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CeRP del Centro. Literatura Iberoamericana II. Prof. Clara Umpiérrez.

Estudiante: Karla Correa

Duelo entre el deber y el ser en “El divino amor” de Alfonsina Storni.

En el presente trabajo se analizará el poema “El divino amor” perteneciente al libro


Irremediablemente (1919) de la poeta argentina Alfonsina Storni(1892- 1938), quien fue una
de las mujeres más destacadas de la literatura en América Latina de principios del siglo XX
junto con Juana de Ibarbourou (1892- 1979) , Delmira Agustini (1886-1914) y Gabriela
Mistral (1889-1957). A pesar de que su obra “tiene una significación de rebelión contra las
limitaciones psicológicas, eróticas, económicas y sociales de la mujer de aquellos tiempos”
(2015 128) este estudio pretende llevar a cabo una mirada atemporal, aislando al corpus de la
biografía de su autora.
Se trata de un poema que tiene una estructura de soneto, las dos primeras estrofas son
cuartetos, y las dos últimas son tercetos. La rima que posee es consonante. Dejando de lado la
clasificación de títulos que sugiere Umberto Eco, desde el primer acercamiento al poema se
visualiza el reflejo de lo que desde la perspectiva de Carl Jung podría ser definido como un
arquetipo colectivo. Este autor define a los arquetipos como preformaciones que “señalan
vías determinadas a toda la actividad de la fantasía y producen de ese modo asombrosos
paralelos mitológicos” (1970 62) Es en este sentido que desde la titulación del poema se
puede anticipar el tema central, pues se podría tratar de una exposición de sus sentimientos de
deseo y atracción emocional y física hacia otro ser humano. Se identifica esta declaración en
una construcción social de un amor al que se le antepone el adjetivo “divino” por lo que
resulta un reconocimiento de su carácter extraordinario, celestial o quizás religioso.
En el primer cuarteto se presentan estructuras paralelas sintácticamente, pues inician con
pronombres personales, lo que también da resultado a una anáfora. El pronombre “te” en los
primeros dos versos hacen referencia a una persona indefinida que no se hace explícita hasta
después de la cesura. Lo que se busca es el amor, figura que se resalta por ubicarse en el
inicio del segundo hemistiquio de ambos veros, y que al mismo tiempo aparece personificado
debido a que se le adjudican acciones que una persona puede realizar. Este amor no llega a la
vida del yo lírico, lo hace esperar generando que el deseo por su llegada aumente, al mismo
tiempo se lo adjetiva como mezquino por lo que la percepción que se tiene es dolorosa como
si este amor pudiera cometer acciones capaces de dañarlo o no entregarse en abundancia
Te ando buscando, amor que nunca llegas,
Te ando buscando, amor que te mezquinas,
Sin embargo, el protagonista poemático parece tener una actitud desafiante frente a este
amor, pues se agudiza para ver si este es es capaz de descubrirlo utilizando su intuición. Esto
se denota a través de lo que significa la adivinanza generando que quede excluido todo lo
inherente a la razón. La disposición receptora del yo lírico se aumenta en el último verso pues
es capaz de doblarse, generando una postura ambigua pues se afina y se aumenta frente a la
posibilidad de la cercanía de ese amor.
Me aguzo por saber si me adivinas,
Me doblo por saber si te me entregas.

