Está en la página 1de 11

Para el imperio español, poblar los enclaves coloniales del septentrión novohispano representó durante los

siglos XVI y XVII un problema esencialmente demográfico. La precariedad de los primeros años de la
presencia española en Nueva Vizcaya y el abandono de las actividades mineras se debió a que la población
conquistadora era aún demasiado pequeña como para someter a los indios lugareños. La relación se invirtió a
principios del siglo XVII cuando las epidemias habían mermado ya buena parte de la sociedad indígena.
Surgió entonces el real de Parral, que sería a su vez punto de partida hacia nuevas zonas de colonización
situadas más al norte. Sin embargo, este asentamiento minero no hubiera podido mantenerse ni la provincia de
Santa Bárbara poblarse sin el traslado forzoso de indios desde regiones cada vez más remotas y la llegada
constante de españoles, mulatos y mestizos. Ante la falta de crecimiento de los grupos locales de indios y
españoles, la sociedad colonial siguió nutriéndose de migrantes para sostenerse demográficamente. Pero una
vez pasado el primer auge minero, la provincia de Santa Bárbara, ecológicamente empobrecida, declinó
irremediablemente a partir de 1680 cuando los contingentes humanos se destinaron a regiones más
prometedoras.

NOTAS SOBRE EL LIBRO DE CHANTAL CRAMAUSSEL Poblar la frontera. La provincia de


Santa Bárbara en la Nueva Vizcaya durante los siglos XVI y XVII

Christophe Giudicelli

1El libro publicado por Chantal Cramaussel sobre la provincia de Santa Bárbara, núcleo de
poblamiento más septentrional de la Nueva Vizacaya en el siglo XVI, participa del sano movimiento
historiográfico de renovación del conocimiento sobre la primera colonización hispano-criolla del norte
de México en los siglos XVI y XVII 1. Más allá de eso, constituye un estudio ejemplar sobre las pautas
de colonización y de poblamiento de una « provincia » perdida en la tierra adentro, en este caso en los
lejanos confines de la Nueva España, pero los especialistas de otras regiones marginales del imperio
español encontrarán en este libro una excelente materia para sus propias reflexiones.

2Se trata de la publicación de la tesis de doctorado de la autora, con una bibliografía algo actualizada.
Constituye el fruto de más de diez años de trabajo de campo y de archivos que permitieron sacar a luz
conocimientos fundamentales hasta entonces desconocidos y ocultados por las perspectivas
tradicionales hasta hace poco muy pregnantes que privilegiaban esencialmente bien la obra de los
misioneros bien una concepción demasiado lineal del proceso de conquista, basada explícita o
implícitamente en el modelo turneriano.

3Además de sus méritos propios, el trabajo de Cramaussel es imprescindible para cualquier


investigador que quiera informarse sobre el proceso de colonización de la Nueva Vizcaya, por el
amplio trabajo de archivo llevado a cabo, tanto en México como en España. Además de los principales
acervos del AGN de México y del AGI sevillano, la autora es sin duda una de los mejores conocedores
de los principales archivos regionales (los diversos acervos de Parral, Durango o Guadalajara, sede de
la Audiencia en el periodo colonial, diversos archivos parroquiales, entre otros). En el transcurso de su
investigación pudo además tener acceso a varios fondos privados que le permitieron enriquecer su
análisis, al producir documentos de capital importancia que no aparecían en los acervos públicos. Pudo
así constituirse un corpus lo más completo posible y rescatar documentos tales como mercedes de
tierras, títulos de encomienda o nombramiento de capitanes de amigos, varios de los cuales reproduce
en una valiosa sección de anexos. Por otra parte, el excelente conocimiento personal del campo –en el
sentido propio de la palabra : sierras, caminos, pueblos, ríos, etc…–, que reivindica la autora confiere
a su trabajo una dimensión y un relieve de la que carecen la mayoría de los estudios coloniales.

4Este trabajo itinerante y heterogéneo de constitución de corpus debe considerarse por lo tanto como
un modelo metodológico para quien intente trabajar sobre las « fronteras » coloniales, dado el estado
trágicamente impresionista de la documentación disponible sobre esas zonas.

