Está en la página 1de 16

DESDE ENTONCES

Alfredo Rosenbaum

Alfredo Rosenbaum nació en Rosario en 1964. Actualmente reside en


Buenos Aires. Es poeta, dramaturgo, director e investigador teatral.
Publicó Saga del pez (poesía), Mar en calma y El próximo tren (teatro). Se
estrenaron sus obras Mar en calma, Las paseantes y Desde entonces.

Desde entonces
Personajes

García

López

García y López sentados en un banco pequeño. Vestidos con trajes de calle.


García sostiene un cuchillo en la mano. López tiene un reloj de cadena, que
nunca toca.

Uno

García

¿Ya es la hora?

López

Todavía falta.

García

¿Estás seguro?

López

Él simplemente se queda sin respuesta. Desde hace un tiempo, dos preguntas


eran demasiado para mí. Un tiempo, ¿pero cuánto? Esas preguntas establecían
la repetición de algo que comenzaba a decantar en un ritmo, en una sincronía
que se me hacía poco tolerable. El dos. Por eso desde hace un tiempo se
quedaba sin respuesta, al final, en esa tensión que lo mantenía suspendido, que
no le permitía avanzar ni retroceder. Suspendido en el puro presente. Eso desde
hace un tiempo. No sabría cuánto. Ahora, lo único que le queda es la insistencia.

García

¿Ya es la hora?

Oscuro.

Dos

García

¿Ya es la hora?

López

Todavía falta.

García

¿Estás seguro?

López

En otros tiempos proliferaba en estrategias de avance. Sí, hubo otros tiempos. Él


había construido un sistema de variaciones múltiples para que el momento
llegara, para pasar al tiempo que seguía, esperando. Otros tiempos. Éramos
niños, creo. Eso fue hace mucho. Ahora no, sólo le queda insistir en la misma
pregunta y percibir la manera en que yo tenso en el silencio el tiempo del final.
Ahora no espera otros tiempos, ya no hay más que esta espera del aire
reduciéndose, aniquilándose como una memoria que no vuelve. En este tiempo,
el único breve intercambio que acontece, la única diferencia entre él y yo, en
cada repetición, cuando pregunta si ya es la hora. Cuando contesto: todavía
falta. Cuando vuelve a preguntar.

García

¿Estás seguro?

López

Para quedarse otra vez en el aire de mi silencio, en esta cuerda tensa donde es
difícil hacer equilibrio. Hasta hace poco él hubiera buscado una estrategia para
reabrir el juego, otra tirada de dados que produjera un nuevo movimiento en el
aire, alguna clase de movimiento que quebrara el sopor. Hace poco, ¿pero
cuánto? Él hubiera insistido, tal vez respondiéndose a sí mismo, no se hubiera
conformado con mi primer silencio.

Oscuro.

Tres

López

En ese tiempo, hasta hace poco, ¿pero cuándo? él hubiera redoblado la apuesta.

García

¿Estás seguro?

López no contesta.

 
García

Te lo pregunto porque a mí me da la sensación, a veces, de que transcurrió un


tiempo mucho más extenso.

López no contesta.

García

Es que ya debería ser la hora.

López no contesta.

García

No es que desconfíe de tu reloj, se nota que es de buena calidad, pero a veces me


parece tener una percepción que no se corresponde con el tiempo del reloj.

López no contesta.

García

De ese reloj, quiero decir.

López no contesta.

García

Por lo menos eso me pasa a mí.

López no contesta.
 

García

¿A vos no te pasa?

López no contesta.

García

¿Estás seguro?

López

Y así. Nuestra primera conversación, hace mucho tiempo, ¿pero cuánto? No lo


puedo recordar. Fue en la escuela, yo tenía ocho años. O nueve. Él también. Nos
sentaron juntos el primer día de clases. O nos sentamos juntos. Ya no sé. Un
compañero nuevo. Pero fue en la escuela. De eso estoy seguro. Nuestra primera
conversación. Él me admiraba.

García

Tenés un reloj.

López

Me lo regaló mi papá para mi cumpleaños.

García

Yo sé leer la hora. Me llamo García.

López

Yo también.

García

¿Te llamás García?

López
López. Yo también sé leer la hora.

(Pausa.)

García

Mi papá dice que soy muy chico para tener reloj.

López no contesta.

García

Por eso no me lo compraron.

López no contesta.

García

¿Ya es la hora para el recreo?

López

Todavía falta.

García

¿Estás seguro?

López
Ahora recuerdo. La segunda pregunta fue inevitable desde el primer momento.
El origen. Al menos de eso estoy seguro. La segunda pregunta se instaló entre
nosotros. Nunca nos abandonó. Desde aquel tiempo. Hasta ahora. Si él hubiera
preguntado otra cosa, o si simplemente no hubiera preguntado, todo sería
diferente. Eso creo, ahora.