En el inicio del segundo cuarteto se expone una característica que podría ser de la esencia del
yo lírico, algo que lo compone. Las tempestades se encuentran asociadas principalmente al
fenómenos de grandes fuerzas y agitación extrema, y desde la perspectiva que Juan Cirlot le
atribuye en su Diccionario de símbolos (1992 430) estas poseen un carácter sacro, es decir
sagrado. Estas tempestades son producto de su experiencia y la pluralidad de las mismas
intensificado con el pronombre “mías” reflejan las aventuras de las que el protagonista
poemático se apropia, individualiza y no niega, pues en el segundo hemistiquio de este verso
están calificadas como “andariegas”. Es en el segundo verso que el frenesí disminuye, se
expone la calma después de varias tormentas, pero es un sosiego que está caracterizado por el
dolor, como si se tratara de una quietud obligada ya que se encuentra sobre “un haz de
espinas”. Aún así, es importante destacar el símbolo que Chevalier (1986 478) le atribuye a
las espinas, pues argumenta que las tradiciones semíticas y cristianas la asocian a la
virginidad de la mujer en cuanto a que evocan “la tierra salvaje no cultivada” (478) En tal
caso, el yo lírico sugiere que a pesar de su amplia experiencia adversa aún no experimenta el
amor pasional. Todavía cabe que el lector se pregunte ¿es ese amor pasional el que se
encuentra esperando el yo lírico?
En el tercer verso de la segunda estrofa, por medio de un hipérbaton se ubica al verbo sangrar
en el inicio del mismo, aumentando la intensidad en el poema con lo que esta acción denota,
al mismo tiempo que el dolor aumenta. El desconsuelo espiritual se refleja también en el
físico del protagonista poemático cuando alude a sus carnes, metonimia de su cuerpo. Esta
imagen podría representar dos ideas que se oponen, la primera: que su ausencia refiere a un
amor físico o pasional, la segunda: es gracias al amor pasional que su cuerpo está herido.
Diversos autores señalan que el color púrpura en poesía se refiere a la sangre humana
entonces al final del tercer verso se ubica un pleonasmo ya que se alude al mismo elemento a
través de diferentes términos con el fin intensificar la presencia de la herida física.
En el último verso se expone la imagen del amor personificada en un niño que se niega a
otorgarle la salvación que necesita, a través de dos cesuras el suplicio se añade. Pierre Grimal
en su Diccionario de mitología griega y romana (1989) explica que desde la poesía
tradicional es el Dios Eros que adquiere la fisonomía de niño, y “que se divierte llevando el
desasosiego a los corazones. O bien los inflama con su antorcha o los hiere con sus flechas”
(171) Es por esto que el yo lírico evoca a este dios, pues no solo siente que juega con sus
sentimientos sino que también se siente identificado en el sentido de que posee “una fuerza
perpetuamente insatisfecha e inquieta” (171).
sangran mis carnes gotas purpurinas
porque a salvarte, oh niño, te me niegas.
En el inicio del primer terceto expone una imagen que reafirma su reconocimiento en la falta
de ayuda del dios del amor porque el mismo ímpetu que lo condujo a através de tempestades
lo ubica ahora sobre un material combustible que puede encenderse con cualquier sueño, es
decir ilusión. Además en este terceto el yo lírico se caracteriza como inocente pues para él es
fácil ilusionarse, la llama se la asocia al fuego que según Cirlot (1992) y desde el sentido que
Héraclito le atribuía al mismo posee una “asociación a la libido y a la fecundidad” (209). De
este modo la llama asociada a la pasión lo conduce a su desolación. Al final de la estrofa
utiliza la palabra perdición por lo que también se podría producir la idea de pecado:
Mira que estoy de pie sobre los leños,
que a veces bastan unos pocos sueños
para encender la llama que me pierde
Frente a la amenaza de fluir siguiendo sus pasiones el protagonista poemático ruega su
salvación a un tú lírico que individualiza de manera explícita. Al mismo tiempo reafirma la
calidad de divinidad que representa este amor, se lo beatifica al igual que en el título, debido
a que con sus manos inocentes es capaz de convertir su deseo pasional en un deseo
transparente y puro. Esto lo representa por medio de imágenes antitéticas, pues existe una
clara oposición entre “fuego”- “límpidas dulzuras” y “leños”- “ramas verdes”. Se cierra el
último verso con la idea de que el yo lírico ya no quiere encontrarse sobre un material de fácil
combustión, sino que pretende que su amor sea difícil de encender, tanto como iniciar un
fuego con ramas verdes, frescas.
A lo largo del poema se observa el sentimiento que nace de la contradicción que vive el yo
lírico entre entre entre el ser y el deber. Desde el arquetipo del amor construido en su
percepción de la sociedad se refleja la oposición entre de lo que ha sentido y lo que quiere
sentir. Su idealización del amor, el que desea, el que siente la necesidad de llevar a cabo pero
que se contradice con lo que está canonizado y santificado. La salvación para el yo lírico
llega a través de un amor que esté consumado en base espiritual ya que expone cierto
arrepentimiento de su “experiencia” basada en la pasión.
A fin de no dejar totalmente excluida la biografía de la autora se considera preciso mencionar
un argumento que justifica el duelo entre el amor pasional (lo que desea) y el amor espiritual
(lo que debería desear) vivido por el protagonista poemático. Martínez Toletino (1997)
analiza un ensayo realizado por Angelina Gatell (1964) en el cual compara la poesía de Sor
Juana con la de Alfonsina Storni, y afirma de que esta última poeta “no tuvo la misma
formación religiosa, por lo que no le teme a la entrega en el amor que, muy por el contrario,
desea con todo su ser. Sin embargo, teme que al entregarse no hallé más que sexo” (48)

Bibliografía:
Astrada, Etelvina. "Figura y significación de Alfonsina Storni." Biblioteca Virtual
Cervantes2015: 127-144. Fundación Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes.Mayo/2020.Recuperado de:
http://www.cervhttp://www.cervantesvirtual.com/obra/figura-y-significacion-de-alfonsina-
storni/antesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc89332}
Cirlot, Juan. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Labor, 1992.
Chevalier, Jean. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Herder, 1986.
Jung, Carl. Arquetipos e inconsciente colectivo. España: Paidós Ibérica, 1970.
Grimal, Pierre. Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona: Ediciones Paidos,
1989.
Martínez Toletino, Jaime. La crítica literaria sobre Alfonsina Storni (1945-1980) España:
Kassel- Edition Reichenberger, 1997.

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