Parroquia de San Sebastián. Libro de bautizos de españoles (1733-1759) No. 5, f. 167v.
Agradezco a Laura Gutiérrez por haberme proporcionado esta referencia.
102
8. Jorge Bernales. Lima, la ciudad y sus monumentos. Sevilla: CSIC. Escuela de Estudios
Hispanoamericanos. 1972, p. 295.
9. Emilio Harth-Terré. "Santiago Rosales", Arquitecto Peruano, abril, 1942.
10. Jorge Bernales. Lima, la ciudad y sus monumentos, p. 296.
11. Víctor Pinto y Miguel Tenorio. "El sismo como factor condicionante para el diseño
arquitectónico". Trabajo de investigación presentado para optar el título profesional de
arquitecto. Lima: Universidad Nacional de Ingeniería, 1980, p. 12.
12. Ramón Gutiérrez. "Ciudades del Perú. Urbanismo durante el período virreinal", en Estudios
sobre urbanismo iberoamericano. Siglos XVI al XVIII. Junta de Andalucía: Consejería de Cultura y
Asesoría Quinto Centenario. Sevilla 1990, p. 250.
13. Víctor Pinto. "El sismo como factor condicionante...", p. 12; Jorge Bernales. Lima, la ciudad y
sus monumento, p. 189.
14. Conde de Superunda. Relación y documentos de gobierno del Perú. 1745-1761. Edición y estudio de
Alfredo Moreno Cebrián. Madrid, 1983, p. 260.
15. En 1740, el precio por fanega, establecido por el cabildo era de 4 pesos. En diciembre de 1746,
el precio quedó fijado en 8 pesos, pero se conseguía a 10 pesos. A.G. N. Superior Gobierno. Leg. 9,
Cuad. 172, f. 5. Cabildo Gremios. Leg. 2, Cuad. No. 11, 1746, f. 2v. Para 1748, el cabildo dispuso que
el precio por fanega fuese de 5 pesos 4 reales. A.H.M.L Libros de Cabildo. (1730-1756) f. 176.
Francisco Quiroz. Gremios, razas y libertad de industria. Lima: UNMSM, 1995. Nos indica que las
alteraciones producidas en los precios del trigo, sufridas a partir del sismo de 1687, recién fueron
resueltas en 1717, año en el que se hizo el cómputo del pan. Este documento ha sido publicado
por Yolanda Mejía. "Panaderías coloniales del siglo XVIII", Sequilao, 1993, No. 4-5. Otro autor que
ha trabajado sobre el alza del precio de trigo, en coyunturas de crisis es Jhon Melzer. "La subida
del precio de trigo en Lima para las panaderías en la calle de la pescadería en la ciudad de Lima
(1812-1821)", Revista del Archivo General de la Nación, 1993, No. 10. El precio subió en 1200%.
16. José Eusebio Llano de Zapata. "Carta o diario...", p. 73. Un ilustrativo marco teórico como
sugerentes propuestas metodológicas sobre este tema lo ha realizado Francisco Solano. "
Introducción al estudio del abastecimiento de la ciudad colonial", en Jorge Hardoy y Richard
Schaedel (comps.) Las ciudades de América latina y sus áreas de influencia a través de la historia.
Buenos Aires, 1975.
17. Giovanni Peraldo y Walter Montero. "La secuencia sísmica de agosto a octubre de 1717 en
Guatemala. Efectos y respuestas sociales", en Virginia García Acosta. Historia y desastres en América
Latina..., p. 307.
18. En el mes de octubre se registraron 220, en noviembre 113, el ritmo sísmico fue
disminuyendo. En octubre de 1747 se sintieron 10 temblores. Llano de Zapata, "Carta o diario...",
pp. 95 y siguientes. "Carta que escribió el marqués de Obando...", en Manuel de Odriozola.
Terremotos. Colección de las relaciones..., pp. 47-48.
19. Jorge Bernales. Lima, la ciudad, p. 295 y J.E. Llano de Zapata. "Observación diaria critico
histórico-metereológica. Contiene todo lo acaecido desde el 1 de marzo de 1714 hasta el 28 de
octubre del mismo", en Manuel de Odriozola. Terremotos. Colección de las relaciones..., p. 130 Las
huertas fueron Venturosa, Magdalena, Recoleta de Belén, Guadalupe, Matamandinga, y en las
plazas de la Inquisición, San Juan de Dios, Santa Ana y Santa Catalina. Este comportamiento
también se había registrado ante la ocurrencia de movimientos sísmicos del siglo XVI y XVII.
María Antonia Durán Montero. Lima en el siglo XVII. Arquitectura, urbanismo y vida cotidiana. Sevilla:
Exma. Diputación de Sevilla, 1994, pp. 36-40.
20. Jorge Bernales. Lima, la ciudad..., p. 299.
21. Ibid., p. 311. Conde de Superunda, Relación y documento, p. 261. Con respecto similares
comportamientos registrados en otros escenarios latinoamericanos, contamos con el trabajo de
Peraldo y Montero, "La secuencia sísmica...", p. 308.
22. A.G.N. Real Audiencia - Causas Civiles - Leg. 104, Cuad. 881, 1747.
103
23. A.A.L. Monasterio de Santa Catalina: Leg XXII: 1740-1759. Estaba latente, el pleito entre la
ciudad y el estado eclesiástico por la rebaja de censos. Con el terremoto se desarrolló "una
verdadera batalla campal" entre la institución eclesiástica y los propietarios. Quien ha tratado
esta problemática sobre los censos incobrables es Susana Aldana. "¿Fenómenos naturales?
Ocurrencias del tiempo", en Historia y desastres, pp. 177-182. Siendo una fuente de primer orden
sobre este punto, el "Voto Consultivo" de Pedro Bravo de Lagunas y Castilla. Documento
publicado por José de la Puente Candamo. La emancipación en sus textos II: el estado del Perú. Lima:
Instituto Riva-Agüero, 1962. Similar situación también se dio en Panamá después del voraz
incendio que devoró la ciudad en 1737. Para ello se puede consultar el artículo de María del
Carmen Mena García. "Censos eclesiásticos y propiedad urbana: una relación conflictiva",
Caravelle, 1996, No. 66: 5-26.
24. "Desolación de la ciudad de Lima y diluvio del puerto del Callao", en Terremotos, p. 174. Lo
mismo aconteció en Guatemala, a raíz del terremoto de 1773 que afectó esta ciudad. En un
informe enviado al rey en 1776, el cabildo guatemalteco "se lamentaba amargamente del pillaje y
de los saqueos perpetrados por los malhechores fugados de las cárceles". André Saint-Lu. "
Movimientos sísmicos, perturbaciones psíquicas y alborotos socio-políticos en Santiago de
Guatemala", Revista de Indias, 1982, XLII, No. 169-170: 555.
25. Olavide fue alcalde de barrio "desde la puerta principal de la Encarnación hasta la puerta de
su casa y desde la esquina de Nuñez hasta la puerta falsa de la Encarnación". Jorge Bernales. Lima,
la ciudad y sus monumentos, p. 312. A.G.N. D1. 1-7. Año 1746. Ha investigado sobre este personaje
Fernando Iwasaki Cauti. "El pensamiento ilustrado de Pablo de Olavide y los ilustrados peruanos",
Histórica, diciembre de 1987, Vol. XI, No. 2: 134-135. Cabe señalar que en Madrid en 1768, se hizo
efectivo el cargo de alcalde de barrio. Para ello se puede consultar el trabajo de Fernando
Hernández Sánchez. "La corte envidiable (Delincuencia y represión en el Madrid de Carlos III,
1759-1788)", en Carlos III, Madrid y la Ilustración. Contradicciones de un proyecto reformista. Madrid:
Equipo de Estudios Históricos. Siglo XXI de España Editores, 1988, p. 340.
26. Llano de Zapata, "Carta o diario...", p. 78.
27. Anne-Marie Hocquenghem y Luc Ortlieb. "Eventos del Niño y lluvias anormales en la costa del
Perú: siglos XVI-XIX", Bulletin de Institut Français d’Etudes Andines, Tome 21, No. 1: 206.
28. Juan Lastres. "Terremotos, hospitales y epidemias en Lima colonial", Revista del Museo
Nacional, T. IX, Nro. 2: 249. Una mejor aproximación sobre lo ocurrido en este recinto
hospitalario, nos lo ofrece Domingo Angulo. "Información que dan el Mayordomo y diputados del
Real hospital de Santa Ana acerca del estado que tuvo y tiene al presente...", Revista del Archivo
Nacional, 1939, T. XII, Entrega II; Llano de Zapata, "Observación diaria..." en Terremotos, pp.
143-144.
29. Francisco Guerra, nos señala que con el nombre de tabardillo o tabardete se conocía al tifus, "
una enfermedad infecciosa exantemática del hombre y algunos roedores causada por las
rickettsias". Epidemiología Americana y Filipina. 1492-1898. Ministerio de Sanidad y Consumo.
Madrid. 1999. Sobre las otras enfermedades, Juan Lastres. "Terremotos, hospitales...", pp. 250 y
251.
30. Conde de Superunda, Relación y documentos..., p. 261. Con respecto al papel de la Plaza Mayor
como escenario protagonista de la vida urbana tenemos una serie de publicaciones. Gabriel
Ramón. "En el umbral de la urbe: usos de la Plaza Mayor de Lima", en Augusto Ruiz (ed.). Lima:
Nuevos estilos de historia y arqueología. Lima: Universidad Federico Villarreal, 1998. Ramón
Gutiérrez y Jorge Hardoy. "La ciudad hispanoamericana en el siglo XVI", en La ciudad
iberoamericana. Actas del Seminario de Buenos Aires de 1985. Ministerio de Obras públicas y
Urbanismo, CEHOPU y CEDEX, p. 108.
31. Conde de Superunda, Relación..., p. 261.
32. Sobre este punto tenemos el motivador trabajo de Marco León. "Un simple tributo de
amorosa fe: la celebración de la Fiesta de los Difuntos en Santiago de Chile. 1821-1930", Historia,
104
1995-1996, Vol. 29:159-184. En este artículo el autor aborda las principales formas de contacto
social creados en función a las visitas al cementerio y el recuerdo del día de Todos los Santos, que
ha denominado como "sociabilidad mortuoria".
33. J.E. Llano de Zapata, "Carta o diario...", p. 79.
34. Javier Prado. Lima: Arquitectura y escultura..., p. 78.
35. J.E. Llano de Zapata, "Carta o diario...", p. 107.
36. Manuel de Mendiburu. Diccionario Histórico y Biográfico del Perú. Lima: Imprenta Gil, 1933, T.
VII, p. 175.
37. Diego Esquivel y Navia. Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cuzco. Edición, prólogo y notas
de Félix Denegri, con la colaboración de Horacio Villanueva y César Gutiérrez. Lima: Banco
Wiesse. Ltdo. 1980, T. II, pp. 375 y 378.
38. Al respecto se puede consultar los trabajos de Ángel López Cantos. Juegos, fiestas y diversiones
en la América española. Madrid: Colecciones MAPFRE, 1992, pp 82-83; Juan Pedro Viqueira. "
Diversiones públicas y cultura popular en la ciudad de México durante el siglo de las Luces",
Anuario de Estudios Americanos, 1987, T XLV1V: 4-5. Un interesante análisis sobre "el mundo al
revés" lo ofrece Robert Randall. "Los dos vasos. Cosmovisión y política de la embriaguez desde el
incanato hasta la colonia" en Thierry Saignes (comp.). Borrachera y memoria. La experiencia de lo
sagrado en los Andes. La Paz: HISBOL/ IFEA, 1993, p. 98.
39. Gaceta de Lima: de 1756 a 1762 de Superunda a Amat. Compilación y prólogo de José Durand.
Lima: COFIDE, 1982, Vol. 1, Año 1756, Nro. 5, pp. 39-40.
40. María José del Rió. "Represión y control de fiestas y diversiones en el Madrid de Carlos III", en
Carlos III, Madrid y la Ilustración. Contradicciones de un proyecto reformista. Madrid: Equipo de
Estudios Históricos. Siglo XXI de España Editores, 1988, p. 310.
41. "Noticia analítica y estado, que tiene el puerto del Callao, y la ciudad de Lima, a el año
cumplido de su desolación y ruina, que lo hace en este mes de Octubre de 1747", en Terremotos, p.
186. Para un detallado análisis del universo simbólico ceremonial y su vinculación con las
metáforas discursivas sobre orden y subordinación se puede consultar Carole Leal Curiel. El
discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio como símbolo de poder regio (Venezuela siglo XVIII).
Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1990.
42. Este síndrome con profundas depresiones, apatía, indiferencia, limitación de movimientos,
agitación, estrés, llanto incontrolable y expresiones de pesar. Así como una incesante
preocupación por la reubicación. Jhon Seamann. Epidemiología de desastres naturales. Con la
contribución de Sally Leivesley y Christine Hogg. México, 1989, p. 114.
43. J.E. Llano de Zapata, "Observación diaria...", pp. 127-128. Sobre la historia de esta venerada
imagen tenemos los libros de Rubén Vargas Ugarte. Historia del Señor de los Milagros. Lima. 1954.
María Rostowrowski. Pachacamac y el Señor de los Milagros. Una historia milenaria. Lima: IEP, 1992.
44. América Molina del Villar. Por voluntad divina. Escasez, epidemias y otras calamidades en la ciudad
de México. 1700-1762. México: Ciesas, 1996, p. 89.
45. Gaceta de Lima, Año 1752, No. 28.
46. Ramón Mujica. "El ancla de Santa Rosa de Lima: mística y política en torno a la patrona de
América", p. 180 y Flores Araoz, José. "Iconografía de Santa Rosa", en Santa Rosa de Lima y su
tiempo. Colección Arte y tesoros del Perú. Lima: Banco de Crédito del Perú, 1995, p. 256.
47. Jean Descola. La vida cotidiana en el Perú en tiempos de los españoles (1710-1820). Buenos Aires:
Librería Hachette S.S., 1962. El autor reproduce una ofrenda del virrey donde se aprecia la efigie
de la santa limeña.
48. Con respecto a este tema se puede consultar el artículo de Jesús Pereira Pereira. "La
religiosidad y la sociabilidad popular como aspectos del conflicto social en el Madrid de la
segunda mitad del siglo XVIII" en Carlos III, Madrid y la Ilustración. Contradicciones de un proyecto
reformista. Madrid: Equipo de Estudios Históricos. Siglo XXI de España Editores, 1988. Un trabajo
de larga duración para el caso peruano, aunque básicamente descriptivo, es el de Enma Mongrut
105
Bazo. "Instituciones de asistencia social en el Perú durante la colonia". Tesis para optar el grado
de doctora en Historia. Lima: PUCP, 1938.
49. Frédérique Langue. "Desterrar el vicio y serenar las conciencias: mendicidad y pobreza en la
Caracas del siglo XVIII", Revista de Indias, 1994, Vol. LIV, No. 201: 359. La autora menciona por
ejemplo al conde de Santiago de la Laguna (aristócrata de Zacatecas) quien "convidada todos los
domingos a su mesa a los pobres de la ciudad, y todos los poderosos del lugar tenían un día
reservado al efecto". Eduardo Ciafardo. "La práctica benéfica y el control de los sectores
populares de la ciudad de Buenos Aires, 1890-1910", Revista de Indias, 1994, Vol. LIV, No 201: 386.
Asimismo, la caridad dio prestigio a la monarquía española pues le proporcionó "tanta fama o
mas que los éxitos militares", como lo plantea Jesús Pereira, "La religiosidad y la sociabilidad...",
p. 240.
50. Gaceta de Lima, Año 1757, p. 104.
51. Manuel de Mendiburu, Diccionario histórico y biográfico...,T VI, p. 393. "Noticia histórica de la
fundación, progresos y actual estado de la Real Casa Hospital de Niños Expósitos de Nuestra
Señora de Atocha", Mercurio Peruano. Del 21 y 25 de agosto de 1791, T II, Lima (1964). Gaceta de
Lima..., Año 1760, p. 267.
52. Francisco Solano. "Fiestas en la ciudad de México" en La ville en Amérique espagmole coloniale.
Marie-Cécile et André Saint-Lu (coords.). Press de la Sorbonne Nouvelle, 1995, p. 244. El autor
llama la atención sobre los medios impresos que sirvieron para perennizar acontecimientos en el
escenario urbano.
53. Sermón dado por M.P Juan Sánchez de la Compañía de Jesús, por la reedificación o nueva construcción
total del hospital de San Lázaro de la ciudad de Lima. 23 de Abril de 1758.
54. Gaceta de Lima. Reproducción del microfilm de los ejemplares existentes en la Biblioteca John
Carter Brown. Año 1752. Nro. 24. En Santo Domingo se enterró su cuerpo, en San Agustín se
colocó su corazón en el muro de la capilla del Santo Cristo de Burgos con una lápida de bronce. Y
en San Francisco por los diamantes que dono le hicieron un túmulo en el Altar Mayor.
55. Gaceta de Lima..., Año 1756, No. 5, p. 43.
56. Rubén Vargas Ugarte. Historia general del Perú. Virreinato (1700-1790) Lima: Carlos Milla Batres,
1981, Tomo IV, pp. 107-108.
57. Sobre este punto tenemos los trabajos de Mónica Ricketts. "El teatro en Lima y la
construcción de la nación republicana (1820-1850)". Tesis de Licenciatura. Lima: PUCP, 1996. La
autora considera que a pesar de las coincidencias entre reformas borbónica e ilustración, ella
prefiere mantener las distancias entre los dos fenómenos, pues aunque en muchos casos las
nuevas ideas les calzaron como anillo al dedo para la consecución de sus planes no cedieron
cuando atentaba con su afán de control absoluto. También sobre el proyecto urbano borbónico ha
escrito Gabriel Ramón. "Urbe y orden: Evidencias del reformismo borbónico en el tejido limeño",
en Scarlett O’Phelan Godoy (comp.). El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima: PUCP-IRA, 1999,
pp. 295-324. Y para México Juan Pedro Viqueira. ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida
social en la ciudad de México durante el siglo de las Luces. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
58. Comunicación personal de la psicóloga Eliana Sánchez. Sobre el papel psicológico de las
fiestas ver el trabajo de Rosa María Acosta. "Aproximación al estudio de la fiesta colonial en el
Perú (Fiestas oficiales urbanas)". Tesis para optar el grado de Bachiller en Historia. Lima: PUC,
1979. Que posteriormente fue publicado bajo el título Fiestas coloniales urbanas (Lima-Cuzco-Potosí).
Lima: Ediciones Otorongo, 1997.
59. Gaceta de Lima de Superunda a Amat. Año 1761, p. 283.
60. Isabel Cruz de Aménabar. La fiesta: Metamorfosis de lo cotidiano. Santiago de Chile: Ediciones
Universidad Católica de Chile, 1995. La referida autora refiere que miembros de la Cofradía de
Nuestra Señora del Socorro de la Viña, organizaron corridas en la Chimba con el fin de recoger
fondos para reparar los estragos producidos por el terremoto en 1730. Dicha actividad se llevó a
106
cabo durante días de culto. El obispo los excomulgó porque desobedecieron su orden, pero a
solicitud de la autoridad civil retiró su sentencia, p. 106.
61. Pedro José Bravo de Lagunas y Castilla. Discurso histórico jurídico del origen, fundación,
reedificación, derechos y excenciones del hospital de San Lázaro de Lima. Lima: Oficina de los huérfanos,
1761, pp. 168-170.
62. Fernando Iwasaki. "Toros y sociedad en Lima colonia", Anuario de Estudios Americanos, 1992,
Tomo XLIX: 11; Sánchez Ramos, Valeriano "Prohibiciones de fiestas de toros en el reino de
Granada", Demófilo, Revista de Cultura Tradicional de Andalucía, 1998, No. 25: 89-103. Dígame.
Rotativo Gráfico Semanal, No. 1360, Madrid, 25 de enero de 1966.
63. Esto es planteado por Andrés Oyola Fabián para el caso español en su artículo "Estrategias de
supervivencia de las fiestas de toros populares" Demófilo, Revista de Cultura Tradicional de
Andalucía, 1998, No. 25: 111. Con respecto a las medidas borbónicas tenemos la "Prágmatica
Sanción" prohibiendo los toros es de 1785 y está reproducida exactamente en la ley VI de la
Novísima Recopilación; se excluía de la prohibición "a los pueblos del Reyno en que hubiera
concesión perpetua o temporal con destino público de sus productos, útil o piadoso". Hay otras
disposiciones prohibitivas anteriores, de los años 1754, 1757 y de 23 de marzo de 1778. Gaspar
Melchor de Jovellanos. Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones
públicas, y sobre su origen en España, en Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la Ley
Agraria. José Lage (ed.). Madrid: Catedra, Letras Hispánicas, 1992, p. 91.
64. Jorge Bernales. Lima, la ciudad..., p. 314. La construcción fue tardía pues de acuerdo a lo
afirmado por el propio Amat "lo que era de sumo costo por las maderas de que se componía su
formación, y lo que es mas se perdía mucho tiempo, que ocupaban los jornaleros que deberían
emplearlo en útiles aplicaciones". Manuel Amat y Juniet. Memoria de gobierno. Edición y estudio de
Vicente Rodríguez Casado y Florentino Pérez Embid. Sevilla: Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, 1947, p 170.
65. Rubén Vargas Ugarte. Historia general del Peni, p. 306. "El bicentenario de la Plaza de Acho de
Lima. Realidades y esperanzas de que surja una figura peruana", Fiesta, 15 de febrero de 1966.
Aurelio Miro Quesada. "Los dos bicentenarios de Acho", Oiga, 4 de febrero de 1966. En: Museo
Taurino de la Plaza de Acho. Bicentenario. 1766-1796.
66. Juan Bromley. "Alcaldes de la ciudad de Lima en el siglo XVIII", Revista Histórica, 1960-1961,
XXV: 336. A.G.N. Superior Gobierno. Leg. 13, Cuad. 285, 1766, Fol. 1, 4, 44, 45, 49. Este puente sería
el antecesor de los puentes Balta y Ricardo Palma.
67. Juan Pedro Viqueira. ¿Relajados o reprimidos?…, p. 35 Desde la perspectiva antropológica,
Manuel Delgado Ruiz ha señalado que la construcción de recintos cerrados, sirvió en España para
estimular un sentimiento de identidad nacional capaz de legitimar al nuevo estado centralizado.
Este planteamiento fue mencionado por María José del Río en su artículo "Represión y control de
fiestas", p. 328.
68. A.H.M.L. Libro de Cabildos, No. 36, 1762, Fol. 72v, 73v, 85, 85v.
69. Comprendía el derroche de castillos, galas circenses, carros alegóricos, luminarias,
pantomimas y comedias. Antonio Garland. Lima y el toreo. Lima: Librería Internacional del Perú
S.A., 1948, p. 18. Gaceta de Lima, Año 1765, No. 18, p. 224. Sobre el papel de la bebida se puede
consultar. Dwight B. Heath. "Borrachera indígena, cambio de concepciones. Comentario en torno
a borrachera y memoria"; Thierry Saignes. "Borracheras andinas: ¿Por qué los indios ebrios
hablan en español?" en Borrachera y memoria.
70. Guillermo Lohmann Villena. El arte drámatico en Lima durante el virreinato. Madrid: Estades,
1945, p. 405.
71. Archivo Central de la Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana. Libros de Cabildos del
Hospital de San Andrés. 1748-1794. En adelante A.S.B.L.M. Cuaderno Nro. 9004 folio lv.; López
Cantos, Juegos, fiestas y diversiones..., p. 205.
107
72. Apenas un año después de reinaugurado el recinto teatral, el mayordomo de San Andrés se
quejaba del perjuicio que ocasionaban los toros a la principal finca que la había quedado al
hospital "para sufragio de sus necesidades después de la ruina del grande terremoto". Las chacras
donde se lidiaban toros eran las que pertenecían al licenciado Agustín Calderón Breña. Además
de la hacienda Santa Cruz, Surco, Miraflores y Barbosa. B.N.L. Archivo Astete Concha. Z. 750, Año
1750.
73. A.S.B.L.M. Libros de Cabildos del Hospital de San Andrés, f. 3v.; Gaceta de Lima. Año 1759, No. 2,
p. 179.
74. Con este nombre se conocían las marionetas de gran tamaño, que pretendían en lo posible
igualar las representaciones teatrales humanas. Para ello se desplegaba un complejo aparato
escenográfico: vestuario, alambres, luces, acompañamiento musical entre otros. Cabanne, Pierre.
Diccionario universal del arte. Barcelona: Argos-Vergara. S.A., 1979, T.V, pp. 1556-1557.
75. Guillermo Lohmann. El arte dramático..., pp. 431, 433 y 435. El otro terremoto devastador que
padeció la ciudad sucedió el 20 de octubre de 1687.
76. Conde de Superunda. Relación y documentos..., p. 363.; A.G.I. Lima, Leg 509. Gregorio de Cangas.
Descripción en diálogo de la Ciudad de Lima entre un peruano practico y bisoño chapetón. Camilo Vicente
y José Lenci (eds.) Lima: Banco Central de Reserva del Perú, 1997, p. 37.
77. Hipólito Unanue. "Disertación sobre la naturaleza y efectos del tabaco, con una breve idea del
origen y progreso del real estanco de Lima", en Obras científicas y literarias. Barcelona: Tipografía
la Académica, 1914, Tomo II. Esta protección se daba "porque al fumarse forman alrededor del
cuerpo una atmósfera particular que impide el contacto de los corpúsculos pestilenciales".
Aunque también reconoció sus efectos nocivos debido al pésimo cultivo de la planta.
78. Conde de Superunda. Relación..., p. 363.
79. Guillermo Céspedes del Castillo. "La renta del tabaco en el virreynato del Perú", Revista
Histórica, 1954, XXI: 139. Julio Oliveira. "La renta del tabaco en el Perú. Siglo XVIII". Tesis de
Bachiller en Historia. Lima: UNMSM, 1970, p. 20.
80. Manuel Moncloa y Covarrubias. Diccionario teatral del Perú. Lima, 1905, p. 121.
81. Guillermo Céspedes del Castillo. "La renta del tabaco...", p. 160. Esta renta era solo superada
por los tributos indígenas, las aduanas, diezmos, cobos y Casa de la Moneda, como lo precisó
Mauro Escobar Gamboa en su trabajo "El tabaco en el Perú colonial". Tesis de Bachiller en
Historia. Lima: UNMSM, 1973, p 28. Esta gran afición al consumo de cigarros justificaría la
construcción de la mayor fábrica colonial y del estanco del tabaco. Ver Francisco Quiroz. "
Artesanos y manufactureros en Lima colonial". Tesis para optar el grado de Magíster en Historia.
Mención en Historia económica. Lima: UNMSM, 1998, p. 243.
82. Conde de Superunda. Relación, p. 89. Hipólito Ruiz y Joseph Pavon. Relación histórica del viaje...,
p. 16.
83. A. S. B. L.M. Hospital de San Andrés. Cuad. 9005, f 19.
84. Según Ernesto Ascher la lotería se practicaba desde inicios de la colonia ya sea con fines
particulares o de ayuda social. Lima, Callao y sus loterías (1907-1982) Lima: Edit. Imp. Desa. 1982, p
13. José Fernando de Abascal y Sousa. Virrey del Perú (1806-1816). Memoria de gobierno. Edición
preparada por Vicente Rodríguez Casado y José Antonio Calderón Quijano. Sevilla: Escuela de
Estudios Hispanoamericanos, 1944, Tomo I, p. 248.
85. A.G.N. D 1. 82.1929. Año 1779.
86. Marqués de Avilés. Memoria del virrey del Perú. Publicada por Carlos A. Romero. Lima: Imprenta
del Estado, 1901, p. 15.
87. Manuel de Mendiburu. Diccionario histórico-biografico..., T. VII, p. 255.
88. Ibid., p. 384.
89. A.G.N. D1. 78-1917. Años 1759-1763.
90. Gaceta de Lima, Año 1764, No. 13, p. 173; A.G.N. D 1.82.1929. Año 1779. Sobre la reedificación de
la Casa de las Amparadas se tiene el "Examen histórico-crítico de la fundación y actual estado de
108
NOTAS FINALES
*. Mi sincero agradecimiento a la Dra. Scarlett O’Phelan y a Gabriel Ramón, por sus invalorables
aportes. Este trabajo lo dedico a mis hermanas Eliana y Alina, por su identificación con el tema.
AUTOR
SUSY M. SÁNCHEZ RODRÍGUEZ
Pontificia Universidad Católica del Perú
110
Introducción
1 Hacia la segunda mitad del siglo XVIII la Nueva España comenzó a sentir los efectos de
nuevos giros en la política metropolitana. La nueva dinastía de los Borbones aplicaba
medidas que venían a reformar la administración, la economía, la sociedad y la cultura.
En Nueva España los virreyes borbónicos no sólo impusieron reformas económicas,
políticas y administrativas, sino que sacaron de sus alforjas una nueva concepción de
ciudad que tomaba como base las corrientes mecanicistas y circulacionistas, la salubridad
y sobre todo la idea renacentista de espacios cómodos, útiles, funcionales y sanos. Uno de
estos virreyes, fue Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, segundo conde de
Revillagigedo. Este virrey, durante los cuatro años que duró su mandato, aplicó al máximo
las reformas propuestas para la organización de todos los ramos de la administración
pública con el fin de lograr un mejor gobierno y por consiguiente mayores beneficios para
la corona.
2 El segundo conde de Revillagigedo ejerció el poder con el sentido claro de que actuaba
como responsable directo del rey, la aplicación estricta de las leyes, su rigurosidad,
tenacidad y obsesión en el cumplimiento de su cargo, le crearon tanto adeptos como
enemigos. Vanidoso, ostentoso, de gustos finos y refinados, "cuidadoso de los detalles y de
las apariencias, perfeccionista e intolerante"1, supo percibir los problemas generales del
virreinato como los concernientes al espacio de la ciudad. Por circunstancias especiales
pudo tener dos visiones del espacio de la ciudad de México: la antigua, la que se ponía en
cuestión, y la nueva que se identificaba con una nueva forma de poder.
3 Es por ello, que tomo a este personaje para que nos introduzca en el conocimiento de dos
espacios de la ciudad de México, así como en sus usos y costumbres. Es importante señalar
que la imaginación y la narración no están peleadas con la verdad histórica. Imaginar
basándose en los documentos, desentrañar de ellos los elementos que nos permitan
111
Visión primera
4 En 1746 desembarcó en Veracruz el cuadragésimo primer virrey de la Nueva España don
Juan Francisco de Güemes y Horcasitas. Su hijo Juan Vicente de Güemes Pacheco de
Padilla2 tenía apenas ocho años. Juan Vicente venía apesadumbrado por haber dejado en
La Habana los amigos de juegos y travesuras, descendió del navio y aspiró profundamente
el aire caliente de la costa. Un aire fétido le llevó a cubrirse la nariz.
5 Como cualquier niño, se aburrió durante los actos de bienvenida que los habitantes de
estas tierras le prodigaban a su padre, disfrutó las frutas, los confites y admiró las luces
multicolores de los fuegos artificiales. Al llegar al valle de México, su padre hizo detener
la comitiva para admirar el majestuoso espectáculo de la ciudad asentada en el lago. Juan
Vicente, pudo distinguir las cúpulas de las iglesias, las grandes calzadas, las acequias y
canales que todavía quedaban en la ciudad. Le llamó la atención ver que la ciudad
presentaba dos espacios: zona perfectamente cuadriculada con calles anchas y rectas, y
otra, que la rodeaba, con calles y callejones retorcidos y desordenados. Escuchó cuando a
su padre le explicaban las rutas, los nombres de las calzadas, de los barrios así como el
número de habitantes. Alcanzó a oír que existían en la ciudad 84 templos, 36 conventos de
religiosos, 19 de religiosas, 7 hospitales, 2 colegios de niñas y 9 colegios mayores para
estudiantes3. Él prefirió entretenerse mirando los movimientos de una lagartija. Más
tarde, lo despertaron el repique de las campanas, el estallido constante de los cohetes y
los gritos de la gente. Habían llegado al Santuario de Guadalupe. Mientras a su padre lo
recibían los miembros del cabildo, de tricornio, pelucas y coletas y le entregaban las llaves
de la ciudad y el bastón de mando; al séquito que acompañaba a su madre lo llevaron a
una capilla donde un fraile les narró cada una de las apariciones de la Virgen de
Guadalupe al indio Juan Diego. Él veía admirado la cantidad de velas que ardían y como el
sebo que de ellas se había desprendido cubría casi todo el piso. Quería sentarse.
6 Lo llevaron a un cerro y nuevamente pudo observar la belleza del valle, el reflejo plateado
de los lagos y los dos imponentes volcanes. En un descuido de su madre, su nana le
sumergió la cabeza en una fuente de agua verdosa y lo persignó tres veces,
encomendándolo a la Virgen del Rosario, a la de Guadalupe y al Señor Santiago. Con el
pelo empapado se sentó a la mesa y disfrutó de la suculenta comida.
7 Al otro día muy de mañana, vio como su padre, vestido de uniforme de gala, se subía a una
elegante carroza jalada por briosos caballos. Durante el trayecto se dedicó a buscar
formas en las nubes y recordó las tardes en La Habana. Entonces el ruido de los cohetes,
gritos y aplausos lo hicieron asomarse por la ventana. Se encontró con hombres, mujeres
y niños semides-nudos, que aplaudían, gritaban y se lanzaban sobre las monedas que de
otro carro una mano anónima les tiraba. Vio montones de basura, el olor fétido de los
pantanos le hizo taparse las narices. Una larga fila de carretas, carretones y asnos
cargados llamaron su atención. Preguntó por ello y alguien le respondió "es la entrada a
la garita de Peralvillo". Podía haber preguntado ¿Qué era una garita? Pero se distrajo
viendo un gran moscardón verdoso que revoloteaba cerca de la boca de uno de sus
acompañantes.
112
8 El tañer de las campanas, el estruendo de los cohetes, la música, los gritos, los silbidos, los
relinchos de caballos, las risas, los aplausos, los empujones y pisotones lo acompañaron
hasta alcanzar unas endebles escaleras que lo condujeron al centro del tablado. Lo
sentaron al lado de su madre, sintió su olor, y sin medir las consecuencias se dejó caer en
su regazo, quedándose dormido.
9 Todas las mañanas, Juan Vicente, abría la ventana de uno de los balcones del palacio y se
quedaba mirando la plaza4. Le gustaba ir recorriendo uno a uno los edificios que la
componían. Hacia el lado derecho podía ver el magnífico edificio de la catedral, a donde
asistía a misa todos los domingos. Su maestro le había enseñado que en el altar de los
Reyes, Jerónimo de Balbás había sustituido la retorcida columna salomónica por la
elegancia de la pilastra estípite. Miró la belleza del Sagrario. Más allá de la catedral vio los
toldos de los puestos donde se podían comprar ollas y artículos de barro. De frente le
quedaba el portal de Mercaderes con tiendas donde se vendían dulces, libros, ropas,
nieves, juguetes, sarapes, rebozos, sombreros, flores de papel, limas, navajas, martillos y
machetes. Allí, por las noches, el resplandor de los hachones, que se situaban en los vanos
de cada portal, servía para localizar a quienes vendían buñuelos, quesadillas, atole y
pasteles. Si continuaba recorriendo con su mirada podía distinguir el portal de las Flores,
el edificio de las Casas Consistoriales y el Parián. De éste podía ver su forma más o menos
rectangular y contar sus 8 accesos: tres hacia la catedral, tres hacia el ayuntamiento, uno
hacia el palacio y otro hacia el portal. Le gustaba ir al Parián. Generalmente iba en los
meses de octubre o noviembre que era eltiempo en que llegaban las recuas de mercancías
provenientes de la feria de Jalapa, o bien en diciembre o enero cuando llegaban las
provenientes de Acapulco, que ponían a disposición de los ricos las mercaderías traídas
por la nao de China. Recorría los pasillos admirando los cajones donde se expendían las
más diversas mercancías: sedas y jarrones de la China, muebles, arcones y baúles, lujosas
sillas de montar, tapetes y alfombras, grandes barriles repletos de arenques, aceite, vino y
aceitunas. Pero lo que más le divertía era ir al Baratillo, caminar entre los tendajotes de
carrizo con techos de paja donde se vendía atole, tamales, buñuelos, guisos, frutas,
verduras, flores, patos, pescados y aves. Allí veía una diversidad de colores, oía los más
diversos pregones, olía el aroma de las frutas y disfrutaba cuando los vendedores le
extendían una probada de naranja, mango, ciruela, durazno o membrillo. No le gustaba
pasar por la fuente, por el hedor a podredumbre y le causaba inquietud ver como en
aquella agua sucia los cocheros abrevaban a sus caballos y las mujeres lavaban su ropa,
pelo, rebozos y los pañales sucios. Le gustaba correr al rededor de la columna que sostenía
una ridicula estatua de Fernando VI. La horca le producía escalofríos.
10 Allí, sentado en ese balcón podía escuchar y distinguir los ruidos de la ciudad: los gritos
de los vendedores, de los trajineros que transportaban variados productos, las
conversaciones, las campanas de las iglesias, la campanilla que anunciaba el Viático, los
silbidos de los vaqueros que arriaban las vacas ofreciendo su leche, el chillido de los
cerdos en las casas de matanzas, el redoble de los tambores que anunciaban la presencia
de los pregoneros oficiales y privados que gritaban los bandos, decretos, edictos, remates
y ofertas. Vivía esa ciudad. Le gustaba la claridad de la atmósfera que le permitía a lo lejos
distinguir los dos acueductos que surtían a las fuentes de la ciudad, el castillo de
Chapultepec, y el lejano poblado de Tacubaya. A veces no podía salir al balcón porque los
malos olores provenientes de las acequias azolvadas, de las zahúrdas, de los miasmas y del
beque inmundo que se encontraba a un lado del palacio, lo hacían insoportable. Entonces
se encerraba en sus habitaciones y esperaba a que llegara la tarde.
113
11 Por las tardes, en las horas de juego se reunía con los otros chicos de la corte y corrían, se
escondían en los salones del palacio5. Les gustaba desafiar las reglas y salirse de las
habitaciones asignadas, así descubrieron que en la planta baja se encontraban la cochera,
las caballerizas, el corral, la despensa, la botica con sus grandes estantes repletos con
frascos de porcelana, la panadería, la botillería, el boliche y la almuercería, donde
personajes descamisados y sucios bebían pulque y en secreto comían chinguirito y
jugaban naipes. Muchas veces lo asustaron los gritos, los manotazos y el brillo
deslumbrante de algún cuchillo. Disfrutaba esconderse en la cocina, aquella habitación
grande llena de ollas y sartenes, cuchillos, cucharones de diferente tamaño, grandes
frascos de vidrio o de porcelana, canastos con frutas y verduras.
12 Pero este goce cambió cuando a los quince años su padre tuvo a bien nombrarlo capitán
de la guardia del palacio, confirmándole su vocación por la carrera de las armas. Entonces
disfrutó los bailes, los paseos por la Alameda y las cabalgatas por las calles de la ciudad. A
menudo le molestaba tener que ir esquivando los grandes hoyos, los lodazales, los
montones de basura y sobre todo estar atento al grito de "agua va".
13 Estuvo en esta ciudad hasta los 17 años y se la llevó clavada en un lugar privilegiado de
sus recuerdos.
14 Al regresar a España en el mismo puerto de Cádiz se incorporó al regimiento de Soria, de
allí pasó a Ceuta y más tarde su amigo el conde de Aranda lo destino a Panamá. No pudo
reorganizar y reforzar las milicias. La muerte de su padre y las disputas por la herencia lo
llevaron a abandonar esta misión, hecho por el que Carlos III le retiró su apoyo. Cuando
regresó a Madrid puso fin a las disputas familiares concentrándose en sus actividades
personales y financieras. Como un simple ciudadano recorría Madrid, veía los cambios
que en calles y plazas se estaban realizando. Asistía a las tertulias, oía y discutía la
importancia de la circulación del aire en la prevención de las enfermedades. Es probable
que leyera lo moderno, que resultaba ser lo clásico, en cuanto a la construcción de
fortificaciones, caminos, calzadas y la relación entre higiene y ciudad.
15 Cuando le comunicaron que el rey lo había nombrado como el quincuagésimo segundo
virrey de Nueva España, volvieron a su mente las imágenes de la Plaza Mayor, de los
canales y acequias, de las calles oscuras, del aire fétido, del beque inmundo, de la
almuercería, de la catedral, de Chapultepec, del aroma y el sabor de las frutas, de los
bailes y paseos.
16 Buscó en su biblioteca y sacó los legajos escritos por su padre para darle las instrucciones
a su sucesor, el marqués de las Amarillas. Los leyó con cuidado y se enteró de los
problemas del gobierno y de la administración. Fue anotando los párrafos que
consideraba de mayor interés, como aquel donde se señala que "La diversidad de estas
castas se deja ver en esta capital que se puebla de todos, mezclándose en ellas algunos
extranjeros y aunque la plebe es vil y viciosa, por ser también cobarde bastan pocos
soldados en los mayores concursos públicos, para contener sus desórdenes y excesos" 6. O
bien, aquellos referentes a la embriaguez, a la importancia del abasto del maíz y a la
reorganización de la Real Hacienda.
17 Además, leyó los libros de Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, fray Bernardino de
Sahagún, Francisco Xavier Clavijero y Francisco de Ajofrín, Thomas Gage, Juan Francisco
Gemelli Carreri y fray Agustín de Vetancourt.
18 En el libro de Cortés leyó: "Esta gran ciudad de Temixtitlan está fundada en esta laguna
salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que
114
quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a
mano"7. Recordó los lagos como espejos, la luminosidad de la atmósfera y la presencia
majestuosa de los volcanes.
19 En el capítulo de la fundación, sitio y moradores de la obra de fray Agustín de Vetancourt
encontró:
"porque aunque no es tanto el calor que enfade, ni el frío que aflija, no es el temple
de la tierra (aunque el cielo es alegre) lo mejor que tiene, porque es húmedo, y con
poco calor es a la salud nociva según el axioma de Aristóteles: Calidum el humidum
sunt principia corruptionis, y así se ve con experiencia que por los meses de abril y
mayo, si hace calor por la falta de agua hay erizipelas, esquilencias, sarampión,
viruelas, que en lo naturales chiquitos son de muerte y calenturas" 8.