Oscuro.

Cuatro

López

Ahora, tiempo después, ¿pero cuánto?, pienso. Si yo hubiera respondido a sus


requerimientos, si yo hubiera quebrado el silencio con otras respuestas, todo
hubiera sido diferente. Tuve mi oportunidad, eso creo. Pero fui incapaz de
establecer otra estrategia, de tirar los dados nuevamente como quien corta el
tiempo con un cuchillo. De eso estoy seguro. Si yo hubiera respondido de otro
modo, seguramente otra deriva de acontecimientos se hubiera desatado, tal vez,
mucho después, ¿pero cuándo?, nos hubiéramos encontrado en alguna calle, de
día o de noche tal vez, en lo azaroso de la ciudad que une y desune, como dos
viejos amigos.

García

¡López!

López

¡García!

Se abrazan.
 

López

Qué es de tu vida, tanto tiempo.

García

Me casé. Tengo dos chicos. Por acá tengo la foto.

López

Yo también.

García

¿Tenés dos hijos?

López

No. Me casé. (Ríen los dos.) Mi mujer está embarazada.

García

Hermano, ¡qué alegría!

López

Y entonces nos vamos a tomar un café, a recordar viejos tiempos, ¿pero cuáles?,
y todo es distinto en ese tiempo del reencuentro, creo, hasta que él ve mi viejo
reloj y como un chiste al que no puede resistirse dice o recuerda:

García

(Todavía riendo.) ¿Ya es la hora?

López

Y todo se desvanece, se vuelve a tensar en este silencio en que me aprisiono,


para volver acá, otra vez, desde entonces y hasta ahora. (A García.) Todavía
falta.

Oscuro.
 

Cinco

García

Fue hace mucho tiempo. En la escuela. Al principio yo no entendía. Tenía ocho


años, o nueve. Él también. O yo tenía nueve y él ocho. No lo puedo recordar.
Pero se instaló entre nosotros como una diferencia que nunca nos abandonó.
Hasta ahora. Un abismo irreconciliable. Él tenía un reloj. Se lo habían regalado
para el cumpleaños, creo. Eso me dijo. En nuestra primera conversación, el
primer día de clases. Nos habíamos sentado juntos. O nos habían sentado juntos.
Yo no podía atender a nada más alrededor. Mi mundo se reducía a ese reloj, de
inmediato se convirtió en mi único punto de referencia. Y él lo tenía. Así fue, de
eso estoy seguro. Podría haber girado, podría haberle preguntado la hora a
otro, incorporar un tercero a la conversación, o simplemente haber esperado.
Pero no. A partir de ahí, para los maestros, para los otros compañeros, fuimos
inseparables. Como siameses. Más que eso, creo. Nos confundían, nos
confundíamos. Fue a partir de ahí, y hasta ahora. El origen. El primer error que
cometí fue preguntarle si ya era la hora. Establecer una duda que lo ponía en
jaque. Y así. Hasta ahora.

Oscuro.

Seis

López

A veces imagino que él no está. Entonces salgo de paseo con mi mujer,


caminamos por la ciudad.
García

Algunas veces sueño. Creo que es así, porque él no está. Yo estoy con mi mujer,
de eso estoy seguro. Paseamos, en el sueño.

López

El sol despega lo mejor de cada objeto. Mis hijos quedaron en casa. Por primera
vez solos, en mucho tiempo, ¿pero cuánto?

García

Por la noche de la ciudad. Soy feliz, podría decirse. Mi mujer está hermosa,
caminamos abrazados por la ciudad, le digo algo al oído, ella lanza una
carcajada, se sonroja.

López

La luz resalta cada uno de los colores de la ciudad. Veo de reojo nuestro reflejo
recorriendo las vidrieras. En un momento susurro algo a mi mujer en el oído.
Ella ríe, se sonroja.

García

Sé, en el sueño, que mis hijos esperan en casa. Por primera vez solos.
Atravesamos las luces de la ciudad como dos púberes, mirando todo con ojos
nuevos.

López

Seguimos caminando, abrazados como dos adolescentes. Riendo. Más adelante


el sol ilumina una vidriera por sobre las demás. La luz se recorta sobre ese
lugar.

García

A ella le atrae una vidriera. Yo no quiero ir.

López

Ella quiere ir hacia ahí.

García
Ella insiste. En la vidriera hay vestidos de colores detenidos en los maniquíes.

López

Yo intento disuadirla, pero esa atracción es irresistible.

García

Veo el reflejo de nuestros cuerpos abrazados en el cristal y confirmo nuestra


felicidad. Entonces. Sucede ese momento.

López

Ella me arrastra.

García

Ella estira un brazo señalando un vestido azul que le fascina. Al estirar el brazo
la manga de su abrigo resbala y deja al descubierto su reloj pulsera.