5El libro, organizado en seis capítulos, reconstruye el proceso de colonización de la provincia de Santa
Bárbara desde su fundación por Francisco de Ibara en 1563 hasta la segunda mitad del siglo XVII, con
una fecha bisagra en 1631 : el descubrimiento del rico yacimiento argentífero de Parral. Éste último
pasó muy rápido a ser el real de minas más importante al norte de Zacatecas ; los profundos cambios
que implicó su brutal desarrollo fijan por tanto una separación cronológica evidente entre dos etapas
en este mismo proceso de poblamiento.
6Presenta un estudio « total » de dicho proceso, para el cual la autora combina enfoques de geografía
histórica regional, de demografía histórica, de historia económica, dedicando una apreciable atención
a la parte gráfica para proponer una representación de los desarrollos llevados a cabo, en una serie de
mapas y de gráficos por lo general muy pertinentes.  La percepción a la par global y profunda del
proceso de poblamiento alcanzado le permite proponer ruptura epistemológicas a veces radicales con
ciertas perspectivas que durante mucho tiempo organizaron la visión de los estudios sobre las
« fronteras » americanas de la Monarquía española, y más particularmente las provincias del norte de
la Nueva España, muy estudiada por la historiografía norteamericana de corte boltoniano que trasladó
al estudio de la colonización española del norte la teoría de la frontera ideada por Frederick Jackson
Turner para la dinámica de conquista del oeste estadounidense. Esta voluntad de ruptura para con
este modelo constituye un eje problemático que conduce Chantal Cramaussel a dejar en claro con
cada vez más nitidez a medida que progresa la investigación que los dos procesos de conquista
siguieron pautas muy diferentes, empezando con el uso mismo del término de «  frontera » que no
designaba una línea de progresión entre dos espacios bien definidos  sino una serie de « enclaves
coloniales » aisladas en inmensos territorios no conquistados. Por otro lado, la autora discute con
razón lo que llama el artificial fraccionamiento de los estudios sobre esta región, que solía separar por
ejemplo los trabajos sobre las misiones, sobre los indios, sobre los colonos o sobre las minas,
opacando muchas veces los necesarios vínculos que se deben establecer entre todos estos enfoques.
Como lo demuestra su estudio, las misiones jesuitas y franciscanas, lejos de vivir en autarcía,
mantenían lazos permanentes con la sociedad de la provincia : sin los colonos los misioneros nunca
hubieran podido mantenerse, y las misiones sirvieron de reserva de mano de obra para las
explotaciones agrícolas y mineras.

7La ingente masa documental manejada le permite por lo tanto develar aspectos poco conocidos de
la sociedad de frontera, cuando no de proponer una ruptura franca con perspectivas anteriores. Es el
caso en particular de la demostración muy convincente de la rápida prevalencia de la ocupación
agraria sobre la actividad minera para asegurar el mantenimiento de los precarios establecimientos de
la provincia de Santa Bárbara desde finales del siglo XVI y hasta el descubrimiento de las vetas de
Parral en 1631. Los dos primeros capítulos retrazan la historia caótica de la fundación y de la
estabilización de la provincia.

8En el primero, « la dinámica del poblamiento », se presentan las principales características de la
instalación de los primeros pobladores y sus relaciones extremadamente conflictuales con las
poblaciones indígenas, sujetas a la extrema violencia de los conquistadores, y muy pronto afectados
por terribles epidemias. De forma muy convincente también se discute la famosa teoría heredada de
Herbert Eugene Bolton que hacía de presidios y misiones los motores (instituciones pioneras) de la
colonización : se recuerda oportunamente, en base a evidencias cronológicas incontestables, que
tanto misioneros como fuertes militares fueron instalados después de la fundación y consolidación de
los asentamientos españoles en estas tierras de frontera. Se impone el retrato de una sociedad
marcada por la violencia de los cazadores de esclavos y en la que la supervivencia del reducido núcleo
español depende directamente de su capacidad a movilizar por la fuerza la mano de obra indígena.

9El segundo capítulo, titulado « el espacio colonial habitado », propone un seguimiento cruzado de dos
modelos de asentamientos a primera vista opuestos, el valle agrícola de San Bartolomé, y el núcleo
urbano del real de minas de Parral, escenario de un desarrollo tanto brutal como caótico a raíz de la
explosión demográfica de los años 1630. Este seguimiento paralelo permite poner de realce la
complementariedad de ambos espacios, donde los principales oligarcas que controlan la economía de
la provincia tienen intereses. La decadencia de Parral pronunciaría la preferencia por un patrón de
asentamiento rural y más disperso, limitando el desarrollo de los centros urbanos de la provincia.

10Los capítulos III y IV, tratan respectivamente de « la evolución general de la población » y de « los
movimientos de la población india y negra ».