20 Del libro de Ajofrín anotó:
"Y si hubiera más economía en la dirección de las aguas, limpieza de las calles y
plantío de arboledas, huertas y jardines (lo que pudiera conseguirse a costa de
poquísimo trabajo, pues está brindando la fertilidad de la tierra, la abundancia de
las aguas, lo benigno del temperamento), fuera México el embeleso del mundo, el
hechizo del orbe y segundo Paraíso, aunque no le falta hermosura, frondosidad y
adorno que ha puesto próvida la Naturaleza"9.
21 Así, la ciudad de México se fue conformando en dos visiones: la majestuosa, ciudad de
calles anchas y rectas tiradas a cordel y la de callejones retorcidos, acequias azolvadas,
miasmas, calles oscuras y encharcadas.
22 Entonces, probablemente leyó a Vitrubio y a Alberti, revisó bandos y ordenanzas,
constató lo benéfico de las reformas urbanas que se estaban desarrollando en Madrid y
aprendió en base a las teorías circulacionistas, que la fluidez del aire y de las aguas tenían
un papel fundamental en la prevención y curación de las enfermedades, que "lo contrario
a lo insalubre era el movimiento"10. Sabía que la relación entre morbilidad, mortalidad y
medio ambiente había llevado a los gobernantes ilustrados a preocuparse por
reestructurar el espacio urbano con base en el saneamiento; de esta manera se habían
iniciado una serie de medidas para ser establecidas en las ciudades: calles empedradas,
alumbradas, libres de muladares, lodazales y charcos que permitieran el libre correr de
las aguas y la fluidez del aire. Para estos gobernantes la ciudad debía ser el ser símbolo de
poder y dominio; en ella debía de prevalecer, en base en la razón: lo recto, lo simétrico, lo
uniforme, la pura armonía geométrica, como expresión de belleza.
23 Las ciudades acordes con las ideas clásicas debían de reordenarse y convertirse en lugar
de ejercicio, de función, en un espacio cómodo, limpio, funcional y útil, que dependiera de
principios, reglas racionales y que sirviera de marco al desarrollo de la actividad humana
11.
24 Con estas ideas Revillagigedo cruzó el Océano, entre vientos calmos y flojos. El 9 de agosto
de 1789 desembarcó en Veracruz. El aire fétido le llevó nuevamente a cubrirse la nariz.
Hizo el mismo recorrido que su padre, pero a diferencia de él, Juan Francisco no quería
festejos. En el Santuario de Guadalupe, recibió el bastón de mando, rezó ante la Virgen y
entró a la ciudad según dice José Gómez "en un coche inglés tirado de seis caballos muy
enjaezados con penachos de plumas en las cabezas y dos volantes por delante, muy bien
vestidos, cosa que causó mucha novedad"12.
25 Llegó a palacio y constató de nuevo la persistencia del desorden y la suciedad. Recorrió las
habitaciones, abrió el balcón de sus recuerdos infantiles y miró la plaza. Allí seguía el
mercado, los puestos de fritanga, la fuente inmunda, la ridícula columna y la horca. Sintió
115
la fetidez del beque. Miró a lo lejos y distinguió la alameda, los acueductos y el castillo de
Chapultepec. Comprobó con tristeza cómo después de tantos años la ciudad seguía siendo
un espacio de marcados contrastes.
26 Comenzaba a ordenar las cosas del gobierno cuando la ciudad se estremeció con el
asesinato de don Joaquín Dongo. El virrey dio muestras de que se iniciaba un nuevo
gobierno, hizo a un lado las fiestas, aplicó de manera expedita la justicia para castigar con
la horca a los asesinos de Dongo, midió fuerzas con el ayuntamiento y se reunió con el
intendente, la Real Audiencia, con los maestros mayores de la ciudad, del palacio y del
desagüe, con comerciantes, religiosos, mercaderes y hacendados, escuchando todos los
puntos de vista. Recorrió el casco de la ciudad y reafirmó su admiración por su
hermosura, por sus bellos edificios y sus atractivos paseos, pero al igual que años atrás, le
repugnó la suciedad y el aire malsano y corrompido que provenía de las acequias y
canales azolvados, de los montones de basura y de las calles encharcadas. De acuerdo con
lo dicho por Hipólito Villarroel consideró que este espacio era un cuerpo enfermo que
reclamaba una rápida y eficaz cura13.
Visión segunda
27 Una noche descubrió entre sus papeles un legajo que tenía por título: Discurso sobre la
policía de México, 1788. Reflexiones y apuntes sobre varios objetos que interesan la salud pública y
la policía particular de esta ciudad de México, sí se adaptasen las providencias o remedios
correspondientes. Acercó la luz al documento y fue leyendo, releyendo y anotando cada uno
de los apartados. Subrayó lo que decía sobre la forma de introducción de la carne:
"La introducción de la carne muerta en esta capital por lo abierto y mal
resguardado de ella, es un desorden que, a mi entender, ha producido muchas
enfermedades epidémicas, o que a lo menos interesa en sumo grado a la salud de su
cuantioso vecindario.
Sin detenerme en especificar la multitud de animales comestibles o privados por
inmundos, que me constan entran y se consumen indebidamente por abandono o
imposibilidad en celarlo (...) Tal condición debiera reputarse inadmisible y
absolutamente por el fatal abuso a que da margen, como lo comprueba avisar
repentinamente los guardas de las garitas, la entrada de reses hediondas y que por
la relación que mensualmente presenta el interventor que asiste en el matadero
para llevar la cuenta de las cabezas que se matan y cobrar la respectiva alcabala,
consta haber meses en que se introducen 200 o 300 bueyes con la distinción de
muertos y de enteramente podridos"14.
28 También anotó lo que se había escrito sobre los malos olores que provenían de las
zahúrdas y tocinerías, el uso de aguas puercas, malas levaduras y tequezquite en la
fabricación del pan, la escasez y mala distribución del agua, la irregularidad de las calles y
de las construcciones, la falta de un plan único en los empedrados, banquetas y niveles.
29 El virrey reflexionó y consideró que era necesario cambiar los usos y las costumbres,
hacer reglamentos e iniciar, tal como lo había hecho Carlos III en Madrid, una reforma
urbana total.
30 Cuatro meses después de su llegada mandó un oficio al corregidor de México don
Bernardo Bonavía, comunicándole que era necesario desembarazar la Plaza Mayor para
las fiestas de proclamación del nuevo rey Carlos IV. Así escribió: "Se procederá concluidas
éstas a empedrarla, como las demás de la ciudad; se quitará la enorme fuente que hay en
ella, mal colocada y desaseada, por no poderse surtir en ella el público, sino del agua del
116
pilón y se substituirán cuatro medianas en sus cuatro extremos, según el plan que he
mandado formar"15.
31 Fue el arquitecto José Damián Ortiz de Castro quien se encargó de la remodelación. El
virrey escribió a España que se habían quitado ya los puestos de la Plaza Mayor,
ubicándolos en la plaza del Volador, en donde formaron "calles con cajones portátiles de
madera y tinglados, o portales de lo mismo, que arrendados o por administración darán
mayor producto"16. Se había nivelado el piso, se pusieron banquetas y empedrados
nuevos, se quitó el muro que rodeaba el atrio de la catedral y se construyó una gradería
quedando "libre ya el público de entrar en el primer templo de la Nueva España
atravesando un desmedido cercado, tropezando con huesos y calaveras, y viendo los
cadáveres casi sobre la tierra, en la realidad insepultos"17, además se instaló la cañería que
llevaría el agua a las cuatro fuentes.
32 El 10 de diciembre de 1790, ante los asombrados ojos y el disgusto de los miembros del
ayuntamiento se comenzó a quitar la vieja pila. En los corrillos los regidores protestaban,
ponderaban la calidad de la taza de bronce enviada desde el Perú, por el notable don Luis
de Velasco. También se quitaron la horca y el busto de Fernando VI que el pueblo había
bautizado como la pirámide. La plaza resaltó su belleza y acorde con los postulados
neoclásicos se convirtió en el centro, símbolo y representación del poder. Años después
allí se colocaría la estatua ecuestre de Carlos IV.
33 Revillagigedo encontró eco a sus ideas y se identificó plenamente con el arquitecto y
maestro mayor de la ciudad don Ignacio de Castera, habló con él, se oyeron, expusieron
sus ideas, coincidieron en hacer de la ciudad una ciudad cómoda, útil, bella y funcional.
Para lograrlo acordaron poner en práctica un plan general de urbanización. Centralizaron
las obras, las desligaron del ayuntamiento, y por primera vez el espacio urbano se tomó
como un todo y se enmarcó dentro de una política urbana integral. Virrey y arquitecto se
vincularon, compartieron conocimientos y experiencias para trabajar "sin disputa, por un
método igual, con inteligencia, economía y legalidad"18. A pesar de la constante oposición
y las duras críticas de algunos miembros del cabildo, virrey y arquitecto fueron
transformando la imagen de la ciudad. Después del arreglo de la Plaza Mayor se
emprendió la reforma y limpieza del palacio, las calles se nivelaron, empedraron, se
construyeron atarjeas y banquetas, para lo cual ordenó al ayuntamiento que se formasen
cuatro cuadrillas de empedradores que fueran recorriendo las calles y arreglando los
desperfectos19. Así, escribía satisfecho, quedaron "perfectamente concluidas con tarjea,
caños, banquetas y cómodo y firme empedrado, más de siete mil varas lineales de calle, de
las que sólo había el año de noventa como dos mil con tarjea (...) de suerte que, desde el
citado año de noventa, se han hecho más de nueve mil varas de tarjeas, caños, banquetas
y empedrados"20. También se organizó el servicio de limpieza, extendiéndose hasta los
cuatro barrios indígenas y se propuso el alineamiento de calles y edificios. Conociendo el
interés del virrey, Castera le presentó un proyecto que ha sido considerado como el
primer plano regulador de la ciudad de México. En él, el maestro mayor de la ciudad, sin
modestia alguna le señala al virrey que es "tan hermoso, tan cómodo, tan útil, tan
económico, tan grande y perfecto en todas sus partes, que estaba por creer no se puede
mejorar"21 . Revillagigedo lo estudia, sabe que las dos propuestas que presenta el
arquitecto son importantes. Tanto la de continuar la alineación de las calles del centro
hasta la periferia para terminar con la irregularidad de los barrios indígenas, como la de
construir una acequia maestra que permitiera regular las aguas. Este proyecto lo
entusiasmó, le dio el visto bueno e iniciaron las obras. El ayuntamiento se opuso,
117
discutieron, fueron y vinieron. Finalmente, el virrey no tuvo más remedio que parar las
obras.
34 En estos años no sólo cambió el aspecto físico de la ciudad, sino que también se
modificaron los usos y las costumbres, se establecieron lugares y formas para tirar la
basura, para limpiar las acequias y hasta para "descargar el vientre". Se reglamentaron
los mercados, incendios, empedrados, alumbrado y sobre todo, se decretó como la
población debería de vestirse.
"La característica de la gente de estos países, que dimana de la mala crianza y ocio
que les es natural, más que de pobreza y miseria, se va reformando conocidamente
con varias providencias muy adecuadas del excelentísimo señor virrey, sostenidas
con receloso empeño por los sujetos a que corresponde, y en consecuencia no se
admiten trabajadores desnudos en las oficinas reales, como Casa de Moneda,
Aduana, Fábrica de Cigarros, ni en los salariados por la ciudad como son los
guardafároleros, guardias de mercados y paseo, y los empedradores, y también se
prohibe la entrada a gente desnuda en la casa de gallos, en la Alameda, y en las más
de las funciones particulares. Con el mismo fin, por disposiciones del excelentísimo
señor virrey, los individuos que componen las repúblicas de indios de las
particulares de San Juan y Santiago, que excepto los gobernadores, se presentan con
suma indecencia, concurren en el día a las funciones públicas aseados y decentes,
vestidos de casaca o con capa"22.
35 La ciudad había cambiado. La pensión impuesta de tres reales sobre carga de harina que
se introducía a la ciudad había permitido colocar 1.128 faroles, que para el virrey están "
colocados a distancia de cincuenta varas, unos de otros, los que desde el anochecer se
encienden, excepto las seis y ocho noches de plenilunio, y aún éstas cuando son obscuras
en tiempo de aguas y alumbran a todos hasta la una o dos de la mañana" 23.
36 Ya no había animales sueltos por las calles, un bando prohibía que los perros caminaran
sin freno, que se sacaran caballos y muías a bañar y limpiar en ellas, que los amarraran a
las paredes de las casas y sobre todo que los pararan sobre las banquetas o lozas. Además,
se prohibió que las vacas de leche y sus crías anduvieran sueltas por las calles "
especialmente de noche, alimentándose de porquería, espantando a la gente, y aun
causando desgracias con su encuentro"24.
37 El virrey abrió el balcón, contempló la plaza esplendorosa, magnífica, luciendo el
conjunto de sus edificios. Aspiró el aire, miró el paisaje y cerró la puerta. Con mano
trémula continuó escribiendo sus instrucciones para el nuevo virrey, el marqués de
Branciforte: "Párrafo 246. El abandono de la policía, en punto de limpieza en México,
había llegado al extremo de que se permitiesen andar libres en las calles las vacas y
cerdos. Todo esto se halla ya remediado..."25
38 Satisfecho, conmovido por las muestras de afecto, subió al navio que lo llevaba de regreso
a España. Mientras, en la ciudad de México, el ayuntamiento preparaba afanosamente los
documentos para sustentar la demanda que harían efectiva en el juicio de residencia.
39 Juan Vicente, cerró los ojos. Pudo oír los gritos de los vendedores, oler el aroma de las
frutas y mirar la majestuosidad de la plaza y emitió un suspiro. El 12 de mayo de 1799 en
Madrid, la puerta del palacio de los condes de Revillagigedo, situado en la calle de
Sacramento, se cubría con el pendón de duelo.
118
NOTAS
1. Sonia Lombardo de Ruiz. "El segundo conde de Revillagigedo, una semblanza a través de las
voces de su tiempo", en Sonia Lombardo de Ruiz, Lina Odena Güemes y Hector Madrid Mulia
(eds.). Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, segundo Conde de Revillagigedo, testimonio
documental. México: Gobierno de la ciudad de México, 1999, p. XXVIII.
2. Sobre la biografía del segundo conde de Revillagigedo véase Agustín Agüeros de la Portilla. El
gobierno del 2° Conde de Revillagigedo en Nueva España. Sus antecedentes y algunas consideraciones
generales. México: Talleres tipográficos de El Tiempo, 1911; Manuel Payno. El virrey Revillagigedo.
México: Editorial Vargas Rea, 1948. María Lourdes Díaz-Trechuelo López-Spinola. "Juan Vicente
de Güemes Pacheco, segundo conde de Revillagigedo" en José Antonio Calderón y Quijano. Los
virreyes de Nueva España en el reinado de Carlos IV. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos,
1972, tomo 1; Manuel Rivera Cambas. Los gobernantes de México: galería de biografías y retratos de los
virreyes, emperadores, presidentes... México: J.M. Aguilar Ortiz, 1872-1873; Artemio del Valle Arizpe.
Virreyes y virreinas de la Nueva España. México: Editorial Jus, 1947.
3. Las descripciones de la ciudad de México, de los usos y costumbres se basan en los siguientes
textos: Francisco de Ajofrín. Diario del viaje a la Nueva España (siglo XVIII). México: Instituto Cultural
Hispano Mexicano, 1964; José Manuel de Castro Santa Anna. "Diario de sucesos notables.
Comprende los años de 1752 a 1758" en Documentos para la historia de México. México: Tip. de
Vicente García Torres, 1853, tomos IV a VI; Pedro Estala. El viajero universal: la Nueva España al
finalizar el siglo XVIII. México: Bibliófilos mexicanos, 1959; Virginia González Claverán. "Un verano
en el México de Revillagigedo, 1791", Historia Mexicana, México, vol. XXXVIII, No. 2, (150),
octubre-diciembre, 1988; Juan Manuel San Vicente. "Exacta descripción de la magnífica corte
mexicana cabeza del nuevo americano mundo significada por sus esenciales partes, para el
bastante conocimiento de su grandeza...", Annales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y
Etnología, México, 3a Época, tomo V, 1913; Juan de Viera. Compendiosa narración de la ciudad de
México, prólogo y notas de Gonzalo Obregón. México: Editorial Guarania, 1952; José Antonio de
Villaseñor y Sánchez. Suplemento al teatro americano; la ciudad de México en 1755. Estudio preliminar,
edición y notas de Mario Serrera. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1980; José
Antonio de Villaseñor y Sánchez. Teatro Americano; descripción general de los reynos y provincias de la
Nueva España y sus jurisdicciones. México: Imprenta de la viuda de Joseph Bernardo de Hogal, 1746.
4. Para las descripciones de la Plaza y de los edificios se han consultado: Francisco Sedano.
Noticias de México recogidas desde el año de 1756, coordinadas, escritas de nuevo y puestas por orden
alfabético en 1800. México: Imprenta de J. Barbedillo, 1880; Ma. Rebeca Medina Yoma y Luis Alberto
Martos López. "El Parián: un siglo y medio de historia y comercio", Boletín de Monumentos
Históricos, México, INAH, No. 10, julio-setiembre, 1990.
5. Sobre el palacio virreinal se consultaron: "El palacio de los virreyes en 1779", Boletín del Archivo
General de la Nación, México, t. XXVI, No. 3, julio-septiembre, 1955; Palacio nacional. México,
Secretaría de Obras Públicas, 1976.
6. Instrucción que el virrey Revillagigedo deja a su sucesor el marqués de Las Amarillas... p. 287.
7. Emmanuel Carballo y José Luis Martínez. Páginas sobre la ciudad de México, 1469-1987. México:
Consejo de la Crónica de la ciudad de México, 1988, p. 35.
8. Antonio Rubial. La ciudad de México en el siglo XVIII. Tres crónicas. México: Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes, 1990, p. 50.
9. F. de Ajofrín. Diario del viaje a la Nueva España..., p. 64.
10. Alain Corbin. El perfume o la miasma. México: Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 107.
119
11. Sobre el urbanismo neoclásico véase: Leonardo Benevolo. The History of the City. Cambridge:
The MIT Press, 1981; Woodrow Borah. "La influencia cultural europea en la creación de los
centros hispanoamericanos", en Ensayos sobre el desarrollo urbano de México. México: SEP, 1974; "Las
ciudades latinoamericanas en el siglo XVIII, un esbozo", Revista Interamericana de Planificación, vol.
XIV, Sep.-Dic, 1980, México; Fernando Chueca Goitia. Breve historia del urbanismo. Madrid: Alianza
Editorial, 1968 y La América española en la época de las luces. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica,
1988; Emmanuel Le Roy Ladurie. "La villa classique", en Historia de la Francia urbana. Francia:
Editions du Seuil, 1981, vol. 3.; A.E.J. Morris. Historia de la forma urbana. Barcelona: Gustavo Gili,
1979; Lewis Mumford. The City in the History. Inglaterra: Penguin Books, 1961.
12. José Gómez. Diario curioso y cuaderno memorable en México durante el gobierno de Revillagigedo.
Versión paleográfica, introducción y notas Ignacio González Polo. México: Universidad Nacional
Autónoma de México, 1986, p. 329.
13. Hipólito Villarroel. Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España, en casi todos
los cuerpos de que se compone y remedos que se le deben de aplicar para su curación si se quiere que sea
útil al Rey al público. México: Editorial Miguel Ángel Porrúa, 1979. Véase también Marcela Dávalos.
De basuras inmundicias y movimientos. O de cómo se limpiaba la ciudad a finales del siglo XVIII. México:
Cien Fuegos, 1989.
14. Reflexiones y apuntes sobre la ciudad de México. Versión paleográfica, introducción y notas de
Ignacio González Polo. México: Departamento del Distrito Federal, 1984, p. 27.
15. Juicio de residencia de Revillagigedo. México, Archivo General de la Nación, T. XXII, 1933, p. 48.
16. Citado por M. Lourdes Díaz-Trechuelo. "Juan Vicente de Güemes Pacheco, segundo Conde de
Revillagigedo", Tomo 1, p. 102.
17. Ibíd., Tomo 1, p. 103.
18. AHCM, Empedrados, vol. 882, exp. 173. 1794.
19. Sobre las obras de Castera durante el gobierno del segundo conde de Revillagigedo véase
Regina Hernández Franyuti. Ignacio de Castera: Arquitecto y urbanista de la ciudad de México. México:
Instituto Mora, 1992.
20. Compendio de providencias de policía de México del Segundo Conde de Revillagigedo. Versión
paleográfica, introducción y notas por Ignacio González Polo. México: Universidad Nacional
Autónoma de México, 1983, p. 24.
21. Francisco de la Maza. "El urbanismo neoclásico de Ignacio Castera", en Anales del Instituto de
Investigaciones Estéticas. México: Universidad Nacional Autónoma de México, vol. VI, No. 22, 1954.
22. Compendio de providencias de policía..., p. 24.
23. Ibid., p. 18.
24. Ibid., p. 19.
25. Instrucción que el virrey conde de Revillagigedo dejó a su sucesor el marqués de Branciforte,
p. 86.
AUTOR
REGINA HERNÁNDEZ FRANYUTI
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
120
1 Este artículo forma parte de un estudio más amplio sobre las prisiones de Lima en el
periodo comprendido entre 1862 (cuando el gobierno de Castilla inauguró la penitenciaría
de Lima) y el final del régimen de Leguía (1930). Lo que me interesa explorar, sobre todo,
es la lógica existente detrás de las doctrinas, políticas y prácticas penales aplicadas a las
mujeres delincuentes, así como las conexiones entre ellas y las visiones predominantes de
la mujer, la feminidad y las clases bajas presentes en distintos grupos de observadores
tales como funcionarios estatales, religiosos, periodistas, criminólogos y penalistas. Como
he mostrado en otro lugar, aunque la penología positivista se había convertido en la
doctrina penal hegemónica hacia la segunda década del siglo XX, ella no afectó a todo el
sistema carcelario o a las formas en que se trataba a los criminales 1. Esto era
particularmente evidente en el caso de las mujeres. A ellas por lo general se las excluía de
los esfuerzos de los reformistas y las instituciones correccionales diseñadas para ellas (al
igual que las de los menores de edad), caían en el extremo no intervencionista del
continuum entre la intervención aguda y la indiferencia relativa, que reflejaba la forma en
que el estado enfocaba el problema del tratamiento de los criminales. Por diversas
razones (las imágenes predominantes sobre el carácter femenino, la falta de recursos, su
propia evaluación del grado de riesgo involucrado en el manejo de las prisiones
femeninas y sus concesiones a las necesidades utilitarias de las clases altas), el estado
peruano dejó en manos de las órdenes religiosas la administración de las prisiones de
mujeres y los reformatorios para niñas. El control religioso de las instituciones carcelarias
femeninas reforzó simultáneamente los estereotipos de género y fortaleció los sesgos de
clase del sistema de justicia criminal. Las prisiones de mujeres y las instituciones
correccionales para menores de edad se usaron en gran medida como una suerte de
fábrica de sirvientas domésticas: dados los rasgos estructurales del mercado laboral de
Lima y las creencias difundidas sobre los roles "propios" de las mujeres de clase baja, la
forma supuestamente natural de tratar a mujeres y menores descarriadas (por lo menos
121
para las hermanas a cargo de estas instituciones, la mayoría de las cuales eran de clase
alta) era empleándolas como sirvientas domésticas de las familias "honorables" de Lima.
2 De este modo, aunque refleja estereotipos basados en el género, el trato dado a las
mujeres en las instituciones correccionales de tipo conventual también fue configurado
por los valores culturales y sociales fundados en las distinciones de clase. A las mujeres de
clase baja se las trataba como si el entorno social, su constitución étnica y su inserción
particular en el mercado laboral las predispusiera por lo menos a un comportamiento
inmoral, cuando no a una conducta criminal. Por lo tanto, no sólo necesitaban de
sermones religiosos y buenos ejemplos mientras duraba su confinamiento, sino y sobre
todo de supervisión y control una vez liberadas. La mejor solución para satisfacer esta
necesidad era el extenso uso del servicio doméstico como la forma más apropiada de
disciplina social de mujeres y menores.
sino que desafiaba el papel convencional que se les asignaba, esto es el de ama de casa y
madre amorosa y dedicada.
5 Al igual que sus contrapartes masculinas, las mujeres de la plebe fueron el blanco de los
intentos de control y disciplina social llevados adelante por el estado, las elites y la iglesia.
Pero la cuestión de la criminalidad femenina per se no captó demasiada la atención de los
criminalistas y otros comentaristas, en parte porque los crímenes reportados y cometidos
por mujeres siempre constituyeron una pequeña fracción del total5. La criminología
positivista se introdujo en el Perú alrededor de 1890. Ella despertó el interés legal, político
y médico por el estudio del delito, aun cuando la mayoría de los criminólogos peruanos
rechazaron las explicaciones biológicas simplistas tomadas en préstamo de Lombroso 6.
Sin embargo en el Perú, el impacto de la criminología positivista sobre la percepción de
las mujeres delincuentes fue mínimo. De hecho, el interés que los criminólogos europeos
tenían por la criminalidad femenina de quienes sus homólogos peruanos tomaban
prestados temas, argumentos y metodologías, se desarrolló con cierta lentitud. En 1876,
Cesare Lombroso publicó su famoso L'uomo delinquente, el tratado fundacional de la
criminología positivista, pero fue sólo en 1893 que publicó La donna delinquente, la
prostituta, e la donna normale, un tratado sobre las mujeres criminales. Lombroso
consideraba que la constitución orgánica de la mujer era una desviación de la supuesta
normalidad -el cuerpo masculino- que según su interpretación biológica del
comportamiento humano, significaba también que ellas tenían mayor predisposición al
crimen. Enfrentado con el hecho de que aquellos delitos cometidos por mujeres
constituían apenas un pequeño porcentaje de las estadísticas criminales, Lombroso utilizó
el argumento de que todas ellas eran en realidad criminales en potencia, pero que no
todas realmente cometían crímenes. Las que sí, eran consideradas verdaderos "monstruos
", de "naturaleza" aun peor que la de un hombre que cometiese un delito equivalente.
Después de todo, proseguía Lombroso, las criminales habían cometido dos violaciones de
la normalidad, a saber, los mandatos de la ley y las normas de la feminidad 7.
6 Hasta donde he podido constatar, el libro de Lombroso fue ignorado casi por completo
por los criminólogos peruanos. Su aproximación a la criminalidad femenina como algo
biológicamente determinado, o su retrato de la mujer como potencial-mente más
inclinada al crimen que los varones, no tuvo eco entre los autores peruanos. Pero la idea
de que las criminales violaban dos leyes (las de la naturaleza y las del estado) sí fue
omnipresente. Los crímenes cometidos por una mujer, sostuvo un reportero de El
Comercio, eran "doblemente repelentes, por la naturaleza de ellos y porque han sido
realizados por individuos de un sexo que debe ser todo amor y timidez"8. Esta idea,
conjuntamente con otras nociones preestablecidas sobre las mujeres, la personalidad
femenina y las clases bajas de Lima, configuraron las políticas penales seguidas con
respecto a mujeres y menores de edad. De acuerdo a esta visión, dado su origen social, las
mujeres de clase baja tenían una mayor disposición para la criminalidad que las limeñas
de clase media y alta, era más fácil corregir a las mujeres que a los hombres, y esto se
podía lograr mediante una combinación de asistencia moral e instrucción religiosa.
Aunque el trabajo también tendría un papel en esta reforma, al igual que en el caso de los
criminales varones, éste debería ser apropiado para el sexo femenino; de este modo se
esperaba que las mujeres aprendieran labores domésticas y otras actividades que en
última instancia las preparaban para ser buenas amas de casa o, lo que era más común,
sirvientas domésticas confiables. El paquete de reforma carcelaria, tal como se aplicó a las
presas, tenía muy poco de una perspectiva moderna y científica, y mucho de los enfoques
123
tradicionales sobre la mujer. De este modo se consideraba que el modelo conventual era la
forma apropiada de manejar la reforma de las criminales, no así el régimen penitenciario.
De la cárcel al convento
7 Hacia mediados del siglo XIX, las mujeres delincuentes de Lima (tanto las procesadas como
las sentenciadas) eran confinadas en una sección especial de la cárcel de Guadalupe, la
vieja e infame prisión creada dentro del antiguo convento del mismo nombre. Aunque
casi no contamos con información sobre las reclusas de Guadalupe en este periodo, no es
difícil imaginar que sufrían condiciones similares a las de sus contrapartes masculinas
(por ejemplo: hacinamiento, abusos y carencia de privacidad, higiene y cuidado médico
elemental). Para las delincuentes de cualquier rincón del país condenadas a la pena de
penitenciaría, su destino era el Panóptico -la Penitenciaría de Lima-, donde ocupaban una
sección separada de la de los hombres. Para todas estas mujeres, el hecho de pertenecer a
una pequeña minoría dentro de prisiones dominadas por varones debe haber constituido
una penuria adicional. En la penitenciaría se las colocaba bajo el mando de una matrona y
se suponía que debían trabajar cosiendo, planchando y sobre todo lavando, no solamente
para el público sino también para todos los empleados y reclusos de la prisión 9. La sección
femenina de la penitenciaría de Lima podía albergar 52 reclusas, pero jamás funcionó a
capacidad llena. Por ejemplo, en 1877 sólo había 23 penitenciadas, en tanto que en 1881 su
número había caído a 19 (el número de varones fue de 363 y 300, respectivamente).
8 En 1871 se inauguró otra institución semioficial de confinamiento para mujeres: la Casa
Correccional del Buen Pastor. En 1869, un grupo de mujeres de clase alta reunidas en la
Sociedad San Vicente de Paul solicitó permiso al gobierno peruano para traer monjas
francesas de la congregación del Buen Pastor, que administrarían una casa correccional 10.
Esta era una congregación fundada en el siglo XVII, que se especializó en manejar
instituciones de confinamiento para mujeres. En su propuesta, las integrantes de la
sociedad imaginaban la casa como una institución en donde albergar varios tipos de
reclusas: "penitentes", esto es, aquellas "mujeres arrepentidas después de una vida
extraviada"; las "jóvenes incautas y desvalidas" que debían ser "preservadas" de la
corrupción, y las delincuentes sentenciadas a encarcelamiento por los tribunales11. Desde
el principio quedó claro que tanto las mujeres "penitentes" como las menores "desvalidas
" ingresarían a la casa ya fuera voluntaria o coercitivamente, siguiendo la voluntad de sus
maridos, padres o patrones. Las damas de San Vicente subrayaban los obstáculos que
había para la reforma de las delincuentes en las prisiones tradicionales (inapropiadas,
según ellas, para el carácter femenino), y las mayores posibilidades de regeneración que
tendrían bajo la tutela religiosa: "Sometidas a un régimen de expiación cristiana, esto es,
alentadas en su expiación por la esperanza, robustecidas por la gracia de los sacramentos,
de la palabra divina, amaestradas en el trabajo y en el vencimiento de sí mismas, podrían
ser devueltas a la sociedad, no ya como una amenaza del orden, sino cual miembros
rehabilitados, y por tanto, útiles para la vida de ese gran cuerpo moral" 12.
9 La propuesta recibió el respaldo del gobierno no obstante las opiniones contrarias a ella.
En 1871, se creó la sección peruana de la Congregación del Buen Pastor13. La primera
cohorte de hermanas llegó en agosto de 1871, procedente de la sede de la congregación en
Montreal. Cuatro meses más tarde ocuparon el ruinoso edificio de la antigua "Casa de
ejercicios espirituales" de Copacabana, en el distrito del Cercado 14. Algunos donativos
individuales, un pequeño subsidio estatal y las campañas públicas de recaudación de
124
fondos ayudaron a la congregación a iniciar sus actividades. No está claro si la casa recibía
delincuentes sentenciadas por los juzgados y tribunales, pero hay buenas razones para
pensar que sí. Años más tarde, en octubre de 1889, una resolución del ministerio de
justicia autorizó oficialmente a la municipalidad de Lima para que administrara una
cárcel de mujeres en la Casa del Buen Pastor15. De hecho, ésta fue la primera prisión
femenina de Lima.
10 De otro lado, en 1881, un pequeño número de mujeres recluidas en la penitenciaría fue
transferido a la cárcel de Guadalupe para hacer más espacio en aquella para los reclusos
varones. Diez años más tarde, todas las prisioneras de Guadalupe fueron mudadas a una
nueva prisión exclusivamente femenina, abierta en el convento de Santo Tomás. Aquí, ya
no tendrían que soportar el régimen de una prisión dominada por varones, estando más
bien sujetas a otro distinto, basado en el modelo conventual y doméstico. Las autoridades
pensaban que las convictas debían ser tratadas como hermanas o hijas descarriadas, no
como degeneradas criminales. Un régimen metódico y adecuado a su sexo -una
combinación de oración, educación, trabajo y arrepentimiento- permitiría reformarlas,
elevándolas, como diría el ministro de justicia, a una "digna altura"16. La inauguración de
la cárcel de Santo Tomás fue recibida con gran regocijo por autoridades, penalistas, la
iglesia y muchos otros sectores de la opinión pública de Lima. Según el presidente de la
Corte Superior de Lima, "a partir de esa fecha, comienza para nuestras reas una nueva era
de regeneración y de paz; al ocio en que estaban sumidas, se reemplaza con una labor
metódica y adecuada a su sexo; su existencia licenciosa y desordenada cambiase por un
vivir honesto y piadoso (…) es con las prácticas morales como se frenan los extravíos
pasionales de nuestra mujer delincuente y se inculcan en su espíritu los hábitos de orden,
laboriosidad y respeto al derecho ajeno"17.
11 De este modo, resulta evidente que las instituciones de confinamiento para las mujeres
fueron concebidas siguiendo un modelo distinto que el de los prisioneros varones. En
conformidad con los pareceres arriba señalados, se creía que la persuasión religiosa y
moral habría de tener un mayor impacto entre las mujeres, y que por lo tanto, lo que se
necesitaba era una atmósfera conventual, con hermanas en lugar de carceleras, y con
tareas apropiadas para su sexo. En los siguientes párrafos haré un rápido examen de la
evolución de ambas instituciones.
juristas a quienes les perturbaba el hecho de que dicha casa operara como centro de
detención sin supervisión oficial alguna. Por ejemplo, las quejas contra el
encarcelamiento prolongado e ilegal de mujeres, menores y criadas no podían
investigarse debido a la renuencia de las hermanas a permitir que los visitantes,
incluyendo comisiones oficiales, examinaran sus instalaciones. El Diario Judicial denunció
el uso de la casa como prisión sin autorización legal, señalando que las reclusas, tanto las
adultas como las menores de edad, eran internadas allí con nombres falsos y por razones
que incluían la venganza, el odio o la codicia20. En su memoria de 1891, el subprefecto hizo
eco de estas críticas, subrayando que alguna acción de parte de las autoridades se hacía
aún más necesaria porque las víctimas de estos abusos eran mujeres: "la mujer es un ser
débil y digno de conmiseración", dijo. Agregó que se las estaba encerrando "entre los
muros de un claustro quizás para toda la vida sin previa sentencia judicial" 21.
14 El prefecto de Lima visitó la casa en junio de 1891, en respuesta a las crecientes críticas.
En su informe sostuvo no haber encontrado una prisión para mujeres -probablemente
esperaba toparse con una cárcel típica-, pero también señaló que la madre superiora no
estuvo dispuesta a brindar información sobre el funcionamiento de la casa22. Según un
comentarista anónimo, "tenemos que el Buen Pastor viene a ser algo parecido a un
pequeño estado dentro del mismo estado. Ante sus rejas se detiene el juez, la policía, el
particular. Nadie puede penetrar dentro de sus muros si no es magdalena, colegiala o
profesa"23.
15 En 1896, el nuevo Reglamento para los establecimientos de reforma moral de mujeres establecía
que instituciones tales como la Casa del Buen Pastor debían funcionar bajo la supervisión
de las autoridades estatales, prohibiéndoles recibir mujeres convictas, las cuales debían
enviarse a la prisión de Santo Tomás, inaugurada en 1891. Sin embargo, el reglamento sí
les daba derecho a recibir mujeres adultas que voluntariamente buscasen refugio,
menores de edad confinadas para evitar los peligros que pudiera correr su honestidad, y
las mujeres casadas en espera de su divorcio, o que manifestaran estar dispuestas a
aceptar la imposición de sus maridos de recogerse en el establecimiento. Las reclusas
voluntarias podían ser liberadas, en teoría, si ellas así lo deseaban. No así las restantes,
que necesitaban de una autorización paterna o judicial. Las mujeres casadas que hubiesen
ingresado aceptando la imposición de su marido también podían ser liberadas si así lo
deseaban24. Según el prominente crítico social peruano Manuel González Prada, la Casa
del Buen
16 Pastor realmente era "una especie de Bastilla matrimonial donde algunos desalmados
consiguen inhumar vivas a sus mujeres, después de haberlas ofendido y explotado" 25.
17 En enero de 1904, el ministro de justicia ordenó que en el caso de mujeres encarceladas en
la Casa del Buen Pastor, las autoridades no debían atender ningún pedido de protección
policial. Y en fecha tan tardía como 1921, la revista del Colegio de Abogados hizo eco de
las protestas contra "las detenciones ilegales de esposas infieles o hijos [sic] rebeldes",
denunciando la casa como "un establecimiento penal que las leyes no autorizan" 26 . Una
inspección realizada por el presidente de la Corte Suprema en enero de 1921, confirmó
que allí se retenía a mujeres adultas y menores de edad sin autorización legal, enviadas
por sus maridos, hermanos o por órdenes eclesiásticas. Este funcionario solicitó al
ministro que tomara medidas en contra de estas prácticas, pero en última instancia alabó
a las monjas por cumplir abnegadamente su misión y dispensar una instrucción moral y
religiosa27. Después de 1921, al parecer, no volvió a tocarse más el tema del status legal de
la casa, pero resulta interesante constatar que en las inspecciones periódicas realizadas
126
por la recién creada inspección general de prisiones, la Casa del Buen Pastor era incluida,
a pesar de que técnicamente no era una prisión.
18 Al igual que instituciones similares en otros países, la Casa del Buen Pastor funcionaba
como una institución privada de confinamiento que usualmente violaba sus fronteras
legales. La usaban particulares y autoridades para privar de su libertad a esposas, hijas,
hermanas y criadas domésticas díscolas. Sabemos muy poco sobre el funcionamiento
interno de la casa, principalmente debido a la naturaleza semiclandestina de sus
actividades. A juzgar por los debates que rodearon su funcionamiento, esclaro que entre
las autoridades y la opinión pública sus actividades eran bastante toleradas. No obstante
las denuncias ocasionales, el estado hizo muy poco por impedir, limitar o supervisar el
funcionamiento de la casa. Los testimonios orales que he logrado reunir también indican
el uso difundido de la Casa del Buen Pastor como un lugar en donde se "domesticaba"
mujeres consideradas levantiscas, incluyendo esposas, hijas, hermanas y criadas
domésticas.
como lavandera35. Nicolasa Villegas era una planchadora mestiza y madre soltera que
vivía en un callejón con sus dos hijas. Cuando deseaba salir, siempre debía vérselas con el
problema de qué hacer con éstas. Un día las dejó atadas a una de las puertas del cuarto y
se dirigió a casa de unos amigos a divertirse y beber alcohol. Al regresar a casa se
encontró con que su hermano ya había liberado a las niñas. Él la reprendió e incluso
amenazó con pegarle, pero ella huyó y fue a llamar a un policía. Al regresar encontró que
su hermano había partido. Furiosa y ansiosa por averiguar quién había comunicado a su
hermano la situación, terminó abusando de sus hijas. El parte policial se refiere a ella
como "conocida huésped de los calabozos de esa intendencia", tildándola de "reincidente"
, "incorregible" y "desnaturalizada". Fue sentenciada a tres meses de arresto en Santo
Tomás36. Otra ocupante de esta cárcel fue Enma Villega, una costurera soltera de 25 años,
acusada de haber planeado un robo efectuado por su hermano Alejandro y Eugenio
Naudad, un cerrajero. Naudad hizo una llave que permitió a Alejandro ingresar a la
residencia del señor Bolognesi, el cónsul italiano, donde Agustina supuestamente
trabajaba como sirvienta bajo un nombre falso. Naudad inicial-mente dudó en aceptar la
propuesta de Alejandro, pero finalmente, debido a una enfermedad, la aceptó a pesar de
estar "en completa oposición con mis sentimientos y creencias morales". Según la policía,
los antecedentes de Agustina eran "de lo peor; está retratada y medida desde la edad de
17 años por robo, y su padre el asiático Afon, también es ladrón". Aunque Enma negó
todos los cargos, incluyendo el de ser hermana de Alejandro, se la condenó a 52 meses de
prisión37. Zoila Escardó, "Pata de Yuca", fue enviada a Santo Tomás por conducta
escandalosa, ebriedad, prostitución ilegal, insultar a un oficial de policía e irse sin pagar
un taxi. Norberta Rivera, "La Monjita", era considerada una "ratera incorregible". Ambas
fueron acusadas de cometer toda clase de atropellos contra el patrimonio y la moral.
Norberta ingresó a la Escuela Correccional de Santo Tomás en mayo de 1928, regresando
posteriormente otras tres veces, y en las tres ocasiones fue transferida al asilo mental por
considerársele sumamente peligrosa38.
22 Como vemos, tanto por las estadísticas como por unos cuantos esbozos biográficos, la
prisión de Santo Tomás albergó una amplia variedad de malhechoras: criminales de poca
monta, borrachas y asesinas, sentenciadas y no sentenciadas, limeñas y provincianas,
solteras y casadas. Se las mantenían juntas simplemente porque todas eran mujeres, sin
importar sus antecedentes criminales o su status legal. La difundida idea de que todas las
criminales podían ser tratadas con una terapia única -el modelo conventual se
consideraba ideal para formar una personalidad auténticamente femenina- quedaba
subrayada por el hecho de que la mezcla de distintos tipos de criminales en Santo Tomás
no provocaba las mismas críticas que generaba una situación similar en la cárcel de
Guadalupe. Esta forma de considerar el tratamiento de las mujeres fue compartida casi
unánimemente por criminólogos y penólogos, quienes no lograban advertir la diversidad
de situaciones implicadas bajo la etiqueta de mujer criminal.