López

Empiezo a agitarme, me silba el pecho.

García

El sueño se enturbia. Algo comienza a escarbar desde adentro la felicidad.

López

El negocio es una armería.

García

Me preocupo por mis hijos. Intento no hablar, no dudar, no preguntar. Aprieto


los labios hasta el dolor.

López

Intento salir de esa vidriera, pero ella insiste en quedarse.

García
Pero el reloj sigue ahí, en una escena detenida. Mi mujer como un maniquí
señalando otro maniquí.

López

Está fascinada. Entre una enorme cantidad de armas en exposición el sol parece
ensañarse en el reflejo de un cuchillo.

García

Y el reloj reflejando las luces de la ciudad. Concentradas ahí. Los labios me


sangran de tanto apretarlos, y sin embargo la primera pregunta es como un
vómito que no puedo contener.

López

Me cuesta respirar.

García

La imagen de mis hijos muertos, en casa, porque no llegamos a tiempo.

López

Pienso en mis hijos, en casa, atravesados por ese cuchillo, una y otra vez, la
sangre brotando de cada herida, regando el piso del living y el cuchillo entrando
y saliendo una y otra vez. ¿Sostenido por quién?

García

La sangre de mis hijos en los cuerpos de mis hijos. Duros como maniquíes.
Acuchillados, pero ¿por quién?.

López

Cuando estoy a punto de asfixiarme llevo automáticamente la mano a mi reloj.

García

Vomito las palabras y le pregunto a mi mujer si ya es la hora.


López

Comienzo a respirar aunque de inmediato me reconozco en este aire que se


tensa con la pregunta de García.

García

El reflejo en la vidriera se transforma cuando López contesta:

López

Todavía falta.

García

Y salgo del sueño o entro desde el sueño, ¿y desde cuándo?, porque como un
reflejo del estómago pregunto: ¿estás seguro?

Oscuro

Siete

López

Pasaron días, meses, años, ¿pero cuántos? Seguramente hicimos nuestras vidas,
como suele decirse. Creo haberme casado. Creo haber tenido una mujer, creo
que él también tuvo una mujer. Creo incluso haber tenido un hijo. No puedo
recordarlo. La memoria se confunde, se funde en una aleación que borra el
marco del recuerdo. Hasta deshacerlo en este pantano en el que estamos ahora,
Desde hace tiempo, ¿pero cuánto? Una única imagen certera: mi padre
regalándome un reloj, a los ocho años. O a los nueve. Eso sí lo recuerdo. Era mi
cumpleaños. Todavía no habían comenzado las clases. No veía la hora de
mostrar mi reloj en la escuela. Me senté al lado de él, o nos sentaron juntos. Un
compañero nuevo. Pero tardó demasiado en notar mi reloj. Nunca se lo perdoné.
García

¿Ya es la hora?

López no contesta.

García

¿Ya es la hora?

López

Todavía falta.

Oscuro.

Ocho

López

Es irremediable. Sé que viene la segunda pregunta, el ritmo que nos persigue


como un latido. Detestándolo y necesitándolo al mismo tiempo. En ese pequeño
lapso entre la respuesta y la segunda pregunta mi cuerpo se convulsiona, se
vacía como un abismo por el que caigo. No sé qué haríamos si él no pronunciara
la segunda pregunta. No sé qué haría. Yo. Él. Pero siempre llega. Hasta ahora.

García

¿Estás seguro?

 
Oscuro.

Nueve

García

No sé cuánto tiempo pasó. Desde hace tanto tiempo. No podría recordarlo.


Hicimos nuestras vidas. Creo haber estudiado una carrera, creo haber
trabajado. Creo haber tenido un hijo o dos. Creo haberle regalado un reloj a
uno de mis hijos, cuando cumplió ocho años, o nueve. No lo puedo recordar. Le
regalé un reloj a uno de mis hijos, ¿pero a cuál? Tuve una mujer, eso puedo
recordarlo. Era su mujer, eso creo. Sí. Antes, ¿pero cuándo?, era su mujer.
Después fue mi mujer. Eso creo. O no. O fue antes. Él tuvo un hijo al que le
regaló un reloj. A mi hijo yo le regalé un reloj cuando cumplió ocho o nueve
años. ¿O se lo regaló él? ¿Y a cuál de mis dos hijos? No lo puedo recordar.
Nuestra conversación, eso sí, eso lo recuerdo. Desde entonces. Hasta ahora. Es
lo único que tenemos. Yo le pregunto si ya es la hora. El contesta: todavía falta.
Y yo vuelvo a preguntar.

Oscuro

Diez

García

¿Estás seguro?
 

Largo timbre.

Oscuro.

                                           Buenos Aires, 2000.

También podría gustarte