11El análisis de las modalidades de reclutamiento de los indios deja aparecer claramente el marco
derogatorio que imperaba en esta y otras provincias periféricas del imperio español de América. Tanto
aquí como en Chile, en el Tucumán, en Santa Fe o en el Paraguay, por ejemplo, además de prácticas
esclavistas que se prolongaron durante mucho tiempo gracias a las famosas « rebeliones », las
principales instituciones de reclutamiento de los indios –la encomienda y el repartimiento–  recubrían
una práctica del trabajo forzado que se verificó con matices durante la totalidad del periodo
considerado.
12Las cacerías de esclavos indígenas que habían caracterizado el principio de la conquista de la Nueva
Vizcaya siguieron practicándose a larga escala en el siglo XVII : aquí como en las demás « fronteras »,
las « piezas », es decir los los indígenas capturados en « justa guerra » durante una « rebelión » se
subastaron públicamente durante todo el periodo. En los primeros tiempos, la mercancía procedía de
las poblaciones locales – conchos, tepehuanes y tarahumaras–, pero con la caída demográfica de los
mismos y la demanda exponencial causada por la demanda de Parral,  pasaron a formar las
« colleras » destinadas a engrosar los contingentes mineros grupos indígenas más lejanos, traídos de
Sinaloa, Sonora o Nuevo México. Ya para finales del siglo se diversificaría el mercado con la llegada de
otros esclavos indios, genéricamente llamados « apaches ». Se examina pomenorizadamente las
modalidades de venta de estos cautivos, por diez, quince o veinte años, así como la práctica del
« depósito » de niños y mujeres.

13Por otra parte, se subraya que la encomienda conoció en ésta como en las demás « fronteras »
citadas una evolución inversa a la de las zonas centrales. Al contrario de lo que estipulaban las Leyes
Nuevas, la encomienda siguió constituyendo una institución fundamental para el proceso de conquista
y colonización de la Nueva Vizcaya. El gobernador gozaba del privilegio de otorgar nuevas
encomiendas, y esta práctica se prolongó hasta fechas relativamente tardías, ya que el último título
de encomienda documentado lleva la fecha de 1670, algo que no debe sorprender cuando se sabe que
se seguía repartiendo encomiendas en el Tucumán por ejemplo en pleno siglo XVIII. Al revés de lo
que marcaba la ley, la encomienda siguió siendo una encomienda de servicio personal. Los resultados
de este estudio son particularmente claros al respecto : en muchos casos, los indios de encomienda
eran sacados por la fuerza de sus pueblos por tropas armadas por los mismos encomenderos y
confiadas en un primer tiempo a algún caudillo, y en un segundo tiempo a
unos gobernadores o capitanes indígenas encargados de reclutar como fuera a los indios necesarios,
so pena de severos castigos si fallaban.

14Por fin, el repartimiento –conocido como mita en el sur del continente– constituía la última
modalidad de movilización de los indios no encomendados. El estudio minucioso presentado en el
capítulo IV deja en claro algo muchas veces ocultado en la historia de las misiones : estas últimas
llegaron a proporcionar el grueso de los trabajadores. La enorme demanda consecutiva a la
explotación de las minas de Parral incluso causó el despoblamiento de muchos pueblos de misión, en
la Tarahumara Baja vecina, pero también en Sonora y Sinaloa : los registros parroquiales mencionan
la presencia de muchos indios originarios de la otra vertiente de la Sierra Madre Occidental, de
pueblos de misión que para esas fechas estaban periclitando, precisamente por la sangría ocasionada
por esos reclutamientos forzosos. En la prática, el tratamiento reservado a los indios de repartimiento
o de encomienda no difería fundamentalmente del de los cautivos.

15Se cuestiona por fin la concepción historiográfica algo mecánica de un paso automático de estas
modalidades de reclutamiento laboral hacia el estatuto de « trabajador libre asalariado » : lo que se
desprende de este estudio es que muy pronto los hacendados y estancieros españoles se aseguraron
la dependencia de sus trabajadores indígenas, cualquiera que fuese por cierto su estatuto, por medio
del endeudamiento. En este contexto, y siguiendo la argumentación de la autora, existen motivos para
cuestionar la realidad de la « libertad » de esos trabajadores y tal vez para afirmar la necesidad de
considerar las continuidades en las sucesivas –y a veces concomitantes– relaciones de dependencia.

