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Ricardo Andrés Flórez Jiménez

Informe de lectura Primera de las meditaciones sobre Filosofía Primera de René Descartes

Este fragmento puede leerse de distintas maneras. Si se le toma por separado del resto de la obra
de Descartes, el objetivo del texto se entendería como el de “realizar una eversión general de mis
opiniones [las de Descartes]”. Esta lectura implicaría entender que el autor busca derribar los
fundamentos inestables de muchas de sus opiniones. Otra interpretación, que tiene en cuenta este
fragmento dentro de un proyecto filosófico más amplio, entendería que el objetivo del texto es
promover la “separación de los sentidos”1. Si bien considero que la segunda lectura es más
apropiada, por razones de espacio desarrollaré la primera.

Para cumplir con el objetivo de realizar una eversión general de sus opiniones, Descartes se
remite a una suerte de metodología, la cual implica dos cosas. En primera instancia, es necesario
rechazar todas las opiniones que den alguna razón para dudar, así no sean abiertamente falsas.
Además, no hay que revisar las opiniones una por una, tarea que se tornaría irrealizable, sino los
principios de estas. El autor realiza aquí una metáfora sobre el conocimiento, el cual asimila a un
árbol. Sin las raíces, los fundamentos, los principios, el árbol no se puede sostener. Ahora bien,
para este acápite metodológico resulta un tanto problemático que Descartes no especifique lo que
entiende por “principios”, ya que este término no es para nada diáfano. El posterior desarrollo
del argumento parece indicar que los principios (¿o uno de los principios?) son los sentidos:
“Porque todo lo que hasta ahora he admitido como lo más verdadero, lo he recibido de los
sentidos (…)”.

Así se da comienzo al argumento propiamente dicho del texto, ya que el autor comienza
cuestionando la veracidad de la información proveída por los sentidos. Estos nos mienten, a
veces, de las cosas pequeñas y distantes, pero seguramente no de que yo, quien hace este informe
de lectura, me encuentro frente a mi computador escribiendo con estas mismas manos, con este
mismo cuerpo. A no ser que me compare con “ciertos insensatos”, cuyo cerebro está deteriorado,
quienes piensan que son reyes o tienen la cabeza hecha de arcilla, ¿cierto?

No necesariamente, responde Descartes, dando paso a la segunda parte del desarrollo del
argumento. Cabe la posibilidad que el encontrarme en este momento escribiendo este informe
1
Margaret Dauler Wilson, Descartes (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Filosóficas, 1990), p.32.
sea un sueño. ¿No sucede acaso que los sueños nos hacen creer que estamos haciendo algo o que
algo pasa cuando en realidad no es así? En otras ocasiones he sido engañado por mis sueños,
afortunadamente no pensando que ya había realizado un trabajo para una materia. Vemos con
claridad, entonces, que no es posible distinguir con indicios ciertos el sueño de la vigilia2.

Sin embargo, apunta el autor, la información que se muestra en los sueños no surge de un vacío.
Lo que vemos en los sueños parecen imágenes pintadas, que no pueden surgir sino a semejanza
de cosas verdaderas. Si me encontrara soñando al escribir este informe, las cosas generales,
como los ojos, boca, cabeza, existen como cosas verdaderas en nuestra vida, no imaginarias. O,
si por alguna razón mi “yo verdadero” ni siquiera tuviese ojos, boca o cabeza, los colores del
sueño son cosas verdaderas y no imaginarias. Hay, en definitiva, cosas más simples y
universales, como la Aritmética y la Geometría, que son verdaderas. Por muy extraño que sea mi
sueño de escribir un informe, en este 2+3=5 y no 4 o 6.

¿O es realmente así? Descartes desarrolla un último contraargumento a la veracidad de estas


cosas más simples y universales. Se formula el debate a partir de la idea de Dios. Si he sido
creado por este tal como soy, ¿cómo sé que Él no haya hecho que no haya computador alguno,
informe alguno, clase de filosofía moderna alguna? Es más, ¿no es posible que me equivoque,
por obra de mi creador, cuando pienso que 2+3=5? Si Dios es bueno, sin embargo, no sería
característica suya que me engañe de esta manera, pero tampoco lo sería permitirme que me
engañe a veces. Si cabe siquiera la posibilidad de que por obra de Dios, o de un demiurgo, me
equivoque de esta manera, entonces no hay nada de lo que antes veía como verdadero de lo que
no me sea lícito dudar, incluso que 2+3=5. Y, para mantenerme en este estado de escepticismo o,
más bien, para sostener esta duda metódica, es necesario recordarme continuamente que debo
dudar de todo de lo que antes veía como verdadero. Esto debido a que, por la fuerza de la
costumbre, las nociones comunes que manejo vuelven en mi quehacer cotidiano.

¿Qué podemos hacer para mantenernos en ese estado? Descartes manifiesta que nos podemos
imaginar un escenario hipotético: en vez de pensar en un Dios benigno que nos creó, debemos
pensar que un genio maligno, poderoso y astuto ha empeñado su habilidad para engañarnos
completamente: tanto que estoy escribiendo este informe como que un cuadrilátero tiene 4 lados.
Así, incluso si no estuviera en nuestro poder conocer algo verdadero, nos mantendremos en no
2
En todo caso, Descartes desarrollará después un indicio cierto para distinguir uno del otro: el de la unidad
espacio-temporal que hay en la vigilia, argumento que sin embargo tiene sus problemas.
consentir lo falso, en “percatarme solo de lo que está en mí”, para que este genio maligno no nos
pueda imponer nada. Es esta la solución provisional, y de ardua realización, para el objetivo que
se propone Descartes.

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