23 Dentro del convento de Santo Tomás también se abrió una escuela correccional para
menores, para internar muchachas que hubiesen cometido delitos menores como robo, la
práctica de juegos de azar, prostitución, vagancia o mendicidad; muchachas que no tenían
domicilio, o aquellas enviadas allí por un plazo mínimo de dos años por su
insubordinación frecuente contra padres, guardadores o patrones39. Hacia 1898, había 32
pupilas en la escuela. Unos años más tarde la cifra era bastante más alta: ciento cincuenta
en 1902 y doscientas en 190940. En 1929, un total de 355 pupilas fueron enviadas a pasar
algún tiempo allí, aunque para finales de ese año quedaban 154. Se consideraba que 248
128
de ellas eran analfabetas. Resulta bastante revelador que las sirvientas domésticas
conformaban la mayoría: 211 sostuvieron que esa era su ocupación, en tanto que 135 no
declararon ninguna (un dato que, posiblemente, esconde también un cierto número de
sirvientas)41. Según la madre superiora, el trato de estas muchachas consistía en una
combinación de métodos divinos y humanos. Las pupilas pasaban la mitad del día orando
y recibiendo educación moral, y el resto trabajando. Las hermanas intentaban
convencerlas de que no existiendo nada imposible para Dios, ellas podrían llegar a ser
mujeres virtuosas"42.
24 Las mujeres de Santo Tomás trabajaban en oficios considerados "propios" de su sexo,
sobre todo en la costura y el lavado, que eran considerados indispensables en toda mujer
para el gobierno del hogar doméstico. Los trabajos domésticos dentro de la prisión
(limpieza y cocina) se efectuaban en forma rotativa43. Las menores de edad eran puestas a
trabajar en actividades lucrativas para la prisión, como la fabricación de cigarrillos y cajas
de cartón44.
25 La mayoría de los visitantes elogiaba la cárcel de Santo Tomás por su orden y disciplina.
Por ejemplo, en 1919 un reportero escribió que por contraste con lo que sucede con la
vida de los presos en la cárcel de Guadalupe, la de las presas es completamente tranquila,
ordenada y obediente. Quizás sí influyen en esta transformación, aparte de la natural
mansedumbre del carácter femenino, el buen ejemplo y los consejos, que las inducen al
arrepentimiento45. Afirmaciones similares fueron hechas por autoridades como el
presidente de la Corte Superior de Lima, para quien Santo Tomás era la única prisión de la
ciudad que merecía ser elogiada: "En ella todo brilla por su limpieza; no se escucha a
nadie que levante la voz; no se recibe jamás quejas contra los vigilantes, ni por su trato ni
por la alimentación, nunca se ha consignado en sus libros una evasión o siquiera intento
de ella y, antes bien, se repite con frecuencia el caso de que algunas rematadas no quieren
dejar la casa, después de cumplida su condena"46. Las Memorias de la madre superiora
siempre refieren el buen orden, la obediencia y disciplina tanto dentro de la prisión como
de la correccional47. Sin embargo, detrás de este discurso auto-congratulatorio y a p'esar
de toda la retórica sobre la naturaleza femenina y su supuesta sumisión ante los consejos
y la persuasión moral, detectamos un omnipresente pesimismo con respecto a la
posibilidad de reforma de las internas, en particular de las jóvenes. En muchos casos las
hermanas se rehusaban a aceptar el pedido hecho por padres o tutores para la liberación
de sus pupilas, argumentando que no estaban del todo readaptadas y advirtiendo los
peligros que habrían de enfrentar en el mundo. Por ejemplo, este fue el caso de Juan
Vargas, quien luego de cumplidos los dos años de internamiento de su pupila -a quien
puso allí- por ser incorregible en ciertas malas costumbres, pensó que era hora de tenerla
de vuelta. Las hermanas no estuvieron de acuerdo porque ella sólo estaba "medianamente
regenerada", aunque finalmente la liberaron porque estaba enferma. Un caso similar
ocurrió en 1925. Mientras que Santiago Villar pensaba que su hija ya estaba readaptada a
la sociedad, la madre superiora sostuvo que ella "observa mala conducta y tiene
inclinaciones al vicio"48.
26 El difundido estereotipo sobre el carácter más dulce de las mujeres y la concomitante
facilidad para reformar a las mujeres delincuentes quedaba evidentemente superado por
unos prejuicios mucho más profundos contra los estilos de vida y los patrones de
socialización de las clases bajas, que afectaban tanto a las mujeres como a los hombres. La
madre superiora de Santo Tomás lo expresó con claridad: "Es casi seguro que si se les abre
las puertas del asilo para que recuperen su absoluta libertad de acción volverán a los
129
mismos lugares, a las mismas compañías perniciosas, a seguir sus antiguos hábitos y tal
vez con mayor violencia a causa de la clausura en que han estado"49. Esta afirmación
pesimista ciertamente, no estaba relacionada con el género de las potenciales
delincuentes, sino con su pertenencia a un medio social que, tal como la madre superiora
lo veía, favorecía las conductas criminales. Este pesimismo se nutría del hecho puro y
simple de que las hermanas y las reclusas pertenecían a mundos completamente
opuestos, no sólo en términos de su moralidad, sino sobre todo de su entorno social. Salvo
por unas cuantas excepciones, las reclusas -tanto las criminales como las pupilas- eran
mujeres y niñas generalmente pobres, indígenas y sin educación alguna, a las cuales las
hermanas veían como material y mujeres moralmente empobrecidas. Estas últimas, en
palabras de la madre superiora, "aunque humildes religiosas, no somos mujeres venidas
de las más bajas capas sociales. A Dios gracias todas en general, pues así lo ordenan
nuestras reglas, somos de familias muy honestas y de cierta posición social y con la
suficiente educación para hacer el papel que toda mujer honesta debe desempeñar en
sociedad"50. Según un periodista, la mayoría de las hermanas que administraban la prisión
de Santo Tomás eran distinguidas damas limeñas51.
27 Más allá de cualquier buena intención de parte de las hermanas, esta situación por sí sola
creaba una atmósfera de subordinación y control jerárquico que semejaba estrechamente
la relación existente entre patrones y criadas domésticas. De hecho, la comparación no es
simplemente retórica: al igual que el Buen Pastor, Santo Tomás parece haber sido una
institución para la preparación de criadas que, al ser liberadas, trabajarían para familias
limeñas como aquellas a las cuales las hermanas estaban tan orgullosas de pertenecer. La
mayoría de las pupilas de la casa correccional no habían sido encerradas por sus familias,
ni volvían a ellas después de pasar algún tiempo en la correccional. La mayoría eran
sirvientas que estaban siendo disciplinadas por sus patrones, o muchachas que iban a ser
empleadas como tales luego de su liberación. Muchas también eran enviadas a la
correccional por el juez de menores para su retención hasta que la sociedad de patronato
les encontrara empleo con una familia decente52. He encontrado numerosos avisos de
liberación, sobre todo para finales de la década de 1920, en los cuales se informa que una
exinterna ha sido colocada como doméstica en casa de una familia decente53. La sociedad
de patronato, una institución creada para asegurarse de que se respetaran los derechos de
los detenidos y detenidas y de que recibieran un trato humanitario, prometían supervisar
cuidadosamente el comportamiento de las criadas en sus nuevos empleos. Esta promesa
de vigilancia subraya la incertidumbre acerca de la regeneración de las pupilas, pero
asimismo revela que la preocupación principal era su conducta apropiada y no su
bienestar: otro indicio de que lo que más importaba era que las alumnas se convirtieran
en criadas que realizaran sus tareas con toda corrección. El maltrato de las sirvientas, un
rasgo omnipresente en este tipo de relación, no parece haber preocupado a las hermanas
o a los integrantes de la sociedad de patronato54.
Conclusiones
28 La conexión entre género y castigo presentan interesantes perspectivas desde las cuales
analizar el papel de las prisiones en la sociedad peruana. A partir de la información arriba
presentada, es claro que el estado no deseaba ocuparse de la reforma de las mujeres
delincuentes, un problema que para los funcionarios era más apropiado dejar en manos
de congregaciones religiosas. Consideradas a la vez menos peligrosas -no necesitando por
130
NOTAS
1. Carlos Aguirre. Tombs of the Living. Prisons and Prison Reform in Modernizing Peru, 1860-1930 (en
prensa).
2. Para la naturaleza difundida de estas creencias en otras partes de América Latina véase María
S. Zárate. "Vicious Women, Virtuous Women: The Female Delinquent and the Correctional House
of Santiago de Chile, 1860 to 1900", en Ricardo D. Salvatore y Carlos Aguirre (eds.). The Birth of the
Peni-tentiary in Latin America. Essays in Criminology, Prison Rcform, and Social Control. Austin:
University of Texas Press, 1996; Lila M. Caimari. "Whose Criminals are These? Church, State, and
131
Patronatos and the Rehabilitation of Female Convicts (Buenos Aires, 1890-1940)", The Americas,
54, 2, 1997; Nicole Rafter. Partial justice. Women, Prisons, and Social Control. New Brunswick: Transac-
tion Publishers, 2a edition, 1990.
3. Laura Miller. "La mujer obrera en Lima", en Miller et. al., Lima obrera, 1900-1930, Vol. II. Lima:
Ediciones El Virrey, 1987; María Emma Mannarelli. Limpias y modernas. Género, higiene y cultura en
la Lima del novecientos. Lima: Ediciones Flora Tristán, 1999.
4. Deborah Poole. "A One-Eyed Gaze: Gender in 19th Century Illustration of Peru", Dialectical
Anthropology, 1987, 13: 345.
5. La excepción era la prostitución, que sí recibió bastante atención de parte de higienistas y
criminólogos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, no obstante no constituir técnicamente
un "delito". En forma algo congruente con la noción de que las mujeres no eran criminales "
pervertidas", las prostitutas eran presentadas como víctimas de la desventura, la ignorancia, la
falta de trabajo femenino y la explotación por parte de proxenetas. Los observadores por lo
general subrayaban la necesidad de controlar y reglamentar la prostitución, no así su
erradicación. Según Dávalos y Lissón, la mayoría de las prostitutas peruanas eran blancas,
inteligentes y renuentes a los vicios, el alcohol y el tabaco. La mitad de ellas trabajaban para
mantener sus familias. No eran ladronas y sí personas sumamente religiosas. Las prostitutas de
clase baja eran víctimas del maltrato y el abuso de parte de los proxenetas (pp. 9-10). Pedro
Dávalos y Lissón. La prostitución en la ciudad de Lima. Lima: Imprenta La Industria, 1909. Véase
también F. Merkel. Reglamentación de la prostitución en Lima. Lima: Librería e Imprenta Gil, 1908,
pp. 16-19.
6. Véase Carlos Aguirre. "Delito, raza y cultura. El desarrollo de la criminología en el Perú,
1890-1930", Diálogos en Historia (Lima) 2000, No. 2, 179-206.
7. Lucia Zedner. Women, Crime, and Custody in Victorian England. Oxford: Clarendon Press, 1991, pp.
80-83; David G. Horn, "This Norm Which is Not One: Reading the Female Body in Lombroso's
Criminology", en Jennifer Terry y Jacqueline Urla (eds.). Deviant Bodies. Critical Perpectives on
Difference in Science and Popular Culture. Bloomington: Indiana University Press, 1995; Ann-Louise
Shapiro. Breaking the Codes. Female Crimínality in Fin-de-Siecle París. Stanford: Stanford University
Press, 1996.
8. "En la cárcel de mujeres", El Comercio, 22 de diciembre de 1901.
9. Mariano Felipe Paz Soldán. Reglamento para el servicio interior de la penitenciaría de Lima. Lima:
Imprenta de José Masías, 1863, arts. 95 y 262.
10. Los orígenes de esta congregación francesa se remontan al siglo XVII, cuando se fundó la
orden de nuestra señora del refugio. Los artículos ya citados de Zarate y Caimari estudian
instituciones similares en Chile y Argentina.
11. Anales de las Religiosas de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor de Angers en Lima, 1871 a
1900. Lima: Imprenta de El Lucero, 1903.
12. Anales de las Religiosas, pp. 12-13.
13. José Gregorio Paz Soldán, fiscal general del Perú, sostuvo que la reclusión de delincuentes
sentenciadas en la Casa del Buen Pastor no era propia de este tipo de instituciones, y que no era
necesario traer monjas para fundar casas correccionales. Por más "laudable y caritativo" que
fuese su fin, solicitaba al gobierno que rechazara la petición. Alfredo Gastón. Compilación de las
vistas fiscales que en materia judicial y administrativa se han expedido en el Perú, desde el año 1840 hasta
1871 por los doctores don José Gregorio Paz Soldán y don Manuel Toribio Ureta. Lima: Imprenta del
Estado, 1873, Vol. I, pp. 403-406. La propuesta fue aprobada por el presidente Balta el 7 de
septiembre de 1870. Véase también Manuel Tovar, "El Instituto del Buen Pastor", en Obras del
ilustrísimo y reverendísimo doctor don Manuel Tovar, Arzobispo de Lima. Lima: Imprenta y Librería de
San Pedro, Vol. II, 1905, p. 293. Para el arzobispo Tovar, las mujeres "pecadoras" irían a la Casa "a
buscar, en los consuelos de la penitencia cristiana, la sublime rehabilitación que halló Magdalena,
la pecadora del Evangelio, a los pies de Jesucristo". La casa sería un "monumento vivo a la moral
132
pública, una escuela para la mujer, y un lugar de noble expiación para las desgraciadas víctimas
de la seducción del mundo".
14. Anales de las religiosas, p. 20.
15. El Derecho, Vol. IV, 17 de octubre de 1889.
16. Memoria presentada por el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción al Congreso Ordinario de 1897.
Lima: Imprenta La Industria, 1897, p. 27.
17. "Memoria leída por el presidente de la ilustrísima Corte Superior de Lima en la ceremonia de
apertura del año judicial de 1897", en Memoria… de Justicia, op. cit, p. 27. También hubo quienes
expresaron su escepticismo (véase, por ejemplo, El Diario Judicial, II, 311, 30 de mayo de 1891, "La
cárcel para mujeres", y El Diario Judicial, II, 452, 19 de noviembre de 1891, "Cárcel para mujeres").
Aunque los argumentos contrarios a la cárcel de Santo Tomás presentados por este diario no son
particularmente consistentes -ellos giraban en torno a los obstáculos presentes para desplazar
físicamente los prisioneros de ambos sexos que eran juzgados por los mismos crímenes-, sí
reflejaban la oposición existente entre ciertos abogados a la idea de que las mujeres necesitasen
de instituciones especiales y regímenes carcelarios distintos que los varones.
18. Memoria…, pp. 43-45.
19. "Síntesis histórica de la Congregación del Buen Pastor en el Perú", manuscrito anónimo, p. 7.
Este manuscrito, junto con una copia de los Anales, fueron los únicos documentos que una
hermana me mostró durante mi visita a la Casa del Buen Pastor en Barrios Altos, Lima, en 1994.
20. "Indicaciones oportunas", El Diario judicial, II, 316, 5 de junio de 1891.
21. Memoria que presenta a la prefectura del departamento el subprefecto e intendente de policía del
cercado de la provincia, durante la administración comprendida desde el 13 de octubre de 1890 al 30 de
junio de 1891. Lima, junio de 1891, Pedro E. Muñiz, Biblioteca Nacional, D4530.
22. El Diario Judicial respondió que ciertamente no era una prisión, pero que las mujeres eran
enviadas allí por las autoridades como una forma de castigo. "Instituto del Buen Pastor", El Diario
Judicial, II, 328, 19 de junio de 1891.
23. "Visita general de cárceles", El Diario Judicial, II, 491, 9 de enero de 1892. Véase también "El
buen pastor", El Diario Judicial, II, 406, 26 de septiembre de 1891, y con el mismo título, El Diario
Judicial, II, 459, 27 de noviembre de 1891.
24. "Reglamento para los establecimientos de reforma moral de mujeres", 12 de noviembre de
1896, en Memoria presentada por el Ministro de Justicia, 1897, pp. 131-133.
25. Manuel González Prada. Horas de Lucha. 2a edición. Callao: Tipografía Luz, 192, p. 252.
26. "El Buen Pastor", Revista del Foro, Vol. VIII, 1921, pp. 4-6.
27. "Inspección ocular en el Buen Pastor", Revista del Foro, Vol. VIII, 1921, pp. 14-15.
28. Convertir antiguos conventos en cárceles de mujeres fue también una práctica común en la
Europa del siglo XIX. Lucia Zedner ha señalado que "dado el énfasis colocado en la redención
individual y la reforma moral de las prisioneras, los conventos (…) ofrecían una atmósfera mucho
más favorable que el ambiente austero de muchas antiguas prisiones masculinas". Zedner. "
Wayward Sisters: The Prison for Women", en Norval Morris y David Rothman (eds.). The Oxford
History of the Prison. The Practice of Punish-ment in Western Society. Nueva York: Oxford University
Press, 1995, pp. 329-362, la cita en la p. 340.
29. Por ejemplo, varias mujeres fueron enviadas a Santo Tomás un día de agosto de 1915, una por
golpear a otra mujer, tres por embriaguez y conducta escandalosa, y otra por insolencia con un
policía (El Comercio, 2 de agosto de 1915). El 10 de julio de 1900, María Luisa Echevaster y Florencia
Sánchez fueron enviadas a Santo Tomás "por fomentar graves escándalos en la vía pública". Unos
cuantos días más tarde, otra mujer desconocida fue enviada a la misma cárcel, al habérsele
hallado "en la vía pública en completo estado de beodez". Véase AGN, Prefectura de Lima, Serie
3.9, Legajo 16.12.
30. "En la cárcel de mujeres", El Comercio, 22 de diciembre de 1901.
31. "Un a visita a la cárcel de Santo Tomás", El Comercio, 16 de noviembre de 1919.
133
32. "Reglamento provisional de la cárcel central de Santo Tomás", en Memoria presentada por el
ministro de justicia, Culto, Instrucción y Beneficencia al congreso ordinario de 1892. Lima: Imprenta
Torres Aguirre, 1892. Como siempre, debemos guardar cierto escepticismo con respecto a la
implementación efectiva de tal régimen.
33. Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima, Cárceles.
34. "Memoria de la cárcel y escuela correccional de mujeres, correspondiente al año de 1928", en
AGN, ministerio de justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.1.
35. AGN, RPJ, Causas Criminales, Leg. 679, "Criminal de oficio contra Agustina Pérez por robo", 6
de diciembre de 1899.
36. AGN, RPJ, Causas Criminales, Leg. 680, "Criminal de oficio contra Nicolasa Villegas por
lesiones", 28 de diciembre de 1899.
37. AGN, Archivo Intermedio, Expedientes criminales, "Criminal de oficio contra Alejandro
Sevilla y 3 más, ausentes, por robo", 5 de octubre de 1907.
38. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.7.2, 9 de octubre de 1931.
39. "Escuela Correccional de Mujeres. Reglamento", El Derecho, diciembre de 1899, pp. 788-789.
40. Véanse varios números de El Comercio, 1 de enero de 1898, 15 de enero de 1902, 14 de enero de
1909, 15 de enero de 1911.
41. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.2.
42. "Memoria de la directora de la escuela correccional de mujeres".
43. AGN, ministerio de justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.2, "Memoria de la escuela correccional de
mujeres, 19 de Diciembre de 1929".
44. En 1904, al introducirse nuevas máquinas a las fábricas de cigarrillos de Lima, las autoridades
de la escuela expresaron su preocupación por el efecto devastador que ello tendría sobre su
economía. Después de una serie de consultas se decidió que las internas de la escuela debían
trabajar en el tejido de seda y algodón. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.2.1.1.0, 23 de
enero de 1904.
45. "Una visita a la cárcel de Santo Tomás", El Comercio, 16 de noviembre de 1919.
46. "Memoria del presidente de la Corte Superior de Lima en la apertura del año judicial de 1918",
en Memoria que el ministro de justicia… presenta al congreso ordinario de 1918. Lima: Oficina
Tipográfica de la Opinión Nacional, 1918, p. 37.
47. La escritora Ángela Ramos, quien se convirtió en una activista en favor de los presos y presas
de Lima, veía este orden como algo más bien intimidante: "Él ingreso a este lugar, provoca una
sensación de miedo. Una amplia sala, decorada de rojo, un estrado en alto y sobre una mesa,
Cristo. Sillas a ambos lados. Completa apariencia de tribunal. Por un instante la imaginación
nuestra reconstruyó una escena de la inquisición". La Crónica, 6 de enero de 1928. Irónicamente -o
tal vez no tanto-, ella terminó encarcelada en Santo Tomás en 1931 por sus actividades políticas.
48. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.2.1.1.0, 7 de mayo de 1900; AGN, Ministerio de Justicia,
Legajo 3.20.3.1.12.3.1, 6 de abril de 1925.
49. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.2.1.1.0, 4 de abril de 1900.
50. Sor Dolores, superior, al director general de prisiones, 2 de septiembre de 1930. AGN,
Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.1. Esta afirmación fue hecha en una respuesta de la
madre superiora a los cargos de haber torturado una prisionera política.
51. "En la cárcel de mujeres", El Comercio, 22 de diciembre de 1901.
52. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.1.
53. AGN, Ministerio de Justicia, Legajos 3.20.3.1.12.3.1, 3.20.3.1.12.3.2, y 3.20.3.1.12.3.3.
54. AGN, Ministerio de Justicia, Legajo 3.20.3.1.12.3.2, "Memoria de la directora de la escuela
correccional de mujeres", 3 de mayo de 1932. Para el trato dado a los sirvientes domésticos en
Lima durante los siglos XIX y XX, véase Alberto Flores Galindo. "República sin ciudadanos", en
Buscando un inca. Lima: Editorial Horizonte, 1988; Carlos Aguirre, "Patrones, esclavos, y sirvientes
domésticos en Lima, 1800-1860", en Pilar Gonzalbo y Cecilia Rabell (eds.). Familia y vida privada en
134
la historia de Iberoamérica. México: El Colegio de México, 1996; y Laura Miller, "La mujer obrera",
pp. 85-90.
55. Laura Miller, "La mujer obrera".
NOTAS FINALES
*. Traducción de Javier Flores Espinoza.
AUTOR
CARLOS AGUIRRE
Universidad de Oregon
135
El argumento de la notoria
desigualdad en la relación de pareja
(Lima y Quito, siglos XVII y XVIII)
Bernard Lavallé
1 Quien haya trabajado sobre los problemas de la familia y las relaciones de pareja durante
la época colonial debe haberse topado con la cuestión de la notoria desigualdad. A partir
de situaciones de varios tipos encontradas a lo largo de los siglos XVII y XVIII en dos
centros urbanos del virreinato peruano, esto es Lima y Quito, quisiéramos analizar en qué
contextos surgía este problema, qué significado(s) podía tener según se tratara de los
afectados, los denunciantes o el entorno social. En fin, cuáles eran sus verdaderos
alcances y qué carga social implicaba realmente.
de virtud conosida, cuando María era sencillamente una mujer de color samba". En su
alegato, Juan de Rivera y Palos desarrollaba diferentes argumentos, entre otros el hecho
de que se deducía de las afirmaciones de Ana María que él se habría comprometido en
vida de su primera esposa, lo cual anulaba ipso jacto esos supuestos esponsales. Pero sobre
todo, el soldado construía su defensa alrededor de lo siguiente: "Tampoco es de creer que
un hombre español diese palabra de casamiento a una mulata vieja y fea, que ni era
donzella ni tenía caudal, con que se dexa entender que no pudo llevarme ynterés ninguno
para obligarme a la palabra que supone averie dado" (A.A.L., Esponsales -en adelante Esp.–
8).
13 Citemos otro ejemplo, que involucra también a un soldado. Juana de Dios Palacios, que
decía ser zamba libre, se presentó ante el tribunal eclesiástico para oponerse al
casamiento con otra mujer de Agustín Lozano, nacido en España. Después de una relación
de cuatro meses, éste no quería cumplir su promesa con ella. Juana de Dios escribía "no he
podido conseguir más contestación suya que irme entreteniendo de mes en mes", hasta
que se enteró de que se quería casar con Josefa Andrade, la cual no era sino mestiza…
Agustín Lozano contestó que, si tuvo relaciones con su denunciadora, de manera evidente
no podía haberle dado su palabra. En los comienzos de la causa se había mantenido con
cierta reserva pero, ante la insistencia de la zamba, había decidido cambiar su actitud y
plantear las cosas claramente: "A la referida esclava no he querido, a fuerza de hombre de
vien, molestarla en sus defectos, pero ya con la causa injusta de tenerme los insponsales,
me hes forzoso, con testigos de honrada conducta, calificar mi hombría de vien y
justificar real y honradamente de todo lo que expone" (1789, A.A.L., Esp. 10). Juana de Dios
no era libre como pretendía, sino "esclava jornalera" de una monja de Santa Catalina, lo
cual ella no pudo negar. Además, cuando Agustín la había conocido, bien sabía él que se
trataba de "una mujer corriente y con dos hijos". De todas maneras, el estatuto militar
prohibía a los soldados casarse con persona "que no era libre y de igual color". En fin de
cuentas, la demanda de Juana de Dios fue desestimada (1789, A.A.L., Esp. 10).
14 Otro pleito interesante, en 1715, es el de Fernando de la Cámara y Campo con Josefa Vélez.
Él era español, de la provincia de Burgos, noble, hidalgo y caballero notorio de solar
conocido, residente en Huaraz donde su tío era corregidor. Pertenecía, pues, a la élite
local. Ella afirmaba que, para "tener acto ilícito", don Fernando la había sacado de su casa
con ayudas de terceros y le había prometido el casamiento ante un crucifijo. Él daba, por
supuesto, otra versión: hacía cinco años, con añagazas y recibimientos en su propia
morada, la familia de la joven le había en alguna manera entrampado, ofreciéndole toda
clase de complicidades en la casa de una parienta: "Biendo campo abierto, empesé desde
este día a manifestar afectuosos rendimientos a la susodicha quien recíprocamente
correspondió […] obligado mi afecto con las amorosas carisisas que se me yso la suso
dicha, por gusto de ambos ubimos de executar lo que se biene a la vista cuan es obligado
del deseo un hombre con las propias dilixencias de una mujer" (A.A.L., Causas criminales de
matrimonio, 6).
15 Ahora se oponía Josefa a los proyectos matrimoniales de Fernando con la hija de un
capitán. En diferentes declaraciones, el demandado insistió sobre la notoria desigualdad
entre él y Josefa: "…pues cuando no militara la rasón de aberme solicitado ella a su
amistad, siendo acsión ympropia en una muger, presidía la rasón de la desigualdad tan
notoria que ay de mis obligaciones a las suias" (A.A.L., Causas criminales de matrimonio, 6).
Corría en efecto el rumor de que Josefa era hija de un cura de la región de Huaylas, habida
en una miserable mestiza que tenía otros dos hijos de padres diferentes... Tales argumentos
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hijo sin estar casada y la otra, también soltera, estaba encinta, razones por las cuales
Esteban no se juzgaba en nada inferior a la familia de su amada (A.A.L., Esp. 8).
21 Las personas agraviadas por la denuncia de la desigualdad no solían aceptar sin
reaccionar lo que se les imputaba. En 1776, María Asención Ninavilca y Pizarro, "india
noble", se presentó ante el tribunal en nombre de su hija Toribia Landaburu, "hija de un
español y de una india noble, participantes de todos los privilegios que Su Magestad
concede a la Nación". Toribia había celebrado esponsales con Marcos Fernández, pero el
cuñado de éste, un oficial del ejército, se oponía a tal unión con el pretexto de que Marcos
"se rrebajaba y malograba". Denunciando el hecho de que se hablase de Toribia como de "
una china", María Asención replicaba con orgullo: "Yo soy una india pura de estirpe noble
de caciques, como es notorio y podré probarlo instantáneamente, y el padre de mi hija es
don Miguel de Landaburu, conocido hombre de honor y decorado con empleo de
distinción". En cuanto a los familiares de Marcos Fernández, la madre de Toribia insitía en
que no tenía motivos para tener tantas y tales presunciones, pues eran adulterinos y se
habían criado en un callejón "en consorcio con prostitutas, dando el mal ejemplo a sus
hijas" (A.A.L, Esp. 10).
22 Si bien, casi siempre, mediante presiones o convencimientos de varias índoles, las familias
conseguían acabar con las relaciones sentimentales de sus hijas, hijos o parientes
enamorados de personas "desiguales", también podía pasar que, a pesar de todo, llegase a
triunfar el amor. En 1777, Valeriana de Mendieta, a la que su familia, del barrio de Santa
Ana, presentaba como española, se quiso casar con Narciso Garriga, supuestamente
zambo y quizás todavía esclavo. Cuando la familia de ella se enteró, se armó un revuelo
terrible. Una de sus hermanas que se iba a casar con "un europeo" estaba a punto de
perder esa oportunidad porque el futuro cuñado se negaba a cumplir "siendo el
pretendiente de la primera hija un hombre sambo y esclavo o le parecía, que la otra
quedaba inepta por esta acción en fuerza de la infamia que les irrogaba a los suios aunque
gente pobre". A pesar de las presiones y del encierro en el beaterío, como solía suceder en
tales situaciones, Valeriana se mantuvo firme. En una carta vibrante de amor y dignidad
escribió al tribunal eclesiástico diciéndole que no cedería jamás, aunque conocía
perfectamente la situación de su amado:
23 "Es Narciso del maior desagrado de mi madre, pero para mí el más apto y a propósito para
la unión y alianza matrimonial, porque además de la conformidad de voluntades, la tiene
en el manejo de sus acciones con las mías, cuio genio es al mío mui semejante y
aviéndonos unido por esta similitud y entregádole mi honor bajo palabra de matrimonio y
estando grávida, le reconvine a su cumplimiento a que se allanó.
24 Yo no ignoro que mi marido fue esclavo y que no tiene carta de libertad, pero estoy cierta
de su libertad y aun quando permaneciera en esta condición, siendo yo sabido-ra de ella y
siendo gustosa, no se me infería ningún agravio, pues no soi hija de padres ilustres que
ayan de perjudicar a mis deudos en el contrato" (A.A.L., Esp. 10).
25 Más allá de los prejuicios étnicos, estos expedientes son también interesantes en la
medida en que, tomando en cuenta la mediatización de los alegatos por la pluma de los
abogados, surge sin embargo en ellos la voz de mujeres que, a pesar de todo trataban,
desde una situación con muchos puntos difíciles, de conseguir que se escuchase lo que
consideraban como su derecho. Si bien no es posible cuantificar los resultados de tales
trámites, esas demandas de mujeres no dejan de ser significativas, entre otras cosas por lo
siguiente. Les parecía que ya las diferencias, inclusive étnicas, podían ser superadas, lo
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étnico. Tan sólo un poco más de uno de cada tres corresponde a tal esquema, siendo los
demás de naturaleza claramente social o económica. Entre los que de una u otra forma
giraban en torno a lo étnico, pocas veces se puede notar una diferencia abismal entre la
situación racial -y al parecer también económica- de los dos jóvenes. Posiblemente, este
tipo de situaciones afectaba menos a las familias más encumbradas o quizás -y con más
seguridad- ellas sabían agenciarse para que tales problemas, para ellas molestos y hasta
bochornosos, de manera que no trascendieran cuando se daban. En ese tipo de pleitos,
hemos encontrado tan sólo dos casos de familias de hacendados, palabra que, como se
sabe, encubría además realidades socioeconómicas muy variadas.
30 El primero, en 1784, fue el de don Pedro Hidalgo Tapia y doña María Herrera y Campusano
residentes en Guayaquil pero con propiedades en Malacatos, provincia de Loja. Se
negaban a que su hijo Custodio, de apenas dieciseis años, se casara con Francisca Ribera "
(que lo tuvimos sugeto a nuestro dominio, sin que éste se deslisase a ningún desorden
hasta la edad que tiene, en que por provocaciones de la referida pretendiente, o por
seducción de sus padres, pudo haber caído con ella)". Francisca hacía hincapié en que
Custodio le había prometido el casamiento, con las consecuencias que se imaginan, y que
la oposición familiar provenía meramente de que era pobre. Hablaba de:
"…la flaqueza y fragilidad de una muger qual lo soi yo, vestida de estas malas
carnes, pues abrá tiempo de un año, poco más o menos, que Custodio Ydalgo, bajo
palabra de contraer matrimonio me echó a perder, y ahora que el suso dicho quiere
cumplir como christiano la palabra dada por el cargo que tiene ensima y para esto
haver pasado donde mi cura […] mirándome que soi una pobre, han salido los
padres de dicho Custodio ynpidiéndoselo, poniendo los embarasos que a ellos se les
hantojado con barias cavilaciones ni atender que después de Dios Nuestro Señor
tengo el amparo de la grandesa y misericordia con que mira a los pobres la piedad
de Vuestra Illustrísima".
31 Como era de esperarse, la madre del joven Custodio argumentaba su rechazo de una
manera muy diferente:
"...mayormente si se atiende a la inmensurable desygualdad que ay de personas,
porque la dicha Francisca desiende de madre mulata conosida por tal, aunque el
padre sea español. Y al contrario mi hijo desiende de estirpe noble, pues por su
nobleza los progenitores han servido empleos onoríficos y han adquirido las
mejores atenciones de lo primero de esta ciudad y de la de Guayaquil, y por esto mis
hijos han sido admitidos en religiones y monasterios y tengo varios por remediar, y
si verificara el cazamiento de mi hijo con una zamba, avía causa para que los
remediados sean ridiculizados y los por remediar no admitidos a ningún remedio".
32 Francisca Rivera respondió, muy ofendida, a lo que se le echaba en cara. Fuera de insistir
primero sobre la desfloración que había padecido, calificaba los argumentos étnicos de la
familia de Custodio motivados únicamente por "una fantástica y aún sobervia
presumpción de que se hallan revestidos, contemplándose hallarse en al quasi posición de
nobleza". En cuanto al supuesto grave defecto de "innovilidad" de su persona, contestaba
lo siguiente:
"Aun libertinosamente se me da el vil tratamiento de zamba, confesando por noble
a mi padre y a mi madre por mulata. Esta calumniosísima injuria, propuesta en tela
de justicia debe, Señor, tener su correspondiente correción y castigo, siempre que
se me justificase la calidad de mulata que se le atribuye a la persona de mi madre,
doña Catalina Pérez, notoriamente tenida y reputada por muger blanca y no
zambayga, como en caso necesario estoy prompta a justificarlo cumplidamente".
33 In fine, indicaba que la fortuna de los padres de Custodio no era tan grande como ellos
afirmaban, ni mucho menos, pues -no sabemos si con exageración- los decía "sin heredad
143
conosida que es la que constituye nobleza sino [en] una conosida destitución y pobreza
que apenas alcanzan a mantenerse" (Archivo Nacional del Ecuador -en adelante A.N.E.-
Matrimoniales -en adelante Mal. 3).
34 El segundo caso de hacendado es, en 1799, el de don José Patricio del Arco, de Alóag,
vecino de Quito. Se quejaba de "la mala versación de un moso, Juan Ribas, de color pardo y
con libres prosedimientos y mal entretenido", el cual, por si fuera poco, tenía sólo "por
oficio el violín mal entondado y dedicado a sedusir e inquietar a [su] hija legítima María
Ignacia del Arco". Le había sido fácil al padre probar que el joven era pardo, e incluso, lo
que era peor, hijo de un esclavo liberado in articulo mortis por su amo. Sin embargo, el
desafinado violinista se extrañaba de los trámites de su -quizá- futuro suegro cuyo
comportamiento nacía, según escribía, del "frivolo pretexto" que hay por desigualdad. En
cuanto a María Ignacia, informaba a los jueces de su "imbariable rresolución" de casarse
con él. Desgraciadamente ignoramos cómo terminó todo esto (A.N.E. Mat. 6).
35 Una característica de estos expedientes es que en su gran mayoría el motivo del disenso
de las familias se fundaba en que la parte adversa tenía mezcla de africano.
Excepcionalmente puede tratarse de un negro, y además esclavo. Mayormente, se
calificaba al novio o a la novia de mulato y más adelante en los documentos de zambo o
zambaigo, suponiéndole así doblemente infame, según pensaba la familia, por descender
de negro y de indio. Ese argumento podía ser esgrimido por personas de origen bastante
humilde y ellas tampoco situadas muy alto en el amplio escalafón étnico colonial, lo cual
no ha de extrañar. En efecto, ese tipo de gente, sin duda muy ufana de tener ascendientes
blancos, por poco que fuera, consideraría la perspectiva del "salto atrás" como una
verdadera catástrofe que iba a acabar con la estrategia de blanqueamiento familiar de
varias generaciones. Como se ha notado en otras regiones del imperio, la pragmática de
1778 acentuó sin duda alguna en la región de Quito actitudes proteccionistas, tentaciones
de resguardarse de posibles decaimientos, en particular de aquellos que de una u otra
forma habían logrado medrar en el abigarrado abanico étnico-social y vivían con la
esperanza de que lo borroso de su situación personal, unida a la complejidad y a las
contradicciones ya evidentes de la sociedad, les permitiera seguir subiendo.
36 En 1797 (A.N.E. Mat. 5), don Pablo de Santa María, cura del monasterio de Santa Clara, se
negó a que Lucía Montesdoca "de calidad mestiza" que, por no tener padre ni madre había
sido criada por él en el convento, se casara con el negro esclavo Joaquín. Lucía negaba
primero que Joaquín fuera negro, lo calificaba de "mulato" y precisaba: "Es verdad, señor,
que si yo fuera de alguna clase o reputación en el pueblo, podría tener esto fundamento,
pero siendo como soy de la vaja pleve, que apenas puedo constituirme en la clase mestiza,
que he vivido siempre de criada, no deve tener lugar el grado comparativo entre les
personas de la graduación expresada que se entiende hasta casiques, pero de ninguna
suerte a las personas como yo". De hecho, la audiencia consideró que tales casos no
estaban comprendidos en la pragmática.
37 En 1818, Asención Pedrosa, de Quito, se opuso a los proyectos de su hijo Julián de Irurita
que quería unirse con Ursula Velasco, "samba conosida y executoriada por tal en esta
ciudad". Julián era hijo natural, posteriormente legitimado, de un oficial de las Cajas
Reales al que Asención estimaba noble. En su expediente, la madre de manera
significativa, se posiciona-ba desde un punto de vista étnico mestizo para argumentar su
rechazo: "Yo no aspiro, señor, y Dios me preserbe de tal banidad, al rango de una señora
noble porque el cielo quiso hacerme de esta clase, pero tampoco puedo desconoser el
144
veneficio que me concedió, hacieéndome nacer una mestiza limpia sin mezcla de otra rasa
que me envilezca" (A.N.E. Mat. 9).
38 Si los casos precedentes nos presentan familias mestizas frente a la perspectiva de la
unión de uno de sus vástagos con un pardo, también hemos encontrado uno procedente
de indígenas. En 1802, José Joaquín Villao se quiso casar con Mariana Guale. Ésta era india,
hija de don Manuel Caichi y de doña Ramona Guale, caciques de Colonche. Habiendo
declarado el gobernador de Guayaquil "irracional" -esto es infundada- su oposición, los
padres apelaron a Quito. Argumentaban que José Joaquín tenía en su contra dos cosas
redhibitorias: ser hijo de una india procesada "por supersticiosa", pero también "tener
una casta o rraza de sambo". Aparentemente, hacían como si lo primero fuera lo
principal, pero era lo otro lo que más les dolía: "No habíamos menester más para probar
la notabilísima desigualdad aun quando doña Mariana Guale no proveniese de donde
vemos, y el expresado Juaquín Villao no fuese de casta sambaygo, porque a la verdad este
es un tisne, o borrón, que cunde aún más allá delas generaciones que en otros delitos
cuenta el derecho..." (A.N.E. Mat. 6)
39 De todas formas, en este tipo de pleitos, es muy interesante señalar que ante las
acusaciones de la parte adversa los agraviados se defendían tratando de demostrar que
era falso el baldón que se les echaba en cara pero también hurgando en la ascendencia de
la parte adversa y probando que ella estaba mal fundada en argüir una supuesta
desigualdad, ya que buscando bien se le podía recordar antepasados no tan blancos como
ella pretendía. Esto muestra a la vez que, en esas décadas finales del XVII, para los
demandantes lo étnico estaba sin duda en gran parte oculto y olvidado por el ascenso
social logrado al cabo de varias generaciones. En cuanto a los demandados, revela que esa
supuesta desigualdad ya no era ningún tabú, y que los de abajo tenían ya una conciencia
muy clara de su significado sólo relativo y circunstancial.
4. Realidad ¿o coartada?
40 Estos expedientes suscitados de una u otra forma por la notoria desigualdad no dejan de
llamar la atención desde muchos puntos de vista. La primera impresión que se desprende
puede ser la presencia de los prejuicios étnicos y la confirmación de su peso en la vida
cotidiana e íntima. Sin embargo, el mismo hecho de que ciertas familias adujeran este
argumento para impedir que se casasen sus hijos prueba que los compartimientos sociales
no estaban tan estáticos y que los individuos movidos por el amor podían tratar de
sobreponerse a las barreras invisibles pero reales de la pigmentación, o abolirías en
cuanto a su existencia se refería.
41 Ese tipo de documentos sugieren también otras reflexiones que modulan bastante la
aprensión del fenómeno que desde un principio se podría tener de él. Según algunos
expedientes, llama en efecto la atención lo borroso de la percepción de las realidades
étnicas. En la abigarrada paleta sociorracial de la colonia en que el marcador étnico
desempeñaba un papel tan relevante, no es nada sorprendente que algunos individuos
hayan intentado -y a veces logrado por lo menos durante algún tiempo- hacerse pasar por
"blancos" o más blancos de lo que en realidad eran. Tales tentativas podían dar lugar a
situaciones difíciles y enrevesadas en las que el consorte engañado, avergonzado y
frustrado, iniciaba el trámite para anular el matrimonio, y las más de las veces lo
conseguía cuando podía probar sus quejas en cuanto a desigualdad se refería,
reconociendo los jueces eclesiásticos que había "error sobre la persona".
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42 Doña Jerónima de Sotomayor y Haro, hija de un caballero de Santiago se había casado con
un don Juan de Herrera y Castilla, arequipeño que se decía caballero de mucha calidad,
heredero único de haciendas y encomiendas. A los cinco años del matrimonio, doña
Jerónima solicitó la nulidad después de darse cuenta de que, su suegra era india y se
llamaba Juana Topachi (1658, A.A.L. Nul. 20). A los diez meses de casada con Joseph Díaz
de la Cueva, Agustina Revelo pidió lo mismo. Su padre la había obligado a casarse
pensando que iba a tener por yerno un hijo legítimo de españoles, cuando en realidad no
era ni lo uno ni lo otro y, como escribía, Agustina a propósito de sí misma: "…una persona
honrrada y principal, hija de padres nobles […] no se debe presumir se casara
voluntariamente con tanta desigualdad" (1667, A.A.L. Nul. 26).
