Está en la página 1de 6

La masculinidad hegemónica y su daño a la sociedad.

Epardo Guerrero Andrea Michelle.

Grupo 1.

30 de Abril del 2021.


La masculinidad hegemónica y su daño en la sociedad.

Epardo Guerrero Andrea Michelle

En nuestro día a día vemos cosas tan cotidianas como esperar que se le sirva
primero al hombre de la casa para comer, que se quede con la porción más
grande y no cuestionar sus acciones. Escuchamos frases tan comunes como “ tu
hermano sí puede porque él es hombre”, “así son los hombres, déjalo” o en caso
de ser hombre oír “es tu deber como hombre”, “no debes de llorar, debes ser
fuerte como una roca”; pero ¿Qué pasaría si te dijera que eso no es lo correcto e
incluso que estás haciendo un daño por el simple hecho de replicar esas
acciones? A esta actitud se le llama masculinidad hegemónica o "machismo" y
aunque la sociedad lo tiene tan naturalizado y es nuestro pan de cada día no es
sano seguir con estas ideologías y seguir justificando al hombre por el simple
hecho de ser hombre y a someter a la mujer por el simple hecho de ser mujer
debido a su daño a la sociedad mexicana.

Primero debemos saber ¿qué es masculinidad hegemónica? “se constituye en el


parámetro de lo que en la sociedad patriarcal significa llegar a ser un ‘verdadero
hombre'. [...] legitimidad que otorga el patriarcado para garantizar la posición
dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” (M. Menjívar,
2001:5), estos son los conceptos que tiene la sociedad sobre lo que es ser un
hombre de verdad, ejemplos hay muchos: ser valiente, fuerte, necio, orgulloso,
viril, nunca mostrar debilidad ni mucho menos llorar, el demostrar sus emociones
siendo varón lo desprestigia en su totalidad y será asociado con la feminidad,
dócil, sumiso, frágil, casto, fiel y con latentes emociones.

Estas concepciones les otorgan a ellos, una infinidad de privilegios, como siempre
ser el dominante, mejor salario sobre la mujer, justificar sus actos y
comportamientos agresivos, que se romantice su mínimo indispensable, entre
otras cosas. La gran mayoría de nosotros, incluso me atrevería a decir que todos,
hemos dicho o escuchado frases como “mira que buen padre es, está jugando con
su hija”, “el es un buen marido, nunca me ha faltado al respeto ni me ha sido
infiel”, “es un excelente hombre, mira hasta ayuda en la casa”, “ ayuda a su
esposa con los niños, hasta va a sus juntas escolares”. No deberíamos de decir
ese tipo de cosas puesto que todos son mínimos indispensables, todas esas son
acciones que como esposo, padre y ser humano debería de hacer, tiene la
obligación de, pero la sociedad está tan acostumbrada al “hombre yo todo lo
puedo” que tendemos a romantizar estás acciones o peor aún, todas crecimos con
frases que normalizan la agresividad de los varones, “es que no te vistas así
porque los puedes provocar”, “no te lleves así con ellos, son hombres”, “ten
cuidado con el papá/hermano/cualquier otro familiar de tu amiga, cualquier cosa
me avisas”, “agradece que se quedó contigo y no te abandonó con todo e hijos”
nos enseñaron a tener miedo, a cuidarnos de ellos en vez de enseñarle a ellos
que no deben decirle cosas obscenas a una mujer por el simple hecho de como
viste, a qué deben respetar a todas las personas indiferentemente de su género,
que no son el centro del universo y si una mujer se viste, camina, habla o se
expresa de cierta forma no es para seducirlo a él, no es para gustarle a él, no es
para él. Lamentablemente la sociedad en donde vivimos y más una como la
mexicana, que es tan machista, enseña a las mujeres a cuidarse, a ser sumisas y
nunca decir que no.