16El capítulo V se aboca al estudio de los movimientos de población de los españoles y de las castas y
la conformación de la oligarquía ». Subraya el peso de los criollos del centro del virreinato y detalla el
origen de los peninsulares, entre los cuales dominan nítidamente andaluces y portugueses. El análisis
de los clanes familiares que monopolizaban el poder efectivo permite hablar con propiedad de la
formación de una oligarquía. El seguimiento prosopográfico propuesto por la autora –tarea mecedora
de elogios cuando se conoce la dificultad de acceso a la documentación– deja aparecer un grupo
reducido de familias que detentaban el poder real gracias a su control de la fuerza militar, a la
posesión de la tierra, al control de la mano de obra y del comercio. Ningún representante de la
corona, ningún gobernador podía ejercer su autoridad sin contar con la alianza de los hombres fuertes
de la provincia. Y sin el apoyo de sus tropas privadas ninguna operación militar contra los indios era
concebible. Lo que nos enseña este estudio es que dicha oligarquía, conformada en fechas
relativamente tempranas, era también extremadamente cerrada y al mismo tiempo dotada de una
excelente capacidad de adaptación. Esta última cualidad le permitió absorber a los poderosos
representantes de la corona y sobrevivir cuando tal o cual potentado se hundía, generalmente como
consecuencia de una herencia inadaptada a las duras condiciones de reproducción social dictadas por
la dinámica propia del grupo.
17El último capítulo ilustra precisamente la poca apertura de una sociedad jerarquizada en extremo,
que hacía difícil que los recién llegados encontrasen un lugar de sin la protección de algún oligarca
local. Como lo reitera la autora en la conclusión de su estudio, esta estructura muy jerárquica nos
alejaría clarament del modelo turneriano de la frontera, en la media en que los mecanismos de
movilidad social se encontraban muy reducidos aquí. Si los artesanos o los médicos pudieron salirse
con la suya, por la poca competencia que encontraban en estas tierras de frontera, los que llegaban
sin formación específica, con la esperanza de medrar gracias a la explotación de la tierra o de las
riquezas minerales, casi siempre tuvieron que conformarse con un lugar subalterno, al servicio de
algún hacendado, cuando no tuvieron sencillamente que ir a buscar fortuna a otro lugar. Chantal
Cramaussel subraya oportunamente que la creciente escasez de mano de obra debida a la dramática
caída demográfica de la población indígena así como la reducción dramática del acceso a los recursos
naturales por el desastre ecológico causado por la sobreexplotación salvaje de las minas de plata
cerraba aun más las ya de por sí reducidas posibilidades de integración de los migrantes.

18Los anexos que cierran el libro son de gran utilidad. Sus cuarenta y cuatro páginas ponen a
disposición de los investigadores documentos de difícil acceso. Además de los padrones
abundantemente utilizados en el curso de los estudios presentados, la autora ofrece una copia de
varios documentos sumamente importantes relativos a la encomienda : dos títulos de encomienda ;
un título de capitán de encomenderos, fundamental para entender el papel político y militar que éstos
desempeñaban, el título de gobernador de los indios conchos, extendido al intermediario indígena
encargado de asegurar el abastecimiento de las hacienda en mano de obra levantada en los pueblos
indígenas ; un título de « capitán protector de los indios », cargo destinado en estas tierras de
frontera ante todo a la vigilancia y al castigo de los fugitivos ; por fin un documento muy sugerente
acerca de la libertad de los naboríos, es decir de los indios supuestamente « libres », porque estaban
desvinculados de su pueblo de origen.

19Otros documentos reproducidos ilustran cuestiones tales como la tenencia de las tierras, las
relaciones comerciales o las cuestiones de transporte.

20El plato fuerte de los anexos agrupa informaciones de primer plano sobre los principales personajes
de la sociedad neovizcaína : la lista de los encomenderos de la provincia en el siglo XVII y, sobre todo
una reconstrucción biográfica de « diez oligarcas prominentes de la provincia de Santa Bárbara ».
Estas últimas reconstrucciones arrojan un luz particularmente esclarecedora sobre el funcionamiento
de esta oligarquía, a la par que muetra de donde sacaban su poder.

Chantal Cramaussel (2007), Poblar la frontera. La provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya
durante los siglos XVI y XVII Zamora, El Colegio de Michoacán, 479 pp.

Zulema Trejo* José Marcos Medina*

* Profesores–investigadores del Centro de Estudios Históricos de Región y Frontera de El Colegio


de Sonora. Correos electrónicos: ztrejo@colson.edu.mx/mmedina@colson.edu.mx

La obra Poblar la frontera. La provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya durante los siglos XVI y
XVII sintetiza años de trabajo e investigación; su antecedente es la tesis doctoral, presentada por
la autora en 1997 en la Escuela de Altos Estudios de París, misma que ha sido actualizada para
recoger las aportaciones historiográficas más recientes.
El texto está estructurado en seis capítulos, que abordan la dinámica del poblamiento hispánico de
la provincia de Santa Bárbara desde mediados del siglo XVI, los patrones de organización del
espacio habitado, la demografía de la zona, los movimientos migratorios de indios, castas y
españoles, así como una introducción y conclusiones que aportan reflexiones teóricas e
historiográficas interesantes sobre la frontera septentrional novohispana.

Chantal Cramaussel eligió la geografía histórica, entre las diversas perspectivas existentes, para
estudiar una región. El espacio seleccionado es la provincia de Santa Bárbara y la temporalidad los
siglos XVI y XVII. Este acotamiento temático brinda indicios sugerentes de lo que podemos
encontrar en las páginas de Poblar la frontera. En primer lugar, se trata de un estudio donde el
análisis demográfico, la cartografía, los movimientos migratorios y la urbanización, entre otros,
ocupan el centro de la atención, y desplaza los elementos de índole político, aunque sin ignorarlos.