43 Ese mismo año (Ibid.), Damiana Hurtado se quiso separar de Pedro Hernández. Según la
documentación que le había enseñado, era español e hijo de un capitán. Ahora bien, por la
supuesta "sublevación" de indios de 1666 había sido apresado por cholo y confesó que,
efectivamente, su padre era mestizo y su madre india.
44 Los españoles no eran las únicas víctimas de semejantes engaños y errores. Hemos citado
en la primera parte de este trabajo el caso de la mestiza Leonor Álvarez, casada siete años
antes en la parroquia de los españoles de lca, suponiendo que su novio, Juan Hernández,
era mestizo también cuando era sencillamente indio. Hasta los esclavos, situados en lo
más bajo de la jerarquía social, podían interponer juicios de nulidad por error sobre la
calidad del consorte. A los once meses de casada, la mulata Inés de Escobar se quería
separar del pardo, también esclavo, Antonio Moreno. Su abogado alegaba que éste era
borracho y violento, pero ahí no paraban los motivos de la separación: "Se allega que
quando casó mi parte con él […] dio a entender era mulato, siendo assí que es morisco y
decendiente de ververiços, y por esta raçón de tan depravadas y malas costiumbres,
condición y aspereza" (1670, A.A.L., Divorcios 44).
45 Además, no era excepcional que los esclavos ocultasen la realidad de su condición al
casarse y que, cuando se descubría la verdad, el cónyuge defraudado pidiese la nulidad de
ese casamiento engañoso. Solía suceder en familias mulatas, o pardas como entonces se
decía, esto es en medios un tanto ambiguos ya que social y étnicamente estaban
emparentados con blancos pero también relacionados con el mundo de la esclavitud.
Además favorecía errores y engaños el hecho de que nadie se parecía más a un pardo
esclavo que un pardo libre.
46 Sin embargo, semejantes "desventuras" no perdonaban siquiera a las capas más
acomodadas. Doña Juana Atienso pidió la nulidad de su matrimonio con Cristóbal Muñoz a
los seis meses de casada. Esta "española y de padres conosidos y nobles" acababa de
descubrir que su esposo, oriundo de Trujillo, era esclavo en su ciudad natal (1651, A.A.L.,
Nul. 29). Igual le pasó a doña Josefa María Martínez de Soto, también noble, según decía,
con relación a su marido Pedro Ramírez (1682, A.A.L., Nul. 50).
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El desengaño fue más rudo aún para el alférez Martín de Roa. Había contraído matrimonio
con una mulata huérfana criada por caridad en la casa del maestre de campo, don Diego
Manrique de Lara. Cuando éste murió, su yerno y albacea reveló al marido que su esposa
no era sino hija adulterina del maestre con una esclava suya y, por lo tanto, esclava de la
familia. Para solucionar el problema sin publicidad, pero sin defraudar tampoco a los
herederos del valor de un esclavo, el yerno y albacea propuso a Martín de Roa venderle
sin más ni más a su esposa para que la pudiera liberar. El alférez se negó a la transacción y
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prefirió pedir la nulidad de manera oficial para manifestar el engaño que le habían hecho,
y no tener hijos de una esclava (1688, A.A.L., Nul. 40).
48 Algunos de los ejemplos anteriores no dejan a veces de extrañar. Otros igualmente. No
deja de sorprender que Josefa de Peralta y Guzmán se casase con Eugenio de Cantillana
creyendo que era español cuando era un cuarterón de mulato (1650, A.A.L., Nul. 17), que
Angela de Velasco y Morales pudiese pensar que su marido Cristóbal de Alarcón, un indio,
era de los Alarcones de Panamá y español (1678, A.A.L., Nul. 34), que Damiana Hurtado no
se diese cuenta de que Pedro Fernández, supuestamente español, tenía madre india y
padre mestizo (1667, A.A.L., Nul. 26), etc. Dada la importancia entonces de lo étnico,
parece extraño que tales equivocaciones pudiesen darse, aun tomando en cuenta por otra
parte, la complejidad y multiplicidad de las mezclas que, a lo largo de las generaciones,
hacían que las cosas no fueran tan sencillas ni las fronteras tan nítidas.
49 Sin descartar la posibilidad de tales errores, nos inclinamos más bien a creer que en estos
casos había a menudo otro componente. Si se alegan equivocaciones étnicas en los
expedientes, era, posiblemente, más como coartada o para encubrir otros motivos,
sabiendo los (o las) demandantes que allí había un argumento de peso y eficaz, esto es
plausible de cara a lo que pretendían. En efecto, el error sobre la persona permitía
solicitar la nulidad del matrimonio, perspectiva mucho más interesante que el mero
divorcio.
50 No deja de ser extraño que Ana Rodríguez haya tardado 19 años en darse cuenta de que su
marido, el soldado Francisco de Arévalo, era un mestizo criado en una estancia aislada de
Cuenca y que ni siquiera había sido bautizado (1661, A.A.L. Nul. 21), que Jacinto Rosales
haya esperado 13 años para argüir que su esposa, la parda Ignacia de Coca, era esclava
(1698, A.A.L., Nul. 45), y no hablemos de los 36 años al cabo de los cuales el español
Bartolomé López y Chaves denunció las añagazas de la india Francisca Guarmitae para
casarse con él, cosa que no debía haberse efcetuado dada la clara desigualdad (1666, A.A.L.
Nul. 25).
51 Había sin duda alguna otros motivos ocultos a los que se aducían en cuanto a lo étnico se
refería. A veces en los expedientes éstos se traslucen de manera más o menos nítida. Por
ejemplo, eran motivos económicos en el caso de Juan Bazarrate, un mulato. Afirmaba
haber ignorado que su esposa Antonia María era esclava y lo daba como motivo principal
de su alegato, pero también en el cuerpo del expediente decía que ésta antes del
matrimonio le había prometido comprarle la libertad, cosa que no había hecho en 14 años
de vida común (1660, A.A.L. Nul. 21).
52 Otras veces, los motivos aducidos por los demandantes variaban en función al momento y
de lo que ellos pensaban más convincente para los jueces. Así, la primera persona de
quien hemos hablado en este trabajo, Bernavela de Aguilar, que en 1667 pidió la nulidad
de su matrimonio aduciendo la actitud racista de su suegra que se quejaba de lo desigual
del matrimonio de su hijo, volvió a pedir el divorcio otras dos veces en 1668 y 1670, pero
olvidando tal argumento y centrando su alegato esta vez sobre violencias caseras, y luego
por el hecho de haber tenido relaciones con uno de sus cuñados, cosa evidentemente
difícil de probar.
53 Incluso se encuentran expedientes en los que los demandantes se arrepentían de haber
utilizado argumentos étnicos falsos por razones que, desgraciadamente, no precisan pero
imaginamos. En 1682, Juana de Dios de Céspedes retiró su demanda de nulidad en la que
arguía que su marido Francisco de Alzamora le había ocultado su estatuto de esclavo.
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Confesaba Juana de Dios que este argumento era falso y que ella sabía muy bien a qué
atenerse antes de la boda (A.A.L. Nul. 37).
54 Para terminar, daremos un último ejemplo que creemos bien representativo de la gran
adaptabilidad de los argumentos de tipo racial en función de los intereses del momento.
En 1803, don Javier Tordesillas Polido y Escorza, clérigo en Tumbaco cerca de Quito, se
opuso al casamiento de su prima doña Ana María Ruiz Polido y Escorza "aconsejada y
seducida de un viejo octogenario, viudo, pobrísimo, cargado de hijos, tenido y reputado
por sambo, llamado Miguel Almeyda".
55 Ella estaba bien emparentada, noble inclusive. De él, escribía el primo de Ana María, "el
color lo tiene sospechoso […] según su color parecía la madre ser mulata y el padre de
color sospechoso". Su segunda esposa había sido de una familia de caciques de Sangolqui,
se desempeñaba como puentero en Yaruquí, tenía hasta biznietos, y, por más señas… era
tuerto. Después de mantenerse firme, argumentando que Almeyda procedía "de un
desente matrimonio y que nadie tenía derecho a estorbar la absoluta libertad que según
todo derecho [tenía] para elegir un estado virtuoso", Ana María acabó firmando un billete
redactado por un tercero y destinado a su primo. En él insistía sobre: "…los bochornos
horrorosos que havía ocasionado el matrimonio que pretendía contraer conmigo Miguel
Almeyda en que no llevé -decía- otro destino que hallar quien socorra y aplaque mis
necesidades y hambres y las de mis hijos". Terminaba desistiendo rotundamente de su
proyecto, sobre todo teniendo en cuenta la mala calidad del pretendiente.
56 Ahora bien, dos años más tarde, Ana María demandó esta vez a su familia. En efecto había
aceptado no casarse con Almeyda, a cambio de la promesa de una buena renta. Sin
embargo, sus familiares no habían cumplido más que con seis meses y después se habían
negado a seguir manteniéndola -aduciendo que tenía casa y bienes- por lo cual ella ahora
los denunciaba. En los documentos que suscribió entonces, Ana María volvió varias veces
sobre el asunto y sobre el argumento del origen étnico de Almeyda: "En orden a la inferior
extracción que se le ha supuesto a Almeyda, digo que nada se ha justificado, ya que
habiendo sonado que los que depucieron fueron testigos presentados por don Xavier
Tordesillas, lo niega éste expresamente en el día, pues es cierta que ni los conoce ya por
que todos son unos míseros campesinos, cuya natural imbecilidad pudo haberlos
empeñado torpemente en no disgustar a su cura interesado en la probanza". En cuanto a
ella, Ana María ahora no vacilaba en afirmar que Almeyda era "un hombre de mucho
honor y decente nacimiento" (A.N.E. Mat 7).
57 Los diferendos surgidos alrededor de una notoria desigualdad real o supuesta muestran
claramente que los padres o el entorno familiar no esperaron la pragmática de 1778 para
utilizar tal argumento a la hora de impedir el casamiento de un hijo, una hija o un
pariente. A pesar de que el concilio de Trento hubiese hecho hincapié en la necesaria
libertad de elección en cuanto a matrimonio se refería, la práctica social no vacilaba en
tratar de restringirla de esta manera considerando que éste era un caso tan dirimente
como los que solía considerar el derecho canónico. La pragmática de 1778 que por
supuesto encajaba perfectamente con las orientaciones políticas generales de la corona
ilustrada sólo vino a reforzar, dándole un respaldo oficial, una realidad desde mucho
tiempo atrás arraigada.
58 Los ejemplos que hemos considerado podrían dejar concluir sobre la fuerza de los
prejuicios raciales y sobre su extensión en el vasto abanico étnico-social pues hemos
notado su multiplicidad y la variedad de los estratos étnico-sociales que concernían. En
efecto, pocos parecen haber escapado de ellos en cuanto a notoria desigualdad se refiere.
148
AUTOR
BERNARD LAVALLÉ
Universidad de la Sorbonne Nouvelle
149
es la más completa sobre los aspectos jurídicos y formales del matrimonio en el mundo
colonial hispanoamericano. Nunca debe entenderse como de cumplimiento absoluto, pues
se estaría cometiendo el error común en la historiografía venezolana como en nuestra
vida cotidiana pasada y contemporánea, de pensar que las leyes no sólo representan la
realidad sino que también legislan y solucionan todos los problemas. De este error de
interpretación, surgen a menudo las tergiversaciones de nuestro pasado y la exaltación de
la ficción como consecuencia.
4 Es indudable que las proscripciones matrimoniales existieron, pero en esferas más
poderosas y diferentes de la ley escrita. Sin embargo, para algunos autores como Federico
Brito Figueroa (1975; I, 165-66), la “…legislación colonial proscribía las uniones
matrimoniales de blancos con gente de color, incluyendo en esta categoría a todas las
personas que no pudieran demostrar la limpieza de sangre de sus antepasados...” Sin
embargo hasta 1776, la única legislación colonial existente en esa materia era la
costumbre, a veces más fuerte que la norma escrita de las clases altas, de no mezclarse
con las consideradas inferiores. Pero esa actitud también existió entre los grupos más
bajos de la jerarquía social, conductas copiadas de sus “guías y ejemplo” como diría
Antonio Diez Madroñero, obispo de la diócesis de Caracas entre 1756 y 1769. Lo mismo
sucedía en otras sociedades hispanoamericanas; la desigualdad descubierta a veces
sospechosamente años después del matrimonio, podía ser una causal suficiente para
exigir la nulidad del mismo incluso entre los esclavos limeños, como ha demostrado al
menos en dos densos trabajos Bernard Lavallé (1986: 36-8; 1996:35-43).
5 Se trataba por tanto de un hecho cultural azuzado por la tradición, cuya base era
defender la “calidad” y evitar de esta manera caer en el abismo de matrimonios con una
“mala raza”. En estos asuntos matrimoniales el punto de honor era el de no “retroceder”
social, étnica y económicamente bajo uniones matrimoniales consideradas no sólo
desiguales sino desaconsejables para la descendencia. En Venezuela es común encontrar
en los documentos la figura del no “negrearse” en contraposición a “blanquearse”,
siempre más que recomendable. Esos prejuicios no obstante, no impidieron las relaciones
sexuales y sus resultados de carne y hueso. Hasta matrimonios entre sujetos de diferentes
clases sociales.
6 Uno de los que se preocuparon por el tema de las uniones desiguales fue el gobernador de
Maracaibo Alonso del Río y Castro, protagonista por cierto, de uno de los escándalos de
amancebamiento-adulterino-incestuoso más sonados del siglo XVIII. En una carta al rey,
fechada en Maracaibo el 16 de setiembre de 1769, este gobernador expresaba su honda
preocupación por el hecho más que evidente de que en el vecindario se celebraban
muchos “…matrimonios de blancos con distinción, hijos de esta ciudad, con mulatas y
mestizas o mulatos con blancas…” Agregaba incluso que el clero local no prestaba la
debida atención a esas uniones, pues ellos cuando eran interrogados sobre el particular,
contestaban sin vacilar que no casaban “calidades sino voluntades”, desparpajo del clero
local que consternaba al funcionario. Del Río continuó su carta (reflejo de los prejuicios de
toda una sociedad), exclamaba en ella la necesidad imperiosa de que los padres de familia,
apoyados por el juez eclesiástico a quien según él correspondía en principio el trabajo,
prohibiesen “…los matrimonios de que se temen infelices éxitos, como en el caso de que
un noble y reputado que se intente casar con negra o mulata, cuya sórdida unión recunda
en infamia de la nobleza y disminuye el esplendor que produce en la república” (AGI,
cs:219).
151
tutores o curadores con la debida autorización del juez real. Esa obligación, por otra
parte, comprendía desde “…las más altas clases del estado, sin excepción alguna, hasta las
más comunes del pueblo, porque en todas ellas sin diferencia, tiene lugar la indispensable
y natural obligación del respeto a los padres...” Los contraventores, como sus
descendientes, eran castigados de diversa manera. En primer término quedaban privados
de “todos los efectos civiles”, en otras palabras de “pedir dote” o tener derecho a
herencia, castigos en verdad muy duros. Los mayores de veinticinco años debían cumplir
también el requisito del consejo paterno, caso contrario estaban expuestos a las mismas
penas. Sin embargo, la legislación dejaba la puerta abierta a los hijos, quienes podían
acudir a la justicia real ordinaria, contra padres y parientes inescrupulosos, quienes
amparados en su posición, se negaban a otorgar el permiso correspondiente por atender
“…regularmente más a las conveniencias temporales, que a los altos fines para que fue
instituido el santo sacramento del matrimonio”.
16 La legislación sobre desigualdades tuvo muy en cuenta que las penas civiles no bastaban.
La iglesia era fundamental en todo este asunto y fue requerida por el estado para hacer
causa común para “contener las ofensas a Dios” y las “pasiones violentas de los jóvenes”.
Sin embargo, algunos miembros del clero prestaron poca atención a ese llamado y
actuaron por cuenta propia. Uno de ellos fue don Pedro Tomás de La Coa, en la isla de
Margarita, quien casó a una joven pese a la oposición de su madre. La progenitora basó su
negativa en las diferencias de “calidad” entre ambos, su hija una “moza blanca” y el
pretendiente “un mulatillo” (AGI, cs: 300).
154
enorgullecía al amante de su hija. Un mulato añadía, “...no puede ser honrado, pues
ninguno de su calidad lo es, sino solamente podrán ser hombres de buen proceder...”
22 Isidora de La Cova no tuvo suerte en ese juicio. En tres meses, quedó demostrado que sus
argumentos carecían de sustentación legal. Incluso en el proceso, sus propios testigos
indicaron que su familia era mestiza. Visto esto, el auditor de guerra de la provincia de
Cumaná decretó la libertad de Ignacio y recomendó a Isidora que expusiese su caso al
vicario de Margarita, diligencia que la mujer ya había hecho sin obtener satisfacción
alguna. Desesperada escribió al rey en 1781. Para la fecha, ya había gastado 150 pesos de
plata en litigios y poco había logrado. Lo único que obtuvo fue una real cédula del 16 de
noviembre de 1783 que ordenó que el párroco de El Valle fuese llamado por sus superiores
ante la grave infracción que había cometido. El único problema fue que don Pedro Tomás
de La Coa había muerto en julio de 1783. Tres años después, en abril de 1786, otra orden
de Madrid pidió el castigo correspondiente al cura de Pampatar por complicidad. En esa
ocasión se actuó con algo de retraso, no obstante el obispo de Puerto Rico, quien en carta
al Consejo de Indias el 29 de febrero de 1788, informaba haber enviado una “represión
severa” al vicario de la isla. El caso fue cerrado por el fiscal del consejo en julio de 1788.
Nada más había que hacer. Habían pasado 14 años desde los primeros encuentros
amorosos de los amantes, casi 10 años desde la introducción de la primera querella
infructuosa ante el tribunal real por la madre y 7 desde el matrimonio efectuado por el
párroco de El Valle.
El mestizo pragmático
23 La pragmática de 1776, como la real cédula de 1778, no resultaron tan claras a los
contemporáneos como bien podría pensarse al leer el juicio apresurado que de ellas han
hecho algunos historiadores. En efecto, más de una vez hubo problemas en su justa
aplicación por parte de las autoridades, tanto civiles como religiosas, de las que se
esperaría mayor esmero y comprensión de los textos en cuestión. Uno de los casos más
sonados en la ciudad de Caracas, fue el que enfrentó al pardo Juan José de Castro con las
autoridades más importantes de la capital y de la provincia: el gobernador y capitán
general, el provisor y el vicario general del obispado de Caracas. El asunto comenzó
debido a la negativa de Castro al matrimonio de su hija con uno de su clase pero
considerado por él “desigual”. Posteriormente, el asunto se complicó con la demanda de
divorcio y acusación de concubinato adulterino por parte de su mujer, razón juzgada lo
suficiente por las autoridades locales como para ponerlo preso y embargarle sus bienes
(AGI, cs: 291).
24 Pese al giro que tomaron los acontecimientos debido a diversos actos que se mezclaron, el
nudo del conflicto giró en torno a la consideración de sí Juan José de Castro estaba o no
comprendido en la legislación. Según las autoridades locales no, porque existía “igualdad”
entre los contrayentes, idea que no compartió el demandante al exigir el exacto
cumplimiento del espíritu de la ley. Un caso así podía tardar mucho tiempo en resolverse,
pero en realidad el asunto concluyó en dos años; no era el primero debido a la
incomprensión de la ley, tampoco sería el último. El conflicto además confirma que el
tema de la “desigualdad” era sensible a grupos sociales diferentes de los blancos y que el
derecho a ser considerado superior, podía tener su mejor defensor en el fiscal del Consejo
de Indias.
156
25 Juan José de Castro era hijo de una esclava negra. Su futuro yerno tenía los mismos
orígenes y ambos, según el vicario, “con tales cuales días más, o menos, que uno y otro se
hizo libre”. En otras palabras, Castro “bien advertido está, y siempre lo ha estado de su
inferior condición” según escribía la autoridad religiosa a Madrid en octubre de 1785,
carta que resumía los puntos principales del asunto, exigidos por el Consejo de Indias ante
el reclamo de Castro. El vicario también informaba que había cumplido la real cédula de
junio de ese año, que exigía la libertad y el desembargo de los bienes de Castro, y enviaba
al Consejo los documentos del proceso del matrimonio de su hija y la demanda de divorcio
introducida por su mujer.
26 Pero Castro de lo que estaba advertido y convencido era de su superioridad, debido a “…
su acreditada conducta por la cual había merecido el mejor concepto de la gente, hasta
obtener la pública y honrosa profesión de médico, examinado y aprobado por el
Protomédico…” de la provincia. En cambio, Juan de la Concepción Figueroa, el
pretendiente de su hija, hacía sólo dos años que se había “sacudido el yugo de la
esclavitud”, condición en la que aún se encontraba el resto de su familia. En otras
palabras, su negativa al matrimonio de su hija con un desigual tenía una base firme,
respaldada según su juicio por las leyes correspondientes que debían considerarse
procedentes en su caso.
27 El capitán general en esa época, Manuel González Torres de Navarra, consideró de
acuerdo al dictamen del auditor y ajustado a su propio criterio, que Castro y Figueroa
eran iguales y que el primero no gozaba de ninguna estimación pública entre los de su
clase como Castro quería hacer creer a las autoridades de Madrid. El alegato del capitán
general tenía varios puntos básicos. En primer lugar, Juan José de Castro no era superior
debido a su oficio de médico, porque era sólo un vulgar curandero que como tantos otros,
“…ni estudian en la facultad, ni se les admite en las clases, ni se gradúan, ni concurren
con los médicos a juntas, ni en otro algún acto público o privado…” Más aun, según su
opinión la ocupación habitual de los curanderos era la de “barberos malos”.
28 No obstante, Castro basó su querella en un hecho que no podía ser pasado por alto: su
título de protomédico. Pero el capitán general entendió que ese título, que de hecho
existía por real orden de 1777 y que le fue otorgado al pardo en 1779, no lo declaraba
médico como tal porque lo que se había acordado según su interpretación, y de acuerdo
con el espíritu de esa legislación que recogía un hecho cierto, fue que debido a la “escasez
de médicos se tolerase la continuación de algunos curiosos que ejercían la medicina”.
Además, advertía el capitán general, ningún curandero hasta ese momento se había
valido de la pragmática y real cédula posterior “para impedir el casamiento de sus hijos”.
29 La vida pública y privada del protomédico tampoco era ejemplar, continuaba la carta del
funcionario, quien mezcla a veces de mala manera asuntos privados que tenían muy poco
que ver con el reclamo original. En su profesión, el pardo abusaba de “la aplicación de
medicamentos” y se valía de ésta para “excesos torpes”. Por ambas razones había sido
amonestado por el tribunal del protomedicato y éste le había exigido pureza en el uso de
su facultad. Sin embargo, su vida licenciosa había continuado para escándalo del
vecindario. Su mujer, María Vilena, agregó otros datos sobre la inclinación de su esposo a
mezclar trabajo y placer. Según ella, Castro en una ocasión había llevado a su casa a una
niña de Chacao para curarle “ciertos achaques”, proceso curativo exitoso pero que
terminó con el embarazo de la joven y la prisión de su esposo. Por otra parte, María
Villena y su hija habían huido de su casa a fines de noviembre de 1784. Según el vicario
(amigo también de mezclar asuntos disímiles) ello había sido necesario por la agresión del
157
pardo quien “con un espantoso orgullo, propio de su arrogante y soberbio genio”, las
había amenazado de muerte al llegar a su domicilio por lo que ambas salieron en
precipitada carrera teniendo que saltar “las paredes del corral”.
30 Ese matrimonio, según el querellante, fue llevado a cabo en circunstancias sospechosas,
bajo la anuencia de su mujer y la confabulación del cura con los enamorados. No podía
explicarse de otra forma la inusual celeridad del mismo, celebrado seis horas después de
haberse publicado la primera proclama matrimonial, y de hecho la única que hubo en esa
ocasión, tiempo juzgado por el mulato no sólo insuficiente para poner cualquier
impedimento sino contrario a la legislación. El vicario no opinaba lo mismo: desde la
fecha de la huida hasta la boda habían transcurrido siete días; en ese tiempo Castro, que
sabía las intenciones de matrimonio de su hija, no había interpuesto ningún
impedimento. Por otra parte, el vicario indicó que era cierto que había habido sólo una
proclama (una en la iglesia Catedral y otra en la de San Pablo) porque el novio había
acudido presuroso a pedir “que se le dispensasen las que faltaban, proponiendo por
causas los esfuerzos conque Castro, auxiliado de sus muchos valimientos y amistades,
tentaba todos los medios posibles para disuadir a la hija…”, y otras consideraciones
tenidas como válidas por el sacerdote. Sin embargo, entre la hora de esa proclama y el
matrimonio habían transcurrido ocho horas, y no seis como se quejaba Castro, dos más de
las que pedían las disposiciones sinodales, consideradas por el vicario más que suficientes
para introducir algún impedimento.
31 El asunto llegó al Consejo de Indias. Estudiados los autos, el fiscal otorgó la razón al
demandante. Según su concepto, el capitán general y el auditor habían actuado con
“ligereza” al declarar el caso de Castro fuera de la pragmática. El provisor y vicario
tampoco se salvó de varias críticas en torno al asunto de las proclamas. En este último
caso, el fiscal estimó que ni hubo tiempo para que Castro estableciese algún impedimento
“ni aún para que se pusiese algún otro impedimento en el caso de haberle”. En otras
palabras, en esta parte del proceso “…se presenta defectuosa y acelerada la conducta de
ambos magistrados, y aunque no sea fácil de enmendar en el presente caso, debe dárseles
a conocer para que en lo sucesivo se abstengan de volver a incidir en ella”.
32 El magistrado fue más allá en sus consideraciones. En este sentido, desechó poco a poco
las razones esgrimidas por las autoridades caraqueñas para no considerar a Castro en la
legislación del caso y criticó la conducta de los mismos sobre otros procedimientos. Sobre
el primer aspecto, el fiscal indicó que las autoridades interpretaron al pie de la letra el
artículo primero de la real cédula de 1778 sin tener en cuenta varias circunstancias
atenuantes, una de las cuales estaba señalada con claridad. En primer lugar, no se tomó
en cuenta que si bien Castro era pardo libre, él residía en la ciudad donde se iba a celebrar
el matrimonio “…y ninguna dificultad podía ofrecer, el que la hija solicitase su
aprobación, en cuyo defecto podía suplirla prontamente el magistrado real con el previo
conocimiento correspondiente”. Pero había razones más poderosas para incluirlo en la
pragmática. El pardo no era médico sino curandero tolerado, y no podía pasarse por alto
que, de acuerdo a la real orden de 1777, él había obtenido un título, otorgado en abril de
1779, que expresaba con claridad haber “…sido examinado y aprobado por la junta creada
a dicho fin, confiriéndole libre facultad, con arreglo a las leyes recopiladas de Castilla,
para que pudiera hacer uso de la profesión de médico en todas las cosas tocantes a ellas,
en cuyo ejercicio ha continuado desde entonces…”
33 Es decir, Castro era una “persona distinguida” entre los de su clase. Sin dejarse
impresionar por la correspondencia de las autoridades caraqueñas que indicaba la mala
158
conducta del sujeto, el fiscal indicó en su alegato que ese hecho no justificaba en modo
alguno su exclusión de la legislación. Es más, se puede leer entre líneas que eran las
autoridades las que habían pecado de omisión al no atender la moral pública: ellas tenían
los medios para castigar la mala vida de cualquiera y con el pardo, esos medios no habían
sido efectivos. Otra grave omisión en todo este asunto, fue no aconsejar a la hija que debía
por “obligación natural” honrar y venerar a los padres y pedir su consentimiento y
licencia para celebrar matrimonio, como indicaba la ley. Tampoco declaró procedente el
juicio del capitán general que descalificó a Castro de la pragmática, por el hecho de que
ningún curandero se había servido de ella, “…porque esta omisión de los demás no puede
perjudicar a Castro, siempre que le corresponda aquella facultad…”, como era el caso.
34 Las faltas del provisor fueron censuradas con dureza. Según el fiscal, éste había actuado
con “mucha ligereza” al atender el pedido del novio en materia de proclamas y celebrar
con celeridad el matrimonio, sin tomar en cuenta la conocida oposición del padre o al
mismo novio que podía tener algún otro “legítimo impedimento”. En ese punto el fiscal
fue particularmente incisivo y llamó la atención a la autoridad eclesiástica sobre el hecho
de haber eliminado dos proclamas, eliminación que no fue del dominio público. Es decir,
nadie tuvo el tiempo de actuar si hubiese querido expresar algún impedimento para esa
unión. El tiempo transcurrido tampoco fue el adecuado. Ocho horas podían estimarse
suficientes, o seis como indicaban las sinodales, si hubiese habido varias proclamas, pero
como hubo sólo una, lo conveniente y adecuado hubiese sido dejar transcurrir al menos
24 horas. El asunto era grave pues no era el único caso de “ligereza”:
“Lo sucedido en el caso actual corrobora el concepto que ya se tiene de que en el
Juzgado Eclesiástico de Caracas, se dispensaron las proclamas con demasiada
facilidad en perjuicio de la causa común, pues no hay recurso de los que se hacen a
Su Majestad y al consejo sobre matrimonios de aquella diócesis en que no haya dado
mucho fomento a estas. La dispensa de proclamas ejecutada por el provisor con
poca oportunidad y el menor arreglo…”
Blancos desiguales
era débil, sin embargo, porque ese hombre los había visto “acostados a los dos, pero que
no les había visto otra demostración”.
45 El fiscal fue más justo y certero cuando sentenció la falta de pruebas para justificar los
esponsales. En realidad, las que Malvacia poseía eran poco convincentes y los documentos
que atribuía a Fernando, que él siempre negó haber escrito, eran sospechosos. Alargar
más el litigio sólo ocasionaría un grave perjuicio para ambas partes y podía de hecho
impedir que Fernando siguiese el camino para el cual podía “tener vocación verdadera”.
Esta última consideración pudo basarse en el hecho de que en la familia de Fernando
había varios curas.
AUTOR
JOSÉ ÁNGEL RODRÍGUEZ
Universidad Central de Venezuela
162
Ann Twinam
1 El último mes del siglo y también del milenio parece un momento apropiado para
centrarnos en temas referentes a la sexualidad y a la familia. Recientemente, en los
Estados Unidos, se ha prestado mucha atención a estos temas. Ha habido discusiones a
nivel nacional con respecto al SIDA, los homosexuales, madres lesbianas, el Viagra; así
como una creciente preocupación por el papel de la familia en una época donde la
violencia homicida se desata en escuelas y oficinas, en las que son omnipresentes la
sexualidad y la violencia, y en la que el Internet prolifera en todo ámbito.
2 Al dirigir la mirada al anterior fin de siglo, al fin de la era victoriana, resulta intrigante
encontrar una preocupación similar en los temas de la sexualidad y la familia,
particularmente en cuanto a la división entre las esferas públicas y privadas, la
masturbación, la prostitución, la homosexualidad y el sufragio femenino. Mi ponencia nos
lleva atrás, a las últimas décadas del siglo XVIII en la América española. Así, los temas que
rodeaban la formación de la sexualidad y de la familia ya eran foco de preocupación.
3 ¿Debe apreciarse una coincidencia aquí? ¿Podría ser que épocas cronológicas como los
finales de siglos y milenios condujeran a pensamientos recurrentemente enfocados sobre
materias tan humanas y básicas? No hay duda que los finales de siglos marcaron puntos
sin retorno: por ejemplo, la explosión de “information age” de hoy; las tendencias
colonialistas, industrialistas e imperialistas del siglo XIX.
4 ¿Pero qué ocurría en los finales del siglo XVIII en la América española? Mi presentación
explorará este tema con un análisis en los cambios de las actitudes del estado español
hacia la sexualidad, la ilegitimidad y la familia1. Éstos se pueden trazar por medio de un
seguimiento a las acciones de los burócratas y miembros del Consejo de Indias que
sirvieron en el comité subgrupo, llamado la Cámara de Gracias y Justicia. Una de las
funciones de la cámara era expedir las famosas cédulas de gracias al sacar. Estos decretos
podían literalmente transformar la cualidad de un individuo, transformando por ejemplo
163
fue una creciente discriminación con la aplicación vigorosa no solamente de las reglas
sociales tradicionales, sino de nuevas barreras a la movilidad social.
10 Tal aumento en la discriminación redujo las oportunidades para cualquiera que tratara de
penetrar los límites de la elite. Entre éstos se incluyeron los hijos y las hijas ilegítimos de
la elite blanca, quienes, a medida que el siglo pasaba, utilizaban cada vez más la
legitimación para substraerse a la discriminación contra ellos. Por lo tanto, el aumento en
las peticiones de legitimación fue ocasionado no por un número creciente de ilegítimos,
sino porque las elites estaban cada vez más inclinadas a discriminar.
11 La evidencia interna de solicitantes refuerza este análisis, dado que los ilegítimos
sufrieron una creciente discriminación, particularmente hacia finales del siglo XVIII. No es
casual que los ilegítimos compraran las gracias al sacar, pidieran ser liberados de la
discriminación o en palabras del siglo dieciocho, ser considerados como personas de
honor.
12 El honor era una expresión colonial de una gama de calidades incluyendo la legitimidad y
limpieza de la sangre, con las cuales las elites reconocieron a sus iguales, justificaron la
jerarquía social, y a medida que el siglo avanzó, racionalizaron esta discriminación contra
los que no la tenían7. Cuando las mujeres ilegítimas compraron las gracias al sacar se
quitaron el estigma público ligado a su nacimiento, adquirieron el honor, se convirtieron
en Doñas, y en esposas elegibles con la capacidad de pasar el honor a la generación
siguiente. Para los hombres ilegítimos, la posesión del honor no solamente permitió el
paso de esta cualidad a la posteridad, sino que también los calificó para una extensiva
lista de privilegios incluyendo la elegibilidad para los cargos públicos, para ocupaciones
como las de abogado, médico, notario, fundidor; así como la de cursar estudios
universitarios. Para los ilegítimos, las decisiones de la cámara significaban la posibilidad
de cambiar sus vidas. Durante ese siglo los miembros de la cámara evaluaron estas
peticiones y juzgaron si merecían un veredicto favorable. Al mismo tiempo, sus decisiones
colectivas fueron incorporadas a las reformas sociales de los borbones.
13 Cualquier tentativa de proporcionar coherencia a los pensamientos de los miembros de la
cámara debe tomarse con cierta reserva. Es imposible establecer los nombres de todos los
individuos que resolvieron los casos durante el siglo. Un grupo siempre cambiante de
abogados de la corona sugirió disposiciones posibles de casos, mientras que casi cincuenta
miembros de cámara hicieron comentarios o juicios8. Ni eran los cambios siempre
autoconscientes, ni necesariamente consistentes. Solamente una consideración de
decisiones colectivas durante décadas revela cómo los funcionarios de la cámara
formaron la política social de manera que tal vez ellos mismos la hayan reconocido años
después.
14 El análisis de las decisiones de la cámara durante el siglo XVIII revela que los funcionarios,
primero gradualmente, desarrollaban una agenda favorable a la familia, tomando
posiciones como “gatekeepers,” o porteros del orden social. La analogía es conveniente,
porque los guardianes tienen responsabilidades contradictorias. Por un lado, su mandato
es guardar a quien está dentro, dejando a la mayoría de gente fuera. Pero a veces, los
porteros también abren la puerta, permitiendo que los forasteros puedan entrar. Durante
el siglo, los funcionarios reales comenzaron a considerar seriamente qué ilegítimos
deberían entrar por la puerta mientras que calculaban el impacto de las legitimaciones en
las comunidades americanas. Una preocupación especial fue el temor de que una
165
Etapa I: 1717-1760
18 Principios de siglo hasta la década de los sesenta, los miembros de la cámara hacían poca
distinción entre las categorías natales, no elevaban cuestiones sobre promiscuidad sexual,
inmoralidad o la familia (Véase Tabla 2). Puesto que los sacrilegos ilegítimos conformaban
el punto más álgido, ellos eran un punto interesante. Si los miembros de la cámara
estaban dispuestos a legitimar a los hijos de los sacerdotes, también estaban de acuerdo
con legitimar a cualquier otra persona ilegítima.
19 Cuando hubo una serie de casos de descendientes sacrilegos mexicanos en las décadas del
cuarenta y cincuenta del siglo dieciocho, los funcionarios de la cámara primero dudaron,
pero luego aprobaron el primer caso, que después sirvió como precedente de los demás.
En 1742, el solicitante mexicano, don José Antonio Mariano Montes de Oca, envió una
carta breve admitiendo que su padre era “presbítero” y que su madre era “soltera y
166
noble” pidiendo la legitimación para hacerse heredero11. En agosto de ese año, los
funcionarios decidieron que “no haber lugar por ahora” pero el año siguiente ellos no
solamente cambiaron esta decisión, sino que también aprobaron rápidamente las
peticiones de tres más12. Los miembros de la cámara fueron igualmente generosos con los
adulterinos, los de padres no conocidos y los hijos naturales (Véase Tabla 2). De 1720
hasta 1760, la cámara abrió las puertas a cualquier solicitante que pagara por una
legitimación.
clérigo permanece en los documentos de gracias al sacar, en los cuales el doctor don
Manuel pidió a la cámara legitimar a los dos hijos que él tenía con una soltera 23. La única
huella de la decisión de la cámara fue que su juicio era citado como precedente en la otra
petición sacrilega durante estos años, la de don Melchor y don Agustín Varea y Lazcano,
hijos del decano de la catedral del la Plata, Bolivia24.
35 Cuando los funcionarios de la cámara repasaron la petición boliviana, comentaron
respecto al precedente mexicano de los Bordas. Recordaron que primero se habían
negado al pedido del doctor don Manuel de Borda, pero habían decidido finalmente
legitimar a sus hijos si él pagaba el “considerable servicio... de cuarenta y mil pesos”. Una
cantidad tan enorme (seiscientos mil reales) era probablemente acorde con la opinión de
un miembro de la cámara de que la inmoralidad clerical se podría ahora justificar
solamente con el gasto de sumas enormes de dinero. En contraste con estos cuarenta mil
pesos, los otros sacrílegos mexicanos habían pagado doscientos pesos y la limeña doña
Ana solamente 150 pesos.
36 Quizás aun más extraordinario, fue que el doctor don Manuel de Borda aceptó pagar esta
fortuna. Ésta era no solamente la suma más alta recogida nunca para las gracias al sacar,
era el 49 por ciento de todo el dinero recogido de legitimaciones durante el siglo
dieciocho25. Los miembros de la cámara tuvieron que darse cuenta que este Borda
figuraba entre los pocos en el imperio que podría financiarla, porque era heredero único
de una de las familias mineras más ricas de México26.
37 Seis años más adelante, en 1791, la cámara parecía confundida en la medida de que el
juicio de Borda pudiera afectar su decisión referente a los descendientes bolivianos del
decano de la catedral de La Plata. El tono moralista del fiscal reflejó otra vez la actitud
alterada de la cámara. Él criticó ásperamente a los clérigos que complacieron en “punible
y damnable ayuntamiento”. También criticó a las mujeres que “así casadas como solteras
se prostituyan con las personas de orden sacro con la esperanza de que sus hijos hereden
los bienes de estos o de sus parientes”27. El abogado concluyó –quizás en broma– que si los
bolivianos pagaron “igual servicio” de dinero que Borda, él no podría tener “ningún
reparo” si la cámara aprobara su petición. Los funcionarios de la cámara parecían más
agradables, porque bajaron la suma solicitada a una aún sustancial de ocho mil pesos. Sin
embargo, en una revocación rara, el Ministerio de Justicia y el rey los invalidaron,
negando totalmente la legitimación28.
38 El tenor moral de la cámara en las décadas de los setenta hasta los noventa no extendió la
sexualidad de los solteros ni de su resultado a los hijos naturales. Los miembros de la
cámara aprobaron el 87% de sus peticiones. Aunque las solicitudes se multiplicaron más
de cinco veces durante estas décadas, los funcionarios nunca comentaron sobre tales
aumentos. Discusiones internas revelan sin embargo, su preocupación cada vez mayor
hacia que la legitimación de los hijos naturales pudiera también promover la
promiscuidad. Esta consideración marcó una nueva dirección en una agenda moral
burocrática.
39 Los comentarios de un caso de Guatemala en 1785 reflejan las actitudes cambiantes de la
cámara hacia los hijos naturales. En ella el fiscal convino que los hijos naturales se debían
favorecer con la legitimación porque eran “como efecto de la fragilidad de jóvenes
solteros cuya pasión disfrazan con esperanzas que por lo común se frustran”. 29 Él no tenía
consideración para las tribulaciones de los amantes y otros tratos sexuales, porque los
veía bajo una luz mucho más siniestra. El fiscal critica severamente la “premeditada
malicia” mediante la cual personas casadas o sacerdotes se convirtieron en padres de
170
adulterinos o sacrilegos. Esta no era la “fragilidad” demostrada por los amantes solteros,
sino deslices maliciosos no dignos de la clemencia real.
40 Relacionado con la descripción oficial de las uniones sexuales que resultaron en hijos
naturales estaba el desarrollo de una nueva agenda burocrática referente a las gracias al
sacar: la aparición de oficiales reales como “matchmakers” o casamenteros. Cuando los
burócratas repasaron una serie de peticiones de Cuba en la década de los noventa, los
miembros de la cámara comenzaron a hacer alusión a que sería mejor inducir a los
solteros a casarse, y en este caso automáticamente a legitimar a sus hijos naturales en vez
de comprar las gracias al sacar. Tal sentimiento reflejó la preocupación oficial de que la
fácil legitimación pudiera promover la promiscuidad, porque los amantes podrían
rechazar el matrimonio, ya que ellos podrían fácilmente comprar una legitimación oficial
para sus hijos naturales llegado el momento. Los miembros de la cámara nunca llegaron al
punto de mandar oficialmente que algunos solteros se casen. Pero sus comentarios
reflejaron su forma de entender de que las bodas de la elite creaban familias y estas
familias sostenían la base de la jerarquía colonial. Por estas razones debían ser apoyadas
por todos los medios.