La masculinidad hegemónica no solo ha traído problemas a las mujeres


sometiéndolas, ha atraído un mayor dolor para el propio hombre que aunque lo
llena de privilegios por un lado de la moneda, por el otro vemos como el hombre
es suprimido, “es un proceso a través del cual los hombres llegan a suprimir toda
gama de emociones, necesidades y posibilidades tales como el placer de cuidar
de otros, la receptividad, la empatía y la compasión experimentadas como
inconsistentes con el poder masculino” ( Kaufman, 1997:70 citado por M.
Menjivar). Realmente ¿cuántas veces hemos visto a un padre diciéndole a su hijo
que lo quiere? ¿Cuántas veces hemos visto a un hombre llorar o expresar sus
sentimientos? El reprimir su sentir conlleva a consecuencias negativas como un
profundo daño psicológico el cual convierten en violencia para poder expresarlos y
sacar esos sentimientos de su interior, en agresividad porque si lo saca como en
verdad es, ya sea tristeza, amor, impotencia, decepción, dejará de sentirse como
un macho, no es una acción propia del “buen hombre” y será atribuido a qué es
femenino e incluso “maricón”. No es algo que se nos impuso hasta edad adulta, al
contrario es algo que nos obligan a naturalizar desde el útero de nuestra madre,
cuando ni siquiera hemos nacido, se nos instruye a las perspectivas de género,
comprando ropa rosa si es niña y azul si es de niño, autos o muñecas, vestidos o
pantalones. Desde niños sabemos cuál es nuestro rol y como debemos actuar
ante la sociedad, todos nos inculcan el como actuar, la familia, la religión, los
medios de comunicación e incluso la escuela, comportándose y tratándonos según
nuestro género. Para cuando ese niño llegué a la adolescencia ya será ese ser
que oculte sus emociones y negará sus necesidades afectivas, para cuando entre
en la adultez ya no solo contara con la tensión constante de no sentir, se añadirá
la económica dónde cómo sabemos se suele suponer que el hombre debe ser el
proveedor de la casa y el hecho de no contar con un trabajo bien remunerado será
cuestión de humillación e incluso perdida de su masculinidad, si su esposa llegará
a trabajar y a ganar más que él significaría una disminución de su hombría. Si
llegará el caso de que él quedé desempleado y tuviera que asumir las tareas del
hogar sería una cuestión sumamente complicada porque desde niño se le inculcó
que eran tareas femeninas. En el caso de la niña aprenderá a qué se deben jugar
con muñecas, ayudar a mamá con los quehaceres cotidianos, durante la
adolescencia se le pedirá que sea casta, pura y casi casi santa hasta el
matrimonio y finalmente en la adultez se verá atada para toda la vida a un hombre
al cual servir, a una casa la cual atender, a unos hijos a los cuales cuidar y a una
sociedad a la cuál complacer. Es así como los niños son subordinados a la
conceptualización de lo que es ser hombre o ser mujer según su entorno y al
crecer lo enseñan a sus hijos así por siglos. “La aceptación o rechazo de la
masculinidad, como norma que prevalece en una sociedad, tiene un impacto
importante en la calidad de vida de los hombres y de las mujeres” (Hardy &
Jiménez, 2001: 78)

Ahora bien, ¿Cómo podemos cambiar la situación? Lo primero lo acabamos de


hacer, el comprender que no es normal estás acciones, el desnaturalizar que hay
cosas exclusivamente para mujeres o para hombres. Aceptar que todos somos
seres humanos y que deberíamos de contar con los mismos derechos y
oportunidades, dejar de pensar que el poder lo tiene exclusivamente el hombre y
que él tiene el dominio de todo. “Las perspectivas de cambio conllevan la
necesidad de desplegar el poder como desarrollo de nuestras capacidades
afectivas. Esto lleva a dejar de concebir la expresión de la afectividad, las
capacidades de cuidado y la empatía como patrimonio exclusivo de la feminidad”
(M. Menjivar 2001:8).

Como hemos visto la masculinidad hegemónica no es algo de hoy en día y aunque


gracias a diferentes movimientos que han ayudado a desnaturalizar estás
ideologías, no es algo que se pueda cambiar de la noche a la mañana por lo tanto
debemos seguir creando conciencia de que dichas acciones que lo único que
hacen es dañar a la sociedad desde sus entrañas, con cosas tan simples como no
inculcar con que pueden jugar los niños o que no, dejar de pensar que hay cosas
solo para mujeres o cosas solo para hombres (claramente excluyendo productos
higiénicos), dejar de romantizar el mínimo indispensable o normalizar la
agresividad, quizá los adultos mayores no están listos para esta conversación y es
comprensible fueron educados de esta manera, pero nos toca a nosotros el
cambiar nuestro pensar y en llegado caso de ser padres el asumir nuestra
responsabilidad como tales y dejar de inculcarles estás conceptualizaciones como
a nosotros se nos fueron inculcadas. ¿Y tú estás dispuesto al cambio o
continuarás dañando a la sociedad?
Bibliografía

Menjívar, M. (2001) Masculinidad y poder. Espiga. https://kolectivoporoto.cl/wp-


content/uploads/2015/10/Mauricio-Menjivar-Masculinidad-y-poder.pdf

Hardy, E y Jiménez, A. (2001) Masculinidad y género. Universidad Estadual de


Campinas (UNICAMP) Sāo Paulo, Brasil.
http://scielo.sld.cu/pdf/rcsp/v27n2/spu01201.pdf

También podría gustarte