Asimismo, estamos ante un estudio de larga duración, que permite observar a través de los años
los cambios lentos, las continuidades, pero también las rupturas, en suma, el proceso de
conformación social, económico y político de una región. Otro eje que articula la obra es la
interrelación entre Santa Bárbara y diversos lugares del imperio español; las relaciones que
Cramaussel va tejiendo entre su zona de estudio y Nueva Galicia, la Ciudad de México, Zacatecas,
la península Ibérica, etcétera, nos permite apreciar que, pese a estar ubicada en el septentrión,
Santa Bárbara no estaba incomunicada, es decir, la provincia estaba lejana, pero no aislada.

Durante mucho tiempo se ha señalado el aislamiento de la frontera norte con respecto al centro
del país, este enfoque aislacionista ha propiciado que se vea a dichos territorios como espacios
excepcionales, Cramaussel cuestiona esta perspectiva y en el libro muestra que, pese a las
dificultades que implicaba adentrarse en el camino real de tierra adentro, hubo quienes lo
recorrieron llevando mercancías, noticias, órdenes y enfermedades. Además, señala que los
caminos trasversales, es decir, los que comunicaban Santa Bárbara con otras poblaciones de la
zona también eran recorridos a pesar de las altas o bajas temperaturas, la lluvia, los peligros de
ataque por parte de indios rebeldes o los salteadores de caminos.

Naturalmente, debido a su carácter fronterizo, la provincia de Santa Bárbara tuvo sus


excepcionalidades, o mejor dicho, sus características definitorias como enclave colonial, término
que la autora prefiere al de territorios de frontera, pues remite casi automáticamente a la
concepción de Frederick Jackson Turner de la frontera, que según las reflexiones muy bien
sustentadas que Cramaussel va presentando, tenía poca relación con lo vivido en los territorios de
frontera de la monarquía hispana.

Un primer elemento por retomar, de los argumentos esgrimidos por la autora para caracterizar
Santa Bárbara como frontera, sin acudir a los planteamientos turnerianos, es la idea de que la
provincia fue una zona de frontera durante los siglos XVI y XVII, en tanto que durante ese largo
periodo se mantuvieron grupos indígenas resistiendo el dominio español, lo que ocasionó que en
las relaciones con ellos privara la violencia y explotación desmedida. Así divide ese lapso en dos
etapas, una que comprende la fundación de los primeros asentamientos españoles como el real de
Santa Bárbara e Indé a mediados del siglo XVI, que fueron la representación misma de la
inestabilidad, pues se despoblaron y poblaron en varias ocasiones, ya que apenas reunían a unas
cuantas decenas de vecinos, para conformarse en auténticos enclaves inmersos en una zona
donde los grupos indígenas sumaban varias decenas de miles, los cuales —ante las depredaciones
de los españoles— atacaban sus poblados y los obligaban a abandonarlos.

Esta situación se mantuvo hasta el cambio de siglo, cuando se consolidó la presencia española en
zonas como la cuenca del río Florido, en donde surgieron estancias y haciendas agrícolas, que
reunieron a más de mil personas. Asimismo, se establecieron las primeras misiones jesuitas y
franciscanas, que congregaban alrededor de cuatro mil indios.

Por otra parte, los grupos indígenas gentiles habían sufrido epidemias graves, que aparejadas con
las incursiones españolas continuas en busca de trabajadores forzados, ya fueran como esclavos o
encomendados, se habían traducido en la disminución drástica de su población. Situación que
tendía a favorecer la implantación del dominio hispánico.

Una segunda etapa se inicia en 1631 con la fundación del real de Parral, que se convirtió en uno de
los más ricos del septentrión novohispano, y en el detonante de una explosión demográfica que
repercutió en una zona amplia. Así el real de Parral pasó de 1 200 personas en 1633 a 5 mil en
1635 y a 8 500 en 1640, fue el real con más habitantes del norte, después de Zacatecas. La
provincia se vio beneficiada, ya que los poblados agrícolas establecidos también experimentaron
tal crecimiento demográfico, al tener un mercado tan necesitado de alimentos como el real de
Parral. Hacia 1645, la población bajo el dominio español en la provincia de Santa Bárbara
alcanzaba alrededor de veinte mil personas.