41 La primera insinuación de que los funcionarios oficiaban el papel de “celestinas” emergió
en un caso de La Habana en 1790, cuando don Félix Palacios solicitó que la cámara
legitimara a su hija natural Antonia. Aunque don Félix admitió que él había prometido
anteriormente matrimonio, firmemente rechazó ahora esa posibilidad. Tenía un acuerdo
con su amante para brindarle su apoyo y pagar por la legitimación de la hija de ambos.
42 Aunque generalmente los hijos naturales habían recibido aprobaciones casi automáticas
de la cámara, ahora el fiscal vaciló, notando que ambos padres eran solteros, que podrían
casarse, y legitimar automáticamente a su hija. Él declaró: “son muy recomendables los
matrimonios” y que “en todas ocasiones se deben promover”. Sin embargo, concluyó que
tal vez las partes no eran compatibles, y admitió la necesidad del “consentimiento
mutuo”. El fiscal culmina señalando: “A la verdad, no se pueden esperar buenas resultas
cuando proceden a la celebración en fuerza... y censuras”30.
43 Ese mismo año la cámara tomó una postura aún más rígida cuando el don Juan José Díaz,
un soltero de La Habana, solicitó la legitimación para su hijo de dieciséis años, José
Ramón. El capitán todavía protegió el nombre de su amante que él describió como una
mujer blanca de una familia “de mérito y distinción en La Habana”31. Don Juan José
también admitió que ella “se halla actualmente soltera, hábil... para celebrar el
matrimonio”.
44 El fiscal que repasó el caso expresó su perplejidad ante el hecho de que los padres no
hubiesen resuelto su dilema mediante el matrimonio: “que pues padre y madre le hubo
siendo libres, en cuyo estado permanecen, son personas limpias y honradas, y no tienen
embarazo alguno para poder casar”. Él se preguntaba: “¿Qué causa o razón les asistirá
para no poner en practica la legitimación de aquella prole con subsecuente matrimonio
que esta en su mano?” El fiscal temió que una decisión favorable sirviera “a algunos de
aliciente para cometer igual desorden confiados en que no seria difícil legitimar también
a la prole que resultase”.
45 La cámara convino rápidamente y pidió que el gobernador de La Habana investigara e
informara que “inconvenientes pueden tener para no contraer matrimonio estando
ambos solteros”. En este punto el caso tomó un vuelco dramático, porque la cámara
descubrió que el capitán había mentido sobre la raza de su amante, que resultó ser la hija
171
tuvieron que balancear sus preocupaciones de que las gracias al sacar pudieran estimular
la promiscuidad, contra el potencial del arancel para ayudar en la crisis económica del
estado borbónico.
51 Los miembros de la cámara enfrentaron estas cuestiones en 1799, cuando el sacerdote
habanero don José Miguel Vianes de Sales solicitó la legitimación de su hijo sacrilego para
heredar. El sacerdote refirió a la cédula de 1795, particularmente a la sección titulada
“legitimaciones extraordinarias para heredar”. Él ofreció a pagar “la cantidad establecida
para las gracias de esta especie”33. El clérigo no dio ninguna información sobre el estado
civil de su amante, aunque ella no era blanca, puesto que el bautismo del niño fue
localizado en la sección llamado “indios, pardos, y morenos”.
52 Aunque los miembros de la cámara no hicieron ninguna observación negativa respecto a
la categoría racial del sacrilego, tenían mucho para criticar referente a las relaciones
sexuales de sus padres. El fiscal repaso la política histórica de la cámara referente al uso
apropiado de las legitimaciones. Él discutió que su objetivo primario fuera dar consuelo a
los hijos naturales que ya no pueden ser legitimadas por subsecuente matrimonio, sea por
el fallecimiento o otro impedimento. Las peticiones de “los de damnable y punible
ayuntamiento” eran odiosas. Éstos necesitaron “otras circunstancias especiales” antes de
ser aprobados. Aunque el funcionario concedió un arancel que regulo la legitimación de
“los hijos de clérigos... que existe cuando concurre mérito para la concesión de la gracia y
se tiene por conveniente dispensarla”.
53 El fiscal ni aprobó ni rechazó la petición, sino sugirió que la cámara tendría que decidir.
Esta vacilación ocurrió muy probablemente porque él reconoció una política ambigua que
la cámara misma tenía que resolver. Ahora había una ambigüedad entre la repugnancia
de la cámara por legitimar a sacrílegos y el arancel de 1795 que sugirió que tales
aspirantes solamente necesitan peticionar y pagar. La cámara no demostró ninguna
ambivalencia, rechazó la petición del clérigo. Cuando él aplicó otra vez, y ofreció pagar
“lo necesario sin limite” para llegar a una decisión favorable, la cámara lo rechazó
nuevamente. A pesar de la legislación de 1795, la cámara eligió confiar en su política
desarrollada para negar a bastardos las oportunidades de legitimación.
54 Y por eso, las decisiones de la cámara durante el siglo XVIII demuestran cómo los oficiales
reales balancearon su poder de expender las gracias al sacar contra sus objetivos como
porteros imperiales. Especialmente después de mediados de siglo, los funcionarios
discutieron continuamente sobre las ventajas de proporcionar honor a los descendientes
ilegítimos de la elite colonial contra los riesgos de perdonar la promiscuidad.
55 La cámara empezó con un modo no-activista. La puerta estaba completamente abierta.
Los miembros de la cámara entonces cerraran la puerta un poco, exigiendo la
documentación referente al estado natal de los solicitantes y cerrando la puerta a los
hijos de padres no conocidos. Las demandas de la cámara para la especificidad entonces
fueron convertidas en una campaña moral contra bastardía, primero dirigida contra los
padres errantes y después contra sus descendientes ilegítimos pero inocentes. La mayoría
de los bastardos (a excepción de los millonarios mexicanos) ahora encontraron la puerta
cerrada de golpe en sus caras.
56 Para los hijos naturales, la cámara abrió la puerta casi completamente dando legitimación
y honor para pasar a la siguiente generación. El resultado era consolidar a las familias de
la elite y mantener la jerarquía. Mientras que las preocupaciones por promiscuidad
tentaron a los miembros de la cámara para convertirse en “matchmakers”, ellos
173
Conclusión
57 La mayoría de los historiadores convienen que las reformas borbónicas en las Américas
prepararon la vía, o incluso precipitaron la rotura final de España. David Brading resumió
el consenso cuando él sugirió que “el precio de la reforma fuera la enajenación de la elite
criolla”34. Pero como Jacques Barbier nos recuerda, éste no era el cuadro total, porque en
otras arenas los “intereses de la elite... fueron fomentados más a menudo que dañados por
los reformadores”35. La historia de las gracias al sacar participa de esta última
descripción. Las legitimaciones generalmente satisfacieron a las elites locales porque sus
parientes “defectuosos” se convirtieron en miembros honorables de la familia. Las
madres y los padres de la elite lograron borrar su culpabilidad, y las consecuencias de sus
encuentros sexuales fuera del matrimonio al pasar el honor a la siguiente generación.
Permitió a los nuevos legitimados el pasar por una puerta casi cerrada, no solamente a los
bastardos, sino también a las castas ascendentes. Aunque en muchas áreas las reformas
borbónicas eran contra los intereses de la elite, en esta política el estado ayudó a las elites
locales en las gracias al sacar, dándoles apoyo al mismo tiempo que se sentían
amenazadas36.
Fuente: DB1-244.
174
Fuente: DB 2-216
Fuente: DB 2-216.
175
Fuente: DB 2-216
Fuente: DB 2-216
NOTAS
1. Un análisis mas completo de estos temas se puede encontrar en Ann Twinam. Public Lives,
Private Secrets: Gender, Honor, Sexuality, and Illegitimacy in Colonial Spanish America. Stanford:
Stanford University Press, 1999.
2. Ann Twinam, Public Lives, pp. 7-14.
3. Ibid. Otros demógrafos proporcionan otros aspectos del cuadro. Para México, José Luis Aranda
Romera y Agustín Grajales Porras. “Niños expuestos y hijos naturales en la Puebla de los Angeles
176
a mediados del siglo XVIII”, Paper presented at the 47th Congreso Internacional de Americanistas,
New Orleans, July 7-11,1991, p. 3, estiman que la ilegitimidad blanca en el centro de Puebla
fluctuó entre 27 y 33 por ciento -muy similar a la capital- aunque encontraron menos
nacimientos ilegítimos (12 por ciento) entre blancos en el otro lado del río. Cecilia Andrea Rabell.
“Matrimonio y raza en una parroquia rural: San Luis de La Paz, Guanajuato 1715-1810”, Historia
Mexicana, 1992,47:1:32, señala disminuciones de la ilegitimidad en el siglo dieciocho en Zamora,
Michoacán, y Tlaxcala. Beatriz Figueroa. “Relaciones del registro tardío de nacimientos con la
condición de legitimidad y el tipo de unión de los padres”, Demografía y Economía, 1984, 18: 59:
344-45, observa que los mediados de vigésimos índices del siglo de la ilegitimidad en México se
extendieron entre 17 y 27 por ciento. También vea Norma Angélica Castillo Palma. “El estudio de
la familia y del mestizaje a través de las fuentes eclesiásticas: el caso del archivo parroquial de
San Pedro Cholula”, in Brian F. Connaughton y Andrés Lira González (eds.). Las fuentes eclesiásticas
para la historia social de México. Mexico: Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, pp.
133-64.
Las figuras demográficas para el resto de América española son dispersas y no pueden acercar a
la cobertura mexicana. El estudio de Guiomar Dueñas-Vargas. “Gender, Race and Class:
Illegitimacy and Family Life in Santafé Nuevo Reino de Granada, 1770-1810”. Ph.D diss.,
University of Texas-Austin, 1995, p. 209, de las parroquias bogotanos de la Catedral y Las Nieves
revela la ilegitimidad blanco en 20,2 por ciento y 39,1 por ciento respectivamente mientras que la
ilegitimidad comparable del mestizo era 69,7 y 58,7 por ciento. Para el Brasil, Renato Pinto
Venacio. Ilegitimidade e Concubinato no Brasil Colonial: Rio de Janeiro e Sao Paulo. Sao Paulo: CEDH AL,
1986, p. 11, estima que en la parroquia colonial de Río de Janeiro del Sao José, uno de cada cuatro
era un niño natural, aunque no proporciona ninguna medida por pertenencia étnica. Elizabeth
Anne Kuznesof. “Ilegitimidade, raca e lacos de familia no Brasil do século XIX: um análise da
informacao de censos e de batismos para Sao Paulo e Rio de Janeiro”, in Nadalin Sérgio Odiolon,
Maria Luiza Marcílio y Altiva Pillati Balhana (eds.) Historia epopulacao: estudos sobre a américa
Latina. Sao Paulo: Fundacao SEADE, 1990, p. 166, estima que la tarifa de la ilegitimidad de Vila
Rica varia entre 5,5 a 65 por ciento a partir de 1760 hasta 1800. Maria Beatriz Nizza da Silva. “O
problema dos expostos na capitania de Sao Paulo”, Anais do Museo Paulista (1980-81) 30: 148,
observa que los nacimientos del expósitos en Sao Paulo variaron entre 10 y 25 por ciento entre
1741 y 1822. Maria Luiza Marcilia. A cidade de Sao Paulo: povoamento e populacao, 1750-1850. Sao
Paulo: Universidade de Sao Paulo, 1974, pp. 159,188-91, ve un aumento de la ilegitimidad en Sao
Paulo dado que el porcentaje casi se duplicó (10, 24: 1741-55; 18, 28: 1756-1770; 31, 49:1831-34).
También vea Ann Twinam, Public Lives, pp. 9-16.
4. Vea Ann Twinam, Public Lives, pp. 336-36.
5. Richard Konetzke. Colección de documentos para la historia de la formación socialde hispanoamérica,
1493-1810. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1958-1962, 5 vols., 3:2, n. 300,
1788 reimprime una expresión blanca típica del problema de la movilidad parda que emergió
como parte de la real pragmática de 1776. La posición clásica es Magnus Mórner. Race Mixture in
the History of Latin America. Boston: Little Brown, 1967. También vea Richard Cicerchia. “Via
familiar y prácticas conyguales, clases populares en una ciudad colonial Buenos Aires:
1800-1810”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravigani” Tercera Serie,
1990,2:43; Daisy Rípodas Ardanaz. El matrimonio en Indias: realidad social y regulación jurídica.
Buenos Aires: Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 1977, pp. 34, 45; Eduardo R.
Saguier. “El combate contra la ‘limpieza de sangre’ en los origenes de la emancipación argentina.
El uso del estigma de la bastardía y del origen racial como mecanismos de defensa de las elites
coloniales”, Revista de Historia de América 10, Jul.-Dic. 1990: 185-86; G. Dueñas-Vargas, “Gender,
Race and Class..., pp. 29-31,133-35; Pablo Rodrigues Jiménez. Sentimientos y vida familiar en el Nuevo
Reino de Granada. Bogotá: Ariel, 1997, p. 176.
6. M. Morner, Race Mixture..., p. 67.
177
7. La limpieza de sangre, se define como así: “personas blancas cristianos viejos de estado noble,
limpios de toda mala raza y sin mezcla alguna de villano, judío, moro, mulato, converso o en
ninguno rasgo por remoto que sea”.
8. Mark A. Burkholder. Biographical Dictionary of Councilors of the Indies: 1717-1808. Westport, Ct:
Greenwood Press, 1986, cuenta a 172 hombres que desempeñaron servicios en el Consejo de
Indias a partir de la 1717-1808. De éstos, 46 también habían servido en la cámara, pp. XIV, XI, XII.
9. Vea Ann Twinam, Public Lives, pp. 130-39 para las costumbres populares que rodean tales
designaciones.
10. Ibid., pp. 25-26.
11. AGI, México 684, n. 4,1743.
12. AGI, México 684, n. 7,1748; AGI, México 684, n. 8,1750; AGI, Mexico 684, n. 11,1757.
13. AGI Santo Domingo 1458, n 17, 1766.
14. Los tres Muñoz pagaron un total de 20.000 reales o 6.666 cada uno.
15. AGI, Lima 860, n. 8,1771.
16. AGI, Charcas 506, n. 5,1776. Él era el asesor del cabildo, protector de naturales, defensor de la
Junta de Temporalidades, y asesor de la Caja Real. Con todo aunque impresionaron al funcionario
real, alguien con estas cualificaciones se pudo haber esperado para llevar a cabo incluso postes
más altos, por ejemplo para de ser elegido al cabildo.
17. AGI, Caracas 299, n. 22, 1788.
18. AGI, Caracas 299, n. 20,1788.
19. AGI, Santo Domingo 1469, n. 6,1785.
20. AGI, Lima 860, n. 8,1771.
21. AGI, Santo Domingo 1469, n. 6,1785.
22. AGI, Santo Domingo 1481, n. 23,1791. Éste era el caso de doña Juana Zayas Saldívar el
producto del adulterio de su madre y padre. Su apoderado recordó a los funcionarios que tenían
legitimado otro estado aún más inferior, y él refirió específicamente a los Muñoz de Bayamo. El
fiscal de la cámara concedido dispuesto que sus circunstancias del nacimiento eran peores que el
de Doña Juana pero después expreso graves reservaciones.
23. AGI, Indiferente General 1535, 17 de diciembre de 1787.
24. AGI, Charcas 854, n. 25, 1791.
25. Ann Twinam, Public Lives, p. 298.
26. Su padre, don José de Borda, una vez proclamo que “ha sacado mas plata que la que se ha
labrado en la Casa de Moneda en el año más feliz.” AGN-México, Minería 114.
27. AGI, Charcas 554, n. 25,1791.
28. Los miembros de la cámara consintieron: “Obedecemos lo que su majestad ordene”. Si Charles
IV intervino personalmente en esta ocasión, o si alguien en la junta del estado, o la secretaria de
la justicia es imposible de averiguar. La posibilidad es intrigante, dado que Borda había servido
en Bolivia en la audiencia de Charcas y habría sabido gracias a la influencia de su familia. El
profesor Mark Burkholder, en comunicación personal con Ann Twinam, 20 de noviembre de 1996
sugirió esta conexión. Esto probaría uno de los casos raros en los cuales la cámara fue invalidada,
porque su decisión fue vuelta marcada con el formula, “no acuerdo de conceder esta
dispensación”.
29. AGI, Guatemala 602, n. 4,1785.
30. AGI, Santo Domingo 1498, n. 19,1790.
31. AGI, Santo Domingo 1479, n. 50, 1790.
32. AGI, Santo Domingo 1498, n. 30, 1799.
33. AGI, Santo Domingo 1497, n. 22, 1799.
34. David Brading, “Bourbon...”, p. 132.
35. Jacques Barbier, “Commercial Reform...”, p. 190.
178
36. Vea Ann Twinam, Public Lives..., pp. 306-314 para el análisis de las semejanzas y de las
diferencias entre las reformas borbónicas y las reformas sociales del borbón (La Pragmática
Sanción, de las gracias sacar, la legislación de expósitos).
AUTOR
ANN TWINAM
Universidad de Cincinnati
179
1 Esta es la historia de dos mujeres, dos mujeres transgre-soras que vivieron al mismo
tiempo y en el mismo lugar. Ambas eran miembros de la elite local. Ambas desafiaron las
convenciones sociales: la primera era la amante de un virrey y la segunda se oponía a
contraer matrimonio con el candidato de sus padres y más tarde se casó por segunda vez
con un hombre más joven que ella. Aunque sus destinos fueron muy distintos, ambas
vivieron hasta ser relativamente viejas: una terminó su vida ocupando un puesto en el
centro literario de la sociedad de Buenos Aires; la otra fue considerada una paria social y
exiliada a una quinta hasta su muerte. Hoy me gustaría contarles sus historias y
considerar cómo las vidas de estas dos mujeres nos ayudan a entender los límites de la
rebelión social a principios del siglo XIX en Buenos Aires.
2 Marie Anne Perichon de Vandeuil nació en 1775 en la isla francesa de Bourbon, situada en
el océano Indico, 1000 millas al este de Madagascar. Marie Anne era de descendencia
burguesa; su abuelo paterno había sido miembro del consejo de la ciudad de París y su
padre era comerciante y terrateniente en la isla, a la vez que un realista feroz. Huyendo
de las consecuencias de la revolución francesa, los Perichon se refugiaron primero en las
Canarias (1793) y cuatro años más tarde en el Río de la Plata. Lejos de ser pobre, la familia
de Perichon llegó a la Argentina con un capital líquido de 26 esclavos más mercancías
comerciales.
3 Después de una estancia breve en Buenos Aires, la familia se mudó a Corrientes donde el
padre procuró instalar una plantación de tabaco. En 1803 la familia volvió a instalarse en
Buenos Aires. Antes de 1807, figuraban entre la gente próspera de la ciudad siendo dueños
de su propio hogar en el centro de la ciudad y de una chacra cinco leguas afuera 1.
4 La familia Perichon estaba formada por Marie Anne (ahora María Ana), sus padres, tres
hermanos, y sus dos hijos jóvenes, Tomás y Adolfo2. El que faltaba era el marido de Ana,
Thomas Edward O'Gorman, un irlandés que vino a la isla de Bourbon sin duda para
mejorar su situación. Se casó con Marie Anne en 1792. La unión de Marie Anne con
O'Gorman ayuda a explicar porqué su familia llegó al Río de la Plata; el tío de Thomas era
180
estaba cerca a la de Liniers, y sin duda alguna Liniers ya era un conocido de su padre, un
compatriota francés.
9 Sola, deseando la compañía de un compatriota, aburrida con su marido irlandés, atraída
por el hombre militar exitoso, por esta y cualquier otra razón, Ana entró en una relación
amorosa con Liniers unos meses después de su primer encuentro en 1805. Ella tenía 30
años; él tenía 52. Aunque eran discretos al principio, con el tiempo y con la prominencia
creciente de Liniers, su relación llegó a ser cada vez más pública.
10 Probablemente Thomas O'Gorman no estaba en Buenos Aires cuando su esposa comenzó
su relación íntima con Liniers. Tal vez la relación figuraba como uno de los “asuntos
familiares” que le trajo a Buenos Aires. Sabemos que en 1805 se trasladó a Inglaterra y
Portugal a bordo de una nave llevando frutos del país a los mercados europeos. Pero
cuando volvió a Buenos Aires, el marido de Ana parecía haber aceptado su nueva posición
de marido traicionado y continuó su amistad con Liniers. A pesar del rumor de que él
estaba cerca de Beresford (general británico que condujo la primera invasión británica) y
a pesar del miedo general a los angloparlantes, O'Gorman se benefició de sus lazos de
amistad con Liniers.
11 En 1806, el marido de Ana recibió la autorización real para enviar mercancías en cuatro
naves neutrales a Valparaíso, Arica o Callao así como también gozó de contratos reales
para vender 6.000 quintales de mercurio, papel sellado y las bulas de la Santa Cruzada. Las
sospechas sobre él aumentaron durante la segunda invasión inglesa, y en 1807 finalmente
huyó a Brasil donde se refugió permanente. El hermano de Ana, Juan Bautista, también
sacó provecho de la posición de su hermana. A fines de 1806 era promovido a capitán de la
tercera escuadrilla de Húsares voluntarios9.
12 La segunda invasión inglesa en 1807 termina con una victoria gloriosa para los porteños,
que lograron bajo el mando de Liniers, derrocar al león británico. Este resultado (como
acabo de mencionar) se dio en ausencia permanente de O'Gorman. En el mismo momento
en que el marido de Ana se iba, su amante, Liniers, era promovido a virrey interino del
Río de la Plata. Así que a mediados de 1807, Ana era una mujer abandonada por su marido
y amante del nuevo virrey. Desdichadamente para Ana y Liniers, los acontecimientos en
Europa pronto los envolvieron en una política cada vez más peligrosa. El mismo año
Napoleon Bonaparte invade Portugal y entonces ataca a su aliado España, creando una
crisis de legitimidad en el mundo español. Las noticias de la invasión de España en febrero
de 1808 llegaron al Río de la Plata un mes despúes. Carlota, hermana del destituido rey de
España, llegó a Río de Janeiro el mismo año y se convirtió inmediatamente en un polo de
atracción para varios intereses que intentaron realizarse a partir de la nueva situación
política tanto en la península ibérica como en las colonias americanas de España. Las
intrigas políticas en Europa y Brasil reverberaron en el Río de la Plata donde "el virrey
francés," Li-niers, fue acusado de ser agente de Bonaparte.
13 Antes de setiembre de 1808, el cabildo, liderado por el enemigo encarnizado de Liniers, el
comerciante Martín de Alzaga, se dirigió a la junta de Sevilla para acusar a Liniers de
corrupción. Pero más que a Liniers, el cabildo se opuso a Ana Perichon de O'Gorman,
pintándola como una mujer inmoral que ejercía una influencia indebida en el virrey. La
llamaron irrespetuosamente “La Perichona”10 y se quejaron que la “prostitución se había
convertido en tan escándalo público que es insoportable”. Un mes después, Ana fue
denunciada otra vez como una mujer disoluta, cuando el cabildo se quejó de la vida
licenciosa de Liniers con una francesa, Madama O'Gorman, "muger de un irlandés don
Tomás O'Gorman (que) ha producido todo el desorden..." Además Madama O'Gorman,
182
según el cabildo “no sale... de casa sin escolta... tiene guardia en su casa de noche y día,
(y)... emplea las tropas del servicio en los trabajos de su hacienda al igual que a los
peones”11. Peor, “La Perichona” usaba “cavalladas y atalajes del tren volante costeados a
expensas del Real Erario”, y el colmo de todo era que: “esta mujer es la arbitra de todo el
gobierno consiguiendo por su influencia las mayores injusticias”. Además, el cabildo
comentaba en otro informe enviado a España, sobre “esa mujer conquien el virrey
mantiene una amistad que es él escandalo del pueblo” y agregaba que “ella se mantiene
dentro de la ciudad sin urgente necesidad, y con el sólo destino de ocuparse en sus
reiterados paseos y carabanas a aquella casa de recreo donde pasa los días el virrey”. “Esa
muger en fin, es despreciable y criminal por todas sus circunstancias,” concluyeron, “es la
arbitra del gobierno, y aun de nuestro destino”12.
14 El mismo mes de setiembre, el cabildo de Montevideo, en rebelión abierta contra Liniers,
protestó en contra de su relación con “una francesa casada”. Quizás porque ambos
cabildos temieron las repercusiones de un ataque directo contra el virrey, eligieron a su
amante, como el blanco de su ataque. “La Perichona” fue acusada de proteger a una
cuadrilla de franceses corruptos que tenían posiciones de importancia dentro del círculo
íntimo de virrey. En este grupo estaban incluidos dos hermanos de ella, Eugenio, el
edecán del virrey, y Luis, el ayudante general de campo.
15 La aversión hacia Liniers y su amante alcanzó su auge cuando en diciembre de 1808, el
virrey casó a su hija, María del Carmen Liniers Sarratea, con Juan Bautista Perichon de
Van-deuil, otro hermano de su amante. Otra vez el cabildo de Buenos Aires no perdió la
ocasión de quejarse. Cuatro días después de la boda enviaron una carta a España en donde
acusaban a Liniers de desobedecer las órdenes del rey13. En los ojos de la buena burguesía
de Buenos Aires, Liniers estaba tan ciego de pasión por la Perichona que llegó al extremo
de sacrificar a su hija permitiendo que ella contrajera nupcias con un “parvenu francés
notoriamente sospechado”. Peor aún, para los miembros del cabildo la novia pertenecía,
vía su difunta madre, a la familia
16 Sarreatea, una de las dinastías mercantiles principales de la ciudad. Liniers no solamente
ensuciaba su reputación, sino que además corrompía la pureza de sangre de una familia
porteña honorable.
17 En julio de 1809, los enemigos de Liniers logran terminar con su carrera y un nuevo
virrey, Cisneros, es enviado a Buenos Aires. Después del nombramiento de su sucesor, Ana
es persuadida por Liniers de buscar refugio en Río de Janeiro. Éste ha decidido que es la
única manera de protegerla contra el clamor de venganza cada vez mayor hacia ella.
Desdichadamente, una vez en Brasil, el comportamiento de Ana encolerizó a la Infanta
Carlota Joaquina, e hizo que su estancia en la corte fuera insostenible. Se rumoreaba que
había comenzado un lazo romántico con el señor Strangford, así como que la Perichona
también había permitido que su hogar se convirtiera en un lugar de reunión para los
exiliados opositores al gobierno español en Buenos Aires14.
18 Liniers cedió el mando a Cisneros, y se retiró a su rancho en Alta Gracia, Córdoba, a pesar
de que el nuevo virrey trataba de convencerlo que sería mejor volver a España15. Ana
procuró unirse con su amante en diciembre de 1809, pero el virrey impidió su llegada a
Buenos Aires. Aunque Liniers parecía haber renunciado a la vida política, unos meses
después, cuando el cabildo abierto de 1810 derrocó al gobierno español, Liniers comenzó
una contra revolución realista. El 26 de agosto de 1810, Liniers fue capturado por las
tropas de Buenos Aires cerca de Chañar y fusilado. Así Liniers entra en la historia como
una de las primeras víctimas de la revolución de Mayo.
183
siempre firme19. Thompson, que había sido enviado a España al principio del escándalo,
volvió a Buenos Aires para ayudarla a convencer a sus padres solamente cuando ella se lo
pidió.
26 Para escapar al control de sus padres, Mariquita solicitó mudarse de la casa de su padre e
internarse en la casa de ejercicios espirituales. En febrero de 1804 su padre muere, pero
Mariquita sigue adelante en sus planes matrimoniales20. Ella y Martín comenzaron un
disenso judicial para forzar que su madre aceptara su unión. Mientras que los rumores
volaban, Mariquita y Martín defendieron su derecho a casarse, convenciendo al virrey
Sobremonte de la justicia del disenso21. El 29 de junio de 1805, se casan y unos meses más
tarde Thompson es nombrado capitán del puerto de Buenos Aires22.
27 En los años que siguieron a su unión, Mariquita y Martín se convirtieron en el centro de
una vida social e intelectual activa. La joven esposa, a pesar de sus embarazos casi
continuos (durante los diez años que ella y Martín vivieron juntos, ella dio luz a cuatro
hijas y un hijo), comenzó un salón literario en su hogar. Antes y después de la revolución,
los políticos, los hombres militares, los poetas y los interesados en el pensamiento
científico (Alvear, López, Monteagudo, Juan Cruz Varela, Blas Parera, Pellegrini, es decir
los pensadores más importantes del día) visitaron su salón.
28 En 1815 el gobierno revolucionario de Buenos Aires envió a Martín Thompson a los
Estados Unidos en misión oficial para comprar armas para el gobierno porteño. Durante
su estadía en Nueva York, Thompson llegó a estar implicado con unos aventureros
polacos y con la expedición desdichada de MacGregor por liberar la Florida del control
español. Perturbado profundamente por reveses económicos y profesionales, Thompson
se volvió loco y fue internado en el manicomio de la ciudad de New York en 1817.
Mariquita arregló su regreso a Buenos Aires, pero como resultado de su rechazo total a
ingerir la comida o de la avaricia del capitán de la nave, Martín Thompson murió de
hambre y sus restos fueron arrojados al mar en octubre de 1819.
29 Mientras esperaba la vuelta de su marido, Mariquita comenzó una amistad cercana con
Jean-Baptiste Washington de Mendeville, un joven francés que había llegado a Buenos
Aires unos meses antes, él encontró empleo como profesor de piano de los niños
Thompson. Ahora viuda y con cinco niños jóvenes, Mariquita perdió poco tiempo antes de
casarse con Jean-Baptiste. En vez de esperar nueve meses después de la muerte de su
marido (el tiempo mínimo socialmente sancionado), Mariquita contrajo matrimonio con
Mendeville en abril de 1820, seis meses después de la muerte de Thompson. En el
momento de casarse Mendeville tenía 27 años; la novia, que había cumplido 34, dijo que
tenía 30. El primer niño de la pareja nació siete meses después. Ahora como hombre
casado, Mendeville empezó un negocio de importación de mercancías francesas con uno
de sus paisanos, Edouard Loreilhe. Probablemente debido a las conexiones y la influencia
de su esposa, también lo nombraron cónsul francés en Buenos Aires.
30 Aunque el matrimonio Sánchez-Mendeville tuvo dos hijos más, la unión no era buena. La
pareja se distanciaba en parte por problemas económicos, en parte por las ausencias de
Mendeville causadas por sus tareas consulares. A pesar de esto en 1826 la hija mayor de
Mariquita, Clementina Thompson de 19 años de edad, se casó con Edouard Loreilhe, socio
de su padrastro. Enseguida los novios fueron a vivir a Europa.
31 La unión de Mariquita con Mendeville continuó desintegrándose, la pareja dejó de
permanecer junta después de quince años de matrimonio. Pero a pesar de su vida
personal problemática, Mariquita continuó logrando grandes éxitos. Obtiene la dirección
185
NOTAS
1. Don Estevan Perizon (sic) fue registrado en un censo de extranjeros residentes en Buenos Aires
in 1807. Documentos para la Historia Argentina, vol. XII, Padrones de las ciudades y campañas de Buenos
Aires y Montevideo (1778-1810) Buenos Aires: Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1919
[en adelante DHA, Padrones], p. 217.
2. Tomás O'Gorman se casó eventualmente con Concepción Riglos y Lezica. Adolfo O'Gorman, es
identificado como un nativo de la isla de Mauricio, Reino de Francia, siendo el hijo legítimo de
Don Tomás O'Gorman y Doña Ana Perison, casado con Doña Joaquina Ximenez Pinto en Buenos
Aires en enero de 1818. Carlos Jaureguí Rueda. Matrimonios de la Catedral de Buenos Aires, 1747-1825.
Buenos Aires: Fuentes Históricas y Genealógicas Argentinas, 1985, p. 419.
3. Miguel O'Gorman había venido a Buenos Aires como doctor de la expedición militar de
Cevallos en 1776, y permaneció en la colonia.
187
4. En marzo de 1805 “Eduardo Ogorman”, nativo de Lima y mercader, fue registrado como
residente del cuartel 3 de la ciudad. DHA, Padrones, p. 199.
5. Paul Groussac. Santiago de Liniers: Conde de Buenos Aires, 1753-1810. Buenos Aires: Arnoldo Moen y
Hermano, 1907, p. 295.
6. Sergio R. Villalobos. El comercio y la crisis colonial. Santiago de Chile: Editorial Universitaria,
1968, p. 121.
7. Para una buena biografía de Liniers consúltese Bernardo Lozier Almazán. Liniers y su tiempo.
Buenos Aires: Emecé Editores, 1989.
8. Al conde de Liniers le fue concedida una Real Orden (el 20 de marzo 91) por medio de la cual se
le permitía importar 2000 esclavos del África; él auspició por lo menos dos naves que
transportaron esclavos bajo banderas inglesas en 1794 y 1796.
9. DHA, Padrones, 327; 330.
10. Esta era probablemente una referencia indirecta a la famosa Perricholi, amante del ya mayor
virrey del Perú Manuel de Amat.
11. “Oficio del cabildo de la ciudad de Buenos Aires a la junta central”, 15 octubre 1808, Mayo
documental, VI, 325-326.
12. “Memoria original del cabildo de Buenos Aires”, 15 de octubre de 1808, Mayo documental, VI,
327-336.
13. Para las quejas del Cabildo veáse “Oficio del ayuntamiento de Buenos Aires... vista la
improcedente conducta del virrey Liniers al permitir el casamiento de su hija sin permiso real”,
31 diciembre 1808, Mayo documental, V, 119. Para la defensa de Liniers véase “Copia de oficio del
virrey Santiago Liniers... en que participa el casamiento de su hija mayor con Juan Perichon y los
motivos que tuvo para permitirlo”, enero de 1809, Mayo documental, VII, 87-89.
14. “Volvió aquí Mme. Perichon con sus dos hermanos... En su casa se han juntado por supuesto
los españoles descontentos de ese gobierno y prófugos de ese pais...” Víctor Gálvez, Memorias
secretas, doc. 23.
15. Antes de abandonar Buenos Aires, Liniers fue incluido en agosto de 1807 en el censo de los
extranjeros residentes en la ciudad, al igual de su yerno Juan Pericho. Ambos vivían en la casa de
Liniers ubicada en el distrito central (segundo cuartel) de la ciudad. DHA, Padrones, 274. Juan
Pericón también acompañó a Liniers a Córdoba.
16. Cecilio Sánchez de Velazco era natural de Granada. Su esposa Magdalena Trillo era nacida en
Buenos Aires. Ellos fueron casados en privado por el Obispo de Buenos Aires el 22 de marzo de
1771, sirviendo como padrinos de la ceremonia el mercader Eugenio Lerdo de Tejada y su esposa.
(Iglesia de la Merced, Buenos Aires [en adelante La Merced] Libro de Matrimonios 5, folio 301). Su
primer hijo, un niño llamado José Pedro María, nació el 5 de febrero de 1784, pero falleció antes
de llegar a la adultez (La Merced, Libro de Bautismos 15, folios 294v-295). María Josefa Petrona de
Todos los Santos nació el 1 de noviembre de 1786 (La Merced, Libro de Bautismos 16, folio 117v.).
Su madre tenía 41 años al dar a luz. Para la más reciente biografía sobre Mariquita consúltese
María Sáenz Quesada. Mariquita Sánchez: Vida política y sentimental. Buenos Aires: Editorial
Sudamericana, 1995.
17. María (Mariquita) Sánchez de Thompson. Recuerdos del Buenos Aires virreynal. Buenos Aires,
1953, pp. 59-60.
18. Thompson era el hijo de Guillermo Thompson, un mercader nacido en Londres quien había
llegado a Buenos Aires a mediados del siglo XVIII. En 1752, Guillermo se casó con Francisca Aldao
Rendón (para mayores detalles remítase a la nota 23). Su segunda esposa, y madre de Martín, fue
Tiburcia López Escribano y Cárdenas, ahijada de Manuel del Arco, esposo de Magdalena Trillo.
Luego de la muerte de Guillermo Thompson, ocurrida en 1787, su viuda tomó los hábitos.
Conocida como Sor María Manuela de Jesús, ella murió en el convento Capuchino de Buenos Aires
en 1815. Martín Jacobo, quien contaba con diez años a la muerte de su padre, fue puesto bajo el
tutelaje de Martín José de Altolaguirre, ministro retirado de la Real Hacienda.
188
19. A pesar de que Thompson era un pariente, los padres de Mariquita se opusieron a la unión
argumentando que él pertenecía a un grupo social más bajo que el de ellos. También señalaron
que su hija era una “joven incauta e inexperta”.
20. Cecilio Sánchez fue enterrado el 10 de febrero de 1804 (La Merced, Libro de Difuntos 2, folio
18).
21. El disenso de Thompson-Sánchez de Velazco comenzó el 7 de Julio de 1804, el veredicto del
virrey fue pronunciado el 20 de julio. Véase Archivo General de la Nación Argentina, IX-24-4-4.
22. No queda claro si Thompson recibió el nombramiento antes o después de la invasión inglesa.
Algunos historiadores creen que Thompson fue asigando al puesto por el virrey Liniers. Sáenz
Quesada, Mariquita, 44.
23. La primera esposa de Guillermo Thompson es otro ejemplo de la mujer que no cumple con las
convenciones sociales. Tres años antes de casarse con Thompson, Francisca Aldao Rendón fue
descubierta de haber tenido relaciones sexuales con Carlos Ortiz de Rosas, un joven oficial
militar. Cuando sus padres trataron de forzar a la pareja a casarse, Ortiz de Rosas se resistió
argumentando que no le había dado promesa de matrimonio antes de hacer el amor. Aunque
Ortiz de Rosas murió poco después, Francisca fue condenada a vivir el resto de su vida en la
reclusión del deshonor. Pero fue rescatada por el recién llegado Thompson, quien aceptó casarse
con ella a pesar de su pasado. Ella aportó al matrimonio una jugosa dote e importantes
conexiones a nivel de la sociedad local.
24. Sospechas del francés comenzaron en 1795 cuando varios franceses fueron cercados por su
participación en una conspiración para fomentar una rebelión esclava. Un continuo temor hacia
los forasteros se puso en evidencia con la orden real de 1804 que mandaba que todos los
extranjeros fueran expelidos de Buenos Aires. No se tomó dicha acción, pero el Cabildo llevó a
cabo una lista de los extranjeros, el censo se repitió en 1807 y 1809.
25. “Oficio del cabildo de la ciudad de Buenos Aires a la junta central”, 15 octubre 1808, ayo
documental, VI, 325-326.
AUTOR
SUSAN MIGDEN SOCOLOW
Universidad de Emory
189
Amistades republicanas
La correspondencia de Manuela Sáenz en el exilio (1835-1856) *
Sarah С. Chambers
mujeres se incorporaron a la discusión pública acerca de su rol en las nuevas naciones 14.
El hecho que las mujeres publicaran sus trabajos fue un avance significativo, pero estas
primeras escritoras estuvieron a menudo limitadas a expresar sus opiniones sobre la
cuestión de la mujer en revistas exclusivamente femeninas. Más aun, en sus
publicaciones, muchas mujeres acogían su rol primordial como madres. Teresa González
de Fanning por ejemplo, hizo un llamado a favor de la educación de la mujer peruana bajo
el argumento de que si las mujeres no entendían la magnitud de su misión, no podrán
criar ciudadanos capaces de salvar a la patria15. Esta ideología de lo doméstico afirmó las
capacidades de las mujeres y elevó el valor atribuido a sus roles tradicionales, pero
simultáneamente restringió el tipo y la amplitud de su actividad16. Aun más, este rol no
era accesible a todas las mujeres. Las mujeres pobres, que tenían que trabajar para vivir y
que con frecuencia vivían al margen del matrimonio legal, tenían dificultades para estar a
la altura de la imagen doméstica apropiada17. Y este fue un rol que no estaba hecho a la
talla de algunas mujeres de recursos. Manuela Sáenz estaba claramente entre las de este
último grupo.
6 Sáenz, sin hijos y escandalosamente separada de su esposo, no podía servir siquiera de
madre simbólica. El escritor peruano Ricardo Palma, que la conoció cuando ella era una
mujer mayor y él todavía un joven, la contrastó con la amante del general José de San
Martín, Rosa Campuzano. Ambas habían luchado por la causa de la independencia, pero
“en el corazón de Rosa había un depósito de lágrimas y de afectos tiernos” mientras
“Doña Manuela era una equivocación de la naturaleza”, quien “no sabía llorar, sino
encolerizarse como los hombres de carácter duro”18. Sin embargo, el retrato no era
completamente crítico. Mientras Campuzano le inspiraba un amor platónico, Sáenz le
infundía respeto.
7 Sáenz, por lo tanto, tendría que desarrollar una justificación, alternativa a la de la virtud
doméstica, por su permanente influencia política en las nuevas repúblicas. Lo que ella
señalaba, en cartas al general y presidente del Ecuador Juan José Flores, era una sutil
inversión y reconfiguración de las esferas pública y privada. Ella aceptaba la exclusión de
la mujer del dominio público representado por el estado, pero su espacio “privado” iba
más allá de uno puramente doméstico. Ella proponía una manera de hacer política basada
en la amistad, en la socialización entre mujeres y hombres a través de las tertulias y la
correspondencia. Un espacio tal comparte muchas características comunes con la
definición que Jürgen Habermas proporciona de la sociedad civil como el campo
intermedio entre el estado y la familia, una arena en la cual críticas feministas han
exigido que se dé una mayor importancia a la presencia de la mujer19. Muchos
historiadores han compartido la descripción negativa que Orusseau hace de las mujeres
de salón como a précieuses aristocráticas cuya influencia feminizante sobre los filósofos
era similar al rol del “poder detrás del trono” en la política de la corte. Más
recientemente, estudiosos feministas han subrayado las credenciales de las “saloneras”
como intelectuales y también oponentes de la monarquía20. Mujeres como Sáenz, que
habían gozado del respeto de hombres prominentes antes de las revoluciones del siglo XIX
, intentaron continuar con su rol de consejeras a pesar de la expansión de foros
exclusivamente masculinos para la discusión intelectual, tales como clubes y cafés. Para
lograr este objetivo, tenían que defender la influencia femenina como legítima dentro de
una república. Sáenz no protestó por la exclusión de la mujer de la política formal (como
de hecho ninguna mujer hispanoamericana lo hizo en este periodo), pero convirtió esa
exclusión en una argumentación a favor de su mayor confiabilidad y credibilidad. Este
192
rasgo era de particular valor durante el periodo de conflicto e inestabilidad social que le
siguió a la independencia en Hispanoamérica.
