Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
108-119)
A principios del siglo veinte Benedetto Croce expone una de sus manifestaciones más
vigorosas y radicales: La estética como ciencia de la expresión y lingüística general e n donde
elabora una compleja y original teoría, que asigna a la estética un papel de primer orden.
Croce reduce a dos las formas fundamentales del espíritu: la teoría (que incluye la estética y
la lógica) y la práctica (que comprende la economía y la ética). La estética no tiene nada que
ver, por tanto, con la práctica que no produce conocimiento sino acciones: con la forma
teórica el hombre cambia las cosas con la prácticas las cambia. Por tanto, Croce condenará a
la teorías que conectan la estética con lo práctico y defenderá la libertad del arte frente a
cualquier pretensión moral. Sin embargo, resulta más difícil salvaguardar la estética respecto
al conocimiento intelectual, Croce se muestra categórico: mientras el conocimiento
intelectual es siempre realista, el conocimiento intuitivo no se preocupa de si la imagen
resulta ser real o no, ya que considera la imagen en su valor de mera imagen.
Entonces, ¿en qué consiste el valor teórico de un conocimiento que prescinde completamente
de la verdad y la falsedad? En cuanto el arte es conocimiento de lo individual, también él
tiene una legítima ambición de universalidad. ¿En qué se basa? Más allá de la intuición y la
expresión, interviene un tercer elemento: el sentimiento. A diferencia del sentir inmediato, el
sentimiento del que el arte es expresión tiene carácter universalmente válido; trasciende y
transfigura las particularidades específicas de la experiencia emocional y afectiva de lo
singular. Croce atribuye al sentimiento una dimensión cósmica, total, pues en toda obra de
arte se refigura el universo entero. El arte implica la adquisición a un estado que resulta ser
teórico porque prescinde de las vivencias empíricas del artista: es aquello que los antiguos
entendían bajo el término de “catarsis” y los modernos mediante la teoría de la
“impersonalidad” del arte.
La teoría croceana pone en evidencia, además, el ámbito de la estética. Croece afirma que no
existe otro conocimiento en que encarnan arte y filosofía y considera la historia como algo
más cercano a la estética que a la lógica: aquello no busca leyes ni conceptos, sino que sienta
intuiciones y por tanto, puede situarse bajo el concepto general del arte. La distinción que
realiza entre real e irreal depende de la memoria y no nociones de lo verdadero y lo falso. Es
objeto de la intuición y la memoria y no de un saber conceptual.
Croce afirma la independencia del arte respecto a la filosofía. Así la primera puede existir
perfectamente sin la segunda, pero no recíprocamente, esto es, el concepto no puede existir
sin expresión. La estética es la única forma del espíritu independiente de las demás. Si la
expresión lingüística constituye en sí misma un acto teórico, de ello se sigue que el lenguaje
es creación: las lenguas no gozan de realidad alguna fuera de las obras de arte. Si lo bello se
identifica con la expresión, no hay expresión que no contenga grado alguno de belleza. Croce
dota a la estética de una completa autonomía respecto a la lógica, la excusa totalmente de la
búsqueda de lo útil, de cualquier referencia a lo moral, ensalzándola a categoría fundamental
del espíritu.
Finalmente, Croce sostiene que tanto el creador como el consumidor de arte participan de
una misma intuición lírica que constituye lo esencial. Salva tanto la solemnidad del arte como
su libertad, atribuyéndole un carácter penetrante y propedéutico ante cualquier actividad
humana.
Edmund Husserl “La estética como conocimiento intencional”
Para el filósofo alemán Edmund Husserl, la filosofía se constituye como una “ciencia
rigurosa” a través de la “epoché fenomenológica” que prescinde de la existencia de las cosas
del mundo e, incluso, de la existencia del mundo en su totalidad. Según Husserl es posible
captar la esencia de las cosas solo mediante una “intuición eidética”. La característica del
conocimiento filosófico es su intencionalidad, es decir, su capacidad de referirse a un objeto
diferente del sujeto que conoce. .
Para el pensador polaco Roman Ingarden, la cuestión estética es el centro de sus estudios. En
su obra Fenomenología de la obra literaria, las “esencias” se convierten en “cualidades
metafísicas” de la experiencia. En el arte dichas cualidades no resultan realizadas sino
concretadas y reveladas. Ingarden afirma que la verdad en el arte consiste en la
“concatenación esencial llevada a la presentación intuitiva”. Es necesario distinguir entre
“cualidades metafísicas” y obras de arte. El libro de Igarden pretende subrayar el carácter
heterónomo e intencional de la obra literaria, que no es sino una entidad compleja, polifónica,
articulada en cuatro niveles heterogéneos (formaciones lingüísticas vocales, unidades de
significado, visiones esquemáticas múltiples y objetividad presentada).
La estrategia intelectual seguida por Ingarden presenta una doble orientación, pretende
separar el arte del dato naturalista y psicológico, ya que la experiencia estética implica la
existencia de una distancias respecto a los datos. Y pretende no identificar el arte con la
esencia, sino que desea mantener la obra de arte ligada a los fenómenos aparentemente
externos y extrínsecos, como el estrato vocal lingüístico.
Por otra parte, el filósofo alemán Nicolai Hartmann rechaza categóricamente que la
experiencia artística constituya en sí un modo de conocimiento. En su opinión es necesario
librarse del idealismo estético que ciega la confrontación de lo real, ya que el aspecto
sensible, concreto, e inmediato del objeto artístico constituye una visión de primer orden. Lo
bello, según Hartmann, exhibe una duplicidad esencial: es al mismo tiempo real en su
dimensión sensible de cosa, e irreal en su prolongación y expansión suprasensible.