Tal explosión demográfica se detuvo a mediados del siglo XVII con la decadencia de las vetas
mineras, cuando los habitantes del real de Parral se redujeron a 2 mil, cifra que se mantuvo a lo
largo del siglo. Junto con la caída de la producción minera se experimentaron varias calamidades
que incidieron en la disminución demográfica, como fueron epidemias espantosas, sequías,
inundaciones y rebeliones indígenas, que hacían más violentas las relaciones entre los diversos
grupos de la sociedad colonial. Cuando por fin se establecieron los reales de minas de
Cusihuiriachic y Chihuahua, a principios del siglo XVIII, el centro de atracción demográfica se
trasladó hacia el norte, y la provincia de Santa Bárbara pasó a una nueva etapa.
Sin embargo, el crecimiento poblacional descrito no era natural ni se sustentaba en la inmigración
voluntaria de diversos grupos humanos, sino que se había logrado obligando a miles de indígenas,
tanto de la región como de otros lugares más lejanos como Sinaloa, Sonora, Nuevo México y de las
grandes llanuras, a trasladarse al real, a las villas y haciendas. También con la introducción de
esclavos africanos, que llegaban a sumar alrededor de mil.

El análisis más particular de los contingentes humanos que emigraron hacia la provincia de Santa
Bárbara a raíz de la fundación del real de Parral, es el tema del cuarto capítulo del libro. A través
de una lectura crítica de los registros parroquiales, la autora encuentra que el grueso de los
inmigrantes eran indios que fueron obligados violentamente a trasladarse, lo que le permite
cuestionar el lugar común de que los reales mineros del norte se sustentaron en el trabajo libre
asalariado.

Así, resulta que las incursiones a los poblados indígenas para obtener esclavos, quienes eran
vendidos en las haciendas y reales de la región o en las ciudades y villas de las áreas centrales, fue
una práctica cotidiana, desde los primeros años del arribo de los españoles. Si bien la esclavitud de
los indios era proscrita por las leyes reales, se permitía en el caso de los indios que resistían el
dominio español por un tiempo determinado, de diez a veinte años, lo cual daba un pretexto para
justificar las cacerías de esclavos que se convirtieron en un buen negocio para los españoles, sobre
todo cuando la explotación minera en el real de Parral demandó mano de obra abundante.

Cramaussel documenta la captura de "piezas de guerra" como les llamaban en la época a los
cautivos indígenas, para luego venderlos públicamente en Parral. El mercado de esclavos registra
la venta primero de indios de las cercanías como los conchos, tepehuanes y tarahumaras, para irse
expandiendo a grupos indígenas más lejanos como los sinaloas, los pueblo de Nuevo México y por
último los de las llanuras, identificados en el siglo XVII como apaches.

Si bien en los primeros años de la presencia española se capturaban esclavos indios adultos,
destinados a las labores mineras más peligrosas, con el paso del tiempo se hizo costumbre matar a
los adultos y quedarse con los niños y las mujeres, quienes eran "depositados" en las casas de las
familias pudientes como sirvientes domésticos. También se hacían de esta mano de obra a través
del denominado "rescate", que consistía en comprar niños capturados por algunos grupos
indígenas que estaban en guerra entre sí. Por ejemplo, los indios pueblo aprehendían niños
apaches, y luego los vendían a los españoles. Esta práctica se convertiría en característica de las
regiones de frontera y perduraría hasta bien entrado el siglo XIX, según afirma la autora.

Junto con los indios cautivos, que eran esclavizados durante cierto tiempo, arribaron a la provincia
de Santa Bárbara contingentes importantes de esclavos africanos, quienes junto con sus
descendientes eran propiedad indefinida de los amos. Aunque esta mano de obra, por ser cara, no
se destinaba a las labores peligrosas.

Otro tipo de trabajo forzado fue la encomienda, sistema por el cual ciertos españoles obtenían la
obligación de cristianizar a un grupo de indígenas y a cambio ellos debían darles tributo. Si bien en
las áreas centrales este sistema entró en desuso a mediados del siglo XVI, en la Nueva Vizcaya se
estableció en 1562, como una manera de alentar la inmigración de españoles. En esta zona el
tributo no era en especie sino en servicios personales, cada indio encomendado debía trabajar tres
semanas al año para su encomendero.

Los encomenderos hicieron de su prerrogativa una vía para conseguir mano de obra, pues llevaban
a los indios a trabajar en sus haciendas y en menor medida a los reales de minas. Conforme se
iban acabando los indios de las cercanías, salían partidas a buscarlos en pueblos más lejanos, a la
manera como lo hacían los cazadores de esclavos. En esta actividad cobraron un matiz muy
particular cargos como los gobernadores y capitanes indígenas, nombrados de por vida y cuya
función era traer indios a los encomenderos, para lo cual encabezaban partidas armadas para
capturarlos, si no lo hacían eran castigados. Dichos cargos no tenían relación con los que
ostentaban el mismo nombre en los cabildos indios, pues en éstos eran electos cada año y si bien
su responsabilidad era organizar la prestación de los servicios personales, también debían cuidar
de los bienes comunales del pueblo. Situación similar se daba con el cargo del protector de indios,
asignado a un español. En la Nueva Vizcaya su función era perseguir y castigar a los que se
escapaban del trabajo forzado, contraria a la desempeñada en otras partes, como promotores de
los intereses de los indios ante el juzgado general y denunciantes de los maltratos a que los
sometían los españoles.