Contexto histórico
8 Desde su nacimiento en 1797, la hija ilegítima de un oficial militar español y una mujer de
una de las familias moderadamente ricas de Quito, la vida de Sáenz reflejó un periodo de
cambios turbulentos y de constantes modificaciones de las fronteras. De adulta se
trasladó de un lugar a otro, a lo largo del territorio que eventualmente se convertiría en
las naciones del Perú, Ecuador y Colombia. A pesar de haber sido criada en un convento,
se convirtió en una rebelde, escapando, de acuerdo a algunas fuentes, para huir con un
amante. Su padre, sin embargo, hizo arreglos para su matrimonio en 1819 con un
mercader inglés, con quien se trasladó a Lima. Durante el periodo en el que Sáenz
maduró, algunos hispanoamericanos se encontraban descontentos con el régimen
colonial cada vez más estricto y el incremento continuo de los impuestos. La invasión de
Napoleón a España y la captura del rey en 1808 les proporcionó una oportunidad de
actuar. En 1811, las juntas en Venezuela y después en otras provincias del virreinato de
Nueva Granada declararon abiertamente su independencia de España, y Simón Bolívar
emergió como un líder militar fuerte que ganaría gradualmente la independencia en los
campos de batalla. De 1819 a 1821, antes que conociera a Bolívar, Manuela Sáenz colaboró
con los patriotas en el Perú, donde lucharon por la hegemonía entre el gran número de
realistas. El general patriota de Argentina, José de San Martín, al llegar al Perú, reconoció
la participación de Sáenz y de otras mujeres en las conspiraciones contra el gobierno
español, estableciendo una “Sociedad de Damas Patriotas” y condecorando a sus
miembros con una medalla especial con la inscripción “Al patriotismo de las más
sensibles”21. En 1822, después de recibir su medalla, Sáenz dejó a su marido para viajar a
Quito con el fin de administrar su herencia materna, y ahí conoció al triunfante Bolívar.
Regresó con él al Perú para nunca volver al lado de su marido, mientras Bolívar
continuaba su lucha por la independencia sudamericana. Ahí, además de auspiciar
tertulias políticas, se las ingenió de alguna manera para combatir a lomo de caballo
vestida en uniforme de coronel. Ya para 1825, las fuerzas colombianas y peruanas
vencieron definitivamente al ejército realista en el Alto Perú.
9 Esta victoria final marcó la cima del poder e influencia de Bolívar. Cada vez más
preocupado por mantener el orden en las nacientes repúblicas, estableció una presidencia
vitalicia en la constitución de Bolivia. También tuvo la esperanza de reforzar
Hispanoamérica independiente a través de la posterior unificación de las naciones. Ambos
esfuerzos, sin embargo, fracasarían al momento de su muerte cinco años más tarde. En
1826 retornó a una Colombia fraccionada para reasumir su presidencia e intentar
restaurar la estabilidad, y Sáenz le dio alcance en Bogotá un año más tarde. La promoción
que Bolívar hizo de la presidencia vitalicia durante la convención constitucional de 1828
llevó a una ruptura con Santander y con otros liberales.
10 Durante un breve periodo en el cual tomó poderes dictatoriales, la oposición a Bolívar
creció, y Sáenz tuvo batallas simbólicas con sus enemigos políticos. Aun antes de que
Bolívar admitiera públicamente la ruptura con su rival, Sáenz ejecutó a Santander en
efigie. También se ganó el apodo de la “Libertadora del Libertador” al salvar a Bolívar de
varios intentos de asesinato. Ya para 1830, sin embargo, sus días estaban contados. Los
líderes de Venezuela, que habían estado disconformes con el gobierno central en Bogotá
193
por varios años, declararon una nación independiente. El mismo año, Bolívar renunció a
su cargo y murió poco después. Tres años más tarde, Santander acusó a Sáenz de
participar en un complot para derrocar su administración (cargos que ella negó) y la
forzó a dejar Colombia. Ella buscó refugio temporal en Jamaica.
11 A pesar de que algunos en las provincias del sur estaban presionando por una secesión de
Colombia, el gobernador escogido “a dedo” por Bolívar en Quito, el general venezolano
Juan José Flores, había permanecido fiel a su mentor. Sin embargo, una vez que se hizo
claro que Bolívar estaba dejando el mando, Flores permitió la declaración de un Ecuador
independiente y se convirtió en el primer presidente de dicha república. La construcción
de una nueva nación con una población racialmente diversa, con obstáculos para la
comunicación, y con frecuentes conflictos entre las elites liberales del puerto de
Guayaquil y la oligarquía más conservadora de Quito, no sería tarea fácil. Flores enfrentó
a la oposición liberal expresada a través de la prensa, la cual él reprimió, y a una revuelta
en 1833 de un grupo conocido como los “Chihuahuas”, el cual incluyó al medio hermano
de Manuela, José María Sáenz. Sin embargo, con la resolución de este conflicto, Ecuador
evitó la frecuencia de las guerras civiles y cambios de gobierno que muchas otras
naciones hispanoamericanas experimentaron en este periodo, a través de un pacto entre
Flores y el líder opositor Vicente Rocafuerte quien estaba en prisión y posteriormente
asumió el mandato en 1835.
12 Durante la presidencia de Rocafuerte, Flores encabezó la oposición, rechazando la
sugerencia de liderar una revuelta, esperando ser reelecto en 1839. De todas maneras, el
acuerdo aparente entre los dos rivales para alternarse en el poder se rompió en 1843
cuando Flores patrocinó cambios a la constitución que le permitió ser reelecto.
Proclamando que el gobierno se había convertido en una tiranía, Rocafuerte se unió a la
oposición en el exilio y retornó al poder después de un levantamiento contra Flores en
184522.
13 Aunque Manuela Sáenz jamás vivió en el Ecuador independiente, pasó gran parte de su
vida intentando influenciar en la política de su nación. En 1833, desde su exilio en
Jamaica, Sáenz había escrito a Flores, quien la conocía de sus días como colaboradora de
Bolívar, pidiéndole ayuda para recuperar una hacienda. En octubre de 1835, le solicitó
retornar al Ecuador para administrar su propiedad. Flores, como comandante de las
fuerzas armadas, le proporcionó un salvoconducto para viajar desde el puerto de
Guayaquil hasta Quito; pero el presidente Rocafuerte al enterarse canceló su pasaporte y
le ordenó dejar el país. Comparándola con Madame de Stael, la acusó de volver para
vengar la muerte reciente de su medio hermano José María Sáenz, quien había
participado en la revuelta de Chihuahua. Basada en su “carácter, talentos, vicios,
ambición y prostitución”, le explicó a Flores que “ella es la llamada a reanimar la llama
revolucionaria”23. Pese a que Sáenz negó estas acusaciones específicas, sus acciones
posteriores demostraron que ella no había abandonado la política. Rocafuerte, por lo
tanto, pudo haber estado en lo correcto al temerle.
por casi treinta años más, sus biógrafos normalmente consideran este periodo como un
epílogo trágico24.
15 El exilio en un pequeño y polvoriento puerto en el norte del Perú, en la pobreza, la
envejeció, perdiendo su belleza, confinada a una silla de ruedas por enfermedades y la
obesidad. De tiempo en tiempo algún visitante iluminaba su triste existencia: Ricardo
Palma, Herman Melville y Giuseppe Garibaldi. Falleció durante una epidemia de fiebre
amarilla en 1859, y su cuerpo arrojado a una fosa común y todas sus pertenencias
incineradas para prevenir el contagio. Pese a que tal historia es melodramática no hace
justicia a esta compleja y activa mujer.
16 Al contrario de esa visión, ella continuó su actividad política en el exilio y la desarrolló a
través de la correspondencia. Más aun, la experiencia de su exilio intensificó sus
preocupaciones sobre los peligros de la inestabilidad política y partidaria, y la llevó a
poner un énfasis mayor en la amistad, como base de sus relaciones.
17 Sáenz fue exiliada de Colombia y luego del Ecuador, precisamente porque era considerada
como un peligro político. Protestando por la orden de su expulsión dada por Rocafuerte
en 1835, sin juicio ni la aprobación del congreso, como inconstitucional, Sáenz se refugió
en Paita cerca de la frontera entre Ecuador y el Perú. Este pequeño pueblo en el desierto
representaba un contraste dramático con las capitales de Quito, Lima y Bogotá donde
Sáenz había estado en el centro de los eventos políticos y sociales. Ella más tarde
escribiría que “ocho años en Paita entorpecen, envilecen y empobrecen”25. Sin embargo,
el puerto, una frecuente parada para balleneros, no era tan aislado como aparentaba. En
los albores de la independencia, la frontera entre el Perú y Ecuador fue candentemente
disputada. Paita era importante no sólo por dichas controversias internacionales, sino
porque su gran comunidad de exiliados también desempeñaba un rol en la política
interna del Ecuador.
18 Sáenz, por lo tanto, no abandonó su actividad política, pero el exilio le restringió
movilidad. Unos años antes, se había defendido del apodo de extranjera en Bogotá
declarando que “mi país es el continente de la América”26. Sin embargo, Sáenz se
identificaba como ecuatoriana, o aun como quiteña. Dicho cambio reflejaba tanto el hecho
de que las fronteras nacionales se hicieron más rígidas después de 1830 como también su
propia limitada movilidad. Es muy probable que por su creciente interés político por el
Ecuador podía haber aprovechado de manera pragmática su relación con Flores. En 1841,
justificó una oferta de apoyo político al general Flores afirmando con desencanto: “Usted
dispense cualquier desatino que yo le ponga pues no tengo en ello más interés que el de
ser quiteña, amiga de usted y su segura servidora”27. También era su identidad ligada a su
experiencia con su patria natal y una relación afectiva con una comunidad de amigos
reales, en contraposición a aquellos imaginarios28.
19 Pero la identificación de Sáenz con Quito no dejaba de ser ambivalente. Se sentía
decepcionada de no ser capaz de encontrar una persona ahí que pudiera supervisar de
manera efectiva sus asuntos financieros: “Yo soy de Quito y tengo ahí parientes; tenía
amigos; y es como si jamás los hubiese tenido, creo que por una persona extraña no
faltaría quien ande sus pasos y se realicen los cobros”29. Más aun, a pesar de sus repetidas
expresiones de amor hacia su patria, Sáenz nunca retornó al Ecuador aun después de
haberse levantado su exilio.
20 En 1837, escribió para agradecer a Flores por ejercer su influencia para asegurarle un
salvoconducto para retornar al Ecuador, pero juró no hacerlo mientras Rocafuerte fuera
195
presidente por la injusticia hacia ella30. Desde 1839 hasta 1845 en que Flores retornó al
poder, Sáenz permaneció en Paita. Los problemas financieros restringían sus opciones,
aunque su presencia en Quito podría haber mejorado la posibilidad de recuperar su
herencia. Ya en 1842, le dijo a Flores que nunca pretendió regresar debido a que el clima
le hacía mal a su salud, y que si recibía su dinero se trasladaría a Lima. Aun más, insistía
que en 1835 no tenía la intención de quedarse en Ecuador, sino que simplemente tenía la
esperanza de recuperar su propiedad y partir de nuevo31. Sin embargo, un año y medio
más tarde expresó ira y dolor por su exilio, recalcando una vez más la importancia de los
amigos:
“Un terrible anatema del infierno comunicado por Roca-fuerte me tiene a mí lejos
de mi patria y de mis amigos como usted, y lo peor es que mi fallo está echado a no
regresar al suelo patrio; pues usted sabe, amigo mío, que es más fácil destruir una
cosa que hacerla de nuevo; una orden me despatrió. Pero el salvoconducto no ha
podido hacerme reunir a mis más caras afecciones; mi patria y mis amigos” 32.
21 Aparentemente nunca tuvo la intención de hacer de Quito su hogar permanente; sin
embargo, el que le nieguen esa opción en un momento crítico profundizaba sus
sentimientos de nacionalismo. También fortaleció su resolución de estrechar distancias, y
de ese modo mantener su comunidad de amigos, a través de la correspondencia. Con un
toque de humor, le advirtió a Flores que nunca se libraría de sus cartas, ya fuera que ella
se trasladase a Lima o a la China33.
22 Las experiencias de Sáenz y su imagen del Perú profundizaron su identificación con el
Ecuador. Su llegada coincidió con un periodo de conflicto sobre fronteras entre los dos
países, y ella tomaba de manera personal los insultos al Ecuador. En particular, sentía
rencor por los peruanos que hacían alarde de su mayor riqueza nacional (basada en el
guano) con respecto a sus países vecinos. En 1842, envió una copia de un poema satírico,
el cual describía al Ecuador y a Bolivia como pobres y envidiosos vecinos, a Flores
urgiéndole encontrar un quiteño dispuesto a responder de igual manera para defender el
honor nacional. En la opinión de Sáenz, los líderes republicanos en el Perú habían dado
señales prematuras de su inconstancia política al rechazar las intervenciones continuas
de Bolívar en asuntos nacionales después de que sus tropas habían ayudado a derrotar el
ejército realista. Despreciaba la permanente inestabilidad y las guerras civiles del país, y
tenía la esperanza de que el Ecuador evitara ese destino bajo el fuerte liderazgo de Flores:
“Soy patriota, declaró, y deseo que mi país no imite al Perú”34. Sáenz sentó las bases de su
alianza con Flores en su amistad y en la confianza que tenía en su capacidad para
mantener el orden. Los dos polos de sociabilidad y conflicto partidario, los cuales
marcaron su experiencia en el exilio, influenciarían en su discurso sobre la amistad
republicana.
La política de escribir
23 En el exilio, Sáenz ya no se encontraba en el centro del escenario político, y su accionar se
tornó menos abierto y dramático. No hubieron reportes de ella vestida en uniforme
quemando efigies de sus enemigos. Sin embargo, no abandonó su actividad política: de
una mujer de acción se convirtió en una mujer de cartas. A pesar de que nunca más volvió
a viajar, mantuvo sus vínculos con importantes figuras políticas a lo largo de América del
Sur a través de la correspondencia. Sus cartas al general Flores, que constituyen la fuente
primaria para este ensayo, probablemente son una parte de sus misivas35. En ellas hace
196
Mujeres como ella estaban excluidas de ciertos foros dentro de la sociedad civil de
principios de la Hispanoamérica republicana, tales como la prensa, pero eran activas en el
mundo de las cartas y de los salones políticos.
38 Por intermedio de estas conexiones, accedió a información tanto oral como escrita la cual
remitió a Flores. Durante una temporada, aquéllos, confabulando en contra de Flores
reclutaron a Sáenz para ser una mensajera: “yo convine con él en esto con ánimo de
mandárselas a usted las que cayesen en mis manos, para que usted tomase conocimiento
del estado de cosas de estos señores y se pusiese en guardia”62. A pesar de que pidió a
Flores que guarde en secreto dichas cartas, él publicó una para exponer a sus enemigos. Al
hacerlo, también lo hizo con su fuente. A pesar de esto, Sáenz no se dio por vencida. Poco
después de haber sido desenmascarada, comenzó a “catequizar” a un cura que hacía de
mensajero de cartas entre Ecuador y la comunidad de exiliados en el Perú63.
39 A pesar de que para Sáenz fue problemático recuperar la confianza de la oposición,
todavía le era posible conseguir información a través de sus numerosas amistades. Como
le explicaba a Flores en un caso: “Da la casualidad que en Lima, el club de ellos, hay un
amigo de un íntimo amigo mío y así es que sabemos sus cosas”64. Los biógrafos de Sáenz
han destacado que su casa en Paita atraía numerosos visitantes, pero a diferencia de sus
descripciones como simples ocasiones sociales, ella las veía como oportunidades políticas.
Recibía visitas de cónsules del Ecuador y de oficiales peruanos tanto civiles como
militares, y constituyó una red de conexiones entre mujeres y hombres. El cónsul
ecuatoriano Joaquín Monsalve escribió a Flores en 1843 de sus excelentes relaciones con
Sáenz describiéndola con elogios como una “mujer influyente e importante”65.
Aparentemente reclutó como colegas espías a varias otras mujeres, incluyendo a las
futuras parientes afines de uno de los enemigos de Flores. En febrero de 1844, escribió que
las señoras Godoy estaban investigando para averiguar quién estaba enviando dinero a los
rebeldes para que compren armas66.
40 Es difícil juzgar si los esfuerzos de Sáenz como informante política fueron efectivos. Sus
súplicas por respuestas indican que Flores no era un corresponsal tan activo como ella
hubiese deseado, pero sí hay acuse de recibo de sus cartas con la frecuencia necesaria
como para indicar que su comunicación era recíproca. Desafortunadamente, sus
respuestas fueron probablemente quemadas junto con el resto de sus pertenencias tras su
muerte. De todas maneras, en junio de 1842, Sáenz se refiere de manera indirecta a un
plan propuesto por Flores a su persona en una carta fechada en mayo 11: “Impuesta de su
contenido estoy pronta a todo; pero para que no sospechen de mí es preciso que usted me
escriba una carta en la que me llame con mucha insistencia para el Ecuador, cosa que
pueda yo enseñar esta carta, y póngala en el correo”. Permaneciendo en el Perú a pesar de
la supuesta orden, hecha pública al ser enviada a través del corrupto sistema de correos
así como a través de circulación de la misma, reforzaría su disfraz dentro de la comunidad
de exiliados. Después de ponerle al tanto de la situación en el Perú, le recordó
nuevamente enviar la carta requerida, añadiendo “yo estoy demasiado relacionada en el
país a ver si se hace algo por el suelo patrio”67. Más aun, no hay duda de que su consejo
era sensato. A lo largo de 1844 y principios de 1845, sus advertencias sobre conspiraciones
entre los exiliados aumentaron en frecuencia, especificidad e insistencia. En marzo de
1845, la oposición participó en una revuelta en Guayaquil y para junio Flores fue
derrocado y exiliado a Europa68.
41 No sabemos la atención que Flores prestó a dichas advertencias, e incluso si tal
información pudo haber prevenido de los planes de los rebeldes. Lo que está claro en las
cartas de Sáenz, es su frustración ante la lentitud de Flores de reconocer la traición de sus
propios subordinados. Su advertencia temprana de que no debía confiar en Rocafuerte
pudo haber reflejado su animadversión personal hacia el hombre que la había exiliado,
200
pero resultó ser cierta. En enero de 1842, advirtió a Flores que el asistente del cónsul
ecuatoriano en Piura, Juan Otoya, estaba desviando correspondencia oficial a la oposición
69. Más tarde sus sospechas se hicieron extensivas al cónsul, Pedro Moncayo, y no obstante
Flores lo mantuvo en su puesto. Cuando alguien le dijo a Sáenz que el editor anónimo del
periódico de la oposición en el exilio todavía disfrutaba de la protección de Flores, ella
exclamó, “General usted siempre cría cuervos para que le saquen los ojos...”70 En octubre
de 1843, Sáenz se quejaba que Otoya, todavía empleado como vicecónsul, estaba
diseminando rumores sobre su inminente derrocamiento: “Pero ¿Qué es eso, señor?
¡Parece que usted estudia en buscar malvados para emplear! ¡Qué rabia me hace usted
tener; a veces quisiera que fuese mi hijo para regañarlo bien!”71 Su tono urgente estaba
enraizado en reminiscencias de advertencias similares que había hecho a Bolívar, como
cuando había dejado de confiar en Santander antes de que se convirtiera en un rival
abierto de su antiguo mentor. En otras cartas desarrollaría más este enfrentamiento entre
amistades, que eran frecuentemente mujeres, y hombres ambiciosos que ponían el interés
personal por encima de la lealtad política.
mutuos pero sin la connotación negativa del clientelismo. En 1820, por ejemplo, Bolívar
escribió a Santander en anticipación a su reunión:
“Allá nos abrazaremos, y aunque ni usted ni yo somos tiernos, no dejaremos de
sentir, sin embargo, el más vivo placer. No nos diremos bellas cosas, pero las
pensaremos, porque las grandes pasiones siempre son sublimes y la amistad sobre
todas las otras”76.
44 Mientras que en teoría, los actores políticos de este periodo estaban empezando de
manera abstracta a imaginar su conexión con otros miembros de la nación que nunca
habían conocido, su experiencia de fraternidad todavía estaba basada en sus relaciones
con amigos.
45 Para las mujeres, el estatus de “amiga” era tal vez más ambiguo. Ocasionalmente Sáenz
hacía uso del patrocinio; algunas de sus cartas a Roberto Ascásubi, que administraba sus
asuntos financieros en Quito en la década de 1840, hacen referencia a él como “mi amigo y
benefactor”77.
46 Además era sensible a los riesgos de pedir favores a Bolívar; en una carta a él en la cual le
proporcionaba una recomendación personal para un amigo, vaciló al afirmar que “yo sé
bien cuanto puedo hacer por un amigo, y ciertamente no es comprometer al hombre que
más idolatro”78. Sin embargo, en cartas escritas a Bolívar por mujeres, solicitando favores,
pensiones y puestos para parientes hombres se referían a él más frecuentemente como
“protector” o “padre” que como “amigo”79. En cambio su uso tanto por hombres como por
mujeres, sugiere una relación de respeto mutuo y afecto entre pares sino entre iguales.
Sáenz, por ejemplo, definió sus lazos con el secretario de Bolívar, Juan Santana, como “sin
andar con sentimientos, pues éstos sólo son buenos para los amantes, y no para dos
amigos que tanto el uno como el otro están seguros, que existe en ellos una sincera
amistad”80. Mientras que gran parte de la influencia que tenía Sáenz se basaba en su
relación con Bolívar, no dependía legalmente de él; es más, tampoco dependía
financieramente, y sus amistades eran numerosas y libremente escogidas. A lo largo de su
vida, Sáenz disfrutó del respeto de muchos prominentes políticos y diplomáticos
extranjeros. La amistad, por lo tanto, era una relación atractiva para mujeres
independientes como Sáenz, ya que también les brindaba un mayor grado de influencia, o
por lo menos más amplio que de parientes femeninas.
47 Saénz al vincular la amistad con el desinterés de la mujer, refutó sutilmente
justificaciones para la exclusión de las mujeres de la esfera pública republicana, una
ideología con la que sin duda estaba familiarizada81. La asociación de las mujeres con la
esfera privada era utilizada para justificar su exclusión de la política formal durante la
revolución bajo varios, algunas veces, contradictorios supuestos. Por un lado, se suponía
que todas las mujeres dependían de sus padres o de sus esposos y por lo tanto eran
incapaces de tomar decisiones autónomas que garantizaran el bienestar público82. Por
otra parte, a medida que los políticos y los filósofos reconocían cada vez más la influencia
informal que las mujeres ejercían sobre los miembros varones de su familia; afirmaban
que las madres debían ser educadas apropiadamente de manera que fomenten virtud y
patriotismo en sus hijos. El encomio de la maternidad republicana, por lo tanto, reflejaba
un temor subyacente de que las mujeres, en caso de ser dejadas a su libre albedrío,
podrían ejercer su influencia para socavar el estado. El presidente Rocafuerte citó
explícitamente tales temores en su justificación para exiliar a Sáenz. Asumía su lealtad a
la causa rebelde de su medio hermano, y expresaba su convicción de que “que las señoras
202
principales son enemigas declaradas de todo orden y que tienen tanto influjo sobre las
almas débiles de sus hermanos, maridos, y parientes”83.
48 De acuerdo a las ramas dominantes de la filosofía republicana tal como se había
desarrollado a partir del mundo clásico a través de las repúblicas florentinas hasta la
ilustración europea, sólo los hombres tenían la independencia necesaria para sacrificar
sus intereses familiares por el bien de la república. Santander afirmaba repetidamente la
importancia de dichos sacrificios, como cuando defendió su posición ante Bolívar
declarando: “mis deberes y obligaciones, para con la patria eran y serán primero que mí
padre, mis amigos y que todo”84. Definiéndose como una amiga, en lugar de como un
pariente, Sáenz no eliminó completamente tales preocupaciones, pero se trasladó a la
esfera más desinteresada de la sociedad.
49 El concepto del interés personal también tenía un lugar ambivalente en la ideología
republicana a diferencia de la ideología liberal85. El interés personal si incitaba al hombre
a realizar hazañas gloriosas, era compatible con la búsqueda del bien público. Pero
incluso la virtud cívica masculina se erguía sobre fundamentos débiles, porque como
observó Rousseau, el honor podía conducir a la ambición y amenazar la república 86.
Bolívar intentó aminorar esta contradicción enalteciendo la búsqueda de gloria y de la
aclamación pública, pero denunciando la “ambición vulgar” como enraizada en las
pasiones “femeninas” de los celos y la venganza. Comentando sobre la victoria de Sucre
en la batalla decisiva de la independencia peruana, confesó: “Él me ha quitado en
Ayacucho el más hermoso ramo de mis laureles”. No obstante, pidió a Santander,
entonces vicepresidente de Colombia, que confirme los honores conferidos a Sucre por el
congreso peruano: “Sí yo fuese envidioso, apenas podría merecer el nombre de hombre;
porque sólo las mujeres pertenecen a esta pequeña y mezquina pasión”. Desenfrenadas
tales pasiones femeninas, ya sea empleadas por mujeres o por hombres, llevaban a la
discordia civil y las matanzas87. Al igual que el interés, incluso la noción de partido
político era sospechosa en los primeros años de las repúblicas. Tal como Santander, que
era conocido como un “hombre de leyes”, declaro “Yo ni soy jefe, ni pertenezco a partido
alguno”88.
50 Sáenz aprovechó la ambivalencia del concepto de interés y partidismo así como sus
connotaciones de género. Afirmó que había elegido aliados de acuerdo a tres factores
interrelacionados: amistad, lealtad a Bolívar, y constancia, la cual veía como la clave para
la estabilidad política. Expresó este sentimiento en una carta a Flores desde su primer
exilio en Jamaica. Negando estar involucrada en el complot contra Santander, la causa de
su exilio, ella sostenía tal vez con disimulo que “A mí me visitaban algunos amigos míos:
yo omitía por innecesario el preguntarles si estaban contentos o descontentos”. Luego dio
a entender que Santander le estaba concediendo una influencia de la que ella no disponía,
pero añadió “Lo que yo soy es, con un formidable carácter amiga de mis amigos y enemiga
de mis enemigos, y de nadie con la fuerza que de este ingrato hombre”89. A su llegada al
Ecuador en 1835, protestó por su orden de exilio en términos similares, insistiendo al
ministro del Interior “soy amiga de mis amigos de ambos partidos”90. Al igual que sus
contemporáneos, Sáenz puede no haber sido tan desinteresada como ella sostenía; sin
embargo, el discurso con matices de género que utilizaba para realizar dichas
aseveraciones es significativo. Las mujeres de salón en Francia se autodefinieron de
manera similar, por encima de los conflictos partidarios y, por lo tanto, como potenciales
mediadoras.
203
la edad de diecisiete años, se casó contra la voluntad de sus padres, con un oficial militar
prusiano, pero con los años llegó a cansarse de una vida provinciana como ama de casa. Es
recordada, al igual que Sáenz, primordialmente por un amorío con el pintor austríaco
Juan Mauricio Rugendas, vívidamente evocado en sus numerosas cartas111. Sin embargo,
Arriagada participó activamente en la vida cultural de su país: leyó vorazmente, auspició
salones y, pese a no haber publicado sus propios escritos, ayudó a establecer un periódico
en Talca, al cual contribuyó con traducciones de trabajos europeos.
65 Cristian Gazmuri, en un análisis psicológico de su correspondencia, sugiere que ella vivió
frustrada por su aparente incapacidad de tener hijos112. Sin embargo, la propia Arriagada
rara vez hace mención a la maternidad, pese a la ideología dominante de su tiempo,
enfatizando en cambio la importancia de la amistad entre hombres y mujeres a “tener un
amigo fue siempre mi ambición”, escribió a Rugendas en 1840, “la amistad, la verdadera
amistad, es una delicia en la primavera de la vida, es un consuelo en la edad avanzada” 113.
Finalmente, Arriagada comentaba frecuentemente sobre política en sus cartas, incluso
denunciando la guerra de Chile con Perú y criticando la ambición masculina:
“Se avergüenza, uno de ser americana. Con que es cierto que de nuestro infeliz
suelo está totalmente desterrada la delicadeza, la consecuencia, el honor ¡No hay
nada más que vicios, que pasiones innobles; Apenas el hombre a quien nombramos
a la faz del mundo, grande, valiente y generoso, cae del puesto en que pudiera
sernos útil, cuando estos mismos encomiadores cambian estos nobles epítetos en
baldones y, lo que es peor, entre nosotros reina la traición, la mala fe” 114.
66 Al igual que con Sáenz, la importancia que Arriagada puso sobre la sociabilidad la llevó a
denunciar los conflictos partidarios y la inconstancia política.
67 Los paralelos entre Sáenz, Sánchez y Arriagada, quienes nunca se conocieron a pesar de
que compartieron algunas amistades masculinas e indudablemente el placer por la
lectura, son sorprendentes y llaman a una reevaluación de los escritos no publicados de
las mujeres en el periodo republicano temprano. Todas nacieron a finales del periodo
colonial, antes de la expansión de los colegios para mujeres, pero escribieron numerosas
cartas en las cuales, además de sus noticias personales, expresaron sus opiniones sobre la
política y la cultura de su tiempo.
68 Efectivamente, la carencia de educación formal puede ayudar a explicar su inconformidad
con la ideología emergente de la vida doméstica femenina, la cual se convirtió en la
esencia del curriculum en los colegios de mujeres a través del siglo XIX. Las tres tuvieron
matrimonios infelices y no fueron del todo fieles a sus esposos. Más aun, eran capaces de
expresar sus sentimientos iconoclásticos más libremente en cartas semi-privadas de lo
que no sería capaz la siguiente generación de escritoras, quienes para publicar sus
trabajos tendrían que adherirse a las “tropas” de la virtud doméstica. Finalmente, en
lugar de lidiar con la maternidad o incluso con los “problemas de la mujer”, éstas
buscaron respeto de políticos e intelectuales prominentes como individuos que como
representantes de su sexo. Sánchez y Amagada, y sin duda otras mujeres de la clase media
hasta las de elite que participaron en salones y escribieron cartas, habrían estado de
acuerdo con Sáenz que en la política “mejor es tener amigos, bien sea masculinos o
femeninos”115.
207
Conclusión
69 A lo largo de su exilio, Manuela Sáenz continuó su actividad manteniendo sus redes
políticas anteriores, así como creando nuevas. Algunas fueron forjadas a través de
contactos personales directos con peruanos, otros ecuatorianos exiliados y visitantes
internacionales ocasionales. Dadas las restricciones políticas y financieras impuestas a su
movimiento, su correspondencia cobró aún mayor importancia. A medida que sus escritos
se convirtieron en su vínculo con el mundo más allá de Paita, pedía insistentemente
respuestas a sus cartas, copias de periódicos y otros materiales impresos y desarrolló un
complejo sistema de envío de cartas para evitar la ineficiencia y la corrupción del sistema
de correos. A través de la palabra escrita definió un espacio de discurso en la sociedad
civil similar al del salón. Sus visitas y sus cartas también crearon tanto una práctica como
un discurso de la política basado en la amistad. Por un lado, fue a través de sus amigos que
accedió a información sobre las actividades de la oposición ecuatoriana, la cual pudo
después pasar al general Flores. Pero la lealtad era para ella un principio importante, que
podía ayudar a garantizar la estabilidad política amenazada por el interés y la
inconstancia masculina.
70 Claro está que las ideas de Sáenz, al igual que aquéllas de la mayoría de los agentes
históricos, tenía límites y contradicciones internas. La lealtad hacia los amigos por
encima de ideales políticos reforzaba el gobierno personalista. El cultivo de una red de
conexiones en la comunidad de exiliados puso a Sáenz en una posición de traición a un
grupo de supuestos amigos por motivos políticos. Finalmente, al afirmar que la mujer es
más leal bajo el argumento de que carece de ambición personal cerraba la opción de
argumentar a favor del sufragio y de los derechos políticos directos.
71 Cualesquiera sean los límites de este discurso, la correspondencia de Sáenz demuestra
que además de sus acciones a favor de la independencia, algunas mujeres en la república
hispanoamericana temprana estaban desarrollando sus propias ideas políticas,
alternativas a la maternidad republicana. Sus repetidas afirmaciones de que la amistad se
encuentra por encima del interés, desafiaban de manera significativa, las convenciones de
género de la ideología republicana. Rocafuerte identificó de manera explícita a las
mujeres como agentes del desorden, que ponían a sus familias por encima de la nación.
Bolívar era más abierto y accesible a la sociedad y a los consejos de las mujeres, pero
estuvo influenciado por una línea de pensadores desde Aristóteles, pasando por
Machiavello hasta los filósofos franceses, quienes identificaban a la mujer con la veleidad
y la envidia, rasgos que las hacían incapaces de hacer a un lado los intereses privados en
pro del bien público. Los hombres que mostraban tales características eran por lo tanto
afeminados. A pesar de que Sáenz hacía referencia a su compañero sólo con la más grande
de las admiraciones, vinculó la constancia con las relaciones forjadas por las mujeres y
criticó a los hombres por su ambición y consecuente falta de lealtad. Tal inversión de
roles justificaba la permanente influencia de la mujer, como amigas en lugar de esposas o
madres, en el ámbito de la vida política de las jóvenes repúblicas.
208
NOTAS
1. Alfonso Rumanzo González. Manuela Sáenz: la libertadora del Libertador. Bogotá: Ediciones
Mundial Bogotá, 3ra. edición, 1944; Alberto Miramon. La vida ardiente de Manuela Sáenz. Bogotá:
Librería Sudamericana, 3ra. Edición, 1946. Víctor W. Von Hagen. La amante inmortal. Barcelona:
Editorial AHR, 1958; Mercedes Ballesteros. Manuela Sáenz, el último amor de Bolívar. Madrid:
Fundación Universitaria Española, 1976; Blanca Gaitán de París. La mujer en la vida del Libertador.
Bogotá: Coperativa Nacional de Artes Gráficas, 1980; Arturo Valero Martínez (ed.). En defensa de
Manuela Sáenz, la libertadora del Libertador. Guayaquil: Editorial del Pacifico, 1988; José Rivas Rivas.
Carta de Manuela Sáenz a su porno detractor. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1990; Martha Gil-
Montero. “Manuela and Simón”, Américas, 1990, 42: 2: 6-12; Ligia Elena Rojas. Manuela mujer republicana.
Caracas: Ediciones Los Heraldos Negros, 1994.
2. Simón Bolívar. Cartas del Libertador. Caracas: Bando de Venezuela y Fundación Vicente Lecuna,
1964, Vol. V, p. 184.
3. “Documentos inéditos,” Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá, May-June, 1960, 47: 373-402.
4. Manuela Sáenz. Epistolario. Jorge Villalba (comp.). Quito: Banco Central del Ecuador, 1986.
5. José Dolores Monsalve. Mujeres de independencia. Bogotá: Imprenta Nacional, 1926; Carmen
Clemente Travieso. Mujeres de la independencia: seis biografías de mujeres venezolanas. México:
Talleres Gráficos de México, 1964; Elvia Gutiérrez Isaza. Historia heroica de las mujeres próceres de
Colombia. Medellín, 1972; Judith Prieto de Zegarra. Mujer, poder y desarrollo en el Perú. Callao:
Editorial DROHCA Representaciones, Vol. 2, 1980; Armila Troconis de Veracoechea. Indias,
esclavas, mantuanas y primeras damas. Caracas: Academia Nacional de la Historia: Alfadil Ediciones,
1990, pp. 132-52; Carmen Perdomo Escolona. Heroínas y mártires venezolanas. Caracas: Ediciones
Librería Destino, 1994.
6. Evelyn Cherpak. “Women and the Independence of Gran Colombia, 1780-1830,” Ph. D.
Dissertation, University of North Carolina at Chapel Hill, 1973; Cherpak. “The Participation of
Women in the Independence Movement in Gran Colombia, 1780-1830,” en Asunción Lavrin (ed.).
Latin American Women; Historical Perspectives. Westport, CT: Greenwood Press, 1978, 219-234; Silvia
M. Arrom. The Women of Mexico City, 1790-1857. Stanford: Stanford University Press, 1985, pp. 14-52.
7. Carta reproducida en Manuela Sáenz. Epistolario, p. 100.
8. Simón Bolívar. Cartas del Libertador, vol. V, p. 241.
9. Susan Isabel Stein. “A Woman's Place; Nineteenth-Century Bourgeois Morality and the Spanish
American Domestic Comedy,” Latin American Theatre Review, Fall, 1992, 26:1: 79-90; ver también
Doris Sommer. Foundational Fictions. The National Romances of Latin America. University of California
Press, 1991; Francine Masiello. Between Civilization and Barbarism; Women, Nation, and Literary
Culture in Modem Argentina. University of Nebraska Press, 1992.
10. Arrom. The Women of Mexico City, 15-26; Sarah C. Chambers. From Subjects to Citizens: Honor,
Gender, and Politics, in Arequipa, Perú, 1780-1854. University Park: Pennsylvania State Press, 1999;
Elizabeth Garrels. “La nueva Eloisa en América, o el ideal de la mujer de la generación de 1837,”
Nuevo Texto Crítico (1989) 2:4: 27-38.
11. “Colegio de Educandas,” El Republicano 87,14 de septiembre 1833, 4.
12. Arlene J. Díaz A. “Vicenta Ochoa muchas veces muerta; Male Arguments and Female
Strategies for Searching Political Legitimacy in Early Republican Caracas, Venezuela”, Paper
presentado en el Berkshire Conferencia on the History of Women, University of Rochester, June
3-6,1999.
209
13. Cisneros citado en Francesca Denegri. El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres
ilustradas en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1996, 36. Para un ejemplo del Ecuador,
donde nació Sáenz, ver “La Mujer” y “La Madre” en Galo Martínez Acosta (comp.). Cartas y
lecturas de Juan Montalvo. Quito, 1964, pp. 279-280 y 287-289; Janine Potelet. “Imágenes de la mujer
en la obra de Montalvo”, en Coloquio internacional sobre Juan Montalvo. Quito: Fundación Friedrich
Naumann, 1989, pp. 241-262.
14. Francine Masiello (comp.) La mujer y el espacio publico: el periodismo femenino en la Argentina del
siglo XIX . Buenos Aires: Feminaria Editora, 1994; Nestor Tomás Auza. Periodismo y feminismo en la
Argentina, 1830-1930. Buenos Aires: Emecé Editores, 1988; June Hahner. Emancipating the Female Sex.
The Struggle for Women's Rights in Brazil, 1850-1940. Durham; Duke University Press, 1990.
15. Teresa Gonzalez de Fanning. “A Concerning the Education of Women (1876)”, en Gertrude M.
Yeager (comp.). Confronting Challenging Tradition. Women in Latin American History. Wilmington;
Scholarly Resources, 1994, p. 31.
16. Arrom. The Women of Mexico City, 259-68; Linda K. Kerber. Women of the Republic, Intellecta and
Ideology in Revolutionary America. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1980; Ruth Bloch.
“The Gendered Meanings of Virtue in Revolutionary America,” Signs, 1987,13: 1: 37-58; Lynn
Hunt. The Family Romance of the French Revolution. Berkeley: University of California Press, 1992.
17. Susan Chambers. From Subjects to Citizens.
18. Ricardo Palma. Bolívar en las tradiciones peruanas. Madrid-Barcelona-Buenos Aires: Compañía
Ibero-Americana de Publicaciones, 1930, pp. 115-116.
19. Jürgen Habermas. The Structural Transformation of the Public Sphere. Cambridge: MIT Press,
1989; Dena Goodman. “A Public Sphere and Private Life. Toward a Synthesis of Current History
Graphical Approaches to the Old Regime”, History & Theory, 1992, 31: 1: 1-20.
20. Dena Goodman. “A Enlightenment Salons. The Convergence of Female and Philosophic
Ambitions”, Eigheenth-Century Studies, Spring, 1989, 22: 329-350.
21. Judith Prieto de Zegarra. Mujer, poder y desarrollo, pp. 203-207.
22. Para la historia política del Ecuador en esta época, ver Jorge Villalba Freire. “Manuela Sáenz y
la política del Ecuador, 1832 a 1845,” en Manuela Sáenz. Epistolario, pp. 21-92; Mark J. Van Aken.
King, of the Night; Juan José Flores and Ecuador, 1824-1864. University of California Press, 1989.
23. Carta con fecha 14 de octubre de 1835 en Manuela Sáenz. Epistolario, p. 100.
24. Con la excepción de Villalba, “Manuela Sáenz y la política”.
25. Manuela Sáenz. Epistolario, p. 140.
26. Carta de 1830, en Eduardo Posada. “A la Libertadora”, Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá,
Agosto, 1925, 15: 32.
27. Manuela Sáenz. Epistolario, 12 de diciembre de 1841, p. 114.
28. Por el concepto de relaciones imaginadas, ver Benedict Anderson. Imagined Communities:
Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London: Verso, 1983.
29. Manuela Sáenz. Epistolario, 10 de agosto de 1844, p. 164.
30. Ibid., 18 de mayo de 1837 y 20 de octubre, 1837, pp. 107-108.
31. Ibid., 20 de enero de 1842, p. 115.
32. Ibid., 7 de septiembre de 1843, p. 144.
33. Ibid., 12 de junio de 1843, p. 140.
34. Ibid., 23 de enero de 1844, p. 152.
35. No utilicé los documentos de Patriota y amante de usted, Manuela Sáenz y el Libertador. México:
Editorial Diana, 1993, porque se duda de su autenticidad. Ver Gustavo Vargas Martínez. “A
Bolívar y Manuelita. Con los puntos sobre las íes”, Boletín de Historia y Antigüedades, Jul.-Set, 1993,
vol. 80, No. 782:127-38; Pilar Moreno de Ángel, A. “Sobre el libro: Patriota y amante de usted,
Manuela Sáenz y el Libertador”, Boletín de Historia y Antigüedades, Ene.-Mar., 1994, vol. 81, No. 784:
817-825.
36. Sáenz. Epistolario, 30 de enero y 28 de noviembre de 1843, pp. 126 y 149.
210
37. Elizabeth C. Goldsmith (comp.). Writing the Female Voice. Essays on Epistolary Literature. Boston:
Northeastern Press, 1989, XII.
38. Goodman. A Enlightenment Salons, 340. También Janet Gurkin Altman. “A Women's Letters in
the Public Sphere”, en Elizabeth C. Goldsmith and Dena Goodman (comps.). Going Public. Women
and Publishing in Early Modern France. Ithaca: Cornell University Press, 1995, pp. 99-115.
39. Whitney Walton. “ A Writing the 1848 Revolution; Politics, Gender, and Feminism in the
Works of French Women of Letters”, French Historical Studies 18, Fall, 1994,1007.
40. David Shields. Civil Tongues and Polite Letters en British America. Chapel Hill: University of North
Carolina Press, 1997, p. 317.
41. Angel Rama. La ciudad letrada. Hanover, H.H: Ediciones del Norte, 1984.
42. B. Anderson. Imagined Communities, p. 62.
43. Manuela Sáenz. Epistolario, 6 de mayo de, 1834, p. 96.
44. Daniel F. O'Leary. Memorias del general O'Leary. Caracas: Ministerio de la Defensa, 1981, p. 376.
45. Manuela Sáenz. Epistolario, 20 de noviembre de 1837, pp. 108-109.
46. Ibid., 9 de agosto de 1842, p. 124.
47. Ibid., 12 de julio de 1840, p. 112.
48. Ibid., p. 169.
49. Ibid., p. 153.
50. Ibid., 20 de octubre de 1837, p. 108.
51. Ibid., 20 de noviembre de 1837, p. 109.
52. Ibid., 20 de enero y 24 de julio, 1843, pp. 126 y 142.
53. Van Aken. King of the Night, pp. 43, 78-86,138-140.
54. Manuela Sáenz. Epistolario, 11 de setiembre de 1843, p. 146.
55. Ibid., 20 de noviembre de 1837, p. 109.
56. Ibid., 20 de noviembre de 1837,109; también 25 de diciembre de 1837, 21 de mayo de 1840, y 12
de julio de 1840, pp. 109-113.
57. Ibid., p. 113.
58. Ibid.,pp. 114-122.
59. Ibid., 4 de febrero de 1842, p. 116.
60. Ibid., p. 120.
61. Ibid., 23 de enero de 1844, p. 151.
62. Ibid.
63. Ibid., 12 de febrero de 1844, p. 155.
64. Ibid., 11 de junio de 1843, p. 138. Tambien 6 de diciembre de 1844, p. 171.
65. Ibid., p. 145.
66. Ibid., 7 de febrero de 1844, pp. 154-155.
67. Ibid., 3 de junio de 1842, pp. 121-122.
68. Van Aken. King of the Night, pp. 198-206.
69. Manuela Sáenz. Epistolario, 30 de enero de 1842, pp. 114-115.
70. Ibid., 30 de enero de 1843, p. 147.
71. Ibid., 22 de octubre de 1843, p. 47.
72. Jan Lewis, A. “Those Scenes for which alone my Heart was Made. Affection and Politics, in the
Age of Jefferson and Hamilton”, en Peter N. Stearns and Jan Lewis (comps.). An Emotional History of
the United States. New York and London: New York University Press, 1998, p. 60.
73. Shields, Civil Tongues and Polite Letters, XX and 31.
74. Real Academia Española. Diccionario de la lengua castellana. Madrid: Imprenta de F. del Hierro,
pp. 1726-39; Diccionario de la lengua castellana por la Academia Española. Madrid: Imprenta Real,
1852, l0ma. edición. Amiga también podría significar concubina; Sáenz nunca se dirigió a Bolívar
como amigo, sino como amante.
211
108. Clara Vilaseca (comp.). Cartas de Mariquita Sánchez. Buenos Aires: Ediciones Peuser, 1952, p.
157.
109. Citado en María Sáenz Quesada. Mariquita Sánchez, p. 263.
110. Clara Vilaseca, Cartas..., pp. 349-350.
111. Óscar Pinochet de la Barra. El gran amor de Rugendas. Santiago: Editorial Universitaria, 1984.
112. Cristian Gazmuri. “Carmen Arraigada, romanticismo, angustia y correspondencia,” Historia,
Chile, 1988, 23,53-68.
113. Óscar Pinochet de la Barra (comp.). Carmen Arraigada: cartas de una mujer apasionada.
Santiago: Editorial Universitaria, 1990, p. 247.
114. Ibid., p. 195.
115. Manuela Sáenz. Epistolario, p. 99.
NOTAS FINALES
*. Este ensayo está basado en un artículo anterior “Writing a Nation Good Friends. The
Correspondence of Manuela Sáenz from Exile in Peru, 1835 to 1856”, presentado en la
conferencia Re-thinking Nationalisms: Women's Writings of Resistance and Accommodation in the
Modern Period, Universidad Autónoma de Barcelona, Nov., 1996. Quisiera agradecer a Asunción
Lavrin, John Chasteen, Nancy Appelbaum, Mary J. Maynes, Lisa Norling, Sylvia Hoffer, Nancy
Hewitt, los miembros del taller de Historia Americana Temprana en la Universidad de Minnesota
y a los anónimos editores del HAHR por sus comentarios en varios borradores. El artículo fue
traducido del inglés por Claudia Herbas.
AUTOR
SARAH С. CHAMBERS
Universidad de Minnesota
213
Amancebamiento y matrimonio en
el Paraguay (siglo XIX)
Barbara Potthast
1 "La moral pública no está de lo mejor y se dice que (en) Francia el 'dictador supremo' José
Gaspar Rodríguez de Francia ha exigido cumplir todos los mandamientos menos el sexto
(anglizado el séptimo)". Así describía un viajero inglés, Michael Mulhall, su impresión del
Paraguay a mediados del siglo XIX. Y no era el único. En 1820, el médico suizo J.R. Rengger,
anotaba en su diario: "No puedo, por todo lo que he visto hasta ahora, dar un cuadro de
costumbres favorables de la población local"1. A fines de siglo, después de una guerra
desastrosa, el país tenía fama de ser un "país de las mujeres" porque tenía un exceso
demográfico del sexo femenino, y se decía que éstas eran libres de costumbres y hasta se
peleaban por los hombres que llegaban al país2. Altas tasas de nacimientos ilegítimos y de
mujeres cabeza de familia parecen corroborar esta imagen. Pero ¿Son estos datos
demográficos realmente el indicio de una relajación de las costumbres sexuales? A los
europeos les parecía que sí, pero los paraguayos eran de otra opinión. Escuchemos a un
español, Ildefonso Bermejo, que a mediados de siglo vivió por varios años en el Paraguay:
"En el campo se veían [¡] jóvenes de ambos sexos, caminar y ejercer sus faenas
campestres completamente desnudos, bañarse juntos hembras y varones, y retozar
de manera sexos encontrados, que yo mismo me he visto precisado á tomar
diferente rumbo para desatender escenas ofensivas á la moral. Lo más extraño del
caso es que lo verificaban, persuadidos de que no lastimaban el pudor ni
maltrataban las buenas costumbres"3.
2 Hace algunas décadas una anciana recordaba: "Nosotros los de antes […], éramos
inocentes; no había malicia en nada y nos respetábamos mucho. Así podían bañarse en el
arroyo hombres y mujeres y aquellos nunca molestaban a ninguna mujer"4.
3 ¿Quiere decir esto que el Paraguay del siglo XIX, era algo así como el paraíso terrenal,
donde no existía el pecado original? Esto ciertamente no, pero parece que sí existía un
código de moral diferente al de la doctrina católica. En las siguientes páginas, voy a
indagar sobre esta moral, poniendo énfasis en las relaciones entre los géneros y las
formas de su convivencia, es decir: las relaciones sexuales, el concubinato y el
214
no sólo se debe a la negligencia del clero paraguayo, sino también se puede tomar como
un indicio de la menor importancia de esta institución en el país. En general, el número
de casamientos es relativamente pequeño y varía bastante de un año a otro. En 1846, por
ejemplo, hay solamente 16 casamientos en la parroquia de la Encarnación (capital), siendo
la población de ésta (en el mismo año) de 9.668 personas. En Santa Rosa, que cuenta con
1.322 habitantes en ese momento, se casan en el mismo año 14 parejas (Véase cuadro).
Ambas cifras pueden considerarse como medianas. La gran variedad y el aumento de
casamientos en los años 50 en Villa Rica y Asunción se explica por razones políticas que
voy a mencionar más adelante.
situación e imponer más rigurosamente la moral católica, tuvo muy poco éxito, aunque la
elite, que ahora había vuelto a desempeñar un papel importante, al menos en la vida
social, generalmente se destacará por su mayor adhesión a la moral católico-europea.
Pero era demasiado pequeña, heterogénea y sin poder como para ejercer influencia en la
situación general. Las tasas de ilegitimidad seguían creciendo y después del intento de
influir en la situación familiar durante los primeros años de su gobierno, el presidente
López no volvió a ocuparse demasiado de la moral sexual de sus súbditos 18.
18 En resumen, el alto porcentaje de unidades domésticas dirigidas por mujeres y los
nacimientos ilegítimos en el Paraguay fueron producto de la migración de mujeres y
hombres, por razones que se basaban en el sistema económico, político y la cultural del
país. A saber: las condiciones de la producción yerbatera y del servicio militar, la
debilidad de la iglesia fuera de las antiguas misiones jesuitas y el intenso mestizaje.
Además, tal vez la tradición guaranítica, que recalcaba más los lazos sanguíneos entre
padres, hijos y hermanos (o sea, la familia de origen) que la relación entre los cónyuges,
haya jugado un cierto rol, al menos en las áreas rurales. Ésta concordaba bastante bien
con la cultura española de los primeros conquistadores que habían traído más bien la
tradición medieval en su "bagaje cultural" y aun conocían uniones consuetudinarias e
instituciones como la barraganía. La posterior reforma del Concilio de Trento apenas tuvo
impacto en este rincón abandonado del imperio, de manera que el concubinato o como se
decía en esa época, el amancebamiento, seguía siendo una forma de relación aceptada por
la población paraguaya.
Fuente: Genealogical Society of Utah, Film Area, Paraguay, Asunción, Parroquia de la Encarnación,
Bautismos 1818-37, 1837-1863, Film no.1161925, 1161926; Villa Rica, Bautismos 1820-47, 1846-58,
Film no. 1291343, 1291344 Santa Rosa, Bautismos 1792-1853, 1855-1862, Film no. 1219486,
1219487. Concepción, Horqueta, 1802-1889, Film no. 1219248. Los números de Villa Rica 1860
fueron extraidos de Barbara Ganson: „Following their Children into the Battle: Women at War in
Paraguay, 1864-1870", en: The Americas, XLVI, no.3, January 1990, 335-371.
Demandas de divorcio
Fuente: Genealogical Society of Utah, Film Area, Paraguay Archivo de la Arquidiócesis de Asunción,
Obispado de Asunción, Divorcios 1808-1838, 1821-1846, 1844-1859, 1843-1862, 1858-1894,
1895-1911, Filmes nos. 0636176-0636181.
224
NOTAS
1. Michael G Mulhall. The Cotton Fields of Paraguay and Corrientes. Being an Account of a Tour through
these Countries. Preceded by Annals of Cotton-Planting in the River-Plate Territories from 1862 to 1864.
Buenos Aires, 1864, p. 108; Johann Rudolf Rengger. Reisenach Paraguay in den Jahren 1816-1826, hrsg;
Aarau V. A Rengger. 1835, p. 409; véase también ibid., p. 411; J.P. u G.P. Robertson. Dr. Francia von
Paraguay, geschildert während eines vierjährigen Aufenthaltes in dieser Republik, nebst den nothigen
Erläuterungen über die südamerikanische Revolution, 3 vols. Quedlingburg u. Leipzig 1839, III, p. 145;
Charles Blachford Mansfield. Paraguay, Brazil and the Píate. Letters written in 1852-1853. With a
sketch of the author's life by the Rev. Charles Kingsey, New York, 1971. Cambridge, 1856, pp.
352/53; George Frederik Masterman. Siete años de aventuras en el Paraguay. Buenos Aires, 1871, p.
50, o el comentario del ministro francés, Laurent-Cochelet, cit. en Milda Rivarola. La polémica
francesa sobre la Guerra Grande. Eliseo Reclus: La guerra del Paraguay. Laurent-Cochelet: Correspondencia
consular. Asunción, 1988, p. 110.
2. Alexander Jonin. "Durch Süd-Amerika: Reise und kulturhistorische Bilder", vol. 1: Die Pampa-
Länder, Berlin 1895, p. 815; Krier, Hubert. Tapferes Paraguay, Tübingen, 1982, p. 42.
3. Ildefonso Bermejo. Vida paraguaya en tiempos del viejo López. Buenos Aires, 1973, pp. 199/200. Los
paraguayos, que son descritos siempre como personas muy aseadas, se bañaban diariamente en el
río, hombres tanto como mujeres, y esto sin pudor, lo que llamó la atención de casi todos los
viajeros. Véase Michael Mulhall. Cotton Fields…, p. 86, 108; Theogene Page. Le Paraguay et les
républiques de La Plata. Paris, 1851, pp. 10/11; Alfredo Viola (ed.). "El diario de Nicolás Descalzi",
Anuario del Dr. Francia, IV, No. 4 (1982), p. 44; Reise Rengger, p. 450; Robertson, Dr. Francia, III, pp.
146-48; George Masterman. Siete años…, pp. 25/6; Héctor Varela. Elisa Lynch. Buenos Aires, 1934,
pp. 200, 206, 223, 229/30.
4. Entrevista con María Concepción Cancado, en La Tribuna, 1.3.1970.
5. Compare Thomas Whigham. The Politics of River Trade. Tradition and Develop-ment in the Upper
Plata, 1780-1870. Albuquerque, 1991.
6. Barbara Potthast. "El mestizaje del Paraguay como identidad y mito nacional", así como Sonia
Steckbauer. "El bilingüismo en el Paraguay", ambos en: Karl Kohut/Barbara Potthast-Jutkeit
(eds.). El espacio interior de Sudamérica. ¿Centro o periferie del continente sudamericano?, pp. 345-362,
381-400.
7. Para más detalles, véase Barbara Potthast-Jutkeit. ¿Paraíso de Mahoma o país de las mujeres? El rol
de la familia en la sociedad paraguaya del siglo XIX. Asunción, 1996, pp. 89-104 y los cuadros
correspondientes.
8. Desgraciadamente para los historiadores, estos libros no contienen la misma informacoión
como en otras regiones latinoamericanas. No hay registros separados para españoles, indígenas y
castas, y no se mencionaba el grupo étnico salvo cuando se trataba de pardos, el resto eran
considerados "paraguayos". En los pueblos de indios, que existían hasta 1848 como entidad
jurídica propia, solamente se distinguía entre naturales y forasteros. Otro problema es el hecho
de que durante el gobierno del Dr. Francia, por falta de clérigos, gran parte de las parroquias eran
administradas por el cura de una iglesia vecina.
9. Los intervalos irregulares se deben a los problemas de la iglesia paraguaya durante el gobierno
de Francia, cuando muchas parroquias perdieron a sus párrocos.
10. Barbara Potthast. "Hogares dirigidos por mujeres e hijos naturales. Familia y estructuras
domésticas en el Paraguay del siglo XIX", en: Ricardo Circerchia (ed.). Formas familiares, procesos
históricos y cambio social en América Latina. Quito 1998, pp. 131-148; "Alleinerziehende Mütter" in einer
225
J. Cooney and Th. Whighman (eds.). El Paraguay bajo los López. Algunos ensayos de historia social y
política. Asunción: Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, 1994, pp. 61-108, o de la misma "La
moral pública en Paraguay: iglesia, estado y relaciones ilícitas en el siglo XIX, en Pilar Gonzalbo y
Cecilia Rabell (eds.). Familia y vida privada en la historia de Iberoamérica. México, 1996, pp. 133-159.
19. Véase p.e. los casos de Victoriano Caballo, Archivo Nacioanl de Asunción (ANA), Sección
Judicial y Criminal (SCJ) volumen 1507, año 1860 [en adelante se cita la documentación del
archivo de la forma siguiente: ANA-SJC 1507 (1860)], Casimira Ocampos ANA-SJC 1606 (1847),
Antonio Toledo y María Ramona Villalova o Juan José Espinosa, IM 1845. [los documentos del
Archivo de la Arquidiócesis de Asunción (AAA) se citan de la forma siguiente: nombre(s), tipo de
documento, año, en el presente caso: nombre, impedimento matrimonial (IM) y año].
20. Citas de peticiones de una dispensa de un impedimento matrimonial 1845.
21. ANA-SJC 1649 (1860). Para otros casos comp. Potthast, "Paraíso…", pp. 174-178.
22. Para mayores detalles, vea Barbara Potthast, "Paraíso…", p. 170.
23. Si los padres no vivían juntos, era la costumbre de dar una vaca a la madre para ayudarla a
criar al hijo. Comp. Barbara Potthast, "Paraíso…", p. 195.
24. Citas en Marilyn Godoy Ziogas. Indias, vasallas y campesinas. La mujer rural en las colectividades
tribales, en la colonia y en la república. Asunción, 1987; y Marilyn Godoy Ziogas, Olga Caballero
Aquino y Manuelita Peña de Escobar (eds.). Pintadas por sí mismas. Historia de diez vidas. Asunción,
1986.
25. Informe del juez de Paz de Asunción, Parroquia de la Catedral, ANA-SH 337 y ANA-SJC 2198,
Causa de María del Rosario Silva.
26. AAA, Divorcios, Fca. Ignacia Roxas contra Pasqual Valiente, 1829. Villeta.
27. Carlos Rey de Castro. La clase rural paraguaya. Prólogo del doctor Manuel Domínguez.
Asunción, 1903, p. 19; George Thompson. La guerra del Paraguay. Buenos Aires 1910-1911 vol. I, p.
11; Teodosio González. Infortunios del Paraguay. Buenos Aires, pp. 98-100. Marilyn Godoy Ziogas et.
al., Pintadas, pp. 129-130 recoge testimonios de mujeres paraguayas de hoy, que afirman que una
vez casadas, uno tiene que aguantar casi todo y prefieren por ello vivir en concubinato.
28. Por ejemplo, IM 1843 de Blas José Alvares y Gregoria Rojas, IM 1842 de José Domingo Saldívar,
así como algunos casos en los documentos matrimoniales, donde se pedía la absolución posterior
de un impedimento para revalidar el matrimonio.
29. El argumento denominado "separación: difícil vecindad" puede considerarse también como
una forma de declarar el amor, ya que la argumentación habitual era, que reincidían en las
relaciones ilícitas, porque vivían cerca y volverían a encontrarse. Para la situación contraria, de
no querer seguir con la relación por falta de amor, véase p.e. el pleito entre Carlota Encina e
Indaleció Mongelóss, ANA-SJC 1824 (1864), donde ella se queja de que el seguía persiguiéndola
para reanudar el vínculo. Ella declara que el amor "ya no existe a causa de sus malos tratos" y que
por esto no hay ninguna posibilidad de seguir la relación. Comp. también las quejas de divorcio y
el fallo de los jueces, que casi siempre se justificaba con la falta de amor y hasta el odio entre los
cónyuges.
30. ANA-SJC 1649 - Celos, fundados o no, eran la causa más importante de parte de los hombres
para querer separarse de sus mancebas o esposas o castigarlas. Comp. Barbara Potthast,
"Paraíso…", pp. 152-154 y las actas de divorcio.
31. Desgraciadamente no podemos analizar este factor en los libros-registros de casamientos, ya
que eran muy mal llevados y muchas veces no proporcionan datos sobre el lugar de nacimiento y
los padres.
32. Jack Goody. Die Entwicklung von Ehe und Familie in Europa, Frankfurt M. 1989, pp. 89-91, 162-168,
208-209, 259; o Ann Twinam. Public Lives and Private Secrets. Gender, Honor, Sexuality, and Illegitimacy
in Colonial Spanish America. Stanford, 1999, pp. 36-50.
227
AUTOR
BARBARA POTTHAST
Universidad de Colonia
228
La prostitución en el porfiriato: el
caso de La Chiquita
Rafael Sagredo Baeza
1 Nuestra presentación, basada en la historia de María Villa, alias La Chiquita, una mujer
cuya existencia se desenvolvió durante el porfiriato en la ciudad de México, busca ilustrar
acerca del discursho sobre la sexualidad en aquella época y mostrar lo que entonces se
consideraba una sexualidad desbordada2.
2 Para la sociedad de la que formaba parte, La Chiquita fue una "mujer de mal vivir, una
mujer de mundo, una mujer pública", no una persona sino un "ser". Entre los adjetivos
que más corrientemente se le adjudicaron estuvieron los de "amante, alegre, galante,
infeliz, buscona, libertina, desdichada y depravada". En definitiva, se la catalogó de
"perdida". Como se creía que era una "anormal, un parásito social, parte del sector inútil
nocivo y enfermo de la sociedad", fue considerada un sujeto "antisocial".
3 La Chiquita nació marginal, por su sexo femenino; por su raza, india o mestiza; y por su
condición económica en medio de modestos campesinos tapatíos, condenada a reproducir
el tipo de vida que su familia le había legado. Por su misma situación se vio expuesta a
sufrir nuevas formas de marginalidad moral y social, derivadas de su ocupación como
doméstica, la seducción de que fue objeto y su posterior transformación en "querida" de
su amante.
4 Su siguiente paso, condicionado por el anterior, fue su ingreso al mundo de la
prostitución. Llegada a esta etapa, su marginalidad social, económica y moral se ha hecho
definitiva. Para la sociedad era una "perdida" sin remedio.
6 Era tapatía, como muchas de las mujeres que practicaban su oficio, hecho significativo en
una época en que para el público, Jalisco tenía fama de "tierra productora de hembras
hermosas, fáciles y ardientes".
7 La Chiquita fue una de ellas. En 1897 la señalaban de "agraciado semblante y facciones
graciosamente traviesas, hermoseadas por un par de ojos expresivos de gran belleza". De
cuerpo pequeño (su talla alcanzaba un metro y cincuenta centímetros), tenía el pelo
negro y el color de la piel pigmentado, esto es, levemente moreno. De su carácter se dijo
que era "arrebatado y voluntarioso", se la describía como una joven de pasiones
vehementes. Más tarde en 1903, se diría que era "coqueta" y que se notaba en ella algo
que los franceses llaman con un término intraducibie pose, aunque como más adelante
veremos, era mucho más que eso (Foto No. 1).
8 Estas fueron las primeras señas que de ella dio la prensa. De esta forma se inició su
individualización y su proyección pública a la que también contribuyó la publicación de
grabados con su rostro en la primera plana de los periódicos, así como las entrevistas que
se le hicieron con motivo del crimen que la llevó a la fama.
9 Los hechos que la habían proyectado a esa posición, sacándola bruscamente del
anonimato, exponiéndola abiertamente al juicio y a la condena pública, no eran nuevos
para la sociedad a la que pertenecía La Chiquita, y más bien eran comunes en el "bajo
mundo" del que formaba parte.
10 Los mismos habían comenzado a desencadenarse meses antes de aquella mañana del
invierno de 1897. Probablemente tenían sus antecedentes en la misma existencia de La
Chiquita, y se remontaban veintidós años atrás, al momento de su nacimiento en medio de
una humilde familia tapatía, muchas de cuyas hijas no tenían otro destino que el que tuvo
ella.
11 María Villa nació en 1875. Según la crónica periodística en Zapopan, de acuerdo con sus
declaraciones de 1903 en San Pedro, estado de Jalisco. Para la prensa "creció en el campo
entregada a las faenas propias de su humilde situación, ayudando a su padre en sus rudas
tareas de campesino". Según su testimonio (probablemente falso como veremos) recogido
en 1903, era "hija de un empleado particular". En todo caso María, la tercera hija de un
matrimonio que "llevó una vida arreglada", era una mujer del pueblo, hecho que la
convertiría en un ser marginado y discriminado.
12 En cuanto mujer, María estaría sometida a los parámetros que la ideología dominante
establecía para el "sexo débil", de tal manera que sólo por haber nacido del sexo femenino
sería marginada de una parte de la vida social, de la "vida pública", el espacio
perteneciente a los hombres.
13 En una sociedad como la del porfiriato, cuyo modelo social tenía como una de sus
características fundamentales la dicotomía de la misma, las diferencias de género eran
marcadas. Las mujeres eran consideradas débiles y por tanto subordinadas a la voluntad
masculina de manera definitiva, desde el momento en que las diferencias se
fundamentaban sobre bases biológicas y por tanto fuera del alcance humano.
14 Para la ideología dominante, el concepto de naturaleza femenina se encontraba a medio
camino entre su propensión al pecado y su vinculación con el mal. Por algo uno de los
más eminentes criminalistas de la época señalaba a la mujer, en la persona de Eva, como
la única culpable de violar el precepto bíblico y "condenar a todos sus hijos, a toda la
especie humana, al mal y a la muerte". Esta imagen, la de la mujer malvada, es la que por
230
22 En cuanto pobre era de una condición biológica inferior, al contrario de "los de arriba"
que para la ideología prevaleciente, tenían la superioridad y una mayor aptitud natural
gracias a su mejor adaptación en la lucha por la supervivencia. En este contexto, María
Villa formaba parte de aquellos grupos cuya inferioridad y tendencia al delito justificaba
su subordinación a la burguesía dominante.
23 María y los de su condición representaban lo anormal para una sociedad que se
caracterizaba como "civilizada, culta, moral y en paz". Contradecían con su sola
existencia el pretendido progreso, bienestar y éxito económico de que hacían gala los
"científicos" porfiristas. Eran marginales al no formar parte de la burguesía dominante.
24 Pero María, no sólo era mujer y pobre. Como la gran mayoría de la población mexicana de
entonces tenía el pelo negro y la piel ligeramente morena. Si bien no podemos determinar
si formaba parte de la "raza indígena pura" o de esa "raza mestiza en que predomina
siempre el elemento indígena", los dos grupos en que (como afirmaba un destacado
miembro de la burguesía porfiriana) deben dividirse las clases inferiores, lo cierto es que
era un sujeto de las clases inferiores y por tanto, para los grupos dominantes, poseía
determinadas características que nuevamente implicaban una discriminación cuando no
marginación.
25 Si por su origen campesino, y puesto que se afirmaba que la raza indígena "constituye la
base de la población rural", María Villa era una "india", resultaba ser uno de esos seres a
los cuales el pulque habría de "aniquilar por su embriaguez todas sus energías morales",
sería una "buena sufridora", pero "jamás un agente activo de civilización". Esta
concepción se materializaba en la noción de que los indios sólo se consagraban a
satisfacer dos aspiraciones: "la embriaguez y el culto" y que ambos los tenían
encadenados a un "estado de inferioridad desesperante".
26 Por otra parte, si María no era india, sólo podía ser mestiza, en cuyo caso en ella
subsistirían "aunque atenuados los mismos caracteres de la raza indígena". Mostraría una
"profunda apatía" y limitaría su vida a "satisfacer sus necesidades animales en la
proporción estrictamente indispensable". De acuerdo con las nociones existentes, María
no podría aspirar sino a la holganza, procurando endulzarla con las delicias de la
embriaguez y los "placeres brutales a que ella conduce".
27 Desde el punto de vista moral, la Villa sería una mujer poco instruida y menos educada.
Su estado nunca superaría a cualquiera de su condición, esto es, "rayano en la barbarie".
Estaría en condiciones de soportar todos los males pero al mismo tiempo sería capaz de
todos los actos de violencia.
28 En definitiva, para la burguesía porfiriana ser mujer del pueblo (por tanto indio o
mestizo) implicaba una condición de inferioridad y una predisposición al delito que
justificaban en las teorías biológicas y raciales existentes entonces en el mundo
occidental. Estas, en el plano delictivo, se materializaron en los planteamientos de la
escuela positivista italiana, uno de cuyos representantes más notorios e influyentes fue el
criminalista Cesare Lombroso, y que en México tuvo destacados seguidores como Miguel
S. Macedo, Julio Guerrero y Carlos Roumagnac. Basándose en las ideas de Lombroso estos
criminalistas pronosticaban que sujetos como la Villa estarían expuestos a la comisión de
"delitos salvajes" cuyo único resultado sería abrirles, acaso para muchos años, "las
puertas de la cárcel". De esta manera, seres como nuestra protagonista tenían al
momento de nacer prácticamente definido su desdichado destino y sólo conociendo su
historia podremos conocer las circunstancias en que esta profecía se cumplió.
232
La trayectoria de La Chiquita
29 De sus primeros años de niña pobre, "hija de humildes labradores", sólo sabemos lo que
podemos inferir de las características generales de la vida de las mujeres campesinas en la
época, y lo que la prensa y el proceso que la juzgó nos informan en 1897. Podemos afirmar
que vivió con sus padres y hermanos, y tal vez con otros parientes en medio de una
familia en que dominaban las relaciones patriarcales y en la que el ejercicio de la
violencia estaba legitimado como correctivo.
30 Según ella afirma, a la edad de 5 años fue puesta en la escuela y más tarde en un asilo
sostenido por damas piadosas de Guadalajara. En él permaneció cinco años y recibió
"alguna instrucción y buenos ejemplos", además de enseñanza religiosa.
31 Allí, continúa, "llevó una vida normal, sin llegar a tener aún noción del vicio", es decir, no
fue en el asilo en donde inició su vida sexual de manera inconveniente para la sociedad.
Sin embargo, es necesario tener presente que para algunos estudiosos del fenómeno de la
prostitución, el internado es uno de los espacios en los que se produce la "propagación de
los vicios", por la "simple imitación de lo que se ve hacer" o por la "iniciación directa y
más o menos persistente de los adeptos más inveterados", llevan en definitiva a las
mujeres a prostituirse, y el asilo en que permaneció María Villa puede ser considerado
como tal.
32 Sin embargo para la prensa, esta etapa resultó inexistente y María pasó de su mundo
campesino a la ciudad en una fecha indeterminada. Sabemos, por su testimonio de 1903,
que en Guadalajara se ocupó de sirvienta, y que en esta condición fue iniciada
sexualmente. Como sirvienta, María Villa también se hizo acreedora, por lo menos, a la
sospecha de la sociedad sobre su condición moral y su aptitud para la vida en sociedad. La
domesticidad era considerada entonces una de las principales fuentes de conductas
anormales como el crimen y la prostitución.
33 Para quienes se ocuparon de la génesis del crimen en México, en las ciudades del país
existía entonces un grupo de hombres y mujeres jerarquizados entre sí según el monto de
su salario, pero con un mismo coeficiente de moralidad, hábitat y costumbres, todos
propensos al crimen. El grupo de los sirvientes, gatos o garbanceros como se les llamaba,
compuesto principalmente de mujeres, era uno de ellos.
34 Se caracterizaba a las sirvientas como "mujeres mestizas", pero cuyo cruzamiento se "ha
hecho de una manera inarmónica", de tal forma que aun las que pasaban por bellas o bien
formadas (María Villa entre ellas) se decía, "tienen algo de prognatismo, senos frontales,
orejas deformes, o algún otro estigma que inmediatamente las revelaba como
degeneradas". Recordemos que de acuerdo con las teorías criminalísticas entonces en
boga, que cada una de estas señas físicas hacían pensar que el sujeto "ostentaba
irregularidades concomitantes en su carácter", de ahí la importancia de la "ficha
signalética".
35 La ficha de María Villa no presentaba signos reveladores de un carácter degenerado y
Roumagnac no señaló la existencia de ningún rasgo anormal, sin embargo, al observar los
grabados que se hicieron de ella, es posible detectar que se la retrata como un sujeto
prognato, carácter que para la época, era uno de los signos del criminal aun cuando
efectivamente no lo fuera.
233
36 En cuanto a otras características de las sirvientas se afirmaba que "su cerebro es una
mezcla estrambótica de las ideas que espontáneamente produce su cerebro, que se halla
en un estado psicológico de creencias en brujerías y hechizos".
37 Se trataba de individuos que "por su salario, condición intelectual y moral, por sus
hábitos, por el medio en que viven, pertenecen a las capas inferiores del cuerpo social".
Sin cultura alguna, sin siquiera una "habilidad especial o conocimientos determinados",
resultaban sujetos propensos para que "se les desarrolle el hábito vicioso" que después los
puede conducir a los lupanares.
38 Si como se sostenía la ciencia ha llegado ha demostrar que la vagancia, la prostitución, la
mendicidad y la criminalidad, son todos estados de "inferioridad psicológica y social",
formas de "parasitismo" en cuanto implican una "existencia improductiva", no debe
sorprendernos que las domésticas fueran consideradas en este grado, aunque menos
acentuado en degeneración comparado con ellos. Llamadas también "parásitos
mutualistas", se consideraba que sólo "viven a expensas de otro, sin producir
absolutamente nada, y recibiendo de él los elementos de nutrición a cambio de un
servicio personal".
39 Si bien María no poseía todas las características que se atribuían a las domésticas, por
ejemplo sabía leer y escribir, no es menos cierto que era una de ellas, y que como tal debió
asumir lo que al menos una parte de la sociedad afirmaba eran estas mujeres. Una de
estas nociones se refería a la moral sexual. En efecto, se creía que las domésticas eran
"relajadísimas" y que tenían "amores simultáneos o sucesivos con los mozos de la casa".
40 La misma María Villa avaló esta versión cuando en 1903 declaró que su primera lección le
fue dada por el hijo de sus patrones, teniendo ella 13 años y su seductor 22. Sin embargo,
para los enterados en el tema, eran las domésticas "las que inician a los niños de la familia
en los secretos del amor", mientras que en la declaración de María se desprende que ella
fue objeto de una seducción.
41 La crónica periodística respaldó su versión. La muchacha, nos dicen, que estaba "dotada
de ciertas cualidades físicas que la hacían y aún la hacen atractiva, debió tener muchos
peligros de seducción, sin poderlos resistir". Se había convertido en "carne para los
lobos", en "pasto para el infierno".
42 Evidentemente, la prensa consideraba su situación como el típico caso de mujer caída por
causa de la seducción sin intención de matrimonio, lo que, significativamente no
implicaba que fuese una víctima. Ella había sucumbido a las presiones de un hombre por
adquirir sus favores de mujer soltera y virgen pues había sido incapaz de resistirse. La
intención del varón era natural, tolerada e incluso fomentada, la correspondencia de la
mujer, a pesar de sí ésta era obtenida por la presión y la violencia, aparecía como un acto
voluntario y por lo tanto reprochable.
43 Debemos precisar, sin embargo, que la participación voluntaria o no de la mujer en esta
conducta llamada seducción, poco importaba entonces. Cualquiera fuera el caso, el daño
estaba producido. La mujer había perdido su honra sexual y su reputación de virtud.
Había lesionado su honor e incluso el de su futuro marido (en el caso improbable de que
se casara).
44 El caso de María Villa no era inusual. Su oficio, así como el de las costureras (Remedios en
La Calandria), las obreras, las hijas huérfanas de profesionistas y las huérfanas en general
(Santa entre ellas), las predisponían, según se creía, a caer en manos de un seductor. Por
otra parte, la llamada seducción doméstica era una de las principales fuentes generadoras
234
ella, en su desnudez brillante, …levanta los ojos virginales y perversos buscando la mirada
del anacoreta y le ofrece su fruto núbil", interpreta, correctamente para la época, un
crítico de la Revista Moderna en 1898 (Foto No. 3).
66 Desde el ángulo psicológico, se destacaba su capacidad de dominio, de incitación al mal y
su frialdad, lo que no le impedía poseer una fuerte sexualidad. Características todas, que
como hemos visto y seguiremos ilustrando, se adjudicaban a mujeres como Santa y La
Chiquita.
67 En cualquier caso, y volviendo a nuestra historia, llegadas a la situación señalada
sobrevenía lo inevitable: la burla. Las visitas del amante se hacían cada vez más
espaciadas ("hacía cuatro meses que no le veía"), el cariño que alguna vez hubo
desaparecía y se producía el abandono, quedando las jóvenes condenadas por la sociedad
y entregadas a su suerte. Naturalmente puede haber variaciones sobre este punto. A veces
el rompimiento sobrevenía, como en el caso de Santa, inmediatamente después de la
seducción; o bien el desenlace era trágico como ocurre con La Rumba y La Calandria.
68 Consumada la seducción, producido lo que para unos era un "engaño" y para otros el
efecto de un "carácter desviado", la joven afectada no sólo quedaba desacreditada
socialmente sino además desamparada y a merced de su destino. En este trance las
alternativas no eran muchas. Una era seguir el camino de Carmen, la heroína de La
Calandria, que ante su desesperada situación opta por el suicidio; otra, consistía en
liberarse del amante y tratar de rehacer su vida como se insinúa que ocurrió con
Remedios, quién luego de su experiencia, retornó a su mundo con La Rumba.
69 Sin embargo, hubo muchas jóvenes que no tuvieron el valor o el temor de Carmen, o no
disfrutaron de la fortuna de Remedios. Es el caso de Santa que una vez abandonada por el
alférez de la gendarmería municipal que la sedujo se vio obligada a dejar el hogar que
compartía con su madre y dos hermanos, quienes la repudiaron y lanzaron a la calle por
"haber mancillado la honra familiar burguesa, honra rústica pero intacta, con la cual
dichosos vivían".
70 Similar en cuanto a las condiciones en que quedó como víctima, aunque probablemente
diferente en sus detalles, pese a que nada sabemos de los mismos, es el caso de María
Villa, quién al año nueve meses, fue abandonada por su libertino galán apenas con un
puñado de dinero que pronto se le acabó.
71 Se inició entonces un nuevo período de su vida que sin embargo, se nos aparece casi como
la continuación natural de la que había llevado hasta entonces. Hasta ese momento sólo
era una "querida", condición reprochable socialmente, pero que para la sociedad todavía
no significaba su perdición definitiva, aunque ésta ya había comenzado. Así se desprende
de las palabras que el criminalista que se ocupaba de su caso en 1903 utilizó para evaluar
su estado: "Hasta entonces no entraba de lleno en el camino que pronto iba a seguir. No
llegó a embriagarse y en cuanto a su salud, era buena y dormía normalmente, sin sueños
ni pesadillas".
72 Esta última frase tiene gran significación si consideramos que entonces se creía que la
condición moral y social de los individuos se reflejaba en una sintomatología específica.
Así, el hecho de que el observador nos señalara que la salud de María Villa estaba "buena"
y que dormía "normalmente", como no ocurriría a partir del 8 marzo de 1897, el día de su
perdición, reafirma la idea existente de que ella, en cuanto querida, no estaba
irremediablemente condenada.
238
y se difundían como tales, pretendiendo señalar el camino que los individuos debían
seguir en su conducta pública y privada.
82 Al respecto, y sólo como una reflexión surgida de la preocupación anterior, no está demás
señalar que el grado de aceptación de los valores y normas surgidos del grupo dominante
se puede evaluar negativamente, si tenemos presente que los mismos debían ser
explícitos periódica y reiterativamente a través de diversos medios, entre los cuales la
prensa era uno de los más importantes. Lo anterior sin embargo, no contradice el hecho
de que éstos existieran y que algunos sujetos como La Chiquita los tuvieran presente,
incluso cuando no los respetaran.
83 El ideal social que sobre la mujer, las "señoritas porfiria-nas", se pretendía imponer en el
México de cambio de siglo está condicionado por la función reproductora de la misma.
Esto determina la forma en que está concebida por la sociedad y la propia idea que la
mujer se forma de sí misma. La urgencia de mantener el orden supremo como un valor
social, conduce a la necesidad de controlar la sexualidad y el papel reproductivo de la
mujer dentro de los parámetros impuestos por la sociedad.
84 Lo anterior se justifica si tenemos presente que el orden social en el México del cambio de
siglo es patrilineal. Esto quiere decir que tanto el hombre como sus bienes materiales e
inmateriales (como el honor y el estatus social) se transmiten a través del padre. Pero,
como el varón no tiene la misma seguridad que la madre respecto de que sus hijos sean
realmente suyos, necesita ejercer un férreo control sobre la sexualidad y la conducta
general de la mujer.
85 Una de estas formas de control, sin duda la más importante, es la difusión de normas de
conducta adecuadas que deben ser interiorizadas por la mujer. Del cumplimiento de las
mismas, cuya materialización es la virginidad de la novia y la fidelidad de la esposa,
depende no sólo la virilidad del hombre sino también la confianza en que su descendencia
efectivamente le pertenece. Las mujeres, madres, hermanas, esposas e hijas, resultaban
determinantes en la conservación del honor del hombre, uno de cuyos componentes
esenciales era justamente la virtud de las mujeres con las cuales estaba ligado.
86 En la época, el honor femenino se definía en función de la conservación de la honra sexual
y la reputación de virtud. La mujer no sólo debía ser buena sino parecerlo. La reputación
femenina era un bien frágil y fácil de perder tanto por una conducta aparentemente
ligera o un acto inconsciente que provoque murmuraciones por peligros más reales como
la seducción, el rapto, el adulterio o el ceder a la seducción.
87 En este contexto, la vida de las mujeres debía adecuarse a una serie de parámetros que
limitaban su libertad de movimiento, de expresión, de acción y naturalmente de elección.
Así, se construyeron a su alrededor una serie de barreras que las protegían, atalayas en
las cuales los hombres de la familia, pero también las mujeres mayores de la misma,
sacerdotes y amistades, vigilaban estrechamente su conducta.
88 Entre los parámetros de acción más evidentes se encontraban los relacionados con el
matrimonio y la sexualidad. Se entendía que el matrimonio era el marco adecuado y
moral de la sexualidad y por supuesto que éste tenía como fin fundamental la
procreación. Para las mujeres, las relaciones sexuales fuera de él resultaban inconcebibles
y por lo mismo eran reprobadas de manera inflexible.
89 Esta concepción se ve claramente reflejada en las normas que la ley penal establecía
respecto del adulterio. Si bien es cierto el código penal concedía a la mujer la posibilidad
de entablar una acción criminal contra el marido adúltero, la misma era menos amplia
240
que la establecida en favor del varón en caso contrario. El legislador reconocía que,
moralmente hablando, "cometen igual falta el marido y la mujer adúlteros", sin embargo
precisaba, las consecuencias no son iguales. En efecto, la infidelidad de la consorte
infamaba al marido, mientras que la "reputación de ésta no se empaña por la infidelidad
de su marido". Para la ideología dominante materializada en la ley, las razones estaban
claras y se expresaban: "la mujer adúltera defrauda su haber y a sus hijos legítimos
introduciendo herederos extraños en la familia, y esto no sucede con el adúltero que tiene
hijos fuera del matrimonio".