Otro sistema de trabajo forzado era el repartimiento, que consistía en la obligación de los indios
no encomendados de trabajar durante dos meses por año para un español, también se
organizaban partidas para capturar indios que trabajaran según esta figura, primero en las áreas
cercanas y luego, a medida que se reducía la población indígena local, se expandía a zonas más
lejanas. La autora documenta que de las misiones de Sonora y Sinaloa llegaron miles de indios bajo
este sistema durante el auge del real de Parral, lo que ocasionó despoblamiento de los pueblos de
misión de las áreas mencionadas. Los registros parroquiales anotan a indios originarios de
Sahuaripa, Mátape, Tecoripa, Batuc, Bacanora y del río Yaqui.

En la medida que los sistemas de trabajo forzado perdían su efectividad por la reducción de la
población indígena, los españoles trataron de asegurar la mano de obra por otra vía, esta fue la del
endeudamiento de los encomendados, los trabajadores de repartimiento o los mismos esclavos
liberados. Sistema que consistía en adelantar bienes que nunca terminaban de pagar, y en caso de
que escaparan, las justicias reales los perseguían y los obligaban a seguir laborando. Si bien estos
trabajadores no eran propiedad del amo, sí entraban como parte de los activos de las haciendas,
es decir si éstas se vendían o arrendaban incluían a los endeudados, a quienes se nombraba
naboríos, después conocidos como peones o sirvientes. La autora critica que este sistema de
trabajo, en teoría asalariado, haya sido considerado como libre en la historiografía.

El panorama descrito por Cramassuel la lleva a concluir que zonas como la provincia de Santa
Bárbara no deberían ser caracterizadas como territorios de frontera, en el sentido turneriano de
zonas de oportunidad de ascenso social para los sectores bajos de la sociedad, sino más bien como
"enclaves coloniales", en donde una oligarquía local impuso su férreo dominio sobre los hombres y
la tierra, gracias al monopolio de la fuerza militar. Pues en estas zonas la violencia y la coerción
propias de las sociedades coloniales se exacerbaban, ante la falta de mano de obra, lo cual
conducía al florecimiento de las formas de trabajo forzado. Asimismo, en el libro se muestra que
los pobladores asentados en la provincia constituían una sociedad muy jerarquizada y cerrada, a la
cual era difícil acceder, esta caracterización se opone diametralmente a lo que Turner plantea
como una sociedad fronteriza.

Los oligarcas son una de las características definitorias de la provincia de Santa Bárbara, y al paso
de los años se convertirán en una de las "excepcionalidades" de la frontera norte del país. La
capacidad de estos individuos para conformar ejércitos privados, terminar por sí mismos con
rebeliones indígenas, hacer frente a los gobernadores y funcionarios de la Audiencia de
Guadalajara con éxito, eludir las acusaciones ante la Inquisición, entre otras cosas, nos lleva a
pensar en los hombres fuertes del siglo XIX.

La tradición de una sociedad fronteriza armada y habituada a la violencia se origina, como lo


señala la autora, en la necesidad de los primeros colonos del septentrión de contar con
abundancia de sirvientes que realizaran los trabajos agrícolas y mineros, y que defendieran las
propiedades de sus amos. Cramaussel revela que lo que solemos caracterizar como el liderazgo
carismático de algunos hacendados, por ejemplo de Manuel María Gándara en el caso de Sonora,
tiene raíces tangibles, como proporcionarle a su servidumbre alimento, vestido, vivienda y pago de
los sacramentos. Esta obligación constituye la base material del liderazgo de los hacendados sobre
sus peones a lo largo de siglos.

De entre los métodos utilizados para la investigación, destaca la prosopografía que la autora
realiza de los pobladores de Santa Bárbara. Este ejercicio sobresale en dos ocasiones, en el
capítulo I, para analizar la estabilidad de la población en la provincia. En la página 60 señala que las
fuentes de las que se vale para realizarlas son las inspecciones del ejército de Juan de Oñate y dos
censos realizados, en 1604 y en 1622. Para quienes estamos habituados a ver trabajos
prosopográficos como ejes de la historia política, institucional y social, resulta sorprendente
observar que se utilicen, con buenos resultados, además para estudios de población. Asimismo, es
asombroso que la autora no empleara documentos notariales, judiciales o biográficos para llevar a
cabo su labor.
En el capítulo V vuelve a echar mano de la prosopografía, esta vez para mostrar el proceso de
integración de la oligarquía de Santa Bárbara. De nueva cuenta el análisis nos sorprendió, ya que
hay muchas similitudes entre los resultados que ella obtuvo con los de otros trabajos, que analizan
el proceso de conformación de las redes sociales en la primera mitad del XIX. Entonces, la
configuración de grupos privilegiados prácticamente no varió en el transcurso de dos siglos. Los
vínculos por parentesco, los lazos de negocios, el clientelismo y el paisanaje jugaron un papel
importante en la formación de la oligarquía de Santa Bárbara, como dos siglos después lo hicieron
en la constitución de otras redes poderosas, como la de Terrazas en Chihuahua o la de Gándara–
Íñigo–Cubillas–Aguilar, en Sonora.

Hay dos aspectos destacables, uno se refiere a los tipos diferentes de pobladores de los enclaves
coloniales. El ejercicio de Cramassuel para mostrar que no era lo mismo ser vecino que estante, ni
primer poblador que vecino, etcétera, permite echar un vistazo al complejo mundo que constituía
la sociedad novohispana. Ese panorama que muestra los estatus diversos de los pobladores del
septentrión en los siglos XVI y XVII, brinda indicios claros de cómo estuvo conformada la sociedad
de Antiguo Régimen, que se desarrolló en los territorios norteños, misma que constituyó los
cimientos de las sociedades fronterizas actuales.

Otro es el análisis para descubrir por qué se nombró Santa Bárbara a la provincia. Analizar el
nombre que los conquistadores eligieron para los territorios nuevos, ofrece la posibilidad de dar
un vistazo a ese conjunto complejo de ideas, imágenes, símbolos y representaciones que
constituían el imaginario de los españoles del siglo XVI; que, de una u otra forma, se trasmitió a los
grupos indígenas conquistados, los mestizos y demás castas, lo que dio origen al imaginario de la
sociedad mexicana de los albores del XIX.

Para finalizar, hay que hacer referencia al trabajo de investigación exhaustivo en fuentes
primarias; de los archivos locales de Chihuahua y Jalisco, al Archivo General de la Nación en la
Ciudad de México y el Archivo General de Indias. Sin embargo, restringir su trabajo a la búsqueda
documental es dejar de lado una parte muy importante de la labor de investigación de la autora.
Es evidente, conforme se van pasando las páginas del libro, que Cramaussel recorrió de un
extremo a otro el espacio geográfico que seleccionó como objeto de estudio. Sus referencias a la
ubicación de poblados, ríos, lagunas, edificios, traslucen la seguridad de quien estuvo ahí, y sintió
bajo sus pies el espacio estudiado. Por lo demás, ella reconoce haber recorrido el territorio que
formó la provincia de Santa Bárbara, información que convierte en sugerencia para los
investigadores, puesto que palpar el espacio geográfico es una buena manera de llenar algunos de
los huecos que dejan las fuentes documentales.
En torno a los temas que Poblar la frontera abre a la discusión están los siguientes: el trabajo
forzado en sus variantes de cautivos y repartimiento es un gran vacío en la historiografía de
Sonora, a pesar de haberse señalado su importancia en investigaciones como las de Julio Montané
(1981) sobre los nixoras, o en la realizada en archivos parroquiales de Hermosillo (Medina 1997),
en los que aparecen a principios del siglo XIX cientos de niños y jóvenes denominados "hijos de
padres incógnitos por ser gentiles". También Robert C. West (1993) ha documentado la
importancia del repartimiento en la primera mitad del siglo XVIII en los reales de minas de Sonora
y Álamos.

En términos comparativos, observamos una diferencia clave entre las provincias de Sonora y de
Santa Bárbara, pues en esta última es notoria la ausencia de pueblos indios de misión, en tanto
que en Sonora representaron una variable fundamental del tipo de dominio hispano establecido
en la región, la cual muestra que la conquista no recayó en la iniciativa de los adelantados
españoles, sino que estuvo compartida con los misioneros jesuitas y los establecimientos militares
pagados por la Corona, como fueron los presidios.

También nos parece interesante el planteamiento de considerar "enclaves coloniales" a zonas


fronterizas como la provincia de Santa Bárbara, aunque nos preguntamos si tal caracterización es
adecuada sólo para los primeros momentos de la conquista, o si se puede extender a zonas en
donde la permanencia de grupos indígenas no sometidos por completo se prolonga en el tiempo,
posibilitando que las sociedades entren en un contacto intermitentemente violento, se mezclen y
fusionen dando origen a auténticas sociedades fronterizas, con lo cual se iría más allá de la idea de
"enclave".

También podría gustarte