90 En caso de deshonra, por rapto, seducción o adulterio, la condena de la sociedad no se
dejaba esperar por lo que se consideraba un pecado social y moral. En este caso la mujer
acusada podía optar por la vida conventual, si su situación se lo permitía, la reclusión o la
prostitución. Como resultado de todo lo anterior, la sociedad estaba definitivamente
dividida en dos tipos de mujeres: las "decentes" y buenas, y las otras, existiendo entre
ellas profundas diferencias sociales y morales.
91 Las primeras estaban indisolublemente ligadas al hogar y la familia. Su papel era el de
madres educadoras y hogareñas, y este mismo sólo tenía sentido en la familia. De ahí el
afán de la prensa por reiterar los beneficios de la maternidad, sus virtudes y
conveniencias. A las mujeres se les predicaba y exigía sumisión, abnegación, desinterés
por todo aquello que no atañe a la familia y aislamiento absoluto de lo que vaya más allá
del medio doméstico. El hogar era su ámbito especial, intocable, al cual no llegaban las
tensiones, un espacio reservado exclusivamente para la vida familiar, prácticamente
desligado del mundo social. Fuera del hogar, desconectado de él, estaba el ámbito de la
vida pública, el mundo de los hombres. Entre las pocas actividades fuera del hogar que se
consideraban apropiadas para las mujeres decentes estaban las relacionadas con la
filantropía y naturalmente las prácticas religiosas.
92 Como esposas, las mujeres tenían personalidad jurídica, lo que les otorgaba el derecho
para pedir amparo y protección contra el marido "cuando éste se entrega a los vicios y no
se comporta en el hogar con los miramientos que se deben a una dama, ni con el pudor
que reclama la educación de los hijos".
93 La esposa debe aparecer públicamente, pues como se creía entonces es "honorable ante la
sociedad y honrada por ella. Por tanto, con orgullo levanta su frente en teatros, calles,
bailes y paseos, del brazo de su esposo, y rodeada de sus hijos".
94 Para la sociedad de entonces, ella por definición "pone todo su ahínco en merecer más y
más la posición que ocupa", así refina su conducta en todas las virtudes de una matrona y
"procura ser más afable en su trato, más cariñosa en el conyugal y más tierna con sus
hijos". En su casa es el "ama y dueña de su hogar" y como tal debe vigilar los gastos,
calcular las economías y sobre todo, fecundar con su método y cuidado "el fruto del
trabajo marital".
95 En cuanto esposa, se creía, el pudor de la mujer "se acrisola" y su inteligencia "se refina
en el estudio o con las graves meditaciones del marido". Así, "envuelta en un capelo de
luz, arte, sosiego y armonía", evolucionaban con toda amplitud "sus exquisitas
cualidades". Incluso físicamente se apreciaba su superioridad. Sus primeras canas, se
observa, "vienen a matizar su cabellera, y las primeras arrugas que surcan su faz le dan
un aspecto de nobleza y gravedad a su fisonomía (revelador de su edad). Pero también y
principalmente, demuestran la tranquila dignidad de su estado". Por último, pero no por
ello menos importante en su condición ante el mundo: la esposa "muere rodeada de hijos
241
y nietos, dejando caer lágrimas de gratitud de todo el mundo de deudos, donde deslizó su
vida de amor y caridad".
96 ¿Acaso no es la imagen de la Inocencia que el escultor Jesús Contreras esculpió en mármol
en 1899? Ese era el ideal de mujer que sustentaba la sociedad del porfiriato y que sus
artistas difundían con sus obras, tanto plásticas como literarias (Foto No. 4).
97 Las otras mujeres, entre ellas las "queridas o concubinas", aquellas que no se ajustaban al
ideal social existente para la mujer, excepción hecha de las que se veían obligadas a
trabajar para subsistir ("las pobres pero honradas") se hacían merecedoras de la
reprobación social.
98 Si en la época y aún desde mucho antes existía la conciencia de la situación de
inferioridad de la mujer en todos los ámbitos, y lo femenino conservaba las características
de dependencia y sumisión que forman parte de la imagen tradicional de la mujer.
Podemos imaginar lo que desde el punto de vista social y moral podía significar el que
algunas de ellas sobrepasaran las normas existentes, olvidaran el modelo de docilidad y
sometimiento al que estaban condenadas, salieran de su hábitat y estado natural, del
hogar y la sumisión al hombre.
99 Implicaba desconocer la moral social prevaleciente que construida a lo largo del tiempo y
en un nivel que va más allá de las ideas, servía como inefable estructura de la mentalidad
imperante.
100 Su atrevimiento no sólo podía significarles una condena social y moral, además, las
exponía a sufrir humillaciones como la experimentada por una "señora decente" quién
denuncia una Gacetilla en 1894, que por salir de su hogar fue "atracada" por la autoridad
de la oficina de sanidad y "obligada por el inspector a pasar el registro al que están sujetas
las prostitutas". Así, la mujer santa en el hogar, al salir de él, era una prostituta en
potencia.
101 Debemos precisar sin embargo, que si bien el discurso relegaba a la mujer al hogar como
compañía del hombre, cohesionadora de la familia y reproductora de la fuerza de trabajo,
la evolución de la realidad económica, social y cultural del porfiriato muchas veces
contradecía este arquetipo de sumisión.
102 Las mujeres, que idealmente debían guardarse y guardar su casa, ampliaron su presencia
en lo que se creía era el mundo exclusivo de los hombres, el mundo de lo público. La
urgencia de mano de obra para el fomento del progreso (otro valor supremo del porfiriato
junto al orden), la ampliación de la educación y la necesidad de llenar plazas en la
administración, el comercio y los servicios, fueron algunas de las razones que explican la
alteración del ideal de mujer maternal y sumisa. En cualquier caso, por el hecho de
circular en la vía pública muchas mujeres trabajadoras se exponían a caer en manos de un
agente de sanidad que como censuraba un articulista: "no distingue la pureza que brilla
en la frente de la obrera, del baldón que impunemente se ostenta en el semblante de la
prostituta".
103 Por último, a la evolución económica habría que sumar el activismo femenino y feminista,
prácticamente inaugurado en la época de Porfirio Díaz y que llevó a muchas mujeres a
participar no sólo en movimientos sociales sino también de aquellos que luchaban por
demandas específicas del género.
104 Asistimos así a un período en el que comenzaban a manifestarse algunos indicios de
cambio en la situación de la mujer en la sociedad, los que justamente por ser sólo indicios
242
antes meditar, se le recomendaba "con gravedad en los medios de amparar a esa mujer,
de recibir a la prole y de darle en sus brazos el calor que la vida requiere".
111 Si la moral cristiana predominante condenaba el sexo que no tuviera una función
procreadora, defendiendo lo que llamaba "el hogar casto", había ya algunos que sin
embargo, aceptaban el erotismo "con todas su voluptuosidades", pero sólo "en el misterio
y bajo la casta sombra del hogar", pero siempre y cuando se respetaran los "pudores de la
matrona". De esta forma, incluso para aquellos más alejados del ideal social, la
prostitución y sus protagonistas quedaban excluidos.
112 En esta sociedad, hablar de sexo implicaba sobre todo referirse al peligro sexual, a la
proliferación de prácticas sexuales fuera de la santidad del hogar y a veces sin
compromiso con el acto creador. Frente a ello, y como reacción, se dio una celebración de
la "verdadera" mujer como madre y una insistente negación de la sexualidad femenina no
reproductora, para lo cual se aprovechó la opinión científica. Se llegó así a la presentación
de un tipo físico característico de lo que se entendía era la "señora decente", que es como
se designaba a la mujer mexicana que reunía las condiciones morales y el carácter que la
sociedad profesaba.
113 Ella era de "estatura más bien alta que baja, esbelta de talle y seno turgente, la tez de un
pálido trigueño que aclaran y sonrosan con facilidad los rubores de la modestia". Su pelo
era negro o castaño oscuro, suave, largo y abundante. Sus manos y pies pequeños, sus ojos
"negros rasgados, de mirada entornada y en ellos brillaban las ideas más puras".
114 Se la imaginaban yendo y viniendo constantemente "con su andar nervioso", llevando al
niño "asido de su falda y difundiendo vida y contento en el hogar, en una casa donde
reinan sobre esposos, hermanos, hijos y servidumbre con el imperio indisputable del
amor". Una imagen muy diferente de la que, por ejemplo, el poeta guanajuatense Juan
Valle presenta de las prostitutas en su oda: "Indiferente a la pasión que enciende/Funda
su orgullo en la hermosura vana/La torpe y desenvuelta cortesana/Que a precio de oro
sus hechizos vende".
115 Uno de los fenómenos más evidentes acontecidos a lo largo del siglo XIX, con relación a la
sexualidad femenina fue su somatización creciente. El mismo se apoyó en la opinión de
las autoridades médicas a quienes movía el claro deseo de extender su autoridad cultural
al cuerpo femenino, para lo cual aprovecharon el tema de la sexualidad, el pánico moral,
los escándalos sexuales y la actividad legislativa. Ellos en general, estaban de acuerdo en
atribuir a las mujeres, sobre todo a las respetables, una sexualidad secundaria, de segunda
mano, subordinada al placer masculino, carente de autonomía. En resumen, una pálida
imitación del deseo erótico del varón. Lo anterior explica que a las prostitutas asociadas a
una sexualidad activa se las catalogara como "depravadas y anormales".
116 Lo señalado es trascendente si consideramos que el desapasionamiento femenino tenía
significado en oposición a la existencia de una sexualidad masculina activa y a las
prácticas femeninas transgresoras que se tendían a calificar de masculinas o propias de
una baja condición social. Estas prácticas eran vistas como expresión de un sexo no
procreador que transformaba el lecho en un ámbito de intimidad y en un lugar
perturbador del desarrollo individual, por eso sus cultoras, entre ellas las prostitutas,
eran vistas como mujeres "alegres y libertinas".
117 Para la ideología dominante las transgresiones o "sexualidades peligrosas", entre ellas la
prostitución y el lesbianismo, implicaban la actividad y libre elección del sujeto, hecho
244
NOTAS
2. En nuestro libro Marín Villa (a) La Chiquita, No. 4002. Un parásito social del porfiriato . México:
Ediciones Cal y Arena, 1996, estudiamos detalladamente las razones que la sociedad de su época
tuvo para convertir a la Villa en un ser anormal. A través de su caso aparece retratada la
mentalidad dominante respecto de los sujetos que, como La Chiquita, transgredieron las normas
impuestas por la sociedad porfiriana.
AUTOR
RAFAEL SAGREDO BAEZA
Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile
249
ligereza que ensalzaban u olvidaban a sus héroes. Necesariamente deberé dedicar mayor
espacio a los textos que corresponden a fechas tempranas, puesto que en ellos pueden
definirse normas y prácticas que serían aplicables a diferentes épocas y latitudes.
4 Bernard Lavallé propone la importancia de los prejuicios étnicos en el virreinato del Perú,
como realidad social y como recurso jurídico capaz de encubrir conflictos personales y
familiares. En vista de la importante información presentada y de las múltiples
posibilidades de interpretación que ofrece, se antoja un objetivo demasiado modesto. Más
bien diríamos que estas pueden ser las premisas, sólidas y confiables, para preguntarse a
partir de ellas: ¿Cuándo se dieron estas actitudes con mayor o menor aceptación? ¿Cómo
puede apreciarse el acceso a la modernidad hacia fines del siglo XVIII y los comienzos del
XIX? ¿Entre quiénes se impusieron los prejuicios y hasta qué punto eran exclusivamente
étnicos? ¿Qué relación podría establecerse entre demandas y sentencias? ¿Qué cambios se
aprecian en las palabras, en los argumentos, en las situaciones? ¿Qué proporción existiría
entre los prejuicios, los conflictos y su denuncia en la ciudad y el campo?
5 A lo largo del texto, Lavallé sugiere en agudas observaciones, los indicios de que existían
causas complejas y ocultas en los conflictos. Renuncia de esta manera a la fácil
justificación de la "causa única", frente a la cual propone una visión más crítica. Así alude
a que "lo étnico estaba sin duda en gran parte ocultado por el ascenso social logrado al
cabo de varias generaciones", se refiere también a que la desigualdad a fines del siglo XVIII
ya "no era ningún tabú", y finalmente reconoce que había quienes se atrevían a
transgredir las reglas de la desigualdad. Estos son puntos sobre los que queda mucho por
hablar, para discernir hasta que punto se dio un progresivo ascenso hacia la igualdad y
hasta que punto podemos hablar de minorías o de marginalidad cuando nos referimos a
transgresores de las rutinas matrimoniales, quienes acaso constituían una importante
proporción de los contrayentes.
6 Los numerosos ejemplos con que el autor ilustra su exposición proceden de
documentación parcialmente estudiada por él mismo con anterioridad, pero ahora con un
nuevo enfoque. Ya había subrayado la considerable abundancia de pleitos matrimoniales
en el arzobispado de Lima, en la segunda mitad del siglo XVII, con sorprendente cantidad
de expedientes de nulidad, cercanos en número a los de divorcio (927 divorcios y 605
anulaciones), proporción muy diferente de la que se encuentra en otras arquidiócesis del
viejo y del nuevo mundo1. De tal universo de expedientes, el Dr. Lavallé ha tomado ahora
24 casos de nulidad, a los que suma una docena de incumplimientos de palabra de
matrimonio, correspondientes al siglo XVIII, en Lima y Quito respectivamente. Es
indiscutible que la información aportada por todos ellos refrenda la doble hipótesis
planteada, que podríamos sintetizar en la relativa fuerza de los prejuicios sociales contra
grupos étnicos considerados inferiores y la permeabilidad de las barreras.
7 El problema sería por demás interesante si pudiera establecerse alguna comparación con
otras provincias del imperio español en las que sabemos que el proceso de formación de
grupos sociales fue bastante distinto. En México, lamentablemente, no disponemos de una
serie de expedientes de nulidad ni remotamente equiparable a la identificada en Lima.
Conocemos sí, las prácticas de enlace, que no avalan en absoluto la hipótesis de que los
novohispanos compartieran el prejuicio étnico señalado para el Perú. En las parroquias de
la ciudad de México los matrimonios interraciales casi no dejaron huella en los libros de
registro antes de la segunda mitad del siglo XVIII, porque los párrocos rara vez prestaban
atención al hecho de que los contrayentes fueran de diferente calidad; cuando se
registraba la diferencia era precisamente porque otros elementos como la capacidad
251
prueba de la gran libertad y movilidad que podían tener los esclavos urbanos, tema que
también queda pendiente. Quizá en los expedientes podría apreciarse alguna referencia a
que son fugitivos y sus amos los persiguen.
13 En cuanto a la aplicación de la real pragmática, los oficiales reales interpretaron que se
refería a "los hijos de familia" (excluidos como estaban explícitamente los miembros de
las castas) lo cual dejaba alguna ambigüedad, que en la Nueva España siempre se
interpretó como familias "decentes". La única posibilidad de que los padres hicieran valer
su derecho de veto al matrimonio era el componente negro en el linaje, ya fueran
españoles o indios los agraviados. Pero de poco sirve el esfuerzo de historiadores y
juristas por analizar el verdadero alcance de la pragmática, cuando los encargados de
aplicarla en los virreinatos americanos, la interpretaron de acuerdo con su criterio. A
partir de 1803, se modificó la pragmática, de modo que los padres podían sustentar su
inconformidad en desigualdad social y no exclusivamente étnica, pero ninguno de los
ejemplos presentados corresponde a esa época.
14 La tradición canónica consideraba los casos de matrimonios desiguales dentro de la
cuestión moral de "casamiento con la indigna". No se tomaba en cuenta que la mujer
descendiese de categoría, que era lo más frecuente, sino la inversa. Se advertía que los
jóvenes podían ser engañados por mujeres que los seducían y los obligaban a casarse, a lo
cual podrían oponerse los padres, aunque ellos hubieran dado palabra de matrimonio,
siempre que ellas hubieran perdido la virginidad, no sólo antes, sino incluso si sucedió
precisamente con el mismo hombre que les hizo la promesa, porque con su actitud habían
ellas demostrado su liviandad. De este modo, la relación previa con una mujer de inferior
"calidad", lejos de ser un motivo para autorizar el matrimonio se convertía en virtual
impedimento5.
15 Comparto plenamente la opinión de que las barreras étnicas coloniales no consolidaron
una sociedad de castas, y queda pendiente para otra ocasión el proseguir con el análisis de
las semejanzas y diferencias en el proceso de mestizaje legitimado o no por el vínculo
conyugal en el virreinato del Perú y el de la Nueva España.
16 José Ángel Rodríguez se aproxima al mismo tema, con la preocupación inicial de
desbrozar el camino de falsas interpretaciones y lugares comunes. Pasa revista a los
textos referidos a los matrimonios desiguales y subraya la inexistencia de una legislación
que los impidiera antes de la real pragmática de matrimonios que, por otra parte,
tampoco implicaba prohibición de enlaces, sino que refrendaba la autoridad de los padres
para oponerse a ellos. Sin antecedentes de los siglos XVI y XVII, la serie de casos analizados
corresponde a la época de mayor preocupación de las elites por preservar sus privilegios
y de mayor intromisión del estado en la vida privada de los individuos.
17 El caso de la pareja que contrajo nupcias favorecida por el párroco de la isla Margarita es
muestra de la supervivencia de actitudes tradicionales, por parte de la iglesia, exigiendo
el depósito de la joven y propiciando su matrimonio; por parte de los novios, que daban
valor de compromiso a su contrato de esponsales; y por parte de la familia en la que "en
tiempos pasados" se habían realizado frecuentes enlaces con mulatos. El problema para la
pareja y para el párroco fue que por los mismos días se promulgó la real pragmática que
aportaba argumentos a favor de la madre renuente a la unión.
18 Otro ejemplo que proporciona información similar: el del mulato liberto protomédico
opuesto al matrimonio de su hija con otro liberto. Muestra la supervivencia de la
tradición canónica favorable a la libertad de los contrayentes, la fuerza de los
253
paso a un efectivo sistema colonial. Lo específico del problema se destaca al confrontar los
datos conocidos de la población en torno a 1800: América Latina tenía por entonces
alrededor de 13.5 millones de habitantes, de los cuales correspondía a la Nueva España
(que incluía la audiencia de México y la de Nueva Galicia) 44% del total, Lima y Charcas
sumaban 14% y Santo Domingo apenas alcanzaba 6%8. La proporción de la población con
las solicitudes de legitimación resulta incongruente, puesto que fueron mucho más
numerosas en Santo Domingo 36.5%, que en la Nueva España, con sólo 17%. Esta es una
cuestión que ha preocupado a Ann Twinam y que ya ha mencionado en su libro. Las
variables en relación con las diferentes audiencias y la indudable subrepresentación de
algunas regiones, impiden hacer afirmaciones acerca de lo que las legitimaciones
significan en cuanto a la legitimidad. Debido a ello se abstiene de analizar la distribución
geográfica y deja, por tanto, ese tema pendiente. Cuando puedan consultarse los
inaccesibles archivos cubanos quizá se aclaren algunos puntos.
24 Como sería presumible, la proporción entre población y expedientes de legitimación en
las demás audiencias se mantienen en niveles bastante semejantes. Está claro que esto
indica una situación muy particular en ambos casos. Me inclinaría a conjeturar, en vista
de lo que conocemos hasta hoy, que mientras en México se mantenía un alto grado de
tolerancia hacia la ilegitimidad, en Cuba (donde se concentraba la mayor población de la
audiencia de Santo Domingo) la ilegitimidad era indicio de una mancha más grave, que
implicaba mezcla de raza negra. Por algo el arzobispo de México Francisco Antonio de
Lorenzana y algunos funcionarios reales, se mostraron inquietos y alarmados ante la
facilidad con que en la ciudad de México, donde no existió Casa de Niños Expósitos hasta
el último cuarto del siglo XVIII, los hijos "espurios" se criaban en la misma casa de sus
padres, convivían con los legítimos y compartían bienes y apellidos9. Y creo como la Dra.
Twinam, que esta actitud pudo ser general en la América española. Supongo, y quizá
pueda establecerse mediante estudios comparativos, que existía cierta correspondencia
entre esta proliferación de demandas de legitimación con los casos de impedimentos
matrimoniales basados en prejuicios étnicos, precisamente donde era más numerosa la
presencia negra, en forma creciente con el transcurso del tiempo, era en las islas del
Caribe. Futuras investigaciones sobre la repercusión de la pragmática podrán explicar
algunas cuestiones. En cuanto al registro de muy pocos casos de legitimaciones en los
siglos XVI y XVII no corresponderían, como bien señala la autora, a que era menos
frecuente la ilegitimidad, sino precisamente a lo contrario, a que era tan común que ni
siquiera se veía con menosprecio. Aumentó la discriminación, no la ilegitimidad; al
contrario, presumo que ésta descendió en otros lugares como sabemos que sucedió en la
ciudad de México. Estudios pendientes de demografía histórica podrían confirmar o
anular estas hipótesis.
25 Mi experiencia de trabajo sobre el tema me permite apoyar esta apreciación de Ann
Twinam, a partir de numerosos expedientes de estudiantes de la Real y Pontificia
Universidad de México. Algunos ejemplos de muestra: el mulato Pedro Ciprés, en el
primer tercio del siglo XVII, fue aceptado en la facultad de medicina porque ningún
reglamento lo impedía y porque tampoco era el único caso ni el más notable; los
hermanos Ramírez de Arellano, en el último tercio del siglo XVIII, ya vigentes los estatutos
del visitador don Juan de Palafox, que prohibían el ingreso a los mulatos, fueron
igualmente recibidos porque se impuso el criterio de la nobleza paterna y la diversidad
clasificatoria que distinguía a los moriscos o cuarterones de los mulatos 10. En cuanto a la
relativamente fácil concesión de "gracias", es significativo, pero no increíble, que los
255
tradición que daba mayor libertad al juez y más peso a las características de los acusados
y a las circunstancias del delito. En cuanto a la actitud hacia las mujeres, ni aun en el siglo
XX se desvaneció el estereotipo maniqueo de la mujer angelical o perversa.
30 Y quizá quedaría algo por saber acerca de ese enclaustra-miento en su casa de campo,
aparentemente la misma en que la visitaba continuamente su amante en el breve periodo
que duró su relación. Si esa residencia fue en un tiempo el espacio de galanteos e
influencias escandalosas, acaso pudo seguir siendo centro social y de esparcimiento de
antiguos amigos, ya carentes de influencia política. En todo caso distaría bastante de ser
una cárcel o un destierro.
31 En contraste con la anterior, el comportamiento de María Josefa Sánchez está muy lejos
de la rebeldía. La oposición a un matrimonio impuesto era algo relativamente frecuente
en el mundo católico. Dentro de la cultura hispánica y de acuerdo con la doctrina
tridentina sobre el matrimonio, la oposición a un matrimonio convenido era una actitud "
virtuosa" puesto que cumplía con las exigencias requeridas para la validez del
sacramento. Durante los siglos XVI y XVII, la iglesia se inclinó preferentemente a favorecer
a los hijos inconformes con las uniones propuestas por sus progenitores; ya en el XVIII se
anuncia un patriarcalismo más exigente y la iglesia católica comienza a ceder a favor del
espíritu capitalista. Pero la tradición pesaba mucho y el sistema de los "depósitos" de
doncellas opuestas a un enlace contra su voluntad era muy común.
32 El segundo matrimonio de Mariquita peca de precipitación, fácilmente explicable por el
prematuro nacimiento de un nuevo hijo. En esta situación, también se beneficia de unas
costumbres propias de la sociedad colonial hispanoamericana, bien diferentes de las que
imperaban por las mismas fechas en Europa. Lejos de ser la sociedad colonial más
rigurosa que la europea, supuesta pionera de la modernidad, era sumamente tolerante
con las relaciones prematrimoniales e incluso con las uniones irregulares basadas en
promesa de matrimonio13. Es dudoso que un percance de este tipo ocurrido a la primera
esposa del padre del pretendiente (ni siquiera a su madre) pudiera tener algún peso en la
oposición de los padres al matrimonio que la hija pretendía. Tanto en América como en
Europa, ganaba terreno la idea de que los matrimonios debían sustentarse en el amor y no
en la conveniencia familiar, lo que no era obstáculo para que precisamente las mismas
personas implicadas en escándalos sentimentales, adoptasen las costumbres tradicionales
al casar a sus hijas con parientes o socios de sus respectivos compañeros. Entre
aristócratas y comerciantes, las estrategias matrimoniales constituían un medio
complementario para consolidar la fortuna y el prestigio familiar. Pero en los dos casos
que se muestran, no pareció haber una auténtica estrategia ni una capacidad
organizadora de las actividades de los demás miembros de la familia.
33 Quizá si Mariquita no hubiera sido tan longeva, su suerte se hubiera parecido un poco más
a la anterior. Hacia 1834, cuando ella tenía 48 años, tuvo que emigrar a Uruguay por su
actividad en contra de la dictadura de Rosas; pero no veo la fecha de su regreso a Buenos
Aires, aunque puedo suponer que si logró regresar cuando el dictador consolidaba su
poder, tuvo que ser muy discreta en sus actividades. Pudo manifestarse libremente
después de la caída de Rosas en 1852, cuando tendría ella 66 años, edad apropiada para
recibir homenajes de los unitarios triunfantes, pero no para revivir éxitos sociales.
34 Considero que en ambos casos, junto a la expresión de una mentalidad, aparece con
singular importancia el problema político de cada momento, con los cambios violentos
propios de la situación. Al igual que en la época colonial, se impone el recelo hacia las
257
separaban a los blancos de los indios y a la ciudad del campo. Pese a que con la
independencia se eliminó la discriminación latente en la separación de registros
parroquiales de españoles e indios, en los documentos del México decimonónico todavía
alcanza a apreciarse una diferencia de comportamiento (similar a la que encontramos en
otros ámbitos) y no tanto por la identificación de raza como por peculiaridades propias
del mundo rural, eminentemente indígena, frente a las mezclas de la vida urbana. Uno de
los rasgos diferenciadores es el contraste en las cifras de ilegitimidad de las parroquias
rurales y urbanas. En el Paraguay del siglo XIX, ya señala la Dra. Potthast que los pueblos
de indios constituían un caso aparte. Para el resto del país tal reflexión parece
impracticable, puesto que se englobaban como paraguayos los vecinos de las ciudades y
los de pueblos y aldeas. Ya que en Paraguay no hubo grandes concentraciones urbanas, a
diferencia de Perú y México, los contrastes se marcan entre la vida semiurbana de las dos
o tres pequeñas ciudades y la de las antiguas reducciones a cargo de los jesuitas. Las
restantes "ciudades" eran más bien pueblos grandes. Una más de las contradicciones
paraguayas es que se estableciese la igualdad de españoles e indios mientras subsistía la
esclavitud.
44 Advierte la Dra. Potthast que incluso para América Latina las tasas de ilegitimidad son
extraordinariamente altas en los siglos XIX y XX, lo cual es indicio de la generalización de
uniones consensuales en grupos mayoritarios. Y de nuevo surge una inquietud: en todas
las poblaciones han sido más frecuentes los nacimientos ilegítimos en el medio urbano, lo
cual también se observa en el Paraguay decimonónico; pero la diferencia entre la ciudad y
el campo no es tan notable como podría esperarse y el promedio resulta por tanto muy
elevado. Aunque no hay cantidades precisas, parecería que la "responsabilidad" de los
ilegítimos corresponde a todo tipo de población. Se antoja pedir alguna aclaración sobre
la distribución demográfica y la organización jurídica de las poblaciones. Desde mi
perspectiva de lo que sucedía en el virreinato de la Nueva España, pensaría que
comunidad rural equivalía a comunidad indígena, y por otra parte, la categoría
administrativa y jurisdiccional de "pueblo de indios en sí" era algo específico, con un
régimen propio y no simplemente un pueblo en el que viven indios.
45 Otra cuestión importante es el alto porcentaje de mujeres solteras cabeza de familia,
propio de sociedades preindustriales, pero dentro de ciertos límites. Las cifras
mencionadas dan una proporción de aproximadamente 2/3 de hogares encabezados por
mujeres en una parroquia de la capital. Sin embargo los detallados cuadros del libro, con
información más amplia, sugieren cantidades más moderadas. Según estos cuadros las
mujeres encabezaban 55.20% de los hogares en la ciudad y 33.70% en el campo, con un
promedio de 41.70%. Estas cantidades ya no son tan extravagantes, pero de nuevo lo raro
es la semejanza en el comportamiento en la ciudad y el campo, puesto que la diferencia no
es tan importante como en otras regiones iberoamericanas. Quizá también porque las
ciudades no eran populosas ni los centros rurales estaban tan aislados. Esto no modifica el
hecho de que las tasas de jefatura femenina sean notablemente más altas que en ciudades
novohispanas, en las que en el último tercio del siglo XVIII, las mujeres encabezaban del 30
al 40% de las comunidades domésticas (en Antequera y la ciudad de México
respectivamente)17.
46 La explicación propuesta, la misma que ya se ha aplicado a otros casos, es la ausencia de
los hombres, que en el Paraguay se debía al servicio militar y al trabajo en la explotación
del mate, que los alejaba de los centros urbanos. En cuanto a las costumbres en los
antiguos pueblos de las reducciones jesuíticas, atinadamente matiza que la diferencia no
260
decisiva en la forma de vida de una gran parte de la población rural, pero ¿Qué actitud
tomó el clero secular y la población urbana ante las vicisitudes por las que pasaron los
jesuitas, ante los levantamientos indígenas promovidos por ellos en los siglos XVII y XVIII,
ante las doctrinas que la teología romana combatía?
53 Y aun quedan otros temas pendientes que son las dispensas matrimoniales y los divorcios.
En ambos casos se sobreentiende que se trata de matrimonio y de divorcio eclesiástico,
puesto que no se menciona que existiera una ley de matrimonio civil cuando en muchos
de los nuevos países ya se había impuesto, con mayor o menor resistencia. Y llegamos con
ello a lo que me parece la última y fundamental contradicción: el estado, que pretende
controlar los enlaces matrimoniales, no recurre a la solución de establecer el matrimonio
civil, que le habría permitido disponer los requisitos a su antojo sin inmiscuirse en una
jurisdicción ajena. Y como la historia de nuestros países americanos está llena de estas
contradicciones, exponerlas, explicarlas y confesar nuestra perplejidad es parte de
nuestra tarea.
54 Del Paraguay decimonónico pasamos al México porfiriano de los albores del siglo XX, en la
ponencia de Rafael Sagredo Baeza sobre la prostitución en el Porfiriato a partir del
proceso criminal de "La Chiquita". Es un bonito texto, cuya lectura resulta agradable y
amena, sin que por ello se pierda la seriedad de un trabajo histórico. Quizá la
preocupación por aligerar el texto de citas y referencias le quita parte de su valor
testimonial. Testimonio que, en cierta medida, está mediatizado por su origen en
artículos periodísticos, ya que no siempre es confiable la interpretación de una
mentalidad a través de ciertos textos sesgados por prejuicios de los autores más que de la
sociedad en general.
55 La ausencia de citas nos impide conocer de dónde proceden las censuras, los epítetos o el
rechazo que se refleja en la documentación, si bien en el libro del mismo autor aparece un
capítulo que describe las fuentes utilizadas. La base documental es, sobre todo, la
entrevista que Roumagnac, un destacado criminólogo, realizó a la protagonista cuando
cumplía su condena, de modo que no hay referencias directas a los textos jurídicos
elaborados con motivo del proceso. Los comentarios de la prensa, que completan la
información, pueden representar la opinión de aquellos sectores identificados con la
ideología del periódico. Y es sabido que la prensa decimonónica, no sólo en México, estaba
fuertemente polarizada entre liberales (más o menos progresistas) y conservadores.
56 Después de haber pedido prestada una pistola y haber acudido al domicilio de su rival
para darle muerte con varios disparos, la sentencia dictada contra María Villa, "La
Chiquita", fue de 20 años de prisión, con la posibilidad de redimir los últimos 6 años por
buena conducta. El código penal consideraba la pena capital como castigo máximo y un
mínimo de 12 años para casos de homicidio simple o "no calificado", sin agravantes de
premeditación y alevosía (según el código de derecho penal de 1872 y el de
procedimientos penales de 1880). Pero estas penas eran inferiores cuando las
delincuentes eran mujeres. Sin duda los jueces fueron particularmente severos, pero no
podemos asegurar que la condición de prostituta contribuyese a agravar la condena. No
hay que olvidar que también se debatió acerca de si la morfina y el alcohol habían
impulsado a "La Chiquita" al homicidio y si podrían considerarse atenuantes o agravantes
del delito18.
57 El autor privilegia la información hemerográfica de los periódicos que manifestaron
desmedida indignación en contra de "La Chiquita", señalando como agravante su
262
condición de prostituta; cabe señalar que otros diarios, como El Imparcial, de amplia
difusión, fueron bastante tolerantes e incluso la definieron como "la otra víctima del
crimen", resaltando más bien la triste condición de quien por circunstancias derivadas de
su origen humilde, se vio empujada a comportamientos antisociales19. Unos y otros
reflejaban el pensamiento de los juristas, influidos por la escuela clásica o liberal y por las
teorías positivistas del determinismo social "spenceriano". Creo que la mención de
opiniones diversas proporcionaría un retrato más equilibrado de la situación. Se diría que
el autor ha destacado los aspectos negativos, y que ha recurrido con preferencia a textos
literarios del mismo corte reprobatorio y reaccionario. Ángel de Campo, Rafael Delgado y
Federico Gamboa, autores reconocidos como conservadores, no presentan el espectro
completo de lo que en el mundo literario se opinaba de la prostitución y de las mujeres.
No pueden servir de testimonio de lo que la sociedad pensaba de las prostitutas. En el caso
de Santa, el tono moralizante es tan fuerte que incluso llega a opacar lo que podría haber
sido una excelente novela. Sería interesante saber cuántos cronistas se inclinaron por la
condena y en qué contexto la expresaron.
58 Advierte Rafael Sagredo que "La Chiquita" nació marginal. En este punto le pediría que
aclarara y quizá matizara su concepto de marginalidad, porque según el criterio implícito,
resulta que el 90% de la población o más, sería marginal. Por mujer, sería 50%, por india o
mestiza 80% de la población total. Pero ¿Acaso todas las mujeres o todos los mestizos
podrían llamarse marginales? Ni siquiera es evidente que la seducción y el abandono
conllevasen discriminación, cuando era tan frecuente en el México del siglo XIX y lo es en
el siglo XX la existencia de madres solteras y de mujeres cabeza de familia ¿Quién podía
marginar a alguien por pertenecer al pueblo, que constituía el 90% del total? Lo habría
sido si hubiera pretendido ser aceptada en la "buena sociedad", pero no mientras se
mantuviese en su medio.
59 Es indiscutible que fue marginada de la vida pública y esto es algo que han padecido todas
las mujeres de todas las culturas, orientales o occidentales no sólo en el siglo XIX, sino en
muchos países hasta el XX, y en algunos con seguridad seguirá sucediendo en el XXI. No es
pues, peculiar de las prostitutas ni de las mujeres mexicanas de condición humilde y de
color tostado. Precisamente en el XIX, con el determinismo social de Spencer, se pretendió
explicar las conductas desviadas por causas sociales. La sociedad asumía su culpa en los
delitos de los desdichados que carecieron de oportunidades.
60 Creo que la interpretación del Dr. Sagredo es básicamente acertada y que la sociedad de
fines del siglo XIX y principios del XX fue mucho más rigurosa que la de tiempos
anteriores. Sin embargo podrían discutirse algunas de sus afirmaciones. Y quizá haya
simples errores de expresión, como al mencionar que las relaciones heterosexuales se
consideraban degradantes; supongo que se refiere a las relaciones sexuales en general, y
más precisamente a las relaciones extraconyugales, porque las relaciones homosexuales
no eran precisamente aprobadas. También me parece excesivo afirmar que ser hombre
era lo normal y ser mujer lo anormal, como advertir que la marginalidad de "La Chiquita"
se debía a que no formaba parte de la burguesía dominante. Las elites están por encima de
lo normal, no constituyen la normalidad. En todo caso lo que imperaba era la inexistencia
de la mujer en la teoría jurídica. Sólo en algunos casos, cuando se trataba de faltas contra
la moral, los castigos eran más severos para ellas que para ellos (en particular el
adulterio). Pero siempre hubo una contradicción entre un código que postulaba la
igualdad ante la ley y una práctica forense, más influida por la moral tradicional católica
que por teorías derivadas del liberalismo o del positivismo.
263
61 En cualquier caso habría que distinguir el juicio emitido contra "La Chiquita" homicida y
la opinión sobre su profesión de prostituta. Según la definición de delito no lo eran las
faltas a la moral, salvo cuando se pudiera argumentar que eran un atentado contra la
sociedad. A "La Chiquita" la juzgaron por homicidio, no por prostitución, que no sólo no
era delito, sino que estaba minuciosamente reglamentada20. Dentro de su profesión se
podría considerar privilegiada, ya que el reglamento establecía diversas categorías y ella
pertenecía a uno de los prostíbulos de mayor distinción, aquellos a los que incluso acudía
un médico a pasar la obligatoria revisión, para evitarles la molestia de ir al hospital. La
clasificación de los burdeles era muy cuidadosa y pagaban distintas tarifas como
contribución. En cambio, las mujeres decentes "atracadas por la autoridad", trabajadoras
a transitar por las calles en horas "peligrosas", podían confundirse con prostitutas
callejeras, de ínfima condición.
62 Nadie negaría que el destino de las prostitutas era cruel, como lo ha sido en casi todas las
etapas de la historia, y es innegable que muchos mexicanos se escandalizarían con el
relato del crimen de "La Chiquita"; pero la ponencia aportaría una información más
completa si las negras tintas con que se dibuja la deshonra se matizasen con claroscuros
que mostrasen una sociedad menos virtuosa y más cercana a la que reflejan las
estadísticas de ilegitimidad, la costumbre de mantener uniones consensuales y la
frecuencia con que las mujeres solteras tenían a su cargo el mantenimiento de la familia.
NOTAS
1. Me refiero al artículo de Bernard Lavallé. "Divorcio y nulidad de matrimonio en Lima
(1650-1700). La desavenencia como indicador social", Revista Andina, 1986, vol. 4: 2: 430-445.
2. Me he referido en otras ocasiones a la complejidad del término calidad, que estaba muy lejos
de referirse estrictamente a caracteres biológicos. También he analizado las proporciones de
matrimonios mixtos en los siglos XVII y XVIII en el libro de Pilar Gonzalbo Aizpuru. Familia y orden
colonial. México: El Colegio de México, 1998.
3. Algo semejante ha observado el profesor Lavallé en los casos de violencia familiar y de
demandas por transgresiones a los que se refiere en: Bernard Lavallé. "Amor, amores y desamor
en el sur peruano a finales del siglo XVIII", en Susana Méndez y Bárbara Potthast (coords.). Mujer y
familia en América Latina, siglos XVIII-XX. Cuadernos de historia latinoamericana número 4, Málaga,
AHILA-Algazara, 1996, pp. 27-56.
4. Martín Azpilcueta. Iuris Canonici. Lovaina: Juan Bautista Buysson, 1594, tomo 2, f. 3, Liber
quartus "De Sponsalis et Matrimoniis".
5. A. Moscoso. Summa de casos morales, s/p.i. 1634, ff. 90-91 v.
6. Patricia Seed. To Love, Honor and Obey in Colonial Mexico: Conflict over Marriage Choice, 1572-1821.
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colonial.1572-1821. México: CONACULTA-Grijalbo, 1991, pp. 252-274.
7. Steve Stern. The Secret History of Gender. Chapel Hill: The University of North Carolina Press,
1995. Edición en español: La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las
postrimerías del periodo colonial. México: FCE, 1999.
264
8.
9. Francisco Antonio Lorenzana y Butrón. Memorial que presentan a todos los estados los niños
expósitos de la imperial ciudad de México por mano de su arzobispo. s.p.i., 1770, f. VIII.
10. Archivo General de la Nación, México, Ramo Universidad, vol. 40, ff.166-178 y vol. 81, ff.
648-691.
11. "Real cédula dada por Carlos IV en Madrid, a 5 de julio de 1794", Boletín del Archivo General de la
Nación, México, 3a serie, vol. 2 (abril-junio 1981).
12. Ann Twinam. Public Lives Private Secrets: Gender, Honor, Sexuality, and lllegitimacy in Colonial
Spanish America.Stanford: Stanford University Press, 1999.
13. Ann Twinam. "Honor, sexualidad e ilegitimidad en la Hispanoamérica colonial", en Asunción
Lavrin (ed.). Sexualidad y matrimonio en la América hispánica, siglos XVI-XVIII. México: CONACULTA-
Grijalbo, 1991, pp. 127-172.
14. Eve Marie Fell. "La pluma y la aguja: familia, mujer y educación en el Perú de fines del siglo
XIX", en Familia y educación en Iberoamérica. México: El Colegio de México, 1999, pp. 249-266.
15. Anne Staples. "La transición hacia una moral laica", en Familia y educación…, pp. 139-152.
16. Bárbara Potthast-Jutkeit. ¿Paraíso de Mahoma? o ¿País de las mujeres? Asunción, Paraguay:
Instituto Cultural Paraguayo-alemán, 1996.
17. Cecilia Rabell Romero. "Estructuras de la población y características de los jefes de los grupos
domésticos en la ciudad de Antequera (Oaxaca) 1777", en Pilar Gonzalbo Aizpuru (coord.). Familias
novohispanas. Siglos XVI a XIX. México: El Colegio de México, 1991, pp. 273-298; y, Pilar Gonzalbo Aizpuru.
Familia y orden colonial. México: El Colegio de México, 1998, pp. 281-283.
18. Los datos complementarios, no incluidos en la ponencia, proceden del libro del mismo autor:
Rafael Sagredo Baeza. María Villa (a) La Chiquita, no 4002. México: Ediciones Cal y Arena, 1996.
19. El Impartial, 10 de marzo de 1897. Expresiones similares se encuentran en otros artículos del
mismo periódico en 11, 12, 16 18, 19 y 22 de marzo.
20. La minuciosa reglamentación porfiriana de la prostitución se ha comentado en algunos
trabajos académicos. Entre otros el de Guadalupe Ríos de la Torre y Marcela Suárez Escobar. "
Reglamentarismo y prostitución en el Porfiriato", en Espacios de mestizaje cultural. México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 1991.
AUTOR
PILAR GONZALBO AIZPURU
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